Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
3)
Una extraordinaria cantidad de cosas pasaron en Entre Ríos entre la derrota y muerte
de Ramírez (1821) y la derrota de las rebeliones jordanistas que buscaron reafirmar la
memoria y la soberanía particular federada en el período post-urquicista. Nuestra tierra
fue “el Vietnam del Siglo XIX”: a la resistencia multicultural artiguista y a la defensa de
la República de Entre Ríos le siguieron el intento de continuidad ramirista con Don
Ricardo López Jordán padre, su derrota, sus intentonas fracasadas -donde participará
el joven Justo José de Urquiza- y la intervención santafesina y porteña de nuestra
provincia, que muchos han denominado mal como la época de la “anarquía” entrerriana.
Las batallas continuaron en distintas zonas del territorio entrerriano, antes, durante y
después del gobierno de Urquiza. El jordanismo -la defensa de Entre Ríos comandada
por Ricardo López Jordán hijo- también hizo de cada pueblo y de cada arroyo una
trinchera de lucha, pero la rebeldía soberana fue aplastada por los fusiles remingtons
de BsAs, enviados por Sarmiento, hacia 1873.
Esa Entre Ríos derrotada y contenida primero en 1821, sufrió una verdadera
intervención política de gobernantes adictos y dependientes del gobernador de Santa
Fe, Estanislao López y después -y un tiempo a la par de la influencia del anterior- del
gobernador de BsAs, Juan Manuel de Rosas. Ahora, todo intervencionismo vertical,
como toda hegemonía, nunca puede ser absoluto: ningún gobernante de ese período
pudo borrar la memoria federal, el inconsciente federal, el deseo soberano profundo del
pueblo entrerriano ni pudo acallar las voces que reclamaban dignidad, justicia, respeto
y soberanía particular. En cada hecho histórico puede analizarse la correlación de
fuerzas en pugna y en tensión que se expresan en él o que están detrás de él y de los
discursos que se generan. Hay un estruendo de las batallas, una sangre seca, que no
siempre es fácilmente perceptible, en cada hecho de la Historia (1).
El porteño Mansilla, gobernó como interventor de Entre Ríos un par de años desde
1821. Para algunos historiadores y ensayistas, que deberían dejar de vivir en la Casa de
Gobierno, Mansilla “modernizó” Entre Ríos. Lo cierto es que Mansilla vivió de la política
y la corruptela de su gobierno parece lamentablemente haber hecho escuela en Entre
Ríos: tantos gobernantes aporteñados -sean de adentro o de afuera- han vivido y se han
enriquecido con la plata y el sacrificio del pueblo. Para decirlo en términos actuales,
Mansilla, como otros, fue un chanta, un bandido y un corrupto.
¡ Tantos recursos se han robado y despilfarrado hasta hoy del pueblo que trabaja!
¡Tantos sacrificios se le han pedido al pueblo mientras los gobernantes viven como
reyes y príncipes! ¡Tanto más se podría hacer si pudiéramos ahorrar e invertir en el
pueblo lo que se roban! ¿Cuándo será la hora de que el pueblo exija sin
contemplaciones la distribución justa de la austeridad? (3).
El propio diputado Urquiza, que recién se iniciaba en la política, fue quién propuso que
Mansilla no volviera a pisar Entre Ríos. Pensemos que pasaría si se aplicara hoy ese
escarmiento a los que hacen política como Mansilla.
Poco antes de la rebelión conducida por Cóceres, Entre Ríos -la Entre Ríos intervenida-
había aprobado su Estatuto Constitucional en 1822 y se había expresado por el
federalismo en una consulta popular -hecha con las formas de esa época- para definir
la posición de los diputados provinciales en el Congreso Constituyente de las
Provincias Unidas que se inició en 1824 y que terminaría con la presidencia fracasada
del unitario Bernardino Rivadavia y con una pretensión constitucional centralista que
Entre Ríos no aceptó ni acató. Las luchas políticas y sociales, la complejidad y la
dialéctica de las luchas, las tensiones, las presiones del poder y la presión popular
antagonista, pueden apreciarse en cada hecho histórico como dijimos.
Nos resulta extraño entonces que muchos autores y algunos políticos hayan hablado
del “aislamiento” de Entre Ríos. Uno puede hablar de insularidad, de autonomía, de
desarrollo sociocultural específico pero toda nuestra dinámica histórica desmiente esa
idea desarrollista del “aislamiento”. Los propios gobernantes que bautizaron
“Hernandarias” -y no “Campusano” ni “Caraví”- al Túnel Subfluvial Paraná-Santa Fe,
inaugurado en 1969 podrían haber pensado que el propio colonizador imperial era un
hombre poco preocupado por los “aislamientos”, como Juan de Garay y tantos otros. La
colonialidad ideológica ha sido larga, larga, y sigue lastimando.
Varios hechos y procesos destacados se sucedieron en la época en que Entre Ríos estuvo intervenida
políticamente por Santa Fe y por BsAs (1821-1841). Se batalló contra el Brasil para recuperar la
Provincia Oriental invadida, pero al final los acuerdos burgueses hicieron de Uruguay un país
aparte. En Brasil, la Revolución de los Farrapos (1835-1845) quiso hacer de Río Grande do Sul un
País Gaúcho (gaúsho). Se desarrolló la novelesca presencia de Garibaldi en el Río de la Plata y en
Entre Ríos: prócer liberal a caballo en los mármoles de Italia después; aprendió a galopar en estas
tierras para tratar de escapar a las guachiadas que le pegaban los federales rosistas. En las Malvinas
ocupadas, el gaucho Antonio Rivero arreaba espíritu montielero y enfrentaba con un puñado de
cumpas a los patrones británicos. En Entre Ríos, como dijimos antes, se hacía una consulta por el
proyecto constitucional unitario de los rivadavianos en 1826 y la respuesta política era un No. Entre
Marzo de 1838 y Octubre de 1840, la Confederación Argentina fue puesta a prueba por el bloqueo
imperial francés al Río de la Plata y salió airosa con fuerza, coraje y dignidad. La combinación
extranjera con los unitarios en el Litoral y con los colorados uruguayos llevó al límite a la
resistencia entrerriana y popular. Las guerrillas entrerrianas y la solidaridad federal pudieron al final
contra la invasión unitaria y sus desinteligencias. Igualmente, al final, el desgaste del proceso de
lucha militar y política se termina llevando puesto al gobernador Echagüe, que renuncia y deja paso
en 1841 a la gran figura que venía creciendo y que todos miraban expectantes: Justo José de
Urquiza.
