ESCRITOS
POL I T I C O S
Con una introducción de
S ie g f r ie d K a e h l e r
Versión en español de
W en cesla o R oces
IS B N 968 - 164352 -X
lm|»rru» cn Méxko
GUILLERMO DE HUMBOLDT
Noticia biográfica
Guillexmo de Hdmboldt nació en PotKiam, cl 22 dc junio dc 1767. Su
padre era oficial cn la corte del entonces príncipe heredero de la «»rana.
Después de la temprana muerte de su padre, la educación de los hijos
—entre los que se cantaba c«ro que habría de ser íammo, Alejandro,
nacido cn 1769— carrió a car^ de la madre, oriunda dc Francia y proce
dente dc los medios de la colonia francesa dc Prusia.
Los muchachos no asistieron a ninguna escuela pública. Su enseñanza
fué enoimendada, siguiendo la tradición de la época, a preceptores, en
tre ello* el famoso Campe. Más tarde, ambos hermane», Guillermo y
Alejandro, siguieron curse» privados dc diversas personalidades dc fama
literaria, pues cn Berlúi no existía aún, por aquel entonces, univeraidad.
La familia pasaba la mayor parte del año cn d campa £ 1 sosiego de la
vida campesina estimuló la propensión de Guillermo al estudio retraúlo,
mientras que Alejandro se sintió indinado desde el primer nranento a
la vida de sociedad. En Berlín, eran los círculos literarios más bien que
le» medie» de la aristoaacia los que dal»n la pauta.
Después de estudiar breve tiempo en la universidad de Francfent
del Oder, Guillermo de Humboldt ingresó, en la pasctia de 1788, en
h universidad de Gotinga, la míb importante de las de Alemania,
en aquella épexa. Permaneció aquí durante tres ^mestres, consagrado
mil que a sus estudie» profesionales de jurisfaudenda a la filología dá-
áca y a los pre^lemas dc la moderna file»ofta de Kant Ya ^ destacaba
rcsudtamente en él la tendencia a la cultura universal. En esta época,
d joven Humboldt emprendió dc» grandes viajes culturales. El primero
de elk» le llevó hasta el corazón de le» Alpes suize», por entonces muy
poc» visitados todavía. El segundo le permitió asistir en París, en age»to
de 1789, a los p-imeros accMitcdmientos de la gran Revoluc^n £ranc«a.
Loi diaric» y las cartas de aquellos d ^ atestiguan daramente que a
nuestro humanista le interesaban más las impresiones dc carácter hu-
fluno en genend que le» sucese» estrictamente política. Lo que ex>nsi-
dcR^Ki digno dc attncién entre cuanto le rodeaba, lo vda ccHi Ic» eqos
9
10 N o n c u BIOGRAFICA
La tensión duró cuatro largos años, a partir dcl otoño de 1815. Hum
boldt pasó estos años ocupado cn diversos cargos díplomáticc». Prime
ramente, representó a Prusia cn Francfort, en las negociaciones en que
se ventilaron los problemas referentes a las indemnizaciones de los últi
mos años de guerra, que cn Viena habían quedado sin resolver. En la
primavera de 1817, con motivo de las deliberaciones dcl Consejo de Es
tado sobre las finanzas prusianas, la crítica oposicionista de Humboldt
abrió al canciller los ojos acerca de los peligre» a que su celo reformador
podría conducirle. Con su actitud, Humboldt dejaba de ser, en lo que
dependía de Hardenbcrg, candidato a una cartera de ministro para verse
empleado permanentemente cn la carrera diplomática, “ lejos de la
corte”. En el otoño de 1817, fué enviado de embajador a Londres. Había
confiado con seguridad en que le nombrarían para la embajada de Pa
rís. Pero los franceses prefirieron contentarse con el menor de los her
manos Humboldt como representante de la ciencia alemana y renuncia
ron al hermano mayor como embajador de Prusia y, por tanto, de la
Alemania que se estaba gestando.
En Londres, Humboldt pisaba la tercera ciudad c<»mopolita de Euro
pa. En Roma y en París, se había puesto cn contocto con le» testimo
nios de las grandes épocas del pasado. Ahora, a través dcl modernísimo
Londres, podía echar ima mirada al mundo dcl porvenir, al siglo anglo
sajón. Y se entregó a este nuevo encanto, a la par que en las colecciones
de la más joven metrópoli estudiaba a>n profundo celo los monumen
tos del pasado más remota
Por fin, Humboldt sintióse cansado de tanto peregrinar. Separado
de su familia desde hacía seis años, luchó por CMiscguir su separación de
la carrera diplomática activa hasta que, por último, en el otoño de 1818,
lo consiguió. Fué llamado a Berlín para d<^mpeñar un ministerio de
“Asuntos permanentes”, de reciente creación. Desde el nuevo puesto,
parecía estarle reservada una misión semejante a la que había desempe
ñado diez años antes, cuando dirigía los asuntos de la enseñanza.
Sin embargo, ahora se trataba de algo todavía más importante: ct
grito de los tiempos pedk una constitución; pedía la participación de los
“pueblos llegados a la mayoría de edad” cn la dirección dcl estado.
En mayo de 1815, cl rey de Prusia había prometido prom ul^ una
constitución por estamentos. De esta promesa infirió Humboldt que
su cumplimiento le planteaba a él ima nueva misión. Y la a«>met^ con
NOTICIA. BIOGRAFICA I5
pudiera desviarse. Contando con una base un poco segura de vida ma
terial, nada más fácil que volver la espalda a toda función pública, y
huir del suelo arenoso de Prusia hacia los floridos campos dc la Turingia,
donde, sd>re el fondo de un paisaje risueño, el espíritu alemán se dis
ponía a fundar un reino libre basado cn las ideas.
Sin embargo, después de una década de la más amplia libertad cn
cuanto a la propia determinación de su vida exterior, cl destino obligó a
Humboldt a asumir la misión que le estaba reservada. Y la suerte se
valió para ello, precisamente, dc aquella forma dc vida a la que él habla
estado siempre dispuesto a rca>nocer, dc por sí, la mayor importancia
para su propia formación ~^|uc era lo que primordialmente le intere
saba— : k de la múltiple experiencia vivida. Para poder alcanzar cl últi
mo grado, anhelado durante tanto tiempo, cn el conocimiento del gran
mundo histórico —^pues su mente se orientd>a ante todo a k visión
comparativa “de ks grandes figuras dc la tierra múltiplemente habita
da”— para poder vivir en Roma, Humboldt hubo de someterse al suave
yugo dc aceptar un puesto diplomático poco importante. Con lo cual
hipotecó su alma al dkblo un temperamento fáustico más; tal vez sin
dejar dc percibirlo, aunque, desde luego, sin confesárselo.
El nuevo giro que tomó la senda dc su vida llevó al Residente pru
siano cerca dc la Santa Sede bastante lejcM dc las para él poco gratas ribe
ras dcl familiar Havel, dc Berlín y Potsdam. Y le puso cn condiciones
de ser ciudadano del mundo, cn la acepción estricta de la palabra, en
una ciudad que era k encarnación histórica a la par que el sepulcro dc
dos milcnim. Pero al mismo tiempo su presencia allí le scrvk precisa
mente para comprender dc un modo muy especial la supeditación in
terna a la nueva oleada dcl espíritu que estaba invadiendo k patria, para
que le» horizontes mundiales de Roma le abriesen los ojos acerca de k
condicionalidad nacional de sus propks ideas.
Durante estos k :¡s años dc vida apacible, se hundió allá lejos, en el
norte, cl estado al que Humboldt se hallaba obligado, a pesar de todo,
por un servicio fácil y un sustento grato. Y estas obligaciones se hicie
ron efectivas cuando, en el invierno de ifcS, Ick deberes familiares recla
maron su prcsenck en Alemank. Fué en aquella ocasión cuando se le
invitó a dirigir los asuntos dc enseñanza y cultos, cn el estado dc Prusk.
Humboldt aceptó el nuevo cargo, bien a desgana y tras larga rcsisten-
ck. De este modo, hubo dc renunciar durante los doce años siguientes.
imsiaDUcaÓN 23
es decir, durante el período culminante de la vida de un hombre, a la
libertad hasta entonces tan celosamente conservada. Desde el nuevo
puestea se ¿amUiarizó con todos los grandes problemas de la vida dcl es
tado y se vió enlazado con todos los grandes prdjlemas de la vida del
d^arrollo histtkico. Y el estado no liberó de IcH brazos dcl destino a
quien en su fuero interno seguía resistiéndose a él, hasta que Humboldt
se mostró dispuesto a lo último, a concentrar todas sus fuerzas para una
gran misión, cuando se hubo entregado interiormente a la última exi
gencia.
Es cl destino personal, principalmente, lo que se revela cn estas vici
situdes. Pero cn estos fenómenos de evoluctón individual se encierra
algo más, algo de importancia general: se acusan en elle» los rasgos
típicos de la suerte que estaba llamada a correr ia comunidad histórica
a la que, en última instancia, pertenecían aquéllcB. El alcance de aquel
arontedmiento, carente de toda importancia cn d momento de produ
cirse —la aceptación de un modesto cargo diplomátia» por cl barón
Guillermo de Humboldt, cn el año 1802— , trasciende al campo de la
historia futura de su pueblo. En efecto; ya por aquel entonces, este aris
tócrata apasionado de las ciencias y de las artes, apasionado de las “ ideas”,
era lo que un extranjero que conocía bien Alemania, lord Acton, había
de expresar, andando el tiempo, con una frase feliz: the most central
figure in Germany.
Del mismo modo que este espíritu que creía moverse en libertad
hubo de verse obligado a abandonar los vastM horizontes de la idea para
entregarse a la condicionalidad de una actuación al servicio del estado
existente, el pensamiento alemán veríase obligado también a descender
de las alturas de los ideales científicos, filosóficos, estéticos, para «rvir
la condidonalidad histórica de su existencia de pueblo y construir su
casa, su estado, dentro del espado real. “En la vida individual de los
grandes hombres se encierran los símbolos y los manantiales de la vida
colativa. Anticipan, no pocas veccs, varios siglos aquello que más tarde
habrá de vivir y perseguir trabajosamente la colectividad.” ^ La impor
tancia de Humboldt estriba, precisamente, en que la amplitud de su
experiencia vivida, que encierra en su seno á la par el nervio vital y los
* Fr. Meinbcke, “Wilhelm von Humboldt und der deulsche Suat”, en Neue Kund-
ichm, tomo xzxi,1920, p.
24 IKTRODUCaÓN
* Acerca de esto informa deuUadanienK el libro de Ed. Spranger, citado mis arriba.
iNimoDUCciÓM 43
cwi cl estado vivo, para formar, por obra dcl destino, una unidad interior.
Esto ocurrió cn cl año 1809, año cn que Humboldt tomó cn sus
manos la organización estatal de la vida espiritual de la nadón, cn la me-
dUa en que ésta nwraba dentro de las fronteras de Prusia. Pocas veces,
seguramente, un problema planteado cn el plano de los acontecimientos
generales y derivado de la marcha necesaria de éstos ha coincidido tan
ventureramente con las cualidades especiales de la persona llamada a
resolverlo. A pesar de que ésta se había resistido al principio contra la
llam arla del destino.
De este modo, con un viraje tan peregrino como sostenido de las pre
misas interiores a que respondía, la teoría de Humboldt hubo de aliarse,
aunque cn alianza no dcl todo diáfana, con la realidad del estado. No
del todo diáfana, pues a pesar de laborar ton activamente en los orga
nismos centrales c imponer con tanta energía, frente a las resistencias
locales, la idea de la unidad de dirección en materia de enMiñanza, Hum
boldt no se recataba tampoco en esta época para decir y repetir que el
verdadero (¿jetívo del estado consistía en llegar a ser una institución
superflua, para ceder el puesto algún día al libre desenvolvimiento de
la nación. No hemos de entrar a examinar aquí hasta qué punto admi
tía la pc»ibilidad de erigir cn ley de la realidad esta paradoja. Desde
luego, no debe perderse de vista que, por aquel entonces, ya. había tenido
ocasión de conocer, por haberlos visto de cerca, los dañcM causados cn
Inglaterra por cl régimen de libertad de enseñanza. Además, tenema
cl hecho de que la reglamentación por cl estado de los exámenes de
bachilleres y profesores, con los que se consolidó la influencia del estado
scJjre la enseñanza, se debieron precisamente a su “fanatismo examina-
46 INTRODUCaÓN
Acaso sea éste el lugar «lecuado para decir algunas palabras acerca
de lo que eran los dictámwes de 1(» altos funcionari<M, en aquella época.
En un medio de publicidad rudimentaria y de prensa raquítica, como
era aquél, est(% documentos constituian casi un género especial de lite
ratura, característica de la época. Y su radio de acción no se circunscriba
exclusivamente al superior inmediato ni a los jefes de las secciones co
rrespondientes. Circulaban no pocas veces, en copias, entre les amigos y
conocidos. Y hasta había quienes, como cl consejero Rhediger, muy
fecundo en la producción de esta clase de documentos, los difundían a
veces en tiradas litográficas. Los autores de esas piezas oficiales podían
contar, por tanto, con una cierta publicidad. Eií todo caso, estos dictá*
mencs presentaban una afinidad más íntima con la “literatura”, con el
movimiento de! espíritu, de lo que podría suponer quien por vez pri
mera tropezase en los archivos con estos legajos polvorientos.
Los dictámenes de aquella época servían, como las cartas, para dar
salida a la necesidad que aquella generación, gozosa de vivir a pesar de
todas sus penurias, sentía de expresar sus aventuras vividas y sus ocpe-
ricncias, sus deseos y su conocimiento, tal como emergían de la vida
misma y se adentraban cn ella. La carta se nutre, la mayor parte de las
vcce% de lo literario cn sentido estrictez brota del mundo de la poesk y
de la novela, del mundo de las sensaciones y los scntimicntc». L<m dio
támenes esleíales extraían lo mejor de su fuerza de la rígida disciplina
mental que infunden la filosofía y la ciencia, y cl concepto era, en ellos,
la nueva arma de dominio para modelar la realidad.
En realidad, todos Ick hombres de la nueva cultura que desempeña
ban un papel en el estado eran devotos y no pocas vcces maestros en el
arte de expresarse por medio de cartas y de proyectt». Su mentalidad
y su estilo propenden más bien al polo literario o ai polo filosófico, se
48 INTRODUCaÓN
** Los vanos esfuerzos dc Humboldt por captar k realidad han sido expuestos por
mí, como uno de los rasgos fundamentales del carácter de Humboldt, cn la monografía
citada más arriba.
immoDUcaÓH 49
Es difícil dedr si durante le» añ« de su estancia en Viena la inter-
venctón activa de Humboldt en la vida del estado, cn que acabamos de
sorprenderle, se trans£orm4 a d ió cl puesto a un estado de reposo o, por
el ointrario, se hizo más proftinda. Los testimoni« epistolares acerca de
su vida y de su pensamiento, tan abundantes en las demás épocas, es
casean extraordinariamente al llegar a ésta. En cambio, este período
tranquilo es rio) en cxtcns« y frecuentes informes dcl diplomático a su
g<J>ierno. Entre eil« , tiene especial importancia la correspondencia
secreta mantenida desde el <Xoño de 1812 — es decir, cn los años dccisivca
para l<» acontecimientos de 1813— con el canciller Hardenberg. En ge
neral, puede afirmarse, indudablemente, que durante esta época la vkia
de Hiünboldt se traza como misión lógica por sí misma la de contribuir
desde su puesto diplomátía» a la obra anhelada de liberar a Prusia del
yugo napoleónico. Aunque la hora más grata para su espíritu fuese
siempre la que le llamaba al estudio de los griegos y a la ciencia filoló
gica, cuanto se refería a los destinos del estado y de la nación había salido
ya para él dcl reino de los problemas para convertirse en cl campo con
creto de la vida y la acción.
Diez años hacía que sus funciones al servicio del estado abrían ante
el viajero, con cada nueva fase y cada nueva tarea, nuevos horizontes.
A l saÚr del ambiente de bagatelas diplomáticas de Roma para ocupar su
nuevo puesto en Berlín, se estrechó el círculo exterior en que se movía,
pero cn cambio se le ofreció la posibilidad de una actividad creadora a
larga vista. Como embajadcu' cn Viena, pisaba ahora el tcrixno en que
se desarrollaban las grandes luchas de la vida de los pueblos; y su puesto,
en estos luchas, no era cl de un simple «áísovador. El hecho de que
Austria, después de las estériles delüxntcicHics del Q>ngicso de P r a p
cn agosto de 1813, optase por unirse a Rusia y a Prusia, filé ccKisiderado
siempre por Humboldt como un mérito suyo especial. ¿Quién habrk
podido pronc»ticar un cambio Kmejante cn el auttM’ de las Meas de 1792?
Ahora, se encvgullctt de haber tenido una intervcnc^n decisiva, si no
en el descncadcnamientc^ por lo meiu» en la preparación y extensión
de una guerra formidable que ponú cn imvimiento al estado y al pue
blo, más aún, que los ponía implacablemente cn jueg«^ al servicb de
objetivos muy distintc» de los que el filósofo del estado asignara en otro
5° INTRODUCCIÓN
>» O r . p. 33.
