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GUILLERMO DE ilU M B O L D T

ESCRITOS
POL I T I C O S
Con una introducción de
S ie g f r ie d K a e h l e r

Versión en español de
W en cesla o R oces

FONDO DE C U L T U R A ECONÓM ICA


MÉxiat
P rifn oa Tth* n#i m airmán. 1901
ScKkirNLi niu kWi rn ¿Irmjn. 1922
PnmrtA rtlMum) m rtpañol, I94S
Priinnra icini(ir«K>n. 1983

D. R. © 1943 FonimmwQ’I.R'RA Efx>NóM iCJ^


Av, tir l;it U nivm idail 975; 05100 México, D.F.

IS B N 968 - 164352 -X

lm|»rru» cn Méxko
GUILLERMO DE HUMBOLDT

Noticia biográfica
Guillexmo de Hdmboldt nació en PotKiam, cl 22 dc junio dc 1767. Su
padre era oficial cn la corte del entonces príncipe heredero de la «»rana.
Después de la temprana muerte de su padre, la educación de los hijos
—entre los que se cantaba c«ro que habría de ser íammo, Alejandro,
nacido cn 1769— carrió a car^ de la madre, oriunda dc Francia y proce­
dente dc los medios de la colonia francesa dc Prusia.
Los muchachos no asistieron a ninguna escuela pública. Su enseñanza
fué enoimendada, siguiendo la tradición de la época, a preceptores, en­
tre ello* el famoso Campe. Más tarde, ambos hermane», Guillermo y
Alejandro, siguieron curse» privados dc diversas personalidades dc fama
literaria, pues cn Berlúi no existía aún, por aquel entonces, univeraidad.
La familia pasaba la mayor parte del año cn d campa £ 1 sosiego de la
vida campesina estimuló la propensión de Guillermo al estudio retraúlo,
mientras que Alejandro se sintió indinado desde el primer nranento a
la vida de sociedad. En Berlín, eran los círculos literarios más bien que
le» medie» de la aristoaacia los que dal»n la pauta.
Después de estudiar breve tiempo en la universidad de Francfent
del Oder, Guillermo de Humboldt ingresó, en la pasctia de 1788, en
h universidad de Gotinga, la míb importante de las de Alemania,
en aquella épexa. Permaneció aquí durante tres ^mestres, consagrado
mil que a sus estudie» profesionales de jurisfaudenda a la filología dá-
áca y a los pre^lemas dc la moderna file»ofta de Kant Ya ^ destacaba
rcsudtamente en él la tendencia a la cultura universal. En esta época,
d joven Humboldt emprendió dc» grandes viajes culturales. El primero
de elk» le llevó hasta el corazón de le» Alpes suize», por entonces muy
poc» visitados todavía. El segundo le permitió asistir en París, en age»to
de 1789, a los p-imeros accMitcdmientos de la gran Revoluc^n £ranc«a.
Loi diaric» y las cartas de aquellos d ^ atestiguan daramente que a
nuestro humanista le interesaban más las impresiones dc carácter hu-
fluno en genend que le» sucese» estrictamente política. Lo que ex>nsi-
dcR^Ki digno dc attncién entre cuanto le rodeaba, lo vda ccHi Ic» eqos
9
10 N o n c u BIOGRAFICA

dcl filántropo descoso de mejorar cl mundo; los puntos de vista políticos


le eran ajenos.
Y, cuando tuvo ocasión de conocer cl servicio dcl estado, al entrar a
practicar como ayudante de un tribunal de justicia cn Berlín, su activi­
dad no era la más apropiada para despertar cn él el interés político, de
que carecía. Recorrió con bastante indiferencia esta etapa de sus estu­
dios. Y, después de hacer su examen final de carrera y obtener su título
cn el verano de 1791, se desligó de la administradón pública para entre­
garse a su sueño acariciado: vivir una vida retraída de idealista, consa­
grado al estudio, en una de ias fincas que su esposa poseía cn la Turingia.
Vino luego una década de plena autodeterminación, sin vínculo ni
compromiso alguno, una época de formación individual extraordinaria­
mente bien aprovechada, durante la cual Humboldt desarrolló hasta cl
máximo su asombrosa receptividad y su capacidad para asimilar ks
materias más diversas. No fueron taa positivos, cn cambio, sus resulta-
díM cn cuanto a la capacidad para plasmar y modelar la materia idol,
capaddad cn la que residía, según él, la ley del mundo y dcl devenir.
Tras algún« vastos intentos de productividad científica no coronados
por el éxito, Humboldt decidió realizar planes de viaje acariciados du­
rante largo tiempo y destinados a aplacar cl sentimiento de desotntento
respecto a su sistema de vida, que ya empezaba a germinar cn él.
Contribuía necesariamente a hacer más penc»o este sentimiento el
hecho de que, durante todos estos años, se habú ido familiarizando cada
vez más con el taller en que se forjaba el nuevo espíritu de su pucWo,
pero solamente a título de espectador, como "público”. En primer lugar,
el vivo interés con que seguía los problemas de la filología clásica le había
valido la amistad del gran maestro de filólogos, F. A. Wolf. Además,
k: había incorporado, espiritual y personalmente, al grupo de los amigos
de Schiller, entrando a través de él en contacto personal con Gocdbe.
Fué éste, en cierto modo, el primer puesto de embajador que hubo de
desempeñar en la ciudad de Jcna: como admirador y crítico, al mismo
tiempo que colaboraba en ia obra de los dos grandes poetas, repre­
sentaba cerca de ellos, en persona, por decirlo así, el interés con que los
círculos culturales de k nadón rodeaban a las dos descollantes figuras.
La primavera de 1797 marca cl comienzo de los verdaderos añc» de
peregrinaje que habían de conducir a Humboldt, acompañado de su
mujer y de sus hijos, primero a París, donde residió años enteros; luego,
mmcíA mxülfvcA. ri
por difíciles caminos, a través dc toda España y, por último, a la verda­
dera meta dc sus afanes: Italia y Roma. Desde cl otoño dc 1802, Hum­
boldt residió cn esta ciudad, pero ya no como hombre libre, sino sujeto
al vínculo oficial, flojo todavía y grato además por la renta que le procu­
raba, de residente prusiano cerca dc la Santa Sede.
Seis largos y g<aosos añ« — la estación más prolon^da que hubo
dc reservarle cl destino cn los treinta y dos años de su movida existencia
que van dc 1788 a 1820— vivió Humboldt bajo cl sol dc Roma. Los dos
hermanos Humboldt disfrutaron indeciblemente dc esta época, respi­
rando a grandes bocanadas el hábito dc historia universal que se despren­
día dc aquell(» grandes lugares, sintiéndose identificados con todas las
fibras de su alma — indisolublemente, al parecer— con el suelo consa­
grado dc Roma.
La vida de Humboldt discurría cn el sosegado equilibrio de su goce
espiritual, como una actividad diplomática poco importante, al margen
dc las grandes conmociones que llenaron los añ« 18C5-1807 y sin que
éstas, al parecer, le afectasen en lo más mínimo. En el invierno dc
a 180^ las circunstancias dispusieron que hubiera dc trasladarse a Ale­
mania paia asuntos dc su cargo. Fué entonces cuando el barón de Stein
Ic invitó a que tomaa en sus manos la dirección del departamento dc
Enseñanza y Cultos dcl ministerio prusiano dcl Interior. I^spucs de ha­
ber cruzado 1« Alpes, ya cara a cara con la realidad, transformada radi­
calmente, Humboldt, por mucho que interiormente se resistiese a ello,
no podía rehuir ya la invitación. SÍ con ello sacrificaba su libertad, este
lacrificb se veía recompensado por cl campo dc acción que ante él sc
abría, el más venturoso que a un hombre de sus condiciones podía brin­
dársele. La realización del plan ya existente dc fundar cn Berlín una
universidad le permitía, sobre todo, cumplir su misión específica de me­
diador entre el nuevo mundo dc la cultura alemana y la forma nueva
dc vida del estado alemán cn la Prusia de 1« tiempos de la reforma
administrativa. El breve plazo dc dieciocho meses durante el cual ocupó
este cargo fué seguramente la época más feliz de la vida dc Humboldt.
Nadie estaba tan preparado como él para desempeñar aquel puesto, y
«í actividad dió en rápida colcha frutos que su carrera ya nunca habría
de volver a rendir.
La subida de Hardcnbcrg a la Cancillería determinó, en junio dc
1810, cambios fundamentales para una parte considerable de los altos
12 NtmCIA BIOGRAFICA

funcionarios del estado y reintegró a Humboldt a la carrera diplomática.


Se le asignó cl puesto de embajador cn Viena, con el título de ministro
de estado. Fué realmente a partir de ahora cuando su vida se centró
sobre la política y la diplomacia, sobre la actuación de estadista, como
profesión conscientemente abrazada. La larga época de formación, do­
blada de goce, h^ía pasado; la ocasión de diputar de la vida y mover%
libremente en el espacio universal sin compromiso alguno había sido
aprovechada por él con larguoca. La posibilidad de actuar s<rf>rc el pre­
sente vivo tentaba ahora al hombre maduro, consciente p de sus limi­
taciones más que al joven idealista cuya mirada llena de entusiasmo
veía navegar al barco de mil mástiles por las aguas del océano inmenso.
Además, Humboldt se sabía en posesión de capacidades que le a«;gu-
raban la expectativa de un puesto importante dentro del estado. Y, aun­
que la embajada de Viena no tenía para él ni el encanto cultural ni aquel
carácter políticamente inofensivo del oíium eum dignitate de los tiem­
pos de Roma, hasta el otoño de 1812 los años de Viena transcurrieron
relativamente tranquiles. Y le dieron la oportunidad de redíKtar una
larga serie de informes cuyo carácter concienzudo y cuya claridad de
juicio acerca de los motivos y los objetive« de la política vienesa valieron
a su autor, en la apreciación del canciller dcl estado, cl concspto de va­
liosísimo diplomático.
Bsk la gran crisis de los años 1813-15, Hardenbcrg hko honor a este
ccmcxpto, al traer a Guillermo de Humboldt a su lado, como consejero
diplomático permanente. In estó puesto, Humboldt asumió incansa­
blemente todo el trabajo diplomático de detalle, en una serie de minu­
ciosos dictáoKncs y conferencias orales y firmó como segundo manda­
tario de Prusia los dm tratados de paz de París. De este modc^ a le» ojos
de sus contemporáneos, Humboldt padecía ser el hombre designado para
suceder a Hardenbcrg en su cargo de canciller.
Sin embargo, por el momento no se planteaba el problema de la suce­
sión de Hardenberg. Además, con cl tiempo los antiguos compañeros
de lucha y de trabajo fueron distanciándose, hasta que el apartamiento
se convirtió cn abierta hostilidad. Las razones de ello eran cn parte
personales y en parte objetivas, y éstas, a su vez, afectaban tanto a cues­
tiones de política interior como a puntos de política exterior. En d fcuido^
la causa era indudablemente ésta: la tensión de los largos años de ludia
por la exútencia del estado había unido estrediamente a los dos hombres
mmoA mom^SKA 13
ai lavicio dd mismo fin. A hon que la tensión adía, sus divergencias
de carácter salían a ia luz; ya no se entendían. Perseguían por naturaleza
distintas tendencias cn la vida, pertenecían a dc» generadon« y a dos
¿pocas culturales distintas. Adoraban, bajo el núsxoo nombre, a dioses
diferentes.
Hardenberg era ua hc»nbre político por naturaleza. El estado era su
elemento; vivía y actuaba cn estos dominios como en su propia casa;
afrontaba con toda naturalidad 1« pr(A>Icmas que el est^o le planteaba,
pero d estado no era para él ningún “problema”. No le ocurría lo
mismo ú individualista Humboldt. Ante 6te se abría ahora im mundo
nueva En las guerras de libetudón nacional había podido comprobar
con cl más profundo entusiasmo la oáicsión dcl espíritu alemán y del
e^ulo alemán. El problema teórico de su juventud —^la mutua armó-
nizaci^ de ks esferas de ia individualidad y del estado y de sus respec­
tivas exigencias— había encontralo en la realidad una solución prác­
tica que a él mismo le llenaba, sin duda, de asombro. Ahora, sabía que
al homk’c no le quedaba otro camino que “marchar con los suyos”. La
eipericncia personal vivkla le había ayudado a penetrar en cl amoci-
ouento del sentido del mundo. Esta época había penetr^o su emoción,
y a través dc ella el estado.
A partir de ahora, Humboldt aborda el estado y los problemas que
éste le plantea con cl entusiasmo teórico del neófito. El carácter transac-
«áonal de la vida normal dc! estado y ciertas debilidsules dc la adminis-
tnuri^ pública, cuya culpa atribuye con raz&i a Hardenixrg, espolean
su impaciencia. Hardenberg, hombre encanecido en ia jerarquía del
citadi^ veía las cwas con más calma, pero el celo reformador de aquel
colabor»]or tan eficiente acabó por despertar su desconfianza. Hum­
boldt, poco avezado, como él mismo confiesa, a la administración pé-
Wiea, exagera!», como reformador idealista que era, la fuerza de la idea
y «í prt^ia capacklad política y menospreciaba en cambio la importan­
cia dc la realidad y sus fricci<mes, las cuales tenían que hacerse más sen-
iS^les nmsariameme ai ceder la tensión que había existido en la vida
mterí«» dcl estado. El antagonismo entre estos d<» hombres era, cn cl
fondo, cl antagonismo entre dos generaciones y d<M tip« políticos. Un
antafpnismo que tenía forzosamente que conducir a un choque, del
cual, tai como estaban planteadas las creas y repartidas las dotes, debía
alir personalmente derrotado Humboldt.
14 NOTICIA BIOGRAFICA

La tensión duró cuatro largos años, a partir dcl otoño de 1815. Hum­
boldt pasó estos años ocupado cn diversos cargos díplomáticc». Prime­
ramente, representó a Prusia cn Francfort, en las negociaciones en que
se ventilaron los problemas referentes a las indemnizaciones de los últi­
mos años de guerra, que cn Viena habían quedado sin resolver. En la
primavera de 1817, con motivo de las deliberaciones dcl Consejo de Es­
tado sobre las finanzas prusianas, la crítica oposicionista de Humboldt
abrió al canciller los ojos acerca de los peligre» a que su celo reformador
podría conducirle. Con su actitud, Humboldt dejaba de ser, en lo que
dependía de Hardenbcrg, candidato a una cartera de ministro para verse
empleado permanentemente cn la carrera diplomática, “ lejos de la
corte”. En el otoño de 1817, fué enviado de embajador a Londres. Había
confiado con seguridad en que le nombrarían para la embajada de Pa­
rís. Pero los franceses prefirieron contentarse con el menor de los her­
manos Humboldt como representante de la ciencia alemana y renuncia­
ron al hermano mayor como embajador de Prusia y, por tanto, de la
Alemania que se estaba gestando.
En Londres, Humboldt pisaba la tercera ciudad c<»mopolita de Euro­
pa. En Roma y en París, se había puesto cn contocto con le» testimo­
nios de las grandes épocas del pasado. Ahora, a través dcl modernísimo
Londres, podía echar ima mirada al mundo dcl porvenir, al siglo anglo­
sajón. Y se entregó a este nuevo encanto, a la par que en las colecciones
de la más joven metrópoli estudiaba a>n profundo celo los monumen­
tos del pasado más remota
Por fin, Humboldt sintióse cansado de tanto peregrinar. Separado
de su familia desde hacía seis años, luchó por CMiscguir su separación de
la carrera diplomática activa hasta que, por último, en el otoño de 1818,
lo consiguió. Fué llamado a Berlín para d<^mpeñar un ministerio de
“Asuntos permanentes”, de reciente creación. Desde el nuevo puesto,
parecía estarle reservada una misión semejante a la que había desempe­
ñado diez años antes, cuando dirigía los asuntos de la enseñanza.
Sin embargo, ahora se trataba de algo todavía más importante: ct
grito de los tiempos pedk una constitución; pedía la participación de los
“pueblos llegados a la mayoría de edad” cn la dirección dcl estado.
En mayo de 1815, cl rey de Prusia había prometido prom ul^ una
constitución por estamentos. De esta promesa infirió Humboldt que
su cumplimiento le planteaba a él ima nueva misión. Y la a«>met^ con
NOTICIA. BIOGRAFICA I5

todo entusiasmo. En estrecho contacto con el barón de Stcin, con cl que


venia manteniendo desde hacía varios años la última de sus importantes
amistades, redactó su gran memoria sobre xma “constitución por esta­
mentos de Prusia”. Pero Humboldt se había equivocado. Aquella obra
a>nstitucional era precisamente lo que Hardenbcrg consideraba como
la coronación de su larga carrera al servicio dcl estado prusiano. Fué
esto lo que condujo a la ruptura entre los dos antiguos amigt», ruptura
cn la que antagonismos personales complicaron y agudizaron las
diferendas políticas. Humboldt siguió todavía dirigiendo su ministe­
rio durante algunos meses, hasta que, después de los acuerde» de Karls-
tod, se declaró cn abierta oposición frente a Hardenbcrg, pero sin conse-
imir traer a su lado todo el ministerio, ni tam^Ko consolidar su posición
por medio de una alianza transitoria con le» viejos adversarias del can-
dllcr.
El 31 de diciembre de 1819, Humboldt quedó separado de tode« sus
cargos públicos. En lo suexsivo, el estado rólo había de hacer uso de
sus capacidades para la organizadón de los muscos de Berlín.
Tras los agitados añcK de peregrinaje, vinieron ahora quince años de
vida retraída y de trabajo solitario cn la rcsidenda campestre de Tcgel.
El estado y sus problemas eran ya, para Humboldt, parte dcl pasado. Su
tiempo lo consagraba ahora |»r entero al estudio de la cultura india y a
sus invest^aciones filológicas. Ek ellas salieron las bases de la filología
comparada, cn las que su nombre había de cdsrar una fama más per­
durable que cn cl campo de las actividades al servido del estado.
El 8 de abril de 1835 se extinguió esta vida intensa y aíancsa.
INTRODUCCION
por
SlGFKEDO K a EHLER
GUILLERMO DE HUMBOLDT Y EL ESTADO

GinLLiKMo DE H umboujt ocups un lugar «pccial en la historia dcl pcix-


samicnto polítio) de Alemania. Y no, cn rigor, por la profundidad ni la
OTÍginalidad dc su teoría política, ya que sus ideas y sus manifestaciones
acerca del estado presentan, en muchos punte» esenciales, no poca afi­
nidad con las tendencias fundamentales que informaban el pensamiento
político dc su época. El lugar que Guillenno dc Humboldt ocupa en la
historia de las ideas políticas no lo debe tampcKo a la influencia que sus
palabras y sus erfjras ejerciesen sobre la política teórica o práctica dc su
tiempo. En realidad esta influencia fué, cn ios dos terrenos, bastante
escasa. Es im hecho que Humboldt no influyó en la formación de la
teoría eiei estado de su épexa, ni le fué dado tampoM asexriar su nombre
a ninguna medida decisiva dc la gran política de su tiempo. Si, a pesar
de este», puede raJamar un puesto en la historia del pensamiento político,
ello sc debe a las circwistancias especiales y a las premisas de carácter
personal que determinaron las vicisitudes y el desarrollo de lo que pode-
sws llamar su concepto dd estado.
Lo que presta encanto e importancia a la personalidad política de
Humboldt no es tanto el aspecto prexiuctivo como el aspecto receptivo
de su vida. Es el modo como dejó que influyesen sobre él las dos grandes
tendencias que informaban la vida del estado dc aquella épcKa —^la ten­
dencia idealísta-c(»mopoIita y la tendencia cstatal-nacional— y como
supo asimilárselas y roiucirlas a la mayor armonía posible, a lo largo dc
una vida importante como la suya. Dccimeis armonizarlas y no fundir­
las, cn el sentido estricto dc ia palabra, pues si abarcamos con la mirada
la trayectoria dc su posición ante cl estado cn la práctica y k evo*
ludón de su teoría política, vemc« que aquellas d<K tendencias funda­
mentales no se confunden, sino que pueden distinguirse claramente
cn&c sí. En el cauce de la vida, llena de vicisitudes, dc esta descollante
individualidad se mezclan y confunden, induelablemente, las aguas ma­

20 INTRODUCCIÓN

nantialcs de que se alimenta el pensamiento político de la época. Pero


si nuestra mirada va recorriendo a trechos el curso común de estas aguas,
percibe nítidamente, a través dcl diverso matiz de los pensamienta, la
diferencia inconfundible de los elementos que integran la COTriente. No
se funden en un impulso incontenible para formar el gran río que se
abre paso por entre le» obstáculos con que tropieza, sino que desembo­
can, con su propia fisonomía, en el gran estanque colector de la reflexión
teórica, alumbrado por la luz gris dcl pensamiento retraído.
En estas condiciones, no cabc hablar de una “política” de Guillermo
de Humboldt, cn el sentido de una teoría sistemática dcl estado, al modo
como podríamos hablar, por ejemplo, tomando como base el Príncipe.
de la política de Maquiavelo, o de la teoría dcl estado de Rousseau, a la
luz dcl Contrato Social. En efecto, Humboldt no nos ha legado ningún
sistema armónico, en el que se expongan los fundamentos y las Ain-
ciones del estado como un todo. Quien de^e descubrir cl ideario polítio»
de Humboldt deberá atenerse a los elementos de juicio que n « brindan
sus trabaje», nacidos en diversos períodos de su vida, cn parte obede­
ciendo a necesidades teóricas y cn parte respondiendo a motivos conaetos.
Habrá, tal vez, quien pretenda impugnar este criterio invocando cn
contra de él el estudio juvenil de Humboldt, escrito en lygi y llamado a
adquirir fama póstuma, que lleva por título Ideas para un ensayo de de­
terminación de los limites que circunscriben la acción del estado. Pero
esta obra, producto de una dialéctica aguda, encierra un contenido de
experiencia demasiado escaso para que podamos hacerle a Humboldt
el agravio de considerarla como suma y compendio de sus ideas cn torno
al estado. Tanto más cuanto que su linea de conducta práctica durante
una larga vida política se halla cn abierta contr»licción con la teoría
de su época juvenil y da un mentís también teórico a las razones internas
en que aquella se basaba. Por otra parte, Humboldt no nos ha dejado,
como ya hemos dicho, una exposición sistemática de aquella concepción
del estado inspirada en su actuación práctica a lo largo dcl tiempo. Su
teoría política aparece cristalizada en diversos trabajos concretos, provo-
címIos por las exigencias del momento, diseminada en escritos más o
menos extensos, de mayor o menor envergadura, según el motívo a que
respondían. Y estos escritos, destinados casi todos ellos, por su función,
a un círculo reducido de altos funcionarios, comparten con aquella
obra juvenil citada más arriba la mala fortuna de haber permanecido
INimODÜCClÓN 21

ignorados y privados de toda posibilidad dc ejercer una influencia. Y


así, sc ha dado el caso dc que Guillermo dc Humboldt, como teórico del
estado, sólo haya podido revelar a la posteridad la extensión y la profun­
didad, cl punto de partida y la meta dc su pensamiento político. El punto
dc arranque y cl punto dc término sc hallan marcados cn el tiempo por
1<K años 1792 y 1819: intrínsecamente, representan: aquél, cl desvío ma­
nifiesto hacia el estado; éste, la confesión de que el estado condiciona la
vida toda del individuo. A lo largo de su peregrinación, cl viajero cambia
radicalmente, como se ve, de punt(» de vista. Dc donde se desprende,
lógicamente, que el enunciado “Guillermo dc Humboldt y cl estado”
encierra, más que un problema sistemático, un problema biográfico y
requiere, por tanto, una cxp<MÍción biográfica también.

Un prdjlcma biográfico; es dccir, un prd^lema a cuya solución aui>


tribuyan por partes iguales el pensamiento y la experiencia, en el que
se reflejan por igual la idea y la vida. A lo largo de tres décadas, este
espíritu anhelante de profundidad y ansioso dc vuelo tropezó con el
estado como un prdslema; es decir, como una tarea interpuesta en su
camino. Este problema, considerado en cl sentido estricto de la palabra,
bloqueó cl camino dc la vida a aquel individualista ina>ndicional que
pretendía ser el Humboldt dc 1792. El camino por cl que el joven aris­
tócrata resuelto a disfrutar de la existencia bajo todas sus formas había
de remontarse dc la realidad dada en que le colocaba su situación de
vida “fortuita” has^ ganar los horizontes mundiales dc las ideas soñadas
y “reprobadas” cn que había de aprehenderse y debía aprehenderse cl
contenido espiritual dc la vida.
La violenta aversión del joven Humboldt contra cl estado es muy
sorprendente, por cierto, en una época como aquella, en que los proble­
mas polític«, a la vista de los acontecimientos de Norteamérica y de la
conmoción experimentada por el estado en Francia, ocupaban cl priiiKr
plano de la atención general y tenían el encanto de la modernidad y la
actualidad. Tiene uno la impresión de que esta reacción violenta, ner-
vi«a y un tanto sentimental, fué producida por el presentimiento de la
suerte inexorable que había de correr, andando cl tiempo, la libre deter­
minación dc la propia vida, considerada como fundamental.
Es cierto que, al principio, ^ e c ía como si esta amenaza del destino
22 INTRODUCCIÓN

pudiera desviarse. Contando con una base un poco segura de vida ma­
terial, nada más fácil que volver la espalda a toda función pública, y
huir del suelo arenoso de Prusia hacia los floridos campos dc la Turingia,
donde, sd>re el fondo de un paisaje risueño, el espíritu alemán se dis­
ponía a fundar un reino libre basado cn las ideas.
Sin embargo, después de una década de la más amplia libertad cn
cuanto a la propia determinación de su vida exterior, cl destino obligó a
Humboldt a asumir la misión que le estaba reservada. Y la suerte se
valió para ello, precisamente, dc aquella forma dc vida a la que él habla
estado siempre dispuesto a rca>nocer, dc por sí, la mayor importancia
para su propia formación ~^|uc era lo que primordialmente le intere­
saba— : k de la múltiple experiencia vivida. Para poder alcanzar cl últi­
mo grado, anhelado durante tanto tiempo, cn el conocimiento del gran
mundo histórico —^pues su mente se orientd>a ante todo a k visión
comparativa “de ks grandes figuras dc la tierra múltiplemente habita­
da”— para poder vivir en Roma, Humboldt hubo de someterse al suave
yugo dc aceptar un puesto diplomático poco importante. Con lo cual
hipotecó su alma al dkblo un temperamento fáustico más; tal vez sin
dejar dc percibirlo, aunque, desde luego, sin confesárselo.
El nuevo giro que tomó la senda dc su vida llevó al Residente pru­
siano cerca dc la Santa Sede bastante lejcM dc las para él poco gratas ribe­
ras dcl familiar Havel, dc Berlín y Potsdam. Y le puso cn condiciones
de ser ciudadano del mundo, cn la acepción estricta de la palabra, en
una ciudad que era k encarnación histórica a la par que el sepulcro dc
dos milcnim. Pero al mismo tiempo su presencia allí le scrvk precisa­
mente para comprender dc un modo muy especial la supeditación in­
terna a la nueva oleada dcl espíritu que estaba invadiendo k patria, para
que le» horizontes mundiales de Roma le abriesen los ojos acerca de k
condicionalidad nacional de sus propks ideas.
Durante estos k :¡s años dc vida apacible, se hundió allá lejos, en el
norte, cl estado al que Humboldt se hallaba obligado, a pesar de todo,
por un servicio fácil y un sustento grato. Y estas obligaciones se hicie­
ron efectivas cuando, en el invierno de ifcS, Ick deberes familiares recla­
maron su prcsenck en Alemank. Fué en aquella ocasión cuando se le
invitó a dirigir los asuntos dc enseñanza y cultos, cn el estado dc Prusk.
Humboldt aceptó el nuevo cargo, bien a desgana y tras larga rcsisten-
ck. De este modo, hubo dc renunciar durante los doce años siguientes.
imsiaDUcaÓN 23
es decir, durante el período culminante de la vida de un hombre, a la
libertad hasta entonces tan celosamente conservada. Desde el nuevo
puestea se ¿amUiarizó con todos los grandes problemas de la vida dcl es­
tado y se vió enlazado con todos los grandes prdjlemas de la vida del
d^arrollo histtkico. Y el estado no liberó de IcH brazos dcl destino a
quien en su fuero interno seguía resistiéndose a él, hasta que Humboldt
se mostró dispuesto a lo último, a concentrar todas sus fuerzas para una
gran misión, cuando se hubo entregado interiormente a la última exi­
gencia.
Es cl destino personal, principalmente, lo que se revela cn estas vici­
situdes. Pero cn estos fenómenos de evoluctón individual se encierra
algo más, algo de importancia general: se acusan en elle» los rasgos
típicos de la suerte que estaba llamada a correr ia comunidad histórica
a la que, en última instancia, pertenecían aquéllcB. El alcance de aquel
arontedmiento, carente de toda importancia cn d momento de produ­
cirse —la aceptación de un modesto cargo diplomátia» por cl barón
Guillermo de Humboldt, cn el año 1802— , trasciende al campo de la
historia futura de su pueblo. En efecto; ya por aquel entonces, este aris­
tócrata apasionado de las ciencias y de las artes, apasionado de las “ ideas”,
era lo que un extranjero que conocía bien Alemania, lord Acton, había
de expresar, andando el tiempo, con una frase feliz: the most central
figure in Germany.
Del mismo modo que este espíritu que creía moverse en libertad
hubo de verse obligado a abandonar los vastM horizontes de la idea para
entregarse a la condicionalidad de una actuación al servicio del estado
existente, el pensamiento alemán veríase obligado también a descender
de las alturas de los ideales científicos, filosóficos, estéticos, para «rvir
la condidonalidad histórica de su existencia de pueblo y construir su
casa, su estado, dentro del espado real. “En la vida individual de los
grandes hombres se encierran los símbolos y los manantiales de la vida
colativa. Anticipan, no pocas veccs, varios siglos aquello que más tarde
habrá de vivir y perseguir trabajosamente la colectividad.” ^ La impor­
tancia de Humboldt estriba, precisamente, en que la amplitud de su
experiencia vivida, que encierra en su seno á la par el nervio vital y los

* Fr. Meinbcke, “Wilhelm von Humboldt und der deulsche Suat”, en Neue Kund-
ichm, tomo xzxi,1920, p.
24 IKTRODUCaÓN

límites dc su naturaleza, se adelanta a las formas político-espirituales dc


vida de lo que había de ser el burgués siglo xix.
Fué, pues, la de Humboldt, una vida simbólica. Pero el problema
que esta vida entrañaba debía encontrar su solución en el espacio y en
el tiempo a través de una personalidad y, dc momento, sólo a través dc
ella. En el espacio y cn el tiempo, lo que quiere decir simplemente que,
dentro de una generación, cl hombre tiene necesariamente que cambiar
cn cuanto a 1<k problemas que se plantea y a las soluciones que les da.
Y, a la par con él, cambian también las “misiones” que le son encomen­
dadas: para el Humboldt dc 1820, el estado como problema significa
algo completamente distinto de lo que significaba para cl Humboldt
de 1792. Y este cambio no se opera de golpe, no se produce sin dejar
rastro, sino a través dc una serie de etapas. Etapas que, a su vez, se hallan
condicionadas por la marcha de 1<» acontecimicntc» generales y, al mis­
mo tiempo, por la distinta actitud con que cl espíritu descoso dc resol­
verlo aborda el problema que le es planteado. Es la conjunción dc estos
dos elementos, el objetivo y el subjetivo, lo que confiere a un fenómeno
aquel rango de símbolo histórico a que acabamos dc referirnos.

Anterior cn el tiempo al famoso y probablemente más comentado


que leído Ensayo sobre los limites que circunscriben la acción del estado
es un pequeño estudio dcl que se ha dicho recientemente que las ideas
expuestas cn él sitúan al autor, con sus veintitrés años, cn la primera fila
de los escritores politicos de la época y le hacen aparecer como precur­
sor dc los juristas dc la escuela histórica.* Este estudio, escrito en cl verano
dc 1791, lleva por título Ideas sobre el régimen constitucional del estado,
sugeridas por la nueva constitución francesa. Versa, por tanto, no sobre
un tema dc carácter general, sino sobre un problema concreto y tangible
de la actualidad política.
A esta circunstancia — la de que su investigación se limitase a un
propósito que, aunque de grandes vuelos y apto para abrir amplias pers-
jKctivas, ocupaba sin embargo un lugar determinado y preciso cn la
cadena infinita dc los fenómenos histórico-políticos— es, sin duda, a
lo que el estudio a que nos estamos refiriendo debe la claridad dc su
argumentación y el afortunado planteamiento del problema esencial. La
* G. P. Goocii, Germany and the French Revolution, 1920, p. 108.
INTRODUCCIÓN 2J

referencia concreta a un problema de aclualkiad es el salvavidas que


mantiene al audaz nadador a flote en el mar de las ideas, impidiéndole
naufragar en los abismos que le amenazan.
Y cl peligro de naufragio no era pequeño. No sólo por la natural
propensión dcl autor a dejarse llevar en general por la disección analí­
tica de los problemas, sino porque el problema específico planteado —a
saber, si era posible “erigir un estado compleumcntc nuevo, partiendo
de los puros principie» de la razón”— encerraba in nuce todo cl com­
plejo de los problemas de la época. La fuerza extraordinaria cic pensa­
miento de Humboldt la demuestra cl hecho de que consiguiese reducir a
este problema fundamental, tan clara e inequívocamente formulado, la
suiiu de todos 1<» problemas confusos que venían conmoviendo al mun­
do dcalc 1789; con la particularidad de que, siendo aún un escritor poco
avezado, acierta de un modo sorprendente en tan difícil empeño.
La respuesta de Humboldt, con la que se da un mentís a la idea cen­
tral del sistema revolucionario, la encontramos repartida, como en una
escala de fugas, a lo largo de las páginas de este pequeño estudio. “ Nin­
gún régimen de estado establecido por la razón----con arreglo a un plan
cn cierto modo predeterminado, puede prosperar. Sólo puede triunfar
aquél que surja de ia lucha entre la poderosa y fortuita realidad y ios
dictados contrapuestos de la razón__ L<m regímenes políticos no pueden
injertarse en los hombres como se injertan los vástagos cn 1« árboles.
Si el tiempo y la naturaleza no se encargan de preparar el terreno es
como cuando se ata un manojo de flores con un hilo: los primeros rayos
dcl sol de mediodía se cncargan de marchitarlas— Jamás existirá una
nación preparada para gobernarse por un régimen político ajustado sis­
temáticamente a los puros principios de la razón----Si se nos pregunta si
semejante régimen político podrá prosperar, contestaremos: según las
CTseñaazas de la Historia, no”.
Ahora bien; esta respuesta no es única en su género; coincide con las
de algunos otros pensadores contemporáneos, entre los cuales no ocupa
cl último lugar Burke, autor que, por lo demás, no era todavía conocido
de Humboldt por aquel entonces. El valor especial de esta epístola po-
lítira hay que buscarlo en los disjecta membra de su manera de pensar,
con que nos encontramos en este estudio. Ellos nos brindan el asidero
para, remontándonos sobre el punto de vista personal, asignar al autor
cl lugar que le corresponde cn cl desarrollo histórico de los problemas.
26 INTRC®UCaÓN

La Revolución era hija de la Enciclopedia y —a través del eslabón


importante dcl rodeo norteamericano— de los racionalistas ingleses;
por ea> habla el lenguaje de la "razón” y por eso también el prc^lema
fundamental del estado y al mismo tiempo de la historia, o sea el pro­
blema del régimen político, presenta los rasgos indelebles de la pater­
nidad racionalista. Son precisamente est(M rasgos los que Humboldt
destaca, con certero golpe de vista, en su formulación. Y es de ellos, cabal­
mente, de los que se distingue el método con ayuda del cual procura él
resolver el problema. Y con esta diferencia en cuanto al método le sitúa
espiritualmente sobre una base completamente distinta y le permite
trasponer ya el umbral que separa-al «plritu dcl siglo xvm de la nueva
época.
Es el método el que presta a estas pocas páginas su valor programá­
tico. Los dos polos en torno a los cuales giran sus pensamientos son: de
un lado la razón, de la que pugna por huir, sin librarse enteramente de su
sortilegio; de otro la historia, hacia la que tiende a marchar, sin entre­
garse por entero a su fuerza de atracción. Son los dos polos que traza­
rán siempre la curva del pensamiento político, desde que los pensadores
modernos se han propuesto como objetivo organizar el estado con arreglo
a un “sistema político, es decir, con sujeción a un plan praoncebido”,
para decirlo con las i^labras con que Humboldt caracteriza acertada­
mente la diferencia fundamental existente entre la época más moderna
y las épocas anteriores de la historia europea.
Su método sigue también, por vá de investigación, las leyes de la
“razón”. Pero este método es, al mismo tiempo, un método “crítioj”,
influido visiblemente por la disciplina del pensamiento kantiano. Por
op<MÍción a esos accesorios moralizantes y racionalizantes en los que la
publicística tradicional tiende con demasiada facilidad a perderse con
sus discusiones, Humboldt va derechamente a enfocar cl problema po­
lítico de la revolución como un “objeto de conocimiento” específico.
Y esto le lleva a descubrir y poner de manifiesto en el proceso histórico
una “fuerza de las cosas que actúa” de por sí y frente a la cual a la razón
no le incumbe más papel que el de “estimular su acción” o, como hoy
se diría tal vez, el de ponerla en movimiento. Humboldt no sólo con­
sidera la acción paralela, mutua y combinada de estas fuerzas y dc la
razón como los grandes acontecimientos históriccs, sino que además ve
en ellas un aiterio para juzgar de toda actuación cn general; más aún.
D<m«»ucaÓN 27
deslinda para los acontecimientos histérico-políticos, remontando^ sobre
este punto de vista, una órbita especial, que los separa del campo de la
naturaleza, estatuido por el racionalismo como el único admisible. De
este modo, tiende para sí el puaite hacia la gran conquista del pensa­
miento alemán cn el siglo que comienza: la aplicación del criterio histó­
rico a los acontecimientos de la vida del estado.
Claro está que no debe esperarse de Himiboldt más que un primer
piso en este sentido. Hay que contentarse con retener tal o cual plinto
que csriente hacia el gran movimiento de transición del espíritu alemán,
tal como está desarrollándose en su época. Es digna de ser tenida en
cuenta, por ejemplo, esta pregunta: “¿Qué es un estado sino una suma
de fuerzas humanas, activas y pasivas?” A ia vista de estas palabras, es
fácil acordarse de todo el complejo de ideas que evocaba cl concepto
de la polonté générde. Y entonas se da uno cuenta, indudablemente, de
cómo, en la definición de Humboldt, el peso se reparte a partes iguales
por lo menos entre cl efecto, la suma de fueraas y d impulso dcl que
arranca el movimiento: concretamente, cl hombre. Pues “lo que inte­
resa son, precisamente, los fuerzas individuales; es la acción, la pasión,
el disfrute individual”.
Es aquí donde se abre cl abismo que separa a Rousseau y a la Revolu­
ción de Humboldt y el pensamiento alemán dcl porvenir. Lo que se
destaca aquí, cn efecto, no es cl hombre como género humano, como
manifestación general, sino el hombre como especificación de lo gené-
ria», la individualidad real y existente. Tal es la base sobre que descansa
la “peculiaridad individual del presente”, que reclama sus derechos
como lo opuesto a la razón. Pues no es en ésta, en la razón, donde radica
la fuerza de los acontecimientos: “los designic» de la razón... son mol­
deados y modificados... por cl objeto mismo sobre que se proyectan”.
Dicho en oír« términos: Humboldt conoce ya esa vida propia de las ins­
tituciones que el radicalismo liberal se ha negado siempre a reconocer
y con ello niega la posibilidad de una ruptura total con cl pasado, de
que suelen estar atiborrados los sueños de la razón soberana. I k este
modo, Humboldt da cl gran paso por eiicima de su tiempo hacia los
campos de conocimiento dcl nuevo siglo. Y se halla capacitado para ello,
ya que la idea de la individualidad, sentida por él instintivamente y
expuesta en la que él considera su validez irrcfatablc a la luz de las
grandes formas de la tradición clásica, se ha convertido cn eje de sus senti-
30 wntoDUcaÓN
por la dicha y cl bienestar físico y moral de la nación” “«instituye, pre­
cisamente, cl más duro y opres<» de 1(m despotismos”. De otra parle,
aquella enér^ca conclusión con que se pone fin a todo el estudio: la de
que en la vida “los resultados de por sí no K>n nada, pues todo atriba en
las fuerzas que 1<» producen y que brotan de ellos”.
Ambas tesis tenían por fuerza que herir a Dalberg en cl nervio vital,
por decirlo así, de su existencia exterbr y de su existencia espiritual: la
primera, en el ideal j«efino de gobierno del príncipe ilustrado; la segun^
da, en la actitud ftindamental del teólogo católico ante el problema de
la concepci&i del mundo. H josefinismo quería precisamente ver rcsul-
^dos y, animado del mismo celo refcvmador que movía a los hombro
de la Revolución al otro lado de! Rin, quería verlos brotar rápidamente y
reconocida «imo frutos insuperables de la perfación humana. Y el sa­
cerdote católico, a pesar de su simpatía por la culmra, tenk necesaria­
mente que tomar como punto de partida la verdad revelada, tenía que
pugnar por obtener “resultados” en cuanto al modo de conducirse <»pi-
ritualmente la humanidad y no podía mcKtrarse de acuerdo con la famosa
máxima de Lessing, plasmada en aquellas palabras de Humboldt. No
tiene, pues, nada de extraño que el coadjutor del arzd>ispado se mantuvie­
se persistentemente a la defensiva. En reuniones casi diarias se dúcutían
los prdi>Icmas litigio»s y puede afirmarse que el estudio de Humboldt,
bajo la forma en que lo conocemc», surgió de los debates mantenid«»
en Erfurt cn la primavera de
A esta actitud combativa del autor hay que atribuir, indudablemente,
el hecho de que la d>ra a que nos «ferimos se raJuzca casi exclusivar
mente, si n a fijamm en el verdadero meollo de su contenido, a ima «rie
de variaciones en torno al doble problema apuntado. Difícilmente puede
el lector sustraerse a la impresión de que se halla ante un argumentum
ad hominem ampliamente desarrollado; en dos sentidos: en el aspecto
negativo, con una argumentación dirigida contra cl que más tarde había
dc ser archicanciller; en el aspecto afirmativo, con una defensa de fondo
del ideal humboldtiano de la cultura, como tal. En este empeño, eia
importante pintar con las pewes tintas el pretendido despotismo del
estadc^ para que de ese modo resplandeciesen más el goce y la dicha que
promete al individuo el libre de«:nvolvimiento dc sus íaenas. Desde
* En una monografía sobre Guillenno de Humboldt próxima a publicarse estudiare
mos cl fondo a>ntemporáneo y k significación de esta obra para la evolución de Humboldt.
INlBODUCaÓN 31
d primer momento, Humboldt, pretendía contestar también, definitiva-
tnente, a ias aiticas que le hacían sus amigos por su desvío, prácticamente
ptf^esado, ante el estado: "las lamentaciones y las censuras quedaron
lavadas, por decirlo así, en el frío elemento de la totría pura”, para
ckcirlo con ks hermosas palabras de Alfred Dove.
Aím más tarde, Humboldt hubo de decir, refiriéndose a sí mismo,
que la comparación entre sus propias actividades aeadoras y la produc­
tividad de <Mros, especialmente de los dcM grandes amigos de Weimar, le
llevaba a la conclusión de que no le era dado desprender completa-
nxnte de sí mismo sus dbras e infundirles im valor vital independiente.
En todas ellas, decía quedaba impre» la huella de su precio ser y de
su limitación. Se explica, pues, que la obra de la que su autor mnfesaba
por aquel entonces: “vivo y laboro sin cesar”, adolezca de esta tara per­
sonal y sólo alcance en algunas de sus {»rtes la altura impresionante de
«1 primer estudio. Además, la circunstancia a que aludíamos más arriba
—la actitud polémica ante una oposición personal, cuyas premisas gene­
rale iK»tardarían en ser canceladas por cl curso de la histeria— contribuye
también esencialnMínte, sin duda alguna, a hacer que el razonamiento,
mudias veces, no sea fácilmente asequible para cl lector de hoy; más
aún, a hacer que se le antoje, en no pocas ocasiones, carente de im­
portancia.
La invot%ación tiende, según leemos en los primerc» páiraft», a
definir “la finalidad a que debe obed«*r la institución del estado en su
omjunto y los límites dentro de los cuales debe ccmtaierse su acción”.
Hasta ahora, la teoría del estado no ha hecho sino delimitar la parte que
corresponde a la nación cn el gobierno y las diversas zonas de la esfera
jurMica del estado. Con lo cual se incurre en una grave negligencia,
pues mucho más importante que esas consideraciones es “el determinar
los objetivos a que el gdiicnu^ una vez instituido, debe extender y, al
mismo tiempo, circunscribir sus actividades. Esto últímo, que en rigor
trasciende a la vida privada de los ciudadanos y determina la medida cn
que ést(M pueden actuar libremente y sin trabas, constituye, cn realidad,
el verdadero fin último, pues lo primero no es más que cl moiio necesa­
rio para alcanzar este fin”.
Quien no retroceda, asustad<^ desde cl primer momentc^ ante el
grávido estilo del autor, de«:ubrirá ya en cst(» párrafos iniciales algún
I«uito digno de ser tomado en consideración. En primer lugar, de la pre-
28 INTRODUCCIÓN

micntos, cn primer lugar, y en segundo lugar dc sus pensamientos. Al


transferir esta idea del individuo a la individualidad colectiva, pisa la
senda que más tarde ha dc conducir al romanticismo, a Schelling y a
Ranke.
Frente a la especulación abstracta, Humboldt descubre un nuevo
camino de conocimiento histórico cn “la corona”, trenzada por “la memo­
ria, encargada dc enlazar el pasado con cl presente”. Y se apresura a
poner en práctica la nueva pcMibilidad, aunque no dc un modo muy
feliz, cn las ojeadas rctrosp«:tÍYas dc carácter constructivo con las que
intenta desarrollar las premisas de la gran Revolución. Y planteando
su problema a la realidad fortuita y a la razón, al pasado y ú presente,
suplanta la deducción abstracta por la intuición de la realidad histórica
y erige así una instancia plenamente válida dc conocimiento, a la que el
pensamiento tcórico-político tendrá que apelar de allí en adelante. Sin
embargo, y por otra parte, aunque el pensamiento de Humboldt se
oriente ya hacia la historia como fuente dc conocimiento, su orientación
no es todavía estatal, en cl sentido estricto de la palabra. El régimen dc
estado de que se trata parece significar para él más bien una forma
humana general que la forma de manifestarse determinadas y muy con-
cretas fuerzas cn acción. Entre las “fuerzas cn acción”, Humboldt cuenta
más bien, cn general, los fenómenos psicológicos o “antropológicos”, sin
tomar cn consideración todavía la forma específica y las leyes propias de
vida de un estado concreto. El estado sigue apareciendo desdoblado,
para él, “cn gobernantes y gcéernados”, y no percibe su unidad ni, sd>re
todo, su unidad dc poder. Y así deja que el movimiento histórico dc la
Revolución afluya al puerto de los fines generales humanos y cosmo­
politas de la virtud y la ilustración: “la Revolución ilustrará dc nuevo
las ideas, estimulará de nuevo todas las virtudes activas del hombre, y
de este modo derramará sus beneficios mucho más allá dc las fronte­
ras dc Francia”.

Naturalmente que este joven pensador no podía hallarse, con su


bagaje intelectual y en todos los respectos, al margen y por encima dc
su época; pero sí estaba dispuesto a sobreponerse a la limitación de su
tiempo y cn condiciones dc hacerlo. Por eso, este estudio a que nos esta­
mos refiriendo, logrado como pocos en su obra, ne» brinda un ejemplo
INTRODUCCIÓN 29
feliz de la empresa general que le había tocado en suerte a Guillermo
de Humboldt, dentro de su época y con arreglo a sus dotes personales:
b empresa de llegar a una inteligencia entre el desarrollo político gene­
ral, de una parte, y de otra las condiciones y posibilidades especiales del
pensamiento alemán. Este estudio le acredita como lo que hoy podemos
reivindicar probablemente y cn primer lugar, en su honor: como el
intérprete predeterminado de las corrientes espirituales más importantes
de su época.
Y a>mo la característica de toda aquella época era que el estado atraía
como un imán, con fuerza creciente, 1<m pensamientos y los destinos
de los hombres, tampoco el joven HunJ»ldt podía escapar al sortilegio
los problemas por él suscitados. Hasta en la soledad invernal de una
temporada de campo en la Turingia persigue la sombra encantada al
eremita filosófico y le arranca la confesión del hic et ubique. En efecto,
lo mejor de sus fuerzas laboriosas, durante cl primer año de ocio, se lo
absorbe el “estado como problema” : desde noviembre de 1791 hasta cl si-
piente mes de abril, Humboldt se consagra a su estudio sobre la acción
del estado.
Tanto cn lo exterior como en lo interno, este estudio debe conside­
rarse como la continuación, si bien no —para decirlo desde luego— como
la superación de su primera obra. Friedrich Gentz, el aaeditado con­
trincante de Humboldt cn tantas discusiones de la última época berli­
nesa, fué quien suministró el motivo ocasional tanto para la primera
epístola sobre cl régimen del estado como para cl nuevo estudio. Había
visitado al matrimonio Humboldt en Burgórner cn los últimos días del
otoño, prosiguiendo allí las discusiones políticas de Berlín; eco de estas
discusiones fué la carta, de trece pliegos de extensión, dirigida por Hum­
boldt a su amigo, en el mes de enero. Como entretanto t e Humboldt
se habían trasladado a Erfurt, la discusión cn torno al mismo tema se
reanudó allí con otro contrincante muy distinto, el entonces coadjutor
de! arzdiispado de Maguncia, Karl von Dalbcrg, quien hubo de oponer
ya ciertas d>jecÍones a los razonamientos dcl primer estudio.*
&tas objeciones versaban, indudablemente, sdíre los dos pcnsamien-
tm que forman, temáticamente, el engarce entre las dos obras. De una
parte, la proclamación de que “el principio de que el gobierno debe velar

^ C ír. IcB datos de L citzm an n , Geíam m dte Schriften, tomo i, pp. 43 a.


J2 < INTRODUCCIÓN

gunta tan ingenua aparentemente con que comienza el esmdio se des­


prende ya que el hecho dc formularla, y de formularla precisamente asi,
implica el establecimiento de una instancia ajena y superior al estado y
que traza a éste su fin. Dicho en otros términos: el estado no es un fin
en sí. La instancia llamada a determinar su ftinción, ¿es la razón, o es
más bien, puesto que no se la llama por su nombre, el hombre? Es el
hombre, en efecto.
Apenas se dispone a tratar políticamente un tema político, cl pensa­
miento de Humboldt se desliza insensiblemente al terreno que, a fuerza
de reflexionar sobre él, le es familiar: al terreno de la especulación psico­
lógica, de la “antropología”, para decirlo en el lenguaje de la época. Dc
antemano, traiciona ya lo que por encima de todo preocupa a nuestro
mtor. Lo que a él le interesa no es el estado, sino el hombre de por sí,
“cl hombre sano y fuerte” ; lo que a él le interesa es cl ideal de la cultura.
Del estado tratará solamente cn la medida cn que guarde alguna relación
con este ideal, o, para decirlo más claramente, cn la medida en que, cn
gracia a este ideal, haya que imponer límites a su acción. Sólo una inves­
tigación así orientada puede “recaer sobre cl fin último de toda política”.
Así, a primera vista, no resulta fácil comprender cl fundamento y el al­
cance dc esta afirmación.
La idea aparca clara si la relacionamos con la siguiente considera­
ción. Como en las “verdaderas revoluciones de 1« estados” se impone,
según hemos visto por el estudio anterior, la competencia dc lo “fortuito”,
es evidente que el método propuesto aquí por Humboldt presenta ventajas
muy considerables dc seguridad. “Todo gobernante — lo mismo cn los
estados democráticos que en los aristocráticos o en los monárquicos—
puede extender o restringir callada e insensiblemente los límites de la
acción dcl estado y alcanzará su fin último con tanta mayor seguridad
cuanto mayor sea cl cuidado con que evite toda sorprendente innovación.”
No hay más remedio que detenerse un momento cn estas palabras.
Parece como si Humboldt, con afortunado instinto, diese preferencia a
la administración y a sus actividades sobre lo que ya por aquel entonces
consideraba él la peligrcaa fe de la época en la panacea dc las formas
constitucionales. Pero esto sería decir demasiado, puesto que nuestro
autor no consigue llamar por su nombre aquello que tiene presente en
cl espíritu, desencadenando de este modo su fiierza yacente. No es tanto
la ausencia de la idea como el retraso cn encontrar en cl momento opor­
IKTRODUCaÓN 33
tuno la palabra adecuada. Y no deja de tener interés cuando se trata de
examinar el desarrollo de los conceptos políticos, observar, en este pasaje
y cn el que citábamos un poco más arriba, cómo Humboldt, aun pcrci-
l»endo la importancia efectivamente descollante que tiene la adminis­
tración para ia vida política, no acierta a encontrar la expresión ade­
cuada; o6mo tantea el delgado tabique que le separa de un conocimiento
piritico importante. ¿Quién se atreverá a decir si tal vez su dira no
habría seguido otro rumbo y si él mismo no habría llegado a adquirir
una impcntanda superior para el pensamiento politi«^ si cn aquel mo­
mento se hubiese desgarrado ante sus ojos cl último velo de esta wrdad,
conocida ya y practicada cn Inglaterra?

H carácter de conjunto de la orientación del pensamiento de Hum­


boldt no permite llegar a la conclusión de que, dentro del cuadro de la
historia de los problemas polític«, e! gran estudio de 1792 represente
un retroceso metódico, comparado con el breve ensayo sobre la consti-^
tución francesa.” Una investigación a fondo podría demmtrar con poco
«fuerzo, cómo todo aquel estudio está animadc^ en muchos aspectos,
por el espíritu dcl racionalismo y corresponde, por su origen y sus fines,
a una época en liquidación, representando no un comienzo, sino iin
acabamiento.
Un azar feliz n« permite hoy dar ima sólida base de sustentación a
la impresión que la cfcra n<» produce cn conjunto, desde este punto de
vista. Hoy, sabemos que la finalidad práctica a que respondía este estu-
dio — limitar la acdón dcl estado a garantizar la seguridad en cuanto a
la vida y a la conducta del individuo— era una idea con la que venía
debatiéndc^ Humboldt desde hacía varios años. Y vió confirmada la
exactitud de esta idea de un modo sorprendente cn una conversación
mantenida por él cn Aquisgrán, en julio de 1789, con su antiguo maes­
tro Dohm, hombre formado en la escuela del despotismo ilustrado.* El
punto en que el discípulo creía estar más de acuerdo con cl maestro era
cl de que el estado debía limitarse a la “esfera de la seguridad” no tanto
cn razón a la vaga idea de la libertad como en virtud de otra finalidad
claramente expresada: cl velar por “cl bienestar del hombre”. Ambe»
" £1 mismo juicio oiute acerca de esta personalidad Eduard Spjiangeji, JV. v . H m m M it
uná ite Hummititsidee, pp, 51Í.
• Tagehüther, tomo 1 {Gesammdte Schrijten, xomo xiv), p, 90.
34 INTRC®UCaÓN
coincidían, pues, en reconocer la supremacía del individuo sotee la co­
munidad, del hombre individual sobre el estado; era la vieja divisa de
todos los racionalistas: ív S^ommc ¿biáwcBv.
Ahora bien; en la obra de Humboldt que estamos comentando hay
ciertas páginas que parecen contradecir esta concepción. En este sentido,
podríamos citar, por ejemplo, el quinto capítulo del estudio — ^reprodu­
cido más adelante—, en que se aboga dc un modo sorprendente en favor
de la guerra. Este capítulo encierra pensamientos sobre los que todavía
hoy, y acaso especialmente hoy, merece la pena seguir reflexionando.
Son pensamientos cn los que este espíritu aparece como en posesión de
una varita mágica cuya fuerza magnética se manifiesta a través de 1(b
cant<» rodados de las reflexiones analíticas, tan pronto como Humboldt
pone el pie sobre uno de los manantiales oculta del devenir histórico.
Así, por ejemplo, cuando contrapone el contenido ético de la guerra a
la superioridad técnica de los elementa, con esta reflexión: “La salvación
no es la victoria”, o cuando ensalza el heroísmo “que despliega lo más
elevado a nuestros ojos y lo pone sobre el tapete”. Pues “las situaciones
en que, por decirlo así, se enlazan los extremos, son siempre las más in­
teresantes y las más instructivas para el hombre”. Volvemos a encon-
trarncK, pues, con el punto de vista decisivo: “el hombre interesante, el
hombre culto”, que es “interesante en todas las situaciones y en todos los
asuntos” ; es, una vez más, el racionalismo el que habla, predominante­
mente, a través de estas afirmaciones.’
Por lo demás, es éste un hecho que no debe maravillarnos. El mundo
cultural en que se formó y se desarrolló Humboldt: los que fueron maes­
tros de su juventud, en Berlín, los circula sociales de esta ciudad de los
que fcH’maba parte y que se hallaban bajo la influencia predominante
de Mendelssohn, la misma Universidad de Gottinga, el joven Poster,
por el que se sentía atraído nuestro autor allí: todo vivía bajo la idea
dei racionalismo y hablaba cl lenguaje de los racionalistas. Lessing y
Mendelssohn, el Emilio dc Rousseau, son l a espíritus tutelares a cuyo
padrinazgo se acoge ya cn las primeras páginas de su obra; y estos padri­
nos le acompañan hasta aquí, hasta las puertas de la ciudad de Jena,
detrás dc las cuales había de abrirse ante él un mundo nuevo.
Si nos fijamos más de cerca, vemos claramente que el verdadero tema
^ C/r. »'.irta <lc a Schilicr dc i), xi, 1792 en Leitziiian n , Briefwechsd
stviscinn SchiUcr iiiid H um boldt. 1900, p. 47.
INTOODUCXIÓN 35

sobre que versa el estudio de Humboldt no es en realidad cl estado, ni


son tampooi los límites de la acción de éste, sino que o el hombre, "el
hombre interesante” y sus objetivos de cultura. Por eso este estudio es
una utopfa, como cl propio Humboldt viene a confesarlo: “Permítaseme
rogar que, en lo tocante a todo lo que m contenga de carácter general en
estas páginas, se prescinda totalmente de comparaciones con la reali­
dad”. “Lo que jamás ni cn parte alguna ha sucedido”: a eso es a lo que
se dirigen cl espíritu y el deseo de su autor; por eso esta obra no puede ser
considerada como un estudio político. E! problema sobre que versa no
es, en efecto, la ndlig, no es la comunidad; es el individuo y es su bien­
estar. Más aún, para decirlo más estrictamente: la meta que el autor se
traza es la cultura del individuo, sin prestar la necearía atención, pese
a conatos incidentaleiV a importancia de sus relaciones mutuas con la
vida de la colectividad. La tesis fundamental —la de que “el verdadero
íin del hombre es el más elevado y proporcionado desarrollo de sus
fuerzas, en un todo armónico”— responde a una concepción totalnaente
egocéntrica. Esta teoría, al concentrar la fuerza espiritual, esencialmente,
cn el fenómeno pasivo de la cultura, lo que hace, como lo demuestran
las dotes del propio Humboldt, es reducir la misma cultura a los límites
de la receptividad. Esta teork es, pues, apolítica en un doble sentido.
No tiene en cuenta las necesidades ni las leyes de vida del estado, sino
solamente las necesidades y las leyes de vida del individuo que, al nacer,
se encuentra adscrito dentro de él. Ya la misma formulación de! tema se
traduce de por sí cn una negación del estado. En efecto, al querer limitar
la acción del estado en interés del individuo, deriva el fin de aquél —el
velar por la seguridad— de la relación ya establecida con cl fin supremo,
o sea el hombre interesante. Convierte, pues, al estado en función de la
vida del individuo que “se basta a sí mismo”, el cual, aunque teórica­
mente postulado, en la realidad aparece siempre dentro del estado o con
posterioridad a él. Humboldt no había llegado todavía a comprender
q « cl estado como tal es independiente de las ideas de quienes lo criti­
can, afirman o niegan; no había llegado a comprender aún que el esKido
f<^ma parte del destino.
De los dieciséis capítulos de este estudio, extraordinariamente apolí­
tico y filosófico, sobre el estado, sólo la mitad aproximadamente ofrece
interés para nuestra selección. Omitimos, entre otros, los dos capítulos
sobre la religión y la depuración de las costumbres. Es cierto que estos
36 INTRODOCaÓN

dos capítulos eran cspccialmcntc importantes para su autor, pura en ellos


se desarrolla lo más íntimo y personal de sus ideas. Pero esto hace, pre­
cisamente, que abunden cn consideraciones generales sobre la naturaleza
y cl fin moral del hombre, escaseando en ellos, en cambio, los pensíí-
mientos verdaderamente políticos. Esos dos capítulos tendrían su lugar
adecuado cn una selección de Ick escritos fil(»óficos de Humboldt. He­
mos eliminado también, en esta edición, los capítulos 10 a 14, en los que
cl autor se propone ilustrar cómo concibe él la aplicación dcl criterio
dc la seguridad a los diversos aspectos de la vida del estado o, mejor
dicbt^ cuál es su idea acerca de la legislación. No interesan para nues­
tros fines, pues los pimtos de vista desde los que estudia los divers«
objetos — leyes dc policía, leyes civiles, derecho procesal, legislación pe­
nal, asistencia pública, etc.— corresponden totalmente al jurista, y no
al político. Estas páginas se reducen, en realidad, a una recapitulación
de las doctrinas del derecho natural asimiladas por un estudiante apli­
cado en las aulas de la Escuela de Derecho de Berlín. Son las que menos
ostentan cl sello del pensamiento peculiar de su autor. Para nuestra
selección, sólo ofrecen interés aquellos capítulos en 1<m que Humboldt
va exponiendo paso a paso sus ideas fundamentales con respecto al estado,
cl capítulo noveno, en que se desarrolla el concepto de la seguridad, y
finalmente los dos últimcK capitule», que representan un intento de apli­
cación de la teoría a la realidad.
En esta Introducción, no ne» proponeme» trazar un comentario a!
estudio de Humboldt, imponiendo al lector tales o cuales puntos de
vista antes de abordarlo. Lo mismo decimos en cuanto a las considera­
ciones críticas dc las páginas anteriores. Nuestra intención no es otra
que señalar cl lugar que esta obra de Humboldt ocupa en la historia de
las ideas políticas y caracterizarlo con la mayor claridad posible. Sólo
dc este modo podíame» sentar las premisas necesarias para comprender
la importantísima mutación que habrá de experimentar con el tiempo la
actitud dc Humboldt con respecto al estado. Desde este pimto dc vista,
merece especialmente la atención del lector el capítulo sexto de la obra.
En ningún otro pasaje, probablemente, se expresa con tanta claridad
y nitidez la convicción íntima dcl autor como en esta frase: “La educa­
ción debe formar siempre hombres y solamente hombres, sin supeditarse
a las formas sociales; no necesita, por tanto, del estado”. La ironía del
destino eligió precisamente al Humboldt autor de estas líneas para con­
iNTKMJuaaÓN 37
vertir Oi verdad, dc un modo no sospttbado siquiera por él mismo,
esta otra tesis: “Toda educadón pública imprime al hombre una dcrta
f m u social, piKsto que cn día prevdece siempre d espíritu del go­
bierno”. El autor de la obra de 1792 no sabía que, andando d tiempo,
la suerte habría de llamarle precisamente a él a iniciar la reforma dc la
enxñanza cn Prusia en un sentido dc unificación, creando así las con­
diciones para poner en práctia aquella “forma wcial” con una impor­
tancia histórica perdurable.

Y lo curioso es que a la obra le sucedió lo mismo que a su autor. No


influyó sc^c su época, pues no llegó a ver la luz en ella; solamente se
publicaron algunc» fragmentos dd estudio en la Taita dc Schiller y cn
I« Cuadernos mensuales de Berlín. Y sería od(»o preguntarse qué aco­
gida encontrarían estos fragmentos por parte de las gentes de la época.
Si tenemos en cuerna con qué devoción se echaba cl celo reformador dc
aquellos días en brazos del estado para poder llevar a la práctica, con
ayuda de éste, le» ideales dc perfección humana perseguidos cn todas
parta, comprendcrcmc» que la tendencia dc negación del estado no
podía encontrar mucho eco en cl espíritu de los contemporáneos.
En general, solía considerar«: el “libro verde” — nombre con que se
conocía Ja obrUla entre les amigos del autor— como una realización bien
libada del escritor Humboldt. Sin embargo, el estudio no pasaba dc
ser una planta rara, cups flores descoloridas se abrían, lejos dc la acción
del sol y cl aire, cn la estufa de la razón pura. Pese al empeño interior
y muy sensible que Humboldt pone en su tesis, pese al hecho dc que el
tono de su voz, reforzado por el eco dc la prq>ia cxf^riencia vivida
del autor, cdjra una resonancia mayor que de costumbre, hay que reco­
nocer que la obra carece de la emoción puional y dc ia lógica pasional
que dan su fuerza al Contrato Social dc Rousseau. Y, de otra parte, no
k respalda aquel formidable contenido de cxpcrienck sacado de la vida
y de k histork que vigoriza cl Príncipe dc Maquiavdo. Por eso, el estu­
dio de Humboldt a que nos estamos refiriendo no nace acompañado
de ese viático para una larga peregrinación que lleva a una obra a las
altas cumbres del éxito y dc k influcnda, manteniéndok allí pcrcime
pw su propio impulso. La obra dc Humboldt encontrará y retendrá
siempre sus lectores, pero al modo como los valles escondidos, con sus
38 INTMWUCCIÓN

callados encantos, perceptibles solamente para quien tenga entonada


con ellos su sensibilidad.
En su estudio sobre la constitución alemana lo dijo Hcgcl, como si
hablase en un tratado de política: “Lo que nos desazona y nos hace sufrir
no es lo que es, sino el que no sea como debiera ser. Pero si reconocemos
que es como necesariamente tiene que ser, es decir, no por capricho ni
por azar, reconoamos también que debe ser así”. La influencia que la
obra de Humboldt ejerza sctere el lector dependerá del estado de ánimo
a>n que éste la tome cn sus manos. Le aducirá si, agobiado por la pre­
sión de la realidad, siente algún alivio al verse transportado con cl pen­
samiento a las alturas quiméricas de Utopía, para luego cxperimicntar
con mayor dureza el choque inexorable del aterrizaje. Pero quien pro­
cure librarse de la carga de la existencia, si la considera gravosa, esfor­
zándose en reconocer “que es como necesariamente tiene que ser”, no
encontrará cn la imagen encantada de lo apetecible el consuelo que se
le prometió.
Es posible y hasta probable que el mismo hombre experimente a ratos
el encanto de la obra y a ratos, cn cambio, se aparte, desilusionado, de
ella. Siempre, y más que nunca en los problemas que se refieren a la
actuación del estado, nos encontraremos ante la opción angustiosa de
saber cuál de 1« dos caminos hemos de abrazar, si cl de la razón especu­
lativa o el del conocimiento de la realidad histórica. También el libro
de Humboldt refleja en su trama —no podía ser de otro modo— la ima-
gm de esta cabeza de Jano dcl afán humano de conocer. La argumen­
tación histórica se despliega también aquí para reforzar las aspiraciones
ideales, y uno de los mejores encantt» de la obra está, precisamente, cn
cl modo como esto se hace. En una historia de las ideas sobre la histo­
ria, del pensamiento histórico, este estudio constituiría una interesante
aportación, pues el contraste con el empico de los ejemplos históricos
característico de esta obra permitiría apreciar hasta qué punto hemos pro­
gresado desde entonas cn la tendencia a comprender los fenómenos his­
tóricos arrancando de las propias condiciones que los en^ndraron. Sin
embargo, en la “política” del joven Humboldt las consideraciones his­
tóricas desempeñan el papel de servidoras de la dueña y señora, que es la
especulación.
Recientemente, se ha querido ver en las Ideas de Humboldt la obra
política alemana más característica de la época, a pesar de tratarse de un
INTRCBJUCCIÓN 39

«tudb que se extiende ampliamente en consideraciones filosóficas y


de derecho natural, pero que no presenta ni la menor huella de lo que
hoy entendemos y de lo que, cn el fondo, se ha entendido siempre
por política. Es muy interesante que el extranjero que ha emitido aquel
juicio, el inglés G. P. Gooch, se base para pensar así cn la originalidad
de esta obra. En cambio, desestima por falta de originalidad a Friedrich
Gcntz, a poar de ser éste muy superior a su amigo, en lo que a instinto
político se refiere. Fué, sin embargo, la edición de las obras de Burkc
por Gcntz lo que contribuyó, esencialmente, a quebrantar la confianza
de Humboldt en la importancia general de su libro y sobre todo cn su
valor estrictamente político. ¿Será acaso la au^mcia de ideas verdadera­
mente políticas, dentro de la plétora de pensamientos originales, lo que
ntueve al historiador inglés a considerar la obra de Humboldt como una
(kta. tan significativamente alemana ? Casi se siente uno movido a creerlo
así, pues Gooch resume su impresión de conjunto acerca de este libro
diciendo que la idea del estado de Humboldt, para poder realizarse, no
sólo tiene como premisa el hombre —^abstracto— en plena posesión de
su madurez intelectiva, sino que Ais State is only possible in a commu­
nity of Humboldts.

Después de poner fin al estudio de 1792, el problema del estado quedó


relegado para Humboldt al segundo plano del interés teórico. La sombra
inquietante fué conjurada por la palabra mágica de la ràzón infalible.
Ningún obstáculo arraba ya a! joven de veinticinco años cl camino
hacia la ambiciosa meta de “convertir en propia humanidad”, a fuerza
de cultura, una cultura líbre y gustosa, “la mayor parte posible dcl
mundo”.
Es, la suya, una modalidad especial de vida contemplativa, que, lejos
de retraerse del muncfo, aspira por el contrario a abarcarlo cn toda su
plenitud. Es cierto que el proceso externo de los años siguientes se des­
arrolla todavía dentro de un marco reducido, pero aporta a nuestro autor
su íntima amistad con Schiller y, durante una temporada, cl trato diario
con Goethe. Su espíritu persigue, en cambio, los objetivos más amplios
y 1<Mplanes científica de más audaz vuelo, aunque todos ellos queda­
ron, sin excepción, truncados como fragmentos. Indicaremos, para men­
cionar solamente los más importantes: “Sobre el estudio de la Antigüe­
40 INTRODUCCIÓN

dad y de los gricg» cn cspccial” ; el “Plan para una antropología com­


parada” ; el proyecto de estudio del pasado más reciente, con el título
de “El siglo xviii", y, como remate de estos fragmentos, el ensayo “Sobre
el espíritu de la humanidad”.
Cuanto más elevados eran los objetivos perseguid«, más difícil de
recorrer resultaba e! camino abrazado. En d otoño de 1797, ostensible­
mente descontento con el régimen dc vida y de trabajo seguido durante
los años anteriores, Humboldt puso fin a su estancia cn la Turingia, tras­
ladándose a París. Cuatro años permaneció cn la Francia del Directorio
y de lœ asignados; cuatro años, que facilitaron œnsidcrablementc al
extranjero la posibilidad dc su existencia. En París, Humboldt se ccon-
tró frente a frente con d estado europeo más moderno, en cl momento
en que éste consolidaba su posición dc poder en el interior y cn el
exterior.
Huelga dccir que nuestro autor consagró a este fenómeno específico,
si no un interés predominante, sí un interés permanente. Fueron, prin­
cipalmente, las cuestiones estéticas y los estudios filológicos los que
absorbieron su atención durante estos años. Pero, aunque sus conversacio­
nes cn los salones de París versasen sobre temas dc literatura y filosofía,
sus interlocutores, Mme. dc Stacl, a quien veía con frecuencia, la actriz
Mme. Taima o Mme. Condorcet, vivían metidos dc lleno cn ia política;
y no digamos cl abate Siéyes, bajo cuya dirección se celebraba dc vez cn
cuando un concilio filcwófico sobre le» problemas fundamentales de la
filcsofía alemana y francesa. En París, todo el mundo vivía sumido en
la política y para ella, y las consecuencias de la Revolución se imponían
por doquier, lo mismo cn cl terreno literario que cn el social, en el filo­
sófico y en cl colectivo, incluso a la observadón dc quienes se conside­
raban al margen dc ellas.
El diario de Humboldt va revelando paso a paso cómo el elemento
político dominaba toda la vida y todo el pensamiento del mundo pari­
sino; en estas condiciones, es evidente que un viajero ávido de mundo
como el nuestro no podía por menos de acumular experiencias vividas
también en este aspecto. En efecto, Humboldt asistía como espectador
a las sesiones dcl Instituto, observaba las elecciones y las fiestas populares
—ambas cosas con mirada bastante crítica— y alguna que otra vez hizo
también acto dc presencia cn las sesiones del Consejo dc los Quinientos.
Es indudable que las enseñanzas vivas que hubo dc sacar de aquellas
i m * o 0ucciÓN 41
observaciones con respecto al estado moderno tuvieron para su pensa­
miento político una importancia mayor de la que hasta aquí se les atri­
buí» Cierto es que 1<» manej« a que tuvo ocasión de asistir cn París
sirvieron más para fortalcccr que para atenuar su aversión per»»ial
hacia todo lo que fuera actuación política.

