finalizada en 1799, el estallido de esta revolución
significó una línea divisoria entre dos sistemas socio- políticos opuestos, en el Antiguo Régimen, anterior a la revolución, el absolutismo monárquico controlaba una sociedad feudal, y en el nuevo régimen, surgido luego de la revolución, se derrocó el sistema de monarquías absolutas que había permanecido por muchos siglos en varios países europeos. La monarquía absoluta se basaba en el principio de que todos los poderes (legislativo, ejecutivo, y judicial) residían solamente en el rey. Así que, el monarca era fuente de todo poder por derecho divino, el cual era base jurídica y filosófica de su soberanía.
La Revolución Francesa logra separar estos tres
poderes, otorgando el poder legislativo a una Asamblea o Parlamento; el poder ejecutivo seguiría residiendo en el rey y sus ministros, o en un gobierno en las repúblicas, y finalmente el poder judicial residiría en los tribunales de justicia. Así que, la monarquía dejaría de ser absoluta, para convertirse en un sistema político en el que los poderes se controlarían mutuamente. Además, la soberanía no reside más en el rey, sino en el pueblo.
En el plano social, también se lograron notables
trascendencias; en el Antiguo Régimen la sociedad se organizaba en estamentos, en el cual el clero y la nobleza tenían preferencia, y gozaban de privilegios como el hecho de no tener que pagar impuestos. Luego de estos estaba el tercer estamento, que lo integraban los campesinos, artesanos y siervosque pagaban impuestos al Estado y diezmos a la Iglesia.
Entre los que componían el tercer estamento
también estaba una clase enriquecida, por el comercio y la industria, que era la burguesía. Esta clase aspiraba a un ascenso social y que su poder económico se refleje en el orden político.
La revolución francesa logró eliminar los privilegios y
la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley; sin embargo, este ideal de igualdad quedaría en lo teórico, ya que la jerarquía ahora se basaría en la posesión de riquezas, no en el origen o la sangre como era antes.
Así, la revolución logró de pasar a una sociedad
cerrada, de estamentos: Se es noble si se es hijo de un noble. A pasar a una sociedad más abierta, pero clasista, en la cual el cual el dinero y los bienes determinan la clase social. Esto significaría, el ascenso al poder de la burguesía, que es la principal clase beneficiada por la revolución.
La revolución francesa fue un acontecimiento
universal, que se adoptó en otros países. Causas de la revolución francesa Lo que desencadenó la revolución francesa fue más que nada el impacto de la filosofía ilustrada dada por Diderot y D’Alembert, y las doctrinas políticas y sociales de Montesquieu, Rousseau, y Voltaire, cuestionaron los fundamentos de la monarquía absoluta y transfirieron a los burgueses los motivos con los cuales justificar la destrucción del Antiguo Régimen. Montesquieu desarrolló la teoría de la división de poderes, Voltaire censuró el poder y fanatismo de la Iglesia y defendió la tolerancia y la libertad de los cultos, Rousseau planteó el principio de la soberanía popular. En el siglo XVIII, Francia vivía un gran desajuste social, la burguesía se negaba cada vez más a aceptar los privilegios y la inmunidad de los estamentos superiores. Los campesinos se enfrentaban a una explotación, no tenían derechos y debían pagar cada vez más impuestos. En 1870, malas cosechas y crisis agrícolas desencadenaron una casi paralización de los sectores económicos que eran dependientes del Primer Estado. Lo cual prolongó a una gran depresión. Luego estos sectores comenzaron a revolucionarse debido a la escasez de alimentos básicos. La crisis financiera como desencadenante La crisis política también fue un desencadenante a la revolución, surgida por Luis XVI monarca de Francia, cuando intentó solucionar la crisis financiera. Pero debido a los gastos militares era imposible tomar medidas urgentes.
