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OBRAS

DE

GUSTAVO A. BECQUER
OBRAS

DE

GÜSTAYO A. BECQUER
Q U I N T A E D I C I Ó N

AUMENTADA CON V A R I A S P O E S I A S V LEYENDAS

TOMO TERC

«GffcOO

MADRID
LIBRERÍA DE FERNANDO
Carrera de San Jerónimo, 2

85360
1898
LA PEREZA

A pereza dicen que es dón de los inmortales:


en efecto, en esa serena y olímpica quietad
de los perezosos de pura raza, h a y algo
q u e les da cierta s e m e j a n z a con los dioses.
E l trabajo aseguran que santifica al hombre: de
a q u í sin duda el adagio popular que dice: «A D i o s
rogando y con el m a z o dando.» Y o tengo, no obs
t a n t e , mis ideas particulares sobre este punto. Creo,
en efecto, que se puede recitar una jaculatoria,
mientras se echan los bofes golpeando un y u n q u e ;
pero la verdadera oración, esa oración sin p a l a b r a s
que nos pone en contacto con el Ser S u p r e m o , por
medio de la idea mística, no puede existir sin tener
á la pereza por base.
L a pereza, pues, no sólo ennoblece al h o m b r e
porque le da cierta s e m e j a n z a con los p r i v i l e g i a d o s
seres que gozan de la inmortalidad, sino que, des- ¡Heureux les morís, étemels paresseux!
pués de tanto como contra ella se d e c l a m a , es se- E s a pereza eterna del cadáver, cómodamente
g u r a m e n t e uno de los mejores caminos para irse al tendido sobre la tierra blanda y removida de la se-
cielo. pultura, no me disgusta del todo; sería tal v e z mi
L a pereza es una deidad á que rinden culto infi- bello ideal, si en la muerte pudiera tener la con-
nitos adoradores; pero su religión es una religión ciencia de mi reposo. ¿Será que el alma desasida
silenciosa y práctica: sus sacerdotes la predican de la materia vendrá á cernerse sobre la t u m b a ,
con el ejemplo, la naturaleza misma en sus días de g o z á n d o s e en la tranquilidad del cuerpo que la ha
sol y s u a v e temperatura, contribuye á p r o p a g a r l a alojado en el mundo?
y extenderla con una persuasión irresistible.
Si fuera así, decididamente me hacía partidario
E s cosa sabida que la b i e n a v e n t u r a n z a de l o s del tan repetido y manoseado «reposo de la tum-
justos es una felicidad inmensa, que no a c e r t a m o s ba», tema favorito de los poetas elegiacos y lloro-
á comprender ni á definir de u n a manera satisfac- nes, y aspiración constante de las a l m a s superio-
toria. L a inteligencia del hombre, e m b o t a d a por res y no comprendidas. Pero... ¡la muerte!
su contacto con la materia, no concibe lo puramen-
«¿Quién sabe lo que h a y detrás de la muerte?»
te espiritual, y esto ha sido causa de que c a d a uno
— p r e g u n t a H a m l e t en su famoso monólogo, sin
se represente el cielo, no tal como es, sino tal como
q u e nadie le haya contestado todavía. V o l v a m o s ,
quisiera que fuese.
pues, á la pereza de la vida, que es lo más po-
Y o lo sueño con la quietud absoluta, como pri- sitivo.
mer elemento de goce: el v a c í o alrededor, el a l m a L a mejor prueba de que la pereza es una aspi-
despojada de dos de sus tres facultades: la volun- ración instintiva del hombre, y uno de sus mayo-
tad y la memoria, y el entendimiento, esto es, el res bienes, es que, tal como está organizado este
espíritu reconcentrado en sí mismo, g o z a n d o en picaro mundo, no puede practicarse, ó al menos
contemplarse y en sentirse. su práctica es tan peligrosa, que siempre ofrece
E s t a es la razón por qué no estoy conforme con por perspectiva el hospital. Y que el mundo, tal
el poeta que ha dicho: c o m o le conocemos h o y , es la antítesis completa
d e l paraíso de nuestros primeros padres, también
lado y nos envuelve en la s u a v e atmósfera de lan-
es cosa que por lo evidente no necesita demostra-
g u i d e z que la rodea, y se sienta con nosotros y
ción. Sin e m b a r g o , el cielo, la luz, el aire, los bos-
nos habla ese idioma divino de la trasmisión de
ques, los ríos, las flores, l a s montañas, la creación,,
l a s ideas por el fluido, en el que no se necesita ni
en fin, todo nos dice que subsiste la pereza. ¿Dón-
a u n tomarse el trabajo de remover los labios p a r a
de está la variación? E l hombre ha comido la fruta
articular palabras. Y o la he visto m u c h a s v e c e s
prohibida; h a deseado saber; y a no tiene derecho-
flotar sobre mí, y arrancarme al mundo de la acti-
á ser perezoso.
vidad, en que tan m a l me encuentro. M a s su paso
— ¡ T r a b a j a , muévete, agítate p a r a comer! E s t o
por la tierra es siempre ligerísimo; nos trae el per-
es tan horrible, como si nos d i j e r a n : — ¡ D a á esa
f u m e de la b i e n a v e n t u r a n z a , para hacernos sentir
b o m b a , suda, afánate para coger el aire que has-
mejor su ausencia. ¡Qué casia, qué misteriosa, qué
de respirar!
llena de dulce pudor es siempre la pereza del
¡Cuántas veces, pensando en el bien perdido p o r
hombre!
la falta de nuestros primeros padres, he dicho en
V e d la actividad, corriendo por el mundo, como
el fondo de mi a l m a , parodiando á D o n Q u i j o t e
una bacante desmelenada, dando una forma mate-
en su célebre discurso sobre la edad de o r o : — D i -
rial y grosera á sus ideas y sus ensueños; v e d el
chosa edad, y dichosos tiempos aquellos en que el
m e r c a d o público cotizándolos, vendiéndolos á pre-
h o m b r e no conocía el tiempo, porque no conocía la
cio de oro. S a n t a s ilusiones, sensaciones purísimas,
muerte, é inmóvil y tranquilo g o z a b a de la volup-
fantasías locas, ideas extrañas, todos los misterios
tuosidad de la p e r e z a en toda la plenitud de s u s
hijos del espíritu, son, apenas n a c e n , cogidos por
f a c u l t a d e s ! — Caímos del trono en que D i o s n o s
la materia, su estúpido consocio, y expuestas des-
había sentado; y a no somos los señores de la crea-
nudas, temblorosas y a v e r g o n z a d a s á los ojos de
ción; sino una parte de ella, una rueda de la g r a n
la multitud ignorante.
m á q u i n a , más ó menos importante, pero rueda a l
fin, condenada, por lo tanto, á voltear y á engra- Y o quisiera pensar para mí, y g o z a r con mis ale-
narnos con otras, gimiendo y rechinando, y que- grías, y llorar con mis dolores, adormido en los
riéndonos resistir contra nuestro inexorable desti- brazos de la pereza, y no tener necesidad de diver-
no. A l g u n a s veces la pereza, esa deidad celeste, tir á nadie con la relación de mis pensamientos y
primera a m i g a del hombre feliz, p a s a á nuestro mis sensaciones más secretas y escondidas.
E L A D E R E Z O DE E S M E R A L D A S

STÁBAMOS p a r a d o s en la C a r r e r a de San
Jerónimo, frente á la casa de D u r á n , y
leíamos el título de un libro de M e r y .
C o m o me llamase la atención aquel título ex-
traño, y se lo dijese así al amigo que me a c o m p a -
ñ a b a , éste, apoyándose ligeramente en mi brazo,
e x c l a m ó : — E l día está hermoso á más no poder,
v a m o s á dar una v u e l t a por la F u e n t e C a s t e l l a n a .
Mientras dura el paseo, te contaré una historia en
la que y o soy el héroe principal. V e r á s como, des-
pués de oiría, no sólo comprendes el título, sino
que te lo explicas de la manera más fácil del
mundo.
Y o tenía bastante que hacer; pero como siempre
estoy deseando un pretexto p a r a no hacer n a d a ,
acepté la proposición, y mi amigo comenzó de esta día tener un eco semejante, y encontré, en efecto,
manera su historia: q u e era una mujer hermosísima. N o pude contem-
— H a c e algún tiempo, una n o c h e en que salí á plarla más que un m o m e n t o , y , sin e m b a r g o , su
dar vueltas por las calles, sin más objeto que el de belleza me hizo una impresión profunda.
darlas, después de haber e x a m i n a d o todas las co- A la puerta de la joyería de donde había salido,
lecciones de e s t a m p a s y fotografías de los estable- estaba un carruaje. L a a c o m p a ñ a b a una señora de
cimientos, de haber escogido con la imaginación cierta edad, muy j o v e n para ser su madre, d e m a -
delante de la tienda de los S a b o y a n o s los bronces siado v i e j a para ser su a m i g a . C u a n d o a m b a s hu-
con que y o adornaría mi casa, si la tuviese, de ha- bieron subido á la carretela, partieron los caballos,
ber pasado, en fin, una revista minuciosa á todos y y o me quedé hecho un tonto, mirándola ir hasta
los objetos de arte y de lujo expuestos al público perderla de vista.
detrás de los iluminados cristales de l a s anaquele- ¡ Q u é hermosas e s m e r a l d a s ! había dicho. En
rías, me d e t u v e un momento ante la de S a m p e r . efecto, las esmeraldas eran bellísimas; aquel co-
N o sé cuanto tiempo haría que estaba allí rega- llar, rodeado á su g a r g a n t a de nieve, hubiera pa-
l a n d o con la imaginación á todas las mujeres gua- recido una guirnalda de t e m p r a n a s hojas de almen-
p a s que conozco, á ésta un collar de perlas, á d r o , salpicadas de rocío; aquel alfiler sobre su
aquélla una c r u z de brillantes, á la otra unos pen- seno, una flor de loto cuando se mece sobre su
dientes de amatistas y oro. D u d a b a en aquel punto movible o n d a , coronada de espuma. ¡ Q u é her-
á quién ofrecería, q u e lo mereciese, un magnífico mosas esmeraldas! ¿ L a s deseará acaso? Y si l a s
aderezo de e s m e r a l d a s , tan rico como elegante, desea, ¿por qué no las posee? E l l a debe ser rica
que entre todas las otras j o y a s l l a m a b a la aten- y pertenecer á una clase e l e v a d a ; tiene un carrua-
ción por la hermosura y claridad de sus piedras, je e l e g a n t e , y en la portezuela de ese c a r r u a -
cuando oí á mi lado una voz s u a v e y dulcísima j e he creído ver un noble blasón. I n d u d a b l e m e n t e
e x c l a m a r con un acento que no pudo menos de h a y en la existencia de esa mujer algún mis-
arrancarme de mis imaginaciones: «¡Qué hermosas terio.
esmeraldas!» E s t o s fueron los pensamientos que me agitaron
V o l v í la c a b e z a en la dirección que había oído después que la perdí de vista, cuando y a ni el ru-
resonar aquella v o z de mujer, porque sólo así p o - mor de su c a r r u a j e llegaba á mis oídos. Y en efec-
to, en su vida, al parecer tan apacible y envidia- N o desesperé, sin e m b a r g o , de mi propósito.
ble, había un misterio horrible. N o te diré cómo, ¿Cómo buscar dinero? decía yo para mí, y me
pero y o llegué á penetrarlo. acordaba de los prodigios de las Mil y una noches,
C a s a d a desde muy niña con un libertino, que, de aquellas palabras cabalísticas, á c u y o eco se
después de disipar una fortuna propia, había bus- abría la tierra y se m o s t r a b a n los tesoros escondi-
c a d o en un v e n t a j o s o enlace el mejor expediente dos, de aquellas v a r a s de virtud tan grande que,
para gastar otra ajena; modelo de esposas y de tocando con ellas en una roca, brotaba de sus hen-
madres, aquella mujer había renunciado á satisfa- diduras un manantial no de a g u a , que era peque-
cer el menor de sus caprichos para conservar á su ñ a maravilla, sino de rubíes, topacios, perlas y
hija alguna parte de su patrimonio, p a r a mantener diamantes.
en el exterior el nombre de su c a s a á la altura que Ignorando las unas, y no sabiendo dónde encon-
en la sociedad había tenido siempre. trar la otra, decidí por último escribir un libro y
S e h a b l a de los grandes sacrificios de algunas venderlo. S a c a r dinero de la roca de un editor no
mujeres. Y o creo que no h a y ninguno c o m p a r a b l e , deja de ser milagro; pero lo realicé.
d a d a su organización especial, con el sacrificio de E s c r i b í un libro original, que gustó poco, por-
un deseo ardiente, en el que se interesan la v a n i - que sólo una persona podía comprenderlo; para las
d a d y la coquetería. d e m á s sólo era una colección de frases.
D e s d e el punto en que penetré el misterio de su A l libro le titulé El aderezo de esmeraldas, y lo fir-
existencia, por una de esas e x t r a v a g a n c i a s de mi mé con mis iniciales solas.
carácter, todas mis aspiraciones se redujeron á una C o m o y o no soy V í c t o r H u g o , ni mucho menos,
sola: poseer aquel aderezo maravilloso, y r e g a l á r - excuso decirte que por mi n o v e l a no me dieron lo
selo de una manera que no lo pudiese rechazar, de que por la última que ha escrito el autor de Nues-
un modo que no supiese ni aun de qué mano po- tra Señora de París, pero con todo y con eso, reuní
dría venir. lo suficiente p a r a comenzar mi plan de c a m p a ñ a .
E n t r e otras m u c h a s dificultades que desde luego E l aderezo en cuestión valdría como cosa de
encontré á la realización de mi idea, no era segu- unos catorce á quince mil duros, y para comprarlo
ramente la menor que, ni poco ni mucho, tenía di- c o n t a b a y a con la respetable cantidad de tres m i l
nero p a r a comprar la joya. reales: necesitaba, pues, j u g a r .
Jugué, y j u g u é con tanta decisión y fortuna, que Mefistófeles escogiese un collar de piedras precio-
en una sola noche gané lo que necesitaba. sas como el objeto más á propósito para seducir á
A propósito del j u e g o he hecho una observación, M a r g a r i t a : y o , con ser hombre y todo, hubiera
en la que c a d a día me confirmo más y más. C o m o querido por un instante vivir en el Oriente y ser
se apunte con la completa seguridad de que se ha uno de aquellos fabulosos m o n a r c a s que se ciñen
de g a n a r , se g a n a . A l tapete verde no h a y que las sienes con. un círculo de oro y pedrería, para
acercarse con la vacilación del que v a á probar su poder adornarme con aquellas magníficas h o j a s de
suerte, sino con el aplomo del que llega por a l g o esmeraldas con flores de brillantes.
suyo. D e mí sé decirte que aquella noche me hu-
U n gnomo para comprar un beso de una silfa no
biera sorprendido tanto el perder, como si una c a s a
hubiera logrado encontrar entre los inmensos teso-
respetable me hubiese n e g a d o dinero con la firma
ros que g u a r d a el a v a r o seno de la tierra, y q u e
de R o t s c h i l d .
solos conocen, una esmeralda más grande, más
A l otro día me dirigí á casa de S a m p e r . ¿Creerás clara, más hermosa que la que brillaba, sujetando
que al arrojar sobre el despacho del j o y e r o aquel un lazo de rubíes, en mitad de la d i a d e m a .
puñado de billetes de todos colores, aquellos bille- D u e ñ o y a del aderezo, comencé á imaginar el
tes que representaban para mí cuando menos un modo de hacerlo llegar á la mujer á quien lo des-
año de placer, m u c h a s mujeres hermosas, un v i a j e tinaba.
á Italia, y champagne y vegueros á discreción, v a - A l cabo de algunos días, y merced al dinero q u e
cilé un momento? P u e s no lo creas: los arrojé con me quedó, conseguí que una de sus doncellas me
la m i s m a tranquilidad ¡qué digo tranquilidad! con prometiese colocarlo en su g u a r d a - j o y a s sin ser
la misma satisfacción con que B u c k i n g h a m , rom- vista; y á fin de asegurarme de que por su conduc-
piendo el hilo que las s u j e t a b a , sembró de p e r l a s to no había de saberse el origen del regalo, la di
la alfombra del palacio de su amante. c u a n t o me restaba, algunos miles de reales, á con-
C o m p r é las j o y a s , y las llevé á mi casa. N o pue- dición de que, apenas hubiese puesto el aderezo
des figurarte n a d a más hermoso que aquel a d e r e z o . en el lugar convenido, abandonaría la corte p a r a
N o extraño que las mujeres suspiren alguna v e z a l trasladarse á B a r c e l o n a . E n efecto, lo hizo así.
pasar por delante de esas tiendas que ofrecen á sus J u z g a tú cuál no sería la sorpresa de su señora
ojos tan brillantes tentaciones; no e x t r a ñ o que c u a n d o , después de notar su inesperada desapari-
TOMO III 2

