Está en la página 1de 30

. ·.

DOSSIER
. .

PRESENTACiÓN
La relevancia histórica de la revolución rusa, su
interpretación, como ocurre con la revolución
francesa de 1789, sigue dividiendo a la historio­
grafia contemporaneísta: si para unos constituyó
-pese a todo- un hito decisivo en la emanci­
Diego Caro Cancela pación de los hombres sometidos a la opresión
Universidad de Cádiz capitalista, para otros sólo fue un audaz golpe de
Estado, perpetrado por una minoría bolchevi­
que, que sólo llevaría la miseria y el sufri­
miento al pueblo ruso, apartándolo durante
décadas del camino del desarrollo económico
y la democracia.
El historiador conservador alemán Ernst Nolte
va todavía más lejos y considera el triunfo de
los bolcheviques en Rusia, como la causa
determinante de que surgiera -como respues­
ta- la ideología fascista, provocando un
enfrentamiento que ha sido calificado de

.'
La revolución "Guerra Civil Europea", y que se extiende por
todo el período que va de 1918 a 1939, hasta
culminar en el estallido de la Segunda Guerra
rusa Mundial. Y es que como desafio abierto al
orden capitalista, la revolución rusa de octubre
no tardaría en encontrar el rechazo visceral de
todos los grupos conservadores, especialmente
después que se fundara una nueva
Internacional-la Tercera-, con la pretensión
de extender los postulados bolcheviques por
todos los países del mundo. Por el contrario,
para millones de trabajadores lo ocuDido en
Rusia constituyó toda una luminaria de espe­
ranza, a la que había que apoyar incondicio­
nalmente, como ejemplo de lo que era el
camino para construir una sociedad sin clases
y sin explotación.
Ni siquiera el fracaso y la desaparición de la
mayoría de los regímenes comunistas y la pro­
pia desintegración de la URSS han podido aca­
bar con la polémica historiográfica. Más bien,
ha ocurrido lo contrario. La apertura de los
archivos soviéticos, cerrados para los historia­
dores hasta 1991, ha permitido encontrar nue­
ci.
o­ vas fuentes que han cambiado sustancialmente
-D la visión que hasta hace algunos años se tenía
:3
N
o
.",
de lo ocurrido en Rusia a lo largo de 1917.
o Fortaleciendo los planteamientos de la histo­
"5
riografia "revisionista" anglosajona, esta inédi­
ta documentación ha arrojado nuevas luces
sobre algunos de los episodios menos conoci-

Pintura representativa del llamado realismo socialista. Cartel sobre el reclutamiento de voluntarios
Discurso de Lenin. 1917. para el Ejército Rojo.

14
dos del proceso revolucionario ruso, como los distintas perfiles que tienen la propia personalidad
de Lenin, cuyas anteriores "obras completas" no lo eran tanto, sobre la siniestra actuación de la
Cheka contra todos los opositores a los que los bolcheviques consideraban "contrarrevoluciona­
rios" o sobre la terrible hambruna de 1921-1922. Como la investigación sigue abierta, probable­
mente en los próximos años seguiremos leyendo nuevos trabajos que aportarán significativas
novedades sobre lo que para algunos representó, durante mucho tiempo, el paradigma histórico de
cómo se tenía que hacer una revolución proletaria. Otra cosa fue lo que vendría después.

l. El IMPERIO RUSO AFINALES DEL SIGLO XIX


Un gran territorio
El imperio ruso, gobernado desde 1613 por la dinastía de los Romanov era, hacia finales del siglo
XIX, el Estado más extenso del planeta: su superficie superaba los 26,5 millones de kilómetros
cuadrados. Abarcaba desde Finlandia y el helado océano Ártico en el Norte, hasta las costas del
Mar Negro y la zona desértica del Turkestán al Sur. Al Oeste limitaba con Alemania y con el
Imperio Austro-húngaro, mientras que sus conquistas en el Este asiático se habían realizado a
expensas del decadente Imperio Chino.
El primer censo de población verdaderamente fiable, realizado en 1897, arrojó una población total
de 122 millones y medio de habitantes, con una gran mayoría de campesinos. De estos habitan­
tes, dos tercios tenían como lengua materna al ruso y otras lenguas eslavas, como el ucraniano o
el bielorruso, mientras que los restantes hablaban otras lenguas, muy distintas entre ellas.
A pesar de la importante migración hacia las ciudades, donde pasaban a formar parte de la mino­
ritaria clase obrera industrial, y de las posibilidades que brindaba la colonización hacia regiones
como Siberia, la población rural crecía tan rápidamente, que aquellos que permanecían en sus
aldeas presionaban constantemente sobre una tierra cultivable siempre escasa. Y es que el ele­
mento geográfico resulta fundamental para explicar los avatares de la historia rusa, porque la
pobreza de la mayor parte del suelo sólo aseguraba, en el mejor de los casos, una existencia pre­
caria.
La disponibilidad de tierra fértil se concentraba en una franja de tierra negra de aproximadamente
cien millones de hectáreas, situadas en el sudoeste del Imperio, que constituía el centro principal
de la agricultura rusa. Además, el clima continental contribuía a empeorar la situación, porque
incluso las tierras de Siberia, potencialmente fértiles, quedaban en su mayor parte sin posibilidad
de ser cultivadas como consecuencia del impacto de frío producido por la corriente de Golfo, a
medida que penetraba en el continente euroasiático.

los grupos sociales


"Concibo Rusia como una posesión agraria, cuyo propietario es el zar, cuyo administrador es la
nobleza y cuyos trabajadores son el campesinado". Declaración de Nicolás 11 en 1902.
El sistema zarista estaba basado en una jerarquía social estricta. En su cima se encontraba la corte;
debajo de ésta se hallaban sus columnas de apoyo en el funcionariado civil y militar, formados
mayoritariamente por nobles, y en la base del orden social, el campesinado. Existía una estrecha
relación entre la autocracia y esta rígida pirámide de estamentos sociales (nobles, clero, comer­
ciantes y campesinos), que eran ubicados de acuerdo con sus servicios al Estado, dentro de un
escalafón fijo , en la que cada estamento tenía sus límites marcados por unos derechos y deberes
claramente especificados.

La nobleza
A pesar del rápido progreso del comercio y la industria durante las últimas décadas del siglo XIX,
la elite gobernante de Rusia todavía procedía de manera predominante de la antigua aristocracia
terrateniente. De hecho, los nobles constituían el 71 por ciento de los cuatro cargos más impor­
tantes del funcionariado civil, mientras que la capital del Imperio, San Petersburgo, estaba domi­
nada por una reducida elite de familias nobles, estrechamente conectadas por vínculos
matrimoniales y de amistad .

17
Una tercera parte de la tierra cultivable estaba en posesión de los nobles en el último tercio del
siglo XIX, una proporción que se había reducido al 22 por ciento hacia 1905, principalmente como
resultado de las compras comunales campesinas.
Pero el estamento nobiliario no se agotaba en el reducido grupo de la alta aristocracia -algo más
de mil nobles en vísperas de la liberación de los siervos disponían de más de un millón de sier­
vos-, sino que había una nobleza media que constituía la franja intelectualmente más inquieta. Era
el público que llenaba los teatros, leía novelas y poesía y hacia la segunda mitad del siglo XIX
tuvieron una activa participación en la conformación de la intelectualidad rusa más moderna.

La debilidad de la s clasesmedios
La incapacidad de Rusia para forjar una clase media sólida y numerosa es considerada la causa
mayor de su desviación respecto del rumbo seguido por los países occidentales y del fracaso de
las ideas liberales en contribuir a la transformación de las instituciones políticas.
Aunque las razones que pueden explicar estas deficiencias son variadas, quizá la más determi­
nante fuera el comportamiento del Estado con respecto a las actividades vinculadas con el comer­
cio y la industria, convertidas desde el siglo XVII en monopolios estatales, lo que contribuía a
debilitar las posibilidades de desarrollo de una burguesía con actividades económicas indepen­
dientes. Por este motivo, cuando en las últimas décadas del siglo XIX, desde el Estado se puso en
marcha un proyecto de desarrollo industrial, éste encontró a la clase media mal preparada y poco
dispuesta frente a la nueva realidad. Rusia había perdido la oportunidad de crear una burguesía
nacional en el momento que iniciaba su desarrollo capitalista. En consecuencia, las principales
ramas de la industria pesada, desarrolladas a principios del siglo xx se encontraron bajo el con­
trol del capital extranjero. Las industrias del acero y del carbón localizadas en Ucrania, por ejem­
plo, fueron instaladas por ingleses, pero financiadas por una combinación de capital inglés,
francés y belga. El petróleo del Cáucaso fue explotado por medio de capitales suecos e ingleses;
alemanes y belgas se encargaron de las industrias química y eléctrica y sólo la industria textil tuvo
una presencia significativa de empresarios rusos, aunque ocupaba la tercera parte del total de la
mano de obra.
Los capitalistas nativos, tanto los propietarios de la tierra como los comerciantes, en su mayoría
ignoraban las técnicas empresariales modernas, por lo que preferían colocar su dinero en la segu­
ridad de las operaciones del Est.ado imperial, en las que tenían una fe inalterable, antes que arries­
garlo en inversiones industriales.

El CCJmpesinodo
Rusia seguía siendo un país campesino a principios del siglo xx: el 80 por ciento de la población
estaba clasificada como perteneciente al campesinado y detrás de un habitante de una ciudad casi
siempre se encontraba un campesino. La mayoría de los trabajadores de la fábricas y de los talle­
res de las ciudades o de las tiendas, o eran emigrantes del campo o hijos de estos emigrantes, que
seguían regresando a sus casas para la cosecha y enviaban dinero a sus aldeas . En 1914, por ejem­
plo, tres de cada cuatro personas que vivían en San Petersburgo estaban registradas como cam­
pesinas de nacimiento, cuando cincuenta años antes era sólo una de cada tres.
De este modo, como ha escrito Orlando Figes, "las ciudades y las urbes de Rusia seguían siendo
esencialmente «campesinas», tanto por su composición social, como por su carácter".
Sin embargo, pese a esta presencia en el mundo urbano, el aislamiento del campesinado en rela­
ción al resto de la sociedad, se manifestaba prácticamente en todos los ámbitos. Los campesinos
habitaban tres cuartos de millón de enclaves rurales, distribuidos sobre una sexta parte de la super­
ficie del mundo y raramente atravesaban los estrechos confines de su propia aldea y de sus cam­
pos, la iglesia parroquial, la mansión del noble y el mercado local. Y es que, pese a que la
emancipación de los siervos había sido formalmente sancionada en 1861 por el zar Alejandro n,
en el medio rural se mantuvo la organización socioeconómica basada en la comuna, un grupo
humano, dotado de una base territorial y unido por lazos de interacción social e interdependencia,
por un sistema de normas y valores establecidos, que poseía un alto grado de autosuficiencia.
Estaba compuesta por un conjunto de familias organizadas en unidades domésticas, que buscaban

18
DOSSIER

Nueva clase media moscovita. 1910.

primordialmente satisfacer las necesidades de consumo de sus integrantes, para lo cual se


utilizaba casi con exclusividad la fuerza de trabajo familiar. Una unidad doméstica campe­
sina sólo conservaba en forma hereditaria una pequeña parcela alrededor de la vivienda. La
superficie cultivable de la explotación que le correspondía estaba constituida por una cuota
proporcional de tierra concedida por el mir (consejo de la aldea), mientras que otra parte de
la tierra se reservaba para pastos y bosques, de uso colectivo. Aunque se podían comprar
tierras de procedencia no comunal, para la mayoría de los campesinos la propiedad priva­
da tenía una importancia secundaria. Las chozas de los campesinos se apiñaban a lo largo
de la calle de la aldea, los campesinos dormían sobre la cocina, convivían en un mismo
ámbito con sus animales y la antigua estructura patriarcal de la familia también sobrevivía
(Fitzpatrick).
Sin embargo, esto no significaba que todo el campesinado viviera en las mismas condicio­
nes, pues era frecuente que a un puñado de familias de la comuna les fuera mejor que al
resto. Los campesinos ricos, conocidos por el nombre de kulaks (que en ruso significa
"puños"), prestaban dinero, contrataban mano de obra y arrendaban y compraban tierras,
mientras que las familias más pobres, en especial las que no contaban con un varón adulto
entre sus miembros y debían arreglárselas con la contratación de jóvenes que hicieran el tra­
bajo, solían caer en la penuria. "Para la mayoría de los campesinos la vida era desagrada­
ble, brutal y corta" (Service).
En el plano político, en la mente del campesino corriente, el zar no era sólo un gobernante
regio, sino un dios en la tierra. Pensaban en él como en una figura paternal (el padre-zar de

19
cuentos populares), que conocía el nombre de todos los campesinos personalmente, compren­
dían sus problemas en todos sus mínimos detalles y, si no fuera por los malos boyardos, los fun­
cionarios nobles que le rodeaban, satisfaría todas sus demandas en virtud de las tradición que se
transmitían oralmente de generación en generación. Una mentalidad que era la que sostenía la tra­
dición campesina de enviar peticiones directas al zar, que continuaría durante bastante tiempo en
la era soviética, cuando escritos similares fueron remitidos a Lenin y a Stalin.

