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Conocer

FREUD
y su obra

Francesc G om a

DOPESA
Colección dirigida por Higinio Clotas
© Francesc Gomá
Cubierta: Estudio gráfico, Geest- Hoverstad
DOPESA
Cardenal Reig, s/n
Teléfono 334 20 00
Barcelona-28
Depósito legal: B. 2.648 -1979
ISBN: 84 - 7.235 - 326 -5
Primera edición: Noviembre 1977
Segunda edición: Enero 1979
Printed in Spain
Impreso en España
Impreso en Ingemesa - Cardenal Reig, s/n. Barcelona-28
Indice

Cronología ............................................................ 7
Descubrimiento del método psicoanalítico y pro­
yecto de una psicología ...................................... 13
La interpretación de los sueños y la psicopatolo-
gía de la vida cotidiana ...................................... 23
Teoría general de la sexualidad .......................... 31
£1 psicoanálisis ante el humor y el arte .............. 43
Historiales clínicos .............................................. 55
La metapsicología ................................................ 67
Eros y el principio de muerte .......................... 79
La nueva tópica y la psicología del yo .............. 93
Interpretación de la religión y de la cultura . . . . 115
Bibliografía .......................................................... 139
7

Cronología

1856 6 de mayo. Nace en Freiberg (hoy Pribor),


pueblo de Moravia (Checoslovaquia), Sigis-
mund Freud. Sus padres, judíos, son Jakob,
de 41 años y Amalia de 21. Era la segunda
esposa de Jakob y se habían casado un año
antes. De su primer matrimonio, Jakob te­
nía 2 hijos, Emanuel y Philip, de 24 y 20
años respectivamente. Las dificultades eco­
nómicas del negocio de lanas del padre obli­
gan a la familia a trasladarse a Viena en
1860. En esta ciudad, Sigismund cursa sus
estudios de enseñanza media que termina a
los 17 años. Ya en el Gimnasium afronta
con gran dignidad las incomodidades y ve­
jaciones que tiene que soportar por ser ju­
dío.
1873 Sigismund entra en la Universidad para es­
tudiar la carrera de Medicina. No sentía nin­
guna vocación para el ejercicio de la prácti­
ca médica. Le interesaba sobre todo la Filo­
sofía. Libremente sigue diversos cursos
del filósofo Franz Brentano. Sus estudios le
llevan a la investigación biológica.
1876 Ingresa como ayudante de investigación en
el laboratorio de fisiología de Emst Brücke.
Este sabio, por quien Freud tuvo siempre
una ferviente admiración, desarrolló sus do­
tes de riguroso investigador positivo. En su
laboratorio hizo experimentos sobre el sis-.
Cronología
8

tema, nervioso que le llevaron al umbral del


descubrimiento de las neuronas.
1878 Freud cambia su primitivo nombre, Sigis-
mund, por el de Sigmund. Comienza la pro­
funda amistad con Breuer que perdurará,
hasta 1894. La colaboración de ambos en el
estudio de la histeria llevará al descubri­
miento del método psicoanalítico.
1882 Conoce a Martha Bernays, su futura esposa.
Entra como interno en el Hospital General
de Viena y ejerce en la sala de Psiquiatría
bajo las órdenes del profesor Meynert.
1884 Los estudios de neurología llevan a Freud
a ensayar las propiedades analgésicas de la
cocaína. Sin embargo, los experimentos que
imprudentemente realiza, muestran que el
verdadero valor de este tóxico está en sus
efectos anestésicos, como había de descubrir
en este mismo año Koller, que inaugura la
anestesia local.
1885 Es nombrado Privatdozent (profesor auxi­
liar), obtiene una beca para estudiar con
Charcot, famoso médico francés, director del
asilo de la Salpetriére en París. Los nuevos
métodos de Charcot para el análisis y la cu­
ración de la histeria, a saber, el hipnotismo
y la sugestión, hacen gran impresión en
Freud.
1886 Freud tiene 30 años. Abre su consultorio en
Viena como médico particular y en el mes
de septiembre se casa con Martha Bernays.
1887 Por mediación de su amigo Breuer cono­
ce al médico otorrinolaringólogo Wilhelm
Fliess, cuya amistad y correspondencia epis­
tolar centrará la vida de Freud hasta el año
1900. Fliess será para él un confidente y un
verdadero doble de sí mismo que hará po-
:ible su propio análisis íntimo.
1895 Se publican los Estudios sobre la histeria,
fr ato de la colaboración de Breuer y Freud.
Cronología
9

En esta obra, Breuer describe el famoso caso


de histeria de Ana O. (Berta Pappenheim)
que comenzó a tratar en 1880 y cuya terapia
fue el precedente inmediato del psicoanálisis.
En octubre de este mismo año, Freud
acaba la redacción de un Proyecto de una
Psicología que no llegó a publicar durante
su vida y que apareció en 1950. Se trata de
un ensayo de Neuropsicología que pretende
explicar los procesos psíquicos como fenó­
menos materiales y cuantificables.
1897 Freud desconfía de la veracidad de las in­
formaciones dadas por sus enfermas que
atribuían la causa de los síntomas histéricos
a una supuesta seducción sufrida en la in­
fancia. Tales escenas eran fingidas por un
oculto deseo del sujeto. Apoyándose en su
autoanálisis y en esta común fantasía de se­
ducción referida al progenitor del sexo con­
trario, Freud propone su original tesis del
"complejo de Edipo” como esquema estruc­
tural del desarrollo de la sexualidad humana.
1899 Se publica la Interpretación de los sueños.
Los sueños tienen un sentido: facilitar el
descanso del durmiente. El análisis de los
sueños pasa a ser el "camino real” del psi­
coanálisis, el método óptimo de exploración
del inconsciente.
1901 Aparece la Psicopatologia de la vida cotidia­
na. En esta obra se explican los fenómenos
menores de la emergencia del inconsciente,
los pequeños tropiezos que cometemos con­
tinuamente: olvidos de nombres, palabras
que irrumpen sin querer o que pronuncia­
mos equivocadamente, pérdida de objetos,
etc. Son el vivo y molesto testimonio de la
pugna entre lo que querríamos —inconscien­
temente— decir u omitir, y lo que nos ve­
mos obligados a ejecutar.
1905 Freud edita los Tres ensayos sobre teoría
Cronología
10
sexual, su obra más revolucionaria y la que
provocó mayor escándalo. La tesis central
es que la sexualidad no es un instinto unita­
rio que sólo aparece con la pubertad y en
exclusiva referencia a la procreación, sino
que hay una sexualidad infantil, polimórfi-
ca, cuyo desarrollo puede sufrir irregulari­
dades y detenciones a las que cabe atribuir
las denominadas perversiones. La represión
de tales formas transitorias de la sexualidad
es la causa de las neurosis. A los pocos me-,
ses publica El chiste y su relación con lo
inconsciente donde se analizan este tipo de
frases jocosas y se muestra cómo en su in­
vención entran procesos análogos a los que
emplea el inconsciente para elaborar los sue­
ños. El chiste hace reír porque ahorra un
gasto de energía psíquica y porque a la vez
desahoga tensiones inconscientes que logran
escapar a la represión.
En este mismo año aparece el Fragmento
de un análisis de una histeria (caso Dora)
que es el primero de sus cinco extensos his­
toriales clínicos.
1907 Se publica El delirio y los sueños en la Gra-
diva de IV. Jensen, primer comentario sobre
una obra literaria. Los sueños del protago­
nista van aclarando los motivos de su extra­
ña admiración por la figura representada en
un relieve romano.
1908 Primer congreso internacional de Psicoaná­
lisis en Salzburgo. Reúne a los discípulos
vieneses y alemanes y a los suizos entre los
cuales destaca Jung.
1909 Viaje a América y conferencias en la Clark
University, Worcester, Massachussets. Acom­
pañan a Freud sus dos más brillantes segui­
dores, Jung y Ferenczi.
1910 Publicación de Un recuerdo infantil de Leo­
nardo de Vinci. Las obras pictóricas del gran
Cronología
11
artista revelan esquemas y configuraciones
expresivas que son como símbolos visibles
de los problemas de su infancia desgraciada.
1911-1913 En el seno del movimiento psicoanalítico se
producen defecciones importantes. Adler
se separa en 1911, Stekel en 1912, Jung en
1913.
1914 En la revista Imago, y sin nombre de autor,
aparece el estudio de Freud, El Moisés de
Miguel Angel. Publica Tótem y Tabú que
pone en conexión el psicoanálisis con las
teorías de antropología de las religiones pri­
mitivas de mayor validez en la época, espe­
cialmente las de Frazer, Robertson Smith y
Darwin. El Anuario de Psicoanálisis inserta
el estudio Introducción al Narcisismo en el
cual Freud da un nuevo enfoque a la cues­
tión de la unidad o dualidad de los instintos
primarios del sujeto humano.
1915-1917 Freud escribe los seis breves artículos deno­
minados conjuntamente Metapsicologia que
analizan la estructura y modificaciones de
las pulsiones o energías que mueven a las
funciones anímicas.
1920 Publicación de Más allá del principio del
placer donde se propone la revolucionaria
tesis de los dos instintos primarios: Eros,
principio de vida, y su antagónico, el prin­
cipio de muerte.
1921 Freud edita Psicología de las masas y análi­
sis del yo que revela cómo la agrupación
multitudinaria pone en juego los niveles más
primitivos de la personalidad individual y
sus funciones de idealización.
1923 Publicación de El Yo y el Ello que establece
una nueva distribución y denominación de
los componentes que integran el psiquismo
humano.
Freud sufre la primera operación en la
mandíbula superior donde ha aparecido un

Cronología
12

cáncer. Hasta su muerte en 1939 será inter­


venido 33 veces.
1926 Aparece Inhibición, síntoma y angustia, revi­
sión del problema indicado por el título, a
la luz de las teorías de Otto Rank, discípulo
de Freud, y expuestas en la obra de aquél
sobre el traumatismo del nacimiento. Rank
se distanció de Freud en 1924.
1927 Publicación de El porvenir de una ilusión
que compara el valor de la ciencia y de la fe
como posibles orientaciones de la conducta.
1929 Sale a la luz pública El malestar en la cul­
tura, obra dedicada a meditar sobre las du­
ras condiciones represivas que la civilización
técnica moderna impone a sus sujetos. La
felicidad y el progreso del mundo actual pa­
recen ser incompatibles.
1930 La ciudad de Frankfurt concede a Freud el
premio Goethe. Muere la madre de Freud.
1932 A sus 76 años Freud publica unas Nuevas
aportaciones al Psicoanálisis, complemento
de unas conferencias que publicara durante
la Primera Guerra Mundial y a fin de dar
una forma coherente y final a sus doctrinas.
1933 En Berlín, los nazis queman públicamente
las obras de Freud.
1938 Freud huye de Viena y emigra a Londres.
Se publica su última obra, Moisés y el mo­
noteísmo, sorprendente revisión histórica de
los orígenes del judaismo y de su guía fun­
dador.
1939 23 de septiembre, muerte de Sigmund Freud.
Entre sus obras póstumas cabe citar un Compendio
del psicoanálisis publicado en 1940; las cartas que diri­
gió a W. Fliess entre 1887 y 1902 y que fueron editadas
en 1950 en un volumen titulado Los orígenes del psi­
coanálisis, y la biografía de T, W. Wilson, presidente de
los Estados Unidos y escrita en colaboración con el em­
bajador Bullitt, que apareció en 1967.
Cronología
13

Descubrimiento del método psicoa-


nalítico y proyecto de
una psicología

El término “psicoanálisis” fue empleado por primera


vez por Freud en un artículo escrito en francés acerca
de las psiconeurosis de defensa y publicado en marzo de
1896. Con anterioridad, Breuer y Freud habían utilizado
las palabras "método catártico” y “análisis psíquico”
con un significado aproximado.
Es seguro que el psicoanálisis comenzó por ser un .
método o procedimiento para la curación de un cierto
tipo de enfermedades “nerviosas" o neurosis, especial­
mente la histeria, en cuyos pacientes no se había podi­
do detectar lesión orgánica concreta o infección.
Naturalmente este método terapéutico, por ser cien­
tífico, es decir, justificable mediante razones, implica
unos modos o canales teóricos de investigación capaces
de determinar con precisión los diversos síntomas pato­
lógicos, explicar su articulación y darles un sentido. Así
aparece una segunda significación del psicoanálisis
como hipótesis o modelo explicativo de la estructura
y composición de nuestra vida psíquica y de las fuerzas
que obran en ella, su desarrollo, su equilibrio y sus
conflictos, dejando aparte las condiciones neurológicas
corporales que estudian las ciencias biológicas.
Ahora bien, todo ser humano tiene conocimiento di­
recto e inmediato de lo que piensa, siente y obra, en lo
que comúnmente se llama la propia conciencia. Pero
lo que se nos muestra en este plano no siempre es claro
y coherente. A veces nos sentimos dominados por fuer­
zas que interrumpen o violentan el curso regular de
nuestro pensamiento o de nuestra conducta, o bien es­
tamos sometidos a conflictos internos que perturban
Descubrimiento del método psicoanalitico...
14

el modo sensato y normal de obrar sin que la concien­


cia pueda explicar el porqué de todo ello. Ante tales
situaciones, aparatosas en los neuróticos, pero frecuen­
tes también, aunque más escondidas, en los que se creen
sanos, cabe investigar o analizar lo psíquico consciente
para tratar de descubrir fuera de la conciencia, en el
inconsciente, los factores realmente determinantes de lo
que aparece superficialmente en la conciencia.
El psicoanálisis es, por esto, una hermenéutica o in­
terpretación de los actos humanos que permite resolver
sus lagunas y darles un más pleno y cabal sentido.
Siguiendo esta línea lógica podemos alcanzar una
tercera y más amplia definición, confirmada bibliográ­
ficamente por las sucesivas obras del propio Freud. El
psicoanálisis ha pasado a ser, en último término, una
teoría de la cultura. La religión, el arte, la vida social,
el lenguaje, etc. son unos resultados o productos cuyo
verdadero sentido humano colectivo no cabe suponer
que esté presente en la mente de sus individuales ejecu­
tores, siempre limitados históricamente. El psicoanálisis
puede revelar los anhelos y los móviles subyacentes a
tanto esfuerzo así como las necesidades últimas, ocul­
tas, que pretende satisfacer el progreso histórico.
Volvamos a nuestra primera acepción: el psicoanáli­
sis como método terapéutico.
En sus estudios de Medicina y en sus primeras inves­
tigaciones neurológicas, Freud había seguido los precep­
tos de la biología mecanicista inspirada en el gran físi­
co Helmholtz: los procesos orgánicos, normales o pa­
tológicos, han de ser explicados únicamente mediante
fuerzas materiales físicas o químicas que se deben pre­
cisar cuantitativamente. Los fenómenos conscientes son
meros acompañantes de la corriente nerviosa cerebral,
efectos correspondientes de la misma, sin ninguna efi­
cacia ni valor explicativo.
Acabada la carrera de medicina, Freud como psiquia­
tra, sólo conoce y emplea remedios de tipo físico para
con sus "enfermos de los nervios": electroterapia, hidro­
terapia y calmantes, todos ellos de eficacia nula. Su
amigo el Dr. José Breuer le había informado, ya en 1882,
Descubrimiento del método psicoanalitico...
15

Descubrimiento del método psicoanalítico...


16
del curso que había seguido el tratamiento de una de*
sus pacientes (Ana O.), aquejada de histeria. La mucha­
cha, muy inteligente, sufría tos nerviosa, parálisis e in­
sensibilidad en el brazo y pierna derechos, dificultades
de postura e incapacidad de tragar líquidos, junto con
trastornos de su personalidad: ausencias y delirio. No
tenía ninguna lesión que justificara tales síntomas.
De vez en cuando murmuraba palabras incoherentes
que Breuer anotó y le repitió, después de haberla su­
mido en sueño hipnótico. En tal estado, la enferma con­
tó hechos pasados que la habían afectado profundamen­
te (vivencias de asco que tuvo que disimular, escenas
muy tristes junto a su padre moribundo, etc.) acompa­
ñando la narración con amplias expresiones afectivas:
lágrimas, gritos, contracciones, etc. Recuperado el esta­
do normal, desaparecieron la mayor parte de los sínto­
mas y la enferma se sintió liberada de lo que la opri­
mía. Ana. que durante la enfermedad sólo hablaba y
comprendía el inglés y no su lengua materna, el ale­
mán, denominó a este insólito tratamiento “talking cure”
es decir curación por el habla y también "chimney
sweeping”, limpieza de la chimenea. Breuer y Freud lo
llamaron método catártico, o de purificación; se entien­
de, de los recuerdos perturbadores no asimilados por
la enferma y retenidos al margen de su conciencia. La
descarga emocional consiguiente fue denominada abreac­
ción y manifestaba una fuerza contenida, taponada,
cuyo desahogo permitía a la paciente volver a la nor­
malidad. El acontecimiento pasado de donde procede
el trastorno y cuya evocación, gracias a la hipnosis, dis­
tiende y libera al enfermo, es el trauma, es decir, la
“herida” cuya actualización la conciencia no tolera, como
pasa con las lesiones corporales que protegemos de cual­
quier contacto.
Freud puede decir «Los enfermos histéricos sufren
de reminiscencias». A los enfermos histéricos «les es
imposible libertarse del pasado y descuidan por él la
realidad y el presente».
Hay que tener presente que la histeria ha sido siem­
pre dolencia extraña y conflictiva en varios aspectos.

Descubrimiento del método psicoanalltico...


17

Se creía que sólo aparecía en la mujer (hystéra-útero)


y que sus síntomas eran simulados, "teatrales", por su
énfasis expresivo. Pero la realidad patológica de sus
"estigmas": desórdenes mentales y de personalidad, y
de sus "accidentes”: parálisis, convulsiones, fenómenos
térmicos, no podía ser negada.
La histeria obliga a replantear una cuestión básica,
aparentemente ya resuelta, y por ello marginada: la
relación entre el cuerpo —el organismo— y lo psíquico.
Freud se había formado —lo hemos indicado ya— de
acuerdo con los cánones de la medicina positivista que
arranca del dualismo cartesiano: el hombre está cons­
tituido por dos partes distintas, casi autónomas, el cuer­
po, un mecanismo natural, y el alma (lo psíquico) con­
ciencia inexplicable y esencialmente teorética, “recinto
iluminado". Según estos postulados, cualquier enferme­
dad sólo puede tener causas materiales y sus síntomas
son únicamente señales, secuelas, degradaciones del
funcionamiento corporal que "repercuten" en lo psíqui­
co. Sorprendentemente, los síntomas histéricos presen­
tan caracteres bien distintos: a) no tienen causa somá­
tica; b) son expresivos, dan a entender una intención
que por otra parte el enfermo desconoce; c) tienen un
carácter simbólico, o sea aluden a algo, si bien con me­
dios grotescos y deformados; d) el cuadro de los sínto­
mas no se organiza según distribuciones anatómicas,
terminaciones nerviosas, o vinculaciones funcionales,
sino según fantasmas o representaciones subjetivas del
propio cuerpo, tal como el sujeto se lo figura ante los
demás, como un actor que representa ante su público.
Con este contexto científico contradictorio, Freud
visitó a Charcot en París en 1885 y a Bernheim en Nan-
cy en 1889. Ambos le hicieron ver experimentalmente la
relación que hay entre la histeria, la sugestión y la hip­
nosis. Las enfermas histéricas presentan, acentuado
hasta lo patológico, un rasgo que se da en todo sujeto:
la capacidad de atender a cierto sector del comporta­
miento y distraerse de todo lo demás. En la histérica
la escisión de la atención y la conducta llega a tal punto
que puede realizar simultáneamente acciones que pro-
Descubrimiento del método psicoanalítico...
18

ceden de ambos niveles, lo atendido y lo no consciente,


como si se hubiera dividido en dos personas. Gracias
a esto la sugestión puede "introducir* un propósito, una
sensación, una impresión en el paciente, sin que éste
lo advierta y que, sin embargo, se muestra igualmente
eficaz en su comportamiento. De modo parecido, el
sueño hipnótico hace pasar al sujeto a un "segundo
estado" en el cual vive y obra de acuerdo con los dicta­
dos del hipnotizador, con la particularidad de que al re­
tomar al estado vigil no recuerda nada de lo ocurrido
en aquella situación excepcional anterior, pero enlaza
de nuevo con ella al repetirse la hipnosis. Charcot hip­
notizaba a sus enfermas y conseguía suprimir los sín­
tomas histéricos o crearlos, según su voluntad. Espe­
cialmente sorprendentes eran las sugestiones posthipnó­
ticas bajo cuyo efecto, una vez despertado, el individuo
ejecutaba puntualmente las órdenes que había recibido
en su "estado segundo”, sin recordar que se le incitó
a ello, y por tanto, al margen de su conciencia y vo­
luntad.
Aceptados tales hechos, especialmente comprobados
en la histeria, cabe formular científicamente una doble
hipótesis para explicarlos: a) fuera de la conciencia,
o más allá de ella, hay otra zona o nivel no consciente
que influye en la conducta; b) este segundo nivel tiene
una energía propia, cuyos efectos emergen en la vida
de vigilia o consciente.
Aplicando las enseñanzas de los clínicos franceses
a lo ocurrido en el tratamiento de la muchacha histé­
rica, paciente de Breuer, y a las enfermas que el propio
Freud tuvo en Viena, éste llegó a su primera hipótesis
fundamental: la neurosis es el resultado de un conflicto
u oposición intrapsíquico: de una parte, la fuerza de
represión de los recuerdos o traumas, cuya excitación
trastornaría el equilibrio psíquico, y que pasan por ello
al inconsciente: no se pierden, pero no se pueden actua­
lizar por mucho que se pretenda evocarlos; una fuerte
resistencia asegura su ocultamiento. Por otra parte, las
representaciones reprimidas cargadas de gran energía
afectiva, desde el inconsciente, pugnan por aparecer y,
Descubrimiento del método psicoanalitico...
19

ante la resistencia, se convierten en síntomas neuróticos


corporales (histeria de conversión). La expresividad y el
énfasis de tales manifestaciones patológicas se explican
por cuanto los sintomas son un compromiso o forma­
ción sustitutiva entre la energía afectiva inconsciente
y el rigor de la represión, y una alusión más o menos
deformada a las primitivas experiencias reprimidas.
El cometido del psicoanálisis como método terapéu­
tico parece claro: hay que buscar las representaciones
reprimidas, inconscientes, reintegrarlas a la conciencia
para que en ella desahoguen su fuerza afectiva, con lo
cual desaparecerán los síntomas, efectos de esta misma
fuerza. El proceso curativo sigue, en dirección inversa,
el mismo camino que en su día llevó a la represión.
La dificultad principal está en la primera parte: cómo
hallar los recuerdos traumáticos frente a la resistencia
que los mantiene ocultos. El hipnotismo era un proce­
dimiento desacreditado y poco eficaz, ya que hay per­
sonas reacias a ello y otras en las cuales sólo se alcan­
zan niveles inconscientes superficiales.
A partir de 1892 Freud prescindió de la hipnosis y
empleó el método exploratorio de las asociaciones li­
bres, que le fue sugerido por una de sus enfermas y
más tarde ampliamente desarrollado por Jung.
En una habitación en semioscuridad, el sujeto ten­
dido en un diván va diciendo, a su libre antojo, sin crí­
tica ni reserva alguna, las palabras que se le ocurren,
tengan o no sentido, y tal como las primeras llevan a las
siguientes, siguiendo sus vinculaciones o asociaciones
peculiares. La repetición de algunos términos, la inquie­
tud que despiertan otros, las interrupciones que se
producen, etc. van desvelando progresivamente las re­
des más profundas de las representaciones, al margen
de toda organización consciente y de precauciones en­
cubridoras. El psicoanalista puede descubrir cuáles son
los temas conflictivos del enfermo, las zonas de posi­
ble represión, para poder orientar, en sesiones sucesi­
vas, la tarea exploratoria.
En 1895 se publican los Estudios sobre la histeria
donde Breuer y Freud dan a conocer su "método de
Descubrimiento del método psicoanalitico...
20

análisis". Aquel mismo año Freud redacta un Proyecto


de una Psicología, que no editó y que destinaba a los
neurólogos. Como dice su autor
la finalidad de este proyecto es la de estructurar una
psicología que sea una ciencia natural; es decir, repre­
sentar los procesos psíquicos como estados cuantita­
tivamente determinados de partículas materiales es-
pecificables, dando así a esos procesos un carácter
concreto e inequívoco.

Estas partículas son las neuronas.


El Proyecto, de gran interés, porque expone hipóte­
sis que perdurarán como trasfondo explicativo a lo lar­
go de toda la producción ulterior de Freud, sostiene
expresamente el determinismo, según el cual, todo he­
cho o proceso psíquico tiene su causa adecuada que lo
explica con todo rigor, y por tanto es anticientífico sos­
tener la realidad de la libertad o del libre albedrío; y
el materialismo, que refiere la vida mental y afectiva
a un sustrato o condición cerebral como a su fundamen­
to natural.
El sistema nervioso, constituido por las redes de
fibras y los centros, y reductible a neuronas, es una
articulación cerrada, para la cual vale el principio de
conservación de la energía, que afirma que permanece
constante el conjunto de la energía, potencial y actual,
del sistema aislado. Para poder mantener tal principio,
Freud distingue la red elemental de neuronas, como so­
porte anatómico, y la energía que las ocupa, o que se
transmiten entre sí, como un fluido de fuerza. De esta
manera se anuncia un esquema explicativo fundamental
para el psicoanálisis: el curso de los procesos psíquicos
va a desarrollarse según un modelo que se ha denomi­
nado “hidráulico”, a saber, dados unos metafóricos re­
cipientes y canales, que pueden ser las neuronas, o, en
lo psíquico, las representaciones, pasa por ellos, se de­
tiene o circula una fuerza que los ocupa, los carga o
descarga, y de esta manera, cabe entender la vertiente
"económica" de la vida mental. Posteriormente veremos

Descubrimiento del método psicoanalítico...


21

Freud, a los dieciséis años, con su m adre Amalia Freud.

Descubrimiento del método psicoanalítico...


22
que tal inversión de fuerza en dichos soportes, la cathe-
xia, permite explicar los cambios que se operan en la
imagen peculiar de nuestro mundo personal y en la con­
ducta correspondiente. Las neuronas se dividen en cla­
ses según su distinta permeabilidad al paso de la co­
rriente, y según que la variación introducida en ellas
perdure más o menos tiempo. En esta clasificación aso­
ma la doctrina tradicional de las “huellas’' o marcas
dejadas por la corriente nerviosa como base para la
retención y la memoria. Un grupo especial de neuronas
constituye el núcleo o centro nervioso del yo, especial­
mente persistente, y consolidado mediante procesos de
inhibición de lo perturbador, y de carga o cathexia
de lo central.
El funcionamiento del aparato nervioso se rige por
un principio: «Todo aumento de tensión genera displa­
cer; toda descarga o distensión produce placer.» El prin­
cipio de placer-displacer es la ley suprema del curso de
la energía psiquica, y ocupará este puesto rector hasta
1920, fecha de la publicación de Más allá del principio
del placer.

DIE

TRAUMDEUTUNG
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«Die Traumdeutung» (La interpretación de los sueños), por el
Dr. Sigmund Freud.
Descubrimiento del método psicoanalitico...
23

La interpretación de los sueños


y la psicopatología de la
vida cotidiana

La psicología europea, desde el siglo xvii, había centra­


do todos los procesos psíquicos en la conciencia, ámbito
del conocimiento íntimo, inmediato y claro. Los sueños
eran tenidos por fenómenos inquietantes que, o se atri­
buían a inspiración trascendente —de ahí su posible
valor profético— o se achacaban a residuos aberrantes
de la vida de vigilia. Los actos torpes que malogran su
fin propio (lapsus orales o escritos), los olvidos y los
errores eran considerados como molestos y arbitrarios
defectos del funcionamiento corporal que perturbaban
la manifestación de la vida mental y revelaban la im­
perfección del hombre. Ni unos ni otros podian entrar
en una rigurosa consideración científica.
Freud y el psicoanálisis cambiaron rotundamente
este modo de ver. Los sueños pasan a ser manifestacio­
nes del inconsciente, método óptimo, “camino real' para
su exploración. Los actos equivocados o imperfectos, los
“actos fallidos', emergen igualmente del inconsciente
y se intercalan, delatores, en el curso de la conducta
consciente, denotando una pugna interior. De este modo
la conciencia se equipara a sólo una parte de lo psíqui­
co; su sector manifiesto. Lo que hasta Freud quedaba
marginado y sin sentido, pasa a ser comprendido y ex­
plicado. Bastaba con interpretar sueños y pesadillas,
torpezas y deformaciones verbales, para que el psiquis-
mo humano revelara una sorprendente amplificación
de su campo, recorrido, eso sí, por potentes fuerzas
antagónicas.
Cuando Freud dio a conocer, a fines de 1899, su
La interpretación de los sueños...
24

Interpretación de los sueños, no se propuso explicarlos,


en el sentido de atribuirlos como efectos, a una causa
nerviosa o mental, más conocida, sino interpretarlos,
es decir, enhebrarlos en hipótesis coherentes que pu­
dieran llenar sus lagunas e incongruencias, y darles un
sentido.
£1 primer principio que establece es que los sueños,
como fantasías que son del durmiente, cumplen una
función biológica, a saber, facilitan el descanso del su­
jeto y logran que éste continúe durmiendo. La mejor
manera de conseguirlo es distender sus inquietudes y
afanes, o sea dar cumplimiento, mediante imágenes sa­
tisfactorias, a sus deseos.
Los sueños infantiles y los que desarrollan personas
adultas en situaciones especialmente sencillas, como los
exploradores aislados en el polo, cuyo interés converge
en recuerdos y deseos de algo que todos echan de me­
nos, muestran sin rodeos esta intención: «son simples
y francas realizaciones de deseos». Por tanto, el conte­
nido de los sueños está en relación con las dificultades
de la vida diurna y con sus más fervientes anhelos.
Pero los sueños más frecuentes no son tan sencillos
y, sin embargo, conservan esa función. Para su adecua­
do análisis debemos distinguir: a) el contenido mani­
fiesto, que es la descripción que hace el sujeto de lo
que recuerda que ha soñado, y que frecuentemente es
incoherente, anodino, raro, etc.
b) las ideas o pensamientos latentes, que son las
representaciones de los auténticos y profundos deseos
del sujeto. Estas ideas no pueden surgir sinceramente,
sin velos, ante el durmiente, porque suscitarían tal ex­
citación y trastorno, que intervendría la represión de
ta censura para ahuyentarlas de la conciencia, y el su­
jeto ya n > podría dormir. Por ello hay una c) elabora­
ción o tri •ajo del sueño que deforma de tal manera las
representa c;ones que encarnan la satisfacción de los
deseos, que ya no inquietan a la censura, y el sujeto,
más o mei.'.s satisfecho, continúa durmiendo.
La censui >es asimismo la causa de que olvidemos
los sueños qje hemos tenido.
U interpretación de los sueños...
25

El contenido manifiesto y las ideas latentes se pue­


den comparar a las versiones de un mismo pensamiento
en dos idiomas diferentes, una de las cuales es acepta­
ble para la mensura y la otra no. La interpretación del
sueño es el intento de recuperar la versión original,
mediante el análisis y la reorganización de lo que el
sujeto dice que ha soñado.
Según Freud, la elaboración onírica o trabajo del
sueño, construye sus fantasías tomando como materia­
les las ideas y conflictos no resueltos durante los días
precedentes —el resto diurno—, los cuales conservan
una carga de energía o interés para el sujeto, suficiente
para impedirle dormir. Puede ocurrir que impresiones
sensoriales diversas (dolores viscerales, ruidos, etc.)
afecten al individuo que duerme, y, entonces, éste los
incorpora al sueño deformándolos o interpretándolos
a su modo. Más allá de estos materiales próximos, el
sujeto vive deseos eróticos que proceden de su infancia
y cuyas representaciones están incluidas en su incons­
ciente. La evocación de estos deseos por el resto diurno,
se expresa en el contenido manifiesto, según un simbo­
lismo fácil de interpretar, el lenguaje de los sueños.
Las habitaciones son símbolos de la mujer, y sus ac­
cesos significan las aberturas del cuerpo humano...
armas agudas y objetos alargados y rígidos, tales
como troncos de árbol o bastones, representan los
genitales masculinos; y armarios, cajas, coches o estu­
fas, los femeninos. Símbolos como una escalera, o el
subir, aluden al comercio sexual; la madera significa
el órgano sexual femenino. Universalmente, ciertas
faenas agrícolas representan las relaciones sexuales:
tales, la siembra, abrir la tierra con la arada, etc.