Se inauguró una sesión de los Estados Generales el
5 de mayo de 1789 Se le negó al monarca la capacidad legal de cambiar el sistema fiscal y solicitaron una convocatoria de los Estados Generales argumentando que eran la única institución histórica que tenía poder para ello. Era un cuerpo legislativo que actuaba en representación de las tres clases sociales. Los estados generales habían tenido un rol importante en Francia en los siglos XIV y XV. Sin embargo, las monarquías europeas reducieron este tipo de instituciones a órganos consultivos. Luego, los Estados Generales quedaron en el olvido. Su última reunión fue en 1614 En 1788-1789 debido a que era una situación ya insostenible, Luis XVI aceptó la reunión de los Estados Generales para 1789. Donde, en esta etapa con el exclusivo protagonismo de la burguesía, pretendían acabar con los privilegios de los poderosos, además, que se vote por cabeza y no por estamentos, ya que sino, el voto conjunto con el de la nobleza y el clero siempre sería mayor al de los plebeyos. Pero si sucedía esto, que era muy difícil que se aceptase, el Tercer Estado, con mayoría de representantes pasaría a controlar los Estados Generales. Pero sus demandas de igualdad política con la nobleza y el clero y reforma de las instituciones fueron ignoradas.
Se les obligó a reunirse por separado, y solo se
admitiría un voto colectivo. El tercer estado se proclamaron ‘’Asamblea Nacional’’, para representar a toda la nación y discutir las reformas, y invitaron a los demás estamentos a unirse. Juraron no disolverse hasta que se hubiese establecido una constitución.
Representantes del bajo clero y otros nobles
liberales se unieron a la Asamblea. Luis XVI reconoció a la Asamblea Nacional y ordenó que el clero y la nobleza se incorporaran.
La revuelta popular (1789)
La aristocracia cortesana forzó a Luis XVI a actuar en contra de la Asamblea Nacional, juntando tropas en Versalles, por si era necesario usar la fuerza en contra de la Asamblea y destituyendo a Jacques Necker, ídolo de la burguesía. En París, cuando se enteraron de la sustitución de Necker, e intuyendo que la Asamblea iba a ser disuelta, las masas populares armaron caos en la ciudad. Muchos manifestantes se armaron y se dirigieron a la prisión de la Bastilla. El 14 de julio, la Bastilla fue tomada por los revolucionarios. Se crearon comités, las mansiones de los nobles fueron asaltadas, se destruyeron documentos y se dejaron de pagar por los derechos señoriales.
En la capital se armó una municipalidad
revolucionaria, se creó una guardia nacional a mando de Marqués de La Fayette. La toma de la Bastilla (14 de julio de 1789) La rebelión popular de París tuvo inmediata repercusión en toda Francia. En poco tiempo, la burguesía conquistaba el poder municipal, estableciendo comunas revolucionarias y milicias cívicas encargadas de velar por el orden público.
Luis XVI, para calmar la revolución, retiró las tropas,
restituyó a Necker en su cargo, y adoptó su escarapela tricolor de la municipalidad de París, la cual se convirtió en la actual bandera francesa.
Cuando la revuelta urbana se comenzaba a calmar,
la revolución sacudió el mundo rural, aparecieron grupos de campesinos armados.
La asamblea Nacional 1789-1791
La Asamblea Nacional se convirtió en Asamblea Nacional Constituyente, encargada de redactar una nueva constitución y dar a Francia una nueva forma de gobierno. Se acordó la abolición del feudalismo, y se derogaron los derechos feudales, y se ilegalizó el sistema de impuestos existente. Lo único que quedaba era construir un nuevo régimen que garantizaran los principios del nuevo orden burgués.
Se aprobó La Declaracion de Derechos del Hombre y
del Ciudadano, que establecía los principios de libertad, igualdad, inviolabilidad de la propiedad y resistencia a la opresión.
La burguesía moderada era el grupo con mayor
representación en la Asamblea, sostenían posturas centristas, partidarios de la monarquía constitucional con poderes limitados que solucionara los males sociales. A la derecha se encontraban los aristócratas, defensores del absolutismo. En la izquierda los republicanos, entre los que figuraba Maximilien de Robespierre. Se acordó llevar a la practica una experiencia política de carácter monárquico y parlamentario, que sería compromiso de la corona y de la revolución La constitución de 1791 sancionaba la división de poderes, y concedía al rey las funciones ejecutivas y a un parlamento, que se elegía cada dos años, varias funciones legislativas. También quedaron excluidas del derecho a voto las clases bajas. Otros hechos importantes como, la igualdad civil y la libertad económica. Se reguló la igualdad de todos los ciudadanos ante los impuestos. La Iglesia Católica pasó a depender del Estado, Los privilegiados estaban en fuerte oposición con los cambios impulsados por esta Asamblea, y muchos emigraron a países limítrofes esperando acción inmediata de las monarquías absolutas europeas, que estaban en desacuerdo. El papa Pío VI, condenó la Constitución Civil del Clero y a la revolución. Esto, causó una división en la Iglesia y en la sociedad francesa que tendría graves consecuencias.