Urquiza tomó el poder en las condiciones más complicadas, con la provincia ocupada por los
unitarios. Pero su inteligencia estratégica, sus movimientos, el manejo de los tiempos, el refuerzo de
sus aliados rosistas en ese momento le fueron dando las victorias que lo consolidaron como líder
regional. Entre 1845 y 1850, la Confederación Argentina comandada por Rosas sufrió un nuevo
bloqueo, ésta vez anglo-francés, y la Entre Ríos de Urquiza supo combinar fuerza y adhesión al
federalismo dominante -rechazando por ejemplo la idea de ser parte de una República de la
Mesopotamia-, con equilibrio y negociación. La BsAs bloqueada resistió, pero retrocedió
económicamente, y la Entre Ríos de Urquiza comerció directa y clandestinamente con los europeos
que controlaban la ruta comercial fluvial. Por primera vez, se daba vuelta la tortilla y la Entre Ríos
de Urquiza y Crespo -gobernador suplente y delegado del caudillo, que estaba de campaña militar
casi permanente- le hacía a BsAs lo que BsAs le venía haciendo a las provincias desde la época
colonial.
En BsAs, el poder había pasado de la política centralista de Rivadavia a la de Rosas, pero desde el
punto de vista de los intereses de los sectores sociales más poderosos, hay más continuidades que
los supuestos cambios que algunas voces nacionalistas quieren hacernos creer. Los hacendados
porteños se vistieron hipócritamente de “federalistas” con Juan Manuel de Rosas a la cabeza cuando
ya no pudieron forzar más a las provincias a aceptar su política unitaria. Pero el centralismo
continuó, incluso con más fuerza en algunos aspectos (9).
Años más tarde, cuando la fuerza de Urquiza empezaba a declinar por decisión propia, después de
todo lo que había avanzado, Olegario Víctor Andrade y Juan Bautista Alberdi, dos de las espadas
intelectuales del federalismo urquicista, denunciaron públicamente que en lo que se llamó primero
las Provincias Unidas y después Confederación Argentina, existieron dos políticas: la política de
BsAs, y la política de las provincias, la resistencia federalista. Para Alberdi, eran dos países
distintos políticamente. Se firmaba incluso “nacionalidad entrerriano” acá en algunos documentos.
Andrade había anticipado lo mismo en 1866 en ese balance crítico memorable y actual que tituló
“Las dos políticas”. Para el gran escritor militante de Gualeguaychú, la política de BsAs había sido
lisa y llanamente la continuidad del coloniaje, desmitificando y deconstruyendo incluso el discurso
patriótico oficial del 25 de Mayo. Afirma Andrade:
“…La Metrópoli había cambiado de nombre. En vez de Madrid se llamaba Buenos Aires. Las leyes
de restricción y exclusivismo cambiaron también de distintivo. En vez de las reales armas,
ostentaron desde entonces la escarapela azul y blanca. Pero las leyes no cambiaron ni en la letra ni
en el espíritu.
En vez del coloniaje extranjero y monárquico, tuvimos desde 1810 el coloniaje doméstico y
republicano. ¡La fábula de las ranas pidiendo rey! Desde ese día data la política de un partido
localista de Buenos Aires...”
Desde ese día también, dice la pluma surgida en un nido de cóndores, surgió la resistencia de las
provincias y sus caudillos, que continuará -anticipaba el poeta- preguntándose en voz alta, para
discutir con pasión y argumentos profundos frente a los intelectuales de la “civilización”:
“...¿Por qué el caudillaje no desaparece con el caudillo? ¿Por qué el mal no desaparece con su
personificación? Porque representa ideas, intereses y fines que el plomo no mata, que la
persecución no aniquila. Porque en el seno de cada hecho hay un pensamiento, en el seno de cada
organización un principio de vida, como ha dicho un filósofo español. Los hombres que se agitan
en la superficie de la historia son ideas que el espíritu humano concreta en grandes
personalidades. ¿Cuáles son esas ideas, esos intereses?. Los caudillos representan la resistencia de
los pueblos al ascendiente usurpado, a la codicia sórdida, de la política centralista de Buenos
Aires. Los caudillos son la personificación ruda, informe muchas veces, de la idea de la igualdad
federal...” (10)
Seguimos sintiendo lo mismo que Andrade los entrerrianos cuando escuchamos a un porteño
charlatán o creido, o cuando tenemos que soportar la infinita estupidez y mediocridad
porteñocéntrica de los mediáticos de toda laya.
UN PRIMER REVISIONISMO
Bien leído, este documento de Andrade puede ser considerado una de las primeras obras fundantes
del denominado revisionismo histórico, si es que no es la primera. Mitre había iniciado desde el
poder la historiografía oficial con su “Historia de Belgrano”, en 1857: más de 160 años de
operatividad pedagógica lo ponen en camino de un probable récord hegemónico. Andrade anticipa
así las reflexiones críticas de Benigno Teijeiro Martínez, ese gallego genial, que cuando empezaba
el Siglo XX, plantó su “Historia de Entre Ríos”. Esa historia provincial es interpretada por Jose
Carlos Chiaramonte como parte de una primer corriente revisionista -entendiendo revisionismo en
sentido amplio y profundo-, a la que se sumarían después y entre otros, Luis V. Varela, Jose Nicolás
Matienzo, Emilio Ravignani y Jose Luis Busaniche, entre otros. Después viene la segunda corriente
revisionista, la más conocida, que en otro contexto va a realizar una limitada y parcial crítica
nacionalista al liberalismo (11).
Frente a los que han rezado sus plegarias historiográficas al que huyó galopando de la derrota de
Caseros a refugiarse en el Consulado Británico, hay otras voces que han militado en el campo
nacional y popular y que se han tomado el trabajo de estudiar a fondo y pensar nuestra historia.
Arturo Sampay, ese brillante jurista entrerriano que fue protagonista activo de la elaboración de la
Constitución nacionalista y social que el peronismo promovió en 1949, nos propone pensar en su
libro “Constitución y Pueblo”, la progresividad política que la Constitución de 1853 -elogiada por el
propio Gral Perón en su mensaje de apertura a la Constituyente popular- tenía para la sociedad
argentina, más allá por supuesto de sus contradicciones y limitaciones en el marco hegemónico del
momento. En la dialéctica llana de Sampay, la constitución era oligárquica y liberal, pero por un
lado significaba el paso de lo que el denomina un feudalismo político a un desarrollo capitalista
moderno -que se frustra, porque el proyecto urquicista fracasa y retrocede, y porque esa
constitución limitada, maniatada y reformada a gusto de BsAs después, arranca su vida operativa
nacional cuando el capitalismo pasa de una etapa que se denominaba de libre concurrerencia a la
etapa imperialista.
