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Los Libros de mamá y papá

En el transcurso de nuestra vida aprendemos que no


sólo la escuela educa, sino también lo hacemos en la
casa. La familia es por excelencia la que forma a las
niñas y a los niños. Por ello es importante que los hábi-
tos, actitudes y valores que fomentemos diariamente en
nuestros hijos se enriquezcan para ayudarles a entender
y enfrentar mejor el mundo en que viven.

Los libros de Mamá y Papá fueron elaborados por pro-


fesionales y especialistas en los temas que tratan; asi-
mismo, se consideraron opiniones y sugerencias de
madres y padres de familia. Estos libros son parte de los
esfuerzos que la Secretaría de Educación Pública lleva
a cabo para poner en sus manos información que los
ayude a enriquecer los conocimientos y experiencias que
ustedes aplican todos los días en la educación de sus
hijas e hijos.

Las madres y los padres de familia, mediante su ense-


ñanza y ejemplo son los primeros responsables de la
formación de sus hijos, ya que influyen fuertemente en
la visión que éstos tienen del mundo.

La información que se ofrece en estas páginas busca


apoyar a las madres y a los padres en su gran responsa-
bilidad respecto a la educación de sus hijas e hijos.
Los Libros de mamá y papá
Este libro fue elaborado por el Centro de Cooperación Regional para la Edu-
cación de Adultos en América Latina y el Caribe (CREFAL).
ORDINACIÓN GENERAL Juan Francisco Millán Soberanes
ESPECIALISTAS Lizbeth Camacho González
EQUIPO PEDAGÓGICO Graciela Galindo Orozco, Bernardo Lagarde y Marcela Acle Tomasini
DIRECCIÓN DE ARTE Rafael López Castro
ORDINACIÓN EDITORIAL
Marta Covarrubias Newton
Y DISEÑO GRÁFICO
ILUSTRACIÓN María de Jesús López Castro
APOYO INSTITUCIONAL Lilian Álvarez Arellano, SEP / Carlos López Díaz, SEP

D. R. © Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en


América Latina y el Caribe, Pátzcuaro, Michoacán.
ISBN 968-5341-02-8
Impreso en México por la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos
en los talleres de Editorial Offset, S. A. de C. V.
Durazno 1 esq. Ejido, col, La Peritas, C. P. 16010,
Tepepan, Xochimilco, México, D. F.
Agosto de 2000.
I N D I C E
PARA EMPEZAR

1. VIDA EN FAMILIA

2. PARA DISFRUTAR LA VIDA

3. MÁS ALLÁ DE LA FAMILIA

4. TÚ, YO, NOSOTROS

5. CRECER ES JUGAR, GOZAR, DESCUBRIR

UN CAMINO POR RECORRER


P A R A E M P E Z A R

E n nuestras vidas enfrentamos y

resolvemos problemas, hacemos planes, tomamos decisiones y emprende-


mos proyectos; al hacerlo, algunas veces nos divertimos y otras nos preocu-
pamos. Los éxitos y fracasos que tenemos dependen en parte de la seguridad
y de la confianza en nosotros mismos; de lo que sabemos; del afecto que
recibimos y de los valores y capacidades que aprendemos por medio de las
experiencias que vivimos desde nuestra niñez.
Todo esto forma parte del equipaje que llevamos en el camino de la vida. Lo
empezamos a formar en nuestra infancia principalmente con el apoyo de nues-
tra madre y de nuestro padre, o de las personas que en sustitución de éstos se
ocuparon de nosotros, y siempre seguimos enriqueciéndolo.
Mamá y papá: ahora sus hijas y sus hijos ya están en la escuela. Han pasado
pocos años desde que llegaron a la familia. Durante ese tiempo ustedes los
han ayudado a desarrollar sus propias capacidades. No olviden que esto se
logra poco a poco y conforme a las características de cada quien. Por ello
cada uno de sus hijos necesita su ayuda y atención de diferente manera. Es
importante que ellos desarrollen sentimientos de confianza y seguridad, para
que se consideren personas valiosas y contribuyan activamente en los asun-
tos de su comunidad.
Aún parecen cercanos los días en que eran bebés, cuando intentaron sus pri-
meros pasos, palabras y juegos. ¿Recuerdan el primer día en que los llevaron
a clases? A partir de su entrada a la escuela el mundo se volvió más grande
para ellos, y cada día se enriquece con nuevos descubrimientos y experien-
cias. Ocupan su tiempo en entender el mundo y en prepararse para vivirlo.
Una de las formas en que lo hacen es mediante el juego. Por eso es importan-
te que le dediquen parte del día y que estén en contacto con otras personas,
con la naturaleza y con diversos objetos: libros, juguetes, papeles y colores;
con ello, además de jugar, desarrollan habilidades.
Para los niños y las niñas, jugar es una oportunidad para fortalecer su perso-
nalidad y aprender a vivir. Necesitan observar, conocer, comprender, repetir,
ensayar y aprender formas de convivencia con ancianos y adultos, así como
con jóvenes, niños y niñas de su misma edad. Poco a poco se reconocen en
sus cuerpos que crecen, y gradualmente adoptan comportamientos de hom-
bres o de mujeres.
Como padres y madres nuestra tarea es precisamente ayudarlos a entender
que hay reglas, normas y valores para convivir, como el respeto por uno
mismo y por los demás, la sinceridad y la honestidad, la amistad y el amor, la
solidaridad y el compromiso, la libertad y la igualdad entre todas las perso-
nas. En la preparación de nuestros niños y niñas tenemos la responsabilidad
de ayudarlos a descubrir los límites entre ellos y los demás, y a disfrutar sus
vidas.
Mamá y papá: este libro es una invitación a observar a sus hijas e hijos. Si
ustedes saben lo que pasa con sus emociones y con sus pensamientos, podrán
acompañarlos y motivarlos para que recorran satisfactoriamente su camino.
También es una oportunidad para que ustedes recuerden las anécdotas de su
infancia, y revisen sus errores y aciertos como padres de familia.
Nuestra propia vida, el cariño y el compromiso que asu-
mimos con las niñas y con los niños son los principales e
insustituibles recursos que tenemos para enfrentar nues-
tra tarea. Ojalá ustedes disfruten de este libro y encuen-
tren en él ideas útiles para educar mejor a sus hijos pe-
queños y en edad de asistir al jardín de niños y a la pri-
maria.
1. VIDA EN FAMILIA

Las familias
son diferentes
Los seres humanos nos relacionamos unos con otros. Tenemos necesidades
de alimentación y de cuidados que en nuestros primeros años son atendidas
por los adultos con quienes vivimos. También nos es indispensable comuni-
carnos con otras personas, ser aceptados y amados y saber que pertenecemos
a uno o varios grupos. Esto es importante para dar un significado y un valor
a nuestra vida, así como para saber que tenemos un lugar en el mundo. Todo
ello se obtiene inicialmente en la familia.
Una familia es un grupo de personas que tienen lazos de parentesco, costum-
bres y hábitos comunes. Cuando viven bajo un mismo techo, comparten for-
mas de entender el mundo, afectos, alegrías, tristezas, logros, fracasos, pre-
ocupaciones y recursos económicos, a la vez que tareas y responsabilidades
tales como:
dar alimento, vestido y cuidados a las personas, particularmente a
los menores, a los adultos mayores y a los miembros de la familia
con alguna discapacidad,

educar a los niños y a las niñas,

ayudar a que sus integrantes sientan seguridad, confianza,


tranquilidad y valor como seres humanos,

enseñar conceptos y prácticas que los ayudarán a ser hombre o ser


mujer, así como a relacionarse respetuosamente con todas las
personas, y

transformar o mantener las costumbres y los hábitos de la cultura


y de la sociedad a la que pertenece.
No todas las familias son iguales. Por ejem-
plo, en algunas hay papá, mamá e hijos, en
otras sólo mamá e hijos o papá e hijos;
también las hay con abuelos o tíos que vi-
ven en la misma casa. En algunas hay hijos
adoptados y en otras, hijos de alguno de los
miembros de la pareja, o parejas sin hijos.
Las familias son diferentes por las personas
que las forman y por las circunstancias pro-
pias de cada una. Así, al tiempo en que en
unas nacen los hijos, en otras se van o llegan
parientes, yernos o nueras. Las familias con hijas o hijos pequeños se orga-
nizan de distinta manera que aquellas en las que también hay adolescentes,
jóvenes, abuelos y abuelas o personas con alguna discapacidad. Cualquier
familia puede pasar por situaciones penosas o difíciles que alteran su vida:
un divorcio, una enfermedad o una muerte.
Las circunstancias en que se desenvuelve una familia influyen de manera
muy importante en la formación de sus integrantes. Pero lo más decisivo son
las conductas y pautas que ustedes se marquen para cumplir con las respon-
sabilidades que tienen con sus hijos.
La educación ayuda a sobreponerse a las condiciones materiales del medio.
Prepararse como padres y asegurar la educación de sus hijos impulsará el
desarrollo de su familia.

Comprender cada uno de los momentos y situaciones por


los que pasa la mayoría de las familias, nos ayuda a ex-
presar lo que sentimos y pensamos en forma constructiva
y a establecer relaciones amorosas, equitativas y respe-
tuosas que puedan contribuir a resolver nuestros proble-
mas.
Todas las familias requieren en algún momento hacer ajustes y adaptarse a
las nuevas demandas, cambiar sus formas de relación, o bien organizar la
participación de las generaciones que conviven en ellas.

De las experiencias que ustedes vivieron


¿Cuáles conviene transmitir a la familia que están formando? ¿Se
acuerdan cómo iniciaron su familia?
¿Cómo es su familia ahora?

En familia
aprendemos
a vivir
Para algunas familias la vida puede ser más complicada que para otras. Mien-
tras que en unas los problemas se resuelven con facilidad, y por lo general las
relaciones son más tranquilas, respetuosas y armoniosas, en otras hay mayor
dificultad para resolver sus necesidades o comunicar sus ideas y deseos. En
estas familias no se sabe o no se puede expresar el afecto y el apoyo hacia los
otros; con frecuencia las personas se enojan, se pelean y se alejan; les cuesta
trabajo aceptar sus diferencias y adaptarse a sus cambios, y la convivencia se
hace más difícil.

