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© Jesús Callejo 2012
© Atanor Ediciones, S.L., 2012

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Depósito legal: M-XXXXX-2012


I.S.B.N.: 978-84-939617-4-9

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Impresión: EGRAF, S.L.

Atanor Ediciones, S.L.


c/ Columela, 6
28001 Madrid

www.atanorediciones.com
DEDICATORIA:

Para mi hijo Javier que representa a


todos los niños del mundo: tanto los que están viviendo
confortablemente en sus hogares arropados en el amor
de sus padres como aquellos que están pasando hambre,
frío y son testigos de la intransigencia y los horrores de
sus países. Todos, sin excepción, merecen ser felices y tal
vez lo consigan cuando desaparezcan definitivamente
todos los cocos, sacamantecas y hombres del saco, reales
e imaginarios, que aún existen en el mundo.
10
AGRADECIMIENTOS

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Ogros, Cocos y Hombres del Saco

12
Jesús Callejo

INTRODUCCIÓN
SOLO SE NECESITA MIEDO

Un cuento hindú nos dice que había un rey de corazón puro


y muy interesado en la búsqueda espiritual. A menudo se hacía
visitar por yoguis y maestros místicos que pudieran proporcion-
arle prescripciones y métodos para su evolución interna. Le lle-
garon noticias de un asceta muy sospechoso y entonces decidió
hacerlo llamar para ponerlo a prueba.
El asceta se presentó ante el monarca, y éste, sin demora, le
dijo:
-¡O demuestras que eres un renunciante auténtico o te haré
ahorcar!
El asceta dijo:
- Majestad, os juro y aseguro que tengo visiones muy extrañas
y sobrenaturales. Veo un ave dorada en el cielo y demonios bajo
tierra. ¡Ahora mismo los estoy viendo! ¡Sí, ahora mismo!
- ¿Cómo es posible -inquirió el rey- que a través de estos esp-
esos muros puedas ver lo que dices en el cielo y bajo tierra?
Y el asceta repuso:
- Sólo se necesita miedo.

15
Jesús Callejo

PARTE PRIMERA:
Mitología infantil
"En nuestra infancia las criadas de nuestras madres nos
ponían tanta grima con hablarnos de un diablo ruin con sus
correspondientes cuernos en la frente, vomitando fuego, con
una cola por detrás, ojos desencajados, dientes de perro, zarpas
de oso, tez de negro y voz de león; Cuánto era nuestro miedo
al oír gritar a alguno: ¡Bú! Llenábannos la cabeza de espíritus,
brujas, magos, hadas, duendes, sátiros, panes, faunos, silvanos,
tritones, centauros, enanos, gigantes, nigrománticos, ninfas, in-
cubos, bullbeggan, changelings, Kitt-del-candelero, serpientes
de fuego, Robingood-fellow, Puckle, Tom Thomb, Hobgoblin,
Tom Tumbler, Bonesless, Spoorn, Ellwain y otros espantajos por
el estilo, como que tenemos miedo de la sombra que pintamos".

Sir Walter Scott: La verdad sobre los demonios y las brujas


(1830)

23
Ogros, Cocos y Hombres del Saco

24
24
Capítulo UNO
¿Qué es un
coco ?

25
Ogros, Cocos y Hombres del Saco

"Duérmete niño, duérmete ya, que viene el Coco y te comerá".

C
on este estribillo tan manido y manoseado se ha
pretendido asustar a millones de personas, con la
única salvedad de que cambiaban los nombres y
las cualidades del dichoso "Coco". Unas veces te
comía, otras te raptaba, otras te asustaba, otras era
un gigante tragaldabas, otras un cíclope tontorrón y las más de las
veces los propios padres no sabían a qué carta jugar.
Y es que el coco es un personaje popular, conocido por
todo hijo de vecino e integrante no sólo de los mitos universales
sino de los arquetipos del inconsciente colectivo de los pueblos,
a pesar de que no exista una ficha policial de tan temido delin-
cuente. Y no existe por la sencilla razón de que nunca se ha dejado
fotografiar y ni siquiera se ha dejado ver a las claras. Su presencia
de notaba, o más bien se intuía, en las brumas de la noche, en la
oscuridad de los rincones de la casa, en los ruidos chirriantes de la
tarima, de las puertas y las ventanas. Los cocos, en realidad, son
habitantes de lo improbable, vecinos de la nada y protagonistas de
las pesadillas.
El coco es tan hábil y escurridizo que ni siquiera se han
puesto de acuerdo sobre su aspecto físico. Ha sido descrito de to-
das las maneras y muy pocas coincidentes, hasta se ha dicho que
no tiene forma, que es invisible y que en realidad no existe. Lo de
que es invisible, pase porque nunca se ha capturado a ninguno, ni
siquiera en sueños; que se le llame amorfo también pase, porque
se le ha llamado de tantas maneras que no creemos que se moleste
por esta palabra, pero eso de que no existe, habrá que verlo y para
eso nada mejor que continuar leyendo las páginas de este libro.
No es un secreto para nadie que la imaginación popular
es muy fecunda a la hora de crear persona¬jes, con base real o sin
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Jesús Callejo