Pero las interpretaciones que sólo siguen este su­


puesto "vocabulario" impersonal y no atienden a las
peculiares asociaciones de cada sujeto y a las remotas
circunstancias de la formación de su personalidad, ca­
recen de valor, pues el sueño es un síntoma que emerge
de una circunstancia biográfica concreta, y va carga­
do de un profundo dramatismo singular.
La interpretación de los sueños...
26

La elaboración onírica sigue las mismas leyes que


articulan a cualquier proceso inconsciente y que son
1) la condensación, o sea la tendencia a unir o aglo­
merar elementos que en la vida despierta están sepa­
rados o son distintos. Ocurre que situaciones que ofre­
cen relaciones parecidas, personas que desempeñan un
mismo papel o encarnan funciones análogas, aparecen
en el sueño como una sola representación. El fenóme­
no correspondiente es la sobredeterminación: una sola
y misma imagen funciona como módulo de múltiples
asociaciones, situadas en diferentes planos, por lo cual,
exige una interpretación varia y a veces ambigua. El
inconsciente no procede linealmente, como la escritura,
sino que "consuena'’ y articula sus materiales en diver­
sas direcciones.
2) el desplazamiento, es decir, el cambio de interés
o valor afectivo de una representación, que gana o pier­
de primacía, en relación a otras. Como se indicó en el
capítulo anterior, Freud distinguió siempre el contenido
de una imagen o idea y la carga afectiva que se le apli­
ca. Con frecuencia ocurre que en el "argumento" de un
sueño, escenas y personas importantes para la manifes­
tación de los deseos inconscientes más fuertes del indi­
viduo, aparecen como desvaídos, o pospuestos a otros,
que interesan menos. En verdad hay que interpretarlo
al revés: lo candente es lo que se muestra como insig­
nificante. Gracias a esta deformación, la censura tolera
el sueño, porque parece que se refiere a cosas anodinas.
Con frecuencia, las representaciones entre las cuales se
verifica el desplazamiento tienen alguna relación, ya sea
una cierta semejanza entre sus expresiones verbales, ya
sea una cierta simetría, etc.
3) la consideración a la representabilidad. En el
sueño no hay ideas generales ni relaciones abstractas,
las cuales sólo aparecen en el nivel intelectual conscien­
te, no en el inconsciente, zona más primitiva. Sin em­
bargo, se expresan a su manera mediante imágenes, es­
pecialmente visuales. Lo lógico queda simbolizado me­
diante el ejemplo, las actitudes inciertas o dudosas, la
burla y el desprecio, mediante las incoherencias y los
La interpretación de los sueños...
27

absurdos, las gradaciones o jerarquías, mediante situa­


ciones locales, etc.
Por esto, los sueños despliegan una notable dramati-
zación porque cada uno de sus componentes encarna
una función, de la que pende el interés del durmiente.
Las tres leyes que acabamos de indicar ponen de
manifiesto que la escena onírica —lo soñado, en su
propio escenario— presenta claros rasgos de infantilis­
mo, de primitivismo, si se compara con la rica articula­
ción de la conciencia y la reflexión.
Hay que tener presente que la formación y desarro­
llo de nuestra personalidad, así como el despliegue de
nuestras actitudes y opciones, no sigue necesariamente
una dirección progresiva inmutable, como el suceder
temporal en el cual vivimos, que es siempre hacia el
futuro e irreversible. A veces nuestro comportamiento
queda estancado, sin madurar; otras veces ocurre algo
más gtave: sufrimos una regresión, nos infantilizamos,
nuestra conducta es, literalmente, pueril.
Pues bien,
el acto de soñar es de por sí una regresión a las más
tempranas circunstancias del soñador, una resurrec­
ción de su infancia, con todos sus impulsos instintivos
y sus formas expresivas. Detrás de esta infancia indi­
vidual se nos promete una visión de la infancia filo-
génica y del desarrollo de la raza humana, desarrollo
del cual no es el individual, sino una reproducción
abreviada e influida por las circunstancias accidenta­
les de la vida. Sospechamos ya, cuán acertada es la
opinión de Nietzsche, de que el sueño continúa un
estado primitivo de la humanidad, al que apenas po­
demos llegar ya por un camino directo, y esperamos
que el análisis de los sueños nos conduzca al cono­
cimiento de la herencia arcaica del hombre y nos per­
mita descubrir en él, lo anímicamente innato. Parece
como si el sueño y la neurosis nos hubieran conser­
vado una parte insospechada de las antigüedades
anímicas, resultando, así, que el psicoanálisis puede
aspirar a un lugar importante entre las ciencias que
se esfuerzan en reconstruir las fases más antiguas y
obscuras de los comienzos de la humanidad.

La interpretación de los sueños...


28

Aplicando este punto de vista a nuestra continua


aseveración de que el sueño es la realización de un de­
seo, que es el que vivifica y organiza los restos diurnos
irresueltos, podemos concluir, con Freud que
el deseo consciente sólo se constituye en estimulo del
sueño cuando consigue despertar un deseo inconscien­
te, de efecto paralelo, con el que reforzar su energía,
con otras palabras que el deseo representado en el
sueño tiene que ser un deseo infantil.
Si el sueño echa sus raíces en el inconsciente, y cons­
tituye una regresión a la infancia, queda justificado el
calificarle de “camino real" del inconsciente. El mismo
Freud, en su autoanálisis, ante la duda de lo que ocurrió
en aquella época, ya muy atrasada, de su vida, y que
no puede recordar, interpreta un sueño actual para cer­
ciorarse de su remoto pasado, como si acudiese a un
archivo fotográfico. En realidad, el inconsciente es in­
temporal, sus huellas son indelebles y el paso del tiem­
po sólo rige y hace mella en la capa superficial de la
consciencia.
* * *

Cuando Freud decidió prescindir de la hipnotización


para la exploración del inconsciente de sus pacientes,
por las razones que ya se indicaron, tuvo que apelar a
otros medios indirectos, entre los cuales están, también,
los llamados actos o funciones fallidas, que estudia en
su Psicopatología de la vida cotidiana, de 1901.
Parte de dos principios a los que siempre tuvo por
fundamentales:
1) el determinismo. No es posible la explicación
científica si no se supone que todos los hechos y proce­
sos tienen una causa que los determina y produce. Pue­
de ocurrir que no conozcamos aún el porqué de lo que
investigamos, pero es seguro que lo que parece más
arbitrario y casual tiene una causa que necesariamente
tenía que producirlo. El azar, el libre albedrío, no exis­
ten.
La interpretación de los sueños...
29

2) la vida psíquica es la sede de un conflicto de


fuerzas entre la consciencia y el inconsciente. La cons­
ciencia representa y acoge las reglas válidas en el mun­
do donde convivimos, las cuales protegen el equilibrio
psíquico, nuestra "normalidad”. El inconsciente incluye
deseos y anhelos peculiares que la conciencia no acepta,
y por tanto, pugnan con ella, que los reprime y mantie­
ne inconscientes.
Los dos postulados son naturalmente aplicables a los
actos fallidos, que parecen inexplicables y caprichosos.
A veces olvidamos llevar a cabo un propósito que
parecía firme: acudir a una cita según habíamos prome­
tido; con mayor frecuencia, no recordamos momentá­
neamente un nombre, que nos es conocido y que, la­
mentablemente, se nos queda "en la punta de la lengua".
El sentir popular interpreta espontáneamente tales inci­
dencias como reveladoras de un oculto deseo de no
cumplir, o de una falta de interés por la persona del
interlocutor. El psicoanálisis confirma y refuerza la in­
terpretación común.
Escribe Freud a su amigo Fliess el 22 de septiembre
de 1898:
He conseguido explicar más fácilmente todavía un
segunde ejemplo de olvido de nombres. No podía
recordar el nombre de ese gran artista que pintó el
Juicio Final de Orvieto, el más grande que he visto
hasta ahora. En su lugar se me ocurrieron "Botticelli”
y "Boltraffio", con la certeza de estar equivocado. Fi­
nalmente averigüé el nombre, que era "Signorelli" y
al punto se me ocurrió espontáneamente el nombre
de pila —Lúea— lo que demuestra que se trataba sólo
de una represión, y no de un genuino olvido. Es evi­
dente por qué se interpuso "Botticelli”: únicamente
el fragmento "Signor” había sido reprimido; la doble
"Bo” en los nombres sustitutivos, se explica por el re­
cuerdo que motivó la represión, un incidente ocurrido
en Bosnia y en referencia a la frase "¡Herr (señor,
Signor), qué le vamos a hacer!” Había olvidado el
nombre de Signorelli durante una corta excursión por
Herzegovina, emprendida desde Ragusa en compañía
de un abogado berlinés (Freyhan), con quien, en el
La interpretación de ios sueños...
30
camino, conversé sobre pintura. El tema general de
esa conversación —que recuerdo, pues, como demento
represor tras el olvido— era el de la muerte y la se­
xualidad. La sílaba "traffio", posiblemente sea un eco
de Trafoi, que habíamos visitado en nuestro primer
viaje.

Como se puede colegir de este ejemplo, hay una es­


trecha relación entre los actos fallidos y la asociación
de ideas, método usado también por Freud.
En todo caso, el olvido no se debe a que las supues­
tas "huellas” cerebrales sufran un progresivo deterioro
con el tiempo, sino a una activa inhibición o represión
del propio sujeto.
Los "lapsus”, sean en la pronunciación de una pala­
bra o en su escritura (linguae, calami) se producen, a
veces, por la sustitución de un término por otro, a ve­
ces, por la inclusión u omisión de una silaba que defor­
ma la palabra que se deseaba proferir. Freud cita como
ejemplo las palabras de un presidente de la cámara
austrohúngara que abrió una sesión, que preveía tor­
mentosa, diciendo: "Señores diputados, hecho el recuen­
to de los presentes y habiendo suficiente número, se
«levanta» la sesión.”
La pérdida de objetos obedece a la misma intención
inconsciente, y, la prueba de que asi ocurre, es que, ya
de antemano, tememos perder aquellas cosas que pro­
ceden de alguien por quien sentimos escaso o nulo
afecto, a pesar de las obligaciones sociales que nos obli­
gan a disimularlo. En estos casos, también la gente in­
terpreta espontáneamente el hecho como muestra invo­
luntaria, pero muy real, de desvío.

La interpretación de los sueños...


31
Teoría general de la sexualidad

La faceta más conocida y, a veces, deformada, del


psicoanálisis freudiano, es la primacía que en él tiene
la sexualidad, hasta el punto de que la conexión de am­
bos conceptos se ha convertido en un tópico de nuestra
cultura.
La obra que abrió la nueva perspectiva, revoluciona­
ria y escandalosa, fue publicada en 1905 con el título
Tres ensayos sobre teoría sexual. Veinte años después,
el autor, en su Autobiografía, recordando la dura e in­
justa oposición sufrida —que él, por otra parte había
previsto— escribe:
Posteriormente hube de comprobar, con mayor evi­
dencia cada vez, que detrás de las manifestaciones de
la neurosis no actuaban excitaciones afectivas de na­
turaleza indistinta, sino precisamente de naturaleza
sexual, siendo siempre conflictos sexuales actuales o
repercusiones de sucesos sexuales pasados. He de ha­
cer constar que no me hallaba preparado a tal descu­
brimiento, totalmente inesperado para mí, y que no
llevé a la investigación de los sujetos neuróticos pre­
juicio alguno de este orden.
Entre los precedentes de su tesis cita nada menos
que a Platón, y, entre los contemporáneos, menciona a
Breuer, Charcot y Chrobak, médicos que podían habér­
sela sugerido, aunque posteriormente lo negaran. De los
dos últimos la había oído como opinión particular, ob­
via pero paradójicamente oculta, por hipocresía. La
actitud de Breuer era más matizada y dramática. El tra-
Teoria general de la sexualidad
32

tamiento de Ana O. (descrito brevemente en el primer


capítulo) no había podido terminar, porque la enferma
se enamoró eróticamente de .su médico Breuer y éste
prudentemente interrumpió las sesiones del análisis. Al
día siguiente fue llamado con urgencia a casa de la en­
ferma y la encontró aquejada de fuertes dolores y con­
tracciones, que simulaban histéricamente un parto, que
sólo podía ser resultado de una fantasía erótica y de
un deseo de la paciente. La situación se repitió en algún
otro caso, y Breuer, aun reconociendo que las tesis de
Freud sobre la sexualidad estaban fundadas, no quiso
adherirse a ellas. La ruptura de la sólida y larga amis­
tad entre ambos se debió, en parte, a esto.
El problema del valor e influencia de la sexualidad
en la producción de las neurosis, especialmente de la
histeria, y por extensión, en el funcionamiento del psi-
quismo en general, entró en su fase decisiva gracias a
la misma experiencia clínica de Freud.
Las primeras enfermas que éste analizó mediante
hipnosis describieron, en su gran mayoría, como trauma
reprimido patógeno, una escena de seducción sexual por
parte de un adulto, normalmente su propio padre, que
había actuado como corruptor cuando la interesada era
aún una niña. Una acusación tan grave y tan generali­
zada, despertó las sospechas de Freud: era inverosímil
una perversidad tan extendida. Freud confiesa a Fliess
en septiembre de 1897 su perplejidad y la crisis de toda
su doctrina.
La clave de la cuestión estaba en hallar un criterio
para asegurarse de si lo afirmado por la enferma era
una experiencia real, vivida, o una mera fantasía, segu­
ramente optativa. La conciencia resuelve las dudas que
puedan surgir entre lo real y lo ficticio apelando a la
percepción. El inconsciente no puede recurrir a esta
referencia al mundo exterior; la "realidad psíquica’ en
el inconsciente es la consistencia de la imagen o fan­
tasma, suficientemente resistente y enérgico para pro­
ducir efectos en él, como si fuera una entidad autóno­
ma. Más aún, en el enfermo prevalece la "realidad psí­
quica" de las imágenes cargadas de fuertes afectos, res-

Teoría general de la sexualidad


33

pecto de lo que el común de los individuos sanos lla­


mamos la verdadera realidad de las cosas físicas. Por
ejemplo es más potente una alucinación que una per­
cepción, una obsesión que una acción justificada. En
resumen, «en el inconsciente no existe un "signo de
realidad", de modo que es imposible distinguir la ver­
dad frente a una ficción afectivamente cargada».
Por esto, la cuestión se traslada: si con la misma
universalidad que manifiestan las revelaciones de las
enfermas analizadas, hubiera en el inconsciente del ser
humano infantil un deseo de seducir al progenitor del
sexo opuesto, deseo que se disimula proyectando en ¿1
la iniciativa de la seducción, como si el padre intentara
corromper a la hija, entonces sería imposible distinguir
ambas situaciones. El trauma no viene de la agresividad
erótica real del padre, sino del afán seductor incons­
ciente de la hija.
Freud, por aquel entonces, estaba intentando su au­
toanálisis, valiéndose sobre todo de la interpretación
de sus propios sueños. En octubre de 1897, halla en
uno de ellos, su deseo inconsciente de seducir a la pro­
pia madre cuando niño. Había descubierto el famoso
complejo de Edipo.
La antigua cuestión quedaba resuelta. El "perverso"
no es el progenitor; los deseos sexuales están en el niño.
Un nuevo e inmenso campo se ofrecía al estudio: la se­
xualidad infantil.
Hasta aquí, las influencias externas y los preceden­
tes de la teoría de la sexualidad. Procedamos ahora a
su exposición sistemática.
Ante todo, no hay que confundir sexualidad con geni-
talidad. Csta es la actividad precisa de los órganos se­
xuales del adulto, sentida como placentera, centrada en
el coito y referida a la procreación. La sexualidad,
en cambio, es mucho más amplia, y comprende los con­
tactos, excitaciones y fantasías que producen un goce
general de distensión y de placer y que preparan y acom­
pañan al acto sexual propiamente dicho. La genitalidad
integra a la sexualidad y es su culminación.
La sexualidad se concreta en una energía o fuerza.
Teoría general de la sexualidad
34
que el sujeto vive y siente como una tendencia que le
impele con más o menos intensidad, la libido. Lo que el
hambre es a la nutrición, la libido lo es a la sexualidad.
La libido es una pulsión (Trieb), es decir, un empuje
o dinamismo que deriva de una excitación orgánica y
se manifiesta psíquicamente como una tensión que bus­
ca satisfacerse.
Así como el instinto, si usamos el término con preci­
sión, desarrolla una serie de actos fijos, heredados y
adaptados estrictamente a su objeto, la pulsión sexual
es plástica, maleable y varia, tanto respecto del objeto
que le atrae (objeto sexual), como del acto al que se
siente impulsada (fin sexual).
Freud sostuvo siempre que el ser humano está fun­
damentalmente movido por dos pulsiones distintas y
opuestas (dualismo), pero modificó la Índole de las mis­
mas a lo largo de su vida. La primera teoría de las pul­
siones, vigente hasta 1914, cuando dio a conocer su
Introducción al Narcisismo, establece que el hambre y
el amor, es decir la propia conservación y la sexualidad
son las fuerzas básicas del comportamiento humano.
El hambre es un impulso uniforme, cuyo desarrollo
sólo se caracteriza por el mayor programa alimenticio
que acepta; la sexualidad, en cambio, es polimórfica.
El niño, después de nacido, va desvelando, paulatina­
mente su sensibilidad, , o sea, dispone sucesivamente de
unas regiones externas de su cuerpo, las zonas erógenas,
especialmente sensibles a la excitación placentera. Allí
se polariza la sexualidad infantil durante un cierto tiem­
po. Siente placer cuando se estimulan, y su actividad
converge hacia esta región cutánea, por ejemplo, la
boca o el ano. Pero además mediante esta sexualidad
dispersa, polimórfica, se vincula al mundo ambiente y
a sus prójimos, como si dispusiera de un canal comuni­
cativo más eficaz. A la vez, su sexualidad se amplifica
y enriquece, siente impulsos nuevos, pulsiones parciales
que se desarrollan progresivamente, que pueden, em­
pero, quedar fijadas y detenerse, pero que normalmente
convergerán en una rica pulsión unificadora que es la
sexualidad adulta, centrada en la genitálidad. Cada pul-

Teoría general de la sexualidad


35

sión parcial podría compararse a un vector convergente


en un haz dinámico, del mismo como en la sexualidad
plena participa todo el cuerpo según el anhelo y el len­
guaje expresivo de todas y cada una de sus partes, aun­
que referidas y subordinadas a la zona genital.
Las denominadas 'perversiones sexuales", tanto si se
especifican por la inversión del objeto sexual que se
siente como atractivo, como si se caracterizan por la des­
viación del acto que se tiene por finalmente placentero,
pueden explicarse como formas desintegradas de la se­
xualidad, cuyas pulsiones parciales han quedado desli­
gadas.
En cuanto a las neurosis, se confirma que se produ­
cen por la excesiva tensión creada por una sexualidad
fuerte contrapuesta a una represión igualmente muy
dura. En esta situación, los síntomas son transformacio­
nes de las pulsiones parciales de la libido que tratan de
hallar una satisfacción o descarga indirecta y simbólica.
Dice Freud: «Los síntomas se originan por lo tanto, en
parte, a costa de la sexualidad anormal. La neurosis
es, por decirlo así, el negativo de la perversión.» O sea,
el "neurótico" es un "perverso" que ha tratado de repri­
mir sus aberraciones, sin éxito.
El desarrollo de la sexualidad infantil se verifica a
lo largo de una serie de fases o estadios de la libido que
siguen un orden fijo, común a todo ser humano, y que
se caracterizan por la zona erógena dominante y la co­
rrespondiente relación de objeto. El psicoanálisis en­
tiende por tal el vínculo reciproco que se establece
entre el sujeto, en este caso, el niño, y la cosa o persona
que le sirve de medio para obtener la satisfacción de
pulsiones. Por ejemplo la boca del niño y el pecho ma­
terno, el niño y la madre, etc.
Las fases pregenitales (infantiles) son:
1) Fase oral: el placer sexual se produce por la es­
timulación de la boca y de los labios, inicialmente me­
diante la succión y el chupeteo, y en su segunda parte,
interviniendo también el acto de morder.
Teoría general de la sexualidad
36

Theodor Mevnert (1833-1892). Leopold Konigsiein


(1850-1924).
Ernst von Fleischl-Marxow
Ems Wilhelm R ittcr von Brücke. (1846-1891).

Teoría general de la sexualidad


37

M artha Bernays, a los 21 años, por el tiempo de su compromiso


matrimonial con Freud, junio de 1882.

Teoría general de la sexualidad


38

En esta fase se muestra una clara conexión de los


dos instintos fundamentales del hombre, propia conser­
vación y sexualidad, conexión que, si bien existe tam­
bién en las otras, es menos patente. Es la muy impor­
tante relación de apoyo o anaclítica, que quiere decir
que la satisfacción del hambre (propia conservación)
suscita el placer sexual que pronto va a adquirir auto­
nomía, a saber, el chupar, o sea la mera fricción de
los labios y la lengua, tal como ocurre en el chupeteo
del pulgar o de otro objeto ya no nutricio.
Más tarde se planteará la cuestión de si la elección
de objeto erótico se apoyará también en la semejanza
de la persona elegida con la madre, primera fuente de
alimento.
El niño puede quedar fijado en la fase oral (como
en cualquiera de las siguientes). La fijación es la persis­
tencia en la sexualidad desarrollada, de las imágenes
de aquellas personas o actos que fueron característi­
cas de la fase en la cual el individuo permanece fijado.
Los rasgos de carácter, las relaciones personales y sobre
todo las neurosis, se explican por la fijación de base, la
cual deforma la correspondiente organización de la se­
xualidad del sujeto.
2) Fase sádico-anal. La zona erógena dominante es
la terminación del recto, el ano. La retención y la expul­
sión de las heces estimula la mucosa y produce placer.
Normalmente se extiende de los dos a los cuatro años.
La importancia de esta fase estriba en que el niño
adopta una actitud alternativa: retención o expulsión,
destrucción de la materia fecal (sadismo) o conserva­
ción, actividad o pasividad. Ante la conminación de sus
familiares que tratan de acostumbrarle a regular sus
esfínteres, el niño puede obedecer o rebelarse. En todo
caso, se da cuenta del interés que despierta y, ante la
insistencia del ambiente, puede ofrecer algo de sí, las
heces, como primer producto solicitado, paradógicamen-
te, un regalo.
La fijación a esta fase determina en el adulto unos
ciertos rasgos de comportamiento: proceder ordenado

Teoría general de la sexualidad


39

y meticuloso, puntualidad, avaricia, testarudez, que con­


figuran el llamado carácter anai.
3) Fase fúlica, que se centra en los órganos genita­
les. Aunque por su denominación parece aludir sólo al
sexo masculino, vale para los dos, porque, como indica
Freud, la diferencia de los dos sexos en esta edad se
limita a la posesión o carencia del pene. El sexo de la
niña es interpretado, o bien como el resultado de una
castración que ha dejado una herida, o bien como la
forma rudimentaria —el clítoris— de una masculinidad
que aún no se ha desarrollado. En todo caso la libido
infantil es, para ambos sexos, sentida e interpretada en
función de la masculinidad, el falo. Esta fase se extien­
de de los tres a los cinco años y en ella se desarrolla
y culmina el llamado complejo de Edipo.
Ante todo, aclaremos su sentido. El complejo de
Edipo es una situación constituida por diversas pulsio­
nes que pugnan entre sí y configuran un cierto esquema
afectivo y dinámico: el niño siente un ardiente deseo
erótico por el progenitor de sexo opuesto, y al mismo
tiempo, una viva rivalidad y oposición respecto del pro­
genitor del mismo sexo, a quien querría ver muerto.
Esta es la estructura normal; hay otras más complica­
das. Este complejo es una encrucijada conflictiva que
aparece necesariamente en esta edad (3 a 5 años) y
que no se puede soslayar ni deshacer, sino sólo resolver
y superar. La situación edípica, "triangular", puede rea­
parecer más tarde. De todos modos, es la pauta que
orienta la estructuración de la personalidad del sujeto,
porque de ella depende la constitución de la conciencia
y la posterior elección del objeto erótico definitivo.
Hay que tener presente que el término “complejo",
aquí empleado, no tiene la misma significación que se le
acostumbra a dar cuando se habla de un "complejo de
inferioridad", de "niño mimado”, etc. En estos últimos
usos, derivados de psicoanalistas no freudianos, “com­
plejo" equivale a un conjunto ("complexus") de repre­
sentaciones y afectos que forman como un nódulo re­
sistente y autónomo, que no puede asimilar el psiquis-

Teoria general de la sexualidad


40

mo del sujeto, a manera de un quiste anímico que no


se puede extirpar y cuya existencia deforma incluso el
comportamiento consciente del individuo. El complejo
de Edipo, así como el de castración, es otra cosa: una
articulación de vectores afectivos divergentes.
Procedamos ahora a describir su hallazgo. En una
carta a Fliess de 3 de octubre de 1897, Freud expone
que, en el curso de su autoanálisis, ha interpretado uno
de sus sueños, y resulta que, entre dos y tres años de
edad se despertó su libido hacia su madre cuando tuvo
ocasión de verla desnuda. También recibió «con peores
augurios y con reales celos infantiles a su hermanito»,
un año más joven, cuya temprana muerte le dejó "el
germen de la culpabilidad". En otra carta del 15 del
mismo mes, escribe:
También en mí comprobé el amor por la madre y los
celos contra el padre, al punto que los considero
ahora como un fenómeno general de la temprana in­
fancia... Si es así se comprende perfectamente el apa­
sionante hechizo del Edipo rey... El mito griego renue­
va una imposición obstinada del destino que todos res­
petamos porque percibimos su existencia en nosotros
mismos. Cada uno de los espectadores fue una vez, en
germen y en su fantasía, un Edipo semejante y ante
la realización onírica trasladada aquí a la realidad,
todos retrocedemos horrorizados, dominados por el
pleno impacto de toda la represión que separa nues­
tro estado infantil de nuestro estado actual.

