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Homo sapiens ferus*

Misterios de los niños salvajes

"Rómulo y Remo", Rubens, 1618 óleo sobre lienzo,


Roma, Museo Capitolino.
En 1735 el famoso naturalista, padre de la taxonomía moderna, Carlos Linneo
publicaba su Systema Naturae, obra en la que da a conocer el sistema de
clasificación de especies que todavía es utilizado hasta nuestros días para
describir y agrupar las especies de seres vivos. Algo que en nuestros días nos
parece curioso en el Systema Naturae, es la clasificación de varias especies de
humanos que según Linneo viven hasta hoy. Linneo diferenció el homo
americanus, el homo europaeus, homo asiaticus y el homo afer (los “hombres”
de Estados Unidos, Europa, Asia y África respectivamente). Linneo incluyó
otras dos especies de humanos más: el homo monstruosus, designando a
gigantes y enanos; y el homo ferus u hombre salvaje.

Linneo afirmaba que las características del homo ferus eran las de “mutus,
tetrapus, y hirsutus”, es decir, mudos, que se mueven en cuatro patas y
peludos. Aunque la clasificación antropológica de Linneo está hoy día más que
descartada, es interesante notar la atención que ya en las primeras décadas
de 1700 tenía el tema de los llamados “hombres salvajes”, criados de manera
aislada de todo rastro de civilización. Para ilustrados como Linneo, era obvio
que estos no podían pertenecer a la misma especie a la que pertenecían los
hombres de la civilización de avanzada, caracterizada por la educación, la
cultura y el lenguaje. Desde luego, incluso ya en esos tiempos, no todos
concordaban con Linneo.

El filósofo Jean Jacques Rousseau aseguraba que el estado puro del ser
humano era el salvaje, por naturaleza bondadoso, y que era la civilización la
que corrompía el buen salvaje, volviéndolo educado pero hipócrita, culto pero
egoísta. Estas cuestiones filosóficas sobre la naturaleza humana son
imposibles de ignorar cuando se habla de un tema tan extraño pero que puede
decirnos tanto sobre nosotros mismos: las historias de niños salvajes, niños
abandonados a su suerte en bosques y junglas que de algún modo sobreviven
por años, siendo al parecer adoptados por animales como lobos, osos o monos,
y desarrollándose como individuos de esas especies más que como humanos.

Como bien lo muestran Linneo y Rousseau, el tema no es nuevo. Popularizado


por la mitología y por la literatura, con personajes como los míticos
fundadores de Roma Rómulo y Remo, el niño Mowgli imaginado por Rudyard
Kipling en El libro de la selva o Tarzán “el rey de la selva” creado por Edgar
Rice Burrowghs, las historias de niños salvajes son, probablemente, tan
antiguas como la civilización misma. Pero, ¿son reales? ¿En verdad es posible
que un animal salvaje elija criar un humano en vez de comérselo? ¿Podría ser
que estos casos revelen conocimientos nuevos sobre la naturaleza humana?

Entre los casos documentados, los más antiguos datan de principios de 1300,
con reportes de “niños lobos” en Hesse, Alemania. Tal vez el caso más famoso
de la historia es el del niño salvaje bautizado como Víctor de Aveyron,
encontrado en 1797 y retratado en la película “El pequeño salvaje” de François
Truffaut. Víctor fue avistado por testigos desde 1794 en el bosque de Aveyron,
Francia, siendo capturado por un grupo de cazadores en 1797; escapó de
nuevo hacia el bosque siendo avistado varias veces más entre 1798 y 1799. En
1800 Víctor salió del bosque por voluntad propia. Su procedencia, edad y el
tiempo que vivió en el bosque son hasta el día de hoy un completo misterio.
Los ciudadanos de la época calcularon que Víctor tenía unos 12 años cuando
por fin salió del bosque. Debido a la cantidad de cicatrices en el cuerpo, sus
preferencias alimenticias (carne cruda) y su falta de expresión facial, se
sospechó que había vivido por años en el bosque, sino es que toda su infancia.