Uno puede acordar en parte con Sampay algunas ideas y poner matices hoy en otras, pero lo más
interesante es que éste gran referente de nuestra filosofía del derecho -que supo investigar y escribir
también sobre el conservadurismo de Rosas- dice también que, por otro lado, la Constitución de
1853 abría paso a la necesaria masificación de la educación popular formal y con ello a una
transformación social extraordinaria. Grandes educadores militaron con Urquiza: Marcos Sastre,
Alberto Larroque, Alejo Peyret y Juan María Gutierrez, entre otros. Gutierrez fue una de las voces
importantes de la Convención Constituyente de 1853, y despues ministro del Presidente Urquiza,
pero nosotros nos queremos quedar acá con el rescate que Sampay hace de las ideas de Juan
Francisco Seguí, redactor del Pronunciamiento, constituyente, urquicista de la primera línea. Para
Seguí, y aún moviéndose dentro de las lógicas ilustradas de su época:
“La educación primaria gratuita tiene por principal objeto poner al alcance de todo el mundo los
conocimientos primarios, sin los que la civilización de los pueblos no podría dar un paso.
Esta prescripción terminante del Código de Mayo -agrega- se propone asegurar para el porvenir el
desarrollo ulterior de las masas argentinas, bajo la íntima convicción de que la instrucción
elemental es condición sine qua non para el recto ejercicio de las instituciones republicanas, no
siendo sin ella la democracia más que un bello nombre explotado por las oligarquías que la
prostituyen” (12).
“...La “micro-historia”, que Carlo Ginzburg definió como “la ciencia de lo real”.
El término, dice Ginzburg, proviene de la idea del microscopio, donde el prefijo
alude a la intensidad del escrutinio, no a la escala del objeto escudriñado...”
Alberto Manguel, “La asociación de ideas como técnica”
Revista Ñ, BsAs, 29/11/2016
Los intérpretes del sueño de Urquiza, de la Entre Ríos que Urquiza soñó, han sido verdaderos
héroes del psicoanálisis político. Supieron desarrollar una (in)conciencia creadora y comprometida
que, claramente, fue más allá de las buenas intenciones discursivas del caudillo. Jorge Clark, por
ejemplo, vicerector del Colegio de Concepción del Uruguay en la época complicada de crisis de la
Confederación tras la retirada de Urquiza en Pavón y la acumulación de deudas y complicaciones,
se endeudó personalmente y dió su vida para intentar sostener el Colegio, más allá de que Urquiza
había dispuesto su cierre provisorio. Carlos Mastronardi nos relató este drama en el gran libro de la
cultura entrerriana que tituló “Memorias de un Provinciano”. Escribe Mastronardi:
“… Un año después (1862), ya disuelto el gobierno de la Confederación, el General Urquiza arbitró
que se cerrara el Colegio de modo provisional, es decir, hasta que las condiciones del erario público
permitiesen su reapertura. Así se hizo. Luego de muchas vicisitudes, los alumnos volvieron a las
aulas, pero nuevos inconvenientes trabaron su recomienzo. Entre tanto, el abnegado y sensible
Clark seguía contrayendo deudas, como funcionario administrativo, para mantener abiertas las
puertas de aquella casa que era su gran pasión. Trágico fue su fin. La probidad y la delicadeza que
estaban en las entrañas de su ser, no le mostraron otra salida que el suicidio. Murió por el Colegio
del Uruguay, que desde 1861 hasta 1871, año en que fue nombrado rector el Dr.Agustin Alió, vivió
sus horas más sombrías.
Abogado, periodista y orador, el Dr. Alió era un republicano español que se había establecido en
nuestro país despues de la restauración de los Borbones...” (13).
Alió tuvo que enfrentar más adelante una rebelión de los estudiantes. No dejemos de buscar y leer
entonces a Mastronardi.
“Mi heredero es el Colegio”, supo decir Urquiza, en alguna manifestación de sus buenas
intenciones. Y esa herencia fue grande, variada y heterogénea. Grandes personalidades de la
política, de la ciencia y de la cultura estudiaron en el Colegio. Presidentes, vicepresidentes y
hombres de Estado no sólo de Argentina sino también de países vecinos de Sudamérica cursaron en
sus aulas -los pueblos algún día harán valoración crítica de que se aprendió o para que se aprendió,
si es que caben esas preguntas-, pero también lo hicieron grandes luchadores federalistas y
democráticos, como Cecilio Berón -hijo del rebelde caudillo de La Paz, Antonio Berón- asesinado
cobarde y vilmente por los nacionales en la última rebelión jordanista de 1876, y como los
Hermanos Kennedy, aquellos revolucionarios yrigoyenistas que quisieron sostener solos la
democracia argentina en 1932 (14).
La grandeza es tal del proyecto educativo urquicista que sus senderos se bifurcan, y uno corre el
riesgo de perderse en los análisis y las valoraciones si se deja apurar por su simplismo o por su
necesidad ideológica.
Y en las aulas del Colegio enseñó el gran, el muy grande entre los grandes, Alejo Peyret. Ese
francés que se hizo entrerriano y federal para intentar realizar en nuestra tierra las promesas de
“liberté, egalité y fraternité” que Europa prometía pero traicionaba. En una de sus extraordinarias
intervenciones públicas -siendo orador en una fiesta a beneficio de la Biblioteca El Porvenir de
C.del Uruguay- aprovechó a reafirmar su ideal educativo.
PEYRET O LA EDUCACIÓN
¿Cuántas inteligencias, cuántos genios nos hemos perdido por no tener una educación pública
movilizadora?, se preguntó Peyret. Y después, interpeló para siempre a nuestro pueblo, diciendo:
“...Republicanos, no podemos consentir en que haya una aristocracia intelectual, una casta de
letrados y doctores que se arroguen el monopolio de las luces, y que a fuer de tal, usurpe el
gobierno y la administración, por no decir la explotación de los pueblos.
No podemos consentir -continuó Peyret- que la sociedad quede perpetuamente dividida en dos
clases, la de los hombres de pluma y la de los hombres de trabajo, la de los productores y la de los
consumidores ociosos.
Queremos, sí, que todos los hombres sean artífices, que todos trabajen con sus manos y con su
cabeza, que todos sean igualmente productores, capaces de escribir un discurso, un alegato de bien
probado, y también de edificar una pared y de construir un marco de ventana, de gobernar una
provincia y de dirigir una máquina de vapor.
Queremos, en una palabra, la educación integral, es decir, el completo desarrollo de todas las
facultades humanas en cada individuo para conseguir la constitución perfecta de la sociedad
democrática, borrando para siempre los vestigios de aristocracia, de feudalismo, de explotación
del hombre por el hombre, bajo cualquier nombre que se disfrace...” (15)
La otra parte del ideal educativo federal la había expresado Marcos Sastre, el educador oriental
exiliado y formado en la Argentina. Padrino librero de la Generación de 1837, Sastre enfrentó las
persecuciones de mazorqueros rosistas primero y de antiurquicistas porteños después, trabajando
incansablemente por la educación pública en las provincias de Santa Fe y Entre Ríos, y después en
BsAs y en la República Argentina unificada a la fuerza. Fue, junto con Peyret, uno de los grandes
educadores de su época, sin nada que envidiarle a Sarmiento, por ejemplo. Su labor se extendió por
muchos años. Preocupado por el aprendizaje de los jóvenes, redactó sus propios libros y manuales
de lectura. Su “Anagnosia” (Lectura) publicada en 1849 es un verdadero “Yo si puedo” de la lucha
educativa en el Siglo XIX.