Los trabajadores industriales


Finalmente, estaban los trabajadores industriales. Durante el reinado de Nicolás II, la clase obre­
ra existente en Moscú, San Petersburgo y Tula creció rápidamente, pero la precariedad de sus con­
diciones de vida animó a los obreros a mantener sus vínculos con el ámbito rural. Gracias a la
expansión industrial promovida por las inversiones extranjeras y el impulso dado a la construc­
ción de vías férreas, el número de trabajadores industriales paso de unos 600.000 en 1860 a
1.700.000 en 1900, lo que constituyó una importante novedad para quienes estaban alertas ante

cualquier cambio que pudiera resultar perturbador para el mantenimiento del orden.

Afectada en su actividad por la dura represión del régimen, la incipiente clase obrera se fue con­

fonnando con rasgos similares a lo que ocurría en otros ámbitos nacionales que iniciaban su

industrialización. Las demandas, que inicialmente se centraban en cuestiones salariales y en la

mejora de las condiciones de trabajo, fueron adquiriendo de manera progresiva elementos políti­

cos, al tiempo que se concretaban los primeros intentos de organización.

Estas diferentes realidades sociales mostraban con claridad que la situación del Imperio zarista

cuando Nicolás II comenzó su reinado si por algo se caracterizaba era por sus profundos contras­

tes: "entre el gobierno y los súbditos del zar; entre la capital y las provincias; entre la gente alfa­

betizada y los analfabetos; entre las ideas occidentales y las rusas; entre los ricos y los pobres ;

entre el privilegio y la opresión; y entre las modas contemporáneas y las costumbres seculares"

(Service).

la autonacia zarista
El entonces zar Nicolás II era, igual que sus predecesores, un autócrata cuyos poderes absolutos
no estaban sometidos a limitaciones constitucionales ni institucionales. La palabra del emperador
era -literalmente- ley, porque una orden suya tenía primacía sobre cualquier disposición legisla­
tiva. Como en todos los "despotismos orientales", en Rusia el zar era el propietario de la tierra y
los recursos naturales, monopolizaba el comercio interior y exterior y disponía del servicio civil
de todos sus súbditos. Era un "Estado patrimonial" que representaba el tipo extremo de régimen
autocrático .
El Gobierno -organizado de fonna centralizada desde 1802- carecía de autoridad más allá de la
que le otorgaba el monarca, al que respondía cada ministro de manera individual, no existiendo
manera de coordinar la actividad gubernamental.
Nicolás II era hijo del zar Alejandro rrr, fallecido en 1894 y continuó con las fonnas personales
de gobierno autocrático de su padre. Según afinnaba el conde Witte, uno de sus ministros más
ilustrados, Nicolás creía que "la gente no influye en los acontecimientos, que Dios dirige todo y
que el zar como ungido de Dios, no debería aceptar ningún consejo de nadie, sino seguir sólo su
inspiración divina". Por este motivo, le desagradaba emplear el título de "Emperador Soberano",
introducido por su antecesor Pedro el Grande, porque implicaba que el autócrata no era más que
el primer siervo del Estado (el gosudarstvo) y prefería con mucho el antiguo título de zar -deri­
vado del ténnino griego kaisar-, que se retrotraía a la época bizantina y que llevaba consigo con­
notaciones religiosas de gobierno paternal. Sin embargo, a diferencia de su padre, a Nicolás II la
política le aburría. Siempre se encontraba más a gusto en compañía de oficiales y de mujeres de
sociedad, que de ministros y políticos. De hecho, ya cuando murió su padre, con parientes, médi­
cos y miembros de la corte reunidos alrededor del lecho mortuorio del gran autócrata, Nicolás
estalló en sollozos y exclamó patéticamente ante su primero Alejandro: "¿Qué va a ser de mí y de
toda Rusia? No estoy preparado para ser un zar. Nunca quise serlo. No sé nada de cuestiones de
gobierno. Ni siquiera sé cómo hablar a los ministros".
Por este motivo, a lo largo de su reinado, Nicolás II dio la impresión de ser incapaz de ocuparse
de la tarea de regir un vasto imperio que se enfrentaba a una crisis revolucionaria creciente.

22
DOSSIER

Lean Trotsky en la Plaza Roja de Moscú.

23
Además, para defender sus prerrogativas autocráticas, creía que necesitaba mantener a sus fun­
cionarios en un estado de debilidad y división. Cuanto más poderoso se hacía un ministro más
celoso se sentía Nicolás de sus poderes. Primeros ministros capaces como el conde Witte y Piotr
Stolypin, que por sí solos podían haber salvado el régimen zarista, fueron víctimas de esta actitud
desconfiada, mientras que ministros más mediocres sobrevivieron bastante más tiempo en sus car­
gos. Y es que, como ha escrito Orlando Figes, para un zar que gobernaba sobre Rusia como un
señor medieval, los ministros eran contemplados más como "siervos de su propia casa privada"
que como funcionarios del Estado. Más que mantener la coordinación de los diferentes ministe­
rios, Nicolás II prefería ver a sus ministros de uno en uno, explotando sus rivalidades y enfrenta­
mientos, creando un ambiente de caos y confusión que se mostraría funesto cuando el país se vio
sometido a las profundas crisis políticas de 1905 y 1917.

los grupos politicos


Pese a la prohibición de formar partidos políticos, a partir de la década de 1860 se había organi­
zado en Rusia una oposición permanente dedicada a llevar a cabo mítines en demanda de mayo­
res libertades políticas. Bajo el nombre de narodniks (populistas), la mayoría de estos rebeldes
creían en el socialismo agrario y sostenían que el espíritu igualitario y colectivista de la comuna
campesina debía aplicarse al conjunto de la sociedad. En sus inicios se habían reunido en peque­
ños círculos secretos, pero en 1876 fundaron un importante partido, 'Tierra y Libertad", dedica­
do a difundir propaganda entre los intelectuales, obreros y campesinos, y a llevar a cabo actos
violentos contra las autoridades zaristas. Cuando "Tierra y Libertad" cayó, se formó un grupo de
.1

terroristas auto denominado "La Voluntad del Pueblo", que logró asesinar al zar Alejandro II en
1881 . La represión política se intensificó, pero en cuanto que se desarticulaba un grupo, se for­
maba otro. En la década de 1890, no sólo fundaron organizaciones combativas los narodniks, sino
también los marxistas y los liberales.
El primer grupo autodenominado marxista se creó en el exilio suizo, en 1883 y estaba compues­
to por cuatro expopulistas, bajo el liderazgo de George Plejanov. Sin embargo, las ideas de Marx
ya eran conocidas con anterioridad en Rusia y se vieron favorecidas por el desarrollo industrial
del país y el consiguiente crecimiento de la clase obrera, que crearon el escenario adecuado para
que surgieran las primeras organizaciones sindicales y se difundieran los postulados socialistas.
En este contexto, en el mes de marzo de 1898, se realizó el congreso fundacional del Partido
Obrero Socialdemócrata Ruso, pero la organización no tardó en derivar hacia el faccionalismo, en
especial entre los exiliados.
Esta división interna se consolidó en el segundo congreso, celebrado en 1903, cuando el partido
se rompió en dos bandos, por las visiones contrapuestas que se tenían sobre el modelo de organi­
zación que tenía que construirse y acerca de cómo se tenía que realizar el tránsito hacia la demo­
cracia y el socialismo una vez que fuera derrocada la monarquía zarista.
El debate sobre la primera cuestión se acentuó el año anterior -1902- cuando un joven dirigente,
pero con una larga trayectoria de militancia, Vladimir Illich Ulianov, "Lenin", publicó un cono­
cido texto -¿Qué hacer?-, en el que sostenía que los trabajadores sometidos a la explotación capi­
talista no podían desarrollar espontáneamente una conciencia revolucionaria, lo que hacía
necesario la existencia de un grupo de militantes formados . Sería un partido de nuevo tipo, cuyos
militantes debían constituir la "vanguardia del proletariado", para orientar las luchas obreras y
tomar en cada momento las decisiones tácticas y estratégicas más oportunas para la causa de la
revolución, dentro de una estricta disciplina.
La defensa de esta postura en el congreso por parte de Lenin fue el origen de la división, ya que fren­
te a él se situaron quienes defendían la idea de un partido socialista democrático, con la estructura
del partido de masas creado por la Segunda Internacional.
Cuando estas dos posiciones fueron sometidas a votación, la postura de Lenin fue derrotada, pero un
resultado favorable conseguido sobre el tema de la organización del partido -alcanzada gracias a una
importante abstención- le llevó a reclamar y obtener la denominación de "bolchevique, ("mayoría")
para sus seguidores, frente a los que pasaron a ser llamados "mencheviques" ("minoría").
Desde entonces, el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso desarrolló su actividad frenado por esta
división, hasta que a principios de 1912 se consumó finalmente la ruptura, conformándose dos

24
DOSSIER

partidos distintos, diferenciados en sus siglas por el agregado de "bolchevique" o "menchevique".


Un enfrentamiento, en muchos casos, incomprensible para los militantes de base, lo que provocó
la escasa penetración que el partido tuvo durante mucho tiempo en la clase obrera industrial.
La otra importante organización de la izquierda rusa era el Partido Socialista Revolucionario,
constituido hacia 1901-1902, heredero de las tradiciones de los narodniks del siglo XIX y unifi­
cando las posturas de varias agrupaciones políticas de ideas similares. A diferencia de los narod­
niks, los socialistas revolucionarios no creían que Rusia pudiera avanzar hacia el socialismo sin
pasar antes por una fase de desarrollo económico capitalista. Pero mientras que los marxistas, ya
fueran bolcheviques o mencheviques, consideraban que el proletariado urbano era la gran clase
revolucionaria, los socialistas revolucionarios otorgaban ese privilegio al campesinado, en el que
veían la encamación, bien que residual, de los valores igualitarios y comunales situados en el
corazón del socialismo. Con todo, los socialistas revolucionarios también reclutaban a sus miem­
bros entre la clase obrera y, de hecho, en muchas ciudades rivalizaban con el Partido
Socialdemócrata.
Finalmente, también los liberales buscaban organizarse para actuar en el escenario político. Los
orígenes de este movimiento se remontan a la década de 1890, en el clima generado por la crisis
agraria de 1891-1892, cuando la manifiesta incapacidad del Estado para resolver la enonne cares­
tía que se extendió por distintas regiones del país, llevó a muchos intelectuales y profesionales a
preocuparse por las raíces del problema del atraso de Rusia. Su primer ámbito de actuación fue­
ron los zemstvos, unas asambleas electivas dominadas por la nobleza, que tenían responsabilida­
des en distintos aspectos de la vida local, así como también algunas asociaciones culturales y
científicas, que fueron adquiriendo progresivamente un carácter más político.
En el tránsito del siglo XIX al XX, estos liberales plantearon la posibilidad de constituir organiza­
ciones políticas para actuar en la clandestinidad. De esta manera, en 1902, un conjunto de repre­
sentantes de los zemstvos y de intelectuales reunidos en Suiza, constituyeron la Unión para la
Liberación, con el objetivo de abolir la autocracia y establecer una monarquía constitucional, con
un Parlamento elegido por sufragio universal, directo, igualitario y secreto.
Sin embargo, pese a que la Unión para la Liberación era un movimiento liberal, que se manifes­
taba opuesto a la acción violenta, la dureza represiva del zarismo le llevó a acercarse a los parti­
dos de la izquierda revolucionaria, situando así al liberalismo ruso en una posición más radical
que cualquier otra corriente similar en el resto de Europa, como se apreciaría en los aconteci­
mientos de 1905. Entonces, los grupos liberales más relevantes se unirían en el mes de octubre,
para fonnar el Partido Democrático Constitucional (Kadete). En su Manifiesto fundacional, los
kadetes se concentraban casi exclusivamente en las refonnas políticas: un parlamento elegido por
sufragio universal, garantías de los derechos humanos, democratización de los gobiernos locales
o más autonomía para los territorios de Polonia y Finlandia, pero se encontraban profundamente
divididos en cuestiones sociales tan relevantes, como el "problema" de la tierra. Y es que este
Partido Kadete estaba dominado por la intelligentsia profesional. Era una organización de profe­
sores, académicos, abogados, escritores, periodistas, médicos, funcionarios y hombres liberales
del zemstvo. De sus cien mil miembros, aproximadamente el 60 por ciento pertenecía a la noble­
za. Su comité central era una verdadera "facultad" de eruditos: 21 de sus 47 miembros era profeso­
res de universidad, incluyendo a su presidente, Pavel Miliukov, el historiador más importante de la
época. Sin embargo, el problema de los "kadetes" es que tenían un fuerte sentido del deber público
y de los valores liberales occidentales, pero muy poca idea de la política de masas.
Entre los otros grupos liberales que iban a surgir en esta época, el más importante fue el Partido
Octubrista, que recibió su nombre del Manifiesto zarista de octubre de 1905. Atrajo a unos veinte
mil miembros, la mayoría de ellos terratenientes, hombres de negocios y funcionarios, partidarios
de las refonnas políticas moderadas, pero contrarios al sufragio universal por considerarlo un desa­
fio contra la monarquía. De este modo, si los kadetes podían ser considerados "liberales radicales"
por sus relaciones con la oposición a la autocracia zarista, los "octubristas" eran "liberales conser­
vadores" por ser partidarios de las refonnas, pero sólo dentro del orden sociopolítico existente .
. Por último, en la derecha más radical, el partido más importante era la Unión del Pueblo Ruso, un
movimiento antiliberal, antisocialista y, sobre todo, antisemita, que defendía la restauración de la

25
-

autocracia popular que creía que había existido antes de que Rusia fuera conquistada por los ju­
díos y los intelectuales. El zar y sus partidarios en la Corte, que compartían este planteamiento,
patrocinaron esta formación y desde el Ministerio del Interior financiaban sus periódicos y secre­
tamente les entregaban almas, para crear grupos paramilitares -la Centuria Negra-, que se enfren­
tasen con los revolucionarios y los judíos en las calles. A finales de 1906, había unas mil
delegaciones de la Unión repartidas por toda Rusia, que sumaban unos trescientos mil miembros.