La cultura pop y las leyendas, desde tiempos


inmemorables se han servido
de las historias de los niños salvajes.
En la imagen la portada de la película
"El pequeño salvaje", en la que se retrata
la historia de Víctor de Aveyron.

El joven feral fue adoptado por un joven médico llamado Jean Marc Gaspard
Itard. Después de ser estudiado por biólogos, médicos y naturalistas al ser una
posible prueba viviente de algunas hipótesis filosóficas sobre la naturaleza
humana (como la de Rousseau), Víctor fue educado por Itard, aunque nunca
aprendió a hablar. Víctor fue capaz de aprender a pronunciar lait (leche) y Oh,
Dieu (Oh, Dios). Víctor sin embargo, aprendió el significado de las acciones. Un
misterio para Itard fue el por qué Víctor nunca aprendió a hablar, a pesar que
se demostró que el niño no era sordo. Algunos investigadores, tales como la
psicóloga Uta Frith sugieren que Víctor pudo haber padecido de autismo,
explicando así su conducta extraña y su incapacidad para hablar. Víctor murió
en 1828, dejando una leyenda tras de sí.

Otro caso famoso fue el de las hermanas Kamala y Amala. Se presumía que
Kamala tenía 8 años mientras que Amala era una bebé de apenas 18 meses. Su
supuesto descubridor, el reverendo Joseph Amrito Lal Singh, aseguró haberlas
encontrado en una cueva con lobos en la década de 1920 en Bengala, India. El
reverendo Singh mató a la que se supone era la loba que había cuidado a las
niñas. Siendo rector de un orfanato, Singh escribió un diario sobre las
vivencias que tuvo con las “niñas lobo”. El diario consta de hojas sueltas,
algunas más viejas que otras y sin fechas. Las niñas murieron al poco tiempo
de estar bajo el cuidado de Singh, aunque vivieron lo suficiente para que el
reverendo describiera un comportamiento típico en las historias de niños
salvajes: Amala y Kamala rechazaban la comida cocinada, caminaban en
cuatro patas, desarrollando callos y durezas en manos y rodillas; se
mostraban indiferentes durante el día pero muy activas durante la noche.
Singh también afirmó que las niñas podían ver en la oscuridad mucho mejor
que cualquier ser humano promedio.

Casos más recientes han llamado tanto la atención como en su tiempo lo


hicieron Víctor y las niñas lobas de Bengala. El caso de John Ssebunya
sobresale entre varios. Ssebunya, también conocido como el “niño mono de
Uganda” fue investigado por la antropóloga Mary-Ann Ochota. Según cuenta la
historia, Ssebunya fue encontrado arriba de un árbol en 1992. Al parecer,
Ssebunya había vivido por 12 años en la selva, sobreviviendo con monos
verdes, los cuales se ocuparon de su crianza. Ochota, al principio de su
investigación presentó una sana actitud escéptica:
El reto de la investigación de un supuesto caso de niño salvaje es que es muy
probable que se trate de un engaño desde el principio. Alguien ha sacado un niño
discapacitado cuyas vocalizaciones sin palabras pueden ser interpretados como
el aullido de un lobo en el niño; su espasticidad se convierte en evidencia de
imitar las alas, garras o patas de sus especies huésped.