(Es sabido que Edipo, hijo de Laio, rey de Tebas, y


de Yocasta, fue abandonado por su padre, y al retomar,
ya adulto, a su patria, desconociendo su identidad, mató
en combate a su padre, resolvió el enigma que proponía
la Esfinge, y se casó con su madre sin saber que lo era.
Los desa..res que sobrevinieron a Tebas movieron a
Edipo a consultar el Oráculo, quien descubrió la ver­
dad. Edipo :e cegó y abandonó Tebas guiado por su
hija Antígona)
Freud prodigue interpretando el Hamlet de Shakes­
peare segur, .-1 esquema edípico y poco después, en su

Teoría general de la sexualidad


41

Interpretación de los sueños corrobora su tesis de «este


universal deseo de nuestra infancia».
Al principio de este capítulo hemos expuesto cómo el
complejo de Edipo permitió a Freud dar una nueva
versión a la sorprendente acusación de la mayoría de
las enfermas histéricas, que decían haber sido víctimas
en su infancia, de una agresión sexual por parte de su
progenitor. El Edipo es, según Freud «el complejo nu­
clear» de toda neurosis, un esquema filogenético innato
que actúa como un «precipitado de la historia de la ci­
vilización humana».
Las consecuencias de la situación triangular edípica
son de gran importancia.
En primer lugar, enriquece la vida afectiva del niño
al presentarle un modelo de ambivalencia, es decir, de
relaciones y sentimientos opuestos centrados en un mis­
mo objeto, en este caso, el padre. El niño quiere y odia
a la vez a su ascendiente del mismo sexo. La ambiva­
lencia aparece en la fase sádico-anal, como se indicó,
pero ahora se fortifica.
En segundo lugar, configura a la sexualidad humana
como un proceso en dos tiempos: el primero, con su
momento crítico a los cinco años, y el segundo, des­
pués de la pubertad, ambos separados por un período
de reposo, o de latencia. La difícil articulación de los
dos tiempos explica toda la complicación de la perso­
nalidad.
En tercer lugar, y sobre todo, hace posible la identi­
ficación del niño con su padre. En psicoanálisis se usa
este término para designar el proceso por el cual un
sujeto hace suyo un carácter o aspecto de otro, y, usán­
dolo a manera de modelo o ejemplo, trata de hacerse
como él. La personalidad se constituye tomando como
médula diversas identificaciones.
Ahora bien, tal identificación es ambivalente, como
acabamos de indicar: el afecto positivo al padre le otor­
ga eficacia modeladora del hijo, pero como que es un
rival dominante, odiado, introduce en la personalidad
infantil una vertiente negativa, de prohibición o repre­
sión, reforzada por la amenaza de un posible castigo
Teoría general de la sexualidad
42

(complejo de castración), si el pequeño no termina con


su relación erótica dirigida a la madre. La prueba de
que la amenaza no es vana, la presenta el sexo feme­
nino, cuya anatomía el niño explica como consecuencia
de una castración. Las prohibiciones y virtuales ame­
nazas del padre, no sólo insertan la represión en el psi-
quismo infantil, sino también la culpabilidad, ante la
actitud que había adoptado al desear a su madre.
La resolución normal del complejo de Edipo consis­
tirá en aceptar la ley paterna y en refrenar los deseos
incestuosos. Entonces comienza el llamado periodo de
latencia, de los cinco o seis años hasta la pubertad. La
sexualidad amortigua sus pulsiones, las relaciones con
los padres revisten un carácter de ternura y respeto, la
convivencia con otros niños, en el colegio y en el juego,
crean proyectos comunes e ideales más desinteresados,
y el muchacho olvida, conscientemente, las crisis y con­
flictos sexuales de su infancia remota. Las normas im­
presas al declinar el complejo de Edipo se van fortifi­
cando por la adquisición de hábitos de buen comporta­
miento.
Sin embargo, la sexualidad infantil y sus posibles
traumas permanecen en el inconsciente, aunque repri­
midos. La pubertad, es decir, la madurez orgánica y fun­
cional, se manifiesta por el predominio definitivo de la
zona genital. Como se ha dicho, ésta ha de integrar —no
desconocer— las pulsiones parciales de la infancia, las
cuales —normalmente— preparan y enriquecen a la se­
xualidad genital.

Teoría general de la sexualidad


43

El psicoanálisis ante el humor y el arte

Ernest Jones, el primer biógrafo de Freud, cuenta que


las dos obras publicadas en 1905: Tres ensayos sobre
teoría sexual y El chiste y su relación con lo incons­
ciente fueron tan estrictamente simultáneas, que su au­
tor tenía los manuscritos en dos mesas contiguas e iba
redactando alternativamente según el curso de sus re­
flexiones. La anécdota revela el paralelismo de ambos
temas.
En efecto, el chiste, como las obras de arte, estudia­
das poco después, son creaciones humanas que se pre­
sentan con espontaneidad y naturalidad, adecuadas para
manifestar el fondo inconsciente de sus autores y las
ocultas tendencias que animan sus “ocurrencias” o sus
estilos. En el lenguaje —en sentido amplio— y en sus
figuras o formas expresivas, convergen, además, dos
vertientes, cuya articulación preocupa cada vez más
a Freud, como problema central del psicoanálisis, a sa­
ber, una representación, imagen verbal o plástica, que
transparenta o traduce una pulsión, fuerza inconscien­
te, y recíprocamente, unas energías psíquicas con su
intensidad y sus conflictos. Los comentarios a los ras­
gos de humor, a las novelas y al arte plástico, inauguran
la exploración psicoanalítica de la cultura.
El análisis de la técnica del chiste pone de manifies­
to, inicialmente, que éste es una agudeza breve, inespe­
rada, que condensa ideas dispares y por ello nos hace
reír: Frecuentemente se recurre al doble sentido de las
palabras y al desplazamiento de lo importante por lo
secundario. Condensación y desplazamiento son dos le-
El psicoanálisis ante el humor y el arte
44
yes o procedimientos de la elaboración de los sueños
(ver segundo capitulo). De todo ello resulta una econo­
mía psíquica placentera. Por ejemplo, un chiste que cita
Freud entre los muchos que figuran en su obra: "Un
médico que acaba de reconocer a una señora, dice al
marido de la enferma: «No me gusta nada.» «Hace mu­
cho tiempo que a mi tampoco» se apresura a confirmar
el interpelado." O el chiste de Uchtenberg: "¿Cómo
anda usted? —preguntó el ciego al paralítico—. Como
Vd. ve —respondió el paralítico al ciego."

Exceptuando los chistes inocentes, poco eficaces, la


mayoría de los que hacen reír de verdad delatan una
cierta tendencia agresiva u obscena, —su "mala inten­
ción"— que es el nervio del chiste. En esté caso, la téc­
nica verbal permite dar salida a una fuerza libidinal,
que habría sido reprimida en el lenguaje serio. Ejem­
plo: "Un noble personaje pregunta a un desconocido,
cuya semejanza con su real persona le ha extrañado:
«¿Su madre de usted sirvió alguna vez en Palacio?», y
obtiene la rápida respuesta: «No, Alteza, pero sí mi
padre.»"
Comentando los que él denomina "chistes epicúreos"
que exaltan el goce inmediato de la vida presente, Freud
agrega unas palabras —que no es frecuente citar:

Puede decirse en alta voz lo que estos chistes se atre­


ven tan sólo a murmurar, esto es, que los deseos y
anhelos de los hombres tienen un derecho a hacerse
oír, al lado de las amplias y desconsideradas exigen­
cias de la moral, y no ha faltado en nuestros días
quien, con acertada y firme frase, ha dicho que nues­
tra moral es únicamente la egoísta prescripción de
una minoría de ricos y poderosos que pueden satisfa­
cer a toda hora, sin aplazamiento alguno, todos sus
deseos. Hasta tanto que la medicina no haya logrado
asegurar nuestra vida, y contribuyan las normas so­
ciales a hacerla más satisfactoria, no podrá ser aho­
gada en nosotros la voz que se alza contra las exigen­
cias de la moral. Por lo menos todo hombre sincero
ha de hacerse íntimamente esta confesión. Sólo indi-
El psicoanálisis ame el humor y el arte
45

rectamente y mediante una nueva ideología es posible


resolver este conflicto.
El placer que proporciona un buen chiste se debe,
sobre todo, como se ha indicado, al gasto psíquico que
se ahorra con él, tanto porque condensa representacio­
nes, como porque libera de una fuerza represiva. Este
segundo efecto se consigue, también, en cuanto el chis­
te se presenta como un juego verbal al margen de la
crítica racional, seria. Los dislates y las chanzas acen­
túan este aspecto, que infantiliza a algunos chistes.
El pensamiento que para la formación del chiste se
sumerge en lo inconsciente, busca allí la antigua sede
del juego de palabras. La función intelectual retroce­
de, por un momento, al grado infantil, para apoderar­
se, así, nuevamente, de la infantil fuente de placer.

La risa que se produce en los oyentes, necesariamen­


te cómplices del contexto que propone el inventor del
chiste, es un fenómeno de descarga en quienes "entien­
den'’ lo que el gracioso comunicante les cuenta. El chis­
te es, por necesidad, algo que debe ser comunidado.
A diferencia del chiste, lo cómico no es una creación
ingeniosa, sino un involuntario hallazgo que hacemos en
personas, acciones o situaciones dadas. Implica que el
sujeto, el observador, compare lo que se ofrece ante
él con su propio yo. Sin embargo hay varios procedi­
mientos para acentuar los caracteres de dicha compara­
ción para que produzca comicidad; tales son la imita­
ción, la caricatura y la parodia. Lo común a todos ellos
es que efectúan una degradación de objetos que eran
tenidos por eminentes. La risa provocada es, de nuevo,
la descarga de una energía por haber ''derribado" unas
"eminencias" que antes era preciso sostener.
* * *

Al reflexionar sobre el sentido del método psicoana-


lítico, Freud lo compara con frecuencia al proceder del
El psicoanálisis ante el humor y el arte
46
arqueólogo, que, mediante excavaciones escalonadas,
puede llegar a descubrir ciudades enterradas. En 1902,'
acompañado de su hermano, visita Pompeya, donde pa­
saron “momentos emocionantes". Pues bien en 1907,
Freud escribe su primer comentario extenso sobre una
obra literaria, cuyo protagonista es un arqueólogo y cuyo
escenario es precisamente Pompeya.
Jung le había dado a conocer la novela en cuestión.
Se trataba de “Gradiva” de W. Jensen, que la había pu­
blicado cuatro años antes, casi septuagenario y con una
extensa producción anterior, más bien mediocre.
Desconocía totalmente el psicoanálisis y sus concep­
tos, y, sin embargo, el asunto, los problemas que expone
y las soluciones que en su imaginación les da, son una
verdadera traducción novelesca del descubrimiento freu-
diano.
El argumento, en resumen, es como sigue: El ar­
queólogo Norberto Hanold descubre en Roma un bajo­
rrelieve que representa a una muchacha andando. El
pie derecho se apoya, llano, en el suelo; el izquierdo,
retrasado, lo toca sólo con la punta de los dedos y for­
ma un ángulo recto con el suelo. La figura le atrae ex­
trañamente por la viveza y realismo de su actitud. El
arqueólogo le da un nombre latino: Gradiva, “la que
avanza”. Su nobleza, y su porte encantador, le hacen
suponer que es griega, también por la amplitud del paso,
que camina sobre losas separadas, como las hay en
Pompeya. Hanold observa que este modo de andar no
lo tienen las mujeres de su época. Sueña entonces que
se encuentra en Pompeya, que ve a Gradiva atravesando
la calle, que se acerca al templo y reclinada la cabeza
en la escalinata, es sumergida bajo una lluvia de ceniza
como ocurrió el día de la destrucción de la ciudad. Al
día siguiente emprende viaje a Italia y va a Pompeya.
Entra en el recinto de la ciudad destruida y ve a Gra­
diva realmente atravesar la calle. La sigue y, en la lla­
mada casa de Meleagro, la encuentra sentada. Se le
dirige, en griego y en latín y la interpelada le ruega
que le hable en alemán. Hanold le describe su sueño que
revela la atracción que ella ejerce sobre él. Al poco
til psicoanálisis ante el humor y el arte
47

tiempo, Gradiva desaparece. De nuevo vuelven a encon­


trarse al próximo mediodía y, a ruegos del arqueólogo,
Gradiva se pone a andar ante él. Hanold comprueba que
es la muchacha del bajorrelieve y a continuación ella
da a conocer su nombre: se llama Zoé (en griego, vida).
Al tercer día, la muchacha, que ha fingido ser hasta este
momento la figura real de Gradiva-Zoé, viviente hace
dos mil años, según la ilusión obsesiva de Hanold, se
dirige a éste dándole su nombre y apellidos. Ante la
sorpresa del interpelado, la joven le recuerda que había
sido su constante compañera de juegos durante la in­
fancia, que siempre ha vivido cerca de su casa y que su
apellido es Bertgang (literalmente, la que resplandece
al caminar) y que no había podido explicarse como la
había olvidado hasta tal punto de no reconocerla cuan­
do se cruzaban por la calle. Norberto vuelve de su ob­
sesión, siente una gran alegría, y se casa con Zoé.
Freud hace ver que los dos personajes principales
se contraponen curiosamente: el arqueólogo tiene es­
tratos ocultos en su psiquismo y, a pesar de su saber
científico, es un iluso. Zoé —verdadera arqueóloga men­
tal— ejerce una función análoga al psicoanalista. Lo
importante es que puede reintegrar a su compañero a
la realidad, porque él, inconscientemente, la quiere,
como lo muestra el extraño interés que el bajorrelieve
tiene para el investigador. Esta vinculación afectiva
—aquí puramente anecdótica— será crucial para el psi­
coanálisis y recibirá el nombre de transferencia.
Es preciso explicar en qué consiste. Para que el psi­
coanalista pueda explorar el inconsciente de su enfermo,
mediante los métodos clásicos ya expuestos (interpreta­
ción de los sueños, asociaciones libres, análisis de actos
fallidos), se requiere un clima afectivo peculiar. La con­
fianza en el terapeuta ha de tener tal grado, que el en­
fermo haga revivir en él alguna de las figuras clave de
su vida erótica infantil. Ha de “ver” en el médico a su
propio padre y, como si lo fuera, depositar en él la car­
ga afectiva cuya represión suscitó el conflicto. Al recu­
perar la situación infantil, reaparecen las tendencias que
se buscan. Las incómodas consecuencias de algunos tra-
El psicoanálisis ante el humor y d arte
48

tamientos psicoanalíticos anteriores (caso de Ana O, res:


pecto de Breuer, y otros más) no eran sino fenómenos
de transferencia, cuyo valor metódico aún no había
sido fijado.
Volviendo al comentario de "Gradiva”, el desenlace
del enredo argumental, lo que da la explicación de las
obsesiones del arqueólogo, se sitúa en la infancia de
los personajes, a partir de la cual, sus vidas han seguido
caminos divergentes. La intimidad de sus primeras rela­
ciones fue perdida y olvidada en la formación del pro­
tagonista cuando joven y estudiante. Freud hace ver la
correspondencia de esta secuencia biográfica con el pe­
ríodo del desarrollo sexual denominado por él "de la-
tencia", posterior al complejo de 'Edipo. Este complejo
se adivina igualmente en la relación de la protagonista
con su padre. Si Hanold había olvidado a su infantil
compañera, fue por una represión de su imagen, car­
gada de afecto, pero que no pudo aquietar en su propio
inconsciente. La pulsión se vierte, luego, en el bajorre­
lieve que persigue con su extraño atractivo al arqueó­
logo. A pesar de su unilateral vocación científica, apa­
rentemente desinteresada y neutral, la actividad inves­
tigadora del profesor Hanold encerraba una gran carga
erótica, y en realiHari era una constante búsqueda de
la amiga que se había querido olvidar. De ahí el viaje
a Pompeya y el rodeo, inverosímil, para volver a encon­
trar a la amada, que vivía, no obstante, tan cerca del
protagonista. El novelista escogió acertadamente a Pom­
peya como punto de incidencia, porque la ciudad fue
sepultada, como lo fueron los recuerdos del protagonis­
ta por la represión. Los nombres de la muchacha: Gra­
diva, Bertgang, y su significación parecida, muestran
igualmente el efecto de la asociación inconsciente.
La interpretación de los sueños del arqueólogo con­
duce, igualmente, a la representación sexual reprimida,
así, por ejemplo, cuando ve a Gradiva habiendo recli­
nado la cabeza en la escalinata del templo. La angustia
que embarga a Hanold entonces, traduce una fuerte
tendencia libidinosa que ha sido reprimida. Las imáge­
nes de los demás sueños muestran los habituales pro-
El psicoanálisis ante el humor y el arte
49

El psicoanálisis ante el humor y el arte


50
cedimientos de condensación y desplazamiento que, el
novelista, sin saber ninguno, ha adivinado.
Freud, asombrado por la inexplicable coincidencia
de la novela de Jensen con sus propias doctrinas, aca­
ba su comentario sugiriendo que el poeta y él han
trabajado con un mismo material, aunque siguiendo
métodos diferentes, y que la correspondencia de los re­
sultados es sólo una prueba de que ambos han laborado
con acierto. El desarrollo verdaderamente libre del in­
consciente del primero, consigue para sus producciones,
la misma validez que el método, rigurosamente cientí­
fico, del psicoanalista.
* * *

En 1910, y como si fuera un estudio de psicoanálisis


aplicado, Freud publica Un recuerdo infantil de Leonar­
do de Vinci. Se trata de una exploración biográfica, es­
crita con un respeto y admiración constantes por el
genio, en la cual el autor plantea, ocasionalmente, algu­
nos grandes temas de la vida humana. En ningún mo­
mento, Freud pretende reducir los caracteres del estilo
de Leonardo a las anécdotas de su vida o a las crisis de
la formación de su personalidad; esto sería rebajar el
valor de la obra, "derribar lo elevado". Por el contra­
rio, intenta poner de manifiesto
que nadie es tan grande que pueda avergonzarse de
hallarse sometido a aquellas leyes que rigen con idén­
tico rigor tanto la actividad normal como la patoló
gica.

Lo que se sabe de la infancia del artista es poca


cosa. Fue hijo ilegítimo del notario Piero da Vinci y de
Catalina, hija de labradores. Como el padre no tenía
hijos de su esposa legal, Donna Albiera, le adoptó y entró
en su hogar. Asi pues, el niño Leonardo, probablemente
hacia los cinco años, fue separado de su madre y entre­
gado a una madre adoptiva.
En las notas científicas de Leonardo figura un solo
El psicoanálisis ante el humor y el arte
51
recuerdo infantil que dice: Parece como si me hallara
predestinado a ocuparme tan ampliamente del buitre,
pues uno de los primeros recuerdos de mi infancia es
el de que, hallándome en la cuna, se me acercó uno de
estos animales, me abrió la boca con su cola y me gol­
peó con ella repetidamente entre los labios.
La escena recordada es poco verosímil: podría ser
una fantasía transferida al pasado. Igualmente podría
tratarse de un ave de otra especie. En todo caso, la
realidad psíquica de la imagen es atestiguada por el re­
lato. Aplicándole la interpretación psicoanalítica, resul­
ta que la cola —"coda"— simboliza el miembro viril,
que, según la nota, se introduce en la boca. Más allá
de la situación indicada está la reminiscencia del
acto de mamar del seno materno. Los egipcios repre­
sentan en sus jeroglíficos, a la madre, mediante la figu-
ra de un buitre, seguramente porque creían que sólo
había buitres hembras. Leonardo había leído esta anti­
gua doctrina y la había podido suponer confirmada en
su primera infancia, que transcurrió en la compañía
de su madre sola, sin la presencia del padre. En el hogar
materno, el niño habría construido una primera hipó­
tesis para explicarse la incógnita, siempre preocupante
en la primera infancia, de la procedencia de los hijos:
éstos vendrían únicamente de la madre.
Al enterarse, más tarde, de la función progemtora
del padre, y del error de su primitiva interpretación, se
creó en su inconsciente una contraposición angustiosa,
de la que derivó una insaciable y atormentada sed de
saber, así como la persistencia de la imagen del buitre,
como atestigua la nota citada.
Oscar Pfister, psicoanalista y amigo de freud, le hizo
notar que la silueta del buitre se puede percibir en el
cuadro de Leonardo que representa a la Virgen con
el Niño y Santa Ana. Su contorno lo trazan las vestidu­
ras, de color azul, de la figura de la Virgen. Freud con­
sideró el hallazgo interesante, cualquiera que sea el va­
lor que se pretenda darle.
El recuerdo de la imagen del buitre da pie a la inves­
t í psicoanálisis ante él numor y el arte
52

tigación psicoanalítica para abordar dos rasgos notorios


de la personalidad de Leonardo.
En primer lugar su homosexualidad, generalmente
reconocida. Puede asegurarse que Leonardo desarrolló
una fuerte fijación erótica a su madre, la cual derivó
en una identificación con ella, de modo que sus relacio­
nes amorosas, ya adulto, reprodujeron el cariño que
su madre le tenía a él y buscaron, como objetos eró­
ticos, a jóvenes que hicieran las veces del propio Leo­
nardo, cuando muchacho. Los datos históricos lo confir­
man y, además, los rasgos expresivos de las figuras del
pintor lo presentan intuitivamente. La sonrisa de la Gio­
conda, no es únicamente la encantadora expresión de
la modelo, sino la plasmación del ideal femenino del
pintor. Ideal siempre lejano y entrevisto en el recuerdo
imborrable de Catalina, su madre. En el mencionado
cuadro de la Virgen y Santa Ana, donde Freud ve la
síntesis de la historia infantil de Leonardo, el Niño Je­
sús centra el cariño de dos madres: «la que le tiende
los brazos y otra que le contempla amorosamente des­
de el segundo término». El artista «ha adornado a am­
bas con la sonrisa de la felicidad maternal». De las dos,
la más alejada, Santa Ana —abuela extrañamente jo­
ven— corresponde a Catalina, su verdadera madre. El
rostro y el porte de las figuras masculinas presenta una
suave morbidez y un carácter andrógino.
Con estas figuras, superó, quizá, Leonardo, el fracaso
de su vida erótica, representando en la dichosa reu­
nión de los caracteres masculinos y femeninos la rea­
lización de los deseos del niño, perturbado por la ter­
nura materna.
En segundo lugar, hay en Leonardo una lucha entre
dos fuertes anhelos incompatibles: el arte y la investi­
gación científica. El mismo es consciente de que, en
arte, no ha hecho lo que debía. Se sabe que pintaba
angustiado, con grandes dudas y una rara lentitud, y
que, algunas obras, han quedado sin terminar. El deseo
de conocerlo todo, de descubrir el secreto más profun­
do de la realidad ahogó su genial vocación artística.
El psicoanálisis ante el humor y el arte
53

Fotografía de Charcot con dedicatoria autógrafa a Freud: «NI.


le Dr. Freud. Souvenir de la Salpetriére. 1886. 24 févrir.»

El psicoanálisis ante el humor y el arte


54
El ansia de saber fue una pasión que reprimió a la ins­
piración creadora. El conocimiento se sustituyó al amor,
porque, en su infancia, no pudo resolver el enigma del
origen de la existencia humana y las fuerzas sexuales
que no pudo desplegar armónicamente pasaron a re­
forzar y sexualizar su afán teórico y técnico.

Sei-ARATABÜRUCK mm IMAGO.
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iah»*néc oder vMfekfci xndytnér Anuye sttfcéi d é m mir
dafcficn. d é lé ttp V h n seto und dnbci aim «facen to le, «am a
fé c i Un, und t u m ié rtfrctó.
l é Un dota «uf é r wwédneád pandóse T an tée «ufoteri*
u u y «orden, dad ver«de ciníge dcr m fiu tlp M i und OberwtltW
frudien K ueinéovniiigni w m n Vém todñk dudad geMkbcn
é i Man bevuatkn «te. man ta lé d é von énea k m e m e ,
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fetén l«on | um «a «unm, ob d io té o i bemeé* «orden Itt Oder
oé n iéi <m AxihctAer (efunden bat td é c R xtM th li m uera
bejrtiír.iden Ventando *d tdgai <fne ootocnéce m éniunc fbr
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U m r o ié ñor tom o Hoéüeflrn, an dicte Botan un; xu
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N iét « m dad dk Kumécniur oder m Kks «mcii lame 6 1
V oric fánden, « ew ti* un» m toUwn K unsrvcii aiprebcn.
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R iad ida. W m m» ao niMÜle nndn. Iconn a té mela r Anf»
fo n io f d o é nur dk Abriét d o X tetlk rt icm . Im é n u «t Iba
«dongen la . de é d m W eil* w w n éeée» und ron «at oéncen
xa lo a n lé « Á dad o d é v a beta bfed vem bnéntnéiltaei
BrCaoco bandée b a a , e» «di dk A M é c t, dk perétaée Kaw
m eiaten. n eiér befa K taaler é c TrtcbtaS xnr Séb^ m g ab f é .

( E l M o is é s d e

M ig u e l A n g e l) ,

fe b r e r o d e 1 9 1 4 .

£1 psicoanálisis ante el humor y el arle


55

Historiales clínicos

En el conjunto de la obra freudiana ocupan un lugar


destacado doce historiales, de los cuales comentaremos
brevemente, los cinco mayores, que forman una colec­
ción relativamente independiente. Fueron escritos en
diferentes momentos del desarrollo de la doctrina: des­
de 1905 a 1915, e ilustran el diverso enfoque y trata­
miento que dio Freud a las principales formas de neu­
rosis por él analizadas.
Su publicación causó a su autor fuertes críticas y
disgustos, a pesar de que procedió siempre con suma
cautela para que sus pacientes no pudieran ser identi­
ficados.
Se decidió a darlos a conocer porque eran las obser­
vaciones minuciosas de unos hechos que justificaban
su teoría, que, de otra manera, podía ser atacada como
cúrente de base. Eran, de algún modo, sus "datos de
laboratorio", sus credenciales científicas.
En todos ellos queda bien claro que el método tera­
péutico psicoanalítico no puede ser asimilado a la apli­
cación de unas leyes generales a un caso particular, ca­
talogado dentro de una categoría patológica. El neuró­
tico no enferma "en su cuerpo”, objeto externo, cuya
anatomía y fisiología, se "expone" en los atlas y en los
libros. El neurótico “se" enferma, porque su desarrollo
personal más íntimo sigue un curso que le desequilibra
o deforma, y su ambiente sufre una modificación co­
rrespondiente. Por esto, la enfermedad la ex-pone el
propio enfermo; el conocimiento del contexto biográ­

Hbtoríales clínicos
56

fico deformado es indispensable, porque denuncia, a


mayor escala, su afección. En caso favorable, es tam­
bién él mismo quien "se" cura y restaura su mundo
circundante.
Los historiales clínicos son, aún hoy, la mejor fuente
para el conocimiento vivo, "operante", del método. En
ellos se muestra, de manera "ejemplar”, la actitud ade­
cuada del psicoanalista y la atmósfera afectiva que faci­
lita la transferencia, indispensable para el éxito del tra­
tamiento.

1.—El caso “D oraanálisis fragmentario de una his­


teria.—Publicado en 1905.
Es, en efecto, un análisis "fragmentario", porque la
paciente lo interrumpió bruscamente el 31 de diciembre
de 1900, tres meses después de haber comenzado el tra­
tamiento. Dora no estaba curada. Muchos años más tar­
de, en 1922, ya casada, continuaba con sus síntomas que
hicieron desgraciado su matrimonio. Los psicoanalistas
que la trataron en este período posterior de su vida,
confirmaron la interpretación y los temores de Freud.
La enferma no había resuelto su conflicto edípico.
Dora tenía dieciocho años cuando su padre, rico e
inteligente industrial, la llevó a Freud para su trata­
miento. Su ambiente familiar constituía una complicada
red de relaciones ilícitas cruzadas, tan frecuentes en la
alta burguesía decadente de la época. Sus progenitores
estaban desunidos, aunque salvaban las apariencias.
Sentía ella un gran amor por su padre y un franco des­
vío por la madre, poco inteligente y obsesionada por
el menudo orden doméstico. La familia tenía gran amis­
tad con el matrimonio K, vecinos y compañeros de via­
jes y excursiones. El padre de Dora mantenía relacio­
nes amoro. as secretas con la señora K; su esposo, el
señor K, ii.tentó por dos veces seducir a Dora, de pala­
bra y de lieclio. Ésta le rechazó vivamente y comunicó
el incidente a sus padres. Cuando el señor K fue invi­
tado a explicarse, negó la acusación y el padre de Dora
—interesadas ente— le dio crédito contra su hija.
Historiales dioicos
57

Los principales síntomas de la neurosis de la mu­


chacha eran típicos de una histeria: jaqueca, tos ner­
viosa, afonía intermitente, depresión alternando con
agresividad, ideas de suicidio. Freud relacionó buena
parte de estas afecciones con los incidentes descritos:
la enferma había convertido en disfunciones somáticas,
más o menos simbólicas, las violencias afectivas citadas.
El interés del historial se centra, no obstante, en dos
sueños de Dora, que fueron interpretados por Freud.
Hasta tal punto que el presente caso fue siempre consi­
derado por él como la continuación vivida de su obra
sobre la Interpretación de los sueños.
En el primero, Dora sueña que hay fuego en su casa,
que su padre la advierte, se queda de pie al lado de su
cama y que huyen todos a la calle, a pesar de que su ma­
dre pretende, ante todo, salvar el cofrecito de sus joyas.
En su interpertación, Freud opera, sobre todo, invir­
tiendo la mayor parte de las direcciones de acción pa­
tentes en el sueño, para tratar de “enderezar" un senti­
do que se había ocultado, sirviéndose de actos opuestos
a los que pretendían efectuar las ideas latentes. El re­
sultado es, en resumen, que Dora, para no ceder ante
las tentativas de seducción del señor K, ha reavivado
su antiguo amor edípico por su propio padre. Este amor
mal reprimido es el motor de sus síntomas histéricos.
Segundo sueño. Una ciudad desconocida, donde se
entera de que su padre habría muerto. Después de mu­
chas dificultades (pesadillas), puede volver a su casa,
pero llega tarde, y ya todos están en el cementerio para
enterrar al pádre.
La interpretación es difícil; Freud acude a varías
asociaciones de ideas aparecidas en los diálogos que
mantuvo con Dora y, provisionalmente, llega a la supo­
sición de que la enferma denota especialmente un de­
seo de vengarse del señor K, paradójicamente, porque
no insistió más en sus malas intenciones y porque negó
la realidad de su seducción, con lo cual, ella, Dora, que­
dó en mal lugar. Sin embargo, la pulsión edípica con­
tinúa siendo viva. Más allá de ambas fuerzas incons­
cientes reprimidas, Freud sospecha —el análisis no pro­
Historiales clínicos
58

siguió— que Dora se identifica con la señora K, por la


que siente un amor homosexual.
En el epílogo, Freud reflexiona sobre el fracaso que
representa este tratamiento que no llegó a terminar y,
por ende, no curó a la paciente. En buena parte lo atri­
buye a que no supo reconocer la transferencia de Dora
hacia él, claramente manifiesta en algunos elementos de
sus sueños. (Sobre la transferencia ver capítulo ante­
rior: Gradiva.)

