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AGrADECIMIENTOS................................................................................................ 11
Prólogo................................................................................................................. 13
El proceso: entre médium y ventrílocua................................................................. 16
Perfil del personaje: matriarca, teatrista, adelantada y visionaria.............................. 19
Los mitos de Isidora............................................................................................. 20
¿No vigente? la sobreviviente de la gente de teatro de los años cincuenta................ 22
Una poética de la realidad..................................................................................... 24
Escuchar a Isidora................................................................................................. 25
Conversaciones.................................................................................................... 27
1. Un recorrido vital................................................................................... 31
“He sido una mujer con mucha suerte”................................................................. 36
“Crecí en un ambiente absolutamente tribal”........................................................ 37
“Con aquella rosa me entregaba el teatro”............................................................. 41
“Aquí estoy, preguntándome si debo escribir...”..................................................... 45
“Y empezó esa ‘cosa’. Desde entonces vivo siempre alerta”.................................... 48
“Se vuelve a empezar una y otra vez”.................................................................... 53
“Para escribir teatro le robo tiempo al tiempo”....................................................... 56
Este libro fue un feliz proceso en equipo. Por eso agradezco las largas sesiones trans-
critas por Bernardita Bravo y Silvia Arévalo, trabajo arduo y fundamental. Mis especia-
les agradecimientos a Fabiola Neira, una infatigable asistente de investigación, siempre
criteriosa y gran descubridora de las más preciosas referencias bibliográficas, fotos y
documentos.
También a Ana María Vallejo, una lúcida interlocutora. A Francisco Albornoz, por su
fe en este proyecto, al que se sumó como socio editor. A Gabriel Valdés y Alejandra
Norambuena, por su esmerado trabajo de diseño.
En un ámbito personal, no podría haber terminado este proyecto sin el apoyo de Mauricio,
Milan, Tomás, Pego, Donka, Saúl e Irene. Y un especial agradecimiento a Raquel Moreno,
que me apoya día a día.
Prólogo
Durante dos años y medio visité a Isidora Aguirre en su casa de calle Rengo, en la
comuna de Ñuñoa. Llegaba a las cuatro de la tarde, otras veces a almorzar, para
pasar juntas una tarde de conversaciones. Aunque viviésemos en la misma ciudad, ir
a estas sesiones era para mí un viaje; cruzar el umbral de su puerta era semejante a
cruzar una frontera. Ya adentro, el tiempo transcurría pausado y elástico entre las cla-
ves del tejido microscópico de los inicios del teatro en Chile, de las mujeres artistas
en los años cuarenta, por un París de posguerra con una bohemia inquieta, la Cuba
revolucionaria con la floreciente Casa de las Américas, la campaña de Allende. Fue un
recorrido por los caminos de la creación, del compromiso político, del trabajo con el
naciente teatro universitario, de la efervescencia cultural del Chile en los sesenta, de
las tensiones en el medio, del éxito, de la experiencia del arte, el reconocimiento en el
extranjero y los constantes viajes, la resistencia durante la dictadura y la cooperación
en la vida clandestina, la dificultad de montar nuevas obras en los años noventa. Y,
también, fue un honesto recorrido por esos trayectos pedestres y cotidianos de las
dificultades económicas, de la conciliación entre el trabajo teatral y la crianza de los
hijos, de las rupturas amorosas, de la pérdida de amigos. Isidora, generosa en su rela-
to, me hizo partícipe de su imaginario, de sus experiencias a lo largo de sus noventa
años de vida, de sus procesos escriturales, de los cruces entre biografía y creación.
14 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Prólogo No es una antología: Paisaje de una ficción vivida (2007). Lima, Editorial
Estruendomudo, 2007.
Prólogo 15
Éste es un libro que trasciende una vida singular, pues si bien se propone recorrer
el vasto itinerario de Isidora como dramaturga, escritora y mujer de la cultura, es
también una invitación a recorrer las transformaciones, desarrollo y profesionali-
zación del teatro nacional y del lugar que ha ocupado la mujer en él. Y, al mismo
tiempo, quiere ser un bosquejo de ciertos procesos históricos y culturales que van
desde comienzos del siglo pasado a hoy. Porque Isidora, atenta y sensible a su en-
torno, traza en este relato vivencial y en la práctica de las tablas las problemáticas
En el marco de ese proyecto se llevaron a cabo seis intercambios en distintas ciudades
latinoamericanas, que se extendían por tres semanas en las que se convivía, se conversaba
infinitamente, se realizaban actividades culturales. De esa experiencia se escribía un texto que
formó parte del libro No es una antología: Paisaje de una ficción vivida (Estruendomudo,
2007), lanzado en la Ciudad de México.
“Furia color de amor, amor color de olvido. Las Pascualas de Isidora Aguirre”, en Isidora
Aguirre entre la historia y el compromiso. Carmen Márquez (coordinadora), Secretariado de
Publicaciones de Sevilla, Sevilla, 2008, pp. 161-183.
16 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
No recuerdo la fecha exacta. Sólo sé que un día fui a su casa con una grabadora,
lamentando todo lo que no había registrado técnicamente en los encuentros ante-
riores, y le propuse hacer un libro; sí, un libro que registrara su experiencia vital y
artística. A partir de ese momento, la tecla Rec funcionó por más de dos años.
surge en la marcha, en los azares felices de los encuentros fortuitos. A medida que
pasaba el tiempo y me iba documentando y leyendo su obra, las preguntas eran
más específicas, y las respuestas más reveladoras. La narración libre iba acomodán-
dose poco a poco en épocas, registros y experiencias.
Siempre me pareció que debía ser un libro que trabajara desde la conversación, y
no un ensayo o un volumen de memorias sobre Isidora, pues nada mejor que el
testimonio vivaz de esta singular entrevistada, que desborda vida y genialidad, y
también la selección en conjunto de sus registros personales (diarios, cartas, apun-
tes de trabajo, crítica de la época) para integrar contenidos. Isidora tuvo, así, un rol
activo en el proyecto, no el de mera entrevistada. Su historia iba irrumpiendo en
la mente, en mi memoria. Tanto así, que muchas veces, al escribir, me sentí como
ventrílocua que daba voz a una historia que no había vivido, pero que de pronto me
brotaba como propia. Toda conversación supone un hablante capaz de descifrar a
un oyente, pero en nuestro diálogo solían confundirse las hablas y las escuchas: de
repente me encontraba siendo capaz de completar sus frases, reconstruir sus anéc-
dotas, o bien escuchar resonancias emotivas de esta genealogía personal. Receptora
de privilegiados anagramas, podía leer su obra desentrañando algunas claves que
permitían reconstruir parte del proceso de escritura. Muchas veces en las sesiones
me sentía la asistente privilegiada de una charla magistral, una charla de “la maes-
tra” y aplaudía con un conmovido silencio.
Esta larga conversación también tuvo un valor terapéutico, tanto para Isidora como
para mí, en distintos sentidos. Ella me confesó en la etapa final que, durante este
tiempo, se había hecho consciente de sus mecanismos de escritura, muchas veces
intuitivos e inconscientes; que ahora visualizaba decisiones y procesos creativos
que antes eran puntos ciegos. También que en la revisión de su vida había compren-
dido la importancia de determinadas experiencias y personas, y logrado jerarquizar,
distinguir, apreciar diversas circunstancias y encuentros. O bien comprendió algu-
nos episodios vitales en esa lógica de causa y efecto, de origen y destino. Creo que
a veces fui testigo de esas revelaciones, cuando una pregunta que parecía irrelevante
o descontextualizada despertaba un relato poderoso, caótico, inédito. A veces su
propio relato generaba una sorpresa, un descubrimiento. También pude observar la
añoranza que despertaba en ella el contarme anécdotas que animaron su oficio y
su vida, porque le hacían revivir cuánto disfrutó trabajando en determinada obra, o
viviendo una específica relación personal. Nombres y lugares se me iban haciendo
familiares y poblando ese universo recreado de una memoria casi compartida. Un
18 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
testimonio directo tiene esa ventaja: que, junto con la información que se te en-
trega, de alguna forma te contactas con la corriente emocional de quien habla. Al
mismo tiempo que grababa las conversaciones y armaba el libro forjando mi espacio
en la literatura, experimentaba desde ese incipiente lugar algunas de las dificultades
en el quehacer creativo de las que hablaba Isidora: el esfuerzo por compatibilizar
trabajo y crianza de los hijos, ciertas resistencias a la escritura de la mujer, el largo
camino que supone un texto. Siempre salía de las sesiones llena de energía, con
ganas de escribir, de hacer cosas, de vencer obstáculos.
Isidora participó en este proyecto con disciplina, como una alumna aplicada.
Durante las sesiones hacía un despliegue de materiales que complementaban su
relato de vida, o bien leía en voz alta algún fragmento pertinente; buceaba en su
computador hasta hallar imágenes, textos inéditos. Nunca la vi fatigada por las
extensas sesiones de entrevistas; me superaba en energía cuando a veces, entrada
la noche, yo me retiraba y ella me anunciaba que a continuación retomaría algún
texto que estaba revisando. La noche es su territorio: sabía que se quedaba tra-
bajando hasta las tres de la madrugada. Esa disciplina y capacidad de trabajo me
daban indicios de la energía que pudo guiar la escritura de cuarenta obras de teatro
y cuatro novelas en medio de otros trabajos y la crianza de cuatro hijos. Tanto en
el testimonio oral como en la revisión y edición de las entrevistas, se comprometió
por completo. Entendía la importancia de este libro: el repaso y registro de toda
una vida dedicada al teatro y al arte; el registro de su vida. Porque la transcripción
de las entrevistas daba origen a extensos archivos que yo ordenaba por temas,
cronologías, más que nada en un intento por establecer una ruta de navegación, la
cual diseñé después de leer casi toda su obra dramática y narrativa, como también
las principales referencias críticas. Siempre había un texto escondido que era una
sorpresa para mí; obras por encargo, café-concerts, monólogos, adaptaciones. Así,
el mapa que yo trazaba para avanzar entre la avalancha de información, siempre
adquiría formas rizomáticas. Isidora se me escapaba una y otra vez, cuando yo
intentaba amarrar esas caudalosas experiencias en alguna categoría, que siempre
me parecían forzadas, azarosas; un caprichoso intento por establecer un orden para
dejar fluir experiencias y reflexiones en una lógica de temas y momentos. Luego,
esos textos llegaban a las manos de Isidora, que corregía sus decires, muy crítica a
su expresión oral (“escribo mucho mejor de lo que hablo”), y así se complemen-
taba “lo dicho” con “lo escrito”. A su vez, revisábamos en conjunto sus diarios de
vida, cartas personales, documentos de investigación de las obras, para seleccionar
fragmentos que enriquecieran el rompecabezas de su testimonio.
Prólogo 19
A quién puede caberle duda de que Isidora es una precursora en el campo de los
textos teatrales y las tablas. Si trazamos la historia del teatro chileno, su figura la
atraviesa de principio a fin: tanto por su extensa obra como por su longevidad, coin-
cide con el surgimiento del teatro universitario y su consolidación, cuando nacen las
primeras compañías y directores independientes. Se inicia en el oficio en 1954, cuan-
do se estrenó su primer texto; hasta hoy sigue escribiendo, y sus textos continúan
siendo montados en Chile y en el extranjero. Hasta la fecha ha escrito cuarenta obras
teatrales, cuatro novelas, radioteatros, monólogos radiales, libretos para televisión y
variados textos de literatura infantil. Pero no es sólo el extenso número de obras lo
que llama la atención, sino también la variedad de sus registros. Ha escrito teatro de
carácter social y político con obras como Retrato de Yumbel, Los papeleros, Los que
van quedando en el camino, la popular La pérgola de las flores. Ha sido vanguardista
al repensar figuras históricas y cruzarlas con el presente, en piezas como Lautaro,
Manuel Rodríguez, Diego de Almagro, Los libertadores Bolívar y Miranda, Diálogos
de fin de siglo (sobre el presidente Balmaceda). Y ha trabajado textos más intimistas,
en los que indaga problemáticas de género o de pareja, como lo hizo en Pacto de
medianoche, Carolina, La dama del canasto, Maggi ante el espejo, Esta difícil condi-
ción y Las Pascualas. También utiliza diversas aproximaciones a sus temas y perso-
najes, que alterna entre sus producciones o al interior de una misma obra: estéticas
realistas se mezclan con elementos del mito y del folclore, canciones y coreografía,
discursos políticos con humor popular, escritura clásica con expresiones locales. Por
otra parte, ha desarrollado una línea importante de teatro infantil, como la conocida
Don Anacleto Avaro y adaptaciones de tragedias clásicas para escolares.
También es una narradora de tomo y lomo. Lo ratifican sus cuatro novelas publi-
cadas y las dos en proceso, donde combina la memoria y la evocación, la biografía
y la historia. En este género también habría que mencionar su temprana incursión
en literatura infantil, como Ocho cuentos y Wai Kii. En narrativa su vigencia es
incuestionable, pese a que se la conoce principalmente como dramaturga. En 1987
publicó Doy por vivido todo lo soñado en Plaza & Janés, que pronto logró segunda
edición. Luego la misma editorial catalana da a la luz sus Cartas a Roque Dalton en
1990. En 1998 se lanza Santiago de diciembre a diciembre en LOM Ediciones y en la
editorial vasca Xlaparta. En 2007, Uqbar Editores, a cargo de Isabel Buzeta, reeditó
Doy por vivido…, para al año siguiente publicar su novela Balmaceda, diálogos de
amor y muerte. Por otra parte, editorial Zig-Zag lanzó el mismo año una colección
de cuatro cuentos infantiles titulada La chacra de don Candelario. En 2008, Sangría
editores, a cargo del escritor y editor Carlos Labbé, reedita Cartas a Roque Dalton.
Quizá el más frecuente diga relación con ser la eterna merecedora, y no ganadora,
del Premio Nacional en la categoría Artes de la Representación, conocido como “el
premio nacional de Teatro”. En el tiempo que desarrollé este libro, la mención de su
nombre era sinónimo de la exclamación “ella se merece el Premio” o “el país está
en deuda”. Persona ya longeva, matemáticamente ha sido una candidata plausible
desde la década de los sesenta, cuando el estreno de La pérgola de las flores la puso
en primer plano. Porque es innegable que su importancia en el teatro chileno está a
la par de la de otros premiados. La escritora Diamela Eltit en una entrevista concedi-
da a El Mercurio a propósito de la polémica del premio el año 2006 expresa: “Qué
habría pasado —es una pregunta, una conjetura— si un hombre hubiera escrito
La pérgola de las flores, que es la obra teatral más importante que se ha escrito en
Chile, que tiene un trasfondo político. Yo no puedo convencerme de que no tenga
el Premio Nacional de Literatura Isidora Aguirre. Me parece insólito”.
Isidora Aguirre es La pérgola de las flores, pero Isidora Aguirre es mucho más que
eso. Pareciera que esa obra eclipsó a la autora y al resto de su trabajo, “reduciendo”
su variada y numerosa producción a esta pieza popular, como lo confirma el crítico
Juan Andrés Piña en su columna Raíces Chilenas, La Tercera, a propósito de la apari-
ción de Antología esencial (Ediciones Frontera Sur, 2007), donde el joven actor, direc-
tor y editor Francisco Albornoz reunió catorce obras de Isidora: “Resulta inexplicable
que, a pesar de su notable aporte al teatro, todavía no se le haya otorgado el Premio
Nacional en la categoría Artes de la Representación”. Y plantea como hipótesis que
“su destino autoral es de alguna manera malogrado: el tumultuoso y sostenido éxito
de La pérgola de las flores redujo a un segundo plano el resto de su trabajo dramatúr-
gico, que incluye casi una treintena de obras del más variado registro”.
Revista de Libros de El Mercurio, 19 de mayo de 2006.
www.latercera.cl, sábado 30 de agosto de 2008.
22 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Sin embargo, pese a estos reconocimientos, hay cierta brecha entre su protagonis-
mo y su vigencia en Chile comparados con algunos eventos a que ha sido invitada
y distinciones que ha obtenido en el continente latinoamericano y en Europa. Es así
como en julio de 2006 viajó al Festival de Almagro en España, donde se montó su
Diego de Almagro, para luego ser la homenajeada en el Festival de Agüimes en las
Islas Canarias. En la Universidad Nacional de Colombia inauguraron su programa
de Bicentenario con el montaje Los libertadores Bolívar y Miranda en marzo de
2008 (obras aún sin estrenar en Chile). Las publicaciones especializadas de ese
mismo año en España a cargo de la profesora Carmen Márquez, de la Universidad
de Sevilla, primero el volumen académico Isidora Aguirre, entre la historia y el
compromiso de la colección Escritores del Cono Sur de la Universidad de Sevilla; y
luego la edición crítica de las obras Los libertadores Bolívar y Miranda y Retablo de
Yumbel en la prestigiosa Editorial Asociación de Directores de Escena de España.
También hay obras que han sido estrenadas fuera y no en Chile, como Maggi ante
el espejo, montada en México. Y otras obras como Retablo de Yumbel, La pérgola
y Los que van quedando en el camino han tenido importantes y exitosos montajes
en Alemania, Italia, Suecia, España y la ex Unión Soviética.
En los años noventa, Isidora recorrió varias universidades norteamericanas para dictar
charlas o participar en congresos de dramaturgia. En Cuba, su obra y su persona son
ampliamente conocidas. Ha sido merecedora en dos ocasiones del prestigioso pre-
mio Casa de las Américas, y ha sido jurado invitada de este importante certamen.
Lo anterior contrasta con el hecho de que nunca hayan recibido apoyo las postula-
ciones de sus montajes a fondos concursables nacionales, tanto por parte de com-
pañías de trayectoria como de nuevos grupos. También es curioso —e injusto, por
cierto— que desde 1969, cuando montó Los que van quedando en el camino en el
Teatro Nacional Chileno, nunca más haya habido un montaje en un teatro nacional
o universitario. Más aún tomando en cuenta el carácter de sus obras.
Existe la idea de que Isidora no es una artista vigente, que tuvo su tiempo de gloria,
que ya no escribe; o, más extremo —como ella misma relata con humor—, que las
Prólogo 23
personas, al conocerla, expresan con vergüenza: “Yo pensaba que la autora de esa
obra [refiriéndose a La pérgola], ya no estaba entre nosotros”. En este sentido, son
innumerables sus anécdotas respecto de personas que se han comunicado con ella
por teléfono y que, por su jovial voz, piensan se trata de un alcance de nombre. O
bien personas que no se atreven a invitarla a actividades culturales o sociales por
temor a encontrarse con alguien en mal estado de salud, y luego ven a esta mujer
ágil y actualizada a tal punto que maneja muy bien la computación y chatea con
sus hijos y nietos.
Desde ese momento, sin embargo, los montajes nacionales se hicieron complejos
por la falta de disponibilidad de salas de teatro y de financiamiento. Por ejemplo,
Retablo de Yumbel, que en 1987 sólo alcanzó a estar tres días en cartelera en
Concepción a causa del atentado a Pinochet. En 2000 se montó Manuel Rodríguez
en Santa Cruz gracias al auspicio de Carlos Cardoen, y luego tuvo una breve tempo-
rada en el teatro de la Cámara Chilena de la Construcción. En 2004 escribió la obra
¡Subiendo... último hombre!, aún si estrenar.
24 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Tiene una especial facilidad para reproducir diálogos, las hablas populares, las expre-
siones genuinas, los dichos de diversas épocas, a los que llega documentándose en
terreno o en sus investigaciones bibliográficas. Así como entra en la psicología de sus
personajes, entra en el modo como se expresan; es capaz de recrear el vocabulario y
la gramática de la Conquista en el siglo XVI o de un pueblo aislado en la precordillera
en 1970. Atraviesa la historia con las palabras, para extraer nuevos significados que
nos ayuden a descifrar nuestro presente. Veo en su escritura la capacidad de desen-
trañar la condición humana, tanto en el sufrimiento como en la crítica y el humor.
Prólogo 25
Isidora también imagina desde la realidad, dilucidando lo que fue, y trae a la me-
moria mucho más que fechas y episodios. Congrega la memoria de otros, relatos
que generan una identidad comunitaria, muchas veces a través de las preguntas que
sus personajes se plantean: ¿qué posición tomar frente al pasado?, ¿cómo recordar
lo ocurrido y reconocerse en el ahora, si no hay una elaboración del ayer? Es una
autora que escribe muy autocríticamente, y no duda en sacrificar material si éste
no calza perfectamente con la estructura económica y esencial de su producción.
Fui testigo de su trabajo de edición, del desprendimiento de páginas y párrafos bajo
la máxima “acostumbro escribir largo para luego ir dejando lo esencial”. Al mismo
tiempo, es cuidadosa con el lenguaje, lee en voz alta, jamás repite un sonido; según
dice, “nuestro idioma es suficientemente rico para usar sinónimos”.
Al mismo tiempo, escribe disciplinadamente, como una actividad que lejos de ins-
piraciones, requiere de condiciones materiales para trabajar perseverantemente; en
su caso, disponer de tiempo predecible para escribir. Siempre me habló que necesi-
taba no estar agobiada con otras obligaciones y tener el espacio para concentrarse
y corregir una y otra vez el texto generado. Todo encausado a vivir la utopía de ser
parte de esa pequeña colectividad compuesta por el director, los actores, los tramo-
yistas, los aplausos del público.
Escuchar a Isidora
Mantuvimos nuestras conversaciones en el acogedor ambiente de su casa, la misma
que habita hace cincuenta años: un departamento con mucha luz, con estantes
repletos de libros y artesanía de distintos países, fotos y afiches teatrales, plantas
bien cuidadas. En medio de la sala hay un piano en el que practica las sonatas de
Bach y Mozart, como un modo de ejercitar sus manos y aquietar el alma.
Como su dueña, es una casa austera pero llena de historia y calidez, sede de reunio-
nes de los grupos teatrales con los que trabajó y de ilustres visitas, como el mura-
lista David Alfaro Siqueiros, el filósofo francés Regis Debray, el poeta nicaragüense
Roque Dalton, el pintor mexicano Tomás Parra, el trovador español Amancio Prada,
el compositor uruguayo Daniel Viglietti. Y desde que la conozco, sede de divertidas
e inspiradoras reuniones con su familia y amigos de diversas generaciones, quienes
se reúnen alrededor de esa mesa baja y móvil, diseñada por su marido Peter, donde
se comparte comida, vino y anécdotas. También tiene algo de “casa abierta” en la
que algunas de sus nietas pasan estadías.
26 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Isidora vive tranquila. Si viaja, lo hace por algo cultural. Va a charlas y encuentros, a
veces al teatro. Se aferra a lo esencial: mantener una larga correspondencia con sus
amigos de fuera, escribir nuevos textos, reunirse con su extensa y afectuosa familia,
recibir amigos, pensar en el menú del almuerzo, en el que teje cuando está sola para
no comer tan deprisa.
En un plano más personal, Isidora es una seductora nata, y casi por instinto siempre
está atrayendo la escucha de los demás, conquistando con su inteligencia, su talen-
to, su simpatía. Una noche, conversando con la actriz y directora Ana María Vallejo,
antigua amiga de Isidora, llegamos a la conclusión de que la pasión es el vector de
su vida, que va generando explosiones amorosas en las personas, en el paisaje, en
sus escritos, en el modo como trata a los personajes, incluso a los más secundarios:
no deja ninguno a la deriva, los cuida, les da un rol digno, sea cual sea. Tiene un
talento humano poco habitual: parece sacar lo mejor de las personas con las que ha
logrado cierta afinidad. En ella se une la vanidad con la humildad; a veces autorre-
ferente, dueña de un repertorio inagotable de divertidas anécdotas, pero al mismo
tiempo empática y preocupada por los demás. Fui testigo de innumerables gestos
solidarios y generosos con amigos, conocidos y familiares. Gestos importantes,
nada de detalles de buena crianza, sino de verdadero compromiso y desprendimien-
to. Puede ser crudamente franca, no halaga cuando no lo siente verdadero, es crítica
y opinante. A la vez, odia la zalamería, y dice que no hay nada que la moleste más
que ese vacío “es un honor conocerla” cuando ella no quiere frases rimbombantes
o “títulos nobiliarios” —como dice refiriéndose con sarcasmo a una caja llena de
galvanos y diplomas que guarda—, sino apoyo para montar obras. Es lo que la lleva
a rechazar invitaciones y homenajes que no contemplen algo de su trabajo: como
buen animal de teatro, quiere estrenar sus obras, trabajar con compañías, con direc-
tores, con actores, participar de ensayos, sentir la reacción del público.
su actitud y comprender su estrategia, para abrir paso a otra lectura entrelíneas, que
se mueve en una zona de opacidad, con claves elípticas. Como escritora respeta y
le toma el peso a la palabra escrita, diferencia enormemente lo que se dice y lo que
se fija en el texto. Esa apreciación nos llevó a algunas polémicas sobre opiniones o
anécdotas que expresaba libremente, pero que me rogaba retirar al verlas escritas y
yo sentía muy genuinas y decidoras. Aprendí que una conversación es también una
negociación de narraciones, en este caso, entre lo que yo quería rescatar y lo que
ella quería dejar escrito, entre lo que yo le preguntaba y ella quería responder. Una
vez, negociando versiones y confesiones, me dijo que ella quería pasar a la historia
como una mujer ponderada, lo que motivó una carcajada entre los que estábamos
cerca. No dejé de darle vueltas a esa clave, porque pese a su intensa vida y produc-
ción, creo que nunca se ha derrumbado ni se ha dejado nublar ni por el éxito ni por
la adversidad; no ha perdido un centro equilibrado que la ha hecho avanzar estoica
en su obra y vida.
Conversaciones
En el primer capítulo se recorren los datos biográficos de Isidora, lo que nos permite
entrar en el personaje y nos entrega datos fundamentales para la comprensión de
su trayectoria y obra. Especial importancia tendrán sus vivencias de infancia y de su
familia como origen de su futura vocación dramatúrgica. Se alude a las experiencias
28 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
como mujer en la sociedad en que nació y se formó, en confrontación con sus in-
quietudes artísticas y el camino por donde comienza su escritura. También se inda-
ga en las tensiones entre los roles de “género” —madre, esposa— y sus inquietudes
artísticas, la experiencia de sus divorcios, la mirada a la pareja.
En el capítulo tres, se trata el nuevo giro que tomará su escritura. Isidora parece
dejar de lado las comedias para entrar a una fase que exhibe influencias de la mirada
comprometida y las estructuras formales del “teatro épico” de Bertold Brecht. Esta
producción, de fuerte compromiso social y político, está enhebrada a motivaciones
personales, como sus primeros contactos con partidos y líderes y su trabajo con
grupos populares. Sobresalen al respecto los recuerdos de su relación con el Partido
Comunista, Salvador Allende y Gladys Marín, las utopías de los años sesenta y
luego los años de represión.
El capítulo cinco está dedicado al texto más elogiado y más veces montado de
Isidora en el país, La pérgola de las flores, donde revisaremos y revisitaremos de-
talles y anécdotas de su creación y sus múltiples puestas en escena. Una obra que
marcó nuestra sociedad y donde se apuntaba críticamente a los vicios del poder; un
verdadero fenómeno en el teatro nacional, cuyo éxito de público la ha convertido
en un hito patrimonial.
Prólogo 29
En el capítulo nueve hay un breve panorama de sus encuentros con personas notables,
entendidas como destacados artistas e intelectuales: Che Guevara, Fidel Castro, Roque
Dalton, entre otros que de alguna manera han marcado su vida o su trayectoria.
Llevo más de dos años entrevistando a Isidora Aguirre y todavía no deja de asom-
brarme la brecha que hay entre su edad, su mente y cuerpo. Es ágil, vivaz, de men-
talidad abierta. Tiene una salud de hierro que ella adjudica a las vitaminas que
le dio su madre para hacerla crecer, cosa que nunca consiguió, porque apenas se
empina sobre el metro cincuenta. Con humor, recuerda que hasta la hacía colgar de
una barra para que se estirara, y creo que aún conserva esos movimientos de gim-
nasta. Durante la creación de este libro, tuve que suspender algunas sesiones por
gripes o pequeñas intervenciones quirúrgicas a las que debí someterme. No recuer-
do que ella haya tenido algún inconveniente de ese tipo. La miro de reojo cuando
recuerdo que casi ha alcanzado los noventa años, con la certeza de que yo nunca
llegaré a esa edad, y menos en esas condiciones. Su excepcional salud es un punto
aparte, una mezcla de buena genética y una inmejorable actitud hacia la vida.
Imagino que, a su edad, una creadora destacada ha sido interrogada varias
veces por sus orígenes familiares y vocacionales, y que a partir de ello ha construi-
do un relato que explica lo que es y ha sido, cuidando la selección de sus vivencias
32 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
las personas vivas captan sus ondas. Pero sí estoy segura de que mi mamá estuvo
involucrada en el montaje de Tía Irene y que también tuvo que ver con mi primera
novela, porque fue como si se escribiera sola”.
Ya adulta, entre 1938 y 1939 estudió la carrera de Servicio Social en la
Beneficencia, lo que le permitió un acercamiento personal a la realidad de la margi-
nalidad urbana, sobre la que seguirá escribiendo directa e indirectamente en todos
sus trabajos. Se casó en 1941 con un refugiado español, Gerardo Carmona, y dejó
de lado la vida artística por un tiempo, para vivir durante seis años con su marido
en una pequeña parcela cerca de Santiago, donde nació su hija mayor.
Su regreso a la ciudad la reconectó con sus inquietudes creadoras.
Cultivadora de varias ramas del arte, se siguió moviendo entre ilustraciones, com-
posición de música y canciones para guitarra. Sin duda, el año que vivió en París
con su marido, entre 1948 y 1949, fue una experiencia crucial para consolidarla
como la artista que es. Si bien el viaje significó la separación temporal de sus dos
hijas pequeñas —a las que siempre pensó que podría llevar consigo—, éste marcó
un antes y un después en su vida, tanto por la gente que conoció como por los
espectáculos a los que asistió.
Los estudios de cine en la École de Haute Études Cinématographiques, la
vida en esa ciudad y el contacto con figuras del pensamiento europeo, como André
Breton, Jean Villar y el actor Gérard Philipe, parecieran haberla instruido en nuevos
lenguajes, problemáticas y estéticas. Como ella misma sostiene, fue la armonía de
París la que le templó el carácter y la animó a pensar seriamente en desarrollar su
vocación. Pero uno también es “hijo de su tiempo”, y este despertar personal coin-
cidió con el profundo proceso de transformación que vivía el teatro chileno. Ya de
regreso, se sumó al incipiente flujo del movimiento teatral universitario y entró casi
por azar a la escuela de teatro de Hugo Miller. El viaje a París y la escuela de Miller
la llevaron por un camino del que jamás regresaría: la dramaturgia. Más adelante,
sumará la narrativa y otras experiencias relacionadas con la palabra, como tra-
ducciones y adaptaciones. Desde ese momento, articula sus múltiples identidades
de mujer: trabajo, escritura y maternidad con intensidad y agotamiento, lo que la
lleva a citar el consejo que un familiar le dio a su madre cuando ésta le planteó una
difícil pregunta: “¿Cómo podré llegar a realizar algo que valga la pena en pintura,
tío Miguel?”. Su respuesta: “Si lo que deseas es ser una buena madre y una buena
esposa, y a la vez una gran pintora, tendrás que trabajar el doble que las demás
mujeres, hijita. Y tienes vitalidad de sobra para hacerlo”. Isidora tuvo cuatro hijos
de dos matrimonios, escribió varias obras en medio de embarazos y periodos de
lactancia, entre divorcios y casamientos, rupturas y encuentros, grandes pasiones y
34 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Sueles decir que a tus padres debes tus condiciones de autora. ¿Cómo así?
Mi madre vivía en las nubes, pero era una trabajadora infatigable y pudo entregarse
por entero a su tiránica vocación, la pintura. Sus telas llenaban los muros de las mu-
chas habitaciones de nuestra casa. Quedaron algunas en el Museo Nacional de Bellas
Artes, otras en hogares de su descen-
dencia y amistades. No sabía venderlos.