A
ción, y sospechando que tal vez había huido de la ñas ó porque no tenía qué: de todos modos, era fe-
c a s a llevándose alguna cosa, encontró en su secre- liz. D u r a n t e mi sueño creí percibir la música d e l
íaire el magnífico aderezo de esmeraldas. ¿Quién baile y verla cruzar ante mis ojos, lanzando chis-
había a d i v i n a d o su pensamiento? ¿Quién había po- p a s de fuego de mil colores, y hasta m e parece que
dido sospechar que aún recordaba de cuando en bailé con ella.
c u a n d o aquellas joyas con un suspiro? L a aventura de las esmeraldas se había trasluci-
P a s ó tiempo y tiempo. Y o sabía que conservaba do, siendo objeto, cuando apareció en su secretaire,
mi regalo, sabía que se habían hecho grandes di- de las conversaciones de algunas d a m a s elegantes.
ligencias por averiguar cual era su origen, y sin D e s p u é s de haberse visto el aderezo, y a no que-
e m b a r g o , nunca la vi adornada con é l . — ¿ D e s d e - d ó lugar á dudas, y los ociosos comenzaron á co-
ñará la ofrenda? ¡Ah! decía yo, ¡si supiese todo el mentar el hecho. E l l a g o z a b a de una reputación
mérito que tiene ese regalo; si supiese que apenas intachable. A pesar de los extravíos y del abando-
le supera el de aquel amante que empeñó en invier- no en que su marido la tenía, la calumnia no pudo
n a la c a p a para c o m p r a r un r a m o de flores! ¡Creerá j a m á s elevarse hasta el alto lugar en que la habían
tal v e z que viene de manos de algún poderoso que c o l o c a d o sus virtudes; sin embargo, en esta oca-
algún día se presentará, si lo admiten, á reclamar sión comenzó á levantarse el venticello por donde co-
su precio. C ó m o se engaña! m i e n z a , según D o n Basilio.
U n a noche de baile me situé á la puerta del pa- U n día en que me hallaba en un círculo de j ó v e -
lacio, y confundido entre la multitud esperé su ca- nes, se h a b l a b a de las famosas esmeraldas, y un
r r u a j e para verla. C u a n d o llegó éste, y , abriendo fatuo dijo al fin, c o m o terminando la cuestión:
el l a c a y o la portezuela, apareció ella radiante de -No h a y que darle vueltas: esas j o y a s tienen
hermosura, se elevó un murmullo de admiración un origen tan vulgar, como todas las que se rega-
de entre la apiñada muchedumbre. L a s mujeres la lan en este mundo. P a s ó y a el tiempo en que los
m i r a b a n con envidia, los hombres con deseo; á mí genios invisibles ponían maravillosos presentes de-
se me escapó un grito sordo é involuntario. L l e v a - b a j o de la almohada de las hermosas, y el que h a c e
b a el aderezo de esmeraldas. un regalo de ese valor es con la esperanza de la re-
A q u e l l a noche me acosté sin cenar; no me acuer- compensa... y esa recompensa, ¡quién s a b e si se c o -
d o si porque la emoción me había quitado las ga- braría adelantada!
pulcro una mirada de gratitud; ¡pero morir sin de-
L a s p a l a b r a s de aquel necio me sublevaron, y
j a r l e siquiera un recuerdo!
me sublevaron sobre todo, porque encontraron eco
E s t a s ideas atormentaban mi imaginación en una
en los que las oían. N o obstante, me contuve. ¿ Q u é
noche de insomnio y de calentura, c u a n d o v i que
derecho tenía yo para salir á la defensa de aquella
se separaron las cortinas de mi alcoba, y en el din-
mujer?
tel de la puerta apareció una mujer. Y o creía que
N o había pasado un cuarto de hora cuando se
soñaba, pero no. A q u e l l a mujer se acercó á mi le-
me ofreció la ocasión de contradecir al que la h a -
cho, á aquel pobre y ardiente lecho en que me re-
bía injuriado. N o sé á propósito de qué le c o n t r a -
v o l c a b a de dolor; y levantándose el velo que cubría
dije; lo que te puedo asegurar es que lo hice con
su rostro, dejó ver una lágrima suspendida de sus
tanta aspereza, por no decir grosería, que de con-
l a r g a s y obscuras pestañas. ¡ E r a ella!
testación en contestación sobrevino un lance. E r a
Y o me incorporé con los ojos espantados, me in-
lo que y o deseaba.
corporé y . . . en aquel punto llegaba frente á casa
Mis a m i g o s , conociendo mi c a r á c t e r , se ad-
de Durán...
miraban, no sólo de que hubiese b u s c a d o un de-
— ¡Cómo! e x c l a m é y o interrumpiéndole al oir
safío por una causa tan fútil, sino de mi e m p e ñ o
aquella salida de tono de mi amigo; ¿pues no esta-
en no dar ni admitir explicaciones de ningún ge- bas herido y en la cama?
nero.
— ¡En la cama!... ¡ah! ¡qué diantre!... S e me h a -
M e batí, no sé decirte si con fortuna ó sin ella,
bía olvidado advertirte que todo esto lo vine y o
pues aunque al hacer fuego vi v a c i l a r un instante
pensando desde casa de S a m p e r , donde en efecto
á mi contrario y caer redondo á tierra, un instante
v i el aderezo de esmeraldas y oí la e x c l a m a c i ó n
después sentí que me z u m b a b a n los oídos y que se
q u e te he dicho en boca de una mujer hermosa,
obscurecían mis ojos. T a m b i é n estaba herido, y he-
hasta la C a r r e r a de S a n Jerónimo, donde un coda-
rido de g r a v e d a d en el pecho.
z o de un mozo de cuerda me sacó de mi asbtrac-
M e llevaron á mi pobre habitación presa de una
c i ó n . f r e n t e á casa de D u r á n , en c u y o escaparate
espantosa fiebre... Allí... N o sé los días que p e r m a -
reparé un libro de M e r y con este título: Historie de
necí, llamando á v o c e s no sé á quién... á ella sin
u qui n' est pas arrivé, «Historia de lo que no ha su-
duda. H u b i e r a tenido valor p a r a sufrir en silencio
cedido». ¿ L o comprendes ahora?
toda la vida, á trueque de obtener al borde del se-
A l escuchar este desenlace, no pude contener
una c a r c a j a d a . E n efecto, y o no sé de qué tratará
el libro de M e r y ; pero ahora comprendo que con
ese título podrían escribirse un millón de historias
á c u a l mejores.

LAS PERLAS

UIÉN no ha pensado alguna v e z , mirando


los granizos saltar en el alféizar de la ven-
tana y o y e n d o el repiqueteo de sus golpes
en los cristales:—«¡Si estos granizos fueran mone-
das de cinco duros!»—¿Y quién no h a añadido
completando la frase, después de reflexionar un
instante sobre los inconvenientes que traería á la
sociedad esta riqueza repentina, que al fin y al
c a b o daría por resultado una p o b r e z a g e n e r a l ? —
«|Y sólo cayeran en el patio de mi casa!»—Porque
en efecto, n a d a más inútil que el oro el día en q u e
se hiciese tan común como el estaño. T o d o lo que
se prodiga es vulgar; nadie aprecia lo que no h a
de causar envidia, y es seguro que hasta la salud
se miraría como cosa despreciable, si no hubiese
enfermos.
/
A l escuchar este desenlace, no pude contener
una c a r c a j a d a . E n efecto, y o no sé de qué tratará
el libro de M e r y ; pero ahora comprendo que con
ese título podrían escribirse un millón de historias
á c u a l mejores.

LAS PERLAS

UIÉN no ha pensado alguna v e z , mirando


los granizos saltar en el alféizar de la ven-
tana y o y e n d o el repiqueteo de sus golpes
en los cristales:—«¡Si estos granizos fueran mone-
das de cinco duros!»—¿Y quién no h a añadido
completando la frase, después de reflexionar un
instante sobre los inconvenientes que traería á la
sociedad esta riqueza repentina,, que al fin y al
c a b o daría por resultado una p o b r e z a g e n e r a l ? —
«|Y sólo cayeran en el patio de mi casa!»—Porque
en efecto, n a d a más inútil que el oro el día en q u e
se hiciese tan común como el estaño. T o d o lo que
se prodiga es vulgar; nadie aprecia lo que no h a
de causar envidia, y es seguro que hasta la salud
se miraría como cosa despreciable, si no hubiese
enfermos.
/
¿Qué piedras preciosas, qué objetos de lujo y de toria maravillosa, un verdadero cuento de hadas.
suprema elegancia habrá comparables á las flores, D e c í a s e que aquel traficante, desconocido de los
tan diversas en brillante color, caprichosas f o r m a s que andan en este comercio, era un antiguo buzo,
y suaves perfumes? ¿Qué h a y , á pesar de esto, más el cual había descubierto un banco tan extraordi-
v u l g a r que las flores? E s v e r d a d que han tenido nario, que todas las conchas que lo f o r m a b a n con-
también su día de reinado; es verdad que su esca- tenían una perla más ó menos grande. L a historia
sez, si no su belleza, las ha hecho objeto de lujo en pareció absurda al principio; mas luego, teniendo
épocas determinadas, pero alternativamente se han en cuenta la imposibilidad de que á no ser así,
destronado unas á otras, para dejarle el puesto á dispusiese un particular de un número tan consi-
la última y desconocida producción v e g e t a l de un derable de perlas, no cogidas en l a s pesquerías del
c l i m a remoto. gobierno, hubo una v e r d a d e r a alarma entre los
compradores.
U n hecho que ha tenido lugar últimamente en la
f a m o s a feria de L e i p s i c k , á la cual acuden para ha- S a b i d o es que las pesquerías de C e y l á n son pro-
cer sus compras los más reputados j o y e r o s alema- piedad del E s t a d o que posee estas islas, y que los
nes, nos ha inspirado las y a v u l g a r e s reflexiones que arriendan al gobierno las pesquerías, lo h a c e n
que d e j a m o s hechas acerca de las causas de depre- en una cantidad a l z a d a , de m o d o que sólo ellos,
ciación de ciertos objetos. que disponen de grandes medios, pueden empren -
der un negocio costosísimo, en el cual se emplean
P a r e c e que un comerciante de C e y l á n , h a s t a
millones de hombres para obtener algún resultado.
ahora desconocido en la plaza, se ha presentado
¿Cómo un solo individuo h a podido, t r a b a j a n d o
este año con una colección de perlas tan gruesas y
aislada y furtivamente, reunir un número conside-
tan nunca vistas por sus condiciones de Oriente,
rable de perlas de tal m a g n i t u d , que suponen una
i g u a l d a d y trasparencia, que con justicia han sido
inmensa cantidad d e s e c h a d a , y operarios y buzos
c o l o c a d a s en primer término y p a g a d a s mejor que
sin cuento?
todas las otras perlas de que el mercado e s t u v o
muy a b u n d a n t e . L a s pesquerías oficialmente hechas no han dado
H a s t a aquí el suceso no tiene n a d a de particu- por resultado una seguridad de la existencia del
lar; pero es el caso que á última hora c o m e n z ó á maravilloso b a n c o de que se h a b l a en L e i p s i c k ;
correr de boca en boca por todo L e i p s i c k una h i s - pero todo i n d u c e á creer que, en efecto, existe, y
una v e z descubierto, inundará el m e r c a d o de perlas vano se procura disimular la crisis c o m e r c i a l hasta
hasta el punto de hacer v u l g a r í s i m a una materia, tanto que los j o y e r o s de A l e m a n i a y los comercian-
objeto hoy de lujo, buscada y p a g a d a á precios tes holandeses h a y a n realizado sus existencias; á
exorbitantes. » un mismo tiempo, un periódico inglés y dos revis-
¡El reinado de las perlas toca á su fin! E s t e grito tas de intereses materiales de B é l g i c a han d a d o la
de angustia, lanzado por los traficantes y j o y e r o s v o z de a l a r m a .
de A l e m a n i a , ha encontrado un eco en los más ele- L a s perlas v a n á desaparecer del c a t á l o g o de los
g a n t e s boudoirs de las d a m a s de E u r o p a . objetos preciosos: y a las mujeres no las verán con
S e teme, y con razón, que se repita uno de esos un suspiro de envidia detrás de la iluminada ana-
cuentos orientales en que las piedras preciosas, quelería de un joyero; y a no harán un primer papel
r e g a l a d a s por los malos genios á los muchachos en en l a s anécdotas galantes; sin embargo, su historia
c a m b i o de una indiscreción, se transformaban al es tan brillante como antigua. M u c h o se h a discu-
otro día en carbones. tido acerca de la época de la primera exportación
Mientras el d i a m a n t e espera temblando la h o r a de esta materia preciosa, objeto siempre de un g r a n
en que un químico le derribe del trono que o c u p a , comercio entre la India y las naciones occiden-
al cristalizar el carbón puro; mientras las m a t e r i a s tales. H o m e r o no h a b l a de las perlas, y con este
más preciosas, merced á las conquistas de la cien- dato niegan algunos que se conociesen antes de
cia, a g u a r d a n de un día á otro una depreciación emplearlas los romanos. E n el libro de Job y el de
inevitable, la perla, esa «gota de rocío cuajada>, los P r o v e r b i o s se mencionan, y ateniéndose á esta
como la llaman los poetas indios, esa «lágrima de cita, parece indudable que, al menos del pueblo ju-
la aurora perdida en el fondo del mar», como ha dío, fueron conocidas desde tiempos muy remotos.
dicho un célebre orientalista; la perla, a j e n a á todo
L a primera perla célebre de que h a b l a la histo-
miedo, merced á las dificultades de su adquisición,
ria, perla que por otra parte merecía con razón ser
se ostentaba llena de orgullo en los hombros d e
mencionada, es la que Julio César dió á Servilia,
nuestras hermosas, en sus cabellos negros c o m o la
h e r m a n a de C a t ó n de Ú t i c a . H o y no es posible
noche, ó en sus brazos torneados y blancos c o m o
formarse una idea e x a c t a de sus condiciones y su
la nieve.
tamaño, por ignorarse el precio que tenían y la ta-
N o obstante, le ha llegado también su hora. E n sación aproximada; pero es seguro q u e no debió
ser, como v u l g a r m e n t e se d i c e , g r a n o de a n í s ,
taron en las v a j i l l a s , en l a s ánforas, en los muebles
cuando al galante C é s a r le costó la friolera de
y h a s t a en los muros. Y en pos de las mujeres v i -
6.000 grandes sextercios, p r ó x i m a m e n t e unos cinco
nieron los hombres. C o m e n z ó P o m p e y o entrando
millones de reales.
triunfante en R o m a con treinta coronas de perlas
D e esta calidad debió ser sin duda la que dió á sus pies, y una v e z conquistada A l e j a n d r í a , y
origen á un proverbio romano, el cual da hoy por hecho más general su comercio, acabaron C a l í g u l a
seguro que «una hermosa perla c o l o c a d a en el seno y N e r ó n c u a j a n d o de ellas los arreos de sus c a b a -
de una mujer, hacía las veces de líctor, separando llos, después de prodigarlas con una profusión es-
á la multitud y atrayendo sobre su d u e ñ a la con- pantosa en sus vestiduras.
sideración y el respeto de las turbas».
A los que se espantan hoy del lujo de nuestras
E n el día, han v a r i a d o mucho las condiciones
mujeres y lo llaman escandaloso é inmoral, qui-
sociales; pero aún puede decirse que h a c e las v e c e s
siéramos poderlos trasladar, después de una de
de Cupidillo. ¿ A c u a n t o s que no fascinarían los
nuestras reuniones más brillantes, á una de aque-
m á s hermosos ojos del mundo, no h a flechado el
llas soirées ó tés dansants romanos, en donde se des-
aderezo de perlas de una mujer rica, especie de
colgaban prójimas que, como L u l l i a P a u l i n a , lleva-
arco-iris de la tempestad, v a g a promesa de una
ban á cuestas diariamente, y así como para andar
dote respetable? P e r o v o l v a m o s á R o m a . L a s ro-
por casa de trapillo, valor de treinta millones en
manas, antes que todo, y por m á s que a l g u n o s h i s -
perlas, piedras preciosas y otras z a r a n d a j a s del
toriadores se empeñen en probarnos lo contrario,
mismo j a e z .
eran mujeres, y como tales m u j e r e s , a m i g a s del
L l e g a d a á este punto la e x a g e r a c i ó n del uso de
lujo y la ostentación, caprichosas y a n t o j a d i z a s .
l a s perlas, p a r e c e como que no habría medios de
S e n t a d o s estos precedentes, no h a y p a r a qué decir
seguir adelante; mas no fue así: los que no sabían
que, una v e z conocidos, el gusto por las perlas, en-
y a qué hacer para mostrarse más pródigos que sus
tonces la última n o v e d a d , se desarrolló espontá-
antecesores, imaginaron m a c h a c a r l a s y servirlas en
neamente entre el sexo hermoso. S e usaron perlas
los banquetes rociadas en polvo aljofarado sobre
entre los cabellos, en las orejas, en el pecho y en
los m a n j a r e s . — M a c h a c a r í a n perlas de poco valor,
l o s brazos. C o n ellas se bordaron l a s túnicas, los
pequeñas y d e f o r m e s , dirán a l g u n o s . — T o d o es
velos, los mantos, y hasta los coturnos; se incrus-
posible: en R o m a como en M a d r i d , debió haber
muchos de los que quieren y no pueden; pero la dor, que acaso mañana no tendrá más mérito que
v a n i d a d , que aunque no lo p a r e z c a , es m u y inge-
las cuentas de vidrio que r e g a l a b a n á sus natura-
niosa, había establecido un ceremonial para e v i t a r
les los descubridores del N u e v o Mundo, deben con-
supercherías.
solarse de la pérdida de sus adornos, impregnán-
E r a costumbre que al mediar el festín, el a n f i - dose en su espíritu.
trión ó anfitriona se quitase del cuello la perla, una H e aquí la historia, porque historia es y no
perla m a y ú s c u l a , y la triturase en presencia de los cuento:
c o n v i d a d o s que la h a b í a n de consumir.
L a princesa de J... es sin duda alguna la más
Ignoramos hasta qué punto serán d i g e s t i v a s l a s hermosa de las d a m a s de la corte de V i e n a . L a s
perlas; mas lo que podemos asegurar es que, sólo m i r a d a s de envidia de sus rivales se lo h a b í a n di-
al acordarnos de estos convites en que hacían tan c h o cien veces, y otras cien el círculo m á s florido
principal p a p e l , se nos crispan los nervios pensan- de los pollos cóinm' il faut de V i e n a , que también en
d o en cómo rechinarían sus partículas entre los
V i e n a h a y pollos. U n o s a l a b a b a n la m a j e s t a d de
dientes.
su apostura, otros el fuego de sus ojos, éstos las
D e s p u é s de estas épocas de esplendor, las perlas manos, aquéllos el talle, los de más allá los pies, ó
han seguido estando á la moda en el mundo ele- la boca, ó la nariz, la oreja pequeña, rosada y tras-
g a n t e de todos los siglos y todas las civilizaciones. parente. T o d o era á su alrededor un concierto de
D e s d e la célebre que Cleopatra ofreció á M a r c o alabanzas; sus oídos se habían a c o s t u m b r a d o á los
A n t o n i o disuelta en v i n a g r e , hasta los históricos elogios como á una música conocida y deliciosa.
hilos de B u c k i n g h a m , sueltos en presencia del ele-
U n a noche el príncipe de J... entró en el boudoir
v a d o objeto de su amor, en la corte de L u i s X I I I ,
de su mujer, á tiempo que ésta se vestía para un
las perlas han intervenido como protagonistas en
baile, y le ofreció como recuerdo del aniversario
mil y mil lances de amor históricos.
de sus b o d a s una perla: una perla monstruosa,
D e estas cien anécdotas sólo queremos referir magnífica, con toda la s u a v e o p a c i d a d , los cam-
una. A q u e l l a s de nuestras lectoras que, después de biantes de mil colores y las condiciones de f o r m a
leer los renglones que l l e v a m o s escritos, se acuer- que pueden hacer única una perla entre las cien
den con un suspiro de sentimiento de las perlas mil perlas c o g i d a s en un siglo en la isla c u y o mar
q u e g u a r d a n en las afiligranadas boites de su toca- l a s produce.
L a princesa, ufana con ella, se la colocó en la
c a b e z a en el punto donde su cabello negro se p a r -
tía sobre la frente como en dos alas obscuras, y se
marchó al baile.
¡Qué hermosa perla! ¡Qué magnífica perla! ¡ V a l e
un tesoro! ¡No tiene igual! H e aquí las e x c l a m a -
ciones que la saludaron á la e n t r a d a en el círculo LA V E N T A DE L O S G A T O S
cortesano. ¡Qué hermosa perla! ¡Qué magnífica per-
la! N i una palabra para sus ojos, ni una frase g a -
lante á su sonrisa, á la gracia de su fisonomía, á la
esbeltez de su talle.
C u a n d o la princesa v o l v i ó á su c a s a , es f a m a
que dijo, arrojando al suelo la famosa perla, y pi-
soteándola: ¡Necia de mí! ¿Quién me ha m a n d a d o TN S e v i l l a y en mitad del camino que se di-
llevar al baile esta perla, la sola que podía ser mi rige al convento de S a n Jerónimo desde
rival, porque, como yo, es única en V i e n a ? la puerta de la M a c a r e n a , h a y , entre otros
Consuélense, pues, las mujeres, si el acaso l a s ventorrillos célebres, uno, que por el lugar en que
priva de uno de sus adornos favoritos. está colocado y las circunstancias especiales que
P o c o más ó menos, la historia de la perla que en él concurren, puede decirse que era, si y a no lo
a c a b a m o s de referir, es la historia de todas las per- es, el más neto y característico de todos los v e n t o -
las del mundo. rrillos andaluces.
L a s hermosas parecen tanto más hermosas, F i g u r á o s una casita b l a n c a como el ampo de la
cuanto más sencillas; y las feas, si es v e r d a d que nieve, con su cubierta de tejas rojizas las unas,
h a y alguna mujer fea en E s p a ñ a , esas están tanto verdinegras las otras, entre las cuales crecen un
peor, cuanto más se adornan. sin fin de j a r a m a g o s y m a t a s de resedá. U n cober-
E n c u a n t o á la pérdida del valor material, eso tizo de m a d e r a b a ñ a en sombra el dintel de la
no es tanto cuestión de nuestras Suscritoras c o m o puerta, á c u y o s lados h a y dos poyos de ladrillos y
de S a m p e r y P i z z a l a . a r g a m a s a . E m p o t r a d a s en el muro, que rompen
TOMO 111 3
L a princesa, ufana con ella, se la colocó en la
c a b e z a en el punto donde su cabello negro se p a r -
tía sobre la frente como en dos alas obscuras, y se
marchó al baile.
¡Qué hermosa perla! ¡Qué magnífica perla! ¡ V a l e
un tesoro! ¡No tiene igual! H e aquí las e x c l a m a -
ciones que la saludaron á la e n t r a d a en el círculo LA V E N T A DE L O S G A T O S
cortesano. ¡Qué hermosa perla! ¡Qué magnífica per-
la! N i una palabra para sus ojos, ni una frase g a -
lante á su sonrisa, á la gracia de su fisonomía, á la
esbeltez de su talle.
C u a n d o la princesa v o l v i ó á su c a s a , es f a m a
que dijo, arrojando al suelo la famosa perla, y pi-
soteándola: ¡Necia de mí! ¿Quién me ha m a n d a d o TN S e v i l l a y en mitad del camino que se di-
llevar al baile esta perla, la sola que podía ser mi rige al convento de S a n Jerónimo desde
rival, porque, como yo, es única en V i e n a ? la puerta de la M a c a r e n a , h a y , entre otros
Consuélense, pues, las mujeres, si el acaso l a s ventorrillos célebres, uno, que por el lugar en que
priva de uno de sus adornos favoritos. está colocado y las circunstancias especiales que
P o c o más ó menos, la historia de la perla que en él concurren, puede decirse que era, si y a no lo
a c a b a m o s de referir, es la historia de todas las per- es, el más neto y característico de todos los v e n t o -
las del mundo. rrillos andaluces.
L a s hermosas parecen tanto más hermosas, F i g u r á o s una casita b l a n c a como el ampo de la
cuanto más sencillas; y las feas, si es v e r d a d que nieve, con su cubierta de tejas rojizas las unas,
h a y alguna mujer fea en E s p a ñ a , esas están tanto verdinegras las otras, entre las cuales crecen un
peor, cuanto más se adornan. sin fin de j a r a m a g o s y m a t a s de resedá. U n cober-
E n c u a n t o á la pérdida del valor material, eso tizo de m a d e r a b a ñ a en sombra el dintel de la
no es tanto cuestión de nuestras Suscritoras c o m o puerta, á c u y o s lados h a y dos poyos de ladrillos y
de S a m p e r y P i z z a l a . a r g a m a s a . E m p o t r a d a s en el muro, que rompen
TOMO 111 3
varios ventanillos, abiertos á capricho para dar luz
al interior, y de los cuales unos son más b a j o s y agrestes márgenes, hasta llegar al pie del antiguo