IKtSCHJOCaÓN 51
estado —tema que trata casi a diario cn los documentos oficiales, y casi
mis aún que cn éste» cn sus cartas— aparece iluminado por cl resplan-
dcr de esta experiencia vivida y revela la fuerza que irradia la concien
cia de pertenecer a una comunidad estatal.
Y dcl mismo modo que fué el intérprete más cercano de la gran
cmocián espiritual que infundió a los alemanes, cn la poesía y en la cien
cia, la o)ncicncia de su comunidad de espíritu, ahora Humboldt — y, al
daár esto, nm rcferimc» sobre todo a sus cartas de los años 1813 a 1817 —
docuella en medio de la época como portavoz espiritual de los aconte
cimientos políticos que abren ante los alemanes, consolidando la fuerza
vital dcl mejor de sus estados, la perspectiva de la unificación nacional.
Tal era el doble objetivo a que se encaminaba su voluntad: primero, la
Ubcración y la afirmación dcl estado patrio prusiano; luego, la unifica
ción estatal de los alemanes como nación, no por cAtra de le« prusianeK
exclusivamente, pero sí bajo una forma que tuviese cn cuenta lo que
Prusia predominantemente rcprcM:ntaba para la libertad de Alemania.
Los pensamientos políticos que cl Humboldt diplomático estampa du
rante esta época en sus informes y dictámenes pertenecen, más o menos,
al momento fugaz, nacen de sus propias necesidades y se acomodan a
lUs fines. Y, por grandes que «an cl interés y la importancia que este»
documentos puedan presentar tcxlavía hoy desde un punto de vista histó-
ricí^ los superan con mucho cn importancia humana las innumerables
cartas que acompañan día tras día y año tras año, en múltiples variantes,
cl gran tema de la lucha de liberación. En estas cartas vemos desplegarse
como seguramente no lo vemm en ningún otro ejemplo de nuestra
tradición, la experiencia personal vivida con un radio de validez gene
ral. Y cn ellas la vida individual se eleva al rango de símbolo, de tipo
exaltado, gracias a la amplia y profunda asimilación de la realidad.
mero, dc diciembre dc 1813, desarrolla prima facie las ideas del autor cn
torno a este problema, tal como se lo planteaba, como objeto dc política
inmediata, el barón de Stein. El segundo gran dictamen, de septiembre
dc 1816, señala el punto final del proceso y traza, en cierto modo, cl ba
lance de dos años de trabajo mental sobre este problema.
En el otoño de 1813 se deshizo la Confederación del Rin. Parecía estar
expedito el camino para realizar, por lo menos, los deseos encaminados
a una agrupación más sólida de los estados alemanes contra cl extranjero.
Es en este momento cuando surge el primer escrito de Humboldt. La
experiencia dc los años siguientes le demuestra que semejantes planes
estaban todos condenados al fracaso. En vista dc esto, intenta, en cl otoño
dc 1816, encontrar desde el punto de vista prusiano la línea intermedia
en la que podría moverse, dentro del marco existente de la constitución
federal, una política inspirada conjuntamente en cl interés prusiano y
en el alemán. Las esperanzas cn el porvenir han decaído bastante, cl
punto de visu adoptado no es ya tan ambicioso. La mirada desciende
de las posibilidades ideales para situarse cn las realidades dadas; la pers
pectiva tensa de un mundo sujeto a nueva ordenación vuelve a estar,
velada por la niebla de la política cotidiana. En c} plano de ésta, interesa
solamente encontrar un modus vivendi capaz de conciliar las esquinadas
y archiconocidas rivalidades entre los estados alemanes.
La optimista y en muchos respectos audaz perspectiva que abre cn
cuanto al desarrollo nacional de Alemania hace dcl dictamen de diciem
bre una obra muy sugestiva. Este dictamen se caracteriza por la agru
pación sucinta dc los puntos de vista más importantes y por cl fácil ma
nejo del lenguaje. Es un esbozo trazado a vuela pluma, en el que su
autor consigue algunas frases muy afortunadas. Dc una de ellas ha dicho
Friedrich Meinecke que “ tiene derecho a figurar entre las expresiones polí
ticas más grandiosas de su tiempo que señalan la divisoria entre dos
épocas”.*^
Y lo que decimos de una parte puede aplicarse también al dictamen
en su totalidad. Hacía falta ima gran capacidad intelectual para mode
lar en rápida labor la masa informe de los acontecimientos vividos dentro
de los sutiles moldes de estas palabras. Palabras que procuran encerrar
el extracto del momento político, así en cuanto a su formación histórica
como en cuanto a su interpretación sistemática.
C£r. Meinecke, Weltbürgertum und ^ationalstaat, i* ed., 1911, pp. 186//.
INTRODUCaÓN 53
Quedan algunos puntos sin tocar: por ejemplo, el problema del sis
tema bicamcral o el de la responsabilidad ministerial, el derecho a inter
venir en cl régimen tributario y otro problema que no debe relegarse
a último lugar: el del estudio, sorprendente sin duda para un lector dc
nuestros días, por la extensión que nuestro autor le dedica, de la llamada
cuestión de la nobleza. Son, todos ellos, puntos que podrían ser exami
nados con cierta amplitud. Pero, no queremos extendernos más. Cree
mos que lo expuesto es suficiente para señalar los jalones del camino que
Humboldt hubo de recorrer en su trayectoria, que va desde el polo de
la negación del estado hasta el polo opuesto de su afirmación. ^
En unas cuantas líneas muy concisas (§12), Humboldt traza un
“cuadro típico” de la actuación política, en tres etapas. Son: primero,
la etapa de la sumisión pasiva al orden establecido; segundo, la de la
intervención activa en el mantenimiento de este orden, nacida del “deber
general como miembro activo del estado” ; tercero, la misión especial
que a los funcionarios del estado les está encomendada. En sus comien
zos, Humboldt se había confinado en la primera etapa, la de la pasivi
dad, y desde ella se había visto en la precisión de negar el estado. Más
tarde, situado en la tercera etapa, como funcionario, había tenido ocasión
dc conocer cl estado y apreciar su valor subjetivo y objetivo para la for
mación cultural del hombre. Su constitución proponíase servir de me
dio para convertir en patrimonio general, dentro del campo de la segunda
etapa, los frutos que la tercera le había procurado a él.
INTOODUCCIÓN 73
I ntroducción
dc la nación la que pone a raya el poder ffeico del tirano, aquí son la
ilustración y la cultura las que venan a las ideas y la voluntad del re-
^nte, y la imagen informe de las cosas parore más d>ra suya que obra
de la nación. Y si constituye un espectáculo hermcMO y sublime ver a un
pueblo que, llevado por el sentimiento pletórico de sus dcredw» del
hombre y del ciudadano, rompe sus cadenas, es incomparablemente más
hermoso y más sublime —^pues la obra de la inclinación y del respeto
ante la ley supera cn belleza y cn grandeza a los frutos arrancados por
la penuria y la necesidad—^ ver a un príncipe que rompe por sí mismo
los grilletes y concede a le« hombres la libertad, no como don gracioso
de su magnitud, sino cn cumplimiento de su primordial e inexcu
sable deber. Tanto más cuanto que la libertad a que aspira una nación,
cuando modifica su régimen político, es a la libertad que puede conferir
un estado ya existente lo que la esperanza es al disfrute o la capacidad a
la ejecución.
Si echásemos una ojeada a la historia de 1« sistemas políticcB, sería
muy difícil señalar con exactitud en ninguno de ellos el radio de acción
a que se halla circunscrito el estado, ya que seguramente ninguno se
ajusta a un plan bien meditado y basado cn principios sencillos. La liber
tad dc los ciudadanos se ha limitado siempre, principalmente, desde dos
puntos de vista: por un lado, respondiendo a la necesidad de implantar
o asegurar el régimen político vigente; por otro lado, atendiendo a la
conveniencia dc velar por el estado físico o moral dc la nación. Estos dos
puntos de vista variaban cn la medida cn que el régimen, dotado de por
sí dc poder, necesitase dc otros apoyos y según la imyor o menor ampli
tud dc perspectivas que se abriese ante cl legislador. No pocas veces am
bas clases de consideraciones se combinaban. En les estad<» antiguos,
casi todas las instituciones relacionadas con la vida privada de l(» ciuda
danos eran políticas, en el más estricto sentido dc la palabra. En efecto,
como en ellos cl régimen se hallaba dotado realmente dc poco poder, su
estabilidad dependía principalmente dc la voluntad de la nación y era
ndeiario encontrar diversos medios para armonizar su carácter con esta
voluntad. Es, exactamente, lo que sigue sucediendo todavía hoy cn los
pequeños estados republican«, y —considerada la ccsa desde este punto
de vista exclusivamente— debe, por tanto, estimarse absolutamente exacta
la afirmación dc que la libertod dc la vida privada aumenta oactamaitc
en la misma medida en que disminuye la libertad de la vida pública,
IÍm ITES d e l a a c c i ó n d e l ISTADO 9I
mientras que la seguridad de aquélla discurre siempre paralelamente a
ésto.* Sin embargo, los legisladores antiguos velaba* con frecuencia y los
filósofos de la Antigüedad se preocupaban siempre por el hombre, en el
^«nladero sentido de la palabra. Y, o}mo lo supremo en cl hombre, para
dios, era el valor moral, se comprende que la República de Platón, por
ejemplo, fiiese, según la observación extraordinariamente certera de Rous
seau, más una obra educativa que una obra política.
Si comparamos con esto los estados modernos, vemos que es indis
cutible, en no pocas leyes c instituciones que imprimen a la vida privada
una forma con frecuencia muy precisa, la tendencia a velar por cl pro
pio ciudadano y por su bienestar. La mayor estabUidad interior de nues-
tros sistemas políticos, su mayor independencia con respecto al carácter
de la nación, la influencia más poderos que hoy ejercen los hombres
que se limitan a la labor de pensar — las cuales, lógicamente, se hallan
en condiciones de abrazar puntos de vista más amplié» y más firmes—,
toda esa multitud de inventos que enseñan a elaborar o a emplear mejor
los objetos corrientes de la actividad de una nación, y, finalmente y sobre
todo, ciertos conceptos religiosos que hacen al regente de un estado
responsable también del bienestar moral y del porvenir de sus ciudada
na: todo ha contribuido, al unísono, a producir este cambio.
Sin embargo, estudiando la historia de ciertas leyes de policía ^ y de
dcrtas instituciones, vemos que tienen su origen, con harta frecuencia, en
la necesidad, unas veces real y otras veccs supuesta, que siente el estado
de imponer tributos a los súbditos, y en este sentido reaparece en cierto
modo la analogía am le® estados antiguos, ya que estas instituciones
tienden asimismo al mantenimiento del régimen. Pero, en lo que se re
fiere a las restricciones inspiradas no tanto en el interés del estado como
m el de 1« individuos que lo forman, existe una diferencia considera
ble entre los cstade» antiguos y los modernos. Los estados antigua vela
ban por la fuerza y la cultura dcl hombre en cuanto hombre; los estados
moderna se preocupan de su bienestar, su fortuna y su capacidad adqui
sitiva. Los antiguos buscaban la virtud; los modernos buscan la dicha.
• CcHno esta norma constituye una de las te*ii fundamentales del estudio, conviene
•cfialar que descansa sobre un sofisma lógico, el cual no resistiría a la investigación
hislárica. (Ed.)
■* "leyes de policía” entendía d lenguaje de la época todo el campo de la legis
lación administrativa, en generaL (Ed.)
92 TEOKÍa general del ESTADO
Por eso, por una parte, las restricciones puestas a la libertad por 1«
estados antiguos eran más gravosas y más peligrtMas, pues tocaban direc
tamente a lo que constituye lo verdaderamente característico dei hom
bre: su existencia interior; y por eso también todas las naciones antiguas
presentan un carácter dc unilateralidad, determinado y alimentado cn
gran parte (si prescindimos, además, dc la ausencia dc una cultura refi
nada y de medios generales de comunicación) pw el sistema de educa
ción común implantado cn casi todos los paím y por la vida común,
conscientemente organizada, de los ciudadanos cn general. Pero, por
otra parte, todas estas instituciones dcl estado mantenían y estimulaban,
entre los antiguos, la fuerza activa del hombre. Esta misma preocupa
ción, que jamás se perdía dc vista, por formar ciudadanos fuertes y capa
ces dc bastarse a sí mismos, daba un mayor impulso al espíritu y al
carácter.
En cambio, cn los estados modernos, aunque cl hombre mismo se
halle directamente sujeto a menos restricciones, vive rodeado por cosas
que dc por sí le cohíben, por cuya razón le es posible afrontar con fuerza
interior la lucha contra esas trabas externas. El solo carácter dc las res
tricciones puestas a la libertad cn nuestros estadc» indica que su intención
tiende más a lo que el hombre posee que a lo que es y que, aun siendo
así, no se limitan a ejercer, como los antiguos, aunque sólo fuese de un
modo unilateral, la fuerza física, moral c intelectual, sino que imponen
como leyes sus ideas concretas y sofocan la encrgúi, que es como la fuente
de toda virtud activa y la condición necesaria para que el hombre pueda
desarrollarse, adquiriendo una cultura elevada y múltiple. Así pues, $1
en las naciones antiguas la mayor cantMad de fuerza contrarrestaba el
defecto dc la unilateralidad, cn las modernas este defecto contribuye
a acrecentar cl de la falta dc fuerza. Esta diferencia entre 1« antiguos y
los modernos se evidencia cn todas partes. En los últimos siglos, es la
celeridad dc los progreses conseguidc», la cantidad y la difusión de los In
ventos artificiosos y la grandiosidad de las obras realizadas lo que más
atrae nuestra atención, pero en la Antigüedad nos atrae scérc todo la
grandeza que desaparece siempre al desaparecer «« hombre, d esplendor
dc la fantasía, la profundidad dcl espíritu, la fortaleza dc la voluntad, la
unidad dc todo el ser humano, que es lo único que da verdadero valor
al hombre. Era el hombre y eran, concretamente, su fuerza y su cultura,
lo que ponía en movimiento toda actividad. En nuestras sociedades, en
L Í M m s DE LA ACCIÓN DEL ESTADO 93
cambio, es, con harta frccucncia, un todo ideal que casi le hace a uno
olvklar% de la existencia de los individuos; o, por lo menos, no es su
ser interior, sino su quietud, su bienestar, su dicha. antiguos busca-
ban la felicidad en la virtud, mientras que los modernos se hallan ya
demasiado acostumbrados a extraer ésta de aquélla. Y hasta aquel que
ha sabido ver y exponer la moralidad en su más alta pureza,® cree deber
infundir a su ideal del hombre, por medio de un mecanismo muy artifi
cial, la felicidad, y por cierto que más como una recMnpcnsa ajena que
como un bien conquistado por cl mérito propio. No nos detendremos
más a examinar esta diferencia. Terminaremos con las palabras de la
Etica de Aristóteles: “Lo peculiar de cada uno, con arreglo a su carác
ter, es lo mejor y más dulce para él. Por eso el vivir ajustado a la razón,
siempre que ésta sea lo que más abunda en el hombre, es lo que h aa al
hombre más dichoso”.
Entre los tratadistas de derecho político se ha discutklo más de una
vez si el estado debe limitarse a velar por la seguridad o debe perseguir
también, de un modo general, el bienestar físico y moral de la nación.
La preocupación por la libertad de la vida privada conduce preferente
mente a la primera afirmación, mientras que la ¡dea natural de que la
misión del estado no se reduce a la func¡ón de la seguridad y de que
cl abuso en la restricción de la libertad es, evidentemente, posible, pero
no necraario, inspira la segunda. Y éste es, incuestionablemente, el cri
terio predominante, tanto en la teoría como en la práctica. Así lo de-
mi^tran la mayoría de los sistemas de derecho público, los moderna
^ ig o s filoaSfica y la historia de la legislac¡ón de casi todos ios cst^ a.
La agricultura, los oficios, la industria de todas clases, el comercio, las
propias artes y las ciencias: todo recibe su vida y su dir«:ci4 i dcl estado.
Con arreglo a estos principios, ha cambiado de fisonomía cl estudio de
las cicndas políticas, como lo demuestran, por ejemplo, las ciencias ca
merales y de policía, y se han creado ramas completamente nuevas de la
administración dcl estado, tales como las corporaciones camerales, de
manufacturas y de finanzas. No obstante, por muy general que pueda
x t este prindpi<^ erremos que vale la pena examinarlo más de a r a .
Y este examen debe tener como punto de partida el hombre individual y
sus fines última supremos.
® K * n t , refiriéndose al Mcn supremo, en sus Principios de la metafitica de ¡m eos-
tambres y en k Crítica de la razón práctica.
94 teoiiía general del estado
toda la grandeza dcl hombre, por lo que cl individuo debe luchar etcr-
Bamcnte y lo que janiás debe perder dc vista quien desee actuar sobre
hombres, es la peculiaridad de la fuerza y de la cultura. Y esta peculia
ridad, del mismo modo que es fruto de la libertad de conducta y de la
variedad dc situaciones dcl que actúa, produce, a su vez, ambas cosas.
Hasta ia naturaleza inanimada, que camina a pasos inmutables con arre
glo a leyes eternamente fijas, se le antoja algo peculiar al hombre que se
forma a sí mismo. Y es que éste se transfiere él mismo, por decirlo así,
a la naturaleza, pues es absolutamente exacto que cada iiuJividuo aprecia
la existencia dc riqueza y dc belleza a su alrededor en la medida cn que
éstas se albergan cn su propio pecho. Piénsese, pues, cuánto más fuerte
tiene que ser cl efecto producido por la causa, cuando el hombre no
se limita a sentir y percibir sensaciones exteriores, sino que es él mismo
quien actúa.