Suspiraba por un marchand de tableaux
(los que les compraban a los pintores
impresionistas en París y comerciaban
con sus telas). Mi madre cambiaba sus
cuadros por los sombreros que fabrica-
ban las mellizas Bombal, hermanas de
María Luisa, o por mercadería a don
Atilio, el italiano culto “del almacén de
la esquina” —el mismo que nos rega-
laba caramelos si le decíamos en qué
parte de la cara nos había besado una
de mis tías, para besarnos justo ahí—.
Las esplendorosas telas de flores de mi
madre eran el obligado regalo de bodas,
cumpleaños o Navidad. Supongo que
heredé su vocación. Cuando me pregun-
tan cómo escribí La pérgola, digo que María Tupper, madre de Isidora, pintada por David
Alfaro Siqueiros, 1942.
gracias a una acertada combinación de
genes: los de mi madre, su imaginación
desatada y su instinto creador; y de mi padre, con su agudo sentido del humor. Digo
“acertada” porque pude heredar la falta de imaginación de mi padre, el que solía pedir
a mi madre que le diera ideas ante cualquier problema, y la falta de sentido del humor
de mi madre, aunque ella nos hacía reír con su modo de ser y con las cosas que se
le ocurrían. Disfrutaba mi padre con las obras de teatro de Bernard Shaw, de las que
no había traducciones, y mi edipismo me llevó —a los dieciséis años— a realizar la
hazaña de leer esas obras con la sola ayuda del diccionario para comentarlas con él.
Pero hay una circunstancia enriquecedora en lo cultural. Cuando mi padre —geren-
te de la Compañía Minera de Oruro— tuvo seis meses de licencia, los aprovechó
38 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Tu ambiente familiar era muy estimulante. Imagino que influyó esa etapa de la
vida para que te transformaras en una dramaturga.
No cabe duda de que las circunstancias de la niñez influyen en la vida adulta. Mi ma-
dre mantenía unas tertulias a las que desde pequeños nos permitían asistir. Tertulias
al estilo de las del siglo XIX, a las que llegaban escritores, pintores, intelectuales y
artistas extranjeros de paso por el país. Por otra parte, decía ella, un niño con un
lápiz en la mano jamás se aburre, así es que fue el dibujo nuestra primera y más im-
portante entretención, además de tener a nuestro alcance sus libros de pintura, con
esas ilustraciones tan hermosas. Mi padre, ingeniero, disfrutaba con ese ambiente,
Un recorrido vital 39
Casa de su infancia en calle Seminario 202. Sentados hacia la izquierda, sus padres. 1936.
junto con otras alumnas. Su hermano, Juan Orrego, ya con fuerte vocación musical,
nos acompañaba al piano. Privilegio fue iniciarnos en lo artístico en forma natural y
atractiva. Mi padre instaló en cada uno de nuestros dormitorios unos parlantes para
despertarnos a la hora de ir al colegio con piezas de Bach.
Desde niña participé en esas sesiones, y mi tarea consistía en anotar, letra por letra,
los mensajes que iba entregando, con golpecitos, una pata de la mesa. Mensajes su-
puestamente del más allá. Medium, cualidad especial para atraer a los espíritus, eran
las hermanas Morla y Chabela, no así mi madre. Pero desde niños sabíamos que ella
“conversaba con los muertos”. Al menos, mi madre así lo creía. Cuando con mucha
naturalidad le decía a una visita “la otra noche, hablando con don Ramón del Valle
Inclán”, la hacía dudar de su estar al día en cuestión de muertos ilustres. O dejaba
atónita a la gente que la oía comentar su charla con la zarina “de todas las Rusias”.
La mesa solía desplazarse por el cuarto con nosotras detrás, tratando de que no se
despegara de nuestros dedos. Mi padre, aunque era testigo de algunas sesiones,
declaraba, enfático: “¡Lo veo, pero igual no lo creo!”.
En una sesión vino mi tatarabuela, Isidora Zegers, y mi madre le preguntó por mi
futuro. A los quince años, quería ser bailarina, componía música, dibujaba. Sobre la
vocación de bailarina, la mesa dio un sí débil. “¿Pintora?”, otro sí débil. “¿Música?”,
un sí dudoso. Al preguntar “¿escritora?”, lo que no teníamos contemplado, la mesa
se alzó en dos patas con un sí rotundo.
¿De qué forma todas estas ricas vivencias de la infancia te fueron vinculando
con la escritura?
Las vivencias aparecen en los escritos, son su materia prima. Y por supuesto que el
ambiente artístico en que crecí fue un estímulo para la creatividad. Tanto así, que los
primeros cuentos los escribí, estando aún en el colegio, gracias a la escritora Marta
Brunet, que era una amiga muy querida de mi madre. Esa cariñosa y encantadora
Un recorrido vital 43
La familia materna Tupper-Huneeus, 1937. Tercera desde la izquierda, de pie, se encuentra Isidora.
mujer me pidió que me encargara de la página infantil de la revista Familia, que ella
dirigía. Cada semana debía entregarle —además de ilustraciones y adivinanzas—
un cuento para niños. Los traducía de unas revistas francesas, y cuando se me ter-
minaron, tuve que inventarlos. Mi padre me pidió que los ilustrara para publicarlos,
y así apareció mi primer libro, Ocho cuentos, en la Editorial Zig‑Zag. Un crítico de El
Diario Ilustrado, Lautaro García, amigo de mi madre, publicó uno de los cuentos en
los años treinta, y me comparó con el Oscar Wilde de “El Príncipe Feliz”.
en piratas: unos debían ocultar tesoros en la costa —que estaba en los prados del
tercer patio— y otros los buscaban. Era un juego con influencias del sabio Ricardo
Latcham, que visitaba a mi madre y le mostraba mapas marcados con cruces y cala-
veras, asegurándole que aún quedaban entierros de los piratas ingleses en las costas
del norte de Chile. También había un argumento lleno de aventuras en los juegos de
bandidos. Con mi amiga María Llona nos vestíamos de hombre y nos batíamos con
espadas de madera contra el bando enemigo, nuestros dos hermanos. Subíamos al
tejado y recorríamos la manzana pasando de una casa a otra.
Paquita Alba, viuda, con sus muchas hijas, que era vecina de la familia de Federico
en Granada. Para Bodas de sangre, dicen que se inspiró en unos “versos de ciego”;
y la Rosita, de Doña Rosita, la soltera, era su prima.
Escribí la obra tomando como personajes centrales a la misma Rosita, pero treinta
años más tarde, y a una vecina suya a la que le hago decir que es una nieta de
Bernarda Alba. Incluí en la obra —como si fueran relatos de Rosita, que ella y su
vecina actúan—, trozos de Bodas de sangre, de Yerma y de La casa de Bernarda
Alba. La joven, la nieta de Bernarda, le confiesa a doña Rosita que espera un hijo,
fruto de una aventura, y que no se atreve a tenerlo por el temor que le inspira su tía,
con la que vive y que es tan severa como la propia Bernarda. Pero poco a poco la
joven se va liberando de la tutela de su tía y decide tener al hijo, bajo la protección
de doña Rosita. Es decir, tomando la línea de Lorca, acentué su defensa de la mujer
andaluza, invocando o haciendo referencia a los dichos de sus propios personajes
femeninos. Así ocurre, por ejemplo, al final de la obra, cuando Lena, la nieta de
Bernarda Alba, cuenta lo que le dijo a la tía que la esclavizaba, al huir de su casa:
Dio voces, que debía sacarme del cuerpo ese pecado, al menos para
guardar las apariencias de una mujer honrada. Y resignarme a lo que
en la vida me tocó, como lo había hecho ella, la abuela y todas las
mujeres de nuestra familia. Nada más respondí, como Yerma: “Sólo
cuando tenga la cabeza atada con un pañuelo para que no se me abra la boca, y las
manos bien amarradas dentro del ataúd, en esa hora me habré resignado”.
La obra la dirigió un joven director español de paso en Chile, en la sala Nuval, pro-
ducida por Patricia Cuadros, en 1997. Luego el director invitó al grupo a Valencia,
donde la dieron durante un mes. Me contaban las actrices que algunas mujeres del
público lloraban de emoción, y pedían el libreto de la obra.
¿A qué edad te casaste, cómo fue formar una familia, tener hijos?
Me casé a los veintiún años con un refugiado, republicano, de la guerra civil españo-
la, Gerardo Carmona. Mi padre compró una chacra para que él la administrara y para
evitar que me fuera a Venezuela, donde le ofrecían a Gerardo un trabajo. Mi marido
sabía manejar un tanque y un fusil, y aunque ignoraba que las papas no se daban en
los árboles, fue la solución para lo que tanto deseábamos, casarnos pronto. Durante
46 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Tener que seguir siempre alerta cuando es tan tentador dormir. Con
el deseo de ser de pronto sólo como una más de aquellas personas
anónimas que llenan las calles y que han de tener pequeñas metas
diarias que cumplir. Alguien sin tantas dudas y tantas preguntas sin
respuestas. En un tramo de mi vida, me dormí durante cuatro años y siempre había
sol, bebés, una acequia al final del parrón, con más zancudos que peces, y una lagar-
tija reina con su coronita en la frente, dormida al sol sobre una piedra. Había tiempo
para estudiar a esa lagartija, para saborear las uvas en la viña, para salir en las tardes a
“cazar” los espárragos que sólo asoman su puntita y echarlos a la olla en una cocina
a leña. Tiempo para escuchar el zumbido de los insectos. El sopor, la paz (mi barriga
con una nueva vida formándose). Todo era sencillo y éramos felices Gerardo y yo. O
creíamos que la felicidad era eso, el matrimonio, un bebé por venir, otro en la cuna,
mutuo apoyo, la seguridad algo que se anunciaba como permanente. Y empezó esa
“cosa”. Poco a poco. Primero, una leve irritación, luego la inquietud que nos roe
por dentro, la misma de la adolescencia cuando sentía el impulso de hacer algo, sin
saber qué, y la paz fue perturbada. Desde entonces vivo siempre alerta.
describir el cúmulo de sensaciones del viaje hasta París al contemplar nuestro ma-
pamundi desde arriba. La vista se regocija con las blancuras de los Andes, los pi-
cachos nevados. El espectáculo dura lo justo para enterarnos de que esa cordillera
que vemos a diario al final de una calle no es puro perfil, que entre sus cimas hay
una ancha cuna donde nacen los ríos. Sigue la pampa interminable, plana, lisa,
indefensa ante el sol, cortada en cuadraditos verdes con un ojo de luz al centro, el
pozo de agua para el ganado. Nuestra Señora de Luján se alza en esas soledades,
proyectando una sombra oblicua. Mi primer viaje en avión: sola por los aires, sin
preocupaciones ni responsabilidades, la paz después de unos días agitados. Soy
perfectamente feliz. El runrunear de los motores me acompaña.
Por las noches, el Café Flore, el rendez-vous bohemio con el amigo de Gerardo
dueño del Tabú, cave existencialista, luego de cenar en Les Deux Canettes. Todo
se encuentra en esas tres cuadras del bulevar Saint Germain. El existencialismo
sigue vigente, sin Sartre ni la Beauvoir, sólo con la exótica Gréco y sus canciones.
La iglesia, bellísima, nos grita su antigüedad. Frecuentan el barrio los artistas, ci-
neastas, un actor de Roma, ciudad abierta. No pierdo la esperanza de ver a Gérard
Philipe, que admiré en las películas Le diable au corp, La chartreuse de Parme, El
príncipe idiota, el más atractivo de los actores jóvenes. La bella Simone Signoret
entra y sale del Flore. En el Club Saint Germain, filas en la puerta esperando en-
trar, sorda pulsación del jazz. Por una escala de madera rústica se baja a la cave,
pequeña bodega, última moda. El aire se puede desplazar con la mano. Gente
pintoresca, pelo largo, camisa a cuadros. Bailan el boogie-woogie. Gerardo me pre-
sentó a sus amigos: Ma femme. Por mi buen francés, por la fama de conquistador
de Gerardo, exclaman, burlones, “oui, oui, ta femme”... Creyeron que era su nueva
amiga y él, incómodo, con un dejo de vanidad, juraba en su francés de marcado
acento español que era su legítima esposa chilena. Entonces ellos se sintieron mal.
No saben lo que eso a mí me divierte.
7 de agosto, 1948
Luego de unas semanas, concluyo que mi relación con Gerardo anda bien. Cuando
partió, un año atrás, nos considerábamos a punto de una separación. El pretexto
de su ida a París —enviar libros franceses a la librería de Arturo Soria—, fue “po-
ner aire” entre nosotros, esperando que al seguirlo yo con las niñas se arreglara el
matrimonio. Gerardo no aludía en sus cartas a esa incierta relación, hablaba con
entusiasmo de mi llegada con las hijas, apenas “se estabilizara”. Típico de su tem-
peramento creer que, al no mencionar los problemas, desaparecerían. Su trabajo
50 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
12 de agosto, 1948
El Louvre de noche. ¡Qué atractivos son los bajorrelieves! La luz que les cae verti-
calmente subraya los contornos de la piedra y la vuelve expresiva, sensual, hasta
“se ablanda” (me sorprendí deseando morderla). En vitrina, una estatuilla de már-
mol de graciosa proporción, ojos de rubí, otro rubí en el vientre albo, una media
luna de oro sobre su cabeza.
28 de agosto, 1948
6 de septiembre, 1948
Mi querida Nené, tu abuelita es una gran floja para escribir, pero agradecida a tu
simpática y noticiosa carta hace de tripas corazón y se pone a contestarte. Pides
noticias de tus hijas, puedo dártelas muy precisas. De Pilar te diré que cuando no
están Arturo o Isidora para regalonearla, se porta muy bien. Ha engordado y está
redondita. Está enamorada de su primo Robertito y es tanto lo que él la quiere que
Un recorrido vital 51
le presta su bicicleta, y cuando ella le tira el pelo él, muy digno, no le hace nada. Es
coqueta, muy habilosa y ¿entiendes tú? se chupa el dedo hasta parecer tonta. Un día
que llegó Trini, se abrazaron y besaron con verdadero amor, se regalaban sus juguetes,
pedían permiso para dormir juntas en la misma camita, etc. El amor concluyó con una
gran pelea, se quitaron los juguetes que se habían regalado: ¿por qué se aburrieron,
como los enamorados sin juicio? Hoy vuelta a estar amigas para acabar en la tarde
con otro pleito en que Trini lloraba a gritos, se restregaba los ojos a dos manos sin
conseguir que le saliera una mísera lágrima. ¡Qué divertidos son estos llantos a pura
gritería y refregones de ojos! Pilar está muy regaloneada, no por mí, que no la dejo
almorzar en el comedor si no se porta bien. Yo le digo que tiene una mamá y un papá
verdaderos, tú y Gerardo, y una mamá y un papá “postizos”, Isidora y Arturo, y el
otro día me dijo “soy una niñita postiza” ¡y tiene sólo cuatro años! En la casa de altos,
tu mamá se encuentra muy sola con lo que sus hijas mujeres se han dispersado por
el mundo, Mónica en La Serena, tú en París, y Nacha queriendo radicarse en Buenos
Aires. Siempre la casa de arriba, por descuidos o malas cañerías, se empeña en de-
clarar fundo de riego mi casa, llueve mucha agua de los altos. Salúdame a Gerardo
muy afectuosamente, siempre lo he apreciado mucho y espero en Dios les sonría la
felicidad para siempre.
10 de octubre, 1948
Visita a Chartres. Digo, con Huysmans: “Un soplo de bodega, muy dulce, langui-
deciente por los aromas, ahogados en los aceites, nos da en el rostro al penetrar
en las tinieblas solemnes de aquel bosque tierno”. Fue como una repetición emo-
cional de nuestra visita a Amiens, Beauvais, Reims, Notre Dame. Emoción por
entrar en el momento del Te Deum, que me transportó a los cánticos del Jeanne
d’Arc, las voces tan puras de las monjas. Sentí la paz de esas almas piadosas que
allí rezaban. Recibí un soplo místico y una esperanza vaga de las que iluminan
el alma, ese “estado de gracia”, elemento sublime del catolicismo. ¡Pero al salir
se me quedó adentro! Recorrimos la catedral leyendo en sus muros la historia
ilustrada por artesanos que trabajaron sin prisa. Muros y vitrales cuentan la vida
de los santos, libro del pueblo analfabeto. Chartres, calles antiguas, estrechas y
empedradas rodeando la catedral. Al quebrarse el sol, la luz y sombra derramada
sobre las calles en pendiente hace vibrar las cuerdas de la emoción estética.
52 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
25 de octubre, 1948
Mi sed de saber está mal regulada, tomo más de lo que puedo retener. Cree uno
haber encontrado “la fórmula”, no por eso se tiene la voluntad para corregir debili-
dades. Siento una necesidad de escribir. No le doy mayor importancia. No llegaré a
ver con claridad y saber qué es lo que amo sino a fuerza de eliminación. Al menos sé
qué me produce rechazo: el cabaret El Lido. Rechazo al mundo elegante y vacío.
6 de febrero, 1949
10 de marzo, 1949
La IDHEC (Escuela de Cine) me absorbe por completo, hay días en que las clases
no dejan tiempo para almorzar. Hablo, sin darme cuenta, en la jerga de cine: veo
en gros plan, o me acerco en travelling, oigo voces en off. Cuando Gerardo, cha-
coteando, me tiró al suelo, sólo atiné a decir “te veo en contre-plongé...” Uno de
los alumnos, gran admirador de Breton (el que es muy discutido), habla ceceando,
mechas tiesas, ojos dulces. En clase de estudio del guión, le gritó, impaciente, al
profesor que iba muy lento en el pizarrón: “Et là, je fais un gros plan d’un ‘zexze’
de femme, criant ‘Ze’ t’aime!” (“Y ahí, hago un close-up de un ‘sexo’ de mujer,
gritando ‘te amo’”).
St. Germain
St. Germain en l’Haye, 22 de mayo, 1949 1949
Los últimos buenos momentos tienen que ver con Nicole y Gérard Philipe. Al
regresar él de Italia, donde filmaba La beauté du diable, lo invitamos a un cabaret,
Un recorrido vital 53
como habíamos quedado. Esto para compensar un chasco: cuando fuimos a verlo
al teatro, nos cruzamos en la calle con Miguel Labarca, el que rogó a Gerardo
que le prestara 5 mil francos, lo único que traía, y a cambio nos dejó su auto. Al
terminar la función, Gerard y Nicole nos invitaron a cenar, lo que significaba 5 mil
francos. En la comedia, G. Philipe aparecía con traje oriental, pero sin dinero. Con
gesto grandilocuente pedía: ¡champagne! y bebía a sus anchas. Lo que se paga
con la cárcel es consumir alimento. Un perrito que actúa con él salta a la mesa y
come unos hors d’oeuvre. Debe ir a la cárcel por la falta de grivelerie. En el cabaret
al que fuimos a cenar, al llamar al mozo imitaba a su personaje al pedir ¡champag-
ne, champagne!, sólo que ahora el que no tenía un centavo era Gerardo Carmona.
Sufría lo indecible; como “caballero español”, desea siempre ser el que invita.
Bajaba la vista avergonzado. Luego, cuando Gérard regresó de Italia, los invita-
mos nosotros a un cabaret y nos reímos comentando el chasco anterior. Luego,
en vísperas de nuestro viaje de regreso, nos invitaron ellos a una casa de campo
en Versailles, como agradecimiento porque ocultamos a Nicole en nuestro hotel
cuando llegó su marido a París. El marido, luego, sabiendo que yo era la única
amiga de Nicole, se me acercó a pedirme que me la llevara a Chile con algún en-
gaño, para salvarla de sus amores con G. Philipe, los que no podrían durar mucho,
según él, al no ser ella una belleza y unos años mayor. Le hice ver que su pedido
era absurdo. Gérard es respetado y querido entre los artistas porque ha luchado
en el sindicato de actores por sus derechos, y es tan atractivo que lo asedian las
muchachas, pero él es fiel a su Nicole, con quien espera casarse y tener hijos.
hijas, así es que tuve que dedicar muchas horas al trabajo remunerado (y, por lo
general, mal pagado; carecía de espíritu o habilidad en lo comercial). Profesora de
francés, traductora, pasante de colegios, dibujos de publicidad, música incidental,
ilustraciones, ¡hasta lecciones de acordeón y de inglés, o pasante de materias de
colegios, todo ello con mucho atrevimiento, porque tenía un conocimiento mínimo
de esas materias!
arreglar mis asuntos en el teatro (como socia del Teatro Experimental), asistir a los
ensayos, copiar o sacar en limpio las obras que me piden. Por la mañana, entre
desayunar y disponer las comidas, solucionar los pequeños problemas domésticos,
dan las 10. Si la guagua está durmiendo, trabajo en la documentación y revisando
la traducción de la obra inglesa que me encargaron (Juno y el pavo real). A las
11.30, baño y almuerzo de Pedrito. Luego llegan las colegialas, la casa se alborota.
Después del almuerzo es difícil retomar el hilo de lo iniciado en la mañana. Traducir,
lo que requiere menos concentración que cuando se escribe una obra. Después…
me agobia pensar en todo lo que tengo pendiente, mis horas están demasiado
interrumpidas. Cada vez que me preparo para empezar algo, despierta la guagua. Y
no sé por qué subsiste esa sensación de que hay algo bueno, deseable, milagroso,
oculto en todos los actos, en todas las circunstancias, y que sólo necesito tranquili-
dad para “cogerlas” (desenterrarlas) y transformarlas en una obra, en una creación.
Y si empiezo algo, esa sensación de no tener cada día unas horas libres para trabajar
lo empezado, me causa angustia. Pero no me puedo quejar: me están montando
obras (dos obras cortas y el monólogo Las sardinas me lo acaban de pedir). La
dama del canasto y Dos más dos son cinco, están pedidas para fines de año, más
la traducción de Juno y el pavo real, en la que deberé estar presente en los ensayos.
Pero todo eso es atorador y enervante, porque no es lo que deseo (deseo escribir mi
próxima obra de teatro) Y Pedrito, mi maravilloso niño, junto a mí, mojado, espe-
rando que lo cambie, con grandes sonrisas, lo que me llena de satisfacción.
Pero te casaste dos veces, armaste una familia. ¿Qué piensas del amor, del gran
amor? ¿Cómo fueron tus experiencias en ese sentido?
Puedo decir que amo el amor y que siempre estuvo presente en mi vida. Y según
mi experiencia, al estar enamorada se vive en plenitud. Un gran amor enriquece,
modifica tu percepción del mundo, agudiza tu sensibilidad, hace surgir lo mejor de
cada cual. Cito lo que dice una joven en una de mis novelas, al sentirse enamorada:
“El amor es una luz que ilumina el mundo... Nos es concedido para compensar los
muchos dolores a los que vivimos expuestos”. En lo del gran amor concuerdo con
Stendhal: “El que no ha amado apasionadamente, ignora la mitad más hermosa
de la vida”. No es igual el amor tan inocente de mis apenas siete años, o el primer
amor tan romántico y a la vez con muchos problemas de los dieciséis años, al de
las siguientes edades. También fueron grandes amores en mi adolescencia Ximena
Morla, por ejemplo, y Gabriela Rivadeneira, amigas de mi madre a quienes admiraba.
Vivía pendiente de sus labios, esperando siempre que me tomaran en cuenta. Tan
fuerte era ese sentimiento, casi diría pasional, que equivalía a un enamoramiento.
También tuve una estrecha amistad durante la adolescencia con Panchita Bertrand,
con una afinidad tal que nos llevó a idealizar la amistad. Y el amor más grande, más
puro y que más disfruté, fue ese amor que se da y se recibe de las pequeñas criaturas
que son los hijos, cuando aún nos pertenecen y lo somos todo para ellos.
Hay en mis novelas frases que fueron dichas en la realidad, como en Santiago de
diciembre a diciembre. Por ejemplo cuando Isabel dice: “Sentí amor por ti, Jacobo,
pero no es lo mismo que estar enamorada. Y si alguna vez creí estarlo, supongo que
fue un invento de esa parte mía, la que se fascina jugando a la pareja romántica, o a
ser la mujer que con amor pretende curar heridas...”. Creo que ese jugar a la pareja
romántica que le atribuyo al personaje de Isabel, me ocurría a menudo.
En algunas de esas relaciones predominaba la amistad, en otras lo romántico, a ve-
ces llevado al embrujo y la ensoñación, como el amor que atribuyo a los personajes
de la novela, por ahora titulada Palmira y Lorenzo.
Palmira y Lorenzo
(Novela inédita, fragmento)
Del amar y del andar nacen los libros, dice Neruda en un poema,
y ésta es una historia sin fin, como el amor que le tuve. Es dulce y
triste la añoranza. A veces, escuchando ciertas piezas de música que
inclinan hacia la melancolía, me entristece no contar ya con la com-
plicidad de Lorenzo ante los misterios, no tener sus palabras hablando de tal o cual
libro, o del don de crear que nos ayuda a vivir. Palabras que daban respuesta a mis
inquietudes o me hacían reír. Porque vivíamos con mucha alegría. Entonces lo busco
y lo encuentro en estas largas cartas que echo a un buzón alado, por si le llegan...
Una carta suya pidiéndome perdón me devolvía la fe en su regreso. “Quisiera
—me escribía— estar junto a ti, decirte lo que he ido descubriendo y que por
estar demasiado cerca, confundidos uno en el otro, no supe ver. Te ando trayendo
en mi humilde universo recortado por los sueños...”. Cartas que me llegaban cada
vez de más al norte, hasta que la distancia pareció infranqueable. Quedó sólo el
amor, flotando en la nada, sin Lorenzo. ¡Un desparramo de sueños!
El amor surgió a comienzos del otoño, en su pequeño cuarto de tablas —barco
de un pasajero solo—, encaramado entre pinos de un azul acerado. Cuando sali-
mos al campo, seguía sus pasos sin saber que Lorenzo acababa de irrumpir en mi
existencia con su carga de sueños, su antigua sabiduría, una infancia despojada
y una madre que bendice... Caminaba sonámbula, siguiendo su sombra que se
alargaba oblicua en el sendero, abriéndome paso entre las melosas que se adherían
a las ropas. Al pasar tomábamos de las zarzamoras el pequeño fruto que deja en
los labios un rastro violáceo. No me detuve a preguntarme por qué me sabían tan
deliciosas las moras, por qué estaba el cielo tan claro y tan luminoso el campo.
Ignoraba aún que el amor se me había adentrado de golpe, trastornándolo todo.
2.
De la vocación al oficio:
nace una dramaturga
propias y una planta estable de actores, directores y técnicos, pudieron realizar fun-
ciones durante todos los días del año y abrirse a los autores nacionales, que ahora
tenían a la mano los medios ideales para desarrollarse y montar sus obras.
A partir de 1945, impulsada por los concursos del Teatro Experimental,
se fue consolidando la llamada “generación de los cincuenta”, cuyos dramatur-
gos más representativos son Luis Alberto Heiremans, María Asunción Requena,
Fernando Debesa, Sergio Vodanovic, Isidora Aguirre, Fernando Josseau, Fernando
Cuadra, Gabriela Roepke, Juan Guzmán Améstica y Jorge Díaz. El signo que los
define es quizá el entusiasmo creador, porque debían competir para que los elen-
cos profesionales montaran sus piezas y compartían la inquietud por desarrollar
un teatro chileno, alimentado en una visión común sobre la función de éste en la
comunidad.
De las tres dramaturgas de este movimiento, Aguirre, Requena y Roepke,
Isidora será la que tendrá una mayor proyección en el tiempo y en otros países.
Desde los años sesenta hasta fines de los ochenta, fue la principal dramaturga del
país. Muy posteriormente, en la conferencia Women Playwright que tuvo lugar en
Buffalo, estado de Nueva York, en 1988, dijo hablar desde su propia experiencia,
aunque “hubiese preferido hablar de ‘nosotras’, las dramaturgas de Chile”, dejando
vislumbrar así los problemas de género en la creación, y las dificultades propias,
que en parte explican la escasa presencia femenina en la escritura.
Fue en este periodo cuando Aguirre estudió en la Academia de Teatro del
Ministerio de Educación, que dirigió Hugo Miller entre los años 1951 y 1953, es-
tudios que complementó con cursos de Técnica Dramática y Teatro en Chile, dic-
tados por los profesores Agustín Siré y Pedro de la Barra, en la Escuela de Teatro
de la Universidad de Chile en 1955 y 1957. Pero su inquietud polifacética iba más
allá, y entre 1960 y 1962 asistió a cursos breves de Sociología (Eduardo Hamuy),
Planificación Integrada (José Vera) e Historia de Chile (Álvaro Jara), lo que le
permitió complementar su visión de la marginalidad con miradas y teorías que
apuntaban a estas realidades sociales desde una perspectiva más social. Estas ins-
tancias formativas irían respaldando su vocación, haciéndola ganar confianza y
facilitándole herramientas que luego fueron desplegadas en sus textos dramáticos.
En 1954, su primer estreno teatral, Pacto de medianoche, se desarrolló en
condiciones bastantes precarias, sin productor ni director, con ella misma involu-
crada integralmente en el proceso. Fue a partir de ese momento que Aguirre inició
Manuscrito personal.
De la vocación al oficio: Nace una dramaturga 63
tal vez porque a la obra de teatro puedes integrar la música, las artes plásticas, las
coreografías, manifestaciones artísticas que, como afición, practiqué desde niña.
La novela se escribe a solas; las obras de teatro no las termino hasta trabajarlas en
el montaje con director y actores. A veces una buena actuación pide más texto o
hace que sobren palabras. También emociona sentir la respuesta del público. En
una obra de teatro se dialoga por boca de personajes que poco tienen que ver con
el autor; sin embargo, luego de documentarme, casi siempre me convierto en mis
personajes. He sido tanto la Lorenza de Los que van quedando en el camino, o la
Guatona Romilia de Los papeleros, como Manuel Rodríguez, Diego de Almagro o
Francisco de Miranda.
En una entrevista hablaste del teatro como “duro oficio de hombre”, porque
exige objetividad y las mujeres tenderíamos a géneros más subjetivos.
Exactamente. Lo dije porque cuando empezaba a escribir teatro, las mujeres publi-
caban libros de géneros subjetivos, principalmente poesía. O debí decirlo al añorar
el género narrativo, ya que en la novela escribes con toda la libertad del mundo,
ya sea en primera o tercera persona. Además, eran escasas las dramaturgas nacio-
nales o extranjeras. Ahora no lo pienso así, y no me cabe duda de que las mujeres
tienen igual capacidad que los varones para escribir en cualquier género. Esto me lo
confirmó un detalle: Manuel Rojas, cuando escribíamos Población Esperanza, en
las escenas de amor, prefería decir él los parlamentos de la mujer porque, comentó,
no conocía la reacción de otros hombres, sólo la suya. En cambio, dijo, sabía de la
reacción de más de una mujer.
¿Cómo se contraponen esas dos visiones? Por una parte está el hacer colectivo,
pero también parece que es un hacer masculino. ¿Habría diferencia entre tus
obras y las de los dramaturgos hombres?
No veo la dramaturgia como un hacer masculino, aunque, naturalmente, la mayoría
de los dramaturgos son hombres, al igual que los escritores, debido a otro tipo de
circunstancias. Pero para una autora no es difícil crear o recrear personajes de ambos
sexos, ya que este oficio requiere de una dosis natural de psicología o de una inclina-
ción a observar. Seguramente la mujer observando a su pareja llega a conocerlo mejor
que él mismo (también vale para que el hombre pueda crear personajes femeninos).
Contamos, además, con los testimonios y la documentación directa o escrita.
En cuanto a si había diferencia entre mis obras y las de los dramaturgos hombres, se-
guramente la había y la hay, pero no en cuanto a la creación de personajes. Un ejem-
plo: el público que veía mi obra Los que van quedando en el camino se extrañaba
De la vocación al oficio: Nace una dramaturga 67
de que fuera mujer su autora, por las escenas de guerrilla, entre hombres solos. Pude
describir bien el comportamiento de esos campesinos alzados porque la acción
me fue narrada por sus verdaderos protagonistas. En este sentido, la dramaturgia
tiene mucho que ver con el periodismo, con la investigación. Tal vez la diferencia
puede estar en relación con los temas escogidos o la tendencia de algunos autores
hombres a innovar en las estructuras o a emplear un lenguaje más abstracto, sin
preocuparse de la claridad. Para mí es muy importante que una obra sea clara, que
el público la entienda sin problemas, aunque tenga muchos elementos no realistas.