En cl otoño de 1802, Humboldt volvió a ocupar un cargo público y


el aborrecido estado confirió a su despiadado crítico el puesto indudable­
mente más agradable que ia Prusia de aquel entonces podía «»nceder
a nadie. Los asuntos encomendados al Residente en Roma no eran de­
masiado gravosos, ni por el número ni por la importancia. El cargo
parecía como cortado a la medida de las necesidades momentáneas de
la vida y la formación de Humboldt. No sólo porque, a través de él, el
estado le ayudaba a realizar su plan de una larga residencia en Italia,
frustrado hasta entonces por una serie de obstáculos, sino porque sabe­
mos por testimonios de la propia boca de Humboldt que la actividad
puramente externa a que le obligaba cl despacho de los asuntos corrien­
tes representaba para él una liberación. Aquella forma de vida dcl hom­
bre cuya formación cultural quedaba encerrada dentro de sí mismo y
amenazaba asfixiarse en mere» proyectos había acabado haciéndosele
insqK>rtable y clamaba ya por una liberación a través del mundo cir­
cundante, ya que no había podido encontrarla cn sí mismo. Por donde
el estad<^ que Humboldt condenara tan categóricamente, cn otro tiempo,
am o una institución superflua para la cultura dcl individuo, se «n-
vcrtla ahora, no sólo en un insospechado dispensador de excelentes
dones, sino además en un grato educador de aquel hombre ya maduro y,
sin embargo, descontento.
El tipo de estado con cl que Humboldt se ponía ahora en contacto
representaba, en comparación con el que había conocido en París, una
forma bastante arcaica. Desgraciadamente, cl diario de la época de Roma
no se ha conservado, y las cartas rara vez se refieren a las condiciones
políticas existentes cn la Roma de los papas. Y, sin embargo |qué filón
tan magnifico de observaciones y deseos filantrópicos, a los que Hum­
boldt se sentía siempre inclinado, tenía que brindarle el patrimonio car­
comido de San Pedro! Parece, no obstante, que Humboldt se limitó a
ver la Roma del presente pura y exclusivamente bajo cl resplandor de
42 nmoDucaÓN
su fcmiidable pasado. Y parece asimismo que lo más valioso para él, en
aquel estado eclesiástico “ -recordemos de pasada que su gran memoria
dc 1792 iba dirigida principalroentc contra cl p(»ible despotismo cultu­
ral dc un Dalberg cn cl obispado de Maguncia—, era precisamente su
cAra cn el terreno de la cultura espiritual. Por lo menw, fué éste el
argumento principal que hubo de aducir, andando cl tiempo, en cl Con-
grcK) de Vicna, en favor dc la restitución pontificia. Estamos, desde
luego, ante una asombrosa mudanza de pensamientos, y cabalmente en
cl punto cn que menc» podía esperarse.
A este cambio exterior cn cuanto a la posición dc Humboldt con res­
pecto al estado corresponde cl cambio dc orientación cn cl pensamiento
operado en él por aquellos años, cambio que debemos atribuir, no sólo
a la experiencia vivida dc un fenómeno histórico incomparablemente
grande, sino también a la influencia de la filosofía de SÁelling.* La
idea que apuntaba ya en la obra dc 1791 se impone ahora cn gran estilo
cn toda la extensión dcl mundo de sus pensamientos: el criterio de la
individualidad, transferido dcl individuo a la colectividad de individuos,
a las f<»mas colectivas de la humanidad que actúan cn la historia, cons­
tituye cl punto central de sus ideas filosóficas.
En Humboldt —quien no se cansa dc proclamar en sus cartas, tanto
cn las dc París como cn las dc Roma, que es precisamente en cl extran­
jero donde ha cobrado conciencia de su “gcrmanidad”— se va desarro­
llando ahora un modo de pensar que le hará interiormente asequible para
los acontecimientos dc la época que se avecina. Es ahora cuando surgen
las líneas fundamentales de su filosofía dc la historia, de la teoría dc las
ideas históricas que, teniendo sus raíces cn la individualidad histórica
dc las naciones y actuando a través de ella sobre la vida, encierran cn su
totalidad el sentido dc la existencia. Antes, la peculiaridad dc las nacio­
nes residía todavía, para él, sobre todo, en su unidad cultural, expresada
cn cl idioma y cn la poesía, en el arte y cn la ciencia. Ahora, se opera cn
él un progreso decisivo, que va dcl mundo del racionalismo al punto
dc vista romántico “moderno”, a la contemplación y al pensamiento
históricos del mundo circundante. El desarrollo teórico prepara cl suelo
dcl pensamiento para una nueva fecundación, para la experiencia vivida
a través dc la cual la idea se abrazará con la realidad, el hombre vivo

* Acerca de esto informa deuUadanienK el libro de Ed. Spranger, citado mis arriba.
iNimoDUCciÓM 43

cwi cl estado vivo, para formar, por obra dcl destino, una unidad interior.
Esto ocurrió cn cl año 1809, año cn que Humboldt tomó cn sus
manos la organización estatal de la vida espiritual de la nadón, cn la me-
dUa en que ésta nwraba dentro de las fronteras de Prusia. Pocas veces,
seguramente, un problema planteado cn el plano de los acontecimientos
generales y derivado de la marcha necesaria de éstos ha coincidido tan
ventureramente con las cualidades especiales de la persona llamada a
resolverlo. A pesar de que ésta se había resistido al principio contra la
llam arla del destino.

La actuación de Humboldt cn materia de enseñanza es —^tanto per­


sonal como objetivamente— el punto más luminoso cn cl panorama
sombrío que nos ofrece esta hora de la historia de Prusia. El suelo cn
que penetraba Humboldt, al asumir estas tareas, era, en más de un res­
pecto, terreno vir^n. Indudablemente, hubo de contribuir no poco a
su nombramiento cl hecho de que cl estado, fuertemente encadenado
cn lo exterior, atravesase cn lo interior por una fase de vivo movimiento.
La rigidez a que se había visto condenada la herencia de Federico
el Grande, mal administrada por los epígonos, condujo a la catástrofe de
Jcna y de Tilsit. Grandes cabezas políticas habían interpretado la idea
dcl atado prusiano con arreglo a su significación histórica, desligándola
cn un primer impulso de la demarcación dinástico-personal y proyectán­
dola conscientemente sobre la base general de los acontedmicntós na-
dónales. A l lado de las tarcas terrenas y gravwas de la reforma econó­
mica, administrativa y militar, el departamento administrativo confiado
a Humboldt abría ante éste la perspectiva y el horizonte dcl libre movi­
miento espiritual dcl nuevo siglo. Partiendo de la nueva idea del estado,
era posible concebir y plasmar también la nueva idea de la cultura del
hombre dentro del estado, a través de él y por medio de él, de un modo
muy distinto, con más libertad y mayor energía que bajo la presión agO’
biadora de una forma política más que anticuada. Humboldt retornó
a Prusia dcl otro lado de los Alpes, de Roma, como cl nuncio de la nueva
cultura alemana, de que se había hecho portavoz consciente cn media
generación de peregrinar por el extranjero. Sus actividatles durante esta
época, que va de febrero de 1809 a mayo de 1810, deben ser considera­
das como el momento más feliz de su vida. Este breve período de tiemjx>
44 INTRODUCCION

encierra el conato venturoso dc nuevas creaciones y relaciones, que


habían dc dar su fruto en cl siglo xix, sobre todo cn lo tocante a la acti­
tud dc Prusia con respecto a Alemania.
Era, de por sí, una empresa cxtraordinarianicntc sugestiva. Cierto
que también ella llevaba aparejada una carga dc papeleo scc» y emba-
raz(Ko. Pero hasta este mismo aspecto de sus activulades presentaba mu­
chas ventajas sobre el otro trabajo oficinesco de un alto funcionario. No
consistía, para decirlo con sus propias palabras, en dar vueltas y más
vueltas a la noria de los papeles, en sus eternas entradas y salidas. La
labor dc Humboldt consistía más bien en trazar los diversos planes para
la creación de nuevos cstabl«imicnt<» de cultura, con sus correspondien­
tes formas adminbtrativas, y para la transformación dc los existentes.
Los viajes relacionados con su cargo y su estancia en Königsberg Ic brin­
daron pe» fin la ocasión dc conocer la tierra y las gentes de su patria
chica, al modo como conocía las grandes ciudades del extranjero. Sus
funciones versaban, principalmente, sobre la organización y dirección
de los establecimientos dc la en^ñanza pública y la vida científica. Trazó
los más variados planes sobre la organización y smtcnimiento dc estable­
cimientos de enseñanza, desde las escuelas primarias, pasando por les
institutos dc segunda enseñanza, hasta las universidades y academias.*
Aquel estado diminuto ofrecía un campo reducido pero fácil de abarcar
para su actuación; sin embargo, la empresa era lo suficientemente gran­
de para espolear y poner en tensión sus mejores fuerzas. Su departamento
administrativo era la zona cn que la nueva idea de la unidad estatal,
mantenida por las cabezas verdaderamente políticas, se asociaba a la
idea, preconizada por el propio Humboldt, dc una nueva unidad de
la cultura, basada en la conjunción del humanismo con la intelectualidad
alemana. Fué él quien dijo que el pensamiento es el más sutil retoño
dc los scntidcM; pues bien, la obra encomendada a Humboldt por el
estado y llevada a cabo por él era la más sutil cxpresron sensorial de la
íotma. estatal de vida.
& te aspecto de la carrera de Humboldt ha cobrado fama, sobre todo,
por la parte que tuvo en la fundación de la Universidad de Berlín; su
nombre ha quedado indisolublemente vinculado a esta obra. En ella
consiguió, basándose ciertamente cn materiales ya preparados, lo que

• Recogidos en los taam x y xiii de la edición de la Academia.


iNtmoDucaÓN 45
le^timamcntc podemos llamar xma obra de creación. Fué la personali­
dad del hombre llamado a organizar y garantizar administrativamente
la forma de existencia de la institución la que imprimió, en un todo, su
icllo espiritual a ésta. En esta obra, Humboldt dió pruebas de tener una
mano extraordinariamente feliz. En tiempos o)mo aquéllos, sólo un
hombre como él era capaz de tener la perspectiva que suponía asignar
a la Universidad, a pesar de tratarse exclusivamente de ima institución
del estado, la misión de “producir ciencia” a la vez que la de administrar
enseñanza, manteniendo vivo en ella, por tanto, cl intercambio entre la
investigac^n y la vida y protegiéndola contra cl peligro de ronvertirsc
en un establecimiento estatal de domesticación. Por su pane, cl estado,
comprendiendo que era necesario ganar a las mejores cabezas para la
nueva institución, puso a Humboldt cn condiciones de desempeñar ferso-
némenu cl papel de Mecenas de la nueva vida científica de Alemania, a la
par que objetivamente le permitía “actuar en grande y sobre la tota­
lidad, después de haber actuado sobre sí mismo”. Así, le fué dado aven­
turar sobre la materia más sensible y más fácil de moldear el ensayo de
hacor de “las ideas el sello de la realidad”, palabras con que, en su dis­
curso de entrada en la Academia, definía él mismo la misión del estadista.

De este modo, con un viraje tan peregrino como sostenido de las pre­
misas interiores a que respondía, la teoría de Humboldt hubo de aliarse,
aunque cn alianza no dcl todo diáfana, con la realidad del estado. No
del todo diáfana, pues a pesar de laborar ton activamente en los orga­
nismos centrales c imponer con tanta energía, frente a las resistencias
locales, la idea de la unidad de dirección en materia de enMiñanza, Hum­
boldt no se recataba tampoco en esta época para decir y repetir que el
verdadero (¿jetívo del estado consistía en llegar a ser una institución
superflua, para ceder el puesto algún día al libre desenvolvimiento de
la nación. No hemos de entrar a examinar aquí hasta qué punto admi­
tía la pc»ibilidad de erigir cn ley de la realidad esta paradoja. Desde
luego, no debe perderse de vista que, por aquel entonces, ya. había tenido
ocasión de conocer, por haberlos visto de cerca, los dañcM causados cn
Inglaterra por cl régimen de libertad de enseñanza. Además, tenema
cl hecho de que la reglamentación por cl estado de los exámenes de
bachilleres y profesores, con los que se consolidó la influencia del estado
scJjre la enseñanza, se debieron precisamente a su “fanatismo examina-
46 INTRODUCaÓN

dor”. Por eso “ no debemos tomar demasiado al pk de la letra” aquella


paradójica frase.
El estado se había apoderado dc Humboldt, la tradición habk hecho
presa en el individuo por el flanco más tentador. Fué ahora, en rigor,
cuando Humboldt tuvo ocasión de conocer al estado, tanto por sus fru­
tos como por su importancia para la vida dc la colectivkl«!. Fué cl canto
dc sirena que le llamaba a la “acción”, canto primero muy tenue y luego
cada vez más perceptible, lo que le atrajo a esta senda. No podía negarse
a escucharlo, pues su experiencia dem«traba que la “vida cn ideas” para
cl hombre que no posee cl don dc la verdadera capacidad creadora,
que cl «imprender por el mero hecho dc comprender, debe encontrar su
límite cn cl propio individuo. Por fuerte que sea cl impulso de univer­
salidad, cl hombre no puede ser universal, precisamente porque es indi­
vidualidad. “El hombre aislado no puede llegar a formarse, como no
podría cl hombre encadenado”, leemos en sus Ideas de 1792.*® El idea­
lismo de la juventud veía solamente los extremos. Ahora Humboldt da
un paso para salir del aislamiento y este paso le encamina por nuevos
derroteros. Le lleva a elegir el camino intermedio entre el punto de par­
tida dc la indiindudidad, una vez descubierta su limitación, y la lejana
meta dc la universalidad, camino intermedio que, gracias a su actuación
tan entusiasta dentro del estado, habría dc llevar a un desarrollo insos­
pechado la iotalidad dc su patrimonio «spiritual.
Recordemos cl interés que Humboldt manifestara en su d>ra juvenil
por el “hombre interesante”, por el “hombre culto”. Entonces, se esfor­
zaba en señalar al hombre el camino para salir de la órbita agobiadora
del estado. Sus actividades cn cl departamento de enseñanza nos han
legado un testimonio acerca dd puesto que ahora asignaba al “hombre
interesante y culto” dentro del estado. El dictamen para la Comisión
Superior de Exámenes, que reproducimos en este volumen, trata, cn
realidad, dcl papel que podía y debía corresponder al hombre culto —pues
como tal hay que considerar, indudablemente, al funcionario de comkn-
zcM»del siglo XIX—. Muy poco tiempo después dc tomar posesión de su
cargo, en julio de 1809, Humlwldt esboza cn cl “funcionario perfecto”
la imagen dcl tipo dc hombre llamado a engendrar la alianza entre la
realidad y la idea, organizada por él. Más aún; se siente uno tentado

Gesammcitc Schiìftcn^ toino i, p. 196.


INTOODDCaÓN 47

a ver cn esta “idea”, audazmente esbozada, del funcionario administra­


tivo, el reflejo condensado de aquella imagen ideal dcl hombre libre dcl
estad<^ dcl hombre culto, de su obra juvenil. En esta imagen del fun­
cionario administrativo tal como debiera ser, la individualidad de Hum­
boldt proyecta su sombra »brc el fondo luminoso de la nueva cultiu-a,
y esta sombra le precede como cl puente por cl cual él mbmo entrará
cn cl reino de sus actividades al servicio dcl estado.

Acaso sea éste el lugar «lecuado para decir algunas palabras acerca
de lo que eran los dictámwes de 1(» altos funcionari<M, en aquella época.
En un medio de publicidad rudimentaria y de prensa raquítica, como
era aquél, est(% documentos constituian casi un género especial de lite­
ratura, característica de la época. Y su radio de acción no se circunscriba
exclusivamente al superior inmediato ni a los jefes de las secciones co­
rrespondientes. Circulaban no pocas veces, en copias, entre les amigos y
conocidos. Y hasta había quienes, como cl consejero Rhediger, muy
fecundo en la producción de esta clase de documentos, los difundían a
veces en tiradas litográficas. Los autores de esas piezas oficiales podían
contar, por tanto, con una cierta publicidad. Eií todo caso, estos dictá*
mencs presentaban una afinidad más íntima con la “literatura”, con el
movimiento de! espíritu, de lo que podría suponer quien por vez pri­
mera tropezase en los archivos con estos legajos polvorientos.
Los dictámenes de aquella época servían, como las cartas, para dar
salida a la necesidad que aquella generación, gozosa de vivir a pesar de
todas sus penurias, sentía de expresar sus aventuras vividas y sus ocpe-
ricncias, sus deseos y su conocimiento, tal como emergían de la vida
misma y se adentraban cn ella. La carta se nutre, la mayor parte de las
vcce% de lo literario cn sentido estrictez brota del mundo de la poesk y
de la novela, del mundo de las sensaciones y los scntimicntc». L<m dio
támenes esleíales extraían lo mejor de su fuerza de la rígida disciplina
mental que infunden la filosofía y la ciencia, y cl concepto era, en ellos,
la nueva arma de dominio para modelar la realidad.
En realidad, todos Ick hombres de la nueva cultura que desempeña­
ban un papel en el estado eran devotos y no pocas vcces maestros en el
arte de expresarse por medio de cartas y de proyectt». Su mentalidad
y su estilo propenden más bien al polo literario o ai polo filosófico, se­
48 INTRODUCaÓN

gún las características dc cada cual. El encanto dcl elemento atctico,


plástico, dcl lenguaje, animado de nueva vida, se apodera dc estos hom­
bres; se apodera incluso dc un Stein, cuyo ideario, respaldado por una
fuerte voluntad y una vigor«a imaginación, nos habla a través de nu­
meremos dictámenes salidos de su pluma. Lx» que mi$ se acercan a la
poesía son los documcntM oficiales redactados por Gneiscnau, cn estt
época. En cambio, cl lenguaje de l a dos prusianos orientales Boyen y
Schön, se caracteriza por lo abstracto y lo »brio. Los dccumentos dc la
pluma de Humboldt, teñidos por cl matiz especial dcl método cicnttfico,
ocupan un lugar intermedio.
El número dc proyectos redactados por Humboldt es muy grande,
Y rara vez sentía cansancio por las materias tratadas en ellos, pues su
contenido y con frecuencia también su letra reaparecen con harta fre­
cuencia cn las cartas dirigidas a la esposa. Esto indica que Humboldt se
hallaba real y profundamente interesado cn los problemas encomendados
a su competencia oficial y que aquel desdén que afectaba por la “rea­
lidad” y sus manejos no estaba dcl todo a tono con su verdadera actitud.
Los escritos oficiales dc Humboldt no presentan todos, naturalmente,
cl mismo valor. Su lectura resulta, a veces, fatigosa, sobre todo cuando
no logran destacar claramente cl punto decisivo entre la maraña de ra­
zones y argumentos cn pro y en contra, Al lector le parece, con frecuen­
cia, estar contemplando, desde una colina poco elevada y con ciclo
nublado, el dédalo de callejuelas de una ciudad oscurecida por los años.
Aun siendo clara la imagen de conjunto del paisaje, en la que resaltan
nítidamente no pocos detalles, las líneas y los contornc» se confunden,
pues falta esa acentuación de luz y dc sombras que da a las cosas su
corporeidad. Un buen oborvador ha querido ver en 1« frutos de la
pluma incansable de Humboldt un juego dc su inteligencia, pura y sim­
plemente. Pero esto es desconocer la verdadera problemática de su ca­
rácter. En los estudie» políticos de Humboldt es precisamente donde
mejor se revela su severa c incesante lucha por llegar a dominar la reali­
dad, la cual, retrocediendo ante sus violentos abrazos, vuelve a esfumarse
de nueves una y otra vez, entre las nieblas de la teoría.“

** Los vanos esfuerzos dc Humboldt por captar k realidad han sido expuestos por
mí, como uno de los rasgos fundamentales del carácter de Humboldt, cn la monografía
citada más arriba.
immoDUcaÓH 49
Es difícil dedr si durante le» añ« de su estancia en Viena la inter-
venctón activa de Humboldt en la vida del estado, cn que acabamos de
sorprenderle, se trans£orm4 a d ió cl puesto a un estado de reposo o, por
el ointrario, se hizo más proftinda. Los testimoni« epistolares acerca de
su vida y de su pensamiento, tan abundantes en las demás épocas, es­
casean extraordinariamente al llegar a ésta. En cambio, este período
tranquilo es rio) en cxtcns« y frecuentes informes dcl diplomático a su
g<J>ierno. Entre eil« , tiene especial importancia la correspondencia
secreta mantenida desde el <Xoño de 1812 — es decir, cn los años dccisivca
para l<» acontecimientos de 1813— con el canciller Hardenberg. En ge­
neral, puede afirmarse, indudablemente, que durante esta época la vkia
de Hiünboldt se traza como misión lógica por sí misma la de contribuir
desde su puesto diplomátía» a la obra anhelada de liberar a Prusia del
yugo napoleónico. Aunque la hora más grata para su espíritu fuese
siempre la que le llamaba al estudio de los griegos y a la ciencia filoló­
gica, cuanto se refería a los destinos del estado y de la nación había salido
ya para él dcl reino de los problemas para convertirse en cl campo con­
creto de la vida y la acción.

Diez años hacía que sus funciones al servicio del estado abrían ante
el viajero, con cada nueva fase y cada nueva tarea, nuevos horizontes.
A l saÚr del ambiente de bagatelas diplomáticas de Roma para ocupar su
nuevo puesto en Berlín, se estrechó el círculo exterior en que se movía,
pero cn cambio se le ofreció la posibilidad de una actividad creadora a
larga vista. Como embajadcu' cn Viena, pisaba ahora el tcrixno en que
se desarrollaban las grandes luchas de la vida de los pueblos; y su puesto,
en estos luchas, no era cl de un simple «áísovador. El hecho de que
Austria, después de las estériles delüxntcicHics del Q>ngicso de P r a p
cn agosto de 1813, optase por unirse a Rusia y a Prusia, filé ccKisiderado
siempre por Humboldt como un mérito suyo especial. ¿Quién habrk
podido pronc»ticar un cambio Kmejante cn el auttM’ de las Meas de 1792?
Ahora, se encvgullctt de haber tenido una intervcnc^n decisiva, si no
en el descncadcnamientc^ por lo meiu» en la preparación y extensión
de una guerra formidable que ponú cn imvimiento al estado y al pue­
blo, más aún, que los ponía implacablemente cn jueg«^ al servicb de
objetivos muy distintc» de los que el filósofo del estado asignara en otro
5° INTRODUCCIÓN

tiempo a la vida colectiva, cn relación con la “seguridad” y cl “bienestar


del individuo”,
Fué una suerte muy singular la que ahora hubo dc correr nuestro
autor. Todavía en 1809, había podido transigir con el estado, creyendo
que podría imprimir a la realidad la forma de sus ideas, entre las que
se destacaba siempre cn primer lugar la idea de la cultura. Ahora, cn
1813, es la realidad, son los acontecimientos los que se apoderan de él.
Ahora, es dc la realidad de donde extra: sus ideas. Ahora, $c deja arras­
trar por la corriente, se entrega conscientemente al destino dcl hombre,
que es “marchar con su generación”. Y, al cumplir este destino, Hum
boldt alcanza el apogeo de su propio desarrollo y su vida adquiere al
mismo tiempo un sentido simbólico para la trayectoria interior de toda
una generación. La vida de la individualidad nacional regida por sus
leyes propias se había revelado a su especulación como un acontecimiento
histórico.** Ahom, ve con sus propios ojos a qué alturas de energía espi­
ritual —que hasta entonces él habla buscado siempre en el goce cultural—
son capaces de hacer remontarse a los hombres I<k impulsos nacionales.
La iJea de la ley general de los acaecimientos, que Humboldt trans­
fiere a su época, la experiencia especial que la época le ofrece dc redigo,
sacada dc la realidad: ambas ^ funden para él en la profunda experien-
lia vivida “del grande y formidable destino que eleva al hombre, aun
cuando se estrelle contra él”. No hace todavía demasiado tiempo nuestro
autor no concebía nada mejor ni más elevado que "gozar de uno mismo
y de la naturaleza, dcl pasado y del presente. Sólo quien proceda de este
modo vivirá para él mismo y para algo verdadero”. Ahora, sabe ya y
proclama que “hay cosas dc las que imo no puede separarse” ; que hay
algo “con lo que uno tiene que mantenerse cn pie o hundirse” ; que la
idea de seguir viviendo tranquilamente “en el ámbito privado de uno”
mientras lo que uno pone por encima de todo amenaza con hundirse,
es una idea intolerable.
Ckuno nuevo Ante», siente que el contacto con cl suelo materno de
la vida nacional cn el que afirma sus pies, infunde nuevas fuerzas a su
voluntad. Por fin, este Ulises nórdico cuya alma aspiraba a la tierra
ideal de los griegos ha encontrado el suelo dc la sencilla realidad y siente
vibrar la patria. Cuanto Humboldt escribe durante este» años acerca del

>» O r . p. 33.
IKtSCHJOCaÓN 51
estado —tema que trata casi a diario cn los documentos oficiales, y casi
mis aún que cn éste» cn sus cartas— aparece iluminado por cl resplan-
dcr de esta experiencia vivida y revela la fuerza que irradia la concien­
cia de pertenecer a una comunidad estatal.
Y dcl mismo modo que fué el intérprete más cercano de la gran
cmocián espiritual que infundió a los alemanes, cn la poesía y en la cien­
cia, la o)ncicncia de su comunidad de espíritu, ahora Humboldt — y, al
daár esto, nm rcferimc» sobre todo a sus cartas de los años 1813 a 1817 —
docuella en medio de la época como portavoz espiritual de los aconte­
cimientos políticos que abren ante los alemanes, consolidando la fuerza
vital dcl mejor de sus estados, la perspectiva de la unificación nacional.
Tal era el doble objetivo a que se encaminaba su voluntad: primero, la
Ubcración y la afirmación dcl estado patrio prusiano; luego, la unifica­
ción estatal de los alemanes como nación, no por cAtra de le« prusianeK
exclusivamente, pero sí bajo una forma que tuviese cn cuenta lo que
Prusia predominantemente rcprcM:ntaba para la libertad de Alemania.
Los pensamientos políticos que cl Humboldt diplomático estampa du­
rante esta época en sus informes y dictámenes pertenecen, más o menos,
al momento fugaz, nacen de sus propias necesidades y se acomodan a
lUs fines. Y, por grandes que «an cl interés y la importancia que este»
documentos puedan presentar tcxlavía hoy desde un punto de vista histó-
ricí^ los superan con mucho cn importancia humana las innumerables
cartas que acompañan día tras día y año tras año, en múltiples variantes,
cl gran tema de la lucha de liberación. En estas cartas vemos desplegarse
como seguramente no lo vemm en ningún otro ejemplo de nuestra
tradición, la experiencia personal vivida con un radio de validez gene­
ral. Y cn ellas la vida individual se eleva al rango de símbolo, de tipo
exaltado, gracias a la amplia y profunda asimilación de la realidad.

Entre los muche» escritos de Humboldt sobre el problema constitu­


cional alemán, nuestra selección sólo recoge dos deKumentos.* El pri-
Nos referínuM a las cartas a su mujer, que durante estos añas ocupa el lugar que
antes ocuparon los corresponsal^ de la vida espiritual de su juventud, Schiller, Goethe,
F. A. Wolf, Korao-. Estas cartas lian sido recogidas en los voluminosos ú ea unios que
forman la edición completa y constituyeii un documento incomparable de su época.
• Ea esta traducción se ha conservado solamente uno de ellos, el primero, que
figura cn pp. 261«.
52 INTRODUCaON

mero, dc diciembre dc 1813, desarrolla prima facie las ideas del autor cn
torno a este problema, tal como se lo planteaba, como objeto dc política
inmediata, el barón de Stein. El segundo gran dictamen, de septiembre
dc 1816, señala el punto final del proceso y traza, en cierto modo, cl ba­
lance de dos años de trabajo mental sobre este problema.
En el otoño de 1813 se deshizo la Confederación del Rin. Parecía estar
expedito el camino para realizar, por lo menos, los deseos encaminados
a una agrupación más sólida de los estados alemanes contra cl extranjero.
Es en este momento cuando surge el primer escrito de Humboldt. La
experiencia dc los años siguientes le demuestra que semejantes planes
estaban todos condenados al fracaso. En vista dc esto, intenta, en cl otoño
dc 1816, encontrar desde el punto de vista prusiano la línea intermedia
en la que podría moverse, dentro del marco existente de la constitución
federal, una política inspirada conjuntamente en cl interés prusiano y
en el alemán. Las esperanzas cn el porvenir han decaído bastante, cl
punto de visu adoptado no es ya tan ambicioso. La mirada desciende
de las posibilidades ideales para situarse cn las realidades dadas; la pers­
pectiva tensa de un mundo sujeto a nueva ordenación vuelve a estar,
velada por la niebla de la política cotidiana. En c} plano de ésta, interesa
solamente encontrar un modus vivendi capaz de conciliar las esquinadas
y archiconocidas rivalidades entre los estados alemanes.
La optimista y en muchos respectos audaz perspectiva que abre cn
cuanto al desarrollo nacional de Alemania hace dcl dictamen de diciem­
bre una obra muy sugestiva. Este dictamen se caracteriza por la agru­
pación sucinta dc los puntos de vista más importantes y por cl fácil ma­
nejo del lenguaje. Es un esbozo trazado a vuela pluma, en el que su
autor consigue algunas frases muy afortunadas. Dc una de ellas ha dicho
Friedrich Meinecke que “ tiene derecho a figurar entre las expresiones polí­
ticas más grandiosas de su tiempo que señalan la divisoria entre dos
épocas”.*^
Y lo que decimos de una parte puede aplicarse también al dictamen
en su totalidad. Hacía falta ima gran capacidad intelectual para mode­
lar en rápida labor la masa informe de los acontecimientos vividos dentro
de los sutiles moldes de estas palabras. Palabras que procuran encerrar
el extracto del momento político, así en cuanto a su formación histórica
como en cuanto a su interpretación sistemática.
C£r. Meinecke, Weltbürgertum und ^ationalstaat, i* ed., 1911, pp. 186//.
INTRODUCaÓN 53

Es cierto que lo que predomina en el estudio es el elemento sistemá­


tico. En el fondo, lo que se expone aquí tiene más dc filosofía de la his­
toria que de política. El pensamiento de Humboldt se orienta hacia
aquélla aun en los casos en que proviene de la intuición vivida de la
realidad, como ocurre, por ejemplo, en lo que se refiere a la vinculación
territorial del sentimiento alemán de estado. Por eso este estudio nos
ilustra también abundantemente acerca del modo como Humboldt hacía
justicia al carácter y a las necesidades de la nueva idea del estado nacio­
nal autónomo. Friedrich Meinecke ha sido el primero que ha abordado
cl pensamiento de Humboldt planteando este problema, y cn algunas
páginas muy hermosas de su citado libro ha dejado dicho lo más im­
portante acerca de este tema. Desde el punto de vista en que nosotros nos
situamos para comprender el desarrollo del pensamiento de Humboldt
interesan otros criterios, que arrojan nueva luz sobre su modo de conce­
bir la “acción del esudo” de por sí y sobre sus métodos políticos.
A l examinar su primer ensayo político de 1791, señalábamos cómo
Humboldt había planteado en él el verdadero problema político de la
época, el problema constitucional. Pues bien; en la memoria de diciem­
bre este tema vuelve a estudiarse de nuevo, y ya de im modo sistemático.
El enlace con el punto de vista anterior se revela cn el pensamiento,
reiterado aquí, de que es imposible establecer im régimen constitucional
“consecuente desde el principio”, como las “ llamadas constituciones”.
Pero esta vez no se contenta con la negación ni se queda, por tanto, a
mitad de camino. Anteriormente, era indiscutible para él que la razón,
por mucho que penetrase por la vía del conocimiento en la naturaleza
individual del presente, no podía imponerse sus leyes al azar, por el que
“el presente arrastra hacia sí el futuro” . Ahora, después de la rica expe­
riencia adquirida, ve ya por encima del pleito entre la razón y el azar
cl elemento modelador del devenir, a través de cuya acción toda consta
tución, aunque se considere “como simple trama teórica”, “tiene nece­
sariamente que arrancar de un germen material de vida contenido en el
tiempo, en las circunstancias...” si no quiere ser letra muerta. Sin estar
respaldada así por una “cierta forma en el tiempo” o, lo que es lo mismo,
por ima tradición histórica, ninguna constitución puede prosperar, “como
no sería difícil demostrar históricamente” .
Lo que hay de más interesante en estas manifestaciones es la referen­
cia a los fundamentos históricos. Los razonamientos de Humboldt, en
54 iNTROooaaÓN
este estudio, están saturados de sentimiento y de convicción histórico^
de aquella conciencia histórica que, nutrida cn las fuentes de la gran
nueva filología y de la filosofía, señala la transición hada cl mundo de
las “ideas” históricas que habrán de inspirar la obra de Ranke.*®
Sin embargo, cl criterio dcl conocimiento histórico no prestaba, real­
mente, grandes servicios a las necesidades del mon^to. Ek lo que se
trataba, como él mismo dice, era “cn un momento como el actual, de
someterlo todo... a un nuevo examen, sin preocuparse de lo existente”.
Estas palabras parecen, indudablemente, más radicales de lo que era, cn
realidad, cl pensamiento de su autor. No costante, expresan una idea
clara, a saber: que, partiendo del conocimiento adquiridc^ era necesario
obrar, encontrar una forma nueva para plasmar las fuerzas políticas
existentes y en formación.
Y el estudio a que nos referimos nos brinda, además, otro elemento
de juicio importante para el aspecto que aquí nos interesa: el de saber
cuál era ahora la actitud de Humboldt ante el problema teórico, ante cl
problema de si deben crearse constituciones y cómo. De cualquier mcxio
que semejante empresa se aborde, en cl proceso histórico ia cosa se reduce
siempre “a crcar nuevas formas aun bajo viejos nombres” ; esto, por un
lado. De otra parte, tenemos la observación, hecha de pasada, de que
tcxla constitución, independientemente de sus condiciones de vida, difí­
ciles de penetrar, debe considerarse también “como simple trama teórica”.
Esta tesis encierra, por parte de Humboldt, la tácita predisposición a
afrontar ahora este problema como un “sabio legislador”. Pero, cn se­
guida, vuelve a precavernos, apremiantemcnte, contra cl peligro de apli­
car ligeramente los “principios de la razón y de la experiencia”. De la
razón, bien; esto es comprensible. Pero ¿por qué también de la expe­
riencia? ¿Qué puede si^ifícar la experiencia, alineada con la razón,
sino la “historia” ? ¿j\caso existe otro camino para la acción y la crea­
ción, si se nos veda la apelación a estas dos instancias superiores ? En este
pasaje, Humboldt nos deja perplejos; y no queda otro recurso que espe­
rar, para ver si otras manifestaciones posteriores vienen a esclarecer la
duda.”

Humboldt desarrolló mis tarde sistonáticameiite estas ideas cn una memoria


Idda ante la Academia en 1821 ‘^dire la misión del historiador”.
Cír. Dent(ícrift an den OberprMáienteu m n Vinde (29 nov. jS ii) .
lOTUTOUcaÓM 55

El paso de la iníroducción teórica a las propuestas prácticas del dicta­


men acusa un descenso visible, no sólo cn cuanto al tema, sino sobre
todo en lo tocante al modo como el autor lo trata. Mientras que hasta
aquí su pensamiento se movk libremente cn torno a las grandes formas
dc contemplación espiritual superiores al tiempo y al espacio, ahora ad­
vertimos cómo se siente cohibido cn cl reino dc los hechos reales, hechos
que no se trata solamente de conocer, plegándose a ellos, sino a los que
es necesario trazar una dirección.
Tan pronto como pisa el terreno dc la realidad, este espíritu amplio
y a la par sutil ve vacilar instantemente sus pases, se siente cohibido c
inseguro de antemano. Comienza, al llegar aquí, sus manifestaciones
quejándose de la mutabilidad de las premisas de que tiene que arrancar
d análisis político, y estampa, para comenzar, esta máxima, muy dudosa:
“Dando siempre por descontada la posibilidad dc un resultado inse­
guro.” ¡Lema, indudablemente, poco adecuado para un diplomático
llamado a aauar en momentos dc una tensión tan grande! Y, sin embargo,
este lema se armoniza demasiado bien con aquella otra reflexión de que
“el mundo marcha siempre mejor cuando lo? hombres sólo necesitan
actuar ncptivamente”. “ Actuar :^lo negativamente” : sería «liflcil en­
contrar un juicio más certero para caracterizar al diplomático Humboldt
que el que se encierra cn esas tres palabras. Con ellas, queda dicho, cn
rigor, por que este hombre, de tan vasto espíritu, no tenía, sencillamente,
vocación para la carrera dc hombre de estado.

En cambio, los rasgos positivos de su talento diplomático resaltan


am más fuerza en la penetrante observación c inquisición dcl campo de
acción de la política. En Francfort, donde había de tener su sede la
"Dieta Federal”, los difíciles problemas de la política interna dc Alema­
nia brindaron a Humboldt una buena ocasión para demostrar su capa-
ddad en estas materias. En el otoño de 1816, redactó un extensísimo
dictamen sobre la actitud política que Prusia debía seguir con respecto
a la Confederación. Este dictamen estaba llamado a tener también una
considerable importancia práctia. En sustancia, su punto de vista se
expresaba en la idea de que, dada la falta de cdicsión de las condiciones
internas imperantes en Alemania y la insuficiencia dc la constilución
federal, sólo era posible conseguir éxitos políticos llegando en todos kis
5Ö INTRODUCCIÓN

cas<» a una inteligencia previa entre los gabinetes de Viena y de Berlín.


Hardenberg hizo suyo este, criterio de Humboldt y tomó cl dictamen
de éste a>mo base para la instrucción enviada a !<k representantes de
Prusia cn la Dieta Federal. Esto demuetra que el modo como Hum­
boldt enjuiciaba la situación de! momento fué considerado acertado y
convincente.
El prd>lcma de si el agudo y minuci<»o análisis de las condiciones
existentes de momento empañaba o no su mirada para alcanzar a ver
que, andando el tiempo, una enérgica voluntad política podría imprimir
a aquellas condiciones un giro más favorable para Prusia, este prd}lema
habría de plantearse a poco de hacerse público por vez primera cl estudio
de Humboldt, en 1872. Pero, si tenemos presente que hasta 1848 Prusia
no intentó siquiera desarrollar otra política —^por la sencilla razón de que
la situación política general se lo vedaba—, necesariamente tendremos
que adoptar cierta reserva ante las críticas, muy comprensibles, de que
H un^ ldt fué objeto en la época de los éxitos de Bismarck.
Ese postulado a que todo buen diplomático debiera ajustarse, y que
no todos cumplen, ni mucho menos, a saber: ver las cosas tal como son
cn realidad y penetrar en los estratos de las condiciones políticas, fué cum­
plido brillantemente por Humboldt. E hizo todavá más. Puede decirse
que, en su labor, cn la medida cn que ello es posible |»ra el ranocimiento
intel«:tivo, presintió también cl porvenir, que encontró y trazó geomé­
tricamente el punto de Arquímedes de la política prusiana, en sus rela­
ciones con Alemania. El explotar dinámicamente este punto se salm ya
dcl marco de sus capacidades. O, para decirlo con las palabras de Kons­
tantin Rössler, cl primer editor del dictamen de Hmnboldt: “todo lo que
tenía de grandiwo su diagnóstico, lo tenía de poco satisfactoria su tera­
péutica”.”
Este dictamen, ejemplo descollante de los métodos diplomáticos de
Humboldt, apenas si ofrece nuevos elementos de juicio en cuanto a su
concepción del estado. Exceptuando, tal vez, un punto.
De sus manifestaciones .se desprende claramente que Humboldt con­
sideraba la Cbnfoieración y su régimen como un organismo político
extraordinariamente desdichado. Un corps monsirueux del que no puede
esperarse nada bueno, lo llama en una de sus cartas. Analiza a fondo

Zeittchrift für preutsitche Getchkhte, etc., tomo iz, 187a, p. 67.


INTOODUCaÓN 57

sus defectos, principalmente cl cntorpecinúento dc toda capacidad para


ia acción política. Sabe, sin embargo, puesto que cono« sus anteceden-
ta, que no era posible esperar nada mejor y que había que conformarse
con lo l<^r^o. Habk que esforzarse cn seguir desarrollando la estruc­
tura interna de la Confederación con cl pequeño asidero que su régimen
ofrece. La línea del progreso político estriba, por tanto, según su modo
de ver, en el desarrollo de las condiciones internas que, a juicb suyo, se
hallan directamente relacionadas con la vida cultural y espiritual dc la
nación.
Hay, no ol»tante, un punto en cl que Humboldt no se resigna, ni si­
quiera a la fuerza con lo logrado, a saber: la p<»ición que la Confedera­
ción ocupa dentro del sistema de los estados europeos. Es éste tm hecho
que Meinecke ha señalado y demostrado dc un modo convincente. Por
una parte, este criterio se explica por la preocupación política realista de
no dejar que la política prusiana caiga, a través de la Confederación, “cn
las garras de los pequeños y de los muchos”.*® Por otra parte, revela
cómo y hasta qué punto Humboldt se hallaba todavía dominado por la
concepción apolítica dc la vocación dc los alemanes como “nación hu­
mana y cultural”. Es una grave contradicción aquella cn que incurre al
asignar a la Confederación el deber dc garantizar la independencia de
Alemania, a la par que desconoce su capacidad para desarrollar una polí­
tica exterior independiente. Pretendfa, di<* Meúieckc, que la Confedera­
ción ejercksc funciones políticas nacionales, sin gozar dc una autonomía
pdítica nacional”.
Tal ves no sea inoportuno enlazar a este pensamiento otra dmrvz-
ción. Humboldt se ve d>%ado a confesar, en el curso de su investigación,
que la Confederación alemana representa, pese a todos sus defectos dc
(»ganización, la aeación de un estado independiente. El extranjero ia
considera como un “estado colectivo con existencia propia” y se le reco­
noce beligerancia política como tal. Y, cada vez que este pensamiento
se le viene a las mientes, le produce desazón. Hay que limitar cn lo posi­
ble la actuación dc la Confederación como “estado colectivo” con exis­
tencia propia, exige en términos apremiantes, pues teme que “Alemania
se convirtiese, como tal Alemania, en un estado conquistador”. Si la
nación se orienta políticamente hacia el exterior, será imposible prever
lo que pueda ocurrir con sus grandes capacidades para la cultura cientí-
Lug. tit., p. 26a.
58 INHOOUCCI&Í
fica y espiritual. Mcincckc cree encontiat la fuente de estos peosamien-
tos y yuxtapuestm en la raÉ de la historia de la época. Pero cn cll<» podría
destacarse, además, otro aspecto. En estas palabras verdaderamente in­
tuitivas, en ks que Humboldt se n<» vuelve a presen^ como d gran
intérprete, no palpitan « m o motivadones solamente cl cercano pasado
y cl próximo futuro, sino también cl pasado remoto y el remoto porve-
nir de la nadón. Hay como un presentimiento del destino histórico, en
este temor a representarse el pc^crio dcl propio pueblo, unido como
estado, y a penetrar también con cl pensamiento en las consecuencias
que necesariamente se derivarán de su existencia.
Y, sin embargo, este temor era harto comprensible. No existía la
menor experiencia ni la más leve idea de cómo una Alemania fuerte
habría ocupado su puesto en otro tiempo, dentro de la comunidad de
los estados. Parece como si este espíritu, a pesar de haber tomado par­
tido en las grandes luchas por la libertad de Alemania y de haberlas rei­
vindicado interiormente, se aterrase ante la idea de la unidad alemana
como ante un espectro amenazador. En la opinión popular de las gentes
y hasta bien entrado el siglo xix, la unidad de 1«malemanes era c»nside-
rada casi siempre como incumbencia cxcltisiva de Alemania. Rara vez
y siempre con desgana, se paraba nadie a pensar en la repercusión que
podía tener sobre el sistema de los estados europeos. La aguda y pene­
trante mirada de Humboldt previó que un verdadero estado alemán,
ya por el solo hecho de su creación, enrarecería la atmósfera de los demás
estados de Europa. He aquí por qué pretendía cerrar el paso, en este
punto, a la evolución, porque preconizaba la idea de que “el fin de la
Confederación era la quietud”, el mantener cl equilibrio por medio de
la fuerza de la gravedad”. Sus palabras revelan cl nexo que une el movi­
miento dcl espíritu alemán, que él vivió y reivindicó, con el movimiento
de la voluntad alemana, provocado a su vez por aquél y que Humboldt
presintió como algo que debía nKcsariamcnte producirse, cuando la uni­
dad alemana saliese dcl reino de la idea para entrar cn el reino de la
realidad. Y este giro, lo presentía y lo temía.

Repetidamente hemos hecho notar cómo la trayectoria de Humboldt


va desde las remotas playas de Utopía al país de la realidad y cómo siem­
pre perdura vivo cn él el recuerdo de lo que fuera su región de partida.
iNUKMíuca&í 59
En k» labios de un hombre así adquiere una fuerza mudio mayor de
e b a ^ d a el sd>rio y reflexivo, y además muy claro, rcconodmieMo
de hs premisas reales y concretas que determinan la vida de 1« pueble».
Humboldt fué, indudablemente, un utopista idealisto, pero su extraordi­
naria rapacidad para enfocar la realidad en su condicionalidad concreta
le preservaba de caer en sueñ« ideológicos y en pedanterías doctrinarias.
Léanse sus pensamientos sobre la posición europea de Prusia desde 1813
y se comprenderá qué retroceso en cuanto al conocimiento político en­
ciman esas chacharas vacuas de quienes sostienen que el poder del estado
es algo “material” y de rango inferior, al lado del poder de la idea. Segu­
ramente que nadie podrá acusar a Humboldt dc ser un apóstata dcl idea­
lismo alemán, de haber desertado del postulado de una Alemania “supe­
rior”. Sin emlmrgo, supo comprender y proclamar que el poder del
estado es la “virtud” que infunde su fuerza y presta su respaldo a la
coopaación dc todas las fuerzas ideales y materiales de un pueblo. Y es
extraordinariamente sugestivo seguir su pensamiento, cuando expone
cuán grande es la virtud del poder, aun cuando los medios dc éste sean
escasos, para los destinos dc los puebl«, y asimismo cuando, cn las bre­
ves frases dc otro escrito, comenta cl “militarismo” con razones que pare­
cen como sí estuviesen escritas para hoy. Creemos, pues, que estos rápi­
dos fragmentos, interpolados aquí como al azar, prestarán un valioso
servicio a los lectores de hoy deseosos de conocer las leyes por las que
se rige la vida dc los estados.

Fasemm a hablar ahora dc los estudios de Humboldt que versan so­


bre los problemas dc la administración pública. El entusiasmo con los
problemas actuales de la política exterior, discutidos por todo el mundo,
y mucho más con los dc la vida constitucional, era propio de la época y
un fenómeno usual. ¿<3ué cabeza, entre las que descollaban en la litera­
tura y en la ciencia de aquel tiempo, no se habría considerado compe­
tente para abordar y resolver el problema constitucional? En el intensó
comcrcio literario dc aquella Europa recién pacificada, resultaba empresa
harto fádl, a la que todo el mundo se consagraba celosamente, la asimi-
bción de ideas extranjeras y el intercambio dc un vocabulario de tópicos
constitucionales, si no muy profundo, por lo menos bastante fádl dc
aplicar. Pero, para apartar la mirada del artículo político de moda y voi-
6o iN raoD ucaÓ N

verla sd>rc el campo, oscuro y difícil pero extraordinariamente impor­


tante, de la administración pública, era necesario sentir un interés muy
profundo por el estado. Entre los pocos que habían aprendido a mirar a
lo esencial sin detenerse en la superficie, estaba Huioboldt.
No sería necesario subrayar de un modo especial este hecho si su inte­
rés por los asuntos administrativos sólo se hubiese manifestado en la
época en que desempeñaba una función pública y pareck hallarse des­
tinado a ocupar el cargo de jefe del gdiierno. En estas condiciones, no
tenía nada de particular que el ftituro gobernante se familiarizase con
todas y cada una de las tinciones de la máquina cuya palanca habría de
empuñar tal vez muy pronto.
Lo asombroso es que los estudie» más importantes de Humboldt sd>re
la teoría administrativa procedan de su época de ostracismc^ que sean
posteriores al momento en que se decidió a resignar, con venturoso alivio,
la carga del servido público. ¡Qué gran mentís a las apariencias de las
cosas t Indudablemente, el interés íntimo por los problemas dd «tado
había arraigado profundamente en el espirim de este hombre, casi con­
tra su voluntad y, desde luego, contra sus propósitc». Una prueba más
de su fina sensibilidad para captar todo lo que cl mundo le brindaba de
esencial. Y una prueba también de la fuerza con que la idea del estado
se abría paso hasta en las más reacias de las grandes cabezas de aquel
tiempo.
Lo que se ventilaba, para Humboldt, y lo que, en d fond«^ le venía
ventilando también en toda la obra de la reforma, desde 1807, era la
nueva idea del estado, la idea de que el estado trsdicional, en su forma
soberana, debía representar un todo único con su pueble^ una unidad
“ideal” plasmada históricamente. Y el medio sensible con que esta idea
debía tomar cuerpo cn la realidad era, precisamente, la administradón,
como expresión unitaria de la (»munidad estado. He aquí por qué
los estudios administrativos de Humboldt tienen siempre como tema el
desarrollo y la defensa de la idea de la unidad del estado en la adminis­
tración pública.
El polo contrario de esta conexpdón lo representaba la d is^ p d ó n
provincial heredada dcl pasado. Antes de 1806, los territorioí de la corona
de Prusia sólo se hallaban unidc» a través de la persona del rey. Estos te­
rritorios —^pues no existían aún provincias, cn cl sentido actual de la
palabra— se hallaban todavk representados en los organismos centrales
iNimoDucaÓN 6i
dcl estado, toda vez que cada ministro dcl Diiectorío general, además
de KpresenUr un departamento administrativo, tenía a su cargo, princi­
palmente, la salvaguarda dc los intcreas y cl cuidado dc los asuntos pri­
vativos de un territorio. Los diversos ramos de la administración pública
no se hallaban todavía apupados orgánicamente cn un organismo
antral.
En su dictamen de Riga, cn i8c^, Hardenberg sentaba el priiwápio
dc que todos los dominic» dc la corona debían considerarse en lo suce­
sivo como un solo territorio administrarivo de estado. A partir dc 1808, y
con arreglo a este principio, los departamentos ministeriales de la admi­
nistración central se dividieron, tomando como base criterio de oimpe-
tencia material: Interior, Finanzas, Guerra, Justicia, etc. Sin embargo,
este principio no pudo llevarse a la práctica en su integridad. La vieja
tendencia dc disgregación provincial pugnaba todavía, continuamente,
por abrirse paso. Y es harto curioso que esta tcndcncia tuviese como
campeones a dos dc las figuras más importantes dc la administración,
los dos partidarios incuestionables de la reforma: cl ensato y práctico
presidente dc Wcstfalia, Bincke, y cl jefe dc administración dc la provin­
cia de Prusia, Schön, hombre apasionado y alejado de la realidad.
Y no menm curilo es que fuese precisamente Humboldt quien, en
sus ociíM dc Tcgd, tomase la pluma para poner bien de relieve este peli­
gro, cn toda su extensión, y defender con toda la fuerza de su talento
k idea de k unidad del estado. Ante este problema, que no radicaba
precisamente en la superficie de k» asuntos referentes ú estadc^ Hum­
boldt volvk a revelar«: como un interprete incomparable de su ¿poca.
La lucha de fondo giraba en torno a una cuestión rancreta de organiza­
ción administrativa, a saber: ¿debk subsistir el cargo recién creado de
presidente provinckl, llamado a dirigir administrativamente y con cierta
independencia ks provincias, aunque dependiendo al mismo tiempo
del gdiierno? ¿O dcbk transformarse dc nuevo cn k forma anterbr dc
ministro provinckl? En este caso, los tales funcbnarios tendrán voz
y vóto en k s reuniones dc ^binetc, aunque su sede ofickl fuese la capi­
tal de k provinck que administrativamente regentaban. Por tanto, cstm
ministros provinciales no dependerían de un organismo central, sino
directamente del rey. Y esto se exponía al peligro de que se inclinasen a
dar prefcrenck ante k corona a los intereses de su provinck por sobre 1<b
intereses fundamentales del estado en su totalidad. Además, su dd>lc
62 INfRODüCaÓN

esfera de competencia les tèligaba a cambiar continuamente de residencia.


Pcff todas estas razones, el retorno a esta institución vendría más bien a
entorpecer y a embrollar que a facilitar y simplificar la marcha de la
administración.
Tales eran, sobre poco más o men<», cn sus rasgos generales, las razo­
nes alegadas por Humboldt para refiitar el punto de vista contrario. En
la creación dcl cargo de presidente provincial había ejercido cierta in­
fluencia, indudablemente, su dictamen de junio de 1817, que hemos
comentado ya más arriba. Al defender este régimen, defendía, pues, en
cierto modo, una obra suya. Sin embargo, este hechc^ suponiendo que
hubiese contribuido en algo a orientar su p<»ición, podrá haber servido
para fortalecer el brillo y la profundidad, la consecuencia y la agudeza
de sus argumentos, pero nunca para moverle a adoptar esta actitud. La
raíz de ésta residía en su convicción de la necesidad de seguir la línea
por él trazada, convicción que, a su vez, era el fruto maduro de toda su
experiencia política. El escrito dirigido por él a Schön en 1825 marca,
sin duda, con su gran proyecto de constitución de 1819, el apogeo de las
ideas de Humboldt sd)re el estado. Es un estudio saturado de experiencia
e fluminado por la claridad del pensamiento. Sería imposible concebir
ima refutación más enérgica ni más profunda de su propia teoría juvenil.
En él habla la vida vivida y se afirma la verdad de la realidad contra la
negación dcl idealismo de otr(» tiempos. Es, en la obra política de
Humboldt, cl canto del cisne. Esto explica por qué cl pensamiento al­
canza aquí una claridad y cl lenguaje una fuerza de persuasiva exhorta­
ción que todavía hoy causan impresión a quien 1k este estudio. ¿Y quién
no se sorprenderá de encontrar en este duelo literario entre los d « anti­
guos kantianos en torno al problema dcl espíritu provincial y el espíritu
de! estado un paradigma de la lucha entre “cl dÃer y la Inclinación” ?
El viejo Humlxíldt acude al vasto arsenal de su cultura para defender cl
estado y su derecho a actuar, del mismo modo que el joven Humboldt
lo había hecho para atacar al estado y negarle su derecho a intervenir.
Hemos asistido a una rotación completa y acabada entre dos polca
opuestos.

El tema del primer estudio político de Humboldt había sido el pro­


blema político central de la época: el problema constituáond de por sí,
IKTRODUOaÓN 63
javestigado teóricamente en cuanto al carácter absoluto de sus premisas
teóricas y dc sus posibles solucbnes. Al final dc su carrera política, el
mismo tema le brinda ocasión para desarrollar su idea del estado coa
VBtas a una tarea perfectamente amcreta. Nos referimos a su dictamen
dirigido al barón de Stein sc^re el establecimiento de Dietas provindalcs
en los estados prusiana. El ciclo de le» problemas y el cido de la evo-
luc^n espiritual, que podemos seguir a través dc aquéllos, se cierran, y
en ambos casos se cierran por donde se abrieron: por la teoría pura. En
efecto; aunque el motivo ocasional para este estudio lo diese una átuación
política muy concreta, liay que ver en él, primordialmente, lo misino
por su estructura que por su contenido, el desarrollo de una "forma de
estado”, la forma “ mejor”, concebida por el iiu>mento como una idea
cuya realización se proyecta sobre cl porvenir. Dc la idea dc un estado
s(»tenido por la “fuerza moral potenciada de la nación” —estado que,
según la teoría, no era necesario que fuese siquiera la Prusia existent®—
se derivan las relaciones formales capaces de crear entre cl pueblo y el
atado el vínculo apetecido y considerado como históricamente nectario.
La fírme trabazón de los pensamientos y el liso desarrollo dc su con­
textura formal prestan a este ensayo un gran encanto lógico y, a la
par, estético. La imagen dcl estado “que debiera ser” recuerda aquella
iimgen del funcionario “ que debiera ser”, que diez años antes señalara la
primera etapa cn la senda de Humboldt por Im campos de la política
práctica. Pero es una imagen impresionante, en sus contornos generales.
Cuando Humboldt trazó aquella primera imagen ideal, venía dcl mundo
de las ideas y buscaba en la realidad una icstm, capaz de asumir el a»nte-
nido ideal de su cultura. Y creyó encontrarla en el “individuo”, llamado,
rnmo funcionario culto, a estampar cn cl estado cl olio de la idea. Ahora,
en su imagen ideal de un estado bien constituido, se abre la perspec­
tiva de amplios horizcmtcs y la mirada se remonta a las altas cumbres
dc las ideas hist&ri^, a las que el “individuo” puaJe ascender desde
cl estrecho valle de su situación individual, pues la vida dentro del estado
le señala el camino para llegar a ellas.

A o3ixúeQzos de 1819, Humboldt fué designado por el rey para ha­


cerse cargo del “Ministerio de Asuntos relativos a les Estamentos”, rc-
dentsmcnte creado. Desde la promesa de una constitución cn miayo
Ö4 INTRODOCaÓN

de 1815, las esperanzas generales de 1 « dudadan« de Prusia que tenían


deru sensibilidad política vivían pendientes del cumplimiento de esa
promesa. Esto llevó a Humboldt a la condusión de que su nuevo nom-
oramiento le reservaría la posibilidad de elaborar el proyecto de la cons-
titudón prometida. Aprovechó, pue% ima larga estantía en Francfort
para discutir a fondo con Stein le» problemas pertinentes y redactar
luego su proyecto, a base de aquellas conversatíones y utilizando otros
dictámenes. Sin embarga cl curso de los acontecimientos no respondió,
ni mucho menos, a sus esperanzas. El jefe del gobierno, Hardenberg,
acariciaba idénticos planes y el asunto era el centro de una lucha tenaz
en la corte y entre les altos fundonarica. Hasta el otoño de 1819, Hum­
boldt no tuvo ocasión de presentar a una Comisión constitudonal, de
redente creadón, un nuevo proyecto, que, si bien tenía como, base el
trabajo de febrero, encerraba, tanto cn cuanto a la forma como respecto
al contenido, importantes modificaciones inspiradas en los cambios ope­
rados en la situación, así como también en la finalidad práctica perse­
guida, que ahora se veía ya próxima y tangible. Por tanto, quien des«
conocer los pensamientos de Humboldt acerca del problema constitucio­
nal con su fisonomía propia debe atenerse a la primera redacdón del
proyecto.
Una introducdón como ésta, sujeta a determinadc» límites de espa­
cie^ tiene necesariamente que circunscribirse a comentar en términos
muy generales esta obra —palabra que podemos aplicarle con toda pro­
piedad— en cuanto a su contenido y en cuanto a su estructura. Tanto
más cuanto que no queremos renunciar a la esperanza de que por el ca­
mino seguido en ella se consip poner al alcance del lector alejado de
aquella época los puntos más importantes de la trayectoria de Hum­
boldt. Si esta esperanza resultase fallida, nada % conseguiría tampoco
con un extenso y profundo comentaric^ aunque más de una razón acon­
seje la conveniencia de hacerlo. Prescindimos, pues, de explicar e ilus­
trar las circunstandas de hecho en que se inspiraba el proyecto de nues­
tro autor.

Vem(» aquí a Humboldt acometer una empresa cuya pe»iblidad ne­


gara él mismo en 1791, por razones de principici la empresa de “funda­
mentar una ronstitución acertada desde un principio”. Humboldt habla.
INTROTUCaÓN 65

tin embargo, de una “constitución por estamentos”. Y este término nm


hace presumir que no pretende seguir el ejemplo de las “llamadas cons­
tituciones”, sino marchar por caminos propios. Y así es, cn efecto. Su
estudio rechaza de un modo expreso el precedente de las fcM-mas ojnsti-
twionales extranjeras de Inglaterra, Francia y los Estada UnWos (§ 19),
y no encontramcB tampoco en él rastro de la dogmática constitucional
usual en el país. Este hecho distingfte sustancialmente a Humboldt del
criterio corriente del liberalismo propio de la época. No distante, debe­
mos guardarnos de dar a la palabra “estamentos” una importancia exce­
siva. Tal como Humboldt la emplea, no constituye uno de los términos
de aquella célebre alternativa que Gcntz hubo de poner cn circulación,
cn 1819, como tópico dc la reacción: “ Constitución por estamentos o
constitución representativa”. Los estamentc« de Humboldt no deben
interpretarse como una resurrección de la tradicional fórmula represen­
tativa; más adelante, tendremos ocasión de ver en qué consistía aquel
concepto.
Otro punto de importancia decisiva que hacía aparecer la idea dcl
estado de Humboldt como una concepción stà generis en su época, es el
hecho de colocar su sistema de política interior bijo la primacía de
la política exterior. Esto aparece expresado claramente en la introduc-
dén a su segundo proyecto.
“El estado prusiano mantiene entre las potencias europeas una posi­
ción que no es consecuencia inmediata de su fuerza fúica. La debe a la
fuerza espiritual de sus monarcas y al patriotismo y a las aspiraciones
de la nadón. Pero le es todavía muy necesario asegurar esa posición;
ello le obligará a realizar mayores esfuerzos físicos, si bien deberá cui­
darse dc emplear también y de modo muy preferente medie» de carácter
moral. El poder del gobierno no deberá tropezar, pues, con dwtáculos
para su acción, allí donde necesite desplegar energía y dinamismo; pero,
por su parK, la nadón no deberá tampoco limitarse a obedecer pasiva­
mente, sino que el gobierno ha de poder contar con el espíritu que anime
a ésta. Y sobre esto deben basarse los estamentos y su organización
... De «te mod% la constitución surtirá exactamente los efectos que re­
clama la situación interior y exterior del estado”.^
El criterio que, proyectado sobre el exterior, tiende, como idea de po-
*• Subrayado por n»l
^ Getammebe Schrijten, tomo xii, p. 39X
66 iNmoDucaÓN
dcr, a “la seguridad del estado", se manifiesta en cl interior como el pro­
blema y el postulado de la unidad estatal. Ya hemos tenido ocasión de
señalar la importancia fundamental de esta idea para el concepw hum*
boldtiano del estado, al tratar de su teoría administrativa. Huelga decir
que cn cl plan de constitución — anterior cn cl tiempo— esa idea desem­
peñaba también un papel primordial.
El deseo de una constitución, mantenido alrededor de 1815 por los
círculos sociales espiritualmente despiertos del país, hallábase intima­
mente vinculado con el pan movimiento encaminado hacia la unidad
de toda Alemania como estado. L « afanes de este movimiento, viva­
mente manifestados, eran recibidos con la mayor frialdad por 1<m esta­
distas dirigentes. Para comprender esto, basta pararse a pensar qué em­
presa tan difícil era, a 1« ojos de le» hombres verdaderamente expertos
en política, la simple organización de Prusia como unidad administrati­
va. Por otra parte, el mero hecho de que Humboldt coloca«: en cl centro
de sus ideas la unidad del estado como problema y como postulado, como
base y como criterio de la proyectada delimitación de las diversas esferas
jurídicas, demuestra mejor que nada el cambio fundamental que se
había operado desde 1792 cn su pc»ición ante cl estado.
Este problema aparece y cobra forma tangible en los capitule» poste­
riores de su proyecto sdire la relación entre las provincias y el estado y
entre los estamentos provindales y Ice generales. Y determina desde el
primer momento la actitud de Humboldt, pues su punto de vista le coloca
cn el centro del estado, desde donde mira a la periferia; partiendo de la
función central asignada al poder del estado, traza luego las funciones
de los demás órganos.
Esta relación aparea especialmente clara a través dd breve espacio
consagrado a exponer los llamados “dercchcM fundamentales”. Al enu­
merarli» —cn cuatro puntos escuetos: “la seguridad individual de la
persona, el derecho a ser juzgado únicamente con arreglo a la ley, la se­
guridad de la propiedad; la libertad de conciencia y la libertad de pren­
sa” (§ 8)— , Humboldt no pretende sentar sobre nuevas bases la vida del
estado. Lejos de ello, proclama que, cn Prusia, este» puntos de vista han
sido siempre, con contadas cxccpdoncs, la norma general. Este párrafo,
con las breves glosas que le siguen, es el único punto cn que Humboldt,
en su investigación sd>rc el estado real, se detiene a tratar del individuo
y de su órbita jurídica. Su {Knsamicnto reanuda veloz su marcha después
iN TxoD uaaÓ N 67
de este pequeño alto y abarca, como su verdadero e importante tem%
la gran individualidad del estado.
En su proyecto no hay nada, por tanto, de aquellc« cánones comd.-
tudonales de la época que, con sus dedaraciones iniciales sobre !<» dere-
dios del hombre, se creían obligados a señalar formalmente, una y <^a
vez, el camino recorrido por el individualismo de los ideólogos del derc-
dio natural, pasando a través de la negación dcl estado para ir a parar
a su condidonal reconocimiento. Nada dc esto enrantraremos ya cn el
individualista Humboldt. Si él cexirta y reglamenta las manifestaciones
de vida del estado, no es ciertamente para amparar el derecho natural del
individuo; predsamente porque considera al estado como fin superior,
enlaza incondicionalmente con él la órbita de vida individual.
Nada más lejos que esto dcl Contraio soáai y dc la división de po­
deres. Un espíritu como cl de Humboldt, formado especialmente en la
experiencia dc la política exterior —formación que no habían tenido
ni Rousseau ni Montesquieu—, concib: el estado de un modo muy dis­
tinto a como se le concebía tradicionalmente y a como él mismo lo conci­
biera cn otro tiempo: no lo concibe ya, primordialmente, como una
pugna incesante entre gobernantes y gobernados, que es la imagen que
presenta cn tiempos dc quietud y visto desde dentro, sino como una
comunidad de vida formada por la propia convivencia cuya existenda se
trata de defender y cuya fuerza vital es necesario acentuar. No reduce
cl estado^al choque dc las concepciones de una generación, sino que lo
ve como la unidad de la indivUualidad histórica superior al tiempo y
al espado. En vez de construir el estado sc^re cl individuo, ensambla la
piedra viva cn la misma bóveda; condicionando a esto, naturalmente,
la estabilidad y la duración dcl edificio.
No es la evasión del estado lo que redime al individuo dc la pugna
entre 1<» pmtulados que él formula a la comunidad con la aspiración
de que ésta retroceda y que ella le presenta a él con el mandato de que
ic someta. No; cl camino hacia la libertad conduce, según la concepción
de Humboldt, al seno mismo dcl estado, pues al obrar al servicio dc éste
el individuo ve dilatarse su órbita de vida propia y enriquecerse cl valor
de su propia vida. En otros términos: cl espíritu wcrtfacriano dc su obra
juvenil aparece ahora superado y transformado cn la consagradón rc-
«iclta a la vida activa, propia de los Años de peregrinaje. La trayectoria
68 INTRODUOaÓN

individual ha de convertirse en forma normativa de vida de la c»lec-


tividad.
Y así como Humboldt proclamaba como el fin de la administración
“cl bienestar y la cultura dcl pueblo”, establece como fin de la constitu­
ción “educar al pueblo para comprender y actuar”. Pero, no cn grada
al pueblo mismo, sino con vistas al espíritu colectivo, que ha de infundir
nueva fuerza y nueva vida al estado. La negadón del estado de otros
tiemp<» se ha trocado en una pedagopa de estado verdaderamente ili­
mitada. Y casi se siente uno tentado a ver cn esta afirmadón almluta
del estado la misma violenta parcialidad en el modo de plantear el pro­
blema, en el modo de enfocar “la misión”, que en la negadón incondi­
cional del estado de la etapa inicial.

En una de sus cartas, dice Humboldt que para él una constitución


no es “un pedazo de papel, sino el resultado de una serie de instituciones
coherentes”. Desde este punto de vista es como hay que considerar su
proyecto, si se quiere comprender el carácter peculiar de sus ideas. Hum­
boldt rehuye —^y ésta es su característica— ajustar sus pensamientos a
un esquona exótico y se esfuerza por erigir toda la vida dcl estado, con
arreglo a una idea, sobre una base de unidad. En el aspecto crítico, re­
procha a la teoría usual su tendencia a contentarse con transformar el
estado “solamente en las regiones más elevadas”, critica que da, princi­
palmente, en cl blanco de los autores franceses. En consdente oposición
a ellíK, Humboldt no pretende reducir-el campo de la vida constitucio­
nal a una asamblea parlamentaria y a 1« debates de ésta con el gobierno.
Por el contrario; el estado encuentra su expresión constitucional, según
él, lo mismo en los órganos inferiores de los estamentos, v. gr^ en las
autoridades de un barrio o en los concejales de una pequeña villa, que
en los estamentos generales. “No se trata simplemente de la organización
de asambleas electivas y de cámaras deliberantes: se trata de la organi-
záción política dcl pueblo mismo, en su totalidad” (§ i6).
A propósito de su estudio sobre la constitución alemana, vemmos que
Humboldt señalaba los peligros de una aplicación irreflexiva “de 1«
principios de la razón y de la experiencia”. No era difícil comprender
por qué desconfiaba de la razón; lo que no se veía ya tan daramente
eran las razones que tenía para extender este juicio condenatorio a la
INTRODUCaÓN 69
(spemncìa, k cual, en cuanto antítesis de la razón, sólo podk interpre­
tane corno la Ustork. £n rcladón con los prdilemas planteada por k
constitudón por estamenta, hubo de decir una vez Humboldt a Stein:
"InàimdMol, debe serio toda constitución, para poder perdurar como algo
vivo en k vida; históricamente, sin embargo, tiene ya un sentido más
difícil de captar” ” Es, como vemos, expresada con un motivo parecido^
k misma actitud desconfkda ante k historia. Recordetnos también con
cuánta fuerza hack hincapié, en el estudio de 1791, cn “k naturaleza
itulividual del presente”, como punto dc partida para toda organizadón
ettatal. En cl pensamiento dc Humboldt podemos (A w var un procc»}
que le separa, en k s dos épocas de su vida y con ocasión del mismo pro­
blema, dc 1« puntos de vista políticos “moderne»” de su tiempo: pri­
mero, del ctdte de la raison; luego, del culto romántico de la historia.
£1 criterio por él abrazado le asegura en ambos casos, según su modo dc
ver, aquella superioridad que confiere cl conocimiento dc las realidades
individuales concretas imperantes en un momento dado.
En este modo de concebir k política parece ir implícito algo de lo que
más adelante habrían de llamar los alemanes Realpolitik. Pero esto no
debe engaíkrncs, haciéndona creer que aquí se trate de ninguna “ideo-
k ^ ”. En estas páginas, sólo podemos señalar de un modo muy super­
ficial que, cn Humboldt, el concepto de k individualidad guañla ima
íntima ickción con su filosofk dc la histork, desarrollada por él por esta
misma época, precisamente. “Las grandes figuras dé k histork”, héroes
individuales y pueblos entero, son, para él, individualidades es decir,
cncarnacbnes vivas de la idea que los gukba y a k que hacen cobrar
cuerpo cn cl tiempo y cn el espacio. Y esto se rrfiere lo mismo al indivi­
duo que a k comunidad humana. El conocimiento que sienta y com­
prenda el sentido y k csenck dc las “ideas encamadas” podrá compren­
der también, dara y seguramente, k “necesidad” (§ 15) bajo cuya ley
se halk y se dcsarrolk su vida terrena. Sabema que Humboldt se reco-
noda a sí mismo una capacidad cspccial de conocimiento para k indi­
vidualidad, cualquiera que fuese su grado. Por tanto, la csenck de la
individualidad del estado prusiano dcbk inspirar, según él, una forma
dc constitución que combinada con la esenck dc k idea dc 1(m estamentos
formase la imagen dc una nueva individualidad histórica.
Esta ideologk contiene, sin embargo, una fuerte d«fs dc cxpcrienck
Pektss, Dat Lebm des Freiherm vm Stein, tomo v, p. 778.
70 iim oD u < xiÓ N

príwoka que es lo que presta su encanto a este proyecto, tan abstracto


todavía cn muchc» respectos. La combinación individual de ambos cle-
mentíM se acusa, sobre túdo, cn la idea de que lo que primadialmente
interesa, al establecer los estament«», es que se “restaure realmente” cl
sentido de las antiguas constituciones de este tipo. Pero por otra parte
está fuera de toda duda que este deseo no pasa de ser un reflejo que cl
ideal acariciado p<w él proyecta sobre el pasado, pues 1« estamentc«
históricos no tuvieron jamás la misión que en cl sistema de Humboldt
se les asignaba. En cl fondo el propio Humboldt sabía perfectamente
que, en casos tales, lo que se hace “siempre es crear formas nuevas bajo
nombres viejos” (1813).

“Nombres vkjos y formas nuevas” : sería difícil encontrar una fór­


mula mejor que é«a para caracterizar los estamentos de Humboldt
En efecto; lo que él llamaba así no guardaba con 1« antiguos estamen­
tos más afiniJad que la del nombre. Históricamente, estamento quiere
decir derechos singulares, privilegios, una categoría de hombres con
dcredios preferentes. Los estamentos de Humboldt, en cambio, habían
de representar al pueblo en su conjunto, aunque con una gradación ra­
zonare y bien pensada. Más tarde, él mismo los consideraba como una
especie de forma de transición hacia un “sistema representativo” de tipo
eurc^o-occidental. “Las constituciones por estamentos brotan, no de
b mano del homlve, sino de 1<» elementos fundamentales del estado, tal
como existen de por sf’ (Fr. von Gcntz). El origen de los estamentos
de Humboldt, claro y manifiesto, no era éste; estos estamentos no son
anteriores ni coetáneos al estado, sino posteriores por entero a él. & el
estado quien ios crea para sus fines; dependen de él y le sirven. Son,
ciertamente, como dice Humboldt, “autoridades del pudjlo”, pero se
hallan kijo la jurisdicción suprema del estado (§ 16).
Los nuevos estamentos no forman aquella mescolanza abigarrada de
múltiples y contradictorias competencias, cuya imagen tanto entusias­
maba al romanticismo político. Son, por el contrario, organismos bien
dedindados y agrupados con arreglo a puntos de vista muy sencillc».
Concebidos primordialmente como colectividades electorales para l<w
miembros de los diversos estamentos, habrían de ocuparse tatnhién, cn
su grado inferior, de los asuntos propios de la administración local No
INTRODUOTÓN 7^

SC agrupan con arríalo a dcrcctio ni siguiendo las normas de la tradi­


ción, sino atendiendo al modo cómo los hombres conviven dentro dcl
otado (I75). La agricultura, de ima parte, y de «ra la industria y cl
comercio constituyen la base para la formación y clasificación de estas
agrupaciones políticas. Es un criterio que guarda mayor relación con el
siglo xvui, con las ideas del mercantilismo o de los fisiócratas, que con
ks instituciones del estado histórico por estamentos. A esto hay que aíía-
dir cl postulado de un derecho de sufragio casi universal y directo para
las agrupaciones de los estamentos. Este derecho brinda al individuo la
I>osibilidad de cooperar a la formación de la voluntad colectiva. “Cada
uno de los que forman el pueblo obtiene su personalidad política, deri­
vóla de su individualidad y de los derechos políticos de la clase a que
partencce.” Estas agrupaciones de los estamentos, que representan a su
vez “ideas encarnadas”, K>n el único acceso por el que cl individuo
participa en el estado. Como se ve, la órbita jurídica individual queda
«nsiderablemente relegada, en comparación con las ideas mantenidas
por Humboldt en 1792.
Los estamentos, como autoridades íwlministrativas del pueblo, ha-
Wkn de aliviar la carga de los asuntos dcl estado y, al mismo tiempo,
encauzar la multiplicidad de los problemas de la burocracia. Si este ré­
gimen se hubiese puesto en práctica, la lógica de las cosas, imponiéndose
a esta intención manifiesta, se habrk encargado de asignarles, además,
una función que Humboldt no menciona, pero que necesariamente
habrk llegado a adquirir k mayor importanck para k vida del estado.
Humboldt no dice nada acerca de k sdjerank dcl pueblo y de la divi­
sión de poderes; est<» prd>lcn:ias habrían sido absorbidos, por dedrlo
as% según las kyes de la prevkión lógica, por el ddjle carácter que él
atribuk a sus estamentCB.
La estructura gradual de k constitucMn por estamentos: primero, la
autonomk administrativa de los pueblos, distritos y ciudades; luegc^
la representación de las provincias en los estamentos provindales y, por
último, la agrupación de estos organismos con arreglo a criteric» profe­
sionales, ha sugerido alguna vez un cierto paralelismo con la idea mo­
derna de los soviets. En este paralelismo va implícito, sin embargo, un
equívoco que conviene disipar. Aun prescindiendo de k idea de la
dominación de ckse, que sirve de base al concepto de 1<msoviets, Hum­
boldt se proponk praisamcnte evitar lo que «>nstituye k fuerza del
72 INTRODUCCIÓN

verdadero sistema soviético: la tendencia a que cada organismo del estado


se vea complementado por el inmediatamente inferior. Asimismo se
hallaba muy distante de su concepción el fenómeno que en Alemania
tuvimos ocasión de apreciar como resultado de la actuación de los soviets:
la absorción del estado por los organismos locales, la disgregación de la
unidad estatal. La verdadera finalidad a que respondía aquella grada­
ción que inspiraba el plan constitucional de Humboldt podría expresarse
bastante bien así: sacar la idea del estado de su aislamiento en la esfera
central y sacar también de su aislamiento al individuo para que estos dos
elementos fundamentales, el individuo y la comunidad, se completasen
ya en las etapas intermedias y pudiesen fundirse entre sí como materia
y como forma.