ella, que sean capaces de asustar a todo bicho viviente, incluidos a


niños y a adultos. En la literatura y el folklore de todo el mundo
existe toda una retahíla de personajes oscuros encargados de pro-
vocar el pánico, sobre todo en los más pequeños, que más tarde y
por contagio supersticioso, se extiende al mundo de los mayores,
pasando a formar parte de sus tradiciones y hasta de su historia.

ENTRE CACOS, COCOS Y CUCOS

Varias palabras compiten para designar a estos monstrui-


tos infantiles. Las más conocidas son ogros, hombres del saco, sa-
camantecas, babaus y, por supuesto, cocos, cacos, cucos y demás
parientes. Pero ¿de dónde proceden estas palabras tan cacofónicas?
Si lo que nos gusta es bucear en las brumas de la mitolo-
gía, muchos estudiosos han querido ver que esta palabra procede
de un antiguo dios griego. Hablo de Caco, hijo de Vulcano, un
gigante omnívoro y rapaz, mitad hombre y mitad animal, que
vivía en una caverna del monte Aventino, de Roma. A todo el que
pasaba por las cercanías de su guarida lo devorada y luego dejaba
a modo de trofeo sus cabezas expuestas a la entrada, oreándose
un poco. Tuvo la mala suerte de toparse en su camino con Hér-
cules (Heracles para los antiguos romanos) cuando éste llevaba
triunfante los bueyes de Gerión (un colega de Caco, en cuanto
a la estatura y malos modales). El malo de Caco le robó algunos
bueyes (la nada despreciable cantidad de cuatro pares) como el
que no quiere la cosa, sin saber con quien se estaba jugando los
cuartos. Hércules se enteró gracias a un chivatazo de la hermana
del gigante (llamada Caca, y no es broma) y no le quedó más re-
medio que matar a Caco. Este hecho, lejos de pasar desapercibido
por la población —debido a que Caco era un auténtico coco para
los romanos— empezaron a venerar a Hércules como todo un
dios salvador, honrándole con una fiesta anual y de ahí se propagó
su fama hasta nuestros días. Se podría decir que es el primer "ma-
tacocos" de la mitología, precediendo con mucho a los famosos
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Ogros, Cocos y Hombres del Saco

matadragones del estilo de San Miguel o San Jorge. No se crean


que Caco pasó al olvido y sino al dato: ¿con que otra palabra sole-
mos designar al habilidoso ladrón?
Para los amantes del origen de las palabras, en el ya vetusto
y completo Diccionario enciclopédico y etimológico de Sebastián
de Covarrubias, del año 1611, se dice:

"Coco: vale figura que causa espanto y ninguna tanto


como las que están a lo oscuro o muestran color negro, de Cus,
nombre propio de Can, que reinó en Etiopía, tierra de negros".

En su etimología parece derivar del griego kakos, que sig-


nifica feo y deforme (otras versiones la hacen derivar de la palabra
griega kókkos: "grano" o "pepita"). En todo caso, estamos en pre-
sencia de una palabra muy expresiva, fácil de pronunciar por un
niño, indefinida a modo de "cajón de sastre" para que todo quepa
en ella.
El coco como tal (o sea, como ser negro y deforme) se
representa en las distintas lenguas con diversos nombres y sus de-
rivados (cuca, coca, etcétera). Voces de formación paralela son,
entre otras, el italiano còcco o cucco (huevo), el francés coque
(cáscara de huevo) o el castellano coca (cabeza). Una característica
común es que su significado parece ir encaminado a un objeto es-
férico. Eso cuando no están personalizados y diferenciados de un
lugar a otro, pero por regla general muchos de los nombres suelen
comenzar por las letras b o p, que son de las más fáciles de pro-
nunciar para los más pequeños. Ciertamente, en muchas ocasio-
nes son amorfos e intangibles, sin una forma definida con la que
puedan ser identificados, aunque predominando una gran cabeza
o cráneo. Tanto antes como ahora un sinónimo de cabeza es coco.
¿No han oído la expresión "vaya coco que tiene"? Covarrubias ya
decía que coca equivale a cabeza en lenguaje antiguo castellano.
Llegados a este punto, quizá algún lector se pregunte si
el nombre de coco tiene alguna relación con el fruto tropical ho-
28
Jesús Callejo