Si intentamos examinar o>n mayor precisión estas ideas aplicándo
las más de cerca al hombre individual, veremos que todo se reduce a
forma y materia. A la forma más pura dc todas, revestida por una capa
más tenue, la llamamos idea; a la materia men<» dotada de forma, sen
sación. La forma brota dc las combinaciones dc la materia. Cuanto
mayor es la abundancia y la variedad dc la materia, más elevada es la
forma. Los hijos dc los dio^s no son más que el fruto dc padres inmor
tales. La forma se torna a su vez, por decirlo as!, cn materia de otra
forma más hermosa todavía. De este modo, la flor se convierte en fruto
y de la simiente que cae del fruto brota cl nuevo tallo, en cl que se abrirá
a su vez la nueva flor. Cuanto más aumente la varioiad, a la par que la
finura de la materia, mayor será también su fuerza, porque será may<M",
asimismo, la concatenación. La forma parece fundirse cn la materia
y ésta cn la forma. O, para expresarnos sin metáforas: cuanto más ricos
cn ideas sean los sentimientos del hombre y más pletóricas de sentimiento
sus ideas, a mayor altura rayará ese hombre. Esta eterna fecundación de
la forma y la materia o de la varied^ con la unidad es la base sobre
que descansa la fusión de las dos naturalezas asociadas en cl hombre;
la cual es, a su vez, la base de la grandeza de éste. El momento supremo
en la vida del hombre es este momento de la floración.* La fcw'ma sim
ple y poco atractiva del fruto apunta ya, como si dijésemcs, por sí misma,
• Para la mejor cotnpreiuiéil de atas afirmadona, deberían consultarse los dof
estudios dcl autor, procedentes de este mismo afio: Ueber männliche und weibliche Form
LÍMITES 0E LA ACQÓN 01L ESTAM 97
a k belleza de la £1« que ha de salir de él. Todo parece tender y volar
hada la floración. Lo que brota dcl grano de la simiente dista todavía
mucho de po«er cl encanto de la flor. El recio tronco, las anchas y dis
persas hojas tienen que pasar todavía por un proceso más acabado de
perfección. Esta va alcaiúándosc gradualmente, a medida que el ojo se
remonta por el trona> dcl árbol; en lo alto, otras hojas más tiernas pa
recen anhelar la unión y se juntan más y más, hasta que la coiKt parece
calmar su sed.’ Sin embargo, el reino de las plantas no ha sido favore
cido por la suerte. Las flores caen y cl fruto vuelve a producir, una y otra
vez, el mismo tronco, igualmente tosco y que va afinándose siempre de
abajo arriba. En cl hombre, cuando se marchita una flor es para dejar
el puesto a otra más bella y cl encanto de lo más hermoso oculta ante
nuestra ojos, por el momento, el eternamente incxcrutable infinito.
Y lo que cl hombre recibe dcl exterior no es más que la simiente. Es
su energía, su actividad, la que debe convertir esa simiente, aunque sea
la más hermosa, en la más beneficiosa para él. Y será beneficiosa para él
en la molida en que represente algo vigoroso y propio dentro de sí
mismo. Para mí, el supremo ideal en la coexistencia de los seres huma
nos x t h aquella sociedad en que cada uno de l<» seres imidos se desarro
llase solamente por c¿)ra de sí mismo y en gracia a él mismo. La natura
leza f&ica y moral se encargaría por sí misma de unirlos. Y, así como
las luchas en cl campo de batalla son mi; honrosas que l<s combates en el
circo y los encuentros entre ciudadanos movidos por la pasión dan más
gl(H:ia que los dioques entre soldados mercenarios, la pugna entre las
ñicrzas de «os seres acreditaría y engendraría, a la par, la máxima
energía.
¿No es eso precisamente lo que n « cautiva de un modo tan indecible
en 1(K tiempos de Grecia y lo que, en términos ^nerales, cautiva a cada
época en los tiempos remotos y ya desaparecidos? ¿No es, principal
mente, el hedió de que aquellos hombres tuvieron que reñir batallas más
duras con el destino, combates más enconada con otros hombres? ¿El
hecho de que en ellm se unían una fuerza originaria y una peculiaridad
más acusadas y de que esta unión engendraba nuevas figuras maravi-
ll<»as? Cada época pmtcrior —y la proporción tiene que ir considera-
j Ueber ien Ge»hlechtmntertchkd und dem n Einfluss m f áie orgamscht Netur, « i
Gesammelu Sckriftea, tomo i, pp. ¡ tu s . (Ed.)
* G o m i , Ueber die metamorphose der Pfimiten.
98 TMHtiA CSENSmU. DEL ESTADO
in
E n tra m o s in n u e s t r a v e r d a d e r a iN vm sTiG A aÓ N . D i v i s i ó n d i l a m is m a .
El e sta d o v e la p o r el b i e n e s t a r p o s m v o , e s p e c i a l m e n t e físico,
DE UK CIUDADANOS
Eneosite de este capítulo.—Es perjudicial que el estado vele por el bienestar posidvo de
los ciudadanos.—Razones: con ello produce la uniformidad; debilita la fu«za;
entorpece e impide que las ocupaciones externas, aun las puramente CMporales, y
las drcumtaMÍas exteriores en general repercutan sobre d espíritu y el carácter de
los hombm; esas fundones dd estado tienen que dirigirse necesariúnoite a una
abigarrada muchedumbre, perjudicando asi al individuo con medidas que, aplioidas
a cada uno de ellos, dqan un margen considerable de a m t; impide d desarrollo
de la individualidad y de la peculiaridad dd homl»e; entorpece la misma Adminit-
trad¿n pública, multiplica 1<» m^iios necesarios para dio y se conviote asi en fiiente
de múltiples peijuidos; ñnaim m te, traseonu los puntos de vista dd liwnbre en
cuanto a los objetos mis importantes.—^R^lica a la <Ajedte de que se exaltan los
pojuick» señalados.—Voítajas dd iiatema (puesto al que se acaba de refeitar.—
Supremo prindpio que de este capítulo se deriva.—Medios con que coaita d estado
para vdar pw d (»eiiestar positivo de los dudadanos.—C^ácter daioso de los mis
mos.—^Difainda que cadtte entre d hecho de que alg^ sai h ed» por el estatk», como
tal estado, o por los dudadanos, individualmente.—Examen dd prc^aru»! si lu es
10 0 TB(%ÍA GBNE8AL DEL lESXAOC
o em iio que d eftado vde por d bieoeitar poñdvc^ jacuo a poiiUe aloB zsr fia
dio los mismoi fines exteriora, los mismos retuludos ncMsarios?—Pnidn de esta
posibilidad, priod|»linaite por medio de las organizadones voluntarias f aúecúvm
dc los dudadasos.—Ventaja de estas orgaaizadoim soto las dd estado.
por qué lo hace, importa más cl que la tierra se cultive bien que el que
quien la cultive sea un labrador diestro y consumado.
Pero las ins^cncias excesivas dcl estado quebrantan laás aún la oier-
gm de la conducta en general y el carácter moral del hombre cn parácu-
lar. Es ésta una afirmación que apenas newsita ser desarrdlada. Quien
se siente muy dirigido y dirigido con frecuencia tiende fácilmente a
sacrificar dc un modo espontáneo lo que le queda de iniciativa propia e
independencia. Se considera libre dcl cuidado dc dirigir sus acta, con
fiándolo a manos ajenas, y cree hacer bastante con esperar y seguir la
dirección de otros. Esto hace que sus ideas acerca dc lo que es mérito
y lo que es culpa se oscurcaxan. La noción dc lo primero ya no le espolea,
ni el sentimiento torturante dc lo segundo deja en él una huella tan fre
cuente y tan pr<rfunda como antes, pues propende fácilmente a descar
gar la culpa sobre su situación y sobre las espaldas dc quien le ha colocado
cn ella. Y si, además, no considera del todo puras las intenciones del
estado, si era: que éste no persigue solamente su inter&, sino, por lo me
nos al mismo tiempo, un interés secundario y ajeno, no sale quebrantada
simplemente la energía, sino también la calidad de la voluntad moral.
En estas condiciones, el hombre no sólo se considera exento de todo
deber que el estado no le impone expresamente, sino incluso d«ligado
dc toda obligación dc mqorar su propio modo dc ser; más aún, inclina
do, cn ciertos cas«, a temer y rehuir esto como una nueva ocasión dc
que cl estado podría aprovechan:. Ek este modo procurará sustraerse,
cn la medida de lo posible, a las propias leyes dcl estado y reputará bene
ficioso todo lo que sea burlarlas. Y si se tiene cn cuenta que en una paite
no pequeña de la nación, las leyes e instituciones del estado delimitan en
cierto modo cl campo dc lo moral, resulta harto deprimente ver cómo,
con frecuencia, son 1« mismos labios 1<» que decretan los deberes más
sagrados y las órdenes más arbitrarias, castigando no pocas voxs su
transgresión con la misma pena. Y esa influencia perniciosa no es me-
ncM Sensible en lo que se refiere a la «nducta dc unos ciudadanos para
con otros. Del mismo modo que cada uno de estos se encomienda a la
ayuda tutelar del estado, tiende, en mayor medida todavía, a confiar a
ella la suerte de sus conciudadanos. Y esto debilita la solidaridad y
frena cl impulso humano de ayuda mutua. Por lo menos, es evidente
que la solidaridad tiene que ser más fuerte y más acdva cuando pal
pita más vivo cl sentimiento de que todo depende dc ella; y la experien-
ÚMTTES DE Í A ACaON DEL SRADO XO5
pacífico y raido a todo lo que sea ofensa y venganza, pero por ello mismo
sensible en el más alto grado a la injusticia de todo ataque no provocado
y dispuesto siempre a reaccionar con valor inquebrantable contra quien
atente o>ntra su paz.
La libertad es, indudablemente, la única condición necesaria sin la
cual ni las cosas más pletóricas de espíritu pueden producir consecuen
cias beneficiosas de esta especie. Lo que cl hombre no abraza por su
propio impulso, aquello en que se ve sujeto a la dirección y a las restric-
ckMMK impuestas por otros, no se identifica con su ser, es siempre algo
ajeno a él y no lo ejecuta, en rigor, con fuerza humana, sino con habili
dad mecánica simplemente. Los antiguos, principalmente griegos,
reputaban perjudicial y deshonrosa toda ocupación que implicase sim
plemente un despliegue de fuerza física o se propusiese exclusivamente
la adquisición de bienes externos, sin proponerse cultivar cl interior del
hombre. De aquí que sus filósofa más filántropos aprobasen la escla
vitud, como si con este medio injusto y bárbaro quisieran asegurar a una
parte de la humanidad, con sacrificio del resto de ella, la fuerza y la be
lleza supremas. Sin embargo, la razón a la par que la experiencia se
cncargan de descubrir el error que envuelve, en el fondo, todo este razo*
namiento. Toda ocupación puede ennoblecer al lw>mbre e imprimirle
una forma determinada, digna de él. Lo importante es el modo como
la ejerza, y en este punto podemos, sin duda, establecer como norma
general que una ocupación tiene efectos beneficiosos siempre que ella
misma y las energías encaminadas a desempeñarla llenen preferentemente
cl espíritu y, en cambio, se traduce en resultados menos beneficiosos
y no pocas veces perjudiciales cuando se mira más bien a sus frutos,
considerándosela simplemente como un medio para cl logro de esta fína-
Iklad. En efecto, todo lo que es tentador por sí mismo suscita respeto
y anK)r, mientras que lo que sólo promete utilidad en cuanto medio no
despierta más que interés. Y así como el hombre se ve ennoblecido por
cl respeto y el amor, cl interés le expone siempre al peligro de deshon
ra«. Pues bien; el estado que se preocupe de ejercer una tutela positiva
como ésta a que nos referimos, sólo puede atender a los resdtaáos y esta
blecer simplemente aquellas irglas cuya observancia es más conveniente
para la perfección de est(».
Este punto de vista limitado produce mayores daños cuando la
verdadera finalidad del hombre es una finalidad plenamente moral
1(^ TEORÍA GENERAL DEL ESTADO
expresidas; dotsda mis ricamente de todo lo que sea capacidad para ex
presar directamente y sin signos sus sentimknt<s; de iin cuerpo oás flexi-
Ue, una mirada más viva y una yaz más penetrante; más dispuesta, en
comparación con el otro sexo, a esperar y rmbir que a dar; más débil
de por si y, sin emlwgo, no por esto, sino por admiración de la grandeza
y la fiierza ajenas, presta a entregarse a una unión más estrecha; dentro
de esta unión, inclinada siempre a rróbir del ser con ella unido, a moldear
dentro de sí lo que recibe y a devolverlo moldeado; animada al mismo
tiempo^ en más alto gradc^ por el valor que infunde el cuidado del amor
y el sentimiento de la fuerza, pero incapaz de dmfiar en la resbtencia y
en el sufrimiento a la derrota; la mujer se halla realmente más cerca que
el hombre del ideal de la humanidad, y si es cierto que lo alcanza más
lara vez que él, eUo se debe, seguramente, a que siempre es más difícil
escalar de frente la montaña que alcanzar la cima dando un rodeo. Hudga
insistir en lo expuesto que se halla a verse perpetuado por las despropor
ciones exteriores un ser como éste, tan sensible a toda influencia, que
fc^-ma una unidad tan grande consigo mismo, que nada pasa $d>re él sin
dejar huella, y en el que toda influencia afecta, por tantea no a una parte,
sino al total. Sin embargo, cl desarrollo del carácter femenino en la
sod»!ad es infinitamente importante. Y aunque es cierto que cada gènere
de «celcnda w: expresa —por dairlo así— en una especie del ser humano,
no cabe duda de que el carácter femenino es el depositario de todo el tesoro
de la moralidsui.
El hombre tiende a ser libre, la mujer a ser moral*
Con arreglo a esta frase, profunda y verdadera, del poeta, el hombre
se eéuerz» en alqar las barreras exteriores que se oponen a su desarrollo;
O) cambio, la mujer traza con mano cuidadosa las beneficiosas fronteras
interiores fuera de las cuales no puede florecer la plenitud de la fuerza
humana, y las traza con tanta mayor finura cuanto que la mujer es más
profundamente sensible a la existencia humana intórior, capta con mayor
sutileza sus múltales relaciones, encierra y maneja mejor todo lo que
es semibilidad, y está ttr c de ese razonar sofístico que oscureo: y oculta
tancu veces la verdad.
Si fuese necesario, veríamos cómo también la historia confirma este
razonamiento y demuestra que la üKtfal de las mciones guarda en Rxlas
• G o iw i, Torqtmo Tatto, il i .
no TSOIIÌA GENERAI. DEL ESTADO
con cl «ro, a le» ojos de él— constituya cl principio supremo dcl arte
dcl trato social y tal vez el que más olvidado se tiene hasta hoy. Pero,
si este olvido puede encentrar fácilmente una especie de disculpa o í cl
hecho dc que el trato social debe ser un descanso y no una faena traba
josa y dc que, desgraci^amente, son muy pocc» le» hombres cn quknes
puede descubrirse algo dc interesante y de peculiar, cada cual debiera,
sin embargo, »ntir el respeto necesario p«»' su propia personalidad para
buscar puro descanso que no sea cl cambio dc una ocupación interesante
por otra, sd}re todo si ésta deja inactiva sus fuerzas más nobles, y el res
peto suficiente por la himianidad para no considerar ni a uno solo de sus
individuos plenamente incapaz de ser utilizado o modificado por las
influencias de otros. Y quienes menos debieran paw por alto este punto
de vista son aquellos que tienen como profesión especial el tratar a los
hombres e influir sobre ellos. Por tanto, en la medida cn que el estadc^
dedicándose a velar positivamente por el bienestar exterior y físico estre
chamente relacionado siempre con la existencia interior del hombre,
no puede por menc» de entorpecer el desarrollo de la individualidad,
tenemos aquí una nueva razÁn para no consentir scnicjante tutela, fuera
de los casos en que sea absolutamente necesaria.
Tales son, sobre poco más o menos, 1(» principales daños que « de
rivan del régimen del estado, cuando éste quiere velar positivamente
par el bienestar de los ciudadanos y que si bien acompañan principal
mente a ciertas modalidades de ejercicio de esa tutela no pueden, a mi
juicio, separarse del sistema mismo. Aquí, sólo hemos querido refcrir-
nc» a la tutela del estado cn cuanto al bienestar físico; hemos arrancado
siempre de «te punto de vista y hemos dejado a un lado, cuidad<»a-
mente, cuanto guarda relación exclusivamente con el bienestar moral.
Sin embargc^ ya advertíamos al principio que no es posible deslindar con
exactitud los d<» campos; sirva esto de disculpa, si muchos de los puntes
tocados en el rsaonamiento anterior versan sobre la tutela positiva del
estado en general. Sin embargo, hasta aquí hemos dado por supuesto
que las instituciones del estado a que nos referim<M se hallaban ya real
mente establmdas; ahora es necesario que hableme», por tanto, de algu-
n(M ol»táculos que se presentan cn el momento mismo de su implan
tación.