Es algo que me caracteriza, y no sé si tiene que ver con ser mujer, con una diferencia
de género, como dicen hoy.
Sostienes que lo tuyo es más la creación que la ejecución. ¿En qué sentido?
En los estudios de piano me daba cuenta de que no era mi vocación ser ejecutante,
y en la danza me gustaba crear las coreografías, pero sabía que como ejecutante no
llegaría muy lejos. También al tomar clases de guitarra me resultaba más fácil crear
la música y la letra de una tonada que aprender la lección. (Compuse muchísimas
canciones para guitarra entre los dieciséis y los veinte años). Además, el ejecutante,
músico o bailarín, debe tener una dedicación —someterse a un training— que me
pareció esclavizante. Y en el ámbito teatral, la escritura deja bastante más libertad
que la actuación para decidir cuándo y cuánto tiempo le dedicas, sin contratos ni
obligaciones de horario, lo que es una ventaja al ser casada y madre de familia.
de algunas disciplinas y poco o nada de otras. En historia conozco bien las épo-
cas sobre las que me he documentado para una obra. Por ejemplo, sobre la del
pueblo mapuche, ignoro lo que ocurre entre la muerte de Lautaro y la aparición
del caudillo Lientur, cincuenta años más tarde, pero sé lo que ocurre entre 1600 y
1641 (la Paz de Quilín), lapso tratado en mi novela inédita Los guerreros del sur.
Luego conozco el periodo de los años ochenta (lucha contra una ley dictada por
Pinochet), que coincidió con mi investigación para la obra Lautaro en la ruca de
la familia Painemal.
¿Hay entonces, cierta similitud entre el método para escribir y el que se aplica
a la actuación?
Los actores tienen que encontrar, al igual que el autor, el objetivo, el llamado su-
perobjetivo. Indagar en el pasado del personaje, conocer el tipo de acciones por
las que se informa, etcétera. Hasta el día de hoy agradezco a Hugo, que luego fue
un amigo entrañable, que en la Academia me hiciera escribir diálogos breves para
enseñar a los alumnos de actuación los postulados de Stanislavsky, porque fueron
esos diálogos mis primeros ensayos en la escritura teatral.
¡o nada!”). Eso le dije a Hugo, pero su respuesta fue categórica: “Se puede apren-
der, y si no, nada pierde usted con ensayar; sólo tiene que presentar el carné de
identidad y pagar sesenta pesos”.
6 de mayo, 1951
Ahora sí, siento que puedo realizar algo. Ayer me inscribí en el curso de Arte
Dramático y Técnica del Drama en la Academia de Hugo Miller. Se equivoca José
Ricardo en lo de “se nace con esa disposición, ¡o nada!”. (Lo reivindico porque,
poco antes de mi viaje a París, su obra Bárbara Fidele, que le escuché leer, me
impactó de tal manera que fue mi primer impulso para escoger el teatro en la es-
critura). La técnica se puede estudiar. Con instinto y con imaginación se escribe,
si hay talento. Luego, con el estudio de la técnica, la razón analiza y corrige lo que
el instinto propone.
Dramaturgo nacido en Málaga en 1915, avecindado en Chile por la guerra civil. Terminó sus
estudios en la Universidad de Chile y fundó, junto con el profesor Pedro de la Barra, el Teatro
Experimental de la Universidad de Chile.
70 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Los últimos días del mes de marzo me dejaron esa depresión que atribuyo al
otoño. Pero con el año organizado, estoy bien. Tendré que dejar mis clases de
dibujo, y lo siento: mi profesor, Vittorio di Girólamo, expuso uno de mis dibujos a
lápiz: “Amo tu jarrón”, me dice. Pero al preguntarle, “¿qué crees que debo elegir?”,
respondió, sin vacilar: “El teatro es lo tuyo”. Regalé lápices y colores.
20 de mayo, 1951
Tengo ahora horario completo. Debo seguir el curso de Actuación. ¡Al fin voy a
conocer el teatro desde dentro, como tanto lo deseaba! ¡Más vale tarde que nun-
ca! Lo digo porque a fines del año pasado, Vittorio me pidió que fuera su ayudante
de dirección en una obra de la Universidad Católica (Las nubes, de Aristófanes),
que debía presentar “a media confección” para ser o no aprobada ante la directi-
va del Teatro. ¡Esa experiencia terminó mal! Teníamos excelentes actores, como
Jorge Álvarez y Jaime Celedón, pero no era bueno el del personaje que dialogaba
con Carlos Lazo, con el rol del “Razonamiento Justo”. Durante la presentación,
Vittorio, molesto por lo mal que leía, me ordenó: “Acércate, pídele el libreto y
sigue leyendo tú”, lo que debió resultar bastante insólito para los del jurado. Al fi-
nalizar el ensayo, antes de que ellos se pronunciaran, Vittorio se levantó y declaró,
enfático: “¡Esto es una porquería!”. No hubo comentarios del jurado, se acabó mi
experiencia. Fui a ver una película sacadora de lágrimas, para llorar a mis anchas.
21 de mayo, 1951
Ayer me hicieron actuar. Me sobraban brazos y piernas, pero hoy no lo hice tan
mal. El curso de técnica para escribir aún no empieza. En actuación trabajo un
diálogo con Cucho Cardemil. El primer día, cuando me estaba sintiendo como
muchacha que plancha en las fiestas, Cucho se acercó, con su simpatía y su sonri-
sa de muchos dientes: “¿Quiere trabajar un diálogo conmigo?”. (Oí, “¿me concede
usted este baile, señorita?”.) Él, que es actor además de pintor, está a cargo de
las relaciones públicas, por lo que es un privilegio tenerlo de compañero para la
prueba de admisión. Con él y con mi profesor Rómulo Herrera vamos después de
clases a un local para oficiales retirados, a “conversar un vinito”. Rómulo saca de
su billetera un papel con la letra de una canción (nostalgia de su paso por Estados
Unidos), It’s raining violets. Cantamos en coro con la segunda voz de Cucho, y
somos felices. Cucho y yo navegamos a la deriva. Según él, nos une tener en la
frente “el signo de Caín”.
De la vocación al oficio: Nace una dramaturga 71
24 de junio, 1951
18 de julio, 1951
1951
Me emocionaron las calurosas felicitaciones de Hugo y Rómulo; dicen que soy “el
resultado más positivo de la Academia”, esto por haber escrito mi primera obra
de teatro (adaptando la historia que escribí para el examen de cine en París). Los
alumnos actuarán en ella. La llamé Entre dos trenes.
2 de agosto, 1951
Trato de olvidar los pequeños problemas cotidianos, la gente que depende de mí,
que pesa sobre mí, tanta tarea impuesta, y ese estar siempre con un pie en lo do-
méstico y el otro en la creación artística, realizando a medias una cosa y otra.
30 de agosto, 1951
Entre los diálogos que me pide Hugo para aplicar los preceptos de Stanislavsky,
escribí uno basado en una acalorada discusión con Gerardo. Llegó una noche,
vísperas de Navidad, después de estar ausente unos días, como suele hacerlo (ya
72 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
¿Cuál fue la primera vez en que viste montada una de tus obras?
El año 1954, Pacto de medianoche, que montó Raúl Montenegro, el que se iniciaba
como actor. Esa obra me la inspiró él, al verlo actuar en un café-concert; y él, sin
saberlo, cuando le pasé las tres obras en un acto que por entonces era toda mi pro-
ducción, escogió ésa. La obra trata de una mujer que, por una desilusión amorosa,
está a punto de suicidarse de un disparo en la sien. Al ver entrar por la ventana a un
hombre que toma por un ladrón, dirige el revólver hacia él, que resulta ser un pintor
bohemio que le propone un pacto: “Si antes de la medianoche no le ha sucedido
nada extraordinario, se suicida”. Y le dice que vive en una buhardilla del edificio y
De la vocación al oficio: Nace una dramaturga 73
llegó a su ventana por una cornisa. Luego ella se entera de que ese pintor se suicidó
dos días antes, que quien la visitó fue un fantasma, arrepentido del suicidio. Eso
sería lo extraordinario que le impide suicidarse.
Soplar, es “dar letra”, como se dice en teatro, y era el oficio del “apuntador” o “consueta”. En
la parte delantera del escenario había una estructura conocida como “concha”, por su forma,
que lo ocultaba al público y le permitía apoyar a los actores dictándoles sus parlamentos. Se
la suprimió desde la creación de los Teatros Universitarios, con mayor exigencia de memorizar
el texto.
74 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Contaban con Agustín Siré, magnífico actor; el director Pedro Orthus, Marés González, Alicia
Quiroga, los hermanos Duvauchelle, Mario Lorca, María Cánepa, María Maluenda.
De la vocación al oficio: Nace una dramaturga 75
20 de abril, 1954
1954
Me trajeron datos de un concurso de obras teatrales en un acto.
Desde ayer me estrujo el cerebro para producir una. No pensé
que fuera tan difícil. Siento que son tantos los temas que se pue-
den tomar, inagotables los ambientes que quisiera describir, que
me quedo desconcertada, sin optar por ninguno. No estoy satisfecha con lo que
hago, que es copiar la realidad en que vivo. Preferiría pintar un mundo idealizado,
tal vez, que imagino más alegre. Superar nuestra realidad, o inventarla. Y ¡nada de
antagonismos conyugales en la línea de Strindberg, y su genial Danse de mort!,
pero estoy lejos del genio de su autor y sus dolorosas experiencias.
Acabo de terminar dos vestidos de lanilla granate, estilo flamenco, con cuellos
blancos de organdí, para Trini y Pilar (para el matrimonio de mi hermano). Ya las
imagino, con su piel tan blanca y cabello rubio y cobrizo, se verán como “salidas
de una tela del renacimiento, o de un Renoir”, como dice mi madre.
18 de julio, 1954
Seis de la tarde, invierno, luz muy dulce, música de Midnight Dream, serena ele-
gancia del siglo XVII, Sueño de una noche de verano. Una taza de té con un trozo
de queque; en el escritorio aguarda mi obra de teatro. Me pregunto si soy feliz. Mis
dos obras (Carolina y Entre dos trenes) tuvieron aceptación (en la lectura), y ten-
go una entrada para ver a J. L. Barrault: París viene a mi encuentro. Sin problemas
sentimentales, sólo económicos, mi salud bien: ¿qué más se puede pedir?
15 de octubre, 1954
Debo buscar cierta unidad, y al mismo tiempo convertir estos apuntes en “mi
memoria orgánica”, frase de Mario Góngora... ¿qué fue de Mario? Él actuaba como
76 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
29 de octubre, 1954
O’Neill es grande, pero, ¡a qué precio pagó su genio! Acabo de ver Donde está
marcada la cruz, de la serie Dramas del mar. Parece tomar para sí el sufrimiento
de la humanidad, el que se refleja en sus obras. A medida que aumenta mi fe en
el teatro, me desesperan mis limitaciones. Quisiera avanzar tan velozmente como
mi deseo, con la dinámica de la imaginación: va tan aprisa, que hasta nos deja vis-
lumbrar la obra terminada. Una cosa es imaginar una obra; otra, escribirla, palabra
por palabra… En vísperas del estreno de Pacto de medianoche me lleno de dudas.
Hay dificultades. ¿Podrá montarla Raúl? No se sabe cómo va a funcionar una obra
hasta verla en escena. ¿Cómo la recibirá el público? Mientras tanto, pienso en la
próxima obra, la que ahora trato escribir.
grupos de provincia, la hemos escogido”. No podía creerlo. Luego me dijo que llega-
ba de la Universidad de Yale, Estados Unidos, donde completaba sus estudios, el re-
cién egresado director Eugenio Guzmán, y que deseaba aplicar los métodos aprendi-
dos en obras nacionales. Me anunciaron que los ensayos empezarían tal día, con la
actriz Alicia Quiroga y los actores Mario Lorca y Ramón Sabat, los tres que brillaban
en Noche de reyes. Cuando salí a la calle, supe lo que era caminar “sin pisar el sue-
lo”. ¡Lo consideré
milagroso! Tan ines-
perado fue llegar a la
sala Antonio Varas
justo al año, como
me había anunciado
Raúl Montenegro,
que ni siquiera se
me ocurrió pensar
que la montaban
porque Carolina te-
nía valor.
Y mágico fue tam-
Estreno de la obra “Carolina”, Teatro Antonio Varas, 1955. bién mi encuen-
tro con Eugenio
Guzmán. Nació en-
tre nosotros una bellísima amistad, además de la prolongada colaboración. Durante
el montaje pude corregir la obra con sus sugerencias, gracias al método de im-
provisación aprendido en Yale, hasta dejarla convertida en una comedia fina, con
enorme aceptación de público. Creo que fue por su diálogo de comedia liviana que
Eugenio Dittborn me pidió que escribiera La pérgola de las flores, y con la dirección
de Guzmán. Formábamos una buena dupla para el género comedia. En el estreno,
el público celebraba cada dicho gracioso y el aplauso final, según Domingo Piga,
quien administraba la sala, fue el más largo escuchado hasta el momento. ¿Cómo
podía yo, autora sin experiencia, imaginar que Carolina, mi modesta obra en un
acto, obtendría aplausos más prolongados que la brillante obra Noche de reyes?
Fue ése un momento cumbre en mi larga trayectoria. La crítica, prensa y radio, fue
unánime a favor. Eugenio Guzmán me comentaba, con su mirada entre pícara y
diabólica: “No sabes lo que esto significa, pocas obras lo consiguen. Es porque
no eres conocida. ¡No eres peligro para otros! Espera que lo seas y empezarán las
rivalidades”. (Y cuando se estrenó, cinco años más tarde, La pérgola de las flores, y
78 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
se vio desde las primeras funciones el éxito excepcional, con mirada dramática, me
advirtió: “Prepárate para las envidias… es el problema de sobresalir en este país”).
¿Sentiste que había resistencia, por ser dramaturga, cuando presentaste tus pri-
meras obras, como Pacto de medianoche, o Carolina?
En general no sufrí discriminación por ser autora. Más bien la sufrí más tarde, con
el éxito de La pérgola de las flores, como me lo advirtió Eugenio Guzmán, y algo,
también, por ser mujer. Cito una reflexión de Diamela Eltit en una entrevista al ser
candidata al Premio Nacional. Protestando por la discriminación para premiar a las
mujeres, se pregunta: “¿Qué hubiera ocurrido si La pérgola de las flores la hubiera
escrito un hombre?”. Es decir, el que la obra de “mayor éxito en la historia del
teatro chileno”, como dicen los comentaristas, fuera escrita por una mujer, creo
que causó molestia en el ámbito teatral. En ese ambiente (entre los años cincuenta
y setenta), aunque tenía muy buenos amigos, sentí a veces rechazo, no por ser
mujer, sino por mis apellidos, que sonaban a “clase alta”, ya que muchos perte-
necían al Partido Comunista. Cuando presenté mi obra Los papeleros al Teatro
de la Universidad de Chile, al que pertenecía, alguien que no nombraré me dijo
con bastante insolencia: “¿Por qué no te dedicas mejor a escribir obras como La
pérgola de las flores?” (esto es, “no te metas con el pueblo...”). Pero si ha habido
discriminación, ha sido sólo en ciertos grupos del ambiente teatral, porque del pú-
blico nunca he dejado de recibir exagerados elogios por ser autora de La pérgola.
Tanto así, que me alegra que me feliciten por cualquiera otra de mis obras y mucho
más me emociona recibir aplausos por Retablo de Yumbel, o Manuel Rodríguez,
que esa especie de euforia que provoca La pérgola de las flores. Quienes disfrutan
del aplauso tan entusiasta y siempre seguro son los actores, los que suelen demos-
trarme su gratitud por haberla escrito.
De la vocación al oficio: Nace una dramaturga 79
Llama la atención que, desde los inicios de tu carrera, trabajaste tus textos con
los directores que iban a montarlos, corrigiendo en los ensayos, escuchando los
parlamentos en la voz de los actores; en el fondo, terminas la obra en el escena-
rio. ¿Cómo piensas esa dinámica?
Trabajé muchas obras con el director Eugenio Guzmán, primero con la obra aún en
el papel y luego asistiendo a todos los ensayos. Guzmán imponía una disciplina
estricta, como la de establecer que el autor no se entendiera directamente con
los actores sino por su intermedio, a menos que él lo solicitara, lo que me parecía
acertado.
Los actores sienten más cercano al director que al autor, sienten que es uno de ellos,
ya que para ser director se estudia actuación. Cuando el elenco ensaya, el director
pasa a ser el maestro, adquiere una imagen paterna, dependen totalmente de él.
Mi relación en el trabajo con Eugenio fue siempre armónica. Había mutuo respeto
sobre la parte que correspondía a cada uno. Como ya te dije, cuando el actor dice su
parte y le da peso con sus actitudes o sentimientos, suelen sobrar palabras, las que
son sólo necesarias en la lectura. A veces pido tantos cortes en los ensayos, que
el director se niega a hacerlos, como me ocurrió con Abel Carrizo-Muñoz cuando
dirigía Lautaro. Tuve que usar una treta para conseguir un corte en la obra. Abel
me decía: “Los autores exigen que respeten hasta la puntuación de sus textos, ¡y
tú sólo pides cortes!”.
En suma, si puedo asistir a los ensayos, termino la obra en el escenario. Me agrada
mucho ese trabajo, aunque no siempre puedo estar presente en los ensayos ni
tengo la misma afinidad con el director como la que tenía con Eugenio, que dirigió
varias de mis obras. Y cuando mejor funcionó y más disfruté con esa labor colecti-
va, fue en la puesta en escena de Manuel Rodríguez, que dirigió Ana María Vallejo,
con el grupo Teatro Círculo.
10
La segunda versión se llamó Las tres Pascualas y fue estrenada en 1976, y la tercera se tituló
La leyenda de las tres Pascualas y se montó en 1977.
82 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
obra se basa en una leyenda, la de tres mujeres que se ahogaron por amor frustrado
en una laguna, una laguna de Concepción llamada Las Tres Pascualas. Pedro de la
Barra estaba aún en el Teatro y fue él quién decidió que se montara para estrenarse
en la sala Talía (en la del Antonio Varas se presentaba Mama Rosa, de Fernando
Debesa), y llevarla luego en gira a Concepción.
21 de julio, 1957
16 de septiembre, 1957
La lectura fue terrible. La leyó una sola persona, incluyendo acotaciones, con tono
monótono. A Eugenio y a mí se nos hizo larga y nos pareció que los actores se
aburrieron. Pedro de la Barra, que me esperaba abajo, en el café, se burló de mi
aflicción. Dijo que todas las obras, menos las cómicas, así leídas parecen terribles
“latas”. Igual corté cuanto pude.
De la vocación al oficio: Nace una dramaturga 83
7 de octubre, 1957
18 de octubre, 1957
Héctor Duvauchelle, ¡excelente actor! Temía que ese personaje fuera débil. Con su
personalidad y talento adquirió fuerza y riqueza. Algunos actores se acercaron a
decirme que la obra les parecía estupenda. La actriz muda irá a observar a la escuela
de sordos mudos. Quedé feliz al oírle decir a Eugenio que mi obra era la que más
le gustaba de todas las que había dirigido hasta ahora. Duvauchelle nos repite, a
Eugenio y a mí, “qué gran experiencia y qué gusto se siente al trabajar con ustedes”.
Me siento defendida con la dirección, actores y la música de mi amigo Gustavo
Becerra. La iluminación muestra, en transparencia, la laguna o “interior casa”.
19 de octubre, 1957
Se revisó el enfoque: la pasión lleva a un desenlace fatal. Visto por los personajes del
pueblo, de los conflictos de las Pascualas surge la leyenda tomando sólo la esencia:
“murieron por amor”. Improvisaciones. Fueron tan buenas que sacaron aplausos.
6 de noviembre, 1957
Algo que no les ocurre a los autores hombres, en medio de los ensayos, el 25 de
octubre, di a luz a un hijo. El domingo 24, Eugenio me hizo “marcar los movimien-
tos”. Con mi barriga de nueve meses debió resultar extraño. La víspera, cumplea-
ños de Pedro de la Barra, estuvimos festejando y bailando. Al día siguiente nació
mi hijo Pedrito; padrino, Pedro de la Barra; según él, me cuidó durante los meses
de mi embarazo. Al reintegrarme a ensayos, a los doce días, me desconcertó ver la
obra actuada, temí que no fuera buena. Luego comprendí lo que Eugenio y actores
84 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
habían aportado. Emociona el amor con que trabajan. Duvauchelle en las escenas
de amor da ternura sin entregarse. La Muda, con ojos afiebrados, parece aislada
por una cortina de silencio. La obra pasa bien de la fatalidad y supersticiones, a la
tragedia. La cábala del número tres adquiere relieve con la actuación (inspirada en
Tirano Banderas de Valle Inclán).
dramática— sabía el por qué de la falla. Él detectaba los errores y yo sabía cómo
corregir. Cuando dirigía otras obras nacionales o clásicas, Eugenio me pedía que le
indicara qué cortes convenía hacer, porque con ese trabajo en común, los cortes pa-
saron a ser mi especialidad. A más de veinte años de la muerte de Eugenio, cuando
se prolongan los aplausos en los estrenos de las reposiciones de La pérgola, pido un
aplauso para él, o le dedico la función. Lo siento presente en esos reestrenos.
Habría muchísimo más que decir sobre Eugenio, pues son muchos los autores que
dirigió y los actores que formó, y no hay quién no lo recuerde con admiración como
maestro y con cariño a su persona.
veces trabajamos juntos. Porque ya no volvería a verlo. Al día siguiente partí, invitada,
a Estados Unidos y me enteré de su muerte en México, donde pasé al regresar.
sus derechos en una sociedad patriarcal, al tiempo que luchan por el bienestar de
su comunidad. La mujer se presenta como un sujeto activo. En variadas ocasiones,
Isidora me comentó que era consciente de las limitaciones de su condición feme-
nina tanto en relación con el trabajo de autora como con las exigencias públicas,
pero que en vez de persistir en la queja, resarció esa dificultad al construir persona-
jes femeninos y populares responsables de pequeñas revoluciones y rebeliones.
Las protagonistas de Aguirre recuerdan la producción de García Lorca, que
subtitulaba sus obras como “drama de mujeres en los pueblos de España”, según
lo señala la académica canaria Ángeles Mateo del Pino.11 En este caso, evidente-
mente, se trataría del drama de las mujeres en los pueblos de Chile. En la obra Los
papeleros, el personaje de Romilia es la única capaz de llamar a la protesta, moti-
vada por lo que le ocurre a su hijo entre el precario y desprovisto mundo de los re-
colectores de papel. En Los que van quedando en el camino, la campesina Lorenza
aparece como la depositaria de la memoria colectiva y la que tiene la capacidad de
transmitir ese legado a la nueva generación, representada por Juanucho. En Retablo
de Yumbel, es Marta quien llama a la conciencia social y la necesidad de suble-
vación. Y en ¡Subiendo... último hombre!, es el coro de madres el que denuncia la
situación de injusticia y abuso.
En cuanto a la influencia del autor granadino, recuerdo haber leído la afir-
mación que hizo Isidora en un periódico: “Federico García Lorca siempre quiso
defender los derechos de la mujer en una sociedad cerrada”. Así fue como revisó sus
obras y distintas biografías y se encontró con una escritura inspirada en sucesos
cotidianos: desde anécdotas de vecindario hasta dichos populares. Es más, encon-
tré que la mayoría de sus personajes femeninos están “inspirados en mujeres de
verdad” (El Mercurio, miércoles 27 de agosto de 1997). No olvidemos que escribió
la obra Mi primo Federico tras internarse en el imaginario y obra del autor, creando
una pieza en la que transitan los personajes Doña Rosita, la soltera, y la nieta de
Bernarda Alba, a quien seguimos en su proceso de liberación.
Mujeres, ciudadanas de la polis y guardianas de su tribu y de la especie, es
la impronta de sus personajes femeninos.
11
Académica de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Esta idea es mencionada en
su artículo “Furia de color de amor, amor color del olvido: Las Pascualas de Isidora Aguirre”,
en Isidora Aguirre entre la historia y el compromiso, Secretariado de Publicaciones de la
Universidad de Sevilla, Sevilla, 2008, pp. 61-83.
Obras de emergencia:
teatro social-político
12
Parte de este capítulo surge de una entrevista realizada para el Proyecto Fondecyt 1051005
“Memorias del 2000. Literatura chilena y globalización”, dirigido por la profesora Rubí
Carreño, Instituto de Letras, PUC.
100 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
gobierno. Cada vez que ella iniciaba un discurso, los guardaespaldas de los otros can-
didatos le daban una paliza, pero ella regresaba al escenario, cada vez más vendada y
con muletas para anunciar algunas medidas. Era profusamente aplaudida.
Pronto un razonamiento me hizo desechar ese libreto: Nos dirigíamos a una masa
vacilante sin preparación política, disputada por el candidato de derecha, que les
entregaba dinero, y el de la DC, que conquistaba a las mujeres con trabajo y religión,
ofrecidos en lugar del materialismo que nos atribuían. Para no herir susceptibilida-
des, convenía un libreto que, sin denigrar a los otros candidatos, se refiriera a lo
positivo del nuestro. Y había que tomar en cuenta la prostitución del lenguaje que
nació de la competencia por conseguir votos: los oradores de los tres bandos ofre-
cían favorecer la economía “subiendo el nivel de los más pobres, libertad, educación
y salud”. Los de derecha se mostraban preocupados por los pobres y los de izquier-
da por los empresarios, lo que creaba confusión. Por lo tanto, ese libreto debía ser
muy claro. Me basé en algo específico: una de las cuarenta medidas del Programa de
la Unidad Popular, que proponía “beber bien” contra el concepto de “beber mal”.
Beber bien, tomar el vino con las comidas, contra el beber mal, que consistía en
gastar, los sábados, el dinero de la paga semanal en la cantina. Allende se dirigía en
especial a las esposas de los obreros, las que sufrían las consecuencias de ese beber
mal. Hubiera sido utópico pedir que no se tomara vino en un país que lo produce en
abundancia, tiene bajo precio, y donde hay problemas de alcoholismo.
un público más que masivo, ochenta mil espectadores. Por el tamaño de la cancha,
nos preguntábamos qué convenía como escenografía. Patricio Bunster sugirió algo
voluminoso “que se note, como una retroexcavadora”. “¡Eso, precisamente!”, le dije.
No creyó que lo decía en serio, pero luego accedió. “Habrá algún comunista que
tenga una, y otro que se encargue de introducirla en la cancha del Estadio”, dijo.
entre ellos creadores de distintas ramas del arte— para brindar a esa multitud un
espectáculo documental que es parte de nuestra historia.
¿Cómo ha sido el contacto con la gente de pueblo que protagoniza tus obras?
¿Qué es lo que específicamente te hace admirar y tener afinidad con ellos?
Siento gran afinidad con ellos, y admiro las cualidades que pude observar cuan-
do realizaba las investigaciones para mis obras. Admiro su generosidad, cierta
hidalguía y una falta absoluta de resentimiento entre los que “han caído muy
abajo”, como dicen. Es el caso de los papeleros del basural, o de los reos de la
Penitenciaría, cuando tuve con ellos un taller en 1969. Tanto unos como otros
siempre me trataron con gran respeto y cariño, agradecidos porque me preocupa-
ba de sus problemas. El dramaturgo argentino Osvaldo Dragún, con quien tuve
estrecha amistad, luego de ver Población Esperanza, me advirtió: “Empezaste a
escribir sobre el pueblo y vas a continuar. Se recibe tanto agradecimiento de parte
de ellos, que no puedes dejar de hacerlo”. Y en efecto, siempre recibí ese agra-
decimiento, y mucho cariño, tanto de los campesinos como de los mapuche, de
los mineros, cuando estuve entre ellos investigando. Son, a su manera, galantes,
y sus piropos a las hembras tienen gracia y picardía. El chileno del pueblo que se
Obras de emergencia: teatro social-político 107
ganó el nombre de “roto” (dicen que por lo desastrados que andaban debido a la
pobreza del ejército al invadir Lima en la guerra de 1879) es famoso por ser listo,
hasta “pillo”. Tanto el campesino y el mapuche como la gente de la clase obrera,
son hospitalarios y cariñosos, cualidad que los extranjeros solían atribuirnos a los
chilenos. Pero lo que más me ha facilitado el contacto con ellos es el sentido del
humor, que es como un idioma común que crea gran afinidad y hasta cierta fami-
liaridad en el trato. Recuerdo que entre los papeleros encontré un hombre que era
una verdadera joya; me hablaba de su mujer, del amor que ellos se habían tenido;
andaba trayendo la foto de la mujer que había muerto en el parto, y me decía: “Me
casé con ella, porque la madrastra la mandaba a baldear al matadero la sangre de
animales muertos. Yo por sus dolores la quise”.
Tus personajes a veces han sido público de las funciones. Cuéntame de esas
experiencias.
Sobre eso te podía hablar largo. Cuando más me impactó fue en el estreno de
Retablo de Yumbel, donde el público estaba ligado a los personajes de la obra.
Durante la investigación (asesorada por la Vicaría de la Solidaridad de Concepción),
conocí a los familiares de los detenidos desaparecidos del Laja. Al final de la obra,
las Madres y el Coro nombran uno por uno a los desaparecidos, encargándolos a
San Sebastián, Patrono de Yumbel, que es también uno de los personajes. Al es-
treno en Concepción acudieron los parientes que me dieron la información para la
escritura. Me daban las gracias, me abrazaban llorando. Una viuda de un desapare-
cido me dijo emocionada: “Yo soy Marta, y me reconocí en la obra”. La historia de
Marta tiene que ver con lo que le ocurrió a ese personaje, pero sólo al mencionarlo
ella me di cuenta de que, inconscientemente, le había dado su nombre. Cuando di-
rigí Retablo de Yumbel en Montreal en 1987, estuvieron en el estreno los padres de
Bautista van Schouwen, el líder del MIR, apodado “El Baucha”, sabiendo que ése,
su hijo, muerto en la tortura y que figura en las listas de detenidos desaparecidos,
era el personaje sobre el que está centrada la obra.
En el caso de La pérgola de las flores, cada vez que se repone, llegan las floristas
con grandes ramos y disfrutan como nadie, instaladas en primera fila. Y en 1960,
antes del estreno de la comedia en la Sala Camilo Henríquez, les dedicamos una
función, a ellas y sus familias. Fue inolvidable lo que ocurrió: las pergoleras se po-
nían todas de pie en la platea con aplausos, al unísono con los actores, borrando
el límite entre el escenario y la sala. Luego declararon a un periodista que aunque
les habían advertido que verían una historia de ficción, no era así, porque las que
estaban en el escenario eran “ellas, tal como actuaban siempre”.
108 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
También impactante fue en una función de Los papeleros en invierno, en una carpa
helada, ver a una mujer “papelera” subir a escena a preguntar por qué había tan
poco público, ya que “por vez primera se hablaba de ellos y se decía la verdad”. Nos
pidió que imprimiéramos volantes de propaganda para que su marido los repartiera
en el Estadio Nacional.
Y para qué decir cómo reaccionaban los mapuche con la obra Lautaro. Me asegura-
ban que yo para ellos era más que machi, al ver que en la obra muestro el aspecto
más positivo de su pueblo, a menudo discriminado.
En la obra sobre Ranquil, Los que van quedando en el camino, el personaje prin-
cipal, Lorenza (en la realidad, Emelina Sagredo Uribe), vio la obra tomada de mi
mano. En la primera parte, “Los días buenos”, decía a cada instante, disfrutándolo:
“Sí, así era yo, así pasaron las cosas”. Y luego se involucró con mucho dolor en el
drama de la segunda parte, “Los días malos”. Desde el escenario, esa noche habló
al público con pasión, diciendo lo importante que era el testimonio que se daba en
la obra, así como la crítica al gobierno de entonces que se hace al inicio. A otra fun-
ción asistió un par de policías rurales (de civil, para no ser identificados) y fueron a
los camarines a decirles a los actores que así, como aparecían en la obra, eran antes
los “pacos” rurales, llamados los “perros de los patrones”.