Quedan algunos puntos sin tocar: por ejemplo, el problema del sis­
tema bicamcral o el de la responsabilidad ministerial, el derecho a inter­
venir en cl régimen tributario y otro problema que no debe relegarse
a último lugar: el del estudio, sorprendente sin duda para un lector dc
nuestros días, por la extensión que nuestro autor le dedica, de la llamada
cuestión de la nobleza. Son, todos ellos, puntos que podrían ser exami­
nados con cierta amplitud. Pero, no queremos extendernos más. Cree­
mos que lo expuesto es suficiente para señalar los jalones del camino que
Humboldt hubo de recorrer en su trayectoria, que va desde el polo de
la negación del estado hasta el polo opuesto de su afirmación. ^
En unas cuantas líneas muy concisas (§12), Humboldt traza un
“cuadro típico” de la actuación política, en tres etapas. Son: primero,
la etapa de la sumisión pasiva al orden establecido; segundo, la de la
intervención activa en el mantenimiento de este orden, nacida del “deber
general como miembro activo del estado” ; tercero, la misión especial
que a los funcionarios del estado les está encomendada. En sus comien­
zos, Humboldt se había confinado en la primera etapa, la de la pasivi­
dad, y desde ella se había visto en la precisión de negar el estado. Más
tarde, situado en la tercera etapa, como funcionario, había tenido ocasión
dc conocer cl estado y apreciar su valor subjetivo y objetivo para la for­
mación cultural del hombre. Su constitución proponíase servir de me­
dio para convertir en patrimonio general, dentro del campo de la segunda
etapa, los frutos que la tercera le había procurado a él.
INTOODUCCIÓN 73

E)c este modo, su experiencia personal vivida vuelve a ensamblarse


desde un doble punto dc vista con la experiencia general. Su proyecto
de constitución recoge el patrimonio de pensamientos de algunas de las
mejores cabezas de la alta burocracia del esudo, influido y estimulado
por él. De otra parte, su idea del “pueblo gobernante” es, en cierto
modo, la ejecución del legado político de la época de la reforma, de la
tendencia de los representantes de la burocracia clásica a inhibirse de su
omnipotencia cn favor de los ciudadanos del estado; más aún, a ceder
su puesto al ciudadano gobernante. En esta actitud alentaba, indudable­
mente, una doble ilusión: se exageraba la importancia de la institución
de por sí, y al mismo tiempo se la desdeñaba. Se confiaba demasiado en
su fuei^a educativa, siguiendo las huellas del siglo xvui, y, a la par con
esto, se menospreciaba la tendencia de toda institución — concretamente,
la dc la burocracia— , una vez establecida, a defender su existencia. No
se tenía en cuenta que el camino seguido, al reforzar como se pretendía
cl poder dcl estado, tenía forzosamente que acarrear como consecuen­
cia cl aumento de sus funcionarios cn número y en importancia. N i
se tenía en cuenta tampoco, finalmente, que aquel cuadro típico en tres
etapas de la actuación política existiría siempre y se repetiría necesaria­
mente, adaptado a las nuevas circunstancias.

Decíamos al comienzo de esta introducción que la actitud de Hum­


boldt ante el estado había que enfocarla y exponerla como un problema
biográfico. Creemos haber demostrado claramente que, para que Hum­
boldt pudiese concebir y desarrollar la idea sintética del estado prusiano
cn su momento histórico, era' necesario que se aunasen en él el pensa­
miento y la experiencia, la vida y la idea. A nuestro parecer, la trayec­
toria personal de Humboldt, dentro del marco de su época, representa
dos cosas: un medio para comprender el camino seguido en el pasado,
cn una etapa histórica, por el destino dcl pueblo y del estado alemanes, y
un símbolo de la misión con la que habrá de enfrentarse constantemente
cl individuo y que consiste en analizar la vida dc la comunidad que toma
cuerpo en el estado.
TEXTOS
1

SOBRE L A TEOR IA G EN ERAL DEL ESTADO

IDEAS SOBRE EL REGIMEN CONSTITUCIONAL DEL ESTADO,


SUGERIDAS POR LA NUEVA CONSTITUCION FRANCESA'
(Agosto de lygí)
En mi 8>ledad, me ocupo ahora más de temas politicos de lo que lo he
hecho cn las frecuentes ocasiones que la vMa activa brinda para ello.
Leo los periédicm politicos con más regularidad que de costumbre y,
aunque no puedo decir que despierten en mí un gran interés, 1<» asun­
tos de Francia son, desde luego, los que más me tientan. Me vienen a
las mientes, a este propósito, todas las cc»as, inteligentes unas y simplis­
tas otras, que vengo oyendo acxrca de esto desde hace dcK años. Mi
propio juicio —cuando me esfuerzo cn formármelo, pw lo menc« para
ver claro ante mí mismo— no coincide precisamente con ningún otro;
parecerá paradójico, pero usted está ya familiarizado con mis paradojas
y en ésta de ahora no dejará de apreciar, al menos, cierta relación de
consecuencia con las demás.
Lo que con más frecuencia, y no he de negar que también a>n el
mayor interés, he oído acerca de la Asamblea Nacional y de su legisla­
ción han sido censuras y siempre, desgraciadamente, ansuras harto fá­
ciles de refutar. Unas veces por desconocimiento de la materia, otras
por prejuicio, otras por ese miedo mezquino a todo lo nuevo y extra­
ordinario y qué sé yo por cuántos errores más, muy fáciles de relKitir.
Y, aunque alguna que otra vez las censuras no pudieran ser refutadas,
siempre quedaba cn pie la ingrata excusa de que, al fin y al cabo, mil
doscientos hombres, por sabios que sean, no dejan de ser simples hom­
bres. De las censuras, y cn general de 1<» juicic» sobre tales o cuales
ley« no se saca, pues, nada en limpio. En cambio, existe, a mi modo
1 Caita dirigida a Fr. Gentz. (Ed.)
78 t e o r ía g e n e r a l d e l e sta d o

de ver, un hecho perfectamente manifiesto, escueto y reconocido por


todo cl mundo, que cncierra sencillamente todc» lœ elemente» necesa­
rios para poder abordar un análisis fundamental y completo dc la em­
presa, cn su conjunto.
La Asamblea Nacional Constituyente se ha propuesto erigir un es­
tado completamente nuevo partiendo de los puros principios dc la razón.
Es éste un hecho que todo cl mundo, empezando por la precia Asamblea
Nacional, tiene que reconocer. Pues bien; ningún régimen dc estado
establecido por la razón —suponiendo que ésta disponga de im poder
ilimitado que le permita convertir sus proyectos cn realidad— con arre­
glo a un plan cn cierto modo predeterminado, puede prosperar. Sólo
puede triunfar aquel que surja de la lucha entre la poderosa y fortuita
realidad y los dictados contrapuestos dc ia razón. Para mí, esta afirma­
ción es tan evidente que no la limitaría exclusivamente a los regímenes
de estado, sino que ia extendería dc buen grado a toda empresa de ca­
rácter práctico, cn general. Sin embargo, es posible que no entrañe la
misma evidencia para un defensor tan entusiasta de la razón como usted.
La examinaré, pues, más detenidamente.
Pero, antes de entrar a razonarla, permítame que diga imas palabras
para precisarla todavía más. En primer lugar, como usted ve, yo consi­
dero cl proyecto de legislación dc la Asamblea Nacional como un pro­
yecto emanado dc la propia razón. En segundo lugar, no quiero afirmar
que los principios dc su sistema sean demasiado especulativos, poco aptos
para su realización. Quiero, incluso, dar por supuesto que todos los
legisladores juntos tuviesen ante sus ojos, dcl modo más tangible, la si­
tuación real dc Francia y de sus habitantes y que ajustasen a ella, cn la
medida dc lo posible y sin mengua dc aquel ideal, los principios dc
la razón. Finalmente, pasaré por alto las dtficultadcs que se interponen
ante su realización. Por cierto c ingenioso que pueda parecer aquello
dc qu’ü ne faut pas donner des leçons d’anatomie sur un corps vivant,
habría que esperar a que le» resultados demostrasen si la empresa sc
consolidaba realmente o si no sería mejor preferir el bienestar firme y
estable de la colectividad a los daños transitorios para algún«» individuos.
Mi razonamiento parte, pues, de estas dos sencillas tesis: la Asamblea
Nacional se proponía establecer un régimen constitucional dc estado
completamente nuevo; 2^ aspiraba a establecerlo, cn todas sus partes,
partiendo de los principios dc ia razón pura, aunque ajustados a ia situa-
roEAS SOBES EL IÍGIM EN CONSUTOCÍONAI. ^

cién individual de Francia. Por el momento, admitircm<K que este régi-


mcn de estado es perfectamente realizable o, si se quiere, que es ya una
realidad. Pues bien; a pesar de ello, sostengo que un régimen de estado
así concebido no puede prMperar.
Un régimen político nuevo tiene que seguir al que le antecedió. En
vez de un sistema encaminado pura y exclusivamente a sacar a la nación
la mayor cantidad pMÍble de recursos para satisfacer las ambiciones y
cl espíritu dilapidador de un solo individuo, se quiere que impere un sis­
tema cuya única mira es la libertad, la tranquilidad y la dicha de todos
los hombres. Se pretende, pues, que un régimen suceda a otro que es
su ojmpleto reverso. ¿Dónde está el vínculo que puede enlazar estos dos
sistemas? ¿Quién se considera con bastante inventiva y habilidad para
establecer esc lazo? Por mucho y muy minuciosamente que se estudie el
estado de cosas actual, por mucha que sea la precisión con que se calcule
loque puede venir detrás de él, nunca será bastante. Toda nuestra ciencia,
todos nuestros conocimientos, descansan — refiriéndonos a los c^jetos de
la experiencia— cn ideas generales, incompletas y medias; es muy poco
lo que podemos llegar a saber de lo individual, y aquí lo que interesa
son precisamente las fuerzas individuales, es la acción, la pasión, cl dis­
frute individual. Cuando es lo fortuito lo que actúa y la razón no pre­
tende sino encauzarlo, las consecuencias son completamente distintas.
De la peculiaridad individual del presente en su conjunto —pues estas
fuerzas que desconocemos son las que nosotros llamamos lo fortuito—
brotan entonces los resultados y los designios que la razón se esfuerza
cn imponer son moldeados y modificados, aunque sus esfuerzos prospe­
ren, por el objeto mismo sobre que se proyectan. Y, gracias a esto, pueden
dar frutos y tener estabUidad. De otro modo, suponiendo que se realicen,
$e hallan condenados a eterna esterilidad. Si algo ha de prosperar en el
hombre tiene que brotar de su interior y no serle impuesto desde fuera.
¿Y qué es un estado sino una suma de fuerzas humanas, activas y
pasivas?
Además, toda acción suscita una reacción de la misma intensidad; cl
acto de engendrar tiene que ir siempre acompañado del acto de concebir.
Por eso lo fortuito actúa de un modo tan poderoso. El presente, aquí,
arrastra consigo el porvenir. Si éste no le sigue, todo permanece frío y
muerto. Tal acontece allí donde las intenciones pretenden crear. La
razón es capaz, indudablemente, de plasmar la materia existente, pero
8o TEC»ÍA GENHEAL DEL ESTASO

no dc acarla. Esta capacidad dc creación reside exclusivamente en la


e ^ c ia de las cosas; son cUas las que actúan, y la razón verdaderamente
sabia sc limita a estimular su actividad y aspira solamente a dirigirlas.
A esto reduce, modestamente, su misión. Los regímenes políticos no
pueden injertarse en los hombres como se injertan los vástagos en 1<»
árboles. Si el tiempo y la naturaleza no sc encargan dc preparar el terreno,
es como cuando sc ata un manojo de flores con un hilo. Los primeros
rayos dcl sol de mediodía se encargan de marchitarlas.
Cabe, sin embargo, preguntar»: ¿es que la nación francesa no se
halla suficientemente p regad a para asimilarse cl nuevo régimen dc
estado? No; jamás existirá una nación preparada para gobernarse por
un régimen político ajustado sistemáticamente a los puros principie»
de la razón. La razón exige la acción unida y proporcionada de todas
las fuerzas. Además del grado dc perfección dc cada uno, presupone la
firmeza de su unión y la relación adecuada dc cada uno con los demás.
Pues bien; si la razón puede verse satisfecha por la acción más multi-
facética posible, cl hombre sc halla condenado por su destino a la uni­
lateralidad. Cada factor ejerce solamente una fuerza en una modalidad
dc su manifestación. A fuerza dc repetirse, se convierte en hábito y esta
manifestación concreta de esta fuerza concreta sc torna, más o menos
acusadamente, por más o menos tiempo, cn carácter. Y por mucho que
cl hombre se esfuerce en lograr que todas las demás fuerzas modifiquen,
mediante su cooperación, aquella fuerza concreta que actúa en un mo­
mento dado, nunca lo consigue, y el terreno que gana a la unilateralidad
lo pierde en fuerza. La acción, cuando sc extiende a varia objetos, pierde
intensidad respecto a toda ellos. Por eso, la fuerza y la cultura se halla­
rán perennemente cn relación inversa. El sabio no persigue íntegramente
ninguna dc las d a ; ambas le son demasiado caras para sacrificar por
entero ninguna de ellas a la otra, Y por eso también, hasta en el ideal
más alto de la naturaleza humana que la imagmación ardiente pueda
concebir, cada momento dcl presente constituye una hermosa flor, pero
una flor solamente. La corona sólo puede trenzarla la memoria, encar­
gada dc enlazar el pasado o)n el presente. Y lo que ocurcc con l a
hombres ocurre también con las naciones, en su conjunto. Sólo pueden
emprender un rumbo cada vez. E>e aquí las diferencias que se advierten
entre ellas y las que cada una dc ellas presenta dc una a otra época.
¿Qué tiene que hacer, cn estas condiciones, un sabio legislador? Estudiar
IDEAS SOB8S EL R¿GIM£N CONSTITUCIONAL 8l
d dcrrotCTo actual y, una vez encontrado, estimularlo o bien contrarres­
tarlo, caso en el cual aquél se verá sujeto a otra modificación, ésta a üUvez
a Mra, y así sucesivamente. Con ello, cl legislador se contentará con acer­
car el derrotero seguMo a la meta de perfección. ¿Qué sucederá cn
cambio, forzwamente, si se pretende que la nación se ajuste a l<» planes
de la razón pura, al ideal, que no se contente con perseguir un crf>jetivo
acertado, sino que se olstine cn alcanzarle» todos al mismo tiempo? £1
resultado será la molicie y la inacción. Todo lo que se abraza con calor
y oin entusiasmo constituye una especie de amor. Y cuando el espíritu
dqa de estar animado por un ideal, se convierte cn hielo lo que antes
m ardor. La energía fracasa cuando se pretende actuar de golpe con
todas sus fuerzas. Y con la energía desaparece toda otra virtud. Sin ella,
cl h<mbre se convierte cn máquina. Se admira lo que hace y se despre­
cia lo que es.
Basta echar un vistazo a la historia de los sistemas políticas para con-
vencene de que en ninguno de ellm se da un grado un poco alto de
perfección y, cn cambio, hasta en el más corrompido de todos enointra-
rcmos una u otra de las virtudes que, cn rigor, debieran aparecer reuni­
das en la imagen del estado ideal. La primera dominación nació de la
necesidad. Sólo se obedecía mientras no se podía prescindir del que
mandaba o no se tenía la fuerza necesaria para rebelarse contra él. Tal
es la historia de todos los estados antiguos, aun los más florecientes. Era
áempre un peligro inminente cl que obligaba a la nación a someterse
a un dominador. Pasado el peligro, la nación procuraba, si podía, sacu­
dirse el yugo. Generalmente el dominador había empuñado las riendas
con tanta fuerza, que cl empeño resultaba vano. Y este proceso es per-
fatamente lógio), dada la naturaleza humana. El hombre puede actuar
hacia cl exterior o formarse a si mismo. Lo primero depende exclusiva­
mente de las fuerzas existentes y de la dkección adecuada que a éstas
se imprima; lo segundo, de su propia actuación. De aquí que esto exija
libertad, mientras que aquello supone necesariamente sumisión, puesto
que cl mejor modo de dirigir diversas fuerzas es agruparlas bajo una
dilección que las guíe. Este sentinaiento llevaba a Icm hombres a some­
terse a la dominación, cuando se trataba de actuar; pero una vez conse­
guido aquel fin, despertaba en ellos cl sentimiento más elevado de su
dignidad interior. Sin colocarse cn este punto de vista, seria imposible
comprender cómo cl mismo romano que cn la ciudad dictaba leyes al
82 te o e Ía gen eral del e s ta d o

Senado doblaba sumiso la cxrviz ante los centuriones, cuando se encontraba


en el campanKnto. Y este c á r te r de los estados antiguos explica por
qué todos ellos carecían, cn realidad, de sistema político, si por sistema
sc entiende un plan preconcebidu, y por qué mientras hoy, para justificar
las instituciones políticas, invocamos siempre razones políticas o filtwó-
ficas, ellos sólo conocían las razones históricas.
Este régimen duró hasta entrada la Edad Media. Qimo al llegar a
esta época la barbarie más profunda lo inundó todo, hubo de imponerse,
tan pronto como a la barbarie se asoció el poder, cl más feroz despotismo.
De buena gana se habría decretado la muerte total de la libertad. Esta
pudo seguir viviendo gracias a la lucha de unos tiranos contra otros.
Claro está que, cn medio de esta situación de violencia, nadie podía ser
libre si al mismo tiempo no era opresor de la libertad de otros. En el
régimen feudal convivían íntimamente la esclavitud más atroz y la
libertad más desenfrenada. El vasallo sc vengaba de su señor oprimiendo
a sus súbdit«». L a celos que de^rtaba cn los reyes el poder dc los vasa­
llos oponían a éstos un contrapeso cn las ciudades y cn el pueblo, hasta
que por último triunfaron los reyes, y de aquí arranca la corruptibilidad
dc la nobleza, que si no fué nunca más que un mal necesario, hoy se ha
convertido en un mal superfluo. Desde entonces, todo sirvió a las inten­
ciones de los reyes. Sin embargo, la libertad salió ganando. El hecho
de que el pueblo se hallase sometido más al rey que a la nobleza le pro­
curaba, por lo menos, el alivio que daba la distancia.
Además, ahora aquellas intenciones ya no podían ser satisfechas di­
rectamente, como cn otro tiempo, mediante las fuerzas físicas de los súb­
ditos —dc donde había brotado, principalmente, la esclavitud personal— .
Ahora sc hacía necesario un recurso: el dinero. De aquí que todos los
esfuerz« sc encaminasen a sacar a la nación la mayor cantidad dc dinero
paible. Esta paibilidad presuponía dos c«as. Que la nación tuviese
dinero y que fticsc posible arrancárselo. Para conseguir lo primero, era
necesario abrir a las naciones diversas fijcntcs dc industria; para l<^rar
convenientemente lo segundo, hubieron dc descubrirse diferentes cami­
nos, unos para soliviantar a los pueblos con métodos irritantes y otros
para reducir las cosus originadas por la propia tributación. Sobre estas
bases descansan, en rigor, todos los sistemas políticos actuales. Sin em­
bargo, como para poder conseguir la finalidad fundamental, y por tanto,
en cl fondo, en cuanto medio supeditado a aquel fin, se aspiraba a ío-
IDEAS SOBRE EL REGIMEN COKSTITUCIONAL 83
mentar cl bienestar de la nación y se le concxdía, por ser condición inex­
cusable para ello, un grado mayor de libertad, no faltaron hombres de
biKna voluntad, principalmente escritores, que, invirticndo los términos
dd problema, consideraron aqud bienestar como cl fin y la percepdón
de tributos como un medio ncasario, simplemente. Hubo también uno
que otro príncipe que albergó esta idea cn su cabeza. Y así fué como
surgió el principio de que el gobierno debe velar por la dicha y el bien­
estar físico y moral de la nación. Lo cual constituye, precisamente, el
más duro y opresor de los despotismos, pues como los medios de la
opresión se hallaban tan escondidos y eran tan complejos, los hombres
se creían hbrcs y sentkn paralizarse sus fuerzas más nobles. Sin embargo,
d propio mal se encargó de engendrar también cl remedio. El tesoro
de c»nocimicnt« acumulado de este modo, la difusión más amplia de
las luces, se encargaron de ilustrar nuevamente a la humaáidad acerca
de sus derechos e hicieron renacer cn ella la nostalgia de la libertad. De
otra parte, la obra de gobernar se tornó tan artificiosa que c x ^ una
suma indescriptible de inteligencia y previsión. Y fué precisamente cn
d país cn que la Uustración habú convertido a la nadón cn el enemigo
más temible dcl despotismo donde más se descuidó d gobierno y dejó
al descubierto brechas más peligrosas. Este país era, necesariamente, el
primero cn que tenía que producirse la revolución, tras la cual no podía
venir más sistema que el sistema de una libertad moderada y, sin embargo,
completa y absoluta, el sistema de la razón, un régimen de estado ideal.
La humanidad había caído en un extremo y tenía que buscar su salva-
ctón cn cl extremo contrario. Si se nos pregunta si semejante régimen
polítio) puede prosperar, contestaremos: según las enseñanzas de la His­
toria, no. No obstante, la revolución ilustrará de nuevo las ideas, esti­
mulará de nuevo todas las virtudes activas del hombre, y de este modo
derramará sus bcnefÍd(M mucho más allá de las fronteras de Franda. En
esto seguirá cl rumbo de todos le» sucesos humanos, en los cuales aque­
llo que cndcrran de bueno no surte efecto nunca en cl sitio cn que acae­
cen, sino a gran distancia a través dcl espacio o dd tiempo, mientras
aqud sitio recibe, a su vez, el influjo beneficioso de otros s|uccsos lejanos.
No puedo por menos de añadir algunos ejemplos para ilustrar esta
última reflexión. En todas las épocas ha habido acontecimientos que,
siendo funestos de por sí, han salvado sin embargo un bien inestimable
de la humanidad. ¿Qué fué lo que salvó la libertad cn los tiempos de
84 TEORÍA GENERAL DEL ESTADO

la Edad Malia? El régimen feudal. ¿Qué preservó la ilustración y las


ciencias cn los tiempos dc la barbarie? Las órdenes monásticas. Y, para
poner un ejemplo sacado dc la vida dom^tica, ¿qué fué lo que salva­
guardó entre los griegos cl noble amor por el otro sexo, en los tiempos
cn que cl otro sexo se veía despreciado? Fué la pederastía. Más aún.
Para comprobar lo que decimos no necesitamos siquiera acudir a la
historia, pues el ejemplo más elocuente dc ello lo tenemos cn el curso
de la vida dcl hombre cn general. En cada época de la vida hay una
modalidad de la existencia que ocupa el lugar central del cuadro y a la
que todas las demás sc subordinan como figuras accesorias. Al pasar
a otra época, aquella sc convierte en figura secundaría y una dc éstas
pasa a ocupar el primer plano. Es así como todo lo que significa goce
alegre y despreocupado corresponde a la niñez; todo lo que representa
entusiasmo por la belleza sentida, desprecio por los trabajos y por el jkU-
gro que lleva consigo el conquistarla, a la juventud; cuanto supone refle­
xión cuidadosa, celo por encontrar los fundamentos de la razón, a la
edad madura; todo lo que sea acostumbrarse a la idea de la caducidad
misma, todo esc goce nostálgico dc pensar cn lo que fué y ya no es, 3 los
años marchitos de la senectud. En cada uno dc estos periodos existe el
hombre en su integridad. Y sin embargo, en cada uno dc ellos sólo
brilla con claro fulgor una chispa dc su ser; en los otrm, no es más que
un tenue reflejo lo que se percibe, ora cl reflejo de una luz medio extin­
guida ya, ora el de una luminaria que pronto lucirá en todo su esplen­
dor. Otro tanto acontece con cada una de las capacidades y sensaciones
dc cada hombre. Por sí solo, ningún individuo dc su género puede
agotar y resumir todos los sentimientos, a lo largo dc las distintas situa­
ciones cn que viva. El varón, por ejemplo, cn la especie humana, eter­
namente afanado en actuar al exterior, eternamente ansi«o dc libertad
y de poder, rara vez posee la dulzura dc cadíctcr, la bondad, el anhelo
de hacer a otro dichoso también con la dicha que sc siente y no sola­
mente con la que se otorga; cualidades todas tan propias de la mujer.
Ea, cambio, ésta carece con frecuencia dc fuerza, de dinamismo, de va­
lor. Dc donde sc dcducc que, para poder sentir la plena belleza del
hombre cn su integridad, tendría que haber un medio que permitiera
apreciar unidos unos y otros encantos, aunque sólo fuese momentánea­
mente y cn grado distinto. Y esta vida, si existiese, guardaría el recuerdo
del goce más hermoso de la más hermosa dc las vidas.
IDSAS SOBRE I L RÍGIMEN OONSUTUCIONAI. 85
¿Qué se desprende de todo lo dicho? Que ningún momento aislado
de les hombres o de las cosas merece ser tomado cn consideración de
por sino sólo en relación con la existencia anterior y posterior; que,
de por si^ ios resultados no son nada, pues todo estriba cn las fuerzas
que los producen y que brotan de ellos.
IDEAS PARA UN ENSAYO DE DETERMINACION DE
LOS UMITES QUE CIRCUNSCRIBEN LA ACCION
DEL ESTADO

I ntroducción

Se concreta el tema de la investigación.— Escasez de estudio^ sobre él e imponanda que


reviste.— Ojeada histórica »bre los límites puestos realmente por los estados a su
acdón.— ^Diferencia entre los estados antiguos y los modernos.— ^Finalidad de loi
vínculos in>puesu>s por el estado en general.— Polémica sobre si debe ennsistir
czclusivainente en velar por la seguridad o también por d bienestar de la nadón,
en general.— ^Legisladores y escritores afirman lo segundo.— No obsBnte, es neíe-
sario proceder al examen de estas afirmaciones.— Este examen debe partir del hombre
individual y de sus fines últimos supremos.

C u an do se com p aran entre sí los sistemas políticos más notables y se


contrastan con las opiniones de los filósofos y políticos más prestigiosos,
(voduce asombro, y tal vez no sin su causa y razón, ver tratado de un
modo tan poco completo y resuelto de un modo tan poco preciso un pro­
blema que parece, sin embargo, digno de atraer la atención: cl problema
de la finalidad a que debe obedecer la institución del estado en su conjunto
y de los límites dentro de los cuales debe contenerse su acción. Casi
todos los que han intervenido en las reformas de los estados o estu­
diado 1(» prd}lemas de las reformas políticas se han ocupado exclusi­
vamente de la intervención que a la nación o a algunas de sus partes
rarresponde en c! gobierno, del modo como deben dividirse las diversas
ramas de la administración del estado y de las providencias necesarias
|ora evitar que una parte invada los derechos de la otra. Y sin embargo,
a la vista de todo estado nuevo a mí me parece que debieran tenerse pre»
sentes siempre de» puntos, ninguno de 1(» cuales puede pasarse por alto,
a mi juicio, sin gran quebranto: imo es el determinar la parte de la
8f
88 TEORÍA GENERAL DEL ESTADO

nación llamada a mandar y la llamada a obcdcccr, así como todo lo que


forma parte dc la verdadera organización del gobierno; otro, el deter­
minar IcB objetivos a que cl gobierno, una vez instituido, debe extender
y al mismo tiempo circunscribir sus actividades.
Esto último, que cn rigor trasciende a la vida privada de los ciudada-
no$ y determina la medida cn que éstos pueden actuar libremente y sin
trabas, constituye, cn realidad, cl verdadero fin último, pues lo primero
no es más que cl medio necesario para alcanzar este fin. Si, a pesar dc
ello, cl hombre se preocupa más de lo primero y lo persigue con mayor
esfuerzo, es porque ello cuadra mejor con el curso normal dc sus activi­
dades. La divisa del hombre sano y lleno de. energías cstrüia, en ef«to,
cn perseguir un fin y alcanzarlo, aplicando a ello su fuerza física y
moral. La posesión que restituye el reposo a las energías puestas en ten­
sión sólo nos tienta en nuestra engañosa fantasía. Lo cierto es que en la
situación del hombre, cuyas fuerzas están siempre cn tensión y prestas
a actuar y al que la naturaleza circundante estimula constantemente a la
acción, la posesión y cl repa» sólo existen en el reino de la idea. Sólo
para cl hombre unilateral el rep<»o es también cl término de una níiani-
fatación, y al hombre inculto un objeto sólo le brinda materia para pocas
manifestaciones. Por tanto, lo que se dice acerca del enojo causado por
la saciedad en la posesión, sobre todo en el terreno de las sensaciones
más sutiles,^ no rige en modo alguno con cl ideal del hombre, que la
fantasía es capaz de forjar; y esto, que en el pleno anudo de nuestra
afirmación se refiere al hombre completamente inculto, va perdiendo
su razón de ser gradualmente, a medida que es una cultura más y más
elevada la que inspira aquel ideal.
Lo expuesto explica por qué el conquistador, por ejemplo, se com­
place más en cl triunfo mismo que cn l a territoricK conquistados y al
reformador le atraen más la inquietud y los peligres de su labor refor­
madora que el tranquilo disfrute de los resultados ditenid«. E>el mismo
modo, ejerce más tentación sobre el hombre el poder que la libertad,
o, por lo menos, le fascina más el cuidado por conservar la libertad que
el disfrute dc ella. La libertad no es, cn cierto modo, más que la posibi­
lidad de ejercer una acción múltiple e indeterminada; el poder, en
cambio, y el gobierno en general, constituye una acción real, aunque

* Cfr. Lhsinc, cn la Duplica, Simtl. Schriften, tomo n ii, p. 23.


límites de la AcaÓN o a estado 89
ccecrcta. Por eso la nostalgia de libertad sólo se produce, con harta
frecuencia, como fruto dcl sentimiento de la falta de ella.
Mas, sea de esto lo que quiera, es innegable que la investigación dcl
fin y de los límites a que deben contraerá la acción dcl estado encierra
una importancia grande; mayor acaso que ninguna <«ra investigación
política. Ya dejamos dicho que esta investigación toca, en cierto modo,
al fin último de toda política. Es la única, además, susceptible de una
aplicación más leve o más extensa. Las verdaderas revoluciones de los
estadc» y otras instituciones de los gobiernos no pueden producirse más
que cuando concurren muchas circunstancias, no pocas veces harto for­
tuitas, y acarrean siempre consecuencias dañosas muy variadas. En cam­
bio, todo gdxrnante —lo mismo en 1« estad« democrático^ que en los
aristocráticos o en los monárquiccM— puede extender o restringir callada
e insensiblemente los límites de la acción del estado, y alcanzará su fin
último con tanta mayor seguridad cuanto mayor sea el sentido con que
huya de toda innovación sorprendente. Las mejores opcraciímes huma­
nas son aquellas que más fielmente reproducen las operaciones de la
naturaleza. Y es indudable que la semilla enterrada silencic»a c inad-
rertídamente en cl suelo produce beneficios más abundantes y más gratos
que la erupción, n«:esaria indudablemente, pero acompañada siempre
de ruina y estragos, de un volcán desencadenado.
Además, ningún otro tipo de reforma es más propio de nuestiá épo­
ca, si ésta tiene derecho realmente a enwgullecerK de ser una época
avanzada en cuanto a ilustración y a cultura. En efecto, la investigación
de los limites de la acción del estado, que nosotros propugnamos a>mo
importante, habrá de a>nducir necesariamente —como es fácil anticipar—
a una libertad superior de fuerzas y a una mayor variedad de situaciones.
Y la posibilidad de elevarse a un grado más alto de libertad exige siem­
pre un grado igualmente alto de cultura y una menor necesidad de ac­
tuar, por decirlo así, en masas inforiiKs y vinculadas, mayor fuerza y
una riqueza más v¿iada, por parte de los individuos actuantes. Por
tanto, si es cierto que nuestra época es una época aventajada en lo tocante
a esta cultura, a esta fuerza y a esta riquezai, será necesario concederle
también la libertad que reivindica con razón. Y le» medie» con los que
habrk de llevarse a cabo una refc»ma semejante son también mu^o
más adecuados a esta cultura progresiva, suponiendo que debamos darla
por existente. Si en otros sitie» u otras épocas es la espada desenvainada
90 m m ÍA GENERAL DEL ESTADO

dc la nación la que pone a raya el poder ffeico del tirano, aquí son la
ilustración y la cultura las que venan a las ideas y la voluntad del re-
^nte, y la imagen informe de las cosas parore más d>ra suya que obra
de la nación. Y si constituye un espectáculo hermcMO y sublime ver a un
pueblo que, llevado por el sentimiento pletórico de sus dcredw» del
hombre y del ciudadano, rompe sus cadenas, es incomparablemente más
hermoso y más sublime —^pues la obra de la inclinación y del respeto
ante la ley supera cn belleza y cn grandeza a los frutos arrancados por
la penuria y la necesidad—^ ver a un príncipe que rompe por sí mismo
los grilletes y concede a le« hombres la libertad, no como don gracioso
de su magnitud, sino cn cumplimiento de su primordial e inexcu­
sable deber. Tanto más cuanto que la libertad a que aspira una nación,
cuando modifica su régimen político, es a la libertad que puede conferir
un estado ya existente lo que la esperanza es al disfrute o la capacidad a
la ejecución.
Si echásemos una ojeada a la historia de 1« sistemas políticcB, sería
muy difícil señalar con exactitud en ninguno de ellos el radio de acción
a que se halla circunscrito el estado, ya que seguramente ninguno se
ajusta a un plan bien meditado y basado cn principios sencillos. La liber­
tad dc los ciudadanos se ha limitado siempre, principalmente, desde dos
puntos de vista: por un lado, respondiendo a la necesidad de implantar
o asegurar el régimen político vigente; por otro lado, atendiendo a la
conveniencia dc velar por el estado físico o moral dc la nación. Estos dos
puntos de vista variaban cn la medida cn que el régimen, dotado de por
sí dc poder, necesitase dc otros apoyos y según la imyor o menor ampli­
tud dc perspectivas que se abriese ante cl legislador. No pocas veces am­
bas clases de consideraciones se combinaban. En les estad<» antiguos,
casi todas las instituciones relacionadas con la vida privada de l(» ciuda­
danos eran políticas, en el más estricto sentido dc la palabra. En efecto,
como en ellos cl régimen se hallaba dotado realmente dc poco poder, su
estabilidad dependía principalmente dc la voluntad de la nación y era
ndeiario encontrar diversos medios para armonizar su carácter con esta
voluntad. Es, exactamente, lo que sigue sucediendo todavía hoy cn los
pequeños estados republican«, y —considerada la ccsa desde este punto
de vista exclusivamente— debe, por tanto, estimarse absolutamente exacta
la afirmación dc que la libertod dc la vida privada aumenta oactamaitc
en la misma medida en que disminuye la libertad de la vida pública,
IÍm ITES d e l a a c c i ó n d e l ISTADO 9I
mientras que la seguridad de aquélla discurre siempre paralelamente a
ésto.* Sin embargo, los legisladores antiguos velaba* con frecuencia y los
filósofos de la Antigüedad se preocupaban siempre por el hombre, en el
^«nladero sentido de la palabra. Y, o}mo lo supremo en cl hombre, para
dios, era el valor moral, se comprende que la República de Platón, por
ejemplo, fiiese, según la observación extraordinariamente certera de Rous­
seau, más una obra educativa que una obra política.
Si comparamos con esto los estados modernos, vemos que es indis­
cutible, en no pocas leyes c instituciones que imprimen a la vida privada
una forma con frecuencia muy precisa, la tendencia a velar por cl pro­
pio ciudadano y por su bienestar. La mayor estabUidad interior de nues-
tros sistemas políticos, su mayor independencia con respecto al carácter
de la nación, la influencia más poderos que hoy ejercen los hombres
que se limitan a la labor de pensar — las cuales, lógicamente, se hallan
en condiciones de abrazar puntos de vista más amplié» y más firmes—,
toda esa multitud de inventos que enseñan a elaborar o a emplear mejor
los objetos corrientes de la actividad de una nación, y, finalmente y sobre
todo, ciertos conceptos religiosos que hacen al regente de un estado
responsable también del bienestar moral y del porvenir de sus ciudada­
na: todo ha contribuido, al unísono, a producir este cambio.
Sin embargo, estudiando la historia de ciertas leyes de policía ^ y de
dcrtas instituciones, vemos que tienen su origen, con harta frecuencia, en
la necesidad, unas veces real y otras veccs supuesta, que siente el estado
de imponer tributos a los súbditos, y en este sentido reaparece en cierto
modo la analogía am le® estados antiguos, ya que estas instituciones
tienden asimismo al mantenimiento del régimen. Pero, en lo que se re­
fiere a las restricciones inspiradas no tanto en el interés del estado como
m el de 1« individuos que lo forman, existe una diferencia considera­
ble entre los cstade» antiguos y los modernos. Los estados antigua vela­
ban por la fuerza y la cultura dcl hombre en cuanto hombre; los estados
moderna se preocupan de su bienestar, su fortuna y su capacidad adqui­
sitiva. Los antiguos buscaban la virtud; los modernos buscan la dicha.

• CcHno esta norma constituye una de las te*ii fundamentales del estudio, conviene
•cfialar que descansa sobre un sofisma lógico, el cual no resistiría a la investigación
hislárica. (Ed.)
■* "leyes de policía” entendía d lenguaje de la época todo el campo de la legis­
lación administrativa, en generaL (Ed.)
92 TEOKÍa general del ESTADO
Por eso, por una parte, las restricciones puestas a la libertad por 1«
estados antiguos eran más gravosas y más peligrtMas, pues tocaban direc­
tamente a lo que constituye lo verdaderamente característico dei hom­
bre: su existencia interior; y por eso también todas las naciones antiguas
presentan un carácter dc unilateralidad, determinado y alimentado cn
gran parte (si prescindimos, además, dc la ausencia dc una cultura refi­
nada y de medios generales de comunicación) pw el sistema de educa­
ción común implantado cn casi todos los paím y por la vida común,
conscientemente organizada, de los ciudadanos cn general. Pero, por
otra parte, todas estas instituciones dcl estado mantenían y estimulaban,
entre los antiguos, la fuerza activa del hombre. Esta misma preocupa­
ción, que jamás se perdía dc vista, por formar ciudadanos fuertes y capa­
ces dc bastarse a sí mismos, daba un mayor impulso al espíritu y al
carácter.
En cambio, cn los estados modernos, aunque cl hombre mismo se
halle directamente sujeto a menos restricciones, vive rodeado por cosas
que dc por sí le cohíben, por cuya razón le es posible afrontar con fuerza
interior la lucha contra esas trabas externas. El solo carácter dc las res­
tricciones puestas a la libertad cn nuestros estadc» indica que su intención
tiende más a lo que el hombre posee que a lo que es y que, aun siendo
así, no se limitan a ejercer, como los antiguos, aunque sólo fuese de un
modo unilateral, la fuerza física, moral c intelectual, sino que imponen
como leyes sus ideas concretas y sofocan la encrgúi, que es como la fuente
de toda virtud activa y la condición necesaria para que el hombre pueda
desarrollarse, adquiriendo una cultura elevada y múltiple. Así pues, $1
en las naciones antiguas la mayor cantMad de fuerza contrarrestaba el
defecto dc la unilateralidad, cn las modernas este defecto contribuye
a acrecentar cl de la falta dc fuerza. Esta diferencia entre 1« antiguos y
los modernos se evidencia cn todas partes. En los últimos siglos, es la
celeridad dc los progreses conseguidc», la cantidad y la difusión de los In­
ventos artificiosos y la grandiosidad de las obras realizadas lo que más
atrae nuestra atención, pero en la Antigüedad nos atrae scérc todo la
grandeza que desaparece siempre al desaparecer «« hombre, d esplendor
dc la fantasía, la profundidad dcl espíritu, la fortaleza dc la voluntad, la
unidad dc todo el ser humano, que es lo único que da verdadero valor
al hombre. Era el hombre y eran, concretamente, su fuerza y su cultura,
lo que ponía en movimiento toda actividad. En nuestras sociedades, en
L Í M m s DE LA ACCIÓN DEL ESTADO 93
cambio, es, con harta frccucncia, un todo ideal que casi le hace a uno
olvklar% de la existencia de los individuos; o, por lo menos, no es su
ser interior, sino su quietud, su bienestar, su dicha. antiguos busca-
ban la felicidad en la virtud, mientras que los modernos se hallan ya
demasiado acostumbrados a extraer ésta de aquélla. Y hasta aquel que
ha sabido ver y exponer la moralidad en su más alta pureza,® cree deber
infundir a su ideal del hombre, por medio de un mecanismo muy artifi­
cial, la felicidad, y por cierto que más como una recMnpcnsa ajena que
como un bien conquistado por cl mérito propio. No nos detendremos
más a examinar esta diferencia. Terminaremos con las palabras de la
Etica de Aristóteles: “Lo peculiar de cada uno, con arreglo a su carác­
ter, es lo mejor y más dulce para él. Por eso el vivir ajustado a la razón,
siempre que ésta sea lo que más abunda en el hombre, es lo que h aa al
hombre más dichoso”.
Entre los tratadistas de derecho político se ha discutklo más de una
vez si el estado debe limitarse a velar por la seguridad o debe perseguir
también, de un modo general, el bienestar físico y moral de la nación.
La preocupación por la libertad de la vida privada conduce preferente­
mente a la primera afirmación, mientras que la ¡dea natural de que la
misión del estado no se reduce a la func¡ón de la seguridad y de que
cl abuso en la restricción de la libertad es, evidentemente, posible, pero
no necraario, inspira la segunda. Y éste es, incuestionablemente, el cri­
terio predominante, tanto en la teoría como en la práctica. Así lo de-
mi^tran la mayoría de los sistemas de derecho público, los moderna
^ ig o s filoaSfica y la historia de la legislac¡ón de casi todos ios cst^ a.
La agricultura, los oficios, la industria de todas clases, el comercio, las
propias artes y las ciencias: todo recibe su vida y su dir«:ci4 i dcl estado.
Con arreglo a estos principios, ha cambiado de fisonomía cl estudio de
las cicndas políticas, como lo demuestran, por ejemplo, las ciencias ca­
merales y de policía, y se han creado ramas completamente nuevas de la
administración dcl estado, tales como las corporaciones camerales, de
manufacturas y de finanzas. No obstante, por muy general que pueda
x t este prindpi<^ erremos que vale la pena examinarlo más de a r a .
Y este examen debe tener como punto de partida el hombre individual y
sus fines última supremos.
® K * n t , refiriéndose al Mcn supremo, en sus Principios de la metafitica de ¡m eos-
tambres y en k Crítica de la razón práctica.
94 teoiiía general del estado

C onsideraciones sobre e l hom bre in d iv id u a l y lo s fin e s év n M C s


SUPREMOS DE SU EXISTENCIA

El supremo y útdmo fin dc todo hombre es cl desarrollo máj elevado y prc^rdonado


de sus fuerzas, dentro de su individual peculiaridad.—L*u condiciones necesarias
para conseguir esto son: libertad de conducta y diversidad de situadonw.—Cfaio
se aplican de cerca estas normas a la vida interior del hombre.—C oañm acióa de laf
mismas por la historia.—Supremo principio para toda la investigación en que nc«
ocupamos y a la que conducea estas consido-adones.

El verdadero fin dcl hombre —no aquel que Ic señalan inclinacioncs


variables, sino el que le prescribe la eternamente inmutable razón— es
cl más elevado y proporcionado desarrollo dc sus fuerzas cn un todo
armónico. Y para ello, la condición primordial c inexcusable es k liber­
tad. Sin embargo, además dc la libertad, el desarrollo dc las fticrzas
humanas exige otra condición, estrechamente relacionada, es cierto, con
la de la libertad: la variedad dc las situaciones. Es indudable que hasta
el hombre más libre y más independíente adquiere un desarrollo más
limitado si su vida se desenvuelve dentro dc situaciones uniformes.
Cierto es que, dc una parte, esta variedad dc situaciones es siempre con­
secuencia de la libertad y que, de otra parte, existe una clase de opresión
que, cn vez dc restringir la libertad dcl hombre, infunde la forma apc-
tecitda a las cosas que le rodean, para que ambos constituyan en cierto
modo una imidad. Sin embargo, conviene a la claridad de las Meas no
confundirlos. Un solo hombre sólo puede actuar una vez coa una
fuerza; mejor dicho, todo su « r se halla predestinado a proyectarse cn
una sola actividad cada vez. El hombre parece hallarse condenado, por
tanto, a la unilateralidad y su energía se debilita tan pronto como se
límites de la acción del ESTADO 95
reparte entre varios objetes. Sin embargo, parea sobreponerse a esta
unilateralidad cuando se afana por aglutinar las fuerzas dispersas y apli­
cadas no pocas veces de un modo disperso, cuando se esfuerza en reunir
y combinar en cada período de su vida la chispa ya casi extinguida y la
llamada a resplandecer en días cercanos y cuando tiende a multiplicar,
mediante su enlace, no los objetos sobre que actúa, sino las fuerzas pues­
tas en acción. El resultado que se detiene enlazando el presente con cl
pasado y cl futuro se consigue también en la sociedad mediante la agru-
padón de unos hombres con otros. Aun a través de tod« 1« períodos
de su vida, ningún hombre alcanza más que una de las perfecciones que
forman, como si dijéramos, d carácter de todo el género humano. Por
eso hay que recurrir a las agrupaciones, nacidas de la esencia misma de
las ccKas, para que unw puedan beneficiarse con la riqueza adquirida
por los otros.
Una de estas agrupaciones destinadas a formar d carácter es, ^gún
la experiencia de todas las nadones, aun de las más toscas, la unión entre
IfM dos sexos. Sin embargo, aunque en este caso se acusen con mayor
fuerza, en cierto modo, tanto la diferencia como cl anhdo de unión,
ambas cosas se dan también con no mmm vigor, si bien de un modo
menos acusado y tal vez, precisamente por ello, con efectos más vigoro­
sos, entre personas del mismo sexo. Estas ideas, si pudiésemos seguirlas
y desarrollarlas con mayor precisión, nos conducirían tal vez a una ex­
plicación más exacta dd fenómeno de las uniones que 1<» antiguos, espe­
cialmente los griegos, induso los legisladores, contraen y a las que se
da frecuentemente el nombre poco noble de amor vulgar o el título,
inexacto también, de simple amistad. El provecho de tales uniones para
la formación dd hombre depende siempre del grado en que se mantenga,
dentro de la intimidad de la unión, la independencia de las personas
unidas. Es necesaria la intimidad, para que el uno pueda ser sufi­
cientemente comprendido por el otro, pero hace falta también la inde­
pendencia, [^ a que cada uno pueda asimilar lo que haya comprendido
dcl otro en su propio ser. Y ambas cosas requieren que los individuos
unidos sean fuertes y, al mismo tiempo, que sean distintos, aunque la
diferencia no debe ser tan grande que no se comprendan d uno al otro,
ni tan pequeña que no permita admirar lo que el otro posee ni apetecer
asimilárselo. Esta fuerza y estas diferencias múltiples se asocwn en la
originalidad; por eso aquello sobre que descansa en último término
96 TEORÍA g e n e r a l DEL ESTADO

toda la grandeza dcl hombre, por lo que cl individuo debe luchar etcr-
Bamcnte y lo que janiás debe perder dc vista quien desee actuar sobre
hombres, es la peculiaridad de la fuerza y de la cultura. Y esta peculia­
ridad, del mismo modo que es fruto de la libertad de conducta y de la
variedad dc situaciones dcl que actúa, produce, a su vez, ambas cosas.
Hasta ia naturaleza inanimada, que camina a pasos inmutables con arre­
glo a leyes eternamente fijas, se le antoja algo peculiar al hombre que se
forma a sí mismo. Y es que éste se transfiere él mismo, por decirlo así,
a la naturaleza, pues es absolutamente exacto que cada iiuJividuo aprecia
la existencia dc riqueza y dc belleza a su alrededor en la medida cn que
éstas se albergan cn su propio pecho. Piénsese, pues, cuánto más fuerte
tiene que ser cl efecto producido por la causa, cuando el hombre no
se limita a sentir y percibir sensaciones exteriores, sino que es él mismo
quien actúa.
Si intentamos examinar o>n mayor precisión estas ideas aplicándo­
las más de cerca al hombre individual, veremos que todo se reduce a
forma y materia. A la forma más pura dc todas, revestida por una capa
más tenue, la llamamos idea; a la materia men<» dotada de forma, sen­
sación. La forma brota dc las combinaciones dc la materia. Cuanto
mayor es la abundancia y la variedad dc la materia, más elevada es la
forma. Los hijos dc los dio^s no son más que el fruto dc padres inmor­
tales. La forma se torna a su vez, por decirlo as!, cn materia de otra
forma más hermosa todavía. De este modo, la flor se convierte en fruto
y de la simiente que cae del fruto brota cl nuevo tallo, en cl que se abrirá
a su vez la nueva flor. Cuanto más aumente la varioiad, a la par que la
finura de la materia, mayor será también su fuerza, porque será may<M",
asimismo, la concatenación. La forma parece fundirse cn la materia
y ésta cn la forma. O, para expresarnos sin metáforas: cuanto más ricos
cn ideas sean los sentimientos del hombre y más pletóricas de sentimiento
sus ideas, a mayor altura rayará ese hombre. Esta eterna fecundación de
la forma y la materia o de la varied^ con la unidad es la base sobre
que descansa la fusión de las dos naturalezas asociadas en cl hombre;
la cual es, a su vez, la base de la grandeza de éste. El momento supremo
en la vida del hombre es este momento de la floración.* La fcw'ma sim­
ple y poco atractiva del fruto apunta ya, como si dijésemcs, por sí misma,
• Para la mejor cotnpreiuiéil de atas afirmadona, deberían consultarse los dof
estudios dcl autor, procedentes de este mismo afio: Ueber männliche und weibliche Form
LÍMITES 0E LA ACQÓN 01L ESTAM 97
a k belleza de la £1« que ha de salir de él. Todo parece tender y volar
hada la floración. Lo que brota dcl grano de la simiente dista todavía
mucho de po«er cl encanto de la flor. El recio tronco, las anchas y dis­
persas hojas tienen que pasar todavía por un proceso más acabado de
perfección. Esta va alcaiúándosc gradualmente, a medida que el ojo se
remonta por el trona> dcl árbol; en lo alto, otras hojas más tiernas pa­
recen anhelar la unión y se juntan más y más, hasta que la coiKt parece
calmar su sed.’ Sin embargo, el reino de las plantas no ha sido favore­
cido por la suerte. Las flores caen y cl fruto vuelve a producir, una y otra
vez, el mismo tronco, igualmente tosco y que va afinándose siempre de
abajo arriba. En cl hombre, cuando se marchita una flor es para dejar
el puesto a otra más bella y cl encanto de lo más hermoso oculta ante
nuestra ojos, por el momento, el eternamente incxcrutable infinito.
Y lo que cl hombre recibe dcl exterior no es más que la simiente. Es
su energía, su actividad, la que debe convertir esa simiente, aunque sea
la más hermosa, en la más beneficiosa para él. Y será beneficiosa para él
en la molida en que represente algo vigoroso y propio dentro de sí
mismo. Para mí, el supremo ideal en la coexistencia de los seres huma­
nos x t h aquella sociedad en que cada uno de l<» seres imidos se desarro­
llase solamente por c¿)ra de sí mismo y en gracia a él mismo. La natura­
leza f&ica y moral se encargaría por sí misma de unirlos. Y, así como
las luchas en cl campo de batalla son mi; honrosas que l<s combates en el
circo y los encuentros entre ciudadanos movidos por la pasión dan más
gl(H:ia que los dioques entre soldados mercenarios, la pugna entre las
ñicrzas de «os seres acreditaría y engendraría, a la par, la máxima
energía.
¿No es eso precisamente lo que n « cautiva de un modo tan indecible
en 1(K tiempos de Grecia y lo que, en términos ^nerales, cautiva a cada
época en los tiempos remotos y ya desaparecidos? ¿No es, principal­
mente, el hedió de que aquellos hombres tuvieron que reñir batallas más
duras con el destino, combates más enconada con otros hombres? ¿El
hecho de que en ellm se unían una fuerza originaria y una peculiaridad
más acusadas y de que esta unión engendraba nuevas figuras maravi-
ll<»as? Cada época pmtcrior —y la proporción tiene que ir considera-
j Ueber ien Ge»hlechtmntertchkd und dem n Einfluss m f áie orgamscht Netur, « i
Gesammelu Sckriftea, tomo i, pp. ¡ tu s . (Ed.)
* G o m i , Ueber die metamorphose der Pfimiten.
98 TMHtiA CSENSmU. DEL ESTADO

blcmentc en aumento, a partir de la época actual— debe necesariamente


ser inferior a las anteriores en variaiad, lo mismo cn la de la naturaleza
—1<K gigantescos bmques son talados, los pantanos se desean, etc.— que
cn la dc los hombres, por la comunicación y la asociación cada vez ma­
yores de las obras humanas y por las dos razones antedichas.® Es ésta
una dc las causas más importantes que hacen que la idea de lo nuevo,
de lo extraordinario, dc lo maravilloso, abunde mudio menc», que
la sensación de asombro y dc temor escasee de un modo casi vcrgonzcMO
y que la invención dc recursos nuevos, aún desconocidos, elimine
cn gran parte las decisiones súbitas, impremeditadas y aprcmianta. En
parte, porque hoy es menos acuciante la presión de las circunstancias
externas sobre el hombre, preparado con más medie» instrumenta­
les para hacerles frente; en {»rte, porque ya no es p<»ible, como antes,
ofrecerles resistencia exclusivamente con las fuerzas de que la naturaleza
dota a todo individuo y que éste no tiene más que emplear; cn parte,
finalmente, porque la ciencia, más desarrollada, hace mcnts necesaria la
inventiva y porque, al aprender, se va embotando por sí misma k fuerza.
En cambio, es innegable que, al disminuir k variedad f&ica, cede el
puesto a una varillad intelectual y moral mucho más rica y satisfacto­
ria y que se perciben gradaciones y diferencias dc nuestro espíritu mis
refinad<^ trasladadas a la práctica por nuestro carácter, si no educado en
la misma medida, por lo menos cultivado en cuanto a su sensibilidad
para reaccionar; gradación^ y diferencias que acaso no pasasen desaper­
cibidas tampoco a los sabios de la Antigüedad, por lo menc», aunque cl
resto de las gentes no las conociese. Ha sucedido respecto al género hu­
mano en conjunto lo mismo que respecto al hombre individual. Ha
desaparecido lo más tosco y ha quedado lo más fino, Y esto scrk bene­
ficioso, sin ningún género de duda, si el genero humano fuese un hombre
o la fuerza dc una época x transfiriese a k siguiente como se transfie­
ren sus libros o sus inventos. Pero no ocurre as^ ni mucho mcn<». Es
cierto que nuestro refinamiento encierra también una fuerza, la cual
acaso supere a aquella cn vigor, cn cuanto al grado dc su finura, Pero
habrk que preguntarse si no era precisamente la t(»quedad lo que hacía
prevalecer a las culturas anteriores. Lo sensorkl es siempre el germen
primario y cl signo más vivo dc todo lo espiritual. Y, aunque no sea éste

^ Asi lo hace nour tambiín Xmisteau en el EmUio,


L ÍM m s DE LA ACCIÓN DSL ESTADO ()9

lugar adecuado para aventurar ni siquiera un ensayo de este tipo de


consideraciones, de lo expuesto se desprende, desde luego, que es nece­
sario velar cuidadosamente, al menos, por conservar la peculiaridad y
la faerza que todavía poseemos, así como todos los mwlios de que se
nutre.
Por lo dicho hasta aquí, considero demostrado que la verdadera razón
no puede apetecer para cl hombre otro estado que aquel en que no sola­
mente cada individuo goce de la más completa libertad para desarrollarse
por sí mismo y en su propia peculiaridad, sino en el que, además, la natu-
ralaa física no reciba de mano del hombe más forma que la que quiera
imprimirle libre y voluntariamente cada individuo, por mandato de sus
nccxsidades e inclinaciones, restringidas solamente por 1« límites que le
impongan su fuerza y su derecho. La razaSn no debe ceder de este prin­
cipio, a mi juicio, más que en aquello que sea necesario para su propia
ojnscrvación. El principio expresado deberá, pues, servir de base para
toda política, y csp«ialmcnte para la solución del problema a que nos
estamos refiriendo.

in
E n tra m o s in n u e s t r a v e r d a d e r a iN vm sTiG A aÓ N . D i v i s i ó n d i l a m is m a .
El e sta d o v e la p o r el b i e n e s t a r p o s m v o , e s p e c i a l m e n t e físico,
DE UK CIUDADANOS

Eneosite de este capítulo.—Es perjudicial que el estado vele por el bienestar posidvo de
los ciudadanos.—Razones: con ello produce la uniformidad; debilita la fu«za;
entorpece e impide que las ocupaciones externas, aun las puramente CMporales, y
las drcumtaMÍas exteriores en general repercutan sobre d espíritu y el carácter de
los hombm; esas fundones dd estado tienen que dirigirse necesariúnoite a una
abigarrada muchedumbre, perjudicando asi al individuo con medidas que, aplioidas
a cada uno de ellos, dqan un margen considerable de a m t; impide d desarrollo
de la individualidad y de la peculiaridad dd homl»e; entorpece la misma Adminit-
trad¿n pública, multiplica 1<» m^iios necesarios para dio y se conviote asi en fiiente
de múltiples peijuidos; ñnaim m te, traseonu los puntos de vista dd liwnbre en
cuanto a los objetos mis importantes.—^R^lica a la <Ajedte de que se exaltan los
pojuick» señalados.—Voítajas dd iiatema (puesto al que se acaba de refeitar.—
Supremo prindpio que de este capítulo se deriva.—Medios con que coaita d estado
para vdar pw d (»eiiestar positivo de los dudadanos.—C^ácter daioso de los mis­
mos.—^Difainda que cadtte entre d hecho de que alg^ sai h ed» por el estatk», como
tal estado, o por los dudadanos, individualmente.—Examen dd prc^aru»! si lu es
10 0 TB(%ÍA GBNE8AL DEL lESXAOC

o em iio que d eftado vde por d bieoeitar poñdvc^ jacuo a poiiUe aloB zsr fia
dio los mismoi fines exteriora, los mismos retuludos ncMsarios?—Pnidn de esta
posibilidad, priod|»linaite por medio de las organizadones voluntarias f aúecúvm
dc los dudadasos.—Ventaja de estas orgaaizadoim soto las dd estado.

Empleando una fórmula muy general, podríamos describir el verda-


dcro alcance dc la ^ción del estado diciendo que abarca todo aquello
que puede realizar cn bien dc la sociedad, pero sin lesionar el princi­
pio que dejamos expuesto más arriba. Dc donde se derivará directamente,
además, cl corolario de que es reprobable todo esfuerzo del estado para
mezclarse en los asuntos privados de los ciudadanos, allí donde éstos
no afecten directamente para nada a los derechos de unos para con otre».
Sin embargo, para agotar pw entero cl problcnia planteado, es necesa­
rio examinar con toda precisión las diversas partes que forman la acción
normal o posible de ios estados.
El fin del estado puede, en efecto, ser doble: puede proponerse esti­
mular la felicidad o simplemente evitar cl mal, cl cual puode ser, a su
vez, el mal dc la naturaleza o el de los hombres. Si se limita a lo segundo,
busca solamente la seguridad, y se me permitirá que desde ahora oponga
este fin en bloque a todos los demás que el estado pu«lc perseguir y que
agruparem« bajo d nombre dc bienestar positivo. La acción del estado
se extiende también de diversos mode», según la diversidad de los medim
emplead« por él. En efecto, cl estado puede seguir, para alouizar sus
fines, un camino directo, por medio de la coacción — ^leyes imperativas
y prohibitivas, penas, etc.—, o el camino del atímulo y el ejemplo; y
puede también emplear todos los medios a la vez, bien imprimiendo a la
situación dc los ciudadan« una forma favorable para él c impidiéndole
con ello, cn cierto modo, obrar de manera distinta, o bien, finalmente,
procurando incluso armonizar con él la inclinación de los ciudadanos,
influir en su cabeza o en su corazón. En el primer caso^ sólo detamina,
de momento, los actos aislados de 1« hombres; en el segundo, influye ya
más bien en toda su conducta; en el tercero, finalmente, entra a d i r ^
su^carácter y su modo de pensar. Lm efectc» de la restricción impueaa
son, en cl prin«ar casc^ más pequeños, en cl agundo caso mayores y o»
cl tercero mayores todavía; le» mayores de todc», ya que el estado actúa
aquí sd)re las fuentes dc que brotan diversos actos y, ¿emás, la posibili*
dad misma de «ta acción requiere medidas diversas. Sin eml^irgo, a
pesar de lo diversificaudas que las ramas de la acción del estado aparecen
LÍMITES D i LA AOClÓU DEL ESTADO 101

m esta clasificación, apenas habrá una instituc^n <kl estado en que no


se reúnan varias de ellas, ya que, por ejemplo, la seguridad y el bienestar
dependen muy íntimamente el uno de la otra y viceversa, y además, lo
que determina simples actos concretos, si a fuerza de reiteración se con­
vierte en costumbre, acaba influyendo sobre el carácter. Por eso es muy
difícil establorer aquí una división de toda la materia adecuada al curso
de nuestra investigación. lü> mejor de todo será que, en vez de eso,
examíneme» primeramente si el mado debe proponerse también como
finalidad velar por cl bienestar de k nación o simplemente cuidar de su
seguridad, fijándonc», cuando examíneme las distintas instituciones,
solamente en lo que de un modo primordial se propongan o consigan y
analizando al mismo tiempo, dentro de c»ia una de estas dw finalidades,
1<» medios de que puede valerse cl estado.
Aquí nos referim«, por tanto, al csfaerzo total del estado para elevar
cl bienestar positivo de la nación; a todos sus cuidados en cuanto a la
población del país y el sustento de sus habitantes, unas veces directamente,
con sus establecimientos de beneficencia, y otras veas indirectamente,
mediante el fomento de la agricultura, de k industria y del comercio; a
todas las operaciones financieras y monetarias, con sus prohibiciones de
importación y exportación, etc. (siempre y cuando que persigan esta
fiiádidad); finalmente, a todas las medid« organizadas para prevenir
o reparar los daños causad«» por k naturaleza; en una palabra, a todas
las instituciones del estado que se propongan mantener o fomentar el
bienestar físico de k nación. En cuanto a lo moral, como esto no suele
fomentarse de por sí, sino más bien en gracia a la seguridad, hablaremos
de ello más adelante.
Púa bien, nuestro punto de vista es que todas estas instituciones pro­
ducen consecuencias dañeras y son contrarias a una verdadera política
basada en los principie» $uprem<^, que no por serlo dejan de ser humanos.
I. El espíritu dcl gobierno reina en cada una de estas instituciones
y, por muy sabio y beneficioso que sea, este espíritu imprime a k nación
un rasgo de uniformidad y lleva a ella un modo extraño de conducirse.
En vez de asociarse para ver aumentar sus fuerzas, los hombres se ven
(¿ligados así a perder goces y posesiones que les son exclusivos, y los
bienes por ellos adquiridos lo son a costa de sus fuerzas. La variedad
que se logra por la asociación de uarios individúe» es precisamente el bien
supremo que confiere la seriedad, y esta variedad se pierde indudable-
te o r ía gen eral mh e s t a d o

mente en la medida en que el estado interviene. Ya no son, en ralidad,


diversos individuos de una nación que viven entre sí cn comunidad, sino
un conjunto dc súbditc^ mantenidc» en relación con cl estado, es dcdr,
con el espíritu que impera en su gobierno; y además en una relación cn
la que el poder superior dcl estado se encarga de entorpecer el libre juego
de las fuerzas. Causas uniformes producen consecuencias uniformes*
Por tanto, cuanto más $e acentúa la cooperación dcl estado, mayor será
ia semejanza no sólo de todo lo que actáa, sino también de los resultados
en que se traduce su actuación, Y esto es, precisamente, lo que los estados
se proponen. Todos se trazan comp objetivo cl bienestar y la quietud. Y
el mejor modo de conseguir fácilmente ambas cosas es evitar que haya
pugnas entre unos individuos y otros. Pero a lo que el hombre aspira
y tiene necesariamente que aspirar es a algo muy distinto: es a la varie­
dad y la actividad. Sólo por este camino se consiguen personalidades
amplias y enérgicas; c, indudablemente, ningún hombre ha aiído toda­
vía tan bajo que prefiera para sí el bienestar y la dicha a la grandeza.
Por eso, dc quien razone de este modo con vistas a otros hay que sos{k -
char, con razón, que d^conoce la humanidad y pretende convertir a los
hombres en máquinas.
2. Esa sería, pues, la segunda consecuencia dañosa: que esas instim-
ciones dcl estado debilitarían la fuerza de la nación. Así como la forma
que brota automáticamente dc la materia activa hace que ésta cobre más
plenitud y más belleza — ¿pues qué es ella sino la unión dc lo que antes
se hallaba cn pugna, unión que requiere siempre cl descubrimiento de
nuevos puntos dc contacto y, por tanto, toda una serie de nuevas inven­
ciones, por decirlo así, que aumenta constantemente a medida que crece
la diferencia anterior?—, así también se puede destruir la materia impo­
niéndole una forma desde el exterior. La nada oprime, en estos casos,
al algo. Todo, en cl hombre, es organización. Lo que se quiere que fruc­
tifique en el hombre, es necesario sembrarlo en él. Toda fuerza supone
entusiaslno y pocas cosas lo infunden tanto como el hecho de conside­
rar el d>}cto sobre quc. recae como propiedad actual o futura dcl hom­
bre. Ahora bien, cl hombre nunca considera tan suyo propio lo que posee
como aquello que él mismo hace, y cl obrero que culüpa el jardín es tal
vez más propietario de él, en cl venidero sentido de la pakbra, que el
señor oci<m que lo disfruta. Tal vez se piense que este razonamiento
demasiado vago no es susceptible de aplicarse a la realidad. Acaso se
lÌM rm DE LA ACCIÓN DEL ESTADO IO3
conádcrc, incluso, que cl desarrollo de muchas ciencias basadas princi-
l»lmente en éstas y otras instituciones semejantes del estado, el único
que puede aventurarse a las grandes empresas, sirven más bien para elevar
las fuerzas intelectuales y, con ello, para desarrollar la cultura y la personali-
en general. Sin eml»rgo, no todo lo que sea aumentar IcB conocimien­
tos ágnifíca ennoblecer ni siquiera la fuerza intelectual del hombre. Y, aún
suponiendo que sea realmente así, ello no beneficia precisamente a
la nación en conjunto, sino, principalmente, a la parte de la nación
que tiene a su cargo el gobierno. La inteligencia del hombre, como
cualquiera otra parte de sus fuerzas, sólo se forma por obra de su
propia actividad, de su propia inventiva o de su propio empleo de las
inraciones de otros. Las órdenes y providencias del estado envuelven
siempre, más o menos acentuada, cierta coacción y, aun cuando esto no
ocurra, el hombre se habitúa con demasiada facilidad a fiar más de la
oisefíanza, la dirección y la ayuda ajenas que de su propia capacidad
para encontrar su camino. Casi el único medio de que dispone cl esta­
do para adoctrinar a los ciudadanos consiste en presentar en cierto modo
aquello que considera lo mejor como resultado de sus investigaciones,
imponiéndolo directamente, por medio de una ky, o indirectamente, a
través de cualquier institución obligatoria para los ciudadanos, o esti­
mulando a éstos a acogerlo mediante su prestigio, con el aliciente de una
recompensa o valiéndose de otros estímulos cualesquiera, o bien, final­
mente, recomendándolo a fuerza de razones; pero, sea cualquiera el
método que siga, siempre se alejará demaskdo del mejor camino para
enseñar. Este camino consiste, indiscutiblemente, en exponer todas ks
posibles soluciones del problema, limitándose a preparar al hombre para
que elija por sí mismo la que crea más «inveniente; o, mejor aún, en
hacer que él mismo descubra ésta, haciéndole ver bien cuáles son todos
los obstáculos. Este método adoctrinador sólo puede seguirlo el estadc^
con ciudadanos adultos, de un modo negative^ mediante k libertad, que
es al mismo tiempo una fuente de obstáculc»; y de un modo positivo
cuando se trate de ciudadanos en formación, susceptibles de ser someti­
dos a una verdadera educación nacional.
En páginas sucesivas examinaremos ampliamente la objeción a que
fócilmente puede prestarse este argumento, a saber: k de que, para la
solución de los prdjlemas a que aquí nos referimos, interesa más el hecho
f?e que se haga lo que debe hacerse que el de que quien lo haga sepa
104 TEORÍA g e n e r a l DEL ESTADO

por qué lo hace, importa más cl que la tierra se cultive bien que el que
quien la cultive sea un labrador diestro y consumado.
Pero las ins^cncias excesivas dcl estado quebrantan laás aún la oier-
gm de la conducta en general y el carácter moral del hombre cn parácu-
lar. Es ésta una afirmación que apenas newsita ser desarrdlada. Quien
se siente muy dirigido y dirigido con frecuencia tiende fácilmente a
sacrificar dc un modo espontáneo lo que le queda de iniciativa propia e
independencia. Se considera libre dcl cuidado dc dirigir sus acta, con­
fiándolo a manos ajenas, y cree hacer bastante con esperar y seguir la
dirección de otros. Esto hace que sus ideas acerca dc lo que es mérito
y lo que es culpa se oscurcaxan. La noción dc lo primero ya no le espolea,
ni el sentimiento torturante dc lo segundo deja en él una huella tan fre­
cuente y tan pr<rfunda como antes, pues propende fácilmente a descar­
gar la culpa sobre su situación y sobre las espaldas dc quien le ha colocado
cn ella. Y si, además, no considera del todo puras las intenciones del
estado, si era: que éste no persigue solamente su inter&, sino, por lo me­
nos al mismo tiempo, un interés secundario y ajeno, no sale quebrantada
simplemente la energía, sino también la calidad de la voluntad moral.
En estas condiciones, el hombre no sólo se considera exento de todo
deber que el estado no le impone expresamente, sino incluso d«ligado
dc toda obligación dc mqorar su propio modo dc ser; más aún, inclina­
do, cn ciertos cas«, a temer y rehuir esto como una nueva ocasión dc
que cl estado podría aprovechan:. Ek este modo procurará sustraerse,
cn la medida de lo posible, a las propias leyes dcl estado y reputará bene­
ficioso todo lo que sea burlarlas. Y si se tiene cn cuenta que en una paite
no pequeña de la nación, las leyes e instituciones del estado delimitan en
cierto modo cl campo dc lo moral, resulta harto deprimente ver cómo,
con frecuencia, son 1« mismos labios 1<» que decretan los deberes más
sagrados y las órdenes más arbitrarias, castigando no pocas voxs su
transgresión con la misma pena. Y esa influencia perniciosa no es me-
ncM Sensible en lo que se refiere a la «nducta dc unos ciudadanos para
con otros. Del mismo modo que cada uno de estos se encomienda a la
ayuda tutelar del estado, tiende, en mayor medida todavía, a confiar a
ella la suerte de sus conciudadanos. Y esto debilita la solidaridad y
frena cl impulso humano de ayuda mutua. Por lo menos, es evidente
que la solidaridad tiene que ser más fuerte y más acdva cuando pal­
pita más vivo cl sentimiento de que todo depende dc ella; y la experien-
ÚMTTES DE Í A ACaON DEL SRADO XO5

da demuestra taiiá}^ que los sectores de un pueblo que se sienten


opiisádos y como ¡^»ndcaiados por cl estado cstaMecen entre si vínculos
mis fuertes de interdependencia. Pues bien, cuando el ciudadano no se
interesa por la suerte de sus conciudadan€», no puede existir tampoco
calco- del esposo por la esposa ni del padre de familia por los $uy<».
Confiado a sí mismo en todos sus act<» y manejos, huérfano de toda
ayuda ajena, fuera de la que él mismo se procurase, cl hombre caería
también, no pocas veces, por su culpa o sin ella, en perplejidad y en des­
gracia. Sin embargo, la dicha que le está reservada al hombre no es
sino aquella que sus propias fuerzas le procuran, y situaciones como
&tas son precisamente las que aguzan la inteligencia y forman el carác­
ter ¿Y acaso no existen también esos inconvenientes cuando el estado
priva al hombre de su iniciativa e independencia, por tutelar demasiado
minudosamente sus actividades? Existen también en este caso, y además
colocan en una situación listante más deplorable al hombre que se
acostumbra a confiar de una vez para siempre en la ayuda ajena. Pues
así como la lucha y la labor activa hacen más llevadero el infortunio, la
confianza desesperada y expuesta casi siempre a desilusiones no sirve
más que para ahondarlo y hacerlo diez veces mayor. Aun en cl mejor
de los cast», los estados a que me refiero se asemejan con harta frecuencia
a eses médicos que alimentan la enfermedad y alejan la muerte. Antes
de que existiesen médicos sólo se conocían la muerte y la salud.
3. Todo aquello de que se ocupa el hombre, aunque persiga solamente
la satisfacción directa o indirecta de necesidades físicas o la consecución
de fines materiales, en general va siempre enlazado dd modo más pre­
ciso con sensadones interiores. A vecc% junto al fin último material
perseguido se perague también un fin interior, fin que, en ocasiones, es
el que realmente se desea alcanzar, sin que el otro sea más que algo en­
lazado, necesaria o fortuitamente, con él. Y cuanta más unidad encierre
el hombre, más libremente brotarán los asimtos materkles a que se con­
sagre de su ser interior y con mayor frecuencia y mayor fuerza se enla­
zará éste con aquéllos, cuando no los abrace por su libre determinación.
De aquí que el hombre interesante, cl hombre culto, sea interesante en
todas las situaciones y en todos t e asuntos, y de aquí que, cuando su vida
se desenvuelve del modo que corresponde a su carácter, florezca en una
belleza esplendorosa.
De este modo, sería posible tal vez hacer de todc» los labradores y
I0 6 TEORÍA GENERAL DEL m A D O

ait«anos artistas, es dccir, hombres que amasen su industria por la in­


dustria misma, que la perfeccionasen por medio dc su fuerza, dirigida
por ellos mismM, y por su propia inventiva, cultivando con ello sus
energías intelectuales, ennobleciendo su carácter y potenciando sus go­
ces. Y así, la humanidad veríase ennoblecida precisamente por las
cosas que hoy, por bellas que sean dc por sí, sirven con harta frecuencia
para deshonrarla. Cuanto más habituado está el hombre a vivir sumido
en ideas y sensaciones, cuanto más fuerte y más fina es su energía intelec­
tual y moral, más tiende a buscar solamente aquellas situaciones mate­
riales que brindan materia más abundante al hombre interior o, por lo
menos, a arrancar los elementos que encierran para éste aquellas en que
la suerte misma le coloca. Cuando el hombre tiende incesantemente a
que su existencia interior mantenga siempre cl primer lugar, a que sea
siempre la fuente primaria y la meta última de toda su conducta y lo
físico y lo material simple envoltura e instrumento de ella, su vida alcanza
grandes alturas de ^andeza y de belleza.
Así, para poner un ejemplo, vemos cómo se destaca en la historia cl
carácter que cl cultivo imperturbable dc la tierra imprime a un pueblo.
El trabajo que este pueblo consagra a la tierra y l(w frutos con que ésta
rccomiKnsa su labor, lo encadenan dulcemente a su terruño y a su hogar.
El provechoso esfuerzo compartido y cl disfrute en común dc lo reco­
lectado tienden un lazo de amor cn torno a cada familia, cl cual inclu^
casi a los propios animales de labor que la auxilian cn sus faenas. £1
fruto, que necesita .r sembrado y recogido, pero que reaparece año tras
año y rara vez defrauda las esperanzas cn él dcpaitadas, hace al hombre
paciente, confiado y ahorrativo; el hecho dc percibir el fruto directamente
dc manos de la naturaleza, cl sentimiento constante de que aunque sea
la mano dcl hombre la que ponga la semilla, no es ella, sin embargo, la
que hace que ésta crezca y fructifique; la eterna supeditación a las con­
tingencias dcl tíempo, infunde al espíritu dc l<w hombres sensaciones unas
veces de terror y otjras de contento ante la tólcra o la protección de cier­
tos seres superiores, les induce tan pronto a temor como a esperanza y
les incita a la oración y a la gratitud; la imagen viviente de la más sen­
cilla sublimidad, del orden más imperturbable y dc la bondad más
piadosa hace que las almas de 1(» hombres sean sencillamente grando,
sumisas y propicias a picarse dc buen grado a la costumbre y a la ley.
El agricultor, habituado siempre a crcar y nunca a destruir, es dc por sí
LÍMITES DE LA ACCION DEL ISTADO IO 7

