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Fronteiras Literárias na América Latina

(Des)apegos identitarios.
Literatura, nación y género-sexual en la
narrativa de mujeres sudamericanas
de mediados del siglo XIX1
Alicia Salomone y Carol Arcos2

Resumen

Este trabajo tiene por objetivo explorar cómo se problematiza


el vínculo entre literatura, nación y género-sexual a través del
análisis de la narrativa de tres escritoras latinoamericanas, todas
ellas de orientación liberal, como son la chilena Rosario Orrego
de Uribe (1834-1879), la argentino-brasileña Juana Manso de
Noronha (1819-1875), y la argentino-peruana Juana Manuela
Gorriti (1818-1896). El corpus textual de análisis está conforma-
do por dos novelas y algunos cuentos de estas escritoras, donde
queremos pesquisar, particularmente, el lugar que ocupan los
discursos amorosos y el erotismo, dando cuenta de cómo estos
relatos funcionan alegóricamente en contextos políticos altamente
conflictivos. Postulamos, asimismo, que estas narraciones estable-
cen concordancias, inflexiones y desplazamientos respecto de los
discursos románticos canónicos en Sudamérica, trabajando desde
una textualidad habitada por el lenguaje del amor y poniendo su
atención en ciertas zonas que los discursos canónicos suelen ex-
cluir, en particular, el rol de las mujeres y los sectores populares,
así como el papel potencialmente desestabilizador del deseo dentro
de las narraciones.
1 Trabajo realizado en el marco del Proy. Fondecyt 1110108, que dirige la Dra. Darcie Doll (U.
de Chile).
2 Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos, Universidad de Chile.

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Palabras clave: literatura de mujeres; romances nacionales;


romanticismo latinoamericano; nacionalismo; discurso amoroso

Abstract

This paper aims to explore the relationship between lite-


rature, nation and gender through the analysis of the narrative
produced by three Latin American female writers, all liberal orien-
tation, such as the Chilean Rosario Orrego de Uribe (1834-1879),
the Argentine-Brazilian Juana Manso de Noronha (1819-1875),
and the Argentine-Peruvian Juana Manuela Gorriti (1818-1896).
The textual corpus of this analysis consists of two novels and
some stories by these female writers, where we want to investigate
specially the role of erotic discourses, observing how the loving
stories work allegorically in highly conflict political contexts.
We postulate also that these narratives establish concordances,
inflections and movements in respect to canonical romantic dis-
courses in South America, using a language of love and putting
attention on some aspects excluded by canonical discourses; in
particular, the social relevance of women and popular classes as
well as the disrupting potencies of desire both in these stories
and in national narratives.

Keywords: Women’s Literature; National Romances; Latin Ameri-


can Romanticism; Nationalism; Discourse of love.

1. Introducción

Desde hace más de dos décadas, la crítica feminista viene


reflexionando acerca de la relación conflictiva que tienen las
mujeres letradas latinoamericanas con los debates nacionalistas
en el período post-independentista. Reducidas al papel doméstico
de madres republicanas, como nos advierte Mary Louise Pratt
(1990), las mujeres no fueron convocadas a imaginar la comunidad
nacional naciente, ni a pensarse a sí mismas como sujetos activos

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en dicho proceso. No obstante, su inevitable involucramiento en


las guerras por la independencia, así como diversas iniciativas
impulsadas por mujeres ilustradas, tales como la organización de
tertulias y salones, así como la lectura de libros y la escritura de
cartas, diarios u otros textos, abrieron espacios para la constitu-
ción de autorías que eclosionarían en distintas regiones durante
el período romántico. Así, entre las décadas de 1830 y 1870, un
número significativo de escritoras, apelando a distintos géneros
discursivos, ficcionales y no ficcionales, íntimos y públicos, desa-
fiaron los códigos que limitaban la participación de mujeres en
el espacio público e intervinieron con su escritura en los debates
sobre la consolidación de los Estados nacionales.
Desde estos ejes se sitúa el trabajo que proponemos, el que
tiene por objetivo observar cómo se problematiza el vínculo entre
literatura, nación y género-sexual en la narrativa de tres escrito-
ras latinoamericanas del romanticismo, todas ellas de orientación
liberal, como son la chilena Rosario Orrego de Uribe, la argentino-
brasileña Juana Manso de Noronha y la argentino-peruana Juana
Manuela Gorriti. Nos interesa, en particular, pesquisar el lugar que
ocupan los discursos amorosos y el erotismo en sus relatos, dando
cuenta de cómo funcionan alegóricamente en contextos políticos
altamente conflictivos. Así, postulamos que estas narraciones
establecen concordancias, inflexiones y desplazamientos respecto
de los discursos románticos canónicos en Sudamérica, trabajando
desde una textualidad habitada por el lenguaje del amor.3

2. Romanticismo liberal en aguas conservadoras:


Chile y el Río de la Plata, 1830-1860

La coyuntura en que se produjo la irrupción de las escritoras


románticas fue especialmente compleja, y es probable que esa
misma condición brindara oportunidades para una imprevista
enunciante femenina, justificando o tolerando su presencia desde
argumentos relacionados con la necesidad de armonizar y/o mo-
3 Cfr. Doris Sommer (2004, 2007, 2010) respecto de sus análisis sobre la relación entre la novela
romántica y la construcción de nación en el siglo XIX latinoamericano.