II.—Historial de Juanito (el pequeño Hans)\ análisis


de la fobia de un niño de cinco años. Publicado en
1909.
El caso de Juanito es interesante sobre todo porque
es un análisis infantil. Como se ha indicado, Freud, al
explorar el inconsciente de sus pacientes adultos, sentó
la hipótesis fundamental de una sexualidad infantil, que
se desarrolla según unas fases y unas crisis. La inter­
pretación de los sueños y de los restos mnémicos la justi­
fican plenamente. Ahora bien, este historial de un tra­
tamiento que Freud sólo dirigió, pero que fue directa­
mente llevado por el padre de Juanito, pone de mani­
fiesto, como un hecho comprobado, la realidad de di­
cha sexualidad.
El padre de Juanito había acistidc ¿. 1_; •herencia'•
sobre los principios del psicoanálisis, y como confiaba
en el nuevo método, envió a Freud una comunica­
ción en la que exponía los “trastornos nerviosos" de su
chiquillo, de cinco años. El niño no se atreve a salir de
casa, porque tiene miedo a que un caballo le muerda
en la calle. El padre cree que la causa de ello sea algu­
na sobreexcitación sexual, ya que su hijo ha visto, al­
guna vez, el pene desmesurado de un caballo.
Ciertamente, desde que Juanito tenía tres años, ma­
nifestaba un extraordinario interés por “la cosita de
hacer pipí". Interrogaba con frecuencia a su madre acer­
ca de si ella también la tenía. Quería ver cómo era en
los animales. De ahí pasó a invitar a la madre a que le
Historíales clínicos
59

acariciase y tocara. Como la madre le sorprendió con la


mano en el pene, le amenazó que "el doctor A. le cor­
taría la cosita”. Juanito adquirió el complejo de castra­
ción.
El presente historial fue clave para el descubrimien­
to de este concepto. El complejo de castración es un
fantasma, es decir, una estructura irreal, derivada de
la fantasía, pero dotada de consistencia suficiente para
que el sujeto se entregue a ella y la convierta en escena­
rio de su posible existencia, ya que representa, en con­
creto, la realización de sus deseos inconscientes, o el
cumplimiento de temibles amenazas, radicadas también
en el inconsciente.
El complejo de castración corresponde a la explica­
ción infantil de la diferencia sexual, por la sola posesión
o carencia del pene. El niño valora la totalidad de su
cuerpo y la polariza, durante la fase fálica, en su pene,
distintivo y placentero. Sus familiares confirman este
aprecio, como se lo prueba el que, ante un acto suyo
que le satisface, pero que no es bien visto, le amenazan
con cortarlo. El complejo de castración no es sólo una
posible lesión a la integridad física, sino una irrupción
de los demás en su autosuficiencia, un anuncio de frus­
traciones; en resumen, el angustioso reconocimiento de
su debilidad y dependencia.
Cuando Juanito cumple tres años y medio, nace su
hermanita; este acontecimiento reavivó sus inquietudes
sobre el origen de los niños y el sexo. Primero siente
celos de ella, luego la acepta. En su inconsciente, el
niño entrevio que su hermanita había estado encerrada
en el vientre materno durante el embarazo y que había
sido expulsada “como un excremento". A partir del acon­
tecimiento, Juanito, busca, aún más, los mimos de su
madre, quiere dormir con ella, “hacer algo prohibido
con su mamá".
El curso del análisis —desarrollado, como se dijo, por
su padre— fue mostrando que el verdadero objeto de su
miedo es el padre; los caballos son solamente su repre­
sentación, como lo confirman las fantasías de Juanito
acerca de la caída de estos animales, lo que tienen en
Historíales clinicos
60
la boca, etc. El padre escribe: “El amor de Juanito a su
madre le lleva a desear que yo desaparezca para ocupar
mi puesto al lado de ella. Este deseo hostil retenido se
convierte en miedo de que pueda haberme sucedido
algo.” Por consiguiente, Juanito está viviendo el comple­
jo de Edipo. El temor al padre lo desplaza a los caba­
llos, porque poseen un pene grande, mayor aún que el
de su padre.
El tratamiento terminó felizmente. Juanito perdió
el miedo y ya salió tranquilo a la calle. En lugar de la
fobia, se exacerbó su impulso a interrogar a su padre
acerca de todo.
El historial lleva como subtítulo “análisis de una fo­
bia”. Freud aclara que este término equivale a una “his­
teria de angustia" como se lo había sugerido su discípu­
lo Stekel. En esta forma de neurosis la libido reprimida
no se traduce o "convierte" en síntomas corporales (tos
nerviosa, afonía, parálisis, etc.) como en la histeria de
conversión, sino que queda libre en forma de angustia,
en disposición de ser proyectada sobre cualquier objeto
que pueda acoger la carga afectiva. Extrañamente, el
enfermo siente terror ante cosas o situaciones que los
demás consideran inocuas, pero que para su incons­
ciente vehiculan a la fuerza de su libido, cuya violencia,
mal reprimida, le angustia. Es la forma más frecuente
de neurosis y la más común durante la infancia.

III.—El caso del “hombre de las ratas"; análisis de


una neurosis obsesiva. Publicado en 1909.
Esta historia clínica expone uno de los tratamientos
más lúcidos y eficaces de Freud, y de mayores conse­
cuencias en el campo del psicoanálisis.
El protagonista es un universitario, de unos treinta
años. El análisis duró once meses, a partir de primero
de octubre de 1907. Al terminar, el paciente estaba cu­
rado. Murió en la primera guerra europea.
Acudió a Freud porque era víctima de una serie de
inexplicables obsesiones que no le dejaban tranquilo:
Historiales clínicos
61
temores de que pudiera pasar algo grave a las personas
que más quería, impulsos, que parecían invencibles, de
atentar contra sí mismo, prohibiciones inacabables so­
bre cosas triviales, etc. Su sexualidad se desarrolló pre­
cozmente, y, aún niño, temía que los demás pudieran
advertir sus pensamientos indecentes, o que, a causa de
ellos, pudiera ocurrir que su padre muriera. Más tarde,
cruza por su mente la idea de que si esto sucediera,
heredaría y podría casarse con la muchacha escogida
por él, a cuya unión se oponía el padre. Este pensamien­
to, tentador y angustioso a la vez, es violentamente re­
primido. Los impulsos al suicidio son frecuentes, asi
como los rituales inexplicables y obsesivos: Por ejem­
plo, si ocurre tal cosa, sucederá otra (sin relación algu­
na); se protege con absurdos ceremoniales para que no
ocurra esto o lo otro.
El "gran temor obsesivo", que le había decidido a so­
meterse a tratamiento psicoanalítico, había aparecido,
recientemente, en sus maniobras militares. En un des­
canso, un capitán contó el tormento que se había apli­
cado, en otras épocas, en China, a los condenados. Con­
sistía en una caja con ratas hambrientas, que se dis­
ponía de tal manera que, como única salida, se intro­
dujeran por el ano en el recto de la víctima. La repre­
sentación de este horrendo suplicio trastornó al pacien­
te que pensó que la víctima también podría ser su
amada o su padre, ya muerto. Por aquellos mismos días,
un incidente banal, satisfacer el importe de un objeto
que había pagado una tercera persona, sumió al intere­
sado en un cúmulo de dudas y perplejidades.
El tratamiento de nuestro "hombre de las ratas"
desarrolló una fuerte transferencia con Freud, a veces
en términos de violenta agresividad. Posiblemente, esto
facilitó la curación. La interpretación de la neurosis es
como sigue: El enfermo había sido duramente castiga­
do, cuando niño, por su padre, por algún acto de ona­
nismo. Su reacción agresiva fué muy violenta. El padre
comenzó a ser un estorbo para su sensualidad y lo si­
guió siendo, cuando se opuso, posteriormente, a los
amores del interesado. Éste estaba muy referido a la
Historíales clínicos
62
fase de erotismo anal y la imagen de las ratas fue in­
conscientemente proyectada a la figura paterna, lo cual
provocó una dura represión, cuyas fuerzas libidinales
inconscientes colmaron los fenómenos obsesivos, que
ya presentaba el paciente, por represiones anteriores.
Rituales y ceremoniales eran, a su vez, síntomas que
canalizaban, indirectamente, partes de su libido repri­
mida.
Freud fue el primero en determinar el concepto de
neurosis obsesiva. Una fuerte tendencia que el sujeto no
puede integrar en el haz de sus motivaciones normales,
le presenta ideas que no puede desatender, impulsos
a obrar que no sabe vencer, etc., junto con dudas, inde­
cisiones, titubeos en los trámites corrientes y más usua­
les. La fuerte autocrítica de su propia desorganización
interior acaba de paralizar su comportamiento. El aná­
lisis descubre en la neurosis obsesiva un intenso com­
ponente anal (ver el tercer capítulo, estadios de la se­
xualidad).

IV.—El presidente Schreber.—Observaciones psicoa-


nalíticas sobre un caso de paranoia, autobiográfica­
mente descrito. Publicado en 1911.
Daniel Paul Schreber era un personaje importante.
Jurista distinguido e inteligente, ocupó el cargo de Pre­
sidente del Tribunal de apelación de Sajonia. Aquejado
de transtornos nerviosos (dificultades en el habla, hipo­
condría, intentos de suicidio), fue internado en la clíni­
ca psiquiátrica de Leipzig, y allí, atendido, con éxito, por
el profesor Flechsig. Abandonó la clínica en junio de
1885.
Recayó en su enfermedad y, nuevamente en el Sana­
torio, comenzaron los delirios “metafísicos" que se cen­
traban en dos temas que luego se fueron aproximando.
Por una parte dice ser objeto de persecución homo­
sexual por el referido Dr. Flechsig, que trata de despo­
jarle de su virilidad y asesinar su alma. Dios es cóm­
plice del seductor. Por otra, ve claramente que el orden
Historiales clínicos
63

universal exige su conversión en mujer ya que así podrá


dar a luz una nueva raza humana superior. Todo ello,
acompañado de una fantástica construcción teológica
(rayos de luz, esferas celestes, potencias angélicas, etc.).
Por segunda vez restablecido, escribió unas “Me­
morias de un neurótico", (1903), que fue el texto comen­
tado por Freud. Los dos hombres no llegaron a cono­
cerse. Schreber fue recluido por tercera vez y murió
en la clínica en 1911.
El historial de Schreber se refiere pues a una psico­
sis, la paranoia, y entra de lleno en el terreno de la
psiquiatría.
Conviene tener presente que las enfermedades cuyo
tratamiento psicoanalítico hemos descrito hasta llegar
a este caso, eran neurosis, es decir, tales que sus sín­
tomas expresan simbólicamente un conflicto psíquico
seguramente originado en la infancia y que, a pesar del
trastorno del comportamiento manifiesto, mantienen al
sujeto suficientemente abierto a la comunicación como
para poder tener una transferencia con el médico. So­
cialmente, el neurótico no es separado de su ambiente,
ni recluido en un sanatorio.
En cambio la psicosis, siempre más grave, presenta
síntomas incomprensibles y sin sentido: el enfermo no
se da cuenta de su enfermedad; está cerrado al mundo
de ios demás. Su inadaptación obliga a la hospitaliza­
ción.
La psicosis de Schreber era una paranoia, o sea un
desorden mental construido, que monta sistemas que
interpretan la realidad en forma aberrante, tales como
aparecen en la manía persecutoria, el delirio de gran­
dezas y los celos mórbidos.
Las memorias de Schreber confirmaron a Freud en
su tesis de que la paranoia procede de una homosexua­
lidad reprimida. El delirio paranoico utiliza fundamen­
talmente la operación psíquica denominada proyección,
en virtud de la cual las pulsiones e ideas del sujeto son
situadas en la persona ajena como si fuese ella quien
las tuviera y las refiriese al enfermo, que se limita a ser
su pasivo receptor. De este modo, el amor homosexual
Historiales clínicos
54

del paranoico, se convierte, por la proyección, en el de­


lirio de que otra perscna intenta seducirle. El agresivo
perseguidor se siente como víctima de una persecución
que viene hacia él.
Para la historia del movimiento psicoanalítico, el his­
torial clínico de Schreber presenta el interés de haber
sido el punto de partida de las discrepancias entre
Freud y Jung, que acabaron en su definitiva ruptura,
dos años después.

V.—El caso del “hombre de los lobos") Historia de


una neurosis infantil. Publicado en 1918.
El protagonista del historial es un ruso que tenía 23
años cuando acudió a Freud. Con anterioridad, había
sido tratado por varios médicos que utilizaron hidro­
terapia, electroterapia —sin éxito—, para curar su neu­
rosis, muy grave. No se interesaba por nada, estaba
ausente, pasivo, incapaz de decidir por sí solo; ni si­
quiera podía vestirse. El tratamiento duró cuatro años,
y fue preciso continuarlo en etapas posteriores, al fin
de las cuales se consiguió un total restablecimiento.
El origen de la enfermedad se sitúa en un sueño que
el paciente tuvo a los cuatro años, y que, en resumen,
es el siguiente: la ventana que estaba a los pies de su
cama se abre de repente y ve, en una noche de invierno,
una hilera de viejos nogales. En las ramas del que está
en primer término, están encaramados unos seis o siete
lobos, blancos, absolutamente inmóviles que le miran.
Tienen grandes colas y yerguen las orejas. El niño grita
de angustia, y despierta.
En los años sucesivos tuvo intenso miedo a los ani­
males, en general, (zoofobia), aparecieron obsesiones
blasfemas y rituales respiratorios absurdos. Su vida
sexual infantil había sido precoz, y muy complicada, con
una fuerte represión que le hizo regresar al estadio sá­
dico-anal.
La duración del tratamiento permitió a Freud reunir
un conjunto suficiente de datos de la infancia del suje-
Hisioriales clínicos
65

Wilhcm Fliess. El Dr. Josef Breuer.

Palacete Belle Vue, 1892.

Historiales clínicos
66
to, para abordar la interpretación del sueño, sumamen­
te difícil. La mayoría de las imágenes oníricas mani­
fiestas simbolizaban ideas latentes inversas: mirar, que­
ría decir ser mirado; estar en reposo, movimiento; tener
cola, castración. De ello, pudo llegarse al sentido oculto,
a saber, el sujeto había observado cuando tenía un año
y medio, la cópula sexual de sus padres —que en psi­
coanálisis se denomina escena originaria o primitiva—,
con la correspondiente impresión traumática y la repre­
sión inconsciente.
Freud no elude la primera objeción que suscita esta
explicación, a saber, que es difícilmente creíble que un
niño de año y medio pueda haber retenido —con senti­
do— el acto del cual se le cree testigo. ¿No sería más
bien, una fantasía que fue inventada ulteriormente? En
la discusión que tuvo con Jung al respecto, Freud de­
fendió la realidad de la escena originaria, sea como un
acto real contemplado, sea como un esquema mítico,
que está incluido en la herencia personal o de la espe­
cie. La significación que la reviste de valor traumático,
podría ser de origen posterior. De todos modos, puede
ser calificada de fantasma originario (ver historial de
Juanito, en este mismo capítulo). El niño interpreta
siempre el coito como una agresión del varón, y, por
consiguiente, dentro de un marco sado-masoquista.
El historial del hombre de los lobos es, seguramen­
te, el que mejor revela las dotes narrativas de Freud,
y su habilidad como psicoanalista.

Historíales clínicos
67
La metapsicologia

Durante los años que precedieron inmediatamente ai


estallido de la Primera Guerra Mundial, el movimiento
psicoanalítico pasó por graves crisis internas, que sig­
nificaron, no sólo la defección de algunos de sus más
caracterizados representantes, sino también la reconsi­
deración y la profundización de algunas de sus doctri­
nas propias. Adler se separó en 1911 para fundar una
nueva escuela, la Psicología individual, especialmente
atenta a las relaciones entre la persona y su medio so­
cial, y cuyo concepto clave es el "complejo de inferiori­
dad”. Otro discípulo, Stekel, abandonó el grupo al año
siguiente, 1912. Pero la conmoción más intensa la pro­
dujo la ruptura de Jung que tuvo lugar en 1913.
Estos acontecimientos, así como la creencia, más
bien supersticiosa, de Freud, en su cercana muerte, mo­
tivaron su proyecto de escribir una síntesis de sus doc­
trinas.
Comenzó el trabajo en 1915, es decir, a punto de
cumplir 60 años. Lo había imaginado compuesto de
unos doce ensayos. En 1919, al interrumpirlo, sólo se
podía contar cinco títulos, a saber: Las pulsiones y sus
destinos, La represión, El inconsciente, Adición meta-
psicológica a la teoría de los sueños, El duelo (o aflic­
ción) y la melancolía. Se acostumbra agregar al conjun­
to un estudio de 1912 que trata de Algunas observacio­
nes sobre el concepto de lo inconsciente en el psicoaná­
lisis. Para ordenar nuestra exposición, vamos a yuxta­
poner a los títulos anteriores el importante artículo.
Introducción al narcisismo, publicado en 1914.
La metapsicologia
68

Freud dio al conjunto el título de Metapsicología,


término obviamente homólogo a "metafísica”, porque
había de tratar de “la superestructura especulativa del
psicoanálisis".
Las doctrinas expuestas hasta este momento, estaban
en constante contacto con los hechos observados: los
casos clínicos. El método se aseguraba por sus resul­
tados terapéuticos, y su zona de aplicación era el trata­
miento de las neurosis, aunque sus condiciones teóricas
se pudieran generalizar a todo ser humano.
En la Metapsicología, va a estudiar el aparato psí­
quico, según tres coordenadas o puntos de vista: tópi­
co, dinámico y económico.
Para designar aquellos procesos vitales que se dan
en cada uno de nosotros y que no son inmediatamente
somáticos ni localizables, usamos habitualmente el tér­
mino vago e impersonal de "psiquismo”. Freud, desde
sus primeras obras, emplea unos vocablos más opera­
tivos: aparato psíquico. Estas dos palabras configuran
un modelo o imagen de nuestra intimidad no corporal,
que anuncia la existencia en nosotros *de unas fuerzas,
unos procesos y un equilibrio de energías, unos rendi­
mientos, que no son precisamente los que describe la
fisiología, ni la neurofisiología. Alguna vez Freud lo
compara a un aparato de óptica.
A. Consideración tópica del aparato psíquico.
La voz griega "topos" significa lugar. La tópica es,
pues, el punto de vista que determina los sistemas o
partes en los que se distribuyen las funciones que inter­
vienen en el rendimiento del aparato psíquico. No ocu­
pan propiamente un lugar físico, pero, como son facto­
res distintos, hemos de imaginarlos "repartidos” o "dis­
persos”.
La primera tópica freudiana (la segunda será pro­
puesta en 1923) está constituida por tres sistemas: in­
consciente, preconsciente y consciente. Es la que hemos
utilizado hasta aquí, pero que conviene precisar.
a) El inconsciente (Ies) es un sistema, o sea tiene
U n ie la psicología
69

una articulación interna, no es un desorden o una acu­


mulación incoherente.
Lo constituyen, sobre todo, las imágenes o conteni­
dos reprimidos por la conciencia, con su correspondien­
te carga o energía pulsional. Animados por la misma,
propenden o tienden a reintegrarse a la conciencia, pero
hay una barrera o censura que lo impide. No obstante,
y como se ha indicado repetidas veces, consiguen "pac­
tar” o “soslayar" la vigilancia de la censura y aparecen
entonces, deformados, a veces irreconocibles, como en
ios síntomas neuróticos y otras "soluciones de compro­
miso".
Las imágenes o contenidos del inconsciente son re­
presentantes de las pulsiones. De manera parecida a
como la energía luminosa que entra en una habitación,
sólo es vista porque las paredes, los muebles o las pe­
queñas motas de polvo la reflejan, la pulsión, verdadera
energía, sólo se manifiesta "apoyándose" en un conte­
nido. que le sirve de punto de aplicación y represen­
tante.
Los contenidos del inconsciente se relacionan entre
sí según el proceso primario, que es el modo general de
funcionamiento del inconsciente. Freud quiere decir con
ello que la energía de las pulsiones circula libremente
por entre los contenidos que la representan; no se fija
o ata a una imagen, como si ésta la retuviera. Por lo
mismo, en los sueños —como se ha visto— se producen
condensaciones y desplazamientos, porque la pulsión
"resbala" de unas imágenes oníricas a otras. Debido al
proceso primario se producen sobredeterminaciones en
los elementos del inconsciente (imágenes o síntomas),
en cuya virtud uno de tales elementos puede represen­
tar a pulsiones diversas que convergen en él.
La labilidad que impera en el inconsciente explica
que, en él, no haya negaciones, ni contraposiciones,
y que la fuerza que lo vivifica tienda sin demora, a dis­
tenderse y conseguir placer.
b) El preconsciente (Pcs). Es un estrato o sistema
intermedio del aparato psíquico, cuyos contenidos pue­
den pasar a la consciencia por una decisión del sujeto.
La meiapsicologla
70

Lo forman sobre todo los recuerdos, que no tenemos


en la conciencia en un momento dado, pero que pode­
mos evocar.
Preconsciente y consciente articulan sus contenidos
según el proceso secundario: en ellos, la energía o car­
ga queda “ligada”, es más duradera. Por esto, las imá­
genes de ambos niveles tienen contornos más precisos,
relaciones lógicas que les dan congruencia y las armoni­
zan o las oponen.
Proceso primario y secundario pueden compararse,
respectivamente, a nuestras operaciones corrientes de
asociación de ideas —relación fluida, fácil, primaria—,
en contraste con el pensamiento —relación rigurosa, le­
galizada, secundaria.
Entre el preconsciente y el inconsciente Freud sitúa
a la censura propiamente dicha, que administra la re­
presión; en cambio, la leve separación entre el precons­
ciente y la conciencia (“segunda censura") sólo tiene una
función selectiva, a saber, la de actualizar las represen­
taciones que la conciencia necesita para las necesidades
de la acción.
c) El consciente (Cs) es el sistema periférico del
aparato psíquico, que acompaña a las informaciones que
se reciben del exterior mediante los sentidos y a las
sensaciones interiores del cuerpo, cargadas de afectivi­
dad y de factores motivacionales (necesidades orgánicas
y protecciones). En ambas direcciones, condicionadas
directamente por procesos fisiológicos, cuantificables,
la conciencia aprehende cualidades, contrastes y grada­
ciones.
En cuanto al pensamiento consciente, éste va siem­
pre unido a restos verbales que emergen desde el pre­
consciente.
B.—Consideración dinámica. Es la perspectiva que
permite descubrir las fuerzas que mueven a los proce­
sos psíquicos, sus conflictos y sus posibles equilibrios.
El psicoanálisis reivindica, con razón, el título de psico­
logía dinámica, porque ha sustituido la tradicional pri­
macía de la conciencia —modo de conocimiento— por
1.a mctapsicologia
71
el juego y las tensiones de fuerzas impelentes (pulsio­
nes) que ponen en marcha a todas las funciones aními­
cas, incluso al conocer.
Las pulsiones son «un concepto límite entre lo so­
mático y lo psíquico; representantes psíquicos de fuer­
zas orgánicas», y, por tanto, provienen del interior del
organismo, como una cierta magnitud de exigencia de
trabajo.
En todas ellas cabe distinguir cuatro vertientes:
a) fuerza o empuje; b) fin, que es siempre la satisfac­
ción placentera que acompaña a la disminución de ten­
sión; c) objeto, aquello gracias a lo cual se consigue
la satisfacción, y que puede ser una realidad exterior
o el propio cuerpo del sujeto; d) fuente, que es el pro­
ceso orgánico de donde deriva la pulsión.
Reiteradamente se ha indicado que Freud, desde sus
primeras obras, había organizado la dinámica psíquica
de tal manera que todas las pulsiones derivaban de dos
troncales, la propia conservación y la sexualidad o libi­
do. Un tal dualismo era debido a prejuicios biológicos.
En 1914, y en su obra sobre el narcisismo (amor del
sujeto a su propia imagen), propone una nueva unifi­
cación de la dinámica, que, según el mismo Freud, le
fue sugerida por la observación de la vida anímica in­
fantil y los fenómenos de magia de los pueblos primi­
tivos.
Al comenzar la existencia la libido "carga’’ u "ocupa"
al sujeto, el Yo, como podría llenar un depósito (narci­
sismo primario), y luego —como los pseudópodos de un
protozoo— parte de ella se derrama en los objetos (per­
sonas) del ambiente (libido objetal), de tal modo que
entre ambas direcciones se establece un cierto "balan­
ce". El retorno o reflejo de la carga objetal al Yo, ori­
gina el narcisismo secundario. En las psicosis (esquizo­
frenia) el enfermo ha llevado a cabo una retracción
total de su libido objetal, por lo cual no puede estable­
cerse la transferencia con el médico, condición de la
curación.
En los conflictos entre la censura y lo reprimido, el
represor es el yo y su propia estimación. Con otras pa­
La meiapsicologta
72

labras, el narcisismo primario infantil tiene una segun­


da versión en el adulto, que consiste en construir una
imagen duplicada de sí mismo, el yo ideal, al cual se
vierte la carga libidirtal, se le "idolatra", y "en su nom­
bre” se reprime todo lo que no armoniza con su ideali­
zación. Las primeras incitaciones para elaborar el yo
ideal proceden de la crítica de los padres a la conducta
del niño.
El desarrollo de tales ideas —propiamente económi­
cas más que dinámicas— habrá de ser sumamente pro­
vechoso para el psicoanálisis.
C.—Consideración económica. Freud la define como
«el intento de seguir el destino de las cantidades de ex­
citación, y de conseguir una cierta estimación relativa
de su magnitud». Más claro, trata de ver cómo se dis­
tribuyen las fuerzas por entre las distintas partes y ni­
veles del aparato psíquico, con vista a explicar su fun­
cionamiento normal o patológico.
En primer lugar, fijemos los principios que rigen
este mismo funcionamiento. •
El fundamental es el principio del placer. Todo acto
psíquico tiende siempre a evitar el displacer y conse­
guir placer. Esta regla tiene una vigencia constante y
automática, por tanto, es anterior y más fundamental
que cualquier tesis filosófica de carácter hedonista.
Las tensiones entre las fuerzas psíquicas, que pro­
ducen displacer, tienden naturalmente a "distenderse"
o disminuir su tensión, lo cual produce placer. El hecho
de existir en un mundo, al cual hemos de adaptar nues­
tra conducta, impide la inmediata descarga de tensiones
y produce contenciones y rodeos en la resolución de
las tensiones. Lo explica la vigencia de un segundo prin­
cipio, complementario del anterior, el principio de rea­
lidad.
Este principio determina que «sin renunciar al obje­
tivo final que es el placer, consentimos a diferir su rea­
lización, a 'o seguir las posibilidades que se nos ofre­
cen de conseguirlo inmediatamente, incluso a soportar
un displacer momentáneo y emprender un largo rodeo
La metapsicoloRÍa
73

para obtener el placer buscado». Por tanto es un prin­


cipio regulador, de "buena administración".
El principio de realidad impone limitaciones y tra­
bas al placer inmediato, exige un conocimiento del am­
biente, requiere un autodominio, en una palabra, pro­
duce conflictos y nuevas tensiones. Su vigencia proviene,
pues, del nivel consciente y del proceso secundario que
"liga" las energías psíquicas a sus representaciones,
como se expuso anteriormente.
El tercer principio, que en realidad es fundamento
de todo, es el de constancia, a tenor del cual el aparato
psíquico tiende a mantener al nivel más bajo y cons­
tante posible sus magnitudes de excitación, y para ello
favorece las descargas de su energía y evita cualquier
estímulo perturbador.
Procede del llamado principio de estabilidad de
Fechner y es análogo al de conservación de la energía
de cualquier sistema físico cerrado. Viene a sentar que
el psiquismo tiene una cierta inercia y propensión a la
entropía.
Establecidos los principios económicos básicos, he­
mos de precisar el concepto clave de carga, ocupación
o cathexia, términos que inevitablemente ya han apare­
cido en las anteriores aclaraciones.
La carga o cathexia es la aplicación o inserción de
una fuerza pulsional en una representación o un siste­
ma. La carga, literalmente, "dinamiza" o da énfasis a un
elemento psíquico, que, por ello, destaca de los demás
y trastorna un equilibrio previo. Por su carga, las repre­
sentaciones reprimidas inquietan a la conciencia y pug­
nan por aflorar a ella y, en todo caso, se "convierten"
en síntomas patológicos corporales. En última instancia,
la terapia psicoanalítica se reduce a una redistribución
de las cargas.
El concepto complementario es la contracarga o con-
tra-cathexia, que significa, como se puede suponer, la
operación de insertar un montante de energía pulsional
o afectiva en una representación o elemento psíquico
antagónico al que se pretende dominar o frenar, para
que contrarreste su fuerza. Las llamadas formaciones
La metapsicologia
74

reactivas obedecen a contracargas. Por ejemplo, indivi­


duos con violentos impulsos sexuales inconscientes ma­
nifiestan, por efecto de la contracarga, una exagerada
y obsesiva limpieza corporal, como formación reactiva
simbólica de pureza y castidad. Otros se defienden de
una tendencia agresiva inconsciente acentuando, por
contracarga, expresiones agobiantes de cariño.
La consideración económica permite explicar, me­
diante estas operaciones y otras derivadas, la enorme
plasticidad de las pulsiones, es decir, las formas diver­
sas que adquieren, en cuanto que “canalizan” de mu­
chas maneras a las fuerzas que inicialmente las ocupa­
ban. Tales son las variaciones que Freud denomina
“destinos'' de las pulsiones.
La forma más sorprendente es la transformación de
una pulsión en su contraria, como ocurre, por ejemplo,
en algunas perversiones. En la pareja sadismo-maso­
quismo, la excitación sexual conseguida produciendo
activamente dolor a otra persona (sadismo), se convier­
te fácilmente en masoquismo: el lugar de la víctima lo
ocupa el propio yo, que desea sufrir. El exhibicionista
se transforma también en su opuesto, el "voyeur" o mi­
rón, porque intercambia fácilmente actividad y pasivi­
dad.
Estas y otras transformaciones —aparentemente ab­
surdas— se explican si se tiene presente que surgen
reciprocidades —frecuentes en la vida afectiva— que lle­
gan a hacer indiferente la dirección de la pulsión. Ocu­
rre que el sádico goza porque participa en el sufrimien­
to de la víctima, es decir, porque sufre "con” el otro;
y el masoquista, porque se identifica con el mismo agre­
sor que le inflige sufrimiento. El exhibicionista, “ve”
como es visto por la persona que está ante él, y así
sucesivamente.
La ambivalencia, por la cual un mismo objeto es
punto de referencia de pulsiones opuestas —fenómeno
corriente en la vida afectiva, normal y patológica— per­
mite entender cómo el antagonismo más radical entre
los sentimientos, el que opone el amor y el odio, no es
obstáculo para que el uno se transforme en el otro.
1.a metapsicologia
75

A medida que la atención de Freud se fue orientan­


do a los temas de la cultura, fue adquiriendo mayor
importancia un ‘'destino” de las pulsiones, menos para-
dógico que las transformaciones que acabamos de men­
cionar, pero más general y de común aplicación en la
vida corriente. Se trata de la sublimación, que es el pro­
ceso por el cual la libido y sus pulsiones derivadas, sin
perder el carácter específicamente sexual de la energía
que las anima, dirigen su fuerza hacia objetos desvincu­
lados del sexo y valorados positivamente por la socie­
dad. Es como si la libido apuntara a valores superiores
a su propio nivel. La sublimación permite a Freud, sin
renunciar a ninguno de sus principios anteriores, dar
razón de actividades que habitualmente se denominan
desinteresadas, tales como la investigación científica y
filosófica, la creación artística, etc. La sublimación abre
además una nueva salida para resolver los conflictos
del psiquismo individual, productores de neurosis, y las
crisis en el desarrollo de la personalidad. Mientras que
el psicoanálisis, en sus comienzos, cifró el objetivo del
tratamiento en la reinstauración del equilibrio íntimo
gracias a la readmisión de lo reprimido en la conciencia,
en sus etapas posteriores fue dando cada vez más impor­
tancia a proporcionar al sujeto, enfermo y sano, obje­
tivos que polarizaran su interés —entiéndase libido— y
contribuyeran a configurar su personalidad y hacerle
participar en la vida común.
* * *

Posiblemente, el ensayo más lúcido y audaz de los


que agrupa la metapsicologia, es el dedicado al estudio
de la aflicción y la melancolía, que vamos a resumir a
continuación. Puede servir como ejemplo del punto de
vista económico del aparato psíquico.
Aflicción y melancolía son estados afectivos parale­
los. Ambos sobrevienen con motivo de la pérdida de
algo muy querido: un ser amado, un ideal, etc. Derivan,
pues, de un sufrimiento que afecta a nuestro narcisis­
mo. Al desaparecer el objeto (persona o ideal) que rete-
La metapsicologia
76
nía una carga afectiva positiva, nos vemos obligados a
retirarla, porque ya no tiene soporte. Esto duele a la
integridad de nuestra personalidad, inserta en el mundo
y completada por afectos y confianzas. La extirpación
de esta parte de nosotros mismos no se puede hacer de
repente. Ante la resistencia de la libido, la aflicción,
como la melancolía, emprenden un “trabajo", como lo
hace el sueño, para disfrazar y dar salida a una fuerza
pulsional latente. Si la resistencia es muy fuerte y el
sujeto no puede adaptarse a la desaparición, aparece
una psicosis optativa que mantendrá, ilusoriamente, la
realidad del que ha muerto, pero la misma alucina­
ción le incomunicará del mundo. Dejando aparte esta
excepción morbosa, la aflicción no es patológica, la me­
lancolía puede serlo.
El melancólico está deprimido, desinteresado de
todo, incapaz de amar; y tanto disminuye su propia
estimación, que se hace amargos reproches y se acusa.
Paradójicamente, la pérdida de otro ser, o el desengaño
por la terminación de su afecto, en vez de producir un
empobrecimiento o merma del mundo, se traduce en
críticas, dirigidas a la propia persona. No las calla, aver­
gonzado, como si fuesen verdad, sino que anhela decla­
rar su autocrítica a quien esté dispuesto a escucharle.
Más difícil le es admitirla, si viene, espontáneamente,
del exterior.
La minuciosa atención a lo que dice el melancólico
contra sí mismo, revela, que sus críticas, no se ajustan
a su manera real de ser, y, en cambio, corresponden
bien a otra persona, el objeto amado que ha perdido,
o que ya no le quiere. Sus lamentos son acusaciones di­
rigidas a otro y, que ha vuelto contra sí mismo, porque
lo ha "introducido" en él, gracias a un proceso de iden­
tificación.