Cada familia tiene su propia historia, y en ésta las perso-


nas aprenden maneras de actuar y de relacionarse.
«Soy el tercero de seis hi-
jos. En ocasiones fue di-
vertido convivir con mis
tres hermanos y mis dos
hermanas. En otras, fue
difícil.
Nuestra infancia la pasa-
mos en el barrio de Santa
Cruz en un poblado del
estado de Morelos. Vivía-
mos en la casa que el
abuelo dejó cuando se fue
a la Revolución. Mi madre
cuenta que la tía Lucha, que
no tuvo hijos, era quien ante la
noticia de un nacimiento iniciaba los pre-
parativos y cuidaba a los sobrinos.
La elección de mi nombre y el de cada uno de mis hermanos y hermanas
comenzaba al recordar a los tíos y abuelos que por medio de nosotros con-
tinuaban la tradición de la familia. Se ocultaban los nombres de aquellos
familiares que habían causado alguna incomodidad o vergüenza.
Con los silencios, con las respuestas de molestia de algunos mayores y con
el tiempo descubrí que en la familia hay secretos, anécdotas e ídolos rea-
les y otros inventados. Entendí que todas las familias tienen su historia «.
Si pensamos en nuestra familia, sabremos que hay eventos y personajes de
los que todos hablamos y otros que preferimos olvidar. Esos recuerdos y
olvidos pasan de generación en generación y forman parte de nuestros mo-
dos de pensar, de actuar y de relacionarnos.

¿ Cómo es la historia de su familia? ¿Cómo ha cambiado?


¿Cómo vivían antes las familias y cómo viven ahora?
Recuerden que... Los niños y las niñas observan la for-
ma de actuar de los adultos, y por lo general aprenden a
ser hombres y mujeres imitando a sus propios padres. Lo
que ellos y ellas escuchan y lo que ven se convierte en
un ejemplo que pueden seguir y que pasa de generación
en generación. Así aprenden lo que es la autoridad, el
respeto, el amor y la convivencia.

Las familias
no están solas
Viven en rancherías, barrios, comunidades o colonias donde se relacionan
entre sí. Se apoyan, aprenden unas de otras e intercambian valores, ideas,
experiencias y creencias que influyen en la educación de los niños y de las
niñas.
En esa convivencia, los hijos y las hijas aprenden que el mundo no sólo es
como en su casa. Se dan cuenta de que existen personas cariñosas, exitosas,
violentas, flojas o trabajadoras. De muchas de ellas escuchan ideas o refranes
que reflejan actitudes, creencias y maneras de relacionarse que se dan en su
comunidad. Por ejemplo, es frecuente escuchar:

Hijo de tigre, pintito La letra con sangre entra


Malos reyes, muchas leyes
El que con lobos anda, a aullar se enseña
Estos refranes nos hablan de costumbres y formas de educar que no siempre
concuerdan con las ideas de respeto, autonomía, libertad, responsabilidad y
amor que hoy consideramos indispensables para un desarrollo feliz y armó-
nico de nuestras familias.
Para que los podamos orientar es muy importante que desde pequeños nues-
tros hijos nos tengan confianza y nos platiquen lo que ven y oyen.
Además de la convivencia comunitaria, las familias también reciben infor-
mación de los periódicos, las revistas, la radio y, de manera importante, de la
televisión. Estos medios envían mensajes diversos que influyen en la educa-
ción de los niños. Por ejemplo, nos informan sobre lo que sucede en el país y
en el mundo o sobre los avances de la ciencia o de la forma de vida en otros
países.
Encontramos que con frecuencia, y sobre todo en algunas novelas, caricatu-
ras o series policíacas de televisión, los protagonistas mienten, manipulan,
lastiman o incluso cometen asesinatos. Así, los niños y las niñas conocen la
destrucción, la muerte y la agresión como estilos de vida.
Los pequeños pueden imitar los modelos de conducta o a los personajes de
estos programas, algunos de los cuales contienen mensajes con actitudes y
valores positivos como la cooperación, la ayuda, el amor al trabajo, la justi-
cia, la libertad; pero otros, actitudes y valores negativos como la violencia, la
envidia, la codicia, la opresión y la mentira.

Piensen en las actividades que se desarrollan diariamente


en su comunidad, en cómo las perciben sus hijas y sus hi-
jos.
El sentido más profundo de nuestra tarea como padres y
madres es construir junto con nuestros hijos e hijas valo-
res, relaciones y ambientes agradables y positivos que
nos permitan vivir a todos en un mundo mejor.
¿Acompañan a sus hijos a ver programas en la
televisión y a escuchar la radio?
¿Platican con ellos
sobre los mensajes que reciben o acerca de las
historietas y revistas que leen?
¿Hablan con ellos sobre los rasgos positivos
y agradables o negativos y desagradables
de su personaje preferido?
¿Comentan las ventajas, desventajas y posibles
consecuencias de querer parecerse a ellos?
Orienten a sus hijos acerca de los mensajes negativos que
reciben a través de la radio, la televisión, periódicos y re-
vistas, para que ellos sean capaces de formarse un juicio
objetivo que les permita valorarlos.
Hacerlo puede ayudar a que aprendan a distinguir lo
real de lo ficticio, lo importante de lo superficial y, en su
caso, a identificarse con personajes positivos.
No sólo en la familia educamos a nuestras hijas y a
nuestros hijos. Aprenden de todo lo que les rodea. Por ello,
debemos tomar esto en cuenta para poder conducirlos me-
jor. Para hacerlo es necesario:
acompañarlos, cuidarlos y, sobre todo,
darles amor y confianza
para que tengan seguridad en sí mismos y en nosotros.
Esto es lo primero, lo más necesario e importante que
nuestros hijos han de guardar en el equipaje que llevarán
por siempre en el camino de sus vidas.
2. P A R A D I S F R U T A R L A V I D A

¿Qué llevo?
La familia es un grupo donde los mayores tienen funciones importantes que
cumplir para ayudar a que los menores se hagan de conocimientos y cualida-
des que los fortalezcan en el camino por la vida.
Éstos se empiezan a cultivar en los primeros años de vida, y para que florez-
can es indispensable que los pequeños tengan, además de confianza y seguri-
dad en ellos mismos, la certeza de que pertenecen a un grupo.

¿Qué queremos decir con esto?

Tener confianza en uno mismo es un sentimiento que resulta de saber que


existimos, que no estamos solos, que contamos con apoyo de nuestros padres
y de otras personas, y que somos capaces de aprender a resolver problemas y
a conducir nuestra vida.
Cuando las niñas y los niños sienten confianza, saben que tienen un lugar y
una función importante que realizar en su familia y en su sociedad.

Observen la ilustración y platiquen con su familia acerca


del valor de lo que cada una de las personas hace. Des-
pués, pensando en su propia familia, comenten sobre lo
que cada quien hace en casa y el significado que esto tie-
ne.
Sentir seguridad es reconocer y valorar lo que sabemos hacer y estar cons-
cientes de nuestra capacidad para enfrentar situaciones diversas.
Cuando sentimos seguridad nos comportamos con firmeza y sin temores.
Esto nos puede ayudar a ser más comprensivos y a que nos guste compartir
momentos y experiencias con otros.
Sabemos que un pequeño o una pequeña tienen seguridad cuando en la casa
y en la escuela juegan y platican en armonía con sus primos, hermanos, veci-
nos, tíos, abuelos y compañeros. Cuando esto sucede, seguramente sienten
que:
pertenecen a una familia donde se sienten queridos y protegidos,
sus compañeros y los adultos que los rodean los aceptan,
tienen un lugar en la familia y en la escuela,
pueden compartir y mostrar lo que saben hacer,
tienen cualidades que pueden engrandecer y defectos que pueden
superar,
otros aprecian lo que hacen,
pueden tener amigos y amigas.

Apoyar a las niñas y a los niños para que tengan confianza


y seguridad en ellos mismos les ayuda a sentir que son
personas valiosas y a tener gusto por vivir.
Los que tienen la fortuna de contar con el amor de su fami-
lia y de las personas con quienes conviven, pueden desa-
rrollarse más plenamente.
Lamentablemente, no todos los niños crecen así.

Llegaron las posadas

En casa de Sofía había mucho entusiasmo y agitación, ya que mientras algu-


nos vecinos hacían las piñatas y las canastas con colación, su mamá y otras
señoras preparaban ponche y buñuelos para todos.
Sofía, quien a sus cinco años era la
más pequeña de la familia, estaba
vuelta loca tratando de ayudar.
Con mucho cuidado empezó a
acomodar las canastas para la
colación, cuando Tere, su herma-
na de ocho años, se las quitó di-
ciéndole que las iba a tirar. Enton-
ces Sofía corrió por la bolsa de dul-
ces, dio un tropezón y los dulces que-
daron regados por el piso.
La pequeña, asustada, empezó a
recogerlos. «¡Mira nada más qué
batidero! —dijo la mamá. ¡Y de re-
mate con las manos sucias y llenas
de saliva porque siempre te andas
comiendo las uñas!».
Sofía se hizo a un lado. Sin embargo,
insistió en ayudar. Su mamá le dijo que
se fuera con su papá a llenar la piñata. En ésas estaba cuando se le
cayó la fruta. Tere, en tono de burla le dijo: «ya ves, nunca haces nada
bien». «Cállate, tú también eres una torpe» —intervino el papá.
Sofía, llorando, fue a sentarse con su abuelita.
A la mañana siguiente, la niña despertó con
la pijama mojada.

¿Ustedes se desesperan así


con los errores de sus hijos?
¿Cómo afecta este trato
el sentimiento de seguridad de
ellos?
Cuando los pequeños no sienten confianza ni seguridad
generalmente son:

tímidos miedosos llorones


solitarios berrinchudos inquietos
agresivos a veces se comen las uñas
o no quieren aprender a ir al baño.
Si observan algunas de estas actitudes en alguno de sus hijos
o de sus hijas, y si estas son muy frecuentes e intensas, son
un mensaje de alerta que no hay que descuidar. Para
ayudarlos ustedes pueden:
ver y escuchar sus necesidades,
ser tolerantes con sus errores,
revisar si las relaciones entre los adultos y de éstos con los
menores son de ayuda, respeto y comprensión; o si son de
descuido y violencia,
identificar alguna situación de cambio en la familia,
explicárselas y hacerles sentir tranquilidad y confianza
cuando exista algún problema difícil de resolver,
solicitar consejo a quien pueda ayudar.

