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LA ETNOEDUCACION NO ES UN PROCESO SINO UNA METAFORA.

(Sánchez, 1992) y (Crismatt, 2005) relatan que, en 1955, el periodista de


Montería José Santander Suarez Brango descubrió en una finca en Puerto
Nuevo, jurisdicción del municipio de San Pelayo, Córdoba, a un personaje de
pequeña estatura, facciones indígenas, harapiento y andariego, a quien las
gentes de la región conocían como el "Viejo Javie". Era nacido en Tuchin,
Córdoba, de la etnia indígena Zenú. Hasta ahí, la historia no tiene nada de
extraordinaria, como no fuera porque el llamado “viejo Javie” decía haber nacido
en 1789: ¡tendría 166 años para la época! Se llamaba Javier Pereira. La noticia
se extendió rápidamente por el país y el mundo. El periodista Suárez Brango se
convirtió en representante del llamado “hombre más viejo del mundo”, el cual fue
portada en todos los periódicos. Hombres de letras como el novelista Héctor
Rojas Erazo escribió en 1955 “Javier Pereira no es un hombre sino una
metáfora”. Correos de Colombia imprimió una estampilla como homenaje a
Pereira

y la organización americana “Aunque Usted no lo crea” de Ripley lo llevó a


Nueva York, en donde fue “mostrado al mundo por la prensa y la televisión
norteamericanas. Montado en un flamante Rolls Royce y rodeado de policías
motorizados, Javier Pereira fue la estrella un día en la Quinta Avenida al
recorrerla acompañado del ulular de las sirenas”. Y en una entrevista de la
televisión venezolana, cuando Santander Suárez lo presentaba y decía que: "yo
les traigo de Colombia un mensaje, les traigo a Javier Pereira quien acompañó
a Bolívar en la campaña emancipadora de América.", fue interrumpido por el
anciano, quien gritó al aire: "¡Así se habla, nojodaaaa!".

Javier Pereira murió en soledad y pobreza el 30 de marzo de 1958, debido a


insuficiencia cardíaca.

“No se preocupe, tome mucho café y fúmese un buen cigarro”, eran los consejos
de Javier Pereira para tener una larga vida como la suya.

Como Javier Pereira, las etnias indígenas de América se niegan a morir. Vistas
como “objetos de estudio” por algunos investigadores, como lo hizo en su
momento la organización Ripley con Pereira, o como oportunidad de negocio,
como vio el periodista Suarez Brango al “hombre más viejo del mundo” las
comunidades indígenas buscan su identidad a través de la Etnoeducación,
reconociéndose en sus ancestros y su cultura milenaria.

(Gros, 2012) precisa: “En Colombia la fragmentación lingüística es enorme y la


mitad de las 62 lenguas indígenas son habladas por menos de 1000 personas”
(p. 198). Muy pocas de estas culturas (lengua, costumbres, ritos, creencias)
tienden a conservarse, ante el paso avasallante de la “cultura occidental” que
deforesta, desplaza, deforma o desaparece a las otras culturas en contacto.

La Constitución política de Colombia (1991) manifiesta:

ARTICULO 7. El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de


la Nación colombiana.

ARTICULO 8. Es obligación del Estado y de las personas proteger las riquezas


culturales y naturales de la Nación.

Pese a las buenas intenciones de la carta magna, solo unas pocas etnias
mantienen su identidad cultural, se sienten orgullosas de sus raíces y se refieren
al resto de mestizaje colombiano como “sus hermanitos menores” tal como lo
hacen los Arhuacos y el pueblo Desana de la amazonia. Pocos se sienten
orgullosos de haber recibido, como lo manifiesta Buchillet, citado por (Gros,
2012) “el poder de la memoria; los cantos, las ceremonias rituales, los
encantamientos para curar las enfermedades” (p. 201).

La pregunta oportuna seria: ¿Etnoeducación para qué? ¿Para mejorar la calidad


de vida de los pueblos indígenas? ¿Es que acaso la calidad de vida nuestra es
mejor que la de ellos? ¿Para qué se adapten a nuestra cultura perdiendo parte
de su identidad cultural? ¿Para que aprendan a convivir en un país “pluriétnico y
multicultural” como dice la Constitución Política?