6. Es indudable que, en el momento de proceder a ésta, nada serí
mit« necesario que contras^ las ventajas que se persiguen con los per
LÍMITES DE LA ACaÓN DEL ESTADO II3
hombres pueden ser de muy diversas clases: directos, como las leyes,
los estímulos o los premios, e indirectos, como el hecho dc que el regente
del país sea el propietario más importante y confiera a diversos ciudadanos
derechos preferentes, monopolios, etc,, todos 1(» cuales llevan consigo un
dañc^ que puede ser muy diverso en cuanto a su grado y su carácter,
y si aquí no se ha puesto ninguna d>jeción al primero ni al último, pa
rece un tanto peregrino querer negar al estado lo que todo individuo
necesita: el establecer recompensas, el apoyar a otros, el ser propietario.
Si en la realidad fuese posible, como lo es cn la abstracción, que el estado
tuviese una doble personalidad, no tendríamos ningún reparo que oponer
a ello. Sería exactamente lo mismo que si a un particular se le prestase un
poderoso apoyo. Pero como, aun descartando aquella diferencia entre
la teorm y la práctica, la influencia de un particular puede terminar por la
competencia dc otros, por la quiebra^ dc su patrimonio e incluso por su
muerte, cosas todas que no pueden acontecerle al estado, queda en pie
cl principio dc que éste no debe inmiscuirse en nada que no afecte exclu
sivamente a la seguridad de los ciudadanos, tanto más cuanto que este
principio no ha sido apoyado como tal. Además, un particular A ra
siempre por raH>nes distintas a las que mueven al estado. Así, por ejem
plo, cuando un individuo establece un premio — premio que, aunque en
la realidad no ocurra nunca así, equipararemos en su eficacia a los del
estado—, lo hace siempre atendiendo a su provecho. Y este provecho
se halla, por razón de su constante trato social con todos los demás indi
viduos y de la igualdad entre su situación y la de éstos, en relación precisa
con cl provecho o el perjuicio, y por tanto con la situación, dc los otr<».
La finalidad que se propone conseguir se halla, por consiguiente, prepa
rada en cieno modo por el presente, razón por la cual sus resultados son
beneficiemos. En cambicv las razones por las que obra el estado son ideas
y principios, en los que hasta el cálculo más minucioso se halla con harta
frecuencia expuesto a error; y cuando se trata dc razones derivadas dc la
situación privada dcl estado, ésta es ya de suye^ no pocas veces, dudosa
en tuanto al bienestar y la seguridad dc los ciudadanos y no puede equi
pararse nunca a la situación de éstos. En otro caso ya no es, en realidad,
cl estado como tal estado el que actúa, y cl carácter dc este razonamiento
veda por sí mismo su aplicación.
Sin embargo, este argumento y todo el anterior parten exclusivamente
dc puntm de vista que versan simplemente sobre la fuerza dcl hombre
I ÍM IT K OE l a a c c i ó n DEL ESTADO 119
es evidente que las asociaciones de mayor alcance son siempre menos be-
oefíciwas. Cuanto más actúa para sí, más se desarrolla cl hombre. En
las grandes a»ciaciones, éste se OMivicrtc fácilmente cn instrumento.
Además, estas asociaciones son culpables también de que en ellas 1(m sig
nos sustituyan con frecuencia a las cosas, lo cual entorpece siempre la
f<vmación del hombre. Los jeroglíficos muertos no despiertan nunca
tanto entusiasmo como la naturaleza viva. Bastará recordar a este pro
pósito, en función de ejemplo, lo que ocurre con los establecimientos de
beneficencia. Nada hay que mate tanto la verdadera a>mpasión, la con
fianza del hombre en cl hombre. ¿Acaso no desprecia todo cl mundo
al mendigo, quien preferiría ser dejado tranquilo y bien alimentado du
rante un año en el asilo cn vez de tropezar, después de tanta penuria, con
una mano que le arroja tina lim(»na y no con un corazón que se api»Ía
de él?
Reo>nozco que sin las grandes masas en que ha actuado, por decirlo
^ cl género humano cn los ùltime» siglos, no h ab r^ sido posibles los
rápidos pr<^csos conseguidos; por lo menos, no se habrían conseguido
con tanta rapidez. El fruto habría sido más lento, pero en cambio más
DMdura Y habría sido también, indudablemente, más beneficioso.
Creo, por tanto, poder dcscntendcrme de esta objeción. Otras de» que
dan todavía por examinar, a saber: la de si, desembarazánd<»c el estado
de estos problemas, como nosotros propugnamos, le Kría posible velar
por la seguridad; y la de si la movilización de los medi(» que es nc<xsarlo
procurar al estado para su actuación no exige, por lo menos, que los en
granajes de la máquina estatal penetren más en las relaciones entre le»
ciudadanos.
IV
Esta fundón es necesam y constituye d verdadero fin últiino del estado.—Supremo prin-
dl»o que de este capítulo se deriva.— Coafirmación del mismo por la iususia.
esfera privativa dc los otiw y con las discordias a que esto da origen,
como con los males físicos dc la naturaleza y los males morales, seme
jantes a ellos, por lo menc», cn este aspctto, que por un cx(xso dc disfrute
o dc privación o por medio dc otros actos no coincidentcs con las condi
ciones necesarias dc su conservación conducen a su propia ruina, sería
sencillamente innecesaria toda asociación estatal. A aquéllos se encarga
ría dc hacerles frente cl valor, la prudencia y la previsión dcl hombre, a
éstos la sabiduría nacida dc la experiencia, y al cancelarse el mal se pon
dría fin, cn amlxM casos, a la lucha. No sería necesario, por tanto, un
poder incondicional, que es cn lo que consiste, propiamente, cl estado.
No ocurre así, sin embargo, con las diferencias dc los hombres, para aca
llar las cuales es indispensable, desde luc^, la existencia de un poder
como cl que acabamos dc definir. En un estado dc discordia, unas luchas
engendran otras luchas. La ofensa reclama venganza, y la venganza es
una nueva ofensa. Para evitar esto, es necesario remontarse a una ven
ganza que no provoque otra nueva, y esta venganza es la pena impuesta
por el estado; a un fallo que obligue a las partes litigantes a calmarse: el
fallo del juez. Nada hay tampoco que requiera órdenes tan coactivas y
una obediencia tan absoluta como las empresas dc los hombres contra
los hombres; basta pensar en la expulsión dc un enemigo extranjero o
cn la conservación de la seguridad dentro del propio estado. Sin segu
ridad, el hombre no puede desarrollar sus fuerzas ni percibir los frutos
dc las mismas, pues sin seguridad no existe libertad. Pero la seguridad
es, al mismo tiempo, algo que el hombre no puede procurarse por sí
mismo; así lo demuestran las razones tocadas de pasada más bien que
desarrolladas y la experiencia, según la cual, nuestros estados, a pesar dc
hallarse en una situación mucho más favorable que aquella cn que pode
mos concebir a los hombres en estado de naturaleza, vinculados como
están por tantos tratados y alianzas y retraídos no pocas veces por el
miedo que impide los choques violentos, no disfrutan, a pesar de todo,
de la seguridad que incluso las constituciones más mediocres garantizan
al último de los súbditos. Así, pues, si cn nuestras consideraciones antc-
La idea aquí desarrollada es ta que los g r ifo s expresan con la palabra sXcovc|ui,
a la que no encuentro equivalente en ningún otro idioma. Tal vez podría traducirte
como afeitada Je mds, si bien esto no expresa al mismo tiempo la idea de ilegitimidad
que encierra la expresión griega, aunque no en su sentido literal, sí (por lo menos, tal
como yo lo entiendo) en la acepción constante con que la emplean los escritores.
L ÎM T œ DE LA ACQÔN DEL ISTADO I2 J
riores hemos querido alejar la tutela del estado de muchos campcB, por
entender que la nación puede velar por estos intereses tan bien como el
estado y sin los daños que la intervención de éste lleva aparejad«», ahora
no tenemos más remedio, por idénticas razones, que preconizar su tutela
respecto a la seguridad, que es lo único ** que el individuo no puede con
seguir con sus solas fiierzas. Por tanto, creemos que el primer principio
pœitivo que podemos establecer aquí y que más adelante habrá de deter-
rninar» y circunscribirse con mayor precisión, es el siguiente:
que cl mantenimiento de la seguridad, tanto contra el ene
migo exterior como contra las disensiones interiores, debe cons
tituir el fin del estado y cl objeto de su actuación, puesto que hasta
aquí sólo hemos intentado determinar negativamente los límites
más allá de los cuales no debe el estado extender su tutela.
Este principio aparece corroborado por la historia con tal fuerza, que
cn todas las naciones primitivas los reyes no eran más que conductores
de su pueblo en la guerra o jueces de él cn la paz. Digo los reyes, pues
~-íi se me permite esta digresión— por extraño que ello parezca, cn la
época en que el hombre, dotado todavía de muy poca propiedad, sólo
conoce y aprecia la fuerza personal, poniendo el mayor de los goces en
el ejercicio libre y sin trabas de esta fuerza y estimando más que nada cl
sentimiento de su libertad, la historia sólo nos habla de reyes y mo
narquías. Este carácter tuvieron, en efecto, todos los gobiernos de Asia,
l(» más antiguos de Grecia e Italia y los de las naciones germánicas más
amantes de la libertad.** Si nos paramos a pensar acerca de las razones de
esto, nm encontramos sorprendidos, en cierto modo, ante la verdad de que
la elección de un monarca es, en aquellos tiempos, una prueba de la li
bertad suprema de quienes lo eligen. La idea de un caudillo sólo surge,
como dijimos más arriba, del sentimiento de la necesidad de un guía o
de u* árbitro. Y lo más lógico es, indudablemente, que el guía o el juez
sea uno ido. El hombre verdaderamente libre no teme que este uno
pueda convertirse de guía y juez cn tirano; no barrunta siquiera la posi-
"La suretí ct k liberté personnelles sont Ies seules choses qu'un être isolé ne
puisse s'assurer par lui-mâme” : Mikabeau, Sur fiiucation publique, p. 119.
Reges (nam in terris nomen imperii id primum fuit) cet. Sallustius in Catilina.
c. i Ko»* «OROS «'««MOI jrakç EW aç e^ooi^cucto, Dion, Halicarn. Amiquit, Rom. t. 5.
(Al principio^ todas las ciudades griegas se hallaban bajo el poder de tos reyes, etc)
124 TEORÍA GENERAL DEL ESTADO
que sea una defensa justa la que hace empuñar las armas—, todos estos
conflictos encuentran el más armónico desenlace?
El único punto de visu desde el cual considero la guerra saludable
y necesaria indica ya, suficientemente, cómo debiera a mi juicio hacer
uso de ella cl estado. Este debe dejar en libertad al espíritu que de ella
se desprende para que se derrame a través de todos los individuos de
la nación. Lo cual constituye ya un argumento en contra de los ejérci
tos permanentes. Además, éstos, como en general cl carácter moderno
de la guerra, se hallan, indudablemente, muy alejados del ideal que
consideramos más provechoso para la formación del hombre. Si, cn
general, el guerrero, al sacrificar su libertad, se convierte en cierto modo
cn una máquina, con tanta mayor razón ocurre esto en las guerras mo
dernas, que tan poco margen dejan a la fuerza, la bravura y la pericia
dcl individuo. Imaginémonos cuánto más funesto tiene que ser el hecho
de que se mantenga a una parte considerable de la nación encadenada
a esta vida mecánica, no sólo dui^ftt]: años enteros, sino incluso a lo
largo de toda su vida, en estado de paz y simplemente ante la eveintua-
lidad de una guerra.
Tal vez en ningún otro campo se dé con tanto relieve como aquí
cl caso de que cl desarrollo de la teoría de las empresas humanas dismi
nuya la utilidad de éstas para quienes se ocupan de ellas. El arte de la
guerra ha hecho, indiscutiblemente, progresos increíbles entre los mo
dernos, pero no menos indiscutible es que la nobleza de carácter del
guerrero es hoy mucho más rara; su suprema belleza sólo se conserva
cn la historia de la Antigüedad; y, por lo menos — si se considerase exa
gerado esto— , habrá que reconocer que, cn nuestro tiempo, el espíritu
guerrero acarrea, no pocas veces, nada más que daños para las naciones,
mientras que entre los antiguos producía frecuentemente efectos saludables.
Son nuestros ejércitos permanentes los que, por decirlo así, llevan
la guerra al seno mismo de la paz. El valor guerrero sólo es respetable
cuando va unido a las más hermosas virtudes de la paz; la discipli
na militar sólo merece respeto cuando va hermanada con el senti
miento supremo de la libertad. Separadas ambas cosas —y la separación
es favorecida con harta frecuencia por los guerreros armados en tiempos
de paz—, ésta degenera fácilmente en esclavimd y aquél cn salvajismo
y desenfreno.
Y, puesto que censuramos los ejércitos permanentes, permítasenos
128 TBORÍA GENERAL DEL ESTADO
VI
El ESTADO, VELANDO POR LA SmnUDAD DE LOS CIUDADANOS ENTRI $í.
M edios para ooN sm im este fin último . M edidas doucidas a moldeas
EL 1»ÍRITU Y EL CARACTER DE LOS aUDADANOS. B jUCACIÓN PÓBLICA
Forible alcani% de los medios eacaminados a velar por esta seguridad.— Medio« m na-
les.— Educadén piSbUca.— ^Perjudidal, sd x t todo, porque impide la variedad de k
loimadón*, inútil, porque en una nadón que disfrute de la debida libertad nunca
faltará una buena educación privada; lus efectos son exasivos, pues d vdar por
h seguridad no e x i^ el modelar totalmente las costumbres.— Se sal^ por tanto,
de I<» límites de la acdón d d estado.
de que cn nuestro país sea cada vez menos extensa esta práctica de res
tricción de la libertad, cuya posibilidad se va reduciendo más y más en
la situación de casi todos los estados.
Se cita cl ejemplo de Grecia y de Roma, pero si se conociean mejor
sus regímenes políticos se vería cn seguida cuán improcedentes son tales
(»mparaciones. Aquellos estadera eran repúblicas y las medidas de esta
naturaleza por ellos adoptadas iban en apoyo de su libre organización,
la cual inspiraba a los ciudadanos un entusiasmo que hacía sentir me
nas el influjo perjudicial de las restricciones a la libertad privada y hacía
que la energía de carácter fuese menos dañosa. Además, los ciudadanos
de aquell« estados disfrutaban de mayor libertad que nosotros, y lo
que sacrificaban de ella lo sacrificaban a otra actividad distinta, a su
(«rtícipación en el gobierno. En nuestros estados, monárquicos en su
mayoría, todo esto es completamente distinto. Lew medios morales apli
cad«» por le» antiguos, la educación nacional, k religión, las leyes sobre
las buenas costumbres, todo sería en nuestros países menos eficaz y aca
rrearía un daño mayor. Aparte de que la mayoría de los resultad« que
boy atribuimos con tanta frecuencia a la sabiduría del legislador no son,
«n realidad, más que simples hábitos populares, tal vez vacilantes y
necesitadas, por tanto, de la sanción de la ley. Ya Fcrguson** ha seña
lado magistralmente la coincidencia entre las instituciones de Licurgo
y el tipo de vida de la mayoría de las naciones no cultivadas; cuando ima
cultura superior ennobleció la nación no quedó en pie, en efecto, ni la
sombra de aquellas instituciones. Finalmente, nos parece que cl género
humano se encuentra hoy en una fase tal de cultura, que sólo puede
remontarse sobre ella mediante el desarrollo de les individuos; por tanto,
Mdas las instimcioncs que entorpezcan este desarrollo y obliguen a 1«
hombres a condensarse más y apretarse en masas son hoy más perju-
dkiales que antes.
Ya estas pocas observaciones bastan —refiriéndonos primeramente
al medio moral de mayor alcance— para considerar discutible, por lo
menos cn muchos aspectcs, una educación pública, es decir, organizada
o dirigida por cl estado. Todo nuestro razonamiento anterior tiende,
wicillamcnte, a demostrar que lo fundamental es la formación dcl
hombre dentro de la más elevóla variedad; y la educación pública, aun
An essay on tht Mítory of ciml society, Basilea, 1789, pp. 123-146. “O í lude nstions
pfkw tt> the estabiishinent of propcrty.”
132 TEORÍA GENERAL DEL ESTADO
*Tbns une sodjíté bien ordonnée, au contraire, tout invite le* hommes & cultiver
leurs moyens naturels: sans qu’on s’en mêle, l’éducation sera bonne: e lk sera m£me
d’autant meilleure, qu’on aura plus laissé i faire I l’industrie des maîtres, et i l'teiulation
des élèves." M b a b ia u , Sur ^éducation publiifue, p. l î .