Sentir que pertenecemos a una familia forma parte de nuestra identidad. Nos
hace saber que tenemos las mismas raíces y algunos valores de papá, mamá,
hermanos, hermanas, tíos, tías, abuelos y abuelas. Reconocer las virtudes y
los defectos de los adultos de nuestra familia, muchas veces ayuda a entender
sus formas de actuar y de pensar.
Además de sentir y saber que pertenece-
mos a una familia, tenemos valores, há-
bitos y costumbres que compartimos
con parientes, vecinos y con muchas
otras personas. Por ejemplo, nues-
tros modos de vestir, hablar, comer
o relacionarnos con otros; nuestras
formas de festejar los cumpleaños
y las bodas; la feria del pueblo;
nuestras ideas y sentimientos pa-
trios o leyendas de personajes, tam-
bién forman parte de nuestra vida en
comunidad. Todo esto nos distingue de
otros grupos sociales y de otras culturas, y da las bases
para que nos identifiquemos y para que seamos reconocidos como parte de
nuestra comunidad y de nuestro país.
Recordemos que una persona está mejor preparada para la vida cuando sien-
te confianza, seguridad y pertenencia a un grupo. Esto es resultado de:
las experiencias de sus primeros años,
sentirse aceptada y querida por su familia,
su conocimiento de sí misma
sus relaciones con los demás,
vivir con respeto y amor,
reconocer sus defectos y cualidades,
luchar por ser mejor, y
sentirse útil y valiosa en la familia, la escuela y la comunidad.

Aun cuando los defectos de los hijos pueden ser grandes;


y sus fracasos, muy frecuentes, nuestra obligación como
padres consiste en ayudarles a encontrar caminos de su-
peración y no quitarles nunca la confianza en la posibili-
dad de ser mejores.
El placer de vivir
Generalmente, las personas vivimos primero en la familia y después en otros
grupos. Para ello recorremos un camino lleno de aprendizajes y cambios que
durante toda la vida nos enseñan a recono-
cer, expresar y manejar nuestros deseos y
nuestra fuerza para vivir.
Lo que los niños viven y aprenden en
los primeros años de vida los acom-
pañará siempre, por eso es importan-
te:
* Lo que los niños viven y apren-
den en los primeros años de
vida los acompañará siempre,
por eso es importante:
* entender lo que piensan,
* enseñarles a distinguir en-
tre lo que quieren y desean
hacer, y lo que les es posi-
ble realizar,
* enseñarles a vivir con gusto
y con placer, así como a enten-
der que en el hogar y en otros lu-
gares hay reglas que seguir,
* tratarlos con cariño, respeto y comprensión,
* que los niños y las niñas sepan que todas las personas merecen respeto, sin
distinción de género, raza, religión o forma de pensar.
Ayudar a sus hijas e hijos a reconocer, expresar y manejar sus sentimientos,
pensamientos, deseos y actitudes les facilitará tener mayor confianza y un
mejor desarrollo.
Ayudar a sus hijas e hijos a reconocer, expresar y manejar sus sentimientos,
pensamientos, deseos y actitudes les facilitará tener mayor confianza y un
mejor desarrollo.
Aproximadamente en los primeros tres años los niños pequeños aprenden
con ayuda de los adultos a caminar, a comer o a cantar. También empiezan
por sí mismos a reconocer, expresar y controlar lo que sienten, piensan, de-
sean y hacen.
Pensemos un poco en lo siguiente:
Sentir es recibir y expresar emociones frente a nuestras experiencias. Es
reconocer y manifestar afectos ante personas, objetos, situaciones o lugares.
Por ejemplo:
emoción ante la llegada de un amigo o amiga,
asombro hacia lugares desconocidos,
curiosidad ante objetos nuevos,
miedo a una situación peligrosa, o
satisfacción por un logro.
Pensar es tener un lenguaje, desarrollar ideas y construir conocimientos
para entender las relaciones entre las personas y lo que hacen, y entonces
explicarnos lo que pasa. Por ejemplo:
entender que la mamá no está todo el tiempo con su hija o hijo
porque trabaja para traer dinero a casa y porque realiza otras
actividades que le gustan,
comprender que el papá llama la atención a su hija o hijo para
evitar algún accidente, o
comprender que si no nos lavamos las manos nos podemos
enfermar.
Desear es querer con fuerza vivir una experiencia, tener un objeto que
nos puede agradar, o resolver una necesidad. Se relaciona con gozar el juego,
el trabajo, el conocimiento o la convivencia, y también con lo que podemos
imaginar, como jugar con la fantasía de lo que queremos ser y de lo que
esperamos conseguir. Reconocer los deseos, y valorar aquellos que se pue-
den lograr o no, es parte de lo que se aprende en la infancia. Por ejemplo:
estar con una persona querida,

obtener una buena calificación,

tener un juguete nuevo, o

comer un platillo favorito.


Actuar es expresar lo que sentimos y hacer lo que pensamos para conse-
guir lo que deseamos. Es ponernos en movimiento hacia las metas que nos
proponemos, hacia el objeto deseado, hacia la realización de nuestros propó-
sitos.
Algunas personas se dejan llevar por lo que sienten y desean, otras piensan
detenidamente antes de actuar. En este sentido, los niños empiezan un apren-
dizaje que nunca acaba, y necesitan tener presente que:
no siempre se puede hacer todo lo que se quiere,
no todo lo que se desea se puede obtener,
a veces hay que esperar para satisfacer nuestras necesidades y
nuestros deseos,
por lo general hay que trabajar y perseverar para conseguir lo que
queremos,
es conveniente pensar antes de actuar, y
es importante ver y escuchar lo que sienten, piensan, desean y
hacen los demás.
Mientras mamá trabaja

Xóchitl, quien tiene cuatro años, siempre pasa la tarde en casa de su abuela
mientras Alicia, su mamá, se va a trabajar. A veces Alicia la lleva con ella y
aunque le da algunos juguetes para que se entretenga y la deje hacer sus
labores, Xóchitl canta, habla fuerte y le pide que juegue con ella. Cuando
una compañera de trabajo se acerca, Xóchitl jalonea la blusa de su mamá y
quiere que le platique un cuento y no la deja trabajar. Todo esto ha provoca-
do que en el trabajo le llamen la atención a Alicia y que ya no pueda llevar a
su hija.
Xóchitl no ha aprendido a estar con su mamá en el trabajo. Por otra parte,
probablemente Alicia no ha platicado con Xóchitl sobre la importancia de
que la deje trabajar.
¿Se han encontrado ustedes en una situación parecida?
¿Cómo han reaccionado?
¿Qué puede hacer Alicia
para que Xóchitl aprenda a comportarse?
Las niñas y los niños poco a poco se dan cuenta de sus emociones; sueñan,
imaginan, reaccionan y actúan. A veces entienden la diferencia entre lo que
quieren y lo que pueden hacer, otras no. Por ello, es necesario:
entender que, sobre todo los más pequeños, apenas empiezan a
aprender qué pueden hacer y qué no, y que esto les lleva tiempo,

explicarles que para realizar nuestros deseos, a veces es necesario


esperar, compartir o llegar a acuerdos con los demás, y

hacerles ver que si una persona actúa sólo para obtener lo que
desea, se vuelve egoísta y molesta a los demás.

Es importante que los niños aprendan a estar solos sin sentirse mal, a estar
fuera del foco de atención de los adultos, ocupándose de sus propias cosas.
El niño puede estar solo por abandono, y entonces se trata de una soledad
indeseable; o estar solo en situaciones que no necesariamente son inconve-
nientes, sino que deben formar parte de un aprendizaje del ser humano que
consiste en saber estar consigo mismo, y que será importante a lo largo de
toda su vida. Esto tendrá especial importancia en la adolescencia, y se prepa-
ra desde los primeros años.
3. M Á S ALLÁ DE LA FAMILIA

La entrada
a la escuela
Generalmente, las niñas y los niños viven con su mamá, su papá y otros
familiares que los cuidan. Junto a ellos se sienten protegidos. A unos les
resulta más difícil que a otros relacionarse con personas que no conocen. Sin
embargo, a todos les es necesario salir de casa y convivir con gente de dife-
rentes edades para desarrollarse mejor.
En los primeros tres años de vida, casi todos los pequeños han aprendido a
comer solos, a vestirse, bañarse, comunicarse, caminar y moverse en su casa.
Para lograrlo cada uno necesitó que llegara el momento en que su cuerpo
estuviera listo. Empezó a caminar cuando ya se sostenía. Al principio sus
movimientos eran algo toscos o poco ágiles, y para que alcanzara más preci-
sión ustedes y otras personas le ayudaron. Realizar sus actividades con cierta
destreza, comunicar cada vez mejor sus necesidades, sentimientos y pensa-
mientos prepara a los pequeños para tener seguridad y confianza en sí mis-
mos. Al participar y jugar con otros niños, niñas y adultos en situaciones
diferentes y fuera del hogar, y al relacionarse de acuerdo con las reglas que
son aceptadas en sus grupos, logran avanzar en su desarrollo.

Platiquen con sus hijas o hijos algunas anécdotas relacio-


nadas con sus primeros años de vida. A ellos les canta
hablar de esto.
Con su llegada a la escuela, su curiosidad y su asombro se dirigen a nuevos
objetos, por ejemplo, un salón de clases con juguetes, colores, papel para
dibujar, mesas y sillas de acuerdo con su estatura y un patio para jugar y
brincar. También encuentran nuevas actividades como el recreo, los home-
najes y las fiestas que los conducen a relacionarse con otras personas.
Para la niña o el niño, la separación de su casa para entrar a la escuela no
siempre es fácil. Tanto ellos como sus padres necesitan un tiempo para em-
pezar a gozar de esta nueva actividad, para adaptarse al nuevo ambiente y
para sentirse seguros y parte de esa comunidad.

Gritos y pataletas

Rosario no sabía qué hacer con su hijo Beto, de cuatro años. El primer día
de clases en el jardín de niños no quiso entrar y sólo daba gritos y hacía
pataletas. Ella miró sorprendida a otros niños y niñas que llegaban y se
despedían muy contentos de sus padres. A punto de cerrar la puerta, la maes-
tra fue por Beto y le dijo a Rosario que no se preocupara. Sin embargo, a
Rosario le inquietó mucho ver a su hijo en los brazos de la maestra, aleján-
dose de ella y sin quitarle de encima los ojos llorosos.
El segundo día pasó lo mismo, pero cuando dejó a Beto con la maestra,
Rosario se escondió para ver si su reacción era igual a la del día anterior.
Pudo ver que el niño lloró todavía más fuerte cuando ya no pudo verla y
entonces ella se sintió muy mal.
Al día siguiente decidió ya no llevarlo al jardín de niños y esperar a que
creciera más.