2. LA REVOlUCJÓN DE 1905
la guerra contro Jopón
La revolución que vivió Rusia a lo largo del año 1905 fue el primer levantamiento de masas con­
tra el zarismo que tuvo lugar en la historia del Imperio e implicó la irrupción -por primera vez­
en la vida política de una parte significativa del pueblo ruso.
Aunque ya la crisis económica de los años 1902 y 1903 había provocado la aparición de numero­
sos disturbios en el campo, en forma de ataques directos contra las posesiones de los grandes terra­
tenientes y de distintas huelgas obreras, fueron los desastres militares rusos en la guerra contra
Japón, los que propiciaron el estallido de los acontecimientos revolucionarios de 1905.
El gobierno japonés declaró la guerra a Rusia en 1904, debido a la rivalidad existente entre ambas
potencias por sus respectivas aspiraciones en la región de Manchuria, al noreste de China y aun­
que, inicialmente, la guerra desencadenó una ola de entusiasmo patriótico en la opinión pública
rusa, incluido el sector liberal de la misma, las críticas no tardarían en llegar contra el gobierno
zarista cuando las tropas rusas sufrieron las primeras derrotas. Surgió entonces una campaña de
propaganda, apoyada por los sectores más cultos de la sociedad rusa, en favor de una política de
refOlmas que dieran al país un sistema constitucional, parecido al de las principales democracias
de Europa.
En opinión de los grupos liberales, que lideraron esta campaña, el sistema autocrático de gobier­
no que mantenía el zar Nicolás 11, no sólo era contrario a la libertad del pueblo ruso, sino que esta­
ba poniendo en peligro la integridad nacional, porque la incompetencia y la corrupción de los
gobernantes eran las auténticas causas de las derrotas frente a Japón.
El Ejército, por ejemplo, demostró estar pobremente equipado de armamento moderno y hubo gra­
ves errores logísticos para dirigir una guerra a casi diez mil kilómetros de distancia. El mayor pro­
blema, sin embargo, fue la incompetencia del alto estado mayor, que se apegó de manera rígida a
las doctrinas militares del siglo XIX y desperdició millares de vidas rusas, ordenando desesperadas
cargas de bayoneta contra las bien atrincheradas posiciones de artillería de los japoneses. Hasta en
los salones aristocráticos de la Corte, las murmuraciones contra el gobierno eran crueles. Así, por
ejemplo, al escuchar las noticias de que el zar había enviado iconos a las tropas para elevar su
moral, uno sus generales comentó: "Los japoneses nos están machacando con ametralladoras, pero
no importa: nosotros los machacaremos con iconos".
El Gobierno alcanzó tal grado de impopularidad ya a mediados del año 1904, que la oposición no
tardó en lanzar una campaña en favor de una asamblea nacional de los zemstvos, que terminaría
celebrándose en los primeros días de noviembre, reclamando reformas políticas y la necesidad de
que el país se dotara de una constitución.

fl Domingo Sangriento
En este clima de protestas y crispación, el domingo 9 de enero de ese año, había sido convocada una
manifestación pacífica por la Asamblea de Trabajadores Rusos, una organización monárquica que
portaba iconos del zar y a cuyo frente estaba el cura George Gapon, muy cercano a los círculos del
poder. Pretendía dirigirse al palacio imperial para presentar al zar una súplica en busca de "protec­
ción y justicia" y mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores. Sin embargo, los manifes­
tantes fueron brutalmente atacados por la caballería cosaca, con el resultado final de centenares de
muertos y heridos. Fue un "Domingo Sangriento" que extendió por Rusia las huelgas, los motines y
las sublevaciones, con la participación de obreros, campesinos, estudiantes, políticos y representan­
tes de las minorías nacionales, que hicieron tambalearse a la autocracia zarista. Sólo en el mes de
enero, por ejemplo, más de cuatrocientos mil trabajadores se declararon en huelga, generando la
mayor oleada de protesta social que se había producido hasta ese momento en Rusia.

26
Con sus principales dirigentes en el exilio o desterrados en Siberia, los partidos socialistas ape­
nas si tuvieron presencia en estos primeros momentos de la revolución, quedando el liderazgo de
la oposición política en manos de los grupos liberales. Mientras tanto, el gobierno zarista se mos­
tró durante estos primeros meses incapaz de controlar la situación, porque las iniciativas que pre­
sentaba eran "muy escasas, muy tardías y desesperanzadoramente inapropiadas". Y es que la
principal concesión que estaba dispuesto a realizar Nicolás II fue la de crear una institución re­
presentativa, cuya estructura debía ser perfilada por un grupo de expertos. Sólo a principios de
agosto fue conocida la propuesta oficial, que planteaba la creación de una Duma (Parlamento),
compuesta por representantes del pueblo, pero con funciones meramente consultivas, que podía
ser disuelta por el zar sin justificación alguna.
El rechazo a esta iniciativa por parte de los grupos de la oposición fue total y se manifestó en nue­
vas huelgas y movilizaciones que durante dos meses paralizaron las principales ciudades, viéndo­
se acompañadas por nuevas revueltas campesinas y la emergencia de brotes de insubordinación en
el Ejército y la Marina, lo que generó a mediados de octubre una crisis sin precedentes en la
monarquía zarista. Además, los trabajadores buscaron nuevas formas de organización, 10 que pro­
vocó la aparición de los Soviets de Diputados Obreros, constituidos por representantes de los obre­
ros elegidos democráticamente, que muy pronto contaron con la participación de los partidos
socialistas, inicialmente reacios a intervenir en una institución a la que veían como desorganizada
y carente de orientación política.
Al zar, con este panorama, sólo le quedaban dos opciones para superar la crisis: una dictadura mili­
tar o aprobar un plan de reformas para avanzar hacia un régimen constitucional. Asesorado por el
ministro de Finanzas, Witte, Nicolás II escogió la segunda alternativa, lanzando el llamado
"Manifiesto de Octubre", por el que se garantizaba el ejercicio de las libertades civiles, se convo­
caban elecciones para elegir una Duma y se establecía que ninguna disposición legal podía entrar
en vigencia sin la aprobación parlamentaria. Dos días más tarde se creaba el cargo de primer
ministro -presidente del Consejo de Ministros era la denominación oficial- y Wirte fue designado
para ocuparlo. Parecía haber triunfado la democracia, y así lo entendió el Soviet de San
Petersburgo, que realizó una multitudinaria manifestación celebrando el fin de la autocracia, pero
el "Manifiesto de Octubre" no sólo sirvió para dividir a las fuerzas opositoras, sino que también
se vio acompañado por una intensificación de la actividad represiva por parte del Gobierno. De
este modo, en San Petersburgo fue arrestado el comité ejecutivo de su soviet y más de doscientos
delegados, mientras que el levantamiento impulsado por el soviet de Moscú, iniciado en diciem­
bre y prolongado durante algunas semanas, sería neutralizado con un saldo de más de mil muer­
tos. "Lentamente, mediante el terror, se restauró el orden" y las libertades tan recientemente
proclamadas se perdieron en cuanto el antiguo régimen policial volvió a actuar. Entre 1906 y 1909,
más de cinco mil "políticos" fueron sentenciados a muerte y otros treinta y ocho mil fueron encar­
celados o enviados a realizar trabajos forzados . Y en el mundo rural, el régimen no dudo en desen­
cadenar una auténtica guerra de terror contra su propio pueblo. En las zonas de revueltas
campesinas, el Ejército destruyó aldeas completas y encarceló a millares de campesinos y cente­
nares de éstos fueron colgados en los árboles sin juicio. En total, se ha estimado que el régimen
zarista ejecutó a quince mil personas, disparó o hirió al menos a veinte mil y deportó o desterró a
cuarenta y cinco mil entre mediados de octubre y la apertura de la primera Duma estatal en abril
de 1906 (Figes).

Represión y consecuencias políticas


De este modo, la experiencia de 1905 iba a tener unas decisivas consecuencias políticas. En pri­
mer lugar, la brutal represión del "Domingo Sangriento", cuando fue conocida, hizo que millones
de rusos perdieran toda su confianza en el régimen zarista. Muchos obreros y campesinos que
hasta entonces habían visto al zar como un "padre bondadoso", al que los malos ministros habían
impedido ayudar a su pueblo, le identificaron a partir de ahora con un tirano sanguinario y cruel.
En segundo lugar, se abrió una etapa de relativo liberalismo en Rusia, por la existencia de una limi­
tada libertad de expresión y reunión y también porque la naciente Duma se va a convertir en el
ámbito donde continuaría desarrollándose la lucha contra la autocracia, pese a que este

28
Parlamento nunca llegó a controlar al gobierno ruso, que siguió dependiendo exclusivamente
del zar. Finalmente, los acontecimientos de 1905 acentuaron las diferencias entre mencheviques
y bolcheviques, cuando Lenin concluyó que no era necesario esperar a que el capitalismo creara
en Rusia una numerosa clase obrera para emprender la revolución socialista; sino que el proleta­
riado debería aliarse con el campesinado para ir directamente a la conquista del poder.
Pese a todos estos problemas, algunas elites políticas pensaban que el régimen ruso podía ir len­
tamente evolucionando de la autocracia a un sistema parlamentario liberal, como había ocurrido
en otros países de Europa. Sin embargo, la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial
y sus repercusiones intemas cambiaron por completo el rumbo del país, porque incrementó radi­
calmente la vulnerabilidad de la monarquía zarista. Y es que, "el público aplaudió las victorias,
pero no toleró las derrotas" y, además, la guerra se prolongó demasiado, agotando no sólo a Rusia,
sino también a toda Europa (Fitzpatrick).

3. LA REVOLUCIÓN DE FEBRERO DE 1917


Rusia en la Primero Guerra M ndiol
Cuando Nicolás II apareció en el balcón del Palacio de Invierno al día siguiente de la declaración
de guerra de Alemania, el 2 de agosto de 1914, la multitud concentrada en la plaza lo aclamó rui­
dosamente. Muchos creyeron entonces que esa comunicación establecida entre el zar y su pueblo
era la demostración de la existencia de un nuevo clima en la nación. Sin embargo, no todos pen­
saban en términos tan optimistas. Pocos meses antes de estallar el conflicto, en febrero, Peter
Durnovo, líder del grupo conservador en el Consejo de Estado y exministro del Interior, escribió
un memorándum dirigido al zar, en el que sostenía que Alemania y Rusia constituían los repre­
sentantes de los principios conservadores, por lo que una guerra entre ambos sería desastrosa.
La suerte del ejército ruso fue variada en los primeros meses de la guerra. Apenas iniciado el con­
flicto, sus tropas comenzaron a avanzar sobre Prusia, lo que obligó a Alemania a desbaratar sus
planes de ataques en el frente occidental, forzándola a desviar un número considerable de efecti­
vos hacia el frente oriental. Sin embargo, en estos primeros meses de la guerra, ya los rusos hicie­
ron patente su falta de preparación para el conflicto que se había abierto. La caballería mostró su
ineficacia frente a la nueva capacidad de fuego que la artillería podía desarrollar, mientras que las
nuevas armas desarrollaban una velocidad de tiro hasta entonces inimaginable. El choque de las
tropas alemanas y rusas se saldó con dos importantes derrotas de éstas en las batallas de
Tannenberg (13-17 de agosto) y de los Lagos Masuarianos (24 de agosto-2 de septiembre), con
más de 200.000 víctimas entre muertos y prisioneros. Además, Rusia perdía una importancia por­
ción de su territorio, lo que sólo fue parcialmente compensado por los éxitos obtenidos sobre el
ejército austro-húngaro en Galitzia.
Una de las claves del retraso ruso residía en la formación de sus soldados: mientras que los com­
batientes alemanes o británicos estaban alfabetizados y habían recibido algún tipo de adoctrina­
miento patriótico, la mayoría de los reclutas rusos eran analfabetos, y si no lo eran, su formación
resultaba por lo demás rudimentaria, inculcada tal vez por maestros cuyo afecto por el zarismo era
casi con seguridad nulo.
Además, el Ejército ruso, que tanto en número de hombres, como de material, al comienzo del
conflicto, era al menos igual que el alemán, no tenía planes reales para hacer frente a una larga
guerra de desgaste, por lo que cuando llegó el invierno de 1914, sus tropas empezaron a experi­
mentar una terrible escasez de material, por la quiebra del sistema de suministros desde la reta­
guardia, ya que la red de transportes de Rusia no podía hacer frente a las entregas masivas de
municiones, alimentos, ropas y medicinas que se necesitaban. De este modo, la escasez era tal, que
batallones enteros tuvieron que recibir su entrenamiento sin fusiles, mientras que muchos solda­
dos que llegaban a los frentes sin armas, se veían obligados a recoger las 'que habían dejado sus
compañeros abatidos. Incluso se llegó a ordenar a los soldados que limitaran a diez sus disparos
al día y, en muchos casos, cuando la artillería alemana bombardeaba sus trincheras, se prohibía a
los cañones rusos devolver el fuego.
Por este motivo, a partir de mayo de 1915, tanto austriacos como alemanes obtuvieron nuevas vic­
torias significativas a costa de los rusos: los primeros recuperaron los territorios que habían per­

30
DOSSIER

, ¡ ~. ."