Lo más positivo de escribir obras sobre nuestra realidad es el que los personajes
estén presentes en la sala y sean ellos los que juzguen, se emocionen y aplaudan el
trabajo del autor y de los actores, en quienes se reconocen.
Los papeleros
¿Quiénes son los “papeleros”?
Son hombres que han sido obreros, mineros, campesinos, que al perder su trabajo
emigran a las poblaciones marginales de la capital. En los campos, los despidos tie-
nen que ver con la llegada de la maquinaria agrícola. Al llegar a la ciudad, les resulta
difícil competir con otros que, como ellos, buscan trabajo. En las poblaciones don-
de suelen instalarse, les sugieren: “Métete en los papeles para pasar el invierno...”.
La recolección de papeles y cartones es oficio en el que pueden trabajar sin docu-
mentación, con toda libertad, cuando quieren o cuando pueden. Pero ahí, la falta
de disciplina, junto con el alcoholismo, los van maleando y luego se les hace aún
más difícil conseguir trabajo. Algunos recogen basura en los tarros de las veredas,
otros terminan trabajando “extramuros”, según su expresión, en un basural como el
que había entonces, en los años sesenta, en Guanaco Alto. Allí iban los camiones
municipales a vaciar la basura del Gran Santiago.
Obras de emergencia: teatro social-político 109
Pero, ¿cómo nace la idea de escribir sobre los que recogen basura?
Mi primera intención fue escribir sobre la toma de una población, llamada La Feria,
hoy La Victoria, formada con el traslado masivo de familias desde el insalubre Zanjón
de la Aguada. Pero al participar en la “Organización Techo” del Hogar de Cristo,
conocí al jesuita argentino Alejandro del Corro, que era un verdadero líder popular.
Decía: “Si hay un incendio, o una toma de terreno, los primeros que llegan son los
jesuitas y los comunistas”. No usaba sotana, y se desplazaba en una moto con
sidecar (la llamaban “con zapatilla”), en la que me llevaba a esa población. Nos
hicimos tan amigos que un día, ante sendos vasos de pisco, me dijo: “Crea o no
en Dios, se va a ir al cielo” (esto, porque había visto Población Esperanza, obra en
que se notaba mi preocupación por la gente que malvivía). En la población La Feria,
el padre Del Corro era muy querido: llegar con él garantizaba la buena acogida. Nos
recibían dos niños que tocaban en un dúo de guitarra y violín la popular “Canción
de Yungay”, que simboliza “la valentía del roto chileno”. Nos invitaban a almorzar,
a la intemperie, sabrosos patos asados que servían en mesas de tablones sobre ca-
balletes, con mantel de papel blanco. En invierno colocaban bajo la mesa braseros
con carbones encendidos. Era gente realmente cariñosa y muy alegre. Apreciaban
las visitas del padre Del Corro y me agradecían que me interesara en la historia de
la población. El padre me rogó que incluyera unos personajes que él conocía muy
bien, los que escarbaban en los tarros en las veredas. Él los hacía acumular en una
bodega el papel que recogían, para enfardarlo a fin de obtener mejor precio.
Fue así como empecé a investigar a los papeleros, con la intención de incluirlos en
la obra sobre la toma de la población.
110 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
¿Qué método empleaste en esa investigación en terreno? No debe ser fácil acce-
der a quienes escarban entre la basura.
En realidad no es fácil conversar con un hombre en harapos que escarba junto con
los perros en un tarro de basura. No podía usar una “encuesta”, menos aún una
grabadora. La primera conversación con uno de ellos me inspiró el “método”. Con
una amiga con la que realicé la investigación no acercamos a un papelero en el ba-
rrio Matucana, y lo primero que se me vino a la mente fue decirle, luego del saludo:
“Somos visitadoras sociales y sabemos que su gremio sufre mucha explotación.
¿Cuánto le pagan, por ejemplo, por el kilo de papel que recoge?”. Pensé que debía
preguntar por lo inmediato, por lo más importante para él, que vendía al peso lo re-
cogido, pregunta que demostraba a la vez nuestra preocupación por las condiciones
adversas en que trabajaba su gremio. A ese improvisado método lo llamé “tirar el
hilito por la punta”. Respondió, animado por nuestro interés, que unos “guatones
de tal lugar pagan una miseria” y se quejó diciéndonos que su oficio era conside-
rado como “la última carta del naipe”. Al preguntarle por qué lo escogió, nos hizo
un relato de cómo tuvo que optar por ese trabajo. Así, esa punta del hilito dio a
conocer la madeja, al permitirnos entablar en forma natural una conversación en la
que nos fuimos enterando de su vida, y de lo que significaba ser un papelero.
Ese primer contacto nos sirvió para ampliar la investigación, entrevistando a los que
“vivían extramuros porque no les gustaba que los vieran escarbando en la calle”, nos
dijo. Enseguida nos dio las señas del basural de Guanaco Alto. Ahí realizamos cerca
de cuarenta entrevistas —conversaciones, en realidad—, que constituyen el material
de mi obra de teatro y que a mi amiga le sirvieron para su tesis de título de Trabajadora
Social. Para redactarlas nos basábamos sólo en la memoria. De vuelta a casa reconsti-
tuíamos las conversaciones y las redactábamos en forma de entrevistas. A veces, disi-
muladamente, anotábamos algunas de sus pintorescas expresiones. Por ello, y gracias
a este método, que va captando lo inmediato en esas charlas, la obra tiene mucho de
un documental. La vida de los papeleros está narrada con sus propias palabras.
Además de la investigación en terreno, leí estudios sobre los marginados en la
Escuela de Sociología de la Universidad de Chile, que dirigía Eduardo Hamuy, y
seguí con él un semestre del curso de Sociología que impartía a los alumnos de la
Escuela de Economía.
Ensayé primero con uno de los papeleros, pero no me servía, al carecer éste de
una motivación que lo empujara a liderar. De ahí nace el personaje de la papelera,
Guatona Romilia, inspirada en las mujeres que, en las tomas de terreno, marchan
a la cabeza, corriendo riesgos con tal de conseguir un hogar para sus hijos. Como
madre, ella podía tener una motivación que hiciera creíble su actitud de lucha. Las
mujeres del basural, por lo general, suelen encomendar sus hijos a algún familiar y
les envían dinero para su educación, cuidando que no se enteren ellos en qué forma
lo ganan. La Romilia reacciona al enterarse de que su hijo, que ha huido de la casa
en el campo donde ella lo tenía encomendado al abuelo, anda en la capital “roban-
do en la calle”. Tienen los papeleros el orgullo de no ser ni ladrones ni mendigos,
sino trabajadores. Canta y corean, al estilo de Brecht:
Romilia llama a un motín para animar a los pasivos papeleros a ir a la casa del dueño
a exigirle que cumpla su promesa de entregar los sitios lejos de la basura. Pronto
se da cuenta de su fracaso y termina incendiando las casuchas del basural: “Ahora
que no tienen nada, tendrán que pelear por que les den casas decentes”, exclama.
El dueño la manda encerrar por “loca”. La estrofa final de la canción, con la que
termina la obra, contribuye a crear el distanciamiento brechtiano para hacer que el
auditorio comprenda que lo que ha visto en el escenario no es una ficción, sino una
dura realidad.
Lo del parlante para el Perro Sepúlveda, que sirve para transmitir la voz del em-
presario abusador, es un recurso genial: ¿cómo se te ocurrió?
Los mejores hallazgos nacen como solución a un problema difícil. Digo “mejores”
porque creo que es ésta la escena más lograda de la obra. El problema era cómo
hacer aparecer entre los papeleros al propietario del basural, un hombre rico con
mucho poder, sin romper la unidad, sin salir del ambiente en que se mantiene toda
la obra. No sabía cómo tratar esa escena. ¿Que cómo se me ocurrió? Quizá por el
contraste de la vida del dueño y de los papeleros, lo que acentué al tenerlos “tiri-
tando de frío” esa madrugada del mitin, mientras el dueño seguramente no salía
112 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
de la tibieza del lecho. Romilia les explica que los citó de madrugada porque “es
la hora en que los ricos duermen”. Seguramente eso me hizo pensar que el dueño
podía recibirlos sin mostrarse. La Romilia logra convencer a unos pocos que vayan
a presentar reclamo. El mayordomo, el Perro Sepúlveda, que tiene la confianza del
dueño, les anuncia que él está tomando desayuno en la cama y que les hablará por
un micrófono. Deja un parlante en el piso, y se escucha el vozarrón del hombre,
humillando a los que, nombrados por el Perro, va identificando. Los increpa al re-
cordarles: “Te recogí por lástima, te lo pasas borracho y pretendes que te dé terreno
para levantar una casa...”. Asombrados, tiemblan al escuchar sus nombres y miran
hacia el parlante con temor. Lo paradójico es que están escuchando al dios que es
el dueño, que “no está en el cielo, sino en el suelo”. Cuando se retiran, sin haber
conseguido nada, el Perro Sepúlveda canta, dialogando con el dueño, sobre las ra-
zones que tiene para no favorecer a los miserables: “No hay que aplicar al problema,
un criterio sentimental…”.
Al encontrar el recurso del micrófono, le saqué el máximo de provecho: el Perro
baila un ridículo minueto con el parlante en sus brazos, coreando las estrofas que
canta el dueño. La letra de la canción es quizá la más brechtiana, al enumerar, can-
tando, las muchas razones por las que los ricos no ayudan a los miserables.
La vida es un hoyo
llenito de basura
¡para escarbar!
Las manos oscuras
se volvieron duras
¡para escarbar!
Que amargo es creer
que el hombre ha nacido
¡para escarbar!
Porque todos los días
con los perros
escarbando
se vuelve uno
un poco perro
escarbando...
Cuando la obra se dio en Buenos Aires, sobre el escenario pusieron un letrero, to-
mado de mis palabras en el programa: “Mientras los basurales existan, el mundo en
que vivimos tiene que ser cambiado”.
público. Eugenio Guzmán, que admiraba la obra, solía decirme: “Es nuestro éxito
más fracasado o nuestro fracaso más exitoso”. Un director del grupo argentino
Fray Mocho, que la vio estando de paso en Santiago, la montó ese mismo año en
Buenos Aires, con éxito de público y excelente crítica. Eugenio comentó: “Allá lo
aceptan porque se trata de los miserables del país vecino y no del suyo”.
Los papeleros también fue publicada en una antología de obras latinoamericanas
en México, y el Grupo mexicano CLETA la montó y la llevó en gira por América
Central. En Panamá estaban los basureros en huelga y la Municipalidad cerrada, y
al dar la obra en la calle, en el frontis de ese edificio, duró una hora más, porque los
basureros entraban al espacio escénico a contar sus problemas.
cuanto a la estética. Una obra mal escrita con este tema, resultaría contraprodu-
cente. Exigía dedicación completa. Lo que fui cumpliendo, enredada en muchas
tareas, partiendo de la vida doméstica, líos y lazos afectivos, que te hacen tropezar
y avanzar con lentitud. Muchas veces he deseado haber nacido hombre para dedi-
carme por entero a una investigación, o a tareas científicas o políticas. Me critico
mi falta de seriedad, constantemente “tentada” por circunstancias ajenas a las
tareas que me impongo, no queriendo perderme nada, o sea, “intentar ser asceta
y sucumbir a cada rato al goce de la vida”.
Estoy convencida de que en estos países nuestros, el teatro tiene la misión de es-
tar al servicio de quienes no tienen voz. Sólo el diario comunista El Siglo hacía lla-
mados para que asistieran a la carpa. No publicaron una crítica ácida de Orlando
Rodríguez, que me acusaba de llevar el “lumpen” a la escena. Comentaron en el
Teatro de la Universidad de Chile, que “el basural estaba visto desde la ventanilla
de un Cadillac”. Hemos sufrido bastante con tu querido amigo Eugenio Guzmán,
quien dirigió la obra. Gusta muchísimo a quienes la ven, pero son pocos.
Respecto a la propuesta de montarla, de Fray Mocho, diré que tengo “la posibili-
dad de ganar algo”, para que mi marido venza su repugnancia hacia mis constan-
tes viajes. Será bueno ir a Buenos Aires y hablar contigo, con mi querido Osvaldo
Dragún, con Saulo Benavente, que piensan como yo. A veces aquí te acorralan
mucho en el medio teatral. Intrigas, rivalidades (el éxito de La pérgola de las
flores, según Eugenio, es la causa). Intentamos contribuir a la revolución que se
está gestando en Latinoamérica, luchar contra las diferencias sociales, contribuir
aunque sea con granitos de arena, que se juntan con otros, y otros.
Me dio por predicar, pero no dejo de seguir peleando con mi propio caos. Un
abrazo apretado.
amigos y a mí, a una comida. Fue entonces cuando le pedí que me diera un tema
campesino. Anotó en una servilleta un nombre, el de Chacón Corona, un campesino
carbonero que llegó a diputado. En el papel decía “Ayuda a mi amiga Isidora” y una
dirección, la sede del Partido Comunista. Chacón Corona, un luchador idealista, de
trato amistoso, supo enseguida a qué tema se refería Neruda, por haber apoyado a
los campesinos de Ranquil cuando se declaró en huelga de hambre. Invitó a la sede
del Partido a los hermanos Sagredo Uribe, líderes junto con Juan Leiva Tapia, del al-
zamiento de la década del treinta. Ellos y su hermana Emelina, que tuvo parte activa
en el alzamiento, lograron sobrevivir escapando por la cordillera. Otra de sus herma-
nas, pareja de Juan Leiva, estuvo en prisión, donde dio a luz a la hija que tuvieron
ambos. Emelina me llevó a conocerlas, para que me dieran su testimonio.
¿Por qué escogiste ese título, Los que van quedando en el camino, para la obra?
En el año 1964, la primera vez que fui jurado de teatro en el concurso anual de Casa
de las Américas, conocí al Che Guevara. Me impresionó mucho su persona, razón
por la que luego le dediqué la obra sobre el levantamiento de Ranquil. Los que van
quedando en el camino es parte de una frase del Che en el libro sobre la guerrilla
cubana: “De los que no entendieron bien, de los que murieron sin ver la aurora,
de sacrificios ciegos no remunerados, de los que fueron quedando en el camino,
también se hizo la revolución cubana”.
en Nitrito, la que les había sido asignada por una ley el gobierno en arrendamiento
gratuito con plazo fijo, a fines del siglo XIX; pero al finalizar el plazo, en lugar de
devolverlas al fisco, las inscribían como suyas. Al sacarlos les quemaron las cose-
chas y los dejaron en un lugar de la cordillera donde el terreno era pedregoso y no
se podía sembrar.
allí, Lagos y mi amigo caminaron junto a mí, montada en el único caballo, llevando
algunas provisiones para llegar hasta la puebla de Ranquil. Fue por esas tierras
usurpadas que Juan Leiva, Lagos y los Sagredo crearon el sindicato (no legal) de
Lonquimay, con la firme intención de recuperarlas. La unión de los campesinos
provocó el terror de los latifundistas y sus clamores de auxilio motivaron una re-
presión desproporcionada, como fue el envío de tropas contra un número pequeño
de alzados.
Algunos pintorescos dichos de Domingo Lagos quedaron en la obra: “Cuando lle-
gan aquí a hablarnos de cooperativas o lo que sea, los campesinos no vamos a
entender las cosas de un pronto a un pronto. Nos explican algo, y a la semana lo
venimos a entender”. Debido al aislamiento, conservaban gran pureza del lenguaje.
Del frío, muy intenso, hablaban como de un personaje más. Llamada por Domingo,
llegó de otro pueblo su madre. Rígida en su yegua, el pañuelo bajo sobre la frente,
expresión adusta en el rostro surcado de arrugas: “Se enojó la cordillera” dijo, anun-
ciando mal tiempo. Nos contó al interrogarla: “Mi esposo estaba en la puerta de la
casa y cuando se llevaron preso a Juan Leiva, a ‘pegual del caballo’ le dispararon dos
tiros. Él dijo: ‘Todavía aguanto otro’, y ahí mismo cayó”.
campesinos. Era como si me urgieran aquellos “muertos del Biobío”, los que dieron
la vida en su lucha por la tierra que les estaban usurpando. Traspasé, entonces, al
personaje Lorenza ese sentido de culpa, con el recurso teatral de hacer surgir a sus
tres hermanos muertos para exigirle que hable, que cuente lo ocurrido.
¿Hay, como en otras obras tuyas, una lectura contemporánea de esos sucesos
de los años treinta?
Sí, claro. En la primera escena de Los que van quedando en el camino hay una mar-
cha de protesta de unos campesinos, que situé en el presente de su estreno, esto
es, en el año 1969, durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva. Los campesinos
van exponiendo sus quejas, comparando el pasado con el presente, y el Coro (de
los mismos campesinos) subraya con un “Ayer, igual que hoy”. Es una crítica al
gobierno de entonces, porque —lo mismo que en esos años treinta—, no cumplía
las promesas a los campesinos.
También hay una “lectura” contemporánea al final de la obra: refiriéndome a la
revolución cubana, los actores cantan (con música de Luis Advis) versos adaptados
de la segunda “Declaración de La Habana” de Fidel Castro. Dice la última estrofa:
“Ahora sí / la historia tendrá que contar / con los pobres de América...”
las obras que recibía la comisión de lectura. Los que van quedando en el camino
ganó por un voto.
Sobre la música hay un dato curioso, como lo cuenta Luis Advis al referirse a la
Cantata Santa María de Iquique. Cuando Eugenio Guzmán le pidió la música,
compuso canciones con letra basada en los episodios de la obra. Al saberlo yo a
mi regreso de La Habana, le dije que ésta sólo requería música incidental y le sugerí
que llevara las canciones al conjunto de los Quilapayún, de quienes era amiga.
Ellos tenían ya en mente el proyecto de la Cantata Santa María de Iquique. Lucho
compuso entonces las letras para la Cantata basándose en las melodías que había
compuesto para mi obra.
de la realidad para transformarla, una vez que los hombres tomen conciencia de
que pueden y deben destruir lo insoportable.
He sido lector y espectador de Los que van quedando en el camino. Como parte
del público me he sentido virtualmente asaltado. Agarran por el cuello la emoción
y la ira, la indignación y la pena. Lección de una inquietud tremenda, que clama
más que al cielo, a la tierra, por la tierra para los que la trabajan. La concurrencia
experimenta la sacudida. Grita, llora. O sea, una legítima pieza, eficaz, que estalla
en la comunicación directa, como una bomba. Nadie puede quedarse frío. Habla
al sentimiento, a la voluntad, llama a hacer algo. Es el anverso, la negación del
mero entretenimiento, del solaz pasajero para un gusto dudoso e inestable. Y
también del reino del absurdo y de la “elite”. Incursiona en el corazón desgarrado.
Y se dirige también a la inteligencia del pueblo. En tal sentido, contribuye a la crea-
ción de una cultura popular. Se vincula al pensamiento y a la auténtica inquietud
de nuestro país y de nuestro tiempo.
Está comprobado que Isidora Aguirre es capaz de hacer cualquier teatro. El de
la diversión fina, como la comedia musical más espectacular y taquillera. Pero al
éxito de los grandes auditorios fáciles y gigantescos, que compran boleto para un
apacible viaje de huida de un par de horas lejos de la realidad agria de su existen-
cia, ella ha preferido, en Los papeleros y sobre todo en Los que van quedando en
el camino, hablarle directamente al pueblo de su verdad y no de su ilusión. No
quiere ser traficante de drogas. La multitud que aplaudió y sigue aplaudiendo La
pérgola de las flores probablemente no sea la misma que ovaciona entre lágrimas
su producción ulterior, pero pertenece a la categoría de esa muchedumbre más
activa y creadora; la que, llorando, se enfurece.
Así se plasman las manifestaciones iniciales de una revolución en el teatro chi-
leno, ansiosa de sensibilizar a los auditorios no en el arte de la fuga, sino en la
autoconciencia de la propia situación y del deber de actuar.
Es cierto que los fogonazos de la muerte sellan la insurrección campesina en
Ranquil. Y que los fantasmas atormentan a la mujer con la pesadilla recurrente
que la persigue, rememorando la tragedia imborrable. Pero todo con aliento de
vida, a ratos épico, y con necesario misterio. Aunque también con la claridad que
permita, conforme al objetivo de una dramaturgia realista y crítica, en verdad re-
presentativa de los conflictos más agudos de la sociedad contemporánea, señalar
la salida y los tramos del camino. De modo que los muertos que se van quedando
en él, para invocar las palabras bautismales del Che Guevara, iluminen a los pue-
blos sobrevivientes, inmortales a pesar de todo.
La técnica, de apariencia simple, absorbe, sin proponérselo, sutiles aires respira-
dos en la atmósfera ateniense o isabelina, en el “Teatro Arte”, de Stanislavsky, o
Obras de emergencia: teatro social-político 123
Retablo de Yumbel
de autor, por ser una obra de denuncia—. El tema es los detenidos desaparecidos
de la zona (a los que toman presos y ¡nunca más se supo!). Una nueva raza surgi-
da en este continente. En este caso, diecinueve asesinados a pocos días del golpe
militar que desaparecen cuando los trasladan a otra cárcel y que son hallados más
tarde en el cementerio de Yumbel. Cuando seas mayor entenderás lo que ahora está
a años luz de tu mente. Sabrás entonces (¡lástima!) que nos rige un dictador desde
el año 1973, año fatídico en que se dio una vuelta de carnero la historia de este
país, y lo bueno pasó a ser malo y lo malo lo correcto, como el que se torture y se
mate y desaparezcan los cuerpos. Y San Sebastián ¡me ayudó a escribir esta obra!
Al alzar la vista luego de hacer la rogativa de la manda al pie de su pequeña estatua,
veo en las paredes de la iglesia la vida del santo contada en estampas, relatada en
“décimas”, versos con los que los poetas populares cantan acontecimientos que
conviene recordar. ¡San Sebastián me estaba sugiriendo entrar como personaje en
mi obra! En su historia hay coincidencias con la de los desaparecidos hallados en
Yumbel, y también la estatua del santo con las flechas del martirio fue enterrada y
desenterrada más de una vez, tal como esos “desaparecidos”, los personajes de mi
obra. Este es un mundo, el de hoy, al que —por imposible que parezca la empre-
sa— nos empeñamos en transformar: se avanza un paso, se retrocede dos. Con el
presidente Allende, al que derrocaron los militares, se dio un paso adelante que nos
llenó de alegría, por ser un gobierno que pedía la justicia; suprimir, por ejemplo, que
nazcan niños en chozas desamparadas, hijos de padres pobres que no tendrán lo
que tú, un buen pasar y cuidada educación. Un mundo que tiene millones de años,
y en el que la Era Cristiana está en víspera de cumplir los dos mil... Parece increíble
que los hombres no hayan aprendido a vivir mejor, a compartir lo que poseen con
los que nada tienen. Te cuento que Sebastián era un legionario en tiempos de las
persecuciones a los cristianos de la antigua Roma, que vestía traje guerrero sólo
para poder entrar a las cárceles y confortar a los perseguidos; encarcelados, ellos,
al igual que los perseguidos de hoy, por sus ideas. La doctrina cristiana se asemeja
a las ideas de izquierda, las de justicia y fraternidad. Y también en su moral recta,
en la que figura un mandamiento que hoy no se respeta, no matarás. Al no poder
hablar abiertamente de las torturas de hoy, usé el truco de mostrar un “mártir” inte-
rrogado y torturado en tiempos pasados. Así no me acusarán de atacar al gobierno
militar, ni pueden decir que “invento” (en este gobierno niegan que haya torturas).
Espero que algún día puedas ver la obra que se fue gestando en mi cabeza y cora-
zón mientras tu madre te gestaba en su vientre. Me tiene que quedar excelente, a
fin de que se pueda estrenar y que la toleren por ser “una buena obra de teatro”.
Trabajo la escena de Sebastián y el emperador Diocleciano en versos inspirados en
Obras de emergencia: teatro social-político 125
los de mi maestro, Shakespeare, y en otras uso las “décimas”, las que he tenido
que aprender a componer. Lo importante es que el tema de la obra, más que los
desaparecidos, es, en verdad, el amor, el único remedio contra la crueldad (por ser
lo opuesto). Los diecinueve fusilados del 73 aparecieron seis años después en el ce-
menterio del pueblito de Yumbel. Conversé con el sepulturero, el mismo que estaba
ahí cuando fueron a tirar a los que sacaron del bosque de pinos donde primero los
enterraron. Me contó que a él lo encerraron en su casucha mientras lo hacían, pero
luego él vio que bajo un sauce estaba removida la tierra y ahí estaban los cuerpos.
No ha sido fácil escribir esta obra. Al comienzo escondí al fondo de un closet la
documentación que traje de Concepción. Sólo cuando aparecieron muertos los tres
profesionales que quedaron con ese feo apelativo de “los degollados”, a quienes
conocía, decidí escribir la obra y dedicarla especialmente a José Manuel Parada, de
quien fui amiga, así como de sus padres, Roberto Parada y María Maluenda. En lo
que llevo escrito hay unos actores que van representando episodios de la vida de
San Sebastián, en la plaza de Yumbel, el día de su celebración, y que también han
sido perseguidos. Al final llegan los peregrinos y termina la obra con un ambiente
alegre, y cantan una canción que dice: “¡Entre la tierra y el cielo / la injusticia es un
flagelo / y su remedio el amor!”.
11 de septiembre, 1986
1986
El mes pasado se estrenó Retablo de Yumbel. Fue emocionante. Las mujeres pa-
rientes, madres, hermanas, hijas, esposas de los dieciocho mártires que nombro
al final, estaban en el teatro. Me
abrazaban llorando, dándome las
gracias por nombrarlos. El estreno
fue en Concepción, y la tercera
función de la obra coincidió con
el atentado a Pinochet organizado
por los del Frente Patriótico Manuel
Rodríguez. Como le había pedido
en la manda a San Sebastián que,
además de escribirme la obra, me
sacara a Pinochet para que la pu-
dieran dar sin peligro, fue como si
me dijera “lo intenté, le dimos un Puesta en escena de “Retablo de Yumbel” esceno-
grafía de Amaya Clunes. Montreal, Canadá, 1987.
susto, pero no podía matarlo...”.
126 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Sobre el Premio Casa de las Américas que obtuviste en 1987, ¿tienes algo sobre
la declaración del jurado que premió tu obra?
Este comentario aparece en la contraportada del libro que publican, avalado con los
nombres de los que fueron ese año jurado, entre ellos el actor y cineasta chileno,
que se radicó en Argentina, Lautaro Murúa. Dicen acerca de la obra:
Al trazar una parábola entre la persecución de los cristianos en la Roma del siglo III
y lo acaecido en Chile a raíz del golpe militar de 1973, la autora elabora en Retablo
Obras de emergencia: teatro social-político 127
¿No se montó nunca más después de las tres funciones dadas en Concepción?
En Chile nunca se volvió a montar. Al sacar la obra de cartelera, la Compañía de
Teatro El Rostro la llevó en gira a Costa Rica y Nicaragua; luego, en 1987, fui invitada
a dirigirla en Montreal, con el grupo La Barraca, que formó Jaime Silva. Se montó en
Suecia, traducida al sueco, en forma muy original: el público al centro de la sala y
los episodios de la obra a su alrededor. En 1999, me invitaron a California a ver una
excelente puesta de Retablo de Yumbel por el grupo de la Universidad de Hayward. La
obra, traducida y editada en inglés en una antología, se ha dado a conocer gracias a la
promoción que obtienen las obras que han recibido el Premio Casa de las Américas,
al publicarlas y distribuirlas.
Cuéntame de tu obra más reciente, la que escribiste sobre los mineros de Lota.
Obtuve una beca del Consejo del Libro para escribir esta obra, la que fue un pedido
(al igual que Retablo de Yumbel) que me hizo mi amiga Ximena Ramírez, directora
del Teatro El Rostro, el año 2004. La beca era con pasantía, así es que durante tres
meses tuve que hacer talleres en la zona del Laja, Talcahuano, Lota y Concepción.
128 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
galerías a cuarenta metros bajo el nivel del mar. Como guías contratan a los ex mine-
ros y, les guste o no, la paga les permite esquivar la cesantía. Bajé al Chiflón el tiempo
necesario para documentarme sobre esta paradójica situación y sobre el estilo de los
discursos que dan a los turistas los mineros guías. En verdad, luego de los primeros
datos recogidos, que versaban sobre cifras y la modalidad de “reconversión”, le dije a
Ximena Ramírez que éste no era tema para el teatro, me parecía más adecuado para un
documental. Me costó decidirme a escribir la obra y hallar la manera de abordarla.
de manera didáctica las bases del presente. Su obra se desplaza por íconos de la
historia oficial, como Almagro, Valdivia, Lautaro, Bolívar, Miranda, Rodríguez y
Balmaceda, pero también versa sobre aquellos ciudadanos “sin voz” (los mapuche,
los sin casa, las víctimas políticas, los campesinos).
A través de una memoria histórica que desafía la retórica vacía, pone en
diálogo la crisis de los proyectos utópicos de los noventa con las gestas de inde-
pendencia, o el asesinato de rivales políticos de ayer y de hoy. Pareciera que ha
querido ampliar nuestra breve trayectoria vital, transportando el pasado hasta el
presente y haciéndonos reconocer claves de nuestra propia genealogía. Ella así lo
aclara: “Me gusta dar vida a personajes que tienen algo interesante que decir, así
como dar actualidad a ese pasado”. Al darles vida a personajes que conforman la
historia oficial, reconstruye ciertos mitos para mostrarnos a héroes en sus miserias
y proezas.
Como dijo Gabriel Restrepo, sociólogo colombiano presente en el primer
encuentro con Isidora en Chile: “No hay que salir de Isidora Aguirre, dramaturga
de 89 años y nuestro prototipo, para comprender la historia de Chile. Esa larga
lengua bífida de volcanes y poetas que no cabe en sí misma se comprende, por
supuesto, desde La Araucana, pero también desde el Almagro de Isidora. El desdo-
blamiento entre Valdivia por la fuerza y Almagro por la razón, conjugadas con
sabiduría mapuche por Lautaro, muestra en esos comienzos lo terrible que puede
ser el poder militar allí donde, en una nación impar, los mapuche ofrecieron y
ofrecen la más tenaz e inteligente resistencia. En Manuel Rodríguez retorna el
dilema, vencida la razón”.13
Destaca el que estas construcciones de corte histórico surjan como obras
por encargo; el tema le es sugerido por otro, aunque —como es habitual en su
trabajo— ella inicia un proceso de investigación empírica a partir de las vivencias
concretas junto a los grupos involucrados. Lautaro, estrenada en 1982, dramatiza
el conflicto de los mapuche en lucha contra los conquistadores españoles en los
siglos XVI y XVII. La obra fue propuesta por el dirigente mapuche Sergio Painemal,
quien le pidió que escribiera sobre su pueblo a fin de apoyarlos en esa parte de su
lucha acaecida en los años ochenta, cuando Augusto Pinochet dictó una ley que
los perjudicaba. La puesta en escena es fruto de un minucioso y prolongado tra-
bajo informativo sobre Lautaro tanto en los libros de historia, como también en la
13
Gabriel Restrepo, “Anfitriones, huéspedes y prototipos en América Latina”, en No es una
antología. Paisaje real de una ficción vivida (Lima: Editorial Estruendomudo, 2007), p. 117.
Una adelantada de Chile: teatro histórico 133
Lautaro
Con engañosos términos, la nueva ley tendía a despojarlos de sus predios. Para
realizar la investigación me envió a la ruca de sus padres, cerca de Temuco, pidién-
doles en una carta que me trataran como a una mapuche más. Como el tema de la
ley no me inspiraba, preferí centrarme en Lautaro, el joven guerrero que simboliza
los valores de su pueblo.
14
Apelativo de esposa en mapudungun.
138 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Además de la estada con los mapuche, ¿qué otras fuentes usaste para desarrollar
este texto?