mónimo, habida cuenta de que estamos haciendo hincapié en la


esfericidad de uno y de lo otro. "Me alegro de que me hagan esa
pregunta..." Para cuestión tan poco baladí echemos una ojeada
al diccionario etimológico de Joan Corominas, según el cual, los
compañeros del navegante portugués Vasco da Gama llamaron
así, en el año 1498 (un año después de doblar el cabo de Buena
Esperanza) y una vez desembarcados en la India, al fruto del coco-
tero por semejanza de la cáscara y sus tres agujeros con una cabeza
con ojos y boca, como la de un coco o fantasma infantil.
En 1526, el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, en Su-
mario de la Natural Historia de las Indias, lo confirmó con las
siguientes palabras:
“El nombre de coco se les dixo porque aquel lugar por donde
está asida en el árbol aquesta fruta, quitado el peçón, dexa allí un
hoyo, y encima de aquél tiene otros dos hoyos naturalmente, e
todos tres, vienen a hazerse como un jesto o figura de un monillo
que coca, e por esso se dixo coco”.
En antiguo español, cocar o hacer cocos, era hacer gestos feos
para espantar. Por lo tanto, la voz coco tendría como acepción pri-
maria la de fantasma y sería producto de la creación expresiva y del
lenguaje infantil. Se podría decir que el mito del coco fructificó en
el fruto del cocotero.
Por lo que se refiere a fechas, parece ser que el primer regis-
tro "oficial" de la palabra surge en Portugal hacia el año 1518 en la
obra de Gil Vicente. Por cierto, este escritor aporta una variante y
asegura que el coco equivalía a demoníaco. Está comprobado que
dicha voz —la de coco— se atestigua primero en el idioma por-
tugués en la palabra côco que significaba "fantasma que lleva una
calabaza en la cabeza", del cual habría pasado al idioma español.
Durante el Siglo de Oro, el gran Lope de Vega se hizo eco
de este término cuando escribió: "Pareces el negrillo del Lazarillo
de Tormes, que cuando entraba su padre decía muy espantado:
madre, guarda el Coco". El Fénix de los Ingenios se estaba refi-
riendo probablemente a este pasaje que aparece en la citada novela
29
Ogros, Cocos y Hombres del Saco

picaresca del Lazarillo de Tormes (escrita por autor anónimo a


principio del siglo XVII):

"Como el niño veía a mi madre y a mí blancos, y a él no,


huía de él con miedo para mi madre y señalando con el dedo de-
cía: mamá, Coco".

En resumen, los cocos son seres indefinidos que han pasa-


do con letra pequeña a las leyendas de todos los países por hacer
uso y abuso de su maldad congénita y por tener prácticas tan poco
recomendables como chupar la sangre de animales y humanos,
raptar a niños pequeños, convertirse en lobos las noches de luna
llena, crecerles escamas por el cuerpo, dar sustos descomunales,
gritar como posesos y lindezas parecidas. Había todo un ejército
de seres malvados dispuestos a acechar, a la más mínima oportu-
nidad, los sueños infantiles, pero otros seres tenían por misión
conjurar a estas fuerzas del mal y proteger al niño de sus peligros.
Uno de ellos, paradójicamente, es el koko, el cual y a pesar de su
nombre, es un espíritu guardián o ángel custodio asignado a cada
niño en el momento de su nacimiento. Estamos hablando de ni-
ños nacidos en Madagascar, isla de donde procede este mito. Estos
kokos son descritos como pequeños homínidos con el pelo lleno
de trenzas que les llegan hasta los pies.
En Galicia y Asturias se habla del Cocón como un ente
sin forma fija al que se aludía en las nanas infantiles, como ésta
gallega:

"Dúrmete, meniño,
que ahí vèn o cocón;
pra comelos nenos
que non durmen, non".