Pero aquí nos interesa remarcar los ideales que lleva en sus entrañas el libro “El Tempe Argentino”
(el Tempe es el Delta), maravilloso y extraordinario trabajo de estudio, reflexión y sugerencias
-también actual, más que nunca- que Sastre empezó a pergeñar en su retiro político al Delta en la
época de Rosas y que publicó ya siendo funcionario educativo. El Tempe es el gran libro educativo
de respetado a ambos lados de una Argentina que todavía no estaba unida -Paraná era capital de la
Confederación Argentina y BsAs era un Estado aparte- y es una idea pedagógica y cultural que
supera por su profundidad y su energía no solamente la política de Urquiza, de Mitre, de Sarmiento,
sino las propias gestiones de Sastre.
Para nosotros, el capítulo del Tempe que expresa en toda su potencia el espíritu del autor es el que
habla del Camuatí. Allí Sastre nos invita a pensar, en primer lugar, la diferencia entre la abeja
europea y el camuatí americano, diciendonos que,
“...Las abejas tienen que emplear el néctar de las flores para hacer sus construcciones, porque de la
miel se forma la cera en sus estómagos, secretándose por los anillos inferiores del abdomen, sin
intervención de su industria. Más ecónomos e industriosos, los camuatíes no sacrifican, como
aquéllas, una parte de su tesoro melífluo para construir su morada y sus panales; preparan ellos
mismos una pasta idéntica a la del papel, hecha de la albura de los árboles secos, cuyas fibras
arrancan, trituran y humectan con sus mandíbulas, dándole más o menos consistencia, según lo
requiere la arquitectura del edificio. Con este arte singular hallan en todo tiempo materiales
abundantes, cuando la abeja tiene que esperar la estación de las flores para emprender sus trabajos.
Reducido el alimento de la abeja a las frutas -continúa Sastre-, las flores y la miel de su despensa,
suele agotársele ésta y padecer de necesidad en los inviernos prolongados. Pero el camuati, que
puede y sabe economizar sus provisiones, sustentándose con insectos, vive siempre en la
abundancia, prestando al mismo tiempo, como insectívoro, un importante servicio a la agricultura”.
Para Sastre, y estamos en 1858 (!), los humanos debemos aprender de la organización
vital y social del camuatí, de su democracia y de su economía social:
...Cuando el supremo Hacedor formó al hombre, dotándolo de la inteligencia y del libre albedrío,
parece que quiso dejarle a sus ojos, en la colmena y el camuatí, una lección viva y perpetua del
orden social, para que por él se modelasen las sociedades humanas. Pero ¡cuan poco se ha
sabido aprovechar de estos divinos ejemplos!
“No carece de verosimilitud que la colmena del Viejo Mundo haya sido la que inspiró a Platón el
ideal de su República -dice quien fuera Inspector General de Escuelas de Urquiza-, aunque
admitiendo la división de clase o categorías y la esclavitud, porque la luz divina del Evangelio no
había llegado aún para disipar los grandes errores de la humana política. Empero en el nuevo
mundo tuvo el hombre un modelo más acabado en la república del camuatí, y una inspiración
más pura en la religión para establecer la sociedad sobre la base de la fraternidad y
mancomunidad, como en aquellas colmenas de hombres de las reducciones guaraníes, tan
celebradas, que florecieron en la misma patria del camuatí”
ORGANIZARSE Y DEFENDERSE
“El camuatí, como la abeja y otros insectos de este orden, está armado de un aguijón
ponzoñoso, que siempre lo emplea para su defensa y nunca como agresor. Conocida está
la triste condición de las abejas europeas, condenadas a trabajar para sus amos. ¡Mísero
pueblo, cruelmente sacrificado a la codicia de los mismos a quienes enriquece!...” (16)
La República del Camuatí, la república realmente democrática con una economía social y
realmente sustentable, la república que militaron Marcos Sastre y Alejo Peyret es una
interpretación libre y creadora del sueño de Urquiza. Sastre y Peyret, como Andrade y
otros, nos mostraron un camino.
Tal vez el “Facundo” de Sarmiento nos muestra lo querían que seamos, el “Martin Fierro”
de José Hernandez nos mostró una mirada de lo que éramos y somos
-contradictoriamente,- y el “Tempe” de Marcos Sastre nos mostró el camino de lo que
debemos ser.
La Entre Ríos que Urquiza gobernó llegó a ser uno de los estados más ricos y fuertes, desde un
punto de vista político, económico, cultural y militar no sólo de Argentina sino de América del Sur.
Aquel sueño del colonizador Tomás de Rocamora, de hacer de Entre Ríos la provincia más grande
de toda la macroregión, probablemente se cumplió en parte en la época de Urquiza (17).
En la Entre Ríos de Urquiza había Ley de Aduanas proteccionista (1849) y había inteligencia
comercial burguesa. Había estancias privadas y ley de vagos para tratar de obligar al gauchaje a
someterse como peones de campo -ésto se intentaba en todo el Río de la Plata desde 1815 pero por
lo que se ve no era tan fácil o no era tan estricto, o mejor, no podía ser tan estricto-. Pero también
había control del precio de la carne y mucha comida para todos -incluso para recién llegados o
necesitados- en las estancias privadas, especialmente en las de Urquiza, y había estancias del
Estado, que fueron puestas a trabajar para pagar a la tropa, ya que los fondos del erario público no
siempre eran suficientes. Uno de los encargados de administrar esas estancias públicas fue Santiago
Artigas, hijo del prócer oriental y de Melchora Cuenca, y ex soldado de Fructuoso Rivera.
Nos dice Oscar Urquiza Almandoz, en su imprescindible “Historia Económica y Social de Entre
Ríos”, que “la alimentación del personal de las estancias era abundante y basada,
fundamentalmente, en el consumo de carne vacuna. Sobre todo, en las pertenecientes al General
Urquiza, donde también se atendían las necesidades de los viajeros y se auxiliaba a los indigentes”,
y que las Estancias del Estado -modelo político misionero que podría repensarse hoy en clave
sustentable- se organizaron para “para solventar la construcción de edificios públicos y para ayudar
y premiar a sus servidores, particularmente militares, a quienes el gobierno no podía pagar sus
sueldos regularmente” (18).