Manifestación en las calles de Kiev en febrero de 1917.

dido en las primeras semanas del conflicto, mientras que los alemanes ocuparon Varsovia y las
zonas industriales polacas, acercándose a finales del año a la ciudad de Riga, en la costa báltica.
y no menos importantes fueron las bajas sufridas: más de un millón de soldados rusos murieron
y una cantidad parecida fue hecha prisionera.
La principal consecuencia de estos desastres fue que, el 22 de agosto de 1915, el zar decidió asu­
mir personalmente el mando supremo de sus fuerzas armadas, sustituyendo al Gran Duque
Nicolás, pese a las advertencias de sus consejeros, en el sentido de que a partir de este momento
pasaba a ser el responsable directo de la suerte del ejército, con su correspondiente lectura políti­
ca si las derrotas seguían. El propio Consejo de Ministros, en un acto único de crítica leal, supli­
có al zar que cambiara de opinión: "La decisión que habéis tomado amenaza a Rusia, a vos y a
vuestra dinastía con las más graves consecuencias".
Pues bien, pese a que la situación militar no empeoró significativamente en las campañas del año
1916, la guerra estaba provocando un profundo y decisivo impacto sobre la economía del país. El
comercio exterior, por ejemplo, cayó aproximadamente un 40 por ciento por el cierre del mar
Negro, por el bloqueo del mar Báltico y por las limitaciones impuestas por el gobierno sueco a la
utilización de su territorio para el transporte de armas. Además, los casi quince millones de rusos
movilizados en las fuerzas zaristas afectaron considerablemente al aparato productivo que, por
otra parte, estaba obligado a aumentar la producción industrial para compensar la disminución de
las importaciones y para afrontar la necesidad de aumentar la fabricación de armas y municiones.
Finalmente, la demanda de hombres por parte del ejército y de la industria tuvo un fuerte impac­
to sobre el campo, donde las mujeres fueron ocupando progresivamente el lugar de los hombres
en la tareas agrícolas cotidianas, también afectadas por la requisa masiva de caballos por parte del
ejército. El área de tierra cultivable disminuyó y, por tanto, la cantidad de grano cultivado cayó
casi un 20 por ciento entre 1916 y 1917 respecto de los niveles de 1913. Una caída de la produc­

31
r

ción que se vio agravada por la negativa de los campesinos a vender la mayor parte de los exce­
dentes en los mercados tra:dicionales,para dedicarlos a la especulación y a los canales comercia­
les clandestinos.
Sin embargo, fue en las ciudades y en los frentes de combate donde el problema del suministro de
alimentos empezó a adquirir tintes dramáticos, como consecuencia de las insuficiencias de los sis­
temas de transporte. Los ferrocarriles se vieron desbordados por la movilización de las tropas y
por la prioridad otorgada al transporte de material militar, lo que provocó que la cantidad de ce­
reales transportados disminuyera más del 30 por ciento entre 1913 y 1915. Hubo entonces que
reducir las raciones de pan entregada diariamente a los soldados y, asimismo, disminuyeron los
suministros a las ciudades, agravando una tensión social, ya afectada por otras circunstancias de
carácter político.
A partir de la segunda mitad de 1915, con el zar dedicado la mayor parte del tiempo a las activi­
dades militares en el frente, en la corte de la capital quedó la emperatriz Alejandra, que ejercía una
considerable influencia sobre su marido. Su origen alemán y su carácter introvertido la convirtie­
ron en un blanco fácil de la crítica de vastos sectores de la sociedad, incluso entre los grupos aris­
tocráticos, muy molestos por la presencia en el palacio, con innumerables privilegios, del monje
Gregory Rasputín, que a partir de su supuesta capacidad para detener las hemorragias de Alexis,
el heredero hemofilico, se ganó la confianza incondicional de la emperatriz, hasta el extremo de
ofrecer consejos de tipo político, que se trasladaban al propio Nicolás II.
A lo largo de 1916 se sucedieron los cambios de gabinete destinados a la búsqueda de soluciones
para paliar los efectos negativos de la guerra, sin muchos resultados visibles. En los diecisiete
meses del "Gobierno de la zarina", desde septiembre de 1915 a febrero de 1917, Rusia tuvo cua­
tro primeros ministros, cinco ministros del Interior, tres ministros de Asuntos Exteriores, tres
ministros de la Guerra, tres ministros de Transportes y cuatro ministros de Agricultura. No sólo
hombres competentes fueron apartados caprichosamente del poder, sino que la labor del Gobierno
fue totalmente desorganizada, porque nadie permanecía suficiente tiempo en el cargo como para
familiarizarse con sus responsabilidades. Por este motivo, a finales del año, la situación política se
había tomado prácticamente insostenible. De un lado, la ruptura era total entre estos gobiernos y
los partidos moderados representados en la Duma y, por otro, en las clases altas de Imperio había
un amplio descontento en contra del zar, hasta el punto de que, en diciembre, el propio Rasputín
fue asesinado por un pequeño grupo de aristócratas, en la creencia de que este acto contribuiría a
salvar a la monarquía. Se pretendía lograr la abdicación del zar y designar en su lugar a su hijo
Alexis, pasando el Gran Duque Miguel, hermano de Nicolás, a desempeñar el cargo de regente,
hasta la mayoría de edad de aquél.
El panorama se complicó en el invierno de 1916 a 1917, extremadamente riguroso en las tempe­
raturas, lo que incrementó la demanda de combustible y comida en una situación ya de por sí con­
vulsionada. En Moscú, por ejemplo, el precio del carbón de leña se triplicó entre septiembre de
1916 y febrero de 1917, mientras que la disminución en los suministros de harina llevó a las auto­
ridades a introducir el racionamiento y a restringir el consumo.
Ante el aumento de los precios y las dificultades de aprovisionamiento, el malestar de los trabaja­
dores se expresó a través de crecientes movilizaciones y huelgas, que reclamaban incrementos en
los salarios y que expresaban su descontento contra la conducta de unas autoridades, en las que se
mezclaban todo tipo de rumores sobre la corrupción moral de la familia real, la traición de los
círculos aristocráticos que rodeaban a la zarina o la propia debilidad de Nicolás II, al que ya se
consideraba incapacitado para gobernar. De esta manera, para importantes sectores de la sociedad
rusa, el levantamiento contra estos gobernantes degenerados, incapaces y traidores sólo podía
entenderse como un acto de patriotismo.

El comienzo de lo revolución
El 23 de febrero de 1917, las obreras textiles de las fábricas instaladas en Petrogrado -el nuevo
nombre que recibió San Petersburgo desde el 31 de agosto de 1914-, iniciaron un paro y se lan­
zaron a la calle conmemorando el Día Internacional de la Mujer, aunque sólo había una consigna:
"pan". Inmediatamente, la huelga fue seguida en las instalaciones metalúrgicas vecinas y, al día

32
siguiente, el conflicto se extendió a toda la ciudad, con más de 160.000 huelguistas en la calle, pro­
vocando el cierre de 131 fábricas.
El día 25 de febrero, la huelga general paralizó la capital, que se quedó sin transportes públicos y
sin periódicos, y los manifestantes incrementaron su audacia, enfrentándose a la policía, mientras
que los soldados y los polacos empezaron a dividirse entre quienes participaban de la represión y
los que mostraban su apoyo a los huelguistas. A partir del día 27, la revuelta de los soldados se
generalizó y hacia la noche casi todos los batallones de reserva instalados en la ciudad se habían
incorporado, espontáneamente o bajo presión, al proceso insurreccional. La ineptitud de las auto­
ridades encargadas de la seguridad contribuyó al éxito de la rebelión. Yarios ministros fueron
encarcelados y las tropas leales al Gobierno se dispersaron. Y aunque Nicolás 11 siguió en funcio­
nes dispuesto a la represión, contando con tropas preparadas para alcanzar este objetivo, el Comité
de la Duma se hizo cargo del aparato de gobierno e impulsó las gestiones que culminaron con la
abdicación del zar, quien primero pensó en hacerlo a favor de Alexis, su único hijo varón, con la
regencia de su hermano el Gran Duque Miguel, pero, finalmente, se inclinó por abdicar en favor
de éste, que también terminó rechazando la Corona.
El final de la monarquía fue celebrado profusamente por todo el Imperio. Multitudes entusiasma­
das se reunieron en las calles de Petrogrado y Moscú, mientras se izaban banderas rojas en las ven­
tanas y los tejados, en medio de procesiones jubilosas, discursos patrióticos y el canto de La
Marsellesa. También en las trincheras se extendió el entusiasmo, a pesar de la confusión inicial
causada por los esfuerzos de los oficiales por ocultar la noticia, pero en las provincias, la noticia
de la abdicación se extendió más lentamente, porque hubo pueblos aislados que no se enteraron de
lo acontecido en la capital hasta finales de marzo y en algunos casos hasta el mes de abril.
La Revolución de Febrero fue pues, una revolución contra la monarquía, porque la nueva demo­
cracia a la que dio vida se definió por la negación de todo lo zarista. Por este motivo, la Revolución
fue acompañada en toda la nación por la destrucción de todas las señales y símbolos del poder
imperial, como las águilas bicéfalas que colgaban de muchos edificios, las estatuas de los zares
que adornaban muchas calles o los retratos de los edificios gubernamentales.

El Gobierno Provisional
El 2 de marzo se fonnaba un Primer Gobierno Provisional, bajo la presidencia del príncipe Lvov,
un noble liberal, con un programa de actuación basado en ocho puntos, impuesto por el soviet de
Petrogrado, que era el que detentaba el verdadero poder en la calle, por el apoyo que tenía de tra­
bajadores y soldados: 1) Amnistía para todos los presos políticos; 2) Libertad de palabra, asocia­
ción, reunión y reconocimiento del derecho de huelga; 3) Abolición de todo privilegio basado en
la nacionalidad, la religión o el origen social; 4) Convocatoria inmediata de una Asamblea
Constituyente elegida por sufragio universal, secreto, directo e igualitario; 5) Disolución de todos
los órganos policiales, reemplazados por una milicia electa, supervisados por el gobierno local;
6) Nuevas elecciones a los organismos de autogobierno sobre la base del sufragio universal;
7) Compromiso de que los soldados que participaron en la Revolución no iban a ser despojados
de sus amias, ni enviados al frente; 8) Mantenimiento de la disciplina militar, pero reconociendo
a los soldados similares derechos a los civiles.
No se hacía ninguna mención a los dos temas básicos del momento, la guerra y la tierra, porque
los objetivos de los dirigentes del soviet chocaban frontalmente con los de los portavoces de la
Duma, lo que fue un error crucial. De esta manera, en unos momentos tan críticos, nacía una
estructura de doble poder. El soviet apoyaba al Gobierno Provisional en la medida en que éste se
adhiriera a sus principios. El efecto fue la paralización del Gobierno, que no podía hacer nada sin
el apoyo del soviet.
Desde el día 23 hasta el 28 de febrero, el foco de la revolución estuvo exclusivamente centrado en
Petrogrado, mientras que en el resto del país la actividad se desalTollaba con nonnalidad. Sólo a
partir del 3 de marzo, cuando se publicó la noticia de que Nicolás 11 había abdicado, la nación en
su conjunto se enteró de que se había producido una revolución, lo que trajo como consecuencia
un rápido derrumbe de la autoridad. Jueces, policías y funcionarios vieron como el Poder, antes
respetado, ahora desaparecía. Y a lo largo del mes de marzo, en todas las ciudades surgieron

34

I
soviets que copiaron el modelo de Petrogrado, y en el que los dirigentes fueron, en general, inte­
lectuales de origen socialista. El cambio de régimen fue aceptado en todas partes como un hecho
consumado, sin que fuera necesario el uso de la fuerza, incluso en algunas localidades, las cele­
braciones en honor del Gobierno Provisional contaron con la presencia de oficiales zaristas.
Sin embargo, las tareas que debía abordar el nuevo Gobierno no eran nada fáciles de concretar y
su respuesta inicial se concentró en legislar sobre las cuestiones vinculadas con la democratiza­
ción de la sociedad: algunas leyes estaban destinadas a rectificar los abusos del zarismo y otras
orientadas a cumplir con el programa que se había pactado, dejando postergadas -como se ha
dicho- las decisiones relacionadas con las dos cuestiones que parecían más decisivas: la conduc­
ción de la guerra y la reforma agraria.