En Argentina, Uruguay o Paraguay echan mano del Cuco,


el cual, pese a su popularidad, no se trata en realidad de un ser
30
Jesús Callejo

fantástico sino de un simple recurso traído de Europa para asustar


a los niños, o eso al menos piensa Adolfo Colombres que por tal
razón no lo incluyó en sus Seres sobrenaturales de la cultura popu-
lar argentina. Los adultos no creen en ellos y por eso ni siquiera se
ocuparon de darle una fisonomía determinada. Ni eso se merecía.
En cambio, en Perú se denomina Cucufo a uno de los nombres
del diablo en persona y los chicanos estadounidenses emplean
con frecuencia el nombre de Cocoman (en paralelo al Sacoman
u Hombre del Saco) para referirse a esta entidad. En Cuba este
personaje se convierte en el Cocorícamo.
Menos mal que debido a la afición que tenemos los seres
humanos por todo aquello que sea abstracto o que no conocemos
bien (sea la idea de Dios o sea la imagen de los extraterrestres) de
asemejarlo a nuestra propia imagen y semejanza, una característica
que suele ser común a todos estos personajes del susto infantil es
que, la gran mayoría, son antropomorfos, si bien algunos partici-
pan de una doble naturaleza: animalesca y humana.

LOS SEIS GRUPOS

El maremágnum de bichos y entes que han sido utilizados


para estos menesteres es de tal magnitud que sería muy fácil per-
dernos en multitud de nombres, confundirnos con características
o bien repetirnos innecesariamente si antes no ponemos un poco
de orden. Por eso, en la idea de aclarar la caótica cantidad de ogros
y cocos infantiles que pululan por las tradiciones de todo el mun-
do, se podrían destacar cinco grupos muy diferenciados:

1.- Seres que se tragan o zampan a los niños. Son tragon-


cetes que se comen todo lo que se mueve y al que se pone por
delante, con especial predilección por las carnes tiernas del niño.
Entre ellos habría que citar a la Paparresolla, la Zamparrampa o
el Papón, los cuales llevan incluido el término "papar", que si se
mira cualquier diccionario significa "comer cosas blandas sin mas-
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Ogros, Cocos y Hombres del Saco

car". Son los vulgarmente denominados Comeniños y suelen ser


altos, feos y negros. También están algunos animales mitológicos
como dragones y cuélebres.

2.- Seres que se llevan a los niños sin comérselos. Son los
Raptores y comprendería a la familia de personajes que simple-
mente secuestran a los niños y los transportan a algún lugar des-
conocido, aunque lúgubre, donde no se sabe muy bien qué harían
con ellos en caso de que se los llevaran de verdad (se presagia que
nada bueno). Serían el Coco, el Rampayu, el Hombre del Saco,
algunas hadas malvadas, aves rapaces nocturnas, seres acuáticos
escamosos y escamados, etc.

3.- Los Chupasangres. Bajo esta categoría se agruparían


unos seres vampíricos que les da por chupar la sangre a los niños
hasta ocasionarles graves enfermedades o matarlos. Suelen ser fe-
meninos, de nombres variopintos y asociados predominantemen-
te al mundo de las brujas: Lamias, Guaxas, Guajonas, Xuxonas,
etc.

4.- Entes basados en Personajes Históricos cuyo ejemplo


tan poco edificante sirve, con el transcurso de los años, para asus-
tar a los niños. La mayor parte de las veces son delincuentes, tira-
nos, mendigos ambulantes o personas desalmadas. En esta catego-
ría estarían el tío Camuñas, el Sacamantecas, el Meco, la tía Casca,
Herodes, etc.

5.- En otras ocasiones se echa mano de animales para asus-


tar a los niños, animales que van desde los más fantasmagóricos e
irreales (el Pájaro de los Ojos Amarillos) hasta los más cotidianos
y conocidos, sobre todo el zorro, llamado de muchas maneras.

6.- Entes indeterminados asociados a elementos abstractos


o confusos como la Noche, la Niebla o la Muerte.
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Jesús Callejo

Las características globales que hemos expuesto de estos


seis grupos no significa que unos personajes no puedan participar
en dos o en más grupos. Tan sólo es indicativa para clarificar algo
la gran cantidad de seres de toda clase y condición que van a ir
desfilando por estas páginas.