De este modo se transformó la pérdida del objeto en


una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la per­
sona amada, en una discordia entre la crítica del yo
y el yo modificado por la identificación.

La mciapsícoloRÍa
77

La metapsicologia
78

De modo parecido a cómo el niño, en su primera


fase oral, por el narcisismo, engloba en su integridad
corporal al pecho materno como parte de sí mismo, en
una unidad de satisfacción, así el melancólico, gracias
a una regresión a la infancia, incluye al objeto perdido
dentro de sí. Como que ya no es satisfactorio, le acusa,
y porque lo ha identificado consigo mismo, se acusa.
El amor que le unía narcísicamente al objeto queri­
do, se ha convertido en odio. Ya que no puede despe­
garse de él, quiere inconscientemente, terminar el víncu­
lo, destruyéndole.
La tendencia al suicidio, frecuente en los melancóli­
cos, es el intento de acabar realmente, sádicamente con
el otro, que, por identificación, es el propio sujeto.
La ambivalencia corriente en la melancolía, se mani­
fiesta además por la alternancia del estado deprimido
y destructor, con fases maníacas. El sentido es el mis­
mo: destruir al otro; bien sea consigo (melancolía) o
habiéndose, antes, liberado de él (manía).

Concesión al Dr. Frcud del titulo de profesor extraordinario,


por el Em perador José 1 ,5 de marzo de 1902.

La meta psicología
79

Eros y el principio de >muerte

En 1920 se publica Más allá del principio del placer,


cuya redacción, Freud había comenzado el año anterior.
Esta obra, altamente especulativa y filosófica, introduce
cambios radicales en la explicación de los factores últi­
mos de los procesos psíquicos y del sentido de la vida
humana. Las nuevas tesis fueron aceptadas con reticen­
cia por muchos de sus discípulos, y otros, francamente,
las negaron. Sin embargo, Freud, que al principio las
había propuesto como meras hipótesis, persistió, y en
sus obras posteriores las convirtió en el fundamento
definitivo de su interpretación del psicoanálisis.
Es natural que se haya intentado buscar las razo­
nes de cambios ideológicos tan serios que si bien no
contradicen puntos esenciales de las doctrinas sentadas
anteriormente, amplían su base hasta tal punto que
trastornan la estructura del sistema.
Las razones externas —siempre conjeturales—, fue­
ron la tragedia de la Primera Guerra Mundial, la muer­
te de la hija de Freud, Sofía, y la misma edad del autor,
64 años.
Las razones internas, más importantes, son los desa­
rrollos lógicos del pensamiento freudiano y la índole
de los temas que atrajeron su atención.
La obra de 1914, sobre el narcisismo, había tratado
de unificar a todas las pulsiones o tendencias del hom­
bre enraizándolas en una sola: el amor de sí mismo, la
libido narcisista que "colma" al recién nacido.
Los conflictos que pronto aparecen no se producen
porque fuerzas contrarias luchen entre sí, como se sos­
Eros y el principio de muerte
80

tenía en la primitiva doctrina de dos impulsos prima­


rios, la autoconservación del individuo y la sexualidad
que lo vincula a la especie. Todo quedaba explicado por
los cambios de dirección de la libido narcisística unita­
ria, la cual, o se vertía en los objetos, o se retraía de
nuevo al sujeto. Las contrariedades y la neurosis queda­
ban simplificadas. Se interpretaban como un balance o
contrapeso entre dos sentidos posibles de una sola fuer­
za. Freud aducía, como ejemplo, lo que ocurre cada día
al dormir: el sujeto retrae su libido, su interés de las
cosas y se cierra al mundo, para abrirse a él de nuevo
al despertar. Actitudes análogas se advierten en los en­
fermos, que sólo se interesan por su dolencia, en un
egoísmo comprensible.
La dificultad primera aparecía, sin embargo, al tra­
tar de determinar la manera de ser de esta misma libi­
do unificadora. Fácilmente podía ser considerada como
equivalente a la fuerza vital, pura y simple, por tanto,
no específicamente sexual. Ésta era, precisamente, la
tesis de Jung, que Freud no podía aceptar.
En los años posteriores, Freud vuelve de su propia
desviación, recupera las primeras tesis que defendían
la lucha entre dos pulsiones originarias distintas y las
justifica por medio de una doctrina de biología filosó­
fica que es la que aparece en Más allá del principio del
placer, de 1920.
Dos estudios la preceden que son importantes. En
el artículo (resumido en nuestro capítulo anterior) so­
bre las pulsiones y su destino, Freud reconoce que el
odio es una tendencia originaria en el sujeto y que no
se puede hacer provenir de la libido sexual. Por tanto,
queda restablecida la dualidad, y notablemente acentua­
da, porque sus términos son contrarios estrictos: amor
y odio. «El yo odia, aborrece y persigue con propósitos
destructores a todos los objetos que llegan a suponer­
le una fuente de sensaciones de displacer.» «El odio es,
como relación con el objeto, más antiguo que el amor.»
En un breve trabajo de 1919, que lleva el título Pe­
gando a un niño, y que es una aportación al conoci­
miento de la génesis de las perversiones sexuales, Freud
Eros y ei principio de muerte
81
replantea la cuestión del origen del masoquismo. Efec­
tivamente, el hallar un placer en el sufrimiento ajeno
—sadismo— puede ser calificado como perversión, pero
no es un absurdo, puesto que cabe explicarlo por el
principio del placer, y como consecuencia de una agre­
sividad derivada de la tendencia a la propia conserva­
ción. En cambio, es incomprensible que un individuo
anhele su propio sufrimiento como algo originario; vio­
laría aquel principio.
Freud vuelve a repetir que
parece confirmarse, ante todo, que el masoquismo no
es una manifestación instintiva primaria, sino que
nace de un retorno del sadismo contra la propia per­
sona, o sea por una regresión desde el objeto al yo.

Sin embargo, con ello no hemos resuelto el problema,


sólo lo hemos desplazado. Hay que justificar el retorno
hacia sí del sufrimiento. Debe de haber algún compo­
nente negativo, antihedónico, en el masoquismo. Freud
cree que es una conciencia de culpabilidad, provinente
de algún deseo incestuoso, que persiste en el incons­
ciente y que espera una sanción, es decir el sufrimiento.
El "ser pegado”, típico fantasma masoquista, constitu­
ye la confluencia de una conciencia de culpabilidad con
el erotismo.
La culpabilidad se convierte, de esta manera, en un
factor del comportamiento que no obedece al principio
del placer.
En síntesis, el odio y la culpabilidad son vertientes
negativas del ser humano que de momento no tienen ex­
plicación. ¿No será preciso, pues, ir "más allá del prin­
cipio del placer" en busca de ulteriores razones?
La obra de 1920 pasa revista a una serie de situa­
ciones que pueden agregarse a las citadas dificultades.
En primer lugar, lo que sucede en los casos de “neu­
rosis traumática". Ésta suele desencadenarse en aque­
llos individuos que han estado presentes en graves ac­
cidentes físicos y que han visto su vida en peligro. Se
manifiesta con una intensa crisis de angustia, altera-
Eros y el principio de muerte
82
dones motoras y trastornos mentales. Aparece, sobre
todo, si el accidente ha sido imprevisible, por sorpresa,
y si no ha habido herida o lesión.
Lo extraño es que tales personas sueñan muchas
veces con el accidente sufrido y, por haber revivido la
situación traumática, despiertan en gran sobresalto. Po­
dría creerse que el interesado está "fijado al trauma".
Este fenómeno pone una alternativa al psicoanálisis:
o bien es falso que los sueños tengan el cometido de
realizar alucinatoriamente los deseos del durmiente, o
bien los enfermos de neurosis traumática son unos ma-
soquistas que desean sufrir evocando el accidente ate­
rrador, con lo cual estamos de nuevo en la excepción
al principio del placer.
En el terreno de los juegos infantiles se producen
otros raros incidentes. Freud cuenta lo que observó en
el juego de un niño de un año y medio (era su propio
nieto). El chiquillo era completamente normal, pero
tenia la rara costumbre de no utilizar los juguetes según
era previsible, sino de arrojarlos lo más lejos posible
y hacerlos desaparecer bajo un mueble, mientras bal­
buceaba “fort” o sea fuera, y, si disponía de un cordel,
tiraba de él para recuperarlos mientras decía "da”, ahí.
Si el manejo era completo, se constituía un juego de
desaparición-reaparición, que reproducía lúcidamente la
experiencia cotidiana del chiquillo que se quedaba solo
cuando su madre tenía que salir a la calle, y, sin pro­
testar, esperaba que volviera.
De nuevo se repite la misma pregunta anterior:
¿Cómo el niño, para divertirse jugando, repite una es­
cena penosa, como es la ausencia de algo que evoca la
de la madre? No es el único ejemplo de juegos que se t
desarrollan repitiendo situaciones desagradables. Hay
chiquillos que reproducen en algún compañero el reco­
nocimiento médico de que fueron objeto y se divierten
con ello.
En tercer lugar, la transferencia del enfermo al mé­
dico en el tratamiento psicoanalítico —gracias a la cual
la curación se facilita porque se evocan y reproducen
en la relación clínica escenas y personajes de la infan­
Eros y d principio de m uerte
83

cia que, incluidas en el inconsciente, eran difíciles de


explorar— presenta una incómoda secuela, la "neurosis
de transferencia". Ésta, que sustituye a la que tenía el
enfermo, persiste en reproducir situaciones infantiles
molestas y desagradables: la inferioridad del niño en el
complejo de Edipo, las recriminaciones paternales, etc.
El médico se esfuerza inútilmente en despegar al pa­
ciente, de tales escenas penosas. Hay como una obse­
sión en volverlas a vivir.
En cuarto lugar, hay personas que parecen estar
afectadas de una "neurosis de d e s t i n o tropiezan sin
cesar con ios mismos obstáculos, les ocurren seríes de
parecidas desgracias, son perseguidos por fastidiosas
compañías e incidencias del mismo tipo, etc. Esta fata­
lidad que les persigue (fracasos, ingratitudes, etc.) se
explica mejor por una disposición activa de los intere­
sados en repetir, inconscientemente, las mismas situa­
ciones penosas.
El psicoanálisis ha considerado desde un principio tal
destino como preparado, en su mayor parte, por la
persona misma, y determinado por tempranas influen­
cias infantiles.

En todos estos variados fenómenos se revela una


"compulsión de repetición". No se producen para conse­
guir un placer, sino para reincidir en lo mismo.
Freud añade, como conclusión que «la hipótesis de la
compulsión de repetición parece ser más primitiva, ele­
mental e instintiva que el principio del placer al que se
sustituye». La cuestión que se plantea es la del sentido
de esta compulsión; a qué función obedece.
El intento de explicar los fenómenos de la neurosis
traumática y la reaparición en sueños del accidente an­
gustioso, da pie a Freud para proponer una imagen o
modelo de la estructura psíquica humana, de gran in­
terés.
El organismo humano viviente se puede comparar
a una vesícula de sustancia excitable que tiene, obvia­
mente, un interior y un exterior. En la superficie fron­
Eros y el principio de muerte
84

teriza está la conciencia, la cual procura percepciones


de los estímulos externos y sensaciones de placer y dis­
placer de los sistemas internos.
El organismo se defiende de los estímulos exteriores
demasiado fuertes estableciendo —casi mecánicamen­
te— una barrera de intensidad, los llamados umbrales,
que son los límites extremos entre los cuales se sitúa
lo perceptible.
A esto se añade la función protectora del tiempo. Ya
se sabe que el inconsciente está fuera de) tiempo; la
conciencia, en cambio, se sirve de él. Las percepciones
se "temporalizan", o sea se dispersan en la serie del
antes y el después, a tono con los estímulos, igualmen­
te inscritos, por la conciencia, en el tiempo. Las excita­
ciones externas, al quedar distribuidas en sucesión, di­
suelven su acción sobre la barrera consciente que queda
a salvo de energías demasiado fuertes que podrían ser
lesivas. Freud recuerda y apela a Kant.
Ante las conmociones excesivamente intensas que
provienen del interior —sistemas no-conscientes—, para
las cuales la conciencia no está protegida, se recurre a
una peculiar estrategia: los estímulos son proyectados
al exterior, el individuo los interpreta como acciones
provenientes de un adversario ajeno a él. Los trastor­
nos internos son más tolerables si se atribuyen a un
factor externo, al cual se confía vencer mediante un
franco antagonismo, que si se hubiera de reconocer que
está alojado en la propia víctima. Así interpretan los
pueblos primitivos a la propia muerte, como ataque de
un enemigo.
Ahora bien, dentro de este sistema defensivo, que se
podría denominar “estático”, vale, sin excepción, el prin­
cipio del placer.
Si la intensidad de los excitantes supera los límites
establecidos —hechos terroríficos inesperados, conmo­
ciones afectivas que trastornan al inconsciente— se es­
tablece una defensa móvil: la energía pulsional aban­
dona las zonas indemnes del organismo, para taponar
mediante contracargas (véase capítulo anterior) la he­
rida traumática producida, lo cual genera angustia, o
Eras y el principio de muerte
85

Clark University, 1909.

La Comisión («Die sieben Ringe» —Los siete anillos —): Freud,


Fercnczi, Sachs, Rank, A braham , Eitingon y Jones, 1922.

Eros y el principio de muerte


86

sea, inquietud vaga ante una amenaza que podría sobre­


venir de nuevo. El sueño ya no sirve para satisfacer
deseos, sino que cumple una función arcaica —"prehis­
tórica"— de producir angustia "preventiva". El sujeto
queda paralizado e íntegramente a la defensiva, como
ocurre en los casos de dolor intenso.
En esta peligrosa situación, el principio del placer
ya no es la regla ordenadora. Más allá de él, actúa una
compulsión de repetición, que reproduce la escena trau­
mática, como último medio de disponer al organismo
para que prepare su defensa. No ha de extrañar que se
produzcan tales reiteraciones, porque, como indica
Freud, todos los instintos se repiten (recuérdense las
migraciones de los peces y de las aves).
La vida de los organismos viene condicionada por la
repetición, la reconstrucción de lo anterior. Si así no
fuera, no habría continuidad; la experiencia anterior
sería ineficaz, lo adquirido no se mantendría. En con­
clusión, "lo animado tiene una naturaleza radicalmente
conservadora", de la cual procede la activa "compulsión
de repetición".
Freud lleva la afirmación a sus últimas consecuen­
cias, a saber:
Si, como experiencia sin excepción alguna, tenemos
que aceptar que todo lo viviente muere por funda­
mentos internos, volviendo a lo inorgánico, podremos
decir: La meta de toda la vida es la muerte; y con
igual fundamento: Lo inanimado era antes que lo ani­
mado.
Por la acción de diversos factores y circunstancias,
que la ciencia puede investigar, apareció la vida como
una tensión excepcional en el plano de la materia inor­
gánica. Los fenómenos vitales pueden, por un cierto
tiempo, ampliarse, incluso en la fase de desarrollo y cre­
cimiento, pero su tendencia natural e inexorable es el
retorno hacia el punto de partida: lo muerto. De tal
manera que Freud sostiene la aparente paradoja de que
los instintos de conservación y de poder del individuo
tienen como última significación el facilitar el camino
Eros y el principio de muerte
87
hacia la muerte y si le "conservan”, es sólo para «man­
tener alejadas todas las posibilidades no inmanentes
del retorno a lo inorgánico. El organismo no quiere
morir sino a su manera».
Más claramente: cada ser viviente tiene, al nacer,
trazado el curso de su trayectoria vital. No por un hado
o fatalidad, sino porque el vivir es un estado excepcio­
nal de la materia, cuya estructura o especie, tiene, entre
sus caracteres intrínsecos, una duración más o menos
larga. El recto sentido de la conservación propia no es
la perduración indefinida, sino el cumplimiento, sin
trabas ni accidentes, de la trayectoria vital. Cuando ésta
llega a su término, la muerte significa su culminación
natural.
Desde Weismann (1834-1914), la biología moderna ha
dividido el organismo en dos niveles o partes, el soma
y el germen. Las células somáticas nacen y mueren con
el individuo, integran su cuerpo; las germinales son la
línea filogenética, la continuidad de la especie, que pa­
sa a lo largo de las generaciones, y que es propiamente
inmortal. El individuo es el portador del relevo, uno de
los eslabones de la cadena de la especie.
Como que las especies son más o menos complejas,
los animales pertenecientes a los grados más sencillos,
casi no son más que el germen. En cambio en los nive­
les más altos de la jerarquía, mamíferos, homínidos,
hombres, la individualidad adquiere tanta importancia
que llega a olvidarse su implantación en la continuidad
de la especie.
Los instintos de las células germinativas, por cuyo
impulso tienden a unirse unas con otras, formando tota­
lidades más complejas, son los instintos sexuales, ver­
daderos instintos de vida. No construyen un proyecto
de vida individual destinado a una pronta muerte, sino
que demoran su eficacia en las etapas más próximas
a la vida de los gérmenes.
El fenómeno de la evolución, que parece otorgar a la
vida energías creadoras propias, como si pudiese salir­
se de la tendencia conservadora a la que se ha aludido
antes, tiene, en realidad, un sentido menos "poético".
Bros y el principio de muerte
88

Cada variación evolutiva es debida al rodeo más am­


plio, la complejidad mayor que el organismo ha tenido
que dar ante un obstáculo nuevo que ha aparecido, es
la llamada mutación: La vida no es exuberante, no lleva
por sí misma a los individuos a niveles '‘superiores";
simplemente utiliza recursos para soslayar dificultades
y no perecer.
Freud aplica estas mismas ideas —no precisamente
optimistas— al desarrollo individual humano. El hom­
bre no tiene un impulso natural a perfeccionarse, por
cuya acción habría llegado a su «actual grado elevado
de función espiritual y sublimación ética», y que permi­
tiría adivinar, en lontananza, el advenimiento del su­
perhombre. Nada de eso. El impulso a una mayor per­
fección que se observa en "una minoría de seres huma­
nos" se debe a una mayor represión de sus instintos o
pulsiones, y lo mismo debe decirse de lo más valioso
que aparece en la civilización humana. La pulsión re­
primida pugna, a pesar de ello, por satisfacerse y como
ha aparecido un veto directo, tiene que soslayarlo para
lograr su irrenunciable objetivo. El llamado progreso
es la serie gradual de los caminos indirectos que se han
tenido que seguir; lo anima un anhelo jáustico, deno­
minador del mundo occidental.
El afán insaciable que lo caracteriza, se explica, por­
que la satisfacción alcanzada por la tendencia que ha
sustituido a la reprimida, no llega nunca a colmar las
ilusiones de la pulsión originaria. La renovada exigencia
de una total satisfacción, estimula incansable la acción
histórica de los hombres.
Una vez expuestos los corolarios, es conveniente vol­
ver al tema central, y proceder a una mayor precisión. t
Freud va a denominar, con frecuencia, al principio de
vida, Eros La recuperación del vocablo platónico deno­
ta su intcvción de asimilar las nuevas tesis al pensa­
miento del filósofo, dando, al mismo tiempo, la máxima
amplitud al término griego. Eros incluye a la libido, y
a toda la sexualidad, y se define como la fuerza que
impulsa a lar. formas vitales a formar unidades más
complejas y i mantenerlas vinculadas. Matizando aún

Eros y el principio de muerte


89

más, Eros sería la orientación general a unir lo disperso,


la libido, la energía erótica eficaz.
El principio, o pulsión, de muerte, no recibió un
nombre propio. Freud no usó, jamás, la voz “Thánatos"
para nombrarlo. Fue uno de sus discípulos. Federa,
quien lo introdujo, adecuadamente, en el vocabulario
psicoanalítico.
Los dos principios trascendentales descubiertos,
Eros y el principio de muerte, se sitúan, como es de
suponer, “más allá del principio del placer”, pero no
lo contradicen; antes bien, lo confirman.
En efecto, según se ha indicado, el fundamento del
principio del placer es el de constancia, por el cual las
tensiones del aparato psíquico se descargan hasta con­
seguir su más bajo nivel, y lo mantienen. Freud prefie­
re, en este momento, denominarlo “principio del nir­
vana"; la elección de este nombre es sintomática y, en
cierto modo, previsible lógicamente.
Tratemos de destacar la línea de base. Desde sus pri­
meras obras, Freud interpretó al placer como una dis­
tensión y una descarga, simplemente porque lo asimiló
al tranquilo goce de la satisfacción de un deseo, el ha­
ber alcanzado ya la meta. Si generalizamos este punto
de vista, el placer máximo será la distensión máxima, la
terminación de todo anhelo, con otras palabras, el nir­
vana. La consecuencia es paradójica, pero ineludible;
el máximo placer sólo se alcanza en la total distensión,
la muerte. Freud expresamente afirma que
la aspiración a la distensión, tal como se manifiesta
en el principio del placer es uno de los más importan­
tes motivos para creer en la existencia de instintos
de muerte.

A pesar de todo, tales palabras no expresan la últi­


ma postura de Freud. En 1924, aparece el importante
artículo titulado. El problema económico del masoquis­
mo, en el cual reconoce que «es indudable que existen
tensiones placientes y distensiones displacientes»; como
ejemplo de las primeras cabe citar la excitación sexual
Eras y el principio de muerte
90

que normalmente antecede a la cópula; pero, precisa­


mente, porque estos casos no ocurren siempre, sino sólo
en ciertas ocasiones, como en aquella circunstancia, será
preciso establecer que las excitaciones pueden diferir
por su cualidad, la cual posiblemente se explique por
una peculiaridad de sus diferentes ritmos.
En todo caso, hay que afirmar que Eros y el princi­
pio de muerte no actúan por separado; si así fuera, no
habría vida humana. Análogamente a como nuestra rea­
lidad individual representa también a la especie, así
también, todos y cada uno, estamos entretejidos de vida
y muerte.
El mito platónico del amor, especialmente la tesis
de Aristófanes en el Symposio, para explicar la afinidad
que determina la elección erótica de cada hombre, ha­
bía imaginado que, en la misma, estábamos impelidos
a buscar aquel ser con el cual habíamos constituido una
unidad en una existencia anterior, arcaica. Tratamos
de unirnos, como expresa la frase popular, a “nuestra
media naranja". De nuevo, aunque en forma fantástica,
reaparece el carácter regresivo de la vida: la pulsión
a repetir y reconstituir un estado anterior; la origina­
ria compulsión de repetición.
La doctrina de Eros y el principio de muerte obliga
también a Freud a replantear la explicación del sadis­
mo y el masoquismo.
Los tres ensayos sobre teoría sexual (1905) justifica­
ban la frecuente conexión de sadismo y sexualidad como
una exageración perversa y una divergencia de dos ten­
dencias, que van naturalmente unidas al principio. El
acto sexual implica una cierta violencia por sus condi­
ciones mecánicas. Las fases sexuales precedentes tam­
bién la conllevan (destrucción del alimento al final de
la fase oral, y del excremento, en la fase anal). Añádase
a esto la contaminación con la agresión radicada en la
pulsión de auto-conservación.
Progresivamente el sadismo fue adquiriendo en la
mente de Freud más autonomía, por efecto del complejo
de castración y en cuanto parecía ser la acentuación de
Eros y el principio de muerte
91

la actividad, actitud primaria y general, opuesta a la


pasividad.
En 1920, Freud cree ver en él, una derivación inme­
diata del principio de muerte que es desplazado al otro
en la relación objetal. Se reitera, con menos seguridad
sin embargo, que el masoquismo proviene del sadismo,
por retomo de la agresividad al propio sujeto. El tra­
bajo de 1924 sobre el problema económico del maso­
quismo, da un paso más y acepta la existencia de un
masoquismo erógeno primitivo, debido a una energía
que no deriva hacia el exterior, sino que se queda en el
mismo organismo. Este masoquismo primitivo es, a su
vez, testimonio de la presencia del principio de muerte.
Freud cree que está también presente en los estadios
de la evolución de la sexualidad (oral, anal y fálico).
Sobre él, y de aparición más tardía, puede mostrarse
una modalidad secundaria del masoquismo, que se iden­
tifica con el procedente del retorno de la agresividad
sádica. El masoquismo se presenta en tres formas dife­
rentes,
a) masoquismo erógeno, que es el básico, unido a la
sexualidad, y ya conocido.
b) masoquismo femenino, así llamado, no porque
sea peculiar de las mujeres, sino porque en las fantasías
o en los actos que desea vivir, el sujeto adopta siempre
una actitud pasiva, propia de la feminidad en el coito.
Solicita de su prójimo el ser maltratado, golpeado, fla­
gelado, insultado, etc. El esquema del fantasma maso-
quista es la imagen del niño malo, sobre las rodillas de
una mujer, y siendo pegado por ella. (Recuérdese el
episodio de Rousseau y la señorita Lambercier, en el li­
bro primero de las Confesiones.) Esta modalidad, como
la anterior, requieren que el sufrimiento excitante proce­
da de la iniciativa y de la acción directa de la persona
querida.
c) masoquismo moral, derivado de una culpabili­
dad, normalmente inconsciente. Aquí, la relación con
la sexualidad, es mucho más débil. Es fácil reconocer
a los individuos que pueden ser incluidos en este grupo.
Son aquellos que oponen una resistencia pasiva a su
Eros y el principio de muerte
92

curación, y se instalan en la enfermedad, como otros


en sus fracasos, porque los padecimientos de uno u otro
estado deficitario, representan la sanción exigida por
su culpa. Como se indicará posteriormente, en su incons­
ciente hay un factor que inflige duras críticas a su yo
y que puede llegar a formas de verdadera crueldad,
simplemente sádicas.
Los fundamentos remotos de la culpabilidad se ha­
llan en el complejo de Edipo tal como lo ha vivido el
sujeto; y acerca de la misma, parece oportuno pregun­
tar, si su intensidad no va en aumento paralelamente
al progreso de la civilización.
Aparte del sadismo y el masoquismo, Freud cita
otras manifestaciones del principio de muerte, más pró­
ximas a la descripción superficial del comportamiento,
y que habían sido objeto destacado en otras versiones
del psicoanálisis, en particular la inaugurada por Adler.
Las principales son la pulsión o instinto de dominio
y el de destrucción.
El instinto de dominio no está directamente en rela­
ción con la sexualidad, porque su ejercicio no produce
excitación de este tipo. Tampoco se orienta a la destruc­
ción de su objeto; más bien aspira a rebajar la posición
del otro, asegurar su dominio por la violencia.
El instinto de destrucción se explica por la versión
al exterior de los componentes de la pulsión de muerte,
que han pasado a los órganos del movimiento corporal.
En ambos instintos, la muerte acentúa un aspecto
de su significación opuesto más bien al que se estable­
ció al comienzo: ya no se busca un estado de distensión
absoluta, un retorno a la paz de la materia inorgánica,
sino el imperio de una fuerza que trata de hacer desa­
parecer cualquier comparación con otras, que podrían
rivalizar con ella. Las últimas etapas de la civilización
moderna ofrecen, por desgracia, trágicos ejemplos de
la competitividad destructora.