El regreso de Lenin
Exiliado en Suiza desde principios de la guerra, la reacción inicial de Lenin ante la noticia de la
caída del zarismo fue de sorpresa, porque no esperaba que la oleada revolucionaria hubiera surgi­
do tan pronto y con un éxito tan importante. Su preocupación inmediata pasó a ser cómo llegar los
más rápidamente posible a Petrogrado, teniendo en cuenta que tenía que atravesar media Europa,
incluyendo el propio territorio controlado por el enemigo alemán. Sin embargo, sus conocidas
ideas sobre la guerra, favorables a la retirada unilateral de Rusia del conflicto, facilitaron la cola­
boración del gobierno del Reich, que después de un contacto previo, le permitió cruzar el país en
un tren precintado, con otras dos docenas de revolucionarios rusos, no todos bolcheviques. A tra­
vés de Alemania, llegó al puerto de Sassnitz, donde embarcó hacia Suecia, pasó por Finlandia
hasta llegar de nuevo en tren a Petrogrado, en un viaje que duró siete días . Lenin, mientras tanto,
ya había transmitido a los dirigentes bolcheviques instalados en Rusia, que la estrategia de la orga­
nización era de enfrentamiento total con el Gobierno Provisional hasta llegar al establecimiento de
un gobierno de los soviets.
Esta conducta de los bolcheviques y del propio Lenin se vio reforzada por la grave crisis abierta
en el mes de abril en el Gobierno, cuando se conoció públicamente la nota secreta enviada por el
ministro de Relaciones Exteriores ruso, Miliukov, a los países de la Entente aliada, en la que con­
firmaba la decisión del gabinete presidido por Lvov, de continuar la guerra, asumiendo las obli­
gaciones contraídas por el depuesto gobierno zarista. La reacción de las masas en la calle condujo
a una seria crisis del Ejecutivo, a la renuncia del ministro y al incremento del número de descon­
tentos con el rumbo de los acontecimientos, dando fuerza a las posiciones de quienes, como los
bolcheviques, ya pedían abiertamente el derrocamiento del "gobierno burgués".
La resolución momentánea de la crisis llegó con la formación de un nuevo Ejecutivo, que inició
sus gestiones a principios de mayo, con la presencia de dos ministros mencheviques y con un
socialista revolucionario, Kerensky, convertido en la figura más destacada del mismo, ahora como
ministro de Guerra y Marina. Por esta implicación, socialistas revolucionarios y mencheviques
quedaron fuertemente marcados por el constante deterioro de la situación política y social, aunque
éstos justificaban su política como una manera de ayudar a favorecer la paz social y la disciplina
necesaria, para que el pueblo se expresara libremente en la futura Asamblea Constituyente.
En esta línea, el Gobierno Provisional quiso superar la conflictiva realidad con la obtención de una
victoria militar importante, que le permitiera ganar el apoyo de la población. Kerensky, defensor
de este planteamiento hizo un largo e inútil recorrido por los frentes de batalla, tratando de gene­
rar entusiasmo entre los soldados, pero la reacción de la tropa fue ampliamente negativa. Pese a
todo, el Gobierno decidió iniciar las operaciones en la región de Galitzia, el 16 de junio, con inten­
sos bombardeos de la artillería pesada, pero el avance posterior de la infantería terminó en un
desastre total. Como ha escrito Jorge Saborido, "después del impulso inicial, muchos soldados se
negaron a seguir avanzando, algunos huyeron ante los primeros disparos enemigos y otros ni
siquiera comenzaron a pelear". Por este motivo, cuando a principios de julio se produjo una fuer­
te contraofensiva alemana, la mayor parte de las unidades estaban en una situación de completa
desorganización, negándose a cumplir las órdenes impartidas por los oficiales. Sin embargo, los
bolcheviques todavía tenían una limitada implantación en el seno del movimiento obrero, porque
en el Congreso de los Soviets de Campesinos realizado a principios de mayo, sólo 14 de los 1.115
delegados eran de esta filiación y en el Primer Congreso Nacional de Soviets, celebrado en junio,

36
DOSSIER

de 777 delegados que hicieron pública su militancia partidista (sobre un total de 1.090), 105 se
declararon bolcheviques, frente a 285 socialistas revolucionarios, 248 mencheviques y 32 men­
cheviques "internacionalistas".
Fue a partir del mes de junio cuando el Partido Bolchevique incrementó notablemente su mili­
tancia, reclutando a todos los que estaban descontentos con la actitud del Gobierno Provisional y
fue en estas semanas cuando se produjo el acercamiento al Partido de León Trotsky, uno de los
más brillantes dirigentes socialistas, que no tardaría en convertirse, junto con Lenin, en una de las
personalidades más destacadas de la Revolución. Y mientras que la propaganda bolchevique se
articulaba sobre consignas muy sencillas, como "pan, paz y tierra", el Gobierno entraba en una
nueva crisis, por la división que crearon los debates acerca de la autonomía reclamada desde
U crania. Los ministros pertenecientes al Partido Kadete salían del gabinete, al mismo tiempo que
se incrementaban los representantes mencheviques y los socialistas revolucionarios -con nueve
ministros de quince-, siendo Kerensky también designado jefe del Ejecutivo, ante la renuncia del
príncipe Lvov.

El problema campesino
Con excepción de las áreas cercanas a las grandes ciudades, las noticias de la Revolución de
Febrero se recibieron en el campo con semanas de retraso y después de un invierno particular­
mente inclemente.
En general, para los campesinos la caída del zarismo fue interpretada como el colapso del injus­
to régimen de propiedad existente, por lo que brindaron inicialmente su apoyo al Gobierno
Provisional, en la creencia de que muy pronto se daría satisfacción a sus demandas . Por este moti­
vo, en muchas regiones el cambio político fue considerado el punto de partida para iniciar la ocu­
pación de tierras, que asumieron un carácter masivo en el mes de abril. Poco después remitieron
como consecuencia de las exhortaciones del Gobierno y de la Unión de Campesinos, organiza­
ción liderada por el Partido Socialista Revolucionario . Sin embargo, la lentitud del Gobierno en
hacer frente a la "cuestión agraria" condujo a su pérdida de credibilidad en el campo ya la expan­
sión de las tesis bolcheviques que pedían como medida principal el reparto de las grandes fincas
entre los campesinos. Y es que el primer ministro de Agricultura, Shingarev, del Partido Kadete,
se limitó a trasladar al problema de la tierra a la Asamblea Constituyente y a recopilar una amplia
información destinada a que los legisladores tuvieran a su disposición todos los elementos de jui­
cio necesarios para realizar su tarea.
A principios de mayo, el Ministerio pasó a manos del socialista revolucionario Víctor Chernov,
el diseñador de la política agraria de su partido y personaje de gran prestigio. Se pensó entonces
que la cuestión de la tierra iba a ser abordada de manera radical, pero durante los cuatro meses
de su gestión ningún problema fue resuelto. Ante esta situación, en los meses de la primavera y
el verano los soviets, como forma de organización, también se expandieron por el mundo cam­
pesino, reforzando el autogobierno directo de las aldeas y las ocupaciones se incrementaron a par­
tir de julio, con un nuevo carácter: dejando a un lado toda legalidad, los campesinos comenzaron
a cultivar la tierra y a instalar su ganado en ella, poniendo claramente en cuestión el ejercicio de
la autoridad gubernamental en el campo. De esta manera, la debilidad y los errores del Gobierno
Provisional hicieron que los que residían en el medio nlral pensaran que eran ellos mismos los
que tenían que resolver sus propios problemas. Por este motivo, no sólo se incrementaron las ocu­
paciones, sino que los campesinos también se negaron a entregar las cosechas en el mercado,
como les pedían las autoridades, provocando así el desabastecimiento y el deterioro en las con­
diciones de vida de las clases populares urbanas.

4. LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE DE 1917


El triunfo de los bolcheviques
Ante al agravamiento de la situación en todos los ámbitos, Kerensky hizo un último esfuerzo y a
mediados de septiembre convocó una "Conferencia Democrática" de todas las fuerzas políticas
en condiciones de apuntalar al Gobierno, hasta la convocatoria de la Asamblea Constituyente. El
resultado de la Conferencia fue la conformación de un "Preparlamento" llamado oficialmente
Consejo Provisorio de la República Rusa -la que fue proclamada por Kerensky elIde septiem­
bre-, cuya actividad careció de toda vinculación real con lo que ocurría en la sociedad. El hecho

37
.' .,..~""""
1 1 r
, _,:.. ...... ,
-' . ., , "n :
'1 I .~~..--

, P_PII!!

Mujeres trabajadoras en manifestación. 1917.

de que el 24 de septiembre Kerensky nombrara un nuevo gobierno con participación menchevique


y socialista revolucionario, pero con el retorno de los kadetes en los puestos claves, era la prueba
palpable del fracaso de los dirigentes de los dos partidos socialistas en entender la realidad. Como
ha escrito Orlando Figes, eran un Gobierno que sólo existía sobre el papel: "nadie le prestó aten­
ción. Más allá de los pasillos del Palacio de Invierno, todos los decretos de Kerensky fueron igno­
rados. Existía un vacío de poder; .sólo era cuestión de esperar a ver quién se atrevería a llenarlo".
y durante el mes de septiembre, el país estuvo paralizado por una serie de huelgas cada vez más
amplias, acompañadas de un crecimiento de los saqueos y del vandalismo, extendiendo el miedo
y el temor entre las clases medias y altas, como consecuencia de la incapacidad del gobierno para
dar respuesta a este clima de anarquía y desorden.
Por el contrario, y al mismo tiempo, la presencia de los bolcheviques entre los sectores obreros y
entre los soldados creció de manera rápida. En poco tiempo, entre finales de agosto y principios
de septiembre, consiguieron la mayoría, tanto en el soviet de Moscú, como en el de Petrogrado,
dando fuerza a las tesis de Lenin de que había que actuar con prontitud. En este último soviet, ade­
más, Trotsky, que había salido de prisión a principios de septiembre, se convirtió en su presiden­
te, transformándolo con su gestión en un instrumento al servicio de la insurrección, en una
estrategia que Lenin quería acelerar para que se produjera antes de que se celebrara el Segundo
Congreso Nacional de los Soviets, previsto para finales de octubre, y en donde los bolcheviques
no tenia n asegurada ni la hegemonía ni siquiera la mayoría política.
Para conseguir su objetivo, Lenin quiso jugar fuerte dentro de las filas bolcheviques, decidido a
anular cualquier tipo de contestación interna. En primer lugar, amenazó con su renuncia al Comité
Central y, más tarde, convocó una reunión secreta del mismo para ellO de octubre, en la que,
emergiendo de la clandestinidad, logró que el Partido se pronunciara a favor de la insurrección
armada. Esta reunión, de enorme importancia, contó con la presencia de 12 miembros sobre un
total de 21, imponiéndose la postura de Lenin por 10 votos a favor y 2 en contra, de Zinoviev y
Kamenev, partidarios de avanzar en la acción política por las posibilidades que el Partido podía
tener en las elecciones a la Asamblea Constituyente y porque creían que la insurrección podría
conducir -si fracasaba- , a "la derrota de la Revolución".