pacífico y raido a todo lo que sea ofensa y venganza, pero por ello mismo
sensible en el más alto grado a la injusticia de todo ataque no provocado
y dispuesto siempre a reaccionar con valor inquebrantable contra quien
atente o>ntra su paz.
La libertad es, indudablemente, la única condición necesaria sin la
cual ni las cosas más pletóricas de espíritu pueden producir consecuen­
cias beneficiosas de esta especie. Lo que cl hombre no abraza por su
propio impulso, aquello en que se ve sujeto a la dirección y a las restric-
ckMMK impuestas por otros, no se identifica con su ser, es siempre algo
ajeno a él y no lo ejecuta, en rigor, con fuerza humana, sino con habili­
dad mecánica simplemente. Los antiguos, principalmente griegos,
reputaban perjudicial y deshonrosa toda ocupación que implicase sim­
plemente un despliegue de fuerza física o se propusiese exclusivamente
la adquisición de bienes externos, sin proponerse cultivar cl interior del
hombre. De aquí que sus filósofa más filántropos aprobasen la escla­
vitud, como si con este medio injusto y bárbaro quisieran asegurar a una
parte de la humanidad, con sacrificio del resto de ella, la fuerza y la be­
lleza supremas. Sin embargo, la razón a la par que la experiencia se
cncargan de descubrir el error que envuelve, en el fondo, todo este razo*
namiento. Toda ocupación puede ennoblecer al lw>mbre e imprimirle
una forma determinada, digna de él. Lo importante es el modo como
la ejerza, y en este punto podemos, sin duda, establecer como norma
general que una ocupación tiene efectos beneficiosos siempre que ella
misma y las energías encaminadas a desempeñarla llenen preferentemente
cl espíritu y, en cambio, se traduce en resultados menos beneficiosos
y no pocas veces perjudiciales cuando se mira más bien a sus frutos,
considerándosela simplemente como un medio para cl logro de esta fína-
Iklad. En efecto, todo lo que es tentador por sí mismo suscita respeto
y anK)r, mientras que lo que sólo promete utilidad en cuanto medio no
despierta más que interés. Y así como el hombre se ve ennoblecido por
cl respeto y el amor, cl interés le expone siempre al peligro de deshon­
ra«. Pues bien; el estado que se preocupe de ejercer una tutela positiva
como ésta a que nos referimos, sólo puede atender a los resdtaáos y esta­
blecer simplemente aquellas irglas cuya observancia es más conveniente
para la perfección de est(».
Este punto de vista limitado produce mayores daños cuando la
verdadera finalidad del hombre es una finalidad plenamente moral
1(^ TEORÍA GENERAL DEL ESTADO

o intelectual, o bien cuando se persigue la cosa misma sin fijarse en


sus consecuencias, las cuales coinciden con ella simplemente por necesi­
dad o por azar. Es lo que acontca: con las investigaciones científicas y
las opiniones religiosas, y es lo que ocurre también con todas las tuúones
dc los hombres entre sí y con la más natural dc todas, que es a la par la
más importante, lo mismo para cl individuo que para el estado: ma el
matrimonia
La unión de personas de distinto sexo, basada precisamente en la diver­
sidad dc sexo, que constituye tal vez la definición más exacta que se haya
dado dc lo que es el matrimonio, puede concebirse dc un modo tan vario
como varias pueden ser las ideas acerca de aquella diversidad y las incli­
naciones del corazón y los dictados dc la razón que dc ellas se desprendan;
cada hombre hará sentir en este punto la integridad dc su carácter moral, y
principalmente la fuerza y la modalidad específica de su capacidad sen­
sitiva. Según que cl hombre tienda más bien a perseguir fines externos
o viva, por cl contrario, para su ser interior; según que ponga cn actividad
preferentemente su inteligencia o su sentimiento; según que capte con
vivacidad y abandone con rapidez o penetre lentamente y se aferré con fide­
lidad a lo captado; según que anude vínculos poc» apretados o se sienta
estrechamente sujeto a lo que profesa; según el grado mayor o menor
de propia independencia que mantenga dentro de la más estrecha unión:
todos estos factores y otra serie infinita de ellos modificarán cn inago­
tables modalidades la actitud del hombre ante la vida matrimonial. Pero,
cualquiera que sea la forma que ésta revista, sus efectos sobre cl carácter
dcl hombre y su felicidad son innegables y la suprema perfección o la
postración dc su personalidad dependerá, cn gran parte, del hecho de que
el intento de descubrir o plasmar k realidad con arreglo a sus impulsos
interiores triunfe o fracase. Esta influencia es fuerte »brc todo en los
seres más interesantes, que captan dc un modo más suave y más fácil y
en los que se mantiene más proñindamente lo captado. Entre elle» pode­
mos incluir fundadamente, en general, más bien al sexo femenino que
al masculino, razón por la cual el carácter de la mujer depende más que cl
del hombre del tipo dc rckciones familiares imperante en una nación.
La mujer, totalmente exenta de muchfaimas ocupaciones externas y en-
trepda casi exclusivamente a aquellas en las que el ser interior vive sólo
para sí mismo; más fuerte por aquello que es capaz de ser que por lo que
es capaz de hacer; más elociKnte por las sensaciones calkdas que por las
iÌmITES im LA ACaÓN DEL ISTADO IO9

expresidas; dotsda mis ricamente de todo lo que sea capacidad para ex­
presar directamente y sin signos sus sentimknt<s; de iin cuerpo oás flexi-
Ue, una mirada más viva y una yaz más penetrante; más dispuesta, en
comparación con el otro sexo, a esperar y rmbir que a dar; más débil
de por si y, sin emlwgo, no por esto, sino por admiración de la grandeza
y la fiierza ajenas, presta a entregarse a una unión más estrecha; dentro
de esta unión, inclinada siempre a rróbir del ser con ella unido, a moldear
dentro de sí lo que recibe y a devolverlo moldeado; animada al mismo
tiempo^ en más alto gradc^ por el valor que infunde el cuidado del amor
y el sentimiento de la fuerza, pero incapaz de dmfiar en la resbtencia y
en el sufrimiento a la derrota; la mujer se halla realmente más cerca que
el hombre del ideal de la humanidad, y si es cierto que lo alcanza más
lara vez que él, eUo se debe, seguramente, a que siempre es más difícil
escalar de frente la montaña que alcanzar la cima dando un rodeo. Hudga
insistir en lo expuesto que se halla a verse perpetuado por las despropor­
ciones exteriores un ser como éste, tan sensible a toda influencia, que
fc^-ma una unidad tan grande consigo mismo, que nada pasa $d>re él sin
dejar huella, y en el que toda influencia afecta, por tantea no a una parte,
sino al total. Sin embargo, cl desarrollo del carácter femenino en la
sod»!ad es infinitamente importante. Y aunque es cierto que cada gènere
de «celcnda w: expresa —por dairlo así— en una especie del ser humano,
no cabe duda de que el carácter femenino es el depositario de todo el tesoro
de la moralidsui.
El hombre tiende a ser libre, la mujer a ser moral*
Con arreglo a esta frase, profunda y verdadera, del poeta, el hombre
se eéuerz» en alqar las barreras exteriores que se oponen a su desarrollo;
O) cambio, la mujer traza con mano cuidadosa las beneficiosas fronteras
interiores fuera de las cuales no puede florecer la plenitud de la fuerza
humana, y las traza con tanta mayor finura cuanto que la mujer es más
profundamente sensible a la existencia humana intórior, capta con mayor
sutileza sus múltales relaciones, encierra y maneja mejor todo lo que
es semibilidad, y está ttr c de ese razonar sofístico que oscureo: y oculta
tancu veces la verdad.
Si fuese necesario, veríamos cómo también la historia confirma este
razonamiento y demuestra que la üKtfal de las mciones guarda en Rxlas
• G o iw i, Torqtmo Tatto, il i .
no TSOIIÌA GENERAI. DEL ESTADO

partes estrecha relación con el respeto prestado a la mujer. Ete lo expues­


to se desprende, asimismo, que 1<» resuludos del matrimonio srai tan
variados como el carácter de los individuos, razón por la cual el hecho de
que el estado intente reglamentar por medio dc leyes o supeditar, por
medio de sus instituciones, a otros factores que no sean la simple incli­
nación, una unión como ésta, tan íntimamente relacionada con cl distinte
carácter dc los individuos, tiene necesariamente que acarrear las conse­
cuencias más dañosas. Con tanta mayor razón cuanto que, en estas
normas, e l estado tiene que limitarse casi exclusivamente a tratar de
1^ consecuencias del matrimonio, de la población, la educación de le«
hijos, etc. Indudablemente, podría demostrarse que aquellos factores
conducen precisamente a lea mismos resultados, con el máximo cuidado
por la más bella existencia interior. Tras los ensayos más cuidad(»os, se
ha visto que lo más conveniente para la pcájlación es la unión perma­
nente de un hombre con una mujer, la única que iimegablcmente brota
del amor verdadero, natural y armónico. Y éste produce también por
sí mismo las relaciones que en nuestra sociedad crean la aatumbre y
la ley: la procreación, la propia alucación, la a>mimidad de vida y cn
parte también dc bienes, la gestión de los asuntos exteriores a la casa por
el homb« y la administración dc los asuntos doméstica por la mujer.
El mal está, a mi modo dc ver, en el hecho dc que la ley ordene relacio­
nes que, por su propia naturaleza, sólo pueden brotar de la inclinación
interior y no dc la coacción y cn las que ésta y la dirección, chocando
con la inclinación, son aún más incapaces para volverla al buen camino.
Por eso, a mi juicio, cl estado no sólo debería dar mayor libertad y am­
plitud a estos vínculos, sino —si se me permite cn este estudio, que no
trata dcl matrimonio en general, sino dc lo perjudiciales que pueden ser
las instituciones restrictivas del estado, como se demuestra de un modo
muy palpable a la luz del matrimonio, establecer una conclusión basada
exclusivamente cn las afirmaciones sentadas anteriormente— abstenerse
de intervenir cn cuanto se refiera al matrimonio, confiando éste pcM' en­
tero al libre arbitrio de 1<» individuos y a los divcra» pactos y contratos
estipulados por ellos, tanto cn general «>mo cn cuanto a sus modifica­
ciones y modalidades. El temor a desquiciar cm ello todas las idadona
fa m ilia r es c incluso a impedir que &tas llegaran a establecerse —^p«
fundado que pudiera ser este temor en tales o cuales circunstancias loca­
les— no me haría retroceder a mí, ya que sólo me baso, en general, cn la
LÍMITES DE LA ACCIÓN DEL ESTADO 1X 1

naturaleza de los hombres y de los estados. La experiencia demuestra no


pocas veces que lo que desata la ley, lo ata precisamente la costumbre.
La idea de la o»cción exterior es de todo punto incompatfcle con una rela­
ción como el matrimonio, lasada exclusivamente en la inclinación de
ka hombres y en el deber interior, y las consecuencias de las institucio-
ne coactivas no tienen absolutamente nada que ver con la intención...
La tutela del estado en cuanto al bienestar positivo de los ciudadanos
entorpece cl desarrollo de la individualidad y de b peculiaridad dcl
hotubre en su vida moral y en su vida práctica en general, en la m«lida
en que se limite a dMervar las reglas establecidas —las cuales se reducen
a su vez, seguramente, a los principios dd derecho— sin preocuparse,
fundamentalmente, de ajustarse al criterio supremo de la formación
mis peculiar de sí mismo y de «ros, de dejarse guiar siempre por este
puro propósito y de supeditar a éste todo otro interés, sin mezcla de nin­
gún motivo material. Sin embargo, todos 1<k aspectos que cl hombre
puede cultivar guardan entre sí una maravillosa e íntima relación, y aun­
que en cl mundo intelectual esta conexión, si no muy estrecha, es ya,
pw lo menos, más clara y más perceptible que en el mundo físico, lo es
mucho más todavía en el mundo moral. Por eso los hc«nbres tienen
que asodarse entre sí, no para perder en peculiaridad, pero sí para s<A»rc-
pcmersc a su estado de exclusivismo y aislamiento; la unión no debe
caivertir a un ser en otro, pero sí hacer a unos seres a<xesibles a otr<».
Cada cual debe comparar lo que posee él con lo que ha sido dado a 1 <m
otros y modificarlo a tono con esto, pero sin permitir que lo ahc^ c
b que poseen les demás. Pues del mismo modo que en el reino de lo
intelectual la verdad no pugna nunca con la verdad, en cl campo de
lo moral los valores verdaderamente dignos dcl hombre no pugnan
nunca entre sí. Las uniones estrechas y múltiples entre caracteres pecu­
liares son tan n«*sarias para destruir lo que no debe coexistir y no lleva
^ p o co , por consiguiente, de por sí, a la grandeza ni a la belleza, como
para augurar aquello cuya existencia se mantiene mutuamente incólume,
y al mismo tiempo para nutrirlo y hacerlo fructificar en part<» todavía
más hermosos. De aquí que la aspiración a>nstantc a captar la íntima
pKuliaridad de IcK demás, a usar de ella y a influir en eUa, partiendo del
req)«o más profundo que merece, como peculiaridad que es de un ser
libre —influencia que, combinada con este respeto, no consentirá fácil-
nientó otro medio que el de mostrarse tal y como uno es, comparándc^
112 teckÍa general sel estado

con cl «ro, a le» ojos de él— constituya cl principio supremo dcl arte
dcl trato social y tal vez el que más olvidado se tiene hasta hoy. Pero,
si este olvido puede encentrar fácilmente una especie de disculpa o í cl
hecho dc que el trato social debe ser un descanso y no una faena traba­
josa y dc que, desgraci^amente, son muy pocc» le» hombres cn quknes
puede descubrirse algo dc interesante y de peculiar, cada cual debiera,
sin embargo, »ntir el respeto necesario p«»' su propia personalidad para
buscar puro descanso que no sea cl cambio dc una ocupación interesante
por otra, sd}re todo si ésta deja inactiva sus fuerzas más nobles, y el res­
peto suficiente por la himianidad para no considerar ni a uno solo de sus
individuos plenamente incapaz de ser utilizado o modificado por las
influencias de otros. Y quienes menos debieran paw por alto este punto
de vista son aquellos que tienen como profesión especial el tratar a los
hombres e influir sobre ellos. Por tanto, en la medida cn que el estadc^
dedicándose a velar positivamente por el bienestar exterior y físico estre­
chamente relacionado siempre con la existencia interior del hombre,
no puede por menc» de entorpecer el desarrollo de la individualidad,
tenemos aquí una nueva razÁn para no consentir scnicjante tutela, fuera
de los casos en que sea absolutamente necesaria.
Tales son, sobre poco más o menos, 1(» principales daños que « de­
rivan del régimen del estado, cuando éste quiere velar positivamente
par el bienestar de los ciudadanos y que si bien acompañan principal­
mente a ciertas modalidades de ejercicio de esa tutela no pueden, a mi
juicio, separarse del sistema mismo. Aquí, sólo hemos querido refcrir-
nc» a la tutela del estado cn cuanto al bienestar físico; hemos arrancado
siempre de «te punto de vista y hemos dejado a un lado, cuidad<»a-
mente, cuanto guarda relación exclusivamente con el bienestar moral.
Sin embargc^ ya advertíamos al principio que no es posible deslindar con
exactitud los d<» campos; sirva esto de disculpa, si muchos de los puntes
tocados en el rsaonamiento anterior versan sobre la tutela positiva del
estado en general. Sin embargo, hasta aquí hemos dado por supuesto
que las instituciones del estado a que nos referim<M se hallaban ya real­
mente establmdas; ahora es necesario que hableme», por tanto, de algu-
n(M ol»táculos que se presentan cn el momento mismo de su implan­
tación.
6. Es indudable que, en el momento de proceder a ésta, nada serí
mit« necesario que contras^ las ventajas que se persiguen con los per­
LÍMITES DE LA ACaÓN DEL ESTADO II3

juicios, y principalmente con las restricciones a la libertad, que las irntí-


tucbncs de que se trata llevan aparejadc». Sin embargo, este atudio sólo
puede llevarse a cabo difícilmente, y nos atreveríamos a decir que cl lle­
varlo a cabo de un modo preciso y completo es sencillamente imposible.
Todas y cada una de las instituciones restrictivas que se implanten cho­
can con cl libre y natural ejercicio de las fuerzas, hacen brotar hasta el
infinito nuevas relaciones, y esto hace que sea imposible prever la mul­
titud de nuevas fuerzas que harán surgir (aun partiendo de la marcha
más uniforme de los acontecimientos y descontando todos los casos for­
tuitos insospechados e importantes, que niuica se dejan de producir).
Todo el que haya tenido ocasión de intervenir en la alta administración
dcl estado comprende indudablemente por experiencia, cuán pocas me­
didas responden, en rigor, a una necesidad directa, absoluta, y cuántas,
por el «»ntrario, a una necesidad indirecta, relativa, impuesta por otras
medidas precedentes. Esto hace necesaria una cantidad incomparable­
mente mayor de medios, los cuales quedan sustraídos a la consecución
dcl verdadero fin. No es solamente que un estado así requiere mayores
ingresos, sino que reclama también instituciones más artificiales, enca­
minadas 3 mantener la verdadera seguridad política, las partes se articu­
lan entre sí de un modo menos firme y la tutela del estado tiene que
ejcrarse, por ello, de un modo mucho más activo. De donde surge el
problema igualmente difícil y con harta frecuencia descuidado desgra­
ciadamente, de calcular si las fuerzas naturales dcl estado bastarán para
aprontar todos los medios necesarios e indispensables. Y si cl cálculo
falla y se produce una verdadera desproporción, hay que implantar nue­
vas instituciones artificiales para poner en sobretensión las fuerzas, mal
de que adolecen, aunque no todos por la misma causa, no pocm estadm
modernos.
Esto da lugar, sobre todo, a un daño que no se debe pasar por alto,
pues afecta muy de cerca al hombre y a su formación, y es que, con ello,
k verdadera administración de los negocios del estado se complica de
tal modo que, para no caer en la confusión, exig^ una multitud increíble
de minuciosas instituciones y absorbe cl trabajo de muchísimas perso­
nas. La mayoría de éstas han de ocuparse, sin embargo, exclusivamente
de signos y de fórmulas. De este mod<^ no sólo se sustraen al trabajo
mental muchas cabezas, acaso aptas, y al trabajo físico muchos brazos
que podrían encontrar empleo útil en otro campo, sino que, sus
114 t e o r ía g e n ik a l d e l estado
propias energías espiritual« sufren detrimento en estas faenas, cn paite
vacuas y en parte demasiado unilaterales. Surge así un nuevo y normal
medio de ganarse la vida: la ^stión de los ne^ícios dcl estado; y este
sistema hace que sus servidores dependan más bien de la parte gober­
nante dcl estado, a cuyo sueldo se hallan, que de la propia nación. P a
lo demás, la experiencia misma se encarga de demostrar del modo más
irrefutable los perjuicios ulteriores en que este sistema se traduce: la
tcndcncia a a>nfiar siempre en la ayuda dcl estado, la falta de indepen­
dencia, la jactancia y la presunción, la inacción y la penuria. Y el mal
que origina estos dañí» es provocado, a su vez, por ellos. Quienes se acos­
tumbran a adminbtrar dc este modo Im negocios del estado tkndcn a
despreocuparse cada vez más dcl fondo de los problemas para fijarse
solamente en su forma, introduan en ésta correaiones que aun siendo
tal vez buenas dc por sí, no se preocupan para nada dcl fondo del asunto
y, por tanto, redundan no pocas veces en daño de éste, y así surgen nuevas
formas, nuevas prolijidades y con frecuencia nuevas normas restrictivas,
dc las que a su vez brotan, con toda naturalidad, nuevas hornadas de
servidores burocráticos. Así se explica que, en la mayoría de los estados,
este personal aumente sin cesar de decenio en decenio, a medida que
disminuye la Ubertad de los súbditos. En este tipo de administración
pública, todo se basa, naturalmente, en la más minuciosa inspección, cn
la más puntual y honrada gestión de los asuntos; y se comprende que
sea así, puesto que las ocasiones que se brindan para infringir estos debe­
res son mucho mayores. E)c aquí que se procure, y no sin razón, hacer
que todos IcK asuntos pasen por el mayor número posible dc manos, ale­
jando incluso la posibilidad dc errores y defraudaciones. Pero esto hace
que los negocios tomen un giro casi mecánico y que los hombres se con­
viertan en máquinas y, a la par que disminuye la a)nfianza, van tam­
bién cn descenso la verdadera pericia y la verdadera honradez. Final­
mente, como las tareas a que me vengo refiriendo adquieren una gran
importancia, y hay que reconocer, para ser con^cucntes, que necesaria­
mente deben ^quirirla, ello viene a embrollar los criterios dc lo que e$
importante y secundario, de lo que es honroso y despreciable, de lo que
son fines últimos y fines subordinados. Pero como la necesidad de tareas
dc esta dase surte también efectos ventajosos que saltan fulm ente a la
vista y que compensan sus daños, no scguircm« hablando <fc esto y
entraremos ya en la última ronsideración, la más importante dc todas
l í m i t e s i>b l a a c c i ó n d e l e s t a d o 115
y a la que todo lo que dejamos expuesto sirve en cierto modo de prepa-
ladón: el trastocamiento de punt« de vista que lleva consigo toda
tutela p<KÍtiva por parte dcl estado.
7. Lcb hombres —para poner fin a esta parte de nuestra investiga.-
ción con una consideración de carácter general, sacada de los criterios
más altos— se sacrifican a las cosas, las fuerzas quedan postergadas ante
1<» resultados. Un estado erigido sAre este sistema se parece más a ima
masa acumulada de instrumentos inertes y vivos de acción y de dis­
frute que a una suma de fuerzas activas y capaces de disfrutar. Olvidándose
k independencia de los seres que actúan, pareo: que sólo se persiguen
el goce y la felicidad. Pero, aunque el cálculo fuese acertado, pues de la
felicidad y el goce sólo puede juzgar la sensibilidad de quien los disfruta,
liempre se hallaría muy lejos de la dignidad del hombre. Pues ¿cómo
explicarse sí no que este sistema, encaminado solamente al descanso, re­
nuncie de buen grado al supremo goce del hombre, como huyendo de
lu antítesis ? Cuando más disfruta cl hombre es en 1<» momentos en que
»ente que se halla en el más alto grado de su fuerza y de su unidad. Claro
está que en esos momentos es también cuando más cerca se halla de su
suprema miseria, pues a un momento de tensión sólo puede seguir una
tensión igual y cl camino hacia cl disfrute o hacia la privación se halla
en manos del destino incierto. Mas si el sentimiento de lo supremo en el
hombre sólo merece llamarse dicha, el dolor y el sufrimiento se presentan
bajo una forma diversa. En el interior del hombre moran alternativa­
mente la dicha y la desdicha, pero el hombre no cambia con cl torrente
que le arrastra. El sistema de estado a que nos referimos se inspira, en
nuestro modo de sentir, en una tendencia vana: en la tendencia a des­
cartar el dolor. Quien verdaderamente sabe disfrutar sabe también
afrontar el dolor —que, por lo demás, alcanza a quien huye de él— y
acoge siempre con alegría la marcha serena dcl destino; y el espectáculo de
k grandeza le cautiva dulcemente, lo mismo cuando nace que cuando
es destruida. Y así este hombre llega a sentir — sensación qiw el exaltado
A logra en muy raros momentos — que incluso el instante en que
siente su propia destrucción es un instante de encanto.
Acaso se me acuse de exagerar 1« daños que dejo enumerados; sin
emlargo, he creído necesario exponer en todo su alcance los efectos de
k ingerencia del estado — a que nos estamos refiriendo— ; y de suyo
se ojmprcnde que aquellos daños pueden ser muy distintM, según cl
I l6 m>KÍA GENERAL DEL ESTADO

grado y cl carácter de dicha ingerencia. Permítaseme rogar que, cn lo


tocante a todo lo que se contenga de carácter general en estas peinas,
se prescinda totalmente dc comparaciones con la realidad. La realidad
rara vez brinda un caso cn su plenitud y cn toda su pureza, y aun enton­
ces no se ven los efeaos concrct« de las cosas concretas cortados a la
medida dc uno. Además, no debe olvidarse que las influencias dañosas,
tan pronto como existen, empujan al desastre con paso acelerado. Asi
como una fuerza grande imida con otra más grande engendra una fuerza
doblemente mayor, una fuerza pequeña, al unirse con otra más pequeña,
degenera en otra doblemente menor. ¿Qué pensamiento se atrevería a
acompañar la rapidez de esta pr<^esos ? Sin embargo, aun suponiendo
que IcK daños fuesen menores, la teoría expuesta se halla todavía mucho
más justificada, a nuestro juicio, por los beneficios verdaderamente inde­
cibles que se seguirían de su aplicación, si ésta fuese posible en su tota­
lidad, existen, ciertamente, razones para dudar de ella La fuerza
siempre activa y jamás en rep<B0 que va implícita cn las ccsas lucha contra
toda institución que redunde en daño suyo y estimula las que le son
beneficiosas, por donde es cierto cn cl más alto dc los sentidos que el
más tenaz y persistente celo no puede nunca producir tanto mal como
el bien que de por sí produce, siempre y cn todas partes.
Podríamos trazar aquí la alegre contraimagen de im pueblo viviendo
en la más alta y más completa liberad y dentro dc la mayor variedad
de relaciones, en su seno y en torno suyo; podríam« demostrar cómo cn
este pueblo tenían forzosamente que surgir, exactamente en cl mismo
grado, figuras más altas, más bellas y más maravillosas dc variedad y ori­
ginalidad que cn los tiempos antiguos, ya indeciblemente cautivadores,
en los que la peculiaridad dc un pueblo menos cultivado es siempre más
grosera y más t<Kca, en el que con la finura crece siempre también la
fuerza c incluso la riqueza del carácter y en cl que, dada la asociación
casi ilimitada dc todas las naciones y continentes, los elementos son ya
mucho más numerosos. Demostrar qué fuerza tan grande tendría nece­
sariamente que florecer si todo ser se organizase por sí mismo, si, rodea­
do eternamente por las figuras más hermwas, con una independencia
ilimitada y estimulada perennemente por la libertad, asimilase a su
propia personalidad esas figuras; con cuánta ternura y finura tendría
que desarrollarse la existencia interior del homlffc, cómo ésta se conver­
tiría en su ocupación más urgente, cómo todo lo físico y externo se tro-
U M ITIS OE LA ACCIÓN DEL ESTADO llj
caria cn lo interiormente moral c intelectual, y cl vínculo que une Ias d<»
naturalezas dei hombre ganaría en estabilidad cuando la libre repercu-
de todas las ocupaciones humanas sd>rc cl espíritu y el carácter
ya 1» fuese perturbadora; cómo nadie sería sacrificado a otro, cómo cada
cual reservarm para sí toda la fuerza a él asignada, sintiéndose por ello
mismo animado de un entusiasmo más hermoso para emplearla cn otra
dirección altruista; cómo, cuando cada cual progresa en su peculiaridad,
surgen matices más variados y más finos dcl hermoso carácter humano
y la unilateralidad de éste es más rara, ya que es siempre una consecuen­
cia de la debilidad y la pobreza, y cuando ya nada obligase a imo a igua­
larse al otro, la necesidad c o m e te e inmanente de asociarse a le» demás
k movería apremiantcmcntc a modificarse para acomodarse a ellos;
cáno, en este pueblo, ninguna fuerza ni ningún brazo se perderían para
la obra de elevar y disfrutar la existencia humana. Demostrar, finalmente,
oSmo con ello mismo los punte» de vista de todos se enfocarún hacia
esa meta, desviándo«; de cualquier otro fin último falso o menos digno
de la humanidad. Y podría, por últimu, terminar haciendo ver cómo
ks consecuencias beneficiosas de semc}antc régimen, difundidas cn cual­
quier pueblo, privarían de una parte infinitamente grande de su terror
hasta a la miseria inevitable de los hombres, a las devastaciones de la
naturaleza, a los desastres causados por las inclinaciones de odio y hmú-
Udad y a le» cxccws de una voluptuosidad desbordada. Sin embargo,
me oMitcntaré con esbozar esta contraímagcn, pues me basta ojn trazar
idras para que el juicio maduro de otros las ojntrastt
Si intentamos ahora sacar la conclusión final de todo el razonamiento
interior, cl primor principio de esta parte de nuestra actual investigación
deberá ser cl siguiente:
que cl estado se atecnga totalmente de velar por cl bienestar po­
sitivo de 1(» ciudadanos y se limite estrictamente a velar por su
seguridad contra ellos mismos y contra 1« enemigos del exterior,
no restringiendo su libertad con vistas a ningún otro fin último.
Ahora debiera pasar a hablar de los medios que pueden emplearse
para ejercer activamente esa clase de tutela; sin embargo, como, con ane-
gb a mis principie«, rcpruebo totalmente este sistema, puedo {mar por
alto aquí ae» medios y limitarme a observar, cn términos generales, que
bs m ídia empleadra para coartar la lüxrtad en gracia al bienestar de los
J l8 TEORÍA GENERAL DEL ESTADO

hombres pueden ser de muy diversas clases: directos, como las leyes,
los estímulos o los premios, e indirectos, como el hecho dc que el regente
del país sea el propietario más importante y confiera a diversos ciudadanos
derechos preferentes, monopolios, etc,, todos 1(» cuales llevan consigo un
dañc^ que puede ser muy diverso en cuanto a su grado y su carácter,
y si aquí no se ha puesto ninguna d>jeción al primero ni al último, pa­
rece un tanto peregrino querer negar al estado lo que todo individuo
necesita: el establecer recompensas, el apoyar a otros, el ser propietario.
Si en la realidad fuese posible, como lo es cn la abstracción, que el estado
tuviese una doble personalidad, no tendríamos ningún reparo que oponer
a ello. Sería exactamente lo mismo que si a un particular se le prestase un
poderoso apoyo. Pero como, aun descartando aquella diferencia entre
la teorm y la práctica, la influencia de un particular puede terminar por la
competencia dc otros, por la quiebra^ dc su patrimonio e incluso por su
muerte, cosas todas que no pueden acontecerle al estado, queda en pie
cl principio dc que éste no debe inmiscuirse en nada que no afecte exclu­
sivamente a la seguridad de los ciudadanos, tanto más cuanto que este
principio no ha sido apoyado como tal. Además, un particular A ra
siempre por raH>nes distintas a las que mueven al estado. Así, por ejem­
plo, cuando un individuo establece un premio — premio que, aunque en
la realidad no ocurra nunca así, equipararemos en su eficacia a los del
estado—, lo hace siempre atendiendo a su provecho. Y este provecho
se halla, por razón de su constante trato social con todos los demás indi­
viduos y de la igualdad entre su situación y la de éstos, en relación precisa
con cl provecho o el perjuicio, y por tanto con la situación, dc los otr<».
La finalidad que se propone conseguir se halla, por consiguiente, prepa­
rada en cieno modo por el presente, razón por la cual sus resultados son
beneficiemos. En cambicv las razones por las que obra el estado son ideas
y principios, en los que hasta el cálculo más minucioso se halla con harta
frecuencia expuesto a error; y cuando se trata dc razones derivadas dc la
situación privada dcl estado, ésta es ya de suye^ no pocas veces, dudosa
en tuanto al bienestar y la seguridad dc los ciudadanos y no puede equi­
pararse nunca a la situación de éstos. En otro caso ya no es, en realidad,
cl estado como tal estado el que actúa, y cl carácter dc este razonamiento
veda por sí mismo su aplicación.
Sin embargo, este argumento y todo el anterior parten exclusivamente
dc puntm de vista que versan simplemente sobre la fuerza dcl hombre
I ÍM IT K OE l a a c c i ó n DEL ESTADO 119

cano tiíl y su formación intcriw. Con razón se acusaría a estos argu­


mentos de unilateralidad si los resultados, cuya existencia es tan necesaria
para que aquella fuerza pueda ser efectiva, quedasen totalmente des­
atendidos en él. Surge, pues, cl problema de saber si estos asunte» de
los que entendemos que debe alejarse la tutela del estado podrán prapc-
rar sin él y de por sí. Para contestar a esta pregunta sería necesario exa­
minar aquí detalladamente y con conocinúento de materia las distintas
manifestaciones de la industria, la agricultura, el comercio y todas las
demás actividades de esta naturaleza; para ver qué ventajas y qué perjui­
cios supone para ellas la libertad y el dejarlas confiadas a sí mismas. Pero
carezco dcl necesario wnocimiento de la materia para poder entrar cn
Kmejante examen. Además, no considero éste indispensable para el estu­
dio del problema a que nos estamos refirienda Sin embargo, una buena
exposición, principalmente histórica, de este aspecto dcl asunto tendría
la gran ventaja de afirmar más estas ideas y, al mismo tiempo, de permi­
tir emitir un juicio acerca de la posibilidad de aplicarlas con considera­
bles modificaciones, toda vez que la realidad existente difícilmente con­
sentiría aplicarlas sin restricciones cn ningún estado.
Me contentaré con unas cuantas olKcrvacioncs generales. Todo nego­
cio — de cualquier carácter que sea— se ejecuta mejor cuando se realiza
en atención a él mismo que si se hace en gracia a sus consecuencias.
Hasta tal punto radica esto en la naturaleza humana, que ^neralmente
lo que se comienza haciendo por considerarlo útil acaba adquiriendo
cierto encanto para quien lo hace. Pero la verdadera razón de esto reside
cn que cl hombre prefiere siempre la actividad a la posesión, siempre y
cuando la actividad sea por propia iniciativa. Cuanto más vigoroso
y activo sea un hombre, más preferirá la ociosidad a un trabajo coactivo.
Además, la idea de la propiedad sólo brota y crece con la idea de la liber­
tad, y las acciones más enérgicas se deben precisamente al sentimiento
de la propiedad. La consecución de un gran fin último requiere siempre
una unidad de ordenación. Esto es indudable. Lo mismo ocurre tam­
bién cuando se trata de evitar o prevenir grandes desastres, hambres, inun­
daciones, etc. Pero esta unidad puede conseguirse también por medio de
medidas nacionales, que no sean precisamente medidas de estado. Es
necesario conceder a las distintas partes de la nación y a ésta misma en
conjunto la libertad necesaria para que puedan asociarse por medio de
pactos y conciertos. Entre una medida nacional y una institución dcl
120 TEOItÍA GENERAL DEL JETADO

estado existe siempre una diferencia importante e innegable. La priioera


^lo envuelve una autoridad indirecu; la segunda lleva aparejada una
autoridad inmediata. Aquélla deja, por tanto, un margen mayor de
libertad para contraer, disolver y modificar la asociación. En sus comien­
zos, es lo más probable que todas las asociacicaies estatales no fuesen más
que entidades nacionales de este tipo. Y es aquí precisamente donde la
experiencia demuestra ks consecuencias desastrosas a que conduce el deseo
de enlazar entre sí la defensa de k seguridad y k consecución de otr(S
fines últimos. Quien desee afrontar esta tarea tkne que estar revestido,
en gracia a k seguridad, de un poder absoluto. Y este poder lo va exten­
diendo a los demás campos, y cuanto más se aleja dc su origen la insti­
tución más crece el poder y más se va borrando el recuerdo dd pacto
fundamental. En cambio, las instituciones del estado sólo se bailan dota­
das dc poder en k medida en que respeten este pacto y su prestigio. Esta
razón por sí sola podrk ya bastar. Sin embargo, aun cuando cl pacto
fundamental se respetase estrictamente y k asociación dc estado fcicsc
una asKkción nacional en el más estricto sentido, la voluntad de los dis-
tintc» individua sólo podrk declararK por representación, y un repre­
sentante dc varios individuos no puede ser nunca un órgano tan fiel de
la opinión de los distinta representados. Ahora bien; todas las razones
expuestas anteriormente conducen a la necesidad de que cada individuo
representado dé su consentimiento, Y esto excluye, precisamente, k po­
sibilidad dc tomar las decisiones por mayoría dc votos. Y sin embargo,
no cabc pensar en otro régimen, tratándose de asockciones estatales que
extiendan sus actividades a estas materias, referentes al bienestar p«Ítivo
de los ciudadanos. A quienes no estén dc acuerdo no les quedará, por
(»nsiguicnte, otro camino que salirse de k sociedad, sustrayéndose con
ello a su jurisdicción y ncgándmc a respetar, en lo que a ellos atañe, las
decisiones tomadas por mayork dc votos. No obstante, este camino
constituye casi una imposibilidad, cuando el salirse de esta sociedad sig­
nifica salirse al mismo tiempo del estado. Además, es preferible contraer
determinadas asociaciones basadas en motives concretos que asockciones
de carácter general para fines futuros e indeterminada. Finalmente, en
una nación las asociaciones de hombres libres siu'gen también con mayw
dificultad, Y aunque esto, por una parte, dañe a k consecución dc los
fines últimos —debiendo tenerse en cuenta, sin embargo, que, cn general,
lo que nace con mayor dificultad suele tener también mayor firmeza—,
LÍMITES DE LA ACOÓN DEL ESl'ADO 12 1

es evidente que las asociaciones de mayor alcance son siempre menos be-
oefíciwas. Cuanto más actúa para sí, más se desarrolla cl hombre. En
las grandes a»ciaciones, éste se OMivicrtc fácilmente cn instrumento.
Además, estas asociaciones son culpables también de que en ellas 1(m sig­
nos sustituyan con frecuencia a las cosas, lo cual entorpece siempre la
f<vmación del hombre. Los jeroglíficos muertos no despiertan nunca
tanto entusiasmo como la naturaleza viva. Bastará recordar a este pro­
pósito, en función de ejemplo, lo que ocurre con los establecimientos de
beneficencia. Nada hay que mate tanto la verdadera a>mpasión, la con­
fianza del hombre en cl hombre. ¿Acaso no desprecia todo cl mundo
al mendigo, quien preferiría ser dejado tranquilo y bien alimentado du­
rante un año en el asilo cn vez de tropezar, después de tanta penuria, con
una mano que le arroja tina lim(»na y no con un corazón que se api»Ía
de él?
Reo>nozco que sin las grandes masas en que ha actuado, por decirlo
^ cl género humano cn los ùltime» siglos, no h ab r^ sido posibles los
rápidos pr<^csos conseguidos; por lo menos, no se habrían conseguido
con tanta rapidez. El fruto habría sido más lento, pero en cambio más
DMdura Y habría sido también, indudablemente, más beneficioso.
Creo, por tanto, poder dcscntendcrme de esta objeción. Otras de» que­
dan todavía por examinar, a saber: la de si, desembarazánd<»c el estado
de estos problemas, como nosotros propugnamos, le Kría posible velar
por la seguridad; y la de si la movilización de los medi(» que es nc<xsarlo
procurar al estado para su actuación no exige, por lo menos, que los en­
granajes de la máquina estatal penetren más en las relaciones entre le»
ciudadanos.

IV

El estado VELANDO POR EL BIENESTAR NlGATm} DE LOS CIUDADANOS,


POR SU SlCimiDAD

Esta fundón es necesam y constituye d verdadero fin últiino del estado.—Supremo prin-
dl»o que de este capítulo se deriva.— Coafirmación del mismo por la iususia.

Si acontecicK con cl mal que produce la codicia de los hombres de


entrometerse siempre, por encima de los límites que la ley les traza, en la
122 rem ÍA g e n e r a l d e l e s t a d o

esfera privativa dc los otiw y con las discordias a que esto da origen,
como con los males físicos dc la naturaleza y los males morales, seme­
jantes a ellos, por lo menc», cn este aspctto, que por un cx(xso dc disfrute
o dc privación o por medio dc otros actos no coincidentcs con las condi­
ciones necesarias dc su conservación conducen a su propia ruina, sería
sencillamente innecesaria toda asociación estatal. A aquéllos se encarga­
ría dc hacerles frente cl valor, la prudencia y la previsión dcl hombre, a
éstos la sabiduría nacida dc la experiencia, y al cancelarse el mal se pon­
dría fin, cn amlxM casos, a la lucha. No sería necesario, por tanto, un
poder incondicional, que es cn lo que consiste, propiamente, cl estado.
No ocurre así, sin embargo, con las diferencias dc los hombres, para aca­
llar las cuales es indispensable, desde luc^, la existencia de un poder
como cl que acabamos dc definir. En un estado dc discordia, unas luchas
engendran otras luchas. La ofensa reclama venganza, y la venganza es
una nueva ofensa. Para evitar esto, es necesario remontarse a una ven­
ganza que no provoque otra nueva, y esta venganza es la pena impuesta
por el estado; a un fallo que obligue a las partes litigantes a calmarse: el
fallo del juez. Nada hay tampoco que requiera órdenes tan coactivas y
una obediencia tan absoluta como las empresas dc los hombres contra
los hombres; basta pensar en la expulsión dc un enemigo extranjero o
cn la conservación de la seguridad dentro del propio estado. Sin segu­
ridad, el hombre no puede desarrollar sus fuerzas ni percibir los frutos
dc las mismas, pues sin seguridad no existe libertad. Pero la seguridad
es, al mismo tiempo, algo que el hombre no puede procurarse por sí
mismo; así lo demuestran las razones tocadas de pasada más bien que
desarrolladas y la experiencia, según la cual, nuestros estados, a pesar dc
hallarse en una situación mucho más favorable que aquella cn que pode­
mos concebir a los hombres en estado de naturaleza, vinculados como
están por tantos tratados y alianzas y retraídos no pocas veces por el
miedo que impide los choques violentos, no disfrutan, a pesar de todo,
de la seguridad que incluso las constituciones más mediocres garantizan
al último de los súbditos. Así, pues, si cn nuestras consideraciones antc-

La idea aquí desarrollada es ta que los g r ifo s expresan con la palabra sXcovc|ui,
a la que no encuentro equivalente en ningún otro idioma. Tal vez podría traducirte
como afeitada Je mds, si bien esto no expresa al mismo tiempo la idea de ilegitimidad
que encierra la expresión griega, aunque no en su sentido literal, sí (por lo menos, tal
como yo lo entiendo) en la acepción constante con que la emplean los escritores.
L ÎM T œ DE LA ACQÔN DEL ISTADO I2 J

riores hemos querido alejar la tutela del estado de muchos campcB, por
entender que la nación puede velar por estos intereses tan bien como el
estado y sin los daños que la intervención de éste lleva aparejad«», ahora
no tenemos más remedio, por idénticas razones, que preconizar su tutela
respecto a la seguridad, que es lo único ** que el individuo no puede con­
seguir con sus solas fiierzas. Por tanto, creemos que el primer principio
pœitivo que podemos establecer aquí y que más adelante habrá de deter-
rninar» y circunscribirse con mayor precisión, es el siguiente:
que cl mantenimiento de la seguridad, tanto contra el ene­
migo exterior como contra las disensiones interiores, debe cons­
tituir el fin del estado y cl objeto de su actuación, puesto que hasta
aquí sólo hemos intentado determinar negativamente los límites
más allá de los cuales no debe el estado extender su tutela.
Este principio aparece corroborado por la historia con tal fuerza, que
cn todas las naciones primitivas los reyes no eran más que conductores
de su pueblo en la guerra o jueces de él cn la paz. Digo los reyes, pues
~-íi se me permite esta digresión— por extraño que ello parezca, cn la
época en que el hombre, dotado todavía de muy poca propiedad, sólo
conoce y aprecia la fuerza personal, poniendo el mayor de los goces en
el ejercicio libre y sin trabas de esta fuerza y estimando más que nada cl
sentimiento de su libertad, la historia sólo nos habla de reyes y mo­
narquías. Este carácter tuvieron, en efecto, todos los gobiernos de Asia,
l(» más antiguos de Grecia e Italia y los de las naciones germánicas más
amantes de la libertad.** Si nos paramos a pensar acerca de las razones de
esto, nm encontramos sorprendidos, en cierto modo, ante la verdad de que
la elección de un monarca es, en aquellos tiempos, una prueba de la li­
bertad suprema de quienes lo eligen. La idea de un caudillo sólo surge,
como dijimos más arriba, del sentimiento de la necesidad de un guía o
de u* árbitro. Y lo más lógico es, indudablemente, que el guía o el juez
sea uno ido. El hombre verdaderamente libre no teme que este uno
pueda convertirse de guía y juez cn tirano; no barrunta siquiera la posi-

"La suretí ct k liberté personnelles sont Ies seules choses qu'un être isolé ne
puisse s'assurer par lui-mâme” : Mikabeau, Sur fiiucation publique, p. 119.
Reges (nam in terris nomen imperii id primum fuit) cet. Sallustius in Catilina.
c. i Ko»* «OROS «'««MOI jrakç EW aç e^ooi^cucto, Dion, Halicarn. Amiquit, Rom. t. 5.
(Al principio^ todas las ciudades griegas se hallaban bajo el poder de tos reyes, etc)
124 TEORÍA GENERAL DEL ESTADO

bilidad dc que eso llegue a ocurrir; no considera a ningún hombre capaz


dc llegar a subyug-^r su libertad propia, ni admite que ningún hombre
libre pueda abrigar la voluntad de erigirse en tirano, del mismo modo
que, cn realidad, el que ambiciona cl poder no es asequible a la alta be­
lleza de la libertad y ama la esclavitud, aunque sin querer ser él mismo
esclavo. Y así es como la moral surge con cl vicio, la teología con los
herejes y la política con la servidumbre. Lo que ocurre es que nuestros
monarcas no emplean hoy un lenguaje tan melifluo como los reyes de
Homero y Hesíodo/*

El estado velan d o por l a seguridad c o n tra e l enem igo e x te u o k


Punto de vista en que nos situamos en este aspecto de la investigación.— Influeiicúi de
la guerra en general sobre el espíritu y el caricter de la nación.— Examen, desde este
punto de vista, del carácter actual de la guerra y de todas las instituciones relaciona­
das con ella, en nuestros países.-Diversos daños en que esto se traduce respecto
a la formación interior del hombre.— Supremo principio que de aquí se desprende.

No necesitaríamos decir ni una palabra acerca de la seguridad contra


el enemigo exterior —para volver sobre nuestro propósito—, si no redun-

'Oriira n/i>;povai J io f xov^ /ityaioM,


ritpofuror ^ lotim at iio x e t^tw finoiitittr,
Ttfi ¡uv mi yXwaaji yÁvictff^
Tov S’ tni tx oro/MiTOf pn fudixa.

Towtxa yofi laune


Blamofurott fuxatgMia tgya nittw,
flffStnt, fttdoMotoi xagtt4<pafUi>ot ttuiao»..
Hesíodo en la Teogonia.
(Cuando las hijas de Júpiter augusto veneran a los reyes
naddos de los dioses, posando sobre ellos tus miradas al nacer,
y de sus labios fluye el habla, dulce como, la m iel
se cubren la lengua de suave rocío
y
Por eso reinan reyes inteligentes, para que los pueblos,
si la discordia los divide, vuelvan en sus asambleas a la armonía,
guiados sin esfuerzo por las suaves palabras.)
LÍMITES DE LA ACOÓN DEL ESTADO I 25
dase en provecho de la claridad de nuestra idea central el irla aplicando
sucesivamente a todos y cada uno de los aspectos del problema. Sin em­
bargo, esta aplicación, aquí, será tanto menos superflua si nos limitamos
a investigar la influencia de la guerra sobre el carácter de la nación y,
consiguientemente al punto de vista en que nos hemos colocado como
predominante en toda nuestra investigación. Considerado el problema
desde este punto de vista, debo decir que la guerra constituye, según mi
modo de ver, una de las manifestaciones más saludables para la forma­
ción del género humano y reputo lamentable ver cómo va siendo rele­
gada, poco a poco, al último plano de la escena. Es el extremo, induda­
blemente espantoso, cn el que se contrastan y se forjan el valor activo
contra el peligro, el trabajo y la laboriosidad, que luego se modifican con
tan diversos matices en la vida del hombre y que infunden a la totalidad
de éste esa fuerza y esa variedad sin las que la facilidad se torna flaqueza
y la unidad vacío.
Se me replicará que, además de la guerra, existen otros medios de
esta clase, peligros físicos inherentes a diversas ocupaciones y —si se me
permite la expresión— peligros morales de diverso tipo a que se halla
expuesto el firme e inquebrantable estadista en su despacho y el sincero
pensador en la soledad de su celda. Sin embargo, yo no acierto a des­
prenderme de la idea de que esto, como todo lo espiritual, no es más
que una floración más sutil de lo físico. Lo que pasa es que el tronco
en el que brota se halla en el pasado. Pero el recuerdo del pasado va esfu­
mándose cada vez más, el número de los hombres sobre quienes influye
se reduce progresivamente dentro de la nación y se debilita también la
influencia ejercida sobre ésta. Otras ocupaciones, aunque sean igualmente
peligrosas, como lo son la navegación, la minería, etc., no llevan apare­
jada esa idea de grandeza y de fama que va unida tan estrechamente
a la guerra. Y esta idea no tiene, en realidad, nada de quimérico. Des­
cansa en el sentimiento de un poder superior. Frente a los elem entos,
el hombre se esfuerza más bien en contemporizar, en perseverar ante su
violencia, que cn vencer:
. . . con los dioses
ningún ser humano
se debe medir;
la salvación no es la victoria; lo que el destino ofrenda graciosamente y el
126 TEORÍA GENERAL DEL ESTADO

valor humano o la sensibilidad humana no hace más que utilizar no es


fruto ni prueba de un poder superior. En la guerra, todos piensan que
la justicia está con ellos, todos creen estar vengando una ofensa. Y el
hombre natural, animado en esto por un sentimiento que aun el hombre
más cultivado no puede desconocer, considera más importante vengar
su honor que atender a las necesidades de su vida.
Nadie exigirá de mí que considere la muerte de un hombre caído
en el campo de batalla más hermosa que la de un audaz Plinio o, para
referirnos a hombres cuya memoria no ha sido todavía bastante honrada,
la de un Robert y un Pilátre du Rozier.** Pero estos ejemplos son harto
raros, y tal vez no se habrían producido jamás si aquéllos no los hubie­
sen precedido. Por otra parte, no son situaciones favorables, precisa­
mente, las que yo elijo para la guerra. Tomemos el caso de los esparta­
nos en las Termopilas y preguntémonos en qué puede influir este ejemplo
sobre una nación. Dc sobra sé que este valor y esta abnegación pueden
mostrarse y se muestran realmente en todas las situaciones de la vida.
Pero no debe extrañarnos que el hombre sensible se sienta arrastrado
por la expresión más viva de ese valor, ni puede negarse que una expre­
sión de esta clase influye, por lo menos, sobre la gran generalidad. Y, a
pesar de todo lo que he oido de males más espantosos que la muerte,
todavía no he visto ningún hombre que disfrutase de la vida en su exu­
berante plenitud y que —sin ser un fanático— despreciase la muerte.
Y donde menos existían estos hombres era en la Antigüedad, época en
que todavía se apreciaba más la cosa que el nombre y el presente que
el porvenir. Lo que, por tanto, digo acerca de los guerreros se refiere
solamente a aquellos que, no siendo cultivados como los de la Repú­
blica dc Platón,“ toman las cosas, la vida y la muerte, por lo que verda­
deramente son; a guerreros que, persiguiendo lo más alto, ponen en
juego lo más alto. Las situaciones en que, por decirlo así, se enlazan los
extremos son siempre las más interesantes y las más instructivas para
cl hombre. ¿Y dónde acontece esto con tanta fuerza como en la guerra,
en la que parecen chocar constantemente la inclinación y el deber, y el
deber del hombre con el del ciudadano, y donde, sin embargo —siempre

Rozier pereció en 1785, en una ascensión en globo.


Estos se hallaban educados de tal modo, que la muerte no constituía, para dio«,
motivo de espanto, sino mis bien al contrario. República ni, initium.
LÍMITES DE LA ACCIÓN DEL ESTADO VXJ

que sea una defensa justa la que hace empuñar las armas—, todos estos
conflictos encuentran el más armónico desenlace?
El único punto de visu desde el cual considero la guerra saludable
y necesaria indica ya, suficientemente, cómo debiera a mi juicio hacer
uso de ella cl estado. Este debe dejar en libertad al espíritu que de ella
se desprende para que se derrame a través de todos los individuos de
la nación. Lo cual constituye ya un argumento en contra de los ejérci­
tos permanentes. Además, éstos, como en general cl carácter moderno
de la guerra, se hallan, indudablemente, muy alejados del ideal que
consideramos más provechoso para la formación del hombre. Si, cn
general, el guerrero, al sacrificar su libertad, se convierte en cierto modo
cn una máquina, con tanta mayor razón ocurre esto en las guerras mo­
dernas, que tan poco margen dejan a la fuerza, la bravura y la pericia
dcl individuo. Imaginémonos cuánto más funesto tiene que ser el hecho
de que se mantenga a una parte considerable de la nación encadenada
a esta vida mecánica, no sólo dui^ftt]: años enteros, sino incluso a lo
largo de toda su vida, en estado de paz y simplemente ante la eveintua-
lidad de una guerra.
Tal vez en ningún otro campo se dé con tanto relieve como aquí
cl caso de que cl desarrollo de la teoría de las empresas humanas dismi­
nuya la utilidad de éstas para quienes se ocupan de ellas. El arte de la
guerra ha hecho, indiscutiblemente, progresos increíbles entre los mo­
dernos, pero no menos indiscutible es que la nobleza de carácter del
guerrero es hoy mucho más rara; su suprema belleza sólo se conserva
cn la historia de la Antigüedad; y, por lo menos — si se considerase exa­
gerado esto— , habrá que reconocer que, cn nuestro tiempo, el espíritu
guerrero acarrea, no pocas veces, nada más que daños para las naciones,
mientras que entre los antiguos producía frecuentemente efectos saludables.
Son nuestros ejércitos permanentes los que, por decirlo así, llevan
la guerra al seno mismo de la paz. El valor guerrero sólo es respetable
cuando va unido a las más hermosas virtudes de la paz; la discipli­
na militar sólo merece respeto cuando va hermanada con el senti­
miento supremo de la libertad. Separadas ambas cosas —y la separación
es favorecida con harta frecuencia por los guerreros armados en tiempos
de paz—, ésta degenera fácilmente en esclavimd y aquél cn salvajismo
y desenfreno.
Y, puesto que censuramos los ejércitos permanentes, permítasenos
128 TBORÍA GENERAL DEL ESTADO

recordar que ^lo hemos querido referirnos a elle» cn la medida en que


lo exigía nuestro punto dc vista actual. Nada más lejos dc mi ánimo
que desconocer su grande c indiscutible utilidad, con la que se resta­
blece cn ellos cl equilibrio de las cosas, evitando que sus defectos, como
ocurre con todo lo humano, los arrastren a la ruina. Constituyen una
parte de ese todo que no ha sido forzado por los planes dc la vana r»ón
humana, sino por la mano segura dcl destino. Cómo se infieren es<»
planes cn todo lo que caracteriza a nuestra era y cómo comparten con
ésta los defectos y los méritos de lo bueno y lo malo que la distinguen,
es cosa que deberá figurar en cl cuadro, trazado con acierto y de
un modo completo, cn que nuestra época figure al lado dcl mundo
anterior.
La exposición de mis ideas será también muy desacertada, si alguien
pensase que yo sostengo que cl estado debe a todo trance suscitar gue­
rras dc vez en cuando. Lo que el estado debe dar es libertad, y esta li­
bertad debe ser disfrutada también por le» estados vecinos. Pero los
hombres son en todas las épocas hombres y no pierden jamás sus pasio­
nes originales. La guerra surgirá por sí misma y si no surge podemos
estar, por lo menos, seguros de que la paz no es impuesta por la violen­
cia ni nace de una paralización artificial; en estas condiciones, la paz
será para las naciones, indudablemente, un don tanto más beneficióse^
dcl mismo modo que la imagen del labrador pacífico es más atractiva
que la dcl sangriento guerrero. Si fuese posible concebir una marcha
progresiva dc la humanidad entera de generación cn generación, es in­
dudable que las épocas venideras tendrían que ser más pacificas que las
anteriores. Ese día, la paz brotará de las fuerzas interiores de los seres
y los hombres, concretamente los hombres libres, serán hombres pacffi-
cos. Pero hoy —un año de historia europea lo demuestra—, aunque
gozamos de los frutos de la paz, no gozamos de los del espíritu pacífico.
Las fuerzas humanas tienden siempre, inccnsantcmentc, a.una acción en
cierto modo infinita, y cuando chocan unas con otras, es para astKiarse
o para combatirse. La forma que cobre la lucha puede ser la de la
guerra o la de la emulación o adquirir otro matiz cualquiera; todo de­
penderá, predominantemente, dc su grado dc perfección.
Para deducir dc todo este razonamiento un principio adecuado al
fin último que nos proponemos cn esta investigación, diremos que
LÍMITES DE LA ACCIÓN DEL ESTADO 12^

el estado no debe favorecer cn modo alguno la guerra, pero tam­


poco impedirla violentamente, cuando la necesidad la imponga;
debe dejar que la influencia de la misma sc^re el espíritu y cl
carácter se derrame con plena libertad sobre toda la nación, y más
que nada abstenerse de toda institución positiva que encamine
a la nación hacia la guerra o, cuando se trate de molidas senci­
llamente necesarias, como por ejemplo la instrucción de las du­
dadanos para las armas, darles una oríentadón tal, que no sólo
inculquen a aquéllcs la valentía, la destreza y la disciplina del
soldado, sino que les infundan además el espíritu de verdaderos
guerreros o, mejor dicho, de nobles dudadanos, dispuestc» en
todo mcxaento a luchar por su patria.

VI
El ESTADO, VELANDO POR LA SmnUDAD DE LOS CIUDADANOS ENTRI $í.
M edios para ooN sm im este fin último . M edidas doucidas a moldeas
EL 1»ÍRITU Y EL CARACTER DE LOS aUDADANOS. B jUCACIÓN PÓBLICA
Forible alcani% de los medios eacaminados a velar por esta seguridad.— Medio« m na-
les.— Educadén piSbUca.— ^Perjudidal, sd x t todo, porque impide la variedad de k
loimadón*, inútil, porque en una nadón que disfrute de la debida libertad nunca
faltará una buena educación privada; lus efectos son exasivos, pues d vdar por
h seguridad no e x i^ el modelar totalmente las costumbres.— Se sal^ por tanto,
de I<» límites de la acdón d d estado.

Examen más profundo y detallado exige la función del estado enca­


minada a velar por la seguridad interior de los ciudadanía, de que ahora
pasamos a tratar. En efecto; no creemc» que baste encomendar al estado,
cn términos generales, la tutela de esa seguridad, sino que consideramos
necesario, además, determinar los límites espccífic<» de este deber o, por
lo menos, si ello no fuese posible cn términos generales, analizar las
razones de esta imposibilidad e indicar 1« signos por los que pueden
descubrirse esas razones, en cada caso. Ya una experiencia muy defec­
tuosa nos enseña que esta función del estado puede faltar al fin último
perseguido con mayor o menor amplitud. Puede contentarse con repa­
rar y castigar las faltas cometidas. Puede esforzarse también en prevenir
su comisión y puede, finalmente, persiguiendo este fin último, orien­
tarse en cl sentido de dar a los ciudadanos, a su carácter y a su espfritu,
ly o te o x Ía g e n e r a l d e l e sta d o

la alucación necesaria para alcanzar aquella meta. También el grado


de su extensión puede ser distinto. Puede limitarse a investigar y san­
cionar las infracciones cometidas contra 1<k derechos de los ciudadanos
y los derechos inmediatos del estado; o bien, considerando a 1<k ciuda­
danos como a seres obligados a poner sus fuerzas al servido del estado
y culpables de un despojo contra la propiedad de éste si destruyen o
debilitan estas fuerzas, vigilar también los actos cuyas consecuencias sólo
reoügan sobre quienes los cometen. Todo esto es lo que pretendo en­
globar aquí cuando hablo, en general, de todas las instituciones del
estado cuya intención es velar por la seguridad pública.. A l mismo tiem­
po, estarán también representadas aquí, por sí mismas, todas aquellas
que, aunque no se propongan siempre o no se propongan simplemente
velar por la seguridad, afectan al bienestar moral de los ciudadanos, ya
que, como hemcs dicho más arrit», la naturaleza de la cosa no admite
ua deslinde preciso y estas instituciones persiguen, generalmente y de un
modo primordial, la segiuidad y la tranquilidad del estado. En este
punto^ nos mantendremos fíeles a la misma marcha de la investigación
que hemos seguido hasta aquí. Es decir, empezaremos admitiendo que
el estado desarrolla la acción más extensa posible y luego procuraremw
examinar poco a poco hasta que punto se puede ir reduciendo al mínimo
esa acción. Lo único que nos queda por estudiar es la fiinción del estado
que consiste en velar por la seguridad. Por el mismo método aplicado
anteriormente, comenzaremos enfocando esta función del estado en su
máxima extensión, para luego, mediante restricciones graduales, llegar
como conclusión a Ic^ principie» que consideramos acertados. Acaso
se repute este método demasiado lento y prolijo, y reconozco de buen
grado que una exposición dogmática requeriría precisamente el método
opuesto. Sin embargc^ en un estudio meramente analítico, codoo es el
nuestro, está uno seguro, por lo menc», siguiendo el camino apuntado,
de abarcar toda la extensión del problema, de no pasar nada por alto
y de desarrollar 1(m principios cn el orden preciso en que realmente se
van desprendiendo.
Desde hace algún tiempo principalmente, se insiste mucho en la
necesidad de que el estado se esfuerce en prevenir la comisión dc actcM
ilegales y cn aplicar medios de carácter moral. Siempre que oigo man­
tener estos pwtulados u otros semejantes, he de confesar que me alegro
IÍMITES DE LA AOaÓN DEL ESTADO IJI

de que cn nuestro país sea cada vez menos extensa esta práctica de res­
tricción de la libertad, cuya posibilidad se va reduciendo más y más en
la situación de casi todos los estados.
Se cita cl ejemplo de Grecia y de Roma, pero si se conociean mejor
sus regímenes políticos se vería cn seguida cuán improcedentes son tales
(»mparaciones. Aquellos estadera eran repúblicas y las medidas de esta
naturaleza por ellos adoptadas iban en apoyo de su libre organización,
la cual inspiraba a los ciudadanos un entusiasmo que hacía sentir me­
nas el influjo perjudicial de las restricciones a la libertad privada y hacía
que la energía de carácter fuese menos dañosa. Además, los ciudadanos
de aquell« estados disfrutaban de mayor libertad que nosotros, y lo
que sacrificaban de ella lo sacrificaban a otra actividad distinta, a su
(«rtícipación en el gobierno. En nuestros estados, monárquicos en su
mayoría, todo esto es completamente distinto. Lew medios morales apli­
cad«» por le» antiguos, la educación nacional, k religión, las leyes sobre
las buenas costumbres, todo sería en nuestros países menos eficaz y aca­
rrearía un daño mayor. Aparte de que la mayoría de los resultad« que
boy atribuimos con tanta frecuencia a la sabiduría del legislador no son,
«n realidad, más que simples hábitos populares, tal vez vacilantes y
necesitadas, por tanto, de la sanción de la ley. Ya Fcrguson** ha seña­
lado magistralmente la coincidencia entre las instituciones de Licurgo
y el tipo de vida de la mayoría de las naciones no cultivadas; cuando ima
cultura superior ennobleció la nación no quedó en pie, en efecto, ni la
sombra de aquellas instituciones. Finalmente, nos parece que cl género
humano se encuentra hoy en una fase tal de cultura, que sólo puede
remontarse sobre ella mediante el desarrollo de les individuos; por tanto,
Mdas las instimcioncs que entorpezcan este desarrollo y obliguen a 1«
hombres a condensarse más y apretarse en masas son hoy más perju-
dkiales que antes.
Ya estas pocas observaciones bastan —refiriéndonos primeramente
al medio moral de mayor alcance— para considerar discutible, por lo
menos cn muchos aspectcs, una educación pública, es decir, organizada
o dirigida por cl estado. Todo nuestro razonamiento anterior tiende,
wicillamcnte, a demostrar que lo fundamental es la formación dcl
hombre dentro de la más elevóla variedad; y la educación pública, aun
An essay on tht Mítory of ciml society, Basilea, 1789, pp. 123-146. “O í lude nstions
pfkw tt> the estabiishinent of propcrty.”
132 TEORÍA GENERAL DEL ESTADO

cuando rehuyese este defecto y se limitase a nombrar y s<»tcncr a los


educadores, favorecerá siempre, necesariamente, una forma determina­
da. Acarrearía, por tanto, todos los daños que han sido expuestos am-
pliamente en la primera parte dc esta investigación, y nos basta con
añadir que toda limitación que recaiga sobre el hombre moral es per­
niciosa y que si hay algo que exija actuar sobre el individuo concreto
es precisamente la educación, cuya misión es formar individúe» concre­
tos. Es innegable que uno de los hechos que se traducen cn con­
secuencias más beneficiwas es el de que cl hombre actúe dentro del
estado en la forma que le imprimen su propia situación y las circuns­
tancias, de tal modo que la pugna — ^por decirlo así— entre la situación
que le asigna cl estado y la que él mismo elige, haa, cn parte, que sea
moldeado dc otro modo, y cn parte que la organización del estado expe­
rimente modificaciones, a tono con las sufridas por el carácter nacional
y a las que ningún estado puede sustraerse. Pero la cosa cambia cn la
medida en que el ciudadano es educado como ciudadano ya desde su
niñez. Es saludable, indudablemente, el hecho de que las condiciones
de formación dcl hombre y cl ciudadano coincidan todo lo posible, pero
lo es sobre todo cuando la condición de ciudadano requiere tan po<^s
cualidades peculiares, que la condición natural dcl hombre puede man­
tenerse sin sacrificar nada a aquélla; es, cn cierto modo, la meta a la
que tienden todas las ideas que me he aventurado a desarrollar cn esta
investigación. Sin embargo, aquella coincidencia deja cn absoluto de
ser beneficiosa cuando cl hombre es sacrificado al ciudadano, pues si
bien desaparecen así las consecuencias perjudiciales dc toda despropor­
ción, el hombre pierde con ella lo que se esforzaba precisamente cn
asegurar al asociarse con otros dentro dcl estado. Por eso, a nuestro jui­
cio debiera implantarse en todas partes la educación más libre del hom­
bre. desligada lo más posible de las condiciones dc la sociedad. El hombre
así formado se incorporaría luego al estado y la organización de éste
se contrastará, cn cierto modo, a la luz de él. Sólo en una lucha así
planteada podría confiarse en un verdadero mejoramiento de la orga­
nización política por obra de la nación; sólo así habrá razones para no
temer que las instituciones sociales influyesen perjudicialmente en d
hombre. Pues por muy defcctu<»as que éstas fuesen, cabrá esperar
siempre que sus trabas restrictivas sirviesen de acicate a la energá del
hombre, opuesta a ellas y mantenida en su grandeza. Mas para esto
lÌ M im DE LA ACaÓN DEL ESTADO XJ3

sería necesario que previamente se la hubiese educado en la libertad;


en efecto, solamente un grado verdaderamente extraordinario de ener­
gía sería capaz de mantenerse indemne frente a trabas impuestas desde
ia primera infancia. Toda educación pública imprime al hombre una
derta forma social, puesto que cn ella prevalece siempre el espíritu dcl
gcAierno.
Allí donde esta forma cobra contornos precisos y, aunque unilateral,
es hermosa, como sucedía en los estados de la Antigüedad y acaso ocurra
todavía hoy en ciertas república, no sólo es más fácil la ejecución, sino
que la c<»a es también de por sí menos perjudicial. Pero cn nuestros
estados monárquicc» no existe — en gran parte, evidentemente, para
ventura de la formactón del hombre— ima forma como ésa. Entre sus
ventajas, acompañadas también por ciertos inconvenientes, se cuenta,
indudablemente, la de que, debiendo considerarse siempre la asociación
estatal como un súnple medio, no es necesario que los individuos invier­
tan cn este medio tantas fuerzas como cn las repúblicas. Con tal de que
el súbdito preste obediencia a las leyes y se sc^tcnga y scatenga a los
suyos con holgura y a costa de una actividad que no sea dañosa, cl estado
no se preocupa de investigar más en detalle su existencia. Por tanto, en
estos estados la educación pública, que ya de por sí, aunque no lo ad­
vierta, tiene como meta el ciudadano o el súbdito y no cl hombre, como
la educación privada, no se propone por finalidad um determinada
virtud o un determinado modo de ser; tiende más bien, cn cierto modo,
a lograr un equilibrio de todas, que es lo que más contribuye prcdsa-
mcntc a crcar y mantener la quietud, que tan celwamcnte se csfacrzan cn
asegurar estos estadc». Sin embargo, esta tendencia, como ya hemos
procurado demostrar en otra ocasión, es contraria al progreso o contribuye
a la &lta de energía; cn cambio, el cultivo de determinados aspect(w
del hombre, peculiar a la educación privada, h a a que la vida garantice
aquel equilibrio cn las diversas situaciones y condiciones y sin sacrificio
de la cncrgk humana.
Pretender negar a la educación pública todo lo que signifique cultivo
positivo de tal o cual aspecto dcl desarrollo, pretender obligarla a favo­
recer exclusivamente el propio desenvolvimiento de las fuerzas del hom­
bre, es pretender algo imposible, pues la unidad de ordenación se traduce
siempre, necesariamente, cn una derta uniformidad de rcsultadc», y
además, en estas ccmdicioncs, no se ve qué utilidad pudiera reportar una
13 4 TEOKÍA GENZKAL SSL tStAS>0
educacién pública. Suponiendo que su intención simplemente,
tmpedíf que los niños se quolasen «n «lucar, sería más fácil y menos
dañoso nombrar tutores a kw padres negli^ntes o ayudar económica­
mente a 1<Mpadres pobres. Por otra parte, la educación pública no con­
sigue skjuiera aquello que se prqpone, o sea cl modelar las o>stumbres
con arreglo a la pauta que cl estado considera más conveniente. Por iifr
portante que pueda ser la influencia dc la educación y por mucho que
pueda pesar sobre la vida entera, son mucho más importantes las cir­
cunstancias que acompañan al hombre a través de toda su vida. Allí
donde todos estcB factores no coincidan, nada pirede hacer esta educa­
ción. En general, la educación debe formar hombres y çolamente hom­
bres sin preocuparse dc las formas sociales; no necesita, por tanto, del
estado. Entre hombres libres, todas las industrias progresan mejor, to­
das las artes florecen dc un modo más hermœo, todas las conciencias
se desarrollan. Entre ellos, son más estrechc» también todos los vínculos
familiares, los padres se preocupan más celosamente de velar por sus
hijos y, en un grado mayor de bienestar, son tímbién capaces de seguir
en esto sus deseos. Entre hombres libres surge la emulación y lœ edu­
cadores son mejores allí donde su suerte depende dcl éxito de su laboi
que de los ascensos concedidos por el estado. En estas condiciones, no
faltarán, pues, ni una cuidadosa educación familiar ni establecimientos
en que « dé tan útil y necesaria educación común.”
Si la educación pública pretende imprimir al hombre una determi­
nada forma, no se conseguirá apenas nada, por mucho que otra ccwa se
pretenda, para prever la transgresión dc las leyes y garantizar la segu­
ridad. En efecto, la virtud y cl vicio no dependen de éste o aquel modo
dc ser dcl hombre, no se hallan necesariamente vinculados a éste o aquel
aspecto dcl carácter, sino que lo que interesa, en lo que a ellos se refiere,
es, sobre todo, la armonía o desarmonía entre los distintos rasgos del
carácter, la relación entre la fuerza y la suma dc las inclinaciones, etc.
Por eso, toda formación determinada del carácter se halla expuesta a
sus propia excesos y degenera en ellos. Por tanto, cuando toda una na­
ción ha sido educada exclusiva o preferentemente en un cierto sentido,

*Tbns une sodjíté bien ordonnée, au contraire, tout invite le* hommes & cultiver
leurs moyens naturels: sans qu’on s’en mêle, l’éducation sera bonne: e lk sera m£me
d’autant meilleure, qu’on aura plus laissé i faire I l’industrie des maîtres, et i l'teiulation
des élèves." M b a b ia u , Sur ^éducation publiifue, p. l î .
IÍMITES DE LA ACOÓN DSL ES7 ADO 13 5

carece de toda la fuerza de resístcnda nc<^am y, por consiguiente, de


todo equilibrio. Tal vez resida aquí, induso, una de Isu razones que
expliquen los cambi« tan frccittntes a que se hallaba expuesto la orga-
nizadón política de los antiguos estados. Toda organizadón política
influía de tal modo cn el carácter nadonal, que éste, educado cn un de­
terminado sentido, degeneraba y hacía brotar una nueva organizad^
política. Finalmente, la educación pública, cuando pretende llegar a la
plena consecudón de sus propósitos, influye demasiado. Para mantener
la seguridad necesaria en un estado no es indispensable modelar las
propias costumbres. Sin embargo, las razones con que me propongo
respaldar esta afirmación las reservo para páginas sucesivas, pues se refie­
ren ya a la tendencia total del estado a influir en las costumbre y antes
queremos hablar todavía de algunos medios concretos conducentes a
esc fin. Resumiendo, diremos que la educación pública se sale, a nui»-
tro juicio, de le» límites que deben circunscribir la acdón del estado.**

IX
Se p k e c is a m á s d e t a l l a d a m e n t e , e n l o k k i t i v o , l a f ü n o ó n d e l ^ ad o
CONSIsraNTE EN VELAR POR LA SH3ÜRIDAD. S e DESARROLLA EL OONCEWO
DE SEGURIDAD

O io u b rttroípectiva scAire la im id ia de toda n u a tra investtptdón.— Eniimeraei&i de


lo que todavía nos queda por investi^r.— DeKrminactâii del concepto de la *egu-
ridad.— D efinidén.— Derechos por cuya M a rid a d debe velarse.— Derodios de loa
ciudadanos individuales.— D ereclm del estada — ^Actos contrarios a la seguridad.—
División de la parte que aún nos queda por investigar.