Eras y el principio de muerte


93

La nueva tópica y la psicología del yo

El año 1920, fecha de la publicación de Más allá áel


principio del placer, representa un punto de inflexión
en el desarrollo de la doctrina freudiana. Tres años
después, aparece El yo y el ello, que según palabras de
su autor, viene a ser la continuación de las ideas pro­
puestas en aquella obra. La afirmación es válida, pero
pide una aclaración.
El nuevo libro establece las "instancias" del comple­
jo psiquismo humano, que si bien son tres en número,
no se corresponden exactamente con los "sistemas” que
integraban la conocida primera tópica, a saber, el in­
consciente, el preconsciente y el consciente. Las "instan­
cias” de la tópica propuesta en 1923, se denominan
ello, yo y super-yo.
En cuanto al punto de vista tópico debemos repetir
lo que se indicó en la metapsicología: El comportamien­
to humano no es sencillo, ni los procesos psíquicos
transcurren sin problemas; más bien, pasa todo lo con­
trario, vivimos conflictos íntimos, irregularidades y
trastornos. Por tanto, en nosotros ha de haber factores
y fuerzas diversas, en algunos casos, antagónicos, cuyas
peculiaridades y relaciones permitan entender el com­
plicado curso de nuestra existencia, en todo aquello que
no pueda ser directamente achacado a la fisiología ner­
viosa. Tales componentes se pueden "imaginar" en un
hipotético "lugar” (topos), y sus relaciones son compa­
rables a las que median en cualquier construcción auxi­
liar, como las que utilizan las ciencias naturales.
La tópica de 1923 da por válidos los nuevos postula­
La nueva tópica y la psicología del yo
94

dos, Eros y el principio de muerte, y también los con­


ceptos clásicos del psicoanálisis, el inconsciente, la se­
xualidad, la represión, etc., y mediante su articulación,
rigurosa y coherente, consigue proponer un modelo muy
claro de la estructura de la personalidad humana. Con­
tinúa, pues, el Más allá del principio del placer, pero
desciende del terreno de la especulación y consigue in­
terpretar la conducta del individuo concreto. Los psi­
coanalistas freudianos la aceptan sin excepción.
Antes de proceder a su estudio particularizado, es
preciso hacer algunas observaciones generales.
Los componentes de la segunda tópica reciben el
nombre de “instancias", mientras que los de la primera,
se llamaban “sistemáis". Seguramente Freud quiso ha­
cer hincapié en la mayor iniciativa y autonomía de las
"instancias”. Los "sistemas” hacían pensar en estratos
o habitáculos vacíos, así por ejemplo el inconsciente
como "desván", donde se aloja lo reprimido, por donde
cruzan fuerzas y cuyos límites están determinados por
barreras, tales como la censura. Las "instancias”, en
cambio, son análogas a los actores de un drama.
La prueba del nuevo sentido la presenta su misma
denominación. En la primera tópica, los nombres ve­
nían de un estado psíquico o de su carencia: consciente
e inconsciente; en la ulterior, el término central es el
yo, los demás surgen en función del mismo: ello, como
no-yo, impersonal, y super-yo.
Freud indica que su primera clasificación partía de
fundamentos biológicos; la segunda, en cambio, de su
larga experiencia psicoanalítica, y por ello, de la misma
psicología.
La primera tópica del aparato psíquico había esta­
blecido la revolucionaria doctrina de la existencia del
nivel psíquico inconsciente, y por lo mismo, había aca­
bado con la tradición cartesiana en psicología, que iden­
tificaba lo psíquico con la conciencia. La segunda da un
paso más y de mayor trascendencia: basta esta época,
la palabra "yo” designaba a la totalidad del sujeto, como
efectivamente contrapuesto a toda otra realidad, el mun­
do de los objetos. Freud reduce considerablemente este
La nueva tópica y la psicología del yo
95

Sigmund Freud con su hija Anna, hacia 1912 ó 1913.

La nueva tópica y la psicología del yo


96

sentido tan amplio. El yo pasa a sev sólo una parte de


la personalidad total, aunque conserva su posición cen­
tral. Las otras instancias , ello y super-yo, representan,
respectivamente, a una energía natural del organismo
y a la repercusión del ambiente social. Podríamos decir
que la individualidad personal del hombre se ha hecho
tan permeable que consigue incluir dentro de sí a lo
que, hasta el momento, parecía serle ajeno y aún con­
trapuesto, a saber, la naturaleza y la sociedad.
No por imprecisión hemos afirmado que la nueva
tópica es realmente una teoría de la personalidad. Decla­
mo^, en cambio, de la primera que estaba referida al
funcionamiento del aparato psíquico. La diferencia es
importante y comparable a la que media entre la cons­
titución de algo y su operatividad.
Hemos de ver como Freud va a entrar, ahora, en un
terreno que excede, con mucho, a su inicial finalidad
terapéutica. Intentará explicar, con éxito, mediante con­
ceptos rigurosamente psicoanalíticos, los dos aspectos
radicales en la persona, que son: la activa identificación
por la cual cada uno de nosotros es único y él mismo,
y la apertura a un ideal propio que ros acompaña como
un espejo corrector. El yo de la segunda tópica incluirá,
por tanto, nuevas dimensiones interiores.
Siguiendo a Freud, podemos considerar que la capa
más externa y superficial del aparato psíquico, la que
nos pone en relación con los estímulos ajenos mediante
los sentidos, está constituida por la articulación de las
percepciones y la conciencia que se da cuenta de ellas.
De este nivel va a proceder, en parte, el Yo.
Al enumerar las instancias, empezaremos en direc­
ción inversa, desde lo más profundo a lo más superfi­
cial, y así, indicadas ordenadamente, serán, el Ello, el
Yo y el Super-Yo.
A.—El ello ("Es”, "id"). El término lo tomó Freud
de Groddeck, autor de El libro del ello, quien a su
vez siguió a Nietzsche. Ambos lo utilizaron para deno­
minar a las energías vitales impersonales de donde pa­
rece brotar nuestra existencia singular, y que, en ciertos
La nueva tópica y la psicología del yo
97
momentos excepcionales (pasión, inspiración, arrebatos,
etc.), sobrepasan el dominio y control con que inten­
tamos orientarlas y canalizarlas según nuestros intere­
ses. En tales casos, nos sentimos pasivamente ‘'vividos"
por fuerzas extrañas.
En la obra de Freud, algo se recoge de este sentido,
como lo prueba la contraposición semántica entre "ello”,
impersonal sustantivado, y "yo", lo personal por anto­
nomasia. Igualmente, para nuestro autor, «el yo es una
parte del ello».
El ello es —como polo contrapuesto a la claridad de
la conciencia— el fondo oscuro de nuestra personalidad.
Inaprehensible directamente, podemos aproximarnos a
su conocimiento, recordando las operaciones inconscien­
tes de la formación de los síntomas neuróticos, y, tam­
bién, el trabajo del sueño, es decir su elaboración. Hay
que tener presente que el ello no comunica directamen­
te con el mundo exterior y por esto sólo cabe llegar a él
profundizando en las demás instancias.
Es la vertiente psíquica del conjunto de las fuerzas
orgánicas del individuo: «una caldera donde hierve la
excitación» en palabras de Freud. A tenor de Más allá
del principio del placer, tales pulsiones orgánicas son
el resultado de la combinación variable de los dos prin­
cipios originarios: Eros y el principio de muerte. Éstos
contraen relación con los diversos órganos corporales
o sus sistemas; así se explica la pluralidad de necesida­
des orgánicas conocidas (hambre, sed, cansancio, etc.).
Sus formas no canalizadas, o muy generales, son las que
se expresan en el ello, el cual es la fuente y reserva de
todas las pulsiones, incluso de las desarrolladas por las
otras instancias, el yo y el super yo.
Por todo esto, debemos afirmar: 1.a que toda energía
de la personalidad proviene del ello; 2.° que siendo el
ello inconsciente, la parte fundante y dinámica del o,
como del super-yo, es también inconsciente.
Queda claro que el ello y el yo no se corresponden
exactamente con los estratos inconsciente y consciente
de la primera tópica.
Hay otra diferencia importante. Freud, en sus pri­
La nueva tópica y la psicología del yo
98

meras épocas, ‘‘pobló” al inconsciente, sobre todo, con


las representaciones reprimidas. Era el "desván", como
se ha dicho. La represión venía de la conciencia que no
aceptaba los elementos perturbadores. A partir de 1923
la represión se localiza en el yo, y como éste, según aca­
bamos de indicar, hinca sus raíces en el inconsciente,
la instancia represora, es, en gran parte, inconsciente.
Recordando de nuevo Más allá del principio del pla­
cer, hemos de dar otra interpretación de los conflictos
psíquicos y de sus secuelas, los síntomas neuróticos. La
represión de la libido era, anteriormente, el resultado
de la lucha entre el sistema consciente y sus vertientes
éticas y estéticas, de una parte, y la sexualidad, de otra.
A partir de 1920 y 1923, el dramatismo es llevado a ma­
yor profundidad: el conflicto remite a Eros y al prin­
cipio de muerte y sus actores próximos son las pulsio­
nes del ello, cuyas ramificaciones pueden aparecer en
las otras instancias, yo y super-yo.
La energía, que colma al ello, se manifiesta gracias
a las representaciones inconscientes que expresan a las
diversas pulsiones y que están también en el ello; si
así no fuera, el ello sería un dinamismo ciego, incom­
prensible. Las relaciones que median entre las repre­
sentaciones, no siguen a ninguna ley lógica: ni son cohe­
rentes, ni contradictorias; más aún, en el ello no puede
haber negación.
Los grandes marcos de nuestro conocimiento sensi­
ble, el espacio y el tiempo, tampoco se dan en el ello:
en su seno nada muda ni perece. Si la interpretación
psicoanalítica sitúa, con razón, las pulsiones y sus aven­
turas en un determinado momento del curso biográfico
del sujeto, lo hace gracias a su punto de aplicación, el
objeto real al cual apuntaron las tendencias, lo que fue
anhelado o deseado, pero no podría hacerlo atendiendo
al despertar de la tendencia y a su maduración.
Para el ello no hay bien ni mal, normas éticas o esté­
ticas. Sólo hay un proceso urgente: la tendencia ince­
sante a descargar sus pulsiones y a obtener satisfacción,
de acuerdo con el principio del placer. La energía circu­
la libremente sin demorarse o ligarse a las representa-
La nueva tópica y la psicología del yo
99

dones determinadas, según el mecanismo del proceso


primario, ya conocido. Una metáfora podría resumir la
concepción freudiana del ello: es una insensata avidez
de goce, sin ninguna organización, movida sólo por Eros
y el principio de muerte, estrechamente enlazados.
B.—El Yo ("Ich", “ego"). «Es una parte del ello mo­
dificada por la influencia del mundo exterior.» En pri­
mer término, el yo informa, mediante su sensibilidad,
al ello y aprovecha la experiencia para ejercer de dele­
gado suyo y administrar sus energías a fin de canalizar­
las debidamente para que puedan obtener satisfacción
en el plano de la realidad.
Por esto la regla fundamental de esta instancia es el
principio de la realidad, que hace posible una sensata
adaptación a las circunstancias. El yo orienta a las pul­
siones del ello hacia su versión en movimientos corpo­
rales; por tanto, dirige el comportamiento y logra una
satisfacción efectiva. Si no se procediera a la extraver­
sión de las energías psíquicas, el ello se asfixiaría en
sus alucinaciones optativas.
«Podemos, pues, compararlo, en su relación con el
ello», dice Freud, «al jinete que rige y refrena la fuerza
de su cabalgadura, superior a la suya, con la diferen­
cia de que el jinete lleva esto a cabo con sus propias
energías, y el yo, con energías prestadas». Se entiende
que es el ello, el dador de las energías, porque es la
única fuente de todas las de la personalidad.
Y Freud prosigue la vieja comparación, insistiendo
en que no siempre el que manda es el jinete, sino que
el yo, en ocasiones, está forzado a transformar en acción
la voluntad del ello, como si fuera la suya propia. Con
otras palabras, la relación entre el yo y el ello es recí­
proca, una interacción.
Es preciso abordar la cuestión del origen y consti­
tución del yo: cómo emerge y se destaca esta parte su­
perficial del ello.
«El nódulo del yo es el sistema percepción-concien­
cia.» Seguramente Freud, al sentar esta tesis, se deja
influenciar por una comparación neurológica. La sus-
l-a nueva tópica y la psicología del yo
100

tanda gris de la corteza cerebral es asimismo super­


ficial y, en ella, se pueden localizar tanto las funciones
superiores, y más peculiares del hombre, como las áreas
de proyección sensorial. De modo parecido, el yo se ori­
ginaría en la superficie del ello, fronteriza con el mun­
do. Esto permite entender la enfática afirmación de
Freud: «La percepción es, para el yo, lo que para el ello,
el instinto (o pulsión).» Ambas serían las funciones cons­
tituyentes respectivas, su efectividad concreta. El yo
aparece, pues, como el vigilante de la personalidad, el
descubridor de ocasiones satisfactorias y de amenazas
de peligro.
Pero esto es sólo el comienzo de su determinación.
El yo, es, ante todo, un ser corpóreo y no sólo un ser
superficial, sino incluso la proyección de una super­
ficie. Si queremos encontrarle una analogía anatómi­
ca, habremos de identificarlo con el "homúnculo ce­
rebral".

Estas palabras de Freud —y su contexto— tienen la


más alta importancia y significan una innovación radi­
cal en la doctrina psicoanalítica.
Freud fue siempre materialista en psicología, si es
que tal calificativo tiene algún sentido. Simplemente
estaba seguro de que la vida mental podía ser explicada
—sin resto— por las ciencias biológicas y físico-quími­
cas, y que la energía que impele a los procesos psíquicos
deriva del organismo.
El texto que acabamos de citar, dice más que esto.
El cuerpo, mi cuerpo, y la constelación de sensaciones,
impulsos y emociones que me advierten de su presencia
y conjunción conmigo, integran al yo; por esto "el yo
es un ser corpóreo”. Más brevemente, yo soy mi cuerpo.
¿Cómo comienza a desarrollarse en el niño la expe­
riencia de su cuerpo —su existencia corporal— distinta,
y aún contrapuesta, a los restantes cuerpos?
Esta experiencia tiene diferentes componentes, ver­
tientes de la corporeidad plena y unitaria.
Primero, el niño configura un marco esquemático e
1.a nueva tópica V la psicología del yo
101
impreciso de las fronteras de su cuerpo: ve sus extre­
midades y parte de la superficie cutánea, tiene sensa­
ciones de doble tacto, activo y pasivo, "se toca", en una
palabra; tiene sensaciones de orientación y de movi­
miento, según su situación en el espacio, etc. Constante­
mente vive sus estados orgánicos, ritmos periódicos, etc.,
que hacen alusión a la interioridad visceral. Especial­
mente reveladoras son las sensaciones placenteras y,
sobre todo las dolorosas. El dolor da una dramática pri­
macía y opacidad al sector corporal aquejado, del cual,
el sujeto no puede deshacerse, liberarse.
La forma en que adquirimos un nuevo conocimiento
de nuestros órganos cuando padecemos dolorosa
u n a

enfermedad, constituye quizá el prototipo de aquélla


en la que llegamos a la representación de nuestro
propio cuerpo.
Segundo, el cuerpo es vivido como una disponibilidad
de acción, un curso por el cual las tensiones se desen­
cadenan en movimientos desordenados o se canalizan
en operaciones de apropiación y de aproximación. So­
bre la espontaneidad inicial se van insertando direccio­
nes motrices proyectadas y eficaces. Aparece el “esque­
ma corporal” como constelación vivida de actitudes,
posturas, referencias orientadas del niño hacia algo.
Es la vertiente dinámica del propio cuerpo, como una
alternancia de inquietudes y estados de reposo.
Tercero, en el cuerpo así configurado se vierte una
carga o caíhexia libidinal, tal como fue descrita al refe­
rirnos al narcisismo primario. El cuerpo es directamente
querido por el propio sujeto, porque originariamente la
libido le acompaña, como protección aneja a la vida mis­
ma. El niño seguramente está inmerso, al venir al mun­
do, en un cierto ambiente placentero, difuso, en el seno
del cual se incluye todo lo que es satisfactorio: el pecho
materno, el calor ambiental, etc. Poco a poco, la inci­
piente individualidad se despega como polo subjetivo.
Las experiencias displacenteras van trazando la prime­
ra frontera: lo que lesiona su cuerpo es algo externo,
porque es displaciente; el pecho que no le satisface tam­
l-a nueva tópica y la psicología del yo
102
poco es parte de sí mismo, porque falla; las voces ame­
nazadoras pertenecen, por ello, a otros, etc.
La carga libidinal que “ocupa’’ los esquemas construi­
dos por las sensaciones y las tensiones activas, puede
ser más o menos intensa. Son los estados de exaltación
y contento, en contraste con las fases de inapetencia
o debilidad.
La comparación indicada en el citado texto de Freud
—el yo visto como si fuera el "homúnculo cerebral"—,
establece que las percepciones y la conciencia, super­
ficie de contacto con el mundo, echan sus raíces en algo
más central —el homúnculo— que es el cuerpo sentido,
dinámico y querido, conforme con las tres vertientes
que acabamos de ver.
El cuerpo propio viene a ser la planta de la edifica­
ción del yo. Paralelamente al desarrollo somático, que
progresivamente concreta y distingue el aspecto de cada
cuerpo, se va a constituir el "carácter" peculiar del yo,
su singularidad. Sin esta interna diferenciación no ha­
bría un yo.
El proceso se desarrollará mediante la diversa dis­
tribución de un factor ya conocido: las cargas de la libi­
do. La tesis no nos ha de extrañar. El lenguaje corrien­
te, para describir las diferencias personales, recurre
frecuentemente a la sentencia que afirma que todos
tenemos una "escala de valores propia”. Freud intenta
"personificar" este mismo concepto.
El narcisismo primario convierte al cuerpo propio en
un verdadero depósito de libido (cathexia egotizante),
la cual irradia prontamente al exterior y constituye
unas relaciones de objeto. Más llanamente, el niño va
cobrando cariño a lo que le rodea, y que es placentero.
El primer objeto es, naturalmente, el pecho materno
y la madre. Así queda establecido un cierto equilibrio
entre su egoísmo afectivo, narcisista, y el cariño que,
literalmente, ha "puesto" en las cosas. Las frustracio­
nes, insatisfacciones, fallos, etc. que le producen las
personas y cosas del ambiente —los objetos— determi­
nan un retomo de la libido hacia su fuente, el cuerpo
infantil. Estamos en el narcisismo secundario.
La nueva tópica y la psicología del yo
103
Aquí entra en juego el importante mecanismo de la
"identificación" cuyo estudio modélico fue el breve ar­
tículo sobre la aflicción y la melancolía de 1915. La car­
ga afectiva que se retira del objeto y retorna al niño,
no es neutra, sino que vuelve impregnada de los rasgos
del antiguo ser querido; los caracteres de éste "entran"
en el yo infantil, son asimilados e "incorporados" en él,
como si se tratara de un alimento. Los aspectos del ob­
jeto más vinculados al niño, en la relación que acaba
de romperse, son los que quedarán especialmente mar­
cados en él, y serán las líneas directrices de su carácter.
En el proceso del desarrollo de cada yo particular,
la segunda tópica hace intervenir un nuevo concepto,
igualmente connexo con el narcisismo: el ideal del yo.
En la primera infancia, el yo puede mantener su propia
carga libidinosa sin dificultades: el amor del niño hacia
sf mismo es corroborado por el ambiente favorable que
le rodea. Pero a medida que entra en fases ulteriores
de crecimiento, se ve contrariado por las reglas ambien­
tales y la crítica de los mayores. Las faltas que se le
imputan hacen mella en él, y ya no puede continuar
en un amor narcisista sin reservas: no se siente tan
totalmente "estimable" como en un principio. Para re­
tener la carga libidinal, el yo opera entonces una interna
escisión entre lo que querría ser —ideal del yo— y lo
que efectivamente es. El ideal del yo se convierte en
el modelo especialmente cargado de libido, la cual pue­
de repercutir en el yo real porque, al fin y al cabo, si no
es valioso tiene, al menos, fuertes deseos de serlo; o por
el contrario, si se acentúa el contraste entre ambos po­
los, real e ideal, el primero queda cruelmente desvalo­
rado. En la configuración del ideal del yo, sirve de pauta
directriz la imagen de los padres y los ejemplos de pres­
tigio del ambiente.
Es evidente que el niño puede proceder a diferentes
identificaciones, referidas a personas dotadas, a veces,
de caracteres contrapuestos, con lo cual surgen conflic­
tos y divergencias en el mismo yo. Sin llegar a desarro­
llar una multiplicidad de personas, el sujeto se sentirá,
La nueva tópica y la psicología del yo
104

posteriormente, indeciso y perplejo, ante muchos pro­


blemas que le planteará su adaptación al mundo.
El proceso de constitución del carácter personal ma­
nifiesta, sin lugar a dudas, las relaciones, tan complejas,
que, según Freud, se establecen entre las instancias de
esta segunda tópica, verdaderos personajes internos.
Hay que insistir en que la gran mayoría de ellas son
inconscientes, así por ejemplo la identificación. Natural­
mente, como las identificaciones fundamentales se rea­
lizan muy precozmente y dejan una marca "indeleble",
el carácter queda constituido en la primera infancia,
y no es posible ya, modificar posteriormente sus rasgos
esenciales.
La génesis del yo ha puesto de manifiesto que esta
instancia, centro de lo que se acostumbra a llamar el
sujeto humano, no es algo innato, una realidad hereda­
da, sino que va constituyéndose mediante un complicado
proceso inconsciente, en él cual influyen decisivamente
las fuerzas y las representaciones del ambiente, en par­
ticular, la constelación familiar y, sobre todo, la madre.
Una vez establecidas las estructuras más importantes,
va a proseguir, a partir de ellas, el desarrollo posterior,
con la salvedad de que el proceso de maduración puede
detenerse o retroceder hacia estadios anteriores, como
ocurre en las regresiones que normalmente se deben a
dos causas principales: la represión excesiva de las pul­
siones del ello y los obstáculos del ambiente que, si son
fuertes, pueden desarticular la estructura y equilibrio
de la personalidad conseguida con tantas dificultades.
En todo caso, el yo es el organizador principal de
todos los procesos psíquicos. Su función primera es la
síntesis. Asimismo, a él se debe la continuidad y la re­
gularidad del comportamiento.
Frente ú ello, depósito de la energía caótica, el yo,
animado j i r fuerzas derivadas del ello, como todas,
representa ei polo opuesto, la racionalidad.
El yo es ci sujeto último del pensamiento y de sus
operaciones (.uicios, razonamientos, etc.). A su nivel,
el mecanisirt que rige a las representaciones es el pro­
ceso secundario.
1.a nueva lópica y la psicología del yo
105

La nueva tópica y la psicología del yo


106

Gracias a que el yo logra diferir las urgencias de los


impulsos del ello y ordenar sus fuerzas, canalizándolas
y estabilizándolas en las representaciones (energía liga­
da), lo cual permitirá su adaptación y satisfacción en
el plano de la realidad, puede inaugurarse el pensa­
miento.
La primera condición del mismo es que, en el pre­
consciente, estén a disposición del yo las imágenes ver­
bales de las correspondientes ideas, que proceden de
la percepción acústica, sobre todo, y que han perdurado
en la memoria. Las representaciones verbales son el me­
dio por el cual la fluencia de los procesos internos sub­
jetivos se convierte en la continuidad estabilizada de
una serie simbólica. Por esto, Freud suscribe la tesis
filosófica de que todo conocimiento procede de los sen­
tidos.
C.—El super-yo ("Über-Ich”, "super-ego") es la ter­
cera instancia de la personalidad. Procede de una dife­
renciación del yo —lo cual explica su nombre—, y tiene,
siempre, el papel de juez o crítica del yo.
El super-yo es el “heredero del complejo de Edipo"
y procede de su superación, mediante las siguientes vi­
cisitudes. Los deseos eróticos del niño por su madre
topan con el obstáculo de la figura paterna, que, hásta
esta crisis, había estado cargada de afecto y había ser­
vido de pauta para la identificación constitutiva de la
personalidad infantil. La ambivalencia de la relación
con el padre, querido y odiado a la vez, llega a la máxi­
ma tensión, que se ha de resolver mediante la interiori­
zación de la prohibición emanada de él y la consiguiente
renuncia a los deseos incestuosos. Lo que el niño hace
suyo no es tanto la norma, como precepto general, sino
la figura concreta y ejemplar de su padre, gracias a las
diversas identificaciones que el pequeño ya había verifi­
cado y que ahora se acentúan. Junto con la figura pa­
terna y a modo de factor coactivo, se intensifica el com­
plejo de castración.
El antagonismo de las pulsiones y la fuerza represora
explica los conflictos y la riqueza afectiva de la concien­
cia moral, cuyo “depositario” es el super-yo.
La nueva tópica y la psicología del yo
107

Si el complejo de Edipo no ha sido resuelto plena­


mente, según la interiorización expuesta, puede ocurrir
que perdure en el individuo la erotización del yo, y la
insistencia represora de un super-yo que entonces se
convierte en enemigo interno permanente, con lo cual
la culpabilidad acompaña continuamente al yo del su­
jeto.
Ls culpabilidad se instala en el inconsciente, del mis­
mo modo que la fuerza represora del super-yo es tam­
bién inconsciente. Así hemos de reconocer que la pro­
blemática moral, perteneciente a las más altas zonas
de la racionalidad y la conciencia, está vinculada, por
sus fundamentos, con el inconsciente.
Si bien el nódulo del super-yo es la figura ejemplar
del padre, con ella se interiorizan también los precep­
tos y reglas vigentes en el ambiente, constantemente for­
talecidos por la convivencia familiar. Por este camino,
perduran, en el inconsciente, como lo decente o lo co­
rrecto, sin más, los hábitos morales y los valores del
grupo social. Podría decirse que el super-yo de los com­
ponentes de una misma sociedad se unifica y prolonga a
lo largo de las generaciones y constituye una tradición
moral.

* * *
Las precedentes consideraciones sobre la segunda tó­
pica y sus instancias, se han ceñido, sobre todo, al tema
del origen y caracteres de cada una de ellas. No se ha
podido, sin embargo, evitar el hacer alguna alusión a sus
relaciones mutuas.
Conviene, ahora, complementar lo anterior y, para
ello, dar la primacía a las conexiones, conflictos y com­
petencias que se suscitan entre los tres componentes
estudiados. Entre ello, yo y super-yo se va a crear un
pequeño drama, cuyo desenlace decidirá sobre el curso
de la vida de la persona, su salud mental o su neurosis.
El psicoanálisis, siguiendo la orientación de su fun­
dador, tal como se manifiesta en sus obras posteriores

La nueva tópica y la psicología del yo


108
a 1920, ha centrado su atención en esta temática. Lo
mismo han hecho buena parte de sus seguidores; y el
conjunto ha sido denominado, con frecuencia, psicolo­
gía del yo.
No es posible establecer una distinción tajante entre
las instancias porque unas proceden de otras, como ha
quedado claro. Por otra parte, la energía que las anima
tiene un solo origen, el ello, y así su articulación recí­
proca es una cuestión de reparto y distribución de una
misma corriente dinámica. Por tanto, la cuestión más
importante va a ser la del aprovechamiento más eficaz
de la fuerza psíquica y la de la creación de defensas
que permitan el armónico desarrollo de los tres "per­
sonajes” del psiquismo.
La primera cuestión, de cuya solución pende la in­
terna armonía de la personalidad, afecta a la propia
constitución del yo. Hemos visto que el carácter del yo
se va plasmando mediante la identificación con las per­
sonas del ambiente, especialmente los padres, y el re­
torno de la afectividad o carga libidinal puesta inicial­
mente en ellas, y que vuelve ahora hacia el propio su­
jeto, por efecto de las insatisfacciones experimentadas
en la relación objetal.
La personalidad incipiente va apareciendo pauta­
da desde el ambiente y por recuperación narcisista de
afecto.
Ahora bien, la carga libidinal retraída era del ello,
y ahora la acumula el yo. Esta pérdida será aceptada
por el ello, solamente si el yo revive al objeto perdi­
do, por haberse hecho como él.
Dice Freud con una imagen:

Cuando el yo toma los rasgos del objeto, se ofrece,


por decirlo asi, como tal, al ello, e intenta compen­
sarle la pérdida experimentada, diciéndole: "Puedes
amarme, pues soy parecido al objeto perdido."