¿Qué creen ustedes que pasaba con Beto y con Rosario?


¿Qué les pareció la decisión de Rosario?
¿Recuerdan cómo fue el primer día de clases de alguno
de sus hijos?
¿Cómo fue esa separación?
¿Qué le recomendarían a Rosario?
Por lo general, la entrada de los niños al preescolar es difícil, sobre todo
cuando no han sido preparados por sus padres para empezar su vida escolar,
son hijos únicos, o son la hija o el hijo mayor o menor, han estado enfermos,
esperan la llegada de un nuevo hermano o han vivido alguna dificultad fami-
liar reciente como la muerte, un accidente, una enfermedad o la separación
de alguna persona.

Para que los pequeños pierdan el miedo a la separación y se


interesen en la escuela y en sus nuevos compañeros es con-
veniente:
asegurarles que después de un rato o de unas horas ustedes
regresarán por ellos, y no engañarlos diciéndoles que la
mamá o el papá se quedarán afuera esperándolos,
decirles que su maestro o maestra los va a cuidar y que les
va a enseñar nuevos conocimientos, platicar con ellos sobre
las actividades y los juegos que aprenderán,
entusiasmarlos para conocer a otros niños,
solicitar a la escuela una visita con su hija o su hijo antes
de iniciar las clases,
contarles que sus vecinos, hermanos o primos aprenden y
se divierten en la escuela, y
comentar con su maestra o maestro sobre como juntos
pueden ayudarlos en el cambio.
La escuela es un sitio ideal para que las niñas y los niños
aprendan a relacionarse más allá de la familia, a realizar
nuevas actividades, a comportarse en grupo y a adaptarse a
situaciones diversas.
Imagino,
juego y
me comunico
Las niñas y los niños de tres a siete años usan la imaginación, el juego y el
dibujo para entender, comunicar y resolver dificultades.
Imaginar es pensar o recordar lo que nos gusta y mentalmente cambiar lo que
nos disgusta. Es inventar y volar con el pensamiento más allá de lo que ve-
mos, tocamos y escuchamos. Es jugar a que el mundo puede ser diferente.
El espejo

Jimena vive a la orilla de la laguna del Guaje. Los días que no va con su
papá o su mamá a la milpa pasa mucho tiempo sola. En las noches de luna se
sienta a la puerta de su casa frente al espejo de agua donde se miran las
estrellas. En la quietud, baila tomada de las manos de las luciérnagas y
sueña con subir al cielo para mirarse igual que las estrellas en el espejo de
la laguna.
Imaginar no tiene límites, sobre todo en la niñez. Por eso en los cuentos y
canciones infantiles encontramos juegos de fantasía que hablan de persona-
jes y eventos de la vida. En ocasiones los chicos llegan a pensar que esas
personas son reales, que en cualquier momento aparecerá un duende para
hacer travesuras o que la bruja saldrá del libro o de la televisión. Si esto llega
a inquietar y atemorizar a sus hijas o hijos, conviene ayudarles a distinguir lo
que sí sucede en la realidad, de las fantasías de los libros o de la televisión.

Diviértanse con sus hijos, jueguen a imaginar:


si tuvieramos ojos en los dedos de los pies ....
un mundo al revés

si los perros tuvieran alas...


si las niñas y los niños fueran la mamá y el papá;
y la mamá y el papá , unos bebes...

Para las niñas y los niños jugar significa más que entretenerse o pasar el rato.
Por medio del juego descubren sus gustos y habilidades; entienden sus acti-
vidades emociones y las de los demás; empiezan a comprender que en la vida
hay reglas; enfrentan sus temores y conocen las ideas de otros niños; apren-
den a compartir, a perder, a ganar y a seguir reglas.
En sus juegos, los pequeños tocan objetos;
conviven con otras personas; descubren
usos de los juguetes y los desarman; hablan
y cantan solos; inventan amigos o mascotas;
se arrastran, gatean, brincan y trepan; dis-
frutan sentir el agua, la tierra o la arena.

¿Se han fijado a qué juegan sus hijas y sus


hijos?
Seguramente, ustedes habrán visto que para ellos algunos objetos tienen vida.
Convierten cualquier trozo de tela o de madera en un juguete divertido y
juegan con otros niños. Aún se les dificulta expresar sus ideas, escuchar las
de los demás y aceptar otros puntos de vista; a veces, cuando pierden en
actividades de competencia se enojan o lloran.
La imitación también es uno de los juegos naturales que les facilita aprender
actitudes y comportamientos. Las niñas y los niños imitan a la madrina, al
cocinero, a la doctora, al papá, a la mamá o a los maestros. Por ejemplo, jugar
al dentista les ayuda a recordar su experiencia y a enfrentar de otra manera el
miedo o el dolor que sintieron.
En sus juegos imitan a los adultos en tareas como sacudir, barrer, reparar un
coche, cuidar a un bebé, despachar en una tienda; ésta es una buena oportuni-
dad para iniciar su sentido de cooperación.

Compartir juegos con nuestros hijos e hijas en los que


ellos tomen la iniciativa nos ayuda a conocer mejor lo que
les pasa y es otra forma de comunicarnos. Por ejemplo,
cuando están enojados o tristes, o cuando desobedecen,
podemos recurrir al juego como una medida para lograr
un cambio en su estado de ánimo y en su actitud.
Entre los tres y seis años, los pequeños aún están aprendiendo a comunicarse.
Las palabras todavía necesitan apoyarse en movimientos y gestos del cuerpo.
A esta edad, el dibujo es un recurso que las niñas y los niños usan para comu-
nicar lo que ven, sienten y saben de su mundo; además, es el inicio del apren-
dizaje de la escritura y la lectura.

Con manchitas azules

En el jardín de niños, los pequeños escuchaban el cuento de la «Mariposa


blanca» y al terminar la maestra les pidió que hicieran un dibujo.
Pedro hizo una mariposa blanca con manchitas azules que volaba entre nu-
bes de colores.
Cuando Jaime vio el dibujo de Pedro le dijo que la maestra siempre dibuja-
ba las nubes blancas y que el cuento no era de una mariposa con manchas
azules.
Pedro se asomó al dibujo de Jaime y le dijo: «¡Tu dibujo es aburrido! Si te
fijas bien, por las tardes las nubes se ven rosas, moradas, azules y de muchos
colores más; además, mi mariposa iba a una fiesta de primavera».
En sus dibujos las niñas y los niños expresan sus senti-
mientos, pensamientos y fantasías. Por eso, todos sus di-
bujos son valiosos. Ayúdenlos a que dibujen con libertad
todo lo que quieran y encontrarán una forma más de cono-
cerlos y comunicarse mejor con ellos. Es importante que
con el paso de los años ustedes continúen fortaleciendo
esta actividad o cualquier otra manifestación artística: bai-
lar, cantar, escribir cuentos, participar en obras de teatro.

¿Y el cuerpo?
Las niñas y los niños en edad preescolar siguen preparando su equipaje para
la vida. En éste no pueden faltar respuestas a su curiosidad, por ejemplo:
cómo es su cuerpo, cómo nacieron, qué hace diferentes a los hombres de las
mujeres. A esta edad preguntan:
¿Cómo nací? ¿Por qué los niños orinan parados y las niñas
sentadas? ¿Cómo entran los bebes a la panza de las mamás?
¿Cómo se hacen los bebés? ¿Por qué las mamás tienen senos?
¿Por qué el papá y la mamá tienen vellos?
¿Cómo han reaccionado ustedes frente
a esta curiosidad de sus hijas e hijos?

¿se ríen? ¿se ruborizan? ¿se confunden o se turban? ¿se


enojan? ¿se preocupan? ¿actúan con naturalidad? ¿responden
con veracidad a sus preguntas?
En los primeros tres años de vida los niños y las
niñas empiezan a sentir las diferentes partes de su
cuerpo. Entre los tres y seis años pueden nombrar
y comunicar lo que sienten, participan en su cui-
dado, son más hábiles en sus movimientos y
tienen conciencia de su propio cuerpo. Es un
tiempo dedicado a conocer-
se a sí mismos y a des-
cubrir sensaciones
agradables como las
caricias y los abrazos.
También reconocerán
sensaciones desagra-
dables que pueden
causar dolor, mie-
do, sentimientos
de coraje,
desprotección o re-
chazo. Es importan-
te enseñarles que to-
dos los cuerpos son di-
ferentes y que todos
son valiosos y hermo-
sos, que el cuerpo de
cada quien guarda sus
pensamientos, sus sen-
timientos, sus deseos
y sus posibilidades
de ser y de actuar.
Tratemos la sexualidad con la misma naturalidad que
mostramos al hablar de otros temas.
¿Qué es lo más importante que las niñas
y los niños deben aprender sobre su cuerpo?
¿Qué podemos hacer para
ayudarles en este aprendizaje?
Al tratar con ellos temas relacionados con el cuerpo es im-
portante:
contestar sin temor, con naturalidad y sin vergüenza,
si no sabemos, investigar la respuesta junto con ellos,
observar y platicar sobre las semejanzas y las diferencias
de los cuerpos de las niñas y de los niños, de las mujeres y
de los hombres,
entender y permitir que toquen sus cuerpos,
llamar las partes del cuerpo por su nombre más común y
enseñarles el nombre científico,
enseñarles higiene, cuidado y respeto hacia su cuerpo y el
de los demás, y
tener presente que lo que la niña o el niño pregunta es
parte de un descubrimiento necesario.

Todo esto no es fácil porque nuestra propia educación, nuestros prejuicios, la


manera como aprendimos a conocer la sexualidad y el cuerpo fue muy distin-
to de como aquí se sugiere. Por eso son importantes los cambios en nuestras
actitudes hacia los hijos, pues de ello dependerá en mucho su desarrollo sano
físico y mental a lo largo de su vida.
La naturalidad que se recomienda no es contraria a la delicadeza y el respeto
que se requieren. Debemos tener en cuenta que estos temas forman parte
muy preciada de la intimidad de las personas.