Etespués de poner fin a las partes más importantes y difíciles de esta


investigación y aproximándonos ya a la completa soludón dcl pr<rf)leaia
planteado, es necesario que nos detengamos un momento a echar ima
ojeada sobre la totalidad de lo expuesto hasta aquí. En primer término,

*• "Ainsi c’est peut^Are un problème de savoir, si les l^islateurs Français dmvcnt


s'occuper de l’éducation publique autronent que pour en proteger les progrès et si la
constitution la plus favorable au développement du moi humain ct les lois les plus propres
à mettre chacun i sa place ne sont pas la seule éducation, que le peuple doive attendre
d’eux.” MntABEAU, O k cit., p. t i . “D’après cda, les principes rigoureux sembleraient
exiger que l’Assemblée Nationale ne s’occupât de l’éducation que pour l’enlever i des
pouvoir^ ou à des corps qui peuvent en dépraver rinfluence." 06 . cit., p, 13.
1
136 ■míRÍA tílNERAl. DEL ICTADO

hemos alejado la tutela del estado dc todas aquellas cuestiones que no


afectan a la seguridad de les dudadanc^ lú a la exterior jú a la inte­
rior. A continuadón, hem<» expuesto esta seguridad como cl verdadero
objeto dc la acción del estado. Finalmente, hem<» sentado d príndpio
dc que, para fomentar y mantener esta seguridad, no debe intento»
influir sobre las costumbres y el carácter dc la propia nación, ni imprimir
á esta una dirección determinada o desviarla dc ella. En cierto modo, d
problema de saber dentro dc qué límites debe circunscribirá la atxión
dcl estado podrá considerarse ya cíMnplctamentc rcsudto, limitando «ta
acción al mantenimiento de la seguridad y, por lo que a los medica
encaminados a mantenerla se refiere, concretándola con mayor prixisión
a aquellcB que no tienden a poner la nación al servicio de le» fin« últi­
mos dcl estado. Aunque esta determinación sea meramente negativa,
tiene la ventaja de que con ella se d«taca daramente por sí mismo lo
que aún queda, después dc hecha «ta eliminación. En efecto, d estado
sólo deberá intervenir tratándc»e dc actos que supongan una intromisión
directa y declarada en un derecho ajeno, solamente |»ra fallar el derecho
litigicBO, restablecer 1<» derechos infringidcM y sancionar al infractor. Sin
embargo, el concepto de la seguridad, y del que hasta aquí, para su más
precisa determinación, sólo heme» dicho que se refiere a la K gu rid ad
contra el enemigo exterior y contra las ingerencias de los condudadane^
es demasiado amplio y enderra im alcance dem asiado extenso, para no
someterlo a un análisis más minucioso. En efecto, tcxlo lo que difieren,
por una parte, le» matices que van desde cl simple consejo encaminado a
la persuasión hasta la recomendación apremiante y la coacción directa,
y todo lo que pueden variar los ff-ados de iniquidad o injusticia, desde le»
actos realizados sin salir« de los límites d d propio derecho, pero en
perjuicio posiblemente de lew Ínteres« de otro^ hasta las acriones que,
mantcniéndc»c dentro dc aquelle» límites, perturban fácil o necesaria­
mente a otros cn el disfrute dc su propiedad y, por fía, basta los que
representan un verdadero atentado contra la propiedad ajena, difiere
también cn cuanto a su extensión el concepto de la seguridad, que puede
salvaguardar a los ciudadanos contra cualquiera de aquellos grade» de
exacción o de aquellos acte» que l«ionan dc cerca o dc lejos sus dcreche».
Y este alcance dcl concepto dc la seguridad tiene una importancia extra­
ordinaria, pues si se le aplica con demasiada amplitud o con demasiada
estrechez, vuelven a borrarse, aunque bajo nombr« distinte», tode» los
LÍMncs ta. LA híxxáa del EStM»
limites que habíamos trazado. No es posible, por tantea pemar en la
rectificación de estos límites sin trazar con toda precisión el alamce de
»iwl concepto.
Además, es necesarb examinar y analizar con mucba mayor precisión
los medi(» de que el estado puale o no puede valerse. Si bien, con arre­
glo a lo que dejanu» expuesto, no parece aaxasejable que cl estado se
e^uerce en modelar de un modo efectivo las costumbres, qunla lujuí,
ú i embargo, un margpi demasiado amplio para la acción del estado y
le ha investido poco todavía, por ejemplo^ el problema de hasta qué
punto las l e ^ restrictivas dcl es¿tdo se distinguen de los actcM q w lesio­
nan directamente lea derech« de otros y cn qué medida puede el estado
prevenir estas infracciones reales matando sus raíces, no cn el carácter
de los ciudadanos, pero sí en las ocasiones de quienes le» cometen. Sin
embargo, cn este punto cabe el peligro de ir demasiado lejos, peligro
que lleva aparejados grandes daños, como lo demuestra ya el hecho de que
precisamente la preocupación por la libertad haya conducido a varías ca­
bezas magníficas a declarar al estado respcuisable dcl bienestar de los
ciudadanos, creyendo que este punto de vista ^neral estimularía el fun-
donamiento libre y sin trabas de las fuerzas. Estas consideraciones me
céligan, por tanto, a confesar que hasta aquí me he limitado a eliminar
fragmentos más bien grandes y que, cn realidad, se hallaban visiblemente
al margen de los limites de la acdón dd esbulo, sin trazar d preciso
deslinde, cabalmente allí donde puede parecer más dudoso y dimitible.
Es lo que nos resta por hacer, y si no lo consiguiésem« plenamente, cree­
mos que, al menos, debemos aspirar a exponer del modo más claro y
completo que sea posible las razones de este fracaso. En todo caso, con­
fiamos cn poder expresarnos muy brevemente, puesto que en las páginas
anteriores quedan ya expuestcB y demc«trados —por lo menos, cn la
medida en que lo consentían nuestras fuerzas— todos 1« principios ne­
cesarios para este examen.
Yo considero seguros a lew ciudadanos de im estado cuando no se ven
perturbados por ninguna ingerencia ajena en el ejercicio de los derechos
que 1« c<Mnpetcn, tanto los que afectan a su persona como los que versan
sobre su propiedad; la seguridad es, por tanto —si esta expresión no se
considera demasiado escueta y tol vez, por ello mismo, oscura—, la
m uza de la libertad concedida por la ley. Ahora bien; esta segundé
no es perturbada por todos los actos que impiden al hombre ejerdtar de
138 T H lsfA O SN llA L DIL 1 »a D O

un modo cualquiera sus Aierzas o disfruto cn cualquier soitido de su


patrimonio, sino exclusivamente por ios quc lo hacen contrariamente d
derecho. Y esta determinación, al igual que la definición que la precede,
no ha sido añadida o elegida por mí arbitrariamente. Ambas se derivan
del razonamiento desarrollado más arriba. Este sólo puede encontrar
aplicación cuando cl concepto dc la seguridad se concibe dcl modo in­
dicado. Las verdaderas transgresiones del derecho son las únicas que
redaman la intervención dc un poder distinto dcl que posee todo indivi­
duo; solamente lo que impide estas transgresiones beneficia realmente
a la verdadera formación del hombre, mientras que todo otro esfuerzo
por parte dd estado {Kjne obstáculc» cn su camino; sólo esto se deriva,
cn último término, del prindpio infalible de la neasidad, ya que todo
lo demás se basa simplemente cn la razón insegura de una ojnvcnicncia
calculada sdsrc engañosas probabilidades.
¿La «¡gpridad de quienes debe protegerse? Ite una parte, la dc todos
los dudaianos, con al»oluta igualdad; dc otra parte, la dd propio esta­
do. La Kguridad dd estedo tendrá un alcance m a^r o menor se^n
la mayor o menor extensión que se dé a sus derecha; por tanto, todo
dependerá de la dcterminatíón dd fin de los mismos. Pero, tal como
hemos venido intentando circunscribirlos, d estado no podrá reclamar
seguridad más que para cl poder que se le confiere y para el patrimonio
que se le reconoce. En cambio, no podrá restringir, cn función dc su
seguridad, los actos por medio de los cuales un ciudadano, sin lesionar
ningún verdadero derecho —y dando por supuesto, consiguientemente,
que este ciudadano no se halle vinculado con d estado en una rcladón
personal o temporal concreta, como en tiempo dc guerra, por ejemplo— ,
le despoje dc su propia persona o dc sus bienes. La asociación estatal es,
simplemente, un medio subordinado^ al que no debe sacrificarse cl ver­
dadero fin, que es el hombre. A menos que se plantee un conflicto tal
que aun cuando el individuo no se halle vinculado ni obligado a sacrificar­
se, la masa tenga derecho a reclamar su sacrificio. Ademá% y siguiendo los
príndpios expuestos, el estado no debe velar por cl bienestar de los ciu­
dadanos, ya que para mantener su seguridad no es necesario esto que,
por otra parte, de hacerse, anularía precisamente la libertad, y con ella
la seguridad.
Esta seguridad se ve perturbada, unas veces, por los actos que como
tales lesionan los derechos ajenos y otras veces por aquellos de cuyas
LÍMITES DE LA ACOÓN DEL ESTADO

«xuecuendas se puede temer este resultado. El estado debe, sin embar­


go, prdiibir y esforzarse por impedir ambas dases de aam, aunque con
las modificaciones que cn seguida examinaremos; y si, a pesar de ello,
te producen, borrar los daños por ellos atusados mediante la indcmniza-
dón jurídicamente impuesta de esos dalos, en la medida en que sea
posible, y procurar que no se repitan cn el futuro, mediante cl castigo
necesario. A esto responden las leyes de policía y las leyes civiles y pena­
les, para usar las expresiones consagradas. Pero a estas materias viene
a añadirse otra que, por la peculiaridad de su naturaleza, merece un trato
absolutamente peculiar. Existe, en efecto, ima da»; de dudadanos a la
que sólo pueden aplicarse con dertas reservas los prindpios expuest«»
antericffmcnte, 1(b cuales se refieren siempre a hombres que se hallan
cn el ejercicio normal de sus fuerzas: nos referimc» a quienes no han
alcanzado todavú la edad madura y a quienes se hallan privados del ejer-
ddo de sus fuerzas humanas por la demencia o la locura. £1 estado debe
velar también por la seguridad de estas personas, cuya situación puede
fácilmente exigir, como de suyo se o>mprende, un trato especial. Esto
plantea, por tanto, para terminar, los deberes del estado cc»no supremo
tutor —empleando la expresión acostumbrada— de todos los ciudadanía
incapaca.
Con esto, aeo dejar trazadas — ^puesto que, después de lo dicho an­
teriormente, no necesito añadir ya nada respecto a la seguridad contra
cl enemigo exterior— las líneas generales de todos los puntos a que el
estado debe dirigir su atención. Lejos de pretender ahondar cn todas las
materias, tan prolijas y tan difíciles, que déjame« señaladas, nos contcn-
taremm con desarrollar en cada una de ellas, con la mayor brevedad
posible, los principicK supremos, cn la medida en que interesen a nuestra
investigación. Solamente después de hacer esto podremos dar pôr ter­
minado cl intento de agotar en su totalidad el problema planteado y de
drcmiscribir la acdón dcl estado cn todos sus aspectos dentro de los lími­
tes correspondientes.
140 TEORÍA GENERAL DEL ESTADO

XV

RsLAaÓN ENTK£ LA TEOXÍa EXPUESTA Y LOS MEDK>$ NECESAKK» PASA


MANTENER EN PIE EDIFICIO DEL ESTADO, EN GENERAL

losdnidonei finanderas.— Régimen politico interior.— Examen de b tcocf* aciniata,


desde el punto de vifta del deredio.— Punto de vista principal en toda ett* Morii.—
En qui medida podría encontrar ^ y o en la historia y en ia estadística.— Sqiaradáa
entre las relaciones de los ciudadanos oon el estado y las de los ciudadanos entt« sí.—
Necesidad de esta separación.

Después dc exponer lo que, según cl resumen dc nuestro plan dc


conjunto hecho anteriormente, n a quedaba todavía por examinar, cree­
mos haber estudiado el problema que nos ocupa del modo más completo
y preciso que permitían nuestras fuerzas. Podríame«, por tanto, dar por
terminada aquí nuestra investigacién, si no tuviésemos que examinar
todavía un punto que puede influir muy considerablemente en todo lo
expuesto con anterioridad, a saber: cl de l a medios que no sólo condicio-■
nan la acción del estado; sino que deben incluso asegurar su propia
existencia.
Aun para alcanzar l a fines más limitada, el «tado necesite contar
con ingresa suficientes. Mi ignorancia dc todo lo que se refiere a
cuestiones financieras me impide entrar a este propósito en larga razo-
namicnta. Además, ésta no son tampoco necesaria, según cl plan
seguido por nosotra, pues ya advertíama al comienzo mismo de esta
investigación que aquí no habríamos dc tratar dcl caso en que l a fines
dcl estado se determinaseli con arreglo a la cantidad de l a medios dc
acción dc que aquél dispusiese, sino por cl contrario, de la movilización
de los media necesarios con arreglo a l a fines perseguida. Indicarema
úniomentc, para evitar un vacío, que la idea central %gún la cual son
los fines humana lo que presiden el estado, con la ccxisiguientc limi­
tación dc l a fines dcl estado mismo, no debe perderse de vista tampoco
en el terreno financiero. Esto lo vema comprobado con suficiente elo­
cuencia si nos fijama, aunque solo sea por alto, en el entronque de
tantas instituciones de policía con las instituciones financieras.
En nuestro modo dc ver sólo existen tres clases de ingresa para cl
estado: los ingresos que se derivan de las propiedades reservadas o
IÍM ITES SE hA a c c ió n DM. ESTiO» I4 I

adquirMas por él; 2^ íngroK» por impuestos directos; 3"? ingrcsi» por
ánpu«tos indiretí»s. Toda pr<^i«lad del estado tiene consecuencias
dañosas. Ya mis arriba kemc» hablado de la superiorid^ de que cl
estado goza siempre, como tal estado; si aden:iá$ es prq>ktari(^ tiene
aecesariamente que intervenir cn muchas relaciones privadas. Allí
donde las instituciones del estado no responden a una necesidad o donde
ésta no influye para nada, es perjudicial que decida el poder, conferido
exclusivamente en atención a aquella necesidad. También llevan apa­
rejados sus inconvenientes 1« impuratos indirectos. La experiencia en­
seña que el establecimiento y la percepción de estos trfcutos exige
numerosas instituciones que no pueden ser apresadas incuestionable­
mente según nuestros razonamientos anteriores. No quedan, pues, más
qtK los impuestos directos. Entre le» posibles sistemas de impuestos
directw, el más sencillo es, indiscutiblemente cl sistema fisiocrátias. Sin
embargo —^y esta es una (i)jcción que ha sido formulada ya repetidas
veos—, cn él no se incluye uno de 1« productc» más naturales: la fuerza
del hombre, la cual, siendo considerada en nuestras instituciones cchdo
una mercancía cn cuanto a sus resultados, a sus trabaje», debe someterse
también a tributación. Y aunque el sistema de le» impuestm directos,
volviendo a él, se califique, no sin razón, como cl peor y más inadecuado
de todos los sistemas financieros, no debe olvidarse tampoco que un es­
tado cuya acción 4e circunscribe dentro de límites tan estrechos no necesita
de grandes ingresos y que, además, cuando el estado no p<Mee intereses
precios, distintm de los intereses de sus ciudadanos, puede contar siempre
sx)n la ayuda de una nación libre y que, por serlo, es también, sc^ín k
aperíencia de todos los tiempos, una nación acomodada.
Asi como la cuestión financiera puede entorpecer la aplicación de los
(vincipios establecidos anteriormente, el régimen político interior del
atado puede también, y acaso cn mayor medida, oponer djttáculos a
JU realización. En efecto, tiene que existir necesariamente un medio
que enlace entre sí a la parte dominante y a la parte dominada de la
nación, que asegure a la primera la posesión del poder que le ha sido
conferido y a k segunda el disfrute de k libertad a ella reservada. Este
fin ha intentado alcanzarse en diversos estados acudiendo a distintos
medie»; unas veces, reforzando el poder físico del gobierno, por decirlo
así —^lo cual constituye, indudablemente, un peligro para la libertad—,
mas veces estableciendo varios poderes contrapuestos y otras, finalmente,
142 tb o ú a g e n e r a l o e l e s t a d o

difundiendo entre la nación un espíritu favorable a la constitución del


estado. Sin embarga este último método, aunque haya producido« K^jre
todo en la Antigüedad, figuras muy hermosas, puede fácilmente per­
judicar al desarrollo de 1m ciudadana en su individualidad, conduce no
pocas veces a la unilateralidad y es, por consiguiente, el medio menos
aconsejable dentro del sistema aquí establecido. Con arreglo a éste,
deberá optarse más bien por un régimen político que ejerza uní in­
fluencia positiva especial lo menos marcada posible sobre el carácter
de los ciudadanos y que sólo inculque cn éstos cl más alto respeto del
derecho ajeno, unido al más acendrado amor por la propia libertad.
No intentaremos examinar aquí cual de las constituciones estatales
cebibles reúna estas condiciones, pues este examen compete, en realidad
a la teoría dc la política en «ntido estricto. Nos contentaremos crni una*
cuantas observaciones breves, que demuestran, por lo menos, la posibi­
lidad dc semejante constitución. El sistema aquí expuesto fortal«:e y
multiplica el interés privado de los ciudadanos, por cuya razón podría
aparecer que va en detrimento del interés público. Sin embargo, lo que
hace es unir éste con aquél, dc un modo tan estrecho que no se conci­
ba cl uno sin el otro, debiendo reconocerlo así todo ciudadano, puesto
que todo cl mundo aspira a disfrutar de libertad y dc seguridad. Nin­
gún sistema, por tanto, más adecuado que éste para mantener cl amor
a la constitución del estado, que tantas veces y tan cn vano se procura
cultivar por medie» muy artificiales. A esto hay que añadir que el
estado, cuando no pretende actuar demasiado, exige un poda más
reducido y medios de defensa más pequeños. Finalmente de suyo se
comprende que aquí, como en tantos otros terrcncs, se hace necesario, a
VKCS, sacrificar la fuerza o el disfrute a los resultados pcrs^idm .
Con lo expuesto, podríamos dar por resuelto, en la medida de
nuestras fuerzas acwales, cl problema planteado, consirtcnte en cir­
cunscribir la acción dcl estado cn todos le» aspectos con los límites que
nos parecían a la vez necesaricM y provechtKos. Mas, para ello, hemos
elegido exclusivamente el punto dc vista de lo mejor; al lado dc él, no
dejaría de ser interesante señalar también el del derecho. Sin embargo^
allí donde una sociedad estatal se traza libre y voluntariaoaente un
cierto fin y límites segurm para su acción, este fin y estos límites
—siempre y cuando que cl determinarlos se halle dentro dc las facul­
tades de quienes le» determinan— mn, naturalmente, legítimos. Pa-
LÍMITES DE LA AWIÓN DEL m'ADO 14 3

el contrario, cuando no se establezca esa expresa determinación, el estado


deberá, lógicamente, esfoizarse por reducir su acción a los límites pres­
critos por la teoría pura, teniendo cn cuenta también los obstáculos,
p que el olvido de éstos traería o>mo consecuencia un quebranto ma-
jRw. Pe» tanto, la nación tendrá derecho a exigir que aquella teoría se
aplique siempre en ia medida en que estos obstáculc» no lo impidan,
pero nunca en una medida mayor. Hasta aquí, no hemos mencionado
ninguno de este» obstáculos, pues nw hemos limitado a exponer la teoría
pura. Hemos intentado, en términe» g^erales, descubrir la situación
más ventajosa para cl hombre dentro del estado. Y a nuestro juicio,
ésta consiste en combinar la más variada individualidad y la independen­
cia más original con la aseiciación también más variada y más íntima
de diversos hombres, problema que sólo puede resolverse con la máxima
libertad. Las presentes páginas no tienen, cn rigor, otra finaUdad que
expemer la posibilidad de im estado que ponga los menores obstáculos
posibles a este fin último eskaado aquí, y éste viene siendo también,
desde hace largo tiempo, el objeto de todas mis reflexiones. Me daré
por satisfecho si he acertado a demc»trar que este principio debe servir
de ide il al legislador, por lo menos en todas las instítuciones del estado.
Las ideas aquí expuestas podrían ser ilustradas cn gran medida
por la historia y la estadística, si ambas se enfocasen Kibre cl fin último
apuntado. En general siempre heme» creído que la estadística estaba
necesitaela de una reforma. En vez de limitarse a suministrar datos
referentes a magnitudes, número de habitantes, volumen de la riqucasa y
de la industria de un país, etc., partiendo de le» cuales no es pe»ible
llegar nunca a juzgar integramente y con seguridad de la situación de
ese paú, la estadística, partiendo del carácter natural del país y de sus ha­
bitantes, debiera esforzarse en exponer la cuantk y la clase de sus
berzas activas, pasivas y de disfrute y en señalar paso a paso las modifi­
caciones que estas fuerzas experimentan, en parte mediante la asocia­
ción nacional de por sí y cn parte mediante las instituciones de estado.
En efecto, cl régimen del estado y la asociación nacional, por muy
estrechamente enlazados que se hallen entre s^ no deben nunca con-
ftiaelirse. Por debajo de las relaciones concretas que la constitución
de! estado imponga a los ciudadanos, ya sea mediante la supremacía y
el poder o por medio de la ex»tumbre y de la ley, hay otras relaciones,
infinitamente varitas y no pocas veces cambiantes, que los propie»
144 m m Í A g e m z x a l s e l wset/ioo

ciudadaiuu establean voluntariamente entre sL Y esta última anión, la


acción voluntaria y libre dc la nación consigo misma, es en redidad la que
suministra todos los bienes que le» hombres anhelan cuando se agru­
pan cn una sociedad. La constitución dcl estado en sentido estricto se
halla supeditada a esto como a su fin, siendo aceptada siempre como
un medio necesario y además, puesto que lleva siempre aparejadas
restricciones a la libertad, como un mal necesario. Por eso otro de los
propósito! secundarios de nuestro estudio era el señalar las consecuen­
cias peijudiciales que supone para el disfrute, las fuerzas y el carácter
dc le» hombres cl confundir la acción libre dc la nación c»n la acción
impuesta por el régimen de estado.

XVI

A p l i c a c i ó n d e l a t e o i Ía e x p u e s t a a l a r e a l i d a d

Relación dc la* verdades teóricas, eo ^ o a l , am su aplicadón.— Pnideuíia necesaria


en estos casos.— ^En toda reforma, cl nuevo estado de cosas dd>e enlazarte o w el
anterior.— El mejor modo de conseguir esto es hacer arrancar la reforma de las
ideas de los hombres.— Príndpios de toda reforma que de esto se derivan.— Apli-
cadón de los mismos a la presente invesdgadte.— Principales caracM’ísticas del
sistema preconizado.— Peligros que hay que prever en la aplicadón d d mismo.—
I^c» sucesivos necesarios que surgen en día.— ^Prindpio suprono que hay que
s^ u ir en esto.— ^Hdadón de este prindpio con los [vincipios fundamentales de k
teoría expuesta.— Prindpios de la necesidad que emana de aquella combinadón.—
Ventajas del mismo.— Conclusión.

El desarrollo dc las verdades que se refieren al hombre, y especial­


mente al hombre como ser activo, envuelve siempre cl deseo de ver
aplicado a la realidad aquello que k teork establece como exacto. Este
deseo cOTresponde a la naturaleza dcl hombre, al que rara vez satisfacen
los beneficios serenos y saludables de las ideas puras, y su vivacidad
aece a medida que cl hombre se interesa benéficamente por k dicha
de k sociedad. Sin embargo, por muy natural que este deseo sea de por
sí y por muy nobles que sean ks fuentes de que brota, acarrea no pocas
veces dañosas consccuencks, ks cuales suelen ser incluso más daiíos^
que la frk indiferenck o —puesto que lo contrario a ésta puede engen­
drar precisamente idéntico resultado— k pasión ardorosa, qttó, menee
preocupada por la realidad, se alimenta solamente con la belleza pura
lÍ M m S m LA ACCIÓN SEL BSTiO» I 45
de las Mes«. Lo terdadert^ tan pronto como echa rafces prafuodas —aun­
que sólo sea ea un h<»nbre—, produce skmpre, sí bien de un modo mSa
lento y callado, efectos saludables sobre la vida real; en cambio, aquello
que se transfiere ditectamente a ésta cambia no pocas veces de f(»^ma p(»
el mero hecho de transferir« y no repercute siquiera sobre d mundo de
hs ideas. Por eso existen también ideas que el sabio jamás intentaría
siquiera realizar. Más aún; la realidad no se halla nunca ni en époo
alguna sufidenteniente madura para los más bellos y más sazonados
frutt» del esp&itu; d alma del forjador, cualqukra que éste sea, sólo
puede rq>resen^se el ideal como un modelo inascqufl>ie. Y estas
accomjan, ante la tewía menos dudosa y más c»n%cuente, una pmdencia
extraordinaria en lo que se re&re a su aplkación. Son estas rain es
las que me amcvco, antes de poner fin a este estudio, a examinar dd
modo más completo y al mismo tiempo con k mayen: brevedad que me
permitan mis fuerzas, hasta qué punto p u e fe aplicarse cn k realidad
los prindpic» teóricamente desarrolkdos en páginas anteriores. Este
examen Kárvirá, a k vez, para evitar que se me acose de dictar directa­
mente a k realidad, con lo que dejo «puesto, una serie de rcgks o,
simplemente, de reprobar en k realMad lo que contradice a lo sc»tenido
cn estas páginas; pretensión arrogante en k que yo no incurrirk aun
cuando considerase absolutamente exacto e indiscutible lo mantenido
en las páginas anterior.
Skmpre que se trata de tranformar el presente, el «tado actual de
CMM tiene necesariamente que ir »;guido de un estado de 0)m nuevo.
Ahora bien; toda situación en que se encuentra el hombre y todo objetó
que le rodea provoca en su intcrbr una determinada forma fija. Esta
forma no puede convertirse en cualquier otra que el hcmbre elija, y d
intentar imponerle otra forma inadecuada %rk, al míMo tiempo,
frustrar su fin último y matar su fuerza. Si re a jrre m o i ks revoludones
más importotes de la historia, vemos sin esfuerzo que la mayor parte
de días surgen dc las revoludones periódicas del espíritu humano. Y
nos ojnfírmamos todavk más en esta idea si valoramos k s fuerzas que
provocan, en r^ca-, todas las transftwmacKjncs de k ticna incluyendo
ent» elks las humanas —puesto que ks de la naturaleza fíisica, dada
k marcha uniforn» e imperturbiblc de ésta, son menos importante
desde nue^o punto de vista, y ks que afectan a los seres irracionales
no tienen ninguna ¡mportanda de por sí, en este mismo aspecto—.
146 TEORÍA GENERAL DEL ESTADO

asignando a las últimas la parte fundamental. La fuerza humana sólo


puede manifestarse de un modo cn cada período, aunque modificando
este modo con una infinita diversidad; muestra, por tanto, cn cada mo­
mento, un carácter unilateral que, si abarcamos una sucesión de períodos,
presenta la imagen de una multiplicidad de aspectos maravillosa. Cada
estado anterior de la misma es o bien la causa plena dcl estado siguiente
o, por lo menos, la causa limitada, ya que las circunstancias externas
concomitantes sólo pueden hacer surgir precisamente cl estado de cosas
subsiguiente. Es, pues, aquel estado anterior y son las modificaciones
que experimenta las que determinan cómo las nuevas circunstancias
han de influir sobre el hombre, y el poder de esa determinación es tan
grande, que no pocas veces estas mismas circunstancias adquieren una
forma totalmente distinta por virtud de ella. De aquí que todo lo que
ocurre en la tierra pueda considerarse bueno y saludable, pues la fuerza
interior del hombre, cualquiera que sea su naturaleza, es la que lo do­
mina y preside todo, y esta fuerza interior no puede actuar nunca, en nin­
guna de sus manifestaciones, puesto que todas ellas le infunden, en
un aspecto o en otro, más fuerza o más cultura, más que de un modo be­
neficioso, aunque sea en distinto grado. Así se explica, además, que
toda la historia del genero humano deba considerarse, tal vez, como
una'sucesión natural de las revoluciones de la fuerza humana, lo cual
no sólo debiera reputarse acaso como la elaboración más ejemplar de la
historia, sino que, además debiera enseñar a todos los que se esfuerzan
en influir sobre los hombres el camino de progreso por el que puedan
conducirse las fuerzas humanas y el que, por cl contrario, no debe tra­
zarse nunca a éstas. Esta fuerza interior dcl hombre, con su dignidad
y el respeto que ella inspira, debe ser tenida en cuenta muy preferente­
mente, como también debe ser tomada cn consideración por el poder
con que se impone a todas las demás cosas.
Por consiguiente, quien emprenda el duro trabajo de entretejer su-
dlmente un nuevo estado de cosas con el estado de cosas anterior, no
deberá perder de vista jamás aquella fuerza interior del hombre; por
eso, lo primero que tendrá que hacer será observar en todo su alcance los
efectos que el presente surte sobre los espíritus. Si quisiera prescindir
de esto, podría transformar tal vez el aspecto externo de las cosas, pero
nunca cl espíritu de los hombres, cl cual se trasplantaría necesariamente
a todas las instituciones nuevas que se le impusiesen por la fuerza. Ni
LÍMITES DE LA ACCIÓN DEL ESTADO 147

debe creerse tampoco que el hombre se mostrará tanto más reacio al


estado de cosas subsiguiente cuanto mayor sea la fuerza con que el pre­
sente actúe sobre ¿1 . En la historia del hombre es precisamente donde
más de cerca se combinan entre sí los extremos, y toda situación exterior,
cuando se la deja seguir actuando sin impedimento, labora, no por
consolidarse, sino por destruirse. Esto no lo demuestra solamente la
experiencia de todos los tiempos, sino que es propio de la naturaleza del
hombre; tanto del hombre activo, del que no se aferra nunca a un objeto
más tiempo del necesario para alimentar en él su energía y que, por tanto,
pasa a otro objeto con tanta mayor facilidad cuanto menos embarazado
se ve para ocuparse dcl objeto anterior, como del hombre pasivo, en el
que si es cierto que la duración de la presión embota la fuerza, hace
sentir también la presión con mayor dureza.
Ahora bien; sin necesidad de tocar la forma actual de las cosas, cabe
influir sobre el espíritu y el carácter de los hombres e imprimirles una
dirección que no corresponda ya a aquella forma; y esto precisamente
es lo que el sabio intentará hacer. Es el único modo de llevar el nuevo
plan a la realidad exactamente tal y como se ha concebido en la idea;
por cualquier otro camino que se siga, aún descartando los daños que
se producen siempre que se entorpece la marcha natural del desarrollo
humano, el plan se verá modificado, transformado y desfigurado siem­
pre por lo que aún subsiste del estado anterior en la realidad o en la
cabe^ de los hombres. Pero, una vez eliminado este obstáculo del
camino, el estado de cosas acordado, sin tener en cuenta el que le pre­
cedió ni la situación actual producida por él, podrá surtir ya todos
sus efectos y nada se opondrá a la ejecución de la reforma. Según esto,
los principios más generales que presiden la teoría de todas las reformas
podrían resumirse del modo siguiente:
1. Los principios de la pura teoría nunca deben transferirse
a la realidad hasta que ésta, en toda su extensión, no les impida
ya producir los efectos que de suyo producirían siempre, sin
ninguna ingeriencia extraña.
2. Para que se opere la transición del actual estado de cosas
al nuevo estado de cosas acordado, hágase, en la medida de lo
posible, que toda reforma arranque de las ideas y las cabezas
de los hombres.
Ea los principios puramente teóricos establecidos anteriormente he­
148 TEORÍA QSNERAI. SEL ESTADO

mos tomado siempre como punto de partida, indudsdslcmcnte, la na­


turaleza de! hombre, sin atribuirle tampoco ninguna capacidad »trac»'-
diñaría, sino simplemente la medida ordinaria dc las fuerzas; sin
embargo, nm hemos representado siempre cl hombre cn la ÍOTma que
necesariamente le es peculiar y sin que se hallase conformado todavía
por una determinada modalidad. Pero el hombre no existe niuca así; las
circunstancias dentro de las que vive le imprimen siempre y en todas
partes una forma p<KÍtiva, más o menos divergente dc aquel tipo norma!.
Por tanto, siempre que un estado se esfuerce en extender o restringir los
límites de su acción ajustándose a los principi(» de una teoria exacta,
debe tener presente cuidadosamente esta forma. La desproporción entre
la teoría y la realidad, en este punto de la administración del estado, se
traducirá siempre, romo no es difícil prever, en ima falla dc libertad,
pudicndo llegarse a creer que !a ausencia total dc trabas es un objetivo
asequible y saludable en todos sus aspectos y cn cualquier momento.
No obstante, por cierta que se3 dc por sí esta afirmación, no debe olvi­
darse que lo que dc un lado cntorp<xe la fuerza como una traba, es, de
otro lado, materia propicia para alimentar su actividad. Ya al comenzar
este estudio hemos observado que el hombre propende más a la domina­
ción que a la libertad, y un sistema de dominación no satiskce »»lamente
al dominador que lo implanta y lo mantiene, sino que quienes lo sirven
se consideran honrados también por la idea dc formar parte dc un
todo que se extiende sobre las fuerzas y la vida de diversas generaciones.
Allí donde impere esta idea, tiene forzosamente que declinar la energía,
dejando paso a la pereza y a la pasividad, cuando se pretenda d>ligar
al hombre a actuar solamente dc por sí y para sí, dentro dcl cam{» que
abarquen sus fuerzas individuales y durante el tiempo exclusivamente
que le sea dado vivir. Cierto que dc este modo es como únicamente
puede actuar en un espacio más ilimitado y por un tiempo más impere­
cedero; pero no actúa de un modo tan inmediato y lo que hace es más
expandir semillas que se desarrollan por sí mismas que levantar edificios
cn los que se ve la huella dc su propia mano, y hace falta un grado supe­
rior de cultura para alegrarse más de la actividad consistente en crear
fuerzas, dejando a cargo de ellas mismas la creación dc le» resultados,
que de la que consiste en engendrar directamente éstos. Este grado de
cultura constituye la verdadera madurez dc la libertad. Sin embargo,
está madurez no se encuentra nunca ni en parte alguna cn toda su
LÍMITES DI LA ACeiÓN DEL ESTADO 149

perfecdán y, a nuestro juicio, será ácmpre ajena, en este grado de pcr-


fecc^n, al hombre sensible gustoso de salirse de su propia órbita.
¿Qué deberá hacer, pues, el estadista que quiera emprender seme­
jante transformación? En prima lupr, en cada paso nuevo que dé
sin seguir las huellas de la situactón existente, atenerse estrictamente a
la pura teoría, a menos que exista en el presente una circunstancia que, al
ser injertada cn ella, la modificaría o destruiría total o parcialmente
sus consecuencias. En segundo lugar, dejar subsistir tranquilamente
todas las restricciones a la libertad basadas en el presente, mientras los
hombres no den pruebas infalibles de oinsidcrarlas como trabas insopor­
tables, de Kntir su opresión y de hallarse, por tanto, cn este aspecto, ma­
duros pira la libertad; pero, tan pronto como «to ocurra, suprimirlas
sin dilación. Finalnunte, estimular por tod<» los medios la madurez
de 1(» hombres para la libertad. Esto último e^ indiscutiblemente, lo
más importante y al mismo tiempo lo más sencillo dentro de este siste­
ma, pues nada hay que tanto estimule esta madurez para la libertad
c(»no la libertad misma. Esta afirmación no la suscribirán, evWente-
mente, quieno se apresuran cn todo momento a alegar precisamente
esta falta de madurez de los hombres como pretexto para seguir mante­
niendo la opresión. Pero, a nuestro juicio esa conclusión se desprende
incuestionablemente de la propia naturaleza del hombre. La falta de ma­
durez para la libertad sólo puede brotar de la carencia de ñierzas intelec­
tuales y morales; i^lo lakwando por suplir o elevar estas fuerzas se
puede contrarretar aquella falta, mas para ello es indispensable ejer­
cer las tales fuerzas, y este ejercicio supone libertad e iniciativa per­
sonal. Claro está que (»nceder libertad no significa precisamente librar
al hombre de trabas que el interesado no siente como tales. Pero, de
ningún hombre dcl mundo, por desasistido que se halle de la naturaleza
o degradado por su situación, puede dedrse que todas las trabas que le
oprimen se hallen cn esc caso. Por consiguiente, lo que tiene que hacer
el gobernante es desligar al hombre de sus ataduras gradualmente y a
medida que se vaya despertando en él el sentimiento de la lfl)ertad, y
cada nuevo paso que se dé acelerará el progreso. L(» signos antmciadores
de este despertar pueden tropezar con granda dificultades, pero éstas
no atriban tanto en la teoría como en su aplicación; la cual no permite
nuna reglas especiales, sino que, en este caso como en tod<», es d>ra
exclusiva del genio. En tcorfa, iMBotros procuraríamos esclarecer del
150 THJRÍA GENERAL DEL ESTADO

siguiente modo este problema, indudablemente muy difícil e intrincado.


El legislador deberá tener presente, incuestionablemente, d<» «»as:
1^ la pura teoría, desarrollada hasta en el menor detalle; 2^ el status
de la realidad concreta que se proponga transformar. La tw ía, no sólo
deberá abarcarla cn todas sus partes, hasta en cl menor detalle y de!
modo más complete^ sino que deberá, además, tener presentes las con-
secuencias necesarias de los distintos principios en toda su extensión,
cn sus diversas ramificaciones y en su mutua interdependencia, aun
cuando no tod(» puedan llevarse a la práctica al mismo tiempo. Asi­
mismo — ^aunque esto sea, sin duda, infinitamente más difícil— deberá
estar informado acerca del estado de la realidad, acerca de todos los
vínculos que cl estado impone a lee ciudadanos y que éstos cstablcccn
entre sí en contra de les puros principios de la teoría y bajo la protección
del estado, y de todas las consecuencias de los mismos. Hecho esto, deberá
comparar entre sí dos cuadros, y el momento oportuno para llevar a la
práctica un principk» de la teoría será aquel en que se considere, como
resultado de dicha comparación, que, aún después de transferida la rea­
lidad, el principio permanecerá inmutable y además producirá las
consecuencias reflejadas en el primer cuadro o en que, por lo menos, ya
que eso no sea posible, haya de suponerse que, al acercar todavía más
la realidad a la teoría, se a»rija o remedie cl defecto. Esta meta final,
esta ojmpleta aproximación de la realidad a la teoría, es la que debe
servir de cfcjetivo constante a la mirada del legislador.
Esta idea, en cierto modo plástica, puede parecer extraña y acaso
todavía más que eso; podría decirse que es imposible trazar con fidelidad
esos cuadros, y mucho más aén establecer una comparación exacta entre
ellos. Y todas estas objeciones son fundadas, pero pierden mucho de su
fuerza si se tiene en cuenta que la teoría sólo exige libertad, y la reali­
dad, en la medida en que difiere de ella, sólo revela coacción, la causa
por la que no se cambia la libertad por la coacción no puede consistir
más que en una imposibilidad, la cual con arreglo a la naturaleza del
prc^lema, sólo puede estribar cn una de estas d « cosas: o bien cn que
los hombres o la situación no están todavía maduros para la libertad y
en que, por tanto, ésta destruiría los resultados sin 1« que no puede
concebirse ninguna libertad, ni siquiera la propia existencia, o bien cn que
no producirían los resultados saludables que siempre los acompañan.
Pero, ambas cosas sólo pueden enjuiciarse representándose en toda su
LÍMITES DE LA ACCIÓN DEL ESTADO I5I

extensión cl estado de cœas actual y el que existiría después de modificado


y comparando cuidadosamente entre sí su forma y sus efectc». Además,
la dificultad se reduce más todavía si se considera que el propio estado
no puede implantar ninguna reforma antes de que aparezcan los indi-
áos de ella en los mismos ciudadanos; no puede suprimir las trabas sino
cuando su presión se haga ya sentir en los que las sufren; es decir que,
en cierto modo, cl estado tiene que limitarse a ser un simple espectador
y cuando se plantee la necesidad de abolir una restricción puesta a la
libertad, calcular simplemente la posibilidad o imposibilidad de hacerlo,
dejándose guiar exclusivamente por aquella necesidad. Finalmente, no
necesito advertir aquí que sólo nos referimos al caso en que al estado se
le ofrezca la posibilidad no solamente física, sino también moral, de
implantar una reforma y en que, por tanto, no se opongan a ésta los
principios del derecho. Desde este punto de vista, no debe olvidarse
que cl derecho natural y el derecho general constituyen la única base
de todo el derecho positivo, por cuya razón debemos remontarnos siem­
pre a ellos; de donde se deduce que, para invocar una norma jurídica
que es, en cierto modo, fuente de todas las demás, nadie ni bajo concepto
alguno puede adquirir un derecho con las fueraas o el patrimonio de otro
dorando a su antojo, sin contar con cl consentimiento de éste u obrando
en contra de él.
Sentada esta premisa, nos aventuramos, pues, a establecer el principio
siguiente:

El estado, en lo que se refiere a lœ límites de su actuación, debe


procurar que la realidad de las cosas se ajuste a los postulados de la
teoría exacta y verdadera, en la medida en que ello sea p<KÍblc
y no existan razones de verdadera necesidad que se opongan. La
¡K»sibilidad de ello consistirá en que los hombres se hallen sufi­
cientemente preparados para recibir la libertad que profesa siem­
pre la teoría y en que ésta pueda producir los efectos saludables
que la aojmpañan siempre, a mencs que existan d>stáculos que
lo impidan; la necesidad contraria podrá estribar en que la liber­
tad, una vez conferida, no destruya resultados sin los cuales corre
peligro no sólo cualquier progreso ulterior, sino la propia exis­
tencia. y ambas cosas deberán apreciarse siempre como conse­
cuencia de una comparación cuidadosamente establecida entre la
152 TEOKÍA GINERAI. OEL ESTADO
situación actual y la situación modificada y sus efectos rcspccti-
vos.

Este principio se deriva íntegramente de la aplicación a este caso es­


pecial dcl principio que más arríba establecíamos con vistas a todas las
reformas. En efecto, lo mismo cuando los hombres no se hallen prepa­
rada para la libertad que cuamlo ésta ponga cn peligro los r«ultados
necesarios de que hemm hecho mención, la realidad impide que 1<» prin­
cipios de la pura teoría produzcan los efectos que producirían necesaria­
mente si no interviniesen fact<«-cs extrañe« y, dicho esto, no tenemos
nada más que añadir para glosar el principio aquí formulado. Podríame^
indudablemente clasificar las diferentes situaciones que puede presentar
la realidad, dcm<xtrando a la luz de ellas la aplicación de aquel principio.
Pero, esto sería obrar en contra de nuestrc» propios principios. Hem<«
dicho, en ef«:to, que toda aplicación de aquella norma fundamental
exige abarcar con la mirada el todo y cada una de sus partes cn su más
exacta trabazón, lo cual no es pmible procediendo por maas hipótesis.
Si ponemos esta regla que debe presidir la actuación práctica del
estado en relación con las leyes que impone a éste la teoría desarrollada
en páginas anteriores, vemos que el estado debe ajustar siempre su
acción al imperativo de la necesidad. En efecto, nuestra teoría sólo le
permite velar por la seguridad porque la con«cución de este fin escapa
a las posibilidades del hombre individual, es decir, porque, esta función
impuesta al estado es la única necesaria; y ia regla de su conducta prác­
tica le vincula estrictamente a la teoría, siempre y cuando que cl presente
no le obligue a desviarse de ella. Todas las Meas expuestas a lo largo
del presente estudio van, pues, encaminadas como a su meta final al
prinápto de la necesidad. En la pura teoría, es exclusivamente la pecu­
liaridad del hombre natural la que determina los límites de esta nccesir
dad; en su aplicación, hay que tener en cuenta, además, la individualidad
de lo real. Créeme» que este principio de la neceidad debe ser cl
que dicte la suprana norma a todo esfuerzo práctico dirigido al hombre,
pues es el único que conduce a resultados segur« e indiscutibles. El
principio de la utilidad, que podría contraponerse a él, no permite un
enjuiciamiento puro y exacto. Este exige cálculc« de probabilidades,
k» cuales, aún descontando el que, por su propia naturaleza, no pueden
hallarse exentos de error, se encuentra siempre expuesto al peligro de
LÍMITES DE LA ACaÓN DSL ESTADO 15 3

fracasar ante las circunstancias imprevistas más insignificantes; en


cambio, lo necesario se impone por sí mismo con gran fuerza al senti-
miento dcl hombre, y lo que la ncccsidíui ordena no sólo es útil siempre,
sino que es incluso indispensable. Además, lo útil, pu«to que la escala
de gradaciones de ello es infinita, exige siempre nuevas y nuevas medidas»
al revés de las limitaciones impuestas a lo exigido por la necesidad que,
dejando un margen mayor a la propia fuerza, disminuyen la nc(xsidad
de ésta. Finalmente, la función de velar por lo útil a>ndu<x la mayor
{»rtc de las veccs a medidas positivas, mientras que la de velar por lo
necesario conduce en la mayoría de los casos a medidas negativas,“®toda
vez que —dada la intaisidad de la fuerza dcl híanbre para obrar por su
cuenta—la necesidad no se plantea fácilmente como no sea para librar al
hombre de cualquier traÍKi que le oprima. Por todas estas razones —
las que, en un análisis más minucioso, podrían agregarse todavía
otras— ningún otro principio es tan conciliablc como éste con cl res­
peto debido a la individualidad <|e los «xes dotados de propia iniciati­
va y con cl cuidado de la libertad que este rapeto impone. Finalmente,
el único medio infalible para inftindir poder y prestigio a las leyes es el
hacerlas descansar exclusivamente en este principio. Divasos caminos
han sido propuestcM para llegar a este objetivo final; se ha indicado
principalmente, como el medio más seguro, cl de convencer a los ciuda-
danc» de la bondad y la utilidad de las leyes. Pero, aun concedida esta
bondad y esta utilidad en un caso conaeto, no es posible convencerse
nunca de la utilidad de una institución sin un cierto esfuerzo; diversas
ideas producen distintos criterios acerca de esto y la propia inclina­
ción del hombre se encarga de contrarrestar el convencimientt^ puesto
que todo el mundo, por muy de buen grado que acoja lo que él mismo
aee útil, se resiste siempre contra lo que tratan de imponerle como tal.
En cambio, nadie deja de inclinarse voluntariamente bajo el yugo de la
necesidad. Es derto que, en situaciones complicadas resulta difícil in­
cluso el comprender lo que es necesaric^ pero la aplicación dcl principio

^ l a contrap(»kióii jerárquizada de los actos "poirivos” y “ncgatívos” u l como


aquí aparece a fun<kmental para comprender el modo como concibe Humboldt,
por naturaleza, la actitud que debe adoptarse anee la realidad. Por naturaleza, se resiste
a lodo lo que signifique ingerencia en los acaecimientos del mundo d r c u n ^ te , y es
aquí en el carácter dado, donde se hallan las raíces más profundas de sus ideas. (E 4 )
154 TEOlUUi GENERAL DEL ESTADO

que aquí se mantiene simplifica las situaciones y hace que la comprensi&i


de lo necesario resulte siempre más fácil.
Con esto, hemos recorrido ya el campo que dejamos deslindado ai
comenzar el presente estudio. En este recorrido, creemos haber estado
animados por el respeto más profundo para la dignidad interior del
hombre y para la libertad, único régimen adecuado a ella. ¡Ojalá que
las ideas por nosotrtM expuestas y la expresión con que las hemos re­
vestido no sean indignas de este sentimiento l
Il

PROBLEMAS DE ORGANIZACION DE L A ENSEÑANZA

DE UN “DICTAMEN SOBRE L A ORGANIZACION DE LA CO­


MISION SUPERIOR DE EXAMENES'^
(1809)

L as lis t a s 01 a>nducta q u e los directores d e colegios envfan actual­


m ente p u o le n seguirlas en vian do d el m ism o m odo, y al m ism o tiem ­
po rem itir a k sección le g is k tiv a u n in form e que abarque a tod<» 1<M
miembrcB de su a>lcgÍo y en el q u e se exponga, principalm ente, k clase
de trabajos en que m ás se destaca cada u n o de ellos, in clu yen do o, por
lo men<», m encionando los trabajos m ás notables realizad m por él
durante e l año actual.
No hemos de examinar aquí hasta qué punto esta medida podrk
ser utilizada para ejercer una censura o un control efectivo. Lo que
aquí nos interesa es cl uso que podrk hacerse de ella para conocer a 1«
interesadcK, conocimiento necesario no pocas veces incluso después de
realizado cl examen. La experiencia demuestra cuán difícil es, a veces,
decidir el sitio en que podrk ser más útil una persona de cuya capacidad,
en conjunto, estamm convencidos, y esta decisión ^ facilitark bastante,
por lo menos, estableciendo en la sección legisktiva un archivo de juicio
s(^re la misma persona, mantenido al d k y acompañado de las pruebas
documentales rarrespondientes, al que tuviesen líbre acceso todos los
jefes llamados a proponer en la provisión de cargos. Asegurándose la
dignidad y el secreto necesaric», no habría por qué temer que este sistema
diese lugar a abusos, sobre todo porque este tipo de censura no entrark
a enjuiciar para nada el carácter ni las costumbres de la persona inte­
resada.
Este sistema establecerk, además, un régimen de emulación muy dis­
tinto del que mantienen ks listas ordinarias de conducta, en las cuales
ISS
15 6 ORGANIZACIÓN DE LA ENSBÑANZA

lo más importante es la puntualidad y la cantidad de trabajo rendido.


La seguridad de que los buenos trabajes no sólo no quedarían enterrad«»
en el expediente, sino que, lejos de ello, serían valorados por personas
apartadas de todo interés material inmediato y que sólo verían en el!«
frutos de la actividad espiritual y la encrgá de carácter de sus autor»,
«rviría de incentivo al trabajo, y, aunque no fuese más que como
colección de labores más o men<K ejemplares y eminentemente prácticas,
este archivo tendría ya un interés. No hace falta decir que no tendría
que tratarse simplemente de refundiciones, sino, igualmente y sd)re
todo, de trabajos verdaderamente práctioe, registrados exaaamente con
cl éxito conseguido y con las dificult^es vencidas. Además, estos infor­
mes sólo deberían ocuparse extensamente de las personas más destacadas.
El hecho de no ser mencionado u ocupar poco espacio en elIcK sería
considerado ya como un indicio bastante desfavorable.
Finalmente, esta medida serviría también a la Comisión superior de
exámenes para controlar su propia actuación. Tendría, de este modo,
de vez en cuando, ocasión de comprobar hasta qué punto es posible,
aun en término de pocos años, imprimir al espíritu otra dirección, y a
veces podría también, volviendo la mirada hacia su interior, rectificar
sus propios juicios...
La parte general de los exámenes deberá ser tratada, sobre todo en lo
que se refiere a los examinadores de la Sección de Enseñanza, con cl
mayor cuidado y también con la mayor prudencia. No pocas veces,
deberá provocar ciertc« temas simplemente para ver si el examinando
«tá empapado en ellos o nc^ pero cuidando mucho de no convertir este
examen en una prueba de erudición, como si se tratase de comisiones
científicas o técnicas, ni en un examen de estudi«, como 1« que deben
realizarse en las universidades. En general, estos examinadores no de­
ben preocuparse tanto de los conocimientos p«itiv<M, que, dentro de
este campo, sólo pueden ser conocimientos generales adquiridos por
el estudio, como de examinar el aspecto formal del intelecto dcl exa­
minando, su capacidad y su modo de tratar, especulativa y prácticamente,
una determinada materia...
En un alto funcionarb de! estado. !o más importante es e! conapto
que realmente tenga de la humanidad en todos los scntidc», el saber
en qué cifra su dignidad y su ideal en ccmjunto, con qué grado de
claridad intelectual lo concibe y » n qué calor lo siente; qué eitffnsMn
COMISIÓN SUPERIOR DE EXÁMENES »57

da al concepto de la cultura, qué consid^a, cn ella, como narcsario y


qué, cn cierto modo, como un lujo; qué idea se forma de la humanidad
ia concreto, qué gralo de respeto o de falta de respeto profesa cn
cuanto a las dases bajas del pueblo, cómo piensa socialmente, á cree
que debe dejar« que cl hwnbre perezca dentro dcl estado, viéndolo
con indiferencia, o si, por el cantrario, considera que la fomm dcl estado
dd)C disolverse cn la libertad dcl individuo; si atribuye a la educación
y a la religión una fuerza positiva para k formación dcl hombre o 1m
«»nsidera simplemente como materias cn ks que cl homb« va ahon­
dando más y más a medida que se esfuerza por adentrarse en elks, cual­
quiera que sea el trato que se les dé; y, finalmente, qué clasc de fe y de alc-
grk le animan, en lo que se refiere a la transformación de la nación a que
pertenece: si k domina cl celo apasionado dcl reformador o le guk
Kíkmcntc la enérgica voluntad de cumplir lealmente con su deber con
arreglo a principios estrictos o siente esa a lcp k dcl experimentar con k
que disfruta principalmente cl propio experimentador; cómo, por último
se compaginan en él todas estas ideas, si han surgido sueltas y cada una
por su lado, reunidas a la ligera, mantenidas como máximas o deva-
das a principios, concebidos claramente al margen de su aplicación o
comprendidos y sentidos solamente a k par con ésta.
Es así como podemos llegar a saber si un hombre es consecuente o in­
consecuente, de naturaleza superior o de naturaleza vulgar, limitado o
liberal, de concepciones unilaterales o de amplk visión, y por fin, si le
interesan más las ideas o k realidad o si, abrazando el criterio del gran
«tadista, se deja ganar por la convicción de que sólo puede alcanzarse
d djjetivo cuando ks primeras imprimen su sello a k segunda.
Existen mQcs de medios para investigar todo esto y apenas cabc
imaginarse ninguna conversación por medio de k cual no pueda lle­
garse, cn pocas palabras, a un punto desde donde sea posible ver
cn estos asuntos con bastante claridad; cl arte dcl examinador con­
sistirá cn saber mantener un diálogo hábil y flexible, no abordando a k
persona a quien se trata de conocer con una serie de ideas preparadas,
sino, por cl contrario, ajustándwe a ks que él exponga, sabiendo utili­
zarlas y desarrollarlas. Y, del mismo molo, cuando tenga delante una
persona no muy brillante, deberá arrancar de 1« temas más comunes
de aqucll<B de donde la individualidad puede remontara a conceptos
más abstractcB. Este tipo de examen, que expuesto así, cn téri3DÍnos ge-
158 OXGANIZACIÓN DE LA ENSEÍÍANZA

neralcs, puede par<xer muy difícil y abstracto, debe tomar como punto
de partida, exclusivamente, cl punto en que, a primera vista, se halla
la persona examinada, remont¿id(»e a lo sumo a algunos grados más
pcK* encima de su capacidad de asimilación, si ve que ésta es pequeña;
de este modo no resultará ser nunca, ni siquiera en el campo puramente
práctico, demasiado idealbta e inadecuado para la realidad de la vida
social.
DE UN “DICTAMEN DE LA SECCION DE ENSEÑANZA
Y CULTOS"
(1809)

E l k^io ke acción de la Scaión de Enseñanza pública y CuItCB abarca


un campo octiaordinariamente grande; abarca conjuntamente la for­
mación moral de la nación, la educación dcl pueblo, la enseñanza que
capacita a los individuos para ejercer las diversas industrias del pa&,
la cultura consagrada a las clases altas y la sabiduría que administran las
universidades y las academias. El diluir las actividades de la Sección,
enfocándolas sobre cada xmo de estos problemas por separado, en vez
de esforzarnos en tener presente siempre, ai lado de cada uno de ellos,
aquello que debe sSr cl objetivo primordial de todos, me ha parecido
peijudicid. De aquí que mi preocupación fundamental se encamine,
exdusivament^ a establecer unos cuantos prindpica sencillos, para obrar
estrictamente con arreglo a ellos, no marchando por muchos caminos,
áno procediendo en cambio de un modo concreto y enérgico y dejando
lo demás al cuidado de la naturaleza, necesitada solamente dcl impulso
y de la direcdón inicial.
La dificultad dd problema estriba en inculcar a la nación y mantener
en ella la inclinadón a obedecer las leye^ a guardar al regente del paú
amor y fidelidad inquebrantables, a ser, en lo privado, ¿ru ^ , moral,
religiosa y pr<^esionalmente laboriosa y, finalmente, dedicarse a ocu­
paciones serias, despreciando todo lo frívolo y lo mezquino.
Pero la nadón sólo puede Ueg^ a estos resultados si, de una parte,
profesa conoptt» daros y precisos aarca de sus deber« y, de otra,
estm conceptos se convierten en sentimientos, gradas sobre todo a m
religiosMad. Sobre esta base, indispensable también |w a las gentes más
sendlla% se desarrollan luego, a su vez, l a frutos más altt» en el campo
de las dencias y las artes, las cuales, si se impulsan por otro camino, de­
generan fádlmente en una estéril enididón o en vagos sueñe».
159
l6 o OKOiNlZAaÓH DE LA ENSEÑANZA

El esfuerzo fundamental deberá encaminarse, por tonto, a que toda


la nación, teniendo en cuenta solamente la capacidad de asimilación
de las distintas clases sociales, eduque sus sentimicntcs áempre sobre
conceptos claros y precisos y a lograr que estos conceptos arraiguen tan
profundamente, que se trasluzcan en la conducta y en el carácter del
hombre, sin olvidar nunca que los sentimientos religiös« proporcionan
el vínculo mejor y más seguro para conseguir esto.
La Sección tiene, además, un motivo apremiante para establear una
íntima relación entre las consecuencias saludables de una religicsidad
ilustrada y las de um educación bien orientada, y es la lentitud con que la
educación suele actuar, cuidándose más de la gcncrádón futura que
de la preonte. Es un error absoluto aeer que aun la mejor enseñanza
puede ejercer sus efectos verdaderamente saludables sobre la juventud
si se descuida la moralidad y la religi<»idad de los adultez.
Para acometer con éxito la empresa de mejorar a la nación, hay que
abordarla al mismo tiempo cn todos los aspectos y no creer que la gene­
ración más joven debe hallarse sustraída a la parte avanzada de la anti­
gua. Por tanto, del mismo modo que la educación influye sobre la
juventud, las prácticas religiosas deben influir sobre los adultos, y los
resultados sólo serán verdaderamente beneficiosos cuando la educación y
la religión se combinen de un modo perfecto. Es innegable que, en la
situación actual de nuestro país, el descuido en que se tiene la educadón
de los niños repercute perjudfcialmente sobre la moral de 1<m jóvenes
recién salidos de la escuela, así como también scére la de los mayores,
y que la moralidad de niñ« educadm con verdadero rigor y con arreglo
a los postulados de la época, influiría por sí misma, primero en los pro­
pios padres, no corrompidos todavía, pero indiferentes, y luego en las
demás personas.
De este modo, creo poder asegurar a Vuestra Majestad que la Sección
tomará o>mo punto de partida, primordialmente y ante todo, aquello
que constituye el cimiento fundamental de todos los estados y que para
ello empleará siempre los medios más sencillos y más naturales, con
exclusión de todo artificio; que no se propondrá nunca como n^ta, de
un modo unilateral, la erudición o cl refinamiento, sino la educación dd
carácter y de los propósitos y que no se fijará nunca exclusivamente cn
determinadas partes de la nación, sino siempre en su masa total e indi­
visible. ..
LA SECCIÓN DE ENSEÍÍAN2 A Tf CULTOS l6 l

La Sección de Enscñaiua pública basa los principien que le sirven de


pauta para su actuación y que, hasta ahora, hemos aplicado más bien
de un modo práctico que proclamado y definido en términos expresos,
en ks ideas desarrolladas al comienzo de este dictamen.
La Sección concibc su plan escolar general tomando como base toda
la nación y procurando estimular cl desenvolvimiento de las fuerzas
humanas que es necesario por igual a todas las clases sociales y al que
pueden adaptarse fácilmente bs conocimient<« y aptitudes necesarias
para las distintas profesiones. Su esfuerzo tiende, por consiguiente, a dar
a bs diversos establecimientos de enseñanza, desde el más bajo al más
alt<^ una organización encaminada a hacer de cada súbdito de Vuestra
Real Majestad un hombre moral y un buen ciudadano, dentro de las
circunstancias en que se desenvuelva su vida y tal como éstas b exijan,
evitando que ninguno de ell« reciba la enseñanza a que se consagre
de un modo que le h a^ estéril e inútil para los demás aspectos de su vida;
el camino indicado para alcanzar este objetivo consistirá en que los
métodos de la enseñanza no se preocupen tanto de que se enselic tales o
cuales c«as, sino de que, a través dcl estudio, se ejercite la memoria, se
aguce la inteligencia, se discipline el juicio y se eduque el sentimiento
moral.
Por este camino, la Sección ha logrado llegar a un plan mucho más
sencillo del que en estos últimos tiempos se ha establecido con prefe­
rencia en algunos estados alemanes. En ést«, principalmente en Ba-
viera y en Austria, se procura velar casi por cada dase sockl de por sí.
A mi juicio, esto es absolutamente falso y contrario incluso al objetivo
final que con ello se persigue.
Hay, sencillamente, ciertos conocimientos que deben ser generales y,
más todavía, una cierta educación de las ideas y del carácter de que no
debe privarse a nadie. Nadie puede ser, evidentemente, un buen artesa­
no, un buen comerciante, un buen soldado o un buen hombre de negocios
si, de por sí e independientemente de su profesión específica, no es un
buen hombre y un buen ciudadano, honrado y culto, como corresponda
a su estado social. Si la enseñanza que recibe en la escuela se encarga
de dotarlo de los elementos necesarios para ello, adquirirá luego mucho
más fácilmente la capacitación especial para ejercer su profesión y con­
servará siempre la libertad necesaria para cambiar de profesión, como
ojn tanta frecuencia acontece en la vida.
IÓ2 ORGANIZACIÓN DE LA ENSEÑANZA

En cambio, si la educación parte de cada profesión específica, lo que


hace es formar hombres unilaterales, que no tendrán nunca la pericia
ni la libertad necesarias para introducir por sí mismos ampliaciones
y correcciones cn su profesión, cn vez de limitarse a copiar de un modo
puramente mecánico lo que otros han hecho cn ella antes de ellos. Con
este sistema, el hombre pierde fuerza e independencia, y como existen
diversas profesiones, por ejemplo la de soldado o la de funcionario,
que dependen del estado, éste, al educar exclusivamente para ellas a
quienes han de ejercerlas, se impone la carga de emplear y alimentar
a estas personas. El servicio público sería mucho mejor y más provechoso
para Vuestra Real Majestad sí no se le considerase como un medio de vida,
si todos los que ingresan a él lo hiciesen movidos más bien por el deseo
de ejercer una función importante que por cl afán de resolver su pro­
blema de vida y si el estado, deseoso de separar a una persona de su
cargo, cn vez de verse agobiado como hoy por la preocupación de qui­
tarle el pan, tuviese la seguridad de que podía ganarse fácilmente la
vida cn otra profesión.
Existe, finalmente, la dificultad de que, generalmente, no es posible
definir hasta una época relativamente tardía la profesión ftitura que
abrazará el niño o el joven y de que su talento natural, apropiado tal
vez para otra, unas veces no se revela o no se reconoce y otras veces
se ve ahogado.
De aquí que la Sección de Enseñanza pública, dentro del campo de
su competencia, anteponga siempre la enseñanza general a las escuelas
especiales de artesanos, comcrciantcs, artistas, etc., guardándose de no
involucrar la formación profesional con la educación general dcl hom­
bre. Considera como encomendados exclusivamente a ella los esta­
blecimientos generales de enseñanza y se mantiene en relación con las
autoridades competentes dcl estado para cuanto se refiere a los estableci­
mientos especiales.
Según cl plan de la Sección, en las ciudades sólo habrá, por consi­
guiente, escuelas elementales y escuelas de cultura. En las escuelas ele­
mentales se enseñará solamente lo que todo individuo debe saber como
hombre y como ciudadano; cn las escudas de cultura, se administrarán
gradualmente aquellos conocimientos que son necesarios para toda
profesión, incluso para las más altas, y cl grado de cultura que adquiera
el alumno sólo dependerá del tiempo que permanezca cn la escuela
LA SECCIÓN DE ENSEÑANZA V CULTOS 163

y dcl curso a que llegue en ella. Sin embargo, como no todos los alum­
nos de una ciudad pueden ni deben ser iguales, habrá también escuelas
elementales que puedan dar a la enseñanza mayor extensión y un
carácter más completo, puesto que las gentes ricas que residen en ellas
p a^ án honorarios más elevados por educar a sus hij«. Y, de otra
{arte, las ciudades pequeñas, en las que no pueda haber instituciones
culturales superiores que lleguen hasta la universidad, contarán con
establecimientos en los que solamente se profesará una parte de la ense­
ñanza correspondiente a las escuelas propiamente de cultura.
De este modo, no faltarán tampoco esas escuelas que suelen denomi­
narse escuelas medias y ninguna clase social carecerá del estableci­
miento de enseñanza adecuado a su formación. Pero habrá en todas
partes unidad de plan, para que el paso de una escuela a otra pueda
ralizarse sin lagunas ni soluciones de continuidad.
Hasta aquí, las escuelas de cultura tenían el defecto de que en ellas
predominaban de un modo demasiado exclusivo las lenguas cultas, las
cuales se profesaban, además, de tal modo, que si la enseñanza no era
llevada a término, resultaba perdido caá totalmente el tiempo invertido
en aprenderlas.
La Sección puede remediar y remediará ambos inconvenientes. En
todas las escuelas de cultura — y ya se han dado los primeros pasos a ello
encaminados— se combinarán las enseñanzas matemática e histórica
con la de las lenguas muertas, de modo que cada alumno pueda consa­
grarse preferentemente y según su talento a una de ellas, pero sin que
se le permita omitir o descuidar totalmente ninguna.
Y, en la enseñanza de las lenguas, la Sección seguirá siempre y de
un modo cada vez más general cl método encaminado a lograr que,
aunque se olvide la lengua aprendida, cl hecho mismo de empezar a
aprenderla sea útil y provechoso para toda la vida, no sólo como ejercicio
mnemotécnico, sino también como medio para aguzar la inteligencia,
para depurar el juicio y asimilarse ideas de carácter general.
La Sección se preocupará especialmente de que nadie pueda pasar
de una escuela inferior a otra superior ni de un curso a otro, dentro de
ésta, sin que sea debidamente comprobada su capacidad para ello y cl
profesor anterior pueda entregar el alumno al siguiente sin cl convenci­
miento vivo de que aquél ha remontado la fase correspondiente y está en
164 ORGANIZAaÓN D£ LA ENSEÑANZA

condiciones de pasar a la inmediata. Nadie, sin embargo, podrá ingre­


sar cn la universidad antes de tener 18 años cumplidc».*^
La Sección desea transferir, principalmente a los municipios de las
ciudades, el mantenimiento y mejoramiento del sistema escolar xubano,
conservando para estos fines las sumas concedidas por Vuestra Real Ma­
jestad a cargo del erario. Y aunque en esta misma ciudad^“ haya fraca­
sado un primer intento en este sentido, me permito suplicar encarecida­
mente a Vuestra Real Majestad que no deseche en términos generales
este plan. No sólo porque es neasario para las escuelas a las que no sería
paible ayudar de otro modo, sino porque además es conveniente para
los ciudadanos, quienes sentirán avivado su sentido de la ciudadanía
cuando consideren el mejoramiento de las escuelas como obra suya pro­
pia, sentirán más interés por la enseñanza y preferirán la enseñanza
pública, indudablemente mejor, a la enseñanza privada si sus escuelas
públicas les ocasionan algún gasto, aunque éste sea pequeño, y final­
mente verán crecer su moral cuando tengan que velar con algún sa­
crificio por la moralidad de sus hijos. Y, ante las contradicciones que
puedan presentarse de vez en cuando, no debe perderse de vista que,
antes de que se cree un verdadero espíritu colectivo, cosa que, en tan
breve plazo de tiempo, no hay derecho a esperar del régimen de las ciu­
dades, por excelente que éste sea, se dará con frecuencia el caso de que
las corporaciones se opongan allí donde los individuos agrupados en
ellas asentirían de buen grado y de que, entre éstos, los bien intenciona­
dos se alegren cuando ese consentimiento sea impuesto a los demás,
obligándoles a lo que no se decidirían a hacer ni ante las razones más
convincentes...