otros más altos, éste en forma cuadrangular; aquél c o n v e n t o de S a n Jerónimo, el cual se asoma por

imitando un ajimez ó una c l a r a b o y a , se ven de cima de los espesos olivares que los rodean, y di-

trecho en trecho algunas estacas y anillas d e hie- buja por obscuro la negra silueta d e s ú s torres sobre

rro, que sirven para atar las caballerías. U n a pa- un cielo azul trasparente.

rra añosísima que retuerce sus negruzcos troncos Imagináos este paisaje animado por una multi-
por entre la armazón de m a d e r a s que la sostienen, tud de figuras de h o m b r e s , m u j e r e s , chiquillos y
vistiéndolos de p á m p a n o s y hojas verdes y a n c h a s , animales, formando grupos á cual más pintorescos
cubre como un dosel el estrado, el cual lo com- y característicos: aquí el ventero, rechoncho y co-
ponen tres b a n c o s de pino, media docena de sillas loradote, sentado al sol en una silleta b a j a , des-
de anea desvencijadas, y hasta seis ó siete mesas haciendo entre las manos el t a b a c o para liar un
c o j a s y hechas de tablas m a l unidas. P o r uno de cigarrillo y con el papel en la b o c a ; allí un regatón
los costados de la casa sube una m a d r e s e l v a , aga- de la M a c a r e n a , que c a n t a entornando los ojos y
rrándose á las grietas de las paredes, hasta llegar acompañándose con una guitarrilla, mientras otros
al tejado, de c u y o alero penden algunas guías que le llevan el compás con las p a l m a s , ó golpeando
se mecen con el aire, s e m e j a n d o flotantes pabello- l a s mesas con los v a s o s ; m á s allá una turba de
nes de v e r d u r a . A l pie del otro corre una cerca de m u c h a c h a s con su pañuelo de espumilla de mil co-
c a ñ i z o , señalando los límites de un pequeño jardín lores, y toda una maceta de claveles en el pelo,
que parece una canastilla de juncos rebosando q u e tocan la pandereta, y chillan, y ríen, y ha-
flores. L a s c o p a s de dos corpulentos árboles que blan á v o c e s en tanto que impulsan como locas el
se levantan á espaldas del ventorrillo, forman el columpio colgado entre dos árboles; y los mozos
fondo obscuro, sobre el cual se destacan sus blan- del ventorrillo que v a n y vienen con bateas de
c a s chimeneas, completando la decoración los v a - manzanilla y platos de aceitunas; y las b a n d a s de
llados de las huertas llenos de pitas y z a r z a m o - g e n t e s del pueblo que hormiguean en el camino;
ras, los retamares que crecen á la orilla del a g u a , dos borrachos que disputan con un m a j o que re-
y el G u a d a l q u i v i r , que se aleja arrastrando con quiebra al pasar á una b u e n a moza; un gallo que
lentitud su torcida corriente por entre aquellas c a c a r e a esponjándose orgulloso sobre las b a r d a s
del corral; un perro que ladra á los chiquillos que
le hostigan con palos y piedras; el aceite que hier- saqué un papel de la cartera de dibujo, que lleva-

v e y salta en la sartén donde fríen el pescado; el ba conmigo, afilé un lápiz, y comencé á buscar

chasquear de los látigos de los caleseros que lle- con la vista un tipo característico para copiarle y

g a n l e v a n t a n d o una nube de polvo; ruido de can- conservarle como un recuerdo de aquella escena y

tares, de castañuelas, de risas, de v o c e s , de silbi- d e aquel día.

dos y de guitarras, y golpes en las mesas y p a l m a - D e s d e luego mis ojos se fijaron en una de l a s
das, y estadillos de jarros que se rompen; y mil y m u c h a c h a s que formaban alegre corro alrededor
mil rumores extraños y discordes que forman una del columpio. E r a alta, d e l g a d a , levemente more-
alegre algarabía imposible de d e s c r i b i r . Figuráos na, con unos ojos adormidos, grandes y negros, y
todo esto en una tarde t e m p l a d a y serena, en la un pelo más negro que los ojos. Mientras y o hacía
tarde de uno de los días más hermosos de A n d a l u - e l dibujo, un g r u p o de hombres, entre los cuales
cía, donde tan hermosos son siempre, y tendréis había uno que r a s g u e a b a la guitarra con m u c h o
una idea del espectáculo que se ofreció á mis ojos aire, e n t o n a b a n á coro cantares alusivos á las
la primera v e z q u e , g u i a d o por su f a m a , fui á vi- prendas personales, los secretillos de amor, las in-
sitar aquel célebre ventorrillo. clinaciones ó las historias de celos y desdenes de
las m u c h a c h a s que se entretenían alrededor del
D e esto h a c e y a muchos a ñ o s : diez ó doce lo
columpio, cantares á los que á su v e z respondían
menos. Y o estaba allí como fuera de mi centro n a -
éstas con otros no menos graciosos, picantes y li-
tural c o m e n z a n d o por mi t r a j e , y a c a b a n d o por
geros.
la a s o m b r a d a expresión de mi rostro, todo en mi
persona disonaba en aquel c u a d r o de franca y bu- L a m u c h a c h a , morena, esbelta y decidora que
lliciosa alegría. P a r e c i ó m e q u e las gentes, al pa- había escogido por modelo, l l e v a b a la v o z entre
sar, volvían la cara á mirarme con el d e s a g r a d o l a s mujeres, y componía l a s coplas y las decía,
que se mira á un importuno. a c o m p a ñ a d a del ruido de l a s p a l m a s y las risas de
sus compañeras, mientras el tocador parecía ser el
N o queriendo llamar la atención ni que mi pre-
j e f e de los mozos y el que entre todos ellos despun-
sencia se hiciese objeto de burlas, m á s ó m e n o s
t a b a por su g r a c i a y su desenfadado ingenio.
e m b o z a d a s , me senté á un lado de la puerta del-
ventorrillo, pedí algo de b e b e r , que no b e b í , y* P o r mi parte, no necesité mucho tiempo para

c u a n d o todos se olvidaron de mi e x t r a ñ a aparición, conocer que entre ambos existía algún sentimiento
de afección que se r e v e l a b a en sus cantares, llenos reparado que, después de concluida la broma, se
de alusiones trasparentes y frases e n a m o r a d a s . acercó disimuladamente hasta el sitio en que me
C u a n d o terminé mi obra, c o m e n z a b a á h a c e r s e encontraba con objeto de v e r qué hacía yo, miran-
de noche. Y a en la torre de la catedral se h a b í a n do con tanta insistencia á la mujer por quien él
encendido los dos faroles del retablo de las c a m p a - parecía interesarse.
nas, y sus luces parecían los ojos de fuego de aquel — S e ñ o r i t o , me dijo con un acento que él pro-
gigante de a r g a m a s a y ladrillo que domina toda la curó s u a v i z a r todo lo posible; v o y á pedirle á usted
ciudad. L o s grupos se iban disolviendo poco á p o c o un favor.
y perdiéndose á lo l a r g o del c a m i n o entre la bruma
— ¡Un favor! e x c l a m é yo, sin comprender cuales
del crepúsculo, p l a t e a d a por la luna, que empe-
podrían ser sus pretensiones; diga usted, que si
z a b a á dibujarse sobre el fondo v i o l a d o y o b s c u r o
está en mi mano es cosa hecha.
del cielo. L a s m u c h a c h a s se alejaban j u n t a s y can-
— ¿ M e quiere usted dar esa pintura que h a hecho?
t a n d o , y sus v o c e s argentinas se debilitaban gra-
A l oir sus últimas palabras, no pude menos de
dualmente hasta confundirse con los otros rumores
quedarme un rato perplejo; e x t r a ñ a b a por una
indistintos y lejanos que t e m b l a b a n en el aire. T o d o
parte la petición, que no dejaba de ser bastante
a c a b a b a á la vez: el día, el bullicio, la animación
rara, y por otra el tono, que no podía decirse á
y la fiesta; y de todo no q u e d a b a sino un eco en el
punto fijo si era de a m e n a z a ó de súplica. É l h u b o
oído y en el alma, como una vibración s u a v í s i m a ,
de comprender mi duda, y se apresuró en el mo-
c o m o un dulce\sopor parecido al que se experimen-
mento á añadir:
ta al despertar de un sueño a g r a d a b l e .
— S e lo pido á usted por la salud de su madre,
L u e g o que hubieron desaparecido l a s ú l t i m a s por la mujer que m á s quiera en este mundo, si
personas, doblé mi dibujo, lo g u a r d é en la c a r t e r a , quiere á alguna; pídame usted en c a m b i o todo lo
llamé con una p a l m a d a al mozo, p a g u é el p e q u e ñ o que yo p u e d a hacer en mi pobreza.
gasto que había hecho, y y a me disponía á alejar- N o supe qué contestar para eludir el compro-
me, cuando sentí que me detenían s u a v e m e n t e por miso. C a s i casi hubiera preferido que viniese en
el brazo. E r a el m u c h a c h o de la guitarra que y a son de quimera, á trueque de conservar el bosque-
noté antes, y que mientras d i b u j a b a me miraba j o de aquella mujer, que tanto me había impresio-
m u c h o y con cierto aire de curiosidad. Y o no había nado; pero sea sorpresa del momento, sea que y o
á n a d a sé decir que no, ello es que abrí mi carte- cien otros detalles de más escaso interés me refirió
ra, saqué el papel y se lo alargué sin decir una pa- durante el camino. C u a n d o llegamos á las puertas
labra. d e la ciudad me dió un fuerte apretón de manos,
Referir las frases de agradecimiento del mucha- tornó á ofrecérseme, y se marchó entonando un
cho, sus e x c l a m a c i o n e s al mirar n u e v a m e n t e el c a n t a r cuyos ecos se dilataban á lo lejos en el silen-
dibujo á la l u z del reverbero de la v e n t a , el cuida- cio de la noche. Y o permanecí un rato viéndole ir.
do con que lo dobló p a r a guardárselo en la f a j a , S u felicidad parecía contagiosa, y me sentía a l e g r e ,
los ofrecimientos que me hizo y las a l a b a n z a s hi- con una alegría e x t r a ñ a y sin nombre, con una ale-
perbólicas con que ponderó la suerte de haber en- g r í a , por decirlo así; de reflejo.
contrado lo que él l l a m a b a un señorito templao y É l siguió cantando á más no poder; uno de sus
neto, sería tarea dificilísima por no decir imposible. c a n t a r e s decía así:
Sólo diré que como entre unas y otras se había he-
Compañerillo del alma,
cho completamente de noche, que quise que no, se
mira qué bonita era:
empeñó en a c o m p a ñ a r m e hasta la puerta de la Ma-
se parecía á la Virgen
carena; y tanto dió en ello, que por fin me determi-
de Consolación de Utrera.
né á que emprendiésemos el c a m i n o juntos. E l c a -
mino es bien corto, pero mientras duró encontró C u a n d o su v o z c o m e n z a b a á perderse, oí en l a s
forma de contarme del pe al pa t o d a la historia de r á f a g a s de la brisa otra d e l g a d a y vibrante que so-
sus amores. n a b a más lejos aún. E r a alia, ella que le a g u a r d a -
L a v e n t a donde se había celebrado la función b a impaciente . .
e r a de su padre, quien le tenía prometido, p a r a
c u a n d o se casase, una huerta que l i n d a b a con la P o c o s días después a b a n d o n é á S e v i l l a , y pasa-
c a s a y que también le pertenecía. E n c u a n t o á la ron muchos años sin que volviese á ella, y olvidé
m u c h a c h a , objeto de su cariño, que me describió m u c h a s cosas que allí me habían sucedido; pero el
con los m á s v i v o s colores y las frases más pinto- recuerdo de tanta y tan ignorada y tranquila feli-
rescas, me dijo que se l l a m a b a A m p a r o , que se ha- c i d a d , no se borró nunca de la memoria.
bía criado en su casa desde muy pequeñita, y se
ignoraba quiénes fuesen sus padres. T o d o esto y
del río h a sido siempre en Sevilla el lugar p r e d i -
lecto de .mis excursiones.
II Después que hube admirado el magnífico pano-
rama que ofrece en el punto por donde une sus
opuestas márgenes el puente de hierro; después q u e
C o m o he dicho, transcurrieron muchos años des- hube recorrido, con la mirada absorta, los mil de-
pués que abandoné á Sevilla, sin que olvidase del talles, palacios y blancos caseríos; después que
todo aquella tarde, c u y o recuerdo p a s a b a a l g u n a s pasé revista á los innumerables b u q u e s surtos en
v e c e s por mi imaginación como una brisa bienhe- sus aguas, que desplegaban al aire los ligeros ga-
chora que refresca el ardor de la frente. llardetes de mil colores, y oí el confuso hervidero
C u a n d o el a z a r me condujo de n u e v o á la g r a n del muelle, donde todo respira a c t i v i d a d y movi-
ciudad que con tanta razón es l l a m a d a reina de miento, remontando con la imaginación la corrien-
Andalucía, una de las cosas que más llamaron mi te del río, me trasladé hasta S a n Jerónimo.
atención, fué el notable c a m b i o verificado durante M e a c o r d a b a de aquel paisaje tranquilo, reposa-
mi ausencia. Edificios, m a n z a n a s de c a s a s y ba- d o y luminoso en que la rica vegetación de A n d a -
rrios enteros habían surgido al c o n t a c t o m á g i c o de lucía despliega sin aliño sus galas naturales. C o m o
la industria y el capital: por todas partes fábricas, si hubiera ido en un bote corriente arriba, v i des-
jardines, posesiones de recreo, frondosas alamedas, filar otra v e z , con a y u d a de la memoria por un
pero por desgracia, m u c h a s venerables a n t i g u a l l a s lado la C a r t u j a Con sus arboledas y sus altas y del-
habían desaparecido. g a d a s torres; por otro el barrio de los H u m e r o s ,
Visité n u e v a m e n t e muchos soberbios edificios, los antiguos murallones de la ciudad, mitad árabes,
llenos de recuerdos históricos y artísticos; torné á mitad romanos, las h u e r t a s con sus v a l l a d o s cu-
v a g a r y á perderme entre l a s mil y mil r e v u e l t a s biertos de zarzas, y las norias que sombrean algu-
del curioso barrio de S a n t a C r u z ; e x t r a ñ é en el nos árboles aislados y corpulentos, y por último,
curso de mis paseos m u c h a s cosas n u e v a s que se S a n Jerónimo... A l llegar aquí con la imaginación,
han l e v a n t a d o no sé cómo; eché de menos m u c h a s se me representaron con m á s v i v e z a que nunca los
c o s a s v i e j a s que han desaparecido no sé por qué, recuerdos que aún conservaba de la famosa v e n t a ,
y por último, me dirigí á la orilla del río. L a orilla y me figuré que asistía de nuevo á aquellas fiestas
populares, y oía cantar á las m u c h a c h a s , mecién-
amigo, ¿cuándo nos v a m o s allí una tarde á meren-
dose en el columpio, y veía los corrillos de gentes
dar y á tener un rato de jarana?
del pueblo v a g a r por los prados, merendar unos,
— ¡ U n rato de j a r a n a ! exclamó mi interlocutor,
disputar los otros, reir éstos, bailar aquéllos, y to-
con una expresión de asombro que y o no a c e r t a b a
dos agitarse, rebosando j u v e n t u d , animación ó ale-
á e x p l i c a r m e entonces; ¡un rato de j a r a n a ! P u e s
gría. A l l í estaba ella, rodeada de sus hijos lejos y a
digo que el sitio es aparente para el caso.
del grupo de las mozuelas, que reían y c a n t a b a n y
— ¿ Y por qué no? le repliqué a d m i r á n d o m e á mi
allí estaba él, tranquilo y satisfecho de su felicidad,
v e z de sus admiraciones.
mirando con ternura, reunidas á su alrededor y fe-
lices, todas las personas que más a m a b a en el — L a razón es m u y sencilla, me dijo por último;
mundo: su mujer, sus hijos, su padre, que e s t a b a porque á cien pasos de la v e n t a han hecho el nue-
entonces como hacía diez años, sentado á la puerta v o cementerio.
de su venta, liando impasible su cigarro de p a p e l , E n t o n c e s fui yo el que lo miré con ojos asombra-
sin más variación que tener b l a n c a como la nie- dos y permanecí algunos instantes en silencio, an-
v e la c a b e z a , que era gris. tes de añadir una sola p a l a b r a .
V o l v i m o s á la c i u d a d y p a s ó aquel día, y pasa-
U n amigo que me a c o m p a ñ a b a en el paseo, no-
ron algunos otros m á s , sin que y o pudiese des-
t a n d o la especie de éxtasis en que estuve abstraído
echar del todo la impresión que me había c a u s a d o
con esas ideas durante algunos minutos, me sacu-
una noticia tan inesperada. P o r más v u e l t a s q u e
dió al fin del brazo, preguntándome:
le d a b a , mi historia de la m u c h a c h a morena no
— ¿ E n qué piensas?
tenía y a fin, pues el i n v e n t a d o no podía concebirlo,
— P e n s a b a le contesté, en la Venta de los Gatos,
antojándoseme inverosímil un cuadro de felicidad
y revolvía aquí, dentro de la imaginación, todos
y alegría con un cementerio por fondo.
los agradables recuerdos que g u a r d o de una tarde
U n a tarde, resuelto á salir de dudas, pretexté una
que estuve en S a n Jerónimo... E n este instante con-
ligera indisposición para no a c o m p a ñ a r á mi amigo
cluía una historia que dejé e m p e z a d a allí, y la con-
en nuestros acostumbrados paseos, y emprendí solo
cluía tan á mi gusto, que creo no puede tener otro
el camino de la v e n t a . C u a n d o dejé á mis e s p a l d a s
final que el que yo le he hecho. Y á propósito de la
la M a c a r e n a y su pintoresco arrabal, y c o m e n c é á
V e n t a de los G a t o s , proseguí, dirigiéndome á mi
chuzar por un estrecho sendero aquel laberinto de
huertas, y a me parecía advertir a l g o extraño en y los ojos fijos en la tierra. Y o me creía trasporta-
c u a n t o me rodeaba. do no sé adonde; pues todo lo que veía me recorda-
B i e n fuese que la tarde estaba un poco encapo- b a un paisaje c u y o s contornos eran los mismos de
tada, bien que la disposición de mi ánimo me incli- siempre, pero c u y o s colores se habían borrado por
n a b a á las ideas melancólicas, lo cierto es que sentí decirlo así, no quedando de ellos sino una media
f n o y tristeza, y noté un silencio que me recorda- tinta dudosa. L a impresión que experimentaba,
ba la completa soledad, como el sueño recuerda la sólo puede compararse á la que sentimos en esos
muerte. sueños en que por un fenómeno inexplicable, l a s
A n d u v e un rato sin detenerme, acabé de cruzar c o s a s son y no son á la v e z , y los sitios en que creemos
l a s huertas para abreviar la distancia, y entré en el hallarnos se trasforman en parte de una manera es-
camino de S a n L á z a r o , desde donde y a se divisa trambótica é imposible.
en lontananza el convento de S a n Jerónimo. P o r último, llegué al ventorrillo: lo recordé, más
T a l v e z será una ilusión; pero á mí me parece por el rótulo, que aún conserva escrito con grandes
que por el camino que pasan los muertos, hasta letras en una de sus paredes, que por nada; pues
los árboles y las hierbas toman al cabo un color en cuanto al caserío, se me figuró que hasta había
diferente. P o r lo menos allí se me antojó que falta- c a m b i a d o de formas y proporciones. D e s d e luego
ban tonos calurosos y armónicos, frescura en la puedo asegurar que estaba mucho más ruinoso,
arboleda, ambiente en el espacio y l u z en el terre- a b a n d o n a d o y triste. L a sombra del cementerio,
no. E l paisaje era monotono, las figuras negras v que se alzaba en el fondo, parecía extenderse hacia
aisladas. y
él, envolviéndole en una obscura proyección como
P o r a q u í un carro que m a r c h a b a p a u s a d a m e n t e en un sudario. E l ventero estaba solo, completa-
cubierto de luto, sin l e v a n t a r polvo, sin c h a s q u i d o mente solo. Conocí que era el mismo de hacía diez
de l á t i g o , sin a l g a z a r a , sin movimiento c a s i : más años; y lo conocí no sé por qué, pues en este tiem-
allá un hombre de m a l a catadura con un a z a d ó n po h a b í a envejecido hasta el punto de aparentar un
en el h o m b r o , ó un sacerdote con su hábito talar viejo decrépito y moribundo, mientras q u e cuando
y obscuro, ó un grupo de ancianos mal vestidos ó le vi no representaba apenas cincuenta años, y re-
de aspecto repugnante, con cirios a p a g a d o s en las b o s a b a salud, satisfacción y vida.
manos, que volvían silenciosos, con la c a b e z a b a j a S e n t é m e en una de las desiertas mesas; pedí algo
de beber, que me sirvió el ventero, y de una en otra ro á la cual saqué y o cuando pequeña de la c a s a
palabra suelta vinimos al c a b o á entrar en una con- de e x p ó s i t o s : me pidieron los envoltorios con q u e
versación tirada acerca de la historia de amores, la abandonaron y que y o conservaba, resultando
c u y o último capítulo ignoraba todavía, á pesar de al fin, que A m p a r o era hija de un señor muy rico,
haber intentado adivinarlo v a r i a s veces. el cual trabajó con la justicia p a r a arrancárnosla,
— T o d o , me dijo el pobre viejo, todo parece que y trabajó tanto, que logró conseguirlo. N o quiero
se h a conjurado contra nosotros desde la época en recordar siquiera el día que se la llevaron. E l l a llo-
que usted me recuerda. Y a lo sabe usted: A m p a r o raba como una M a g d a l e n a , mi hijo quería hacer
era la niña de nuestros ojos, se había criado aquí una locura, y o estaba como atontado, sin com-
desde que nació, casi era la alegría de la casa; nun- prender lo que me sucedía. ¡Se fué! E s decir, no
ca pudo echar de menos el s u y o , porque y o la se fué, porque nos quería mucho para irse; pero se
quería como un padre; mi hijo se acostumbró t a m - la llevaron, y una maldición c a y ó sobre esta casa.
bién á quererla desde niño, primero como un her- Mi hijo, después de un arrebato de desesperación
m a n o , después con un cariño más g r a n d e t o d a v í a . espantosa, c a y ó como en un letargo: yo no sé de-
Y a estaba en vísperas de casarse; y o les había ofre- cir qué me pasó; creí q u e se me había a c a b a d o el
cido lo mejor de mi poca hacienda, pues con el pro- mundo.
d u c t o de mi tráfico me parecía tener más que sufi-
Mientras esto sucedía, comenzóse á l e v a n t a r el
ciente para vivir con desahogo, cuando no sé qué
cementerio; la gente huyó de estos contornos, se
diablo malo t u v o envidia de nuestra felicidad, y la
a c a b a r o n las fiestas, los cantares y la música, y se
deshizo en un momento. P r i m e r o comenzó á susu-
a c a b ó toda la alegría de estos c a m p o s , como se
rrarse que iban á colocar un cementerio por esta
había a c a b a d o toda la de nuestras almas.
parte de S a n Jerónimo: unos decían que más aca,
Y A m p a r o no era más feliz que nosotros; criada
otros que más allá; y mientras todos estábamos in-
aquí al aire libre, entre el bullicio y la animación
quietos y temerosos, temblando de que se realizase
de la v e n t a , e d u c a d a para ser dichosa en la pobre-
este p r o y e c t o , una desgracia m a y o r y más cierta
za, la sacaron de esta v i d a , y se secó como se se-
c a y ó sobre nosotros.
c a n las flores a r r a n c a d a s de un huerto para llevar-
U n día llegaron aquí en un c a r r u a j e dos señores, l a s á un estrado. M i hijo hizo esfuerzos increíbles
me hicieron mil y mil p r e g u n t a s acerca de A m p a - por verla otra v e z , por hablarla un momento. T o -