La cama de la abuela

«Recuerdo que entre risas y gritos los primos, las primas y a veces uno que
otro invitado brincábamos en la cama de la abuela. Disfrutábamos de la
sensación del aire en nuestros cabellos y luego la caída en el colchón con
otros. De tanto brinco nos acalorábamos y no faltaba quien se quitara el
vestido o la camisa para quedar sólo en calzones y camiseta.
También recuerdo aquella tarde en que después de un rato de brincos apa-
reció la tía Elsa. Al vernos se le puso la cara como un jitomate y salió a
cuchichear con la abuela. Desde entonces, se nos prohibió volver a la cama
de la abuela».

¿Qué habrán dicho la abuela y la tía Elsa


para que los niños no volvieran a jugar en la cama?

La voz de las niñas y de los niños nos muestra que observan, se preguntan y
quieren encontrar respuestas. Sus palabras nos dicen que ha llegado el mo-
mento en que están tomando conciencia de sus cuerpos. Nos indican que
descubren las semejanzas y las diferencias entre las niñas y los niños, entre
las mujeres y los hombres. Es el tiempo en que reconocen las funciones y
tareas que realizan la mamá y el papá, las hijas y los hijos.
La observación y las dudas de los niños son naturales, sus preguntas son
directas y muy concretas. Por lo general, entre los tres y seis años sólo quie-
ren saber por qué los cuerpos de las mujeres y de los hombres son diferentes.
Entre los seis y nueve su interés se dirige al crecimiento y la fuerza que su
cuerpo va logrando, y entre los nueve y doce años enfrentan los primeros
cambios de su cuerpo infantil hacia un cuerpo de mujer o de hombre.
El cuerpo nos muestra que:

existimos,
somos únicos,
somos hombres o mujeres,
somos niños, jóvenes, adultos o viejos;

el cuerpo es nuestro medio para:

ver, descubrir y asombrarnos del mundo que nos


rodea,
relacionarnos y comunicarnos con otras personas,
tocar y sentir las texturas,
percibir el frío o el calor,
sufrir el dolor,
disfrutar el placer;

con nuestro cuerpo podemos:

crear y transformar obras hechas por la naturaleza y


por mujeres y hombres,
hacer y dejar de hacer,
amar.

Nuestro cuerpo sirve para todo esto y mucho más,


tiene un gran valor. No tenemos por qué
sentir vergüenza sino aceptación y respeto.
Así podemos comunicarlo a nuestros hijos.
4. T Ú, Y O, NOSOTROS

Disciplina
para ser
libres
La disciplina es una práctica necesaria para alcanzar objetivos en la vida. Se
caracteriza por definir metas, establecer y seguir reglas para vivir en orden,
organizar el tiempo para satisfacer necesidades, cumplir con responsabilida-
des, ejercer derechos, y divertirse. La disciplina es indispensable en la vida
de la casa, la escuela, el trabajo y en la comunidad.
Vivir con disciplina es vivir en un ambiente organizado que nos facilita des-
cubrir, aprender y desarrollar nuestras destrezas y aptitudes, relacionarnos
con los otros, organizar actividades y nuestro tiempo, así como respetar el de
los demás.
La responsabilidad, la verdad, la justicia y la libertad son valores que las
niñas y los niños adquieren en el medio en que crecen. Cuando viven en un
ambiente donde existe coherencia entre las normas y lo que se practica en la
vida diaria, para ellos es más fácil distinguir estos conceptos e ideas.
Si vivimos en una comunidad en la que acordamos normas y defendemos el
respeto a los intereses propios y de los demás, podemos vivir con fraternidad
y armonía. Si en nuestra familia seguimos reglas establecidas por todos, so-
mos colaboradores y respetamos a los demás, podemos crear un ambiente
donde todos cuentan y pueden desarrollarse.
Un primer paso para enseñar a nuestros hijos el sentido del
orden y de la disciplina es que desde pequeños vean en no-
sotros el cumplimiento de las reglas acordadas, la congruen-
cia entre lo que decimos y hacemos.
También es importante que sientan nuestro apoyo perma-
nente para que cumplan con sus obligaciones. Todo esto
mediante el diálogo y el convencimiento, de tal manera que
les demostremos respeto, comprensión y cariño.
Estas ideas se llevan a la práctica de muchas formas. Algu-
nas de ellas, muy concretas, son:
acordar y cumplir horarios para hacer la tarea, jugar y
colaborar en los quehaceres de la casa,
enseñarlos a hacerse cargo del orden de sus cosas, e
invitarlos a hacerse responsables de un deber en la casa
para que cooperen con la familia.

Todo esto será más fácil si ven que


nosotros hacemos lo mismo.

Una desilusión

Llegó el día del paseo tan esperado por el grupo de 4º grado. Pasarían el día
en la laguna. Gabi se levantó más temprano que de costumbre con la emo-
ción de visitar ese lugar con sus amigos de la escuela. En ese momento re-
cordó que la maestra les pidió que llevaran una pequeña mochila con una
muda de ropa para cambiarse después de nadar.
Buscó su ropa, pero era tal el desorden que no encontró lo que quería. Un
poco molesta empezó a sacar todo lo que había hasta que halló unos calzo-
nes y una camiseta. Cuando vio el reloj, sólo quedaban unos minutos para la
hora de la salida del camión y pensó que tendría que caminar rapidísimo.
Sin desayunar, se despidió y salió a gran velocidad. Al llegar a la escuela, el
grupo ya había partido.
Gabi deseaba ir al paseo. Ya tiene edad para asumir responsabilidades como
mantener su ropa en orden, prepararla desde la tarde anterior o salir de la casa
con el tiempo suficiente.
¿Los padres de Gabi habrán tenido alguna
responsabilidad en lo que le ocurrió?
¿Ellos le formaron hábitos de disciplina
que la prepararan para situaciones como ésta?
El aprendizaje del orden se inicia en los primeros años
con tareas sencillas; por ejemplo, cuando las pequeñas y
los pequeños empiezan a caminar se les puede enseñar a
acomodar los juguetes que ocuparon o a llevar su plato al
lugar donde se lava. De esta manera van aprendiendo a
colaborar con el orden de sus cosas y con el de la casa.

La disciplina en la familia implica un compromiso de todos y cada uno de sus


miembros de respetar las reglas y repartir las responsabilidades a fin de al-
canzar la armonía y la fortaleza del núcleo familiar.

La disciplina ayuda a:

establecer las obligaciones de cada quien,


reconocer los límites de cada quien en razón de los espacios de los
demás,
considerar que cuando alguien no cumple con su responsabilidad
tiene que enfrentar las consecuencias, y
basarse en la autoridad de los padres, quienes han de distinguir
qué reglas son modificables y cuáles no, de acuerdo con el interés
que debe protegerse.

Es importante evitar:

aplicar las reglas con excesiva rigidez, o según el humor o la


conveniencia de quien las aplica,
contradicciones frecuentes al tratar de manera opuesta situaciones
iguales o parecidas. No es correcto que un mismo comportamiento a
veces se apruebe y a veces no. Esto confunde a los niños.
Las relaciones familiares pueden ser más
cordiales, equitativas y orientadoras si
hay reglas claras que faciliten que las
niñas y los niños puedan comunicar sus
sentimientos y pensamientos y apren-
dan a ser responsables, flexibles y to-
lerantes con los demás. De ser así, es
muy posible que cuando crezcan sean
ordenados, cooperadores y flexibles.
Puede haber circunstancias familiares nue-
vas, inesperadas, difíciles o dolorosas en las
que por un tiempo breve se alteren las reglas habituales en casa,
tales como situaciones de muerte, enfermedad o accidente de una persona
cercana; el desempleo; la separación de la pareja; el cambio de vivienda y la
llegada de un nuevo hermano o de otro familiar. Es común que en estas expe-
riencias las niñas y los niños tengan temores, pesadillas, bajo rendimiento
escolar, peleas y llantos frecuentes, aislamiento y otras conductas como
orinarse en la cama o morderse las uñas.
Por ello, es conveniente construir una disciplina flexible que pueda respon-
der a las diferentes circunstancias, a las necesidades y a los intereses de la
familia. Esto puede contribuir a que los pequeños crezcan con sentido de
responsabilidad, seguridad y confianza en sí mismos.

Una disciplina adecuada facilita que los hijos adquieran


responsabilidades de manera progresiva, y puedan desa-
rrollar la capacidad de hacerse cargo de sí mismos.
Reglas y
circunstancias
En la vida diaria, nuestras hijas y nuestros hijos aprenden que hay actitudes y
conductas que resultan agradables para los demás y que causan aceptación;
también se dan cuenta de que hay comportamientos desagradables que pro-
vocan el rechazo de las personas que los rodean.
Por ello, para participar en las actividades de la familia y de la escuela, los
niños y las niñas necesitan conocer, entender y aceptar la forma en que las
personas se relacionan y se comunican, y cuándo es necesario cambiar las
reglas que rigen esas relaciones.

Las reglas orientan la convivencia, las responsabilidades,


los hábitos, las funciones y los derechos de quienes las prac-
tican. Podemos decir que las reglas son:
formas de actuar aceptadas en uno o varios grupos de
personas,
indicaciones acerca de lo que se permite hacer en esos
grupos,
límites para convivir con respeto a uno mismo y hacia los
demás,
derechos y obligaciones para compartir la vida con otras
personas al realizar las actividades necesarias para el grupo.
Conforme las niñas y los niños crecen, su manera de entender las reglas
cambia. Hasta los seis o siete años la mayoría acepta las normas solamente
porque los adultos lo dicen, y supone que si alguien no las cumple, merece
un castigo. A los nueve o diez años aceptan las reglas porque empiezan a
convencerse de que son necesarias para el respeto, la convivencia y la or-
ganización; comprenden que si alguien no las cumple, más que un castigo,
debe enfrentar las consecuencias de la falta. A los once o doce años ya
comprenden el sentido de las reglas, y las circunstancias en que las excep-
ciones son justificadas, así como la conveniencia de apegarse, en general, a
las convenidas.

¿Y las tortillas?

Leticia pidió a su hijo Pedro, de nueve años, que fuera por las tortillas para
la hora de la comida. En el camino, el niño se puso a jugar con sus amigos.
Cuando llegó a la tortillería ya habían cerrado. Al regresar a casa sin el
encargo, Leticia se enojó.

¿Cuál es la mejor manera para que Pedro


entienda las consecuencias de su distracción?
¿Regañarlo?, ¿mandarlo a un rincón de la casa?,
¿explicarle la importancia de su colaboración en
las tareas domésticas y pedirle que vaya a otra tortillería?