Nosotros los humanos nos gustan las historias. Buscamos constantemente


maneras de explicar - especialmente cuando se enfrentan por la desgracia
incomprensible, o la crueldad, o diferencia física.
Ochota encontró una característica interesante que no se presenta en los
casos de engaños. Ssebunya fue visto como un demonio del bosque que traería
mala suerte a la aldea, de modo que muchos de los aldeanos votaban para
matarlo. Parece ser que para Ochota esta anécdota fue suficiente para
convencerla que se encontraba frente a un caso real de un niño salvaje:
El hecho de que la gente quería matar al niño no era parte de la historia que
esperaba oír. Esto no era parte del hilo estándar de la broma niño-salvaje.
Siempre atentos a que se les diga lo que quieren oír, el hecho de lo inesperado
fue lo que me dio la corazonada de que estábamos investigando un caso real.
El caso de Ssebunya tal vez no sea un engaño fabricado, pero esto no
necesariamente significa que estamos frente a un verdadero caso de niño
salvaje. El niño mono de Uganda, al igual que otros niños salvajes encontrados
en el pasado, mostraba un comportamiento anormal. Hasta el día de hoy,
Ssebunya es incapaz de hablar, teniendo, de acuerdo a estudios psicológicos,
una capacidad de aprendizaje de un niño de 4 años.

Pero, ¿en verdad es posible que existan niños salvajes criados realmente por
animales? De hecho, las historias de niños salvajes han sido altamente
cuestionadas. Desde el caso de Amala y Kamala hasta las historias recientes
como la de John Ssebunya. Ochota, sin embargo, ha utilizado el caso de
Ssebunya y otros para formar un perfil psicológico de los niños salvajes,
creando un sitio web dedicado exclusivamente a las conclusiones a las que ha
llegado. Ella parece estar convencida de la realidad de los niños salvajes.

Pensemos por ejemplo en una característica especial de éstos: su incapacidad


de hablar. Varios estudios demuestran que es en los primeros años de vida
cuando el desarrollo del cerebro humano se encuentra “maleable” para
aprender algún lenguaje. Conforme se acerca a la pubertad, el cerebro del
individuo será incapaz de aprender de forma correcta algún lenguaje
estructurado. ¿Cómo ocurre esto?

El periodista científico Mauricio-José Schwarz, explica que una de las


peculiaridades de la evolución humana es la indefensión que tienen los recién
nacidos, así como nuestra prolongada infancia, un proceso conocido como
"neotenia" que, se ha teorizado, se produjo entre los humanos dándonos,
como individuos, un precioso tiempo necesario para aprender y formarnos en
la cultura y sutilezas sociales peculiares de nuestra especie. Pero lo que
parecen habernos enseñado los niños ferales es que sin el entorno social, esa
preparación genética es inútil.Schwarz continúa explicando que “el aparato
fonador que produce nuestro lenguaje es una peculiaridad de la naturaleza,
pero más lo son las estructuras neurológicas que lo sustentan. Nuestra
capacidad de producir un lenguaje se concentra en la llamada "área de Broca",
por el médico francés Jean Pierre Broca que la identificó. Se encuentra en un solo
lado del cerebro (comúnmente el izquierdo) en el pliegue del lóbulo frontal,
aproximadamente encima y delante de nuestros oídos. En esa zona se procesa
la producción del habla y parte de la comprensión, aunque la mayor parte de la
capacidad de comprensión parece hallarse en el "área de Wernicke", una
estructura ubicada donde se encuentral el lóbulo temporal y el parietal, en el
mismo hemisferio cerebral donde se encuentra la de Broca. Siendo parte de la
corteza cerebral, estas dos áreas son estructuras "modernas" en términos
evolutivos.”

Es claro entonces que, si un niño es aislado de todo contacto social por


demasiado tiempo, éste se verá en serias dificultades para comunicarse a
través del lenguaje. No solo los casos de niños salvajes pueden ilustrar esto.
También existen casos de niños torturados y aislados de todo contacto
civilizado. Un triste ejemplo es el de la niña “Genie.”

En 1970, luego de años de maltrato, la señora Irene Oglesby escapó de su casa


junto con sus hijos. Irene, quien sufría de cataratas y se encontraba en una
seria crisis económica (como era de esperar), acudió a una casa beneficencia,
en donde no tardaron en darse cuenta de que su hija de 13 años que las
autoridades llamaron “Genie”, mostraba claros signos de maltrato. La niña era
incapaz de hablar, tenía pañal, miraba puntos indefinidos en el espacio y
sostenía sus manos como si estuviera apoyada en una barandilla.