TOMO 111 4
do fué inútil: su familia no q u e r í a . A l c a b o la vió, mentó, las p a l a b r a s sueltas y horribles de los se-
pero la vió m u e r t a . Por aquí pasó su entierro. Y o pultureros que concertaban en v o z b a j a un robo
no sabía n a d a , y no sé por qué me eché á llorar sacrilego... N o sé; en mi memoria no ha quedado,
cuando vi el ataúd. E l corazón, que es muy leal, lo mismo de esta escena fantástica de desolación,
me decía á voces: q u e de la otra escena de alegría, m á s que un re-
— E s a es joven como A m p a r o : c o m o ella sería c u e r d o confuso, imposible de reproducir. L o que
también h e r m o s a ; ¿quién sabe si será la misma? me parece escuchar tal c o m o lo escuché entonces,
Y era: mi hijo siguió el entierro, entró en el patio, e s este cantar que entonó una voz, plañidera, tur-
y al abrirse la c a j a , dió un grito, c a y ó sin sentido b a n d o de repente el silencio de aquellos lugares.
en tierra, y así me lo trajeron. D e s p u é s se volvió
En el carro de los muertos
loco, y loco está.
ha pasado por aquí,
C u a n d o el pobre viejo llegaba á este punto de su llevaba una mano fuera,
narración, entraron en la v e n t a dos enterradores por ella la conocí.

de siniestra figura y aspecto repugnante. A c a b a d a E r a el pobre m u c h a c h o , que estaba encerrado


su tarea venían á echar un trago «á la salud, de los en una de las habitaciones de la v e n t a , donde pa-
muertos», como dijo uno de ellos, a c o m p a ñ a n d o el saba los días c o n t e m p l a n d o inmóvil el retrato de
chiste con una estúpida sonrisa. E l ventero se en- su amante sin pronunciar una palabra, sin comer
j u g ó una lágrima con el dorso de la mano, y fué á a p e n a s , sin llorar, sin que se abriesen sus labios
servirles. más que para cantar esa copla tan sencilla y tan
L a noche c o m e n z a b a á cerrar, obscura y tristísi- tierna que encierra un poema de dolor que yo apren-
m a . E l cielo e s t a b a negro y el c a m p o lo mismo. d í á descifrar entonces.
D e los brazos de los árboles pendía aún, medio po-
drida, la soga del columpio agitada por el aire; me
pareció la cuerda de una h o r c a oscilando t o d a v í a
d e s p u é s de haber descolgado á un reo. Sólo llega-
b a n á mis oídos algunos rumores confusos: el ladri-
do lejano de los perros de las huertas, el chirrido de
una noria, largo, quejumbroso y agudo como un la-
UN DRAMA
(Hojas arrancadas de un libro de memorias)

El mayor mónstruo los celas.


CALDERÓN

ESCENA PRIMERA

El mar. Venecia en el fondo. Jicobo y Rafael en una góndola.

acobo ¿Te incomoda la herida?


Rafael. N o . . . no es n a d a . . . un rasguño:
al caer me tiró un último g o l p e , pero y a
sin fuerza... y ¿él?
Jacobo. S u s padrinos lo llevan en una góndola;
no sé adonde, tal v e z á su casa.
Rafael. ¿Se quejaba al transportarle á la gón-
dola?
Jacobo. No.
Rafael. H a b r á muerto.
Jacobo. O estaría d e s m a y a d o .
Rafael. Si ha muerto, la v e n g a n z a de su - p a d r e E s la única manera de que abandone á esa mu-
será terrible. jer que le v u e l v e loco, antes de que ya sea imposi-
Jacobo. D e todos modos, es preciso q u e s a l g a s ble el salvarle. (Recostándose en el fondo de la
de V e n e c i a antes que llegue el día, y de Italia en góndola). ¡El amor, el amor! Si no existieran los
c u a n t o encuentres ocasión. celos, sería un paraíso sin serpiente.
Rafael. ¡Antes que llegue el día!... E l día cla-
reará dentro de una hora.
Jacobo. P o r eso creo una locura lo q u e h a c e s . . . E S C E N A II •
Rafael. ¡Una locura!!! Por ella he matado á un
hombre, al que solo por ella odiaba... por ella h e LOS MISMOS

puesto en peligro la existencia de nuestros h e r m a -


nos, los afiliados para la grande obra... por e l l a Rafael entra en la góndola. E l día comienza á elatear.

dejo á mi madre anciana y sola, e x p u e s t a á la ira


de mis enemigos, y pierdo acaso para siempre mi Jacobo. ¡Aún no brilla el horizonte del mar con
hogar y mi patria, ¿y quieres que la abandone sin la primera luz, y y a estás de vuelta! H a s cumplido
decirle adiós? tu p a l a b r a .
Jacobo. C o m o no h a y n a d a más inútil que los Rafael. M e he acordado de tí.
consejos que no han de a p r o v e c h a r s e , no te res- Jacobo. Y a lo sabía y o .
pondo n a d a para combatir tu idea; pero yo la sigo Rafael. ¿Y qué h a c e m o s ahora?
creyendo una locura ó una temeridad, que viene á Jacobo. Cálate la c a p u c h a . . . pon mano al remo,
ser la misma cosa. y á volar en dirección de la rada. P e r o ¡calle!
Rafael. L e v a n t a los remos... y a hemos llegado. parece que tienes fiebre... á ver, á ver esa heri-
(Rafael salta á tierra) ¿Me esperarás aquí? da... ¿y dijiste que no era nada, que no la sentías
Jacobo. A q u í te espero... ¡ A h ! . . . escucha... un apenas?
instante... cuando v e a s que a p u n t a el día, a c u é r - Rafael. A h o r a me incomoda un poco.
date que si nos sorprende el sol en este sitio, no t e Jacobo. ¡Ahora!... Suelta ese remo, échate en e l
costará á tí solo la c a b e z a , sino á mí también... ( R a - fondo de la góndola y descansa.
fael se aleja). Rafael. N o . . . estoy bien así...
Jacóbo. ¡Qué estás bien!... ¡ah! vamos... y a lo Máscara i . a T o d o s . . . el tabernero no deja pasar
comprendo, v e s aún el pabellón donde habita... á la c u e v a sino á los que dicen las palabras conve-
Rafael. ¡ L a quiero tanto!!! nidas, y esas palabras sólo las saben los hermanos.
Jacobo. ¿Y ella? Máscara 2.a ¿Y c u a l es el objeto de nuestra re-
Rafael. E l l a . . . me ha jurado aguardarme... has- unión?
ta que pueda volver. Jacobo. E s c o g e r al que h a de dar muerte á un
Jacobo. ¿Y si no volvieras en algunos años? enemigo.
Rafael. M e aguardaría hasta la muerte. L o ha Máscara 3. a ¿Por qué causa debe> morir?
prometido. Jacobo. D e b e morir... porque ha faltado á su pa-
Jacobo. ¿Y lo cumplirá? labra e m p e ñ a d a solemnemente, antes de batirse,
Rafael. ¿Se puede mentir llorando? á uno de nuestros hermanos... porque h a hecho
Jacobo. S e miente de todas maneras. perseguir á su madre, que acaso habrá espirado ya
Rafael. ¿Se puede jurar una cosa por la memo- en una prisión... porque va á unirse á una italiana,
ria de un padre, y no hacerla? y es un tudesco.
Jacobo. S e jura en v a n o hasta en nombre de Máscara 3. a ¿Y ella?
Dios. Jacobo. E l l a vivirá... porque el único que tiene
Rafael. ¡Bah! T ú no crees en nada. derecho á su v i d a no está aquí.
Jacobo. A l revés: yo creo en todo. ( E l enmascarado se levanta de la mesa donde
bebe solo, coge el cuchillo que se v e en la otra, y
se quita la careta).
ESCENA III Rafael. E l l a morirá.
E l sótano de una taberna. Jacobo y algunos otros jóvenes disfrazados con Todos. ¡Rafael!
trajes caprichosos, beben alrededor de una mesa, sobre la que se v e un Rafael. E s t a noche h a y un baile en el palacio
cuchillo d e s n u d o . — E n un extremo un hombre enmascarado también be-
biendo solo.
D o r i a : descubriéndose uno de los que la componen,
puede penetrar en el salón una comparsa cualquie-
Jacobo. ¿Somos todos de la hermandad? (Diri- ra... ¿Cuál de vosotros se descubrirá?
giendo una mirada de inquietud hacia el enmas- Jacobo. Pero...
carado). Rafael. ¿Cuál de vosotros se descubrirá?
Jaeobo. Yo. Julia. T ú perteneces á la h e r m a n d a d de los li-
Rafael. ¿No sospecharán de tí? bertadores de V e n e c i a .
Jacobo. Menos que de ninguno... pero... ¿qué Bautista. ¡Yo!
v a m o s á hacer en el baile de máscaras? Julia. ¡Crees que v o y á denunciarte!... L o s her-
Rafael. H e sabido que ella asiste y cuál será su manos saben unos de otros por correspondencias
traje.
misteriosas; tú puedes hacer que esta c a r t a llegue
Jacobo. ¿ L o has pensado bien? á manos de R a f a e l mejor que ningún otro... ten
Rafael. C u a n d o tú dudaste de la verdad de al- presente que le importa mucho... mucho... acaso
gunos juramentos, y o hice uno... lo hice sólo con la la vida... N o te ofrezco n a d a ; porque sé que enton-
mente... y sin embargo, el tiempo te dirá si lo cum- ces no h a s de hacerlo. (Julia desaparece").
plo... V a m o s al palacio D o r i a .
Bautista. (Después de un momento de pausa,
Jacobo. A l palacio D o r i a . dándole v u e l t a s á la c a r t a entre las manos). No
h a y duda esa mujer me conoce... ¡Rafael! ¡Rafael!
Si he de decir la v e r d a d , lo mismo sé y o que ella
ESCENA IV en este asunto... pero... ¡bah! y a me lo dirán los
hermanos.
U n a calle en Venecia. Bautista dormita recostado en su góndola, que s e
balancea amarrada al muelle. Julia, cubierta con un manto obscuro.

ESCENA V
Julia. Bautista.
U n salón en él palacio Doria. Julia y su madre sentadas á un lado entre
Bautista. Señora...
otras damas. —Rafael, Jacobo y sus compañeros disfrazados y encubiertos.
Julia. T ú sabes dónde está R a f a e l . — P a r e j a s de ambos sexos que se disponen á bailar. L a orquesta preludia

Bautista. Rafael... está en P a r í s . un vals.

