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Este es solo uno de los muchos refranes dedicados a la relación entre la nuera y
la suegra. Lamentablemente, esta tensión está presente en las vidas de los
cristianos.
Alguien dijo que antes, las suegras, se encargaban de atender a sus hijos
personalmente, ahora se encargan de supervisar a la nuera para asegurarse de
que su hijo encuentre en el matrimonio todo lo que recibía en la casa.
Cuando los hijos se casan ellos forman un nuevo núcleo familiar, el cual debe
funcionar de forma totalmente independiente.
Salmo 127:3 He aquí, herencia de Jehová son los hijos; Cosa de estima el fruto
del vientre
El Salmo 127:4 dice que los hijos son como flechas en manos del guerrero, por
lo que llegará el momento en donde esas flechas, después de haberlas lijado,
están listas para ser lanzadas y no volver más.
Una madre comentaba: Soy madre de dos varones, y aunque aún están muy
pequeños, sé que en un abrir y cerrar de ojos ellos partirán de mi lado para
formar su propia familia.
Desde hoy ya estoy llorando esa partida y luchando con los sentimientos porque
extrañaré tenerlos bajo mi regazo, guiarlos, y acomodarlos.
Pero como madre que quiere agradar a Dios, debo confiar en su diseño, porque
sé que es viviendo conforme a este que mis hijos serán felices.
Dios decretó que una vez ellos se casen, nos dejarán para formar una
nueva familia. Para mí fue muy beneficioso haber cortado el cordón umbilical
con mis padres, por lo que debo de confiar en que será igual de beneficioso para
mis hijos.
Aparte del esposo, los mayores beneficiados de la presencia de la suegra son los
nietos.
Piensa en tus hijos: no le quites el privilegio de crecer cerca del amor y cuidado
de sus abuelos.
La Palabra de Dios nos dice que los nietos son la corona de los abuelos
(Proverbios 17:6) y que a Dios le agrada que cuidemos de ellos (1
Timoteo 5:4).
La queja más común de las suegras hacia las nueras es que ellas no hacen las
cosas como se deben hacer, a lo que la nuera responde con un silente “no se
entrometa”.
Gálatas 5:20 nos dice que las enemistades, pleitos, enojos, celos, rivalidades
son obras de la carne.
Puede que tu suegra o tu nuera no ame a Dios, pero, ¿y tú? ¿Estás haciendo tu
parte?
Cuando la nuera sigue este principio, le es más fácil inclinar su oído a escuchar
con humildad y un corazón enseñable lo que la suegra quiere observar.
El hablar las diferencias es liberador. Nunca podemos asumir que el otro sabe
que está pecando, por obvio que parezca.
Hay pecados que me son ocultos (Salmos 19:12), y por eso necesito ir con
sabiduría y amor donde mi prójimo y hacerle ver lo que está haciendo mal.
En este punto es importante el saber elegir las batallas, lo cual no solo me evita
estar molesta por todo, sino que ayuda que mi carácter en paciencia, en amor,
y perdón hacia el otro. Guarda los momentos de confrontación para cuando
realmente sean importantes; eso aumentará la probabilidad de que seas
escuchada.
Puede darse el caso de que una de las partes no sea cristiana. Si ese es el caso,
a la parte cristiana le toca dar por gracia lo que por gracia ha recibido.
Te recuerdo que cuando viniste a los pies del Señor, tu perdón era inmerecido y
aun así Él te lo dio. Eras enemiga de Dios y, aun así, Él vino a reconciliarse
contigo.
Una suegra o nuera no cristiana tiene el entendimiento entenebrecido, por lo
cual no puede pensar ni actuar bíblicamente.
Piensa en cómo eras y cómo actuabas antes de ser creyente. Ahí donde está ella
estabas tú, y solo fue la misericordia de Dios la que te sacó de ahí.
Por tanto, debes orar al Señor para que toque ese corazón.
En oración y con valentía, busca que Dios les revele áreas que no se
conforman al evangelio, y que pronto su relación sea como la de una Rut
y Noemí.
La relación entre la suegra y la nuera puede ser difícil y hasta cierto punto, frágil.
Si eres suegra o nuera, es muy probable que sepas cuán complicada puede ser
esta relación. Quisiera decirte que siempre es hermosa y llena de momentos
agradables para las mujeres que hemos creído en el evangelio, pero la verdad
es que no siempre es así.