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ralizar a sociedades en crisis. Lo cierto es que, una vez concluida


la lucha independentista, el escenario hispanoamericano no podía
ser más desalentador (Halperín, 1970). No solo las expectativas
de prosperidad económica que auguraban las políticas librecam-
bistas de los nuevos gobiernos se vieron postergadas, dado el
escaso interés internacional en los productos locales, sino que
la sustitución del antiguo régimen colonial por un nuevo orden
político legitimado se revelaba más difícil de lo imaginado por
los líderes revolucionarios. Agotadas por la contienda, las élites
ilustradas perdieron poder ante las oligarquías de la tierra, y a
su vez los nuevos sectores dominantes no solo se mostraron in-
capaces de unificar los territorios de las antiguas colonias, sino
que se enfrentaron por sus disímiles visiones políticas e intereses
regionales. Tampoco estuvieron ausentes los conflictos entre pa-
íses, sean entre las nuevas naciones o entre ellas y otras potencias
que eventualmente buscaron intervenir en la región.
Al igual que Brasil, Chile escapó un poco a este panorama,
no solo porque la generalizada decadencia económica afectó a esta
región menos que a otras, sino porque la fracción conservadora de
la élite logró conformar una alianza exitosa que, tras imponerse
por las armas a los sectores liberales (Batalla de Lircay, 1830),
estableció un sistema político estable que fue dirigido de manera
férrea por el ministro Diego Portales. El proceso que se inauguró
entonces, respaldado por la Constitución de 1833 y llamado más
tarde como la República Conservadora, se extendió sin mayores
cambios hasta comienzos de la década de 1860, si bien presentó
fuertes contrastes en su interior. Pues, si por un lado se afirmaba
una institucionalidad conservadora que resistía toda expresión
de disidencia política tanto al interior de la élite como desde los
grupos subalternos, por otro, este mismo régimen incorporaba
ciertas innovaciones liberalizadoras en el plano cultural que se
sostuvieron fundamentalmente en la labor del intelectual liberal
Andrés Bello. Entre ellas, destacan la elaboración de una Gramática
de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (1847), la
aprobación del Código Civil (1855) y la creación de la Universi-
dad de Chile (1842), ideada como la institución que debía regir de

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ahí en más el rumbo educativo y cultural del país. Así, desde esta
articulación particular entre conservadurismo y liberalismo que
fue propia del régimen portaliano, el autoritarismo estatal pudo
compatibilizarse, hasta cierto punto, con la aparición de periódicos
y la llegada de viajeros y de libros. Asimismo, con la creación de
ámbitos que, como la Universidad de Chile o la Sociedad Literaria
de 1842, gestaron un incipiente campo cultural donde los escri-
tores transitaron desde una estética neoclásica a otra romántica,
asumiendo una conciencia de libertad política y de la necesidad de
afirmar una independencia cultural frente a la antigua metrópoli.
Una orientación que, como sugiere Vanni Blengino (2010), tomó
forma en la plasmación de un programa de americanismo literario.
Frente a la rígida estabilidad de Chile, que era alabada por
los liberales argentinos exiliados, como Domingo F. Sarmiento,
Juan B. Alberdi y Vicente F. López, la situación del Río de la Pla-
ta contrastaba por la intensa tensión política. Por una parte, las
élites locales nunca llegaron a acuerdos sobre el sistema político
que debía adoptar el país; por otra, subyacían tensiones originadas
en intereses materiales difíciles de compatibilizar. En este marco,
a partir de 1820 se fueron conformando los bandos que prota-
gonizarían el conflicto en las décadas siguientes: de un lado, los
unitarios, partidarios de un sistema liberal centralizado; y del otro,
los federales, que defendían la autonomía de las provincias y su
injerencia en el manejo del Estado, pero que divergían en lo econó-
mico (proteccionistas/librecambistas). Luego del fracasado intento
del presidente B. Rivadavia por organizar un Estado centralizado,
el país volvió a fragmentarse y el vacío de poder fue aprovechado
por el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Juan Manuel
de Rosas, quien desde 1830 articuló una estrategia que le daría
preeminencia nacional hasta su caída en 1852. Apoyado por un
“Partido del Orden” tras el cual se alinearon los terratenientes
porteños, su régimen se caracterizó no solo por ser políticamente
conservador, sino por el apoyo que tuvo de los sectores populares,
los que constituyeron una útil masa de maniobra en sus acciones
contra los opositores. Así, amparado en poderes extraordinarios,
Rosas desplegó una campaña represiva que alcanzó su momento