A veces es difícil conseguir el material, depende mucho de la suerte. Hay bastante
documentación sobre Pedro de Valdivia, pero muy poca sobre Lautaro. No sólo
pude convivir con la familia de Sergio Painemal. También escuché en un programa
radial de esa época, “Nuestras Raíces”, que uno de los panelistas, un militar reti-
rado (Carlos Valenzuela) había publicado un libro, El paso de los guerreros, en el
que hablaba de Lautaro. Lo encontré en la Biblioteca Nacional y me sirvió de base
para varias escenas. En el libro se relata la batalla de Marihueño, donde Lautaro
Una adelantada de Chile: teatro histórico 139
perder establos o construcciones. Menos aceptable aún era la otra condición: dejar
de ser mapuche y adquirir nacionalidad chilena. Al pasar por Temuco me preocupé
de estudiar con un abogado los pasos necesarios para combatir la ley.
Recorte de Prensa, obra “Lautaro”, protagonizada por Andrés Pérez. Dirección Abel Carrizo-Muñoz. 1982.
Archivo personal de la autora.
142 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
los conservadores del general Prieto se valen del mismo pretexto para derrocar a
un presidente liberal (batallas de Ochagavía y Lircay, en 1830). De esa repetición
me valgo —sin tener que aludir al golpe militar de 1973— para sugerir la similitud
con lo que ocurre cuando los militares derrocan al presidente Allende, acusándolo
de violar la Constitución, con las dolorosas consecuencias que todos conocemos:
miles de muertos, el país dividido, diálogo de sordos, los culpables insistiendo en
justificar lo injustificable. Ésa sería la mirada contemporánea.
INTERLUDIO
Manuel Rodríguez
la. Como necesitábamos veinte actores, pedimos ese año al Fondo Nacional de
Desarrollo Cultural y las Artes (Fondart) los recursos para los diez que nos faltaban.
Nuevamente, como cuando enviamos Bolívar y Miranda, no fuimos favorecidos.
Y ése fue el pequeño milagro: porque al vernos obligadas a montarla sólo con diez
actores, la obra mejoró notablemente. Menos el actor que tenía el rol de Manuel,
los actores y las actrices interpretaron al menos cinco de los personajes de la obra.
Resultaba atractivo para el público ver al gobernador Marcó del Pont transformarse
en bandido echándose encima un poncho, o a la novia llorona de Manuel mostrarse
como la sensual criolla que él ama, cambiándose la peluca y, sobre todo, la forma
de actuar. O que el que tenía el rol de San Martín entrara luego como el capitán
de Talaveras, San Bruno, como un cura, o como un soldado herido, o actuara sin
caracterización para leer las cartas de San Martín a O’Higgins.
la historia por el corazón. Y para ello, qué mejor tema que nuestro único héroe
romántico, aquel que los historiadores tuvieron que rehacer, recogiendo lo que la
tradición popular guardó por muchos años. El recuerdo en el pueblo es profundo
y verdadero, pues se conserva por el amor, el respeto y la admiración hacia los
mejores valores del hombre de nuestra tierra.
El texto de Isidora está sustentado en dos pilares, el de la historia oficial y el de
la leyenda, y Manuel Rodríguez se nos hace más amable, más próximo y más
real, con una humanidad que nos invita a reflexionar sobre nuestros valores e
identidad.
Queremos llenar de entusiasmo al espectador, como lo hizo la autora al escribir
la obra, como lo hacemos los actores. El entusiasmo es la clave que abre la fiesta
que nos propone Isidora Aguirre.
Bolívar y Miranda
¿Me puedes contar cómo y por qué escribiste la obra sobre estos dos próceres la-
tinoamericanos? ¿Cómo te documentaste en este caso que no se trata de Chile?
Empecé la obra por encargo de un director colombiano radicado en Chile, Jorge
Cano. Él había dirigido en 1969 mi obra Los que van quedando en el camino en
Bogotá, con el Teatro La Mama, y se vino a Chile en la década de los setenta, atraído
por el proceso de la Unidad Popular. De regreso de uno de sus viajes a Colombia,
me encargó una miniserie sobre Bolívar para la televisión de su país. Leí cuanta
biografía sobre él se ha escrito, y fotocopié gran número de sus cartas, pero algo
me impedía adentrarme en su personaje. Entonces, un admirador de Francisco de
Miranda me pasó un libro con su biografía y ¡fue amor a primera vista! Fue así que
Bolívar me atrajo por la relación que hubo entre ellos, la de maestro y discípulo. Pero
ya no lo trabajé como una miniserie, sino como una obra de teatro.
Cádiz, donde muere, a los dos años, de “fiebres pestilentes”. Y aquí rescato otra de
esas frases, o dichos, que atraviesan los siglos y entran en nuestros escritos. Miranda,
que con su cultura refinada chocaba con lo primitivo de los soldaditos que debía
adiestrar, al pedirle Bolívar su espada y anunciarle que es su prisionero, medio dormi-
do aún, exclama: “Bochinche, bochinche; esta gente no sabe hacer sino bochinche”.
En esa forma despectiva llamaba él las revueltas que se producían a menudo. Como
si la ironía fuera su única reacción ante ese acto tan arbitrario y doloroso que era el
rechazo, y es más, la traición del pueblo que había venido a liberar, representado
—para hacerlo aún más doloroso— por quien consideraba su discípulo.
¿Qué pasa luego con Bolívar, ya que Venezuela estaba en poder de los españoles?
Yo pienso que su acto de entregar a Miranda le vale a Bolívar un mejor trato, por-
que sólo es deportado a la isla de Jamaica. Es ahí donde, con su famosa carta, da
a conocer al mundo sus ideas de libertad y de unión. Después, cuando regresa a
su patria, logra formar un ejército y proclama la independencia de Venezuela. Pero,
como tantos próceres, al finalizar su vida es deportado y muere en el exilio. En la
obra, el personaje Bolívar está —simbólicamente— en su lecho de muerte mientras
actúa en los episodios que se suceden, siempre obsesionado por la culpa de haber
entregado a Miranda, lo que lo lleva a buscar alguna forma de redención.
fingidas una relación como él hubiera querido que fuese. En un intento por tranqui-
lizar su conciencia, le atribuye a Miranda frases que hubiera deseado escuchar y que
corresponden a la relación del maestro con el discípulo.
Otros diálogos tienen que ver con las circunstancias que les tocó vivir. Cuando
Bolívar le dice a Miranda en uno de los delirios, “¡La unión de estas repúblicas es un
sueño que será realizado, se lo juro!”, Miranda lo previene contra los escollos con
que tropezará. Para ello me basé en los problemas que enfrentaron los países ameri-
canos al lograr la independencia; por ejemplo, designar como gobernante al general
triunfador, de mayor popularidad, que sólo sabe de tácticas guerreras; o el desgaste
en rivalidades entre los líderes, que impedían o hacían difícil la buena organización
de las repúblicas nacientes. En alguna ocasión, en sus delirios Bolívar pone en boca
de Miranda frases que lo alaban y enseguida comenta: “Creo que jamás me habló
así...”, como si de pronto cayera en la realidad, saliendo de su alucinación, pero vuel-
ve a entrar en ella al hacer que Miranda replique: “Por supuesto que lo hice… ¡Deje
de atormentarse, Bolívar! Más de una vez le manifesté mi admiración”. Aquí juego
con la existencia de un mecanismo de defensa en el subconsciente de Bolívar, que
lo hace atribuir a su maestro esas frases y las que él mismo le dice, como la promesa
de cumplir su sueño. Es verosímil que lo hiciera ya que, como es sabido, no le falló a
Miranda al dedicar su vida a la liberación de su país y a la unión de las repúblicas.
Y cómo trabajo esos diálogos… es un proceso bastante complejo. No era difícil re-
crear el personaje Bolívar. Por sus cartas, sabemos lo que piensa y cómo lo expresa.
Pude rescatar frases textuales suyas en los diálogos. Pero al recrear a Miranda conta-
ba sólo con la intuición y algunos datos históricos que se refieren a su participación
en la independencia de Venezuela. Me baso en el recuerdo que supuestamente
debió tener Bolívar de su relación con él, desde que lo fue a buscar a Londres hasta
que lo tomó preso. Partiendo de hechos históricos, voy tratando con entera libertad
las conductas y los diálogos en una interpretación libre. No hay nada que confirme
lo que narro, pero tampoco hay nada que lo contradiga.
El recurso que empleo en este desenlace es, en cierto modo, efectista (equivale al
acorde final en una sinfonía), y es la lectura de su famosa Carta desde Jamaica,
en la que expone sus esperanzas de libertad y unión de ese “pequeño género hu-
mano, nuevo en las artes y las ciencias, pero viejo en los usos y costumbres de la
sociedad...”. Lo hago en forma no realista, ya que la lee “Simón” (Bolívar joven)
y la escucha el Bolívar que yace moribundo en su lecho, atendido por el edecán y
Manuela. Y, reforzando el tono épico de la obra, al escuchar en su lecho de muerte
la lectura de la carta, exclama: “¡General Miranda, yo tomé su puesto! ¿Quién to-
mará el mío?...”, esperando un relevo en las ideas de unión panamericana. Bolívar,
te decía, yace sólo simbólicamente en su lecho, que vemos vacío en toda la obra.
Puede decirse que Bolívar, el personaje central, participa en sus delirios y recuerdos,
siendo, a la vez, testigo de lo que le ocurre.
Esta obra tiene —como otras tuyas— un estilo brechtiano, en el sentido de que
lo épico y lo didáctico convergen en torno a un hecho histórico. También cierto
distanciamiento, o bien la intención de alejar la historia en el tiempo.
Desde que conocí los postulados y las obras de Brecht, creo que siempre hay algo
de su estilo en mis obras, aunque prime en ésta, Bolívar y Miranda, uno que va de
lo épico y lo lírico a lo intimista y anecdótico, según los episodios que se entretejen.
Muestro a Bolívar como el Libertador, el amante, a la vez que el hombre dolido y
enfermo. En cuanto al tiempo, lo manejo como más me conviene para dar cabida a
las distintas facetas y etapas de su vida en el tiempo teatral que, forzosamente, es
breve. Lo hago subrayando, como te decía, el tono épico —brechtiano— especial-
mente al final, ya que Bolívar ganó su título de Libertador en las batallas y el ideal
que predicó sigue vigente, designado como “ideal bolivariano”.
Y, además, está el recurso de incluir en estas obras históricas las frases reales de
los personajes.
Me maravilla el que ciertas frases, célebres o no, crucen los siglos para llegar hasta
nosotros. Por ejemplo, en la obra Diego de Almagro incluyo una frase de las cotidia-
nas, que tiene quinientos años, la de su madre cuando se va a despedir: “Toma, fijo,
e no me des más pasión e vete e ayúdete Dios a tu ventura”. En Lautaro, en la esce-
na de la batalla de Tucapel, rescato frases de bella sonoridad de un español castizo,
pronunciadas por los conquistadores, las que se me antojan joyas que recuperan su
brillo al engastarlas en el entorno en que fueron dichas. En Bolívar y Miranda recojo
la frase real de Humboldt, que Bolívar escucha cuando es llevado por su maestro,
Simón Rodríguez, a visitarlo en París. Acababa Humboldt de regresar de su viaje por
América, en el que había estudiado tanto la geografía, flora y fauna como aspectos
políticos. Al terminar su descripción de lo encontrado en América, dice: “Y los
hombres allá están maduros para sacudir el yugo de España”. Lo que no cuentan las
crónicas, y que agregué, es que Bolívar cree que al pronunciar esa frase, Humboldt
fijó sus ojos en él, como si lo designara para aquella misión.
Te conté que, en una de sus clases, Pedro de la Barra, anunciando la muerte de
Bertold Brecht, comentó que entre sus alumnos “quizá había un Brecht”, y me miró
por un instante, lo que me llevó a buscar escritos y obras del autor alemán, a quien
no conocía. Fue esa vivencia la que me inspiró el que Bolívar diga que Humboldt
lo miró fijo, de lo que su maestro Simón Rodríguez se burla. Y yo me burlo de mí
misma por creer que Pedro me miró fijo. Esto es un ejemplo de cómo lo guardado en
el subconsciente (esa vez por asociación de ideas) te propone justo lo que necesitas
Una adelantada de Chile: teatro histórico 157
(¿la memoria emocional de que nos habla Stanislavsky?). Esto es, trasladar la mirada
de Pedro invitándome a seguir los postulados de Brecht, a la de Humboldt invitando
a Bolívar a sacudir el yugo de España.
En esa obra hay una curiosa escena de amor “hablada” en los salones.
Algo como hacer el amor sin tocarse, en medio del salón durante la fiesta en que
celebran la triunfal entrada de Bolívar a Quito (también se alude a que está el mari-
do de Manuela en el salón). La idea es mostrar el inicio de un idilio, que se supone
clandestino, aunque fue de todos conocido. Por las cartas de Bolívar y de Manuela,
se entiende que poco les preocupaba a ambos el marido engañado. Confieso que
Una adelantada de Chile: teatro histórico 159
esa escena del “amor hablado” está inspirada en una obra, Bent (Torcido) escrita
por Martin Sherman, que traduje hace años y que no he visto montada. En ella,
dos homosexuales en un campo de concentración nazi, mientras acarrean piedras
cruzándose en su ir de un lado a otro, van diciendo lo que sienten, las caricias que
se hacen. Sería un acto sexual hablado, ya que les está prohibido acercarse o tocar-
se. La escena en el salón cumple con la síntesis que requieren las obras históricas,
sin dejar fuera los datos importantes, como es el primer encuentro de Bolívar con
la que sería su amante, la hermosa y valiente quiteña Manuela Sáenz. Informo de
eso en acción, como siempre prefiero hacerlo. Más adelante hay escenas que ilus-
tran esa relación de pareja, ya no tan romántica. Trato de cumplir también con la
economía de espacios escénicos. El espacio del salón lo uso en dos ocasiones, con
pocos elementos. Importa un espejo de cuerpo entero y un par de butacas, que se
instalan y se retiran.
Con los fantasmas de Los Libertadores, una obra en la que Bolívar y otros próceres
hacen un balance de su vida y, por ende, de la historia, la Universidad Nacional
dio apertura a la celebración del Bicentenario de la Independencia de Colombia.
La programación de este hito histórico irá hasta el 2010, año central de eventos
alrededor del tema.
El rector de la Universidad Nacional de Colombia, Moisés Wasserman, dijo que
ésta es una oportunidad para fortalecer el pensamiento, la investigación histórica
y el potencial científico y creativo de la institución. “Lo que la Universidad quiere
es que el Bicentenario sea una ocasión para celebrar la más diversa cantidad de ex-
presiones de la creación, y ésta es una muy buena oportunidad para comenzar esa
conmemoración y es una invitación a que participen muy diversas expresiones,
160 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Diego de Almagro
importante en la vida de Almagro son sus hazañas guerreras en la gesta del descu-
brimiento del Perú, en la que participa junto a Francisco Pizarro. Pero, muy pronto,
la rivalidad entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro y sus contiendas por el
poder sobre lo conquistado, desatan una lucha en que se enfrentan sus seguidores.
Estando ya muy enfermo, al perder una batalla, Almagro es apresado y condenado
a muerte por el hermano de Francisco, Hernando Pizarro. Luego, su hijo, don Diego
el Joven, lo vengará dando muerte a Francisco. Curiosamente, junto a esa común
ignorancia sobre Diego de Almagro, hay en Santiago de Chile algunos fanáticos
suyos, que se autodenominan almagristas. Uno de ellos, Gastón Fernández, un
abogado interesado en la historia y la cultura, buscando información viajó hasta la
villa de Almagro y luego al Cusco, donde en la bóveda de una iglesia se conservan
las calaveras de Almagro, de su hijo y de Malgárida, una negra que fue primero su
esclava y luego su pareja. Gastón Fernández me facilitó un documento importante,
el testamento de Almagro, que incluí en la obra.
¿Hay deducciones, como tú las llamas, en esta obra como en las anteriores? Y si
las hay, ¿cuáles serían?
Más que nada se refieren al carácter que le adjudico a Almagro, lo que es una in-
terpretación muy personal. Al recopilar datos —los que son, además de escasos,
contradictorios— di con una crónica de Oviedo, contemporáneo suyo, que lo des-
cribe como un ser excepcional, que “sólo busca las riquezas para darlas”. De ello
deduje que él no podía estar de acuerdo, como lo estaba Pizarro, con la forma en
162 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Así como en otras obras tuyas, aquí hay escenas no realistas, saltos del tiempo,
recursos de distinta índole. ¿Cómo articulaste todo esos diversos materiales?
Aparte del desfase de tiempo al que me referí, introduje unos entremeses, que
equivaldrían a la antigua cortina, la que solía separar los actos o escenas de una
obra. En la primera parte, en los entremeses surgen los indios con toda su para-
fernalia: un sol brillante, atuendos, máscaras, música y tambores, y con breves
frases expresan su visión de los españoles invasores (a los que ven como dioses
al inicio y luego como demonios que los despojan y subyugan). Me basé en las
crónicas de Guamán Poma y en el libro La vision des vaincus, del antropólogo
francés Nathan Wachtel, en los que se revisa la historia desde el punto de vis-
ta del pueblo incaico. Hay también una escena en que se representa la muerte
de Atahualpa, inspirada en una ceremonia que se realiza hasta hoy día en el
Altiplano, la que, estando en Lima, tuve la ocasión de ver en un documental. En
esa escena, mientras un actor va narrando, hay una coreografía en la que aparece
una enorme armazón estilizada de un caballo, símbolo del temor que les inspira-
ron a los aborígenes los hombres montados. Incluí también un diálogo histórico
entre un religioso y Atahualpa; al recibir de manos del religioso la Biblia, se la lleva
al oído y, al no escuchar la palabra del dios cristiano, como pensó que ocurriría,
la tira con desprecio al suelo. El acto es interpretado como una profanación, y
les sirve a los españoles de pretexto para atacar a Atahualpa y su comitiva, que
habían acudido en son de paz.
En otro estilo, es también no realista la escena final, en que un religioso mercedario
da lectura al testamento de Almagro. En las pausas de esa lectura, Malgárida, en el
otro extremo del escenario junto a la simbólica tumba de Almagro, su amado señor,
lo evoca, repitiendo las palabras que él le decía. Son escenas en contrapunto, ais-
ladas en el espacio, pero simultáneas en el tiempo. El testamento (que es textual)
podía ser un final frío, creando un anticlímax luego de la escena de la muerte de
Una adelantada de Chile: teatro histórico 163
15
“Isidora Aguirre. Al trasluz de la historia”: En Heidrum Adler, George Woodyard (eds):
“Resistencia y poder. Teatro en Chile” Frankfurt am Main, Ed. Vervuert, Madrid: Iberoamericana,
2000, pp. 57-74.
Una adelantada de Chile: teatro histórico 165
nosotros (la gente de teatro) que no somos capaces de tomar un arma o pelear en
la política, podemos usar con mucha eficacia”. Pero dicha arma, para ella, ha de
tener una proyección que no se agote en el inmediatismo: ha de “mirar el futuro
con los pies en las raíces”.
5.
La pérgola de las flores
Hemos dedicado un capítulo especial para La pérgola de las flores, porque consti-
tuye un verdadero fenómeno en el teatro nacional, un hito patrimonial que pone de
manifiesto ciertos aspectos políticos de nuestra sociedad y las dinámicas y conflic-
tos de los estratos sociales predominantes de finales de los años veinte, que no se
diferencian mucho de los actuales. Han pasado casi cincuenta años desde su primer
estreno, y la obra se sigue montando aquí y también fuera del país, por compañías
profesionales o grupos amateur. Según el suplemento “Por fin es viernes” del diario La
Segunda, del 13 septiembre 2002, hasta esa fecha, La pérgola de las flores había teni-
do 177 puestas en Chile y 98 en el extranjero. Destacan las puestas en Buenos Aires,
La Habana, Madrid y Roma. Con certeza, muchos chilenos pueden tararear las can-
ciones de La pérgola sin problemas; el “¿Quiere flores, señorita?” está en boca tanto
de escolares como de personas mayores. Y seguro que “Tonadas de medianoche”, “La
gran dama”, “Yo siempre digo que sí”, “Yo soy el urbanista Valenzuela” forman parte
de la memoria musical colectiva. También los personajes de Carmela y Tomasito se
han convertido en estereotipos. Más de una vez he escuchado a alguien decir que se
sentía “una Carmela” en determinada ciudad o que es un “Tomasito” en el amor.
168 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Poca gente sabe que Isidora Aguirre escribió La pérgola de las flores embara-
zada. Y la obra cumplió con el dicho popular de que los bebés en formación vienen
con la “marraqueta bajo el brazo”, pues su montaje es, hasta hoy, un éxito de
crítica y taquilla. Aunque pareciera que el texto surgió como fruto de una creación
espontánea, Isidora lo escribió a contrapelo. Durante el tiempo de las entrevistas,
Isidora expresó sentimientos ambiguos con respecto a La pérgola, lamentando que
a veces opacara el resto de su trabajo, incluso obras que ella considera mucho más
logradas y potentes. Definitivamente, no es su obra preferida; quizá hay hasta cier-
to hastío producto de su “fenomenización”. También es consciente de que con este
éxito comenzaron algunas rivalidades en el medio, las que se tradujeron en ciertas
dificultades para estrenar otras obras, situación incomprensible para su tempera-
mento, tan opuesto a la ambición personal. Como una vez me dijo: “La pérgola, que
pudo abrirme muchos caminos, también me ha cerrado puertas”. Sin embargo, han
quedado muchos aspectos que sobrepasan esos sinsabores, como la consolidación
de la alianza artística con Eugenio Guzmán y la colaboración con extraordinarios
actores —Ana González, Carmen Barros, Silvia Piñeiro, Elena Moreno, Mario Hugo
Sepúlveda, Fernando Colina— que enriquecieron a los personajes iniciales y se
dieron a conocer como grandes intérpretes en el teatro chileno. Por supuesto, tam-
bién están el cariño y reconocimiento incondicional del pueblo y de las pergoleras,
además de una entrada económica importante en un oficio tan inestable.
La acuciosa investigación como método previo a sus temas no fue una ex-
cepción en esta pieza, y la documentación real a partir de diversas fuentes y la
imaginación, se conjugaron para dar vida a esta particular historia, que relata un
evento histórico de fines de los años veinte: una disputa en relación con la pérgola
de San Francisco, apoyándose en la historia de una ingenua campesina que llega a
la capital en busca de una nueva vida.
Muchos de los caracteres retratados siguen vigentes: la viuda coqueta de
clase alta, el político acomodaticio que dice “yo digo siempre sí, pero hago lo que
me conviene a mí”, el peluquero afrancesado, “el curadito de siempre”. Las mismas
floristas de la actual pérgola se reconocen en los personajes, tal como lo expresaron
en una función gratuita en la Plaza de la Constitución el año 2004. Tal vez, ellas
representan la situación de las pymes actuales; pequeñas empresarias, con mucha
pujanza, que trabajan duro para salir adelante.
Como en otras ocasiones, las mujeres son las “protagonistas de armas to-
mar” en esta obra. Tanto las de clases populares como las aristócratas luchan, uti-
lizando distintos medios, para alcanzar sus objetivos: son mujeres que por no tener
oportunidad resolutiva en el espacio público, acuden a su capacidad de seducción
La pérgola de las flores 169
y también de protesta para influir en las decisiones de las autoridades. Todo esto
dentro de un marco que evidencia la tensión campo‑ciudad, ingenuidad‑poder,
tradición‑modernidad, masculino‑femenino. Una obra de polaridades tratadas con
humor, picardía y al ritmo de canciones pegajosas y bailes. Porque La pérgola tam-
bién es un espectáculo completo, en el que la escenografía, iluminación y vestuario
a cargo de Bernardo Trumper, las coreografías de Juana von Laban y la música de
Francisco Flores del Campo convergen en una perfecta sinfonía de ágiles cambios
de decorados y voces. A la vez, podría definirse como una obra coral, donde el
proceso de escritura fue bastante colectivo, aunque —como se aclarará en las
entrevistas— Isidora oía y aceptaba críticas y sugerencias, pero procedía según su
propio juicio.
Luego vendría el montaje de 1996 realizado por Andrés Pérez, quien se forjó
un espacio importante en el teatro por su original lenguaje dramático con obras
memorables como La Negra Ester, en el que el teatro callejero abría una nueva
corriente en el Chile posdictatorial. De los montajes masivos, habría que desta-
car el de 2002, dirigido por Carmen Barros y auspiciado por la Municipalidad de
Santiago. Sus funciones en la Plaza de Armas fueron multitudinarias, con 5 mil
espectadores por día. Además de estas reposiciones “comerciales”, la obra se monta
en colegios y otras instituciones, tanto en Santiago como en provincias.
Asimismo, tras su primer estreno, la obra comenzó un peregrinaje por otros
países de Latinoamérica que también vivenciaban cambios. Tal vez, la experiencia
cumbre fue el montaje en el pueblo de Tope de Collantes en Cuba. Más adelante, sería
vista en España, Alemania, Italia, Estados Unidos y Australia, por nombrar algunos
destinos. Incluso en víspera del cierre de este libro, nos enteramos por los medios
que en noviembre de 2008 hubo una libre adaptación del “Círculo Ítalo‑Chileno”,
que se dio a teatro lleno en Roma. Así lo afirma la nota en El Mercurio: “Por más de
un año, un grupo de jóvenes chilenos e italianos se reunió para ensayar la popular
obra de Isidora Aguirre con música de Francisco Flores del Campo. El resultado fue
un espectáculo entretenido y simpático que incluso tuvo el aliento de la autora de
la obra, ya que desde Chile, Isidora Aguirre envió una afectuosa carta, expresando
sus mejores deseos para la realización de esta presentación”.16
16
http://www.emol.com/noticias/todas/detalle/detallenoticias.asp?idnoticia=331235.
Consultado el 18 de noviembre de 2008. El montaje contó con el aporte de los Fondos
Concursables de DICOEX, la Dirección para la comunidad de chilenos en el exterior del
Ministerio de Relaciones Exteriores. La dirección artística estuvo a cargo del músico chileno
Erik Merino y la dirección de la obra cayó sobre la ítalo‑chilena Cynthia Lasalvatore Torres.
170 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
La obra más taquillera del teatro chileno, vista por casi un millón de per-
sonas, ha originado ciertas paradojas que ponen en tensión a la autora con su
creación; la gente piensa que esta comedia musical o bien “se escribió sola” o que
su autor ya no está vivo, a lo que Isidora responde irónicamente: “Es una obra que
escribí a los siete años en el colegio”. Como sea, es interesante rescatar sus palabras
del programa original de la obra: “Más que una obra histórica, es una crónica viva,
una serie de estampas de esta ciudad, dándoles el brillo y el encanto de las cosas,
no como fueron, sino como nosotros las recordamos”.17
Programa de la obra para el estreno en Santiago de Chile el 9 de abril de 1960 por el Teatro
17
El texto de La pérgola de las flores fue un encargo. ¿Cómo se inició ese proceso?
Luego del estreno de mi comedia Carolina (1955), alguien sugirió que escribiera
una comedia musical con la historia de la llamada “pérgola de las flores”, con direc-
ción de Eugenio Guzmán y actuación de Alicia Quiroga (lo menciono porque creo
que la sugerencia se debió al éxito que obtuvimos con la comedia Carolina) y la
música de Francisco Flores. Para mí —que en ese año 1956 tenía tan sólo obras en
un acto—, eran palabras mayores. No conocía, por no atraerme, el género musical.
Tampoco me pareció tentador el tema de esta venta de flores que, antes de ser tras-
ladada junto al río Mapocho, estaba en el centro de Santiago, en la Alameda frente
a la Iglesia de San Francisco. Así, no acogí la sugerencia. Pero a Francisco Flores le
gustó la idea y buscó un autor para el texto. Después de dos años de intentos falli-
dos, la propuesta volvió a mí. Eugenio Dittborn,18 que presidía el Teatro de Ensayo
de la Universidad Católica, lo envió a convencerme de que me encargara del texto,
para el cual compondría él nuevas canciones. Esa vez, acepté el desafío.
18
Eugenio Dittborn estaba en esos años empeñado en estrenar un amplio repertorio de obras
chilenas y acababa de producir con éxito la comedia musical Esta señorita Trini, con texto de
Luis Alberto Heiremans y música de Carmen Barros.
La pérgola de las flores 173
“La primera vez que pasé por esa estación, me pareció que era
algo como el límite entre el campo y la ciudad”
Es una obra con un registro casi documental: pareciera que todo se inspirara en
la realidad.
Te cito la frase de un chofer de taxi que creía que la obra no tenía autor: al pregun-
tarle cómo podía una obra escribirse sola, dijo: “Yo pensé que habían tomado cosas
de la realidad y las habían llevado al escenario”. Describió en pocas palabras lo
que tardé un año en realizar. El ambiente, los personajes y las grandes líneas de lo
acontecido son tomados de la realidad, como es el caso de las floristas, que están
inspiradas en las auténticas vendedoras. El resto de los personajes, con caracterís-
ticas muy nuestras, con sus buenas y malas acciones, tratadas estas últimas con
suave ironía, sirve a la anécdota y pertenecen al ámbito de la ficción.
El ser fiel a la realidad quedó en evidencia la noche del preestreno, en 1960, cuan-
do el público lo conformaban los trabajadores de la pérgola con sus familias. Las
19
Ana María Vallejo, “La pérgola”, en Isidora Aguirre, entre la historia y el compromiso, editado
por Carmen Márquez (Sevilla: Ediciones de la Universidad de Sevilla, Colección “Escritores
del Cono Sur”, 2008).
La pérgola de las flores 177
Estreno de “La pérgola de las flores” para las pergoleras, Teatro Camilo Henríquez,
floristas se levantaban para corear los “¡vivas!” junto con actores y actrices. Mi
premio fue la frase que dijeron a la salida a un periodista que las entrevistó: “Nos
habían dicho que había mucha ficción en esta comedia, pero no es así; las que está-
bamos en el escenario éramos nosotras, así éramos y así era nuestra vida”.
citar lo que me dijo Eugenio Dittborn: “Supiste recoger, como con una espumadera,
esa espumita que se perdió del Santiago de entonces, años entre las dos guerras,
cuando la gente parecía ser más alegre y amistosa”. Él siempre entraba a la sala para
ver sólo un momento de la obra, cuando Rosaura, al tomar el diario que envuelve
el pernil que Carmela le trae del campo, pregunta: “¿De cuándo es este Mercurio?”.
Decía que ésa era “la frase más chilena de todas las obras de teatro que se habían
escrito en el país”.
Siguiendo con el proceso de escritura, con esa misma intuición, la segunda escena
creada fue “La peluquería de Monsieur Pierre”. Necesitaba el contraste entre la
dama sofisticada de clase alta, la ingenua sencillez de la niña campesina y la pi-
cardía popular de las floristas, al colocarlas en idéntica situación. Las floristas, más
auténticas, se burlan de la sofisticación de la gran sociedad. La primera vez que en-
tré a una peluquería de señoras, dos jovencitas bajo esos enormes secadores se me
antojaron marcianas y me pareció insólito que, estando juntas, se hablaran a gritos,
detalle que llevé a esa escena. Son recuerdos que, sintetizados, se van plasmando
en la obra, agregando dichos en los diálogos para acentuar la comicidad de la situa-
ción. Es lo que llamo “elaborar” los recuerdos que nos envía la memoria. Así, paso
a paso, siempre con dificultad, iba enriqueciendo la comedia, agregando escenas y
personajes, con el humor y el tono festivo que me recomendaba Eugenio Guzmán.
La pérgola de las flores 179
Has dicho más de una vez que, hasta el final del proceso, La pérgola de las flores
te costó lágrimas…
Fueron lágrimas de verdad, no en sentido figurado. La noche anterior a una reunión
con la dirección del Teatro de Ensayo para la primera lectura de la obra, Eugenio y yo
estábamos muy preocupados, porque a la comedia aún le faltaba bastante trabajo.
Acostumbro escribir largo para luego ir dejando lo esencial, así es que La pérgola
tenía en ese momento ochenta páginas, lo que es excesivo. Eugenio, a pesar de lo
nervioso que estaba, me dijo al despedirnos, con ojos que parecían mirar hacia el
futuro: “No sé por qué tengo la tincada de que esta obra va a ser un clásico”.