El contacto con la cultura mestiza de Colombia ha contribuido a mejorar ciertas


condiciones de vida de los indígenas en muchos casos (salud, higiene,
alimentación, lucha por sus derechos y reivindicaciones) pero también ha
contribuido a acentuar en los indígenas rasgos que amenazan su cultura y su
vida social: alcoholismo, dependencia de la ayuda asistencialista del Estado,
desarraigo cultural y perdida de cohesión social al recibir otras escalas de valores
ajenas a su cultura como el individualismo y la preferencia por la tecnología, que
destruyen sus valores ancestrales de solidaridad, respeto por la familia y amor
al trabajo.

En (El Espectador, 2010), informa que, en Bogotá, Colombia, es capturado un


hombre muy peligroso para las comunidades indígenas Wayuu de la Guajira y el
Zulia venezolano, alias Pablo. Un grupo de mujeres Wayuu viaja de Maracaibo,
Venezuela, a Bogotá para averiguar con el capturado, en donde están los
cuerpos de sus familiares. ““Para nosotros los muertos son sagrados. Tenemos
el compromiso de acompañar sus espíritus a la segunda vida, después del mar,
al paraíso del rencuentro, al Jepirra. Por eso queremos saber dónde están los
cuerpos de Reina y de Diana para enterrarlas y que por fin descansen en paz”,
dice una de las indígenas Wayuu. Reina Fince Pushaina, de 13 años, y Diana
Fince Uriana, de 40 años, fueron asesinadas, torturadas y desaparecidas el 18
de abril de 2004 en Bahía Portete (La Guajira).
El capturado y autor de la masacre también es un indígena Wayuu. Es decir, que
algunos Wayuu también aprendieron de los blancos, a los que llaman “arijunas”
a cometer masacres y desapariciones contra su mismo pueblo.

Siguiendo con nuestros interrogantes, si la lengua es uno de los principales


patrones que identifican y mantienen la identidad cultural de un pueblo, ¿para
que deberían los indígenas aprender el español primero que su propia lengua?

¿Es posible que varias culturas convivan simultáneamente, sin que una avasalle
a la otra o termina influenciándola, como en el caso de los resguardos indígenas
en Suba, en donde los jóvenes indígenas forman parte de las barras bravas de
Santafé y Millonarios, y se pierden en los vicios de la drogadicción, las pandillas
y el alcoholismo? ¿Son acaso las “interferencias fonológicas, gramaticales y de
léxico” las únicas interferencias al convivir dos o más culturas?

El proyecto de Etnoeducación no se vuelve entonces solo una “paradoja” como


la vida del indígena Javier Pereira, que tuvo al final un breve reconocimiento,
pero por su resistencia a desaparecer, para al final ser explotado, mostrado como
objeto raro y condenado a morir en el olvido en el asilo de Montería.

“Cobre, no jodaaa¡” decía Javier Pereira al periodista Santander Suarez Brango,


cuando le tomaban una foto.

Bibliografía.

Crismatt, C. (2005). Javier Pereira. Recuperado el 26 de agosto de 2019, de


http://monteriasiglo20.tripod.com/javier_pereira.html

El Espectador. (17 de Noviembre de 2010). Dónde están nuestros desaparecidos wayuu. El


Espectador. Recuperado el 26 de Agosto de 2019, de
https://www.elespectador.com/impreso/judicial/articuloimpreso-235406-donde-
estan-nuestros-desaparecidos-wayuu

Gros, C. (2012). Políticas de la etnicidad. Bogotá: ICANH.

Sánchez, A. (3 de Noviembre de 1992). 40 años escritos a pluma limpia. El Tiempo. Obtenido


de https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-234520

Ensayo por EMILSON ORTIZ ROJAS.

MAESTRIA EN EDUCACION SUE CARIBE UNICORDOBA.


Identificador ORCID 0000-0002-1632-8743

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