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culminante en 1840, cuando gran parte de los unitarios debieron


emprender el rumbo del exilio. Entre estos emigrados se contaban
no pocos miembros de la joven intelectualidad romántica (Gene-
ración del 37), quienes, al igual que sus pares chilenos, buscaban
delinear una nueva cultura nacional desde una literatura que tenía
como base los modelos del romanticismo europeo y, en particular,
del francés.
Fue en este contexto convulsionado por intensos debates
políticos y estéticos que ciertas escritoras decidieron asumir un
papel activo en el campo cultural, creado relatos que entregaban
sus propias perspectivas sobre los conflictos que atravesaban
sus países. El discurso que, en su calidad de “ángeles del hogar”,
asignaba a las mujeres un papel de moralizadoras y conciliadoras
amorosas de las tensiones privadas y públicas hizo admisible la
circulación de sus textos, pero ello no significó que las escritoras,
ni los sujetos textuales que construyeron en sus obras, se adap-
taran pasivamente a dicho mandato. Como intentaremos mostrar
en los análisis que siguen, estas narraciones no solo instalan dis-
cursos públicos, transgrediendo el mandato femenino del encierro
doméstico, sino que buscaron intervenir en los debates políticos,
tensionando las visiones hegemónicas desde una experiencia
genérico-sexual diferenciada.

3. El vicio o la virtud como opciones para la


construcción nacional: Alberto el Jugador, de
Rosario Orrego de Uribe

“Era una noche del mes de setiembre, de ese mes primaveral


de brisa tibia y aromática, de cielo puro y despejado; de ese mes
que aparece a nuestra vista coronado de flores y cruzando por
sobre una alfombra de verdura”. Así leían los lectores de la Revista
del Pacífico, en 1860, la primera entrega del folletín: “Alberto el
jugador, novela que parece historia”, publicada por Una Madre,
seudónimo con el que Rosario Orrego firmaba sus textos en la
prensa de Santiago y Valparaíso, por lo menos hasta la aparición
de ésta, su primera novela. Luego de aparecer por entregas, el

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texto fue publicado como libro en 1861 con un prólogo del escritor
peruano Ricardo Palma, quien lo definió como una novela realista,
halagando el estilo de la autora.4
Como sello general, la novela adopta el típico carácter ejem-
plarizante de las narrativas ilustradas. Su inicio y desenlace se
enmarcan en la celebración de Fiestas Patrias en un año indeter-
minado de la década de 1850, lo que convoca un haz de elementos
neoclásicos y románticos que ensalzan la formación republicana.
Ese tono que la ficción romántico-realista de Orrego comparte
con textos de autores coetáneos, en especial de Alberto Blest
Gana, deriva sin embargo hacia otro rumbo al iluminar el lugar
productivo, tanto en un sentido doméstico como ético-político,
que tienen las mujeres dentro de ese escenario social. Ello se ma-
nifiesta en la organización del relato, el que está habitado por un
conjunto de personajes femeninos que buscan y logran modelar
las costumbres de sus familias, desde lo cual apuntan a reedificar
no solo el ámbito privado sino también el nacional.
Alberto, el jugador cuenta la historia de un personaje ludó-
pata que ha implicado a varias familias de la élite santiaguina
en juegos de azar, atrayendo a diversos hombres hacia una vida
licenciosa que los apartaba de su doble misión como cabezas
de familia y ciudadanos respetables. Frente a ello, surge una
agencia femenina que se manifiesta en acciones de fuerte senti-
do moral, tramadas en torno a las historias de tres personajes:
Luisa Álvarez, Valentina Aramayo y, sobre todo, de Carmen
de Aramayo, en quien se concentra el grueso del conflicto
narrado. Lo particular de la novela es que los obstáculos que
se presentan para las personajes en relación con sus esposos,
novios y familia, no necesariamente son íntimos o individuales,
sino que responden más bien a un contexto social y público. En
la historia, ello se asocia con los vicios inducidos por Alberto,
los que encuentran eco en la corrupción de una sociedad san-
tiaguina que, adormilada bajo el modelo autoritario impuesto
por los gobernantes conservadores, ha olvidado los valores
4 El texto fue reeditado en 2001 por Patricia Rubio y, así, ha vuelto a estar en circulación para el
público contemporáneo.