Una política de gobierno es la resultante de una tensión de fuerzas. La política, es en parte política
de los gobernantes, pero también es, en parte, política de los gobernados. Hoy, los folkloristas de la
política del capital, ya sea en su versión liberal o en su versión nacionalista y progresista, con suerte
comen algunas achuras que quedan en los asados de las estancias agrotóxicas de sus políticos
amigos y patrones, chantas, ladrones y estafadores. El pueblo entrerriano debe dejar de tener tanto
sueño y debe recuperar su memoria histórica, esa memoria que ha brotado parcialmente algunas
veces, en las luchas ambientales, en las luchas docentes y gremiales, en alguna lucha de los
pequeños productores agropecuarios cuando no se dejaban enlazar por los grandes negocios, en las
luchas barriales y en las luchas por la salud, la cultura, la vida y la justicia. Pero todavía las luchas
no se unen en una lucha común.
Con el correr del tiempo, y la llegada de más alambrado, de políticos berretones y con una Entre
Ríos periférica en lo económico aunque solidaria en lo social con inmigrantes desesperados de
escaparse de la bárbara Europa, guerrera, racista y brutal, muchos idealizaban el pasado entrerriano,
del que el populismo urquicista había sido parte fundamental. En su clásico de clásicos, “Los
Gauchos Judíos”, Alberto Gerchunoff narra la historia, la pasión, la memoria y el drama de Remigio
Calamaco, un guerrero de Crispín Velázquez y de Urquiza, que termina sus días encerrando su
coraje en los corrales del empleo rural, en Colonia Rajil, cuyo rastro queda hoy en la literatura
histórica. Dice Gerchunoff:
“...Como todos los boyeros, el viejo -Remigio Calamaco, boyero de Rajil- añoraba el
tiempo transcurrido, las hazañas de su edad juvenil -cuando mandaba don Crispín-, y
su alma áspera y buena se llenaba de nostalgia. Paladín de huestes bravías, concluía
su existencia repleta de hechos gloriosos, en las monótonas tareas de la colonia. Ni
siquiera rodeos y yerras. Divididas en predios las enormes extensiones de tierra,
alambrados por todas partes, su espíritu acostumbrado al comunismo de antes, se
sentía oprimido en el nuevo régimen. Disperso el criollaje, muertos los camaradas de
los días grandes y olvidados, miraba con oculta tristeza a los extranjeros, que araban
el campo y llevaban la cuenta de los terneros y las gallinas.
Su vejez, llena de lamentos como su guitarra, traducía la melancolía infinita de los
vencidos. Así vivía vida simple en Rajil, domaba caballos para los judíos y ayudaba a
manear vacas ariscas para ordeñarlas...”
Así recordaban algunos criollos los viejos tiempos a principios del Siglo XX. Tal vez, en el
inconsciente político de Gerchunoff, como en el de Calamaco, estaba aquel deseo liberal o libertario
-según como se lo vea- que Andrade expresó diciendo que necesitabamos “más libertad y menos
autoridad” (19).
La Entre Ríos de Urquiza era soberana políticamente en 1851. El “Pronunciamiento” lo expresa con
claridad. La pluma urquicista de Juan Francisco Seguí, o mejor dicho, su extraordinario
psicoanálisis político, su interpretación de lo sueños de la época, hizo del Pronunciamiento el más
grande documento político entrerriano de todos los tiempos. A comienzos del Siglo XXI, el pueblo
trabajador entrerriano necesita generar un nuevo Pronunciamiento, pero para eso debe tomarse en
serio su propia Historia.
De la dignidad y la fuerza de resistencia del pueblo entrerriano tenemos constancia desde que los
minuanes y charrúas no se resignaban ni se entregaban al poder colonial español. Esa moral
libertaria, o por lo menos autónoma, se continuó en parte en el complejo mundo gaucho
intercultural en casi todo el Siglo XIX. Los triunfos de Urquiza se basaron en la conducción de esa
fuerza, pero esa fuerza popular se sintió traicionada después de la inesperada retirada del caudillo en
la Batalla del Arroyo de Pavón, en 1861.
Diciendo que se sacrificaba por el interés nacional, en realidad Urquiza tiraba por la borda todo el
prestigio político y la popularidad cosechada durante tantos años. Le dió la espalda al Chacho
Peñaloza y a la última resistencia federal, le dió la espalda a Paysandú -ésta vez sus negocios fueron
con los enemigos históricos del pueblo entrerriano- y sumó su complicidad imperdonable a le
nefasta Guerra de la Triple Infamia contra el Paraguay.
Pero esos bravos entrerrianos y esos bravos federales que en mil batallas habían dado su vida por un
ideal expresado por el caudillo conductor -la libertad estaba en boca de todos, de hacendados y del
pueblo-, no se lo perdonaron, y una revolución lo fue a buscar a su casa, imprimiendo para siempre
-con tinta de sangre- la justicia del pueblo contra la traición del caudillo. Las Actas del Juicio a
algún acusado por ésta impresionante e innegociable decisión, leídas en forma literariamente tan
bella por el maestro Ricardo Piglia, nos muestran que el pueblo no siempre come vidrio, y que
tenemos pendientes unos profundos estudios microhistóricos de la subalternidad regional (20).
“...En algunas circunstancias vibra exasperado Entre Ríos ante la hecatombe del
pueblo uruguayo, aplaudida por la política bonaerense; y alguna vez, el General Urquiza
atenúa, con su prestigiosa intervención, las cláusulas crueles de los tratados de 1851…
El Gral Urquiza estuvo más cerca de nosotros, después de Cepeda
que de sus implacables enemigos del sur...”
LUIS ALBERTO DE HERRERA
“La formación histórica rioplatense”
El coraje entrerriano -invencible a caballo en todo el Siglo XIX- y federal quedó tallado en la
organización constitucional argentina y ese mismo coraje quedó tallado en las necrológicas de la
traición política. Urquiza quedó implorando eternamente su perdón en el altar de la Historia y de la
Fe.
Esos bravos entrerrianos peleaban por una idea y por su dignidad. Juan L. Ortíz remarcó, en un
reportaje ese espíritu autónomo de los rebeldes cuando le hicieron pasar un mal rato al General y a
sus nuevos aliados. Juanele le repreguntó a un entrevistador:
“¿ Y ud sabía lo que le pasó a Mitre cuando llegó a Concepción del Uruguay a enganchar gente
para la Guerra del Paraguay? Ya era de noche, pero él se empeñó en hacer un desfile al trote con
su tropa para impresionar a mis comprovincianos. Pero los paisanos le hicieron una broma pesada,
¿sabe?, Apagaron los farolitos por donde pasaría la comitiva a caballo y tendieron una gruesa
soga de lado a lado. De más está decir que los galerudos, como entonces se llamaba a los
porteños, se fueron al suelo Y Urquiza, que estaba en componedor, por no decir otra cosa, hizo
perseguir y encerrar a los presuntos cabecillas y hasta se los ofreció a Mitre” (21).