Julia. N o está; y a le he escrito, y no me ha con-


Rafael. (Acercándose á Julia). M á s c a r a . . . ¿Quie-
testado.
res bailar conmigo?
Bautista. Entonces...
Julia. (Sorprendida). E s a v o z parece... pero
Julia. T ú sabes donde se halla.
no, es imposible.
Bautista. ¿Y por qué he de saberlo?
Rafael. M á s c a r a , el preludio termina; el v a l s
comienza... ¿Cómo debo interpretar tu silencio? cuando pase, voy á hacerle una seña; tanto bailar
Julia. (¡Dios mío! ¿Si será él?) T o m a d . ( D e j a el
puede fatigarla. ¿ L o hará por aturdirse?... (Rafael
ramillete y el abanico en la falda de su madre). U n a
y Julia aparecen de nuevo y se detienen un ins-
sola vuelta; una sola. (Se alejan bailando y se con-
tante).
funden entre la multitud. L a madre se inclina al
Rafael. ¿Y no tienes una sola palabra para dis-
oído de una de las señoras que tiene á su lado).
culparte?
La Madre. L o que son las m u c h a c h a s ; hoy hu- Julia. (Después de d u d a r un momento y con
biera dicho cualquiera que iba á morir de senti- v o z sorda). N i n g u n a . . .
miento; tanto h a llorado y g e m i d o antes de deci- Rafael. Dios tenga más misericordia de tí q u e
dirse á aceptar el esposo que se le destina... ¡ Y a de mí ha tenido. ( D e j a caer un pañuelo blanco.)
está bailando!... Si se hubiera de hacer caso de las Jacobo. (A los otros jóvenes). H a dejado caer el
lágrimas de las chiquillas... ( R a f a e l y Julia p a s a n pañuelo... rodeadlos... ( L a comparsa de enmasca-
bailando). rados forma un corro alrededor de los amantes, y ,
Rafael. ¿ E s v e r d a d que te casas? dando v o c e s y b a i l a n d o á su compás, se alejan ha-
Julia. E s v e r d a d . (Se alejan hacia el fondo y cia el fondo).
v u e l v e n á perderse).
La Madre. ¡Qué algazara... qué gritos! V a n á
La Madre. Y dijo que una sola vuelta... E n tra- aturdiría... N o ; de esta v u e l t a no p a s a sin dejar el
tándose de bailar, todas son lo mismo. V e r d a d que baile... (Se pone de pie). ¿Dónde va?... N o la veo...
y o de sus años tampoco era más juiciosa... ¿más?... ni cómo la he de v e r si esa comparsa de locos h a
ni tanto... ¡Ay! ¡si yo hubiera hecho caso de los formado á su alrededor un círculo i m p e n e t r a b l e . . .
consejos de mi m a d r e como ella lo h a c e h o y de los ¡Un grito!... Y esa música no callará... nada; c a d a
míos! (Rafael y Julia tornan de nuevo á pasar). , v e z parece que lleva el compás más rápido... v a á
Rafael. ¿Dices que es imposible? marearse... ¡Ah! y a la veo: ¿no lo dije? se h a ma-
Julia. ¡Imposible! (Tornan á alejarse). reado... no se puede sostener... ( L a comparsa vuel-
La Madre. ¿Otra vuelta? ¡Jesús! ¡Jesús!... Si v e con una algarabía espantosa de voces, gritos
h a de ser extremosa en todo... G r a c i a s á Dios que extraños y c a r c a j a d a s que casi ensordecen la mú-
aún no ha llegado su prometido... si no, estoy se- sica. R a f a e l , cubierto a ú n , trae en sus brazos á
gura de que tendríamos escena... N o , pues ahora Julia, al parecer d e s m a y a d a ) .
La Madre. ¡Aquí, aquí! D e j a d l a sobre esta oto- Bautista. A . las once.
mana... (Rafael la coloca sentada; v a c i l a un mo- Rafael. ( R o m p e precipitadamente la n e m a y
mento antes de apartarse de aquel sitio, de donde lee). «Rafael: T u madre, que todos creen muerta,
lo arranca Jacobo). ¡Dios mío, está pálida como un v i v e aún; pero v i v e aherrojada en el fondo de un
cadáver!... ¡Julia, Julia!... (Tocándole la frente y calabozo .. E l precio de su v i d a y su libertad es,
l a s manos). ¿Qué es esto? ¡Sangre, sangre! ¡ L a h a n no mi a m o r , porque ese h a sido y será siempre
asesinado!... t u y o , sino mi mano.
C u a n d o recibas esta carta y a perteneceré á otro
hombre.
T o d o lo tengo preparado p a r a huir de él una v e z
ESCENA ULTIMA
c u m p l i d a mi palabra. N o te he dicho n a d a antes,
E l sótano en la taberna, kafaelinmóvil, sentado en el fondo junto á una porque no quiero que ni tú ni y o v a c i l e m o s un mo-
mesa. - Jacobo, Bautista y algunos otros jóvenes en primer término. mento en sacrificar nuestra felicidad por la v i d a de
la que padece por nuestra culpa.
Bautista. T e n g o una carta para el h e r m a n o R a - Adiós... T e juré esperarte... Y a que no pueda ser
fael; ¿á dónde debo dirigirla? en la tierra, te esperaré en el cielo.
Jacobo. Dásela en su m a n o . Adiós, adiós. — Julia.*
Bautista. ¿Está en V e n e c i a ?
Jacobo. M í r a l o allí... ¡Rafael! ¡Rafael!
Rafael. (Como saliendo de un letargo profundo).
¿Quién me llama?...
- Bautista. U n a c a r t a tengo para tí; me la h a d a d o
una mujer encubierta, y me ha dicho que te impor-
t a b a mucho su contenido. T o m a .
Rafael. ¡ E s su letra!... ¡ N o ha muerto!... ¿Cuán-
do te han dado esta carta?
Bautista. E s t a noche p a s a d a .
Rafael. ¿A qué hora?
RECUERDOS

DE UN V I A J E A R T I S T I C O

LA BASÍLICA DE SANTA LEOCADIA

NTRE los innumerables edificios que el ar-


tista encuentra en la antigua ciudad de
T o l e d o , la basílica de S a n t a L e o c a d i a es
sin duda uno de los m á s ricos, si no en g r a n d e z a y
lujo ornamental, en recuerdos y tradiciones.
E r i g i d o sobre el sepulcro de una mártir, durante
los primeros siglos de la era cristiana, las diversas
razas que han dominado en.nuestra P e n í n s u l a han
escrito al pasar un pensamiento sobre su frente,
borrando al mismo tiempo hasta las huellas del
que grabó la que le había precedido; por eso hoy,
pequeño en sus proporciones y desprovisto hasta
TOMO III 5
cierto punto de importancia en la parte arquitectó-
quierda, y escondiéndose por intervalos entre el
nica, conserva todavía esa indefinible y misteriosa
follaje de sus orillas, el río se alejaba, besando los
m a j e s t a d que el tiempo imprime á los edificios que
sauces que sombrean su ribera y estrellándose con-
han desafiado su curso destructor ese aspecto so-
t r a los molinos que detienen su curso, h a s t a b a ñ a r
lemne, que nos fuerza á detener nuestro p a s o y á
las blancas paredes de la fábrica de armas que
descubrirnos aun en presencia de una sola piedra,
aparece en su margen, en medio de un bosque de
á la que v i v e unida una tradición remota y vene-
verdura. C u a n t o se ofrecía á nuestros ojos formaba
rable.
un conjunto pintoresco; pero diríase al contem-
C u a n d o , después de haber recorrido una gran plarlo que sobre aquel paisaje había extendido el
parte de la ciudad imperial, detuvimos nuestros o t o ñ o ese velo de niebla azulado y melancólico, en
pasos sobre la altura que corona el hospital de T a - q u e se envuelve la naturaleza al sentir el soplo he-
v e r a , desde la que se domina el lugar en que está lado de sus tardes sin sol, ese silencio profundo,
situada la basílica, el día c o m e n z a b a á caer. E l e s a v a g u e d a d sin nombre, imposible de expresar
cielo se veía cubierto por largos girones de nubes con palabras, que apoderándose de nuestro espíri-
p a r d a s y cobrizas, entre los que se deslizaban al- t u , lo sumerge en un océano de meditación y de
g u n o s rayos del sol, que, encendiendo sus orlas y tristeza imponderable. C l a u d i o L o r e n a , en algu-
b a ñ a n d o en l u z la cima de los montes, doraban nos de sus maravillosos países, h a logrado sor-
las altas a g u j a s y los derruidos muros de la pobla- prender su secreto á la naturaleza, y h a reprodu-
ción que a c a b á b a m o s de abandonar. L a v e g a , que c i d o ese último adiós del día, con todo el miste-
extendiéndose á nuestros pies se dilataba hasta las rio, con toda la indefinible v a g u e d a d que lo embe-
ondulantes colinas que se elevan en su fondo como llece.
las g r a d a s de un colosal anfiteatro, asemejábase
con sus obscuros manchones de césped y las a n c h a s D e s p u é s de haber contemplado durante cortos

líneas amarillentas y rojas de su terreno arcilloso, momentos el panorama que hemos querido descri

á una alfombra sin límites, en la que podíamos bir con algunos rasgos, c o m e n z a m o s á descender

admirar la armónica gradación de los colores que á la llanura por una senda que nos mostró nuestro

se confundían y debilitaban, m a r c a n d o así sus di- guía, y que b a j a serpenteando por la falda de la