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republicanos soñados por líderes de la Independencia y se ve


carcomida por el vicio privado y la corrupción pública.
Así, la abnegada Luisa debe salvar a su marido Enrique Mal-
donado cuando éste pierde toda su fortuna en casa de Alberto.
Por su parte, Valentina y Hermógenes ven frustrados sus planes
de matrimonio debido a que el padre de la joven la compromete
con Alberto para saldar sus deudas; una entrega a la cual ella se
resiste con ayuda de su madre Carmen. En cuanto a Carmen y
Alberto, el conflicto se desata por la venganza de éste ante un
amor no correspondido, la que lo induce a cometer actos altamente
reprochables que, sin embargo, no llegan a buen puerto, dada la
inteligencia y rectitud de Carmen. Al final del relato, por otra parte,
se revela que ella y Alberto son medio-hermanos, al aparecer éste
como el hijo guacho del padre de Carmen. Desde este condición,
entonces, sus actitudes pueden ser asociadas a esa ilegitimidad,
que es muy descalificada entre la élite chilena, y desde la cual
también se explican los hábitos de nuevo rico y el mal gusto del
acaudalado Alberto.
La novela se estructura en dos partes, la primera, centrada
en la desdicha de las familias atrapadas en las redes del jugador; y
la segunda, marcada por la aparición en escena de Rudecindo San
Román, personaje que fue engañado por Alberto en México, quien
pone en movimiento las acciones que lo descubren y lo llevan con
destino a Lima, donde acabará sus días (“blasfemado contra el cielo,
se ocultó en la oscuridad, arrastrándose hasta en las más inmundas
tabernas”). En términos simbólicos, y desde la perspectiva abur-
guesada y productivista que se expone en la novela, Alberto es el
villano que personifica esa sociedad oligárquica que se ha vuelto
inoperante para el progreso nacional. Pues, lo que la narración le
reprocha a esa élite es, sobre todo, su relajamiento moral, expre-
sado en los vicios que desde el interior doméstico atentan contra
la ética republicana. En ese contexto, serán personajes femeninos
los que, poniendo en juego el amor maternal y familiar, recupera-
rán los ideales y la virtud cívica, redirigiendo a los hombres hacia
un destino nacional productivo. De modo consecuente, solo los
personajes masculinos que tienen a su lado a mujeres virtuosas

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logran ser redimidos, lo que no ocurre con Alberto, quien no solo


carece de esa contraparte sino que, además, ha experimentado una
pasión inadmisible al enamorarse de su hermana Carmen.
En el desenlace de la novela, Alberto es condenado por las
leyes civiles y divinas, lo que, desde un discurso donde confluyen
el liberalismo y una cosmovisión católica, enlaza la historia de las
parejas con un relato sobre el deber-ser ciudadano. De este modo,
una narración que inicialmente parece ajustarse a una trama senti-
mental, evoluciona hacia el intento de ordenar la ética y la política
republicana en el sentido que se aspira para la nación. A través de
ella, es posible dar curso al discurso de una elite liberal, deseosa de
modernizarse y progresar, pero que también intenta conservar su
hegemonía frente a advenedizos de dudoso origen y cuestionable
moral. Así, temas como la sexualidad, el amor y los sentimientos
se vuelven, entonces, un suelo fértil para configurar didácticamente
discursos sobre la patria y para referir alegóricamente las tensiones
que conflictúan a la élite chilena post-portaliana.

4. Una armonía nacional imaginada: elites,


mujeres y pueblo en Los misterios del Plata, de
Juana Manso de Noronha5

Los misterios del Plata. Episodios históricos de la época de Rosas,


de Juana Manso de Noronha, escritora argentina exiliada en Rio
de Janeiro, apareció por entregas en 1846 en el folletín de O Jor-
nal das Senhoras, del cual Manso era directora. Fue editado como
libro en Buenos Aires en 1855 y solo recientemente ha vuelto a
ser accesible al público a través de una publicación electrónica y
de la reedición del libro en 2012. Como sugiere su título, y ex-
plícita la introducción autorial, se trata de un relato que se liga
intertextualmente con el folletín popular Los misterios de París,
que Eugène Sue había publicado pocos años antes. Sin embargo,
a diferencia de éste, el texto no se centra en la resolución de enig-

5 Juana Manso (1819-1875) emigró con su familia desde Buenos Aires a Montevideo en 1839 y
de allí a Río de Janeiro en 1842, donde permaneció por diez años. Tras la muerte de su padre y
el abandono de su marido, y una vez que caído el régimen rosista, ella retornó a Buenos Aires
donde continuó sus labores como escritora, periodista y educadora.