** Esta propuam suponía una innovación radical en las prácticas vigentes hast» en­
tonces. Cieno es que el propio Humboldt no habia ingresado en la universidad hasta
los 20 años. (Ed.)
** Se refiere a la ciudad de Königsberg. (Ed.)
SOBRE LA ORGANIZACION INTERNA Y EXTERNA DE LOS
ESTABLECIMIENTOS CIENTIFICOS SUPERIORES EN BERUN
( i 8io)

E l (x í n c e p t o d b 1<» establecimientos científicos superiores, como cen­


tra en los que culmina ciianto tiende directamente a elevar la cultura
moral de la nación, descansa en el hecho de que estos centros están
destinados a cultivar la ciencia en el más profundo y más amplio sentido
de la palabra, suministrando k materia de la cultura espiritual y moral
preparada, no de un modo intencionado, pero sí con arreglo a su fin,
para su elaboración.
La esencia de estos establecimientos científicos consiste pues, inte­
riormente, en combinar la ciencia objetiva con la cultura subjetiva; ex-
teriormente, en enlazar la enseñanza escolar ya terminada con el estudio
inicial bajo la propia dirección del estudiante o, por mejor decir, en efec­
tuar el tránsito de una forma a otra. El punto de vista fundamental es,
sin embargo, el de la ciencia, abarcada por sí misma y en su totalidad,
—aunque haya, no obstante, ciertas desviaciones—, tal y como existe,
en toda su pureza.
O)mo estos centros sólo pueden conseguir la finalidad que se propo­
nen siempre y cuando que cada uno de ellos se enfrente, en la medida
de lo posible, con la idea pura de la ciencia, los principios imperantes
dentro de ellos son la soledad y la libertad. Sin embargo, puesto que tam­
poco la actuación espiritual de la humanidad puede desarrollarse más
que en forma de cooperación, y no simplemen» para que unos suplan
lo que les falta a otros, sino para que los frutos logrados por un« satisfa­
gan a otros y todos puedan ver la fuerza general, originaria, que en el
individuo sólo se refleja de un modo concreto o derivado, es necesario que
la organización interna de estos establecimientos de enseñanza cree y
mantenga un régimen de cooperación ininterrumpido y constantemente
vitalizado, pero no impuesto por la cocción ni sostenido de un modo
intencional.
Otra de las características de los establecimientos científicos superio­
res es que no consideran nunca la ciencia como un problema perfecta-
165
l6 6 ORC3ANIZACIÓN DE LA ENSEÑANZA

mente resuelto, y por consiguiente siguen siempre investigando; al


contrario de la escuela, donde se enseñan y aprenden exclusivamente
los conocimientos adquiridos y consagrados. La relación entre maestro
y alumno, en estos centros científicos, es, por tanto, completamente dis­
tinta a la que impera cn la escuela. El primero no existe para el segundo,
sino que ambos existen para la ciencia; la presencia y la cooperación
de los alumnos es parte integrante de la labor de investipción, la cual
no se realizaría con el mismo éxito si ellos no secundasen al maestra
Caso de que no se congregasen espontáneamente en torno suyo, el pro­
fesor tendría que buscarlos, para acercarse más a su meta mediante la
combinación de sus propias fuerzas, adiestradas pero precisamente por
ello más propensas a la unilateralidad y menos vivaces ya, con las fuerzas
jóvenes, más débiles todavía, pero menos parciales también y afanosamen­
te proyectadas sobre todas las direcciones.
Por tanto, lo que llamamos centros científicos superiores no son,
desligados de toda forma dentro del estado, más que la vida espiritual
de los hombres a quienes el vagar externo o la inclinación interior con­
ducen a la investigación y a la ciencia. Aun sin forma oficial alguna,
áempre habría hombres que buceasen y acumulasen conocimientos por
cuenta propia, otros que se pusiesen cn relación con personas de la
misma edad y otros que reuniesen cn torno a ellos un círculo de gentes
más jóvenes. Pues bien; cl estado debe mantenerse también fiel a esta
idea, si quiere encuadrar cn una forma más definida esta actuación vaga
y en cierto modo fortuita. Deberá esforzarse:
i 9 en imprimir cl mayor impulso y la más enérgica vitalidad
a estas actividades;
2? en conseguir que no bajen de nivel, en mantener en toda su
pureza y su firmeza la separación entre estos establecimientos su­
periores y la escuela (no sólo en teoría y de un modo general,
sino también en la práctica y cn las diversas modalidades con­
cretas).
Asimismo, debe tener siempre presente el estado que, cn realidad,
su intervención no estimula ni puede estimular la consecución de estes
fines; que, lejos de ello, su ingerencia es siempre entorpecedora; que
sin él las cosas de por sí marcharían infinitamente mejor y que, en rigor,
sus fundones se reducen a lo siguiente:
ESTABLECIMIENTOS CIENTÍFICOS SUPERIORES 167

puesto que en una sociedad positiva tienen que existir necesaria­


mente formas exteriores y medios para toda clase de actividades,
el estado tiene el deber“®de procurarlos también para el cultivo
de la ciencia; lo que puede ser dañoso a la ciencia, en su interven­
ción, no es precisamente el modo como suministre estas formas
y estos medios, sino que es cl hecho mismo de que existan tales
formas externas y medios para cosas completamente extrañas lo
que acarrea siempre y necesariamente consecuencias perjudiciales,
haciendo descender cl nivel de lo espiritual y lo elevado al de la
material y baja realidad; por consiguiente, el estado no debe
perder nunca de vista, en estos centros, su verdadera esencia in­
terior, para reparar así lo que él mismo, aunque sea sin su culpa,
impida o dañe.
Y, aunque esto no sea más que otro aspecto del mismo método, los
beneficios de él se acusarán en los resultados obtenidos, pues el estado,
si enfoca el problema desde este punto de vista, intervendrá de un modo
cada vez más modesto. Y, en la actuación práctica del estado, los criterios
teóricamente falsos no quedan nunca impunes, aunque otra cosa se
piense, ya que ningún acto del estado es puramente mecánico.
Dicho lo anterior, se ve fácilmente que, en la organización interna
de los establecimientos científicos superiores, lo fundamental es el prin­
cipio de que la ciencia no debe ser considerada nunca como algo ya
descubierto, sino como algo que jamás podrá descubrirse por entero y
que, por tanto, debe ser, incesantemente, objeto de investigación.
Tan pronto como se deja de investigar la verdadera ciencia o se cree
que no es necesario arrancarla de la profundidad del espíritu, sino que se
la puede reunir extensivamente, a fuerza de acumular y coleccionar, todo
K habrá perdido para siempre y de modo irreparable para la ciencia
—la cual, si estos procedimientos prosiguen durante mucho tiempo, se
esfuma, dejando tras sí cl lenguaje como una corteza vacía— y para el
estado. En efecto, sólo la ciencia que brota dcl interior y puede arraigar
en él transforma también el carácter, y lo que al estado le interesa,
lo mismo que a la humanidad, no es tanto el saber y el hablar como el
carácter y la conducta.
Obsérvese k contradicción interna que existe entre el "deber educativo" d d
Btaíte, que aquí se proclama, y la actitud de no intervención en los asuntos de la vida
espwttual que preconizaba d autor hace un momento. (Ed.)
l6 8 ORGANIZACIÓN DE LA ENSEÑANZA

Ahora bien; si sc quiere evitar para siempre este extravío, lo único


que se necesita es mantener vivos y cn pie los siguientes tres postulados
del espíritu:
cn primer lugar, derivarlo todo de un principio originario (con
lo cual, todas las explicaciones de ia naturaleza, por ejemplo, se
elevarán del plano mecánico al plano dinámico, al orgánico y,
finalmente, al plano psíquico cn cl más amplio sentido); en
segundo lugar, acomodarlo todo a un ideal; finalmente, articu­
lar en una idea este ideal y aquel principio.
Claro está que no cabc precisamente estimular esta tendencia, ni a
nadie se le ocurrirá tampoco que es necesario comenzar a estimularla,
tratándose de alemanes. El carácter nacional intelectual de los alemanes
tiene ya de suyo esta tcndcncia, y lo único que se necesita es evitar que
se la contrarreste ni por medio de la violencia ni por obra de un anta­
gonismo que, indudablemente, también pudiera plantearse.
Como de los centros científicos superiores debe desterrarse todo lo
que sea unilateral, puede ocurrir, naturalmente, que cn ellos actúen tam­
bién muchos que no profesen aquella tcndcncia y algunos que la repug­
nen; solamente en unos cuant<» se encontrará en toda su plenitud y en
toda su pureza, y bastará con que se manifieste alguna vez que otra
de un modo verdadero, para que ejerza un influjo amplio y perdurable.
Lo que sí tiene que imperar siempre desde luego, cn un cierto respeto
hacia ella, cn quienes la instituyen, y un cierto temor cn quienes qui­
sieran vería destruida.
Ia filosofía y cl arte son los campos en los que de un modo más acu­
sado y específico se manifiesta dicha tendencia. Sin embargo, estas ma­
nifestaciones no sólo degeneran fácilmente, sino que tampoco puede
esperarse mucho de ellas, si su espíritu no se trasmite debidamente a las
otras ramas de conocimiento y a los otros tipos de investigación, o sólo
se trasmite de un modo lógica o matemáticamente formal.
Finalmente, si en los centros científicos superiores impera el principio
de investigar la ciencia en cuanto tal, ya no será necesario velar por
ninguna otra cosa aisladamente. En estas condiciones, no faltará ni la
unidad ni la totalidad, lo uno buscará a lo otro por sí mismo y ambas
cosas se completarán de por sí, en una relación de mutua interdepen­
dencia, que es en lo que reside el secreto de todo buen método científico.
E S T A B i^ c n n u fic » c x E D if p im s v fiu o b is i6g

En cuanto a lo interior, quedarán cubiertas, de este mod<^ toda»


las exigencias.
En lo tocante al aspecto externo de las relaciones con d estado y con
sus actividades, éste ^ lo deberá velar por asegurar la riqueza (fuerza
y variedad) de energías espirituales, lograda a través de la selecdón de
l(Mhombres que allí se agrupen y de la libertad de sus trabajos. Pero la
libertad no se halla amenazada solamente por el estado, sino también
pm los propios centros científicos, los cuales, al ponerse en marcha, adop­
tan un cierto espíritu y propenden a ahogar de buen grado el surgir de
otro. Y cl estado debe cuidarse también de salir al paso de le» dañe»
que esto podrá ocasionar.
Pero, lo fundamental estriba en la elección de le» hombres que se
ponga a trabajar en estíw (xntros... Después de esto, lo más importante
es que se fijen pocas y sencilla, pero más profundas que de ordinario,
leyes de organización, a las que ¿ lo es paible referirse al tratar de las
diversas partes concretas.
Finalmente, es necesario decir algo acerca de los media auxiliares, a
propósito de lo cual debe observarse, en términos muy generales, que la
acumulación de colecciones muertas no ha de considerarse como lo fun­
damental, sino que, lejos de ello, no debe olvidarse que pueden fácil­
mente contribuir a embotar y degradar el espíritu; he ahí explicado
por qué las universidades y las academias más ricas no son siempre, ni
mucho menos, aquéllas en que las ciencias se cultivan de un modo más
profundo y más floreciente. Y lo que decimos de los establecimientos
dentíficos superiores en cuanto a las actvidades del estado en su con­
junto, puede aplicarse también, en to que se refiere a sus reladones, como
centros superiores, con la escuela, y como centros científicos, con la vida
práctica.
El estado no debe considerar a sus universidades ni como centrca
de segunda enseñanza ni como escuelas especiales, ni servirec de sus
academias como diputaciones técnicas o científicas. En general (pues
más adelante diremos qué excepciones concretas deben admitirse respecto
a las universidades), no debe exigirles nada que se refiera directamente a
él, sino abrigar cl íntimo convencimiento de que en la medida en que
cumplan con el fin último que a ellas corresponde cumplen también
con los fines propios de él, y además, desde un punto de vista mucho
alto, desde un punto de vista que permite una conantración mudio
170 ORGANIZACIÓN DE LA ENSEÑANZA

mayor y la movilización de fuerzas y resortes que el estado no puede


poner cn movimiento.
De otra parte, al estado le incumbe, primordialmente, cl deber de or­
ganizar sus escuelas de modo que su labor redunde en provecho de
las actividades de los centros científicos superiores. Esto responde, prin­
cipalmente, a una ojmprensión certera de sus relaciones con estos centrc»
y al fecundo convencimiento de que, como tales escuelas, ellas no están
llamadan a anticipar ya la enseñanza de las universidades y de que éstas
no constituyen tampoco un mero complemento de la escuela, de igual
naturaleza que ella, un curso escolar superior, sino que cl paso de la
escuela a la universidad representa una fase en la vida juvenil, para la cual
la escuela prepara al alumno, si trabaja bien, de modo que x pueda res-
petor su libertad y su mdcpendenda, lo mismo en lo psíquico que en lo
moral y en lo intelectual, desligándolo de toda coacción, en la seguridad
de que no se entregará al ocio ni a la vida práctica, sino que «ntirá la
nostalgia de elevarse a la ciencia, que hasta entonces sólo de lejos, por
decirlo así, se le había mostrado.
El camino que tiene que seguir la escuela para llegar a este resultado
es sencillo y seguro. Le basta con preocuparse exclusivamente del des­
arrollo armónico de todas las capacidades de sus alumnos; con ejercitar
sus fuerzas sobre el número más pequeño posible de objetos y, en la me­
dida de lo posible también, abarcándolos cn todos sus aspectos y haciendo
que todos los conocimientos arraiguen en su espíritu de tal modo que la
comprensión, el saber y la creación espiritual no cobren encanto por las
circunstancias externas, sino por su precisión, su armonía y su belleza
interiores. Para esto y para ir preparando la inteligencia con vistas a la
ciencia pura, deben utilizarse preferentemente las matemáticas a partir
de las primeras manifestaciones de capacidad mental del alunmo.
Así preparado, el espíritu capta la ciencia por sí mismo; en cambio,
aun con igual aplicación y el mismo talento, pero con otra preparación,
se hundirá inmediatamente o antes de terminar su formación en activi­
dades de carácter práctico, inutilizándose también para estas mismas
tareas, o se desperdigará, por falta de una aspiración científica superior,
cn conocimientos concretos y dispersos.
ESTABLECIMIENTOS CIENTÍFICOS SUPERIORES 171

Sobre el criterio de clasificación de los centros científicos superiores y


las diversas clases de los mismos
Solemos entender [»r antros científicos superiores las universidades
y las arademías de ciencias y de artes. Y no es difícil conabir estas
instituciones, surgidas fortuitamente, como surgidas de la misma idea;
sin embargo, cn estas concepciones, muy socorridas derfe 1<» tiempos de
Kant, hay siempre algo que no es dcl todo correcto; además, la empre»
es, a veces, inútil.
En cambio, es muy importante el problema de saber si realmente
vale la pena de crear o mantener, al lado de una universidad y además
de ella, una academia y qué radio de acción se debe asignar a cada una de
por sí y a ambas conjuntamente, para que cada una de las dos funcio­
ne con su propia y específica modalidad.
Cuando se dice que la universidad sólo debe dedicarse a la enseñanza
y a la difusión de la ciencia, y la academia, en cambio, a la profundiza-
ción de ella, se comete, manifiestamente, una injusticia contra la
universidad. La profundización de la ciencia se debe tanto a los pro­
fesores universitarios como a los académicos, y en Alemania más toda­
vía, y es precisamente la cátedra lo que ha permitido a estos hombres
hacer los progresos que han hecho cn sus especialidades respectivas. En
efecto; la libre exposición oral ante un auditorio entre el que hay siem­
pre un número considerable de cabezas que piensan también conjunta­
mente con la del profesor, espolea a quien se halla habituado a esta clasc
de estudio tanto seguramente como la labor solitaria de la vida del es­
critor o la organización inojnexa de una corporación académica. El
progreso de la ciencia es, manifiestamente, más rápido y más vivo cn
una universidad, donde se desarrolla constantemente y además a cargo
de un gran número de cabezas vigorosas, lozanas y juveniles. La ciencia
no puede nunca exponerse verdaderamente como tal ciencia sin empe­
zar por asimilársela independientemente, y, en estas condiciones, no
scrfa conabible que, de vez en cuando e incluso frecuentemente, no se
hiciese algún descubrimiento. Por otra parte, la enseñanza universitaria
no es ninguna ocupación tan fatigosa que deba considerarse como
una interrupción de las condiciones propicias para el estudio, cn vez de
ver cn ella un medio auxiliar al servicio de éste. Además, en todas las
172 ORGANIZACIÓN DE LA ENSEÑANZA

grandes universidades hay siempre profesores que, desligados de los


deberes de la cátedra en todo o en parte, pueden dedicarse a estudiar e
investigar en la soledad de su despacho o de su laboratorio. Indudable­
mente, podría dejarse la profundización de la ciencia a cargo de las uni­
versidades solamente, si estas se hallasen debidamente organizadas, pres­
cindiendo de las academias para estos fines----
Si examinamos la cosa a fondo, vemos que las academias han floreci­
do principalmente en el extranjero, donde no se conocen todavía** y
apenas se aprecian los beneficios que rinden las universidades alema­
nas, y, dentro de la propia Alemania, en aquellos sitios, preferentemente,
en que no existían universidades y donde éstas no estaban todavía animadas
por un espíritu tan liberal y tan universal como cl de nuestros días. En
tiempos recientes, ninguna se ha destacado especialmente, y las academias
han tenido una participación nula o muy escasa en cl verdadero auge
de las ciencias y las artes alemanas.
Por tanto, para mantener ambas instituciones en acción, de un modo
vivo, es necesario combinarlas entre sí de tal modo, que, aunque sus
actividades permanezcan separadas y desenvuelvan cada cual en su órbi­
ta propia, sus miembros, los universitarios y los académicos, no perte­
nezcan nunca exclusivamente a una de las dos clases de centros. Así
combinadas, la existencia independiente de ambas puede dar nuevos
y excelentes frutos.
Pero, en estas condiciones, los ules frutos no responderán tanto, ni
mucho menos, a las actividades peculiares de ambas instituciones como
a la peculiaridad de su forma y de su relación con cl estado.
En efecto, la universidad se halla siempre en una relación más es­
trecha con la vida práctica y las necesidades del estado, puesto que tiene
a su cargo siempre tareas de orden práctico al servicio de éste y le incumbe
la dirección de la juventud, mientras que la academia se ocupa exclusi­
vamente de la ciencia de por sí. Los profesores universitarios mantienen
entre sí una relación puramente general acerca de puntos referentes
a la organización externa e interna de la disciplina; pero, en lo tocan­
te a sus disciplinas específicas, sólo mantienen comunicación entre
sí en la medida en que se sienten inclinados a hacerlo; fuera de estos casos,
cada cual sigue su camino propio. En cambio, las academias son socie-
En la organización de la vida científica de París, en la que prevalecían el Ins­
tituto y la Academia, Humboldt había observado la norma contraria. (Ed.)
ESTABLECIMIENTOS CIENTÍFICOS SUPERIORES 173

dadcs destinadas verdaderamente a someter la labor de cada cual al


juicio de todos.
Por estas razones, la idea de una academia debe mantenerse como
la del hogar supremo de la ciencia y la de la corporación más indepen­
diente del estado, exponiéndose incluso al peligro de que esta corpora­
ción, con sus actividades demasiado escasas o demasiado imilaterales, de­
muestre que lo bueno y lo conveniente no siempre se impone con la
máxima facilidad cuando las condiciones externas son las más favora­
bles. Creemos que hay que correr ese riesgo, ya que la idea de por sí es
bella y saludable, y siempre podrá llegar cl momento en que pueda
realizarse también de un modo digno.
Entre la universidad y la academia se establecerá, así, una emulación
y un antagonismo y, además, un intercambio mutuo de influencias de
tal naturaleza, que cuando haya razones para temer que una u otra incu­
rra en excesos o acuse una deficiencia de actividad, se restablecerá entre
ambas, mutuamente, cl equilibrio.
Este antagonismo a que nos referimos recaerá, cn primer lugar, sobre
la elección de los miembros de ambas corporaciones. Todo el que sea
académico tendrá, cn efecto, derecho a profesar cursos universitarios
sin necesidad de nombramiento especial, pero sin que por ello quede
incorporado a la imiversidad como profesor. En su consecuencia, ha­
brá diversos sabios que sean al mismo tiempo profesores imiversitarios
y académicos, pero en ambas instituciones existirán, además, otros que
pertenezcan exclusivamente a ima de las dos.
El nombramiento de los profesores de universidad debe ser de la
competencia exclusiva del estado. No sería, indudablemente, acertado
conceder a las facultades universitarias, en este respecto, una influencia
mayor de- la que ejercería por sí mismo un consejo de curadores inteli­
gente y mesurado. En cl seno de la imiversidad, los antagonismos y las
fricciones son saludables y necesarios, y las colisiones producidas entre
los profesores por sus propias disciplinas pueden también contribuir
involuntariamente a hacer avanzar sus puntos de vista. Además, las
universidades, por su propia estructura, se hallan enlazadas demasiado
estrechamente con los intereses directos dcl estado.
En cambio, la elección de los miembros de una academia debe de­
jarse a cargo de ésta misma, supeditándose solamente a la ratificación
regia, que sólo en casos muy raros será denegada. Es el régimen que
174 OEGANIZAaÓN DE LA ENSEÍSa NZA

mejor cuadra a las academias, como sociedades en las que cl principio


de la unidad es mucho más importante y cuyos fines puramente cientí­
ficos no interesan tanto al estado como a tal estado.
Ahora bien; de aquí surge el correctivo a que aludíam« más arriba,
en cuanto a las elecciones a los centros superiores de ciencia. Como el
estado y las academias toman una parte aproximadamente igual en
ellos, no tardará en revelarse el espíritu con que ambas clases de esta­
blecimientos actúan, y la propia opinión pública se encargará de juzgar­
los imparcialmente, a unos y otros, sobre cl terreno, si se desvían de
su camino. Sin embargo, como no será fácil que ambos yerren al mismo
tiempo, por lo menos del mismo modo, no todas las elecciones correrán,
al menos, cl mismo peligro, y la institución, en conjunto, se hallará a
salvo del vicio de la unilateralidad.
Lejos de ello, la variedad de fuerzas que actúan en estos centros habrá
de ser grande, ya que a las dos categorías de científicos: los nombrados
por el estado y los elegidc» por las academias, vendrán a sumarse los
docentes libres, destacados y sostenidos exclusivamente, por lo menos al
principio, por la adhesión de sus alumnos.
Aparte de esto, las academias, además de sus labores específicamente
académicas, pueden desarrollar una actividad peculiar a ellas por medio
de observaciones y cnsay« organizados en un orden sistemático. Algu­
nos de ellos deberán dejarse a su libre iniciativa; otros, en cambio, se les
deberán encomendar, y en este« trabajos que se ks encomienden deberá
influir, a su vez, la universidad, con lo cual se establecerá un nuevo
intercambio entre las universidades y las academias...
.. .Academias, universidades e instituciones auxiliares” son, por
tanto, tres partes integrantes e igualmente independientes de la institu­
ción en su conjunto.
Todas ellas se hallan, las dos últimas más y la primera menos, bajo
la dirección y la alta tutela del estado.
Academias y universidades gozan de igual autonomía, si bien se
hallan vinculadas en el sentido de que tienen miembros comunes: la
universidad deberá autorizar a todos los académicos para explicar cur-

Humboldt alude aquí a los Institutos de Ciencias Natunles existentes j* en


Berlín por aqud entonces, entre los que figuraba, por ejemplo, d ‘Teatro Anatámi-
co“. (¿d.)
BSTABLECIMIEOTOS CaENTÍFIOOS SUPIMOXES 17 5

SOS cn ella y las academias, a su vez, deberán o rg an izar aquellas series


de observaciones y ensayos que la universidad les proponga.
Los institutos auxiliares serán utilizados y vigilados por ambas, pero
las funciones de vigilancia deberán ser ejercidas indirectamente a través
dcl estado.**

*• El eicrito se iatcrrumpe aquí. (E 4 .)


III

PROBLEMAS C O N S TITU a O N A L E S

MEMORIA SOBRE LA CONSTITUCION ALEMANA


(1813)

Francfort, diciembre 181

H a sta l l e g a » a q d í , no he dispuesto, mi querido amigo,*^ del tiempo

necesario para cumplir mi promesa de comunicarle mis ideas acerca


de la futura constítución alemana. Quise esperar, además, a encontrarme
entre los mure» de esta ciudad. Aquí, donde las huellas de las antiguas
instituciones infunden todavía bastante respeto para precavernos tanto
rontra la indiferencia ante su ruina como contra la ilusión de considerar
fácil su restablecimiento, podemos comentar con más sosiego y más
seriedad cl más importante de los asuntos de que puede ocuparse un
alemán.
La primera dijeción con que mis proposiciones tropezarán será,
prd)ablemente, la de que arrancan de premisas variables. Pero esta
cJajeción debe dirigirse, más que a m^ a la ccBa misma. Un compromiso
verdaderamente sólido rólo puede imponerse por medio de la coacción
física o de la violencia moral. La política, por su propia naturaleza, no
puede contar gran cosa con la segunda si no deja que se trasluzca detrás
de ella la primera, y la molida en que esto sea necesario y eficaz depen­
derá siempre, a! mismo tiempo, en una parte muy considerable, de la
manera fortuita como se presenten las circunstancias. La política no debe
pensar, pues, en medios que puedan brindar un prantk absoluta, sino
cn recursos que se adapten lo mejor pc^ible a las circunstancias más
probables y las dominen del modo más natural. Dando siempre por
descontada la posibilidad de un resultado inseguro y no olvidando que
Este escriu» iba dirigido al harte von Stein.
1T7
ly S PROBLEMAS CONSTITUCIONALES

cl espíritu con que se crea una institución debe alentar siempre en ésta,
para que pueda mantenerse.
Sería, con mucho, preferible que no fuese necesario crear nuevas
mstitucioncs, sino dejar las cosas estar y desarrollarse por sí mismas, des­
pués de proceder a la disolución de lo insostenible. El mundo marcha
siempre mejor cuando los hombres sólo necesitan actuar negativamente.
Pero aquí, esto es imposible; aquí, es necesario hacer algo positivo, cons­
truir algo, después de habernos visto obligados a derribar lo existente.
Una vez disuelta la Confederación dcl Rin, es necesario decidir qué
rumbó ha de seguir Alemania. Y, avmque se rechazase toda clase de
asociación, aunque todos los estados hubiesen de llevar su existencia
propia, sería necesario también organizar y garantizar este estado de
cosas.
Ahora bien; cuando hablamos del porvenir de Alemania debemos
guardarnos mucho de aferramos a la preocupación mezquina de asegu­
rar a Alemania contra Francia. Si bien es cierto que la independencia
de nuestro país sólo se halla amenazada por ese lado, hay que evitar que
un criterio tan unilateral como éste sirva de pauta, cuando se trata de
fundar un régimen permanente y saludable para una gran nación. Ale­
mania debe ser libre y fuerte, no sólo para que pueda defenderse contra
uncK a otros vecinos, contra cualquier enemigo, sino porque solamente
una nación así, fuerte en lo exterior, puede albergar el espíritu de que
emanan tod« los beneficios de su vida interior; debe ser libre y fuerte
para tener, aunque nunca lo ponga a prueba, el sentimiento de su propia
estimación, necesario en un país que desea desarrollarse como nación li­
bremente y sin trabas y afirmar permanentemente el lugar beneficioso
que le corresponde entre las naciones europeas.
Enfocado en este aspecto, el problema de si los diversos estados ale­
manes deben seguir existiendo por separado o agruparse en una comuni­
dad de estad«, no puede ser dudoso. Los pequeños estados de Alemania
necesitan de apoyo, 1« estados más importantes de respaldo y, por su
parte, Prusia y Austria saldrán también favorecidos formando parte de
un conjunto mayor y, en términos generales, más importante toilavía.
Esta agrupación de estados, formada por razones de generosa protección
y modesta subordinación, infundirá una mayor equidad y un carácter
más general a sus ideas, basadas en sus propios intereses. Además, cl
sentimiento de que Alemania forma un todo alienta en todos los pechos
LA aiSSlTTUClÓN ALEMANA 179

alemanes y no descansa solamente sobre la comunidad de costumbres,


lengua y literatura (de la que no participan en el mismo grado Suiza
y Prusia), sino cn el recuerdo de los derechos y las libertades disfru­
tadas en común, de la gloria conquistada y de 1« peligros afrontados
conjuntamente, cn la memoria de una agrupación más sólida cn que
vivieron los antepasados y que hoy sólo perdura cn la nostalgia de los des­
cendientes. Si los diversos estados alemanes (aun suponiendo que los
más pequeños de todos se incorporasen a los más grandes) quedasen con­
fiados a sus propias fuerzas y hubiesen de llevar una existencia aislada, la
masa de estos cstedos, que no pueden en modo alguno o que sólo pueden
muy difícilmente vivir por su cuenta, aumentaría de un modo peligroso
para el equilibrio europeo, peligrarían también los estadcB alemanes más
importantes incluyendo Austria y Prusia, y poco a poco toda la nacio­
nalidad alemana sucumbiría.
En el modo como la naturaleza une a los individuos cn naciones y
separa en naciones al género humano va implícito un medio extraordi­
nariamente profundo y misterioso de mantener, en cl verdadero camino
del desarrollo relativo y gradual de las fuerzas, al individuo, que de
por .si no es nada, y al género, que sólo vale por lo que vale cl individuo;
y si bien la política no tiene por qué pararse cn estas ideas, no debe
tampoco aventurarse a contravenir la naturaleza de las cosas. Y con
arreglo a éstas, dentro de límites más amplios o más circunscritos, a tono
con las circunstancias de la época, Alemania será siempre, en el senti­
miento de sus moradores y a los ojos de los extranjeros, una nación, un
pueblo y un estado.
El problema se reduce, pues, a saber cómo es posible convertir nue­
vamente a Alemania en un todo.
Si fuese posible restaurar la antigua organización política del país,
nada sería más deseable. Y esta organización volvería a incorporarse,
indudablemente, con la fuerza de un muelle dejado cn libertad si
realmente se tratase de un régimen vigoroso oprimido por la violencia de!
extranjero. Pero desgraciadamente fué la agonía lenta del propio orga­
nismo la que determinó, en lo fundamental, su destrucción por la fuerza
exterior; y ahora, al desaparecer la violencia extranjera, nadie aspira,
como no sea por medio de deseos impotentes, a la restauración del ré­
gimen destruido. De la antigua sólida agrupación y estricta supeditación
de los diversos miembros a la cabeza sólo quedó cn pie, a fuerza de
l8 o raO lLEM AS OONSTITUaONALES

irsc desprendiendo una parte tras otra, un todo poco coherente, en cl


que, aproximadamente desde la Reforma^ cada parte pugnaba p<»' se­
pararse. ¿Cómo hacer brotar de aquí la tendencia contraria, que tan
apremiantcmcntc se necesita hoy?
Si nos fijamos, uno por uno, en los diversos puntos, vemos cómo
crecen todas las dificultades. La implantación de la dignidad imperial,
la limitación de los príncipes electores a un número reducido, las condi­
ciones de la elección: todo tropezaría con infinitos obstáculos en la ca­
beza y en los miembros. Y, aun suponiendo que todos ellos pudieran
vencerse, se crearía algo nuevo, en vez de restablecer lo antiguo. No
habrá nadie, seguramente, que dude de la ineficacia de la antigua federa­
ción del Reich como medio para garantizar nuestra independencia en
la época actual. Aunque se conservasen 1<k viejos nombres, sería necesa­
rio, por tanto, crear nuevos organismos.
Sólo existen dos vínculos con los que puede formarse un todo polí­
tico: una verdadera constitución unitaria o una simple federación. La
diferencia entre ambos sistemas (no precisamente de por sí, sino en fun­
ción de la finalidad fundamental aquí perseguida) consiste en que el pri­
mero incorpora a la agrupación, con carácter exclusivo, ciertos derechos
de imperio que en el segundo competen a todos los agrupados contra
los transgresores. El primer sistema es, indiscutiblemente, preferible al
segundo; es más solemne, más imperative^ más permanente; pero las
constituciones figuran entre las cosas que existen en la vida, cuya existen­
cia se ve, pero cuyo origen nunca puede explicarse totalmente y qu^
por tanto, es mucho más difícil todavía copiar. Toda constitución, aun
considerada como simple trama ttórica, tiene necesariamente que arran­
car de un germen material de vida contenido en el tiempo, en las circuns­
tancias, en el carácter nacional, germen que no necesita más que desarro­
llarse. Pretender establecer un régimen de éstos exclusivamente sobre
los principios de la razón y de la experiencia sería altamente dudoso.
Todas las constituciones existentes en la realidad han tenido, indiscuti­
blemente, un origen informe, que rehuye todo análisis riguroso; y con
la misma seguridad puede afirmarse que una constituctón consecuente
desde el principio mismo nacería condenada a carecer de solidez y
estabilidad.
Por e«^ a mi juicio, no es posible dar otra contestación a k pregunta
de si Alemana debe obtener una verdadera constitución. Si, al llegar k
l A o o N s rm ia Ó N íulemana. i8 x

en que kaya de resolverse cl problema de si la cab«a y lea miembroa


quieren ser, verdaderamente, cabeza y miembrm, contestan afirmativa­
mente, no quedará sino seguir este camino, dirigir y delimitar. Pero si
no ocurre así, si es el frío raciocinio el que tiene que decidir que exista
un vínculo de unidad, deberá optarse modestamente por la solución más
asequible y «car simplemente una agrupación de estados, ima federación.
Todas las constituciones cuya estabilidad se ha impuesto se acoplaron
en su tiempo, como es fácil demostrar históricamente, a una determinada
forma existente con antericMridad. Pero actualmente no existe ninguna for­
ma que pueda tomarse como base para establecer una constitutíón
política de Alemania. Lejos de ello, todas las llamadas constituciones
han caído, y justamente, en disfav<w, por el carácter lamentable y pre­
cario con que desde la Revolución francesa han venido repitiéndose hasta
la saciedad. En cambio, el desarrollo acabado de todas las formas polí-
ticai correspondientes a las agrupaciones de estados es característico de
los tiempí» modernos, razón por la cual una federación de estados que
haya de fundarse hoy deberá entroncarse preferentemente con estas
formas.
Ahora bien; si se me preguntase cuáles deberán ser, en realidad, los
principios adecuados para servir de vinculo y de base de sustentación a
una federación alemana, formada por simples alianzas defensivas, sólo
podrá apuntar ios siguientes, muy fuertes sin duda alguna, pero de ca­
rácter más bien moral:
cl consentimiento de Austria y Prusia; cl interés de t e demás esta­
dos alemanes más importantes; la impcsibilidad de que los cstadc»
menores se opongan a elle» y a Prusia y Austria; el espíritu de la
nación, resucitado y consolidado por la libertad y la independencia;
finalmente, la garantía de Rusia y de Inglaterra.
El consentimiento firme, inquebrantable e ininterrumpido y la
amistad de Austria y Prusia constituyen la piedra angular de todo cl edi­
ficio. Este consentimiento no puede asegurarlo la federación, la cual, por
otra parte, no podría crearse ni mantenerse sin él. Es el punto fijo al
margen de la federación cn cl que hay que apoyarse para fundar ésta.
Y, como es un punto absolutamente político, ello quiere dcdr que la fe­
deración descansa sobre un principio puramente político. Pero, precisa­
mente por no dar a la relación con Austria y Prusia ningún otro carácter
i82 p r o b le m a s OONSTrrOClONALES

obligatorio que cl que encierra esa alianza y por ser ésta la base del
bienestar de toda Alemania, incluyendo cl de aquellos dos pueblos mis­
mos, su participación se ve reforzada por cl sentimiento de la libertad y
la na:csidad; y a esta razón se une, además, el interés privativo de cada
una de estas dos potencias, entre las cuales no se consentirá ni un régimen
de subordinación ni un régimen de división de poderes.
Los estados más importantes, después de Austria y Prusia, deberán
ser lo bastante grandes para que puedan sustraerse a todo recelo y a todo
temor ante sus vecinos inmediatos, sentir su importancia en cuanto a la
defensa de la independencia del todo y, libres de toda preocupación
propia, estar en condiciones de no pensar más que en alejar las preo­
cupaciones comunes. Sólo Baviera y Hannóver pueden encontrarse en
este caso. Los estados medianos, como Hesse, Wurtemberg, Darmstadt
y otros, deben, por cl contrario, mantenerse dentro de sus antiguos lí­
mites. Su pequeño volumen no permite considerarlos a salvo de toda idea
mezquina y unilateral, razón por la cual cualquier potencia extranjera
tiene que sentirse grandemente interesada en incorporar a su seno a uno
cualquiera de ellos.
Como en un momento como el actual todo debe someterse a un
nuevo examen, sin preocuparse de lo existente, no es raro escuchar la
doble afirmación de que en Alemania deben dejar de existir en absoluto
los estados pequeños o, por lo menos, los que se encuentran cerca del
Rin y de la frontera de Francia. Como todas las potencias aliadas, en
un momento de restauración de un orden de justicia, se sienten reacias
a atacar los títulos posesorios de antiguas dinastías, adornadas, por lo
menos en Alemania, de múltiples méritos, es necesario que examine­
mos este punto, para iluminar el tema en todos sus aspectos.
La defensa contra potencias extranjeras saldría ganando con la di­
visión de Alemania en cuatro o cinco grandes estados, siempre y cuando,
naturalmente, que reinase la unida! entre los pocos que quedasen dentro
de cada uno de ellos. Sin embargo, Alemania ocupa hoy, más que nin­
gún, otro país, una doble posición en Europa. Aunque no tan impor­
tante como potencia política, ejerce la influencia más beneficiosa por su
lengua, su literatura, sus costumbres y su pensamiento y, lejos de sacri­
ficar esta segunda ventaja, hay que procurar, venciendo algunas dificul­
tades, asociarla con la primera. Pues bien ; ésta se debe, muy preferente­
mente, a la variedad de la cultura que nace de la gran desmembración
LA OONSnnjClÓN a l e m a n a 183
y, si ésta cesase por completo, resultaría muy quebrantada. El alemán
sólo tiene conciencia de serlo cuando se siente habitante de un país con­
creto de la patria común, y sus fuerzas y aspiraciones se paralizan cuando,
sacrificando su independencia provincial, se ve incorporado a un todo
extraño, al que no se siente unido por nada. Esto influye también sobre
el patriotismo; e incluso la seguridad de los estados, cuya mejor garantía
reside en el espíritu de los ciudadanos, saldría ganando más que con nada
si a cada estado se le dejase seguir con sus propios súbditos. Las naciones
tienen, como los individuos, sus tendencias, que ninguna política es ca­
paz de modificar. La tendencia de Alemania es la de ser una federación
de estados; por eso es por lo que no se ha refundido cn una masa, como
Francia o España, ni se ha formado, como Italia, con estados sueltos c
independientes. Y la cosa degeneraría inevitablemente en este sentido, si
sólo se dejasen subsistir cuatro o cinco grandes estados. Una federación
de estados exige un número mayor de éstos, sin que sea posible escoger
más que entre la unidad, ahora imposible (y, a mi juicio, no deseable,
ni mucho menos), y esta pluralidad. Podría considerarse peregrino, in­
dudablemente, cl hecho de respetar precisamente a los príncipes de la
Confederación del Rin y el que la instauración de la justicia viniese a re­
frendar la obra de la injusticia y la arbitrariedad. Sin embargo, siempre
podrían introducirse determinadas modificaciones, y además, cn mate­
ria política, lo ya existente y consagrado por años y años de vida puede
alegar siempre pretensiones innegables, lo que constituye una de las ra­
zones más importantes para oponerse enérgicamente desde cl primer
momento a toda injusticia.
El problema de si la frontera con Francia debe estar formada exclusi­
vamente por grandes estados, hay que considerarlo como un problema
de carácter más bien militar. Sin embargo, la seguridad de Alemania
descansa en la fuerza de Austria y Prusia, incrementada por la de los
demás estados, y éstos podrán defenderla más fácilmente si hallándose
más alejados y asegurados por fuertes fronteras propias tienen entre ellos
y el enemigo un territorio sometido a su inspección y a su influencia.
Ningún estado, por imi»rtante que sea, puede impedir que cl enemigo
invada su territorio, una vez que estalla la guerra, y su contacto inme­
diato atrae más fácilmente a aquél. Por eso todos los estados grandes
gustan de dejar entre ellos a otros menos importantes, y siempre podrán
existir pequeños estados del lado de acá y (cuando el Rin, como es de
184 PROBLEMAS OONOTTOaONALES

justicia, vuelva a ser un río alemán) del lado de allá del Rin; siempre
que Suiaa y Alemania sean independientes, no se tolerarán fortificacio­
nes ofensivas en la misma ribera dcl Rin y se establecerán dos o tres bases
para apoyo de las operaciones de guerra que en todo caso puedan
efectuarse.
Estas consideraciones previas serán suficientes para servir de funda­
mento a las siguientes propuestas, encaminadas a crear la federación de
estados alemanes.

Todos Itw príncipes alemanes se agrupan, mediante una federación


defensiva, para formar un todo político.

Esta federación constituye una agrupación plenamente libre c


igual por parte de príncipes soberanos, sin que entre quienes la
integran existan más diferencias de derechos sino los que ellos
mismos establezcan voluntariamente en esta alianza.

Esta federación tiene como finalidad mantener la paz y la inde­


pendencia de Alemania y asegurar en los diversos estados alemanes un
régimen de derecho basado en la ley.

3
Las grandes potencias europeas, principalmente Rusia e Inglaterra, se
comprometen a garantizar esta federación.

Como estas dos potencias y Austria y Prusia también en cuanto


potencias no alemanas, se hallan vinculadas por tratados propios
de alianza, sería necesario establecer, además, una norma acla­
ratoria para saber hasta qué punto esta garantía autorizará para
solicitar ayuda contra ataques dirigidos no directamente contra
aquellas potencias mismas, sino contra Alemania.

4
Sin embargo, esta garantía sólo se refiere a la protección de Alemania
LA CONSTITUCIÓN ALEMANA 185
ccmtra ataques extranjeros; las potencias garantes renuncian a toda in­
gerencia en 1(M asuntos interiores de Alemania.
Sin esta condición, se favorecería demasiado la tendencia de
una de las potencias garantes contra cualquiera de los estados
mayores de Alemania. Las potencias garantes deberán inspirarse,
para ello, en una confianza incondicional en la moderación de
Austria y Prusia. La pretensión de garantizarlo todo y de pesar el
pro y cl contra de todo, no conduce más que a quejas y a discordias.

Austria, Prusia, Baviera y Hannóver asumen conjuntamente y con


iguales facultades la garantía de los derechos mutuos de los distintos
estados alemanes, lo mismo de los que emanen de la misma alianza
que de los que sean ajenos a ella. Cuando se trate de los derechos de
una o varias de estas potencias garantes, quedarán en suspenso los de<
rechos emanados de dicha garantía respecto a la potencia o potencias
interesadas, pasando a ocupar su puesto otros estados alemanes. Con
este fin, la alianza señalará eventualmente otros cuatro estados, por el
orden que se determine.
Esta garantía especial de los derechos internos es necesaria para
poder establecer una fórmula de arbitraje en la decisión de los li­
tigios que surjan entre los príncipes alemanes. La propuesta
de elegir para ello a Baviera y Hannóver se inspira en la idea más
arriba apuntada de interesar más vivamente a estos estados por
el fomento del interés común, haciéndoles participar más activa­
mente en él.

Esta federación de estados se establece con carácter perpetuo y cada


una de las partes contratantes renuncia al derecho a separarse nunca
de ella.
Esta cláusula diferenciaría a esta federación de las alianzas or­
dinarias, cuya duración queda subordinada al arbitrio de cada par­
te. El hecho de separarse de ella, por muy solemnemente que se
anunciase de antemano, scrfci considerado siempre como un rom­
l 86 PROBLEMAS a>NSTITUCIONALES

pimiento y daria derecho a considerar como enemigo al estado


que se separase. Esta norma es ab»lutamentc ncasaria y no tiene
nada de injusta. Pues el hecho de que un estado alemán, se separe
de una federación destinada a asegurar la independencia de
Alemania constituiría de por sí un hecho irracional, apenas con­
cebible y cn modo alguno tolerable.

CXJNDICIONES DE LA FEDERACIÓN
Estas condiciones se refieren al régimen exterior e interior del estado
y a la legislación.
RÉGIMEN EXTERIOR DEL ESTADO

7
To dos y cada uno de los príncipes alem anes se com prom eten a co­
operar en la m edida de las fuerzas de sus estados a la defensa de la patria
com ún.

8
Tod(K deberán, por tanto, poner cn acción las fuerzas armadas que
la Federación misma determine tan pronto como la pafria se halle en
guerra.
9
Competerá a Austria y Prusia declarar cuándo se produce este caso;
la declaración deberá partir de ambas cortes conjuntamente. Pero esa
declaración no será necesaria cuando tropas extranjeras penetren con
intenciones hostiles cn territorio alemán.
El derecho a declarar la guerra sólo puede reconocerse a Aus­
tria y Prusia, por ser los únicos estados alemanes que pueden dar
la pauta cn cl concierto de los estados europeos. A la misma ra­
zón responde el derecho a asncertar la paz que se les confiere
más abajo (14). No sería conveniente establecer en la alianza una
norma para el caso cn que existiese desacuerdo entre ambas po­
tencias acerca de punto tan importante. Su acuerdo, como ya di­
jimos más arriba, no puede ser impuesto coactivamente por la
Federación, ni ésta puede tampoco prescindir de él.
LA c o N srm jc iÓ N a l e m a n a t8 ?

Todos y cada uno de los estados alemanes se comprometen por este


pacto de alianza, en caso de guerra común, a aportar un determinado
contingente de tropas y a realizar determinadas prestaciones para los
fines de la guerra.
Huelga decir que Prusia y Austria participarán en dicha guerra
no en la medida del territorio que pacen dentro de Alemania, sino
con arreglo a todas sus fuerzas y en cuanto potencias europeas,
pues la garantía fundamental para la estabilidad de la Federación
alemana estriba, precisamente, en el hecho de que Austria y
Prusia consideren la independencia y la sustantividad de Ale­
mania como inseparables de su propia existencia política. Por
eso no puede permitirse que ninguna de estas dos potencias se
limite a participar tibiamente en una guerra defensiva de Ale­
mania.

Se establecerá a partir de que número de tropas cl estado que las


aporte como contingente tiene derecho a formar con ellas un cuerpo de
ejército especial. Las tropas de los demás estados se encuadrarán en los
cuerpos de ejército generales. El mando de estos cuerpos en la guerra
y en la paz corresponderá a Austria y Prusia, según el acuerdo que entre
ellas se establezca, y será encomendado, a ser posible, a príncipes ale­
manes.
12
Será de la competencia de cada estado cuyas tropas formen un cuerpo
de ejército especial mantener en las condiciones que señale la constitución
las fuerzas armadas que reclute. Por su parte, aquellos cuyas tropas se
mcorporen a los cuerpos de ejército generales de Alemania se compro­
meten a respetar la inspección especial de sus establecimientos militares,
aun en tiempos de paz, sin lo cual no habría unidad posible. Dicha ins­
pección será ejercida por los jefes de este ejército, bajo la autoridad de la
potencia que los haya nombrado.
Esta inspección, indispensable tratándose de estados pequeños,
sería imposible respecto a los grandes. La influencia que debe
l 88 PROBLEMAS (»NSTOtlCIONALES

cjcrccrsc también sobre ellos, para estos efectos, sólo puede ser
una influencia política general.

13
La organización militar común de Alemania, cl reclutamiento y or­
ganización de las fuerzas armadas, la construcción, cuando ello sea nece­
sario, de fortificaciones comunes, la distribución de los mandos cn tíempo
de guerra, etc., exigirá una serie de normas concretas, ya sea cn el mismo
pacto federativo, ya cn reglamentaciones especiales, normas que podemos
pasar por alto aquí, cn que sólo se trata de señalar las líneas generales de
una federación.

El derecho de concertar la paz, en caso de guerra común, correspon­


derá tan sólo a Austria y Prusia conjuntamente. Pero ambas poten­
cias se comprometen a no concertar jamás una paz ni otro tratado cual­
quiera cn que se menoscaben las posesiones o los derechos de uno de los
estados que formen parte de la Federación.
Sería un esfuerzo absolutamente vano pretender que todos los
estados alemanes o algunos de ellos participasen en este derecho.
Asuntos de tal importancia se deciden siempre por la influencia
política de irnos estados sobre otros, y potencias como Austria y
Prusia no pueden atarse ni se atarán nunca las manos con formas
ni constituciones, en materias de las que depende su propia exis­
tencia, y no sólo la de Alemania. Estas formas no serían más
que una apariencia, fácil de rehuir y violar. Es preferible reco­
nocer tácitamente y sin rodeos que lo más conveniente para los
estados alemanes es someterse a los intereses comunes y bien en­
tendidos de Austria y Prusia, y la mejor política vincular a ellos
cada vez más estrechamente, con su conducta y su influencia, a
las dos potencias indicadas.

15
Todos los estados que formen parte de la Federación se comprometen
a no concertar tratados ni contraer obligaciones que contravengan a cual­
quiera de los puntos contenidos en este pacto federativo.
LA CONSTTTUCIÓN ALEMANA 1%

l6

Los estados que sólo posean territorios alemanes renuncian al dere­


cho a partícipar en guerras extranjeras y a cuantas sean ajenas a la Fe­
deración alemana, a concertar alianzas randucentes a aquel fin, a permitir
la entrada de tropas extranjeras en sus territorios, y a autorizar a las pro­
pias para que se pongan a sueldo de otra potencia.
De esta restricción no pueden eximirse tampoco los estados
alemanes de cierta importancia, como Baviera. Las fuerzas ar­
madas de Álemaoia no deben dividirse ni debilitarse al servicio
de un interés extranjero; además, hay que alejar todo pretexto
que pudiera arrastrar a Alemania a una guerra ajena a sus inte­
reses inmediatí».

17
Todos los estados alemanes se comprometen a dirimir los litigios que
puedan surgir entre ellos por medio del arbitraje pacífico, sometiéndose
incondicionalmente si no llegaren a una transacción, al fallo arbitral
de las cuatro potencias alemanas llamadas a garantizar la paz interior de
Alemania y señaladas más arriba (5).
El procedimiento que haya de seguirse para tramitar los asuntos,
antes de llegar a este fallo arbitral, deberá establecerse detallada­
mente en el pacto federativo. En él, deberá cerrarse el paso hasta
a la más remota p<KÍbilidad de toda discordia interior. Para
dirimir 1« litigios entre los divenos estados cabría acudir, evi­
dentemente, a más de un procedimiento; sin embargo, lo
aconsejable sería crear im tribunal especial bajo la tutela de cada
estado, pero en el que los demás tuviesen también sus representan­
tes y cuyos fallos fuesen ejecutados solamente por las dichas cuatro
potencias más importantes.

MÉGOáSSi m m U O ÍL SSL BSTADO

18
Aunque cada estado deberá poseer tod<^ los derechos de soberanía
dentro de su territorio, se señala la conveniencia de que en todos ellos se
establezcan y funcionen los correspondientes estamentos.
igO PROBLEMAS CONSTTTUaONALES

Los cstamcniM, bien organizados, no sólo son un dique nece­


sario contra las ingerencias del gobierno en los derccbos privados,
sino que además estimulan cl sentimiento de la propia iniciativa
en la nación y enlazan a ésta más estrechamente con el gobierno.
Constituyen, además, una institución alemana tradicional, que
sólo en los últimos tiempos ha decaído o se ha convertido en un
formalismo vacuo.

Para determinar los derechos de los estamentos/ deberá partirse de


ciertos principios, de aplicación general a toda Alemania, pero dejando
margen a las diferencias impuestas por la constitución anterior de cada
país.
Estas diferencias no sólo no son en modo alguno perjudiciales,
sino que son, adem^, necesarias para que en cada país la constitu­
ción pueda adaptarse a las modalidades específicas del carácter
nacional. Ese método peculiar de los tiempos novísimos, consis­
tente cn imponer a países enteros reglamentos gencrsíJes, teórica­
mente establecidos, matando con ello toda variedad y peculiaridad,
es uno de los errores más peligrosos a que puede conducir una
desacertada t:omprensión de las relaciones entre la teoría y la
práctica.
Los principios que sean susceptibles de establecerse con carácter
verdaderamente general deberán desarrollarse, en cambio, con
toda precisión, en el mismo pacto federativo.
20

Las relaciones de 1« estamentos mediatizados de! Reich deberán ser


objeto, además, de una especial reglamentación.
Estas relaciones deberán reglamentarse atendiendo más bien
a los principios de! derecho político que a las razones históricas a
que respondieron los derechos que se les dejaron al efectuar la
mediatización, la cual no fué sino un acto de fuerza. Para ello,
será necesario resolver un doble problema, a saber; si no será más
conveniente equiparar en un todo 1« estamentos mediatizados
dcl Reich a los demás estamentos de los paía:s o si, por el contrario,
LA CONSTITUCIÓN ALEMANA 19*

SUS condiciones deberán determinarse de un modo todavía más


favorable, procediendo a mediatizar también y a someter a los
más importantes los príncipes más pequeños, entre los que ac­
tualmente disfrutan de soberanía.
Lo primero sería duro para una clase tratada ya con bastante
injusticia y rendiría poca o ninguna utilidad.
Lo segundo encontraría el aplauso de todos los que desean que
Alemania esté formada exclusivamente por unos cuantos grandes
estados.
Yo sería contrario a esta solución, por las razones señaladas ya
al comienzo de este apartado. Si sólo estuviese integrada por cuatro
o cinco estados, Alemania no sería, en realidad, una agrupación
de estados y lo más esencial, que es su unidad, se vería quebranta­
do. En estas condiciones, no podría existir ninguna garantía para
los derechos interiores, no habría posibilidad de un tribunal de
justicia común y todos los estados mediatizados perderían muy
pronto sus derechos por las ingerencias de los gobiernos más
importantes. Por otra parte, nuestras actuales propuestas limitan
ya de tal modo los derechos de soberanía de los pequeños estados
existentes en la actualidad, que este régimen no supondría ningún
peligro para la seguridad común.
La abolición general de la mediatización para todos los que han
salido perjudicados con ella, tropezaría con obstáculos insuperables.
21
Las ingerencias de los gobiernos cn los derechos de los estamentos
(wdrán ser denunciadas por la parte perjudicada a las cuatro potencias
que asumen la garantía dentro de Alemania, para ^r sometidas a los tri­
bunales nombrados l»jo su tutela.

Por cl mismo procedimiento, y a instancia de los estamentos interesa­


dos, podrá incoarse un secuestro temporal de los territorios correspon­
dientes a los gobiernos dilapidadores.

23
Se establecerá un determinado volumen normal de los estados ale­
manes con arreglo a su censo de población, del que dependerá el que los
192 PXOBLEitAS OONSTITUCIONAUES

procesos civiles de sus súbditos puedan decidirse en todas las instancias


dentro de ellos mismos o deban ventilarse en últifloa instancia fuera
de ellíM.

Los estados que no sean suficientemente grandes para poder abarcar


tres instancias en la jurisdicción civil, deberán someter sus sentencias
en lo penal a una revisión fuera de ellos, cuando la pena impuesta exceda
de cierto límite.
Puesto que los estados pequen« no estarán en condiciones de
s«tener tres tribunales de justicia distintos e integrados por un
número suficiente de juecc^ esta norma es absolutamente necesaria
para evitar arbitrariedades.
25
Estos estados no podrán tampoco dictar ningún decreto u ordenanza
que modifique el derecho civil y penal vigente en ellos con anterioridad,
sin someter las modificaciones a la aprd>ación de aquelli» a cuyos su­
premos tribunales tengan que someterse sus sentencias en apelación.
La administración de justicia y la legislación se hallan tan es­
trechamente relacionadas entre sí, que esta norma viene necesa­
riamente impuesta por la anterior.

Cuando un estado que tenga jurisdicción sobre otros por vía de ape­
lación ^vierta que los tribunales de justicia de éstos cometen irregularida­
des manifiestas, podrá exigir la revisión de las mismas por las cuatro
potencias encargadas de garantizar la paz interior de Alemania.
27

Para ofrecer a los «tados pequeños una instancia suprema cómoda


y poco costosa, todos ellos serán distribuidos con arreglo a su situad^i
geográfica entre aquellas cuatro grandes potencias, cada una de lai
cuales ejercerá los derechos de apelación sobre los estado« smnetidc» a
8U tutela.
LA c o N S T rm a Ó N alem ana I9 3

Mucho mejor que esta institución sería cl establecimiento de un


tribunal especia! de justicia para todos los estados de Im que deba
apelarse a otros, como el que existió ya cn otro tiempo. Y, cn
relación con éi, crear un consejo legislativo especial para toda Ale­
mania, cuyos fallos serían obligatorios para los pequeños estados
y al que podrían acudir también en consulta los estados más impor­
tantes; por este camino iría surgiendo tal vez, poco a poco, una
legislación general alemana. Sin embargo, resultaría muy difícil,
no existiendo un órgano supremo del Reich, asegurar a esc supre­
mo tribunal de justicia la consistencia, la independencia y la uni­
dad necesarias. El problema de salx:r sí este tribunal de justicia
podrá hallarse vinculado con aquel otro de que se habló más
arriba (17) y cuya competencia se rcduck, en rigor, a cuestiones
de derecho público, exige una investigación más a fondo, cn la que
no hay por qué detenerse aquí.

L&nSLAClÓN
Con respecto a ésta, y fuera de lo que queda dicho ya (25, 27) acerca
de la legislación civil y penal, sólo creo necesario establecer las siguientes
normas.
28
Todos los súbditos de un estado alemán podrán trasladarse libremente
a otro estado alemán, sin que se les pueda oponer ninguna d a« de
dificultades ni merma alguna de su patrimonio.

Esta libertad es la base de todas las ventajas que 1<k alemanes


puedan obtener para su existencia individual de la agrupación de
Alemania cn un todo.

29
Cesará totalmente, a partir de ahora, toda expulsión de delincuentes,
vagabundos y personas sospechosas de unos estadcs alemanes a otros,
30
La libertad de estudiar en universidades alemanas de otros estados
será general y no podrá restringirse por ninguna norma, ni siquiera por
194 PROBLEMAS CONSTITUCIONALES

la que disponga que se lleve, por lo menos, cierto tiempo de residencia


en uno de ellos.
La uniformidad de los progresos culturales y espirituales en toda
Alemania depende principalmente de esta libertad, la cual es
tarnbien sustandalmente necesaria en el aspecto político.


Los estados alemanes concertarán un tratado general de comercio, que
incluya todas sus relaciones mutuas de tráfico y en cl que se establecerá,
por lo menos, cl máximo de todcK los tributos aduaneros de impor­
tación y exportación dentro de cada estado alemán. Las normas esta­
blecidas en dicho tratado sólo podrán modificarse conjuntamente.

Cabría también, tal vez, pensar en la posibilidad de establecer


entre los estados alemanes otros conciertos de tipo finandero y
comercial, en cuyo caso podría ser conveniente la creación de or­
ganismos comerciales y financieros comunes para toda Alemania,
los cuales podrían incorporarse, acaso, al Comité creado para en­
tender de las obligaciones solidarias de los estados alemanes y que
debe funcionar hasta el año de 1821

Tales son, sobre poco más o menos, mis propuestas, registradas aquí
muy a la ligera. No debe olvidarse, sin embargo, que este ensayo no es
más que un intento de exposición de lo que aún podría lograrse si, como
yo entiendo, fuese imposible el restablecimiento de una constitución
alemana con un órgano supremo del Reich. Si, por cl contrario, existiese
la posibilidad de dar al Refch un órgano supremo (cl cual, para no pro­
vocar daños muchos mayores, habría de poseer suficiente poder para ser
obedecido e inspirar suficiente respeto para no suscitar celos y resis­
tencias), es indudable que la mayoría de los problemas deberían ser
resueltos de un modo distinto. En este caso, se enfrentarían también
con el órgano supremo verdaderos estamentos del Reich, dotados de ma­
yores derechos, que, además, recaerían también sobre las condiciones po­
líticas exteriores del estado.
w

PRUSIA Y ALEMANIA

DE UN DICTAMEN “SOBRE LA ACTITUD DE PRUSIA ANTE


LOS ASUNTOS DE LA DIETA FEDERAL”

Si

L as EMBAJADAS CEECA dc la Dieta federal se distinguen esencialmente de


todas las demás. El embajador destacado cerca de una corte cualquiera
tiene la misión de cumplir los mandatos que se le asignan, de informar
a su gobierno acerca de los acontecimientos cn curso y de las ideas y
estados de espíritu reinantes, laborando además por mantener o conse­
guir la concordia y lograr que existan buenas relaciones entre los dos
gobierne». Conseguido esto, considera plenamente cumplida su misión.
Pero el embajador cerca dc la Dicta federal, además de desarrollar, en
mayor o menor extensión, toda esta labor en las distintas cortes que
forman la Dieta, tiene que trabajar en una institución regida por un
documento fundacional que sólo traza las líneas generales de su existen­
cia, cuya estructura no quedará tampoco determinada, ni mucho menos,
por las leyes orgánicas y en la que cada nuevo paso, cada decisión
importante dc sus miembros, puede introducir nuevas modificaciones,
e incluso transformaciones tales, que anulen todo su carácter inicial. Y
el embajador destacado cerca dc la Dicta federal ha dc mantenerse
cuidadosa e ininterrumpidamente atento a todo esto y velar por que
estas transformaciones, lo miaño cuando se trate de desarrollos que cuan­
do se trate de degeneraciones de la institución que él, cooperando con
los demás, está llamado a vigilar, no sean obra del azar ni de las miras,
lógicamente unilaterales y no pocas veces egoístas, de las otras cortes.
Debe procurar que la máquina marche por los carriles establecidos. Y,
cuando además sea, como lo es el embajador de Prusia, representante
de un gran estado, esforzarse por que estos carriles conduzcan, de modo
195
196 PRUSIA Y ALEMANIA

seguro y certero, a la meta. Ha de profesar, por tanto, un punto de vista


que se esforzará en mantener firmemente a través de los distintos asun­
tos concretos planteados, a saber: el de la actitud de su estado ante la
Dicta, el del provecho que ello le pueda reportar y el del perjuicio que
de aquí se pueda seguir. Tiene que tener acerca de esto, con preferencia
a todo lo demás, ideas muy claras y concretas, a tono con las necesidades
y con el sentido de la corte a la que representa.
Ahora bien; para determinar la actitud que Prusia debe mantener
ante la Confederación alemana, será conveniente, ante todo, no consi­
derar la Dieta como lo que ésta debiera ser y como la conciben quienes
se hacen grandes ilusiones sobre la posibilidad de unificar a Alemania,
sino viendo en ella, de un modo escueto y desnudo, lo que realmente
es, lo que ha llegado a ser, y no precisamente por la voluntad de nadie,
sino por obra de las circunstancias. Siempre que queremos proceder
práctícamente, es aconsejable empezar enfocando las cosas tal y como
son sin que podamos modificarlas, antes de preguntarnos cómo se pro­
pone servirse de ellas nuestra intención. Por este camino, podremos
ver las condiciones con mayor pureza y sencillez, ajustaremos nuestras
medidas al criterio de lo necesario y nos remontaremos hacia lo mejor
y lo más alto.
Si seguimos históricamente los orígenes de la Confederación alema­
na, podem« afirmar en verdad que debe su existencia a Prusia. Etesde
la conferencia de 1<k monarcas en Töplitz, Prusia laboró ininterrum­
pidamente en ese sentido, primero sola, luego ayudada por Hannóver y,
ya mucho más tarde, por Austria; en el Congreso de Viena, propuso
y enmendó planes con paciencia inagotable y, por último, prefirió dar
su asentimiento a una fórmula que venía a malograr sus esperanzas de
unificación, antes que renunciar a la existencia de la Confederación
alemana.
Muchos han acusado al gabinete prusiano, de la manera más injusta
y más ingrata, de haber querido utilizar la Confederación como medio
para poner al servicio de Prusia las fuerzas de los pequeños príncipes.
Sin embargo, para esto habrían podido utilizarse medios más cómodos,
pues si los estados pequeños querían la Confederación, era precisamente
para defenderse contra semejante intento. Otros interpretan este interés
en establecer la Confederación, sencillamente, como un antagonismo ex­
cesivo contra algunos de los antiguos estados de la Confederación dd
PRUSIA r LA DISTA FEDERAL 197

Rin o como una protección demasiado grande dispensada a las ideas


patrióticas alemanas y a las ideas liberales; también se acusa de dema­
siada benevolencia hacia esas ideas a otros debates dcl Congreso. Pero
fueron pocos los que compartieron esta estrecha concepción. Los más,
y por lo menos todos Iím que eran cn cierto modo dignos dc esta época
indudablemente grande, comprendieron que la gloriosa liberación de
Alemania tenía necesariamente que verse coronada por el restableci­
miento dc un régimen unitario alemán y que sin éste corrían peligro tan­
to la independencia del país en el octerior como su estado de derecho en
el interior. Situándonos, sin embargo, por un instante, cn aquel punto dc
vista dispar, no sabemos si quienes lo sustentan se habrán parado al­
guna vez a pensar que el problema no estaba tanto cn saber si debía
establearse o no una Confederación alemana como cn decidir si se quería
entrar o no en aquella establecida ya desde siempre por el tíempo y por
las propias circunstancias. Existen ciertc» conceptos e instituciones, tan
firmemente arraigadcm por obra dc las condiciones naturales de las cosas,
entre las que hay que contar también la opinión y las ideas dc las ^ntcs,
y por la experiencia dc los tiempos, que reaparecen siempre de nuevo,
aun bajo las más sorprendentes transformaciones.
Nunca podrá impedirse que Alemania quiera constituirse, dcl modo
que sea, en un estado y una nación. La tendencia, si no a la unidad, por
lo menos a un tipo cualquiera de agrupación, vive, sin que sea posible
matarla, en todas las cabezas y cn todos los espíritus, y si Austria y
Prusia se hubieran opuesto a esta agrupación, se habría intentado llevar­
la a cabo incluso sin ellas. A esto hay que añadir que la Confederación
dcl Rin había creado ya cl hábito dc una agrupación dc la que estaban
excluidas aquellas dos potencias y que Baviera y Wurtemberg, si Austria
y Prusia se hubiesen retraído, habrían laborado por la Confederación
como ahora se resisten contra ella. Es posible también que Austria
hubiese contemplado la Confederación con esa indiferencia de que a
veces da pruebas el gabinete dc Vicna; pero cn Prusia semejante indi­
ferencia no hubiese sido posible, y la separación de sus territorios, unida
a la gran desmembración de la Alemania del Norte y dc la dcl Sur, haqe
que todas las relaciones con 1« pequeños príncipes sean más importantes
y más complicadas para Prusia. No obstante, aun no insistiendo cn la
posibilidad de pactar realmente una Confederación sin las dos más
importantes potencias de Alenjania, es indudable que la singular cóexis-
198 MUSIA Y ALEMANIA

tcncia de estados completamente desiguales y, sin embargo, deaie la


destrucción del Imperio alemán, independientes en cuanto al nombre y
desde la disolución de la Confederación dcl Rin independientes también
en la realidad, exigía en interés de la paz, tanto de Alemania como de
Europa, una organización cualquiera que pusiese ciertos límites a la
movilidad política de estas pequeñas masas de territorio y población y
concediese, por lo menos, algún control a las más importantes. Lo mismo
el afán de los pequeños por buscar protección que los galanteos de los
grandes para conquistárselos y venderles aquella protección a cambio de
someterlos habrían sido una fuente de inquietud y de discordia y habrían
despertado, desde luego, desconfianzas fundadas o infundadas. Es cierto
que cl acta fundacional de la actual Confederación, en la que se deja un
margen de libertad excesiva a las alianzas de los distintos estados, no
descarta por completo esos peligros. Pero existe, por lo menos, la forma
que permite a los pequeños estados solicitar protección sin humillarse y
a los grandes pedirles cuentas de sus actos políticos sin incurrir en arro­
gancia.
Donde antes sólo habían imperado el derecho político y cl derecho
internacional, cuya misión no es, con harta frecuencia, otra que justificar
la arbitrariedad, rigen ahora el derecho estricto y la ley sancionada, cuyo
nombre es ya benéfico por cl respeto mismo que inspira. Además, el
transformar el nombre en realidad depende solamente de los poderosos.
Lo más funesto, si se hubiese respetado un régimen de libertad completa,
habrían sido los celos entre Austria y Prusia; la Confederación debe
considerarse como uno de los medios más seguros de mantener la inteli­
gencia entre ellas.
Debo apuntar aquí una idea que muchos habrían reputado, induda­
blemente, más plausible que el establecimiento de una Confederación ge­
neral, a saber: la fundacWn de una federación nórdica especial entre
Prusia y los estados dcl norte de Alemania. La ejecución de este plan
tropezaría con las mayores dificultades. El hecho de que Prusia lo pusiese
en práctica o de que pugnase por realizarlo, o simplemente de que se
sospechase que pretendía hacerlo, haría que sus relaciones con sus vecinos
del norte, sin una Confederación general, se convirtiesen en un motivo de
desconfianza, celos e incluso discordia con Austria. Esta se mezclaría
en el asunto sin que nadie la llamase ni la invitase, irritando a Prusia con
ello, o simplemente con la sospecha de que semejante cosa pudiese ocurrir.
PRUSU Y LA DIETA FEDERAL 199

Esta solución no suministraría la forma adecuada, forma que sirve dc


tranquilidad cn dos sentidos, pues, al mismo tiempo que establece ciertos
límites, permite acudir, sin que nadie pueda darse por ofendido, a ciertas
ingerencias. Quienes piensen que Austria se desentendería tranquilamen­
te de lo que pasase en la Alemania del Norte por el mero hecho dc que
Prusia dejase en sus manos la Alemania del Sur cometen cl mismo error
fundamental que va implícito en todos los planes sobre una división dc
Alemania cn dos partes: la del Norte y la del Sur. No se tiene en cuenta,
cn efecto, que Austria no puede cn modo alguno dominar sobre cl sur
sin ejercer su poder sobre Baviera y que la máquina del estado austríaco,
para poder ejercer realmente este poder sobre Baviera, aunque sólo fuese
cn cierto modo, tendría que disponer de resortes y fu c r ^ muy distintos a
los dc hoy. Por eso, cn semejante división, Prusia obtendría mucho y
Austria saldría casi con las manos vacías.
Una confederación general alemana será, por tanto, la única forma
política que permitiría agrupar toda la masa heterogénea dc grandes y
pequeños estados que integran Alemania bajo una forma que asegure la
paz, aleje y haga inútil la desconfianza y establezca la legítima posibilidad
de pedir cuentas a quienes inspiren cualquier sospecha fundada. Esta
ventaja es muy importante, sobre todo en lo tocante a Prusia, tanto de
por sí como en relación con Austria, y nace ya, en gran parte, del nuevo
hecho dc la existencia dc la confederación, cualquiera que sea su estructu­
ra, pues, aun cn cl caso más desfavorable, elimina la posibilidad de toda
agrupación extraña que pudiera llegar a ser peligrosa para Austria o
Prusia, o para ambas a la vez. La necesidad dc asegurar a Alemania, y
a través dc ella a Europa, fortaleciendo su poder, ha sido una de las
razones fundamentales que han inspirado, incluso por parte de las poten­
cias extranjeras, la fundación de la confederación alemana. Mi razona­
miento va todavM más allá y se adelanta cn cierto modo a éste. En
efecto, aunque la confederación no demostrase ser lo bastante eficaz para
fortalecer realmente el poder dc Alemania frente al exterior, por lo
menos estimulará negativamente la paz, al eliminar o, cuando menos,
reducir los desdichados prd>lcmas políticos que sin ella plantearía in­
evitablemente la existencia, cn el corazón dc Europa, dc tantos estados
pequeños enclavados entre vecin<» más poderosos.
Si hemos expuesto todo lo anterior es, simplemente, para demostrar
que la Confederación no debe ser considerada, por parte dc Prusia,
200 PRUSIA. Y ALEMANIA

como una institución que deba alentarse o darse al olvido según que
se desarrolle en un ^ tid o conveniente o no, sino como un organismo
que Prusia, sin su intervención, araso no habrfa podido siquiera impwlii
y que con ella no hubiera debido impedir jamás, aunque sólo fuese para
evitar nuevas causas de discordia y nuevos motivos de desconfianza;
como un organismo que es posible utilizar en cierta medida, cuyos
posibles perjuicios deben evitarse, pero que es necesario mantener en
pie, sobre todo, como un medio de asegurar la tranquilidad política y
de alejar las preocupaciones.
Sin embargo, sería muy triste que la utilidad de la Confederación
en general y en particular para Pruáa, quedase circunsmta a límites
tan estrechos. Hay razones para esperar bastante más de ella, y Prusia
principalmente se ha esfomdo en dar a la Confederación la forma que
le permitiese defender su independencia frente al exterior y administrar
el derecho y la justicia en cl interior. Para esto ha partido del doble
punto de vista de poder confiar en la ayuda de otros para su propia
defensa, la cual, entregada a sus solos medies, supondría un esfuerzo
demasiado doloroso, y de alejar, por parte de cualquier estado vecino,
cl peligro infalible que surge cuando la incuria y la arbitrariedad de 1«
gobiernos destruyen el bienestar a la par que irritan los espíritus. Ade­
más, consideró que era digno de su misión y de la asumida honrosa­
mente desde el comienzo de la guerra contra Francia cl restablecer el
derecho lesionado y borrar las huellas de la arbitraiiedad aun allí donde
ningún interés propio se lo exigía.
Es cierto que cl éxito sólo ha respondido a medias a sus esperanzas,
y el pacto federal se ha concertado de modo que la colectividad sólo
pueda influir muy poco sobre cada estado en su interior. Sin embargo,
cl espíritu que Prusia ha despertado con los diversos planes preantados
por ella y que encontraron gran apoyo en la mayoría de los pequeños
estados ha penetrado tan profundamente, que serán muy pocos o tal
vez ninguno los puntos en que el camino se halle cerrado. Muchos
artículos del documento fundacional de la confederación contienen
normas de las que se puede partir para seguir adelante, lagunas que
pueden llenarse, vaguedades que cabe concretar para sacar de ellas
un sentido mejor y más satisfactorio. Esta tendencia a mejorar y ampliar
cl documento fundacional de la confederación con vistas a todas las
instituciones internas que se proponen garantizar cl derecho y poner
PRUSIA Y LA DISTA FSD£RAL 201

coto a la arbitrari«lad, entre las cuales se cuentan lu sólidas constitu­


ciones por estamentos, el tribunal federal, las garantías en cuanto a las
relaciones entre los estados mediatizados, etc., debe ser siempre objeto
especial de atención por parte del embajador prusiano cerca de la Dicta
federal. Aparte de que no sería honrado, por parte de Prusia, guardar
silencio allí donde la justicia exige que se levante la ve», la fuerza moral
que este estado debe procurarse reclama que se erija en defensor y
restaurador del derecho avasallado. Más aún; no es posible prever qué
consecuencias tendría el que la asamblea federal rechazase fríamente
quejas de este género, excusando en cierto modo su indiferencia con la
soberanía de los estad«; ante estas consecuencias no podría permanecer
tampoco pasiva Prusia. Sin embargo, por otra parte, es precisamente
este aspecto dcl asunto el que exige mayor prudencia y mayor cuidado,
cn parte para no crearse obstáculos imponiendo a la administración in­
terior dcl país vínculos demasiado fuertes y demasiado numerosos y cn
parte para no enemistarse constantemente con aquellas cortes que man­
tengan otros principios, afrontando la lucha solos y no pocas veces sin
éxito. A Prusia no puede interesarle encontrarse cn incesante lucha con
las cortes del sur de Alemania contrarias a todas estas medidas, que
constituyen según ellas ingerencias de la confederación cn el régimen
interior dc 1« estad« y atentados contra sus derechcs de soberanía; ni
puede consentir tampoco que Austria, como suele hacer, evidentemente,
guarde un silencio cauto y eche sobre sus hombros toda esa carga de
antipatías.
En todos estos casos, a menc» que existan motivos especiales que otra
ccKa aconsejen, e! embajador dc Prusia cerca dc la Dicta federal, en vez
de tomar la iniciativa por sí mismo deberá apoyar las propuestas que se
formulen, mover a Austria constantemente a que participe de igual modo
y no tanto presionar para conseguir cl asentimiento de los otros como
emitir el voto de su propio gobierno como un voto espontáneo, des­
preocupado y plenamente respetumo con los imperativos del derecho.
Esta conducta no dejará, seguramente, de dar sus resultados, pues no
puede desconocerse que la Confederación no alcanzará nunca grandes
ccsas a fuerza de órdenes, ingerencias y actos efectivos. Una dc las gran­
des ventajas de este organismo consistirá cn orientar a la opinión pública
a través de las ideas manifestadas cn su seno, cn cl temor que poo» a
poco surgirá a verse desaprobados por ella, en las aclaraciones encami­
202 PRUSIA Y ALEMANIA

nadas a prevenir errores y extravíos. Es, por tanto, cualesquiera que


sean los acuerdos, de la importancia más extraordinaria el modo como
los embajadores se comporten en la Dicta federal a! emitir su voto, y,
en lo que al de Prusia se refiere, importa mucho que hable un lenguaje
absolutamente consecuente, preciso y encaminado siempre a la defensa o
al restablecimiento del derecho. Pero, a pesar de que Prusia tiene razo­
nes para desear que, andando el tiempo y poco a poco, se consiga aquí
lo que fué imposible lograr en Viena, teniendo en cuenta todas estas
instituciones que atan corto a la arbitrariedad de los gobiernos, la cosa
no presenta ningún interés especial para ella, y esto le permite, para
seguir el camino recto para todos, aguardar tranquilamente a que se
presenten las ocasiones adecuadas. Sin embargo, el embajador deberá
procurar que, aunque de momento no sea posible mejorar el documento
fundacional de la Confederación, por lo menos no se cierre el camino a
esta posibilidad para el porvenir.
La otra gran finalidad positiva de la Confederación y la primera eo
orden a su importancia es la defensa común, y ésta se halla relacionada
tan de cerca con el interés especial del estado prusiano, que, sin pretender
entrar en disquisiciones sobre poblemas específicamente militares, esto
plantea el prcJ>lema político general de saber hasta qué punto la Confe­
deración tiene una importancia especial para Prusia y hasta dónde pu«le
llegar ésta en su utilización. El estado prusiano se encuentra ahora en
la peregrina situación de ser la muralla avanzada de la Confederación
en los dos extremos opuestos de Alemania, pero teniendo enclavados
entre sus provincias separadas varios estados grandes y pequeños, de
tal modo que ni siquiera puede mantener la comunidad entre las diversas
partes que la integran más que a través de ellos. Esto le permite a Prusia
exigir en justicia que su defensa, que además de ser su defensa propia
es, al mismo tiempo, la de Alemania, le sea facilitada por las fuerzas de
los demás estados intermedios y que éstos le concedan para ello la
libertad necesaria, sin la cual su desmembración en dos partes repre­
sentaría un obstáculo insuperable tanto para su defensa como para su
bienestar. En lo que respecta a los pequeños estados que rodean a Prusia,
no debe censurarse tampoco, por otra parte, a pesar de estas justas rei­
vindicaciones de Prusia, su deseo de mantener su independencia, no
sometiéndose a sacrificic^ excesivos o arbitrarios. Y como ambas partes,
según suele suceder, abrían recelos mutuos, los pequeños estados sos­
PRUSIA Y LA DIETA FEDERAL 2 O3
pechan que Prusia quiere servirse dc k Confederación para hacer a ésta
independiente dc ell« y manejar sus fuerzas en su propio y exclusivo
interés; mientras Prusia, por su parte, recela que los pequeños cstadcw
pretenden, al amparo dc la Confederación, desligarse de Prusia todo lo
ptaible para ayudarla lo menos que puedan, puesto que Prusia, para
defenderse a sí misma, tiene que defenderlos desde luego a ellos y defen­
der a Alemania, quiera o no.
Hasta aquí, el recelo de amias partes es natural y se traducirá siempre
en el deseo de obtener seguridades recíprocas, cn cualquier negociación
que se entable. Pero, desgraciadamente, hay que reconocer que, además,
existe en las circunstancias actuales, por muchas otras razones, otra des­
confianza muy grande y absolutamente infundada contra Prusia, descon­
fianza que es, en parte, real y sentida y en parte desfigurada y detrás
de la cual se oculta el odio y la antipatía. Las dos primeras y grandes
causas de este recelo son: la gloria indiscutible e innegable adquirida por
Prusia en las d(B últimas guerras y el odio comprobado y legítimo contra
todo espíritu gracias al cual llegó a dominar Alemania un poder ex-
tranjero. Es la marcha natural dc las pasiones humanas; quienes no
tienen la conciencia limpia acusan a los que obran rectamente, acusación
más dura todavía cuando éstos se manifiestan clara y enérgicamente
contra los que no proceden con rectitud. Otras causas de desconfianza
estriban en la naturaleza peculiar de la monarquía prusiana. Su situa­
ción es, indudablemente, muy incómoda desde el punto de vista político;
se la considera, por tanto, como una fuerza que no ha conseguido aún
su equilibrio y que, por consiguiente, es todavía peligrosa para sus
vecinos. Descartando los breves años de su infortunio, ha estado cre­
ciendo constantemente, y esto hace que se teman dc ella nuevas expan­
siones o, por lo menos, intentos de conseguirlas. Se presiente que pueda
fácilmente sentirse preocupada por la insuficiencia de sus fuerzas para
su defensa y echar mano de las dc otros y que, por virtud dc su situación,
entre a cada momento en contactos que la obliguen a formular nuevas
exigencias. Finalmente, infunde temor su poder, del que se sabe que,
aunque no sea igual al de otros estados, tiene una movilidad mucho
mayor y puede desarrollar una acción más vigorosa. Por otra parte, las
verdaderas intenciones y orientaciones del gobierno son tergiversadas a
IcK ojos dcl público, siempre mal informado, por los discursos impru­
dentes y arrogantes dc algunos individuos y por los peregrines rumora
204 PKUSIA y ALEMANU
y chácharas acerca de la independencia del ejército y del malestar dcl
pueblo. Y a todo esto hay que añadir, muy recientemente, la malsima
impresión que han producido, en j^^neral y sin excepción alguna, 1<»
puntos referentes a la parte militar de la constitución federal contenidos
en el proyecto de convención, que el señor de Hanlein ha cramunicado
aquí al conde de Buol.
Puale que estas manifestaciones parezcan demasiado crudas; sin em­
bargo, he de manifestar, en cümplimicnto de mi deber, que no lo son.
En cl momento actual, Prusia no goza en Alemania de la confianza ni
de la opinión favorable a que es acreedora después de todo lo que por
Alemania ha hecho. Y, para concretarnos a lo que constituye el tema
de esta memoria, cl embajador prusiano cerca de la Dicta federal no
encuentra los ánimos tan bien dispuestos, que pueda, si no se prepara
cl camino por sí mismo, contar con la cooperación de muchos elementos.
Es cierto que las cortes dcl norte de Alemania sienten todavía su vieja
simpatía por Prusia, la cual es mayor en la medida en que se hallan
animadas por buenas intenciones, y también es verdad que se manten­
drán fieles a ella hasta cierto punto. Sin embargo, se vuelven cada vez
con mayor confianza hacia Austria, de la que saben, juzgando por su
política, condicionada por su situación ^ográfica, que nada tienen que
temer. Y si hoy no temen precisamente ingerencias ni actos despóticos,
sospechan que la gran movilidad de Prusia, su tendencia, plausible de
por sí, a acometer seriamente todas las cosas, su aspiración a establecer
un organismo más sólido, sobre todo en materias militares, pueda llegar
a ser perjudicial y embarazosa para ellos. A esto hay que añadir que
1<Mtres más importantes, Hannóver porque le gusta hablar un lenguaje
independiente, Sajonia por las razones harto conocidas y el electorado
de Hesse. . . , sólo muy condicionalmente se someterán a la influencia de
Prusia. Entre las casas reinantes de Sajonia podemos contar con Weimar,
cuyo príncipe ha estado más que ningún otro en Alemania al lado de
Prusia desde cl comienzo del congreso de Viena, pero sólo podemos contar,
en cambio, muy débilmente con las demás, por lo menos con la de Cobur-
go. Nassau y Darmstadt podr&n, tal vez, mostrarse ahora favorables a
Prusia, pues puede interesarles desde ciert« puntos de vista y además, por
su situación, no tienen nada que temer de su potencia. De Badén no puede
decirse nada, hasta que se ponga fin al conflicto de 1<» distritos del Main
y del Tauber, que en la actualidad hace que sus relaciones con todos los
P IU SU y LA DIETA FIDEKAL 2O5
demás estados sean inciertas. Wurtemberg teme, indudablemente, y no
sin cierta razón, que si se pone a debate en la Confederación el problema
de sus estamcnt(», Prusia dará su voto a la causa del derecho. El acerca­
miento de Baviera a Prusia sería de desear y podría lograrse tal vez sin gran
esfuerzo. Sin embargo, si no cambian las relaciones mutuas entre Austria
y Baviera, el estrechamiento dc lazos entre Prusia y Austria podría enfriar
fácilmente la confianza de Baviera. En Austria, Prusia puede confiar en
cl sentido de que aquélla no emprenderá fácilmente, en el seno de la Con­
federación, nada que sea contrario a su voluntad, y también cn que apoya­
rá hasta cierto punto sus reivindicaciones. Sin embargo, si existiesen
planes en que se tratase de imponer con gran energía algo que fuese con­
trario a la mayoría de los demás estados, sería inútil esperar dc Austria
semejante colaboración. Hállese menos interesada por sí misma por la
Confederación alemana, y difícilmente se brindará a estrechar más sólida­
mente los hzm orgánicos y a exigir de los distintos estados confederados
sacrificios importantes de sus fuerzas o dc su independencia. Lejos de
ello, representará mientras pueda cl papel de protector dc It» menos po­
derosos y disuadirá a Prusia de acometer los planes que a éstos no les sa­
tisfagan. En estos casos, aspirará siempre más o menos, a costa de Prusia,
a ganar fama dc un estado suave y justiciero. La conducta seguida por
ella en las recientes discusiones, provocadas por el consejero von Hanlein,
lo demuestra ya suficientemente, y por parte de Prusia deberá hacerse to­
do lo pc»ible por evitar que encuentre ocasiones de proceder así.
Aunque esta situación que desaibo, sin paliativos ciertamente, pero
también sin exageración, respondiendo exclusivamente a mi íntimo con­
vencimiento y a la experiencia recogida durante todo el tiempo dc mi
permanencia aquí, sea poco halagüeña y poco favorable para los primeros
pasos de Prusia en la Dieta federal, creo, sin embargo, que ello no le im­
pedirá conseguir a través de la Confederación aquello que pueda legíti­
mamente exigir. Pues es indudable también que Prusia inspira un alto
y sincero respeto; todo el mundo sabe muy bien lo mucho que Prusia
hizo cn las últimas guerras, aunque la misma Prusia no haya querido re­
petirlo demasiado; todo el mundo se da perfecta cuenta de la protección
que Prusia representaría si llegase el momento dc afrontar nuevos peli­
gros y comprende claramente que, incluso cn los asuntos interiores de
gobierno, los principios más ilustrados y más justos, las medidas más vi­
gorosas y consecuentes, arrancan de Prusia. De aquí el interés que des-
2o 6 p r u s ia y ALEMANIA

picrta cuanto ocurre en Prusia; y eso explica, incluso, que la gente se


permita expresar juicios más libres acerca de ello, pues se comprende per­
fectamente que el ejemplo de Prusia en todos estos asuntos es decisivo,
por cuya razón se confía o se teme que los avances o retrocesos de este
estado sirvan de pauta para toda Alemania. Sin embargo, para poner
debidamente a contribución todo esto, es necesario que Prusia adopte una
actitud sabia, tranquila, desapasionada y extraordinariamente cauta, que
no pretenda triunfar rápidamente en todo, sino avanzar lenta y paulati­
namente; y, por último, que en sus relaciones con le» distint« estados
alemanes, consagre la mayor atención principalmente a los pequeña es­
tados, actuando respecto a ellos con la mayor justicia, rapidez y cordiali­
dad, a la par que con la mayor firmeza y consecuencia. Las circunstan­
cias sorprendentemente ciertas de que la defensa de Alemania ha sido
confiada a Prusia por dos lados, de que no se le puede achacar a ella el que
la restauración de su territorio, lograda a tanta costa, se le haya encomen­
dado en condiciona que ciertamente no tienen nada de cómodas, en gran
parte a costa de un estado vecino y expuesta al peligro de suscitar no po­
cos recelos, y de que no se pueda citar un solo caso en que Prusia haya
dado motivo a que nadie desconfíe de su sentimiento de justicia; todas
estas circunstancias pueden señalarse de tal modo, que, aun empleando
un lenguaje claro y enérgico, no se caiga en la arrogancia, sino que se
encuentre un tono modesto y discreto, cuyo éxito será indudable. El go­
bierno prusiano debe procurar especialmente infundir confianza a las cor­
tes de Alemania; para ello no necesita sacrificar para nada su propio inte­
rés; le basta con obrar de un modo franco y justiciero. Probablemente
ningún estado necesita tanto como Prusia hacer de la justicia su política,
no sólo porque su poder material es inferior al de los otros grandes estados,
sino porque, dada la rapidez y la firmeza con que ha sabido poner en
acción inmediatamente su fuerza desde Federico el Grande, no hay nin­
gún otro estado en que tan peligrosa aparezca la más leve de las injus­
ticias. En cambio, debe ser defendida en nombre de Prusia, con una ener­
gía inconmovible, toda justa reivindicación, todo postulado justo que
nazca de sus verdaderas relaciones con Alemania.
En la Dicta federal no sólo deberán defenderse firme y tenazmente
todas las medidas encaminadas a la defensa común, sino que, además,
si se demuestra clara y nítidamente que es esto y no un fin privado de
Prusia lo que se persigue, lograrán aprobarse con éxito. Cuando se opon-
PEUSIA Y LA DIETA FEDERAL 20?