Luis XVI, convencido de que el radicalismo de la Revolución se podría detener
solamente si intervenían las potencias absolutistas. Mientras fingía aceptar las reformas revolucionarias, negociaba en secreto con soberanos extranjeros, queriendo convencerlos emprendió una huida del país con su familia. Pero fue reconocido y detenido. Luego de esto, varios aristócratas y clérigos comenzaron a emigrar. Los campesinos volvieron a enfurecer y una oleada de sentimiento anti monárquico se extendió por toda Francia. La Asamblea consideró inocente a Luis XVI, y luego de volver al trono surgió una ruptura entre la burguesía moderada y los republicanos La monarquía constitucional: La Asamblea Legislativa (1791-1792)
Los dirigentes de la Asamblea Constituyente comenzaban a creer
que la situación política se normalizaba y habían conseguido su misión, y debían proceder a la disolución de la cámara y a convocar las elecciones. Sin embargo la presión de las convulsiones internas y la amenaza exterior, la recién instaurada monarquía constitucional corría peligro.
La parte más radical de la Asamblea acusaba al rey de traicionar la
revolución y de mantener secretos con sus enemigos. El conflicto interno y la actitud amenazante de las potencias extranjeras hicieron creer a la Asamblea que la revolución solo se salvaría si se declaraba la guerra a los enemigos exteriores. A Luis XVI le convenía la idea, ya que en caso de derrota, la intervención extranjera restablecería el absolutismo. Se declaró la guerra a Austria. El ejercito, poco preparado, agravó la crisis interna y el fortalecimiento de las actitudes antimonárquicas. El 20 de abril de 1792, Luis XVI, a instancias de la mayoría de la Asamblea Legislativa, declaraba la guerra a Austria en medio de un clima de euforia popular, truncado a poco de iniciarse las hostilidades. El ejército, sin dirección y falto de preparación, se hundía en todos los frentes, provocando con ello un agravamiento de la crisis interna y el fortalecimiento de las actitudes antimonárquicas. A finales de junio los jacobinos, bajo el liderazgo de Robespierre, redoblaron sus acusaciones de traición contra Luis XVI y exigieron la disolución de la Asamblea Legislativa y la elección -por sufragio universal- de una Convención Nacional que instaurase la República.
El asalto al Palacio Real de las Tullerías (óleo de Jean Duplessis-Bertaux)
La conquista de Verdún y el desafortunado manifiesto (25 de julio de 1792) del duque de Brunswick, general en jefe del ejército prusiano, amenazando con arrasar París si la familia real sufría alguna vejación, sirvió para que se precipitaran los acontecimientos. La ira popular se desbordó el 10 de agosto de 1792, fecha en que las masas asaltaron el Palacio de las Tullerías, residencia de los monarcas, y asesinaron a la guardia del rey, que logró ponerse a salvo. Luis XVI fue depuesto y encarcelado en la prisión del Temple por haberse hallado en palacio documentos que le comprometían. La revuelta instaló asimismo en el ayuntamiento parisino una Comuna revolucionaria bajo el control de la izquierda jacobina. Desbordada por los acontecimientos y bajo la presión de la Comuna, la Asamblea Legislativa se vio forzada a convocar elecciones por sufragio universal (masculino). A principios de septiembre surgieron los primeros brotes de terror indiscriminado, que se cobrarían unas mil trescientas víctimas sólo en París: monárquicos, clérigos y todo tipo de presuntos traidores fueron sumariamente