EL PELIGRO DE LOS PADRES

Antes de entrar de lleno en el mundo de los monstruos


infantiles y de ir analizando uno por uno esos seis grupos, quiero
hacer una pequeña reflexión sobre un aspecto que ha preocupado
a algunos psicoanalistas desde Freud hasta nuestros días.
Muchas veces se ha dicho que el peor enemigo para un
niño son sus propios padres y eso por varias razones. Entre las
principales se pueden enumerar las siguientes: son los que más
horas pasan con él; por aplicar a rajatabla eso de que "quien bien
te quiere te hará llorar"; por intentar dar al niño una férrea educa-
ción similar a la que recibieron de sus padres; por generar disen-
siones y tensiones en la pareja cargando la culpa sobre el pequeño
o sencillamente por ignorancia a la hora de educarlo. Eso sí, siem-
pre con "las mejores intenciones". ¿Cómo un padre va a desear el
mal para su propio hijo?
La psicoanalista y escritora Dorothy Bloch, experta en los
miedos infantiles, va más allá de estas especulaciones. Durante
años recogió varias experiencias de esta clase de miedos, entrevis-
tando a cientos de niños. Escribió:

Una niña de cuatro años y medio, cuyo terror llegué a co-


nocer con gran detalle, me anunció solemnemente que sus dibu-
jos se titulaban "Ciudad peligrosa" y "Cielo peligroso". Un niño
de seis años estaba demasiado ocupado mirando a las nubes con
temor de que se "derrumbaran" para poder jugar. Otro de cinco
años, pálido y serio, me confió que tenía dos lápices en los ojos
33
Ogros, Cocos y Hombres del Saco

que en caso de necesidad saldrían disparados. Cuando casualmen-


te comenté con otro niño de seis años que había notado su cui-
dado de sentarse en la mesa siempre en el lado contrario al mío,
respondió con una risa histérica: "Para que la bruja no me coma".

Bloch deduce, no sin gran sorpresa, que en casi todos los


casos, la fantasía representaba un intento del niño de defenderse
contra el miedo a ser asesinado. Concluyó su estudio diciendo que
los niños están universalmente predispuestos al miedo al infanti-
cidio por el estadio de su desarrollo físico o psicológico y que la
intensidad del miedo depende de la incidencia de sucesos traumá-
ticos y del grado de violencia y cariño que hayan experimentado
en el seno familiar.

Quizás nadie haya descrito mejor el miedo que encierran


las fantasías de los niños que Melanie Klein, una de las primeras
analistas infantiles, quien escribió:

"Estamos acostumbrados a ver el terror de los niños a ser de-


vorados, o cortados, o hechos trozos, o su terror a ser rodeados y
perseguidos, por figuras amenazantes como un componente nor-
mal de su vida mental (...)".

Ella tenía muy claro el origen de ese miedo y decía:

"No me cabe ninguna duda, por mis observaciones analíticas,


de que las identidades que se ocultan detrás de esas figuras imagi-
narias y terroríficas son los propios padres, ni de que esas formas
horribles de alguna manera reflejan los rasgos de su padre o su
madre, por distorsionada o fantástica que pueda ser la semejanza".

En definitiva, según estas autoras, al coco y al ogro no hay


que buscarlos fuera de casa, ni en los mundos de la fantasía, por-
que están más cerca del niño de lo que él se cree.
34
Jesús Callejo