Lo que las autoridades descubrieron fue una historia de terror: resulta ser que
la familia de Genie vivió años de maltrato y aislamiento a manos de su padre
Clark Wiley. Genie fue quien la pasó peor. Cuando aún era un bebé, el médico
de la familia Wiley diagnosticó a Genie con problemas de aprendizaje y
posiblemente retraso mental. Clark Wiley (con fuertes tendencias depresivas
y autodestructivas) se tomó esto demasiado a pecho. Se especula que Genie
pasaba los días encerrada en una habitación, ataviada únicamente con un
pañal y atada a una silla-orinal. Cuando era de noche, su padre la colocaba en
una especie de bolsa de dormir, la ataba y la dejaba dentro de una jaula hecha
de alambre y madera, cuando no se le olvidaba y la niña pasaba las noches sin
protección alguna en la silla (de acuerdo al testimonio de su madre). Tenía
prohibido emitir sonidos o hacer ruido. Si llegaba a hacerlo, su padre la
golpeaba o le ladraba como un perro feroz para asustarla. Ni siquiera le
enseñó a comer o a ir al baño por sí sola. Su alimentación, hasta los 13 años,
consistió en comida de bebé, cereales y huevos cocidos, todos los cuales le
eran proporcionados de mano, sin entrenamiento.

Cuando Genie quedó bajo custodia de las autoridades, apenas podía entender
20 palabras, entre las cuales la mayoría eran de significado negativo. La
historia de Genie recuerda un poco a los niños salvajes, pero el punto central
en estos escalofriantes casos de maltrato es la corroboración sobre el
desarrollo del cerebro y la importancia que tiene en éste la socialización.

Parece que al menos, la neurociencia y la antropología biológica pueden


explicar por qué pareciera que los niños salvajes presentan cuadros de
retraso mental, pero hay una cuestión importante que sigue sin quedar clara
del todo: ¿ha existido alguna vez un verdadero niño salvaje? Es decir, un niño
realmente criado por animales salvajes, adaptándose a la conducta animal y
la vida en la jungla o el bosque. Crear una historia fraudulenta sobre niños
salvajes no es difícil, tal como lo demostró en su tiempo la ninfa de Nullarbor.
En 1972, la pequeña ciudad de Eucla, Australia se convirtió en el centro de
atención del mundo, luego de que unos lugareños reportaran haber visto a una
“chica canguro” al borde de la llanura de Nullarbor. Al parecer, un caso más de
un niño salvaje encontrado: se reportó que se trataba de una joven rubia que
corría y brincaba desnuda junto a un grupo de canguros. Se cuenta que incluso
se le preguntó al entonces presidente de EEUU, Richard Nixon, sobre el caso
(parece ser que su respuesta no podía salir al aire). En poco tiempo la zona se
llenó de curiosos y morbosos buscando a la chica canguro, apodada por los
diarios como “la ninfa de Nullarbor.”

La historia, que parecía un excepcional hallazgo (tanto por el hecho de ser un


nuevo caso de niño salvaje, como por el morbo que causaba ver una joven
rubia desnuda corriendo de manera sensual entre canguros). La historia no
tardó en revelarse como un fraude, de hecho, el mayor fraude en su tipo en la
historia de Australia.

El investigador fenómenos extraños y miembro de la hoy extinta Sociedad


Mexicana para la Investigación Escéptica, Luis Ruiz Noguez, narra cómo nació
el engaño:

La historia comienza la noche del 26 de diciembre de 1971. Sentados en la barra


del bar del Amber Motor Hotel, en Eucla, se encontraban cuatro amigos
limpiando, con cerveza, sus gargantas del polvo de la Planicie de Nullarbor.
Eran Steve Patupis, dueño del hotel; Laurie Scout, cazador de canguros, Ron
Sells, cazador de conejos, y Geoff Pearce, un consultor de relaciones públicas. Del
otro lado de la barra estaba el camarero, Philip Lewis, quien los observaba.