juzgados y ejecutados en las llamadas «matanzas de septiembre». El 20 de septiembre, la Asamblea Legislativa se disolvía para dar paso a la nueva cámara surgida de las elecciones, la Convención Nacional, de carácter constituyente. Ese mismo día el ejército revolucionario francés, al mando del general Dumouriez, hacía batirse en retirada en las colinas de Valmy a las tropas prusianas del duque de Brunswick. París y la revolución se habían salvado. En palabras de Goethe, testigo de excepción en la batalla, "ese día comenzaba una nueva era en la historia del Mundo". La República: la Convención girondina (1792-1793) El proceso revolucionario alcanzaba con la Convención su más elevada cota de radicalismo. Barridos los monárquicos constitucionales en los comicios, celebrados esta vez por sufragio universal masculino, los grupos políticos visibles en la Convención Nacional quedaron de nuevo reducidos a tres. Los 160 diputados girondinos, de extracción alto burguesa, promovían una república descentralizada y conservadora. En la «montaña», sector de izquierda y extrema izquierda, se integraban 140 diputados «montañeses», pertenecientes a la pequeña y mediana burguesía, identificados con una república democrática y un programa de gobierno de contenido social (Robespierre, Danton, Marat). Entre ambas tendencias se ubicaba la «llanura» o el «pantano», contingente de centro (350-400 escaños) que, aparte de su fe republicana, no ofrecía posiciones ideológicas definidas. La primera decisión de la Convención Nacional fue abolir la monarquía y proclamar la República (22 de septiembre). Los comienzos del régimen republicano, dominado al principio por los girondinos, no pudieron ser más difíciles. El enjuiciamiento y condena a muerte de Luis XVI, que fue guillotinado públicamente en la plaza de la Revolución el 21 enero de 1793, agudizó aún más la crisis. Las fuerzas realistas y el clero refractario provocaron en varios departamentos revueltas antirrepublicanas, impulsando por ejemplo la rebelión del campesinado de la Vendée, que se había opuesto a las levas forzosas dictadas por la Convención para hacer frente a la amenaza exterior; el ejemplo cundió en otros departamentos. Las potencias absolutistas europeas, espoleadas por la muerte del monarca, cerraron filas en una gran alianza antifrancesa: la Primera Coalición, formada por Austria, Prusia, España, Inglaterra, Holanda, Portugal y la mayor parte de los estados italianos y alemanes. La Coalición frenó el avance de las tropas de la Convención después de la traición del general Dumouriez, que se pasó a las filas de los austriacos tras su derrota en Neerwinden (marzo de 1793). La guerra civil en que habían degenerado las rebeliones internas y la amenaza de una inminente invasión extranjera crearon una situación insostenible que desató la lucha por el poder. La Convención jacobina: Robespierre y el Terror (1793-1794) En el verano de 1793, con el apoyo de las masas parisinas (los sans-culottes), los diputados montañeses expulsaron del gobierno a la derecha girondina, tras acusar de traición y ejecutar a sus principales dirigentes (junio-julio de 1793). El nuevo gobierno quedó progresivamente encarnado en la figura de Robespierre y en la acción expeditiva e implacable de unas instituciones a las que los jacobinos otorgaron poderes de excepción (el Comité de Salvación Pública, verdadero poder ejecutivo pronto dominado por Robespierre, el Comité de Seguridad General y el Tribunal Revolucionario).