Somos mujeres que pecamos, que batallamos contra nuestra naturaleza caída,
y algunas veces nuestras emociones juegan en contra nuestra. Pero no te
agobies, hay esperanza para cada una de nosotras y límites sanos que debemos
cuidar.
Quizá eres nuera y estás leyendo este artículo con cierto recelo por esos “límites”
que debes cuidar de no pasar, o eres suegra y no sabes cómo actuar.
Escuchamos “límites” y casi de manera imperceptible hay cierta resistencia, ¿no
es cierto?
Quizá recibimos estos consejos como si fueran órdenes: “Esto es lo que no debes
hacer”, pero sin que pidan nuestra opinión, por lo que los vemos como
prohibiciones que a alguien se le ocurrió ponerlas. Si no aclaramos cuál es el
objetivo, habrá una guerra campal, en este caso, entre suegras y nueras.
Los límites de los que hablamos y enseñamos a quienes amamos son saludables
e incluso necesarios para que ellos estén protegidos. Por ejemplo, a nuestros
hijos les enseñamos que no pueden cruzar la calle sin que el semáforo esté en
rojo porque podrían atropellarlos. Lo mismo sucede en las relaciones humanas:
hay límites que no debemos pasar, porque esos límites protegen la relación.
Permíteme aclarar que hay límites que, contrario a lo que pensamos, dañan las
relaciones, porque se ponen por egoísmo u orgullo. Son límites que solo
benefician a la persona que los establece, y en realidad son pecaminosos y no
ayudan en nada a la relación.
Podemos pensar que eso solo ocurre en los hogares donde no conocen el
evangelio de Cristo, pero lastimosamente ocurre también entre los que sí le
conocemos. Vuelvo a mencionar que somos pecadoras redimidas que, aunque
el pecado ya no reina en nosotras, aún pecamos constantemente.
Si como suegras vemos que nuestra nuera no respeta los límites, ¿cómo
podemos actuar? ¿Qué hacemos si somos testigos de lo que ella está haciendo?
¿Qué pasa si no es creyente?
Sé que a cualquier madre le duele lo que sucede con sus hijos. Pero antes de
hacer cualquier cosa, debemos frenarnos y no actuar impulsivamente. Por
supuesto, debemos orar a Dios pidiéndole sabiduría, control de nuestras
emociones, y gracia para con nosotras y con nuestra nuera también.
No olvidemos que esto aplica si ellas son creyentes o no. Nosotras debemos
mostrar la gracia que algún día se nos presentó y que día a día vivimos. Como
dice la Palabra: “De gracia recibieron, den de gracia” (Mt. 10:8).
Para esto, es necesario que nosotras vivamos con los ojos puestos en la
eternidad, y así veamos que estas son oportunidades de oro en nuestras manos.
Así podremos hablarles acerca de la necesidad que tienen de un Salvador, para
perdón de sus pecados y el disfrute de la gracia y misericordia de Dios.
No siempre sabemos cuándo hemos pecado. Dice la Palabra que hay pecados
que nos son ocultos (Sal. 19:12), y cuando estamos caminando en el límite,
quizá justo antes de pecar, es gratificante que alguien te diga: ¡Hey, cuidado,
no sigas por ahí!
Veámoslo así: nuestras nueras son las mujeres que con el favor y la gracia de
Dios estarán con nuestros hijos toda su vida. Necesitamos ir con ellas con el
mismo amor y dedicación con que iríamos a hablar con nuestras propias hijas.
Pero ¿cómo hablar con ellas sin que nos gane la emoción o el enojo por lo que
les hacen a nuestros hijos? Viviendo en gracia. Cuando entendemos que
nosotras hemos sido perdonadas, amadas, y redimidas de tantos y tantos
pecados, le hablaremos a otros de esa gracia.
Esto aplica si nuestra nuera es creyente o no. Debemos recordar que Dios nos
perdonó y que somos amadas por Él. Sabiendo eso, nosotras debemos perdonar
a otros. Sí, eso incluye a esa nuera.
Así como Dios es tierno y compasivo, nosotras debemos serlo también. Así como
Él nos muestra su bondad, humildad, y mansedumbre, nosotras debemos
mostrarla también. Así como Él tiene paciencia con nosotras, seamos pacientes
también.