A este respecto recuerdo una curiosa noticia que salió pu-


blicada en 1953. En ella se decía que en el curso de unas pocas
semanas, cinco iglesias habían sido incendiadas en pueblecitos
próximos del Estado de Oklahoma (Estados Unidos). Finalmen-
te, la policía detuvo y acusó de estos incendios a la niña de 13
años Elvira Young. Esta explicó su comportamiento en la forma
siguiente: "Mis padres me han obligado siempre a ir todos los días
a la iglesia. Esto me puso tan furiosa que decidí quemar todas las
iglesias que pudiera".
Otros autores, como el citado doctor Benjamín B. Wol-
man, son más moderados y no llegan tan lejos en sus conclusio-
nes. Tan sólo se limitan a decir que el temor a la desaprobación
y el castigo de los padres es la primera y necesaria condición para
una buena adaptación social, aunque eso lleve implícito la posibi-
lidad de causarle una ansiedad grave.
Lo malo es que casi todas estas teorías están basadas en
una óptica unidireccional, bajo el único criterio de los adultos
(sean educadores, pedagogos o psicólogos). Sin embargo, en el
año 1998 se realizó un estudio sobre la infancia hecho por primera
vez desde el punto de vista de los niños, siendo el promotor de la
idea el Centro de Estudios Kind, en Samenleving (Bélgica). Los
niños encuestados eran de Francia, Bélgica, Portugal, Holanda y
España. Una de las conclusiones era que, por lo general, los niños
de ahora se sienten queridos por sus padres, pero menos compren-
didos de lo que desearían, siendo los padres belgas y holandeses
más gritones y los españoles y portugueses más severos. Una de las
coincidencias es que los niños se rebelan ante las prohibiciones,
reglas y normas familiares del tipo: ¡Basta de tele!, ¡Ya es hora de
acostarse!, ¡Se acabó jugar en la calle!, aunque al final suelen ser
condescendientes con los defectos y pecados de sus padres y no
sólo los exculpan sino que acaban repitiendo los argumentos pa-
ternales. Alguno diría que es el ciclo inexorable de la vida.

35
Ogros, Cocos y Hombres del Saco

Las nanas infantiles

Desde que nacemos hasta que morimos estamos rodeados


de toda clase de miedos, tanto de los que nos inculcan como de
los que nos creamos nosotros mismos. Y una etapa donde más nos
acucian esos miedos es en la infancia, temores que nos los susurran
ya en las nanas.
No hay zona de España —y se podría decir que del mundo
entero— que no tengan a su modo una de estas cancioncillas para
amodorrar a sus bebés blancos, amarillos, negros o cobrizos.
Uno de los recopiladores de nanas fue el gran poeta gra-
nadino Federico García Lorca, que en los años veinte dio unas
conferencias sobre Las nanas infantiles, género en el que encon-
traba un cierto deleite hasta el punto de crear de su propio cuño
algunas que ya son clásicas y tras él muchos han sido los que se
han preocupado por recoger ese acervo antropológico de los pue-
blos. Uno de ellos ha sido Pedro Cerrillo quien ha elaborado una
antología de nanas españolas, comenzando su libro con una frase
bastante esclarecedora:

"Uno de los géneros más ricos del Cancionero popular infantil


español, así como de los cancioneros de la mayoría de los países
latinoamericanos, es el de las nanas, también llamadas canciones
de cuna; sin embargo, no hay otro género del propio cancionero
infantil en que más intervenga el adulto".

Es cierto y aquí radica su singularidad. Uno de los temas


recurrentes de estas nanas es precisamente el coco. Este mismo
autor nos dice que "conocida es la tradición del coco, personaje
que, paradójicamente, aparece en pocas nanas españolas y que, sin
embargo, es de una gran difusión popular".
Rastreando, la nana más antigua sobre el coco se remonta
al siglo XVII y se encuentra en una obra dramática de un autor
poco conocido, Juan Caxés, titulada Auto de los desposorios de la
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Jesús Callejo

Virgen y dice así:

Ea, niña de mis ojos,


duerma y sosiegue,
que a la fe venga el coco
si no se duerme.

En nuestro país, como nos decía Francisco Rodríguez Ma-


rín en sus Cantos Populares Españoles (1882), junto al coco, tam-
bién son personajes míticos con los que se asusta a los críos el bú,
el duende o el cancón.

Duérmete, niño chiquito


mira que viene el Cancón,
preguntando en cada casa,
dónde está el niño llorón.

Además, en otras nanas españolas se amenaza con seres reales,


como muy bien señala García Lorca: "En el Sur el 'toro' y la 'reina
mora' son las amenazas. En Castilla la 'loba' y la 'gitana'..." En
las nanas del norte de Burgos asustan con la Aurora. Observa el
poeta que en muchas de las nanas la madre "no solo gusta de ex-
presar cosas agradables mientras viene el sueño, sino que lo entra
de lleno en la realidad cruda y le va infiltrando el dramatismo del
mundo". Como en esta nana de Béjar:

Morena de las morenas


la Virgen del Castañar,
en la hora de la muerte
ella nos amparará.