Eucla era un pueblo en medio de la nada habitado por ocho personas y rodeado
de unas cuantas casas. Se encuentra al occidente de Australia y está unido con
Ceduna por la autopista recta más larga en el continente.

Las noches (y también los días) debían ser muy aburridas, por lo que aquel
grupo de hombres comenzaron a maquinar lo que es todavía el mayor engaño
jamás perpetrado en Australia. La idea era en parte para poner en el mapa a
Eucla, pero también promover el hotel de Patupis.
De este modo, la historia de la ninfa fue un engaño con fines propagandísticos
y humorísticos. ¿Y qué pasa con otros casos como los de Amala y Kamala o más
recientes como el de John Ssebunya?

“A través de los siglos muchas historias de niños salvajes se han relatado;


afortunadamente, prácticamente todos ellos más tarde se han revelado como
engaños”, afirma en un artículo para el sitio web LiveScience, el editor en jefe
de la revista Skeptical Inquirer y miembro del Comité para la Investigación
Escéptica (CSI, por sus siglas en inglés), Benjamin Radford.
Fotografía donde, supuestamente, se muestra a las
niñas lobo de Bengala, Amala y Kamala.

Si los casos de niños salvajes son engaños, ¿cómo se explican los casos como
los de Víctor o de las niñas lobo de Bengala? Algo que a menudo es criticado
en los casos de niños salvajes es, primero que nada, la manera tan acrítica que
tanto investigadores como medios de comunicación llegan a tratar los casos.
Algunos autores, como el investigador Luir Ruiz Noguez menciona en sus
escritos, cuestionan los casos debido a que los niños salvajes nunca
desarrollan el habla o no recuerdan nada sobre sus años en el mundo salvaje,
de modo que el testigo principal para saber qué ocurrió con ellos en su
infancia, se pierde en su memoria haciendo imposible asegurar con certeza
qué fue lo que vivieron durante su aislamiento o si realmente estuvieron
totalmente aislados, sin nadie que por lo menos, vigilara que siguieran con
vida. Esta crítica se aplica en casos como el Víctor.

Una tercera crítica es la falta de documentación adecuada de los casos y/o


contradicciones lógicas en los que sí existe documentación. El ejemplo
perfecto de esto último es el caso de las niñas lobo de Bengala, Amala y
Kamala. De acuerdo al libro L'Enigme des enfants-loup (El enigma de las niñas
lobo, 2007) del médico cirujano Serge Aroles, el caso de Amala y Kamala no es
más que un fraude. En palabras del propio Aroles, es la estafa más escandalosa
relacionada con los niños salvajes.

Aroles investigó a fondo los diarios del reverendo Singh, junto con archivos y
fuentes poco consultadas por los investigadores. Lo que Aroles encontró le
hizo concluir que se trata de un fraude. Aunque las niñas en verdad existieron,
toda la historia de su procedencia resultó falsa. El reverendo Singh aseguró en
su tiempo que había escrito un diario que actualizaba todos los días al convivir
con las niñas lobas, cuando en realidad, el manuscrito original que se
identifica como el diario de Singh se escribió en 1935, seis años después de la
muerte de Kamala. Las fotografías tomadas a las niñas en las que se les aprecia
comiendo carne cruda y caminando en cuatro patas, en realidad fueron
tomadas en 1937, varios años después de la muerte de las niñas. La zona
donde se supone fueron encontradas las niñas, era una de las preferidas por
Singh para cazar, frecuentándola demasiadas veces como para que nunca se
hubiera percatado de la manada de lobos y las niñas que se encontraban en
ésta. De acuerdo con el médico encargado del orfanato, las niñas no
presentaban nada de lo que Singh informaba: desde la callosidad por caminar
en cuatro patas hasta colmillos más afilados, olfato desarrollado o visión
nocturna.