ferentes términos y desigualdades. A nuestra iz- eminencia en que se halla el hospital de que m á s
arriba se hizo mención.
Y a en la v e g a , lo primero que despertó nuestra dejó en cada uno de sus extremos las a s o m b r o s a s
curiosidad fueron varios trozos de fábrica ó frogo- huellas de su paso. E r a n tan rápidas las ideas, que
nes de argamasa y ladrillo, los cuales parecían se atropellaban entre sí en la imaginación como
pertenecer á una época remota. Efectivamente;: las leves olas de un mar que pica el viento; tan
son fragmentos de construcciones r o m a n a s que, confusas, q u e deshaciéndose las unas con las otras,
diseminadas acá y allá y medio ocultas entre las sin dar espacio á completarse, huían como esos v a -
altas hierbas, señalan aún al v i a j e r o los lugares- gos recuerdos de un sueño que no se puede coor-
por donde en tiempo de los Césares se extendió la dinar, como esos fantasmas ligerísimos, fenómenos
gran ciudad que h o y ha tornado á subirse sobre inexplicables de la inspiración, que al querer m a -
las siete colinas que le sirvieron de cuna. C o m o á terializarlos pierden su hermosura, ó se escapan
la distancia de unas cien v a r a s de estos vestigios c o m o la mariposa que h u y e dejando entre las ma-
de la antigua población, nuestros ojos se fijaron nos que la quieren detener el polvo de oro con que
en unas n u e v a s ruinas. L o s informes restos del cir- sus alas se embellecen.
co de los gladiadores parecían brotar de entre los
A b a n d o n a m o s el circo, siguiendo nuestro paseo
zarzales que crecen en su arena, como esos g i g a n -
á través de una ancha vía romana, de la que sólo
tescos trozos de roca, que heridos por el r a y o , se
quedan algunos vestigios. E s t o s , que se reúnen y a
desprenden de las alturas y ruedan al fondo de los
en forma de arcos informes, por entre c u y a s grie-
valles.
tas suben enredándose las campanillas silvestres,
A p r e s u r a m o s nuestra m a r c h a hasta penetrar e n y a en figura de rotos pedestales ó de ruinosos lien-
el perímetro del anfiteatro, el cual d i b u j a su plan- zos de muros, apenas se alzan del terreno que los
ta circular por medio de una destrozada gradería cubre lo suficiente para indicar la planta de las
de argamasa, que aparece y se esconde alternati- construcciones á que pertenecían.
vamente, siguiendo las ondulaciones del terreno Menos de un cuarto de hora había transcurrido
en que se halla como hundida. desde que c o m e n z a m o s á atravesar la v e g a , cuan-
Inútil fuera el querer h o y dar formas á los mil y do nuestro guía nos llamó la atención sobre un pe-
mil pensamientos que asaltaron nuestra mente al q u e ñ o edificio de forma circular, en c u y o s muros
contemplar los mudos despojos de esa civilización se observan tres series de arcos árabes rehundidos,
titánica que, después de haber sometido al m u n d o colocados los unos sobre los otros, y al que defen-
dian contra la intemperie, una cúpula de p i z a r r a tras cabezas, apercibíanse por intervalos tonos
y una humilde cubierta de tejas. melancólicos y perdidos. A q u e l l o s obscuros cipreses
A medida que nos fuimos a p r o x i m a n d o , c o m e n - por entre los que marchábamos, aquellas flores
zaron á levantarse á sus alrededores algunas t a p i a s pálidas é inodoras que bordeaban los lindes de
ruinosas, por detrás de las que se elevaban g r u p o s nuestro sendero, parodiaban las calles de un jar-
de árboles, entre c u y a s copas vimos aparecer una dín; pero las ortigas que crecen en su enarenado
c r u z de hierro que nos indicó el carácter religioso piso, el j a m a r a g o q u e , con sus grupos de flores
de aquella fábrica. E n efecto, el edificio que con- amarillentas, ondula como el penacho de una ci-
t e m p l á b a m o s era la antigua basílica, conocida h o y mera sobre los muros, las tintas v a g a s é indefini-
b a j o el nombre de Cristo de la V e g a . bles del crepúsculo, las que contribuía á encarecer
A l fin llegamos á la v e r j a de hierro que defiende el o p a c o reflejo de l a s nubes apiñadas en el hori-
la entrada del atrio, y sobre la que se v e l a g r a n zonte, el sordo murmullo del río que se revuelve y
c r u z de que h a poco hicimos mención. A l l í encon- forcejea entre los trozos de roca que en aquel pun-
tramos dos mujeres, con las que c a m b i a m o s un sa- to detienen sus aguas, todo sobrecogía el ánimo in-
ludo, y á las que nuestro guía hizo presente el ob- fundiéndole un p a v o r religioso que, sin saber por
jeto que llevábamos. E s t a s nos señalaron el c a m i - qué, no nos permitía hablar sino en v o z b a j a , for-
no que se dirige á la ermita, y nos internamos en zándonos á mover el pie con sigilo, como si temié-
él siguiendo sus instrucciones. E l camino lo forman ramos que el rumor de nuestros pasos despertara á
dos tapias de construcción moderna, al par de l a s los que en aquel recinto duermen el sueño de la
que corren dos filas de cipreses, por c u y o s troncos eternidad.
suben tallos de hiedra y de c a m p a n i l l a s azules, y A l fin de esta calle de cipreses se halla el atrio.
á c u y o s pies crecen un gran número de rosales É l atrio que sirve de cementerio á los canónigos
blancos que enlazan sus flores con las de siempre- es de planta c u a d r a d a , y consta de un frente prin-
v i v a s y del lirio. cipal que o c u p a la puerta de la ermita, y otros dos
U n silencio profundo reinaba en derredor nues- laterales en que están abiertos los nichos, cerrando
tro; el leve suspiro de la brisa que agitaba las ho- el todo una v e r j a de hierro.
j a s era triste: hasta en el canto lejano de las golon- Involuntariamente nuestra atención se fijó en la
drinas que c r u z a b a n con vuelo desigual sobre nues- portada de la basílica, c u y o exterior humilde forma
un contraste singular con los grandiosos recuerdos moribundos reflejos del crepúsculo que penetraban
que á ella viven unidos. L a superioridad de la idea á través de los altos y estrechos ajimeces del ábsi-
sobre la materia, la mirábamos allí como simbo- de, los objetos fueron poco á poco destacándose
lizada. M o n u m e n t o s que sus autores creyeron im- los unos sobre los otros, deshaciéndose de la obscu-
posibles de destruir; razas poderosas que sujetaron ridad que los e n v o l v í a . Aquellos de nuestros lecto-
el m u n d o á su poder; imperios construidos por la res que h a y a n contemplado uno de esos lienzos de
espada sobre las ruinas de otros imperios; civili- R e m b r i i d t , en el fondo de los cuales las grandes
zaciones que los siglos contribuyeron á perfeccio- m a s a s de obscuro circunscriben la luz en un solo
nar, todo se ha borrado, mientras un templo hu- punto, puesto que desde luego fija la atención del
milde, erigido sobre la t u m b a de una doncella por espectador atrayendo su mirada sobre la princi-
algunos hombres obscuros, á quienes sólo animaba pal figura, tras la que luego se comienzan á distin-
la fe, ha atravesado las edades, ha hecho frente á guir entre las sombras unas c a b e z a s , antes invisi-
las invasiones, y aunque perdiendo sus formas, bles, después otras, en seguida grupos de persona-
siempre conservando su espíritu, existe h o y solo, jes que se adelantan, un mundo, en fin, que, su-
mas con su mismo nombre, con su mismo objeto, mergido entre las fantásticas y trasparentes vela-
en mitad de esa llanura erizada un día de palacios duras del pintor, v a apareciendo y completándose
gigantes, de circos asombrosos, de termas sin nú- según el análisis á que se sujeta, esos tan sólo po-
mero, de las que sólo quedan la memoria ó a l g u - drán formarse una idea, aunque v a g a , del interior
nos fragmentos informes. de S a n t a L e o c a d i a , visto á esa hora en que el sol
D e estas consideraciones que de tropel asaltaron desaparece y la brisa mensajera de la noche tiende
nuestra mente, vino á arrancarnos la v o z de nues- sus alas humedecidas en las ondas del río.
tro guía, que nos invitaba á penetrar en la iglesia L a primera figura que, herida por un rayo de
antes que la y a dudosa l u z de la tarde se extinguie- dudosa c l a r i d a d , apareció deshaciéndose de las
se por completo. sombras como e v o c a d a por nuestro deseo, fué la
T r a s p a s a m o s el umbral de S a n t a L e o c a d i a . L a efigie del Cristo que posteriormente ha dado nom-
rápida transacción de lalclaridad del atrio á l a s som- bre á la ermita. L a efigie, que es de tamaño natu-
bras que bañaban el interior de la iglesia, nos des- ral, tiene la frente inclinada, los cabellos esparci-
lumhró al principio. Después, gracias á algunos dos por los hombros, una mano sujeta á la c r u z y
la otra extendida hacia delante c o m o en actitud de halla cubierto por series de arcos incluidos los unos
jurar. Nosotros, que conocíamos la misteriosa tra- en los otros, ofrece al artista un estudio del pos-
dición de aquella imagen; nosotros, que tal v e z en trer período de los cuatro en que puede dividirse
el fondo de nuestro gabinete habíamos sonreído al la historia de nuestra arquitectura árabe. P e r o , en
leerla, no pudimos por menos de permanecer inmó- c a m b i o , un mundo de recuerdos, á cual más gran-
viles y mudos al mirar adelantar su b r a z o descar- diosos é imponentes, se agita y v i v e en aquellos
nado y amarillento, al ver aún su b o c a entreabier- reducidos l u g a r e s ; una á una pueden recorrerse
ta y cárdena, como si de ella acabasen de salir l a s allí todas las épocas, con la certeza de encontrar,
terribles palabras: «Yo soy testigo.» en alguna de sus páginas de gloria el nombre de la
F u e r a del lugar en que se g u a r d a su memoria, humilde basílica.
lejos del recinto que aún conserva sus trazas donde L a primera que se ofrece á los ojos del pensador,
parece que t o d a v í a respiramos la atmósfera de las es esa edad remota que sirvió de c u n a al Cristia-
edades que les dieron el ser, las tradiciones pier- nismo, época fecunda en tiranos y en héroes, en
den su poético misterio, su inexplicable dominio crímenes y en fe. L a civilización, que muere en-
sobre el alma. D e lejos se interroga, se analiza, se vuelta en púrpura y ceñida de flores, tiembla ante
duda; allí la fe, como una revelación secreta, ilu- la civilización que nace, d e m a c r a d a por la auste-
mina al espíritu, y se cree. ridad y vestida del cilicio. A q u é l l a tiene una espa-
P a s a d a esta primera impresión, poco á poco y á da en sus manos, ésta un libro de v e r d a d e s eter-
medida que nos familiarizábamos con la obscuridad, nas, y el hierro domina, pero la razón convence.
fuimos g r a d u a l m e n t e distinguiendo las efigies, los H e aquí por qué los C é s a r e s lanzan sin fruto los
altares y los muros de la iglesia. C o m o dejamos di- rayos de su ira desde lo alto del Capitolio sobre l a s
cho, n a d a de particular ofrece el templo en su par- proscritas c a b e z a s de los discípulos del Señor; he
te arquitectónica: ni sus proporciones ni sus deta- aquí por qué á sus legiones conquistadoras de la
lles son suficientes á producir esa sensación de tierra le es imposible vencer á esas miríadas, no de
asombro que c a u s a n las maravillosas o b r a s que el guerreros, sino de ancianos y de vírgenes, que
mismo arte que elevó por última v e z á S a n t a L e o - vierten su sangre con una sonrisa de gozo, y mue-
cadia, h a d e j a d o esparcidas por T o l e d o . Sólo en el ren sin resistirse, confesando su religión y prorrum-
exterior de su ábside, que, según y a se expresó, se piendo en un himno de triunfo. L a semilla de la fe
germina y crece en el silencio de las c a t a c u m b a s , perio dobla la frente ante sus vencedores, que des-
en las tinieblas de los c a l a b o z o s , en el horror de pués de asolar sus templos y ciudades, no encon-
los suplicios, en la ensangrentada arena de los an- trando enemigos que combatir, se sienta sobre l a s
fiteatros. L a persecución á su v e z t o m a g i g a n t e s d e s t r o z a d a s ruinas del Capitolio, á reposar del ar-
proporciones, y presa de un delirio febril, corre ar- dor y el cansancio de las luchas. E l cristianismo
diendo en sed de exterminio tras un fantasma in- entonces, esa idea que m a r c h a silenciosa á t r a v é s
visible, y hiere el aire con sus g o l p e s inútiles, por- de la desolación y los c o m b a t e s , esa llama de fe
que cuando logra a l c a n z a r el objeto de su furor, que crece y se multiplica de día en día, viene á en-
la muerte deja entre sus manos sangrientas con un contrarlos, y sin sangre, sin violencia, sin horro-
c a d á v e r , la envoltura material del espíritu que res, s u b y u g a aquellos guerreros indómitos, ante
rompe sus ligaduras y sube al cielo desafiando su quienes las h a c e s romanas se deshicieron como co-
crueldad con una sonrisa. E n estos días de lucha y l u m n a s de h u m o , y dándoles l e y e s , dándoles re-
de prueba, aparece el santuario de S a n t a L e o c a - ligión, dulcifica sus costumbres, enfrena sus pasio-
dia, erigido, según la más remota tradición, sobre nes, h a c e sus leyes, sus monarquías y su sociedad.
la t u m b a de la virgen y mártir de este nombre. L a s E n t r e los obscuros anales de esa segunda época de
ruinas de un templo gentílico prestan sus sillares la era cristiana, v o l v e m o s á encontrar el reducido
para la piadosa construcción, y los cristianos, pro- santuario, obra de los primeros defensores de la fe.
tegidos por las sombras y el silencio de la noche, U n rey poderoso l e v a n t a con mano piadosa la ba-
y evitando las centinelas romanas que vigilan alre- sílica sobre los antiguos restos de la tumba, y el
dedor de los antiguos muros, vienen á orar sobre arte que e m p i e z a á salir del profundo sueño en que
la tosca cruz de m a d e r a del sepulcro, á fortalecerse se hallaba sumergido, merced á una tosca imitación
con el ejemplo de una débil mujer, á recibir la ben- de la antigüedad, despliega en él las rudas g a l a s
dición de sus pastores, á darse, en fin, un adiós, que lo distinguen, agotando los recursos de su ima-
quizás el último, porque ninguno s a b e si el nuevo ginación sencilla y ardiente.
sol iluminará su muerte.
U n a era brillante de gloria c o m i e n z a e n t o n c e s
P e r o las tribus del N o r t e se extienden sobre la para el edificio. L a veneración por él crece: los
e n v e j e c i d a E u r o p a , y á la regeneración espiritual dones que le h a c e n se multiplican, y los privile-
de las ideas se une la material de l a s razas. E l Im- gios que consigue se a u m e n t a n . E s o s concilios fa-
mosos, que dan renombre á T o l e d o , y de los que gión se trasmite de unos en otros durante la domi-
salen las leyes reformadoras de la Iglesia y del E s - nación sarracena, y prosigue su marcha triunfa-
tado, tienen lugar dentro de los muros. A q u í reso- dora á través de las vejaciones y la esclavitud.
nó la p a l a b r a inspirada de aquellos doctos varo- D u r a n t e este período, temerosos los cristianos de
nes, que con su santidad y e l o c u e n c i a , pusieron q u e la profanación toque con su mano atrevida los
un v a l l a d a r indestructible al poder; y aquí los re- venerables restos de la mártir que guardan, huyen
yes vinieron á depositar su d i a d e m a ante un so- con las s a g r a d a s reliquias á las d e s n u d a s rocas en
lemne concurso de prelados y m a g n a t e s , que, pe- que P e l a y o arrojó el grito de guerra.
s a n d o sus razones en la b a l a n z a de la justicia, le- P a s a n los años, y la C r u z vuelve á elevarse so-
g i t i m a b a n su derecho ó l a n z a b a n sobre su frente bre las torres de T o l a i t o l a ; los pendones de Alfon-
los rayos de la excomunión apostólica. E n este so ondean sobre sus muros; un piadoso arzobispo
mismo lugar, Ildefonso, el denodado c a m p e ó n de reconstruye la antigua basílica, y el arte muslími-
la R e i n a de los Cielos, escuchó de boca de S a n t a co, que desaparece, g r a b a en su ábside uno de sus
L e o c a d i a , que con este fin rompió la losa de su últimos pensamientos.
sepulcro, aquellas frases divinas que, fortalecien- L a santa mártir que guardó, después de largas
do su ánimo, le dieron valor para proseguir cons- peregrinaciones v u e l v e á la ciudad donde t u v o su
tante la árdua empresa que había acometido. A c u n a , pero no al t e m p l o á que dió su n o m b r e .
esta tierra santificada por la tradición pidieron, en ¿Mas podrán arrancarse de la historia de la iglesia
fin, las lumbreras de l a , I g l e s i a , del trono y de la las brillantes páginas que o c u p a este santuario,
sabiduría, un reducido espacio donde sus huesos hoy casi olvidado y escondido entre los cipreses
reposaran á la sombra de los altares, en tanto que le rodean? N o . ¡El viajero, al pasar junto á tí,
que llegaba el eterno día de la resurrección y la detendrá su marcha para contemplar los vestigios
gloria. que diecisiete centurias han amontonado sobre
M a s la estrella de los G o d o s desciende á su oca- tu c a b e z a ; el cristiano, al traspasar tus umbrales,
so; W i t i z a y Rodrigo apresuran su c a í d a , y los doblará su rodilla, en presencia de un testigo de l a s
hijos del Profeta se derraman por la península co- luchas y del triunfo de su fe!
mo un torrente. H o y tolerada, m a ñ a n a persegui- E s t a s y otras ideas semejantes hervían en nues-
d a , pero siempre incómüle, siempre pura, la reli- tra imaginación, c u a n d o nos vinieron á avisar que
la noche se a d e l a n t a b a y la hora de cerrar la er-
mita había llegado.
Por última vez tendimos á nuestro alrededor una
mirada triste, y llenos de un respetuoso silencio y
temor, a t r a v e s a m o s el cementerio, c r u z a m o s la i ' y—v '• • , "
estrecha calle de cipreses que conduce á la verja,
y nos dirigimos hacia la ciudad. I H f l r \J¡
L a s altas y negras a g u j a s de l a s torres de T o l e - C A R T A S L I T E R A R I A S Á UNA MUJER
do, por entre cuyos ajimeces se desprendían algu-
nos rayos de luz, se d e s t a c a b a n sobre los flotantes
grupos de nubes amarillentas, como una legión de
i
fantasmas que, desde lo alto de las siete colinas, i
dominaban la llanura con sus ojos de fuego.
rN una ocasión me preguntaste: — ¿ Q u é e s
la poesía?
¿ T e a c u e r d a s ? N o sé á qué propósito
había y o hablado algunos momentos antes de mi
pasión por ella.
¿Qué es la poesía? me dijiste; y yo, que no soy
muy fuerte en esto de l a s definiciones, te respondí
titubeando: la poesía es... es... y sin concluir la
frase b u s c a b a inútilmente en mi memoria un tér-
m i n o de comparación, q u e no a c e r t a b a á encontrar.
T ú h a b í a s adelantado un poco la c a b e z a para
escuchar mejor mis palabras; los negros rizos de
tus cabellos, esos cabellos que tan bien sabes dejar
á su antojo, sombrear tu frente con un a b a n d o n o tan
artístico, pendían de tu sien y b a j a b a n rozando tu
TOMO iu 6
mejilla hasta descansar en tu seno; en tus pupilas,
¿Por qué no hablar con franqueza? E n aquel mo-
h ú m e d a s y azules c o m o el cielo de la noche, bri-
m e n t o di aquella definición porque la sentí, sin
llaba un punto de luz, y tus labios se entreabrían
saber siquiera si decía un disparate.
ligeramente al impulso de una respiración perfu-
Después lo he pensado mejor, y no dudo al re-
m a d a y suave.
petirlo. L a poesía eres tú. ¿Te sonríes? T a n t o peor
Mis ojos, que, á efecto sin d u d a de la turbación
para los dos. T u incredulidad nos v a á costar, á tí
que experimentaba, habían errado un instante sin
e l trabajo de leer un libro, y á mí el de compo-
fijarse en ningún sitio, se volvieron instintivamen-
nerlo.
te hacia los tuyos, y exclamé al fin: ¡la poesía...
¡Un libro! e x c l a m a s palideciendo y d e j a n d o es-
la poesía eres tú!
c a p a r de tus manos esta c a r t a . N o te asustes. T ú
¿ T e acuerdas?
lo sabes bien: un libro mío no puede ser muy lar-
Y o aún tengo presenté el gracioso ceño de curio-
g o . E r u d i t o , sospecho que tampoco. Insulso, tal
sidad burlada, el acento mezclado de pasión y
vez; m a s p a r a tí, escribiéndolo yo, presumo que no
amargura con que me dijiste: ¿Crees que mi pre-
lo será, y para tí lo escribo.
g u n t a sólo e s hija de una v a n a curiosidad de mujer?
Sobre la poesía no ha dicho nada casi ningún
T e equivocas. Y o deseo saber lo que e s la poesía,
poeta; pero en cambio, h a y bastante papel borra-
porque deseo pensar lo que tú piensas, hablar de
d o por muchos que no lo son.
lo que tú hablas, sentir lo que tú sientes, penetrar,
E l que la siente se apodera de una idea, la en-
por último, en ese misterioso santuario en donde á
vuelve en una forma, la arroja en el estadio del
v e c e s se refugia tu alma, y c u y o dintel no puede
saber y pasa. L o s críticos se lanzan entonces sobre
traspasar la mía.
esa forma, lá e x a m i n a n , la disecan, y creen haber-
C u a n d o llegaba á este punto se interrumpió
la comprendido, cuando han hecho su análisis.
nuestro diálogo. Y a sabes por qué. A l g u n o s días
L a disección podrá revelar el mecanismo del
han transcurrido. N i tú ni y o lo hemos vuelto á re-
cuerpo humano; pero los fenómenos del alma, el
novar, y sin embargo, por mi parte no he d e j a d o
secreto de la vida, ¿cómo se estudian en un ca-
de pensar en él. T ú sientes, sin duda, que la frase
dáver?
con que contesté á tu e x t r a ñ a interrogación equi-
N o obstahte, sobre la poesía se han d a d o reglas,
valía á una e v a s i v a galante.
se han atestado infinidad de volúmenes, se enseña
los dos, lo cual, dicho sea de paso, para nosotros
en las Universidades, se discute en los círculos li-
e q u i v a l e á acertar.
terarios, y se e x p l i c a en los A t e n e o s .
L a poesía eres tú, te he dicho, porque la poesía
N o te extrañes. U n sabio alemán h a tenido la
es el sentimiento, y el sentimiento es la mujer.
h u m o r a d a de reducir á notas y encerrar en l a s cin-
L a poesía eres tú, porque esa v a g a aspiración á
co líneas de una pauta el misterioso lenguaje d e
lo bello que la caracteriza, y que es una facultad
los ruiseñores. Y o , si he de decir la v e r d a d , toda-
de la inteligencia en el hombre, en tí pudiera de-
v í a ignoro qué es lo que v o y á hacer; así es que n o
cirse que es un instinto.
puedo anunciártelo anticipadamente.
L a poesía eres tú, porque el sentimiento que en
Sólo te diré, p a r a tranquilizarte que no te inun-
nosotros es un fenómeno accidental, y pasa como
daré en ese diluvio de términos que pudiéramos
una ráfaga de aire, se halla tan íntimamente uni-
llamar facultativos, ni te citaré autores que no co-
d o á tu organización especial, que constituye una
nozco, ni sentencias en idiomas que ninguno de los
parte de tí misma.
dos entendemos.
U l t i m a m e n t e , la poesía eres tú, porque tú eres
A n t e s de ahora te lo he dicho. Y o n a d a sé, n a d a
e l foco de donde parten sus rayos.
he estudiado, he leído un poco, he sentido bastan-
E l genio verdadero tiene a l g u n o s atributos ex-
te y he pensado mucho, aunque no acertaré á decir
traordinarios, que B a l z a c l l a m a femeninos, y que
si bien ó mal. C o m o sólo de lo que he sentido y h e
efectivamente lo son.
pensado he de hablarte, te bastará sentir y p e n s a r
E n la escala de la inteligencia del poeta h a y no-
para comprenderme.
t a s que pertenecen á la de la mujer, y éstas son
H e r e j í a s históricas, filosóficas y literarias pre-
las que expresan la ternura, la pasión y el senti-
siento que v o y á decir muchas. N o importa. Y o n o
miento. Y o no sé por qué los poetas y las mujeres
pretendo enseñar á nadie, ni erigirme en autoridad,
no se entienden mejor entre sí. S u manera de sen-
ni hacer que mi libro se declare de texto.
tir tiene tantos puntos de c o n t a c t o . . . Q u i z á por
Q u i e r o hablarte un poco de literatura, siquiera
eso... P e r o dejemos digresiones y v o l v a m o s al
no sea más que por satisfacer un capricho t u y o ;
asunto.
quiero decirte lo que sé de una manera intuitiva,
Decíamos... ¡ah! sí, h a b l á b a m o s de la poesía.
comunicarte mi opinión y tener al menos el g u s t o
L a poesía es en el hombre una cualidad pura-
de saber que si nos equivocamos, nos e q u i v o c a m o s
mente del espíritu; reside en su alma, v i v e con la D e j a esta carta, cierra tus ojos al mundo exte-
v i d a incorpórea de la idea, y para revelarla nece- rior que te rodea, vuélvelos á tu alma, presta aten-
sita darla una forma. P o r eso la escribe. ción á los confusos rumores que se elevan de ella,
E n la mujer, por el contrario, la poesía está co- y acaso lo comprenderás como yo.
m o encarnada en su ser, su aspiración, sus presen-
timientos, sus pasiones y su destino son poesía:
vive, respira, se mueve en una indefinible atmósfe-
II
ra de idealismo .que se desprende de ella, como un
fluido luminoso y magnético; es, en una palabra, el
verbo poético hecho carne.
E n mi anterior te dije que la poesía eras tú, por-
S i n embargo, á la mujer se le acusa v u l g a r m e n - que tú eres la más bella personificación del senti-
te de prosaísmo. N o es extraño: en la mujer es poe- miento, y el verdadero espíritu de la poesía no e s
sía casi todo lo que piensa; pero muy poco de lo otro.
que habla. L a razón yo la adivino, y tú la sabes. A propósito de esto, la palabra amor se deslizó de
Q u i z á cuanto te he dicho lo habrás encontrado mi pluma en uno de los párrafos de mi c a r t a .
confuso y vago. T a m p o c o debe maravillarte. D e aquel párrafo hice el último. N a d a más na-
L a poesía e s al saber de la humanidad lo que el tural.
amor á las otras pasiones. V o y á decirte por qué.
E l amor es un misterio. T o d o en él son fenó- E x i s t e una preocupación bastante g e n e r a l i z a d a ,
menos á cual más inexplicables; todo en él es iló- a u n entre l a s personas q u e se dedican á dar formas
gico; todo en él es v a g u e d a d y absurdo. á lo que piensan, que, á mi modo de ver, es, sin
L a ambición, la envidia, la avaricia, todas l a s parecerlo una de l a s mayores.
demás pasiones tienen su explicación y aun su ob- Si hemos de dar crédito á los que de ella parti-
jeto, menos la que fecundiza el sentimiento y l o cipan, es una v e r d a d tan innegable, que se puede
alimenta. elevar á la categoría de a x i o m a , el q u e nunca se
Y o , sin embargo, la comprendo; la comprendo vierte la idea con tanta v i d a y precisión, como en
por medio de una revelación intensa, confusa é el momento en que ésta se levanta, semejante á un
inexplicable. g a s desprendido, y enardece la fantasía y hace vi-
mente del espíritu; reside en su alma, v i v e con la D e j a esta carta, cierra tus ojos al mundo exte-
v i d a incorpórea de la idea, y para revelarla nece- rior que te rodea, vuélvelos á tu alma, presta aten-
sita darla una forma. P o r eso la escribe. ción á los confusos rumores que se elevan de ella,
E n la mujer, por el contrario, la poesía está co- y acaso lo comprenderás como yo.
m o encarnada en su ser, su aspiración, sus presen-
timientos, sus pasiones y su destino son poesía:
vive, respira, se mueve en una indefinible atmósfe-
II
ra de idealismo .que se desprende de ella, como un
fluido luminoso y magnético; es, en una palabra, el
verbo poético hecho carne.
E n mi anterior te dije que la poesía eras tú, por-
S i n embargo, á la mujer se le acusa v u l g a r m e n - que tú eres la más bella personificación del senti-
te de prosaísmo. N o es extraño: en la mujer es poe- miento, y el verdadero espíritu de la poesía no e s
sía casi todo lo que piensa; pero muy poco de lo otro.
que habla. L a razón yo la adivino, y tú la sabes. A propósito de esto, la palabra amor se deslizó de
Q u i z á cuanto te he dicho lo habrás encontrado mi pluma en uno de los párrafos de mi c a r t a .
confuso y vago. T a m p o c o debe maravillarte. D e aquel párrafo hice el último. N a d a más na-
L a poesía e s al saber de la humanidad lo que el tural.
amor á las otras pasiones. V o y á decirte por qué.
E l amor es un misterio. T o d o en él son fenó- E x i s t e una preocupación bastante g e n e r a l i z a d a ,
menos á cual más inexplicables; todo en él es iló- a u n entre l a s personas q u e se dedican á dar formas
gico; todo en él es v a g u e d a d y absurdo. á lo que piensan, que, á mi modo de ver, es, sin
L a ambición, la envidia, la avaricia, todas l a s parecerlo una de l a s mayores.
demás pasiones tienen su explicación y aun su ob- Si hemos de dar crédito á los que de ella parti-
jeto, menos la que fecundiza el sentimiento y l o cipan, es una v e r d a d tan innegable, que se puede
alimenta. elevar á la categoría de a x i o m a , el q u e nunca se
Y o , sin embargo, la comprendo; la comprendo vierte la idea con tanta v i d a y precisión, como en
por medio de una revelación intensa, confusa é el momento en que ésta se levanta, semejante á un
inexplicable. g a s desprendido, y enardece la fantasía y hace vi-
brar todas las fibras sensibles, c u a l si l a s tocase al- Y o creo que éstos son los poetas. E s más, creo
g u n a chispa eléctrica. q u e únicamente por esto lo son.
Y o no niego que suceda así. Y o no niego n a d a , E f e c t i v a m e n t e , es más grande, más hermoso,
pero por lo que á mí toca, p u e d o asegurarte q u e figurarse al genio ébrio de sensaciones y de inspi-
c u a n d o siento no escribo. G u a r d o , sí, en mi cere- raciones, trazando, á grandes rasgos, temblorosa
bro escritas, como en un libro misterioso, l a s im- la mano con la ira, llenos aún los ojos de lágrimas
presiones que han d e j a d o en él su huella al p a s a r ; ó profundamente conmovido por la piedad, esas ti-
estas ligeras y ardientes hijas de la sensación, duer- radas de poesía que más tarde son la admiración
men allí a g r u p a d a s en el fondo de mi memoria, has- del mundo; pero, ¿qué quieres? N o siempre la ver-
ta el instante en qué, puro, tranquilo, sereno, y re- d a d e s lo más sublime.
vestido por decirlo así, de un poder sobrenatural, ¿Te acuerdas? N o h a c e mucho que te lo dije á
mi espíritu las e v o c a , y tienden sus a l a s traspa- propósito de una cuestión parecida.
rentes q u e bullen con un z u m b i d o extraño, y cru- C u a n d o un poeta te pinta en magníficos versos
z a n otra v e z á mis ojos como en una visión lumi- su amor, duda.
nosa y magnífica. C u a n d o te lo dé á conocer en prosa, y mala, cree.
E n t o n c e s no siento y a con los nervios que se agi- H a y una parte mecánica, pequeña y material en
t a n , con el pecho q u e se oprime, con la parte orgá- todas las obras del hombre, que la primitiva, la
nica y material que se c o n m u e v e al rudo choque de v e r d a d e r a inspiración desdeña en sus ardientes
las sensaciones producidas por la pasión y los afec- momentos de arrebato.
tos; siento, sí, pero de una manera que puede lla- S i n saber cómo, me he distraído del asunto.
marse artificial; escribo c o m o el que copia de una C o m o quiera que lo he hecho por darte una sa-
página y a escrita; dibujo, c o m o el pintor que re- tisfacción, espero que tu amor propio sabrá discul-
p r o d u c e el paisaje que se dilata ante sus ojos y se parme.
pierde entre la bruma de los horizontes. ¿Qué mejor intermediario que éste p a r a con una
T o d o el mundo siente. mujer?
Sólo á algunos seres les e s d a d o el g u a r d a r , c o - N o te enojes. E s uno de los muchos puntos de
mo un tesoro, la memoria v i v a de lo que han sen- contacto que tenéis con los poetas, ó que éstos tie-
tido. nen con vosotras.
Sé, porque lo sé, aun cuando tú no me lo h a s tibie es el hilo de luz q u e ata entre sí los pensamien-
dicho, que te quejas de mí, porque al hablar del tos más absurdos que nadan en su caos: si tú supie-
amor detuve mi pluma, y terminé mi primera car- ras... pero, ¿qué digo? T ú lo sabes, tú debes saberlo.
ta como enojado de la tarea. ¿No has soñado nunca?
Sin duda ¿á qué negarlo? pensaste que esta fe- A l despertar, ¿te h a sido alguna v e z posible re-
cunda idea se esterilizó en mi mente por falta de ferir, con toda su inexplicable v a g u e d a d y poesía,
sentimiento. lo que h a s soñado?
Y a te he demostrado tu error. E l espíritu tiene una manera de sentir y com-
A l estamparla, un mundo de ideas confusas y sin prender, especial, misteriosa, porque él es un ar-
nombre se elevaron en tropel en mi cerebro, y pa- cano: inmensa, porque él es infinito; divina, por-
saron volteando alrededor de mi frente como una que su esencia es santa.
fantástica ronda de visiones quiméricas. ¿Cómo la p a l a b r a , cómo un idioma grosero y
U n vértigo nubló mis ojos. mezquino, insuficiente á veces para expresar las
¡Escribir! ¡Oh! Si yo pudiera haber escrito en- necesidades de la materia, podrá servir de digno
tonces, no me cambiaría por el primer poeta del intérprete entre dos almas?
mundo. Imposible.
Mas... entonces lo pensé, y ahora lo digo. Si y o Sin embargo, y o procuraré apuntar, como de p a -
siento lo que siento para hacer lo q u e hago, ¿qué sada, alguna de las mil ideas que me agitaron du-
g i g a n t e océano de l u z y de inspiración no se agita- rante aquel sueño magnífico, en que v i al amor en-
ría en la mente de esos hombres que han escrito lo v o l v i e n d o la humanidad como en un fluido de fue-
que á todos nos admira? go, pasar de un siglo en otro, sosteniendo la in-
Si tú supieras cómo las ideas más grandes se em- comprensible atracción de los espíritus, atracción
pequeñecen al encerrarse en el círculo de hierro de semejante á la de los astros, y revelándose al mun-
la palabra; si tú supieras qué diáfanas, qué ligeras, d o exterior por medio de la poesía, único idioma
qué impalpables son l a s gasas de oro que flotan en que acierta á b a l b u c e a r algunas de las frases de su
la imaginación, al envolver esas misteriosas figuras inmenso poema.
que crea, y de las que sólo acertamos á reproducir el P e r o ¿lo ves? Y a quizá ni tú me entiendes ni y o
descarnado esqueleto; si tú supieras cuán impercep- sé lo que me digo.
H a b l e m o s como se habla. P r o c e d a m o s con or- ra disculparme de no hablar del amor. T e lo Con-
den. j E l orden! ¡ L o detesto, y sin e m b a r g o , es tan fesaré ingenuamente; tengo miedo.
preciso para todo!... A l g u n o s días, sólo algunos, y te lo juro, te ha-
L a poesía es el sentimiento, pero el sentimiento blaré del amor á riesgo de escribir un millón de
no e s más que un efecto, y todos los efectos proce- disparates.
den de una causa más ó menos conocida. ¿Por qué tiemblas? dirás sin d u d a . ¿ N o hablan
¿Cuál lo será? ¿Cuál podrá serlo de este divino de él á cada paso las gentes que ni aun lo conocen?
a r r a n q u e de entusiasmo, de esta v a g a y melancó- ¿Por qué no h a s de h a b l a r tú, tú q u e dices q u e
lica aspiración del alma, que se traduce al lengua- lo sientes?
j e de los hombres por medio de sus más s u a v e s ar-
¡Ayl acaso por lo mismo que ignoran lo q u e es,
monías, sino el amor?
se atreven á definirlo...
S í ; el amor es el m a n a n t i a l perenne de t o d a ¿ V u e l v e s á sohreirte?
poesía, el origen fecundo de todo lo g r a n d e , el Créeme; la v i d a está llena de estos absurdos.
principio eterno de todo lo bello: y digo el amor,
porque la religión, nuestra religión, sobre todo, es
un amor también, es el amor más puro, más her-
moso, el único infinito que se conoce, y sólo á es- III
tos dos astros de la inteligencia puede volverse el
hombre, cuando desea luz q u e alumbre su camino,
¿Qué es el amor?
inspiración que fecundice su v e n a estéril y fati-
A pesar del tiempo transcurrido, creo que debes '
gada.
acordarte de lo que te v o y á referir. L a fecha en
E l amor es la c a u s a de sentimiento; pero... ¿qué que aconteció, aunque no la consigne la historia,
e s el amor? será siempre una fecha memorable para nosotros.
Y a lo ves, el espacio me falta, el asunto es gran- N u e s t r o conocimiento sólo d a t a b a de a l g u n o s
de, y . . . ¿te sonríes?... ¿Crees q u e v o y á darte una meses; era v e r a n o y nos hallábamos en C á d i z . E l
e x c u s a fútil para interrumpir mi carta en este rigor de la estación no nos permitía pasear sino al
sitio? amanecer ó durante la noche. U n día... digo m a l ,
N o ; y a no recurriré á los fenómenos del mío p a - no era día aún, la dudosa claridad del crepúsculo
de la mañana teñía de un v a g o azul el cielo, la resplandeció, como si un océano de luz se hubiese
luna se desvanecía en el ocaso, envuelta en una volcado sobre el mundo.
b r u m a violada, y lejos, muy lejos, en la distante E n las crestas de las olas, en los ribetes de las
lontananza del mar, las nubes se coloraban de nubes, en los muros de la ciudad, en el v a p o r de
amarillo y rojo cuando la brisa precursora de la la m a ñ a n a , sobre nuestras c a b e z a s , á nuestros pies,
luz, levantándose del O c é a n o fresca é i m p r e g n a d a en todas partes ardía la pura lumbre del a ^ r o , y
en el marino perfume de las o l a s , acarició, al flotaba una atmósfera luminosa y trasparente, en
p a s a r , nuestras frentes. la que n a d a b a n encendidos los átomos del aire.
L a naturaleza c o m e n z a b a entonces á salir de T u s p a l a b r a s resonaban a ú n en mi o í d o . — ¿ Q u é
su letargo con un sordo murmullo. es el sol? me h a b í a s p r e g u n t a d o . — E s o , respondí
T o d o á nuestro alrededor estaba en suspenso y señalándote su disco q u e v o l t e a b a obscuro y fran-
c o m o a g u a r d a n d o una señal misteriosa para pro- j a d o de fuego en mitad de aquella diáfana atmós-
rumpir en el gigante himno de alegría de la crea- fera de oro; y tu pupila y tu a l m a se llenaron de
ción que despierta. luz, y en la indescriptible expresión de tu rostro
Nosotros, desde lo alto de la fortísima muralla conocí que lo habías comprendido.
que ciñe y defiende la ciudad, y á cuyos pies se Y o ignoraba la definición científica con que pude
rompen las olas con un gemido, contemplábamos responder á tu pregunta; pero de todos modos, en
con avidez el solemne espectáculo que se ofrecía á aquel instante solemne estoy seguro de que no te
nuestros ojos. hubiera satisfecho.
L o s dos g u a r d á b a m o s un silencio profundo, y ¡Definiciones! Sobre n a d a se han d a d o tantas,
no obstante, los dos p e n s á b a m o s una misma cosa. como sobre las cosas indefinibles. L a razón es m u y
T ú formulaste mi pensamiento al decirme: sencilla. N i n g u n a de ellas satisface, ninguna es
¿ Q u é es el sol? e x a c t a , por lo que c a d a c u a l se cree con derecho
E n aquel momento el astro c u y o disco comenza- para formular la suya.
ba á chispear en el límite del horizonte, rompió el ¿Qué e s el amor? C o n esta frase concluí mi car-
seno de los mares. S u s rayos se extendieron rapi- ta de ayer, y con ella he comenzado la de hoy.
dísimos sobre su inmensa llanura; el c i e l o , las N a d a me sería más fácil que resolver, con el a p o y o
a g u a s y la tierra se inundaron de claridad, y todo de una autoridad, esta cuestión que yo mismo me
propuse al decirte que es la fuente del sentimiento. jer no s a b e formular; pero que siente y comprende
L l e n o s están los libros de definiciones sobre este mejor que nosotros.
punto. L a s h a y en griego y en árabe, en chino y Sí. Q u e poesía es, y no otra cosa, esa aspiración
en latín, en copto y en ruso, ¿qué sé yo? en todas m e l a n c ó l i c a y v a g a que agita tu espíritu con el d e -
las lenguas muertas ó vivas, sabias ó ignorantes seo de una perfección imposible.
que se conocen. Y o he leído algunas, y me he P o e s í a , esas lágrimas involuntarias que tiemblan
hecho traducir otras. D e s p u é s de conocerlas casi un instante en tus párpados, se desprenden en si-
todas, he puesto la mano sobre mi corazón, he lencio, ruedan y se e v a p o r a n como un perfume.
consultado mis sentimientos y no he podido me- P o e s í a , el g o z o improviso que ilumina tus fac-
nos de repetir con H a m l e t : ¡palabras, palabras, pa- ciones con una sonrisa suave, y c u y a oculta c a u s a
labras! i g n o r a s donde está.
P o r eso he creído más oportuno recordarte una P o e s í a son, por último, todos esos fenómenos
escena p a s a d a q u e tiene a l g u n a analogía con nues- inexplicables que modifican el a l m a de la mujer
tra situación presente, y decirte ahora como enton- c u a n d o despierta al sentimiento y la pasión.
ces:—¿Quieres saber lo que es el amor? R e c ó g e t e j D u l c e s p a l a b r a s que brotáis del corazón aso-
dentro de tí misma, y si e s v e r d a d que lo abrigas máis al labio y morís sin resonar apenas, mientras
en tu alma, siéntelo y lo comprenderás, pero no me que el rubor enciende las mejillas! ¡Murmullos e x -
lo preguntes. traños de la noche, que imitáis los pasos del a m a n -
Y o sólo te podré decir que él es la suprema ley te que se espera! ¿Gemidos del viento, que fingís
del universo; ley misteriosa por la que todo se go- una v o z querida que n o s llama entre las sombras!
bierna y rige, desde el átomo inanimado hasta la ¡Imágenes confusas, que pasáis c a n t a n d o una can-
criatura racional; que de él parten y á él conver- ción sin ritmo ni p&lcibrciS) que sólo pcrcibc y en-
gen como á ' u n centro de irresistible atracción to- tiende el espíritu! ¡Febriles exaltaciones de la pa-
d a s nuestras ideas y acciones, que está, aunque sión, que dáis colores y forma á las ideas más abs-
oculto, en el fondo de toda cosa, y , efecto de una tractas! ¡Presentimientos incomprensibles, que ilu-
primera c a u s a , D i o s es á su v e z origen de esos mil mináis como un r e l á m p a g o nuestro porvenir! ¡Es-
pensamientos desconocidos, que todos ellos son pacios sin límites, que os abrís ante los ojos del
poesía, poesía v e r d a d e r a y espontánea que la mu- alma, á v i d a de inmensidad y la arrastráis á vuestro