gan a ellas las miras estrechas y egoístas de algunos individuos, el miedo


a la opinión pública, muy celosa precisamente en lo que a estas cuestiones
se refiere, se encargará de evitar que se exterioricen. Unicamente discre­
parán las opiniones en torno a lo que exija, en rigor, la seguridad común,
y el pretexto de que se exagera la preocupación por esta servili sin duda,
con harta frecuencia, para encubrir el egoísmo.
Como es natural, la oposición será más viva allí donde los distintos
príncipes crean amenazada su independencia, pero la resistencia dismi­
nuirá, evidentemente, tan pronto como se generalice en cierto modo la
vigilancia a que los estados menos poderos<w deben someterse y no se
confíe precisamente a un estado importante determinado, concretamente
a Prusia, Pues lo que temen, en realidad, los estados del Norte de Ale­
mania es que Prusia se arrogue una tutela sobre ellos cn el terreno militar
o en otro aspecto cualquiera y, en vez de pensar que esta tutela podría
imponérseles también sin necesidad de ninguna Confederación, cn cuyo
caso no ¿e sometería a restricción legal alguna, temen que sea precisa­
mente la Confederación la que imprima el sello de la legitimidad a dicha
tutela. Esto se reveló ya claramente en Viena, al manifestarse la inten­
ción de restablecer los distritos en Alemania; sin embargo, es innegable
que esta preocupación y la resistencia que suscita son hoy mucho mayo­
res que antes. Una regla importantísima de prudencia para Prusia consisti­
rá, pues, en evitar en lo posible, dentro de la Confederación, toda forma,
toda norma o toda propuesta que pueda conducir a una especie de alta
tutela de Prusia sobre los estados vecinos o, por lo menos, quitarle to­
da apariencia de tal. El procedimiento contrario haría fracasar, induda­
blemente, la finalidad perseguida. Por una parte, como la cooperación
de Austria para semejantes planes sería siempre débil, resultaría extraor­
dinariamente difícil llegar a un acuerdo efectivo; cn segundo lugar,
aun conseguido éste, surgiría una resistencia incesante y sorda, que pro
vocaría una serie dc bajas complicaciones; finalmente, esto destruiría
en absoluto la gozosa confianza cn Prusia que el gobierno prusiano se
propone como finalidad más importante crear y establecer con respecto
a Alemania.
Todas las formas, todas las organizaciones, todos los acuerdos de la
Confederación serán siempre ineficaces y se quedarán en letra muerta.
La Confederación dc por sí es una entidad demasiado poco sólida y co­
herente para que pueda encontrar en ellas ninguna fuerza propia. Y
2 o8 p r u s ia y ALEMANIA

Prusia no será jamás capaz de vencer la resistencia del egoísmo, de la


vanidad o de la inercia con ayuda de esos instrumentos, preparados de
un modo tan artificioso. En cambio, si no acude a formas que obliguen
intimidando, si respeta la libertad de sus vecinos, si tiene siempre en los
labios el interés de la colectividad y no el de sí misma, encontrará en el
respeto, del que brotan siempre benéficos frutos, en la benevolencia y
en la confianza medios incomparablemente más poderosos para instau­
rar una dominación verdaderamente noble.
La marcha de los asuntos en la Confederación dependerá en gran
parte, para todo estado, pero dd)lemente para Prusia', a la que se dirigen
todas las miradas, de la marcha de los asuntos en su propio interior, y
el embajador prusiano cerca de la Confederación deberá distinguirse
también de los demás por la conveniencia de mantenerlo bien informa­
do de lo que ocurre dentro de su propio país, permitiéndole dar su opi­
nión acerca de los juicios a que pueda dar lugar esa situación. Prusia
ocupa en la actualidad, evidentemente, una situación muy satisfactoria,
pero no debe perder de vista que ahora precisamente que, al cambiar tan
radicalmente su simación territorial, tendrá que cambiar también, ne­
cesariamente, la orientación y la estructura de casi todas sus condicio­
nes interiores, necesita agrupar más que nunca todas sus fuerzas, ponerse
en guardia seriamente y renunciar a todos los planes exteriores nuevos
para concentrar todas sus preocupaciones al interior del país. Su posi­
ción pasaría a ser extraordinariamente crítica y peligrosa si el gobierno
se dejase llevar de la quimera de creer que su país disfruta ya hoy de
una grandeza y una seguridad tan grandes, que no necesita preocuparse
de ahorrar sabiamente ni de mantener en pie sus fuerzas de lucha,
pudiendo dejar sentir a sus vecinos su superioridad. Un sistema tan
equivocado como éste no tardaría en ir seguido de la debilidad en el
interior y la injusticia en el exterior, y los demás estados alemanes veríanse
movidos por ellos a temer las empresas de Prusia y a oponerse a ellas. En
cambio, si Prusia, a fuerza de orden y de buena organización interior,
con sus buenas finanzas y con un ejército que no se vea obligado a redu­
cir sus continguentes por la penuria, con una posición que se baste a
sí mismo, demuestra que no necesita recurrir a las fuerzas de nadie
para mantener su poder, despertará al mismo tiempo una confianza
permanente en su conducta y el miedo a desagradarle oponiéndose a
ella, y esto le valdrá también una influencia mucho mayor en el seno
PRUSIA Y t A DIETA FEDERAL 20p

dc la Confederación. Una posición que inspire respeto es siempre más


eficaz, cn el terreno político, que las amenazas o la violencia.
Prusia se halla tan rodeada dc pequeños estados, que su situación
sería evidentemente mucho más desagradable todavía si no estuviese
cn cierto modo a su alcance la posibilidad de obviar las dificultades que
esos estados le causan cn cl aspecto administratiyo y en el militar, pu-
diendo incluso, en ciertos casos, contar con su ayuda. Por tanto, Prusia
debe tener como política especial el vincular estos estados vecinos, hasta
cierto punto, a su sistema político e incluso administrativo. Estos mismos
estados se dan perfecta cuenta de ello, y no se oponen tampoco a ello,
siempre que las cosas no vayan demasiado lejos o revistan una forma
indecorosa. Todo dependerá, pues, dc que se sepan elegir los medios
adecuados para alcanzar este fin, que, si bien se comprende y se acepta
tácitamente por ambas partes, no puede proclamarse en voz alta, por
ser imposible indicar la medida concreta en que pueden alcanzarse.
Yo no creería aconsejable utilizar para esto a la Confederación ni em­
plear instituciones orgánicas, llámense círculos o zonas militares o como
quieran llamarse. Ante la Confederación sólo debe plantearse, por parte
dc Prusia, aquello que pueda ser defendible, por ser conveniente a la
seguridad común. Si por este camino sólo es posible lograr una parte
dcl fin específicamente prusiano señalado aquí, habrá que acudir para
alcanzar el resto a otro camino, mediante contactos políticos diversos
con los otros estados directamente. El lenguaje empleado por Prusia
cn la Confederación debe ser siempre un lenguaje general; el particular
debe emplearlo aparte, allí donde puedan pactarse ventajas y beneficios
especiales. En su actitud hacia otros estados por separado, no se trata,
ni mucho menos, de ceder en sus derechos, de ser transigente, de hacer
concesiones extraordinarias. Mucho más importantes serán, cn este te­
rreno, y le valdrán más respeto c infhicncia, la justicia estricta, la rapidez
en las negociaciones, la puntualidad cn el cumplimiento de las obliga­
ciones contraídas, la determinación precisa de todas las condiciones, la
conducta conciliadora y prudente de las autoridades limítrofes, cosas
todas provechosas para el estado que las profesa y las mantiene. Hasta
qué punto permitirán las circunstancias, según esto, contraer acuerdos
especiales con los distintos gobiernos es cosa que no puede preverse;
sin embargo, es evidente que las negociaciones políticas con los distin­
tos estados alemanes deben mantenerse siempre en constante relación
210 PRUSIA Y ALEMANIA

con las entabladas en el seno de la Confederación, para poder apreciar


por cuál de los dos caminos es pcBiblc llegar en cada caso a la meta a>n
más facilidad y mayor seguridad.
Resumiendo lo que dejamos dicho acerca de la utilización positiva
de la Confederación y del estado de espíritu favorable y contrario a ella
con que Prusia debe contar en el momento presente, se deduce, indu­
dablemente, que cl embajador prusiano cerca de la Confederación, aun
debiendo esforzarse seria, enérgica y dignamente por evitar que este
organismo quede reducido a ima existencia puramente negativa, debe
también proceder haciendo más uso de la cautela y de una hábil lentitud
que de la violencia y el celo excesivo y precipitado, y que n ^ a debe
rehuir con tanto cuidado como el despertar ni la más leve sospecha de
que Prusia pretende drigir la Confederación o necesita servirse de ella
para sus propios fmes, Prusia debe velar por su prestigio, principalmente,
actuando en el seno de este organismo para proteger a los demás estados
y velar por sus derechos.
Lo mismo si la Confederación llega a ser de una utilidad grande y posi­
tiva para Prusia que si sólo le rinde una utilidad puramente negativa, es
necesario impedir que no redunde en perjuicio suyo, cosa que podría
ocurrir, políticamente, si estimulase entre los otros estados y Austria
o entre los demás estados unos con otros relaciones que llegasen a ser
peligrosas para Prusia, y también, en el aspecto interior, si pretendiese
poner al gobierno trabas entorpecedoras. Y que la idea de la posibilidad
de semejantes relaciones no escapa del todo a los gabinetes alemanes se
deduce ya. . . de la tenacidad con que Hannóver, que indudablemente
sabía en qué condiciones tan favorables podía negociar con Prusia si,
cediendo a ésta una pequeña porción de territorio, le permitía establecer
la unión entre sus dos masas territoriales, se negó a hacerlo sencilla­
mente porque ello lo habría aislado del resto de Alemania, Pero ya ad­
vertimos anteriormente que la propia Confederación contribuye muy
principalmente a hacer que esas relaciones no puedan llegar a crearse
fácilmente sin la cooperación de Austria o Prusia, o de ambos estados a
la vez...
PRUSIA Y lA DIETA FEDERAL 211

§2

Estas relaciones generales que la Confederación alemana, cualquiera


que sea cl giro que tome su actuación, puede tener con el interés dc
Prusia y la conduaa que ésta debe seguir a este propósito no deberán ser
perdidas dc vista jamás por cl embajador prusiano cerca de la Dicta
federal. En efecto, aunque esos puntos de vista no le permitan llegar
a establecer, partiendo dc ellos, normas dc conducta para cada caso
concreto, deberán, por lo menos, guiar sus pas(« cn general y, sdjre todo,
determinar cl sistema con arreglo al cual cl gabinete prusiano haya dc
estrechar o aflojar, según los casos, sus vínculra con la Confederación.
Pfcro, además dc esto y aparte dc las distintas c<»as que Prusia pueda
intentar que la Confederación apruebe cn relación con sus fines, todo
embajador cerca de la Dicta deberá tomar parte cn todos ios actcs dc la
Confederación, y al dc Prusia le incumbe adueñarse dc la dirección de
la misma en la medida en que las circunstancias lo consientan, pero sin
dar la sensación dc ello. Prusia posee una parte tan grande dc Alemania, su
defensa se halla tan estrcchauicntc relacionada con la de Alemania
en su totalid»! y sus relaciones con los estad(» menos poderos« que la
rodean son tan importantes para el estado prusiano, que su propia polí­
tica exige dc ella que consiga la mayor influencia posible dentro dc la
Confederación. Esta influencia corresponde a todo lo que Prusia ha he­
cho en las últimas guerras, a su dignidad y a lo que todo el mundo es­
pera, pero el embajador no debe exigir o imponer esta influencia, sino
ganarla, consiguiendo esto, principalmente, a fuerza de celo y prestando
una atención constante a todos 1(b problemas dc k Confederación, con una
actitud muy consecuente e imparcial, trazándwe principios que de­
noten una firme armonía interior y sabiendo apKcarlos hábilmente. Y
si todo embajador cerca de k Dieta se halk obligado por su situación a
interesarse por todos los asuntos que afectan a la Confederación, como
organismo de cuya eficacia también él es responsable, este deber afecta
$d>rc todo al embajador prusiano. Nada podrk dañar tanto al prestigio
de su corte como el hecho de m<Ktrar o aparentar indifcrcnck y frial­
dad ante los asuntos que no toquen directamente a los mtercscs de Pru-
sk. Para que pueda pesar más en aquello que afecte a su estado, es
necesario que la gente se acwtumbre a respetar su voz, a temer su oposi-
212 PRUSIA Y AUiMAlOA

ci6n y a considerar su coopcradón como decisiva. P«a dio, es funda­


mental que adopte una actitud de principio ante k» que la Confederación
pueda ser de por sí e independientemente dd interés prusiano, ante
el modo ccano deba manifestarse y actuar.

§3
Para comenzar a»n cl punto de vista más general, debemos poner
en claro la naturaleza de la Confederación, problema acerca dd cual las
¡deas dd públim e incluso las de los cmbajad<«es aquí destacados son
tanto menos claras y coincidentes cuanto que tan pronto se mezclan
con la actual Confederación conceptos procedentes dd antiguo Imperio
alemán como se la confunde con otros estados de tipo completamente
distinto, por ejemplo Suiza. Las dos ideas más divergentes en torno al
problema son las que se expresan, de un modo más impresionante que
exacto y preciso, con los términos de federación de estados y estado fe-
deral, conceptos que tienen como resorte fundamental, respectivamente,
cl deseo cdcBo de salvaguardar la soberanía de cada estado y la tendencia
patriótica a constituir una agrupación de todos bajo una ley general.
Hasta aquí, Prusia se ha inclinado siempre, y con razón, más bien a
la Kgunda fórmula que a la primera; Austria, o mejor dicho d prín­
cipe Metternich, más bien a la primera que a la segunda, hasta d punto
de que alguna vez parecía como si quisiese reducir la Confederadón a
una simple alianza de estados. Lo que en este punto es aconsejable para
Prusia ya lo hemos dicho más arriba; aquí, estam(» hablando exclu­
sivamente de conceptos, y en este terreno no puede negarse en modo
alguno que la Confederación alemana no puede ser confundida con
un pacto de alianza, siquiera sea perpetua y acompañada de muchas
otras condiciones que en las alianzas normales y corrientes no suden
figurar, sino que presenta realmente el carácter de un estado federativo.
En efecto, esta Confederadón agrupa en un todo a países que, por su co­
munidad de origen y su idioma, forman evidentemente una unidad y
que ya vivieron unidos realmente en otro tiempo, bajo el Imperio ale­
mán. Los diversos estados confederadcB, al igual que los distintos ciu­
dadanos de un estado, renuncian a una parte de su primitiva indepen­
dencia y personalidad, para someterse en este punto a la voluntad
común; y el Acta confederai (arts. 6, i8 ,19), unida con la Dicta federal,
PRUSIA Y LA DIETA FEDERAL a ij

establece la posibilidad dc que en todo momento se propongan y acepten


nuevas normas generales, mientras que las simples alianzas no se pactan
precisamente entre naciones afines, excluyendo a las demás, imponen
siempre determinadas obligaciones exclusivamente y representan trata­
dos cerrados y definitivos, no susceptibles de ulterior ampliación. Sin
embargo, en la práctica las definiciones, por exactas y precisas que sean,
sirven dc poco, y más bien podría inducir a crrOT el pretender argumen­
tar a base del concepto dd estado federal, atribuyendo a la Ck>nfedera-
dón todas las funciones derivadas de la Mea general de un estado ” Por
eso, sin pegarnos miedosamente a las palabras, débeme» entrar cn cl
fondo del problema y en el fin perseguido y, a b a ^ dc esto, trazar 1<»
limites de la actuación a que cl embajador cerca dc la Dieta debe ex­
tender o restringir las funciones dc este organismo.
Atora bien; la finalidad de la Confederación alemana es, como diji­
mos más arriba, defender mediante una <^ligadón pesitíva y legal la
paz, la seguridad y el equilibrio allí donde, dc dejarse a merced del
libre juego dc las facultades de derecho intanadonal, podrían correr
fádl peligre^ y lo que distingue verdaderamente a este organismo es
que, dentro de dicho compromi», los miembros dc la Confedoradóii
deben conservar su propia personalidad c independencia, así como tam­
bién el hecho de cooperar en ella estados dc potencia e importancia muy
distintas. Los estados independientes se hallan autorizados a juzgar
por sí mismos su dcredio y a imponerlo en todo momento por la fuerza,
asi como también a mezclarse cn los asuntos interiores de otro estado,
si consideran que puede derivarse dc ello un |«ligro para sus propios
intereses. El primer derecho se renuncia expresamente en el Acta con­
federal (art. II). Al segundo punto tienden todas las normas de este
documento, encaminadas a estrechar y hacer más firmes los lazos entre
gájcrnantes y gdaernados, mediante el respeto dc Icb derechos vigentes
cn cl interior dc cada estado dc por sí... Entre estos puntos se destacan,
evidentemente, dos que la Confederación debe mantener del modo más
severo: la obligación de abstenerse dc cuanto sea tomarse la justida por
la mano y las normas que se refieren a la defensa común... En lo que
* Con estas manifatadones iobre el estado federal y la fedeiactán de estedos,
Hmnixildt toca aquí un tmia al que por primera vez cn la teoria del estado de su tiempo
había dado actualidad Alcxandcr Hamilton, al desarrollar la Constitución dc los
Unidos. (Ed.)
214 KtTOIA Y ALEMANU

respecta a la ingerencia en los asuntos interiores de los estados, interviene


en la confederación alemana otro criterio muy distinto, a saber: el interés
que cada uno de los estados alemanes se toma por el bienestar de 1(»
demás, independientemente de su propio interés como tal estado, y la pro­
tección que los más poderosos dispensan a los súbditos de los más pequeños
contra cualquier posible opresión. Es aquí donde la organización del
estado federal se revela más eficaz, dando a esta ingerencia una forma
legal y cerrando, por tanto, el paso a los celos y las resistencias por
parte de aquel que se vea sometido a la influencia de otro, a la par que
levanta también barreras para evitar que esta ingerencia se exagere arbi­
trariamente o se abuse de ella para fines propios, ajenos a los intereses
de la colectividad...
La mayor extensión que podría darse al término de estado federal
serh la de consentir a la Confederación alemana obrar como verdadero
organismo de estado en casos en que no se halle obligado a ello por
razones de seguridad interior o exterior, ni se halle autorizado tampoco
a hacerlo por determinadas normas del acta confederai, sino en que
tome por propia iniciativa decisiones, inspiradas en el bien común o en
la conveniencia propia. Y no faltan embajadores cerca de la Dieta que
piensan que se debe ir tan lejos; yo, sin embargo, considero que esto es
absolutamente insostenible. Esto modificaría radicalmente las relacio­
nes naturales entre los estados confederados y no sería indiferente tam­
poco desde el punto de vista de las relaciones europeas. No debe olvidarse
en molo alguno la verdadera finalidad de la Confederación, en aquello en
que se halla relacionada con la política europea. Esta finalidad es el
mantenimiento de la paz. Toda la existencia de la Confederación tiende,
por tanto, a mantener el equilibrio por medio de la fuerza inmanente
de la gravedad; y sería conspirar contra este objetivo el pretender incor­
porar al concierto de los estados europeos, además de los estados alema­
nes más importantes, considerados de por sí, un nuevo estado alemán
colectivo, en una actuación no provocada por la ruptura del equilibrio,
sino impuesta, en cierto modo, arbitrariamente; un nuevo estado colec­
tivo que unas veces obrase por cuenta propia y otras sirviese de ayuda
o de pretexto a ésta o la otra potencia importante. En estas condiciones,
nadie podría evitar que Alemania se convirtiese, como tal Alemania,
en un estado conquistador, cosa que ningún verdadero alemán puede
desear, pues sabemos perfectamente, por toda la historia anterior, cuán
PRUSIA Y LA DIETA FEDERAL 215
grandes virtudes es capaz de desarrollar la nación alemana en el terreno
de la cultura espiritual y científica cuando no k orienta políticamente
hacia el exterior, y no sabemos en cambio cómo repercutiría en esc
terreno semejante orientación.**
Un concepto demasiado amplio de la unidad, atribuido a la Confe­
deración, imprimiría también una orientación falsa a la Dieta federal.
Se consideraría como una especie de Asamblea nacional, ya que nece­
sariamente habría de mantenerse en ella el concepto de una agrupación
de embajadores de los estados confederados. Todo lo que trascienda de
esto, aunque de suyo no sólo no fuese perjudicial, sino que pudiese ser
incluso Ixneficioso, como cuando, por ejemplo, se afirma que la Dicta
federal debería honrar la memoria de ciertos hombres eminentes, dis­
tribuir premios y recompensas, etc., debe evitarse, a mi juicio, por todos
los medios. Aunque de momento podría halagar a la opinión pública,
acarrearía, incluso desde este punto de vista, consecuencias dañosas, pues
esta misma opinión pública mostraría luego, a base de esto, exigencias o
aspiraciones que no sería posible cumplir. En general, la tendencia de
la Dieta confederal debe ser la de considerarse y ser considerada como
una autoridad más bien defensiva, de influencia negativa, llamada a
impedir las injusticias y desafueros, que como un organismo creado para
desarrollar una actividad demasiado positiva y basada en la iniciativa
propia.
Resumiendo lo dicho, llegamos a las siguientes conclusiones:
La Confederación alemana es, por su destino originario y su existen­
cia política, una verdadera federación de estados, la cual, sin embargo,
para poder alcanzar sus fines interiores y exteriores, se ha dado en
cierto modo, con los vínculos establecidos en el acta fundacional, una
unidad y una cohesión que hacen de ella, en lo que a esos vínculos se
refiere, un verdadero estado federal. Por tanto, cuando se trate de
determinar todas las relaciones futuras, el concepto de una agrupación
de estados independientes debe considerarse como la idea fundamental
y como el fin, viendo en la unidad que hace de la Confederación un
estado colectivo el medio para alcanzar esc fin y algo que brota sim­
plemente de las condiciones reales y concretas del pacto fundacional y
de las ampliaciones legales de éste.
®* A cerca d e los antecedentes d e estas tesis en la liistoria de las ideas, véase l.i obra
de F . M e in e ck i, Weltbürgcrtum und NulionalsUtat, pp. 194//. (Ed.)
2 i6 PSÜSIA y ALEMANIA

Puede que este punto de vista, así formulado, se considere dema­


siado teórico y lo sea en realidad; sin embargo, es indudable que acredi­
tará también su gran importancia práctica, pues en estos asuntos, que
no presentan ninguna analogía con las actividades diplomáticas corrien­
tes, no es posible prescindir de toda investigación teórica.
La caracteráitica fundamental de la Confederación alemana estriba
en el poder desigual de los estados que la forman, y en esto es en lo
que debe fijarse con gran atención el embajador prusiano cerca de
la Dieta federal. Es innegable que la Confederación carece de todo poder
ejecutivo, poder que tampoco ahora se le podrá conferir, y que esta
falta constituye un defecto verdaderamente radical, que impedirá siempre
que la Confederación responda a las legítimas y justas esperanzas puestas
en ella por los estados alemanes y por Alemania. Sería superfino exponer
aquí las causas a que se debe este resultado. Estas causas radican de un
modo tan hondo y tan sustancial en las condiciones actuales, que sería
absolutamente en vano pretender alcanzar ahora resultados distintos...
Algunos de los males señalad« aquí tienen raíces tan profundas en las
condiciones imperantes en la actualidad, que no habría sido posible
evitarlos; en cambio, otros se produjeron simplemente como consecuen­
cia del giro poco favorable que el problema de la Confederación alemana
tomó en el Congreso de Viena. Todo el que haya trabajado allí en estos
asuntos deberá confesar libremente que el resultado alcanzado no corres­
ponde a ninguna legítima esperanza y que la Confederación alemana,
tal y como existe actualmente con arreglo a su acta fundacional, repre­
senta una construcción altamente informe, incoherente en casi todas sus
partes y que no descansa en nada con ninguna firmeza. Sin embargo,
si descontamos ciertos factores fortuitos, habremos de convenir que no
podía ser de otro modo. Dentro de la situación en que Alemania.. . se
encontraba en el otoño de 1813, a merced de las potencias aliadas, le era
imposible hacer nada, imposible lograr nada justo. Lo único que podía
llegar a realizarse entre estos dos extremos: he ahí la verdadera definición
de la Confederación alemana, si bic|i ésta, debido a la marcha de las deli­
beraciones del Congreso, resultó ser considerablemente más imperfecta
de lo que de por sí y necesariamente tenía que ser.
Habríame parecido de todo punto inadecuado entrar en estas poco gra­
tas consideraciones si no hubiera creído necesario por una doble razón
exponer la verdadera naturaleza de la Confederación y, con ella, el verda-
PRUSIA r LA DIETA FEDERAL 217

dao carácter de la misión que dentro de ella se debe realizar. Esa d<^k
razén es, de una parte, el no alimentar falsas esperanzas y, en segundo
lugar, el tratar a la Confederación tal y como es, sacando de ella el provecho
que aún se puede sacar hoy. En efecto, cuando se aborda prácticamente un
asunto nada es tan importante como el ver las cosas tal y como son, lo
mismo para dejarlas seguir así que para intentar desarrollarlas... Aquí,
sólo nos interesa exponer cómo puede suplirse en cierto modo la falta de
poder ejecutivo según la constitución y hacer que sea menos dañosa la
desigualdad realmente muy grande de poder que entre los miembros de
k (¿nfederación existe... Cuanto menos se han esforzado las potencias
más importantes, especialmente Austria y Prusia, en conseguir ventajas
«institucionales, más han contado, indiscutiblemente, con lograr de por sí
y sin necesidad de aquéllas una influencia decisiva. Con^guir y mantener
esta influencia deberá ser, por tanto, ante todt^ la aspiración del embajador
de Prusia cerca de la Dieta federal. Es de todo punto innegable que los
estad« pequeños han perdido mucho del miedo que antes sentían por
los grandes. También en este aspecto son más flojos que antes, de modo
muy perjudicial, los vínculos de la Confederación. Estos vínculos deben
suplirse, ante todo, a fuerza de dignidad, de justicia y de firmeza. Para
ello, es necesario, ante todo, no acometer ligeramente lo que no sea sufi­
cientemente recomendable desde cualquier punto de vista para poder ser
llevado a término, y poner remate siempre a lo comenzado. Nada hay
que tanto perjudique al prestigio y a la influencia política de un estado
como el manifestar públicamente y sin el cálculo necesario su deseo de
alcanzar algo, viéndose después obligado a renunciar a ello...

§4

Nadie puede poner en duda que la institución formal de la Confede­


ración e incluso de la Asamblea federal, tal como aparece regulada en el
acta de fundación, es muy imperfecta. Es cierto que, desde el primer mo­
mento, todos cuantos ejercían cierta influencia sobre la marcha de las ne­
gociaciones desarrolladas en Viena comprendieron la necesidad de que el
nuevo organismo tuviese una dirección y de que el timón estuviese en ma­
ne» de algunas de las grandes potencias. Sin embargo, las dificultades que
a ello se oponían por todas partes, el poco celo, por no decir que la franca
aversión de Austria a intervenir de un modo enérgim en los asuntos de
2 i8 PRUSIA r AtEMANIA
Alemania, que el gabinete de Viena no parecía apetecer como medio para
ejercer una grande y beneficiosa influencia política, sino por el contrario
rehuir como un peligro de comprometerse, y, finalmente, los celos contra
Prusia (para no mencionar otros acontecimientos y conflictos políticos), no
permitieron que prosperase ningún plan concebido a base de esta idea. Y
cuando, por fin, el sentimiento de que era necesario, a pesar de todo, hacer
algo, la vergüenza de no haber conseguido nada en tanto tiempo y el re­
torno de Napoleón dieron nacimiento al acta federal tal y como hoy existe,
se renunció a todos aquellos planes, concediéndose igualdad de derechos
a todos los miembros de la Confederación. Con ello, se renunciaba direc­
tamente, en gran parte, a !a unidad constitucional y a una organización
verdaderamente vinculatória; en estas condiciones, no representaba ningu­
na pérdida grande el fracaso de los planes trazados en el Congreso con vis­
tas a dotar al organismo confederai de una dirección... Aimque todo
esto fue imputable, en parte, a factores fortuitos y en parte también a
la culpa de ciertas personalidades, hay que reconocer francamente que la
verdadera razón es mucho más honda y estriba realmente en las relaciones
entre Prusia y Austria. Todo el que aprecie imparcialmente el problema
reconoo;rá que lo lógico y lo justo sería que Prusia y Austria dirigiesen
conjuntamente la Confederación, pues Prusia, aun reduciendo sus pre­
tensiones al mínimo, no puede supeditarse a Austria, entre otras razones,
porque la situación política de Austria en Europa se halla vinculada muy
poco estrechamente con Alemania, y a su vez Austria no puede marchar
tampoco a la zaga de Prusia, a menos que se elimine totalmente de Alema­
nia, cosa que nadie puede desear. Esta dirección conjunta a que nos refe­
rimos podría ser doble: bien una dirección conjunta reconocida, legal, ba­
sada en la constitución, bien una dirección conjunta sin ajustarse a tales
formas, basada en el peso de ambas potencias a través de su mutuo acuerdo.
Para lo primero no es posible concebir, en realidad, ninguna forma ver­
daderamente estable. Sólo caben dos posibilidades: división o subordina­
ción. La primera es tan impopular que jamás prosperará a menos que la
Alemania del Norte pase a ser Prusia y la Alemania del Sur Austria, sin
que, por tanto, pueda hablarse ya de una Alemania; la segunda, como co­
locaría necesariamente a una de las partes en condición secundaria (pues
dentro de semejante relación, nadie podría pensar en la posibilidad de una
alternativa), sería siempre tan poco satisfactoria para ésta, que en seme­
jante situación no podría pensarse en lograr un equilibrio estable. Por
PRUSIA Y LA DIETA PI01R AL 2IÇ
anto, en la forma actual de la Confederación tenemos todo lo que era
realmente posible conseguir. Se renunció a la dirección constitucional
de ésta para que, libre de cel«K y de motivos de litigios, prevaleciese en ella
la Ltifluencia nacida por sí misma de la supremacía, y así, el acta confederai
no establece otra diferencia, en lo tocante a la influencia de los miembros
de la Confederación, que la diferencia poco importante que admiten los
artículos 4 y 6 con referencia al derecho de voto. De este modo, es evidente
que la estabilidad de la Confederación descansa íntegramente sobre la in­
teligencia entre Prusia y Austria; sin embargo, no puede negarse tampoco
que cualquier forma orgánica que hubiera podido encontrarse habría
Kxvido mis bien para poner en peligro esta intelipncia que para oponer
un dique a su quebrantamiento. La verdad sigue siendo, aquí, la que ya
tuvimos ocasión de exponer más arriba en otras palabras, a saber: que no
puede existir un verdadero estado federal allí donde dos de sus miembros
(para no referirnos a los demás) son ya tan poderosos, y que no es posible
tampoco, sin exponerse a peligros, dejar que subsistan las relaciones de
derecho puramente internacional entre los estados, cuando estos dos esta­
dos poderosos se hallan rodeados de gran número de estados pequeños y
diminutos. Por eso yo considero que sería absolutamente inútil pretender
modificar nada en el régimen establecido, para asignar a la Confederación,
mediante una forma constitucional, un poder de dirección, un Directorio.
Se puede y se debe, en lo que a la forma externa se refiere, mantener en pie
el concepto de la igualdad de derechos, para luego en la práctica, e incluso
de acuerdo con Austria, hacer que prevalezca la influencia que ejercen
siempre de un modo natural las potencias a las que corresponde la supre­
macía. De aquí se deduce también, claro está, el corolario de que la pre­
sidencia conferida a Austria por el acta confederal no debe llegar a con­
vertirse en un verdadero Directorio, pues de otro modo Austria, a través
de este Directorio no equilibrado por ningún otro órgano, dirigiría por sí
sola la Confederación. La presidencia no debe tener otra función que la de
presidir la Asamblea confederal para mantener en orden y asegurar la
dirección material de las deliberaciones; deberá tratarse, por tanto, de una
presidencia de la Asamblea confederal, pero no de la misma Confederación
y, fuera del derecho a dirimir las votaciones en caso de empate, no se le
deberán reconocer más derechos que los que estrictamente se derivan de
aquella función...
x ra PRUSIA Y ALEMANIA
En el § 5, traía Humboldt de las reladones entre d acta federal y la» ‘leyes funda­
mentales” de la Confederación no dictadas aún. Juzga este terreno inscgiíro en todos los
respectos, prevé las mayores dilaciones en este punto, pero confia y desea que se rcgMlen
rápidamente algunas de las instituciones de derecho público mis apremiantes.

Entre ellas se cuenta, ante todo, el Tribunal federal de justicia, cuales­


quiera que sean su extensión y estructura. En efecto; aunque, según mi
más íntimo convencimiento, deba partirse siempre del principio de que el
documento fundacional constituye la ley única que la Dieta federal está
llamada a ejecutar y de la que sólo cabe apartarse por acuerdo general, esto
no excluye la posibilidad de mejorar ese documento, y el peso moral de
Prusia saldrá siempre reforzado si interviene para apoyar las instituciones
sin las cuales no puede asegurarse la consecución de uno de los fines funda­
mentales de la Confederación: el mantenimiento de la justicia interior...
E a l o s § § 5 y 7 s e estudia minudosamente la importancia política del régimen interior
de la Dieta federal, unto para el desarrollo del Pleno como para el funcionamiento de las
distintas soxiones.

§8

Por las relaciones exteriores de la Confederación que han de determinar­


se por medio de las leyes orgánicas no pueden entenderse smo aquellas en
que la Confederación actúa como estado colectivo frente a potencias ex­
tranjeras. .. Como estado colectivo, la Confederación alemana tiene,
innegablemente, el derecho de enviar y recibir embajadores, concertar
alianzas y hacer, en general, todo aquello que un estado cualquiera puede
hacer ¿on relación a otros estados extranjeros...
Con arreglo a las teorías generales, no puede negarse en modo alguno
que la Confederación alemana, como estado colectivo distinto- de le«
diversos estados que lo integran, mantiene, al igual que cualquier otro
estado europeo, relaciones con las. demás potencias. También de éstas
puede decirse fundadamente que, puesto que la Confederación alemana
es un estado que, en su conjunto, puede declararles la guerra, debe ne<x-
sariamente reconocérseles un órgano por medio del cual puedan mani­
festarle su hwtilidad o llegar a una inteligencia con ella, de donde se de­
duce, dentro del régimen diplomático general reconocido por el derecho
internacional, la facultad de destacar embajadores permanentes cerca de
la Confederación, facultad que no puede, sin embargo, considerarse como
un derecho absoluto, puesto que todo estado independiente se reserva.
PRUSIA Y LA d ie t a FEDERAL 221

por SU parte, cl dcrcdio a aceptar o rechazar los embajadores designados.


En cambio, si imm fijamos en la naturaleza especial de la Confedera­
ción, existen, a nuestro juicio, las razones más poderosas para limitar
en la medida de lo posible todas las funciones de la Confederación, con­
siderada como un estado colectivo con existencia propia. En términos
generales, podemos remitimos, a este prop^ito, a lo que ya hubimœ de
exponer anteriormente con referencia a la distinción entre las federadona
de estados y los estadœ federales. Esta distinción adquiere una impor­
tancia mucho mayor todavía en lo que a la política exterior se refiere.
Con la Confederación alemana, se incorpora a los estados europeos, evi­
dentemente, un nuevo estado, además de los individuales que la integran
y que de por sí siguen manteniendo su existencia propia e independiente, y
no hace falta tener grandes dotes de previsión para comprender que esto
dará lugar a múltiples complicaciones; para ello, basta pensar en la in­
fluencia que los distinte» estados federales pueden ejercer cerca de los
otros estados integrantes de la Confederación, o de ésta misma, con el
fin de lograr lo que se prqxincn, o en las ingerencias que pueden permi­
tirse los estados extranjeros. Para cortar de ra£z toda posibilidad de com­
plicaciones, sería necesario aislar totalmente a los estados alemanes dentro
de Europa, a cada uno de por sí y en conjunte^ lo cual es, naturalmente,
impœible. Por tanto, todo lo que, en este respecto, puede y debe hacerse
es lo siguiente. Las dos grandes potencias dirigentes no deben perder
de vista que el fin de la Confederación consiste en simplificar y no en
complicar los intereses políticos de Europa, criterio con el cual deben ac­
tuar tanto en la Confederación como dentro de sus respectivos estados y
con respecto a las potaicias extranjeras. . . Ambos gobiernos deberán te­
ner como máxima el evitar en la medida de lo posible toda discusión polí­
tica, tanto entre los mismos embajadores cerca de la Dieta federal como,
sobre todo, con los extranjeros. Existan o no disaepancias entre ellœ, la
Dieta federal será siempre la palestra más inadecuada para sus debates
políticos; sus propósitos podrán llevarlos siempre a cabo mejor entre
ellos mismos o directamente cerca de los gobiernos más importantes de
Alemania. Teniendo en cuenta que todos los estados alemanes impor­
tantes, cada uno de por sí e independientemente de la Confederación,
mantienen relaciones con los estados extranjeros y que la gran política
europea se halla circunscrita, por su naturaleza misma, a unos cuantos ga­
binetes, es evidente que el debatir cstM asuntos en el seno de la Dicta fe­
2ZZ PRUSIA Y ALEMANU

deral no representará, desde el punto de vista político, ningún bcncficio,


sino más bien un peligro y una incomodidad... Fácilmente se compren-
de que la influencia que así se consiga no puede ser más que aparente.
Los grandes imvimientos políticos que traen como consecuencia la paz o
la guerra tienen que ser dirigidos necesariamente por las grandes potencias.
Serán muy raras las ocasiones en las que Alemania pueda actuar en con­
junto y como colectividad. El extranjero se relacionará siempre directa­
mente con 1<K estados limítrofes; en seguida expondremos en qué casos
puede toda la Confederación resultar afectada por los pasos y las me­
didas que emprenda un estado federal de por sí. Y, a menos que las
condiciones obliguen en cierto modo a ello, muy rara vez se pondrán
de acuerdo la mayoría de Iím estados integrantes de la Confederación
para entablar negociaciones en conjunto con el extranjero.
Ya el año anterior, cuando las potencias aliadas se encontraban toda­
vía en París, Rusia y Francia nombraron embajadores cerca de la Dicta
federal, y aunque estos embajadores, que en la actualidad se encuentran
realmente aquí, no han hecho público todavía el nombramiento, es in­
dudable que tan pronto como la Confederación «: declare constituida,
darán los pas« necesarios para lograr su reconocimiento... Desde que
estamos reunidos aquí, el príncipe Metternich. . . ha escrito, no hace
mucho, que el problema de si se les debe o no aceptar sólo podrá resolver­
se afirmativamente, al parecer, por consideración hacia las cortes respec­
tivas, pero que todo depende principalmente de la forma y que ésta
debería determinarse bien claramente...
Yo, por mi parte, estoy convencido de que sería preferible que nin­
gún embajador extranjero pudiera estar acreditado permanentemente
cerca de la Confederación.®* Sé perfectamente, claro está, que con ello
no se remediarían una parte muy considerable de los inconvenientes que
pueden surgir de la ingerencia de potencias extranjeras... No d»tante,
existe una gran diferencia entre el hecho de que un embajador extran­
jero pueda actuar oficialmente cerca de la Confederación y el de que no
pueda hacerlo...
Pero, de otra parte, estoy también convencido de que nada sería tan
malo como el empezar mostrado aversión contra la aceptación de emba­
jadores extranjeros para acabar luego asintiendo a ella. No es posible
Esto correspondía a su teoría del papel “pasivo” de la ConMeración, papel que
habrá de dar al extranjero un pretexto tanto mayor par» explotar esta "¡»sividad.” ^ 4 )
PRUSIA Y U DIETA FEOl&AL 223

en absoluto pensar en rccbazar verdaderamente la admisión de embaja*


dores; el único camino seria el de convencer a las propias potencias de que
se abstuviesen de acreditar de un modo permanente emlkjadorcs extran-
jer<K cerca de la Confederación. Y esto podría lograrse, tal vez, si Pru­
sia y Austria conjuntamente hiciesen ver a Rusia, Inglaterra y Francia
que la finalidad a que responde en su totalidad la institución del orga­
nismo confederai es el simplificar las relaciones políticas y que esta
finalidad corre, por lo menos, peligro si se tiende demasiado a conside­
rar la Confederación como un estado colectivo nuevo incorporado a la
serie de los estados europeos, que es interés común de todas las grandes
potencias de Europa el evitar hasta 1« pretextos más de compli-
ociones y que, por lo demás, las ^tencias no pueden salir perdiendo
nada con ello.,.
Ahora bien; las relaciones entre las potencias extranjeras y la C^n-
foleración alemana no pueden ser, evidentemente, otras que las que
mantienen con cualquier otro estado independiente y con existencia pro­
pia. De donde se desprenden directamente dos consecuencias importantes:
la primera es que las potencias exttanjeras no deben seguirse entrome­
tiendo en los asuntos injsriores de la Confederación, ni más ni menos
qtK no deben entrometerse en los de cualquier otro estado; la segunda, que
(kben considerar la Confederación como una unidad, como un esta­
do colectivo, sin que, valiéndose de la supeditación de 1<k diversos
«tados federados al conjunto, puedan acrecentar su autorklad contra
aquéllos...
En las siguientes páginas, expone el autor algunos ejemplos del peligro de que las
pcKendas extranjeras pretendan intervenir en los asuntos interiores de h Confederadán,
llegando a la condusión de que no les asiste ningün deredio a hacerlo.

Por tanto, el primero y más importante objetivo, en lo que se re­


fiere a las relaciones exteriores de la Confederación, consiste en no con­
sentir en modo alguno las ingerencias de ninguna potencia extranjera
en los asuntos interiores de aquélla. No sería recomendable, cierta­
mente, tratar directamente este punto en las leyes orgánicas; sin embargo,
la redacción de las mismas debe tomar como base el principio de la ilicitud
de toda ingerencia extranjera, principio reconocido in thesi y proclamado
públicamente por todas las demás potencias y que debe mantenerse en
todcB los casos concretos que se planteen en la práctica. Sin entrar a tratar
224 PRUSIA. Y ALEMANIA

de los múltiples perjuicios que necesariamente acarrearía semejante in­


gerencia, y entre los cuales no sería el más pequeño el de que la posibi­
lidad de intervenir en los asuntos de la Confederación serviría entre
otras cosas para sembrar la discordia entre las potencias extranjeras, di­
remos que esas ingerencias serían incompatibles con la dignidad de la
propia Confederación y de los gobiernos que la diri^n. Además, ejerce­
rían la influencia más perniciosa sobre la opinión pública, y, como los
miramiento debidos a ésta han tenido una parte considerable en la
creación del organismo confederai, ello equivaldría a laborar en contra
de la propia obra y a destruir voluntariamente lo conseguido. No puede
negarse, incluso, que la simple noticia del nombramiento de embajadores
extranjeros cerca de la Dieta federal ha sido ya nociva, cosa que no puede
sorprender a nadie, si se tiene en cuenta que las negociaciones sobre se­
cularización imntenidas por Francia y Rusia de un modo tan poco com­
patible con el honor de Alemania han dejado una huella que todavía
no se ha borrado.
...E n cambio, son admisibles las negociaciones con {Kitencias ex­
tranjeras tratándose de asuntos que afectan al interés real e indiscutible
de éstas, por una parte, y por otra a la Confederación en conjunto, como
estado colectivo,

§ 9

En lo tocante a las condiciones militares de la Confederación, sólo


me permitiré hacer unas cuantas observaciones, deteniéndome más
bien en aquéllas que afectan al aspecto político del asunto. £s natural,
por lo demás, que estos problemas se confíen al criterio de los militares,
a quienes será necesario permitir incluso que asistan a las deliberaciones
referentes a estos puntos. Es evidente que será necemio tomar medidas
colectivas, que no bastará que cada estado prometa ofrecer para la guerra ,
un determinado contingente de tropas, sino que, además, deberá existir
cierta uniformidad de organización que englobe en masas cada vei
mayores a estas diferentes tropas. Los obstáculos que habrá que salvar
para ello estriban en el celo de los príncipes por su propia independencia
y en su temor de que sus fuerzas armadas, en vez de emplearse para el
mejor beneficio de su propio estado, se utilicen al servicio de los fines
de las grandes potencias, así como también en la preocupación de que la
PRUSIA Y LA DIETA FEDERAL 225

or^nización de la defensa futura frente al exterior sirva de pretexto para


la sumisión de unos estados a otros, dentro de la Confederación.
Por las dos causas mencionadas, la desœnfian2a, en este respecto,
recae principalmente s<á>re Prusia. Y no es fácil concebir esperanzas en
cuanto a la posibilidad de eliminar estas dificultades. A ello se (^ ne,
preferentemente, el hecho de que la propia situación geográfica impide
casi en absoluto incorporar a Austria un contingente tan grande de tro­
pas como a Prusia y someterlo tan fácilmente a su dirección como éste
a la de Prusia; además, a Austria le intere» más impedir que Prusia
d)tenga esta ventaja que obtenerla ella misma, lo cual viene a entorpecer
también aquel objetivo. Por eso, yo considero imposible, juzgando por
lo que conozco de las condiciones existentes, conseguir que todas las tropas
alemanas x incorporen a Austria o a Prusia. Y las mismas grandes po­
tencias extranjeras laborarían bajo cuerda en contra de semejante plan.**
Otra cosa sería si se distinguiese entre el estado de guerra y el estado
de paz. Tratándose de guerra, no se opondrá resistencia a la formación de
grandes masas, decisivas para ella; sin embargo, si el principio de que
en la guerra es necesario que las tropas alemanas se incorporen a los
ejércitos más importantes de Europa lübría de suscribirse sin dificultad,
no será fácil que se acceda a atarse las manœ por anticipado, sino que
K preferirá, probablemente, dejar que sean las circunstancias las que de­
cidan acerca del modo como haya de establecerse esa incorporación.
Si se decidiera establecer durante la paz varios punte» de enlace y dividir
las tropas en varios cuerpos de ejército, cabría concebir dos planes dife­
rentes: uno consistiría en dejar que actuasen de por sí, independiente­
mente, los grandes estados, cuyo contingente de tropas es lo suficiente­
mente grande para formar un cuerpo de ejército e incluso varios, a saber:
Austria, Prusia, Baviera y Hannóver, agrupando en cambio los estados
jwqueños bajo la dirección de los mayores en algunos cuerpos de ejér­
cito; otro en distribuir todos lœ contingentes de tropas sin excepción
lajo la dirección de aquellos cuatro grandes estados. El primer plan es
difícilmente aconsejable para Prusia, pues aunque con él se evitarían,
seguramente más que con el otro, las rencillas entre los gobiernos más
importantes de Alemania, ello contribuirai a distanciar de Prusia a
Sin embargo, la Confederación, prácticamente, se acreditó en todos los respetos
como aquello precisamente que Humboldt hubiera querido evitar como parte integrante
de la politica europea, tanto en el aspecto subjetivo como en el cAjelivo, (Ed.)
22Ô PRUSIA Y ALEMANIA

ciertos príncipes... No quedaría, pues, más camino que optar por


el segundo plan... Si hablo aquí de la división en cuerpos de ejér­
cito, es porque recuerdo que esta idea era la que predominaba en todos
los planes que tuve ocasión de ver en Viena sobre estos asuntos.
Pero, teniendo en cuenta que la idea de concentrar también a estas
masas para hacer prácticas militares en tiempos de paz, sería irrealizable,
cabe preguntarse si realmente es necesario mantener una distribución
permanente y constante de fuerzas de esta clase. En caso negativo, su­
poniendo que fuese posible prescindir de ella, no habría más remedio
que crear una especie de consejo de guerra, estado mayor general o como
quiera llamarse, adscrito a la propia Omfederación y formado por jefes
militares delegados por las principales potencias. Este organismo de­
bería ponerse al frente de todas tas instituciones militares de la Con­
federación, dirigir y controlar las fuerzas de los pequeños estados, contar
con una constante información acerca de tos efectivœ militares de los
estados más importantes y, al mismo tiempo, velar por los medios de
guerra correspondientes a la masa de estados, grandes y pequeños, que
integran la Confederación.
La institución de este organismo general de dirección de la guerra,
y las medidas relacionadas con la preparación de los medios de lucha
correspondientes a la colectividad y, finalmente, la preparación de las leyes
referentes a la guerra, incluyendo también entre ellas las normas de mo­
vilización de contingentes militares, sería, a nuestro juicio, todo lo que
debiera entrar dentro de la competencia de la Confederación, en lo
que a la política militar se refiere.
Nuestro propósito no era otro que indicar aquí los diversos caminos
que se ofrecen para alcanzar, el fin propuesto. La aspiración genera! debe
ser la de estructurar las instituciones militares orgánicas y las leyes fun­
damentales de carácter militar de tal modo que, si la ocasión se pre­
senta, sea posible oponer al enemigo exterior en el plazo más breve, un
ejército adecuado a las fuerzas de la nación, adiestrado, bien organizado
en sus diferentes partes y dotado de los medios de lucha necesarios; en
este punto, sería altamente funesto hacer la más mínima concesión,
pues se trata de algo que afecta a la existencia misma de la Confede­
ración y al más vital de sus fines.
En los momentos actuales, parece como si se advirtiese, no por parte
de todos los príncipes, ciertamente, pero sí por parte del pueblo en general,
PRUSU r LA DISTA FEDERAL 32fJ

la tcndcncia a reducir las fuerzas armadas regulares. Esta tendencia,


siempre y cuando se compense con la creación y desarrollo de una sólida
miicia nacional, debe, a nuestro juicio, estimularse, pues las últimas
guerras han demcKtrado suficientemente que el soldado, si se halla ani­
mado por im verdadero espírim, se asimila rápulamente al arte de la
guerra, y los grandes estados militares cuentan con bastantes tropas de
Imea para que los pojueños puedan incorporar a ellas su propia milicia
nacional, sin necesidad de que sea muy numerosa...
Omitimos aqu( los úlcimcs párrafos ( § § 10-12) de este estudio, que vm an sobre
bu problemas de la legislación federal refetentes a las wndiciones de la iglesia católica,
a los puntos litigios« relacionados con antiguos derechos de indem nizad^ de los
atados mediatizados, a las aprntadones financieiai de los diversm estad«», etc
SOBRE ALG UNAS REFORMAS AD M IN ISTR A TIVAS

FRAGMENTO DE UN INFORME DIRIGIDO AL PRESIDENTE


VON SCHÖN
(Febrero de 182$)

E í smmto DE Vuestra Excelencia me ha interesado muy vivamente.


Se propone en él una distribución completamente nueva y, que yo sepa,
no intentada nunca todavía por las autoridades administrativas supre­
mas; se dividen los asuntes y las autoridades en grandes masas; la ad­
ministración aparece muy simplificada y proyectada enérgicamente en
cada sector sobre un punto concreto; se arranca siempre de la idea de
que la administración no ha de ser nunca un organismo inerte, sino que
debe desarrollar una actuación viva, y se tiene presente en todo momen­
to lo que debe constituir el fin último y verdadero de toda labor admi­
nistrativa: el bienestar y la cultura del pueblo.
Pero, si la idea del trabajo inspira un respeto tan legítimo, no es me­
nos cierto que la duda se hace oír también con poderosa voz, y confieso
de buen grado que si bien es verdad que la base de su plan suscitaba en
mi, al reflexionar reiteradamente sobre él, dudas cada vez más acusa­
das, sentía, por otra parte, cierto temor a manifestarme en contra de él.
Un temor que encontrará V. E. tanto más justificado si tiene en cuenta
que yo no he intervenido nunca en la administración provincial, y es
evidente que 1« conceptos no dan nunca una imagen tan exacta de las
cosas como la experiencia viva y la propia actuación.
Sin embargo, el problema que aquí se trata es de tal naturaleza, que,
considerado como una de las cuestiones políticas más importantes, tiene
forzosamente que mover al intento de encontrarle una solución a quien
como yo se ocupa exclusivamente de temas relacionados con el pensa­
miento. Y ya que desea, tan amablemente, conocer mi opinión, intentaré
229
230 REFORJMAS ADMINISHtATIVAS

exponer aquí una vez más, para V. E., los resultados del examen a que
me he permitido someter sus ideas...
He seguido, para ello, un doble método: en primer lugar, he contrasta-
do sus ideas con Ja teoría general de una administración pública certera,
ya que, por mucho que una idea se dirija a fines especiales, lo primero
que tiene que hacer es acreditar su validez general; en segundo lugar,
he intentado formarme una imagen plástica de la situación a que la
realización de su plan conduciría. Por este doble camino, creo haber lle­
gado a las mismas conclusiones.
Yo llamaré siempre ministros provinciales a los funcionarios que V. E.
designa con el nombre de Presidentes supremos, porque es lo que
CTCo que son realmente con arreglo a su idea. Estoy seguro de que V. E.
llamará conmigo ministros a aquellos jefes administrativos a quienes
ningún jefe superior, fuera del propio rey, puede dar órdenes tales que
le obliguen a ejecutarlas inmediatamente y sin réplica o a revocar las
medidas dictadas. Por eso los ministros, cuando había un Canciller del
estado, no poseían en realidad verdadera competencia ministerial, y
en cambio los jefes de servicios que actualmente se hallan bajo las ór­
denes directas de Su Majestad, el jefe del departamento de cancelación
de deudas, el del Banco, el de la Cámara de Cuentas, son verdaderos mi­
nistros. ..
Examinemos ante todo lo referente a la teoría general de la ad­
ministración.

Los Ministros provinciales de V. E. reúnen, si diferenciamos los con­


ceptos con toda precisión, dos cualidades que no van unidas necesaria­
mente. Son éstas:
1) la de verdaderos administradores, a diferencia de aquellos que se
limitan a trazar simples normas administrativas (los ministros reales).
2) la de administradores de provincias, a diferencia de las administra­
dores (si así podemos denominar a los ministros reales) en general.
La clasificación basada en i) podría concebirse también en un país
sin provincias, del mismo modo que en un país con provincias cabría
distinguir, con arreglo a 2), entre verdaderos administradores de la
totalidad del estado y de algunas de sus partes.
Por tanto, para no exponernos a ninguna confusión de conceptos,
INFORME AL PRESIDENTE VON SCHON 23I
debemos examinar estas dos cualidades por separado y luego las dos
juntas.
Ante dos autoridades coordinadas a las que están encomendadas, por
igual, funciones administrativas, el primer problema que se plantea es
el del criterio que ha de seguirse para dividir los poderes entre ellas, Y la
determinación precisa de este aiterio es doblemente necesaria allí donde,
como ocurre entre autoridades coordmadas, toda vaguedad puede con­
ducir a litigios que entorpecen a cada paso la buena marcha de los ne­
gocios y obligan al rey a decidir de por sí casos concretos, cosa que en una
administración verdaderamente bien organizada sólo debe ocurrir en
cascs muy excepcionales...
Para que pueda establecerse una división de una rama administrativa
entre diversas autoridades, es necesario que las atribuciones de la una
aparezcan totalmente separadas de las atribuciones de la otra y que la
responsabilidad en cuanto a la rama administrativa en su conjunto recaiga
sobre una sola cabeza.
Ninguna de estas dos condiciones se da, a mi juicio, aquí, ya que el
concepto de una administración con arreglo a normas no consiente una
división pura en la norma, de una parte, y de otra parte la administración.
Establecer una norma administrativa significa:
1) determinar el fin de la medida de que se trata;
2) señalar los principios que no deben infringirse en este punto,
aunque hubiese de padecer la finalidad perseguida;
3) indicar los medios.
Es evidente que entre el modo más general de determinar estos tres
puntos y el modo especial que permita obrar sin pararse a pensar para
nada media una serie indeterminable de casos intermedios. Por tanto,
de cualquier modo que se trace la línea divisoria entre los ministros rea­
les y los provinciales, éstos siempre se veían en el caso de dictar normas
de carácter especial, lo que en un sistema de subordinación sería natural
y perfectamente inocuo, pero en cambio sería verdaderamente peligroso,
como en seguida demostraré, en un sistema de subordinación.
Es cierto que los Ministra provinciales podrían asumir la responsa­
bilidad de la administración provincial, con la salvedad de las normas
que se les trazasen. Sin embargo, nadie que se halle teórica o práctica­
mente familiarizado con el carácter de la administración podría asumir
la responsabilidad por toda una rama administrativa. En efecto; las
2p REFORMAS AIÄHNISIRATIVAS

normas prescritas por él pueden resultar tan modificadas por el modo


como se ejecuten, es decir, por las normas especiales que los ministros
provinciales añadan, y esto puede ocurrir, además, de un modo tan di­
verso en las distintas provincias, que aquél no pueda responder ya del
resultado final. Todo el que ha tenido que obrar con arreglo a instruc­
ciones y preceptos generales, sabe perfectamente que el resultado se
halla siempre en mane» del órgano encargado de la ejecución.
Esc sistema (el propuesto por von Schön) tiende, pues, a paralizar
la responsabilidad suprema. Pues, evidentemente, ncKotros estamos de
acuerdo con V. E. en que la responsabilidad de todos los ministros pro­
vinciales juntos en cuanto a todas y cada una de las provincias no es
precisamente la responsabilidad en cuanto al estado en conjunto. La
unidad política del estado es algo muy distinto a la suma de todas sus
partes.
Una norma administrativa no puede en modo alguno compararse con
una ley, en cuya promulgación y ejecución es posibte proceder establecien­
do divisiones realmente puras y nítidas. Las normas administrativas
no pueden consistir, por su propia naturaleza, en mere» conceptos.
La administración tiene siempre un fin práctico, que en la idea
suprema (la cual es necesario tener siempre presente) puede considerarse,
indudablemente, como algo infinito, pero que en la forma en que la
organización del estado necesita concebirse admite diversos grados de
conse^cución e incluso de deseabilidad, aplica medios que pueden ser
también distintos y versa sobre relaciones e individuos respecto a los
cuales no es posible calcular matemáticamente la consecución del fin y
la aplicación de los medios, sino a lo sumo tantearlos de un modo apro­
ximativo. Es un noble arte que recae, no sólo sobre lo vivo, sino tam­
bién sobre lo intelectual y lo moral. Requiere, por consiguiente, un
tacto que se ejercite incesantemente mediante la combinación consunte
entre sus dos extremos, para que puedan compararse continuamente en­
tre sí la norma elegida y el resultado conseguido. Y esto determina,
nJluralmeate, modificaciones de las normas administrativas, que ni si­
quiera es posible formular directamente, pues sólo se dan a conocer en la
práctica, según que ésta presente una nitidez más o menm acusada y
recaiga con mayor fuerza sobre tal o cual aspecto.
De donde se desprende lo que yo considero como el primero de todos
INFORME AL PRESIDENTE VON SCHÖN 233
los principios administrativos, a saber: que la administración, desde su
cúspide hasta el más pequeño detalle, debe formar una unidad ininterrum­
pida y que la mano suprema debe haarse sentir hasta en la más pequeña
de las presiones.
Donde no ocurra asi, no es penible responder ni de la bondad de las
normas ni de la bondad de su ejecución. Y la expresión política de la
unidad es la subordinación, púa allí donde existe coordinación »>bre
un mismo piano, existe dualidad, pero no unidad.
Por eso, a>n arreglo a mi modo de pensar, ima teoría de la adminis­
tración no establecería nunca la división de una rama administrativa
sd3re el punto que sirve de base a la propuesta de V. E, Y si esta base se
aleja realmente mucho de la teork y yo no estoy d««ertado en esto, tam­
poco pu«io considerarla como una de esas divergencias de la teoría que
la propia práctica se encarga de compensar, pues una coordinación mal
planteada es siempre menos peligrosa en teoría que en la práctica, donde
conduce con harta freoKncia y demasiada facilidad a toda una serie de
conflictos...
Los ministerios deben, a mi juicio, regentar la administración, pero
como ministerios y no «>mo gobiernos, del mismo modo que ést(» deben
gcéernar como tales gobiernos y no como simples departamentos minis­
teriales, pero dejánd(»e a su arbitrb y a su tacto el determinar cuándo
y en qué punto deben pasar de lo general a lo especial y qué camino
deben seguir para mantener vivo el contacto entre 1m menores detalles
y su dirección...
Un impwtante principio administrativo es el que los jefes superiores
de la administración deben formar un organismo colegiado, púa pose­
yendo una gran autoridad respecto a los de abajo y debiendo gozar de
una gran libertad en cuanto a los de arriba, estas deliberaciones mu­
tuamente limitativas serán un correctivo casi necesario cantra el des­
potismo. Asimismo deberán formar una agrupación todas ks ramas
administrativas. De aquí que los ministre» y el ministerio en conjunto
sean en el fondo conceptí» correlativos y le» departamente» administra­
tive» de tipo ministerial pero indei^nclicntes del ministerio anomalús
cuyos perjuicica deben remediarse o soportarse.
Es cierto que los ministerios provinciala del nuevo plan forman
un ministerio con li» ministros reales, pero sólo durante una parte del
234 REFORMAS ADMINISTRATIVAS

año y para una parte de los asuntos, a saber: en sus acuerdos sobre las
normas administrativas; en lo que se refiere a sus asuntos propios, son
Órganos independientes y no existe entre ellos ninguna acción mutua.
Y esto no puede, en modo alguno, satisfacer.
Mucho más conveniente sería, en cambio, la actuación conjunta de
los ministros provinciales en un Directorio general; es decir, lo sería
siempre y cuando que no se reservasen también para ser tratados en
pleno los asuntos menos importantes. Ha sido precisamente este Direc­
torio general el que ha demostrado, sobre todo en los últimos años de
su existencia, la propensión de toda adnúnwtración provincial a aislarse.
Y esto responde también a la naturaleza de cosas. Los ministerio
reales sienten que dependen unos de otros y se dan cuenta de que tólo
son el estado en su conjunto, tanto por sí mismos como por los asuntos
de su competencia. Las provincias pueden, cuando más consigan inde­
pendizarse, considerarse como un estado de por sí, «»mo un estado aparte,
y necesitan reflexionar y apelar a su patriotismo para no perder de vista
que no son más que una parte subordinada al todo...
Si no me equivoco al pensar que las dos cualidades propias de los
ministros provinciales son, cada una de por sí, incompatibles con la teo­
ría natural y reconocida de la administración de los estados, es evidente
que la unión de ambas tiene que traducirse en efectos doblemente per­
niciosos. El punto de vista provincial se impondrá por completo e inver­
tirá las relaciones entre el todo y la parte. Según el modo general de
pensar, la administración deberá preocuparse fundamentalmente, con
unidad y fuerza inquebrantables, de la totalidad del estado, reservando a
las provincias una actitud puramente defensiva; según el criterio del
nuevo plan, por el contrario, la actitud defensiva se reservará para cl
estado y la preocupación fundamental para las provincias. El administra­
dor que proceda verdaderamente con arreglo a este plan se preocupa­
rá fundamentalmente de las provincias y las regentará de modo que
no sufra cl estado, como totalidad; esto, en el más favorable de los casos.
Con lo cual se invierte el verdadero orden de las cosas, pues el estado,
como un todo, debe regentarse, no de modo que no padezca la peculia­
ridad de las provincias, sino de modo que esta peculiaridad se tenga en
cuenta y se utilice.
INFORME AL PRESIDENTE VON SCHON 2J5

Si, dejando ahora a un lado todo lo que sea teoría, nos fijamos exclu­
sivamente en la situación en que se traduciría la ejecución de este plan,
no podemos convencernos tampoco de que éste sea sostenible...
De llevarse a cabo, la verdadera administración del estado correría
a cargo de los ministros provinciales; éstos serían, evidentemente, los
personajes más importantes, de los que dependería en primer lugar la
prosperidad o la decadencia de las provincias y, en segundo lugar, indi­
rectamente, según la igualdad o desigualdad reinante entre ellas, la pros­
peridad de todo el estado.
Los hombres que ocupasen este puesto deberían poseer, aparte de
todas las demás cualidades necesarias para todo funcionario supremo,
otras dos indispensables en su nueva posición. En efecto, necesitarían,
en primer lugar, no sólo halla«e familiarizados por igual con todas las
ramas de la administración, sino además consagrar su actividad y su
celo a todas en el necesario plano de igualdad. En segundo lugar, ten­
drían no sólo que conocer exactamente, sino que respetar también en su
actuación administrativa, el equilibrio, mucho más delicado, entre 1<m inte-'
reses provinciales y la unidad del estado, a la que aquellos deben sacrifi­
carse siempre.
En efecto; no hay que ocultar, sino, lejos de ello, proclamar sin
ambajes, pues esa es la realidad, que según el nuevo plan no habr» más
verdaderos administradores que los ministros provinciales, lo cual quiere
decir qu^ si este plan se llevase a cabo, la administración del estado se
desarrollaría desde el punto de vista de las provincias.
Además, en una organización verdaderamente adecuada, la posición
de las autoridades debe ser tal que 1« pequeños talentos se vean estimu­
lados en la situación que ocupen. La idea que sirve de base a todas las
formas de estado es, en efecto, ésta: hacer inocua la desigualdad y el
cambio de ios talentos con la distribución del pcjder y la dirección de la
fuerza, proyectándola precisamente sobre el objetivo que le correspon­
de, e infundir al individuo, como hombre individual, por medio de la
organización política y a través de lo que es grande, sabio y duradero,
una fuerza superior y una orientación más segura dentro de su radio
de acción.
234 RBFORMAS A»MINISTRATIVAS

año y para una parte de los asuntos, a sater: en sus acuerdos sobre las
normas administrativas; en lo que se refiere a sus asunte» propios, son
órganos independientes y no existe entre ellos ninguna acción mutua.
Y esto no puede, en modo alguno, satisfaar.
Mucho más conveniente sería, en cambio, la actuación conjunta de
los ministros provinciales en un Directorio general; es decir, lo scrü
siempre y cuando que no k: reservasen también para ser tratad« en
pleno ios asuntos menos importantes. Ha sido precisamente este Direc­
torio general el que ha demostrado, sobre todo en los últimos años de
su existencia, la propensión de toda administración provincial a aislarse.
Y esto responde también a la naturaleza de las cosas. Los ministerios
reales sienten que dependen unos de otrcB y se dan cuenta de que sólo
son el estado en su conjunto, tanto por si mismos como por los asuntos
de su competencia. Las provincias pueden, cuando más consigan inde­
pendizarse, considerarse como un estado de por sí, como un estado aparte,
y necesitan reflexionar y apelar a su patriotismo para no perder de vista
que no son más que una parte subordinada al todo...
Si no me equivoco al pensar que las dos cualidades propias de It»
ministros provinciales son, cada una de por sí, incompatibles con la teo­
ría natural y reconocida de la administración de los estados, es evidente
que la unión de ambas tiene que traducirse en efectos ddjlemente per­
niciosos. El punto de vista provincial se impondrá por completo e inver­
tirá las relaciones entre el todo y la parte. Según el modo general de
pensar, la administración deberá preocuparse fundamentalmente, con
unidad y fuerza inquebrantables, de la totalidad del estado, reservando a
las provincias una actitud puramente defensiva; según el criterio del
nuevo plan, por cl contrario, la actitud defensiva se reservará para el
estado y la preocupación fundamental para las provincias. El administra­
dor que proceda verdaderamente 03n arreglo a este plan se preocupa­
rá fundamentalmente de las provincias y las regentará de modo que
no sufra el estado, como totalidad; esto, en cl más favorable de los casos.
Con lo cual se invierte el verdadero orden de las cosas, pues el estado,
como un todo, debe regentarse, no de modo que no padezca la peculia­
ridad de las provincias, sino de modo que esta pecuharidad se tenga en
cuenta y se utilice.
INFORMI AL PRESIDENTE VON SCHÖN 235

Sij dejando ahora a un lado todo lo que sea teoría, nos fijama cxclu-
ávamentc en la situación en que se traduciría la ejecución de este plan,
no podem« convencemos tampoco de que éste sea sostenible...
Ete llevarse a cabo, la verdadera administración del estado correría
a cargo de los ministros provinciales; éstos serían, evidentemente, los
personajes más importantes, de los que dependería en primer lugar la
prosperidad o la decadencia de las provincias y, en segundo lugar, indi­
rectamente, según la igualdad o desigualdad reinante entre ellas, la pros­
peridad de todo el estado.
Los hombres que ocupasen este puesto deberían poseer, aparte de
todas las demás cualidades necesarias para todo funcionario supremo,
otras dos indispensabla en su nueva posición. En efecto, necesitarían,
en primer lugar, no sólo hallarse familiarizados por igual con todas las
ramas de la administración, sino además consagrar su actividad y su
celo a todas en el necesario plano de igualdad. En segundo lugar, ten­
drían no sólo que conocer exactamente, sino que respetar también en su
Ktuación administrativa, el equilibrio, mucho más delicado, entre 1« inte­
reses provinciales y la unidad del estado, a la que aquell« deben sacrifi­
cara siempre.
En efecto; no hay que ocultar, sino, lejos de ello, proclamar sin
ambajes, pues esa es la realidad, que según el nuevo plan no habría más
verdaderos administradores que los ministr« provinciales, lo cual quiere
decir que, si este plan se llevase a <abo, la administración del estado se
desarrollaría desde el punto de vista de las provincias.
Además, en una organización verdaderamente adecuada, la posición
de las autoridades debe ser tal que los pequeños talentos se vean estimu­
lados en la situación que ocupen. La idea que sirve de base a todas las
formas de estado es, en efecto, ésta; hacer inocua la desigualdad y el
cambio de 1« talentos con la distribución del poder y la dirección de la
fuerza, proyectándola precisamente sobre el objetivo que le correspon­
de, e infundir al individuo, como hombre individual, por medio de la
organización política y a través de lo que es grande, sabio y duradero,
una fuerza superior y una orientación más segura dentro de su radio
de acción.
236 KEFORMAS ADMUnSlSATIVAS