IÍMITES DE LA ACOÓN DSL ES7 ADO 13 5
IX
Se p k e c is a m á s d e t a l l a d a m e n t e , e n l o k k i t i v o , l a f ü n o ó n d e l ^ ad o
CONSIsraNTE EN VELAR POR LA SH3ÜRIDAD. S e DESARROLLA EL OONCEWO
DE SEGURIDAD
XV
adquirMas por él; 2^ íngroK» por impuestos directos; 3"? ingrcsi» por
ánpu«tos indiretí»s. Toda pr<^i«lad del estado tiene consecuencias
dañosas. Ya mis arriba kemc» hablado de la superiorid^ de que cl
estado goza siempre, como tal estado; si aden:iá$ es prq>ktari(^ tiene
aecesariamente que intervenir cn muchas relaciones privadas. Allí
donde las instituciones del estado no responden a una necesidad o donde
ésta no influye para nada, es perjudicial que decida el poder, conferido
exclusivamente en atención a aquella necesidad. También llevan apa
rejados sus inconvenientes 1« impuratos indirectos. La experiencia en
seña que el establecimiento y la percepción de estos trfcutos exige
numerosas instituciones que no pueden ser apresadas incuestionable
mente según nuestros razonamientos anteriores. No quedan, pues, más
qtK los impuestos directos. Entre le» posibles sistemas de impuestos
directw, el más sencillo es, indiscutiblemente cl sistema fisiocrátias. Sin
embargo —^y esta es una (i)jcción que ha sido formulada ya repetidas
veos—, cn él no se incluye uno de 1« productc» más naturales: la fuerza
del hombre, la cual, siendo considerada en nuestras instituciones cchdo
una mercancía cn cuanto a sus resultados, a sus trabaje», debe someterse
también a tributación. Y aunque el sistema de le» impuestm directos,
volviendo a él, se califique, no sin razón, como cl peor y más inadecuado
de todos los sistemas financieros, no debe olvidarse tampoco que un es
tado cuya acción 4e circunscribe dentro de límites tan estrechos no necesita
de grandes ingresos y que, además, cuando el estado no p<Mee intereses
precios, distintm de los intereses de sus ciudadanos, puede contar siempre
sx)n la ayuda de una nación libre y que, por serlo, es también, sc^ín k
aperíencia de todos los tiempos, una nación acomodada.
Asi como la cuestión financiera puede entorpecer la aplicación de los
(vincipios establecidos anteriormente, el régimen político interior del
atado puede también, y acaso cn mayor medida, oponer djttáculos a
JU realización. En efecto, tiene que existir necesariamente un medio
que enlace entre sí a la parte dominante y a la parte dominada de la
nación, que asegure a la primera la posesión del poder que le ha sido
conferido y a k segunda el disfrute de k libertad a ella reservada. Este
fin ha intentado alcanzarse en diversos estados acudiendo a distintos
medie»; unas veces, reforzando el poder físico del gobierno, por decirlo
así —^lo cual constituye, indudablemente, un peligro para la libertad—,
mas veces estableciendo varios poderes contrapuestos y otras, finalmente,
142 tb o ú a g e n e r a l o e l e s t a d o
XVI
A p l i c a c i ó n d e l a t e o i Ía e x p u e s t a a l a r e a l i d a d
neralcs, puede par<xer muy difícil y abstracto, debe tomar como punto
de partida, exclusivamente, cl punto en que, a primera vista, se halla
la persona examinada, remont¿id(»e a lo sumo a algunos grados más
pcK* encima de su capacidad de asimilación, si ve que ésta es pequeña;
de este modo no resultará ser nunca, ni siquiera en el campo puramente
práctico, demasiado idealbta e inadecuado para la realidad de la vida
social.
DE UN “DICTAMEN DE LA SECCION DE ENSEÑANZA
Y CULTOS"
(1809)
y dcl curso a que llegue en ella. Sin embargo, como no todos los alum
nos de una ciudad pueden ni deben ser iguales, habrá también escuelas
elementales que puedan dar a la enseñanza mayor extensión y un
carácter más completo, puesto que las gentes ricas que residen en ellas
p a^ án honorarios más elevados por educar a sus hij«. Y, de otra
{arte, las ciudades pequeñas, en las que no pueda haber instituciones
culturales superiores que lleguen hasta la universidad, contarán con
establecimientos en los que solamente se profesará una parte de la ense
ñanza correspondiente a las escuelas propiamente de cultura.
De este modo, no faltarán tampoco esas escuelas que suelen denomi
narse escuelas medias y ninguna clase social carecerá del estableci
miento de enseñanza adecuado a su formación. Pero habrá en todas
partes unidad de plan, para que el paso de una escuela a otra pueda
ralizarse sin lagunas ni soluciones de continuidad.
Hasta aquí, las escuelas de cultura tenían el defecto de que en ellas
predominaban de un modo demasiado exclusivo las lenguas cultas, las
cuales se profesaban, además, de tal modo, que si la enseñanza no era
llevada a término, resultaba perdido caá totalmente el tiempo invertido
en aprenderlas.
La Sección puede remediar y remediará ambos inconvenientes. En
todas las escuelas de cultura — y ya se han dado los primeros pasos a ello
encaminados— se combinarán las enseñanzas matemática e histórica
con la de las lenguas muertas, de modo que cada alumno pueda consa
grarse preferentemente y según su talento a una de ellas, pero sin que
se le permita omitir o descuidar totalmente ninguna.
Y, en la enseñanza de las lenguas, la Sección seguirá siempre y de
un modo cada vez más general cl método encaminado a lograr que,
aunque se olvide la lengua aprendida, cl hecho mismo de empezar a
aprenderla sea útil y provechoso para toda la vida, no sólo como ejercicio
mnemotécnico, sino también como medio para aguzar la inteligencia,
para depurar el juicio y asimilarse ideas de carácter general.
La Sección se preocupará especialmente de que nadie pueda pasar
de una escuela inferior a otra superior ni de un curso a otro, dentro de
ésta, sin que sea debidamente comprobada su capacidad para ello y cl
profesor anterior pueda entregar el alumno al siguiente sin cl convenci
miento vivo de que aquél ha remontado la fase correspondiente y está en
164 ORGANIZAaÓN D£ LA ENSEÑANZA
** Esta propuam suponía una innovación radical en las prácticas vigentes hast» en
tonces. Cieno es que el propio Humboldt no habia ingresado en la universidad hasta
los 20 años. (Ed.)
** Se refiere a la ciudad de Königsberg. (Ed.)
SOBRE LA ORGANIZACION INTERNA Y EXTERNA DE LOS
ESTABLECIMIENTOS CIENTIFICOS SUPERIORES EN BERUN
( i 8io)
PROBLEMAS C O N S TITU a O N A L E S
cl espíritu con que se crea una institución debe alentar siempre en ésta,
para que pueda mantenerse.
Sería, con mucho, preferible que no fuese necesario crear nuevas
mstitucioncs, sino dejar las cosas estar y desarrollarse por sí mismas, des
pués de proceder a la disolución de lo insostenible. El mundo marcha
siempre mejor cuando los hombres sólo necesitan actuar negativamente.
Pero aquí, esto es imposible; aquí, es necesario hacer algo positivo, cons
truir algo, después de habernos visto obligados a derribar lo existente.
Una vez disuelta la Confederación dcl Rin, es necesario decidir qué
rumbó ha de seguir Alemania. Y, avmque se rechazase toda clase de
asociación, aunque todos los estados hubiesen de llevar su existencia
propia, sería necesario también organizar y garantizar este estado de
cosas.
Ahora bien; cuando hablamos del porvenir de Alemania debemos
guardarnos mucho de aferramos a la preocupación mezquina de asegu
rar a Alemania contra Francia. Si bien es cierto que la independencia
de nuestro país sólo se halla amenazada por ese lado, hay que evitar que
un criterio tan unilateral como éste sirva de pauta, cuando se trata de
fundar un régimen permanente y saludable para una gran nación. Ale
mania debe ser libre y fuerte, no sólo para que pueda defenderse contra
uncK a otros vecinos, contra cualquier enemigo, sino porque solamente
una nación así, fuerte en lo exterior, puede albergar el espíritu de que
emanan tod« los beneficios de su vida interior; debe ser libre y fuerte
para tener, aunque nunca lo ponga a prueba, el sentimiento de su propia
estimación, necesario en un país que desea desarrollarse como nación li
bremente y sin trabas y afirmar permanentemente el lugar beneficioso
que le corresponde entre las naciones europeas.
Enfocado en este aspecto, el problema de si los diversos estados ale
manes deben seguir existiendo por separado o agruparse en una comuni
dad de estad«, no puede ser dudoso. Los pequeños estados de Alemania
necesitan de apoyo, 1« estados más importantes de respaldo y, por su
parte, Prusia y Austria saldrán también favorecidos formando parte de
un conjunto mayor y, en términos generales, más importante toilavía.
Esta agrupación de estados, formada por razones de generosa protección
y modesta subordinación, infundirá una mayor equidad y un carácter
más general a sus ideas, basadas en sus propios intereses. Además, cl
sentimiento de que Alemania forma un todo alienta en todos los pechos
LA aiSSlTTUClÓN ALEMANA 179
obligatorio que cl que encierra esa alianza y por ser ésta la base del
bienestar de toda Alemania, incluyendo cl de aquellos dos pueblos mis
mos, su participación se ve reforzada por cl sentimiento de la libertad y
la na:csidad; y a esta razón se une, además, el interés privativo de cada
una de estas dos potencias, entre las cuales no se consentirá ni un régimen
de subordinación ni un régimen de división de poderes.
Los estados más importantes, después de Austria y Prusia, deberán
ser lo bastante grandes para que puedan sustraerse a todo recelo y a todo
temor ante sus vecinos inmediatos, sentir su importancia en cuanto a la
defensa de la independencia del todo y, libres de toda preocupación
propia, estar en condiciones de no pensar más que en alejar las preo
cupaciones comunes. Sólo Baviera y Hannóver pueden encontrarse en
este caso. Los estados medianos, como Hesse, Wurtemberg, Darmstadt
y otros, deben, por cl contrario, mantenerse dentro de sus antiguos lí
mites. Su pequeño volumen no permite considerarlos a salvo de toda idea
mezquina y unilateral, razón por la cual cualquier potencia extranjera
tiene que sentirse grandemente interesada en incorporar a su seno a uno
cualquiera de ellos.
Como en un momento como el actual todo debe someterse a un
nuevo examen, sin preocuparse de lo existente, no es raro escuchar la
doble afirmación de que en Alemania deben dejar de existir en absoluto
los estados pequeños o, por lo menos, los que se encuentran cerca del
Rin y de la frontera de Francia. Como todas las potencias aliadas, en
un momento de restauración de un orden de justicia, se sienten reacias
a atacar los títulos posesorios de antiguas dinastías, adornadas, por lo
menos en Alemania, de múltiples méritos, es necesario que examine
mos este punto, para iluminar el tema en todos sus aspectos.
La defensa contra potencias extranjeras saldría ganando con la di
visión de Alemania en cuatro o cinco grandes estados, siempre y cuando,
naturalmente, que reinase la unida! entre los pocos que quedasen dentro
de cada uno de ellos. Sin embargo, Alemania ocupa hoy, más que nin
gún, otro país, una doble posición en Europa. Aunque no tan impor
tante como potencia política, ejerce la influencia más beneficiosa por su
lengua, su literatura, sus costumbres y su pensamiento y, lejos de sacri
ficar esta segunda ventaja, hay que procurar, venciendo algunas dificul
tades, asociarla con la primera. Pues bien ; ésta se debe, muy preferente
mente, a la variedad de la cultura que nace de la gran desmembración
LA OONSnnjClÓN a l e m a n a 183
y, si ésta cesase por completo, resultaría muy quebrantada. El alemán
sólo tiene conciencia de serlo cuando se siente habitante de un país con
creto de la patria común, y sus fuerzas y aspiraciones se paralizan cuando,
sacrificando su independencia provincial, se ve incorporado a un todo
extraño, al que no se siente unido por nada. Esto influye también sobre
el patriotismo; e incluso la seguridad de los estados, cuya mejor garantía
reside en el espíritu de los ciudadanos, saldría ganando más que con nada
si a cada estado se le dejase seguir con sus propios súbditos. Las naciones
tienen, como los individuos, sus tendencias, que ninguna política es ca
paz de modificar. La tendencia de Alemania es la de ser una federación
de estados; por eso es por lo que no se ha refundido cn una masa, como
Francia o España, ni se ha formado, como Italia, con estados sueltos c
independientes. Y la cosa degeneraría inevitablemente en este sentido, si
sólo se dejasen subsistir cuatro o cinco grandes estados. Una federación
de estados exige un número mayor de éstos, sin que sea posible escoger
más que entre la unidad, ahora imposible (y, a mi juicio, no deseable,
ni mucho menos), y esta pluralidad. Podría considerarse peregrino, in
dudablemente, cl hecho de respetar precisamente a los príncipes de la
Confederación del Rin y el que la instauración de la justicia viniese a re
frendar la obra de la injusticia y la arbitrariedad. Sin embargo, siempre
podrían introducirse determinadas modificaciones, y además, cn mate
ria política, lo ya existente y consagrado por años y años de vida puede
alegar siempre pretensiones innegables, lo que constituye una de las ra
zones más importantes para oponerse enérgicamente desde cl primer
momento a toda injusticia.
El problema de si la frontera con Francia debe estar formada exclusi
vamente por grandes estados, hay que considerarlo como un problema
de carácter más bien militar. Sin embargo, la seguridad de Alemania
descansa en la fuerza de Austria y Prusia, incrementada por la de los
demás estados, y éstos podrán defenderla más fácilmente si hallándose
más alejados y asegurados por fuertes fronteras propias tienen entre ellos
y el enemigo un territorio sometido a su inspección y a su influencia.
Ningún estado, por imi»rtante que sea, puede impedir que cl enemigo
invada su territorio, una vez que estalla la guerra, y su contacto inme
diato atrae más fácilmente a aquél. Por eso todos los estados grandes
gustan de dejar entre ellos a otros menos importantes, y siempre podrán
existir pequeños estados del lado de acá y (cuando el Rin, como es de
184 PROBLEMAS OONOTTOaONALES
justicia, vuelva a ser un río alemán) del lado de allá del Rin; siempre
que Suiaa y Alemania sean independientes, no se tolerarán fortificacio
nes ofensivas en la misma ribera dcl Rin y se establecerán dos o tres bases
para apoyo de las operaciones de guerra que en todo caso puedan
efectuarse.
Estas consideraciones previas serán suficientes para servir de funda
mento a las siguientes propuestas, encaminadas a crear la federación de
estados alemanes.
3
Las grandes potencias europeas, principalmente Rusia e Inglaterra, se
comprometen a garantizar esta federación.
4
Sin embargo, esta garantía sólo se refiere a la protección de Alemania
LA CONSTITUCIÓN ALEMANA 185
ccmtra ataques extranjeros; las potencias garantes renuncian a toda in
gerencia en 1(M asuntos interiores de Alemania.
Sin esta condición, se favorecería demasiado la tendencia de
una de las potencias garantes contra cualquiera de los estados
mayores de Alemania. Las potencias garantes deberán inspirarse,
para ello, en una confianza incondicional en la moderación de
Austria y Prusia. La pretensión de garantizarlo todo y de pesar el
pro y cl contra de todo, no conduce más que a quejas y a discordias.
CXJNDICIONES DE LA FEDERACIÓN
Estas condiciones se refieren al régimen exterior e interior del estado
y a la legislación.
RÉGIMEN EXTERIOR DEL ESTADO
7
To dos y cada uno de los príncipes alem anes se com prom eten a co
operar en la m edida de las fuerzas de sus estados a la defensa de la patria
com ún.
8
Tod(K deberán, por tanto, poner cn acción las fuerzas armadas que
la Federación misma determine tan pronto como la pafria se halle en
guerra.
9
Competerá a Austria y Prusia declarar cuándo se produce este caso;
la declaración deberá partir de ambas cortes conjuntamente. Pero esa
declaración no será necesaria cuando tropas extranjeras penetren con
intenciones hostiles cn territorio alemán.
El derecho a declarar la guerra sólo puede reconocerse a Aus
tria y Prusia, por ser los únicos estados alemanes que pueden dar
la pauta cn cl concierto de los estados europeos. A la misma ra
zón responde el derecho a asncertar la paz que se les confiere
más abajo (14). No sería conveniente establecer en la alianza una
norma para el caso cn que existiese desacuerdo entre ambas po
tencias acerca de punto tan importante. Su acuerdo, como ya di
jimos más arriba, no puede ser impuesto coactivamente por la
Federación, ni ésta puede tampoco prescindir de él.
LA c o N srm jc iÓ N a l e m a n a t8 ?
cjcrccrsc también sobre ellos, para estos efectos, sólo puede ser
una influencia política general.
13
La organización militar común de Alemania, cl reclutamiento y or
ganización de las fuerzas armadas, la construcción, cuando ello sea nece
sario, de fortificaciones comunes, la distribución de los mandos cn tíempo
de guerra, etc., exigirá una serie de normas concretas, ya sea cn el mismo
pacto federativo, ya cn reglamentaciones especiales, normas que podemos
pasar por alto aquí, cn que sólo se trata de señalar las líneas generales de
una federación.
15
Todos los estados que formen parte de la Federación se comprometen
a no concertar tratados ni contraer obligaciones que contravengan a cual
quiera de los puntos contenidos en este pacto federativo.
LA CONSTTTUCIÓN ALEMANA 1%
l6
17
Todos los estados alemanes se comprometen a dirimir los litigios que
puedan surgir entre ellos por medio del arbitraje pacífico, sometiéndose
incondicionalmente si no llegaren a una transacción, al fallo arbitral
de las cuatro potencias alemanas llamadas a garantizar la paz interior de
Alemania y señaladas más arriba (5).