TOMO III Y
seno, y la saciáis de infinito! ¡Sonrisas, lágrimas, H e aquí el a x i o m a que debía ahorrarme el tra-
suspiros y deseos, q u e formáis el misterioso corte- b a j o de escribir una nueva carta. S i n embargo, y o
j o del amor! ¡Vosotros sois la poesía, la v e r d a d e r a mismo conozco q u e esta conclusión m a t e m á t i c a ,
q u e en efecto lo parece, así puede ser una verdad
poesía que p u e d e encontrar un e c o , producir una
c o m o un sofisma.
sensación, ó despertar una idea!
Y todo este tesoro i n a g o t a b l e de sentimiento, todo L a lógica sabe fraguar razonamientos inataca-
este animado p o e m a de esperanza y de abnegacio- bles, que á pesar de todo, no convencen. ¡Con tan-
nes, de sueños y de tristezas, de alegrías y de la- ta facilidad se sacan deducciones precisas de una
base falsa!
grimas, donde c a d a sensación es una estrofa y cada
pasión un canto, todo está contenido en vuestro E n c a m b i o , la convicción íntima suele persuadir
a u n q u e en el método del raciocinio reine el mayor
corazón de mujer.
desorden. ¡ T a n irresistible es el acento de la fe!
U n escritor francés h a dicho, j u z g a n d o á un mú-
L a religión es amor, y , porque es amor, es poesía.
sico y a célebre, el autor de Tannhauser:
H e aquí el t e m a que me he propuesto desenvol-
«Es un hombre de talento que h a c e todo lo posi-
v e r hoy.
ble por disimularlo, pero que á v e c e s no lo p u e d e
A l tratar un asunto tan grande en tan corto
conseguir, y — á su p e s a r — l o demuestra.»
espacio y con tan escasa ciencia, como la de que
R e s p e c t o á la poesía de v u e s t r a s a l m a s puede
y o dispongo, sólo me anima una esperanza. Si
decirse lo mismo.
para persuadir basta creer, yo siento lo que es-
P e r o , ¿qué? frunces el ceño y arrojas la carta?...
cribo.
¡ B a h ! N o te incomodes... S a b e de una v e z y para
siempre, que tal como os manifestáis, y o creo, y
H a c e y a mucho tiempo, y o no te conocía, y con
conmigo lo creen todos, q u e l a s mujeres son la
e s t o excuso el decir que aún no había amado, sen-
poesía del mundo.
tí en mi interior un fenómeno inexplicable. Sentí,
IV no diré un vacío, porque sobre ser v u l g a r , no e s
e s t a la frase propia; sentí en mi alma y en todo mi

E l amor es poesía; la religión e s amor. D o s co- ser como una plenitud de v i d a , como un desborda-