El regaño puede señalar la falta de Pedro, pero no soluciona el que no haya


tortillas para comer.
Mandar a Pedro al rincón es un castigo que no lo enfrenta a las consecuencias
de su distracción ni resuelve la falta de tortillas.
Hablar con Pedro para que comprenda la importancia de que cada quien debe
hacer lo que le toca, hacerle ver que su incumplimiento afecta a todos, y
pedirle que vaya a otra tortillería para remediar el problema, hará que se dé
cuenta de que el encargo de su mamá es necesario y de que ahora tendrá que
caminar más.
Es común que los padres castiguen a sus hijas
e hijos por haber cometido faltas, sin conse-
guir con esto mejores resultados. Por ello, ante
lo que los adultos consideramos una falta es
preferible platicar con ellos acerca de las cau-
sas de que actuaran así, de las consecuen-
cias que tiene la falta para ellos y para los
demás, de cómo se sienten al haber afec-
tado a los otros, de la necesidad de re-
mediar el daño y de las opciones que
los hijos proponen para solucionar
el problema.
Platicar con los adultos después de
haber cometido una falta ayuda a las
niñas y a los niños a entender el alcance y el significado de sus actos. Reco-
nocer sus errores y aciertos junto con ellos es de gran ayuda para su forma-
ción y para su aprendizaje.

En este camino en que las niñas y los niños conocen, entien-


den y aceptan las reglas es importante:
explicarles que las normas existen no sólo porque el adulto
lo dice, sino porque facilitan la convivencia y el respeto a sí
mismos y a los demás,
ayudarlos a reflexionar sobre el porqué y el para qué de
una regla,
comentar con ellos si es necesario cambiarlas y cuáles
serían sus sugerencias,
platicarles sobre las consecuencias de no seguirlas, y
aplicar las reglas con cariño y energía.
Hay diferentes motivos por los que el aprendizaje de las reglas puede ser más
difícil para algunas niñas y algunos niños, por ejemplo:
En la infancia lo más importante y placentero es el juego, de
ahí que en ocasiones olviden o descuiden nuestras peticiones, sobre
todo si los adultos no sabemos elegir el momento o el modo para
solicitarles algo.

Los adultos no somos claros en lo que les pedimos, les


demandamos varias actividades al mismo tiempo o exigimos más de
lo que ellos pueden hacer.

Hemos hecho excepciones en la aplicación de las reglas cuando


han estado enfermos, por lo que éstas han pasado a un segundo
plano, y a veces es difícil que las retomen cuando ya están sanos.

Si tienen un carácter firme alegan por todo y antes de colaborar


reclaman y defienden sus intereses. Sin embargo, esto no debe
exasperarnos ni debemos considerarlo algo negativo.

Unas veces respetamos las normas, y otras no. Esto descontrola


a los niños.
Cada uno de nuestros hijos es único, sin embargo, podemos
considerar las siguientes recomendaciones generales:
respetar su tiempo de juego,
explicarles la conveniencia de cumplir con sus
responsabilidades oportunamente,
asignarles tareas domésticas que puedan realizar en un
tiempo y a una hora en que no interfiera con sus deberes
escolares ni con su juego o descanso,
pedirles sólo una actividad a la vez y darles las
indicaciones con claridad. Es conveniente preguntar a los
más pequeños sobre lo que se les pidió para ver si
entendieron,
cuidar que colaboren en actividades adecuadas a su edad,
divertidas y de su interés,
idear con ellos cómo realizar lo que les pedimos,
reconocer lo que hacen bien y lo que corrigen, y
si estuvieron enfermos, alentarlos a que poco a poco
retomen sus responsabilidades.
Recordemos que... Para ellas y ellos entender el sentido de
las normas es posible a partir del ejemplo de los adultos con
quienes conviven, y de su propia experiencia con otros niños
y niñas.
Todos los miembros de la familia deben valorar el trabajo y las
responsabilidades de cada uno.
5. CRECER ES JUGAR, GOZAR, DESCUBRIR

Las reglas
del juego
A los seis años, después del jardín de niños, entran a la primaria. El trabajo en
grupo aumenta y participan en más actividades sociales y deportivas. Que
compartan esas actividades con niñas y niños de su misma edad es importan-
te en la formación de su personalidad.
Si se les orienta bien, al jugar o trabajar en grupo durante sus años de prima-
ria pueden aprender a:

escuchar otros puntos de vista,

plantear, definir y defender sus ideas,

conocer diferentes maneras de resolver problemas,

distribuir el trabajo, colaborar en tareas y juegos del hogar y de la


escuela, así como

descubrir sus habilidades y gustos.

En la convivencia comprenderán y acep-


tarán cada vez más que los otros también
cuentan, y que para alcanzar una meta
puede ser mejor trabajar en grupo. Pue-
den aprender a ser leales, respetuosos,
colaboradores y amistosos. Este apren-
dizaje se facilita cuando desde chicos las
niñas y los niños reciben de sus padres y
maestros estos valores y formas de rela-
cionarse.
El número uno

Julia mamá de Silvano, quien tiene diez años, comenta orgullosa que su hijo
tiene el primer lugar en su salón, que cumple con todas sus tareas, que su
arreglo personal y el de sus cuadernos es impecable, y que es un niño ejem-
plar. También platica que se pasa las tardes revisando las tareas de su hijo
para que no cometa errores y para que su maestra lo ponga de ejemplo
frente a los demás. Mario, su papá, siempre le insiste a Silvano en que debe
ser el mejor, el «número uno» y en eso Julia está de acuerdo.
Al escucharla, Ana recordó el día en que su hija Paloma regresó llorando de
la escuela porque la maestra la sacó del salón de clases. Ese día, Silvano le
arrebató la tarea, pues había olvidado la suya. Paloma trató de defenderse y
los dos niños acabaron jalándose el pelo. La maestra castigó a la hija de
Ana porque no creyó que Silvano, su mejor alumno, le hubiera quitado el
trabajo a Paloma.
Ana también recordó una fiesta en la escuela en la que Silvano estaba solo y
nadie quería jugar con él. Pensó que era muy triste que Silvano creyera que,
para tener el primer lugar, en ocasiones tuviera que mentir, y que no se
diera cuenta de lo que sienten o necesitan los demás.

¿Cómo influye el comportamiento de Silvano en sus relaciones?

Al igual que Paloma, en muchas ocasiones nos relacionamos con personas


para quienes la competencia significa anular al otro y no la oportunidad de
crecer juntos. Para ellas el sentido principal de la competencia es luchar por
ganar el primer lugar a cualquier precio. Las niñas y los niños pueden enta-
blar este tipo de competencia, en su casa o en la escuela. Lo importante es
explicarles que existen otras formas de competir sin descalificar a los otros.
A veces sin darnos cuenta favorecemos que haya desigualdades y exclusio-
nes entre nuestras hijas y nuestros hijos, afectando así la convivencia fami-
liar. En estos casos, ellos pueden sentir rechazo o inseguridad por lo que es
importante no hacer comparaciones entre
ellos, procurar dar a todos las mismas oportunidades, escucharlos por igual,
reconocer y aceptar que podemos estar molestos con alguno, tenerle pacien-
cia y expresarle cariño.
Los pequeños luchan por saberse y sentirse parte de su familia, del grupo de
la escuela, del equipo deportivo, de la pandilla. Buscan hacer valer sus nece-
sidades, intereses y deseos. Es difícil que renuncien a ellos sin una buena
razón que los convenza.
La forma en que compiten las niñas y los niños se hace evidente en su intento
por dominar las actividades colectivas. Es común que entablen discusiones
sobre las condiciones y las reglas del juego, y que intenten imponer su punto
de vista. En caso de perder, sienten que sacrifican sus deseos, alegan injusti-
cia, pegan, gritan o lloran ante la burla o el desprecio de los demás.
Entendemos por competencia sana y conveniente la lucha
con uno mismo en la búsqueda de algo deseado, la supera-
ción personal, estimulada por la comparación con otros, pero
sin el propósito de perjudicarlos.
Es durante la infancia cuando el padre, la madre y los maes-
tros podemos formar en los niños y en las niñas la idea de
competir con ellos mismos, y de conocer, aceptar y valorar
lo mejor de los demás.
Ganar nos da satisfacción, y perder nos ayuda a descubrir lo
que debemos mejorar para seguir adelante.
El sentido sano de la competencia no se opone al espíritu
comunitario. Al contrario: ganar es resultado de un esfuer-
zo propio al que contribuyen todos aquellos que nos han
apoyado. Inculcar este sentido positivo de la competencia
es posible si impulsamos a nuestros hijos e hijas a:
saber que la competencia debe ser, sobre todo, con ellos
mismos por mejorar su quehacer y ser mejores personas,
reconocer que los demás pueden sentir y pensar igual o
diferente que ellos,
platicar con sus amigos acerca de lo que sienten y piensan
sobre los juegos,
establecer las reglas del juego de común acuerdo,
encontrar formas para disfrutar de la compañía y del juego
con otros,
probar su propia capacidad para luchar por sus ideas y
escuchar otros puntos de vista, y
ayudar a las personas que lo necesitan y cooperar con los
demás.
Los demás
son mi espejo
En la etapa de la primaria se fortalece de manera importante la idea que las
niñas y los niños tienen de sí mismos. Esto lo logran a partir de la relación
con los demás. Es como si las personas con las que viven fueran espejos en
los que se miran.
Sucedió en Tercero «A»

—¡Uf, qué bueno que ahora no vino Rocío, jugamos a todo dar! —exclamó
Violeta, entusiasmada.
—Sí, el otro día, mientras la maestra nos leía la historia del «Tesoro
escondido», Rocío estuvo muele y muele y
no me dejó terminar de

oírla —dijo Daniel.


—Yo de plano le dije a mi mamá que no quería venir a la escuela porque
Rocío me pega —confesó Luis.
—Lo que pasa es que Rocío no quiere tener amigas ni amigos, es una pesada
afirmó Laura.
La maestra era muy paciente y trataba de calmar a Rocío para que partici-
para con los demás. Poco a poco el grupo trataba de tolerarla, pero ante su
actitud, la rechazaba.
Dadas las constantes quejas de sus hijos, algunas madres evitaban ir a acti-
vidades fuera de la escuela a las que iría Rocío o le pedían explicaciones a
la maestra del grupo sobre su comportamiento; otras más, se callaban y
compadecían a la niña.

¿Qué harían ustedes


si tuvieran una hija como Rocío?