38
DOSSIER

El organismo encargado de dirigir el plan de los bolcheviques sería el Comité Militar


Revolucionario, formado en el seno del Soviet de Petrogrado, que si bien inicialmente fue impul­
sado por los mencheviques como instrumento de defensa frente a un hipotético intento contrarre­
volucionario, ahora se había transformado en un instrumento en manos de la mayoría
bolchevique, gracias a los nombramientos hechos por Trotsky.
El plan diseñado por Lenin pasaba por la realización de una operación rápida, ejecutada por una
pequeña fuerza decidida, bien armada y disciplinada, coordinada por el Comité Militar, que argu­
mentando "la defensa de la Revolución", reclamó el mando sobre las guarniciones instaladas en
la capital. Mientras tanto, la actitud de Kerensky era de una total falta de percepción de la reali­
dad: por un parte, estaba convencido de que el principal peligro provenía de la derecha y, por otra,
subestimaba la capacidad de Lenin y los bolcheviques de liderar el proceso insurreccional con
éxito. Con estos prejuicios, el presidente del Gobierno Provisional actuó tarde y mal, facilitando
el triunfo del movimiento revolucionario.
Con los soldados de la guarnición de Petrogrado fieles al Comité Militar Revolucionario y los
militantes bolcheviques armados, formando la Guardia Roja, en poco tiempo y sin apenas resis­
tencia se fueron ocupando los lugares estratégicos de la capital, como respuesta a la decisión de
Kerensky de ordenar el cierre de los órganos de prensa bolcheviques, adoptada durante la noche
del 23 al 24 de octubre. Fue entonces cuando Lenin decidió abandonar su escondite para marchar
al principal teatro de los acontecimientos -el Instituto Smolny-, donde iba a reunirse el Congreso
de los Soviets, para ponerse al frente del Comité Central e impulsar las acciones encaminadas a
consyguir el derrocamiento del Gobierno Provisional. Allí se decidió también la toma del Palacio
de Invierno, sede del Gobierno, antes de que se produjera la inauguración formal del 11 Congreso
de los Soviets, como una manera de dejar claro ante las restantes formaciones políticas el lide­
razgo que los bolcheviques querían ejercer. De esta manera, cuando se produjo la apertura oficial
del Congreso, éstos constituían una mayoría de alrededor de 340 delegados sobre un total de 650,
a los que además se les sumaron casi 100 socialistas revolucionarios de izquierda que compartían
los objetivos bolcheviques, lo que les permitía disponer de una mayoría absoluta.
Además, al conocerse en la reunión la noticia del encarcelamiento de los ministros pertenecien­
tes a los partidos socialistas, por las fuerzas leales al Comité Militar Revolucionario, menchevi­
ques y socialistas revolucionarios de derecha abandonaron la sala de sesiones, dejando a los
bolcheviques con el control total de la situación en el Congreso, que era justamente la situación
esperada por Lenin. Los opositores que se quedaron tuvieron que escuchar el discurso provoca­
dor de Trotsky: "Habéis agotado vuestro papel. Váyanse al lugar al que desde ahora pertenecen:
¡al basurero de la historia!".
Fue entonces cuando desaparecieron de la sala todos los adversarios de los bolcheviques, dejan­
do el camino libre para que éstos contaran con "el monopolio del Soviet, de las masas y de la
Revolución". Asegurada la victoria, con la toma del Palacio de Invierno incluida, Lenin preparó
sus tres primeros decretos, conformando las bases del régimen recién instaurado: el decreto sobre
la paz, el decreto sobre la tierra y el que anunciaba la formación de un nuevo Gobierno.
El primero, relativo a la guerra, era un llamamiento a las potencias beligerantes para que inicia­
ran negociaciones de paz sobre la base de la consigna, "sin anexiones ni indemnizaciones", a la
vez que se denunciaban los tratados secretos firmados por los integrantes de la Entente, como
parte de las "maquinaciones de la diplomacia imperialista". En cuanto al tema del reparto de la
tierra, el decreto recogía claramente las expectativas de los campesinos, en cuanto procedía a
expropiar sin indemnización alguna, "las fincas de los terratenientes, así como todas las tierras de
la Corona, de los monasterios y de la Iglesia". Finalmente, el nuevo Gobierno, monopolizado por
los bolcheviques pasó a denominarse el Consejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom), desta­
cándose Lenin como presidente, el mismo Trotsky como encargado del Comisariado de Asuntos
Exteriores, Stalin como Comisario de las Nacionalidades y Anatoli Lunacharsky, a cargo de la
Educación.
Los días siguientes al establecimiento de los bolcheviques en el poder estuvieron caracterizados
por la existencia de amenazas en dos frentes: por una parte, el retomo de Kerensky , auxiliado por
el Tercer Cuerpo de Caballería, bajo el mando del general Krasnov, con la pretensión de recupe­
rar el poder; por otra, las exigencias planteadas por los obreros ferroviarios de paralizar el trans­

39
porte si no se constituía un gobierno socialista de coalición. En ambos casos, el Gobierno pudo
salir airoso del desafio planteado. Logró vencer a los cosacos que venían en ayuda de Kerensky,
en Pultovo, el 30 de octubre y resolvió la amenaza de los ferroviarios, facilitando la entrada en el
gobierno de algunos socialistas revolucionarios de izquierda, sin aceptar más condicionamientos.
En Moscú, mientras tanto, la situación no se definió tan rápidamente: las dificultades económicas
eran muchos mayores que en la capital y había muchos movimientos insurreccionales espontá­
neos. En un principio, las fuerzas progubernamentales controlaron el K.remlin, pero en lugar de
aprovechar su ventaja, decidieron entrar en negociaciones con los bolcheviques. Durantes los tres
días que duraron las mismas, el Comité Militar Revolucionario, que se constituyó el 25 de octu­
bre, organizó sus fuerzas y atacó finalmente en la medianoche del 30 de octubre. Tres días más
tarde, las tropas que defendían el K.remlin se rindieron. A diferencia de lo que ocurrió en
Petrogrado, donde la Revolución triunfó inicialmente con escaso derramamiento de sangre, las
luchas en las calles moscovitas produjeron más de un millar de muertos.
En otras ciudades de Rusia, hubo una amplia variedad de situaciones, dependiendo de la fuerza y
la determinación de las partes contendientes. En algunas localidades, por ejemplo, los bolchevi­
ques se unieron a mencheviques y socialistas revolucionarios para proclamar el poder de los
soviets, en otras tomaron el poder en solitario, expulsando a sus rivales socialistas y, en la mayor
parte de los casos, actuaron sin recibir directivas desde Petrogrado. De esta manera, a principios
de noviembre, el nuevo gobierno revolucionario controlaba los centros de poder del antiguo impe­
rio zarista, es decir, las principales ciudades, mientras que en las regiones más alejadas, así como
en las aldeas, su influencia apenas se vislumbraba.

los bolcheviques en el poder


Incentivado por una situación marcada por la provisionalidad, el Sovnarkom mostró una inusitada
voluntad de impulsar transformaciones desde el poder. Hasta elide enero de 1918, no menos de
116 decretos fueron promulgados sobre temáticas tan variadas como el control obrero, el estable­
cimiento de la jornada de ocho horas, la creación del Consejo Supremo de la Economía Nacional,
la nacionalización de la banca, la enseñanza laica, gratuita y universal, la legalización del divor­
cio o la reforma del alfabeto.
En estas primeras semanas también, se puso en marcha un proceso de enorme significación futu­
ra: el control del poder por parte del Sovnarkom, desplazando al Congreso de los Soviets. La con­
signa "Todo el poder a los Soviets" se tradujo en la práctica en una frase hueca; progresivamente
el Consejo de Comisarios del Pueblo comenzó a gobernar por decreto y esto se transformó en una
práctica habitual. El Comité Ejecutivo de los Soviets, fuertemente incrementado en su número ini­
cial por la presencia de representantes de los campesinos y de los soldados, se convirtió progresi­
vamente en un organismo de segunda importancia, al tiempo que los comités de fábrica se
comenzaron a transformar en órganos administrativos al servicio del gobierno, más que en insti­
tuciones realmente representativas.
Esta hegemonía del partido se va a confirmar de manera explícita con posterioridad, en el X
Congreso del Partido Comunista -el nombre que adoptó el Partido Bolchevique desde principios
de 1918-, realizado en marzo de 1921, donde Lenin sentenciaría que era el Partido el que ejercía
el Gobierno, mientras que las resoluciones de sus Congresos serían obligatorias "para toda la
República".
En este proceso de acumulación de poder, la primera víctima de los bolcheviques fue la libertad
de expresión. Un Decreto sobre la Prensa emitido en los primeros días de gobierno, le daba a éste
el derecho de sancionar a las publicaciones que se resistieran o que se negaran a reconocer a las
nuevas autoridades, lo que unido a la práctica real de la confiscación de imprentas, provocó que
muchas publicaciones dejaran de aparecer, resultando inútiles las protestas de destacadas perso­
nalidades del mundo de la cultura contra estas decisiones.
Sin embargo, la mejor demostración de que los bolcheviques no constituían la fuerza mayoritaria
del nuevo mapa político ruso fueron las elecciones que el Gobierno de Kerensky había convoca­
do, antes de ser derrocado, para la formación de una nueva Asamblea Constituyente, a finales del
mes de noviembre. El resultado del proceso electoral, celebrado desde el 12 al 26 de noviembre,
con la participación de hombres y mujeres mayores de veinte años, justificó la inquietud que Lenin

40
tenía sobre las mismas. Los socialistas revolucionarios obtuvieron el40 por ciento del total de los
votos- unos 17 millones-, frente a los 10 millones -el 24 por ciento- de los bolcheviques .
Traducido a escaños, el resultado fue peor para los bolcheviques, ya que de los 703 previstos, los
socialistas revolucionarios obtuvieron 419, lo que les aseguraba la mayoría absoluta, mientras que
los bolcheviques, incluso con los 40 diputados procedentes de los socialistas revolucionarios de
izquierda, apenas llegaban a 208 escaños.
Sin embargo, el plan que el líder bolchevique tenia para la Asamblea Constituyente estaba claro:
conseguir su anulación, para impedir la actuación de los partidos de la oposición, que veían en ella
una oportunidad para desalojar a los comunistas del poder. Por esta razón, la organización de una
Unión para la Defensa de la Asamblea Constituyente y la salida a la calle de un número significa­
tivo de manifestantes para apoyar la apertura de las sesiones, se encontró con la represión de los
bolcheviques, con el saldo de diez muertos y una cantidad indeterminada de heridos.
Pese a esta actuación de las tropas dependientes del gobierno revolucionario, la Asamblea, final­
mente se constituyó el 5 de enero de 1918 y la mayoría no bolchevique -aun bajo amenazas fisi­
cas-, comenzó a actuar, denunciando la actuación de quienes se habían apropiado del poder de
forma ilegal. No obstante, muy pronto se vería la importancia que tenía controlar los instrumen­
tos del poder, desde la policía al ejército. Cuando los asambleístas llegaron el segundo día para
continuar sus deliberaciones, se encontraron con que la sede de la reunión -el Palacio de Táuride­
estaba cerrado y los soldados impedían la entrada. Lenin, que asistió a la primera sesión, movién­
dose entre la indiferencia y el desdén, no tardó en redactar un decreto de disolución, en el que argu­
mentaba la clausura de la Asamblea, estableciendo que, "toda renuncia a la plenitud del poder de
los soviets y a la República soviética, en provecho del parlamentarismo burgués y de la Asamblea
Constituyente, constituirían hoy un retroceso y el hundimiento de toda la revolución obrera y cam­
pesina de octubre" .
De este modo, dado que la disolución fue presentada como la victoria del "pueblo explotado"
sobre la burguesía y sus representantes políticos, a continuación se procedió también a prohibir por
decreto las actividades del Partido Kadete y a restringir la libertad de actuación de los restantes
partidos opositores, con la utilización de cargos tan poco concretos, que cualquiera que no fuera
bolchevique podía ser acusado de contrarrevolucionario. Las cárceles no tardaron en llenarse de
los llamados "enemigos del pueblo", mientras que se liberaba a los delincuentes comunes para dis­
poner de más espacio .
Fue en estos momentos de incertidumbre y de confrontación, cuando los bolcheviques adoptaron
otra medida de enorme importancia para el futuro: la creación, por decreto del 7 de diciembre, de
la Cheka, nombre con el que no tardaría en ser conocida la Comisión Extraordinaria para la Lucha
contra la Contrarrevolución y el Sabotaje, el nuevo órgano de seguridad que, más tarde, y después
de cambiar varias veces de nombre, se convertiría en la KGB. A su frente se colocó a uno de los
bolcheviques más implacables, el comunista de origen polaco Félix Dzerzhinski. Se trataba de una
institución clave en la implantación del "terror" bolchevique, y ya desde sus primeros pasos, mos­
tró sus características particulares: no hubo un decreto que estableciera su organización, quedó
subordinada al Consejo de Comisarios del Pueblo y, aunque el II Congreso de los Soviets había
abolido sin debate la pena de muerte, la Cheka iba a fusilar sin dar cuenta prácticamente a nadie
de sus hechos, siendo la arbitrariedad la característica habitual de su funcionamiento : "casi cual­
quiera podía ser arrestado y casi cualquier actitud podía ser considerada como un comportamien­
to ' contrarrevolucionario "'.
Con unas estructuras que llegaron a ocupar a unas 250.000 personas, tuvo sus propias oficinas y
sus campos de concentración, contribuyendo de forma decisiva a asegurar -mediante el terror- la
supervivencia del régimen durante la época de la guerra civil.