En la reunión del día siguiente en el departamento de Pancho Flores, con la plana
mayor del Teatro de Ensayo, Eugenio dio lectura a la obra en forma acelerada para
que no se les hiciera tan larga, con la agravante de que tenía cuarenta personajes.
Cuando terminó la lectura, se produjo un silencio que se me hizo larguísimo. Luego
hicieron una que otra crítica menor. Justas algunas, otras no. Un ejemplo: Gabriela
Roepke dijo que la escena de la peluquería era muy cómica, pero desgraciadamente
La pérgola de las flores 181
¿Cómo trabajaste los distintos personajes de la obra en relación con los actores
que los interpretarían?
Creo que traté con amor a los personajes populares, especialmente a las floristas y a
la Carmela; en cambio, a los de clase adinerada y a los políticos los traté más en ca-
ricatura, pero sin restarles simpatía. Hasta cuando la Carmelita trata de convertirse
en “señorita de la sociedad”, se da cuenta de que es mejor ser natural, y que más le
vale corresponder al amor del campesino Tomasito que al poco confiable hijo del al-
calde. Laura Larraín está inspirada en una tía de la familia Huneeus, simpatiquísima.
Sabiéndolo, no se perdía ella un estreno, aunque en el personaje fue mayor el aporte
de la propia Silvia Piñeiro. Nadie ha olvidado —casi medio siglo más tarde— a
Anita González y Silvia Piñeiro en sus roles de Rosaura San Martín y Laura Larraín,
las primeras en interpretar a esos dos personajes. Ambas actrices, de algún modo,
influyeron en mis correcciones y agregados durante los ensayos.
182 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
A quien no he olvidado es a Elena Moreno, que le dio vida a la Ramona con una
autenticidad y comicidad difícil de igualar. El rol lo escribí para ella, para su físico
y su carácter. Su personaje está inspirado en unas vendedoras de la Vega Central.
En su escena con el regidor Gutiérrez, rescato lo que me ocurrió cuando intentaba
escuchar la conversación entre dos viejitas que charlaban de un puesto a otro.
Primero me trataron de “señorita linda”, y como tardaba en retirarme, explicando
que esperaba a una amiga, me corrieron: “Si no va a comprar, por qué está ahí de
tapón, perjudicando las ventas”. Sólo tuve que elaborar los parlamentos de acuerdo
con los personajes de Ramona y el Regidor, pero quedaron sus frases textuales.
Luego vino el montaje en la Plaza de Armas el año 2002, dirigido por Carmen
Barros. Para esa ocasión se construyó un gran escenario, cerrando el recinto, y
la vieron cinco mil personas diariamente durante una semana. Fue una iniciativa
del entonces alcalde de Santiago, Joaquín Lavín, con funciones gratuitas a las que
acudieron las mujeres de las poblaciones marginales, felices de ver La pérgola “en
persona”, como dicen, y no por televisión. El grupo la continuó dando durante todo
un año, en funciones masivas vendidas a instituciones.
Cuando se dio en el Teatro Municipal, para reunir dinero para becas de los músicos
y con entradas de alto precio, ni siquiera quedó en todo el teatro un asiento para
la autora: tuve que verla desde bambalinas. Actores que hacían reemplazos y ac-
tuaban por vez primera me daban las gracias con lágrimas porque, decían, nunca
habían recibido un aplauso tan masivo y prolongado.
chica. A esa modalidad es a la que más se recurre, en especial en los colegios. Sólo
han de imitar el movimiento y dialogar y cantar apoyados por la grabación. Por
ejemplo, a un grupo bastante numeroso de muchachos y muchachas con síndrome
de Down le fue posible representarla. Lo hicieron con una mímica acertadísima, y se
notaba que al actuar se sentían realmente felices. También ancianas y ancianos de
la casa de retiro Fundación Las Rosas usaron esa grabación, y era conmovedor ver
personas de más de ochenta años moverse como la Carmelita o el Tomasito. Pero
las mujeres del grupo de Reñaca —estupendas folcloristas— montaron la obra sin
apoyarse en la grabación. No he olvidado a una Carmelita de noventa años, con
anteojos, bailando y cantando, al igual que las jovencitas. Sintetizaron algo la obra,
y como había sólo mujeres, se vistieron de hombre para los roles de Tomasito y
del Alcalde, imprimiendo bastante humor a la puesta. Creo que en estos casos La
pérgola ha sido utilizada como terapia.
La otra puesta digna de recordar por lo excelente, en el año 2006, fue la que mon-
taron en Valparaíso con cantantes de ópera y una gran orquesta acompañando sus
voces. Además de la novedad en lo musical, una originalidad fue recurrir para la
escenografía (y la introducción de algunos personajes populares) a los dibujos de
Lukas (Renzo Pecchenino), que hicieron época en Valparaíso.
El espacio del Centro Cultural de la Estación Mapocho era el espacio ideal para el
montaje. Acogiendo a más de 2 mil personas en cada representación, se convirtie-
ron éstas en verdaderos mítines populares. Recuerdo que en todas las funciones, el
público bajaba de las graderías en el cuadro final, y se acercaba, cantando, hacia la
gran tarima-escenario, provocando una corriente de entusiasmo y emocionalidad
única, difícil de describir. Esta conducta espontánea se ha producido sólo en este
montaje y no fue inducida por la dirección. Fueron verdaderas manifestaciones
masivas de apoyo y congratulación, al levantarse de sus asientos y acercarse al
escenario en actitud de cuerpo único, formando parte activa en la representación.
Diario de vida
(Fragmentos sobre montaje de Andrés Pérez de La pérgola de las flores)
13 de octubre, 1996
La pérgola de las flores también se estrenó en Madrid en 1961, con mucho éxito;
la crítica destaca la historia, la interpretación actoral, la coreografía, la música,
la dirección, todo. Te recuerdo algunos de los comentarios… “el ingenio y la
inteligencia pueden poner en la más moderna solfa de la comedia musical un
188 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
“Es realmente muy emocionante venir de tan lejos, de Chile, a ver este espectácu-
lo, esta alegría y este cariño”.
Y con nosotros comentó después:
“No sé si ganaremos el Gallo de La Habana, pero las becadas me dijeron que nos
han concedido el Gallo de Topes”.
Mientras, un gigantesco coro juvenil gritaba rítmicamente desde las galerías:
Cuba y Chile
Se llevan como hermanos
Codo con codo
Mano con mano.
En muchos rostros de delegados comenzaban a resbalar lágrimas sentidas.
Adolfo Marsillach (España), director del Teatro Goya, de Madrid: “Lo de esta no-
che es el espectáculo más emocionante de mi vida. Ha sido muy grande la impre-
sión. La comunicación, eso que la gente de teatro siempre planteamos en teoría
y que pocos pueden alcanzar, ha sido aquí espontáneo, tan vivo, tan directo. En
nuestro país tenemos Festivales de España, teatro de verano, pero nunca he visto
nada igual a lo de esta noche. Lo asombroso de esta experiencia es que son chicos
tan jóvenes y, sin embargo, han captado toda la intención de la obra, reaccionan-
do aun ante las palabras chilenas, los chilenismos propios del argot santiaguino.
Eso indica un instinto teatral muy genuino”.
Muchos eventos alrededor de una sola obra. Si pudieras hacer un balance, ¿qué
ha significado, para ti, La pérgola de las flores en el teatro chileno?
Pasó a ser un “bien nacional”, así la nombran cuando hay estrenos. La llenan de
elogios, o la llaman “patrimonio nacional”, como los edificios o monumentos. Es
común que la gente del público, que tanto la ama, no sepa quién la escribió. Y
cuando algunos se enteran, me miran como a un fenómeno. No es lo mismo que
cuando me felicitan por el resto de mis obras. La pérgola pareciera estar separada de
mi persona, tener vida propia. Desde luego la obra es más conocida y más famosa
que su autora, y es usual que piensen, como me dijo la semana pasada una funcio-
naria del banco donde tengo mi cuenta: “Yo pensaba que la autora de esa obra ya
no estaba entre nosotros”.
Hay aspectos de ese significado que ha alcanzado la obra que son importantes.
Por ejemplo, durante la dictadura, al ir a renovar mi pasaporte en 1974 para viajar,
luego de una serie de supuestas culpas que enumeraron, como ser filocomunista,
les pregunté si por eso último “estaba fichada…”. Y el funcionario de policía política
que anotaba mis datos se puso de pie y declaró, solemne: “Usted no está fichada;
todo Chile se saca el sombrero ante la autora de La pérgola de las flores”. Y eso a
pesar de pertenecer al Partido Comunista y haber realizado trabajo clandestino de
ayuda a los perseguidos ese primer año del golpe militar, además de mis cinco viajes
invitada a La Habana por Casa de las Américas, motivos por los que me dejaron
fuera de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile durante todos los años de
la dictadura.
En lo económico, aunque La pérgola se da constantemente en todo Chile (y fuera
de Chile) sin que paguen derechos de autor, en colegios, universidades del ex-
tranjero, en instituciones, cada vez que se repone comercialmente me da bastante
dinero: el 5 por ciento de las entradas vendidas. Lo negativo es que ha provocado
envidias y discriminación por ser la obra con mayor convocatoria en la historia de
nuestro teatro.
192 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
CHILE
Círculo Chileno – Italiano de Roma
Es con grande emoción que me dirijo a Usted para expresarle el cariño y el reconocimiento
de parte de la comunidad chilena en Roma, la que tengo el honor de representar.
Con estas líneas, además, deseo informarla que por iniciativa de un grupo de socios de
nuestra comunidad, en particular de la socia Juanita Campos, nos hemos dedicado de alma
y cuerpo en aprender el texto de la primera y más famosa comedia musical chilena, “La
Pérgola de las Flores”, concebida por Usted con una capacidad de ser actual y vital, ayer
como hoy.
El entusiasmo, sin embargo, no debe desconocer las buenas maneras y, es nuestra idea pe-
dirle si gentilmente usted nos puede autorizar a presentar la comedia a las tablas de Roma,
en un proyecto que tiende a mantener las raíces de los chilenos que desde hace tanto tiempo
viven fuera de la Patria, actividad cultural, totalmente sin fines de lucro.
Usted no sabe, pero se lo imagina seguramente, cuánto ayuda La Pérgola a sentirse en Chile,
el texto da en el alma y, créame estimadísima maestra, nos ha unido mucho y será de gran
ayuda a toda nuestra comunidad.
Espero que estas palabras, entregadas en manos de un amigo, Juan Barattini, lleguen a usted
como un nuevo testimonio de su obra y de sus frutos, y espero que una carta suya nos dé
aún más aliento para realizar el sueño de ser actores de nosotros mismos, en la fábula de La
Pérgola de las Flores.
Isidora cuenta que comenzó a escribir narrativa como un remanso para su subjetivi-
dad, como un desahogo frente a la escritura más “impersonal” del teatro y sus reglas
estructurales. Su escritura dramática, de fuerte énfasis social y político, no dejaba
espacio para sus procesos internos; biografía, afectos, ensoñaciones e historia se entre-
tejen en sus novelas, las cuales escribe en primera persona y se adentran en un campo
individual y femenino a partir de un yo mediatizado. Así, la libertad de la prosa con-
trasta con la conciencia de las reglas del género y la técnica dramática. Curiosamente,
su faceta como novelista es poco conocida, a pesar de que es autora de cuatro sólidos
y exitosos textos publicados: Doy por vivido todo lo soñado (1987), Carta a Roque
Dalton (1990), Santiago de diciembre a diciembre (1998) y Balmaceda. Diálogos de
amor y muerte (2008). Las primeras poseen reediciones tanto en Chile como en el
exterior. Junto con ellas, posee dos textos nuevos aún en proceso de escritura.
Para algunos, el desarrollo de ambos géneros puede parecer extraño, pero para
ella, la novela y el teatro no son excluyentes, y ambos registros se complementan. No
196 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
explican su motivación para reeditar esta novela: “Quisimos reeditar Carta a Roque
Dalton en nuestra colección Reserva de Narrativa Chilena por su singular entramado
de relato erótico, novela de fantasmas, exégesis de la obra de Dalton, autobiografía
y crónica histórica. También por la intensidad emocional que la novela logra; en ese
sentido, quisimos que en nuestras librerías, veladores y bibliotecas, la novela chilena
no sólo sea un ejercicio razonado y razonable, sino también un aprendizaje senti-
mental, con emociones que la primera persona de Isidora Aguirre logra comunicar a
través del pudor y la sugerencia, no con clichés ni cursilerías aprendidas”.20
Balmaceda. Diálogos de amor y muerte, es la reescritura y adaptación del
texto dramático que trabajó con el grupo ICTUS y que fue publicada como novela
por Uqbar Editores en noviembre de 2008. La directora editorial, Isabel Buzeta, se
refiere a su interés por imprimir las dos obras de Aguirre: “Los editores jóvenes o más
viejos —creo— tenemos obsesión por rescatar lo que leímos y nos gustó cuando
no éramos editores todavía: esto fue lo que sucedió con Doy por vivido todo lo so-
ñado... pura nostalgia. Balmaceda. Diálogos de amor y muerte es otro asunto, pues
corresponde a la lectura actual, en bruto, en borrador, de una novela ágil que toma
como motivo central a un personaje histórico y unas circunstancias que —aunque
distantes en los siglos— se construyeron con los mismos tópicos que las actuales:
el poder, la pobreza, la riqueza, los ideales, el amor, la injusticia. Isidora Aguirre es
una escritora que será reconocida por la variedad de sus registros: novelas, cartas,
dramaturgia, todas diferentes, eso sí, todas con su peculiar ritmo”.21
A partir de una capacidad transversal para atraer a diferentes públicos e
incursionar en diversos géneros, hay que destacar el desempeño de Aguirre dentro
de la literatura infantil, que se suma al registro de su trabajo como uno de los más
antiguos, ya que lo cultiva desde que era una niña. Como una gran lectora y obser-
vadora de su entorno, siempre ha dialogado con la naturaleza y los mitos, desenca-
denando fantasías y mundos propios plasmados posteriormente en sus relatos. En
ellos encontramos personajes adorables por su picardía y comicidad, anécdotas sim-
ples pero revestidas de moralejas, atmósferas fantásticas pero que sentimos cercanas
a la propia experiencia. Destaca Don Anacleto Avaro (1965), una pieza infaltable
en las antologías de obras representables para escolares. Es así como Isidora no sólo
hace hablar sobre las tablas a personajes de carne y hueso que incurren en asuntos
de contingencia o importantes periodos históricos, sino que se adentra en la corriente
interna de los sentimientos y en aquellos imaginarios que traspasan el mundo pura-
mente infantil, y también se instalan en la avidez de los lectores adultos.
20
Correo electrónico personal del 4 de diciembre de 2008.
21
Correo electrónico personal del 6 de diciembre de 2008.
La novelista: el ejercicio individual
de la memoria y la evocación
Has escrito cerca de cuarenta obras teatrales, pero también poderosas novelas.
Hemos hablado de por qué escribes teatro y has comentado que por tratarse
de un arte colectivo justifica el oficio. En contraste, la narrativa es un ejercicio
individual. ¿Qué te motiva a escribir novelas?
Ha de ser un desahogo, la necesidad de expresarme en forma subjetiva o, como
dices, el deseo de realizar un ejercicio individual. Mis novelas Doy por vivido todo
lo soñado y Carta a Roque Dalton están escritas en primera persona. A diferencia
del género dramático, en el que dialogamos por boca de personas extrañas a nuestra
vida y ambiente, en la novela aflora lo personal, algo como dejar que se filtre el yo.
Esto sin que necesariamente se identifique lo biográfico, ya que lo real va fundido
con la ficción.
Tus novelas publicadas difieren mucho en estilo. ¿A qué se ha debido esa hete-
rogeneidad de registros?
El tema suele determinar lo formal, así es que en las cinco novelas escritas hasta
ahora, la variedad de temas determinó la variedad de estilos. En una de ellas, Carta
a Roque Dalton, el estilo —aunque no totalmente— es del género epistolar. En Doy
por vivido todo lo soñado, novela centrada en una familia tribal y en el personaje
real de mi madre, el estilo bordea las memorias. Santiago de diciembre a diciembre,
mezcla de crónica y de historia de amor, la escribí empleando relatos y monólo-
gos, en primera o tercera persona. En otra novela que aún no termino de corregir,
Guerreros del sur, preferí el relato histórico.
El título Doy por vivido todo lo soñado está sacado de un epígrafe de un poema
de Juan Guzmán Cruchaga. La novela tiene como tema la familia y, en especial,
la figura de tu madre, sobre la que dices: “Mi mamá es una mariposa amarilla que
me visita a menudo”. Me gustaría que hablaras de ella como madre y personaje.
La figura de mi madre siempre me pareció muy atractiva: una artista pintora, muy
culta, espiritual y a la vez gozadora de la vida. En la novela la describo como “una
202 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
luz por las claraboyas, donde se posaban las palomas. “Me miran cuando pinto”,
dijo Boris. Las paredes estaban cubiertas por sus trabajos, óleos, dibujos, sangui-
na... ¡Un universo deslumbrante! Miraba sobrecogida. Me llevó hacia un ventanu-
co que enmarcaba un bellísimo durazno en flor. “Quiero morirme en primavera
—dijo— y ese durazno florido es lo último que desearía pintar, para llevármelo
conmigo. Usted, querida amiga que conoce los secretos de los muertos, ¿cree que
es posible llevarse algo de este mundo?”. Me estremecí, con sólo pensar en su
muerte. Asentí: “Eso y mucho más...”. Tomó mi mano entre las suyas, y me dio
las gracias, mirándome de soslayo con su picardía infantil. Al fondo de la huerta
se movían gallinas grises, patos albos, el gallo con su glorioso plumaje multicolor,
garzas y gallinas de Guinea. ¡Todo parecía cotidiano y simple! Sin embargo, me
sentía en otro planeta, en un mundo fascinante, pero... prohibido para mí. No me
atrevía a alzar los ojos para no encontrarme con los suyos. El silencio me dolía,
quizá por todo lo que hubiera querido decirle. Pasó sus dedos por mis sienes: “Te
teñiste el cabello... ¿fue por mí?”. Sí, por él me había teñido las canas antes de
viajar, y era tan ajeno a mi modo de ser, que me avergoncé. Estuvimos mirando mi
retrato: los grandes párpados bellamente trazados le imprimían sosiego a las pu-
pilas de un verde azuloso. Le dije que me había mejorado. “Así te veo, y así tienes
que verte...”. Intercambiamos frases breves: “Eres bella”, dijo Boris. “Gracias...”. Le
traía el cheque de mi esposo para llevarme mi retrato, pero cuando quise dárselo,
protestó: “De ninguna manera... Es darte algo mío. Es darme yo mismo”. Recordé
lo que me había dicho en Chile, cuando le acompañé a Valparaíso a tomar el barco,
en el breve instante en que nos quedamos solos en el puente: “Nos entendemos
tú y yo, de tu alma a la mía”.
Luego escribiste una novela que es una combinación entre el género testimonial
y epistolar, Carta a Roque Dalton. ¿Qué me dices de ese libro?
Esa novela surgió como una necesidad de hablarle a Roque, poeta y guerrillero salvado-
reño, luego de saber que por intrigas de la CIA lo habían fusilado sus propios compa-
ñeros. La escribí en un estilo que podría llamarse, más que epistolar y testimonial, emo-
cional. A trechos converso con él o reproduzco las charlas que teníamos en La Habana.
La novela describe un amor fuera de lo común, un amor que no es el de la pareja, sino
un amor sin compromiso, sin exclusividad. Un amor que, sin embargo, se prolongó
más allá del tiempo compartido, conservando la misma fuerza en el recuerdo.
La novelista: el ejercicio individual de la memoria y la evocación 205
esa relación era no exigir, dejarse llevar, vivir el momento. Roque tenía un fino
sentido del humor, se pasaba bien con él, también se aprendía. Admiraba, junto
con su talento como poeta, su inteligencia, su cultura y la firmeza de su ideo-
logía. Era muy querido no sólo en La Habana, también en el medio intelectual
latinoamericano.
En diciembre de 1972 vino a Chile y se quedó cerca de un mes en mi casa. Tres
años después fue asesinado por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en El
Salvador, acusado de ser agente infiltrado de la CIA. Me había contado Roque
cómo, en la última de sus cárceles —de la que escapó gracias a un terremoto que
echó abajo los muros—, unos agentes de la CIA le advirtieron que “de su muerte
se avergonzarían hasta sus hijos...”. El líder del ERP, Joaquín Villarroel, en una entre-
vista que le hace en México uno de los hijos de Roque, declara, dolido, que creerlo
un infiltrado —debido a las intrigas de la CIA— y ordenar su fusilamiento fue un
error fatal que los privó, además, del mejor de sus ideólogos. Después de su muerte
editaron en Cuba un grueso volumen en el que poetas y escritores se refieren tanto
¿Cuáles serían las razones para rescatar ese periodo y esas vivencias enmarcadas
en una historia de pareja?
Si quise traer hasta el presente el ambiente y lo que ocurría en ese lapso de diciem-
bre a diciembre, de 1969 a 1970, fue quizá al sentir el cambio que ocurrió, tanto en
el país como en el carácter de los chilenos, luego del oscuro periodo de la dictadura.
Hoy día no es el idealismo y la confianza en el futuro lo que exalta a los jóvenes;
es, más que nada, la llegada de ciertos cantantes o conjuntos extranjeros de mú-
sica rock, y a los no tan jóvenes, los partidos de fútbol. El idealismo sólo aflora en
algunos sectores de la juventud, pero no es la característica general, como lo fue
entonces. Creo que, consciente o inconscientemente, si me propuse rescatar ese
periodo, fue pensando en quienes lo vivieron pero lo olvidaron y, principalmente, a
fin de darlo a conocer a las nuevas generaciones. Intentaba transmitir un mensaje:
ese espíritu idealista y de esperanza, si antes ocurrió, no es imposible que un nuevo
detonante nos lleve a recuperarlo. Y el que los episodios de la política se vayan
estructurando en torno a una historia de amor, o a la inversa, la historia de amor
se va desarrollando paralelamente a los acontecimientos del proceso político, es un
valor agregado a la crónica.
La novelista: el ejercicio individual de la memoria y la evocación 209
Al leer la novela se transmite la idea de que en esa época los afectos, inclusive
la sensualidad, estaban ligadas a la ideología o la política, como lo demuestra la
siguiente escena:
Como en el altiplano, cuando por las noches me aclaraba que la Comuna de París
no era un barrio, ni un episodio de la Revolución Francesa. O me leía Cartas de
Marx y Engels, un libro de páginas amarillentas que descubrió entre las papitas del
mercado de San Francisco, cartas llenas de ternura en las que, junto con anunciar
eventos que cambiarían la historia, Marx se lamentaba porque debía varios me-
ses de renta, clamando por un giro postal, y Engels le preguntaba, con paternal
solicitud, si se había aliviado de sus furúnculos. Y Santiago, burlándose: “Más
te atrae su amistad que el marxismo”. Dejaba el libro sobre la mesilla de noche
junto con sus lentes de marco trizado, apagaba la luz, me tomaba en sus brazos
y el comisario de los Soviet que se imaginaba ser, se disponía a fornicar con su
camarada esposa. “Mañana buscamos algo sobre Lenin, y el marxismo te seguirá
entrando por el útero”. Su voz adquiría un tono cálido bajo las sábanas y el amor
tenía entonces un significado especial, como sellando el compromiso con los
grandes ideales.
210 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
débiles, me preguntaba, ¿cómo será cuando esa misma muchedumbre sale a las
calles enfurecida?...)
Neruda, que había acompañado a Allende en sus giras anteriores por la pampa,
contaba: “Su resistencia dejaba atrás a la de todos sus acompañantes. Íbamos
por las infinitas tierras del norte. Él dormía en un rincón del automóvil. De pronto
surgía un punto rojo en el camino, que, al acercarnos, se convertía en un gru-
po de quince o veinte hombres, mujeres y niños, con sus banderas. Allende se
restregaba los ojos para enfrentarse al sol vertical y al grupo que cantaba. Se les
unía en el himno nacional y les hablaba, vivo, rápido y elocuente. Regresaba al
coche y continuábamos recorriendo los larguísimos caminos de Chile. Volvía a
sumergirse en el sueño y cada veinticinco minutos se repetía la misma escena:
grupo, canto, banderas, discurso y regreso al sueño.
Hacía algunos años que Pablo Neruda había muerto, sólo como
mueren los poetas. Quiero decir que lo notamos nada más al no
La novelista: el ejercicio individual de la memoria y la evocación 213
poder visitarlo en su casa de Isla Negra y verlo guisar una corvina en su locomóvil,
o escucharle la voz diciendo que la cebolla redondeó su vientre de rocío en el se-
creto de la tierra oscura. O al no poder preguntarle “¿cómo está tu salud, Pablo?”.
Porque si le pregunto “¿Cuándo podríamos tener una larga charla contigo, incom-
parable conversador?”, responde —como acaba de hacerlo— “Ahora mismo”. No
sé por dónde empezar. A riesgo de pecar de convencional, le pregunto cómo fue
su vida: “Mi vida es una vida, hecha de todas las vidas: las vidas del poeta”.
Juan y Medio pidió que le indicaran la montaña más alta del reino, y allí fue con
un par de zancos. Esperó la caída de la noche y, en cuanto asomó la Luna, estiró
un brazo y la descolgó del cielo. Se le helaron los dedos y al soltarla, rodó la Luna
montaña abajo. Tras ella corrió Juan y Medio, y llegaron juntos al valle. La ensartó
en un palo para llevársela a la princesa. Y a la princesa, que nunca estaba satisfe-
cha, se le antojó el Sol.
Mucha paciencia tenía Juan y Medio. Se fue a la montaña con un palo largo y
terminado en punta y apenas despuntó el sol, lo ensartó. El palo se incendió y
rodó el Sol montaña abajo. Corrió tras él Juan y Medio. Como así, ardiendo, no
había medio de tomarlo, fue en busca de la princesa. Y a la princesa la llevaron en
una carroza hasta el pie de la montaña a ver el Sol. La princesa lo encontró muy
bonito, pero confesó que lo que ella quería era “lo imposible”.
No se desanimó Juan y Medio y partió en busca de lo imposible. Hizo un largo
viaje y no encontró nada. Recordando la promesa del rey, se presentó ante la
princesa:
—Y ahora, hermosa princesa, tienes que casarte conmigo —le dijo.
—¡Imposible! —contestó ella, sin vacilar.
—Pues bien, ¡ahí tienes el imposible! —le dijo Juan y Medio.
Meditabunda quedó la princesa, sin saber si había sido burlada o si sus caprichos
estaban al fin satisfechos. Y considerando que Juan y Medio era capaz de tan
grandes hazañas, lo juzgó digno de ser su esposo.
Y así fue como Juan Perales, llamado Juan y Medio, llegó a ser rey y se hizo cons-
truir un castillo muy alto que dejó atrás las nubes, a fin de poder estar en él de pie
y hasta subir al segundo piso sin topar el techo.
FIN
las que se incorporan claves clásicas y técnicas metateatrales, como ocurre con
Retablo de Yumbel.
Por supuesto, y considerando la situación que se vivía, en este trabajo no
hubo ingenuidad alguna respecto al contexto, y tanto en sus adaptaciones como
en sus traducciones Isidora introdujo una soslayada y punzante visión crítica hacia
los abusos cometidos por el gobierno de Pinochet, denunciando el despotismo y los
crímenes contra los derechos humanos en obras que tratan estas problemáticas,
como Fuenteovejuna y Ricardo III.
Isidora multifacética: otros lenguajes,
otras indagaciones artísticas
Casi todas tus obras tienen música. Incluso, en algunas la música es parte de la
historia y un elemento central. ¿Cómo concibes la música dentro de tu creación
dramática? ¿Cómo has trabajado con los músicos?
Cada experiencia es diferente. La pérgola de las flores me fue encargada cuando ya
el músico había compuesto algunas canciones. Para ese proyecto hubo que reescri-
birlas en su mayor parte, pero no hubo trabajo en común. Partiendo de mis perso-
najes y situaciones, él escribía la letra (decía que, de no hacerlo, no podía componer
la música) o se basaba en las letras que yo había escrito. También agregué diálogos
entre las estrofas, ya que —como lo comentas— las canciones en La pérgola son
parte de la acción. Hay un cuadro musical que tuve que agregar por deferencia a
Francisco Flores —“Tonadas de medianoche”, que es sólo un adorno—. Como
algo curioso, me di cuenta de que en una de las canciones que tiene mi letra, “La
estudiantina”, me adelanté al mito que iba a ser la obra, cuando hago decir al coro
de estudiantes que “la pérgola se declara monumento nacional”.
Distinto es el caso de otra de mis comedias musicales, La dama del canasto, con
música de Sergio Ortega, al que me unía una gran amistad. Trabajamos en estrecha
armonía y colaboración. Sentado él al piano, le iba dictando la letra; y si había que
alargar o acortar el verso, yo modificaba mi letrado o él la melodía. Nos divertimos
mucho, ya que hay situaciones cómicas en la comedia y en las canciones.
Luis Advis compuso música incidental para Los que van quedando en el camino,
y mis conocimientos de música sirvieron para que él aceptara de buen grado mis
sugerencias en sus composiciones. Cuando trabajé con Gustavo Becerra, también
gran amigo, él compuso una bella música incidental, en guitarra, para la primera
versión de Las Pascualas (1957); luego trabajamos en estrecha colaboración cuan-
do compuso la música para las canciones, de un acentuado estilo brechtiano, que
escribí para Los papeleros.
Para la segunda versión de Las Pascualas, que tiene muchas canciones con ritmos
y danzas del folclore, escribí las letras con el metro que correspondía (cueca, re-
falosa, tonada, seguidilla). Para esa versión, más de un músico ha compuesto las
melodías, de acuerdo con los estrenos en distintas épocas y ciudades (Concepción,
Antofagasta, Valparaíso).
También he colaborado en la parte musical en mis adaptaciones de obras clásicas para
escolares. En Fuenteovejuna adapté melodías de antiguas canciones españolas. En la
versión que dirigí en Montreal de Retablo de Yumbel, que se estrenó en Concepción
224 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
con música de Daniel Estrada, adapté unas zarabandas de Bach para algunas escenas.
Sólo cuando es estrictamente necesario compongo la música (o intervengo en la di-
rección, coreografía y vestuario), porque —como te lo he dicho reiteradamente— me
interesa esa labor colectiva en que los aportes de otros creadores enriquecen mi tex-
to. Tanto en Las Pascualas, segunda versión, como en Retablo de Yumbel, empleo
las tradicionales décimas. Tuve que estudiarlas, porque no son de fácil manejo. Me
atraen porque son muy nuestras y a menudo las emplean los payadores.
sugirió para la escenografía un gran cortinaje gris, y cadenas para moverlo. Al inicio
añadí un prólogo en el que las cortinas son el mar, se mueven como oleaje sobre
el piso del escenario, para la simbólica llegada de un barco que viene del pasado,
trayendo a los personajes que acuden a contar su historia. Las cadenas actúan
luego en escenas de prisión.
En mi caso, si pude realizar muchas adaptaciones, fue por encargos que recibí en-
tonces. Abel Carrizo‑Muñoz me pidió la adaptación de Fuenteovejuna para mon-
tarla con un grupo del Estadio Español. Enseguida, Edgardo Bruna me encargó la
de Lazarillo de Tormes. Emilio García y Jorge Cano, del grupo Histrión, me pidieron
la adaptación del Médico a palos. Esas tres obras, más Edipo Rey, fueron tomadas
luego por Patricia Cuadros y su compañía de teatro escolar. Vendía ella cada año las
funciones a los colegios y liceos, contando así con una asistencia masiva.
obra que había sido mi primer estreno en tres actos en el año 1957. En esa versión
no sólo entregaba una leyenda popular, sino que inserté en ella las danzas de nues-
tro folclore, cueca, sajuriana, refalosa, canciones y coreografías que la enriquecie-
ron —diría— en un cien por ciento. Luego de la presentación en Antofagasta la
seguí trabajando, y quedó en su forma definitiva cuando se estrenó el año 1977 en
Concepción por el Teatro El Caracol, con dirección de Jaime Fernández y música
de Daniel Estrada. Curiosamente, la actriz Brisolia Herrera, que interpretó al prin-
cipal personaje popular de la obra, la mama Mañuca, en el montaje del Teatro de
la Universidad de Chile, en 1957, también lo encarnó veinte años más tarde, en el
montaje del Teatro El Caracol. El día del estreno en Concepción, al que asistí, feli-
cité, eufórica, a su director, diciéndole que le había dado un toque de teatro clásico
a la obra, a lo que él repuso: “Tú has escrito una obra del teatro clásico”. Fue un
gran éxito de público.