Ese coraje soberano entrerriano y federal se vió en la defensa armada, que docentes y alumnos del
Colegio del Uruguay hicieron junto al pueblo contra la invasión unitaria que en Noviembre de 1852,
que quería boicotear el proceso constituyente. Ese espíritu se vió en la solidaridad con los orientales
de Paysandú y en las extraordinarias sublevaciones de Basualdo y Toledo (1865), en el Norte
Entreriano, contra la infame Guerra del Paraguay.
A esos “aparaguayados” -así les decían- entrerrianos convocó el federal catamarqueño Felipe Varela
en su proclama sudamericanista, intentando movilizarlos nuevamente más allá de seguir respetando
dialécticamente como intermediario al retirado Urquiza. Los hermanos paraguayos y los federales
rebeldes fueron masacrados paso a paso, pero Urquiza tuvo su Curupaytí en el patio de su propio
palacio, el 11 de Abril de 1870. (22)
El trauma de la derrota federal del último cuarto del Siglo XIX probablemente dio lugar a la idea
del “sueño de Urquiza”. Era un intento minimalista de mantener encendida la vela histórica, porque
si no, sería -nos parece- el canto a la subordinación entrerriana. Era flotar y sobrevir en la derrota
sin querer reconocerlo y sin querer comprometerse y luchar. En Entre Ríos, los derrotados de la vida
y del espíritu -aunque aparenten lo contrario- hablan de sueño o con sueño y hacen negocios o
curran de diferentes maneras. Los entrerrianos de pueblo, último refugio de la dignidad, tienen
memoria y luchan.
FEDERACIÓN Y HUELGA
No era fácil para Urquiza contener política, económica e ideológicamente a los entrerrianos, ni
tampoco a los nuevos inmigrantes que iban llegando. Están documentadas las huelgas que el
caudillo sufrió en sus saladeros, protestas organizadas por la “pandilla de los vascos”. Dice Urquiza
Almandoz que éstos trabajadores vascos en Entre Ríos,
“...En verdad, constituían una organización para el trabajo de carácter gremial, puesto
que en las condiciones fijadas para su contratación, no sólo imponían el salario que
debía pagárseles, de acuerdo con la función realizada, sino que establecían la
determinación exacta del trabajo que cada uno debía cumplir” (23).
LA RESISTENCIA CHUMBIADA
A la muerte de Urquiza, se sucedió la elección legal de Ricardo López Jordán (hijo) por
la Legislatura Provincial, pero el Presidente Sarmiento tuvo la excusa perfecta para
invadir Entre Ríos y probar armas modernas con el ejército que mandaba, los
“nacionales”. El jordanismo resistió con la pluma, la lanza y algo de pólvora cuando
había. A la derrota de 1871, se suman otras derrotas del jordanismo en 1873 y en
1876. Algunos políticos jordanistas, empezando por su líder, establecerán al final de
este proceso negociaciones políticas y alianzas con el roquismo, hegemónico desde
1880. Quien sabe, tal vez algunos jordanistas como Andrade, Hernández o Francisco
Fernández vieron en ese Roca presidente una especie de heredero político de Urquiza.
El joven Julio Roca había sido soldado de Urquiza hasta la Batalla de Pavón, y fue
soldado mientras era un joven estudiante del Colegio del Uruguay. Pero después fue
represor mitrista contra sus ex compañeros federales, y genocida de los pueblos
originarios, ya se sabe.
A Francisco F. Fernández le debemos las apasionadas proclamas jordanistas, donde se
reafirma el concepto de pueblo libre, de soberanía provincial, de defensa de la
Constitución y convocaba a todos a defender a Entre Ríos, porque el que no lo hacía
era un traidor. Le debemos también una obra de teatro muy destacada, como fue el
drama “Solané”; la historia de aquel gaucho frustrado en su amor y frustrado en su
rebeldía frente a la modernización capitalista agroexportadora que entraba cada vez
más fuerte junto con su oleada inmigratoria masiva.
Hubo otros “Martin Fierro” más lúcidos y combativos, que quedaron inmortalizados en nuestra
literatura. Allí están “Escolástico Junco” de Amaro Villanueva, “Ponciano Alarcón”, de Juan José
Manauta y el “Chumbiao” -Gerónimo Romero-, que Fermín Chávez desarrolló en historieta. El
propio Chávez rescató historias heroicas de esos gauchos entrerrianos que resistieron con coraje, en
la Batalla del Arroyo El Tala -cerca de María Grande- y en Don Gonzalo, entre otras, a los
civilizados del dinero, del saqueo y del crimen modernizador.
En la derrota tremenda que el jordanismo sufre en el Arroyo Don Gonzalo se pudo apreciar igual de
que estaba hecho el cuero de los que luchaban sin especulaciones, y de los que no iban a ser nunca
cómplices de esa patria que era sarmientina y que después será roquista. Dice Fermín Chávez,
citando a un oficial del ejército nacional en su “Vida y Muerte de López Jordán” que, mientras se
confundían la pólvora y la sangre en el Don Gonzalo,
“Solo, bien montado en un caballo moro, se vino sobre el 10 de línea, pasando al lado de la
caballería de Undavarrena, un jinete entrerriano, gallardo mozo, de no sé donde ni nadie sabrá
nunca; se golpeó la boca, hizo rayar su flete y descargando una pistola que llevaba en la diestra dió
media vuelta y a todo escape regresó de donde vino. Nunca he visto audacia e insolencia igual. Un
hermoso acto y por hermoso quedó impune pues no quise que le hicieran fuego, los granaderos que
ya iban a hacer una descarga; y se fué, sombrero negro de cinta roja, traje de terciopelo, la cola del
caballo hecha nudo entrelazada con cintas rojas. ¡ Qué curioso tipo! No sé si sería un loco, pero si lo
era, era un loco sublime” (24).
Y sobre todo:
En nuestros días, Gabriela Cabezón Cámara se ha preguntado en forma irreverente por la vida de la
mujer, la “china” de Martin Fierro y ha respondido lanzando con fuerza “Las Aventuras de la China
Irón”. Un lúcido Borges supo pensar también el resentimiento afroamericano contra Martin Fierro,
o sea contra las contradicciones de la ideología de José Hernández, y había imaginado una revancha
en “El Fin” (26).
En este proceso de resistencia popular, hubo también un primer acercamiento entre la lucha federal
y el socialismo libertario. El jordanismo apostó sus últimas fichas a un atentado contra Sarmiento
(23/8/1873), encargado por Carlos Querencio a los Hermanos Guerri, anarquistas que vivían en
BsAs, pero la movida falló a último momento.