Tal vez las historias de niños salvajes sí reflejan parte de la


naturaleza humana: el lado oscuro en que un ser humano,
siendo padre o madre, abandona a su hijo en medio de un ambiente
salvaje, del que casi con seguridad no sobrevivirá.

Lo que es más, Aroles denuncia un interés económico para sostener el mito de


las niñas lobas con el que Singh y su orfanato se beneficiarían. La conclusión
sobre el caso: las niñas presentaban defectos de nacimiento y de desarrollo
(Aroles afirma que Kamala padecía una extraña enfermedad genética
conocida como síndrome de Rett), sin embargo, toda la historia de Singh que
aseguraba haberlas encontrado en una cueva de lobos y el comportamiento de
las niñas como animales, resultó ser exagerado o falso.

En el caso de John Ssebunya, aunque la antropóloga Mary-Ann Ochota no


encontró evidencia de engaño, no significa que Ssebunya sea un auténtico niño
salvaje. Según se cuenta de su historia, los monos que se supone lo criaron, lo
llegaron a alimentar con sus propias manos e incluso le daban de beber agua
en una hoja doblada a manera de cono. El problema con este relato es que no
existe evidencia etológica que demuestre que los monos verdes sepan usar
herramientas como un cono, además que se sabe que éstos dejan sobras de
comida por todo el suelo de la selva, lo que pudo haber servido de alimento
para el joven John, más no significa que los monos lo estuvieran cuidando.

El escepticismo que se ha generado en torno a las historias de niños salvajes


parece estar bien justificado, pero no se debe ignorar una parte importante de
estos casos: más allá de los estudios antropológicos y biológicos, o las
controversias sobre si los animales son capaces de cuidar humanos o no, todos
estos casos nos hablan de auténticos salvajes, pero no son los niños. Los
auténticos salvajes aquí vienen a ser adultos, padres, que abandonan a sus
hijos con problemas de desarrollo a su suerte.

Durante los siglos XVII y XVIII, lamentablemente se sabe que era


relativamente común que los padres abandonaran a sus hijos cuando estos
mostraban signos de retraso mental o eran aislados evitando todo contacto
social. Estos casos monstruosos sobreviven hasta tiempos tan recientes como
los años 70s, con historias como la de Genie. Probablemente niños como Víctor
de Aveyron en 1800, o John Ssebunya en 1992 también pudieron haber sido
víctimas de este lamentable crimen. Pero estos son solo los casos de los niños
que fueron rescatados, casos que probablemente no representan la mayoría
de aquellos que fueron abandonados y no sobrevivieron, siendo olvidados por
la historia.

Aunque aún se discute la autenticidad de animales criando humanos, a la vez


que revelan como fraudes o exageraciones otros tantos, las historias de niños
salvajes sí nos cuentan una parte de nuestra naturaleza humana, tal como
asegura Ben Radford:

Parte de la razón por la que los niños salvajes han capturado mucho la
imaginación del público es que simbolizan la ambigua relación de la
humanidad con otros animales. Estos jóvenes humanos salvajes -como el
Bigfoot en cierto modo - nos fascinan porque viven en el crepúsculo entre lo
que no es del todo humano y lo que no es del todo animal.

Pero quizás nos revelan un poco más sobre nuestra naturaleza. Tal vez, la
principal lección que nos dan los niños salvajes es el cómo queda en evidencia
nuestro lado oscuro e inhumano (salvaje) en el que alguien como un padre es
capaz de abandonar a su hijo, dejando las hipótesis de Rousseau en el cesto de
basura de la filosofía y a nosotros los espectadores cautivados y a la vez
indignados por tan atroces crímenes contra seres humanos indefensos.

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