El procedimiento que haya de seguirse para tramitar los asuntos,
antes de llegar a este fallo arbitral, deberá establecerse detallada
mente en el pacto federativo. En él, deberá cerrarse el paso hasta
a la más remota p<KÍbilidad de toda discordia interior. Para
dirimir 1« litigios entre los divenos estados cabría acudir, evi
dentemente, a más de un procedimiento; sin embargo, lo
aconsejable sería crear im tribunal especial bajo la tutela de cada
estado, pero en el que los demás tuviesen también sus representan
tes y cuyos fallos fuesen ejecutados solamente por las dichas cuatro
potencias más importantes.
18
Aunque cada estado deberá poseer tod<^ los derechos de soberanía
dentro de su territorio, se señala la conveniencia de que en todos ellos se
establezcan y funcionen los correspondientes estamentos.
igO PROBLEMAS CONSTTTUaONALES
23
Se establecerá un determinado volumen normal de los estados ale
manes con arreglo a su censo de población, del que dependerá el que los
192 PXOBLEitAS OONSTITUCIONAUES
Cuando un estado que tenga jurisdicción sobre otros por vía de ape
lación ^vierta que los tribunales de justicia de éstos cometen irregularida
des manifiestas, podrá exigir la revisión de las mismas por las cuatro
potencias encargadas de garantizar la paz interior de Alemania.
27
L&nSLAClÓN
Con respecto a ésta, y fuera de lo que queda dicho ya (25, 27) acerca
de la legislación civil y penal, sólo creo necesario establecer las siguientes
normas.
28
Todos los súbditos de un estado alemán podrán trasladarse libremente
a otro estado alemán, sin que se les pueda oponer ninguna d a« de
dificultades ni merma alguna de su patrimonio.
29
Cesará totalmente, a partir de ahora, toda expulsión de delincuentes,
vagabundos y personas sospechosas de unos estadcs alemanes a otros,
30
La libertad de estudiar en universidades alemanas de otros estados
será general y no podrá restringirse por ninguna norma, ni siquiera por
194 PROBLEMAS CONSTITUCIONALES
3»
Los estados alemanes concertarán un tratado general de comercio, que
incluya todas sus relaciones mutuas de tráfico y en cl que se establecerá,
por lo menos, cl máximo de todcK los tributos aduaneros de impor
tación y exportación dentro de cada estado alemán. Las normas esta
blecidas en dicho tratado sólo podrán modificarse conjuntamente.
Tales son, sobre poco más o menos, mis propuestas, registradas aquí
muy a la ligera. No debe olvidarse, sin embargo, que este ensayo no es
más que un intento de exposición de lo que aún podría lograrse si, como
yo entiendo, fuese imposible el restablecimiento de una constitución
alemana con un órgano supremo del Reich. Si, por cl contrario, existiese
la posibilidad de dar al Refch un órgano supremo (cl cual, para no pro
vocar daños muchos mayores, habría de poseer suficiente poder para ser
obedecido e inspirar suficiente respeto para no suscitar celos y resis
tencias), es indudable que la mayoría de los problemas deberían ser
resueltos de un modo distinto. En este caso, se enfrentarían también
con el órgano supremo verdaderos estamentos del Reich, dotados de ma
yores derechos, que, además, recaerían también sobre las condiciones po
líticas exteriores del estado.
w
PRUSIA Y ALEMANIA
Si
como una institución que deba alentarse o darse al olvido según que
se desarrolle en un ^ tid o conveniente o no, sino como un organismo
que Prusia, sin su intervención, araso no habrfa podido siquiera impwlii
y que con ella no hubiera debido impedir jamás, aunque sólo fuese para
evitar nuevas causas de discordia y nuevos motivos de desconfianza;
como un organismo que es posible utilizar en cierta medida, cuyos
posibles perjuicios deben evitarse, pero que es necesario mantener en
pie, sobre todo, como un medio de asegurar la tranquilidad política y
de alejar las preocupaciones.
Sin embargo, sería muy triste que la utilidad de la Confederación
en general y en particular para Pruáa, quedase circunsmta a límites
tan estrechos. Hay razones para esperar bastante más de ella, y Prusia
principalmente se ha esfomdo en dar a la Confederación la forma que
le permitiese defender su independencia frente al exterior y administrar
el derecho y la justicia en cl interior. Para esto ha partido del doble
punto de vista de poder confiar en la ayuda de otros para su propia
defensa, la cual, entregada a sus solos medies, supondría un esfuerzo
demasiado doloroso, y de alejar, por parte de cualquier estado vecino,
cl peligro infalible que surge cuando la incuria y la arbitrariedad de 1«
gobiernos destruyen el bienestar a la par que irritan los espíritus. Ade
más, consideró que era digno de su misión y de la asumida honrosa
mente desde el comienzo de la guerra contra Francia cl restablecer el
derecho lesionado y borrar las huellas de la arbitraiiedad aun allí donde
ningún interés propio se lo exigía.
Es cierto que cl éxito sólo ha respondido a medias a sus esperanzas,
y el pacto federal se ha concertado de modo que la colectividad sólo
pueda influir muy poco sobre cada estado en su interior. Sin embargo,
cl espíritu que Prusia ha despertado con los diversos planes preantados
por ella y que encontraron gran apoyo en la mayoría de los pequeños
estados ha penetrado tan profundamente, que serán muy pocos o tal
vez ninguno los puntos en que el camino se halle cerrado. Muchos
artículos del documento fundacional de la confederación contienen
normas de las que se puede partir para seguir adelante, lagunas que
pueden llenarse, vaguedades que cabe concretar para sacar de ellas
un sentido mejor y más satisfactorio. Esta tendencia a mejorar y ampliar
cl documento fundacional de la confederación con vistas a todas las
instituciones internas que se proponen garantizar cl derecho y poner
PRUSIA Y LA DISTA FSD£RAL 201
§2
§3
Para comenzar a»n cl punto de vista más general, debemos poner
en claro la naturaleza de la Confederación, problema acerca dd cual las
¡deas dd públim e incluso las de los cmbajad<«es aquí destacados son
tanto menos claras y coincidentes cuanto que tan pronto se mezclan
con la actual Confederación conceptos procedentes dd antiguo Imperio
alemán como se la confunde con otros estados de tipo completamente
distinto, por ejemplo Suiza. Las dos ideas más divergentes en torno al
problema son las que se expresan, de un modo más impresionante que
exacto y preciso, con los términos de federación de estados y estado fe-
deral, conceptos que tienen como resorte fundamental, respectivamente,
cl deseo cdcBo de salvaguardar la soberanía de cada estado y la tendencia
patriótica a constituir una agrupación de todos bajo una ley general.
Hasta aquí, Prusia se ha inclinado siempre, y con razón, más bien a
la Kgunda fórmula que a la primera; Austria, o mejor dicho d prín
cipe Metternich, más bien a la primera que a la segunda, hasta d punto
de que alguna vez parecía como si quisiese reducir la Confederadón a
una simple alianza de estados. Lo que en este punto es aconsejable para
Prusia ya lo hemos dicho más arriba; aquí, estam(» hablando exclu
sivamente de conceptos, y en este terreno no puede negarse en modo
alguno que la Confederación alemana no puede ser confundida con
un pacto de alianza, siquiera sea perpetua y acompañada de muchas
otras condiciones que en las alianzas normales y corrientes no suden
figurar, sino que presenta realmente el carácter de un estado federativo.
En efecto, esta Confederadón agrupa en un todo a países que, por su co
munidad de origen y su idioma, forman evidentemente una unidad y
que ya vivieron unidos realmente en otro tiempo, bajo el Imperio ale
mán. Los diversos estados confederadcB, al igual que los distintos ciu
dadanos de un estado, renuncian a una parte de su primitiva indepen
dencia y personalidad, para someterse en este punto a la voluntad
común; y el Acta confederai (arts. 6, i8 ,19), unida con la Dicta federal,
PRUSIA Y LA DIETA FEDERAL a ij
dao carácter de la misión que dentro de ella se debe realizar. Esa d<^k
razén es, de una parte, el no alimentar falsas esperanzas y, en segundo
lugar, el tratar a la Confederación tal y como es, sacando de ella el provecho
que aún se puede sacar hoy. En efecto, cuando se aborda prácticamente un
asunto nada es tan importante como el ver las cosas tal y como son, lo
mismo para dejarlas seguir así que para intentar desarrollarlas... Aquí,
sólo nos interesa exponer cómo puede suplirse en cierto modo la falta de
poder ejecutivo según la constitución y hacer que sea menos dañosa la
desigualdad realmente muy grande de poder que entre los miembros de
k (¿nfederación existe... Cuanto menos se han esforzado las potencias
más importantes, especialmente Austria y Prusia, en conseguir ventajas
«institucionales, más han contado, indiscutiblemente, con lograr de por sí
y sin necesidad de aquéllas una influencia decisiva. Con^guir y mantener
esta influencia deberá ser, por tanto, ante todt^ la aspiración del embajador
de Prusia cerca de la Dieta federal. Es de todo punto innegable que los
estad« pequeños han perdido mucho del miedo que antes sentían por
los grandes. También en este aspecto son más flojos que antes, de modo
muy perjudicial, los vínculos de la Confederación. Estos vínculos deben
suplirse, ante todo, a fuerza de dignidad, de justicia y de firmeza. Para
ello, es necesario, ante todo, no acometer ligeramente lo que no sea sufi
cientemente recomendable desde cualquier punto de vista para poder ser
llevado a término, y poner remate siempre a lo comenzado. Nada hay
que tanto perjudique al prestigio y a la influencia política de un estado
como el manifestar públicamente y sin el cálculo necesario su deseo de
alcanzar algo, viéndose después obligado a renunciar a ello...
§4
§8
§ 9
exponer aquí una vez más, para V. E., los resultados del examen a que
me he permitido someter sus ideas...
He seguido, para ello, un doble método: en primer lugar, he contrasta-
do sus ideas con Ja teoría general de una administración pública certera,
ya que, por mucho que una idea se dirija a fines especiales, lo primero
que tiene que hacer es acreditar su validez general; en segundo lugar,
he intentado formarme una imagen plástica de la situación a que la
realización de su plan conduciría. Por este doble camino, creo haber lle
gado a las mismas conclusiones.
Yo llamaré siempre ministros provinciales a los funcionarios que V. E.
designa con el nombre de Presidentes supremos, porque es lo que
CTCo que son realmente con arreglo a su idea. Estoy seguro de que V. E.
llamará conmigo ministros a aquellos jefes administrativos a quienes
ningún jefe superior, fuera del propio rey, puede dar órdenes tales que
le obliguen a ejecutarlas inmediatamente y sin réplica o a revocar las
medidas dictadas. Por eso los ministros, cuando había un Canciller del
estado, no poseían en realidad verdadera competencia ministerial, y
en cambio los jefes de servicios que actualmente se hallan bajo las ór
denes directas de Su Majestad, el jefe del departamento de cancelación
de deudas, el del Banco, el de la Cámara de Cuentas, son verdaderos mi
nistros. ..
Examinemos ante todo lo referente a la teoría general de la ad
ministración.
año y para una parte de los asuntos, a saber: en sus acuerdos sobre las
normas administrativas; en lo que se refiere a sus asuntos propios, son
Órganos independientes y no existe entre ellos ninguna acción mutua.
Y esto no puede, en modo alguno, satisfacer.
Mucho más conveniente sería, en cambio, la actuación conjunta de
los ministros provinciales en un Directorio general; es decir, lo sería
siempre y cuando que no se reservasen también para ser tratados en
pleno los asuntos menos importantes. Ha sido precisamente este Direc
torio general el que ha demostrado, sobre todo en los últimos años de
su existencia, la propensión de toda adnúnwtración provincial a aislarse.
Y esto responde también a la naturaleza de cosas. Los ministerio
reales sienten que dependen unos de otros y se dan cuenta de que tólo
son el estado en su conjunto, tanto por sí mismos como por los asuntos
de su competencia. Las provincias pueden, cuando más consigan inde
pendizarse, considerarse como un estado de por sí, «»mo un estado aparte,
y necesitan reflexionar y apelar a su patriotismo para no perder de vista
que no son más que una parte subordinada al todo...
Si no me equivoco al pensar que las dos cualidades propias de los
ministros provinciales son, cada una de por sí, incompatibles con la teo
ría natural y reconocida de la administración de los estados, es evidente
que la unión de ambas tiene que traducirse en efectos doblemente per
niciosos. El punto de vista provincial se impondrá por completo e inver
tirá las relaciones entre el todo y la parte. Según el modo general de
pensar, la administración deberá preocuparse fundamentalmente, con
unidad y fuerza inquebrantables, de la totalidad del estado, reservando a
las provincias una actitud puramente defensiva; según el criterio del
nuevo plan, por el contrario, la actitud defensiva se reservará para cl
estado y la preocupación fundamental para las provincias. El administra
dor que proceda verdaderamente con arreglo a este plan se preocupa
rá fundamentalmente de las provincias y las regentará de modo que
no sufra cl estado, como totalidad; esto, en el más favorable de los casos.
Con lo cual se invierte el verdadero orden de las cosas, pues el estado,
como un todo, debe regentarse, no de modo que no padezca la peculia
ridad de las provincias, sino de modo que esta peculiaridad se tenga en
cuenta y se utilice.
INFORME AL PRESIDENTE VON SCHON 2J5
Si, dejando ahora a un lado todo lo que sea teoría, nos fijamos exclu
sivamente en la situación en que se traduciría la ejecución de este plan,
no podemos convencernos tampoco de que éste sea sostenible...
De llevarse a cabo, la verdadera administración del estado correría
a cargo de los ministros provinciales; éstos serían, evidentemente, los
personajes más importantes, de los que dependería en primer lugar la
prosperidad o la decadencia de las provincias y, en segundo lugar, indi
rectamente, según la igualdad o desigualdad reinante entre ellas, la pros
peridad de todo el estado.
Los hombres que ocupasen este puesto deberían poseer, aparte de
todas las demás cualidades necesarias para todo funcionario supremo,
otras dos indispensables en su nueva posición. En efecto, necesitarían,
en primer lugar, no sólo halla«e familiarizados por igual con todas las
ramas de la administración, sino además consagrar su actividad y su
celo a todas en el necesario plano de igualdad. En segundo lugar, ten
drían no sólo que conocer exactamente, sino que respetar también en su
actuación administrativa, el equilibrio, mucho más delicado, entre 1<m inte-'
reses provinciales y la unidad del estado, a la que aquellos deben sacrifi
carse siempre.
En efecto; no hay que ocultar, sino, lejos de ello, proclamar sin
ambajes, pues esa es la realidad, que según el nuevo plan no habr» más
verdaderos administradores que los ministros provinciales, lo cual quiere
decir qu^ si este plan se llevase a cabo, la administración del estado se
desarrollaría desde el punto de vista de las provincias.
Además, en una organización verdaderamente adecuada, la posición
de las autoridades debe ser tal que 1« pequeños talentos se vean estimu
lados en la situación que ocupen. La idea que sirve de base a todas las
formas de estado es, en efecto, ésta: hacer inocua la desigualdad y el
cambio de ios talentos con la distribución del pcjder y la dirección de la
fuerza, proyectándola precisamente sobre el objetivo que le correspon
de, e infundir al individuo, como hombre individual, por medio de la
organización política y a través de lo que es grande, sabio y duradero,
una fuerza superior y una orientación más segura dentro de su radio
de acción.
234 RBFORMAS A»MINISTRATIVAS
año y para una parte de los asuntos, a sater: en sus acuerdos sobre las
normas administrativas; en lo que se refiere a sus asunte» propios, son
órganos independientes y no existe entre ellos ninguna acción mutua.
Y esto no puede, en modo alguno, satisfaar.
Mucho más conveniente sería, en cambio, la actuación conjunta de
los ministros provinciales en un Directorio general; es decir, lo scrü
siempre y cuando que no k: reservasen también para ser tratad« en
pleno ios asuntos menos importantes. Ha sido precisamente este Direc
torio general el que ha demostrado, sobre todo en los últimos años de
su existencia, la propensión de toda administración provincial a aislarse.
Y esto responde también a la naturaleza de las cosas. Los ministerios
reales sienten que dependen unos de otrcB y se dan cuenta de que sólo
son el estado en su conjunto, tanto por si mismos como por los asuntos
de su competencia. Las provincias pueden, cuando más consigan inde
pendizarse, considerarse como un estado de por sí, como un estado aparte,
y necesitan reflexionar y apelar a su patriotismo para no perder de vista
que no son más que una parte subordinada al todo...
Si no me equivoco al pensar que las dos cualidades propias de It»
ministros provinciales son, cada una de por sí, incompatibles con la teo
ría natural y reconocida de la administración de los estados, es evidente
que la unión de ambas tiene que traducirse en efectos ddjlemente per
niciosos. El punto de vista provincial se impondrá por completo e inver
tirá las relaciones entre el todo y la parte. Según el modo general de
pensar, la administración deberá preocuparse fundamentalmente, con
unidad y fuerza inquebrantables, de la totalidad del estado, reservando a
las provincias una actitud puramente defensiva; según el criterio del
nuevo plan, por cl contrario, la actitud defensiva se reservará para el
estado y la preocupación fundamental para las provincias. El administra
dor que proceda verdaderamente 03n arreglo a este plan se preocupa
rá fundamentalmente de las provincias y las regentará de modo que
no sufra el estado, como totalidad; esto, en cl más favorable de los casos.