Luego de esa segunda versión musical, la obra ha sido remontada en numerosas
ocasiones por Ximena Ramírez, actriz, directora y profesora de teatro, con su gru-
po de la Universidad del Bío Bío, desde la década de los noventa en adelante. El
montaje que ella dirige, con música y coreografías compuestas por Omar Saavedra
y Alfredo Marín, que también ejecutan la música, tiene, en mi opinión y la de
personas “entendidas”, mayor atractivo que La pérgola de las flores. Esa adapta-
ción, que llamo “Las Pascualas, segunda versión”, que se presentó asimismo en
Valparaíso, dirigida por Omar Gutiérrez, desgraciadamente aún no ha sido montada
en Santiago.
Gracias a tus conocimientos del francés y del inglés tradujiste muchas obras.
¿Cuáles fueron las más importantes?
La primera obra que traduje del inglés fue Juno y el pavo real, de Sean O’Casey,
y luego Cartas de amor, de A. R. Gurney. En realidad fueron muchas. Recuerdo
Galileo Galilei, el mensajero de las estrellas, de Barry Stavies; Largo viaje hacia la
noche, de O’Neil; Frankie y Johnny en el claro de luna, de Terrence McNally; Romeo
y Julieta y Ricardo III, de Shakespeare. También Esquina peligrosa, de J. B. Priestley;
El hombre elefante, de Bernard Pomerance; El amor de los cuatro coroneles, de Peter
Ustinov; Ejercicio para cinco dedos, de Peter Shaffer; El paseo de los domingos, de
Georges Michel.
“Nuestro Pueblo” de Thornton Wilder. Adaptación de Isidora Aguirre. Dirección Abel Carrizo-Muñoz, Teatro
Cariola, Abril, 1983. El Mercurio, suplemento Espectáculos, abril, 1983.
234 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Del francés traduje El médico a palos, de Molière; Víctor o los niños en el poder, de
Roger Vitral; El premio Martin, de Eugene Labiche; El huevo, de Felicien Marceau;
Roberto Zucco, de Jean Marie Koltes; El falso caballero, de Mariveaux.
Algunas de estas obras también las adapté. Unas se montaron y otras no, por razo-
nes ajenas a mi voluntad.
Febrero, 1962
1962
Entre los proyectos que me bullen, hay uno que me tiene realmente excitado y en
el cual tú puedes cumplir un lugar modesto, pero imprescindible. En tu amor por
Shakespeare, naciente y en pleno desarrollo, espero, he sentido que una buena
traducción de Romeo y Julieta sería un tributo merecido a su genio. Creo que tú
podrías hacer un excelente trabajo poniendo a su servicio no sólo tu conocimiento
del inglés, sino tu talento, tu sensibilidad creadora. Es tan pobre, tan poco enamo-
rada la versión de Astrana Marín, conoce tan poco el secreto de Shakespeare vo-
lando sobre el escenario, dentro de ese espacio —cerrado e infinito a la vez— de
ensueño... Yo quiero montarla al regresar, como un tributo modesto, también, pero
se necesita una traducción libre, creadora, que tenga vida propia, que suprima lo
superfluo, que elimine el exceso de retruécanos. Una traducción que sepa encerrar
la escena trágica de amor y de impaciencia juveniles, de odio familiar torpe y de
tiempo inexorable que inspira la obra, animada de amor por Shakespeare, que a la
vez tenga el eco chileno para el alma chilena. Como autora enriquecerías tu mun-
do; junto a Los papeleros, se bifurcaría tu trabajo actual en sendas perfectamente
compatibles. ¿No te tienta? La perspectiva del amor cobra en Romeo y Julieta una
altura, un aroma inefable. Y estoy seguro de que le daríamos al teatro chileno unas
horas de amor, de mucho amor, de sueños y de misterio, de infinito.
amor por él. Un buen texto inglés, más la traducción de Astrana Marín, la asesoría
de tu marido Peter, un buen diccionario Oxford y tu talento y percepción, tu oficio,
serán los mejores recursos. La mayor libertad que da la prosa quizá te permita acla-
rar lo que queda oscuro con las exigencias del verso. Y no olvides que ha de ser un
diálogo actuado por nuestros actores, con menos trabalenguas, con más brevedad,
pero con idéntica imaginación y riqueza, y piensa siempre que es una obra de amor.
Que caracteriza el odio torpe y ancestral de unas familias, la eternidad del lenguaje
amoroso, la sabiduría y gracia costumbrista de la nodriza, la obscenidad y el brillo,
la fanfarronería estupenda de Mercurio. En fin, mejor tú que yo irás descubriendo
sus riquezas. Y te enriquecerás con la técnica del desarrollo dramático.
Ahora pienso que el fracaso de muchas cosas en Chile no se ha debido sino a
esta matonería de querer brillar, ser los únicos o los más importantes. Que ciertos
montajes nacieron más bien del deseo de “epatar” y no del de comunicarse, de
abrir los brazos y abrazar con cariño. Está tan relacionada la personalidad de los
seres humanos con sus creaciones... De ahí que importe superar el natural egoís-
mo, o mezquindad, cuando entramos en contacto con los espíritus más selectos.
Es posible engañar un tiempo si pones el talento al servicio de ti mismo, pero tarde
o temprano lo hueco de ello se percibe. También Inglaterra tiene ese tipo de gente,
está en todas partes. Habría que luchar por que todos nosotros miráramos el teatro
como una fuente de amor, donde no sólo se lleva la propia sed, sino también el
agua que nutre, que abre caminos.
He sentido una envidia, una envida sana, al observar la concentración de los acto-
res en su trabajo, sin tensiones, ante un público que agota día a día las localidades
para venir a palpitar con su historia, ante la fuerza intelectual de los actores. Jamás
se atrasan o conversan en ensayos, ni he visto rivalidad entre un director y otro,
o entres actores. Admiro ese sólido y respetable sentido profesional y la madurez
que nosotros aún ni siquiera vislumbramos. Debemos comprender que la creación
teatral es parte de un mundo mucho más amplio, de un fenómeno más rico que
el de nuestra actitud inicial de hacer teatro por encarnar un papel, o para figurar.
Quizá estas confidencias mías les sirvan a tus alumnos. Siempre pienso que ellos
pueden captar la llamita y transformarla en hoguera. Hay que poner en los alum-
nos la conciencia de que el teatro es una vía de comunicación con los demás, un
espejo de la humanidad, como nos dice Shakespeare en el preámbulo a los actores
de Hamlet, y que eso alivia el fardo del pesado camino que debemos recorrer en
nuestra profesión, mucho más cercana a la rivalidad, al suspenso, al misterio, que
cualquier otra.
8.
Bitácora de viajes
Durante los años de la creación de este libro, yo misma fui tocando algunos
de los nudos de esa red global que Isidora ha tejido a lo largo de su trayectoria.
En 1999, cuando comenzaba mis estudios de literatura en la Universidad
de California, Berkeley, recibí un correo de difusión cultural donde se anunciaba
la visita de la dramaturga chilena al Centro de Estudios Latinoamericanos, y luego
la puesta en escena de su obra Retablo de Yumbel en una universidad próxima,
la Universidad de Hayward. Lamenté no haber podido asistir a ninguno de esos
eventos, por otros compromisos académicos. Para ese entonces, no sospechaba que
algún día Isidora Aguirre se volvería alguien tan cercano e importante, ni menos
que haríamos un libro sobre su vida.
En diciembre de 2006 viajé a Bogotá, Colombia, a un Congreso de Sociología
de la Universidad Nacional para participar en una mesa sobre Letras y Ciencias
Sociales. Durante la estadía, aproveché de visitar una compañía teatral con la que
Isidora había trabado lazos de amistad y trabajo. Así fue como me abrieron las
puertas en el Teatro La Candelaria, una compañía destacada y laboriosa que lleva
cuarenta años de trabajo, enquistada en una casa-escuela y teatro, en el barrio
del que toma su nombre. Sólo bastó pronunciar el nombre de Isidora para que el
maestro Santiago García, director y fundador de la compañía, y Patricia Ariza, co-
fundadora, dramaturga y directora de un interesante proyecto cultural para grupos
sociales marginados compartieran conmigo una rica conversación entre arepas
y café. Una mañana fui testigo del trabajo de Patricia, quien ensayaba una bella
obra con un grupo de niñas abusadas. Otro día me subí a un camión que circuló
por la ciudad en protesta contra la violencia colombiana. Al momento de despedir-
me, me hicieron numerosos obsequios de libros y videos de su trabajo.
En febrero de 2007, viajé a España para investigar sobre unos textos dramá-
ticos españoles, y reparé entre la gente de teatro el reconocimiento hacia Isidora y el
recuerdo vivo del montaje de La pérgola en 1961, en el prestigioso teatro del Centro
Dramático Nacional. Asistiendo a otra obra, pude imaginarme al público de ese
entonces en las butacas de felpa roja, riendo con las pergoleras. Sé que en ese país
ha resurgido un enorme interés por sus obras, con festivales como el de Almagro
y Agüimes en 2006, y con las ediciones críticas y el trabajo académico publicado
por importantes editoriales.
En La Habana, en febrero de 2008, estuve en Casa de las Américas, donde me
recibieron de modo muy acogedor: el nombre de Isidora era una verdadera llave para
dialogar con todos los funcionarios. Pude acceder a los archivos con fotos en que
aparecía ella entre los jurados y los premiados, y escuchar un sinfín de anécdotas car-
gadas de cariño y admiración. No es un mito: Isidora fue y es importante en la Isla.
Bitácora de viajes 239
Fui invitada a La Habana por Casa de las Américas dos veces como integrante del
jurado de Teatro, en enero de 1964 y enero de 1969; y en noviembre de 1966 me
invitaron al Festival de Teatro Internacional El Gallo de Oro, como jurado. En esa
ocasión se montó una versión de La pérgola de las flores en Topes de Collantes,
como ya te lo comenté, inaugurando el Festival. En 1987, mientras dirigía mi obra
Retablo de Yumbel en Montreal, me enviaron el pasaje para que asistiera unos días
a un Encuentro de Teatro Latinoamericano, en La Habana. Finalmente fui en 1990,
cuando se invitó a los que habíamos sido jurado o Premio de Casa de las Américas,
al celebrarse sus treinta años de existencia.
En Cuba aprendí lo que era el socialismo —en esos años yo era independiente
de izquierda—. Como jurado del concurso, nos llevaban a visitar personalidades.
Amando Hart, que era ministro de Educación en 1964, fue la primera persona que
me abrió los ojos. Cuando comentó que estaban aplicando planificación en educa-
ción, como nos pedían que hiciéramos preguntas y aprovechando los conocimien-
tos que yo tenía en esas materias, le pregunté cómo evitaban que se les produje-
ra una “brecha”.22 Repuso, amable y sonriente: “Compañera, me hace usted una
pregunta capitalista, permítame darle una respuesta socialista”. Me explicó que la
brecha se evitaba porque antes de llevar un tema a discusión, se les enseñaba a
discutir a todos los que participaban, gracias a la educación propia del socialismo.
Lo que entendí es que en un régimen socialista todo se hace en forma más demo-
crática, y hay menos posibilidad de error al recopilar los datos para una correcta
planificación. También aprendí de la visita al que era ese año presidente de Cuba,
Osvaldo Dorticós, cuando, al referirse a la campaña de alfabetización, dijo que era
más cara que lo que Cuba se podía permitir; pero que, a pesar de eso, se hizo. Me
enteré luego del éxito de esa campaña, por lo masiva: casi la mitad de Cuba se volcó
a enseñar a leer a la otra mitad. Esto en circunstancias de que al presidente chileno,
22
Cuando se planifica, primero se hace una investigación sobre los problemas existentes. El
peligro en planificación es que si los datos recopilados sobre los problemas que hay que
solucionar no son correctos, se produce una “brecha” entre esa información y la aplicación
de las soluciones. Hasta existen diversos programas en educación, en medio ambiente, en
varias materias, que utilizan el concepto en enunciados como “bridging the gap” (tendiendo
puentes sobre la brecha) o “closing the gap” (cerrando la brecha). No considerar esa brecha
equivale a no hacer un diagnóstico correcto en medicina, lo que lleva a que los remedios que
se receten no tengan el efecto buscado.
242 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
La Habana
Carta a su hija Pilar, en el tercer viaje a La Habana
17 de enero, 1969 1969
Ahora ya tengo el mar a todo lo ancho de
la ventana. Las vivencias del día de ayer
sobrepasaron mi capacidad de asimilación,
tanto así que más las disfruto al evocarlas.
Bella la variedad de palmeras del camino a la granja de
Buines donde celebraron nuestra llegada. Para nosotros,
sureños, no sólo el trópico es deslumbrante, hay algo en
la atmósfera que nos sensibilizaba al máximo; quizá sea
la tibieza del aire, la cordialidad con que nos reciben y,
más que nada, el descubrir que es posible el sueño de to-
dos iguales... (No importa, como dice Orwell en Animal
Farm, que haya algunos “más iguales que otros”...) Me
decía Osvaldo Dragún en sus cartas: “Aquí me acuesto y
me levanto con el socialismo...”. Por la mañana nos habló
Haydée Santa María, directora de Casa de las Américas, in-
vitándonos a ir a todas partes y hablar con quien quisiéra-
mos: “Hallarán bueno y malo —dijo— y si desean sólo lo
bueno busquen a Dios”. Y agregó: “Eso no nos preocupa,
porque esta revolución no está prendida con alfileres: está
prendida en hombres como el Che, Fidel, Camilo; en he-
Viaje a Cuba como delegada. Festival chos como Playa Jirón y el Cuartel Moncada; está prendida
Internacional de Teatro, La Habana,
1967. En la foto con Agustín Siré. en todo un pueblo...”. Por la noche comentaba la sabiduría
de sus palabras recorriendo esas calles que bajan al muelle,
con Roque Dalton (poeta salvadoreño, asilado aquí, que
trabaja en Casa de las Américas). En una esquina un enorme letrero luminoso
anunciaba “LOS DIEZ MILLONES VAN”. Roque me tomó por los hombros y me
dejó bajo el letrero. Le pregunté si se trataba de la lotería. “No, boba, ¡la zafra!”, se
burló de mi ignorancia: Diez millones es la suma que desean obtener este año con
la cosecha del azúcar. Roque es un capítulo aparte del que te contaré luego, porque
me tiene tan deslumbrada como el trópico y el socialismo. La noche anterior había
paseado por los muelles envuelta en ese aire tibio, con el estallido de la espuma
Bitácora de viajes 243
Junto a Silvio Rodríguez. Viaje a Cuba como Jurado Casa de las Américas, 1964.
Ese mismo año del Festival El Gallo de Oro, en La Habana, noviembre de 1966, te-
níamos con Eugenio Guzmán una invitación del British Council. Pasé en Londres
de emoción en emoción, y la más intensa fue ver a Laurence Olivier en Othelo, mi
pieza preferida de Shakespeare. Eugenio se burló porque salí del teatro derraman-
do lágrimas por la emoción estética, las que también derramé cuando, al bordear
el Támesis —seis de la tarde en el hemisferio norte, luz tenue que llaman dim
light—, las campanadas del Big Ben llenando el aire, ¡veo surgir la catedral de
Westminster iluminada! Maravillosa visión... Fue una curiosa experiencia pasar la
noche del 31 de diciembre en Trafalgar Square, con los hippies ingleses trepados
a las fuentes de agua armados de paraguas. Cada vez que me subía a un enorme
león de piedra para ver mejor, un altísimo bobby (que así llaman en Gran Bretaña
a los policías) me decía con amabilidad “get down, madame...”. Nos abrazamos
con Eugenio al dar las 12 y le rogué que no me extraviara en esa multitud, que
con lo desorientada que soy, no sabría regresar al hotel. Igual se me perdió.
Se cerraron los Metros en las cuatro esquinas de la plaza. Extendí el mapa de
Londres sobre la acera y me paré encima para orientarme. De pronto, un hombre
chiquito con un abrigo raído que le arrastraba por el suelo, me pregunto: “Are you
lost, madame?” (“¿Está perdida?”). Me indicó que lo siguiera y me dejó ante un
Metro aún abierto. Son así de amables, de civilizados. Me imaginaba una ciudad
austera, y difícil, por ser tan inmensa. Y es muy acogedora; tal vez su gente la
vuelve amable.
Eugenio, al día siguiente de llegar, me llevó a Westminster City, donde están la
Abadía y la Casa del Parlamento, junto al Támesis. Quedé deslumbrada cuando,
al detenernos medio a medio del puente, me hizo mirar a ambos lados: ¡la vista
es impactante! Ahí están la historia, la civilización. No pudimos sino admirar esa
ciudad, a quienes la construyeron y la habitaron a lo largo de los siglos, por muy
socialistas que viniéramos de La Habana.
246 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Viajé por vez primera en 1980 invitada al encuentro Women Playwrigth, al que acuden
más de cincuenta mujeres dramaturgas. Algunas vienen de Europa, otras de Asia y de
América Latina, también de África. Fue interesante escucharlas. Tuve que presentar
una ponencia, en la que me referí a la importancia del “teatro social” y al rol de la mu-
jer, basándome en las ideas de Amanda Labarca, luchadora chilena por la liberación
femenina, que piensa que la mujer es la guardiana de la especie: desde el tiempo de
las cavernas, era ella quien cuidaba a los hijos, que son el futuro de la especie, cuando
el hombre iba a cazar o luego a servir al señor feudal. Proveía para ellos la iluminación
y calor del fuego, vestimenta, alimentos y las primeras enseñanzas. Luego —cuando
todo se compró— salió del hogar para seguir cumpliendo esa función como profeso-
ra, médico, abogada, etcétera. Destaqué el valor de la mujer de nuestro pueblo, con
referencia a personajes de mis obras, en un escrito que me tradujeron al inglés. Luego
de leer las ponencias debíamos hablar de la situación en nuestros respectivos países,
y no me quedó otra que improvisar en inglés (una profesora de Albany, donde tenía
que dar una charla, me rogó que allá improvisara, ya que —dijo— resultaba mucho
más ameno que escucharme leer). En cada uno de esos viajes en que fui invitada, di
charlas en varias universidades norteamericanas, gracias al profesor y crítico de teatro
Grínor Rojo y sus contactos. Me conocen, porque donde hay profesores chilenos o
latinoamericanos, suelen montar entre ellos La pérgola de las flores.
Luego de asistir a los dos encuentros de dramaturgia (1980 y 1982), fui invitada a
otro llamado Cuarto Propio (por el libro de Virginia Woolf), a dar charlas —y a veces
a realizar talleres— en las universidades de Nueva York, Cincinnati, Los Angeles,
San Francisco, Columbia (donde era profesor Grínor Rojo), en dos del Estado de
Colorado, en Ithaca, Ohio, Hudson, entre las que recuerdo. En Albany —como me
lo pidió aquella profesora en Buffalo— tuve que dar mi primera charla improvisada en
inglés, en un gran teatro, con un público que no dejó de inquietarme, de profesores
y alumnado universitario. Compartía la mesa del estrado con una dramaturga china
y una sudafricana de Johannesburgo. Me referí a la manera como los dramaturgos
nos defendíamos de la dictadura al estrenar obras con temas contingentes, y al tema
de mi obra Retablo de Yumbel. Al día siguiente partí en tren a Nueva York, donde
debía dar la próxima charla. No lograba disfrutar a gusto de la belleza del paisaje
otoñal, bordeando el río Hudson, preocupada pensando en el pesado equipaje que
tendría que cargar, maletas y máquina de escribir. Al detenerse el tren, de pie junto a
Bitácora de viajes 247
Invitada a Conferencia Internacional de Mujeres Dramaturgas, Buffalo, N.Y. Estados Unidos. 1988.
otros autores —Egon Wolff, Gregory Cohen y Ramón Griffero— a Nueva York, a
fin de intercambiar ideas con dramaturgos norteamericanos. Nuestro tema era el
teatro en Chile durante la dictadura. Tuve la suerte de ser la escogida para dialogar
con Arthur Miller, a quien admiraba y que fue mi modelo al iniciarme como autora.
Miller había viajado a Chile para apoyar a los artistas perseguidos. Comentamos
cómo escribir obras con temas prohibidos, y mi experiencia con Retablo de Yumbel
presentado en plena dictadura. Quedé impresionada con su personalidad, su inteli-
gencia y su trato cordial.
248 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Por un golpe de suerte pude ir a la que entonces era la Unión Soviética, al Festival
de Cine de Tashkent, en el Uzbekistán. Ese año, década de los ochenta, estaba en
Hamburgo en casa de mi amigo Luis Sepúlveda, y había tomado un tren a París, por
el gusto de pasar uno días en esa ciudad. Jorge Insunza —entonces exiliado allí—
arregló ese viaje (consiguió que me traspasaran la invitación de la cineasta Valeria
Sarmiento, que no pudo asistir). Una curiosa anécdota: en Tashkent invitaban a los
directores a los cines de barrio donde se repetían los filmes del Festival. Durante el in-
termedio, una anfitriona presentaba al director y se refería a su trayectoria artística. Por
esa asistencia se recibía luego el pago de cinco rublos. Un chileno, cineasta, le dio mi
nombre a la anfitriona y fui llevada al cine de barrio en más de una ocasión. Como no
entiendo el ruso, no podía saber por qué me aplaudían con tanto entusiasmo, siendo
que ni siquiera era directora de cine. Al fin mi amigo me confesó que le había pedido
Bitácora de viajes 249
a la anfitriona que me invitara por ser yo una famosa guerrillera de la montaña, de las
que luchaban armadas de metralleta contra la dictadura. Tanto éxito tenía conmigo,
que cuando dejé de presentarme me iba a buscar al hotel y me rogaba que asistiera
una vez más. ¡Gané veinticinco rublos, con los que pude comprar bella artesanía!
Terminado el festival me invitaron a Moscú, donde pasé una semana en casa de
mi amiga Cecilia Coll, la que había sido mi jefa cuando trabajaba en la Universidad
Técnica. Además de la cercanía que tuve siempre con la cultura rusa por el maestro
de pintura de mi madre, era gran admiradora de su folclore, de los músicos, de los
famosos ballets de Diaguilef, de Dostoievsky, de Gorki. Fue impactante la visita al
Kremlin, donde se puede seguir las huellas de Lenin y revivir lo que era ya leyenda,
su participación en la Revolución de Octubre. Me llamó la atención la cultura de los
moscovitas: al final de los conciertos hacían fila para comprar las partituras. Estuve
en casa del traductor de Neruda, el que me invitó a ver la puesta en escena de su
excelente adaptación al ruso, en estilo rock, de Joaquín Murieta. En un paseo al
campo conocí a un integrante de la Radio Moscú que transmitía para Chile, por el
que me enteré que habían “rehabilitado” al maestro de mi madre, Boris Grigoriev, lo
mismo que a Máximo Gorki. Salieron ellos de Rusia por ser mencheviques cuando
triunfó la revolución comunista, y a ambos les habían devuelto el honroso lugar que
les correspondía. De paso, te cuento que eran muy amigos, Gorki que se exilió en
Capri y Boris en Cannes, la Costa Azul. En una ocasión Boris fue a Capri y le hizo
un bello retrato a Gorki. Se puede leer en un recorte de periódico que tenía mi ma-
dre, que Gorki le rogó a Boris que le hiciera un nuevo retrato en el que, en lugar de
orejas, le pusiera un par de alitas. Boris repuso a su carta que él era pintor realista, y
preguntó para qué quería las alitas en lugar de orejas. Gorki repuso: “Porque no veo
otra manera de entrar al cielo...”.
Fui invitada el año 1977 a Alemania para el estreno radial de mi obra Los que van
quedando en el camino, en Stuttgart, ciudad famosa por las excelentes versiones de
teatro de su emisora. Esto, gracias a la publicación de mi obra traducida al alemán.
La versión radial fue dirigida por un excelente director austriaco y trabajada por acto-
res de primera categoría, que fueron a Stuttgart contratados especialmente para esa
grabación. La obra fue musicalizada de principio a fin por el cantante y compositor
Daniel Viglietti, que vivía entonces en la ciudad de Colonia. El director de la obra me
hizo llevarle el video de la obra. El viaje en tren de Stuttgart a Colonia, bordeando el
250 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Rhin y sus castillos, es bellísimo. Me quedé en casa de Viglietti unos días platicando
la amistad. Él había estado en mi departamento en Santiago cuando tuve alojado
a Roque Dalton, de quien era gran amigo. Los alemanes, con la agencia Verlag der
Autoren, en Frankfurt y la filial de Berlín Oriental, difundieron esa obra no sólo en
su país; también se dio cada año en checo en una radio de Praga, como protesta
los días 11 de septiembre, aniversario del golpe militar en Chile. También se dio en
una radio de Berlín Oriental. De más está decir que con lo ordenados que son los
alemanes en asuntos de pago, durante la década de los setenta mi principal entrada
venía de los derechos de autor de Los que van quedando en el camino, que me
enviaban ellos. Además hubo numerosos montajes en teatro, uno en Linz, Austria;
luego en Alemania Oriental; uno traducido al holandés, en Ámsterdam, y en giras
por Holanda. Por último, se estrenó en Bielefeld, Alemania Federal, ciudad famosa
por su cultura teatral, donde asistí como invitada a los ensayos.
Allí dirigió la obra un joven director, con el que trabajamos en gran armonía. Pasó algo
curioso. Debido a la proximidad del golpe militar en Chile, los actores esperaban una
obra violenta y sanguinaria y me miraban con bastante desinterés; no así el director,
el que había participado en los eventos de 1968 en Alemania, como compañero de
estudios de Rudy el Rojo. Según los tres actores que actuaban como los hermanos
Sagredo Uribe, el asunto de los sindicatos era en Alemania “cosa del pasado y a
nadie le interesaba” (se referían a las escenas del sindicato de Lonquimay creado por
los campesinos). Sin embargo, fue entusiasta la acogida que tuvieron esas escenas:
provocaban tanta hilaridad en los actores, que había que detener el ensayo. Entonces
esos tres actores, al inicio tan indiferentes (hasta dijeron no entender inglés, idioma
en el que me comunicaba), me invitaban a tomar cerveza, muy amigables. No sólo
me hablaron en perfecto inglés; se mostraron interesadísimos en saber todo de la
obra, y mi criterio sobre los personajes que ellos interpretaban. Hasta el que tenía
el rol del hermano del medio me confesó que lo comprendía muy bien, porque él
mismo lo era. Le había contado yo que Tomás Vidiella me había pedido alargar los
parlamentos de ese personaje, que le tocó interpretar, porque, según él, yo lo había
descuidado, al igual que los padres, los que suelen preferir al mayor y al tercero, el
regalón. Para cerrar el capítulo Bielefeld, te cuento que, unos años más tarde, una
profesora alemana de teatro contó, en un encuentro en el Goethe Institut, que a raíz
de ese estreno, al que ella había asistido, los jóvenes autores alemanes empezaron a
escribir obras sobre el campesinado, tema que antes no les interesaba.
Estando en Berlín, fui invitada por el agente de la Agencia de Berlín Oriental a ver en
el Berliner Ensemble, la obra de Brecht El círculo de tiza caucasiano, mi preferida,
dirigida por un discípulo del autor. En ese tiempo, 1977, había que cruzar el muro de
Bitácora de viajes 251
En la década de los ochenta, cuando tenía un pasaje para viajar a Estados Unidos a
quedarme un tiempo con mi hija Carole y su pequeña hija (su marido preparaba un
doctorado), me llamaron desde Suecia para invitarme a un encuentro de escritores
en el Instituto Latino-Americano de Gotemburgo, por mi novela Doy por vivido todo
lo soñado. El cineasta chileno Rafael Guzmán Llona me pedía, en esa misma fecha,
que fuera a Roma para que trabajáramos el guión de cine de esa novela, que él pen-
saba filmar. Por una feliz combinación de circunstancias, pude asistir a Gotemburgo
y a Roma con el dinero que me enviaron desde Suecia. Al finalizar el encuentro,
tomé un pasaje en Eurailpass, por tren, para ir hasta Roma y volver. Fue un hermoso
recorrido, primero cruzando en el tren los fiordos y luego atravesando Europa. Rafael
Guzmán tenía bastante avanzado el guión y me esperaba para trabajar los diálogos.
Organizó el trabajo en esos diez días que estuve en su casa, llevándome a recorrer la
ciudad entre las dos y las cinco de la tarde, hora en que tomábamos un café frente
a algún famoso monumento, para volver a su casa y trabajar hasta la medianoche.
Fui muy feliz conociendo la legendaria Roma y el trabajo con mi amigo se realizó en
gran afinidad, tanto que en diez días dejamos terminado el guión.
Aunque era una producción europea (Italia, Inglaterra), al ser ambos chilenos se
exigía que el primer aporte de los dos mil dólares saliera de Chile. Hicimos lobby
durante muchos días con el gerente de la Compañía de Acero del Pacífico (CAP),
que vagamente parecía interesado en dar esa primera suma. Al final el guión no se
pudo llevar al cine.
Bitácora de viajes 253
América Latina: “No estás viendo las ruinas por tus ojos”
Te hago un breve recuento: además de varias travesías por tierra, en tres ocasio-
nes (entre el año setenta y fines de los ochenta) viajé en autobús, acompañada
de un amigo, conociendo Bolivia, Perú, Brasil, Colombia, Ecuador. Volví en otras
ocasiones, en las que tuve contacto con grupos de teatro o di clases, como es el
caso de mis talleres en la Universidad Central de Quito, o trabajos con el grupo La
Candelaria, de Santiago García, en Bogotá, y en Cali con Alejandro Buenaventura.
He tenido contactos de teatro o dado clases de técnica dramática en Quito: las di en
dos viajes, en la Universidad Central. En Lima me integré al grupo Cuatro Tablas para
trabajar una adaptación de La ópera de tres centavos de Brecht. En Nicaragua estuve
por el guión del film Alsino y el cóndor, de Miguel Littin, que se filmó en Managua.
veces, sube a nacer conmigo, amor americano” del poema de Neruda—. Abajo
serpenteaba el Urubamba con galopes de yegua desbocada. Al divisar la cumbre,
saludamos los vestigios del tiempo en las alturas: “piedra en la piedra, el hombre
¿dónde estuvo?”. Fuimos escalando las terrazas que sembraban los monjes para
sus muertos hambrientos de maíz, entramos a las casas sin techumbre, con sus
ojerosas ventanas que miran hacia los abismos: “Del aire al aire como una red
vacía, en la gastada primavera humana, donde el tiempo cumple su estatura en su
salón de manantiales rotos”. “No estás viendo las ruinas por tus ojos”, rezongaba
Jacobo al oírme preguntar por Juan-come-piedra y Juan-come-frío.
Bajábamos los peldaños seculares, el Cuzco, Machu Picchu, Tiwanaku —el tiem-
po pareció detenerse en esas altas claridades geográficas—, caminando por la
tierra apisonada de siglos con el trote-arriba, trote-abajo de los grandes pies te-
rrosos, recogiendo pequeños trofeos, para asegurarnos de que había sido real el
azul del lago, el rugir de las zampoñas, un trocito de muro suave y pulido de años,
desprendido del templo de Tiwanaku. Los altos muros del templo sin el templo,
recortándose contra el vacío, piedra anclada en el silencio. Cruzamos una aldea
solitaria, murallas cimadas de adobes dispuestos como encaje, techos pajizos, un
campanario barroco. ¿Dónde está la gente? ¡En el mercado de Patacamaya! A la
vuelta de una esquina surgió el revolotear de polleras entre los achullos dispuestos
a ras del suelo: ofrecían mantas, talegas —fiesta del azul y el granate, del púrpura
y el anaranjado— junto a los frutos del altiplano: “Compre, pues, mamita”. Al
inclinarse la vendedora piel de pergamino, asomaba a su espalda el crío de mejillas
rubicundas envuelto en capullo multicolor. Nos internábamos en una tembladera
de atmósfera, bajo una lluvia tenue, que parecía que lloraba el paisaje sin mojarse.