El trotado de BresHitovsk
Una vez resuelto el control de la situación interna, desafiado por la Asamblea Constituyente, el
gran problema que tenían que resolver los bolcheviques era, sin duda, el de la guerra. No por
casualidad, el primer decreto promulgado por los revolucionarios de octubre había sido el de paz,
donde Lenin dejó marcada claramente sus intenciones sobre el conflicto, al considerar que la con­

42
DOSSIER

tinuación de la guerra era "el peor crimen contra la humanidad" , porque su único fin era decidir
-según él-, "cuáles de las naciones poderosas y ricas deberán dominar a las débiles".
Como los países de la Entente, principalmente Francia y Gran Bretaña, exigían a los bolcheviques
el cumplimiento de los compromisos contraídos por el zarismo, el gobierno revolucionario no
tardó en iniciar, en el mismo mes de noviembre, conversaciones con Alemania en Brest-Litovsk,
cuyo primer resultado fue la firma de un armisticio, que permitía a los ejércitos de los dos países
mantener sus posiciones territoriales, pendiente del acuerdo definitivo. Al no llegar éste por las
tácticas dilatorias de Trotsky, comisario de Relaciones Exteriores, en los primeros días de enero
de 1918, Alemania lanzó un ultimátum con sus exigencias: Polonia, Lituania, Bielorrusia y la
mitad de Letonia debían permanecer en su poder y los rusos tenían diez días de plazo para con­
testar.
La propuesta alemana dividió a los bolcheviques en tres posiciones distintas. Lenin, por ejemplo,
desde el principio, era partidario de firmar el tratado en las condiciones dictadas por Alemania,
porque entendía que lo prioritario era defender la Revolución. Por otra parte, una mayoría lidera­
da por Nicolai Bujarin, líder de la llamada Izquierda Comunista, era partidaria de iniciar una gue­
rra revolucionaria contra los alemanes, en la creencia de que esta situación podría abrir una
situación revolucionaria en Occidente y extender la Revolución. Finalmente, Trotsky planteaba
una tercera posición, que se resumía en la expresión "ni guerra ni paz", lo que significaba senci­
llamente dejar de luchar sin firmar el tratado.
En las duras discusiones que se plantearon en el Comité Central del Partido Comunista, celebra­
do el 1'1 de enero de 1918, Lenin decidió apoyar el planteamiento de Trotsky como un mal menor,
convirtiéndolo así en la posición oficial de los bolcheviques . Con esta actitud, volvieron a las
negociaciones con los alemanes, pretendiendo prolongar las conversaciones todo lo que fuera
posible. Después de tres semanas sin acuerdo, el día 9 de febrero, el káiser envió desde Berlín un
telegrama a sus negociadores, ordenándoles que presentaran un ultimátum. Si el tratado no era [IT­
mado al día siguiente, los ejércitos alemán y austriaco recibirían la orden de avanzar inmediata­
mente. Ante esta situación, Trotsky anunció por sorpresa que Rusia reconocía la derrota y
declaraba su intención de no seguir combatiendo, pero al mismo tiempo se negaba a aceptar los
términos impuestos para acabar con la guerra.
Alemania entonces decidió que el armisticio había concluido y que, por tanto, seguía en guerra
con Rusia, anunciando que el día 18 de febrero se reanudaban las hostilidades . Fue entonces,
cuando los alemanes reiniciaron su avance sobre territorio ruso, cuando los bolcheviques acepta­
ron los términos humillantes del tratado que se les imponía, finalmente firmado el 3 de marzo.
Rusia renunciaba a la mayor parte de su territorio en el continente europeo, mientras que Polonia,
Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania, recibían una independencia nominal, pero bajo la protec­
ción alemana. Además, las tropas rusas tenían que ser evacuadas de Ucrania. En total, la
República Soviética entregó el 34 por ciento de su población, el32 por ciento de las tierras de cul­
tivo, el 54 por ciento de las empresas industriales y el 89 por ciento de las minas de carbón.
"Como potencia europea, Rusia, en términos económicos y territoriales, había quedado reducida
a un status similar al que tenía la Moscovia del siglo XVII" (Figes).
Por otra parte, en el curso de esta crisis, y ante el peligro de que Petrogrado fuera ocupada por los
alemanes, se decidió el traslado de la capital a Moscú, lo que para muchos fue el símbolo del dis­
tanciamiento de Rusia respecto de Europa occidental y también el comienzo del fin de la "revo­
lución permanente" o la idea de exportar la revolución.
La firma del tratado de Brest-Litovsk tuvo otras repercusiones no menos importantes, como fue
el abandono del gobierno por parte de los socialistas revolucionarios de izquierda, dejando sólo a
los bolcheviques y la ocupación de zonas concretas de Rusia, por los anteriores aliados de la
Entente, después de que el gobierno soviético hubiera rechazado pagar la deuda externa del
Imperio zarista. En el mismo mes de marzo de 1918, franceses e ingleses enviaron tropas al puer­
to de Murmansk en el océano Ártico y, más tarde, al de Arcángel, situado en el mar Blanco. El
objetivo aparente era defender el material de guerra acumulado desde 1916 en estas instalaciones
contra la hipotética amenaza alemana, pero también la de establecer puntos de apoyo en el inte­
rior para quienes ya empezaban a actuar contra el régimen comunista.

43
5. DE LA GUfRR ACIVIL ALA NEP .
La guerra civil
Lenin estaba convencido de que la sustitución del sistema capitalista por el socialista sólo podría
realizarse mediante la dictadura del proletariado, lo que significaba una guerra: implacable contra
la burguesía, dirigida por un Partido Comunista sometido a la más rigurosa disciplina.
Aunque ya desde las primeras semanas de la revolución, se produjeron distintas formas de oposi­
ción armada a los bolcheviques, en las que se mezclaban los sectores civiles y militares que guar­
daban lealtad al zarismo, con otros grupos que se resistían a las prácticas políticas autoritarias de
Lenin, el período más característico de esta guerra civil fue el que enfrentó al Ejército Rojo de los
comunistas con los llamados "generales blancos" , grupo de oficiales zaristas, con mando de tro­
pas, que a partir de los últimos meses de 1918 se transformaron en un serio peligro para los bol­
cheviques. Una confrontación que se vio incrementada por la ya citada intervención extranjera y
que provocó la presencia en territorio del antiguo Imperio de tropas de hasta ocho países en algu­
nos momentos de la guerra, sosteniendo también a los grupos contrarrevolucionarios con la ayuda
bélica y económica.
El enfrenamiento se desarrolló en todo el territorio de Rusia, desde el Báltico hasta el Pacífico, con
tropas en continuo movimiento y frentes muy permeables por el limitado número de soldados que,
a veces, tenían que proteger zonas que ocupaban cientos de kilómetros, muy diferente, por tanto,
de la guerra de trincheras que había caracterizado la Primera Guerra Mundial. El triunfo final del
Ejército Rojo, en un conflicto que se extendió hasta principios de 1921, con la conquista de
Georgia y el tratado de paz con Polonia, se debió a varias razones. En primer lugar, contaba con
una dirección unificada, mientras que los "blancos" constituían ejércitos que actuaban a gran dis­
tancia unos de otros, sin ninguna coordinación. Además, el Ejército Rojo disponía de mayor arma­
mento, contaba con una gran ventaja en cuanto a la posibilidad de reclutamiento -ocupaba las
zonas más densamente pobladas- y, en definitiva, conformó un ejército mucho más numeroso y
étnicamente homogéneo. Finalmente, hay que señalar que los generales "blancos" carecieron de
un proyecto político que pudiera suscitar el apoyo de las poblaciones que estaban bajo su control,
especialmente en las cuestiones políticas de mayor relevancia, como las de la tierra o las naciona­
lidades . Más bien al contrario, el "terror blanco" practicado contra campesinos y judíos, le dio más
apoyo a los bolcheviques en el campo, entre los que se veían sometidos a los saqueos de los cosa­
cos que estaban al servicio de los ejércitos "blancos".
El impacto de la guerra civil sobre la sociedad rusa fue enorme y en muchos aspectos condicionó
la evolución posterior de la política de los bolcheviques. Por una parte, la dureza de los combates
y la brutalidad de la confrontación arruinó las ilusiones de los que pensaban que la Revolución
podía abrir rápidamente el camino hacia el "reino de la igualdad". Pero, además, sirvió para poner
en primer plano las tendencias autoritarias que caracterizaban a Lenin y a los bolcheviques, dis­
puestos a ejecutar su proyecto político a cualquier precio, sin tener muy en cuenta los costes huma­
nos del sacrificio.
La evaluación de las pérdidas humanas producidas por la guerra debe situarse en el contexto gene­
ral de la tremenda crisis política y social que vivía Rusia desde principios del siglo y que se acen­
tuó a partir de las revoluciones de 1917. Se calcula que entre ese año y 1922, la población de Rusia
disminuyó en alrededor de 12,7 millones de personas, de las que unos 3 millones correspondería
estrictamente a los muertos en la guerra. Además, a estas cifras habría que añadir alrededor de 2
millones de víctimas de distintas enfermedades contagiosas, como el tifus, la disentería o la virue­
la, lo que llevaría a Lenin a advertir que, "o los piojos vencen al socialismo o el socialismo derro­
ta a los piojos". .
Para hacer aún más dramática la situación, en el tránsito del año 1920 a 1921 hubo un invierno
extremadamente duro: murieron veintidós millones de cabezas de ganado y diez millones de per­
sonas vivieron al borde de la inanición, calculándose el número total de muertos por hambre y
enfermedades en seis millones de personas. Todas estas cifras y los cálculos actuales terminan
situando las víctimas totales de la guerra civil en tomo a los más de doce millones y medio de
muertos (Saborido).

44
DOSSIER

Primera y única sesión de la Asamblea Constituyente. 1918.

la cuestión nadonal
En vísperas de las revoluciones de 1917, el sentimiento nacionalista en Rusia era extremadamen­
te variable entre las principales nacionalidades no rusas, una situación que determinó distintos
procesos particulares en cada ámbito, superando claramente los intentos de Lenin de controlar la
situación "desde arriba", al verse obligado a aceptar, por la fuerza de los hechos y por la presión
de las potencias extranjeras , la creación de varios Estados independientes en territorios hasta
entonces pertenecientes al extinto Imperio zarista. Las principales realidades nacionales que cul­
minaron con éxito su voluntad de separase políticamente de Rusia fueron Polonia, Finlandia,
Estonia, Letonia y Lituania.
En el caso de Polonia, como consecuencia de la Guerra Mundial y la ocupación por parte de las
tropas alemanas, esta nacionalidad se encontraba en una situación de práctica independencia en
el momento de la Revolución de Octubre. Cuando se produjo la derrota del Reich alemán, los
polacos, liderados por el mariscal Pilsudski, decidieron aprovechar la situación, conformando un
extenso estado que ocupaba tierras que excedían incluso los territorios del antiguo reino de
Polonia, disgregado en el siglo XVIII.
Avalados por los tratados realizados en Versalles, que establecieron los límites de la nueva nación,
los polacos decidieron invadir Ucrania en abril de 1920, pero fueron detenidos por el Ejército
Rojo, que a su vez fracasó estrepitosamente cuando pasó a invadir las fronteras polacas. Un desas­
tre militar que obligó a los bolcheviques a aceptar la independencia de Polonia, a solicitar la paz
y a firmar el tratado de Riga, lo que suponía también reconocer que la revolución de la clase obre­
ra más allá de las fronteras del antiguo Imperio no era una posibilidad tan real.
En Finlandia, durante los meses que el poder estuvo en manos del Gobierno Provisional, después
de la revolución de febrero de 1917, se reconoció un gobierno autónomo, aunque no la indepen­
dencia del país. Sin embargo, en el mes de marzo de 1918, los bolcheviques finlandeses procla­
maron la "República Socialista de los Trabajadores de Finlandia", provocando una sangrienta
guerra civil en la que se enfrentaron las clases media y alta y el campesinado libre, que apoyaban
a los "blancos" nacionalistas, contra los obreros y los campesinos sin tierTa que defendían la causa
bolchevique. Con la ayuda alemana, los nacionalistas lograron imponerse, dando lugar a una

45
nueva nación independiente, que pronto fue reconocida por el gobierno de los revolucionarios

rusos.

Finalmente, en Estonia, Lituania y, sobre todo, en Letonia, el movimiento bolchevique era muy

importante, pero en todos los casos, fueron las tropas alemanas las que colocaron a los naciona­

listas -minoritarios- en el poder y tras la finalización de la guerra, el apoyo de Gran Bretaña impi­

dió que Lenin siquiera pensara en la reconquista de estos territorios.

En otros ámbitos , como en Ucrania, Bielorrusia y los pueblos instalados en Transcaucasia, y a tra­

vés de diferentes estrategias, el gobierno bolchevique terminó por establecer firmemente su con­

trol. El principio de autodeterminación, proclamado inicialmente por los comunistas, fue

definitivamente enterrado y en el mes de julio de 1923 se firmaba el tratado de la Unión de las

Repúblicas Socialistas Soviéticas, paradójicamente presentado como la prueba del acierto de la

estrategia de Lenin.

