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CLAUDIO MAGRIS

Gracias, Federico Sánchez

La Fundación Amigos del Museo del Prado celebra hoy un homenaje al autor
de 'La escritura o la vida', fallecido el pasado día 7. Con ese motivo, el escritor
italiano Claudio Magris le rinde tributo en este texto que adelanta EL PAÍS

CLAUDIO MAGRIS 28/06/2011


La escritura -la verdadera escritura, que de uno u otro modo mira siempre a la
cara a la Medusa- es como el rostro de Jano, bifronte: mira a la vida y, con igual
necesidad, a la muerte. Son muy pocos los escritores que, como Jorge
Semprún, obligan a ajustar cuentas con esta descarnada verdad. La escritura
sustrae del oscuro, obtuso y necesario impulso de vivir en cualquier caso,
aunque se haya pasado a través del infierno del lager. La escritura, ha dicho
Semprún en un diálogo con Elie Wiesel, "me encierra en la muerte
asfixiándome"; lo envuelve de nuevo en aquel "extraño olor" a carne quemada
que salía de la chimenea de Buchenwald. Ese olor es la muerte, que Jorge
Semprún ha afrontado y atravesado con indomable coraje por amor a la
libertad de todos. Para continuar viviendo, quien ha regresado tiene también
en parte que olvidarlo; tiene que actuar, pensar, amar, luchar como si aquel
hedor no se hubiese quedado para siempre en su sentido del olfato, como si su
mirada no conservase para siempre las imágenes del horror del lager. Pero ese
impávido combatiente por la humanidad que es Semprún solo puede continuar
viviendo si continúa hablando también en nombre de quien, a diferencia de él,
no ha regresado del infierno del lager y no puede hablar: "No puedo vivir si no
me hago cargo de esa muerte a través de la escritura, pero la escritura me
impide literalmente vivir".

Jorge Semprún, en la más difícil cuadratura del círculo, ha conseguido conciliar


una radical, extrema fidelidad a la muerte que él ha atravesado, y en la que
muchos de sus compañeros se quedaron, con una cálida, fraterna y sanguínea
fidelidad a la vida. Su existencia de hombre que se ha "librado de la muerte"
-como él escribe-, siempre en peligro de ser "un superviviente de servicio",
encuentra un sentido en el testimonio de quienes no se han librado ni han
sobrevivido; pero a la vez es puesta sin embargo continuamente en peligro al
volver a sumergirse en aquel horror, negándose a que conste en acta.

Semprún da la respuesta más alta, más auténtica y convincente a la famosa


frase de Adorno, según el cual después de Auschwitz es imposible escribir
poesía, frase que plantea implícitamente el problema de la necesidad de
escribir a pesar de ese irrefutable diagnóstico. Ha respondido con El largo viaje,
un libro fundamental para la condición humana, que forma parte para siempre
de nuestra vida y nos enseña a mirar cara a cara a la abominación y a la
magnanimidad de las que es capaz el hombre. Ha respondido también con
muchas otras obras -novelas, escritos autobiográficos, ensayos, guiones de
cine-.

Su modo de escribir está impregnado de un compromiso ético-político capaz de


renovarse, de regenerarse, de ponerse en solfa y crecer. El suyo es el ejercicio,
extraordinariamente creativo, de una escritura permanentemente abierta e
interminable al igual que el análisis del que hablaba Freud; siempre dispuesta a
reconsiderarse y ponerse en entredicho, con empedernida fidelidad a sus
propios valores y lúcidamente atenta a la transformación de los sentimientos
con los que esos valores son vividos y puestos a prueba por los sucesos que
tienen lugar entretanto. Ese trabajo de Penélope en la tela de la escritura
caracteriza ya a El largo viaje y está presente, infatigable y creativo, en sus
siguientes obras.

De esta forma, Semprún ha conseguido vencer al olvido -que tan a menudo


reclama su propia necesidad para poder sobrevivir- y no dejar a un lado la
presencia del Mal radical, de lo absolutamente inhumano, y a la par ha logrado
impedir también que la vida quedase atrancada en la obsesiva repetición de
esa experiencia del Mal, y que las indecentes mutilaciones infligidas a la
humanidad por el lager ahogasen para siempre la dignidad, la valentía, la
vitalidad y hasta incluso la capacidad de tender a la felicidad. Poesía después
de Auschwitz que asume en sí misma integralmente el horror de Auschwitz.