Los muros de barro en esa neblina evanescente parecían caer desde lo alto a me-
dida que el bus avanzaba cruzando los pueblos.
En otro de mis viajes, el pintor Juan Soriano me invitó a su casa junto con el muralis-
ta Rufino Tamayo. Como no había una exposición de sus obras, las que yo deseaba
ver, Tamayo tuvo la gentileza de invitarme a su casa para mostrarme sus telas. Su
taller era un cuarto que daba a uno de esos grandes patios de las antiguas casas,
con árboles y vegetación, que me recordó el tercer patio de la casa de mi infancia.
Me fue mostrando sus telas, la mayor parte pintura no figurativa, de hermosa com-
posición; algunas recordaban los coloridos mercados de México.
En otro viaje estuve también con el muralista David Alfaro Siqueiros, a quien cono-
cía de cuando en Chile visitaba a mi madre. Lo fui a ver en un museo donde pintaba
uno de sus últimos murales. Me recibió con cariño y me hizo ver cómo había logra-
do, al disponer en una forma peculiar las figuras, “borrar las esquinas de la sala del
museo”. Después de su muerte estuve a menudo con su viuda, Angélica. A pedido
suyo, le envié una buena fotografía del retrato que le hizo Siqueiros a mi madre, para
incluir en libros de su pintura.
A Buenos Aires fui muchas veces. Primero con la gira del Teatro de la Universidad
Católica y la recién estrenada Pérgola de las flores, a fines de 1960, y más tarde
cuando la montaron ellos, en el Teatro Caminito, al descubierto, en ese barrio. En
esa ocasión no estuve invitada, pero fui más adelante a verla cuando la pusieron
en sala cubierta, y tuve también ocasión de ver el film La pérgola, una produc-
ción española-argentina, bastante mediocre. Luego el Teatro de la Universidad de
Concepción llevó en gira Población Esperanza (la obra que escribí con Manuel
Rojas, y que dirigió Pedro de la Barra). Esa vez fui invitada junto con Manuel Rojas.
La obra tuvo un éxito increíble, y se dio en temporada en el Teatro San Telmo. Más
adelante fui invitada al estreno de Los papeleros, que montó el grupo argentino Fray
Mocho, el mismo año que se estrenó en Santiago, 1962.
Pero empecé a viajar a Buenos Aires mucho antes. La primera vez fue para ir a
despedir a unas amigas que partían a Europa y recibir a mi suegra española que lle-
gaba en barco a Buenos Aires, para seguir a Chile. Entre “despedir y recibir” estuve
quince días vagando a solas por la ciudad. Ese año recién terminaba mis estudios
de teatro en la Academia de Hugo Miller, y conocí a los integrantes de un grupo
de teatro, La Máscara —eran tiempos de Perón, y estaban en clandestinidad—.
Me trataron en forma muy amigable, como a una integrante más de su grupo; me
llevaron a “la peña” (un café) que tenían y me invitaron a ver ensayos. Me hicieron
Bitácora de viajes 257
sentir que pertenecer al gremio teatral, en el que recién me iniciaba, era formar parte
de una hermandad internacional.
Más adelante fui en varias ocasiones a ese Buenos Aires “país de amigos”, como lo
llamaba Pedro de la Barra. Tenía alojamiento en casa de mi amiga Margarita Aguirre,
y gracias a mi estrecha amistad con el dramaturgo Osvaldo Dragún y el escenó-
grafo Guillermo de la Torre, estuve en contacto con los autores de esa generación,
Lizarraga, Roberto Cossa, entre otros. Me llamó la atención la rica convivencia que
se nota entre los autores de teatro argentinos.
...la autora que de un modo más cabal y abarcador ha sabido reflejar en su teatro
gran parte de la problemática de su país. Ha reflexionado sobre la situación chi-
lena tanto a través de acontecimientos sociales y situaciones del presente como
desde la historia. De este modo ha expuesto en clave teatral una historia chilena,
tocando todos los momentos y acontecimientos significativos de su país, desde
las luchas de los mapuche contra los españoles, pasando por la Independencia,
la guerra civil, las revueltas de inicios del siglo XX, episodios de mitad del siglo
XX y los cambios de Santiago y de la forma de vida, haciendo mención del naci-
miento de las poblaciones y suburbios, hasta la terrible dictadura de Pinochet y
sus secuelas.23
Cita de libro de Carmen Márquez, en prensa, facilitado por Isidora Aguirre en correo electrónico.
23
9.
Encuentros con personas notables
Los encuentros que Isidora Aguirre tuvo con algunas reconocidas personas del mun-
do de la cultura hablan por sí solos; este capítulo recoge anécdotas, escenas, cartas
y testimonios de colección que dan cuenta de aquellas experiencias. Coinciden en
que todas ellas fueron con hombres, quizá porque Isidora fue de las primeras muje-
res artistas de su generación que circuló por el mundo cultural y político. Por breves
que hayan sido, estos encuentros fueron significativos en su trayectoria vital y artís-
tica, y produjeron un punto de inflexión, una corriente emocional y existencial.
El azar y unos amigos chilenos en común residentes en París la llevaron a
pasar una tarde en la casa del máximo exponente del surrealismo, André Breton,
quien regresaba a esa ciudad después de varios años de exilio en el Caribe y Estados
Unidos, donde se había refugiado tras ser perseguido durante la Segunda Guerra
Mundial. Para ese entonces estaba casado con una chilena y vivía lejos de la eufo-
ria de los primeros manifiestos; es más, miraba con desencanto el rumbo tomado
por sus pares artistas y criticaba la actitud del placer consumista hacia el arte.
Isidora, con su fino poder de observación, nos reconstruye esa tarde, haciendo un
262 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
los niños mexicanos, cráneos con ojitos de oro, que fabrican el día de los muertos:
calaveras que, mediante un mecanismo, se levantan de la sepultura y ejecutan “dan-
zas macabras”. En fin, que tiene atochado de curiosidades su pequeño territorio.
Breton es una persona agradable, fina, con esa cualidad muy francesa de parecer
terriblemente interesado en lo que le hablan, para —supongo— asegurarse de que
a su vez será escuchado con la misma atención. Se habló de lo comercializados que
están los grandes pintores de hoy, en contraste con la vida modesta y atormentada
de los Van Gogh, Cézanne, Gauguin. Se refería en especial a Picasso, gran vedette.
Más grande que su persona —dijo— es la publicidad que lo rodea. Nos mostró la
invitación que había recibido para su exposición de cerámicas (las que ha estado
trabajando en Antibes). Decía: “Tenue en habit, très souhaité”. El que se esperara
traje de etiqueta puso a Breton fuera de sí y, por supuesto, no concurrió. Quizá
exagera en sus juicios; dicen que está peleado con todos debido a las ideas políticas.
Hay un dejo de amargura en su crítica, pero es verdad que Picasso se ha comerciali-
zado. Pide unas sumas increíbles por dibujos, faunitos, hasta en servilletas de papel,
de los que él mismo se burla. De Matisse contó que sus telas subieron a niveles tan
inalcanzables que, para poder vender, debió dejar los retratos inconclusos; así baja-
ba el precio: retratos con el rostro en blanco. Pensar que Cézanne vendió su primer
cuadro a un ciego, el que se lo hizo describir en la galería donde estaba expuesto.
20 de julio, 1954
1954
Llevo tres días de traductora de la troupe de Barrault. Los acto-
res me tratan con cariño y respeto, porque les soy necesaria. Me
hacen preguntas, se interesan en mi vida, lo que me permite in-
terrogarlos a mi vez. Uno le decía a los demás: “Es asombroso
hallar aquí una chica del IDHEC (la escuela de cine en la que estudié en París).
A Pierre Saunier, que viene como régisseur, lo vi en París, actuando en el gru-
po de mimos de Marceau, en el espectáculo “Mort avant l’aube”, en un teatrito
perdido de Montparnasse, ese año de 1949. Asistí a unos cursos de mímica que
Encuentros con personas notables 267
22 de julio, 1954
24 de julio, 1954
Creo que este festín de teatro será un alimento para el futuro. Cada día nos dan
algo nuevo. A eso se agregó, ayer, una charla de Barrault, estimulante, la que vino
a justificar el respeto y amor al oficio. Para ellos, el teatro tiene algo de sagrado,
es lo único que realmente cuenta. Como esta tarde no había función de Barrault,
fui a ver El matrimonio, de Gogol, con el Teatro Experimental. Sobresale la ac-
tuación de Agustín Siré, el mejor actor que ha pasado por nuestros escenarios.
Encuentros con personas notables 269
Agosto, 1954
1954
¡Se fueron! Partió el barquito con Cristóbal Colón y todas esas maravillas que me
deleitaron... Me quedé en el muelle, como cuando vamos a despedir a seres queri-
dos agitando un pañuelo, preguntándome, ¿qué hacía yo antes de que pasara por
aquí este teatro francés? Ocupó todo mi tiempo, le dediqué todo mi entusiasmo y
¡ya no están! Me alteraron el orden establecido. Pero me dejaron algo: seguridad
de que el teatro es lo mío. (Ma part dans ce monde: mi parte en este mundo o,
más en chileno, lo que me toca...) Al despedirse, Barrault me besó con mucho
amor y me dijo “vous êtes adorable”. ¿Qué mejor pago por mi esfuerzo, además
del haberme alimentado con sus obras? Durante la función de Cristóbal Colón me
vio al salir de escena y, sin detenerse a mirarme, como si aún estuviera en su rol
de Colón, me atrajo hacia él y me besó en la frente, como dándome las gracias
por mi colaboración. Es afectuoso, exigente, sencillo y muy sincero. Desplegó
su encanto con todos. Él y Madeleine me escribieron una bella dedicatoria en el
programa, y la forma en que me llamaba su “collaboratrice” me llenaba de orgullo.
Está todo lo vivido y aprendido, como dentro de un gran ovillo que tendré que ir
desenrollando, descifrando quizá, inconscientemente. Sobre actuación, recuerdo:
“El verbo, la frase, debe golpear (impactar) por el sonido mismo de las palabras,
tono ágil, representativo, no intelectual o complicado, porque en tal caso el públi-
co se va quedando atrás” (Le verbe doit frapper para le son même des mots, agile,
représentatif, non pas intellectuel, car alors le public reste en retard de plusieurs
répliques). Y citó algunos diálogos como ejemplo.
Conocí a Ionesco en París, a fines del año 1967, de regreso del Festival Internacional
de Teatro en La Habana. Un ex compañero de la escuela de cine, que entonces
era director de TV, me llevó a ver una obra de teatro que debía filmar (El juego
270 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
señorita, parto cada día hacia un lugar diferente, pero no llego nunca a ninguna
parte...”. Lo que puso fin al diálogo y volvimos a la sala.
Al iniciarse la segunda parte de la comedia, François Perrier recitó ante cortina un
largo monólogo en el que trataba de justificar lo que ocurría en la obra (esto es, que
cuando él mentía, su mentira se transformaba en verdad, lo que era sólo un juego,
imposible de justificar). Mientras yo pensaba “lo que está diciendo no tiene ni pies ni
cabeza”; escuché a mi espalda el murmullo de Ionesco: “¡Ah, no! Se haga lo que se
haga, se diga lo que se diga, uno debe basarse en una filosofía” (... il faut avoir une
philo...) Aunque lo repetía en voz baja, su mujer, inquieta, le hacía señas para que
guardara silencio. Al terminar el monólogo de Perrier (ídolo del público), estallaron
los aplausos, lo que Ionesco aprovechó para repetir su protesta en voz alta. Su mujer
le rogaba, angustiada: “Por favor, cállate”. Toda la sala del teatro estaba pendiente de
él. Al cesar los aplausos, se alcanzó a escuchar la voz de Ionesco con toda claridad.
Él sostuvo la mirada de angustia de su mujer. Pasaron unos diez minutos y Ionesco
tomó su abrigo. Muy finamente se despidió y se levantó para retirarse. Me dije que era
la ocasión para comentar la obra y el discurso de Perrier, y hallé un pretexto para salir
con él. Bajamos la lujosa escalera de gradas de mármol en silencio. Esperaba, ansiosa,
su comentario. Sólo en el último peldaño, se detuvo y me miró, serio. Me apronté
para escuchar su crítica a Perrier, pero sólo me dijo: “Porque cuando mi mujer se pone
en ese plan, yo me voy...”. Al llegar a la puerta del teatro, ya en la calle, me preguntó
qué tenía que hacer o adónde iba. Veía al frente un bar iluminado, y tenía la seguridad
de que Ionesco cruzaría la calle para esperar ahí a su mujer. Por la forma en que me
hizo la pregunta, había la posibilidad de insinuar que no tenía nada que hacer, pero
por discreción, ya que no me estaba invitando, le mentí: “Me espera mi amigo en
el camión de la TV”. Quedé muy defraudada. Pero tuve una compensación: al poco
tiempo, Ionesco y su mujer llegaron a Chile invitados y me ofrecí, como solía hacerlo
con invitados del Teatro, para acompañarlos como intérprete. Logré, entonces, como
se dice en criollo, “sacarme las ganas”. Ionesco y su mujer, al igual que en París, me
trataban en forma amistosa, casi —diría— como a una antigua conocida. Creo que
se sentían bien al tenerme siempre cerca en las charlas, visitas o entrevistas.
Tuve la suerte de conocer al Che, año 1964, cuando era ministro de Industrias,
con ocasión de una entrevista que él concedió a periodistas y escritores. Fue en
272 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
cuando más se aprendía era en las situaciones límite de la guerrilla, que requerían
madurez y responsabilidad. En cuatro pies en la alfombra, trazó un imaginario mapa
y explicó: “Aquí estaba yo con cuarenta prisioneros, por este lado venían los de
Camilo (Cienfuegos, líder de la guerrilla) y por esta otra dirección avanzaban los
de Batista... ¿Quiénes llegarían primero? ¿Qué hacer con los cuarenta prisioneros?”.
Situaciones como ésa, dijo, se daban a cada instante.
En el flujo creativo de Isidora Aguirre convergen varias corrientes que, unidas, for-
man un registro particular. Quizá el rasgo más esencial de su trabajo es que llevó
el método Stanislavsky a la escritura; los parlamentos pretenden incluir el mundo
emotivo de los personajes, proyectando en el lector o en el espectador una expre-
sión verídica y alejada de toda artificialidad, propia del “realismo psicológico”. Es
un teatro que evita la declamación postiza; hay un llamado para que sus persona-
jes, luego encarnados por actores, no representen y, en cambio, vivan su condición
en escena, ya sea ésta la de un mapuche, una víctima política, un campesino o
un papelero. A raíz de que surgen de una documentación real, se les condiciona a
mostrar su “verdad interior”: sus deseos y desesperanza, su rebeldía, su lenguaje.
Como autora, Isidora apela a su memoria afectiva para dar vida a personajes e
historias que registran las ideas de su tiempo, observando la vida en su totalidad
y cobrando conciencia dentro de ella. Simultáneamente se sugiere el pasado del
personaje, y podemos interpretar sus motivaciones. En cada una de sus obras,
280 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
podemos responder preguntas como, ¿por qué el personaje hace tal cosa?, ¿qué
quiere el personaje de este otro?, y dejarnos conducir por la suma de sus objetivos.
Los personajes de Aguirre, protagónicos o secundarios, saben lo que están hacien-
do en escena, no se limitan a “decir el texto”. En ese sentido, conoce las reglas y
está muy atenta a la estructura, para después hacer giros e innovaciones.
Su lenguaje es preciosista, heredado de los clásicos, de su convivencia con
los españoles que vinieron tras la guerra civil, de su espíritu lector y su magnífico
oído para reproducir las hablas de quienes inspiran sus obras. Escribe rumiando
mucho antes de sentarse frente al papel blanco, rectangular y vacío. Antes de ello,
se ha adentrado en la realidad para explorarla, convivir con ella y encontrarle un
sentido. Lee en voz alta, repite las palabras con fascinación, buscando el sonido,
alargándolas o acortándolas dependiendo del personaje. Cuando se hizo drama-
turga, llevaba años manipulando el idioma creativamente: en ella, escribir es un
vicio adquirido en la infancia.
Escribir, investigar, vivir, es la fórmula. Tres acciones que se unen desde el
primer momento en que se entra en contacto con el material, donde hay un océano
de información que pide ser esculpido. Como una vez me dijo sobre este punto, “tra-
duzco las verdades reales en verdades teatrales”. Es un proceso de transformación
misterioso, donde la realidad sufre una suerte de “deformación”, para afirmarse aún
más. Los hechos dispersos se organizan en una historia simple desde donde surge la
fuerza dramática. Es un proceso que requiere de paciencia, angustia, goce. Luego, si
la obra se monta, es importante aprender de los actores, ver dónde tropiezan, ser el
guía vital de intérpretes y directores. Esto corre tanto para protagonistas como para
personajes secundarios, porque si hay algo que destaca en el universo de Isidora, es
que en todas sus obras los personajes secundarios están perfectamente construidos,
tienen encanto, son necesarios y memorables.
A Isidora le gusta retratar vida, y reflejar la vida en sus personajes; por eso
prefiere evadir los personajes sórdidos, sin por ello separar el teatro de su contexto
social, ya que, para ella, el teatro es un medio de significación social y educativa.
Esboza caracteres chilenos, pero sin criollismos. Se inspira en el pueblo, pero tam-
bién escribe para ellos como eventual público. Por eso le otorga suma importancia
a la claridad, a fin de que todos puedan entender las claves de la historia. Ella
misma desarrolló una línea de teatro popular con la idea de impartir conocimientos
básicos a pobladores, presos, jóvenes cesantes, para que fuesen capaces de realizar
un teatro propio y no ser siempre meros espectadores, convirtiéndose así en actores
y autores espontáneos participantes del mundo cultural. A la vez que exponían
sus problemas, intentaron demostrar que es posible hacer teatro sin dinero, sin
Mi escenario propio: arte poética, metodología y reglas teatrales 281
gran aparato, sin estudios previos. Además, Isidora considera que el teatro puede
convertirse en tribuna, en un medio para educar, informar, criticar y, sobre todo,
para estimular o difundir ideas sin que la escenificación (o las ideas expresadas)
pierdan el atractivo.
En consecuencia, los estrenos que más gozó no fueron aquellos en que estu-
vo junto a sus pares o grandes personalidades, sino esos donde pasó inadvertida
entre los espectadores, escuchando sus espontáneas reacciones.
Su pluma tiene reminiscencias de algunos narradores latinoamericanos. Ella
reconoce la influencia de maestros como Juan Rulfo y García Márquez, por sus jue-
gos temporales, por la fusión de lo real con lo irreal. También hay uso de registros
populares, como la lira, junto a cuadros oníricos, grotescos, épicas nacionales, todo
armónicamente integrado en una particular poética.
A través de los años, Aguirre fue desarrollando una metodología de ense-
ñanza, una conceptualización de su arte, donde la premisa y la estructura son
fundamentales. Posee numerosos apuntes y ejercicios que conforman un modelo
con el que planea realizar un futuro proyecto. Es posible constatar su legado entre
las siguientes generaciones, donde destacan sus alumnos Soledad Lagos (Madre,
cuerpo y padre) y Guillermo Calderón (Neva, Clase).
Su obra cuenta con el reconocimiento del pueblo, del público y de los ac-
tores de sus obras. Se percibe una innegable satisfacción por parte de todos ellos,
la que Isidora valora y considera un móvil para seguir creando. Tal vez, el recono-
cimiento “oficial”, el del teatro como institución, está pendiente, pero no por ello
detiene su prolífica obra. Está el reconocimiento popular, el impulso de las nuevas
editoriales que publican su obra, y el interés y admiración de nuevos y antiguos
lectores y espectadores.
***
Una cámara subjetiva recorre habitaciones en una antigua casa en Ñuñoa; mues-
tra objetos que caracterizan y ayudan a formarse una idea del personaje. Un largo
pasillo con afiches teatrales: Wai Kii, La dama del canasto, Los que van quedando
en el camino, La pérgola de las flores, Retablo de Yumbel, Población Esperanza, Los
papeleros, Manuel Rodríguez, Las tres Pascualas, Naira Yawina, Lazarillo de Tormes,
Fuenteovejuna; teatro Cariola, teatro Camilo Henríquez, sala Andes, Museo de
Santa Cruz, Hayward University, Antofagasta, Concepción, Madrid, La Habana,
Berlín. Un pasillo que es un túnel del tiempo. La cámara entra a lo que parece ser
un dormitorio. La cámara registra cada objeto, fotos, tapices, muebles. Se detiene
282 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
en una pared con cientos de fotos de niños de diferentes edades, fotos de grupos
familiares, de Isidora con colegas de cumpleaños, de nacimientos, de fiestas, de
hijos abrazados, de actores ya muertos. Un gran collage con toda su gente. En el
más absoluto silencio vemos unas manos que teclean, unas manos de alguien de
edad que sostiene un papel, una hoja con palabras. A su lado, un pequeño altar:
una foto de una dama antigua firmada María Tupper, libros, un diccionario, unos
discos de música clásica. El plano se abre, vemos cómo esas manos están movién-
dose sobre un teclado, zumbido de computador. Comienza una sinfonía de Bach.
Vemos el perfil de Isidora trabajando en su pieza, sentada en su cama frente a la
pantalla y revisando el texto, volviendo al monitor y luego girando para mirarnos:
“Ésa soy yo”.
Mi escenario propio: arte poética,
metodología y reglas teatrales
Se nota al leer tus textos que para ti es importante el cuidado del lenguaje; es
muy pulcro, correcto. ¿Cómo lo trabajas?
Con mucho cuidado y también con mucho agrado. Me gusta obtener, más que
la corrección, la riqueza y, en algunos casos, la poesía, tanto en obras de teatro
como en mis novelas. Es pobreza que se repita un sonido o un término, en una
misma frase o párrafo o en el siguiente. Para evitarlo, leo en voz alta lo escrito, y
nunca falta un sinónimo que venga en mi auxilio. También la corrección o riqueza
tiene que ver —lo sabes siendo tú escritora— con la forma en que empleas los
tiempos verbales. Condición importante es saber sintetizar, especialmente en los
diálogos de teatro, cortando todo lo que no es imprescindible. Eugenio Guzmán
solía advertirme: “Dos adjetivos seguidos pierden fuerza, pelean entre ellos; deja
sólo el que tenga mayor efecto”. Eso como regla general, porque hay veces en
que conviene dar énfasis empleando hasta tres adjetivos. Tampoco empleo térmi-
nos soeces, los llamados garabatos, o palabras que provienen de modas efímeras,
como recurso fácil para dar realismo a los diálogos. Pero puede ocurrir que una sola
palabra “fuerte”, bien ubicada, logre enriquecer un texto, como lo hice en Los que
van quedando en el camino. Cuando el campesino traidor le dice a los otros: “¿no
se dan cuenta de que hay que delatar a los cabecillas y que, cayendo ellos, nos
salvamos?”, uno contesta con ironía: “Sí, huevón...” (su respuesta sacaba aplau-
sos). Lo tomé textualmente de lo que un líder campesino (de apellido Calderón)
repuso a unos carabineros que le hicieron igual propuesta durante la toma de un
fundo en el año 1968 —un amigo que participó en la toma me lo contó cuando
estaba escribiendo la obra—. Sucede que hay frases del presente de la escritura
que se introducen en ella.
Con este cuidado trabajo del lenguaje, ¿qué haces con la tendencia de los actores
a acomodar sus parlamentos a las palabras que les fluyen más naturalmente?
En cuanto a la limpieza del texto teatral, es común que algunos actores agreguen
términos de su cosecha porque les resultan más familiares o porque se les escapan
espontáneamente, lo que atenta contra el trabajo del autor y, en mi caso, la tenden-
cia al perfeccionismo. Eso ocurría en los ensayos de una puesta de La pérgola de
las flores con actores que estaban habituados a improvisar en las teleseries. A los
términos agregados, que eran frecuentes antes de la disciplina de los teatros univer-
sitarios, los llamaban “morcillas”. Pero también suelen los actores encontrar algo
acertado y, en ese caso, lo fijo en el texto. Por ejemplo, lo que Anita González le
dice, peleando, a una de las floristas: “Y le dejo la boca como empaná”; o cuando el
mozo al que le pedí que apareciera cantando en italiano, ve al urbanista en el suelo,
luego de la pelea con Tomasito, y le grita a Laura: “Signora, ¡il bambino e morto!”.
¿Y cuál sería la premisa de una de tus obras, por ejemplo de Manuel Rodríguez
o de Bolívar y Miranda?
Sucede que al escribir yo una obra de teatro no pienso en las reglas de técnica
dramática que enseño en mis clases. Una vez que adquieres el oficio, tienes esas
reglas internalizadas. Pero, ya que lo preguntas, pienso que en las obras históricas
prima lo épico, y no las acciones internas de los personajes. Hay, más bien, una
sucesión de acontecimientos que voy seleccionando, de acuerdo con mi propia
visión social y política.
290 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
un mismo idioma. Por ejemplo, el método usado en Los papeleros fue preguntar so-
bre lo que para ellos es lo primordial, ya que no es posible hacer encuestas o grabar
a alguien que escarba en un tarro de basura en la vereda. No tengo problemas para
conversar con la gente del pueblo, entre los que incluyo a los marginados que viven
en un basural o los reos comunes (con estos últimos trabajé en la Penitenciaría para
hacerlos crear una obra de teatro). Al realizar las investigaciones, he podido apreciar
sus cualidades: son generosos, solidarios y, en el caso de quienes caen más bajo,
carecen totalmente de resentimiento. Pero quizá lo más importante es que suelen
tener mucho sentido del humor. También he observado que las personas sencillas,
los campesinos, los mapuche, tienen un sexto sentido que les avisa, si los aborda
alguien de otra clase social, con qué intención lo hace: por simple curiosidad o por-
que se interesa en ellos, y puede brindar algún tipo de apoyo. Gracias al método que
usé en Los papeleros llegué a reunir cerca de cuarenta entrevistas en las que basé
la obra, y que a mi compañera en ese trabajo le sirvieron para su tesis de Servicio
Social. Los papeleros resultó ser una obra documental, ya que quedaron en ella las
historias y las vivencias de los papeleros contadas con sus propias palabras.
Recorte de prensa, publicación “Diálogos de fin de siglo” y “Los papeleros”. Revista Análisis, octubre 1988.
mamá de las Pascualas. Y entre las de clase media y alta, estarían el personaje de
La dama del canasto, Laura Larraín de La pérgola de las flores, Rosario, la que está
contra la violencia en Diálogos de fin de siglo; en las comedias, Carolina, Maggi (de
Maggi ante el espejo), y Ella en Esta difícil condición...
Mi escenario propio: arte poética, metodología y reglas teatrales 293
¿Qué piensas de todas las veces que has sido postulada para el Premio Nacional
de Artes de la Representación?
Sobre eso, Andrea, dejemos que un crítico y periodista con más autoridad que yo,
y con mucha oportunidad, conteste por mí.
Raíces chilenas
por Juan Andrés Piña 2008
La Tercera, sábado 30 de agosto de 2008
Sí, me parece muy certero lo que dice Piña. Pero, ¿no tienes nada que agregar?
Podría agregar que la última vez que me postularon, en el año 2005, me avisaron
desde el Ministerio que iba finalista y que debía tener el teléfono a mano porque, si
lo ganaba, lo que era muy probable, tendría que ir allá de inmediato. Tan seguros
estábamos todos —hijo, hijas, nietos, amigos también— de que me lo darían, que
estuvimos pendientes del teléfono, algunos en mi departamento, otros desde sus
casas, pero comunicados por internet, hasta que una de mis nietas escuchó en la
radio que se lo habían dado al director Fernando González. Se vinieron a mi depar-
tamento, donde se reunió gran parte de mi descendencia para celebrar con brindis
y canciones, estilo cumpleaños, el que no me hubieran dado el premio. Mi nieta
Paola Calorio siempre recuerda que nunca se ha reído tanto como en esa celebra-
ción tan animada que llamamos del “no-premio”. Y como dice Sófocles en su obra
Edipo en Colona, “el que quiera creer, que crea…”.
Currículo bibliográfico
• Entre dos trenes. 1952. Lectura dramatizada. Dirección: Hugo Miller. Instituto
Chileno Norteamericano de Cultura, Santiago.
• Pacto de medianoche. 1954. Dirección: Raúl Montenegro. Sala Talía, Santiago.
• Carolina. 1955. Dirección: Eugenio Guzmán. Teatro Experimental de la
Universidad de Chile. Sala Antonio Varas, Santiago.
• La micro. Los feriantes. 1956. Dirección: Enrique Fajardo. Teatro Experimental de
la Universidad de Chile, Santiago.
• La supresión de Amanda. 1956. Estreno radial con Alejandro Flores y V.
Zalaquett, Santiago.
• Judas Macabeo. 1957. Basado en Mis gloriosos hermanos, de Howard Fast.
Dirección: Hugo Miller, Santiago.
• Las Pascualas. 1957. Dirección: Eugenio Guzmán. Teatro Experimental de la
Universidad de Chile. Sala Talía, Santiago.
• Dos más dos son cinco. 1957. Dirección: Gustavo Meza. Teatro de la Universidad
de Concepción.
• Población Esperanza. 1959. Dirección: Pedro de la Barra. Teatro de la Universidad
de Concepción.
• La pérgola de las flores. 1960. Dirección: Eugenio Guzmán. Música y canciones:
Francisco Flores del Campo. Teatro de Ensayo de la Universidad Católica, Teatro
Camilo Henríquez, Santiago.
• Los papeleros. 1963. Dirección: Eugenio Guzmán. Teatro Carpa Compañía del
Sindicato de Actores de Chile y Plaza Almagro, Santiago.
• Don Anacleto Avaro (Teatro infantil). 1964. Compañía Nacional de Teatro,
Mariano González. En varias salas.
• La dama del canasto. 1965. Dirección: Eugenio Guzmán. Escenografía y ves-
tuario: Amaya Clunes. Música: Sergio Ortega. Compañía de Silvia Piñeiro,
Santiago.
• Los que van quedando en el camino. 1969. Dirección: Eugenio Guzmán. Música:
Luis Advis. Sala Antonio Varas. Teatro de la Universidad de Chile, Santiago.
• Quién tuvo la culpa de la muerte de la María González. 1970. Dirección: Luis
Sepúlveda. Instituto Chileno-Francés, sede Valparaíso.
296 CONVERSACIONES CON ISIDORA AGUIRRE
Traducciones y adaptaciones
Cine
Montajes en el extranjero
• “Los que van quedando en el camino”. Revista Conjunto (La Habana, Cuba),
no. 8 (1969). Mención honrosa Premio Casa de América.
• “Los papeleros”. En Teatro Actual Latinoamericano. México, D.F.: Ediciones de
Andrea, 1972.
• “Lautaro”. Revista Conjunto (La Habana, Cuba), no. 46 (1980).
• “Maggi ante el espejo”. Revista Tramoya (México: Universidad de Veracruz,
1996).
• “Lautaro”. En Teatro chileno contemporáneo. Madrid: Fondo de Cultura
Económica, 1992.
• “Mi primo Federico”. Revista Tramoya (Veracruz, México), no. 57 (octubre-di-
ciembre 1998).
• “Tía Irene, yo te amaba”. Revista Tramoya (Veracruz, México), no. 55 (abril-
junio 1998).
• Isidora Aguirre, entre la historia y el compromiso. Carmen Márquez Montes
(coord.). Sevilla: Ediciones de la Universidad de Sevilla, 2008.
• Los libertadores Bolívar y Miranda y Retablo de Yumbel. Edición e introducción
de Carmen Márquez Montes. Madrid: Asociación de Directores de Escena de
España (ADE).
Premios
Distinciones