Robespierre neutralizó las amenazas contrarrevolucionarias al precio de una sangrienta represión
Desde ellas se pusieron en práctica una serie de medidas, cuyos resultados no se hicieron esperar. En agosto de 1793 se decretaba la leva en masa, con lo que todos los recursos materiales y humanos de la nación se ponían al servicio de la guerra revolucionaria; el ejército francés acabaría contando con más de un millón de hombres. En septiembre de 1793, la «ley del máximum general» fijaba un control riguroso de precios y salarios, dictando durísimas sanciones para los infractores; previamente una ley había establecido la pena de muerte para los acaparadores. Este fuerte intervencionismo económico permitió alimentar la población y abastecer el ejército, pero suscitó el rechazo de la burguesía moderada, defensora de la libertad económica. La Convención aprobó también una serie de normas sobre procedimientos judiciales extraordinarios y tribunales revolucionarios como la Ley de Sospechosos, cuya aplicación correspondió al Comité de Seguridad General, con el objeto de eliminar toda disidencia contrarrevolucionaria y depurar las estructuras del Estado. Como resultado de ello, alrededor de diecisiete mil ciudadanos fueron procesados y ejecutados durante el año escaso en que los jacobinos detentaron el poder, razón por la que este periodo pasaría a ser llamado «el Terror», y a tener en la guillotina su representación icónica. La más ilustre de las víctimas fue la reina María Antonieta, guillotinada el 16 de octubre. Sin embargo, nobles y clérigos eran la menor parte; la mayoría fueron campesinos y trabajadores que se rebelaron contra el reclutamiento o intentaron eludirlo o desertar. Para cumplir todo lo dispuesto en París, se sometió a un centralismo absoluto la actividad política, económica y social de las provincias, otorgándose poderes ilimitados a los agentes («Enviados en misión») de la Convención Nacional. En pocos meses, la dictadura de Robespierre logró conjurar el peligro contrarrevolucionario: aplastó las rebeliones de monárquicos y girondinos en el interior y derrotó a los ejércitos de la Primera Coalición. María Antonieta en el Tribunal Revolucionario Superada la crisis, el frente jacobino comenzó a fraccionarse. El sector radical exigía la abolición de la gran propiedad y la aplicación de la política de terror a los ricos y poderosos. En el lado opuesto, cada vez eran más numerosas las voces que clamaban por una normalización de la vida pública que hiciera efectiva la Constitución democrática elaborada y aprobada en junio de 1793, que no había llegado a entrar en vigor. A partir de marzo de 1794, Robespierre acusó de traicionar a la revolución a los dirigentes de ambas tendencias (Jacques Hébert, Camille Desmoulins, Georges-Jacques Danton, que terminaron en el patíbulo), sin darse cuenta de que estaba preparando con ello el camino hacia el final de su dictadura. La reacción de Termidor y el fin de la Convención (1794-1795) El 27 de julio de 1794, la «llanura» de la Convención Nacional y los jacobinos moderados retiraron su apoyo al hombre que se creía depositario de la virtud revolucionaria. Abandonado a su suerte, Robespierre y veinte de sus partidarios morían al día siguiente en la guillotina sin juicio previo, víctimas de los procedimientos judiciales de excepción que tanto habían defendido. El 9 de Termidor (27 de julio en la terminología del calendario aprobado por la Convención) ponía fin a la fase más radicalista de la Revolución Francesa y daba inicio a una reacción conservadora en la que el terror sólo iba a cambiar de dirección, cebándose en quienes lo habían practicado. Durante el período transcurrido entre julio de 1794 y octubre de 1795, la burguesía conservadora de la Convención Nacional iba a ser la verdadera dueña de la situación política; desde su nueva posición dominante, restableció la libertad de precios y, cuando la carestía empeoró de nuevo la situación de las clases populares, no tuvo escrúpulos en formar frente común con el ejército para reprimir toda intentona subversiva. Sus objetivos inmediatos eran continuar la guerra en el exterior y liquidar la obra revolucionaria elaborando un nuevo texto constitucional que sustituyera, por sus excesos democráticos, al aprobado en junio de 1793. El Directorio (1795-1799) La nueva Constitución, sancionada mediante un plebiscito en septiembre de 1795, fijaba una tajante división de poderes que intentaba evitar por todos los medios la reproducción de una dictadura personal como la que había protagonizado Robespierre. El poder ejecutivo quedó en manos de un nuevo organismo, el Directorio, formado por cinco «directores», renovados a razón de uno cada año por los miembros del legislativo. Dos cámaras elegidas por sufragio censitario indirecto, el Consejo de los Quinientos y el Consejo de Ancianos, detentaban