El yo, así constituido, va a servir de intermediario


entre el ello y la realidad. Gracias a su dirección se pro­
ducirá la adaptación, sin la cual no hallarán satisfacción
La nueva tópicá y la psicología del yo
109
las exigencias del ello. En esta función medial, tendrá
que tener en cuenta los dos términos: ni angostar las
fuerzas libidinales con una represión excesiva, ni desa­
tender la realidad, huyendo de ella mediante una subs­
titución ilusoria.
Freud, en este punto, compara al yo con un monarca
constitucional, que no puede vetar arbitrariamente una
propuesta del parlamento. El progreso del yo, su gra­
dual maduración, comienza percibiendo los instintos,
sintiendo su fuerza que con frecuencia le arrastra, para
llegar, a alcanzar, en la fase final, su dominio ordenado.
Pero, por otra parte, el yo es "una pobre cosa", so­
metida a tres distintas servidumbres y peligros que pro­
vienen del mundo exterior, de la libido del ello y del
rigor del super-yo.
Éste conserva siempre, a lo largo de la vida, el rasgo
que fue su punto de partida: la referencia a un po­
der, que si, al principio, fue el del padre, ulteriormente
puede ser la opinión del grupo social. Su voz crítica,
es en ciertos casos, la que causa una inquietud perma­
nente en la personalidad. Un complejo edípico mal re­
suelto, ya hemos explicado que puede producir una cul­
pabilidad imborrable, la cual degenera con frecuencia,
en el neurótico, en una resistencia permanente contra
la curación de su enfermedad.
Según se haya constituido el super-yo, varía el modo
de ejercer su función de corrección: a veces limita y
restringe las demandas del ello gracias a una inhibi­
ción directa que repudia lo no aceptable; otras veces,
el camino es más largo: se constituye un ideal del yo,
totalmente inasequible, y desde la altura de este per­
feccionismo, al yo es cruelmente denigrado.
En algunas neurosis y en la melancolía ocurre que
la conciencia moral del paciente ha sufrido una dislo­
cación, por la cual ha dejado de mediar razonablemen­
te entre la personalidad y la regla establecida, para de­
jarse atraer por el ello o por el ideal del yo. Los cere­
moniales y obsesiones rituales, tan frecuentes en supers­
ticiosos, escrupulosos, etc., no abandonan a sus víctimas,
porque su super-yo inconsciente está vinculado con al­
1.a nueva tópica y la psicología del yo
110
guna pulsión, mal reprimida, del ello.
En cuanto al melancólico, que abandona lánguida­
mente la activa orientación hacia un futuro, libremente
proyectado, por el moroso desánimo, puede ser expli­
cado por haber instalado su conciencia en el mismo
seno del super-yo y, por esto, su persona y la realidad
entera, sólo son vistas por sus aspectos carenciales, ine­
vitablemente imperfectos e insalvables.
En tales casos extremos, el super-yo está impregna­
do de sadismo. Las pulsiones de muerte han pasado
desde el ello a su interior, y por lo mismo se complace
destruyendo al yo.
Frente a su indestructible enemigo, el yo es presa
de angustia.
La obra, Inhibición, síntoma y angustia, publicada
en 1926, observa que, en esta situación y ante un super-
yo, tan severo y cruel, que no acepta que el yo —por
tanto la persona responsable— tenga el más mínimo
éxito o satisfacción, no cabe otra salida que la inhibi­
ción: el sujeto se declara incapaz de trabajar; tiene ina­
petencia general; no emprende nada porque inconscien­
temente prevé la crítica segura de su super-yo.
A partir de aquí, Freud, propone una nueva interpre­
tación del fenómeno de angustia.
Como es sabido, la angustia es la reacción afectiva,
paralizante, debida a una amenaza no concreta o a un
peligro igualmente impreciso, que desorganiza el com­
portamiento. Freud, en sus primeras obras, había atri­
buido la angustia a la represión incompleta de una
pulsión de la libido. El excedente se proyectaba en di­
versas entidades que pasaban a ser objeto de fobias (ago­
rafobia, zoofobia, etc.), y, generalmente, iba unida al
complejo de castración, que se convertía en el fantasma
simbólico de la angustia.
En 1926, por tanto, ya establecida la segunda tópica,
cambia la explicación. La angustia no nace de la libido
reprimida, sino que es un estado afectivo que desenca­
dena el yo ante una situación de peligro, creada, sobre
todo, por el ataque del super-yo.
El yo trata de eludir dicha situación y, precisamente
La nueva tópica y la psicología del yo
111
por esto, crea las señales de angustia, como medio de
defensa.
Entre las circunstancias que determinaron el cambio
de parecer de Freud sobre esta cuestión, hay que citar,
en primer lugar, la obra de su discípulo Otto Rank,
El trauma del nacimiento, publicada en 1924, en la cual
quedaba establecido que la primera angustia de todo
ser humano se desencadena en el mismo acto del naci­
miento, por el ahogo que precede a los primeros actos
de respiración pulmonar.
La primera experiencia de angustia es realmente
traumática, según Rank, en el sentido de quedar fijada
en la base del inconsciente. Toda situación posterior
que la evoque, como la oscuridad, cierto tipo de movi­
miento, etc. reproduce la angustia.
Freud polemiza con Rank. Admite que el nacimien­
to es angustioso, pero da mayor amplitud a los facto­
res que la pueden originar. La angustia del niño aparece,
por ejemplo, cuando se siente en soledad o por la pre­
sencia de un extraño ante el cual no sabe que actitud
adoptar. En tales casos, lo que ocurre es que el niño
se siente impotente, en peligro indefinido.
Las señales de angustia, según hemos dicho, son me­
dios defensivos.
Antes de proponer la segunda tópica, en 1923, Freud
había empleado raramente los términos "defensa’’ y
"mecanismos de defensa". En cambio se refería con fre­
cuencia a “resistencia", "represión", etc. para indicar
los procesos habituales que intentan mantener el equi­
librio psíquico y evitar las fuertes tensiones que ame­
nazarían perturbarlo.
En 1926, en Inhibición, síntoma y angustia, de nuevo
se habla de "defensas” como «los procedimientos de
que se sirve el yo en los conflictos que podrían llevar
a una neurosis».
El término ha pasado al vocabulario corriente del
psicoanálisis después de la publicación del libro, El yo
y los mecanismos de defensa, de Anna Freud en 1936,
que se ha convertido en la obra central sobre la cues­
tión.
La nueva tópica y la psicología del yo
112
Como ocurre con frecuencia, la generalización del
uso de un vocablo científico obedece al descubrimiento
y determinación de una nueva cuestión. Así como la
segunda tópica otorga una cierta autonomía a las ins­
tancias de la personalidad, -lio, yo y super-yo, y centra
en el yo la dirección racional del comportamiento, tenía
que plantearse el tema de la jerarquía interior de las
instancias y sus posibles subversiones. El autodominio
que siempre se ha considerado señal de madurez huma­
na, no es fácil de conseguir, especialmente en las natura,
lezas pasionales, impulsivas, etc.
El yo, instancia ordenadora y directriz, se encuentra
entre dos fuerzas que pueden llegar a mermar consi­
derablemente su autonomía: el ello, con sus impulsos,
y el super-yo, con una crítica que, en los extremos de
rigor, paraliza cualquier acción. Los límites de opera-
tividad del yo, en esta situación, se estrechan gravemen­
te. Tenemos un yo débil, a merced de fuerzas ajenas a
él. Lo deseable y natural sería precisamente lo contra­
rio: el dominio del yo y la unificación armónica de las
energías internas, o sea un yo fuerte.
El problema no tiene una solución fácil, porque, se­
gún se ha indicado, todas las fuerzas de la personalidad,
incluso las del yo, proceden del ello. El combate no se
puede plantear de modo frontal; así pues, el yo apela
a tácticas indirectas para recobrar su puesto director.
Tales son los mecanismos de defensa que éste pone en
obra para liberarse de impulsos y censuras y ensanchar
su campo de acción.
Aunque estos recursos tácticos se despliegan en el
inconsciente, afloran en el comportamiento observable,
en especial en las relaciones interhumanas, por lo cual
su análisis ha entrado en el campo de la psicología
social, lo cual ha contribuido a aumentar su interés. En
la actualidad se describen sin una articulación ordenada.
Los principales mecanismos de defensa son: la ra­
cionalización, que es la invención secundaria, a veces
posterior a la acción, de argumentos y razones que apa­
rentan ser válidos, a efectos de justificar una conducta,
en la cual, el yo ha cedido a impulsos "irracionales” del
La nueva tópica y la psicología del yo
113
ello. El yo débil, intenta mantener, al menos, la cohe­
rencia que le proteja de las críticas del super-yo.
La anulación. Para librarse de un pasado que le ago­
bia y atestigua su debilidad, que le persigue con remor­
dimientos o desánimo, el yo imagina que aquéllo no ha
existido, trata de borrarlo mágicamente, como si su
solo deseo de suprimirlo pudiera conseguirlo. Natural­
mente esto puede conducir a una conducta inconexa y
carente de contacto con la realidad, pueril.
La negación. Es una defensa análoga a la anterior,
pero referida al presente. El sujeto ignora las circuns­
tancias que le plantean dificultades o las situaciones que
no se atreve a superar y que le producirían una angustia
paralizante. Es una huida de la realidad o de parte de
ella.
La introyección. Si el yo no tiene fuerzas suficientes
para vencer los obstáculos que dificultan el estableci­
miento de una relación afectiva con una persona (objeto
libidinal), "regresa” a las formas infantiles de su sexua­
lidad, y crea dentro de sí la representación del otro,
como si se lo hubiera incorporado. Lo que debía haber
sido un diálogo entre personas reales, se convierte en
un monólogo con un fantasma.
La proyección. Es un procedimiento defensivo de
muy frecuente empleo y que ha sido estudiado en varias
ocasiones. Las pulsiones internas que el yo no se atreve
a afrontar, son referidas, puestas en objetos exteriores
como si vinieran de ellos, con lo cual se invierte su sen­
tido: el odio a otro se convierte en el odio que me tiene
el otro, el perseguidor se siente como perseguido, el
amante como amado, etc.
El desplazamiento. Consiste en dispersar la carga
emocional a objetos distintos del que inicialmente la
tenía, para facilitar la rápida descarga o para distribuir
la fuerte excitación primera. Los violentos impulsos des­
tructores que siguen a una frustración o a un enfado,
recaen sobre las cosas más próximas; o bien, se culpa
a muchos del ataque de uno solo. *
La formación reactiva. El yo, para defenderse de im­
pulsos propios que no podría vencer y que trastorna­
b a nueva tópica y la psicología del yo
114

rían su equilibrio, adopta las actitudes y la conducta


más opuesta a ellos, y se obstina enfáticamente en man­
tenerla, Asi, para huir de una conducta agresiva que
"tienta” fuertemente al sujeto, puesto que deriva de su
fondo inconsciente, se hace gala de una afectuosidad
excesiva y fuera de lugar. A veces el individuo se monta
un largo ritual simbólico con el mismo fin: ya se ha
citado la obsesión de limpieza corporal, como símbolo
de pureza, en quienes sienten una fuerte tendencia ha­
cia los desórdenes sexuales.
La regresión. Es una defensa de tipo general que
entra en el mecanismo de otras, y que, por lo mismo,
puede calificarse como propensión defensiva. Es una
manifestación clara de inmadurez, de falta de consoli­
dación de la personalidad. Ante una dificultad, o una
satisfacción inesperada y de gran intensidad, el indivi­
duo se porta como un niño, regresa a formas de con­
ducta inadecuadas, tales como, confusión de la realidad
y de lo imaginario, movimientos expresivos desordena­
dos, irrupción incontrolada de afectos, etc.
La sublimación. Forma parte de los "destinos” más
conocidos de las pulsiones, como se expuso en la me-
tapsicologia. Las tendencias libidinosas cambian de ob­
jetivo y lo elevan hacia finalidades desexualizadas y ad­
mitidas como valores positivos por la sociedad. La agre­
sividad pasa a ser espíritu emprendedor; la sexualidad,
amor desinteresado al prójimo, etc.
La mayoría de los indicados mecanismos de defensa,
son recursos momentáneos del yo para soslayar fuertes
tensiones que desintegrarían a la personalidad. En al­
gunos casos, son procedimientos que acarrean nuevas
dificultades. Sólo la sublimación ofrece una salida cons­
tructiva y eficaz.

La nueva tópica y la psicología del yo


115
Interpretación de la religión
y de la.cultura

La simple lectura de los titulos de las obras de Freud,


dispuestos por orden cronológico, muestra que las cues­
tiones que polarizan su atención, se inscriben en dos
líneas temáticas, una de las cuales se va debilitando
progresivamente por haber alcanzado su objetivo, mien­
tras que la otra se intensifica hasta la muerte del autor.
En la primera, Freud como médico preocupado por
los síntomas patológicos de sus enfermos, estudia los ca­
minos que le conducen a la exploración del inconscien­
te, los hallazgos efectuados y la interpretación del psi-
quismo que deriva de todo ello, lo cual permite formular
un sistema explicativo capaz de dar razón de la estruc­
tura profunda del ser humano y de las dificultades de
su desarrollo y de su conducta.
En la segunda, el pensador Freud reflexiona sobre
los fenómenos más relevantes de la cultura del mundo,
tal como se ofrecen en su época, y, así, se hace proble­
ma de su vigencia y de su sentido. Partícipe o no el
autor en el aprecio que les concede el ambiente, lo cier­
to es que tales fenómenos (arte, religión, ideologías)
son factores importantes de la vida individual y colec­
tiva que han de ser explicados también.
Las opiniones de Freud sobre los valores culturales,
el problemático progreso de la historia, las ventajas o
desventajas de la técnica, etc. presentan siempre dos
caracteres:
En primer lugar, se apoyan en los descubrimientos
efectuados por la investigación psicoanalitica anterior,
y en las ideas de los científicos interesados por los mis­
Interpretación de la religión y de la cultura
116

mos temas, y del mayor prestigio en su tiempo. Natu­


ralmente, y sobre todo por esta aportación extrínseca,
las afirmaciones de Freud, pueden haber sido superadas
en algunos aspectos y contradichas en otros.
En segundo lugar, la actitud primera de Freud ante
las representaciones y símbolos de la cultura es de fran­
ca reserva. No sólo por su hábito científico, sino porque
el psicoanálisis es un método especializado en desmon­
tar artificios de la fantasía, que sólo sirven para subs­
tituir con ilusiones, las deficiencias de la vida real. Añá­
dase a esto, el escepticismo y la desconfianza que trans-
parentan todas sus obras de vejez.
La interpretación psicoanalítica de la cultura, no sólo
cuenta como un esfuerzo radical de la época para poner
en claro los últimos postulados de la vida humana, sino
que representa —y esto es muy importante— una acti­
tud crítica de la propia cultura, nacida en el mismo sue­
lo donde se cultivan y estiman los valores que van a ser
objeto de reflexión. Es esta segunda vertiente, subjetiva,
la que perdura, muerto Freud, incluso si no se aceptan
las conclusiones de su análisis.
A.—La “ilusión" religiosa.
El ambiente familiar que formó la infancia de Freud
era de carácter liberal, ilustrado y poco propicio al ri­
tualismo típico de los judíos tradicionales. Muy pronto
el joven Freud leyó los principales textos religiosos ju­
daicos, especialmente la Thora, y pudo comparar sus
doctrinas con las informaciones que iba adquiriendo
sobre la mitología clásica y las creencias de los pueblos
primitivos. En resumen, enfocó la religión como hecho
histórico ampliamente difundido y enormemente diver­
so, pero ni en su infancia, ni en el resto de su vida, tuvo
creencia alguna.
El enfoque teórico del problema responde a esta ac­
titud.
Por una parte, siempre trató de explicar psicológi­
camente el origen y la perduración de las creencias, ape­
lando a la imaginación del que las profesa. Ciertamente
Interpretación de la religión y de la cultura
117

Freud con Emest Jones en el Cobenzi, 1919.

Interpretación de la religión y de la cultura


118

que, para el sujeto, no son sólo elaboraciones arbitrarias


de su fantasía, sino que les otorga un mínimo apoyo
en la realidad, que se constituye en testimonio de la
verdad de lo creído; pero es fácil de explicar el proce­
so. Como pasa en algunas neurosis, la creencia se pro­
yecta al mundo y éste es aprehendido, "visto’’, conforme
al esquema que lo interpreta.
Tanto los pueblos primitivos, como las personas su­
persticiosas entre los civilizados, muestran el ejemplo
vivo de esta deformación. Los fenómenos extraños o
inusitados; las desgracias especialmente trágicas; la
persistencia de un determinado tipo de acontecimientos,
favorables o adversos, etc. producen espanto, y quienes
los viven, los atribuyen a seres animados, relativamente
parecidos a los humanos. Así, se origina la creencia en
seres trascendentes. A medida que se van conociendo los
fenómenos naturales y la regularidad de sus leyes, desa­
parecen los supuestos agentes superiores.
Por otra parte, la práctica religiosa se compone de
ceremonias, actos de culto, ritos, etc., que se han de
repetir según unas pautas invariables. Muchos de ellos
se apoyan en una supuesta culpabilidad general, que es
preciso expiar. Otros, tienen la expresa intención de
propiciar la voluntad de los altos poderes a quienes van
dirigidos. Su minucioso cumplimiento tranquiliza el áni­
mo de sus ejecutores.
El psicoanálisis había observado hechos similares en
un cierto tipo de enfermos: los neuróticos obsesivos,
propensos al escrúpulo, las dudas, etc., y que no pueden
evitar la larga cadena de sus actos siempre iguales.
En 1907 y en su trabajo. Actos obsesivos y ejercicios
religiosos, Freud formula la atrevida comparación:
En virtud de tales concordancias y analogías, podría­
mos arriesgarnos a concebir la neurosis obsesiva como
si constituyera una contrapartida patológica de la for­
mación de las religiones, y a calificar de religiosidad
privada a la neurosis, y de neurosis obsesiva universal
a la religión.
En Un recuerdo injantil de Leonardo de Vinci, de
Interpretación de la religión y de la cultura
119

1910, Freud descubre una relación entre el complejo


paternal y la creencia en Dios, relación que va a tener
honda repercusión en sus escritos posteriores acerca
de la religión. El punto de partida del complejo citado,
es el de Edipo, cuya crisis produce una fuerte ambiva­
lencia en la vinculación afectiva del niño a su padre.
El niño quiere intensamente y odia, a la vez, a su pa­
dre, modelo protector y obstáculo a sus deseos inces­
tuosos. El padre es la autoridad en la cual se asienta,
como en un plinto, la familia, "hasta el punto de que se
siente vacilar al mundo entero cuando tal autoridad
parece amenazada" y, a continuación, agrega la tesis,
según la cual, "el Dios personal no es, psicológicamente,
sino una substitución del padre".
El corolario de la misma es el hecho de observación
que muchos jóvenes pierden la fe religiosa en cuanto
se desmorona, para ellos, la autoridad paterna. Según
Freud, existe una razón biológica de la religiosidad, y es
la impotencia y necesidad de protección en que nace el
hombre. Cuando, ya adulto, vuelve a hallarse inerme
y débil ante las grandes potencias del ambiente, siente
la nostalgia de los progenitores, que le protegieron en
sus años infantiles, y haciendo una regresión a aquellas
vivencias primeras, sublima y magnífica a sus padres,
que pasan a.ser «Dios omnipotente y justo y la bonda­
dosa Naturaleza».
De esta manera, se comprende que la fe religiosa sea
una protección contra la neurosis; el creyente tiene
ventaja sobre el no-creyente porque su religión le libera
del complejo patemo-matemo, es decir de los residuos
del Edipo no resueltos del todo, los cuales, mientras per­
duren, determinan una íntima conciencia de culpabili­
dad, que el no creyente ha de afrontar solo y sin recur­
sos, en contraste con aquél que puede recurrir a Dios
para que le ayude.
En 1912 se publicó Tótem y tabú, para cuya redac­
ción Freud tuvo que consultar muchas obras de antro­
pología y etnología, en especial las de Frazer, Totemis­
mo y exogamia, de Wundt, Psicología de los pueblos y
de Robertson Smith, La Religión de los semitas, que es
Interpretación de la religión y de la cultura
120

la que concuerda más con sus propias tesis.


Tótem y tabú constituye una aplicación de los des­
cubrimientos del psicoanálisis en el campo de la inter­
pretación de los sueños y de la neurosis sobre los datos
proporcionados por la etnología, en especial las varie­
dades del tabú. De esta manera se conseguía un doble
objetivo, ayudar al etnólogo en sus investigaciones, y
confirmar los hallazgos del psicoanálisis apelando a las
instituciones y creencias de los primitivos.
En cuanto al sentido de esta palabra y a su relación
con los civilizados, Freud estaba seguro de que los pri­
mitivos son los remanentes que nos quedan de una fase
anterior de nuestro propio desarrollo, de una "prehisto­
ria" general de la humanidad. Por otra parte, los "pri­
mitivos" presentan muchos rasgos que los asemejan a
los neuróticos, entre los cuales sobresale su gran am­
bivalencia afectiva, corriente en personalidades poco es­
tructuradas.
Procedamos, primero, a fijar el sentido del título.
Tótem es un
animal comestible y, más raramente, una planta o una
fuerza natural (lluvia, agua), que se halla en una rela­
ción particular con la totalidad del grupo. El tótem es,
en primer lugar, el antepasado del clan, y en segundo,
su espíritu protector y su bienhechor.

Los individuos que tienen el mismo tótem, tienen la


obligación sagrada de respetar su vida y de abstenerse
de comer su carne, bajo pena de un castigo automático
e inmediato. El tótem se transmite hereditariamente, y
este vínculo, es el fundamento de todas las obligaciones
sociales del individuo. En particular, los miembros de
un mism^ tótem no pueden tener relaciones sexuales
entre sí, «, naturalmente, casarse. Del totemismo deri­
va pues, .a exogamia.
Tabú, es ¿na prohibición, análoga a la que va unida
al término «omano “sacer”, que carece de todo funda­
mento y que despierta un “temor sagrado".
Freud empieza por analizar el horror al incesto —y
Interpretación de la religión y de la cultura
121
la contrapartida lógica, el precepto de exogamia— que
repercute en todas las instituciones primitivas: La me*
ticulosidad y rigor de las normas que prohíben el in­
cesto son tales, que, forzosamente los primitivos han
de sentirse inconscientemente muy inclinados a su co­
misión. El psicoanálisis ha demostrado que la tendencia
incestuosa es propia del psiquismo infantil y neurótico.
Así pues, se comprueba la similitud del psiquismo pri­
mitivo y del neurótico.
Las descripciones de los etnólogos sobre el tabú,
coinciden en que los primitivos no lo entienden sólo
como un veto o prohibición, sino que el tabú tiene una
potente fuerza interna que se comunica por contacto.
Sus efectos son tolerables o no, según el receptor. Quien
lo viola se convierte a su vez en prohibido o interdicto,
como si se hubiera contagiado de la sacralidad del tabú.
Ahora bien, el psicoanálisis ha estudiado un tipo de
enfermos, los neuróticos obsesivos, que centran sus sín­
tomas precisamente en el contacto, y que efectúan tam­
bién "desplazamientos” de sus reservas e inquietudes a
varias otras cosas, que creen que están en conexión con
aquellas que son objeto directo de sus obsesiones.
Seguramente el tabú, como la obsesión neurótica,
proceden de una prohibición muy antigua, que, desde
el exterior del individuo, se opuso a una tendencia muy
fuerte hacia determinadas acciones placenteras. Como
que los impulsos prohibidos no se acallaron, el sujeto
recurrió a series de actos rituales, siempre repetidos,
que le mantuvieran absorto en la meticulosidad de las
ceremonias marginales y le ”distrajeran” de aquello que
su inconsciente ansiaba cometer. La ambivalencia del
tabú es uno de sus caracteres más universales: por esto
es lo tentador, por antonomasia, lo demoníaco. Las obras
de Frazer, citadas ampliamente por Freud, lo ilustran
con numerosos ejemplos.
Sin embargo, el tabú y la neurosis obsesiva difieren
en cuanto al objeto cuyo contacto es deseado y temido.
Para el primitivo, se trata de la persona del jefe o de
los objetos que le pertenecen, cuyo acceso le está prohi­
bido a fin de que se mantenga firme la jerarquía social:
Interpretación de la religión y de la cultura
122
es la "distancia", el "respeto" sagrado, que impide tam­
bién imitar a quien está por encima de los demás, o es
también la protección de su vida, que no puede conta­
minarse. Para el neurótico, el contacto prohibido, proce­
de de sus primeros actos de "tocar” sus órganos sexua­
les, que fueron vetados por la autoridad de los mayores,
y vinculados, pronto, al complejo de castración.
La conciencia moral presenta caracteres parecidos al
tabú de los primitivos. El primero, la íntima conexión
de la repulsa y el deseo. Su contenido no son los actos,
en su estricta materialidad física, sino en cuanto desea­
dos por el sujeto. La culpabilidad supone una compli­
cidad o contaminación del agente con su obra. Mientras
persista el vínculo, el sujeto se siente culpable, y, por
esto, no es la reparación lo que puede librarle de ello,
sino la expiación.
Como en el tabú, las normas de la conciencia no ad­
miten razones: se imponen inexorablemente, como exi­
gencias últimas. Ponerlas en duda es la raíz de la culpa.
La conciencia moral implica la angustia inconsciente,
y la procedencia de ésta no puede ser otra que la repre­
sión de unos impulsos que no ha llegado a ser total.
La amenaza de su reaparición es lo que produce la an­
gustia.
Nuevamente, el psicoanálisis permite interpretar el
sentido de los estadios por los que ha pasado la huma­
nidad en el curso de su evolución. El primero y más
interesante fue el animismo, que puebla al mundo de
infinitos seres espirituales, benéficos o maléficos, que
son los autores últimos de cuanto ocurre. Los seres hu­
manos están, como todo, "animados" también. Las al­
mas pueden transmigrar de los cuerpos que las alejan.
Los fenómenos que incitaron a los primitivos a esta
creencia, fueron, sobre todo, las imágenes de los sueños
y el anhelo de mantener, en alguna parte, la continui­
dad de la existencia de los muertos.
El acto de magia, derivación técnica del animismo,
supone que una relación ideal (deseo o enemistad) se
convierte en eficacia real, sólo por el poder del autor
o el cumplimiento de determinados requisitos. Lo más
Interpretación de la religión y de la cultura
123
corriente es la producción previa de acontecimientos pa­
recidos al deseado, pero de menor escala. Así se provo­
ca la lluvia, vertiendo agua a través de un cedazo, o se
asegura la fertilidad de la tierra, realizando los actos
sexuales en su suelo.
La "omnipotencia de las ideas", típica de la magia,
se presenta igualmente en la neurosis obsesiva, pero,
donde cabe hallar su explicación psicoanalítica, es en
el narcisismo, y, por tanto, en estrecha relación con una
forma de sexualidad, que se desarrolla en la infancia.
Los estadios siguientes fueron el religioso y el cien­
tífico.
El estadio religioso corresponde a la fijación de la
libido a los padres y su ulterior objetivación en poderes
superiores que los representan.
El último estadio, el científico, equivale a la madu­
rez psicológica, en la cual, el individuo renuncia al prin­
cipio del placer y lo substituye por el de realidad, lo
que indica que ha adaptado sus tendencias libidinosas
al mundo exterior, y que ha superado la etapa de las
satisfacciones alucinatorias, ficticias, mudándolas por
las reales.
Con frecuencia, el método terapéutico psicoanalítico
había recurrido a la interpretación de los sueños y, en
general, de los síntomas de los enfermos neuróticos,
para conseguir un cierto conocimiento de las circuns­
tancias de su infancia, que la memoria era incapaz de
evocar. Analógicamente, Freud va a intentar explorar
el origen de algunas instituciones de los pueblos primi­
tivos, en particular el totemismo, a partir de la inter­
pretación de sus creencias "ilusorias" y de sus costum­
bres y prácticas. La generalización del método se justi­
fica por las múltiples semejanzas entre dichas creencias
y las neurosis.
A esto, se añade una hipótesis de Darwin, que Freud
acepta, sobre el estado social primitivo de la humanidad,
y que sostiene que los hombres vivieron primitivamente
en pequeñas sociedades, teniendo generalmente cada
uno una sola mujer, y, a veces, si poseía un alto grado
de poderío, varias, que defendía celosamente contra to­
Interpretación de la religión y de la cultura
124

dos los demás hombres. Supuesto que el hombre no


fuera un animal social, como el gorila, la alternativa
sería que cada grupo poseería un solo macho adulto
y varias hembras. Los otros machos competidores ha­
brían sido expulsados o muertos por el más fuerte. Na­
turalmente, de la doctrina darwiniana deriva la exoga­
mia de los machos jóvenes.
Freud, basándose en datos etnológicos, y sobre todo
en una comunicación de Ferenczi, su discípulo, sostiene
que el animal totémico es la figura substitutiva de un
antepasado remoto de los miembros del clan, el padre
de la horda primitiva.
La influencia decisiva que llevó a Freud a su doctri­
na sobre el origen del totemismo, provino de Robertson
Smith y de su interpretación de la "comida totémica”:
Los antiguos sacrificios sobre el altar fueron, en un
principio, un acto de camaradería entre la divinidad y
sus adoradores, una comida solemne, que consagraba
la unión del clan. Enlazando esta ceremonia con la an­
terior hipótesis de Darwin, Freud expone en 1925, la
última versión de su tesis, que transcribimos:
El asesinato del padre es el nodulo del totem ism o
y el punto de p artid a de la form ación de las religio­
nes.
El padre de la horda prim itiva habría m onopoliza­
do despóticam ente a todas las m ujeres, expulsando
o m atando a sus hijos, peligrosos com o rivales. Pero
un día, se reunieron estos hijos, asesinando al padre,
que había sido su enemigo, pero tam bién su ideal, y
com iéndose el cadáver. Después de este hecho, no
pudieron, sin em bargo, apoderarse de su herencia, pues
surgió en tre ellos la rivalidad. Bajo la influencia de
este fracaso y del rem ordim iento, aprendieron a so­
p o rtarse unos a otros, uniéndose en un clan fraternal,
regido por los principios del totem ism o, que tendían a
excluir la repetición del crim en, y renunciaron todos
a la posesión de las m ujeres, m otivo del asesinato
del padre. De este m odo, surgió la exogam ia, íntim a­
m ente enlazada con el totem ism o. La com ida totém i­
ca sería la fiesta conm em orativa del m onstruoso ase­
sinato, del cual procedería la conciencia hum ana de la

Interpretación de la religión y de la cultura


125

Sigmund Freud en 1938.