Con lo cual se invierte el verdadero orden de las cosas, pues el estado,
como un todo, debe regentarse, no de modo que no padezca la peculia
ridad de las provincias, sino de modo que esta pecuharidad se tenga en
cuenta y se utilice.
INFORMI AL PRESIDENTE VON SCHÖN 235
Sij dejando ahora a un lado todo lo que sea teoría, nos fijama cxclu-
ávamentc en la situación en que se traduciría la ejecución de este plan,
no podem« convencemos tampoco de que éste sea sostenible...
Ete llevarse a cabo, la verdadera administración del estado correría
a cargo de los ministros provinciales; éstos serían, evidentemente, los
personajes más importantes, de los que dependería en primer lugar la
prosperidad o la decadencia de las provincias y, en segundo lugar, indi
rectamente, según la igualdad o desigualdad reinante entre ellas, la pros
peridad de todo el estado.
Los hombres que ocupasen este puesto deberían poseer, aparte de
todas las demás cualidades necesarias para todo funcionario supremo,
otras dos indispensabla en su nueva posición. En efecto, necesitarían,
en primer lugar, no sólo hallarse familiarizados por igual con todas las
ramas de la administración, sino además consagrar su actividad y su
celo a todas en el necesario plano de igualdad. En segundo lugar, ten
drían no sólo que conocer exactamente, sino que respetar también en su
Ktuación administrativa, el equilibrio, mucho más delicado, entre 1« inte
reses provinciales y la unidad del estado, a la que aquell« deben sacrifi
cara siempre.
En efecto; no hay que ocultar, sino, lejos de ello, proclamar sin
ambajes, pues esa es la realidad, que según el nuevo plan no habría más
verdaderos administradores que los ministr« provinciales, lo cual quiere
decir que, si este plan se llevase a <abo, la administración del estado se
desarrollaría desde el punto de vista de las provincias.
Además, en una organización verdaderamente adecuada, la posición
de las autoridades debe ser tal que los pequeños talentos se vean estimu
lados en la situación que ocupen. La idea que sirve de base a todas las
formas de estado es, en efecto, ésta; hacer inocua la desigualdad y el
cambio de 1« talentos con la distribución del poder y la dirección de la
fuerza, proyectándola precisamente sobre el objetivo que le correspon
de, e infundir al individuo, como hombre individual, por medio de la
organización política y a través de lo que es grande, sabio y duradero,
una fuerza superior y una orientación más segura dentro de su radio
de acción.
236 KEFORMAS ADMUnSlSATIVAS
§ I
Los PROYECTOS QUE han sido sometidos a mi examen contienen estu
dios tan diversos, que sería muy difícil manifestarse acerca de todos
ellos o destacar entre tant(» uno solo para analizarlo en detalle, por
mucho que, especialmente algunos de ellos, inviten a hacerlo, ^ r su
excelente contextura y |xjr lo logrado de sus pensamientos. Sin embargo,
como aquí sólo se trata de señalar la coincidencia con las ideas directrices
contenidas en todas las propuestas o de apuntar las dudas que puedan
surgir, lo mejor será repasar brevemente todos los punt« fundaménta
l a que pueden presentarse en la institución de constituciones por esta
mentos en los estados prusianos y llegar a una conclusión acerca del
modo como consideramos que esos puntos debieran ser tratados. Por
este pro<xdimicnto^ tropezamos también con algunos puntos que no
aparecen tratados en aquellos proyectos y esto nos dará ocasión para nue
vas disquisiciones verbales o escritas.
§ 2
Con arreglo a este roétodc^ trataremc» aquí, por tanto» sucesivamente;
I® de la finalidad y radio de competencia de las autoridades por es
tamentos del país (entendiendo esto en su sentido más amplio),
2^ de su constitución y atribuciona,
243
244 VNA OONSTITUCIÓN POR ESTAMENTOS
I
Finalidad y radio, de competencia de las autoridades por
estamentos del pás, en generé
S3
En los proyectos adjuntos, se indican muy acertadamente como fines
fundamentales a que obedece la institución de una constitución por
«tamentc», los siguientes:
El objetivo, consistente en que la administración por parte del
gobierno sea:
a) mis sólida, nacida más de un conocimiento preciso de la
situación peculiar existente que de la teoría abstracta;
b) más notable, menos versátil, cambiando menos de un sis
tema a otro;
c) más sencilla y menos costosa, transfiriendo diversas ramas
a las autoridades locales;
d) finalmente, más justa y más ordenada, mediante una suje
ción más firme a normas preestablecidas y precaviendo in
gerencias individuales.
2? El subjetivo, consistente en que el ciudadano, participando
en la legislación, la inspección y la administración, adquiera
mayor sentido de ciudadanía y mayor pericia ciudadana, lo que
le permitirá ser más moral y, al m^mo tiempo, dar a su indus
tria y a su vida individual im valor más alto, vinculándolas
más estrechamente con el bien de sus a>nciudadancH.
A estos dos fines pódeme» añadir otro, también importante:
3^ que con ello se abrirá a la tramitación de las quejas y los agra
vios de los individuos un camino más adecuado que cl que hoy
existe y se permitirá y obligará a la opinión pública a que
se pronuncie con mayor seriedad y veracidad acerca de le» in
tereses del país y de las medidas del gobierno.
MEMORIA S08RE LA OONSTITOCIÓN DE PRUSIA 245
ad i 9
§4
Si se concibe la constitución por estamentos como un antagonismo y
Im estamentos como una oposición, lo que constituye, por lo menos, un
modo muy natural de concebir el problema, no se la puede concebir, en
cambio, en nuestro país, como una garantía contra las ingerencias de la
corona, pues éstas, como demuestra una larga experiencia, no son de
temer ni harían necesaria una constitución, pero sí, y en gran medida:
a) contra la organización versátil y poco eficaz y los procedimien
tos de las autoridades superiores del estado congruentes con
ella, y
b) contra los excesos e intromisiones de las autoridades del esta
do en general, que, entre otras cosas, tiene también el incon
veniente de que, en vista sobre todo de la decadencia de pres
tigio de la nobleza, sólo parecen cotizarse los funcionarios,
razón por la cual todo el mundo aspira a entrar en esta clase.
§ 5
Como una administración inconsecuente no puede mantenerse frente
a una asamblea por estamentos, las autoridades administrativas supre
mas veránse obligadas y acostumbradas, a través de ésta, a proceder con
arreglo a principios fijos y permanentes por encima de los cambios de
las personas, a principios que sólo podrán alterarse con mucha pruden
cia, y ésta es la única garantía interior, así como la estricta responsabili
dad constituye la única garantía exterior de la bondad de un ministerio.
Y esta responsabilidad será doble: de una parte hacia los estamentos y
de otra parte hacia el rey, quien tendrá en aquéllos, para su propia
ayuda y dirección, una severa y experta instancia de enjuiciamiento de
sus ministros. Finalmente, las formas vacilantes de una constitución
ponen beneficiosas trabas al afán de nuevas leyes e instituciones, las cua
les, si se les da rienda suelta, pueden fácilmente degenerar en meros ca
prichos; de este modo, las instituciones basadas en una constitución por
estamentos estimulan la estabilidad, que es un requisito fundamental
de todo gobierno, harto más impca-tante desde luego que la agudeza de
espíritu y la genialidad.
246 T o a OONSTTTUaÓK POR ESTAMINTC«
§6
Sin embargo, podría ocurrir que la propia asamblea por cstomcntos
se convirtiese en elemento de innovaciones poco convenientes, y de lo
anteriormente dicho se desprende que debe ser objeto fundamental de
preocupación el evitarlo. Para esto, será necesario, como se dirá más
adelante, deslindar nítidamente el radio de acción de esta asamblea y no
establecerla, como es usual en Francia, directamente sobre la base de
toda la masa del pueblo, sino formarla con miembros de las agrupaciones
de ciudadanos partiendo de las más sencillas y asignándoles como fun
ción deliberar acerca de la administración del conjunto del estado.”
§7
La garantía que una constitución ofrece al pueblo es dd)le: la que se
deriva indirectamente de la existencia y la actuación de los estamentos del
país y la que, como parte de la constitución, se proclama directamente
en ella.
§ 9
Muchas constituciones incluyen, además, garantías para los servido
res del estado y les aseguran el derecho a no perder sus puestos más
que por medio de sentencia judicial y con arreglo a derecho. Sin embargo,
estas garantías deben quedar reservadas exclusivamente a los funciona
rios de justicia y, o»mo tales, figuran entre las medidas de seguridad de
la persona y de la propiedad. La extensión de estas garantías a todos los
empleos tiene cl inconveniente de que acostumbran a quienes los deam-
peñan a considerarlos como sinecuras, y además este sistema es absolu
tamente inaplicable a ciertos cargos que requieren un talento especial
en quienes los ocupan y en los que el estado puede a veces sufrir error en
cuanto a las personas. No obstante, el problema de si este régimen de
garantía debe hacerse extensivo también a otros cargos, además de la
administración de justicia, merece ser investigado. La constitución in
glesa no reconoce un régimen semejante. Lejos de ello, la mayoría de
los cargos importantes cambian de titular al cambiar el ministerio, si
bien es cierto que esta norma se basa allí en condiciones inexistentes en
nuestro paú.
§ 10
La simplificación de la obra de gobernar es uno de los fines fundamen
tales que se persiguen. Sin embargo, esta simplificación no consiste ex
clusivamente cn la simple supresión de determinadas ramas adminis
trativas.
En efecto, las autoridades que, no siendo las del estado, desarrollan
una actividad realmente viva, son de por sí (aun cuando no hayan sido
creadas con esta función) autoridades que vigilan y proponen, eximien
do así a las del estado de una parte de esta actuación. Sin embargo, para
que ocurra esto, es necesario que no vigilen y propongan simplemente
de abajo arriba y con un sentido de oposición, sino principalmente cn
torno a ellas y de arriba abajo, obrando cn contacto con las autoridades
248 una OONSTrrUClÓN p o r e s ta m e n to s
S II
§ 13
Es precisamente esa etapa intermedia la que desde hace algunos años
ha sido descuidada, especialmente en el estado prusiano, aunque no, tal
vez, cn la mayoría de sus provincias; las gentes, por ambición y por vani
dad, se han remontado a la etapa superior o se han replegado sobre la
inferior por inercia, sensualidad y egoísmo. Y esto condujo a una indi
ferencia extraordinariamente funesta hacia los métodos y los procedi
mientos de gobierno y, con ella, al mismo tiempo, ya que ciertas medidas
de gobierno no eran, naturalmente, indiferentes en cuanto a la persona
y a la propiedad, a la tendencia a eximirse por medios ilegales de las
consecuencias de la ley; y aquella queja, aunque con frecuencia mal
comprendidaj es tan legítima y fundada de por sí, que toda persona
amante de la patria tiene forzosamente que compartirla. Al mismo
tiempo —^y esto es una consecuencia natural, y cn parte, a su vez, ya que
nacía también de otras causas, fuente de aquella indiferencia—, se rela
jaron los vincula por medio de los cuales cl ciudadano, además de
pertenecer a la entidad general, pertenece a otras corporaciones menos
importantes.
Y cuando luego, por la Revolución francesa y ios acontecimientos
derivados de ella, los espíritus se sintieron sacudidos de pronto, por
motivos más o menos plausibles, y atraídos a la actuación política, se
lanzaron, saltando todas las fases intermedias, a la participación directa
en las supremas y más generales medidas de gobierno, y de ahí nacía
y nace aún eso que se debe desaprobar rotundamente, evitar, allí donde
sea posible, y reprimir.
I 14
No hay, por tanto, nada tan necesario como cl vincular gradualmente
el interés a las pequeñas comunidades concretas de ciudadanos existen
tes en cl estado, despertar este interés y orientar en este sentido al que
ya existe por los sucesos del estado en general.
250 VKA o o N srrru a Ó N p o r e s t a m e n t o s
§ 17
Siguiendo cl curso natural de las cosas, en los estamentos prevalecerá
el principio de la conservación y en el gobierno la tendencia al mejora
miento, ya que siempre resulta difícil que los intereses encontrados de
los individuos se pongan de acuerdo acerca de un cambio y los princi
pios puramente teóricos encuentran más acceso entre los funcionarios
del estado. El hecho de que últimamente ocurra con frecuencia lo
contrario y de que las innovaciones más violentas arranquen precisa
mente de las autoridades del pueblo, obedece a una de dos razones: o
a la existencia de abusos muy grandes que clamaban a gritCM por un
remedio o a la circunstancia de que las autoridades dcl pueblo no habían
sido elegidas y situadas en tales condiciones que pudieran actuar como
verdadero órgano de los intereses realmente civiles de las diversas comu
nidades de habitantes del estado. Cuando los estamentos se estatuyen
de este modo, no pueden por menos de actuar en un sentido conserva
dor, a menos que la necesidad de desterrar verdaderos abusos produzca
en sus comienzos alguna vacilación. Y la conservación debe ser siempre
la primera y fundamental finalidad de toda medida política.
§ 18
Es una vieja y sabia máxima la de que las nuevas medidas e insti
tuciones que se promulguen o se implanten en el estado deben enkzarse
con las ya existentes, para que puedan echar raíces y consustanciarse con
la tierra, y la patria.
§ 19
Ahora bien; entre las constituciones vigentes antes de la Revolución
francesa en la mayoría de los estados europeos y las redactadas úhima-
MEMOWA » B ltE LA CONSTlTUaÓN DE PRUSIA 253
mente existe una notable diferencia. Las primeras, que, ccui una mezcla
mayor o menor de instituciones feudales, pódeme» llamar constituciones
por estamento?, representaban la suma de varias pequeñas unidades
políticas en otro tiempo casi •independientes, incorporadas unas veces a
otras unidades mayores con sacrificio de ciertos derechos, y otras veces
A d id a s en ellas conservando algunos de los deredu» anterícves. Las
más modernas de todas toman por modelo, en el fondo (prescindiendo
de la forma externa de la «Histitución inglesa, puesto que la esencia
interior de ésta es imptmble de imitar), la norteamericana, que no «:
encontró con nada antiguo, y k francesa, que d^truyó todo lo antiguo.
§20
Si verdaderamente queremc» estimular y despertar el sentido de la
ciudadanía, no es posible aplicar este nuevo tipo de aanstitución, que
en Alemank no responde tampoco a una necesidad, pues aquí k man
tienen en pie todavía muchas cosas antiguas que no deben derribarse,
ni pueden tampoco derribarse sin exponeise ai peligro de destruir al
mismo tiempo mucho del sentido moral existente. Qué es, concreta
mente, lo que de ello ha de conservarse, se habrá de determinar en
ada caso. Pero, desde luegp, puede afirmarse con seguridad que el
sentido de toda constítución cn ^ e r a l no sólo debe mantenerse, sino
que debe, en rigor, restaurarse, haciendo que k totalidad de la orga
nización política se halle integrada por partes organizadas de por sí, limi
tándose simplemente a evitar los antigüe» abuse» e impidiendo que estas
partes se hagan violencia entre sí, que entren en conflicto unas con
otras o, por lo menos, que estén d^lindadas demaskdo nítidamente
para poder fundirse en un todo que deje a k energía personal un m a r ^
de libre desarrollo y no entorpezca demaskdo la libre deposición sobre
k propiedad.
Con este acoplamiento a lo antiguo coincide plenamente la idea an
teriormente expu«ta acerca de la ccmstitución que debe implantarse.
§21
La órbita de atribuciones de las autoridades de le» estamentos en
general (pues la de cada una de elks cn particular dependerá, natural
254 o oN sn ru aÓ N p o r e s ta m e n ito
§ 23
Sólo puede calificarse de monarquía constitucional aquella que se
rige por leyes constitucionales escritas. No existiendo éstas, resulta difí
cil retener siquiera cl concepto de monarquía.
S 24
§ 25
El segundo paso es que las autoridades de los estamentos tengan
también facultades para enjuiciar de antemano aquellas medidas que
caigan dentro de la competencia constitucional, pero sin que el soberano
se halle obligado a atenerse a sus decisiones. En este caso, los estamentos
actúan como meros consejeros al lado de los ministros.
§ :£
El tercer paso consiste cn que las autoridades que representan al
pueblo puedan invalidar aquellas medidas mediante su desaprobación
y que el regente necesite contar con su consentimiento, reservándosele
solamente el derecho a disolver los estamentos, aunque con la obligación
de convocar otros nuevos dentro de determinado plazo.
§ 27
A su vez, este derecho de decisión puede presentar muchos grados
de extensión, según que sea extensivo a todas las medidas dcl gobierno
o a algunas de ellas solamente, en mayor o menor cantidad, y según
que la reprobación se halle sujeta, cn su modo de manifestarse, a un
número mayor o menor de formalidades.
Pero, por muchas que sean las restricciones a que se someta en este
punto el soberano, la constitución seguirá siendo, a pesar de todo, mo
nárquica; sólo se convierte en una constitución verdaderamente repu
blicana cuando se priva al regente del derecho a disolver los estamentos,
enfrentándosele, por tanto, incluso en cuanto a las personas, or¡pnÍsmos
políticos independientes de el.
256 UNA CONSTITUCIÓN POR SST A M E K m
§ 38
£ q el ¿stado prusiano existe, con respecto a ciertas provincias, incluso
el tercer grado de monarquía constitucional; con respecto al estado en
su totalidad« la monarquía constitucional no existe.