Rocío es una compañera que agrede y por lo tanto ella también recibe agre-
siones.
Puede ser que Rocío sea una niña mimada y que por lo tanto en la escuela
quiera hacer su voluntad; o tal vez se trate de una niña rechazada que vive en
una familia en la que hay violencia y falta de respeto. Si fuera así, su furia
sólo es una muestra de miedo, desconfianza o defensa.
Vivimos en diferentes ambientes y, aunque tenemos una manera de ser, nuestra
forma de actuar puede variar en cada uno de los grupos en los que participa-
mos. Por ejemplo, en algunos nos comportamos serios y reservados, como en
casa, pero en otros, como con los amigos, somos platicadores y alegres.
Nuestras actitudes y algunos rasgos de nuestra personalidad se fortalecen o
debilitan a partir de las reacciones de los otros. Cuando nos sentimos en con-
fianza, con seguridad y como parte de un grupo actuamos con simpatía y en
general las otras personas nos tratan igual. Si somos groseros o déspotas, lo
más probable es que los demás nos respondan del mismo modo y se separen
de nosotros.
Ayudemos a nuestros hijos a comprender que la manera
como traten a los demás será en gran medida la causa del
trato que ellos reciban.
¿Cuáles son las actitudes que observan
en sus hijas e hijos en su trato con los demás?
Yo le creo a...
Para las niñas y los niños, los adultos que escogen como ejemplo tienen una
importancia especial, ya que los ven y reconocen como autoridades.

«Mi maestro es el más inteligente y bueno


de todos» «Mi tía María
nunca dice mentiras « «Mi mamá es la mejor del mundo»
«Mi papá es el que más sabe»

Se conoce como autoridad la capacidad de algunas personas o instituciones


para conducir, organizar, apoyar y orientar las relaciones entre las personas y
entre los grupos.
En muchas familias la ejercen los adultos ante los menores; en otras, los
abuelos son respetados como la autoridad.
En cualquier caso, lo deseable es que una autoridad sepa escuchar, atienda
las necesidades de los demás, establezca las reglas y los límites de manera
justa y de común acuerdo, actúe de la misma manera en que solicita a otros
que se comporten, y apoye las decisiones que fortalecen la independencia y
la responsabilidad de todos los miembros de la familia.
Sabemos que no siempre es así. Tanto en las familias como
en otros grupos hay personas que imponen su autoridad
para controlar, someter a los demás y exigir que
los otros estén a su servicio.
Es tarea de todos trabajar por entablar relaciones
cordiales y equitativas. Inicialmente, la mamá y
el papá tienen la responsabilidad de ejercer su
autoridad y enseñar a sus hijos con su ejemplo
que la autoridad no debe ser abusiva, violenta ni
opresiva.
Las niñas y los niños de primaria aceptan con facilidad la autoridad que los
hace sentir más seguros, cuando quien la ejerce no es impositivo ni arbitrario
y es querido y admirado.
Cuando esto sucede, la mamá, el papá, los abuelos, los hermanos y las her-
manas mayores, los maestros o cualquier otra figura de autoridad pueden ser
un motivo de orgullo y ser vistos como modelos o héroes. Los niños buscan
en ellos ideas, hábitos y rasgos que imitan y hacen suyos como parte de su
personalidad.
Entre los seis y doce años, las niñas y los niños son especialmente exigentes.
Observan que los límites, las indicaciones y las reglas sean igualmente respe-
tadas tanto por los mayores y la autoridad como por ellos mismos. De igual
modo, en su grupo de compañeros prueban su propia capacidad para desem-
peñarse como autoridad y en ocasiones aceptan que otro integrante lo haga.
Los juegos y los deportes son actividades en las que practican ser líderes o
autoridades.

¿Podrían mencionar qué personas son autoridades


para sus hijas e hijos?, ¿cuáles son las actitudes
que sus hijas e hijos admiran e imitan de ellas?

Al relacionarse con la autoridad en la familia, los niños aprenden a tratar de


la misma manera, ya sea con respeto o con rechazo, a las personas que ejer-
cen la autoridad en otros lugares, por ejemplo, al maestro o a la maestra.

De grande
quiero ser
Las niñas y los niños aprenden reglas sociales, buscan héroes a quienes imi-
tar, prueban sus propias leyes, aprenden a convivir y a compartir. Para ellos,
crecer es jugar, gozar, descubrir.
Incluso en situaciones difíciles, el juego, la imaginación, la capacidad de
crear y de soñar en el futuro son espontáneos y les sirven para descubrir sus
habilidades y su talento al realizar ciertas actividades. Este descubrimiento
es la base que estará presente cuando sean mayores y elijan su trabajo o pro-
fesión.
A los niños de primaria los escuchamos decir:

«De grande quiero ser bombero» «Yo voy a ser pastor de 1000
borregos» « Y yo, doctora» «Yo, campeón de fútbol»

Mediante el juego y la imaginación van aprendiendo que el trabajo es para


brindar servicios a la comunidad y ganarse la vida.
En la convivencia con otros, en la participación en actividades comunitarias,
en el deporte, en el juego cotidiano, en tareas escolares, al dibujar, al escribir,
al tocar algún instrumento musical o al realizar sus tareas domésticas, las
niñas y los niños reconocen sus intereses y gustos y las facilidades o dificul-
tades que tienen para cada actividad. Así prueban su capacidad, su dominio,
su fuerza, su empeño de lucha y la firmeza de sus deseos.
En la escuela primaria la actividad intelectual de los niños y de las niñas es
muy activa. Desarrollan habilidades de pensamiento mientras aprenden las
matemáticas, las ciencias naturales, el español, la historia y todas las demás
asignaturas. También se apoyan en acciones como tocar los objetos, verlos y
a veces desarmarlos, pues es una forma en la que pueden conocerlos mejor.
Entre los seis y doce años también hay una gran necesidad de actividad físi-
ca. Las niñas y los niños continúan en el conocimiento de la forma y las
posibilidades de su cuerpo, necesitan sentirse fuertes, que dominan y contro-
lan lo que hacen. Eso los lleva a comparar sus propios logros y a mejorarlos.
El deporte, el baile, el caminar, el correr, el trepar realizados en compañía de
otros niños y niñas también los ayuda a:

proponer, aceptar y cumplir reglas de cooperación,

trabajar en equipo,

asumir responsabilidades,

descubrir el amor por aprender a jugar y a trabajar.


La experiencia que las niñas y los niños tienen en estos años y el descubri-
miento de lo que más les gusta hacer y lo que se les facilita les muestran su
capacidad inicial para bastarse a sí mismos, alcanzar lo que se proponen,
resolver necesidades y lograr objetivos que les ayuden a caminar hacia su
independencia. En la medida en que crecen, tienen una idea más clara de
quiénes son y de qué son capaces de hacer.

Ustedes tienen la importante tarea de ayudar y motivar a sus


hijas y a sus hijos para que participen en actividades físicas
como el deporte o el baile, y en actividades artísticas o
artesanales en las que puedan desarrollar habilidades con sus
manos, para que tengan la oportunidad de hacer y crear con su
imaginación.
El hecho de que las niñas y los niños sean creativos es otra
posibilidad más que tienen para desarrollar su confianza y
seguridad en ellos mismos, para conocer lo que pueden dis-
frutar y hacer en la vida, y para avanzar hacia su libertad y
autonomía.
6. U N CAMINO POR RECORRER

Iguales
oportunidades para
niños y niñas
La sociedad tradicionalmente ha establecido que mujeres y hombres tengan
diferentes funciones, tareas, responsabilidades, gustos e intereses. A las mu-
jeres se ha asignado estar en casa al cuidado de la familia, hacer las labores
domésticas, ser tiernas, dependientes, quietas y afectuosas. A los hombres ha
correspondido trabajar fuera del hogar, aportar el dinero para las necesidades
materiales de la familia, ser inteligentes, agresivos, conquistadores e inde-
pendientes.
Estos comportamientos han sido transmitidos de las abuelas y abuelos a sus
hijas e hijos y de éstos a las nietas y nietos. Se aprenden imitando actitudes,
formas de vestir, el trato diferenciado a las niñas y a los niños, actividades
que unas y otros realizan en la casa, en la escuela y en la comunidad.
Aunque hay diferencias biológicas, hoy sabemos que la mayoría de las for-
mas de actuar de hombres y mujeres son aprendidas y por lo tanto pueden
cambiar. Esto ha llevado a pensar que la desigualdad en las posibilidades que
tienen las mujeres y los hombres para desarrollar capacidades, destrezas y
habilidades puede ser superada. Tener trabajo, educación, y salud por lo ge-
neral se ha dificultado más para las mujeres que para los hombres, pero la
sociedad y cada persona, en particular los padres y las madres de las nuevas
generaciones, pueden hacer mucho para que esto siga cambiando.
Afortunadamente, las sociedades avanzan y cada vez es más claro que los
comportamientos pueden no ser exclusivos de un género o de otro. Hay hom-
bres que participan en actividades del hogar y en el cuidado de los niños; hay
mujeres que trabajan en oficios y profesiones que por muchos años sólo rea-
lizaban los hombres, aportan dinero para cubrir las necesidades familiares y,
en muchos casos, son el único sostén del hogar.
Sin embargo, a muchas personas todavía les cuesta trabajo entender, aceptar
y cambiar los modelos tradicionales y, por lo tanto, educar a mujeres y hom-
bres para que expresen por igual su ternura, logren su autonomía, acepten y
confirmen la necesaria participación de hombres y mujeres en actividades
laborales remuneradas, al igual que colaborar en la crianza de los hijos.
Seremos más equitativos si en la vida diaria de la familia y de la comunidad
podemos brindar oportunidades equivalentes de desarrollo a niñas y niños, y
si logramos que el trato que reciben en su educación y en su participación en
actividades hogareñas de limpieza o mantenimiento sea similar.
¿ Qué hacen ustedes para que las actividades,
las responsabilidades y los gustos se compartan
equitativamente entre hombres y mujeres?
Si estamos de acuerdo en que las oportunidades para hombres
y mujeres deben ser iguales, en que unos y otras podemos
desarrollar las mismas capacidades, destrezas y habilidades,
entonces ¿por qué no ser flexibles y empezar por compartir
juegos, tareas y responsabilidades en nuestro propio hogar?