El Padre del Aula nunca la pasó muy bien Entre Ríos. Con tensas palabras lo recibió Alejo Peyret,
administrador de la Colonia San José, cuando Urquiza le encargó saludar al Presidente Sarmiento
que venía de visita oficial. Con una estruendosa silbatina (1874) calificaron su presencia y su
vestimenta los alumnos del Colegio del Uruguay, uno de los cuales más adelante se hizo llamar
Fray Mocho.
“Tras la tormenta, le traigo en esa vía férrea, el iris de paz. La nación os envía como vínculo de la
unión, como vuestra parte en los beneficios de la asociación” (27)
Es la pobre e interesada idea de nación que han tenido siempre los liberales. Entre Ríos tenía que
resignar a palos su soberanía particular, su ideario federal y la fuerza de la cultura de su pueblo para
obtener esos “beneficios de la asociación” con el poder central, que se quedaba con todo y que
decidía todo.
Otras microhistorias extraordinarias nos muestran que lo que a simple vista parece una derrota
histórica, a nivel rizomático, local, molecular y subalterno no es tan así. En su apasionante y
documentado libro “La Paz Entrerriana”, Julio Blanche nos narra la historia del Dr. Sixto Adolfo de
Perini, un médico italiano que vino a Santa Fe primero y luego se movió a Entre Ríos,
comprometido con las últimas luchas federalistas. El Dr. De Perini había nacido en Venecia en 1834
y en 1866 se instaló en Coronda, en Santa Fe. En 1870 se suma a un primer intento revolucionario
en Santa Fe, sumándose a las fuerzas de Nicasio Oroño, que quería recuperar el poder provincial en
la tierra santafesina, apoyado por el nuevo gobernador de Entre Ríos, Ricardo López Jordán.
La intentona volvió a fracasar, pero la movida fue de película. Incluyó el uso contrahegemónico y
en clave de esa nueva tecnología de la comunicación traída por Sarmiento que era el telégrafo. De
todas maneras, el pueblo de La Paz se movilizó para pedir por la libertad del Dr. Perini. A tres
meses de salir de la cárcel se suma a la rebelión jordanista de 1873, se juega a fondo, pero discrepa
en el destino de los prisioneros. Con la nueva derrota, el médico de las dos Venecias, se traslada a
Paraná, donde se destaca en su gran labor social y solidaria con el trabajo médico. En Paraná llegó a
ser concejal, cuando la política pasaba a ser dominada por el roquismo.
En la ciudad capital, puso en marcha un Observatorio Astronómico en 1888, en el lugar donde hoy
se ubica el Instituto Cristo Redentor. El telescopio fue instalado después en la Escuela Normal. A su
preocupación por el desarrollo científico le sumó, en 1882, las gestiones para fundar una colonia y
ubicar dignamente a muchos inmigrantes que llegaban, y que se encontraban con las falsas
promesas de oportunidades que hacía el gobierno argentino. Gracias a estas gestiones se funda la
Colonia Racedo (1887), que alguien después, por suerte, cambió su nombre por el de Cerrito.
En esa querida ciudad entrerriana, sus gobiernos vecinalistas han puesto en marcha -desde el 2008-
el proyecto del Biodigestor, iniciativa estratégica y necesaria para producir energía reciclando
residuos, ejemplo práctico de política soberana de sustentabilidad, que hoy es un orgullo para Entre
Ríos, para Argentina y para otros países de Nuestra América que la están estudiando y la han
visitado.
PROGRESO Y REGRESO
Es hermoso pensar que los anhelos soberanos de luchadores infatigables como el Dr. De Perini se
expresan y se continúan en iniciativas políticas como el Biodigestor. Es también, y como no, una
forma de desarrollo alternativo de esa República del Camuatí -o República del Camachuí, para
decirlo en el lenguaje del pueblo- que pensara Marcos Sastre y que necesitamos construir sin
vueltas. El ambientalismo entrerriano es una gran terapia política de interpretación de los sueños,
una interpretación libre, crítica, diferente y creadora.
Peyret, también y cuando no, había dejado galopar su pensamiento más allá de los límites
ideológicos y epistemológicos de su época, y nos propuso pensar que el buen progreso tenía que
tener algo de regreso, de sustento en la ética de la tierra. Dijo Peyret:
“...El progreso es la ley de la humanidad. Es cierto que Rousseau no conoció la ley del progreso;
pero sin tener la conciencia de ello, lo preparó, y cuando pedía el regreso al estado de naturaleza, a
la selva primitiva, en realidad empujaba a las sociedades hacia el porvenir...” (28).
¿QUÉ ERA EL FEDERALISMO? ¿CUÁL ES LA ENTRE RÍOS QUE URQUIZA SOÑÓ?
Hay que aclarar de todas maneras que, tanto la Confederación Argentina como el Estado de BsAs
coincidían en sus límites ideológicos más allá de las diferencias formales. Firmaron un acuerdo en
1855 -citado por Beatriz Bosch en su Historia de Entre Ríos-, donde expresan que “no consentirán
desmembramiento alguno del territorio nacional, auxiliándose mutuamente de los ataques de los
indios”. En la misma frontera humana se ubicaban los esclavos negros. El Estado mitrista y
sarmientino porteño consentía “legalmente” la esclavitud, y la Confederación urquicista negoció
con el Imperio del Brasil “extraditar” esclavos a cambio de un fuerte préstamo y de la instalación
del Banco de Mauá en la ciudad de Rosario. Por suerte, como subrayó Ramón J. Cárcano, el canje
no se verificó enseguida y ya nunca pudo entrar en vigencia”, y por suerte, “el tiempo deshizo lo
que nunca debieron hacer los hombres”. (29)
Ya marginado por el poder central, Alejo Peyret -siempre hay que volver a Peyret- hizo un
diagnóstico crítico de la situación en alguna publicación alternativa en BsAs, y en sus “Cartas sobre
la intervención a la provincia de Entre Ríos” (1873), diciendo categóricamente que “tenemos el
nombre de República federativa, no tenemos la realidad de la cosa”, y que si queríamos en serio
federalismo, república y democracia había que hacer algunas reformas estructurales importantes,
como el voto directo al presidente o la supresión del ejecutivo -siguiendo el ejemplo suizo-, y otras
cosas, como que le decisión de las intervenciones federales esté en manos de la Corte Suprema.
Entre los grandes conocimientos de Peyret se contaban el estudio de la constitución federal
helvética y las ideas federalistas y libertarias de Pierre Joseph Proudhon, al que el administrador de
la Colonia San José había leído y traducido.
Peyret, al igual que Andrade y Alberdi, entendía que BsAs había querido reemplazar a Madrid en la
organización del poder, y le recordó a Sarmiento una propuesta de reforma a nuestra constitución
nacional, que el propio sanjuanino había hecho tiempo antes -oportunista y cínicamente- y que
pensaba un necesario transplante a nuestras tierras de la Constitución de Filadelfia (EEUU), para
intentar superar los defectos centralistas y democráticamente restrictivos de la Ley máxima
argentina. Un tal José Artigas había expresado ideas parecidas sesenta años antes.