Interpretación de la religión y de la cultura


126

culpabilidad (pecado original), punto de partida de


la organización social, la religión y la restricción mo­
ral.
Una vez abandonada la sustitución del padre por
el animal totémico, el padre primitivo, temido, odia­
do, adorado y envidiado, se convirtió en el prototipo
de la divinidad.
Esta teoría de la religión arroja viva luz sobre el
fundamento psicológico del cristianismo, en el cual
perdura, sin disfraz alguno, la ceremonia de la comi­
da totémica, en el sacramento de la comunión.
Como indica el mismo Freud, aquí se conjuga la
descripción etnológica del totemismo con el complejo
de Edipo, y el deseo del niño de matar al padre para
unirse sexualmente con la madre.
La contrapartida de Tótem y tabú, y a la vez su con­
tinuación, es la obra, el Porvenir de una ilusión, de 1927.
Claramente indica el título que su autor se va a referir
al futuro, al revés de Tótem y tabú.
Freud no tenía en gran estima a este nuevo libro;
lo calificaba de infantil, débil desde el punto de vista
analítico, e inadecuado como confesión. Preveía que des­
pertaría muchas críticas y no se equivocó. Incluso la
redacción recurre al artificio de suponer que un adver­
sario, lector de la obra, le está replicando en alternan­
cia con sus doctrinas y opiniones.
La cultura humana, desde sus formas más primitivas
hasta la civilización actual, se ha desarrollado en dos
pincipales campos, a saber; como conocimiento, con
sus aplicaciones técnicas, y como una normativa regu­
ladora de las relaciones interhumanas.
Los progresos del conocimiento han permitido un do­
minio cada vez mayor de la naturaleza. Sin embargo
tanto en las ciencias físicas como en las biológicas, no
se ha llegado a los fines deseados. Muchos sectores de
la realidad se sustraen a la previsión y al control del
hombre, y, con frecuencia, amenazan su existencia. Lo
mismo ocurre con la salud y la duración de la vida
orgánica.
La convivencia humana tampoco ha podido ser regu­
Interpretación de la religión y de la cultura
127

lada de forma satisfactoria. Los sacrificios que impone


la cultura a los impulsos naturales, crea un estado de
represión, cada vez más acentuado, y que hace de la
felicidad, un ideal problemático.
De ahí que, el hombre, a pesar de tales progresos,
se encuentra débil y desvalido como lo fuera en su pri­
mera infancia. Para compensar esta deficiencia, los pue­
blos han desplegado una serie diversa de creencias reli­
giosas, que pretenden dar respuesta a las cuestiones
últimas y más importantes de su existencia. Tales inte­
rrogantes son los que no resuelve la ciencia rigurosa,
referida a los hechos próximos, ni entran en la regula­
ción positiva de la convivencia civilizada.
Entonces, cabe preguntarse por el fundamento y el
valor de verdad de los principios religiosos. No parece
licito sustraerlos a la crítica racional y colocarlos en un
terreno superior, al cual sólo tiene acceso la fe. Tam­
poco parece adecuado el reducirlos a hipótesis transito­
rias para salir del paso ante lo incomprensible.
Lo cierto es, que las ideas religiosas, ni derivan de
la experiencia, ni las exige la razón. Según Freud, los
dogmas, son "en realidad «ilusiones*, realizaciones de
los deseos más antiguos, intensos y apremiantes de la
humanidad. El secreto de su fuerza está en la fuerza
de estos deseos”.
Puede haber habido autores, según los cuales, la co­
rrespondencia de los dogmas religiosos con la natura­
leza del hombre y sus debilidades, sea una prueba segura
de la verdad de la religión. Para Freud esta concordan­
cia es sospechosa, "demasiado humana”. Asi, a los peli­
gros imprevisibles que nos acechan, oponemos el «go­
bierno bondadoso de la divina providencia»; los desen­
gaños y las tragedias de la injusticia y la brutalidad, en
todos los órdenes, tienen el contrapeso de un orden
moral universal que asegurará la victoria final de la
justicia; la limitación y las debilidades de la corta exis­
tencia humana, se compensan mediante una inmortali­
dad futura.
Es preciso aclarar el sentido de la palabra "ilusión*.
No es simplemente un error, sino que es una represen­
interpretación de la religión y de la cultura
128
tación derivada de un deseo. De algún modo, se puede
comparar a una idea delirante, pero con la diferencia
de que no es forzosamente falsa. La ilusión prescinde de
la realidad, sólo es fiel a un deseo. Por esto los dogmas
son indemostrables.
No pueden negarse los grandes servicios que la reli­
gión ha prestado a la civilización humana; precisamen­
te, por lo que se acaba de indicar, como consuelo y es­
peranza, y también porque ha afianzado las normas de
convivencia humana y ha prohibido los impulsos aso­
ciales.
Pero, por otra parte, las representaciones religiosas
no sólo son "ilusiones", realizaciones de deseos, sino que
incluyen reminiscencias de estados anteriores de la hu­
manidad, literalmente, neuróticos. Significa esto, que en
aquellos períodos históricos, el grupo no pudo dominar,
directa y racionalmente a sus impulsos, y tuvo que re­
currir a una represión cargada de afectividad y a las
representaciones correspondientes. Concluye Freud:
La religión sería la neurosis obsesiva de la colectivi­
dad humana, y, lo mismo que la del niño, provendría
del complejo de Edipo, en la relación con el padre.
Conforme a esta teoría, hemos de suponer que el
abandono de la religión se cumplirá con toda la inexo­
rable fatalidad de un proceso de crecimiento, y que
en la actualidad nos encontramos ya dentro de esta
fase de la evolución.

Sería insensato querer desarraigar de pronto y vio­


lentamente a la religión: El creyente está "habituado”
a ella. Pero, del mismo modo que el hombre no puede
ser siempre niño, sino que ha de afrontar a la realidad,
tal y como es, sin "ilusiones que la deformen”, así tam­
bién, aunque el camino sea largo y la adaptación difícil,
el futuro del hombre estará abierto sólo por la inteli­
gencia y el conocimiento científico. Posiblemente ello
suponga renunciar a algunas de sus esperanzas más
caras, pero en este caso, es seguro que estaban funda­
das en ilusiones.
Interpretación de la religión y de la cultura
129
B.—La sociología.
Siguiendo el ejemplo de E. Jones, esta sección inclui­
rá dos obras de Freud de difícil clasificación: Psicolo­
gía colectiva {de las masas) y análisis del yo, de 1921,
y El malestar en la cultura, de 1930.
La primera se refiere a los vínculos que agrupan a
los hombres que componen una colectividad, los fenó­
menos psíquicos que se producen en tal situación y los
niveles de la personalidad que la hacen posible. Ello
da pie a Freud para insistir, con nuevas observaciones,
sobre temas anteriores.
El malestar en la cultura constituye una viva refle­
xión sobre la servidumbre y la represión que impone
la vida civilizada moderna, tanto a la sexualidad como
a la agresividad, y, sobre las dificultades que supone
el llegar a ser feliz en estas condiciones.
La psicología de las masas inaugura la psicología
social freudiana. Las investigaciones precedentes se ha­
bían referido —casi, sin excepción— al hombre, como
individuo particular. Ciertamente, su psiquismo incluía
constantes alusiones a los demás, muchas veces identi­
ficados a él y, por tanto, presentes en todos los niveles
de su personalidad. Pero, en este libro, se abordan te­
mas tales como la simpatía primitiva, el contagio afecti­
vo, la comprensión expresiva externa, etc., que pertene­
cen de lleno al campo social.
La primera cuestión estudiada es la referente al
"alma colectiva”, tesis del autor francés Le Bon, según
la cual las multitudes son entidades globales unitarias,
distintas de la suma de los individuos que las componen
y capaces de alterar las reacciones de éstos, cuando
obran por separado. Para explicar esta especie de "fu­
sión" uniformadora, aquel autor supone que hay un
alma que conforma a todos y les da un sentir, pensar
y obrar nuevos. Los individuos en la multitud se sienten
más fuertes e irresponsables, caen en un contagio ex­
presivo típico y se hacen extremadamente sugestibles.
Estos caracteres, y otros más, son fácilmente obser­
vables, pero Freud no admite la tesis de Le Bon, que
Interpretación de la religión y de la cultura
130
en realidad es una mera imagen verbal. Su explicación
es que la unidad del grupo se debe a la identificación
de los individuos que lo integran con la figura del jefe.
Por de pronto, la identificación es un proceso muy pri­
mitivo y que se desarrolla con gran frecuencia; además,
los individuos de la masa tienen una amplia comunidad
afectiva por esta convergencia de todos hacia el jefe;
y lo que es más importante, la identificación se verifica
cambiando el ideal del yo de cada uno por el ideal de
la masa, encarnado en el jefe de ella. Si éste reúne y
expresa las cualidades típicas de todos, y las potencia
con su poder y prestigio, la identificación es tan com­
pleta, que se puede hablar de entusiasmo y sugestión.
Freud trae a colación dos masas, que él denomina
“artificiales", porque sobre ellas actúa una coerción ex­
terior que las preserva de la disolución y las mantiene
sin modificaciones de estructura. Son la Iglesia y el
Ejército.
En ambas, reina la misma ilusión: la presencia de
un jefe, visible o invisible, que ama a todos sus miem­
bros (Cristo en la Iglesia). Lo mismo dígase de los gran­
des capitanes del Ejército. La relación recíproca del
jefe a los individuos de la base, da la verdadera singu­
laridad del grupo, la cual, inevitablemente, produce in­
tolerancia para los que se desvian (herejes, por ejem­
plo) y represión automática contra los que desintegran
el contorno (prófugos, desertores, etc.).
La masa está unida por la red de lazos libidinales
que la atraviesan.
La explicación de la unidad de la masa, dada por
Freud, emparenta a los fenómenos colectivos con la su­
gestión hipnótica y el enamoramiento. En los tres se da
la mencionada substitución, con la única salvedad de
que el enamoramiento lleva a cabo, además, una idea-
litación del objeto.
Freud rechaza la hipótesis del instinto gregario, a la
cual se recurre para explicar los fenómenos de masa.
Frente a la conocida calificación que hace del hombre
un “animal gregario", Freud propone que se le llame un
Interpretación de la religión y de la cultura
131
"animal de horda", porque siempre se une en una colec­
tividad presidida por un jefe.
En los albores de la historia humana, fue el padre
de la horda primitiva, el superhombre, cuyo adveni­
miento esperaba Nietzsche en un lejano futuro.
Resulta, pues, que la psicología colectiva es la psi-
cología humana más antigua. El primer poeta épico in­
ventó el mito heroico, que ensalzó a quien había dado
muerte al padre y le había suplantado. Así surgía un
nuevo ideal del yo de los componentes de la horda. El
mito fue el paso mediante el cual el individuo se separó
de la psicología colectiva.
En 1930, Freud publicó El malestar en la cultura,
libro que viene a ser como un epílogo de su obra entera.
A sus 74 años, resume los puntos más salientes de su
doctrina, en especial los que habían sido aceptados con
más reservas, como el principio de muerte, y, desde la
dilatada perspectiva que permite la vejez, enjuicia, en
una pausada e ideal conversación, las preocupaciones
de sus contemporáneos, más jóvenes, y, por tanto, pro­
yectados hacia el futuro.
El título, en su versión castellana corriente, presen­
ta ambigüedades. El término alemán "Unbehagen”, tra­
ducido por malestar, quiere decir propiamente incomo­
didad, pesadez, desazón. El hombre moderno no se sien­
te cómodo, "a sus anchas”, en el ambiente donde vive,
la cultura. Son tantas las restricciones a que le obli­
ga la civilización, que no puede desplegar naturalmente
sus tendencias, y, satisfacerlas.
El otro término, "cultura”, tampoco tiene un sentido
preciso. Para Freud, cultura no significa ilustración o
formación intelectual, sino el conjunto de normas res­
trictivas de los impulsos humanos, sexuales o agresivos,
exigidas para mantener el orden social. Aunque en el
mundo cultural haya un sinfín de valores positivos, como
la exaltación de la convivencia con sus múltiples rela­
ciones sociales, o la producción y el goce del arte, sin
embargo, estos mismos valores provienen de una subli­
mación. y en general, de una renuncia a la satisfacción

Interpretación de la religión y de la cultura


de las pulsiones libidinosas. Por tanto, son substitucio­
nes insatisfactorias que provocan, siempre, una indefi­
nida inquietud.
La obra de Freud comienza con ocasión de un co­
mentario, hecho por su amigo Romain Rolland, a su
interpretación de la religión, expuesta en el Porvenir de
una ilusión (1927). Rolland aduce que la religión res­
ponde a un sentimiento de comunión indefinida con
la naturaleza, que el hombre experimenta algunas veces,
algo de tipo místico, que Freud denomina, por su cuen­
ta, "sentimiento oceánico”. La religión intentaría dar
una configuración intelectual de tal estado. Freud res­
ponde que no ha vivido jamás este sentimiento de in­
mediata pertenencia al mundo. Reconoce que, para él,
la referencia a las cosas ha sido siempre de orden inte­
lectual, inquisitivo, más bien; no se ha ”fundido” con
las cosas, sino que las ha puesto ante sí, a distancia,
como objetos a conocer.
La indistinción a que alude Rolland no es propia del
hombre adulto, sino del niño. De ocurrir, hay que inter­
pretarla como una supervivencia de la infancia, nada
extraña, porque las fases primitivas de lo psíquico, no
se pierden jamás.
Freud concluye ratificando su tesis: la religión pro­
cede sólo del desamparo infantil y de la nostalgia del
padre; sus representaciones son consuelos e ilusiones,
correspondientes a deseos. Porque es incontrovertible
que el hombre quiere ser feliz.
La felicidad encierra un doble objetivo: evitar el do­
lor y el sufrimiento, por una parte, y «experimentar in­
tensas sensaciones placenteras», por otra.
Aunque se haga especial hincapié en esta segunda
vertiente, las posibilidades de sufrimiento son muy
grandes, y pueden venir de tres lados: del propio cuer­
po, del mundo exterior y de las relaciones con los de­
más seres humanos. Por esto, acostumbramos a reba­
jar nuestras pretensiones, y con tal de no sufrir, ya nos
damos por satisfechos. De todos modos, si el mundo
exterior impide la satisfacción de los instintos —senti-
Interpretación de la religión y de la cultura
133

do natural de la felicidad— esto mismo es causa de in­


tensos sufrimientos.
Es frecuente que el hombre trate de conseguir la sa­
tisfacción de sus impulsos esquivando los obstáculos
del mundo exterior, ya sea mediante la sublimación, ya
sea recurriendo a ilusiones o imágenes, como pasa en
el arte, ya sea volviendo la espalda al mundo, como
hace el ermitaño.
No obstante, estos recursos sólo son accesibles a
unos pocos, que han sabido acentuar el tipo de placer
que van a conseguir. En realidad, es tan leve, que sólo
puede servir de refugio fugaz ante las dificultades de
la vida.
Queda el amor, seguramente el mejor camino para
ser felices; pero, por desgracia, es el que nos hace tam­
bién más vulnerables al sufrimiento.
El sufrimiento que procede de la propia flaqueza
corporal, o de la violencia de la naturaleza parece ine­
vitable, al menos dentro de ciertos límites; en cambio,
el que deriva de las relaciones sociales, que en gran par­
te han sido estructuradas y ordenadas por los hombres,
creemos que puede ser combatido y resuelto en prove­
cho de todos.
Parece oportuno plantear dos cuestiones en torno
a esta actitud. La primera es de si el sufrimiento que
deriva de la convivencia, obedece sólo a defectos de la
regulación humana, o hay en ello un obstáculo natural
invencible. Es improbable que el ser humano, racional
y previsor, no haya conseguido una buena regulación.
La segunda cuestión es, que ante la otra alternativa
posible, quizá sería mejor abandonar la cultura y volver
a formas de vida más primitivas.
La cultura, como regulación unitaria de la vida en
común, es el Derecho que restringe las posibilidades de
satisfacción de cada uno en aras de los demás. La cul­
tura limita la libertad y es frustrante. La etnología pone
de manifiesto que, ya en los primitivos, la vida sexual es
objeto de prohibiciones, tabús. Porque,

la cultura obedece al imperio de la necesidad psíquica


Interpretación de ia religión y de la cultura
134

económica, pues se ve obligada a sustraer a la sexua­


lidad gran parte de la energía psíquica que necesita
para su propio consumo.

O sea, los rodeos y mediaciones que ha sido nece­


sario interponer entre los impulsos humanos y su satis­
facción, sólo pueden funcionar, si se demora el goce in­
mediato, y queda una energía excedente, no satisfecha,
que por su inquietud, se convierte en trabajo.
Se corre, sin embargo, el riesgo de la neurosis, por­
que, como ha explicado el psicoanálisis, las frustracio­
nes sexuales son su causa. De donde cabe inferir que
siempre habrá un antagonismo entre la cultura (en el
sentido ya conocido) y la sexualidad.
Las innumerables restricciones que la civilización
conlleva, difícilmente son compatibles con la felicidad.
Por esto, el primitivo, tenía menos poder, pero podía
ser más feliz.
El moderno civilizado ha trocado una parte de po­
sible felicidad por una parte de seguridad; pero, no
olvidemos que, en la familia primitiva, sólo el jefe
gozaba de semejante libertad de los instintos, mien­
tras que los demás vivaín oprimidos como esclavos.

El hombre es, además, un ser dotado de agresividad,


que, de no estar reprimida, pondría en peligro la vida
en común. Normas, sanciones, ideologías tratan de po­
ner barreras, más o menos eficaces.
La cultura se defiende contra la agresividad, no sólo
con actos físicos de protección, sino "introyectándola"
en los individuos. El super-yo de cada uno de ellos, su
conciencia moral, se hace eco de las represiones e im­
perativos culturales; desde la infancia, los introduce en
sí mismo y los asimila. Bajo su fuerza coactiva, la agre­
sividad cambia de dirección, y lo que podía ser destruc­
ción de lo externo, se convierte en auto-castigo, en
sentimiento de culpabilidad, siempre vigilante. Las frus­
traciones de la vida moderna, mucho más frecuentes
por las constantes incitaciones que se presentan a sus
Interpretación de la religión y de la cultura
135
protagonistas, acentúan el rigor del super-yo: el fracaso,
da más énfasis a la culpa.
Se puede establecer una relación entre la culpabi­
lidad y el progreso de la cultura: ambas aumentan en el
mismo sentido. El corolario es inevitable; a medida que
progresa la culpabilidad, menos feliz va a ser el hombre.
Esta afirmación, debe ser entendida según los prin­
cipios del psicoanálisis, a saber, que dicha culpabilidad
es inconsciente, y, por tanto, previa a toda acción
"mala”. No tiene nada que ver con el remordimiento,
y va siempre acompañada de angustia, por el peligro
de la censura del super-yo.
Por analogía con lo que ocurre en el ser humano
individual, el mismo proceso que se ha expuesto acon­
tece a la cultura, como un todo. Posiblemente, nuestra
cultura se haya vuelto “neurótica”, por la acentuación
de las represiones que condicionan su funcionamiento.
En tal caso, algunas irregularidades que presenta, po­
drían ser sintomáticas, por tanto, formaciones de com­
promiso entre la represión excesiva y las fuerzas impul­
sivas.
El porvenir de la especie humana está pendiente de
la superación de las perturbaciones que proceden de la
agresividad y la autodestrucción, y, por consiguiente,
de la lucha entre los principios primeros: Eros y la
muerte.
C.—La figura de Moisés.
Seguramente, las tres personalidades históricas que
tuvieron mayor atractivo para Freud, fueron Moisés,
Leonardo y Shakespeare.
Especialmente el primero, con el cual, en buena par­
te, se identificaba. Como él, había fundado un "grupo
escogido”, le había dado unas normas, y había tenido
que protegerlo de disensiones internas graves.
Dos son los ensayos dedicados a Moisés: el primero,
lleva por título El Moisés de Miguel Angel y fue publi­
cado en 1914 en la revista Imago; el segundo, Moisés
y el monoteísmo, es de 1939, el mismo año de la muerte
del autor.
Interpretación de la religión y de la cultura
136
Son totalmente diferentes, en su contenido y sentido,
pero se centran en el mismo personaje; una vez, para
interpretar su expresión en la escultura, la otra, para ex­
plorar sus orígenes históricos.
En la estatua de Miguel Angel, Moisés está represen­
tado sentado, y, con su brazo derecho, protege las Ta­
blas de la Ley. Parece mirar, amenazador, a su pueblo,
que ha vuelto a caer en la idolatría; pero lo interesante
de la expresión de Moisés, no está, según Freud, en la
previsión de la actitud que va a tomar, sino en cuanto
manifiesta la terminación de un movimiento anterior, a
saber, el salvar físicamente las Tablas.
Los rasgos de la cara y la postura general del cuerpo
indican un tenso equilibrio entre dos fuerzas que luchan
en el ánimo del profeta: el desprecio agresivo frente
a su pueblo, y la fidelidad a su misión.
Miguel Angel ha sabido revelar la crisis interior del
personaje bíblico mediante la colocación de las piernas
y el juego de la mano con la fluida barba.
Freud estudia, minuciosamente, los detalles de la
obra escultórica, la contraposición de la mirada fulmi­
nante con la retención que muestran el brazo y la mano;
los movimientos anteriores posibles del brazo izquierdo,
etc. de modo análogo a cómo la interpretación de un
sueño permite poner al descubierto los impulsos pre­
cedentes que lo han determinado.
Moisés y el monoteísmo, su último libro, era tenido
por su autor como una "novela histórica". En él se en­
tretejen dos temas: el histórico, acerca de la personali­
dad de Moisés y el origen de la religión judaica, y el psi-
coanalítico, que aspiraba a comprobar la aplicación de
las tesis iniciadas en Tótem y tabú, en el caso de las
grandes religiones monoteístas.
El análisis del nombre y la interpretación de la le­
yenda bíblica, llevan a Freud a la conclusión de que Moi­
sés era egipcio y de alta cuna.
En Egipto y durante la XVIII dinastía (Siglo xiv
a. C.) el faraón Amenhotep IV había fundado la reli­
gión monoteísta del sol, Aton. A su muerte, los sacerdo­
tes del dios desposeído, Amon, promovieron graves de;
Interpretación de la religión y de la cultura
137

sórdenes que acabaron con el dogma recién establecido.


El noble egipcio Moisés, ferviente devoto del monoteís­
mo, tuvo que huir y se refugió en la provincia fronteriza
de Gessen, en la cual moraban diversas tribus semíticas
desde la época de los Hicsos. Las organizó, y emprendió
el Exodo hacia el país de Canaan. Por tanto, Moisés dio
a los judíos la nueva religión egipcia de Aton y acentuó,
más aún, los rasgos monoteístas. También instituyó,
entre los judíos, la circuncisión, que era una práctica
egipcia muy antigua, y que, en adelante, sirvió para di­
ferenciar al "pueblo santo".
Como que el pueblo judío no estaba preparado para
una creencia poco común, y Moisés acentuó, seguramen­
te, el rigor y ascetismo de la nueva religión, se repitió
lo ocurrido a la muerte del faraón: la sublevación po­
pular. Pero, en este caso, fue más grave, Moisés fue
asesinado.
La reacción que el crimen provocó, fue de honda
trascendencia: surgió la conciencia de culpabilidad entre
las personalidades salientes del pueblo judío, y se fue
difundiendo, por lo cual, al revivir el monoteísmo mo­
saico, fue hondamente enriquecido con normas morales,
de justicia y de verdad. Los profetas lo propagaron y
vitalizaron.
Siglos después, un judío romano, Pablo de Tarso,
reivindicó este sentimiento de culpabilidad, y le dio el
nombre de pecado original, adecuado a su remoto punto
de partida. Se había cometido un crimen que, sólo podía
expiar la muerte de un Redentor, Hijo de Dios e ino­
cente.
En este dramático proceso, Moisés, el organizador
del pueblo escogido, ha desempeñado, según Freud, el
papel que corresponde al "gran hombre", que conjuga
la fuerte personalidad con la importancia de la idea que
defiende. Por esta única confluencia, el "gran hombre"
es una causa determinante en el devenir histórico.

Los judíos no pudieron separar jamás la imagen de


Moisés y la de su Dios. Esta intuición fue justa, por­
que el mismo Moisés atribuyó seguramente a Dios,
Interpretación de la religión y de la cultura
138

algunos rasgos de su propio carácter; por ejemplo


la irascibilidad y la implacabilidad. Los judíos, al ma­
tar a su "gran hombre", no hicieron otra cosa que
repetir un crimen que tenía un prototipo más arcaico.

Para terminar, citemos unos versos de Schiller, a su


vez citados por Freud, que si se aplican con plena razón
a Moisés, también pueden, salvadas las distancias, alu­
dir a nuestro autor: Lo que está destinado a vivir eter­
namente en los cantos, debe, antes, perecer en la exis­
tencia.

S ig m u n d F r e u d a s u lle g a d a a L o n d r e s e n 1 9 3 8 .

Interpretación de la religión y de la cultura


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Bibliografía

Obras de Freud
a) Obras completas
en alemán:
Gesammelte Werke (18 vols.). Imago, Londres, 1940-1952.
en inglés:
The Standard Edition (24 vols). Hogarth Press, Londres,
1953-1966.
en castellano:
Obras Completas (17 vols.). Biblioteca Nueva, Madrid,
1922-1934; han sido reeditadas en 3 vols.: 1967-68; y
de nuevo en 1972, en 9 vols., con estudio introduc­
torio de J. Rof Carballo y un índice analítico del Dr.
Numhauser. — Alianza Editorial, Madrid, y en diver­
sos volúmenes de su colección "El libro de bolsillo”,
ha reeditado las Obras Completas de Freud. Ha agre­
gado además el Proyecto de una psicología para neu­
rólogos (n.° 523) y la correspondencia con Fliess, en
el vol. Los orígenes del psicoanálisis, preparado por
María Bonaparte, Anna Freud y E. Kris (vol. 582).
b) Antologías
Freud. — Antología sistemática de Jean Dierkens. Ed.
Oikos Tau, Barcelona, 1972.
Bibliografía
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Diccionarios
Brabant G. Ph. — Claves para el psicoanálisis. Lib. de
la Frontera, Barcelona, 1976.
Doucet F. W. — Diccionario del psicoanálisis clásico.
Ed. Labor (N.C.L.), Barcelona, 1975.
Laplanche, Pontalis. — Diccionario de Psicoanálisis. Ed.
Labor, Barcelona, 1977.
El Psicoanálisis. — Trad. de E. M. A. Ed .Noguer, Barce­
lona, 1977.
Rycroft Ch. — Diccionario de Psicoanálisis. Ed. Paidos,
Buenos Aires, 1976.

Libros sobre la vida y obra de Freud


(Bibliografía en castellano en su casi totalidad)
Adorno, Dirks y otros. — Freud en la actualidad. Ed.
Bar ral, Barcelona, 1971.
Bernfeld, S. — El psicoanálisis y la- educación antiauto­
ritaria. Ed. Barral, Barcelona, 1973.
Bleger, J. — Psicoanálisis y dialéctica marxista. Ed Pai­
dos, Buenos Aires, 1965.
Bosch, García y otros. — Freud y el psioanálisis. Ed.
Salvat —col. G. T.— Barcelona, 1975.
Brown J. A. C. — Freud y los postfreudianos. Fabril
Editora, Buenos Aires, 1963.
Caparrós A. — El pensamiento antropológico de S.
Freud, en Antropologías del s. xx. Ed. Sígueme, Sa­
lamanca, 1976.
Caruso, J. — El psicoanálisis, lenguaje ambiguo. F. C.
Econ, México, 1966.
Charrier, J. P. — El inconsciente y el psicoanálisis. Ed.
Proteo, Buenos Aires, 1970.
Chauchard, P. — El mensaje de Freud, Ed. Fax, Madrid,
1973.
Dolto, F. — Psicoanálisis y pediatría, Ed. Siglo XXI, Mé­
xico, 1974.
Hartman, H. — Ensayos sobre la psicología del yo, F. C
Econ, México, 1969.
Bibliografía
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Hesnard, A. — De Freud a Lacón. Ed. Martínez Roca,
Barcelona, 1976.
Hesnard, A. — La obra de Freud, F. C. Econ, México,
1960.
Huber, Pirón, Vergote. — El conocimiento del hombre
por el psicoanálisis. Ed. Guadarrama, Madrid, 1967.
Jones, E. — La vida y la obra de S. Freud (3 vols.). Ed.
Paidos, Buenos Aires, 1976.
Jones, E. — Edic. abreviada por Trilling y Marcus, de
la obra anterior (3 vols.). Ed. Anagrama, Barcelona,
1970.
Jensen, W. — Gradiva (con la interpertación de Freud).
Ed. Grijalbo, Barcelona, 1977.
Lagache, D. — Los modelos de la personalidad. Ed. Pro­
teo, Buenos Aires, 1969.
Lagache, D. — El psicoanálisis. Ed. Paidós, Buenos
Aires, 1965.
Laplanche, J. — Vida y muerte en psicoanálisis. Amo-
rrortu Ed. Buenos Aires, 1973.
Le Guen, Cl. — El Edipo originario. Amorrortu Ed., Bue­
nos Aires, 1976.
Leclaire, S. — El objeto del psicoanálisis. Siglo XXI ed.,
Buenos Aires, 1972.
Leclaire, S. — Psicoanalizar. Siglo XXI Ed., México, 1972.
Mannoni, O. — Freud. (Col. «Écrivains de toujours»).
Ed. Seuil, París, 1968.
Mannonni, O. — La otra escena. Amorrortu Ed., Buenos
Aires, 1973.
Marcuse, L. — Freud, Alianza Ed. —«El libro de bolsi­
llo»—, Madrid, 1969.
Moubachir, Ch. — Freud. EDAF, Madrid, 1975.
Nágera, H. — Desarrollo de la teoría de los instintos en
la obra de Freud. Ed. Hormé-Paidós, Buenos Aires.
Nágera, H. — Desarrollo de la teoría de los sueños en la
obra de Freud. Ed. Hormé-Paidós, Buenos Aires.
Osborn, R. — Marxismo y psicoanálisis. Ed. Península,
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Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1970.
Robert, M. — La revolución psicoanalítica (2 vols.). F. C.
Econ. México, 1965. ,
Robert, M. — Acerca de Kafka, acerca de Freud. Ana­
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Rof Carballo, J. — Biología y psicoanálisis. Ed. Desclée
de Brouwer, Bilbao, 1972.
Rof Carballo, J. — Fronteras vivas del psicoanálisis. Ed.
Karpos, Madrid, 1975.
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Thompson, Cl. — El psicoanálisis. Breviarios, F. C. Econ.
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Neiss, E. — Los fundamentos de la psicodinámica. Ed.
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Volman, B. — Introducción al conocimiento de Freud'
Ed. Era, México, 1972.
Vyss D. — Las escuelas de psicología profunda. Ed.
Gredos, Madrid, 1964.

Bibliografía

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