Si impedimos a los niños jugar


con niñas a la mamá y al papá,
¿Cómo aprenderán a atender y cuidar a sus hijos
el día en que sean padres?
Si a las niñas les prohibimos treparse
a un árbol o ser líderes de un equipo,
¿Cómo aprenderán a enfrentar riesgos
y a resolver problemas?
Si evitamos que los niños
participen en la limpieza del hogar,
¿Cómo podrán aprender a asumir estas
responsabilidades?
Si no permitimos jugar
a niñas y niños juntos, entonces,
¿Cómo aprenderán que una relación
entre hombres y mujeres puede ser espontánea,
de comprensión y ayuda mutua?

Las diferentes características


de los niños y de las niñas no deben dar lugar
a desigualdades ni a tratos indignos.
Ser hombre y
ser mujer
A lo largo de la primaria, las niñas y los niños continúan con la observación
y el conocimiento de su cuerpo, así como con el descubrimiento de lo que
son capaces de hacer y sentir con él. Comparan su tamaño, su fuerza y sus
habilidades con los de sus hermanos, hermanas, amigos, amigas, mujeres y
hombres adultos.
Su interés en el cuerpo se dirige a su crecimiento, les gusta saber la diferencia
que logran de un mes a otro. Relacionan su altura y su peso con la posibilidad
de ser más fuertes, por eso se comparan con otras niñas u otros niños. Se fijan
en cualidades y limitaciones como su agilidad o su torpeza, su velocidad o su
lentitud, su fuerza o su debilidad.
Niñas y niños son prácticamente iguales en su inquietud, su capacidad física,
su fuerza, su voz, los rasgos de la cara. La diferencia corporal es más visible
en sus órganos sexuales, los cuales a esta edad no están muy desarrollados.
Si bien el cuerpo es la base, ser mujer u hombre se determina por el com-
portamiento de una y de otro. La comunidad y la familia esperan ciertas ac-
tividades y actitudes de las niñas y otras de los niños

Quisiera ser una beisbolista

Lupe preparaba el desayuno mientras su marido, José, regresaba del parti-


do de béisbol al que había ido temprano con su hijo Pablo, de once años.
Cuando ellos se habían ido en la mañana, su hija Noemí de diez años, había
llorado un buen rato porque ella también quería jugar béisbol y su papá no
la había llevado. Ahora jugaba con Chucho y Luisa, sus hermanos menores,
pero se veía triste.
Cuando José y Pablo llegaron, todos se sentaron a desayunar y mientras
Noemí y Lupe les servían, ellos platicaban de los equipos, del siguiente par-
tido y de la carrera que el papá anotó.
Noemí comenzó a llorar de nuevo.
—¿Qué le pasa a esta niña? —preguntó José.
—Ella quería ir a jugar contigo —le respondió Lupe en voz baja.
—Pero mi hijita, el béisbol es para hombres —le dijo José a Noemí tratando
de calmarla.
—El otro día vi en la tele un partido en el que jugaban mujeres —exclamó
Chucho.
—Sí, pero han de ser muy feas —dijo Pablo.
—¡Eso no es cierto! —gritó enojada Noemí.
Ella se levantó de su silla y le dio un empujón a su hermano. Ambos empeza-
ron a pelear. José los regañó, y pidió a los niños que se fueran a jugar.
Cuando se quedaron solos, Lupe y José platicaron preocupados sobre los
deseos de Noemí. Lupe propuso buscar un lugar para que la niña jugara
béisbol y José se quedó pensativo.

¿Por qué Pablo se comporta de esa manera?


¿Noemí dejará de ser mujer si logra jugar béisbol?

En esta tarea de aprender actitudes y comporta-


mientos diferenciados para hombres o mujeres,
los niños y las niñas entre los seis y doce años
pasan por momentos en que se rechazan. Esto
es natural y necesario porque la distancia que
ponen les ayuda a tener más clara la forma en
que desean y deben comportarse.
Los niños dicen de ellas: Las niñas dicen de ellos:

"son lloronas" "son bruscos"

"sus mochilas están ordenadas" "siempre andan sudados"

"platican del amor " "sólo platican de deportes"

"son coquetas" "guardan cosas raras en sus mochilas"

"dibujan mariposas y corazones" "son groseros"


Éstas son expresiones de sus experiencias, pero también de sus prejuicios, de
los conocimientos que van tratando de construir para reconocerse como hom-
bres o como mujeres, frente a lo cual los adultos debemos ser comprensivos,
pero procurar que aprendan a conocer y a respetar a las personas de sexo
diferente al suyo.
Por un lado, los niños se alejan de las niñas y ellas de ellos, pero por el otro,
gustan de experimentar los primeros noviazgos que, aun cuando breves, son
de importancia porque ellos y ellas prueban ser aceptados, ven sus cualida-
des y sus dificultades en el trato con los demás y empiezan a reconocer su
masculinidad o su femineidad.
Los noviazgos entre niñas y niños pueden ser una oportunidad para que uste-
des platiquen con ellos sobre sus propias experiencias cuando fueron meno-
res. Otras formas de ayudarlos son:
platicar sobre lo que sienten sus hijos e hijas,
evitar las críticas hacia sus amigos o amigas,
comentar con ellos y ellas las formas de relación que ven en
parejas cercanas a la familia,
sugerir atenciones y detalles que pueden tener hacia sus amigos y
amigas, y
platicar acerca de la amistad.
Pregunten a sus hijas o hijos qué piensan de sus compañeros y compañeras.
Platiquen sobre lo que más les gusta y les disgusta de ser niña o niño y ayú-
denlos a aceptarse y a transformar las condiciones que quizá no los benefi-
cian.

Un compromiso con nosotros mismos


Construir en la vida diaria de la familia valores como la res-
ponsabilidad, el respeto y la colaboración, con base en la equi-
dad, la igualdad y la justicia entre las personas, favorece que
niñas y niños los hagan suyos, hoy en sus juegos y mañana en
sus relaciones.
Podemos ayudar a nuestros hijos a convivir en armonía si les
enseñamos que esto requiere que nos comprometamos a:
compartir funciones y responsabilidades en nuestra familia
y en nuestra comunidad,
participar por igual en las diferentes tareas domésticas,
escolares y comunitarias,
expresar todo tipo de sentimientos: ternura, tristeza, enojo,
miedo, entre otros, y
disfrutar de actividades y juegos en los que mostramos
inteligencia, control, cuidado, compañerismo, ternura y
respeto.
Un compromiso
con nosotros mismos
Construir en la vida diaria de la familia valores como la responsabilidad, el
respeto y la colaboración, con base en la equidad, la igualdad y la justicia
entre las personas, favorece que niñas y niños los hagan suyos, hoy en sus
juegos y mañana en sus relaciones.
Podemos ayudar a nuestros hijos a convivir en armonía si les enseñamos que
esto requiere que nos comprometamos a:

Entender y respetar a los otros


Estar dispuestos a dar lo mismo que pedimos
de otras personas
Solicitar lo que nos hace falta y
compartir lo que tenemos
Apreciar y agradecer los esfuerzos que los
demás hacen
Ser responsables de nuestros actos y evitar culpar a otros de nuestros
errores
Aceptarnos como somos y respetar a los demás
en sus diferencias
Reconocer nuestros defectos y actuar para corregirlos
Actuar con sinceridad y hablar con verdad para alimentar la confianza de los
demás hacia nosotros
Comprender que el bienestar de los otros es igual
de importante que el nuestro
Acompañar y ayudar a los demás
en las buenas y en las malas
Las niñas y los niños tienen derechos:

«Es nuestro derecho


jugar, participar en
actividades culturales
y artísticas, así como
expresar nuestra opinión
y que ésta se tome
en cuenta en todos los
asuntos que nos afecten»

Artículos 7, 9, 12 y 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño


aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en
noviembre de 1989.
Los libros de Mamá y Papá es una colección que invita a las ma
dres y a los padres a reflexionar respecto de las relaciones en las pa-
rejas y en las familias actuales, haciendo hincapié en el cuidado, la educación y
el amor que los hijos y las hijas necesitan para tener un buen crecimiento y desa-
rrollo afectivo, físico e intelectual. Sugiere medidas preventivas y alternativas de
solución a diferentes problemas que se pueden presentar en la vida cotidiana. La
colección está integrada por ocho libros que se complementan entre sí y cuyos
títulos son los siguientes:
El amor en la familia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Brinda información para apoyar la formación de niños y niñas durante las principales etapas de su
crecimiento y desarrollo físico, emocional y afectivo.

La sexualidad de nuestros hijos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


Plantea la importancia de considerar la sexualidad de nuestros hijos como un proceso natural y de
disfrutar de una vida sexual plena y con responsabilidad. Su realización satisfactoria y amorosa con-
tribuye al bienestar de las personas, las parejas, las familias y de la sociedad.

Violencia en la familia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Rechaza la violencia como forma de vida y promueve un proceso de búsqueda de relaciones armóni-
cas en la familia, en las que prevalezcan la confianza, la comunicación, el afecto y la seguridad. Pro-
pone la cultura del respeto y el rechazo de la violencia.

Cuidado con las adicciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


Propone a madres y padres permanecer alerta ante posibles cambios de comportamiento de sus hijas
e hijos y les ayuda a prevenir que los niños y jóvenes caigan en la adicción.

La nutrición de la familia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Promueve la reflexión respecto de los hábitos alimentarios de las personas y proporciona informa-
ción a madres y padres para revisar la dieta diaria de su familia y mejorarla de acuerdo con sus nece-
sidades y posibilidades.

La salud de nuestros hijos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


Proporciona información a madres y padres sobre aspectos de prevención de accidentes y enferme-
dades en sus hijas e hijos, así como acerca de la vacunación y las prácticas higiénicas mínimas para
tener una vida sana.

Los medios masivos de comunicación y la familia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


Contiene información para ayudar a madres y padres a intensificar la comunicación con sus hijas e
hijos a partir de la reflexión y el análisis conjunto de los mensajes que transmiten los medios masi-
vos, sobre todo a través de la televisión.

La escuela y la familia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ofrece sugerencias a madres y padres para lograr una mejor comunicación entre la escuela y el ho-
gar, de modo que los niños y las niñas aprovechen y disfruten más sus estudios.
La escuela y la familia ofrece algunas ideas para mejorar el desempeño de
sus hijos en la escuela, así como para propiciar que vayan con más gusto y que
saquen mayor provecho de ella. La comunicación entre la familia y la escuela
impulsa la educación de las niñas y los niños. La familia puede ofrecer am-
bientes seguros, afectuosos y estimulantes; la escuela debe educar para la
vida.

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