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mas familiares o la descripción de miserias sociales, sino que se


encamina hacia la búsqueda de una explicación racional para el
enigma de un país desgarrado por luchas civiles, cuya dinámica se
juzga incomprensible desde parámetros civilizados. Casi al mismo
tiempo en que Sarmiento reclamaba desde su Facundo (1845) el
retorno del fantasma del caudillo muerto para dilucidar los dramas
argentinos, Manso intenta develar esos mismos misterios a través
de su novela. Para ello reconstruye ficcionalizadamente ciertos
hechos verídicos (la captura y fuga de un opositor a Rosas, ocur-
rida en 1842) y complementa el relato con diversas digresiones de
carácter autorial que refuerzan la perspectiva ideológica del texto.
Los misterios… es una novela programada para intervenir
discursivamente en el enfrentamiento contra Rosas y en la elabo-
ración de un programa de reconstrucción nacional de signo liberal,
al igual que las producciones de Domingo F. Sarmiento, José Már-
mol o E. Echeverría. La novela de Manso, sin embargo, establece
diferencias con estos otros textos, al menos, en dos aspectos. Por
un lado, en el cuestionamiento del papel subalterno asignado a
las mujeres en el discurso nacionalista; lo que se traduce en la
construcción del personaje femenino (Adelaida), cuyas acciones
logran alterar el curso de la trama y el destino al que parecían
dirigirse los hechos narrados. Por otro lado, también difiere en
el tratamiento de los sujetos populares, cuyas costumbres e ideas
tradicionales son interpretadas de forma más comprensiva de cómo
se muestran en las proposiciones sarmientinas, y cuya capacidad
o potencialidad raciocinante aparece destacada en el relato, lo que
generalmente no ocurre en los discursos liberales de la época.
La novela se estructura en dos partes, la primera de las cuales
centra su acción en la zona rural, donde los gauchos reproducen
costumbres ancestrales en un aislamiento que les impide entender
la complejidad de los eventos políticos. En este espacio, los habi-
tantes se encuentran subordinados al Juez de Paz, quien a su vez
está bajo las órdenes del Gobernador Juan Manuel de Rosas, y en
virtud de esos poderes materiales y simbólicos, los hombres de la
campaña se harán cómplices de la traición y captura del unitario
Valentín de Avellaneda. Dentro de esta escena, donde los gauchos

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son descritos de un modo genérico se recorta, sin embargo, un


individuo: el joven gaucho Miguel, huérfano y criado en el desierto,
quien en un comienzo colabora con el Juez de Paz, pero que, en
virtud de su integridad moral e inteligencia, progresivamente se
va distanciando de él hasta convertirse en aliado de los fugitivos.
Se trata de un personaje clave, no solo por su importancia en la
trama sino también por su capacidad para transformarse a sí mismo
a partir de los diálogos que mantiene con Simón, un veterano de
las guerras de la Independencia y decidido unitario, quien logra
convencerlo de oponerse al poder despótico de Rosas. La conver-
sión de Miguel es un hito dentro de la novela, pues expone una
alternativa que no parecía disponible en la realidad, pero que se
hace verosímil en el relato, al posibilitar el alumbramiento de un
nuevo pacto nacional, dirigido por las élites modernizantes, en el
que el pueblo podría ser incorporado.
La segunda parte de la novela tiene por escenario la ciudad
de Buenos Aires, lugar al que Valentín Avellaneda es llevado y
donde lo aguarda una muerte previsible, la que, sin embargo, logra
evitarse mediante la intervención decidida y lúcida de su abnegada
esposa, quien plantea y ejecuta una fuga exitosa con la ayuda de
sus redes familiares. La ciudad se muestra aquí como un escenario
heterogéneo y conflictivo, en el que Rosas tiene un poder abso-
luto que ejerce con la ayuda de sus cómplices: su hija Manuela6,
los miembros de Sociedad Popular Restauradora (la Mashorca),
los bufones tras los cuales se encubre, e incluso el pueblo, que es
representado como una plebe adulada, desenfrenada y ciegamente
adicta. En el esquema dualista que propone el relato, frente a este
conglomerado barbárico, contrastan los unitarios, personajes que
se muestran como sujetos que no encajan con el entorno, dada
su actitud altiva frente a Rosas y sus seguidores, y porque sus
actuaciones responden a patrones morales superiores que no tie-
nen legitimidad en ese contexto. Definidos desde el modelo del
héroe romántico, personajes como Valentín de Avellaneda y otros
semejantes, son retratados como héroes trágicos que afrontan
6 Es significativo que, en esta novela, la figura de Manuela Rosas no aparece retratada con los
rasgos de heroína romántica (la hija sometida a un padre cruel) que suele adoptar en los relatos
de José Mármol u otros escritores.

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su destino, anteponiendo la libertad de la patria a la propia vida.


Frente a este tipo de hombre entregado, sin embargo, contrasta
la figura de Adelaida, esa mujer que, si bien articula poco discurso
en el relato, es caracterizada como una persona de temple activo
y pensamiento estratégico, cuyas acciones logran eludir las ma-
quinaciones del dictador. Así, no solo logra salvar a su esposo
sino también al hijo de ambos, Adolfo, quien es designado en el
relato como el sujeto destinado a llevar a la práctica, cuando las
condiciones lo permitan, los ideales que su padre representa y que
su madre debe inculcarle.
En definitiva, esta novela establece los parámetros para ima-
ginar una nueva armonía social, señalando la necesidad de definir
nuevas alianzas nacionales desde las zonas de exclusión: a saber,
las mujeres y los sectores populares. Pues, como parece sugerirnos
la novela, si las élites liberales no logran disputar al rosismo la
hegemonía sobre el bajo pueblo, la única alternativa que quedará
será el enfrentamiento, no solo político sino también social, o peor
aun, el exterminio de amplias poblaciones. Esta no parece ser, sin
embargo, la opción que propone el relato de Manso, empeñado en
evidenciar el potencial modernizante de las mujeres y las masas
populares. Pues, como expone la narración a través de las vivencias
del gaucho Miguel, estos sectores podían ser conducidos, por la
vía de la educación y el diálogo racional, hacia un nuevo contrato
social basado en los principios de la libertad, en el que no resulten
conculcados ciertos valores positivos que subyacen en la identidad
de la cultura popular tradicional:

[Miguel] Era un hombre de campo, sin instrucción ni


trato alguno con la gente;
[…] Un hombre de esta clase, no podía comprender de
un golpe que las
opiniones políticas de un individuo no pueden jamás ser
delitos de muerte. No
podía comprender que el hombre tiene derechos sagrados
de propiedad y de
seguridad individual, que solo son atropellados por los
tiranos. Prefiriendo ser

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un pobre gaucho sin acomodo, a ser un buen y prevenido


peón, Miguel
posponía los bienes transitorios de la existencia a la so-
beranía absoluta de sus
acciones. Esta libertad de sí mismo, esta materialidad de
la idea libertad él la
comprendía y amaba con pasión, pero había aún alguna
distancia para que
llegase a comprender la libertad intelectual, y lo que vale
el albedrío de cada
hombre. Habiendo visto solo de lejos la sociedad, tampoco
podía saber qué
pactos son los que la ligan, ni lo que los hombres se deben
entre sí
recíprocamente. Por vez primera confusas ideas de todo
esto se agolpaban en
su mente que él no podía ni descifrar ni ver con su verda-
dera luz (Cap. XI, 4-5).

5. El deseo del Otro en los cuentos antirrosistas


de Juana Manuela Gorriti7

Como afirma Graciela Batticuore (2005, 288 y ss.), gran parte


de la narrativa de Juana Manuela Gorriti se mueve dentro de una
“zona patria” de ímpetu romántico, desplegándose primero como
una reescritura de experiencias autobiográficas de la infancia y
la adultez en el exilio, para adoptar luego una modalidad más fic-
cional. Por nuestra parte, nos interesa detenernos en esta última
sección de su obra, particularmente en sus ficciones antirrosistas,
para observar cómo algunas de estas narraciones, desde una es-
tética tenebrista que juega con lo fantástico, onírico y noctural,
hacen ingresar en la escritura un deseo erótico que tensiona las

7 Juana Manuela Gorriti tempranamente se vio involucrada en las luchas civiles argentinas. En
1831 debió partir a Bolivia, exiliada junto a su familia, huyendo de la persecución de Juan
Facundo Quiroga. Luego de un matrimonio fracasado con Manuel Isidoro Belzú, y habiendo
iniciado ya una carrera literaria, se trasladó a Lima donde fundó escuelas y tuvo un salón en
el que se formaron figuras relevantes de las letras, como Ricardo Palma y Mercedes Cabello
de Carbonera. Desde mediados de la década de 1850, Gorriti escribió para revistas peruanas y
argentinas, tanto cuentos como novelas que fueron publicadas por entregas, y en 1865 apareció
en Buenos Aires el volumen Sueños y realidades, que contiene diversas narraciones de carácter
histórico, entre las que se cuentan cuya temática se centra en el enfrentamiento entre unitarios
y federales.

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oposiciones ideológicas propias de la narrativa de la época (unita-


rismo/rosismo; civilización/ barbarie; Bien/Mal). Desde nuestra
perspectiva, a través de esas estrategias, la narrativa de Gorriti
desestabiliza es convergencia entre deseo erótico y deseo nacional
que, como explica D. Sommer, se produce en la mayoría de los
romances nacionales latinoamericanos (2010:647).
Esta operación es la que observamos en los cuentos ti-
tulados “El guante negro” y “El lucero del manantial”, que
Gorriti publica en la prensa de Lima a mediados de la década
de 1850 (Berg) y recoge en el libro Sueños y realidades, apa-
recido en Buenos Aires en 1865. Estos textos, como sugiere
Batticuore, establecen un diálogo intertextual con Amalia, el
romance canónico de José Mármol, pero difieren en tanto las
parejas románticas que presentan, por pertenecer a bandos
enfrentados, no constituyen parejas políticas. Ahora bien, sobre
esta diferencia inconciliable entre amor y lealtad se sobrepone,
asimismo, la presencia de un deseo que está atravesado por la
sombra de la perversidad y/o lo moralmente inaceptable, lo
que hace a estas relaciones inviables e improductivas, tanto en
el sentido conyugal como nacional.
Para dar forma a este universo ficcional, Gorriti no solo recur-
re a una estética que traspasa el registro representacional realista,
sino que construye personajes psicológicamente complejos que
traslucen contradicciones morales y emocionales que difuminan los
límites establecidos, sea entre unitarios y federales, entre lo civili-
zado y lo bárbaro o, en última instancia, entre lo bueno y lo malo.
Por otra parte, esos personajes tampoco subliman el erotismo,
enmascarándolo mediante lágrimas o gestos simbólicos, sino que
lo expresan de forma más humanizada, poniendo en juego cuerpos
y deseos, y evidenciando, asimismo, la relación que se anuda entre
el deseo y el poder. De este modo, la problemática del erotismo
también se extiende hacia el ejercicio del poder político, el que,
en estos textos, no solo opera mediante la fuerza sino también a
través de una seducción que lo torna atractivo y se entrama con
la vida de los personajes.

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En los cuentos analizados, esa seducción erótico-política se


proyecta en la ficcionalización de las figuras de Juan Manuel Ro-
sas y su hija Manuela, quienes se convierten en objetos y sujetos
de un deseo perverso al corporizar una barbarie que se ha vuelto
apetecible en el mundo narrado. Esto es lo que ocurre, por ejemplo,
con María, la protagonista del cuento “El lucero del manantial”,
hija de un militar unitario que custodia la frontera contra los in-
dios, quien en un sueño anticipa su encuentro con un hombre que
la atrae intensamente y la seduce de un modo cruel y perverso
(“sonriendo diabólicamente rasgola el pecho y la arrancó el cora-
zón, que arrojó palpitante en tierra para partirlo con su puñal”, p.
170). Así, frente a un joven y hermoso Juan Manuel, ella no puede
resistirse a esta experiencia que resulta impropia tanto por su
connotación moral como política, y de la que se derivará un hijo
ilegítimo como el posterior abandono de que es objeto la joven.
A pesar de que, con los años, ella logra rearmar su vida junto a
su hijo y un esposo honorable, sin embargo, el sino tanático que
porta aquel deseo juvenil vuelve a arrastrarla hacia la fatalidad,
cuando Rosas mata con sus propias manos al hijo de ambos en
una escena que confirma la anticipación trágica que María había
tenido en su sueño.
En “El guante negro”, por su parte, es Manuela Rosas quien
se configura en objeto de deseo para Wenceslao, un joven federal
que además ama a Isabel, la hija de un veterano militar unitario.
La seducción que se pone en juego al inicio del relato circula por
medio de coqueteos y palabras, materializándose en un objeto que
Manuela le regala a Wenceslao y que él parece conservar consigo:
un guante negro que lleva el nombre de la hija del Restaurador. De
todas formas, esta relación que pareciera tan adecuada entre dos
jóvenes de la élite rosista, no logra fructiferar pues se ve interferida
por el amor genuino que Wenceslao siente por Isabel. No obstante,
pese a los esfuerzos de ambos, esta relación amorosa tampoco
puede afirmarse al quedar atrapada en las redes de un conflicto
político inescapable, que termina por separar a los amantes. Lo
particular de este relato, sin embargo, es que su desenlace está
marcado por la reaparición de la figura de Manuela Rosas, quien

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vuelve a la escena, no por sí misma sino metonímicamente repre-


sentada en su guante, para ejercer un poder fatal en lo que parece
ser una venganza tardía contra el joven que la había abandonado.
Así, en el final del relato, tras la batalla contra los unitarios en
la que muere Wenceslao, una Isabel enloquecida por el dolor de
tanta muerte encuentra el guante de Manuela, sugerentemente,
en el lugar del corazón del corazón que alguien le ha arrancado
a su amado. Un gesto que cita la figura del cuento anterior, en el
que Juan Manuel arrancaba el corazón de María.
A partir de lo dicho, podemos concluir que en estos relatos
de Gorriti el amor socialmente aceptable aparece desafiado por
un deseo ingobernable que conduce a la deslealtad y a la muerte,
resultando un terreno infecundo para forjar proyectos produc-
tivos en el sentido sexual, familiar y/o nacional. De este modo,
su tratamiento de la materia narrativa rosista no solo se aleja de
la escritura de sus pares contemporáneos, en la que de diversos
modos se busca la conciliación de los opuestos, sino que se ubica
en una zona donde la ficción (aparentemente) nacionalista termina
por desestabilizar las certezas depositadas en un futuro nacional
donde la felicidad de los amantes y la prosperidad nacional lograrí-
an converger. Abandonada esta confianza, los lectores se ven ante
una propuesta que no ofrece un modelo dicotómico acomodado a
sus expectativas, lo que necesariamente lleva a considerar la com-
plejidad de vínculo imaginario entre el amor romántico y la nación.

6. Conclusiones

A través de este texto quisimos explorar los desplazamien-


tos semánticos que las escritoras proponen frente a los relatos
hegemónicos de construcción nacional, configurados desde la
generación de escritores románticos sudamericanos. En este
sentido, nos pareció relevante destacar el modo en que estas nar-
rativas de hacen cargo de ciertas zonas de exclusión, que remiten
a sectores sociales que han sido excluidos del proyecto nacional
post-independensita y que, ya sea por motivos auténticos o es-
tratégicos, debieran ser considerados en la reformulación liberal

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Fronteiras Literárias na América Latina

de dichos diseños. Con sus diferencias, Orrego de Uribe, Manso


y Gorriti problematizan esta exclusión, destacando la primera el
papel que las mujeres pueden ejercer dentro de la república, ope-
rando activamente desde los hogares en el mantenimiento de la
ética republicana y los valores domésticos y públicos asociados a
ella. Es lo que expresa claramente el relato de Orrego, en el que
la estabilidad conservadora chilena, promovida desde el Estado
portaliano, lejos de representar un modo ideal de construir la
nación, parece el caldo de cultivo para una corrupción pública y
privada que atenta contra las bases de la república, y frente a la
cual se levanta una acción femenina que es idóneas para la rege-
neración hogareña y nacional. En el caso de Manso, junto con
iluminar, al igual que Orrego, el rol que les cabe a las mujeres en
dentro del proyecto nacional post-rosista, es significativo el modo
en que ella advierte la necesidad de producir una religación entre
las élites modernizantes y las masas populares; las que se habían
mostrado remisas a establecer compromisos con aquéllas y que,
por el contrario, habían volcado su apoyo a un caudillo conservador
y bárbaro como Juan Manuel de Rosas. Finalmente, en Gorriti,
quien produce sus ficciones desde una estética romántica más mar-
cada, no solo encontramos figuras femeninas que, en el contexto
de una sociedad desgarrada por crueles enfrentamientos, se ven
forzadas a dejar atrás la domesticidad canónica. En su caso, ello se
complejiza con la puesta en escena de un deseo que, cuestionando
las dicotomías que dieron sostén a aquellos conflictos, obligan a
repensar el diseño nacional desde otras bases.
A partir de estas lecturas, la pregunta que queda irresuelta
tiene que ver con el polo de la recepción y con la capacidad de los
respectivos contextos para permitir y asimilar los discursos que
estas escritoras emiten. Como explica, Graciela Batticuore en
relación a la Argentina, pero ello también es aplicable a Chile, a
partir de la década de 1860 los intelectuales liberales comienzan a
abrirse a la incorporación de las mujeres y sus discursos dentro del
espacio público, y ello explicaría, por ejemplo, la buena acogida de
que fue objeto la obra de autoras como Orrego de Uribe y Gorriti
(la de Manso lo fue en menor medida). Otra cosa, sin embargo,

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es que existieran las condiciones sociales requeridas para que sus


discursos contaran efectivamente dentro de los círculos de poder
que iniciarían la consolidación de los estados nacionales a partir
de dicha década, lo que efectivamente no ocurrió. En este marco,
no puede extrañar que estas producciones escriturales fueran le-
ída dominantemente en clave autobiográfica o anecdótica, por la
rareza que representaba su presencia en el espacio público, cuando
no descalificada (lo que en buena medida le sucede a Juana Man-
so), descartándose los aportes que aquellas pudieran representar
para el debate político en esa etapa crucial para los procesos de
consolidación nacional en las nuevas repúblicas sudamericanas.

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