Lo Internacional Comunista

La creencia de los bolcheviques de que la Revolución de Octubre era el primer paso hacia el triun­

fo de la revolución mundial y el rechazo que mostraron respecto a la actuación de la Segunda

Internacional con motivo del estallido de la Guerra de 1914, les llevó a buscar la manera de

ampliar la influencia internacional de su experiencia, incluso en una situación tan dificil para la

propia supervivencia del régimen como la guerra civil. Además, como el final de la Guerra

Mundial creó numerosas situaciones de conflicto social y de revueltas políticas por casi todos los

, países de Europa, parecía la situación propicia para que la "revolución proletaria" pudiera exten­
derse por otros ámbitos territoriales, más allá de las fronteras rusas, especialmente en Alemania,
donde a la derrota de la guerra se unía una profunda crisis social que parecía colocarla en el "esla­
bón más débil" de la cadena que formaba el sistema capitalista mundial.
En esta situación, en enero de 1919, desde Rusia se envió una invitación-manifiesto, "A los pro­
letarios del mundo entero", para la realización de una conferencia intemacional comunista, en la
que podían participar todos los partidos, organizaciones y grupos socialistas y obreros que habían
adoptado el "punto de vista de la dictadura del proletariado bajo la forma del poder de los soviets",
siguiendo los planteamientos recogidos en un texto de Lenin, titulado "Tesis sobre la democracia
burguesa y la dictadura del proletariado", que descartaba todo compromiso con la burguesía y el
parlamentarismo liberal.
La reunión tuvo lugar en Moscú, entre el 2 y el 6 de marzo de 1919 y a la misma asistieron 33
delegados -28 europeos- con derecho a voto y 15 sólo con voz. Los participantes eran en su
mayoría residentes en Rusia, emigrados políticos, que apenas si podían ser considerados repre­
sentativos del socialismo de sus respectivos países. Nacía así la Internacional Comunista, que pre­
tendía aglutinar a todas las organizaciones que eran partidarias de la dictadura del proletariado
siguiendo el modelo ruso, dentro de las veintiuna condiciones que debían cumplir las entidades
que quisieran adherirse a la misma.
A pesar de su casi nula representatividad, las tensiones sociales y políticas que entonces recorrían
el continente europeo, hicieron que en casi todos los países se produjera una clara división en el
movimiento obrero, entre los que eran partidarios de esta Intemacional, constituyendo los nuevos
partidos comunistas, y los que entendían que no era posible construir el socialismo sin democra­
cia, que eran la mayoría, y que decidieron mantener sus vinculaciones con los históricos partidos
socialistas.
Además, los intentos de favorecer nuevas revoluciones comunistas en otros países terminaron fra­
casando estrepitosamente. De esta manera, en enero de 1919 fue aplastado el levantamiento bol­
chevique que promovieron los "espartaquistas" alemanes y aunque pocos después, en el mes de
marzo, los comunistas consiguieron alcanzar el poder en Hungría, más tarde, en agosto, su régi­
men de los soviets fue derribado por las armas . Los comunistas rusos quedaron así aislados en el
mundo, durante bastantes años.

El comunismo de guerra
Cuando Lenin y los bolcheviques tomaron el poder no tenían una idea precisa ni de cómo se iba
a ejercer en la práctica el concepto teórico de la "dictadura del proletariado", ni de lo rápidamen­

46
DOSSIER

Propaganda bolchevique durante las elecciones de la Asamblea Constituyente.

te que podría llegarse a la colectivización total de los medios de producción. Además, en plena
guerra civil, había que asumir, al mismo tiempo, la formación del nuevo Ejército Rojo, el abaste­
cimiento de una población hambrienta y la construcción del nuevo poder socialista.
En este complicado contexto, los primeros meses de la revolución estuvieron caracterizados por el
"control obrero" de las fábricas, a través de los soviets, por la masiva ocupación de tierras y su
posterior reparto, por parte de los campesinos, por la nacionalización de la banca y por la subor­
dinación de las cooperativas de consumo al control estatal. Además, la legislación promulgada por
los bolcheviques en estas primeras semanas de gobierno respondían no sólo a unos criterios ideo­
lógicos bien definidos, como era su rechazo al mercado, sino también a motivaciones pragmáticas
que nada tenían que ver con los planteamientos teóricos que el propio Lenin había enunciado poco
tiempo antes en obras como El Estado y la Revolución. En la práctica, las decisiones del
Sovnarkom se orientaron hacia el control centralizado de las principales palancas de la economía,
mediante la creación del Consejo Supremo de la Economía Nacional, pero también con la conce­
sión de amplios poderes a los comités de fábricas y una política de nacionalizaciones limitadas.
En la práctica, el gobierno bolchevique apenas si podía controlar lo que realmente ocurría en un
país tan inmenso como era Rusia, donde, además, muchas decisiones, eran tomadas directamente
en asambleas por obreros, campesinos y soldados y donde las fábricas vieron desaparecer casi
todos sus empresarios y el personal técnico, que huyó o fue expulsado. El resultado económico
final de esta política se hizo evidente a las pocas semanas : la producción se hundió, incrementan­
do el hambre en las ciudades y haciendo desaparecer el abastecimiento de todo tipo de productos.
La desaparición del comercio privado eliminó el mecanismo tradicional por el que se regían las

47
DOSSIER ~I
I
relaciones entre productores y consumidores, pero no se creó en su lugar ningún mecanismo alter­
nativo que funcionara con eficacia. En esta coyuntura, el mantenimiento de los bolcheviques en el
poder, asediados por las distintas oposiciones internas y externas, llevó a adoptar medidas drásti­
cas que fueron conocidas en el ámbito económico como el "comunismo de guerra".
Se denomina así al período comprendido entre mediados de 1918 y marzo de 1921, cuando el
Sovnarkom, bajo el liderazgo de Lenin, tomó varias decisiones orientadas hacia las requisas de la
producción de grano para asegurar el abastecimiento de las ciudades, el control estatal de la pro­
ducción y distribución de bienes, la desaparición del comercio privado, la nacionalización de casi
todos los establecimientos industriales y el reemplazo progresivo de los intercambios en dinero
por el trueque.
La implantación del "comunismo de guerra" estuvo acompañada por el uso de la fuerza en gran
escala, aplicada contra el campesinado para disponer de alimentos para los habitantes de las ciu­
dades, con destacamentos armados de la Guardia Roja y soldados a sueldo recorriendo aldeas y
caseríos en busca de pan, practicando todo tipo de registros y requisas, aun a costa de abrir una
nueva guerra en el medio rural. Y es que los campesinos respondieron a estas prácticas del gobier­
no mediante la reducción de la superficie cultivada, en la creencia de que cuanto menores fueran
los excedentes menos era lo que el Estado les iba a quitar. Si a este hecho le sumamos la reduc­
ción de la productividad en un 30 por ciento, por la falta de los animales de tiro requisados para
el ejército, el resultado final fue una cosecha de alrededor del 60 por ciento de los niveles ante­
riores a la guerra. El hambre no sólo se extendió por el campo, sino también por las ciudades, que
empezaron a despoblarse por la carencia de alimentos, hasta el extremo de que la propia
Petrogrado pasó de tener dos millones de habitantes antes de 1914 a situarse en el medio millón
en el año 1920. Y la última consecuencia de esta escasez fue una hiperinflación espectacular: entre
octubre de 1917 y el mismo mes de 1921, los precios se multiplicaron aproximadamente por
12.000.
El impacto sobre la actividad industrial fue también brutal: las limitadas estadísticas disponibles mar­
can una caída de la producción hasta no más del 20 por ciento de los valores correspondientes al últi­
mo año de paz, después de experimentar un crecimiento en los tres primeros años de la guerra.
Este desastroso panorama hizo que el descontento popular fuera aumentando hasta estallar abierta­
mente en el último periodo de la guerra civil, cuando la derrota de los "generales blancos" era evi­
dente. Las primeras grandes insurrecciones campesinas, motivadas por el rechazo a las requisas de
grano, surgieron en el verano de 1920. A partir de entonces, regiones enteras quedaron bajo el con­
trol de bandas de campesinos rebeldes, a veces guiadas por miembros del Partido Socialista
Revolucionario, que se enfrentaron al Ejército Rojo en una guerra de guerrillas de una gran crueldad.
En el mundo urbano, el descontento obrero estalló en febrero de 1921, en una oleada de huelgas
que afectó principalmente a las ciudades de Moscú y Petrogrado, para reclamar libertad de comer­
cio y de movimiento, el final de las raciones alimenticias privilegiadas para los comunistas, elec­
ciones libres en los soviets y la reunión de la Asamblea Constituyente. Un panorama que se
complicó para los bolcheviques cuando los marineros de Kronstadt, entre los que había muchos
comunistas y anarquistas, decepcionados por lo que ocurría, se amotinaron y se sumaron a las pro­
testas de Petrogrado
La respuesta de Lenin fue doble: por un lado, una represión implacable contra los rebeldes y, por
otro, un cambio radical de política económica, que anunció en una de las sesiones del X Congreso
del Partido Comunista, celebrado a mediados de marzo de 1921. Pocos días después de que éste
finalizara, unos cincuenta mil soldados del Ejército Rojo asaltaban las fortaleza de Kronstadt y
después de durísimos combates consiguieron la rendición de los marineros, más de dos mil de los
cuales fueron ejecutados en los meses siguientes, y con la misma dureza, fueron aplastadas unas
tras otras las rebeliones campesinas.
El cambio de política económica llegaría continuación y se manifestó a partir de 1921 en un nuevo
sistema basado en la coexistencia de un sector estatal, en el que se incluía la gran industria, la
banca y el comercio exterior y un sector privado formado por la agricultura, la artesanía y el
pequeño comercio.

49
la Nueva Política Económica
Los costes del "comunismo de guerra" para el campesinado ruso fueron brutales y se acentuaron
con las terribles hambrunas de los años 1921 y 1922, debido no sólo a las condiciones climato­
lógicas, sino también a la política de requisas forzadas de grano, que dejaron a los campesinos sin
reservas para hacer frente a estos períodos de escasez. En la región de Volga en 1921 yen Ucrania
en 1922, el hambre, acompañada por el tifus y el cólera, causó millones de víctimas, creando
situaciones tan desesperadas que se dieron numerosos casos de canibalismo, con gentes que lle­
garon a comer los cuerpos de sus parientes fallecidos, mientras que otros asesinaban para devo­
rar posteriormente a sus víctimas. Incluso el robo de cadáveres en los cementerios llegó a ser tan
común, que en muchas regiones tuvieron que situarse guardias armados en sus puertas.
Ante este panorama, con la producción agrícola e industrial hundida y con un descontento gene­
ralizado en la población civil por las privaciones que se sufrían, Lenin comprendió que el país
necesita un cambio de rumbo, una "Nueva Política Económica (NPE)" que rectificara parcial­
mente todos los excesos cometidos por el "comunismo de guerra". Por este motivo, a partir de
1921 y hasta 1927, la NPE significó un giro radical en la política rusa, porque trataba de reins­
taurar, por un breve tiempo, un capitalismo limitado, con el objetivo de reconstruir la economía.
Para el campesinado, por ejemplo, esta NPE pretendía otorgarle incentivos para cultivar la tierra,
expandir la producción y comercializar las cosechas. De esta manera, se establecía por el gobier­
no el pago de un porcentaje de lo recogido, bajo la forma de un "impuesto en especie" pero, al
mismo tiempo, se abandonaba la política de requisas forzadas y el campesino podía vender libre­
mente en el mercado todo el excedente de la cosecha, una vez pagado el impuesto.
Además, se permitió la existencia de pequeñas empresas privadas en la industria y en los servi­
cios y se autorizó temporalmente la entrada de capital extranjero. Sin embargo, el Estado siguió
reservándose muchos de los instrumentos y las instituciones planificadoras que provenían del
comunismo de guerra, como era el control del comercio exterior, el sistema financiero, las gran­
des empresas industriales o los recursos del subsuelo.
Los resultados económicos favorables no se hicieron esperar. En 1923, por ejemplo, la produc­
ción agraria ya había alcanzado el nivel de 1913 y la producción industrial lo logró en 1927, lo
que provocó a su vez una notable mejora en las condiciones de vida de la población. Aparecieron
otras realidades sociales, como el surgimiento de una burguesía enriquecida al calor del creci­
miento económico provocado por la NPE, que trajo la división interna y la polémica en el seno
del propio Partido Comunista. Sin embargo, estabilizada la situación económica y reprimidas sin
contemplaciones todas las formas de disidencia interna, la Revolución parecía que había logrado
consolidarse. La muerte de Lenin a principios de 1924 y la llegada de Stalin al poder abrió un
segundo período en la historia del régimen soviético.

50

También podría gustarte