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La Fundación Amigos del Museo del Prado celebra hoy un homenaje al autor
de 'La escritura o la vida', fallecido el pasado día 7. Con ese motivo, el escritor
italiano Claudio Magris le rinde tributo en este texto que adelanta EL PAÍS
Así es como Jorge Semprún, número 44904 de Buchenwald, fichado como "rojo
español", pone el dedo en la llaga de la aniquilación del yo y de la "novela del
horror" en la que tan a menudo se presenta la vida, pero es así también como
atraviesa esos tremendos vórtices, marcado para siempre pero también para
siempre capaz de gallarda fraternidad, un amigo que uno querría tener a su
lado tanto cuando se está de fiesta como cuando arrecia el leviatán. Como él
mismo escribe, es capaz de "desahuciarse" de su relato, superando todo
resentimiento, pesadumbre o narcisismo subjetivos y restituyendo de ese
modo al yo su concreta universalidad, que ningún horno crematorio puede
reducir a cenizas.
Semprún sabe muy bien que la "cálida vida", como la llamaba Saba, hay que
buscarla y encontrarla a través de los laberintos de la ambigüedad y de la nada.
Su grandeza consiste en la capacidad de afrontar las irreparables laceraciones
que el mal inflige a la existencia con una denodada fidelidad a lo humano, a la
fraternidad, al coraje. En este sentido, Semprún es -como escritor y antes aun
como hombre- un clásico. Pero un clásico sabedor de que se encuentra en el
ojo del huracán de la Babel contemporánea y de su literatura, que exige tener
que vérselas con el desdoblamiento, con la pérdida de identidad, con la ficción
necesaria para hacer verosímiles cosas espantosamente verdaderas (como las
que han acaecido en el lager, pero no solo esas) que de otra forma resultarían
increíbles.
Jorge Semprún, alias Federico Sánchez -en cuyo nombre ha escrito incluso una
autobiografía, escritor español pero también francés que, por tanto, conoce
por experiencia el desplazamiento y el desarraigo lingüísticos que son tan
esenciales en la literatura contemporánea-, narra también la vida
desdoblándose, desplazando episodios y personajes, disimulando invenciones
en memorias y memorias en invenciones, pero restableciendo al final la verdad
de los hechos, una verdad que se ha encontrado a través de la odisea narrativa
que se adentra en los meandros de la existencia y de la mente, en las marañas
en las que el recuerdo se mezcla a la realidad del momento en el que vuelve a
aflorar y en el que memoria y olvido combaten una reticente batalla, cada uno
con las razones que le son propias. El movimiento de la escritura acompaña e
ilumina al de la vida, ya sea despojando a este último de la costra de sus
muchas escorias ya sea corriendo el riesgo de falsearlo; pocos escritores se
muestran tan conscientes como él de esa doblez de la escritura, de su decir la
vida tragándose la vida, como quien la ha puesto en evidencia en páginas
inolvidables dedicadas a la grandeza de Kafka y a la falsedad de su relación,
"literaria" y no vital, con Milena.