§29
El primer grado encierra simplemente el mínimo del régimen de
estamentos, y sería altamente impolítico convocar estamentos para con*
cederles derechc» tan acasos.
I 30
El problema se redua, pues, a enjuiciar la segunda y la tercera posi
bilidad al problema de si los estamentos (empleando aquí la palabra en
su acepción más general, sin distinguir entre estamentos generales y
provinciales) deben tener facultades puramente consultivas o facultades
ejecutivas y si, en cl segundo caso, basta con que fundamenten su dene
gación alegando que la medida de que se trata es anticonstitucional, o no.
§31
Convertir los estamentos en autoridades puramente consultivas es
quitar a esta institución una gran parte de su dignidad y de su seriedad.
Cabría alegar, ciertamente, en apoyo de este punto de vista, que el
gobierno, sin atarse las manos por completo, puede querer escuchar las
razones de los estamentos, aunque sometiendo luego estas razones a su
propia decisión. Sin embargo, el gobierno que se manifieste en este
sentido pasará por miedoso y además saldrá ganando muy poo>, en
rigor, pues siempre encontrará reparos muy grandes en mantener la
medida dictada después que ésta sea reprobada de un modo público y
ostensible. Los casos en que se sentiría inclinado a obrar así, sin encon
trar otro medio menos escandaloso, serían tan raros, que lo mismo
podría, y acaso sin menor daño, proceder a la disolución de la asamblea,
cuando ésta deniegue su consentimiento.
S 32
Cabria perfectamente, sin duda, limitar el derecho de decisión a la»
medidas inconstitucionales, a pesar de que el gobierno no podría admitir
MERKJMA SOBBB LA OONSTmíaÓN DB PIÜ SU 257
la p(KÍbil¡dad de que tales medidas llegasen nunca a dictarse. Pero
esta norma podría revestir la forma de una precaución por parte de los
estamentos. En este caso, el problema dependería principalmente de la
extensión que adoptasen las leyes pertenecientes a la constitución. Res
pecto a los impuestos, sólo podría admitirse cn este caso, a lo sumo, que
los estamentos pudiesen pronunciarse en cuanto a la contribución terri
torial. Fuera de ésta, sería difícil encontrar una tasa o un tipo de con
tribuciones susceptible de establecerse legalmente para todos los casos
posibles y todos los tiemp<». En cambio, el carácter especial de la
contribución térritorial permite en realidad, e incluso tal vez aconseja,
ponerse de acuerdo de una vez para siempre acerca de ciertos puntos
relacionados con ella, por ejemplo disponiendo que sólo pueda modi
ficarse después de cierto número de años y bajo ciertas modalidades,
o que no deba exceder de cierta tasa. Sin embargo, esta restricción del
derecho de los estamentos tendría im inconveniente que podría repercu
tir dcl modo más funesto sobre el espíritu de todas las deliberaciones y
de la propia institución. En efecto, los estamentos se sentirían movidos
por este sistema, si no mediante razones sofística^ sí mediante sutilezas,
a descubrir circunstancias muy alejadas de las propuestas hechas para
encontrar en ellas infracciones a las leyes constitucionales, con lo cual
el espíritu de los estamentos degeneraría cn lo peor en que podría dege
nerar: en un espíritu propio de abogado.
§ 33
Por todo esto, lo más natural, lo más simple y lo más adecuado pare
ce conferir siempre a los cstamentc» un derecho real de decisión basado
en la conveniencia de las propuestas que se les presentan, haciendo
«tensivo este derecho a todas las verdaderas leyes generales y a todo
cambio que afecte a la tributación general; y, al mismo tiempo, para
dejar al gobierno la libertad y la seguridad necesarias en cuanto al
cumplimiento de sus fines, determinar con toda precisión el concepto
de las leyes y el régimen de autorización de impuestos y poner trabas a
la forma en que deba manifestarse la denegación.
§ 34
Deberán someterse al examen y discusión de los estamentos todas
las leyes que se propongan determinar esencial y permanentemente la
258 UNA CONSTITUCIÓN POR ESTAMENTOS
§ 35
Toda vez que las propuestas a base de las cuales han de deliberar los
estamentos deben partir del propio gobierno, cl hecho de que éste no
someta a los estamentos el proyecto de ley correspondiente entra de por
sí en la categoría de los casos que les dan derecho a promover queja, y
los asuntos resueltos unilateralmente pueden ser planteados por sí mis
mos ante la asamblea y dan lugar a la responsabilidad del gobierno.
M S M tm A SOBIUB LA a W S T T r l u n o N (VK
_ir»*^as£=^' c ‘ TTC'ttcass*.
§38
Consideramos plenamente suficiente:
i "? someter a los estamentos para que emitan su voto decisorio
§ 39
Con respecto a la forma cn que deba manifestarse la desaprobación
de un proyecto de ley, podría determinarse que, para su aprobación.
2 Ó0 u n a c o n s t it u c ió n p o r e s t a m e n t o s
§ 40
Si se optase por no conceder a los estamentos más que cl voto pura
mente consultivo, sería preferible limitarse a los estamentos provinciales
y no reunir nunca estamentos generales. Es cierto que también esto
arrastraría a un laberinto de dificultades. Sin embargo, no es posible
considerar camino adecuado cl de provocar, por decirlo así, una repro
bación general, tratándose de decisiones que se quieren llevar a la práctica.
Y es evidente que los estamentos provinciales, como se desprende directa
mente de su carácter y posición, no pueden pronunciarse de modo decisivo
acerca de las leyes generales del país.
Derecho de queja
§ 41
Este derecho puede presentar también diversos grados. Los estamen
tos pueden:
i 9 limitarse a señalar los defectos<de la administración y a proponer
que se les ponga remedio;
2? pedir al regente que separe de sus puestos a los ministros a quie
nes sean achacables los defectos que se adviertan en la adminis
tración;
3? finalmente, acusar a los ministros ante los tribunales.
§ 42
El primer grado no puede ofrecer reparo alguno y es evidente por sí
mismo. El segundo sería, en cualquiera de sus modalidades, peligroso y
MEMORU SOBRE LA OONSTmiClÓN DE PRUSIA 261
funesto. El ministerio sólo puede enfrentarse con los estamentos colecti
vamente y como un organismo inseparable, debiendo velarse estricta
mente por que los estamentos no se aparten jamás de este punto de vista.
Si los estamentos han de ejercer o no el derecho de acusación, colocando
con ello a los ministros cn verdadero estado de responsabilidad, es cosa
que sólo el propio regente debe poder decidir. Contra cl fondo del asunto
no puede objetarse nada; lejos de ello, es indudablemente saludable. Sin
embargo, esta facultad colocaría a los estamentos que quisieran atacar a
un ministro amparado por el regente en una situación verdaderamente
temible. En todo caso, no podrá negárseles cl derecho de denunciar al
gobierno las transgresiones o indicios de transgresiones cometidas por al
gún funcionario del estado contra los deberes de su cargo y que envuelvan
una sanción penal, para pedir, previo acuerdo tomado por mayoría de
votos, que se abra acerca de ellas la oportuna investigación.
Esto último sería lo único que podrían hacer, en todo caso, los esta
mentos provinciales. Estos no podrían ejercer jamás cl derecho de acu
sación, ya que éste sólo puede dirigirse contra quien se halla bajo las
órdenes de un superior inviolable al que no le puede exigir nunca respon
sabilidad. Cualquier otra autoridad subordinada sólo puede ser hecha
responsable en la persona de su superior, ya que puede haber obrado por
orden de éste.
II
Constitución y atribuciones de las autoridades de los estamentos
§ 43
Debemos distinguir necesariamente, con toda precisión, con arreglo
a su actuación y al modo de ser instituidas, tres clases de autoridades nom
bradas por el pueblo:
Presidentes de comunas rurales, ciudades y círculos,
2° Estamentos provinciales,
3? Estamentos generales.
§ 44
Las funciones de los presidentes de comunas rurales y urbanas se li-
I mitán a administrar y consisten, esencialmente, cn velar por los asuntos
privados de sus comunas respectivas.
202 UNA CONSTITUCIÓN POR ESTAMENTOS
§ 45
Los miembrc» de estos tres «ganismos deben a r nombrados por el
pueblo y no entre sí, los de un« por los de otros. Acerca de esto tratare
mos en detalle más adelante.
§ 53
Toda la actuación administrativa de las autoridades de Ice estamen
tos debe desarrollarse bajo la vigilancia del estado. Sin embargo, ésta
no debe consistir en tutelar a la autoridad en todos y cada uno de
bs pasos de su actuación, sino en introducir una responsabilidad es
tricta. Si estas autoridades se hallan sujetas al deber de informar cons
tantemente y de ajustarse a las órdenes e instrucciones dcl gobierno, na
die que tenga un poco de sentido de su persona querrá tener nada que
ver con estos asuntos y el espíritu y la razón de ser de la institución se
perderán. Cbmo existen varios grados subordinad« de estas autori-
MEMORIA SOBR£ lA OONSTITUaÓN DE PRUSU 263
dades, el gobierno podrá dirigirse al más alto de todc», simplificando así
considerablemente su actuación. Y como, además, todo híd>itantc puede
libremente quejarse ante las autoridades superiores de las inferiores y estas
quejas serán cada vez más frecuentes cuanto más se despierte el sentido
de la colectividad, pues cn la actualidad hay muchos que prefieren dejar
pasar un desafuero antes que imponerse la molestia de protestar contra
él, cl control, lo mismo que la administración, será qcrcido más por
1<K propios ciudadanos, y esto hará superflua la actuación del gobierno.
§ 56
El ftindamento primordial y necesario de todo régimen por estamen
tos es. . . la institución de las comunas, tanto las rurales como las urba
nas. Acerca de éstas, sobre todo en lo que se refiere a las ideas generales,
sin entrar cn las distinciones especiales de unas y otras, se contiene lo
fundamental cn el estudio fechado en Nassau cl 10 de octubre de 1815
La fórmula general contenida en este estudio es exacta, completa y
clara.. .
Estamentos provinciales
§70
En lo que a los estamentos provinciales se refiere, es necesario exa
minar su composición y su radio de acción. . . l a primera podrá y de
berá necesariamente ser distinta cn las distintas provincias; cl segundo
será cl mismo cn todas ellas, pues de otro modo habría provincias que
disfrutarían de privilegios sobre las demás.
I 72
En cuanto a la composición, se plantean principalmente, si omitimos
detalles, las siguientes cuestiones:
estas asambleas ¡ideberán formarse atendiendo exclusivamen
te al número de habitantes, o con arreglo a sus profesiones?
2? En el segundo ca» ¿debe formar la nobleza un estamento es
pecial, y cómo?
39 En este mismo caso ¿la asamblea debe estar formada por una
sola cámara, o por varks, y de qué modo?
264 UNA OONSTlTOaÓN POE ISTAMENTOS
ad i 9
§ 73
La clasificación por profesiones es una consecuencia necesaria de
todo el sistema seguido aquí. Si la finalidad de las instituciones del
régimen por estamentos ha de ser la de despertar y mantener cl interés
bien encauzado por 1« asuntos de la totalidad dcl estado, mediante una
cooperación adecuada con e! gobierno y la limitación de su poder, es
necesario que la formación de los estamentos siga la misma dirt^ción
que este interés presente desde abajo. Y esta dirección es, evidentemen
te, la de las comunidades, corporaciones y profesiones. La implantación
de asambleas representativas basadas en factores puramente numéric«
significaría, indudablemente, la destrucción completa de toda distinción
entre las diversas corporaciones o acabaría con ella, donde existiera to
davía.
S 74
Ahora bien, con arreglo al concepto general que nos formamos del
pueblo, existen en una nación muchísimos estamentos, casi tantos como
ocupaciones. Cabe, pues, preguntarse en qué criterios hem« de basar
nos para determinar cuáles de estos estamentos deben ser considerados
como estamentos políticos. Para contestar a preguntas de esta naturale
za sería completamente inadecuado sumirse en largas disquisiciones teó
ricas. Si dirigimos la mirada a la realidad y nos volvemos a mirar a lo
que debe servir de base a los estamentos provinciales, vemos que hay,
indiscutiblemente, dos estamentos distintos que no es posible pasar por
alto y que no pueden tampoco confundirse: el de los campesinos y cl
de los habitantes de las ciudades.
§ 75
Si, deteniéndonos aquí, indagamcB para descubrir fundamentos más
generales, llegam« a la conclusión de que la diferencia política verda
deramente importante entre estas dos clases es cl modo como se habita
el territorio del estado, y de que todo descansa sobre esta diferencia física,
de la que luego se derivan otras diferencias morales, políticas y jurídicas.
En efecto, si existiese un distrito independiente en el que campesinos,
IÍEMOXIA s o b e s l a OONSUTUCIÓN DE PKUSIA 365
artesanos y comcrciantcs viviesen todos dispersos cn las aldeas, no habrk
razón alguna para separar, tomando como base la diferencia de estas
profesiones, a las personas que ordinariamente se dedican a actividades
llamadas urbanas, de las demás. En este cas<^ lo lógico sería no admitir
más que una clase de estamentos, una clasc de comunas. El interés par
cial y directo de 1<» ciudadanos de un estado sólo puede convertirse cn
un interés general a base dcl modo como conviven cn él, a base dcl modo
como forman, a título de vecinos, distritos separados unos de otros y cómo
a título de copartícipes comparten la propiedad, los derechos y los debe
res dentro de ellos; solamente a base de estas relaciones físicas c inmuta
bles dentro del espacio, fuera de las cuales no ^ rk posible la defensa
cn común, la agrupación dentro de un gran estado y cl desdoblamiento cn
otros más pequeños, cn que reside la verdadera y autentica cscnck
de k sociedad civil.
S76
Si, prosiguiendo cn nuestra invcsti^ción, nos fijamos en la diferen
cia entre el campo y la ciudad, vemos que ésta puede reducirse, cn cierto
modo, a la gran distinción de carácter general entre caas y personas. La
labranza aisk y ata al terruño; todas las demás industrks exigen un con
tacto más estrecho entre los hombres y, por tanto, articulan y unen. Con
tribuye también a esta distinción la facilidad o k dificultad de la defensa.
Las ciudades, mientras conservaron su verdadera significación, fueron
siempre, cn todas las naciones y a través de todos los períodos de la his
toria, centros de tráfico y centros de defensa; la difercnck cn distintos
países y en distintas épocas era, simplemente, la de que unas veces lo pri
mero se convertía cn lo segundo y otras veces ocurría a la inversa.
Elecciones
S *33
Ya hemos establecido más arriba como principio fundamental que las
elecciones a los tres grad« de las autoridades de los estamentos, las auto
ridades administrativas, 1<» estamentos provinciales y los estamentos ge
nerales, deben arrancar todas directamente dcl pueblo...
206 UNA CONSTITUCIÓN POR ESTAMENTOS
S »34
I *35
No debe recatarse en modo alguno que la objeción más importante y
más fundada que puede hacerse al sistema aquí expuesto es la de que
divide demasiado a la nación cn diversas partes. No deberá, por tanto,
regateai^e ningún medio para evitar que esta división, indudablemente
saludable y beneficiosa en ciertos aspectos, los más importantes, llegue a
ser perjudicial desde otros puntos de vista.
S
El problema de si deben existir estamentos provinciales se ha dado
por resuelto previamente cn estas página^ procediéndose luego a exami
narlo. Esto obedece a la razón natural de que acerca de ello existe la vo
luntad expresa del gobierno y de que es más bien la existencia de los
estamentos generales lo que parece problemático.
No hay que negar que si ya la gran diferencia existente entre las
diversas provincias de la monarquía prusiana constimye una dificultad
para implantar una constitución por estamentt^ la verdadera y laboriosa
complejidad de estas diferencias dentro de cada provincia contrffl)uye, al
parecer, a aumentar estas dificultatks. Sin embarg(^ la unidad de un es
tado no descansa precisamente cn k uniformidad de las condiciones civi
les y políticas existentes cn todas las ¡artes que lo integran, sino solamente
cn cl hecho de que todas elks participen por igual cn la constitución y en
cl firme convencimiento de que sus instituciones peculiar», habituales
y queridas para todos, sólo tendrán una existenck segura y exenta de
todo riesgo si wdas se sienten inquebrantablemente unidas dentro dcl
estado en su totalid^. El fraccionamiento de un gran país en una serie
de porciones diminutas, ninguna de las cuales puede actuar con verdadera
independenck, facilita, evidentemente, cl despotismo, aunque corra a car
go del azar y de k fuerza de 1« partidos el determinar si ha de ejercerlo
cl gobierno o k representación popular. Y es innegable que Sicyés, autoi
268 UNA coNsmvdÓN ma e sta m e n to s
§ I#
§ 139
I 140
5 HS
Creemos preferible la renovación total de la asamblea por estamentos
a la renovación parcial. Toda corporación oficial tiende fácilmente, con
el tiempo, a mezclar con las consideraciones del bien general ciertas
máximas unilaterales y su propia comodidad. Y, cuando se renueva par
cialmente, la pequeña masa de diputadcB que se incorpora tropieza i^neral-
mente con dificultades para desplazar de su centro de gravedad a la masa
mayor que permanece. En vista de ello, opta por adaptarse o se limita a
sacudirla y empujarla sin otro resultado que una serie de escisiones y
conflictos inútiles.
§145
I 146
IN T R O D U C C IO N
TEXTOS
I. Introducción .......................................................................... 87