el poder legislativo; el poder judicial correspondía a los tribunales electos, a los que se investía de gran solemnidad e independencia. El nuevo ordenamiento, por otra parte, ponía fin a la participación democrática popular del periodo anterior al eliminar el sufragio universal, y salvaguardaba los intereses de la burguesía adinerada volviendo al principio de capacidad económica como condición previa al ejercicio de los derechos políticos. El Directorio comenzó su andadura en octubre de 1795, manteniendo una línea continuista respecto al último año de vida de la Convención y priorizando la estabilidad y el orden internos para consolidar una república conservadora erigida en la primera potencia de Europa. Los grandes objetivos del régimen tropezaron, sin embargo, con graves dificultades internas que condicionaron de forma determinante sus cinco años de vida. La crisis económica desatada a raíz de la supresión del control de los salarios y los precios abrió un proceso inflacionista (depreciación de los "asignados": papel moneda emitido para la compra de bienes nacionales), que repercutió negativamente en las clases populares y en las arcas de la República, cada vez más dependientes de los botines de guerra. Si bien la crisis económica constituyó el principal problema del régimen, no hay que olvidar la inestabilidad política y social que siempre le afectó al tener que combatir por igual los intentos de subversión conservadora (insurrecciones realistas en la Vendée y Bretaña, marzo de 1796) y las conspiraciones de carácter radical («Conjura de los Iguales» de Babeuf, mayo de 1797). La Constitución de 1795, al configurar el Directorio como un sistema republicano y censitario (sin sufragio universal), parecía haber excluido de la vida política tanto a los monárquicos como a las clases populares, pero realistas y jacobinos ganaron posiciones en las elecciones de 1797 y 1798. La faceta más brillante del Directorio fue su política exterior, basada en la actuación victoriosa de sus ejércitos contra la Primera Coalición. Las brillantes campañas de generales como Moreau, Jourdan, Pichegru y Hoche culminaron en el rotundo triunfo de Napoleón sobre el ejército austriaco en Italia. Las paces de Tolentino y Campoformio (1797) convertían al militar corso en el hombre más admirado de Francia, a cuyo gobierno había proporcionado inmensos recursos procedentes de los territorios ocupados. La estrella de los militares -y en especial del joven Bonaparte- comenzaba a brillar con luz propia en un panorama político inestable y corrupto como el que ofrecía el Directorio a finales de siglo. Ante los avances de una Segunda Coalición internacional contra Francia (formada en diciembre de 1798 por Inglaterra, Austria, Rusia, Turquía y el rey de Nápoles refugiado en Sicilia) y el peligro de escoramiento que suponían las presiones de jacobinos y realistas, la burguesía republicana comenzó a identificarse cada vez más con una solución militar que apuntalase sus intereses. El fin de la Revolución Francesa La coyuntura fue aprovechada por el general más audaz, Napoleón Bonaparte. Enviado en 1798 a Egipto para asestar un golpe al poderío colonial británico cuando se estaba organizando la Segunda Coalición antifrancesa, Napoleón acudió a la llamada de dos miembros del Directorio (Emmanuel Joseph Sieyès y Roger Ducos) y encabezó el golpe de Estado del 18 de Brumario (9 de noviembre de 1799), que acabó con el régimen por la fuerza de las armas y labró sobre su persona el nuevo destino de Francia.
Golpe del 18 de Brumario: Napoleón disuelve el
Consejo de los Quinientos (óleo de François Bouchot) Napoleón disolvió las instituciones del Directorio y constituyó un gobierno provisional; el nuevo orden surgido del golpe de Estado se dotó rápidamente de una constitución (diciembre de 1799) que fijaba su entramado legal: el Consulado. Se trataba de un régimen jerarquizado y autoritario que culminaba en Napoleón, nombrado Primer Cónsul, al que quedaban supeditados los otros dos cónsules. La Revolución Francesa había terminado. Sin embargo, Napoleón consolidó algunos realizaciones revolucionarias (destrucción de las estructuras feudales, superación de la sociedad estamental, estabilización del liberalismo económico y ascenso de la burguesía como clase social dominante) y dotó a Francia de unas estructuras de poder sólidas y estables con las que se ponía fin al caos político precedente. Aunque por el camino se perdieron los ideales de igualdad social y democracia política, la restauración del Antiguo Régimen iba a resultar imposible y, en muchos aspectos importantes, los logros de la Revolución Francesa habían de perdurar y extenderse por Europa con las conquistas napoleónicas. ¿Demasiado extenso? Consulta el artículo Etapas de la Revolución Francesa [Resumen].
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