Así es como Jorge Semprún, número 44904 de Buchenwald, fichado como "rojo
español", pone el dedo en la llaga de la aniquilación del yo y de la "novela del
horror" en la que tan a menudo se presenta la vida, pero es así también como
atraviesa esos tremendos vórtices, marcado para siempre pero también para
siempre capaz de gallarda fraternidad, un amigo que uno querría tener a su
lado tanto cuando se está de fiesta como cuando arrecia el leviatán. Como él
mismo escribe, es capaz de "desahuciarse" de su relato, superando todo
resentimiento, pesadumbre o narcisismo subjetivos y restituyendo de ese
modo al yo su concreta universalidad, que ningún horno crematorio puede
reducir a cenizas.
Semprún sabe muy bien que la "cálida vida", como la llamaba Saba, hay que
buscarla y encontrarla a través de los laberintos de la ambigüedad y de la nada.
Su grandeza consiste en la capacidad de afrontar las irreparables laceraciones
que el mal inflige a la existencia con una denodada fidelidad a lo humano, a la
fraternidad, al coraje. En este sentido, Semprún es -como escritor y antes aun
como hombre- un clásico. Pero un clásico sabedor de que se encuentra en el
ojo del huracán de la Babel contemporánea y de su literatura, que exige tener
que vérselas con el desdoblamiento, con la pérdida de identidad, con la ficción
necesaria para hacer verosímiles cosas espantosamente verdaderas (como las
que han acaecido en el lager, pero no solo esas) que de otra forma resultarían
increíbles.

Jorge Semprún, alias Federico Sánchez -en cuyo nombre ha escrito incluso una
autobiografía, escritor español pero también francés que, por tanto, conoce
por experiencia el desplazamiento y el desarraigo lingüísticos que son tan
esenciales en la literatura contemporánea-, narra también la vida
desdoblándose, desplazando episodios y personajes, disimulando invenciones
en memorias y memorias en invenciones, pero restableciendo al final la verdad
de los hechos, una verdad que se ha encontrado a través de la odisea narrativa
que se adentra en los meandros de la existencia y de la mente, en las marañas
en las que el recuerdo se mezcla a la realidad del momento en el que vuelve a
aflorar y en el que memoria y olvido combaten una reticente batalla, cada uno
con las razones que le son propias. El movimiento de la escritura acompaña e
ilumina al de la vida, ya sea despojando a este último de la costra de sus
muchas escorias ya sea corriendo el riesgo de falsearlo; pocos escritores se
muestran tan conscientes como él de esa doblez de la escritura, de su decir la
vida tragándose la vida, como quien la ha puesto en evidencia en páginas
inolvidables dedicadas a la grandeza de Kafka y a la falsedad de su relación,
"literaria" y no vital, con Milena.

Semprún ha desempeñado un relevante papel político, desde su militancia


clandestina antifranquista a su cargo de ministro de Cultura del Gobierno de
Felipe González. Ha atravesado el comunismo, en un principio militando en él
con pasión y desempeñando funciones eminentes y después separándose del
mismo con una durísima crítica, pero -a diferencia de tantos otros arrogantes
excomunistas convertidos, tan prestos al fácil escarnio- sin olvidar ni renegar,
aun en el rechazo de la osteoporosis política y de las muchas falsificaciones
ideológicas del partido, el "coraje y la fraternidad" y "la atención a la idea del
hombre" que el comunismo le infundió a él igual que a muchos otros, dando
de esa forma el impulso para combatir por la libertad, la justicia y la dignidad.
En nombre de estas últimas, que fue el comunismo sobre todo quien le enseñó
a amar, es como Semprún critica despiadadamente la perversión que el propio
comunismo puso en práctica. Hay una virtud que Jorge Semprún nunca ha
perdido, ni en la polémica ni en los momentos de desolación, una virtud que
Kant considera la premisa fundamental de todas las demás: el respeto. Es
también este, junto a su fuerza poética, el que hace de él humanamente un
gran hombre. Gracias, Federico Sánchez.

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