En una conferencia pronunciada en 1928, Lorca se refiere


a la figura del coco: "La fuerza mágica del coco es precisamente su
desdibujo. Nunca puede aparecer, aunque ronde las habitaciones.
37
Ogros, Cocos y Hombres del Saco

Y lo delicioso es que sigue desdibujado para todos. Se trata de una


abstracción poética y, por eso, el miedo que produce es un miedo
cósmico". Más adelante, nos cuenta una anécdota graciosa como
ejemplo de esa abstracción:

"Yo conocí a una niña catalana que, en una de las últimas expo-
siciones cubistas de mi gran compañero de Residencia, Salvador
Dalí, nos costó mucho trabajo sacarla fuera del local porque estaba
entusiasmada con los papos, los cocos, que eran cuadros grandes
de colores ardientes y de una extraordinaria fuerza expresiva".

Junto al coco y otros personajes míticos también habría


que citar al lobo (y a la loba), a la noche o al coyote:

"Duérmete, mi niño,
carita de ayote,
que si no te duermes,
te come el coyote".

En algunas nanas se echa mano de los angelitos, éstos en-


tendidos en un doble sentido: porque se llevarán al niño que llora
y no duerme o porque se irán de su lado, desprotegiéndole de la
guarda que tradicionalmente les caracteriza:

Duérmete, niño chiquito


duérmete y no llores más
que se irán los angelitos
para no verte llorar.

Más cómicamente se amenaza con las lombrices:

A los niños buenos


Dios les bendice;
a los que son malos
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Jesús Callejo

les da lombrices.

E incluso con el castigo físico, en una extraña mezcla de


amor y miedo, de cariño maternal y de amenaza. He aquí un
ejemplo de vehemencia, recogida en Sisante (Cuenca):

¡A dormir! ¡A callar!
mira que viene el coco
y te va a llevar.

Lo malo de abusar en exceso del coco y otros espantos es


que al final el niño termina por tomárselo a chirigota:

Con decirle a mi niño


que viene el coco,
le va perdiendo el miedo
poquito a poco.

En el folklore de influencia hispana, las nanas son igual de


frecuentes e "ingeniosas". Sólo citaré tres ejemplos. El primero es
recogido por Oreste Plath (nacido en 1907) uno de los folkloristas
más importantes de Chile. A él se debe su Folklore chileno, con
una parte muy importante dedicada a canciones de cuna como
ésta:

Dórmite niñito,
que viene la vaca
con los canchos d'oro
y las uñas e'plata.

Dórmite guagüita,
que viene la cierva
a saltos y a brincos
por entre las piedras.
39
Ogros, Cocos y Hombres del Saco

En Puerto Rico se prefiere la forma cuco a la de coco y no


tienen ningún reparo en cambiar el texto de la nana para que rime
aún a costa de que incurrir en una flagrante incoherencia:

Duérmase ya el niño
que viene el cuco
y se lleva a los niños
que duermen mucho.

En 1929, el investigador cubano Fernando Ortiz propuso


la hipótesis de que esta variante pudo ser originada por un sincre-
tismo entre el Coco peninsular y un demonio africano del pueblo
bantú llamado Kuku, que llegó a América en los barcos de escla-
vos.
Por su parte, Emilio Ballagas —nacido en 1910— inspi-
rándose en el folklore de los negros cubanos, escribió varias nanas
Para dormir a un negrito en cuyos versos se encuentran todos los
imaginarios premios y amenazas con que la madre adormece al
negrito:

Si no calla bemba
y lo limpia moco
le va'abri la puetta
a Visente e'loco.

Si no calla bemba,
te va'da e'gran sutto.
Te va'a llevá e'loco
dentro su macuto.

El escritor gallego Rafael Dieste (1899-1981), recordando


sus años de niñez cuando le hablaban del coco, escribe:

40
Jesús Callejo

"¿Te acuerdas? Se le sentía venir en las tinieblas con pasos blan-


dos como latidos, pero grandes y de grandísimos pies. Venía, sólo
venía. No llegaba nunca. Venía como el sueño mismo y con igual
compás que la canción materna, pero siempre era el sueño el que
llegaba delante y nos cubría, protegiéndonos de él".

La canción de cuna, como la vida misma, nunca desapare-


cerá mientras haya niños.