Peyret reforzaba su oposición al estado de cosas existentes -que ya lleva hoy más de 150 años-,
desarrollando profundas líneas de filosofía política democrática. En su apasionada, justa y tan actual
defensa de la autonomía en todas sus dimensiones, afirmó que,
En su crítica a los límites de la Constitución Argentina, Antonio Sagarna -otro que alternó, como
tantos, buenas y malas-, aclaró también que no había tanto federalismo a la norteamericana en
nuestra Carta Magna, pero destacó la presencia política y legal del municipalismo, al que valoró
como un legado de la historia vasca -de ese pueblo “enamorado de sus fueros, como de su Dios, de
su hogar y de su trabajo libre y sano”-. Dijo Sagarna, en su aporte a la Historia de la Nación
Argentina, dirigida por Ricardo Levene, que
Ese municipalismo -que por lo demás, venía en parte por la fuerte tradición institucional española
de los cabildos- también había sido la base del desarrollo de la Federación Entrerriana (así se
denominó nuestra provincia con el triunfo del Espinillo el 22 de Febrero de 1814) y de la Liga
artiguista de los Pueblos Libres. Esa autonomía local y social, y la idea de federación democrática y
popular desde abajo está hoy presente también en el texto de filosofía política más lúcido de nuestro
tiempo: el “Confederalismo Democrático”, escrito en una injusta prisión por el líder del PKK, del
Partido de los Trabajadores del Kurdistán, Abdullah Ocalan (32).
La transición de una confederación sui generis a una república federal centralizada fue un fracaso
histórico y político, y hoy pagamos las consecuencias más que nunca. Como dice el gran historiador
argentino, José Carlos Chiaramonte, ni las provincias tan debilitadas estaban bien preparadas para
una organización federal centralizada ni la Argentina -como dijo Sampay- estaba bien preparada
para competir en el mercado internacional imperialista. Y está claro que, como dice Chiaramonte y
comparando nuestra historia con el desarrollo norteamericano, “esta diferencia de nacimiento del
Estado nacional argentino -principalmente la debilidad de los estados federados- se traduciría en los
graves problemas que se arrastran hasta hoy”. Para éste historiador contemporáneo, y coincidimos,
“los vicios de la política argentina tienen parte de sus raíces en esta inicial y anómala conformación
del régimen federal”. Uno de los mayores problemas que afronta la vida política argentina, concluye
este autor, “además del falseado régimen federal es, justamente, el viciado funcionamiento del
sistema representativo en cada provincia” (33).
Es la senda reflexiva de Peyret y de Amaro Villanueva, entre otros que han pensado alternativas a
nuestra situación estructural. Es la senda que propuso Antonio Gramsci -ese otro De Perini, ese otro
Peyret- en la “Cuestión Meridional” italiana de principios del Siglo XX, cuando propuso para el
debate en el movimiento socialista, la necesidad de forjar en la lucha, una “república federal de
obreros y campesinos” (34).
Una Entre Ríos ahogada hoy por tantos años de ajuste estructural, agravado desde la última
dictadura cívico-militar y por la aplicación de las políticas neoliberales que no han cesado de
castigar a nuestro pueblo, y ahogada también por la cobardía y la corruptela de su clase dirigente,
vive embargada, de prestado, mendigando y pidiendo la escupidera lastimosamente al poder central,
necesita una nueva gran movilización de ideas, iniciativas y luchas para recuperar su soberanía
particular integral y una relación realmente federalista con los demás pueblos, culturas y naciones
de la Argentina y de Nuestra América-Abya Yala.
Los pueblos del mundo se mueven por su soberanía particular y por el cumplimiento efectivo de los
derechos humanos y sociales. Allí está el gran ejemplo hoy del pueblo catalán, tan cercano a Entre
Ríos en tantas cosas, movilizando ideas y cuerpos en común frente al infame centralismo
conservador español. No hay debate federal sin movilización soberanista: los poderes centrales
nunca lo han entendido de otra manera. Entre Ríos fue Catalunya con el Pronunciamiento
urquicista, con los Manifiestos jordanistas y con las Cartas de Peyret. No habrá nuevo debate
federal en serio si no hay un nuevo pronunciamiento popular.
La soberanía particular y el federalismo deben dejar de ser sólo expresiones folklóricas funcionales
al sistema y deben ser saberes y memoria histórica recuperados por el pueblo. En una sociedad,
donde las empresas recuperadas y autogestionadas por los trabajadores son ejemplo y esperanza
contrahegemónica latente, el federalismo debe ser también un concepto recuperado.
“...El argumento es éste. El emperador —cualquier emperador— está agonizando. Para que todos
puedan asistir a su muerte, las paredes interiores del palacio han sido derribadas. El emperador
aguarda el final en su lecho de muerte y lo cerca una muchedumbre casi infinita. Antes de
fallecer, el emperador hace un signo y un servidor tiene que inclinarse sobre él para recoger sus
últimas órdenes. El emperador murmura un mensaje urgente para el más ignorado de sus
súbditos, que habita el extremo opuesto de la ciudad. Inmediatamente el servidor se pone en
camino. Es infatigable y altísimo y tiene sobre el pecho una estrella, símbolo de su misión
imperial. Todos se apartan frente al hombre y la estrella. Pero la turba es tan numerosa que el
mensajero nunca llegará al jardín del palacio. Aunque llegara, jamás acabaría de atravesar el
infinito ejército respetuoso que está de guarnición. Aunque lo atravesara, jamás podría atravesar
la ciudad en que vives, llena también de una muchedumbre infinita. El mensajero nunca llegará y
es inútil que lo esperes en la ventana. Ahora mismo avanza con rapidez entre los hombres que se
apartan ante la estrella, pero tú vivirás y morirás sin haber recibido el mensaje...” (35)
Los entrerrianos tenemos que resolver el problema psicoanalítico, político, histórico y kafkiano que
tenemos con la interpretación del sueño de Urquiza. Es bastante urgente.
El federalismo era y es un proyecto político que tenía y tiene distintas miradas, basadas todas en un
ideario autonomista y solidario. Fue un ensayo y error que quedó en error a corregir. La Entre Ríos
que Urquiza soñó es la Entre Ríos soberana, potente y federal que se expresa y se resume en el
Pronunciamiento de 1851, en la dignidad y la valentía de sus gauchos milicianos y del pueblo
movilizado por sus derechos, y en la magistral terapia política y educativa de pensadores y
hacedores brillantes como Alejo Peyret. Mal que le pese, al final, al caudillo, es la interpretación
profunda y creadora de ese sueño, por parte del pueblo soberano, con su memoria histórica
recuperada, la que hará realidad la promesa de la canción.
NOTAS: