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os procesos de reforma en materia procesal penal de la República Dominicana y

de los demás países latinoamericanos tienen un origen común: el Código Procesal


Penal tipo o modelo para Iberoamérica.

El ideólogo de esta normativa-modelo fue el eminente jurista Don Niceto Alcalá


Zamora y Castillo, quien llegó a América como exiliado de España en la época de
Franco. Este señor fue el primer presidente del Instituto Iberoamericano de
Derecho Procesal Penal.

El Código Modelo o Tipo, fue creado con el objetivo de fomentar la unificación


legislativa, a nivel iberoamericano. Sus estatutos fueron aprobados en las
primeras jornadas latinoamericanas de derecho procesal en el año 1957.

¿Qué motivó a este y otros juristas de prestigio como: Jorge Clariá Olmedo,
Alfredo Vélez Marizconde y Sebastián Soler, a la redacción de un código procesal
penal tipo?

La exposición de motivos de este cuerpo normativo nos da la respuesta. Algunos


de los motivos fueron culturales, así quedó plasmado en el código de referencia,
en el sentido de que:

“La uniformidad legislativa latinoamericana es una vieja aspiración de muchos


juristas de nuestro continente y porque, además, este fue el sueño de algunos
grandes hombres y fundadores de nuestros países o de nuestras sociedades
políticas”.

Estos juristas analizaron que los países de la región, además de compartir las
mismas problemáticas, antes indicadas, como consecuencia de la vigencia de los
sistemas de tipo inquisitivo o mixto, poseían cultura y forma de vida similar.

Otros motivos fueron de unidad política e integración económica, en el entendido


de que los pueblos latinoamericanos estaban sumidos en crisis estructurales, que
condicionaban toda perspectiva de desarrollo, por lo que constituían una amenaza
a las posibilidades de supervivencia.

De acuerdo con lo consagrado en el preámbulo de esta norma modelo, esta


unidad política e integración económica era considerada como el camino para
superar los graves conflictos sociales que afectaban nuestras naciones.

Esto, unido a un proceso de unidad legislativa, contribuiría además a reforzar


estos lazos políticos y económicos entre sí. De esta forma, elaborar un código-
modelo significaba la creación de un modelo institucional, un conjunto de
mecanismos aptos para solucionar conflictos sociales, de un modo pacífico y a
través de instituciones judiciales.
La cuestión radicaba en que un sistema procesal en el área penal- donde se
desarrollan los más complejos conflictos sociales- considerado ineficaz,
multiplicaba tales conflictos y, por ende, ahondaba las situaciones críticas. Esa era
la raíz del asunto, pues en nuestros países la justicia era considerada de
inoperante o ineficaz; esto dispone la exposición de motivos del código-tipo: “La
justicia penal ha funcionado como una caja negra, alejada del control popular y de
la transparencia democrática”. En consecuencia, las críticas más severas al
sistema de justicia procesal penal apuntaban: al apego al ritualismo antiguo y a
fórmulas de tipo inquisitivo: consideradas en la cultura universal como
“curiosidades históricas”:

Como consecuencia de lo antes dicho se presentaban situaciones que eran


características del sistema inquisitorio, donde los papeles y actas eran lo más
importante; donde las partes no estaban en igualdad de armas o condiciones.

Como ejemplo de esta situación en nuestro país lo constituía la actividad


desarrollada por el juez de Instrucción, quien a la vez que investigada las
imputaciones sometidas a su consideración, a través del denominado
“Requerimiento Introductivo” emitido por la fiscalía, era el encargado de validar
los méritos de su investigación, con la que se encontraba subjetivamente
comprometido, y emitir la correspondiente providencia calificativa al enviar el
“asunto” a juicio. Este procedimiento, no solamente violentaba el Principio de
Indelegabilidad o separación de funciones, contenido en la Constitución
dominicana, sino que vulneraba los derechos de las partes que habían de
intervenir en el proceso en el cual estos eran los principales protagonistas.

En consecuencia, se privaba al imputado y a su defensa de la oportunidad de


rebatir la pertinencia, materialidad y legalidad de los elementos recolectados por el
juez que tenía a su cargo la investigación, además de que relegaba a la víctima o
damnificado de su derecho a intervención activa en una etapa tan vital como la de
aportación de pruebas.

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