MIEDO AL OTRO

En definitiva, el miedo siempre está presente y la voz de


alarma salta bajo cualquier sospecha. De hecho, las palabras tie-
nen una gran importancia en la magia y las supersticiones porque
el nombre de una cosa lleva implícita su esencia. A muchos niños
se les metía miedo con el propio miedo. Nada tan fácil como ha-
cer que tenga vida propia, entonces ya no es una simple palabra
sino un ente que acecha. Son conceptos que penetran en lo más
profundo de nosotros y alimentan nuestros miedos.
En la mitología pirenaica, con esta palabra genérica —
Miedos— se agrupa a unos cuantos personajes fantásticos o seres
imaginarios a quienes se atribuye el poder de introducirse en las
casas o de cruzarse en el camino de los viandantes nocturnos. Son
criaturas inexplicables, sin una definición exacta, sin un mode-
lo preconcebido, lo que engendra toda clase de especulaciones,
desde monstruos del Infierno hasta almas en pena. En definitiva,
son Miedos y se puede decir que son también necesarios para la
buena marcha de una sociedad. La gente del departamento fran-
cés de Ariège comenta que "si no existiera los miedos, los curas se
morirían de hambre", frase que se justifica porque los sacerdotes
eran frecuentemente solicitados, con agua bendita en sus hisopos
y sus bendiciones, para expulsar a alguno de esos miedos de una
casa. En otras ocasiones, el miedo no era tan abstracto sino que se
concretizaba en una persona o en un colectivo.
41
Ogros, Cocos y Hombres del Saco

Tanto es así que hasta existe una peculiar teoría, que ex-
pone el escritor Jesús Pardo en su libro de curioso título, Zapatos
para el pie izquierdo, sobre la invención del coco por parte del
homo sapiens sapiens, llegando a la conclusión de que el coco eran
sus enemigos. ¿Qué enemigos? Pues la ruda raza de los hombres de
Neandertal que aparecieron sobre la faz de la Tierra hace 230.000
años. Eran dos especies humanas inteligentes condenadas a no en-
tenderse y que competían ferozmente por los mismos territorios.
Cuando los neandertales se extinguieron hace 30.000 años deja-
ron como legado a la posteridad el agorero recuerdo del coco. Y
no sólo eso. Entre un 1% y un 4% del ADN que tenemos en cada
una de nuestras células es herencia directa de los neandertales, se-
gún los resultados del Proyecto Genoma Neandertal que se dieron
a conocer en el 2010. La investigación indica que neandertales y
Homo sapiens se aparearon al menos dos veces, probablemente en
algún lugar de Oriente Medio, hace entre 50.000 y 80.000 años.
Pero fueron contactos esporádicos.
"El hombre de Neandertal —nos dice Jesús Pardo— con
su aspecto subhumano y su idioma incompresible, animalesco
quizá, aterraba a los niños y mujeres prehistóricos y mantenía a
los hombres en perpetuo estado de nerviosa vigilancia. El contac-
to con ellos era difícil, violento a veces. Así fue como su imagen
quedó indeleblemente impresa en nuestra mente colectiva: un ser,
sólo a medias humano, siempre al acecho en la penumbra".
Desde el punto de vista antropológico se sabe que las socie-
dades pequeñas son más proclives a desarrollar miedos colectivos.
La antropóloga Anne Bradford, de la Universidad de Michigan,
ha explicado cómo la tendencia a la supervivencia y a la autode-
fensa, hace crear a estos núcleos de población figuras imaginarias
o conservar otras basadas en la tradición popular, como el hombre
del saco o los babaus, que se llevarían a los niños del poblado.
De alguna manera, estas tendencias de autoprotección ha-
rían que estos seres del imaginario popular sirvieran como preven-
ción contra los extraños que pudieran entrar o inmiscuirse en el
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Jesús Callejo

grupo. En el fondo subyace nuestra creencia de que el extranjero


es siempre nuestro enemigo y desde la mentalidad descrita todo
acaba por ser el extranjero, el Mal, el demonio, el Otro.

En el siglo XIV, en la localidad francesa de Wassy se expul-


só a todos los judíos con ejemplar brutalidad por creerlos secuaces
de Satán, es decir, enemigos. En el siglo XVI la misma Francia
procedió al exterminio de los protestantes bajo el mismo argu-
mento. Siempre hay un adversario, un chivo expiatorio, y, sino, se
inventa.
Una regla de oro para poder exorcizar a los espíritus del
mal (se entiendan éstos como se entiendan) consiste primero en
nombrar al enemigo, luego describirlo y, por último, destruirlo (si
se puede) o, en el mejor de los casos, adaptarlo a nuestras costum-
bres e incluirlo en nuestras leyendas y tradiciones.
Nombraremos y describiremos a algunos en este libro,
pero nunca osaríamos matarlos porque, aún así, no se extingui-
rían.

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