Pero, si la administracióo de la totalidad del estado se organizase desde


las provincias, cl ulento anormal, cl patriotismo extraordinario y la
abnegación serían, por cl contrario, los encargados de corregir lo defec-
tumo de la situación.
El estado prusiano no va, como siempre me he atrevido a afirmar,
a la zaga de ningún otro en cuanto al número de funcionarios inteli­
gentes en quienes las consideraciones p e ra le s se asocian a la gestión
especial de los asuntos; este tipo de funcionarios abundan más en él que
en otros. Pues bien; a pesar de ello, considero sencillamente imposible
encontrar ocho personas a quienes poder confiar, can arreglo a las
normas aquí señaladas, los ministerios provinciales.
Además, ocho individuos distintos, aunque actuasen todos acertada­
mente, no actuarían en manera alguna de un modo igual, pues afron­
tarían necesariamente los diversos puntos con distintas ideas y talentos
diferentes...
Ahora bien; ¿sería conveniente rcgentju- la administración en su
totalidad dentro de los límites de una provincia, no dejarla remontarse
al punto en que ya la sola concentración de varias administraciones hace
surgir ideas generales? ¿Podría este defeao remediar la formulación
de normas generales administrativas? Yo no lo creo. Yo considero ne­
cesario para la vida inteligente de un estado (sin la cual ninguno, y
menos que todos cl nuestro, podrá subsistir durante largo tiempo) que la
administración recorra libremente y sin trabas im ciclo que vaya desde
los extremos hasta cl centro y viceversa...
Vuestra Excelencia me dirá que, dentro del sistema administrativo
corriente y actual,
I? la administración del estado descansa sc^re las ideas de los minis­
tros centrales;
2*? se entabla una lucha entre las provincias, defensoras de sus intere­
ses, y los ministros, que no los tienen debidamente en cuenta; lucha
desigual para los intereses provinciales.
A esto, contesto yo:
I? que los ministros centrales están, por lo menos, en condiciones
adecuadas para administrar cl estado, puesto que consideran las provin­
cias desde cl punto de vista de éste, y no a la inversa, y que si no conocen
o no tienen en cuenta cl interés de las provincias, esta falta individual
no es achacable a la forma de administración elegida;
INFOKME AL PBSmENTE VON SCMON »37

2^ que la lucha entre el interés provincial y el interés unitario del


estwio tiene neccsarianwnte que ser desigual y no igual en favor
del primero, pues de otro modo resultaría sacrificado primero el estado y
después, con él, la provincia; y que, por otra parte, esta lucha no es
tampoco, ni mucho menos, tan desigual, ya que las autoridades provin­
ciales tienen, con respecto a las supremas, la fuerza que les da la proxi­
midad en el da{»cho de 1(» asunte».
He de comunicar, pues, a V. E., sin ambajes, que no me es posible
dar mi aprobación al nuevo plan, después del examen que he podido
hacer de él. No veo el modo de armonizarlo con la teoría de la admi­
nistración, lo juzgo inadecuado y pe%r<»o en su aplicación y lo con­
sidero especialmente inservible para nosotros, pues ningún estado nece­
sita tanto como el prusiano suplir la unidad geográfica que le falta
con la unidad del espíritu y de la administración.
V. E. está convencida de ello, como yo lo estoy, pero entiende que
«te plan no atenta contra esa unidad. Más aún, cree que servirá ver­
daderamente para fortalearla. Aunque no lo diga así en su estudio,
basta conocerle para saberlo. Piensa y áente V. E., que el hombre se
adhiere ante todo a lo que tiene más caca y que sus relaciones inmedia­
tas le infunden fuerza y valor, que sólo quien está cerca de él y le ranoce
puale influir en él; que, por tanto, la administración de las provincias
no debe estar alejada de éstas y debe, además, tener la fuerza necesaria
para verse paralizada por una influencia lejana, ignorante del objeto
sobre que recae. La unidad del estado no es la unidad dinámica de una
máquina ni la imidad sobre el papel de un sistema; aqu4 la fuerza resi­
de en el espfritu y en el corazón del pueblo, en su lealtad y en su firmeza,
en su adhesión al jefe del estado y en su amor a la patria. Si las pro­
vincias gozan de bienestar, si no se sienten heridas en su propia peculia­
ridad, si sus habitantes se ven alentados en su sentimiento de buen« y
patrióticos súbditos por funcionarios a quienes conocen y que disfrutan
de su confianza, Prusia se sentirá en ellas incomparablemente más fir­
me y más unida que por medio de una unidad administrativa cualquiera.
Desde este punto de vista, verdaderamente noble, yo comparto ple­
namente la ojnvicciSn de que la administración y su forma no pu^en
perder de vista ni por un instante los sentimientos dominantes en el
pueblo y de que éstos deben remontarse desde los sectores más bajos
hasta los más alte», y no a la inversa.
a jS RETOSMAS ADMINISTRATIVAS
Pero cn lo quc no estoy de acuerdo es en que sea conveniente, cuando
se trata de establecer la forma de la administración, mantener exclusiva
ni siquiera fundamentalmente este punto de vista, siguiendo, para actuar
«>bre cl pueblo, cl camino que el mismo traza.
Si se procede así, es indudable que, en circunstancias propicias y con
funcionario que actúen precisamente cn este sentido, se conseguirán
resultados satisfactorios, pero será peligroso exponer a estas contingen­
cias cl bien del estado, que debe descansar sobre sólidas bases.
Las formas de la organización y la administración del estado figuran
entre los medios más vigorosos y más seguros de educar al pueblo, puesto
que son los carriles constantes e ineludibles por los que discurren sus
actividades. Por eso no hay que temer implantar formas que puedan
no coincidir con Im sentimientos directos del pueblo; estas formas aca>
barán imponiéndose a pesar de todo y bastará con evitar, cn parte me­
diante las modificaciones introducidas en ellas y en parte acudiendo
a otros medios complementarios, que no se conviertan en trabas entor-
pecedoras del desarrollo natural de la individualidad.
Cada uno debe ser parte del estado en su totalidad y, por tanto, el in­
terés local específico debe ceder al interés del todo, y no como un sacrifi­
cio heroico, sino como emanación perfectamente normal del deber de
abnegación: tal debe ser la enseñanza, no escrita, pero altamente lógica,
que se derive de toda forma de estado. Pero esta forma debe llevar
implícita, al mismo tiempo, la seguridad de que el bien común es condi­
ción inexcusable del bien individual, por cuya razón, cuando no haya
por qué temer ninguna colisión entre ambos, cl individuo debe ser reco­
nocido y respetado cn su propia peculiaridad y cl título de ciudadano
del estado no debe convertirse cn un nombre vacuo.
Para conseguir esto, hay que procurar no apartarse ni un paso de la
teoría general de la administración, reconocida desde hace largo tiempo
y con razón, y tener cn cuenta todas las condiciones existentes. En cl
plan de V. E., no se proclama esta doctrina por la forma; ésta puede
m& bien desorientar al pueblo y casi podríamos decir que debe forzo­
samente desorientarlo. El pueblo tiene necesariamente que pensar que
cl centro de gravedad reside en las autoridades provinciales; más aún,
que las provincias son lo primordial y cl estado lo secundario. No igno­
ro que el buen sentido del pueblo y cl espíritu de las autoridades saldrán
al paso de este peligro. Pero mucho n « témeme» que, en estas condi-
INFORME AL PRESmENTE VON SCHON 239

dones, la supcditadón de la parte al todo tienda fácilmente a conside­


rarse no como un deber, sino como un acto de heroísmo, cuando en el
campo de las ideas político-morales, la certera supeditación de los prin­
cipies éticos es también lo primario y lo fundamental.
El nuevo plan actuaría ixmiediatamentc sobre el sentido provincial,
para convertir a los buenos habitantes de las provincias en buenos habi­
tantes dd estado. Y el sentido provincial es una virtud innegable, pero
es también una inclinación voluntaria, y al influir políticamente sobre
una inclinadón se influye también sobre la negación implídta en ella,
que es aquí el aislamiento respecto al todo y respecto a las demás pro-
vindas.
En cambio, si, aun respetando el sentido provincial, a lo que tende­
mos es a supeditar la parte al todo, obramos con arreglo a un deber y no
obedeciendo a una inclinadón, y ya no hay ninguna negación que
temer...
Mi criterio encierra poco de nuevo, pues no considero tan defectuosas
las formas que en la actualidad rigen legalmente.
1. Yo no podría desistir de pensar que la división de la administra­
ción con arreglo a sus diversas ramas debe ser la predominante y que su
tipo debe prevelecer, en la medida de lo posible, de arriba abajo.
2. Los ministericB deben regentar la administración, pero como tales
ministerios. No necesito decirle a V. E. qué entiendo yo por esto. Ellta
mismos serán quienes se encarguen de demostrarlo en la práctica.
3. Desde los ministerios hasta las autoridades inferiores, la admi-
nistradón debe desarrollarse en una larga cadena, en la que el ministerio
sea el eslabón más alto. Entre la dirección de la administración y la
administración misma, entre la proclamación de las normas y su apli­
cación, no debe mediar nunca una interrupción perturbadora, y la eje­
cución debe repercutir libremente sobre la proclañaadón de las normas,
al igual que ésta sobre aquélla. Cada autoridad debe actuar por su
cuenta, dentro de la órbita de sus funciones, y esta independencia debe
proclamarse adecuadamente, con arreglo a los distintos asuntos y casos.
Sin embargo, en este terreno, no se podrá resolver nunca definitivamente
el problema por medio de fórmulas. La administración tiene mucho
de arte y deja un gran margen al talento y al tacto del administr^or.
Nunca podrán evitarse del todo, en ella, los defectos e incluso los abusos.
Un ministerio que sabe que su función consiste en dirigir y no especial­
240 REFORMAS ADMINISTRATIVAS

mente cn regentar la administración de un modo ejecutivo no necesi­


tará un gran número de conscjercB; sin embargo, me parece altamente
peligroso pretender situar un solo consejero al lado de cada ministro. Las
resoluciones cn la instancia administrativa suprema, puesto que la ad­
ministración, como actuación que es, requiere en último término unidad
de responsabilidad, deben depender de la voluntad del ministro, y no
pueden ser colectivas. Pero será falso pretender, por esta razón, privar
a un ministerio de la ventaja de sobreponerse a la influencia precia de
los cambi« de criterio y de persona de su jefe por medio de un a»n-
junto de consejeros inteligentes, en cuyo seno se forman principios y
se establecen máximas. No habrá ningún ministro capaz que no prefiera
trabajar con sus consejeros y no encerrarse cn su despacho. Y la finalidad
perseguida con sus discusiones será siempre, indudablemente, la de po­
nerse de acuerdo aarca de los principios y las máximas fundamentales,
hasta conseguir que «¡an muy raros o imposibles los casos cn que el mi­
nistro haya de resolver cn contra del parecer de sus consejeros. En
un estado bien administrado, debe existir o creara una tradición de
intelectualidades administrativas, y cn nuestro país, cn que los asuntos
de la administración no se ventilan públicamente, como cn Inglaterra,
esta tradición sólo puede descansar sobre 1(» organismos asesores...
La verdadera misión de les Presidentes superiores es plantear y en­
juiciar toda la administración desde el punto de vista de su provincia
y aplicar los resultados de este enjuiciamiento, por cl camino que se les
señale, para corregir les defectc» existentes.
Sus funciones consisten, por tanto, cn lo siguiente:
1° en atender a los asuntos generales de las provincias a ellos enco­
mendados;
2? en comparar las necesidades administrativas y recursos de la pro­
vincia con los de la administración existente y reflexionar acerca de los
cambi(» que podrían introducirse en ellos;
3^ cn controlar la actuación administrativa de todas las autoridades
provinciales sin excepción, principalmente por medio de visitas fre­
cuentes, no influyendo en los detalles especiales, corrigiendo las dispo­
siciones concretas y juzgando a través de los pormenores el modo de
tratar los asuntos en conjunto y orientándolo;
4° en trasladarse todo los años a la capital para discutir con los mi­
nistros sus prepuestas, siempre que no lo hayan hecho ya por escrito,
INFORME AL PRESIDENTE VON SCHON 24*

basadas cn las actividades 2^ y 3®, y convenir cl régimen que ha de se­


guir aplicándose a las provincias respectivas.
V. E. dice cn su estudio que se ha tenido más en cuenta la fuerza
moral de le» Presidentes superiores que cl deseo de encomendarles una
función oficial, y se refiere a la época de los cancilleres de estado, en la
que salieron a luz, realmente, algunas ideas felices y profundas. Yo, por
mi parte, no quiero rcprdjar este punto de vista. Por lo menos, los
Presidentes superiores deben dar mib importancia a su fuerza moral
que a sus funciones oficiales, ya que aquélla es más extensa. Tal es el
lado bello de su posición. Es el hombre que disfruta de la confianza
individual de su provincia, se halla libre de asuntos mecánicos y man­
tiene las medidas de la administración frente a sus resultados últimos
e inmediatamente tangibles. Pero no debe carecer tampoco de poder,
sino que, lejos de ello, debe disfrutar de un poder considerable...
Tal es la idea que yo tengo acerca del ratado de cosas que debiera
producirse y que, como V. E. ve, no necesita tanto de normas legales
como de otras muchas cosas, tal vez bastante más difíciles. También de­
pende mucho, scgúp mi modo de ver, de la elección de las personas, ya
que, por fortuna, la conducta no es nunca algo mecánic<^ como un ejem­
plo de cálculo. Creo, sin embargo, que, dentro de mi idea, la forma se
encargaría de mantener, apoyar y completar k personalidad. En polí­
tica como en mecánica, todo depende del punto cn que se apoye la palanca.
También V. E. opina así, y precisamente por eso quiere que los nai-
nistros residan en las provincias, mientras que yo entiendo que deben
residir en la capital. Tan maravilloso es el razonamiento, que, para
llegar al mismo fin partiendo de los mismos principios, seguimos, sin
embargo, caminos opuestos.
Pero, así como cn las ciencias naturales existe la djscrvación, en las
ciencias morales y cn las políticas existen el sentimiento y el tacto, que
determinan y deciden. Aquí, el razonamiento sirve solamente para
llegar a entenderse.
VI

UNA CONSTITUCION POR ESTAMENTOS

MEMORIA SOBRE LA CONSTITUCION POR ESTAMENTOS


DE PRUSIA
(4 Je iebrero de iSig)
Al Ministro de Estado von Stcin
Francfort s. e. M., 4 de febrero de 1819

§ I
Los PROYECTOS QUE han sido sometidos a mi examen contienen estu­
dios tan diversos, que sería muy difícil manifestarse acerca de todos
ellos o destacar entre tant(» uno solo para analizarlo en detalle, por
mucho que, especialmente algunos de ellos, inviten a hacerlo, ^ r su
excelente contextura y |xjr lo logrado de sus pensamientos. Sin embargo,
como aquí sólo se trata de señalar la coincidencia con las ideas directrices
contenidas en todas las propuestas o de apuntar las dudas que puedan
surgir, lo mejor será repasar brevemente todos los punt« fundaménta­
l a que pueden presentarse en la institución de constituciones por esta­
mentos en los estados prusianos y llegar a una conclusión acerca del
modo como consideramos que esos puntos debieran ser tratados. Por
este pro<xdimicnto^ tropezamos también con algunos puntos que no
aparecen tratados en aquellos proyectos y esto nos dará ocasión para nue­
vas disquisiciones verbales o escritas.

§ 2
Con arreglo a este roétodc^ trataremc» aquí, por tanto» sucesivamente;
I® de la finalidad y radio de competencia de las autoridades por es­
tamentos del país (entendiendo esto en su sentido más amplio),
2^ de su constitución y atribuciona,
243
244 VNA OONSTITUCIÓN POR ESTAMENTOS

3° del orden por cl que debieran, gradualmente, actuar.

I
Finalidad y radio, de competencia de las autoridades por
estamentos del pás, en generé

S3
En los proyectos adjuntos, se indican muy acertadamente como fines
fundamentales a que obedece la institución de una constitución por
«tamentc», los siguientes:
El objetivo, consistente en que la administración por parte del
gobierno sea:
a) mis sólida, nacida más de un conocimiento preciso de la
situación peculiar existente que de la teoría abstracta;
b) más notable, menos versátil, cambiando menos de un sis­
tema a otro;
c) más sencilla y menos costosa, transfiriendo diversas ramas
a las autoridades locales;
d) finalmente, más justa y más ordenada, mediante una suje­
ción más firme a normas preestablecidas y precaviendo in­
gerencias individuales.
2? El subjetivo, consistente en que el ciudadano, participando
en la legislación, la inspección y la administración, adquiera
mayor sentido de ciudadanía y mayor pericia ciudadana, lo que
le permitirá ser más moral y, al m^mo tiempo, dar a su indus­
tria y a su vida individual im valor más alto, vinculándolas
más estrechamente con el bien de sus a>nciudadancH.
A estos dos fines pódeme» añadir otro, también importante:
3^ que con ello se abrirá a la tramitación de las quejas y los agra­
vios de los individuos un camino más adecuado que cl que hoy
existe y se permitirá y obligará a la opinión pública a que
se pronuncie con mayor seriedad y veracidad acerca de le» in­
tereses del país y de las medidas del gobierno.
MEMORIA S08RE LA OONSTITOCIÓN DE PRUSIA 245

ad i 9
§4
Si se concibe la constitución por estamentos como un antagonismo y
Im estamentos como una oposición, lo que constituye, por lo menos, un
modo muy natural de concebir el problema, no se la puede concebir, en
cambio, en nuestro país, como una garantía contra las ingerencias de la
corona, pues éstas, como demuestra una larga experiencia, no son de
temer ni harían necesaria una constitución, pero sí, y en gran medida:
a) contra la organización versátil y poco eficaz y los procedimien­
tos de las autoridades superiores del estado congruentes con
ella, y
b) contra los excesos e intromisiones de las autoridades del esta­
do en general, que, entre otras cosas, tiene también el incon­
veniente de que, en vista sobre todo de la decadencia de pres­
tigio de la nobleza, sólo parecen cotizarse los funcionarios,
razón por la cual todo el mundo aspira a entrar en esta clase.

§ 5
Como una administración inconsecuente no puede mantenerse frente
a una asamblea por estamentos, las autoridades administrativas supre­
mas veránse obligadas y acostumbradas, a través de ésta, a proceder con
arreglo a principios fijos y permanentes por encima de los cambios de
las personas, a principios que sólo podrán alterarse con mucha pruden­
cia, y ésta es la única garantía interior, así como la estricta responsabili­
dad constituye la única garantía exterior de la bondad de un ministerio.
Y esta responsabilidad será doble: de una parte hacia los estamentos y
de otra parte hacia el rey, quien tendrá en aquéllos, para su propia
ayuda y dirección, una severa y experta instancia de enjuiciamiento de
sus ministros. Finalmente, las formas vacilantes de una constitución
ponen beneficiosas trabas al afán de nuevas leyes e instituciones, las cua­
les, si se les da rienda suelta, pueden fácilmente degenerar en meros ca­
prichos; de este modo, las instituciones basadas en una constitución por
estamentos estimulan la estabilidad, que es un requisito fundamental
de todo gobierno, harto más impca-tante desde luego que la agudeza de
espíritu y la genialidad.
246 T o a OONSTTTUaÓK POR ESTAMINTC«

§6
Sin embargo, podría ocurrir que la propia asamblea por cstomcntos
se convirtiese en elemento de innovaciones poco convenientes, y de lo
anteriormente dicho se desprende que debe ser objeto fundamental de
preocupación el evitarlo. Para esto, será necesario, como se dirá más
adelante, deslindar nítidamente el radio de acción de esta asamblea y no
establecerla, como es usual en Francia, directamente sobre la base de
toda la masa del pueblo, sino formarla con miembros de las agrupaciones
de ciudadanos partiendo de las más sencillas y asignándoles como fun­
ción deliberar acerca de la administración del conjunto del estado.”

§7
La garantía que una constitución ofrece al pueblo es dd)le: la que se
deriva indirectamente de la existencia y la actuación de los estamentos del
país y la que, como parte de la constitución, se proclama directamente
en ella.

Esta última debe abarcar, necesariamente:


la seguridad individual de la persona, consistente en ser juz­
gada únicamente con arreglo a la ley;
2“ la seguridad de la propiedad;
3° la libertad de conciencia;
4° la libertad de prensa.
Puede afirmarse que, con raras excepciones, que además podrían
estar justificadas en cierto modo de por sí, las tres primeras existen real­
mente, de hecho, en cl estodo prusiano. Lo que ocurre es que no han sido
proclamadas, y esto, la forma, es también esencial para estos efectos, no
menos esencial que la cosa misma, no sólo en cuanto al fin inmediato
perseguido, sino también y principalmente en cuanto a su repercusión
sobre el carácter del pueblo, ya que para que éste acate la ley inquebran-

** La idea de una estructuración gradual de la Constitución es fundamental en el


proyecto de Humboldt y hace que éste, con su combinación de la idea administrativa y
h idea constiiudonal, se distinga sustanciakncnte de las “Constituciones" de la época. (Ed.)
MEMORIA aJB R l LA OONSmTOaÓN DE PRDSIA 247
tabicmcntc y por principio es necesario presentarle también como prin­
cipio inquebrantable los derechos que de la ley se derivan.
De la libertad de prensa trataremos más cn detalle en la sección
tercera.

§ 9
Muchas constituciones incluyen, además, garantías para los servido­
res del estado y les aseguran el derecho a no perder sus puestos más
que por medio de sentencia judicial y con arreglo a derecho. Sin embargo,
estas garantías deben quedar reservadas exclusivamente a los funciona­
rios de justicia y, o»mo tales, figuran entre las medidas de seguridad de
la persona y de la propiedad. La extensión de estas garantías a todos los
empleos tiene cl inconveniente de que acostumbran a quienes los deam-
peñan a considerarlos como sinecuras, y además este sistema es absolu­
tamente inaplicable a ciertos cargos que requieren un talento especial
en quienes los ocupan y en los que el estado puede a veces sufrir error en
cuanto a las personas. No obstante, el problema de si este régimen de
garantía debe hacerse extensivo también a otros cargos, además de la
administración de justicia, merece ser investigado. La constitución in­
glesa no reconoce un régimen semejante. Lejos de ello, la mayoría de
los cargos importantes cambian de titular al cambiar el ministerio, si
bien es cierto que esta norma se basa allí en condiciones inexistentes en
nuestro paú.

§ 10
La simplificación de la obra de gobernar es uno de los fines fundamen­
tales que se persiguen. Sin embargo, esta simplificación no consiste ex­
clusivamente cn la simple supresión de determinadas ramas adminis­
trativas.
En efecto, las autoridades que, no siendo las del estado, desarrollan
una actividad realmente viva, son de por sí (aun cuando no hayan sido
creadas con esta función) autoridades que vigilan y proponen, eximien­
do así a las del estado de una parte de esta actuación. Sin embargo, para
que ocurra esto, es necesario que no vigilen y propongan simplemente
de abajo arriba y con un sentido de oposición, sino principalmente cn
torno a ellas y de arriba abajo, obrando cn contacto con las autoridades
248 una OONSTrrUClÓN p o r e s ta m e n to s

dd estado; y si algunas de ellas, por lo menos, no son al mismo tiempo


autoridades administrativas, su labor de vigilar y pro{x»ncr no brotará
nunca de un modo verdaderamente práctico de la necesidad y de la
situación real de las cosas, y el afán tan natural de vigilar y proponer
no tendrá su debido contrapeso en el conocimiento preciso de las cosas
ni en un sentimiento certero de ks dificultades con que tropieza toda
obra de gobierno. Todo lo cual nos lleva nuevamente a k conclusión
de que k asamblea general por estamentos debe organizarse siempre de
abajo arriba, arrancando, como fase inicial, de otras instituciones seme­
jantes, y de que su principio animador no debe ser cl afán de cooperar al
gobierno del conjunto del estado, sino un auténtico sentido común enca­
minado a suprimir el exceso de actos de gobierno mediante una debida
y eficaz ordenación de ks condiciones concretas, ya que esto es lo que
constituye la única verdadera base del bienestar interior de todo estado.

S II

Respecto a este fin, es necesario despejar el camino de un equívoco


muy corriente en la actualidad. Es frecuente oír y todavía más frecuente
escuchar quejas en cl sentido de que cl pueblo no interviene suficiente­
mente en los asuntos de la política exterior e interior del estado y el
deseo de que se despierte, estimule y mantenga este interés. Sin embar­
go, puede afirmarse sin miedo que si este interés, como por desgracia
suele existir o se desea que exista, es tan general y carente de toda sólida
base práctica, es como si flotase en el aire y, en estas condiciones, no
puede considerarse muy provechoso y hasta puede ocurrir que, en ciertas
circunstancias, sea más bien pérjudicial. En efecto, conduce no pocas
veces de actividades eficaces y más bien limitadas a ensayos desgraciados
en las esferas superiores. Del modo como esta intervención se expresa
ordinariamente, carece de la condición más necesaria, a saber: el arrancar
de lo más próximo, el comenzar allí donde el contacto inmediato con la
realitkd permite una visión efectiva y una acción eficaz, para remontarse
luego, si no quiere pasar por alto las necesarks etapas intermedias, a lo
más elevado y más general.
S 12
La vida dentro del estado presenta tres tipos o, si se quiere, tres etapas
de actuación y cooperación: la de k sumisión pasiva al orden establecido,
MIMORIA sobre LA CONSTITUCaÓN DE PRUSIA 249
que todo habitante del estado, c incluso todo extranjero, debe acatar;
la de los que cooperan a establecer y conservar este orden obedeciendo
a un deber generd, como miembros activos de la comunidad del estado,
que es la incumbencia específica de los ciudadanos de éste; la de los que
participan cn una misión especial, como servidores del estado.

§ 13
Es precisamente esa etapa intermedia la que desde hace algunos años
ha sido descuidada, especialmente en el estado prusiano, aunque no, tal
vez, cn la mayoría de sus provincias; las gentes, por ambición y por vani­
dad, se han remontado a la etapa superior o se han replegado sobre la
inferior por inercia, sensualidad y egoísmo. Y esto condujo a una indi­
ferencia extraordinariamente funesta hacia los métodos y los procedi­
mientos de gobierno y, con ella, al mismo tiempo, ya que ciertas medidas
de gobierno no eran, naturalmente, indiferentes en cuanto a la persona
y a la propiedad, a la tendencia a eximirse por medios ilegales de las
consecuencias de la ley; y aquella queja, aunque con frecuencia mal
comprendidaj es tan legítima y fundada de por sí, que toda persona
amante de la patria tiene forzosamente que compartirla. Al mismo
tiempo —^y esto es una consecuencia natural, y cn parte, a su vez, ya que
nacía también de otras causas, fuente de aquella indiferencia—, se rela­
jaron los vincula por medio de los cuales cl ciudadano, además de
pertenecer a la entidad general, pertenece a otras corporaciones menos
importantes.
Y cuando luego, por la Revolución francesa y ios acontecimientos
derivados de ella, los espíritus se sintieron sacudidos de pronto, por
motivos más o menos plausibles, y atraídos a la actuación política, se
lanzaron, saltando todas las fases intermedias, a la participación directa
en las supremas y más generales medidas de gobierno, y de ahí nacía
y nace aún eso que se debe desaprobar rotundamente, evitar, allí donde
sea posible, y reprimir.
I 14
No hay, por tanto, nada tan necesario como cl vincular gradualmente
el interés a las pequeñas comunidades concretas de ciudadanos existen­
tes en cl estado, despertar este interés y orientar en este sentido al que
ya existe por los sucesos del estado en general.
250 VKA o o N srrru a Ó N p o r e s t a m e n t o s

Que cl sentido y la esencia de la constitución que implantemos deben


ser los que quedan expuestos y no otros lo demuestra también cl examen
de las razones que aconsejan y determinan su implantación. Nadie puede
negar que esta reforma, por moderada que sea y por muy gradualmente
que se implante, provoca una transformación casi completa en la admi­
nistración que actualmente rige en la monarquía. Para acometer seme­
jante transformación, no sólo tiene que existir una razón importante,
sino que hay derecho a exigir una razón de tal naturaleza, que lleve
implícita la necesidad, pues ésta es, en las operaciones de estado, una
guía mucho más Kgura que cl criterio de lo que se considera simple­
mente útil.
Que la implantación de una constitución por estamentos, cualquiera
que ella sea, lleva aparejada la enajenación de una parte de los derechos
reales, es cosa que no puede negarse. Y no puede tampoco decirse que
estos derechíK sean derechos ilegítimamente adquiridos mediante la
opresión de los antiguos estamentos; hay algunas provincias que en
la actualidad no se hallan en posesión jurídica de ninguna clase de
estamentos, y es evidente que, ahora, todos obtendrán una influencia
más consecuente y más completa sobre los asuntos de la nación de la
que antes tenían. Tampoco puede considerarse dicha enajenación como
arrancada al gobierno por cl pueblo, pues esto constituiría una idea falsa
de hecho y, además, inadecuada de por sí. Ni tampoco como algo
impuesto irrevocablemente por el espíritu de la época, frase perniciosa y
en el fondo injusta, pues en realidad el espíritu de la época sólo merece
ser seguido cuando es razonable, y en este caso lo que hay que seguir,
por debajo de esta frase vaga, son los fundamentos verdaderamente
racionales que encierra. Tampoco como un regalo hecho a la nación
para premiar sus esfuerzos patrióticos, pues semejante concesión, basada
en tales motivos, seria contraria a los deberes del rey y la nación podría
considerarse con derecho a rechazar tan peligroso regalo. Tampoco
como una declaración de capacidad de la nación para defender sus
propios derechos, pues la capacidad para implantar una constitución por
estamentos seguramente fué mayor en tiempos pasados que ahora, pues,
por lo mene», es indudable que en ciertos sitios reinaba un sentido
colectivo más activo y más vigoroso. Tampoco, finalmente, como una
promesa que se formulaba, si esta promesa no se basaba en razones
todavía existentes y que, por tanto, hablasen por sí mismas. La implan­
SOBRE LA OONSUTUCIÓN DE PRUSIA 25Z
tación de una constitución por estamentos no puede basarse, ni por cl
rey ni por sus ministros, ni siquiera por el pueblo, en ninguna de estas
razones, sino simplemente cn el íntimo convencimiento de que esta
constitución procurará al estado un apoyo más fuerte al reforzar el vigor
moral de la nación y al permitir a ésta participar de un modo vivo y
eficiente cn los asuntos de aquel, dándole así una más segura garantía
de su conservación cn el exterior y de su desarrollo progresivo cn cl
interior.
Esta razón adquiere un valor decisivo si es posible demostrar que
las constituciones por estament« son inexcusablemente necesarias para
este fin, como así se desprende, en efecto, de la necesidad de establecer
una unidad y una firme trabazón entre las diversas provincias, aunque
sin destruir su propia peculiaridad, dcl peligro de dejar que cl estado,
en casos de desgracia que pueden presentarse siempre, se defienda sola­
mente, cn cierto modo, con sus medios físicos, sin poder acudir a los
morales, sin poder contar con la fuerza del pueblo, acostumbrada ya a
cooperar con cl gobierno y que se diferencia muy sustancialmente de
la simple buena voluntad. Finalmente, existe la certeza cada vez más
palpable de que la simple gobernación por el estado, como unos asuntos
engendran otros, acaba siempre destruyéndose a sí misma, es y forzo­
samente tiene que ser cada vez más indiscutible cn cuanto a los medios,
más vacua en cuanto a las formas, menos adecuada en sus relaciones
con la realidad, con las verdaderas necesidades y los verdaderos deseos
del pueblo.
§ 16
Y a esto debemos atenernos también para estructurar la misma cons­
titución. No debe aspirarse unilateralmente a crear estamentos como
contrapeso frente al gd)ierno, haciendo de éste, a su vez, una barrera
que limite la influencia de aquéllos y estableciendo de este modo un
equilibrio de poderes, que degeneraría más bien, con harta frecuencia,
en una serie de vacilaciones inseguras y perjudiciales. No; de lo que se
trata es de distribuir las funciones legislativas, inspectoras y en cierto
modo también las funciones administrativas dcl gobierno entre las
autoridades del estado y las del pueblo, elegidas por éste mismo, en sus
diversos sectores políticos y de su propio seno, de tal modo, que ambas,
siempre bajo la vigilancia superior del gobierno, j>ero con derechos
252 una CONSTITUCION POR ESTAMENTOS

nítidamente delimitados, cooperen en todas las fases de su actuación y


que cada parte pueda aportar al punto culminante de las deliberaciones
sobre los asuntos comunes del estado puntos de vista bien seleaionadcKi
ponderados entre sí, extraídos de la vida misma de la nación y, por tanto,
verdaderamente prácticos. No se trata simplemente de la organización
de asambleas electivas y de cámaras deliberantes; se trata de la orga­
nización política del mismo pueblo, en su totalidad.

§ 17
Siguiendo cl curso natural de las cosas, en los estamentos prevalecerá
el principio de la conservación y en el gobierno la tendencia al mejora­
miento, ya que siempre resulta difícil que los intereses encontrados de
los individuos se pongan de acuerdo acerca de un cambio y los princi­
pios puramente teóricos encuentran más acceso entre los funcionarios
del estado. El hecho de que últimamente ocurra con frecuencia lo
contrario y de que las innovaciones más violentas arranquen precisa­
mente de las autoridades del pueblo, obedece a una de dos razones: o
a la existencia de abusos muy grandes que clamaban a gritCM por un
remedio o a la circunstancia de que las autoridades dcl pueblo no habían
sido elegidas y situadas en tales condiciones que pudieran actuar como
verdadero órgano de los intereses realmente civiles de las diversas comu­
nidades de habitantes del estado. Cuando los estamentos se estatuyen
de este modo, no pueden por menos de actuar en un sentido conserva­
dor, a menos que la necesidad de desterrar verdaderos abusos produzca
en sus comienzos alguna vacilación. Y la conservación debe ser siempre
la primera y fundamental finalidad de toda medida política.

§ 18
Es una vieja y sabia máxima la de que las nuevas medidas e insti­
tuciones que se promulguen o se implanten en el estado deben enkzarse
con las ya existentes, para que puedan echar raíces y consustanciarse con
la tierra, y la patria.

§ 19
Ahora bien; entre las constituciones vigentes antes de la Revolución
francesa en la mayoría de los estados europeos y las redactadas úhima-
MEMOWA » B ltE LA CONSTlTUaÓN DE PRUSIA 253

mente existe una notable diferencia. Las primeras, que, ccui una mezcla
mayor o menor de instituciones feudales, pódeme» llamar constituciones
por estamento?, representaban la suma de varias pequeñas unidades
políticas en otro tiempo casi •independientes, incorporadas unas veces a
otras unidades mayores con sacrificio de ciertos derechos, y otras veces
A d id a s en ellas conservando algunos de los deredu» anterícves. Las
más modernas de todas toman por modelo, en el fondo (prescindiendo
de la forma externa de la «Histitución inglesa, puesto que la esencia
interior de ésta es imptmble de imitar), la norteamericana, que no «:
encontró con nada antiguo, y k francesa, que d^truyó todo lo antiguo.

§20
Si verdaderamente queremc» estimular y despertar el sentido de la
ciudadanía, no es posible aplicar este nuevo tipo de aanstitución, que
en Alemank no responde tampoco a una necesidad, pues aquí k man­
tienen en pie todavía muchas cosas antiguas que no deben derribarse,
ni pueden tampoco derribarse sin exponeise ai peligro de destruir al
mismo tiempo mucho del sentido moral existente. Qué es, concreta­
mente, lo que de ello ha de conservarse, se habrá de determinar en
ada caso. Pero, desde luegp, puede afirmarse con seguridad que el
sentido de toda constítución cn ^ e r a l no sólo debe mantenerse, sino
que debe, en rigor, restaurarse, haciendo que k totalidad de la orga­
nización política se halle integrada por partes organizadas de por sí, limi­
tándose simplemente a evitar los antigüe» abuse» e impidiendo que estas
partes se hagan violencia entre sí, que entren en conflicto unas con
otras o, por lo menos, que estén d^lindadas demaskdo nítidamente
para poder fundirse en un todo que deje a k energía personal un m a r ^
de libre desarrollo y no entorpezca demaskdo la libre deposición sobre
k propiedad.
Con este acoplamiento a lo antiguo coincide plenamente la idea an­
teriormente expu«ta acerca de la ccmstitución que debe implantarse.

§21
La órbita de atribuciones de las autoridades de le» estamentos en
general (pues la de cada una de elks cn particular dependerá, natural­
254 o oN sn ru aÓ N p o r e s ta m e n ito

mente, de la extensión de sus fundones específicas), abarca, con arreglo


al fin general ya expuesto, lo siguiente:
£1 cuidado de aquellos asuntos que, ampitiendo a las diversas
partes políticas de la nación, no pertenecen realmente a la
competencia del gobierno, sino que se hallan simplemente
encomendadcs a su alta tutela.
Más adelante veremos dentro de qué límites debe circunscribirse
esta actividad administrativa.
2? La obligación de asesorar al gobierno, cuando éste lo reclame,
y la facultad de formular propuestas por propia iniciativa o
a petición del gobierno«
Acerca de los límites de esta segunda facultad diremos también
algo más adelante.
3? El conceder o denegar su consentimiento.
4^ El derecho de queja.
§22
El tercer punto es, evidentemente, el que exige un estudio y una
determinación más cuidadosa, pues aquí se plantea cl problema de
saber hasta qué punto puede cl regente de cada uno de 1« países renun­
ciar a los derechos que venía ejerciendo con carácter exclusivo; o, dicho
en otros términos, hasta qué punto la constimdón deja de ser puramente
mcmárquica.

Degeneraáón i d consentimiento de los estamentos

§ 23
Sólo puede calificarse de monarquía constitucional aquella que se
rige por leyes constitucionales escritas. No existiendo éstas, resulta difí­
cil retener siquiera cl concepto de monarquía.

S 24

Otro paso hacia addante es cl que se da cuando, además del rey y


sus autoridades, exbten autoridades de la nación investidas del derecho
a prodamar, previa legal deliberación, que una medida es incompatible
con la constitución.
MEMORIA SOBRS LA OONStTTÜClÓN DE PRUSIA 255

La ob^rvancia de la constitución queda encomendada entonces al


juicio de la nación, a menos que el fallo de sus autoridades prive a
la medida anticonstitucional, aun cuando el soberano insista en ella,
de toda obligatoriedad para la nación; es decir, independientemente de
que cl soberano pueda o no modificar o abolir la constitución por si y
ante sí.
Pero, tanto en uno como en otro caso, la competencia de las autori­
dades nacionales se limitará a las infracciones cometidas contra la
constitución. Las medidas que se mantengan dentro de ésta, se salen
de la órbita de sus atribuciones.

§ 25
El segundo paso es que las autoridades de los estamentos tengan
también facultades para enjuiciar de antemano aquellas medidas que
caigan dentro de la competencia constitucional, pero sin que el soberano
se halle obligado a atenerse a sus decisiones. En este caso, los estamentos
actúan como meros consejeros al lado de los ministros.

§ :£
El tercer paso consiste cn que las autoridades que representan al
pueblo puedan invalidar aquellas medidas mediante su desaprobación
y que el regente necesite contar con su consentimiento, reservándosele
solamente el derecho a disolver los estamentos, aunque con la obligación
de convocar otros nuevos dentro de determinado plazo.

§ 27
A su vez, este derecho de decisión puede presentar muchos grados
de extensión, según que sea extensivo a todas las medidas dcl gobierno
o a algunas de ellas solamente, en mayor o menor cantidad, y según
que la reprobación se halle sujeta, cn su modo de manifestarse, a un
número mayor o menor de formalidades.
Pero, por muchas que sean las restricciones a que se someta en este
punto el soberano, la constitución seguirá siendo, a pesar de todo, mo­
nárquica; sólo se convierte en una constitución verdaderamente repu­
blicana cuando se priva al regente del derecho a disolver los estamentos,
enfrentándosele, por tanto, incluso en cuanto a las personas, or¡pnÍsmos
políticos independientes de el.
256 UNA CONSTITUCIÓN POR SST A M E K m

§ 38
£ q el ¿stado prusiano existe, con respecto a ciertas provincias, incluso
el tercer grado de monarquía constitucional; con respecto al estado en
su totalidad« la monarquía constitucional no existe.

§29
El primer grado encierra simplemente el mínimo del régimen de
estamentos, y sería altamente impolítico convocar estamentos para con*
cederles derechc» tan acasos.

I 30
El problema se redua, pues, a enjuiciar la segunda y la tercera posi­
bilidad al problema de si los estamentos (empleando aquí la palabra en
su acepción más general, sin distinguir entre estamentos generales y
provinciales) deben tener facultades puramente consultivas o facultades
ejecutivas y si, en cl segundo caso, basta con que fundamenten su dene­
gación alegando que la medida de que se trata es anticonstitucional, o no.

§31
Convertir los estamentos en autoridades puramente consultivas es
quitar a esta institución una gran parte de su dignidad y de su seriedad.
Cabría alegar, ciertamente, en apoyo de este punto de vista, que el
gobierno, sin atarse las manos por completo, puede querer escuchar las
razones de los estamentos, aunque sometiendo luego estas razones a su
propia decisión. Sin embargo, el gobierno que se manifieste en este
sentido pasará por miedoso y además saldrá ganando muy poo>, en
rigor, pues siempre encontrará reparos muy grandes en mantener la
medida dictada después que ésta sea reprobada de un modo público y
ostensible. Los casos en que se sentiría inclinado a obrar así, sin encon­
trar otro medio menos escandaloso, serían tan raros, que lo mismo
podría, y acaso sin menor daño, proceder a la disolución de la asamblea,
cuando ésta deniegue su consentimiento.

S 32
Cabria perfectamente, sin duda, limitar el derecho de decisión a la»
medidas inconstitucionales, a pesar de que el gobierno no podría admitir
MERKJMA SOBBB LA OONSTmíaÓN DB PIÜ SU 257
la p(KÍbil¡dad de que tales medidas llegasen nunca a dictarse. Pero
esta norma podría revestir la forma de una precaución por parte de los
estamentos. En este caso, el problema dependería principalmente de la
extensión que adoptasen las leyes pertenecientes a la constitución. Res­
pecto a los impuestos, sólo podría admitirse cn este caso, a lo sumo, que
los estamentos pudiesen pronunciarse en cuanto a la contribución terri­
torial. Fuera de ésta, sería difícil encontrar una tasa o un tipo de con­
tribuciones susceptible de establecerse legalmente para todos los casos
posibles y todos los tiemp<». En cambio, el carácter especial de la
contribución térritorial permite en realidad, e incluso tal vez aconseja,
ponerse de acuerdo de una vez para siempre acerca de ciertos puntos
relacionados con ella, por ejemplo disponiendo que sólo pueda modi­
ficarse después de cierto número de años y bajo ciertas modalidades,
o que no deba exceder de cierta tasa. Sin embargo, esta restricción del
derecho de los estamentos tendría im inconveniente que podría repercu­
tir dcl modo más funesto sobre el espíritu de todas las deliberaciones y
de la propia institución. En efecto, los estamentos se sentirían movidos
por este sistema, si no mediante razones sofística^ sí mediante sutilezas,
a descubrir circunstancias muy alejadas de las propuestas hechas para
encontrar en ellas infracciones a las leyes constitucionales, con lo cual
el espíritu de los estamentos degeneraría cn lo peor en que podría dege­
nerar: en un espíritu propio de abogado.

§ 33
Por todo esto, lo más natural, lo más simple y lo más adecuado pare­
ce conferir siempre a los cstamentc» un derecho real de decisión basado
en la conveniencia de las propuestas que se les presentan, haciendo
«tensivo este derecho a todas las verdaderas leyes generales y a todo
cambio que afecte a la tributación general; y, al mismo tiempo, para
dejar al gobierno la libertad y la seguridad necesarias en cuanto al
cumplimiento de sus fines, determinar con toda precisión el concepto
de las leyes y el régimen de autorización de impuestos y poner trabas a
la forma en que deba manifestarse la denegación.

§ 34
Deberán someterse al examen y discusión de los estamentos todas
las leyes que se propongan determinar esencial y permanentemente la
258 UNA CONSTITUCIÓN POR ESTAMENTOS

limación jurídica de todos le» ciudadanos o de determinadas cIm i <


dios. En cambio, no deben considerarse a>mo leyes sujetas a la deli»-
radón de los estamentos todas las normas, aunque sean generales, qw
afa:tcn directaBKnte al ejercido de 1<b deberes administrativc» dcl go­
bierno, como, por ejemplo, la que dispone que todo el que quiera abrir
un establecimiento de enseñanza debe someterse a un examen, que los
enfermcK de viruela deben aislarse de la convivencia con otras personas,
y menos aún aquellas que se refieran a los que contraten voluntaria­
mente con el gobierno, como los funcionarios dcl estado en sus relaciona
de servicio.

§ 35

No obstante, siempre será algo difícil distinguir, en las disposiciones


de las leyes, entre aquello que representa una mera orden del gobierno,
en lo que éste, para poder regentar debidamente la administración, debe
ser independiente, y las verdaderas leyes que exigen la aprobación de los
estamentos, sobre todo en la aplicación a los casos concretos, imposibles
de descartar con ninguna definición general. Así, por ejemplo, a los
católicos les estaba prohibido antiguamente enviar directamente a Roma
sus peticiones. ¿Regiría para este caso cl requisito de la aprobación por
IcK estamentos? Del derecho innegable del gobkrno a vigilar las rela­
ciones de sus súbditos con las autoridades extranjeras se deriva, por una
parte, el derecho a determinar la forma de esta vigilancia. Por otra parte,
el hecho de si cada una de estas peticiones debe someterse a las autori­
dades seculares y no a las católicas es ya una circunstancia que afecta
esencialmente a los derechos de conciencia. Sin embargo, creemos que
el deredio dcl gobierno a decidir de por sí es aquí el más fuerte de los dos.

Toda vez que las propuestas a base de las cuales han de deliberar los
estamentos deben partir del propio gobierno, cl hecho de que éste no
someta a los estamentos el proyecto de ley correspondiente entra de por
sí en la categoría de los casos que les dan derecho a promover queja, y
los asuntos resueltos unilateralmente pueden ser planteados por sí mis­
mos ante la asamblea y dan lugar a la responsabilidad del gobierno.
M S M tm A SOBIUB LA a W S T T r l u n o N (VK

_ir»*^as£=^' c ‘ TTC'ttcass*.

CcE. r=sc<c-5 i k » dd ó ¿ « ts a ite s r s c si r a c t r ò ò c ep e


1« ìsi^jQcs» st sjr^ésca òc tr^xrvo ca¿i c p c c ju Esa »tim » a a àaaa*
àado ^ ^kriK>, pxxdc produdr paralixackjncs pdigKsas y pone m
manos de los estamentos un medio de obstruir j tentar a los f i e m o s
con d pretexto de las finanzas, pero en realidad ob«ieciendo a motívM
muy distintos. Es necesario evitar en lo posible esta táaica y esa especie
de guerra, cn la que cn vez de buscar cn común, abierta y seriamente
cl bien del país, cl gobierno y los estamentos procuran disputarse el
terreno mutuamente.

§38
Consideramos plenamente suficiente:
i "? someter a los estamentos para que emitan su voto decisorio

todas las medidas que modifiquen cl régimen vigente de


impuestos o cl patrimonio activo y pasivo del estado (tales
como enajenaciones y préstamos) ;
2^ que cn la primera reunión de los estamentos el gobierno so­
meta a su conocimiento los ingresos y los gastos del estado
y el balance de sus deudas, para que puedan hacer sus obser­
vaciones acerca de esto y de la naturaleza y reparto de los
tribute», y cl gobierno, a su vez, pueda formular sus declara­
ciones o razonar sus propuestas de modificaciones ccm respecto
a estas materias;
39 repetir este procedimiento cada vez que se reúnan de nuevo
los estamentos, para que áte® se convenzan de que las finanzas
del estado se desarrollan con sujeción a las normas funda­
mentales aprobadas por ellos o razonadas debidamente en su
presencia.

§ 39
Con respecto a la forma cn que deba manifestarse la desaprobación
de un proyecto de ley, podría determinarse que, para su aprobación.
2 Ó0 u n a c o n s t it u c ió n p o r e s t a m e n t o s

bastará la mayoría absoluta de votos, pero que para desecharla se nece­


sitarán, en cambio, las dos terceras partes de votos de mayoría. En
efecto, la mayoría absoluta se halla condicionada a demasiadas circuns­
tancias fortuitas para considerarla decisiva tratándose de un asunto tan
importante como la desaprobación de un proyecto de ley por parte de
los estamentos. Para la aprobación de un proyecto de ley, la cosa varía,
indudablemente, pues una ley acerca de la cual el gobierno se pone de
acuerdo con la mayoría de los diputados tiene que pesar necesariamente
sobre la opinión pública, independientemente del mayor o menor volu­
men de dicha mayoría.

§ 40
Si se optase por no conceder a los estamentos más que cl voto pura­
mente consultivo, sería preferible limitarse a los estamentos provinciales
y no reunir nunca estamentos generales. Es cierto que también esto
arrastraría a un laberinto de dificultades. Sin embargo, no es posible
considerar camino adecuado cl de provocar, por decirlo así, una repro­
bación general, tratándose de decisiones que se quieren llevar a la práctica.
Y es evidente que los estamentos provinciales, como se desprende directa­
mente de su carácter y posición, no pueden pronunciarse de modo decisivo
acerca de las leyes generales del país.

Derecho de queja
§ 41
Este derecho puede presentar también diversos grados. Los estamen­
tos pueden:
i 9 limitarse a señalar los defectos<de la administración y a proponer
que se les ponga remedio;
2? pedir al regente que separe de sus puestos a los ministros a quie­
nes sean achacables los defectos que se adviertan en la adminis­
tración;
3? finalmente, acusar a los ministros ante los tribunales.

§ 42
El primer grado no puede ofrecer reparo alguno y es evidente por sí
mismo. El segundo sería, en cualquiera de sus modalidades, peligroso y
MEMORU SOBRE LA OONSTmiClÓN DE PRUSIA 261
funesto. El ministerio sólo puede enfrentarse con los estamentos colecti­
vamente y como un organismo inseparable, debiendo velarse estricta­
mente por que los estamentos no se aparten jamás de este punto de vista.
Si los estamentos han de ejercer o no el derecho de acusación, colocando
con ello a los ministros cn verdadero estado de responsabilidad, es cosa
que sólo el propio regente debe poder decidir. Contra cl fondo del asunto
no puede objetarse nada; lejos de ello, es indudablemente saludable. Sin
embargo, esta facultad colocaría a los estamentos que quisieran atacar a
un ministro amparado por el regente en una situación verdaderamente
temible. En todo caso, no podrá negárseles cl derecho de denunciar al
gobierno las transgresiones o indicios de transgresiones cometidas por al­
gún funcionario del estado contra los deberes de su cargo y que envuelvan
una sanción penal, para pedir, previo acuerdo tomado por mayoría de
votos, que se abra acerca de ellas la oportuna investigación.
Esto último sería lo único que podrían hacer, en todo caso, los esta­
mentos provinciales. Estos no podrían ejercer jamás cl derecho de acu­
sación, ya que éste sólo puede dirigirse contra quien se halla bajo las
órdenes de un superior inviolable al que no le puede exigir nunca respon­
sabilidad. Cualquier otra autoridad subordinada sólo puede ser hecha
responsable en la persona de su superior, ya que puede haber obrado por
orden de éste.

II
Constitución y atribuciones de las autoridades de los estamentos

§ 43
Debemos distinguir necesariamente, con toda precisión, con arreglo
a su actuación y al modo de ser instituidas, tres clases de autoridades nom­
bradas por el pueblo:
Presidentes de comunas rurales, ciudades y círculos,
2° Estamentos provinciales,
3? Estamentos generales.
§ 44
Las funciones de los presidentes de comunas rurales y urbanas se li-
I mitán a administrar y consisten, esencialmente, cn velar por los asuntos
privados de sus comunas respectivas.
202 UNA CONSTITUCIÓN POR ESTAMENTOS

Los estamentos generales no intervienen para nada en la adminis­


tración, sino que deliberan solamente acerca de 1« proyectos y prqjosi-
ciones de ley y de los presupuestos.
Los estamentos provinciales combinan ambas clases de atribuciones,
pues por una parte se ocupan de los asuntos privados de sus provincias y
por otra parte intervienen también en las deliberaciones aarca de las
leyes provinciales y de las leyes generales.

§ 45
Los miembrc» de estos tres «ganismos deben a r nombrados por el
pueblo y no entre sí, los de un« por los de otros. Acerca de esto tratare­
mos en detalle más adelante.

Es natural que los estamentos generales no puedan administrar, toda


vez que no existen asuntos privados del estado en su totalidad, sino de
una de sus partes, asuntos específicos de ésta con relación a los del con­
junto. Y la administración de los asuntos de la totalidad del estado sólo
puede residir, a menos que se embrollen todos los conceptos, en manos
del gobiano. Aunque éste decida delegar algunas ramas determinadas
de ellos, podrá revocar la delegación en todo momento, a su voluntad. En
cambio, los estamento generales podrán intervenir a título precautorio en
la administración, cuando lo consienta la naturaleza del asunto, siendo
conveniente que a las autoridades nombradas para entender de la deuda
del estado se incorporen también delegados de los estamentos.

§ 53
Toda la actuación administrativa de las autoridades de Ice estamen­
tos debe desarrollarse bajo la vigilancia del estado. Sin embargo, ésta
no debe consistir en tutelar a la autoridad en todos y cada uno de
bs pasos de su actuación, sino en introducir una responsabilidad es­
tricta. Si estas autoridades se hallan sujetas al deber de informar cons­
tantemente y de ajustarse a las órdenes e instrucciones dcl gobierno, na­
die que tenga un poco de sentido de su persona querrá tener nada que
ver con estos asuntos y el espíritu y la razón de ser de la institución se
perderán. Cbmo existen varios grados subordinad« de estas autori-
MEMORIA SOBR£ lA OONSTITUaÓN DE PRUSU 263
dades, el gobierno podrá dirigirse al más alto de todc», simplificando así
considerablemente su actuación. Y como, además, todo híd>itantc puede
libremente quejarse ante las autoridades superiores de las inferiores y estas
quejas serán cada vez más frecuentes cuanto más se despierte el sentido
de la colectividad, pues cn la actualidad hay muchos que prefieren dejar
pasar un desafuero antes que imponerse la molestia de protestar contra
él, cl control, lo mismo que la administración, será qcrcido más por
1<K propios ciudadanos, y esto hará superflua la actuación del gobierno.

§ 56
El ftindamento primordial y necesario de todo régimen por estamen­
tos es. . . la institución de las comunas, tanto las rurales como las urba­
nas. Acerca de éstas, sobre todo en lo que se refiere a las ideas generales,
sin entrar cn las distinciones especiales de unas y otras, se contiene lo
fundamental cn el estudio fechado en Nassau cl 10 de octubre de 1815
La fórmula general contenida en este estudio es exacta, completa y
clara.. .

Estamentos provinciales

§70
En lo que a los estamentos provinciales se refiere, es necesario exa­
minar su composición y su radio de acción. . . l a primera podrá y de­
berá necesariamente ser distinta cn las distintas provincias; cl segundo
será cl mismo cn todas ellas, pues de otro modo habría provincias que
disfrutarían de privilegios sobre las demás.

I 72
En cuanto a la composición, se plantean principalmente, si omitimos
detalles, las siguientes cuestiones:
estas asambleas ¡ideberán formarse atendiendo exclusivamen­
te al número de habitantes, o con arreglo a sus profesiones?
2? En el segundo ca» ¿debe formar la nobleza un estamento es­
pecial, y cómo?
39 En este mismo caso ¿la asamblea debe estar formada por una
sola cámara, o por varks, y de qué modo?
264 UNA OONSTlTOaÓN POE ISTAMENTOS

ad i 9
§ 73
La clasificación por profesiones es una consecuencia necesaria de
todo el sistema seguido aquí. Si la finalidad de las instituciones del
régimen por estamentos ha de ser la de despertar y mantener cl interés
bien encauzado por 1« asuntos de la totalidad dcl estado, mediante una
cooperación adecuada con e! gobierno y la limitación de su poder, es
necesario que la formación de los estamentos siga la misma dirt^ción
que este interés presente desde abajo. Y esta dirección es, evidentemen­
te, la de las comunidades, corporaciones y profesiones. La implantación
de asambleas representativas basadas en factores puramente numéric«
significaría, indudablemente, la destrucción completa de toda distinción
entre las diversas corporaciones o acabaría con ella, donde existiera to­
davía.

S 74
Ahora bien, con arreglo al concepto general que nos formamos del
pueblo, existen en una nación muchísimos estamentos, casi tantos como
ocupaciones. Cabe, pues, preguntarse en qué criterios hem« de basar­
nos para determinar cuáles de estos estamentos deben ser considerados
como estamentos políticos. Para contestar a preguntas de esta naturale­
za sería completamente inadecuado sumirse en largas disquisiciones teó­
ricas. Si dirigimos la mirada a la realidad y nos volvemos a mirar a lo
que debe servir de base a los estamentos provinciales, vemos que hay,
indiscutiblemente, dos estamentos distintos que no es posible pasar por
alto y que no pueden tampoco confundirse: el de los campesinos y cl
de los habitantes de las ciudades.

§ 75
Si, deteniéndonos aquí, indagamcB para descubrir fundamentos más
generales, llegam« a la conclusión de que la diferencia política verda­
deramente importante entre estas dos clases es cl modo como se habita
el territorio del estado, y de que todo descansa sobre esta diferencia física,
de la que luego se derivan otras diferencias morales, políticas y jurídicas.
En efecto, si existiese un distrito independiente en el que campesinos,
IÍEMOXIA s o b e s l a OONSUTUCIÓN DE PKUSIA 365
artesanos y comcrciantcs viviesen todos dispersos cn las aldeas, no habrk
razón alguna para separar, tomando como base la diferencia de estas
profesiones, a las personas que ordinariamente se dedican a actividades
llamadas urbanas, de las demás. En este cas<^ lo lógico sería no admitir
más que una clase de estamentos, una clasc de comunas. El interés par­
cial y directo de 1<» ciudadanos de un estado sólo puede convertirse cn
un interés general a base dcl modo como conviven cn él, a base dcl modo
como forman, a título de vecinos, distritos separados unos de otros y cómo
a título de copartícipes comparten la propiedad, los derechos y los debe­
res dentro de ellos; solamente a base de estas relaciones físicas c inmuta­
bles dentro del espacio, fuera de las cuales no ^ rk posible la defensa
cn común, la agrupación dentro de un gran estado y cl desdoblamiento cn
otros más pequeños, cn que reside la verdadera y autentica cscnck
de k sociedad civil.

S76
Si, prosiguiendo cn nuestra invcsti^ción, nos fijamos en la diferen­
cia entre el campo y la ciudad, vemos que ésta puede reducirse, cn cierto
modo, a la gran distinción de carácter general entre caas y personas. La
labranza aisk y ata al terruño; todas las demás industrks exigen un con­
tacto más estrecho entre los hombres y, por tanto, articulan y unen. Con­
tribuye también a esta distinción la facilidad o k dificultad de la defensa.
Las ciudades, mientras conservaron su verdadera significación, fueron
siempre, cn todas las naciones y a través de todos los períodos de la his­
toria, centros de tráfico y centros de defensa; la difercnck cn distintos
países y en distintas épocas era, simplemente, la de que unas veces lo pri­
mero se convertía cn lo segundo y otras veces ocurría a la inversa.

Elecciones

S *33
Ya hemos establecido más arriba como principio fundamental que las
elecciones a los tres grad« de las autoridades de los estamentos, las auto­
ridades administrativas, 1<» estamentos provinciales y los estamentos ge­
nerales, deben arrancar todas directamente dcl pueblo...
206 UNA CONSTITUCIÓN POR ESTAMENTOS

S »34

Pretender que los tres organismos mencionados saliesen uno de otro,


fomentaría la unilateralidad y cl espíritu corporativo, tanto más funesto
cuanto que aquí no se trataría de corporaciones populares, sino de cor­
poraciones oficiales, hos diputados que sean al mismo tiempo naiembros
de las asambleas provinciales tenderán demasiado fácilmente a a>nside-
rarse simples órganos de estas asambleas en vez de expresar su propia
opinión o la opinión pública de su provincia, pues una asamblea, al cabo
de cierto tiempo, no puede por menos de asumir cierto carácter y adoptar
caerte máximas. Y este inconveniente parece contrarrestar la ventaja que
de otro modo significaría, indudablemente, cl que en los estamentos
generales se congregasen solamente personas que ya hubiesen intervenido
activamente en las deliberaciones de sus provincias respectivas.
Por su parte, cl gobierno se consideraría en vano más a salvo, así, de
resistencias o de propuestas innovadoras. Las corporaciones oficiales des­
arrollan, como hcmcK visto en los parlamentos de Francia, una oposición
tan tenaz como 1« individuos, pero con tenacidad raloblada por el nú­
mero. El espíritu municipal se comunicará a los atamcntc» provinciales
y el espíritu provincial a IcB estamentos g^neralc% y como este espíritu no
podría ser el mismo en todas las provincias, los esbmentos generales se
convertirían en el choque entre masas distintas. En cambio, la voz razo­
nable de la nación se dejará oír con mucha mayor claridad si en los esta­
mentos generales se congregan hombres que, hallándwe familiarizados
con todo lo que ocurre en las asambleas provinciales, no toman parte en
ellas, y si a aquéllos sólo llega, como será obligado en muchas ocasiones,
cl dictamen crficial de estas asambleas provinciales. Si éstas, como es de
presumir, se inclinan más bien a abogar por los intereses de las provincias,
los miembros que pasen directamente de éstas a le« estamentos general»
se considerarán más libres sabiendo que la defensa de 1<» derechos provin­
ciales se tramita por conducto oficial. Además, los individuos no se com­
portan nunca de un modo tan unilateral cuando son elegidos por la
misma localidad como cuando se sienten unidc» como corporación en el
mismo orden de asuntos. De este modo, las deliberaciones generales serán
un correctivo para los estamentos provinciales y 1« diputados provinciales
que toman parte en ellas cuando los unes o los otros quieran defender 1<m
intereses de las provincias con demasiado calor o de un modo demasiado
MEMORIA SOBRE LA OONSTITOaÓN DE FRUSIA 267
negligente. El pueblo de las provincias acogerá con espíritu más traná-
gente incluso las leyes graveras para ¿1, pues rara vez se dará el caK> de
que los acuerdos de Im estamentos generales sean contrarú» a la vez al
dictamen de la asamblea provincial y al voto de la mayork de los dipu­
tados provinciales.. .

I *35
No debe recatarse en modo alguno que la objeción más importante y
más fundada que puede hacerse al sistema aquí expuesto es la de que
divide demasiado a la nación cn diversas partes. No deberá, por tanto,
regateai^e ningún medio para evitar que esta división, indudablemente
saludable y beneficiosa en ciertos aspectos, los más importantes, llegue a
ser perjudicial desde otros puntos de vista.

S
El problema de si deben existir estamentos provinciales se ha dado
por resuelto previamente cn estas página^ procediéndose luego a exami­
narlo. Esto obedece a la razón natural de que acerca de ello existe la vo­
luntad expresa del gobierno y de que es más bien la existencia de los
estamentos generales lo que parece problemático.
No hay que negar que si ya la gran diferencia existente entre las
diversas provincias de la monarquía prusiana constimye una dificultad
para implantar una constitución por estamentt^ la verdadera y laboriosa
complejidad de estas diferencias dentro de cada provincia contrffl)uye, al
parecer, a aumentar estas dificultatks. Sin embarg(^ la unidad de un es­
tado no descansa precisamente cn k uniformidad de las condiciones civi­
les y políticas existentes cn todas las ¡artes que lo integran, sino solamente
cn cl hecho de que todas elks participen por igual cn la constitución y en
cl firme convencimiento de que sus instituciones peculiar», habituales
y queridas para todos, sólo tendrán una existenck segura y exenta de
todo riesgo si wdas se sienten inquebrantablemente unidas dentro dcl
estado en su totalid^. El fraccionamiento de un gran país en una serie
de porciones diminutas, ninguna de las cuales puede actuar con verdadera
independenck, facilita, evidentemente, cl despotismo, aunque corra a car­
go del azar y de k fuerza de 1« partidos el determinar si ha de ejercerlo
cl gobierno o k representación popular. Y es innegable que Sicyés, autoi
268 UNA coNsmvdÓN ma e sta m e n to s

de està medida en Francia, organizó así la revolución, con mirada muy


certera, perpetuándola en cierto modo. En Inglaterra, los divers«» con­
dados presentan una estructura civil interna nauy dilcrent* y una relación
territorial muy distinta respecto al estado en su conjunto. Además, las
divisiones de una constitución por estamentos deben basarse necesaria­
mente en las divisiones de la administración. Por eso no creemos que sea
op«tum la medida que apunta Sclilosscr en su estudio sobre los rasgos
fundamentales, a saber, la de dividir las constituciones por estamenttw
ateniéndose a la unidad y diversidad que existe entre 1« territorios desde
cl punto de vista de las relaciones jurídicas y de las costumbres, haciendo
que con ellas se entrecrucen las divisiones administrativas. Cuando una
provincia constituye una demarcación administrativa, es evidente que esta
demarcadón tiene también intereses territoriales comunes, asuntos comu­
nes y quejas ccanunes contra cl gd>ierno. Es natural que tenga, pues, au­
toridades provinciales propias. Cabría, indudablemente, la fórmula de
limitar éstas a la dirección de sus propios asuntos interiores y también, si
acaso, a la fcffmulación de quejas mntra cl gobierno. Pero esta limitación
no impediría que su actuación se extendiese, por lo menos con motivo y
bajo el pretexto de formular quejas. Provocará gran descontento el he­
cho de verse reducida a límites tan estrecha, y el propio gobierno tendría
que traspasar aquellos límites o verse obligado a prescindir de su consejo
en asuntos puramente provinciales. Además, existiría el tremendo incon­
veniente de que los estamentos generales se verán en la necesidad de
deliberar constantemente acerca de leyes enteramente provinciales sin
tener el indispensable conocimiento de las condiciones especiales impe­
rante. Y nada hay que tanto haga deg^erar una discusión razonada y
concienzuda (prescindiendo de la injusticá hacia aquellos a quienes afee-
ta) como las diarias en cl aire y las teorías vacuas.

§ I#

El segundo prindpio electoral debiera consistir en que cada estado


sólo eligiese a personas salidas de su seno y cada asamblea electoral de
distrito a personas radicadas en este distrito solamente. Es necesario que
el elector conozca al candidato directamente y no sólo por su fama o por
referencias. Asimismo es conveniente que las asambleas provindales, al
igual que la general, se nutran, en la medida de lo posible, de miembros
MEMORIA SOBRE LA CONSTITUCIÓN DE PRUSIA 269
de todas las partes dcl estado. Finalmente, conviene que actúen como
diputados de los estamentos, principalmente, aquellas personas que ten­
gan un coiocimiento exacto de todas las condiciones prácticas existentes.
El plan de von Bincke es contrario a que las elecciones se celebren por
cstamentc». Es partidario de que las asambleas eltóorales estén integra­
das en todas partes por la población calificada en su to ld a d . Pero yo
no veo la razón de esto. Todo el mundo prefiere votar y vota mejor en
el distrito en que habitualmente se desenvuelve su vida que perdido
entre la multitud. Y no hay por qué temer confusiones. Estas se produ­
cirían si se multiplicasen demasiado los estamentos y corporaciones. Pero
aquí sólo hemos admitido tres: la nd>leza, los terratenientes y los vecinos
de las ciudades; solamente en algunas ciudades importantes se dividirán
las distintas corporaciones y, además, en masas muy simples. Y estas
corporaciones urbanas no se hallarán limitadas tampoco, para la elección,
a sí múmas, sino que podrán elegir a una persona calificada o a una persona
cualquiera de la ciudad y, tratándose de ciudades pequeñas, del distrito.
Aquí, la elección queda circunscrita al estamento, pero por tales se entien­
den los tres grandes sectores: campesinos, población urbana y nobleza.
Allí donde los habitantes de una ciudad no sean lo bastante numerosos
para poder formar una asamblea electoral de por sí, se ramprende de
suyo que deberán fundirse para estos efectos, como electores y elegibles,
con la población rural de su distrito.

§ 139

El tercer principio debiera ser que las elecciones se verificasen en for­


ma de elecciones directas, sin grados intermedie«. . . En electo, es per­
fectamente antinatural que las personas elegidas tengan que actuar, a su
vez, como electoras. Lo primero, en toda buena elección, es poder repre­
sentarse cómo piensa y cómo obrará cl candidato elegido. Hasta el elector
más limitado puede juzgar, cn cierto modo, si tal o cual candidato obra­
rá y hablará razonablemente. No cn vano le ha visto actuar en la vida
privada y dentro de su localidad, conoce su carácter, sus relaciones per­
sonales, sus intereses. En cambio, no es tan fácil juzgar si la persona a
quien él, a su vez, elija, será la más indicada para desempeñar su función.
Esto, ni el más capaz y drcunspeao podría saberlo; en todo caso, sería in­
comparablemente más difícil acertar. En estas condiciones, la elección, si
2^ una o o N s rrru a Ó N por e s ta m e n t o s

ha de hacerse con cierto cuidado, presupone una doble reflexión; primero,


para saber sobre qué persona recaerá la elección del compromisario, juz­
gando por sus relaciones, ideas e intereses, y segundo para saber si la per­
sona elegida por él será o no un buen diputado.

I 140

Este razonamiento no puede escapar a nadie y convence a primera


vista. Por eso, los partidarios de las elecciones de segundo grado sólo ale­
gan, generalmente, dos razones: evitar asambleas electorales demasiado
numerosas y permitir al gobierno encauzar las elecciones según sus de­
seos, lo cual es más fácil siendo los electores en número más reducido.
Pero la dirección de las elecciones por el gd^ierno, a menos que tenga
como finalidad evitar las intrigas de los funcionarios para desorientar a
los electores, constituye siempre algo poco recomendable, de que todo
gobierno fuerte y equitativo debe abstenerse. Aunque se ha^ con la
mayor prudencia, produce fácilmente resultados muy distintos de los ape­
tecidos, y si bien es cierto que hay que considerarlo como un mal ne­
cesario allí donde impera resueltamente el espíritu de partido, también
lo es que fomenta inevitablemente este espíritu...

5 HS
Creemos preferible la renovación total de la asamblea por estamentos
a la renovación parcial. Toda corporación oficial tiende fácilmente, con
el tiempo, a mezclar con las consideraciones del bien general ciertas
máximas unilaterales y su propia comodidad. Y, cuando se renueva par­
cialmente, la pequeña masa de diputadcB que se incorpora tropieza i^neral-
mente con dificultades para desplazar de su centro de gravedad a la masa
mayor que permanece. En vista de ello, opta por adaptarse o se limita a
sacudirla y empujarla sin otro resultado que una serie de escisiones y
conflictos inútiles.

§145

La reelegibilidad de los diputados, sin limitación alguna, es una nor­


ma que se comprende por sí misma y no necesita demostración.
MXMC»IA. SOBWE l A OONOTTUCIÓN BE PROSIA a^ I

I 146

Las eiccdoncs no deberán ser públicas. La operación clcct«al se halla


demasiado directamente relacionada con personalidades para que pueda
admitir más publicidad que la que supone el conocimiento previo de los
candidato y de su eficiencia o incapacidad y el hecho de que éstos, al
salir a escena, se exponen al juido público. Es cierto que en Inglaterra la
independencia de las elecciones correría muy grave riesgo si no se hallase
presente en ellas el pueblo elector. Pero, en nuestro país, este sistema
es de todo punto inaplicable. Su razón de ser reside en que allí se en-
firentan dos partidos definidos, el ministerial y la oposición, partidos que
se a>mbaten con tanto mayor descaro cuanto que saben que no tienen,
cn realidad, ni la intención ni el poder de destruirse. Y como el ministerio
puede disponer de medios de lucha muy conáderables, es neasario res­
tablecer el equilibrio poniendo a contribución todo lo que la opinión
pública puede representar y lo que su áierza puede conferir.
W D IC E G EN ER AL

Guillermo de Humboldt. N o ticia biográfica ............................................... 9

IN T R O D U C C IO N

Guillermo de Humboldt y el estado, por Sicgíricd K a c h k r ................... 19

TEXTOS

/. Sobre la Teoría General del Estado ....................................................... 77' i 54


Ideas sobre el régim en cotistitucional del estado sugeridas por
la nueva Constitución francesa (A g o sto de 1791) ................. 77
Ideas para un ensayo de determ inación de le» lím ites que cir-
cunscriben la acción dcl estado ................................................... 87

I. Introducción .......................................................................... 87

II. Consideraciones sobre el hom bre individual y los


fines últim os suprem os de su existencia .......... 94

u i. E ntram os en nuestra verdadera investigación. D i­


visión de la m ism a. E l estado vela por cl bienes­
tar positivo, especialm ente físico, de los ciudadanos 99

IV. E l estado velando por el bienestar negativo de los


ciudadanos, por su seguridad ................................. 121

V. £1 estado velando por la seguridad contra el ene­


m igo exterior ................................................................ 124

VI. E l estado velando por la seguridad de los ciudada­


nos entre sí. M edios para conseguir este fin
últim o. M edidas dirigidas a m oldear cl espíritu
y el carácter de los ciudadanos. Educación P ú ­
blica .................................................................................. 129
273
274 INDICE GENEUAL

IX. Se precisa m ás detalladam ente, en lo positivo, la fu n ­


ción dcl estado consistente en velar por la segu­
ridad. Se desarrolla cl concepto de seguridad , . 135

XV. Relación entre la teoría expuesta y los m edios nece­


sarios para m antener en pie el edificio dcl estado,
en general ..................................................................... 140

XVI. A plicación d e la teoría expuesta a la r e a lid a d .......... 144

II. Problemas de organización de la enseñanza............................... i 55- i 75

D e un “D ictam en sobre la organización de la com isión superior


de exám enes" (1809) ....................................................................... 155
.

D e un “ D ictam en de la sección de enseñanza y cultos” (1809) . 159


Sobre la organ ización interna y externa de los establecim ientos
científicos superiores en Berlín (1810) ................................... 1 %

¡U . Problemas constitucionales ..........................................................................

M em oria sobre la constitución alem ana (1813) ............................ 177

¡V . Prusia y Alemania ...................................................... 195-227

D e un dictam en “ Sobre la actitud de Prusia ante los asuntos de


la dieta federal” ................................................................................. 195

V . Sobre algunas reformas administrativas ............................................... 229-241

F ragm en to de un informe d irigid o al presidente von Schön


(F ebrero de 1825) ........................................................................... 229

VI. Una Constitución por estamentos ....................................... 243-271

M em oria sobre la Q )nstitución por estamentos de Prusia


(4 de febrero de 1819) ................................................................... 243
Bite libro se terminó de imprimir el día 2S
de muzo de 198} en los calieres de Edi-
w x , S. A.. Cille } núm. 9. Nauc»lp»a,
Bdo. de México. Se tiruon i 000 eiem>
plaies.

Esiuvo <!cuidada de Dankt C m 'o V ilkgm.

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