Nosotras debemos recordar que Dios nos perdonó y somos amadas por Él.
Sabiendo eso, nosotras debemos perdonar a otros.
Que el Señor nos ayude a unirnos más como familia, como personas imperfectas
y tan distintas, pero con un deseo enorme de que el evangelio de Cristo brille a
través de nuestra relación suegra y nuera para gloria de Su nombre.
Sin importar cuántas veces hayas leído la Biblia, sea que nunca la hayas leído o
que ya la hayas leído 100 veces, puedo garantizarte que la próxima vez que la
abras encontrarás cosas que te sorprenderán. Una de esas cosas sorprendentes
se encuentra en Eclesiastés 7:2:
Pero, ¿por qué querríamos desechar algo que dice Dios? O podemos seguir
escuchando…podemos dejar que Dios nos explique un poco más. Observa lo que
dice el resto del verso: “Mejor es ir a una casa de luto que ir a una casa de
banquete, porque aquello es el fin de todo hombre, y al que vive lo hará
reflexionar en su corazón”.
La razón por la que escribo este artículo es porque compartí algo similar en el
funeral de mi suegra, una persona muy querida para mí. Tenía solo 49 años de
edad cuando exhaló por última vez. Uno de los pensamientos que visitaron mi
mente fue el hecho de que la muerte no es algo natural, y es por eso que duele
tanto. No se supone que las cosas deberían ser así.
Salomón mismo dice que Dios ha puesto la eternidad en el corazón de todos los
hombres (Ec. 3:11).
Todos anhelamos vivir por siempre precisamente porque Dios puso ese deseo
en nuestro corazón. Verás, así era en el Edén. Dios había puesto ante Adán y
Eva la maravillosa normalidad de no morir, sino más bien vivir por siempre bajo
la bendición de Dios.
Ellos tenían acceso a todo árbol, incluyendo el árbol de la vida, pero escogieron
pecar contra Dios, queriendo ser iguales a Él, y dieron así la bienvenida a la
muerte (Rom. 5:12).
La muerte es el galardón del pecado (Rom. 3:23). Entonces, cuando una persona
muere, llorar está bien. Es importante que recordemos que la muerte no es lo
normal: es una maldición, y nuestro corazón gime por la normalidad del Edén.
Dios es Dios
Otra cosa que “ponemos en nuestro corazón” en un funeral es el hecho que hay
un solo Dios, y ese Dios no somos nosotros. Nos gusta pensar que tenemos el
control de nuestra vida, pero cuando alguien muere nos damos cuenta no solo
de que no tenemos el control, sino que nunca lo hemos tenido en primer lugar.
Es en momentos así que nos percatamos que no solo Dios es soberano sobre
nuestra salvación, sino también sobre nuestra muerte. David escribe “Tus ojos
vieron mi embrión, y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron
dados” (Sal. 139:16).
Dios ha decretado ya tu día final sobre esta tierra, mucho antes de que siquiera
nacieras. Cuando alguien muere, no hay injusticia en Él, sino que Él toma lo que
justamente le pertenece. Él es Dios. Recuerda eso la siguiente vez que vayas a
un funeral.
La respuesta del Padre fue un completo silencio, puesto que no había alternativa.
Jesús era el único capaz de poder conquistar el pecado y la muerte. Enteramente
Dios y enteramente hombre, era la única opción de satisfacer la ira de Dios y al
mismo tiempo la representación humana. Jesús fue a la cruz, murió, y al tercer
día resucitó. Pablo explica el significado de esto: “Porque por cuanto la muerte
entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos.
Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán
vivificados” (1 Co. 15:21-22).
Ahora Cristo está poniendo a todos Sus enemigos bajo Sus pies, “Y el postrer
enemigo que será destruido es la muerte” (1 Cor. 15:26).
Al final, Cristo regresará por los que duermen y hará todas las cosas nuevas (Ap.
21:5).
Conclusión
Entonces, la próxima vez que vayas a un funeral, alienta a otros con estas
palabras (1 Tes. 4:18).
Asimismo, considera que tu propio funeral pudiera ser el próximo. Considera que
“solo hay una vida, muy pronto pasará. Lo hecho por Cristo por siempre durará”.