s a s semejantes á una tercera son iguales entre si. miento de a c t i v i d a d moral, que no encontrando
tuarse, diríase que el alma, sobrecogida de terror
objeto en q u e emplearse, se eleva en forma de en-
y sedienta de inmortalidad, b u s c a algo eterno en
sueños y fantasías; ensueños y fantasías en los cua-
d o n d e refugiarse, y como el náufrago que se ase
les b u s c a b a en v a n o la expansión, estando c o m o
d e una tabla, se tranquiliza al recordar su origen.
estaban dentro de sí mismo.
U n día entré en el antiguo convento de San
T a p a y coloca al fuego un vaso con un l í q u i d o
J u a n de los R e y e s . M e senté en una de las piedras
cualquiera. E l v a p o r , con un ronco hervidero, s e
de su ruinoso claustro, y me puse á dibujar. E l
desprende del fondo, y sube, y p u g n a por salir, y
c u a d r o que se ofrecía á mis ojos era magnífico.
v u e l v e á caer deshecho en menudas gotas, y torna
L a r g a s hileras de pilares que sustentan una bóve-
á elevarse, y torna á deshacerse, h a s t a q u e al c a b o
d a c r u z a d a de mil y mil crestones caprichosos; an-
estalla comprimido y quiebra la cárcel que lo de-
c h a s o j i v a s caladas, como los encajes de un ros-
tiene. E s t e es el secreto de la muerte prematura y
trillo; ricos doseletes de granito con caireles de
misteriosa de algunas mujeres y de algunos poetas,
h i e d r a , que suben por entre las labores, c o m o
arpas que se rompen sin q u e nadie h a y a arranca-
a f r e n t a n d o á las naturales; ligeras creaciones del
do una melodía de sus c u e r d a s de oro.
cincel, que parece han de agitarse al soplo del vien-
E s t a era la v e r d a d de la situación de mi espíri-
to; estatuas vestidas de luengos paños, q u e flotan
tu, cuando aconteció lo que v o y á referirte.
c o m o al andar; caprichos fantásticos, gnomos, hi-
E s t a b a en T o l e d o ; en T o l e d o , la ciudad sombría pógrifos, dragones y reptiles sin número, que y a
y melancólica por excelencia. Allí, c a d a lugar re- a s o m a n por cima de un capitel, y a corren por las
c u e r d a una historia, c a d a piedra un siglo, c a d a cornisas, se enroscan en las columnas, ó trepan ba-
monumento una civilización; historias, siglos y ci- beando por el tronco de l a s g u i r n a l d a s de trébol;
vilizaciones que h a n p a s a d o y c u y o s actores t a l galerías que se prolongan y que se pierden, árbo-
v e z son ahora el polvo obscuro que arrastra el vien- les que inclinan sus ramas sobre una fuente, flores
to en remolinos, al silbar en sus estrechas y tortuo- risueñas, pájaros bulliciosos formando contraste
sas calles. S i n embargo, por un contraste m a r a v i - con las tristes ruinas y las c a l l a d a s naves, y por
lloso, allí donde todo parece muerto, donde no se último, el cielo, un p e d a z o de cielo azul que se v e
v e n más que ruinas, donde sólo se tropieza con ro- más allá de las crestas de pizarra, de los mirado-
tas c o l u m n a s y destrozados capiteles, m u d o s sar- res, á t r a v é s de los calados de un rosetón.
casmos de la loca aspiración del hombre á perpe-
con una túnica flotante y ceñida la frente de una
E n tu á l b u m tienes mi dibujo; una reproducción
aureola. E r a una de las estatuas del claustro de-
pálida, imperfecta, ligerísima de aquel lugar, p e r o
rruido, una escultura q u e arrancada de un p e d e s -
que no obstante puede darte una idea de su m e -
tal y arrimada al muro en q u e me había r e c o s t a d o ,
lancólica hermosura. N o ensayaré pues, describír-
y a c í a allí cubierta de polvo y medio escondida e n -
tela con palabras, inútiles t a n t a s veces.
tre el follaje, junto á la rota losa de un sepulcro y
Sentado, como te dije, en una de las rotas pie-
el capitel de una columna. M á s allá, á lo lejos, y
dras, t r a b a j é en él toda la mañana, torné á e m -
v e l a d a s por las penumbras y la obscuridad de l a s
prender mi tarea á la tarde, y permanecí a b s o r t o
extensas bóvedas, se distinguían confusamente al-
en mi ocupación h a s t a que comenzó á faltar la l u z .
g u n a s otras imágenes: vírgenes con sus p a l m a s y
Entonces, dejando á mi lado el lápiz y la cartera,
sus nimbos, monjes con sus báculos y sus c a p u -
tendí una mirada por el fondo de las solitarias ga-
chas, eremitas con sus libros y sus cruces, márti-
lerías y me abandoné á mis pensamientos.
res con sus e m b l e m a s y sus aureolas, toda una ge-
E l sol había desaparecido. Sólo t u r b a b a n el a l t o neración de granito, silenciosa é inmóvil, pero en
silencioso de aquellas ruinas, el monotono rumor c u y o s rostros había g r a b a d o el cincel la huella del
del agua de aquella fuente, el trémulo murmullo del ascetismo y una expresión de beatitud y serenidad
viento que suspiraba en los claustros, y el temero- inefables.
so y confuso rumor de l a s h o j a s de los árboles q u e
— H e aquí, e x c l a m é , un m u n d o de piedra; fan-
parecían hablar entre sí en v o z b a j a .
tasmas inanimados de otros seres que han existido
M i s deseos comenzaron á hervir y á levantarse
y c u y a memoria legó á las épocas v e n i d e r a s un
en v a p o r de fantasías. B u s q u é á mi lado una m u -
siglo de entusiasmo y de fe. V í r g e n e s solitarias,
jer, una persona á quien comunicar mis sensacio-
austeros cenobitas, mártires esforzados, que, c o m o
nes. E s t a b a solo. E n t o n c e s me acordé de esta ver-
yo, vivieron sin amores ni placeres; que, como yo,
dad, que había leído en no se qué autor: «La sole-
arrastraron una existencia obscura y miserable, so-
d a d es m u y hermosa... cuando se tiene j u n t o al-
los con sus pensamientos y el ardiente corazón iner-
guien á quien decírselo.»
te bajo el s a y a l , como un c a d á v e r en su sepulcro.
N o había aún concluido de repetir esta frase ce- V o l v í á fijarme en aquellas facciones angulosas y
lebre, cuando me pareció v e r levantarse á mi l a d o expresivas; volví á e x a m i n a r aquellas figuras secas,
y de entre l a s sombras, una figura ideal, cubierta
altas, espirituales y serenas, y proseguí diciendo:
¿ E s posible que h a y á i s v i v i d o sin pasiones, ni te-
mor, ni esperanzas, ni deseos? ¿Quién h a recogi-
d o las e m a n a c i o n e s de amor, que como un aroma,
se desprenderían de vuestras almas? ¿Quién h a
saciado la sed de ternura que abrasaría vuestros PRÓLOGO
pechos en la juventud? ¿Qué espacios ni límites se
ESCRITO POR E L AUTOR PARA L A COLECCIÓN DE C A N T A R E S
abrieron á los ojos de vuestros espíritus, ávidos de
DE A U G U S T O F E R R Á N Y FORNIÉS
inmensidad, al despertarse al sentimiento?... La
n o c h e h a b í a cerrado poco á poco. A la dudosa cla-
ridad del crepúsculo h a b í a sustituido una l u z tibia
LA SOLEDAD
y azul; la l u z de la luna que, v e l a d a un instante
por los obscuros chapiteles de la torre, b a ñ ó en
aquel momento con un r a y o plateado los pilares de
I
l a desierta galería.
JEÍ la última página, cerré el libro y a p o y é
E n t o n c e s reparé que todas aquellas figuras, cu-
mi c a b e z a entre l a s manos.
y a s l a r g a s sombras se p r o y e c t a b a n en los muros y
U n soplo de la brisa de mi país, una
en el pavimento, c u y a s flotantes ropas parecían
o n d a de perfumes y armonías lejanas, besó mi fren-
moverse, en c u y a s d e m a c r a d a s facciones brillaba
te y acarició mi oído al pasar.
una expresión indescriptible, santo y sereno gozo,
t e n í a n sus pupilas sin luz, v u e l t a s al cielo, como T o d a mi A n d a l u c í a , con sus días de oro y sus

si el escultor quisiera semejar que sus m i r a d a s se noches luminosas y trasparentes, se levantó como

perdían en el infinito b u s c a n d o á D i o s . una visión de f u e g o del fondo de mi alma.

A Dios, foco eterno y ardiente de hermosura, al S e v i l l a , con su Giralda de encajes, que copia
t e m b l a n d o el G u a d a l q u i v i r , y sus calles morunas,
q u e se vuelve con los ojos, como á un polo de amor,
tortuosas y estrechas, en las que aún se cree escu-
el sentimiento del alma.
c h a r el extraño crujido de los pasos del rey justi-
ciero; Sevilla, con sus rejas y sus cantares, sus
altas, espirituales y serenas, y proseguí diciendo:
¿ E s posible que h a y á i s v i v i d o sin pasiones, ni te-
mor, ni esperanzas, ni deseos? ¿Quién h a recogi-
d o las e m a n a c i o n e s de amor, que como un aroma,
se desprenderían de vuestras almas? ¿Quién h a
saciado la sed de ternura que abrasaría vuestros PRÓLOGO
pechos en la juventud? ¿Qué espacios ni límites se
ESCRITO POR E L AUTOR PARA L A COLECCIÓN DE C A N T A R E S
abrieron á los ojos de vuestros espíritus, ávidos de
DE A U G U S T O F E R R Á N Y FORNIÉS
inmensidad, al despertarse al sentimiento?... La
n o c h e h a b í a cerrado poco á poco. A la dudosa cla-
ridad del crepúsculo h a b í a sustituido una l u z tibia
LA SOLEDAD
y azul; la l u z de la luna que, v e l a d a un instante
por los obscuros chapiteles de la torre, b a ñ ó en
aquel momento con un r a y o plateado los pilares de
I
l a desierta galería.
JEÍ la última página, cerré el libro y a p o y é
E n t o n c e s reparé que todas aquellas figuras, cu-
mi c a b e z a entre l a s manos.
y a s l a r g a s sombras se p r o y e c t a b a n en los muros y
U n soplo de la brisa de mi país, una
en el pavimento, c u y a s flotantes ropas parecían
o n d a de perfumes y armonías lejanas, besó mi fren-
moverse, en c u y a s d e m a c r a d a s facciones brillaba
te y acarició mi oído al pasar.
una expresión indescriptible, santo y sereno gozo,
t e n í a n sus pupilas sin luz, v u e l t a s al cielo, como T o d a mi A n d a l u c í a , con sus días de oro y sus

si el escultor quisiera semejar que sus m i r a d a s se noches luminosas y trasparentes, se levantó como

perdían en el infinito b u s c a n d o á D i o s . una visión de f u e g o del fondo de mi alma.

A Dios, foco eterno y ardiente de hermosura, al S e v i l l a , con su Giralda de encajes, que copia
t e m b l a n d o el G u a d a l q u i v i r , y sus calles morunas,
q u e se vuelve con los ojos, como á un polo de amor,
tortuosas y estrechas, en las que aún se cree escu-
el sentimiento del alma.
c h a r el extraño crujido de los pasos del rey justi-
ciero; Sevilla, con sus rejas y sus cantares, sus
cancelas y sus rondadores, sus retablos y sus A l t r a v é s de ellos se divisaba casi todo M a -
cuentos, sus pendencias y sus músicas, sus n o c h e s drid.
tranquilas y sus siestas de fuego, sus alboradas co- Madrid, envuelto en una ligera neblina, por en-
lor de rosa y sus crepúsculos a z u l e s ; Sevilla, con tre c u y o s rotos jirones l e v a n t a b a n sus crestas obs-
todas las tradiciones que veinte centurias han curas l a s chimeneas, las buhardillas, los campana-
amontonado sobre su frente, con toda la p o m p a y rios y las desnudas r a m a s de los árboles.
la g a l a de su n a t u r a l e z a meridional, con toda la M a d r i d sucio, n e g r o , feo como un esqueleto
poesía que la imaginación presta á un recuerdo d e s c a r n a d o , tiritando b a j o su inmenso sudario de
querido, apareció como por encanto á mis ojos, y nieve.
penetré en su recinto, y crucé sus calles, y respiré Mis miembros e s t a b a n y a ateridos; pero enton-
su atmósfera, y oí los c a n t o s que entonan á m e d i a ces tuve frío hasta en el alma.
voz las m u c h a c h a s que cosen detrás de las celosías, Y sin embargo, y o había vuelto á respirar la ti-
medio ocultas entre las h o j a s de las c a m p a n i l l a s bia atmósfera de mi ciudad querida; y o había sen-
azules; y aspiré con voluptuosidad la fragancia de tido el beso vivificador de sus brisas c a r g a d a s de
las madreselvas, que corren por un hilo de balcón perfumes, su sol de f u e g o había deslumhrado mis
á b a l c ó n , formando toldos de flores; y torné en ojos al trasponer las verdes lomas sobre que se
fin, con mi espíritu á vivir en la c i u d a d donde h e asienta el convento de A znalfarache.
nacido, y de la que tan v i v a guardaré siempre la
memoria.

N o sé el tiempo que trascurrió mientras s o ñ a b a Aquel mundo de recuerdos lo había evocado


despierto. C u a n d o me incorporé, la l u z que ardía como un conjuro m á g i c o un libro.
sobre mi bufete oscilaba p r ó x i m a á espirar, arro- U n libro impregnado en el perfume de las flores
j a n d o sus últimos destellos, q u e en círculos, y a de mi país; un libro, del que c a d a una de las pá-
luminosos, y a sombríos, se p r o y e c t a b a n t e m b l a n d o ginas es un suspiro, una sonrisa, una lágrima ó un
sobre l a s paredes de mi habitación. rayo de sol; un libro, por último, c u y o solo título
L a claridad de la m a ñ a n a , esa claridad incierta aún despierta en mi a l m a un sentimiento indefini-
y triste de las nebulosas m a ñ a n a s de invierno, te- ble de v a g a tristeza.
ñía de un v a g o azul los vidrios de mis balcones. ¡ L a soledad!
L a soledad es el cantar favorito del pueblo en L a primera tiene un valor dado: es la poesía de
mi A n d a l u c í a . todo el mundo.
L a s e g u n d a carece de medida absoluta; adquiere
las proporciones de la imaginación que impresiona:
II p u e d e llamarse la poesía de los poetas.
L a primera es una melodía que n a c e , se des-
arrolla, a c a b a y se desvanece.
A q u e l libro lo tenía allí para juzgarlo. L a segunda es un acorde que se a r r a n c a de un
C o m o cuestión de sentimiento, para mí ya lo a r p a , y se quedan l a s c u e r d a s v i b r a n d o con un
estaba. z u m b i d o armonioso.
S i n e m b a r g o , el criterio de la sensación está su- C u a n d o se c o n c l u y e aquélla, se dobla la hoja
jeto á influencias puramente individuales, de l a s con una s u a v e sonrisa de satisfacción.
que se debe despojar el crítico, si h a de llenar su C u a n d o se a c a b a ésta, se inclina la frente car-
misión d i g n a m e n t e . g a d a de pensamientos sin nombre.
E s t o e s lo que v o y á hacer, si me es posible. L a una es el fruto divino de la unión del arte y
H a y una poesía magnífica y sonora; una poesía de la fantasía.
hija de la meditación y el arte, que se e n g a l a n a L a otra es la centella i n f l a m a d a que brota al
con todas las p o m p a s de la l e n g u a , se m u e v e choque del sentimiento y la pasión.
con una cadenciosa m a j e s t a d , h a b l a á la imagina- L a s poesías de este libro pertenecen al ú l t i m o
ción, completa sus cuadros y la c o n d u c e á su an- de los dos géneros, porque son populares, y la poe-
tojo por un sendero desconocido, seduciéndola con sía popular es la síntesis de la poesía.
su armonía y su hermosura.
H a y otra natural, breve, seca, que brota del
a l m a como una chispa eléctrica, que hiere el sen-
III
timiento con una palabra y h u y e , y desnuda de
artificio, d e s e m b a r a z a d a dentro de una forma libre,
despierta, con una que las t o c a , las mil ideas q u e E l pueblo ha sido, y será siempre, el g r a n p o e t a
duermen en el océano sin fondo de la fantasía. de todas l a s edades y de todas l a s naciones.
N a d i e mejor que él s a b e sintetizar en sus o b r a s natural, le bastan para emitir una idea, caracteri-
las creencias, las aspiraciones y el sentimiento de z a r un tipo ó hacer una descripción.
una época. E s t o y no más son las canciones populares.
E l forjó esa maravillosa epopeya celeste de los T o d a s las naciones las tienen.
dioses del p a g a n i s m o , que después formuló H o - L a s nuestras, l a s de toda la A n d a l u c í a en parti-
mero. cular, son acaso las mejores.
É l h a d a d o el ser á ese mundo invisible de las E n algunos países, en A l e m a n i a sobre todo, esta
tradiciones religiosas, que puede llamarse el m u n d o clase de canciones constituyen un género de poesía.
de la mitología cristiana. Gcethe, Schiller, U h l a n d , H e i n e , no se han des-
E l inspiró al sombrío D a n t e el asunto de su te- d e ñ a d o de cultivarlo; es más, se han gloriado de
rrible poema. hacerlo.
É l dibujó á D . Juan. E n t r e nosotros no: estas canciones se a d m i r a n ,
É l soñó á F a u s t o . e s v e r d a d , se aplauden, se repiten de boca en b o c a .
É l , por último, ha infundido su aliento de v i d a T r u e b a las ha glosado con una espontaneidad y
á todas esas figuras g i g a n t e s c a s que el arte ha per- una g r a c i a admirables; Fernán C a b a l l e r o ha re-
feccionado luego, prestándoles formas y g a l a s . unido un gran número en sus obras: pero n a d i e ha
L o s grandes poetas, semejantes á un osado ar- tocado ese género para elevarlo á la categoría de
quitecto, han recogido las piedras t a l l a d a s por él, tal en el terreno, del arte.
y han levantado con ellas una pirámide en c a d a A esto es á lo que aspira el autor de La Soledad.
siglo. E s t a s son las pretensiones que trae su libro al
P i r á m i d e s colosales, que dominando la inmensa aparecer en la arena literaria.
o l a del olvido y del tiempo, se contemplan unas á E l propósito es digno de aplauso, y la empresa
otras y señalan el paso de la h u m a n i d a d por el más arriesgada de lo que á primera vista parece.
mundo de la inteligencia. ¿Cómo lo ha cumplido?
C o m o á sus maravillosas concepciones, el pueblo
da á la expresión de sus sentimientos una forma
especialísima.
U n a frase sentida, un toque valiente ó un rasgo
c h o Sin n U n a d l f i C U l t a d P O r g a l a - ha he-
tán, T r q U G S U S i d e a s ' a l - v e s t i r s e espon-
IV táneamente de una forma, han tomado ésta: por-
que su libre educación literaria «,„ ™ «a\P°r-
de inc 1 " a r a r í a , su conocimiento

«Al principio de esta colección he puesto unos cuantos de l a ™ T n e S y " eSt "di° -r-ialfsimo
cantares del pueblo, para estar seguro al menos de que hay da la poes.a popular, han formado desde luego su
algo bueno en este libro.» ñero en ánuestra
talento propósito para representar este nuevo gg !
nación.
Así dice el autor en el prólogo, y así lo hace. E n efecto, sus cantares, ora brillantes y g r a d ó -
Desde luego confesamos que este rasgo, á la v e z o s ora sentrdos y profundos, y a se traduzca'n p o r
med o d e u n r a s g Q a p a s ¡ o n a d o ^ Por
de modestia y confianza en su obra, nos gusta.
Sean como fueren sus cantares, el autor no re- « d a una nota melancólica y v a g a , siemp e vienen
huye las comparaciones.
N o tiene por qué rehuirlas. En'!,! T ^ US 6braS d d poeta
E n ellos hay un grito para cada dolor, una son
Seguramente que los suyos se distinguen de los \ P " a e s P e r a n z a , una lágrima para cada

originales del pueblo; la forma del poeta, como la desengaño, un suspiro para cada recuerdo
de una mujer aristocrática, se revela, aun b a j o el
todos los generos, responde á todos los tonos de —
senciUa arpa
traje más humilde, por sus movimientos elegantes la
y cadenciosos; pero en la concisión de la frase, en
la sencillez de los conceptos, en la valentía y la li- obst t M r ' a d e ] S e n , i m , e n , ° * P-iones No
obstante, lo mismo al reir q u e al sufpirar, al ha-
gereza de los toques, en la gracia y la ternura de b ar de amor q u e a, exponer algunos de s u ^ t r a .
ciertas ideas, rivalizan, cuando no vencen, á los nos fenomenos, al traducir un sentimiento „ u e al
que se ha propuesto por norma. formular una esperanza, estas canciones r e b o L n
E l autor de La Soledad no ha imitado la poesía eo „ n a especie de v a g a é indefinible melaneo fa "
del pueblo servilmente, porque hay cosas que no produce en el ánimo una sensación a l p a r d o l o r ^
pueden imitarse.
N o es extraño.
T a m p o c o ha escrito un cantar por vía de pasa-
tiempo, sujetándose á una forma prescrita, como E n mi p a í s , cuando la guitarra acompaña La
TOMO 111
Soledad, ella misma parece como que se q u e j a y Guando pasé por tu casa
llora. «¿Quién vive?» al v e r m e gritaste,
sólo con la m a l a idea
de si aún vivía, matarme.
V

L a s fatigas que se cantan


Compañera, yo estoy hecho
son las fatigas más grandes,
á sufrir penas crueles;
porque se cantan llorando
pero no á sufrir la dicha
y las lágrimas no salen.
que apenas llega se vuelve.

E n t r e los originales, este es el primer cantar que


E n estos cantares, el autor rivaliza en esponta-
se encuenta al abrir el libro. É l da el tono al resto
neidad y gracia con los del pueblo: la misma for-
de la obra, que se desenvuelve como una rica me-
ma ligera y breve, la misma intención, la misma
lodía, cuyo tema fecundo es susceptible de mil y
verdad y sencillez en la expresión del sentimiento.
mil brillantes variaciones.
E n los que siguen v a r í a de tono:
Si la dimensión de este artículo me lo permitiera
citaría una infinidad de ellos que justificasen mi
A n t e s piensa y luego h a b l a ;
opinión; en la imposibilidad de hacerlo así, tras-
y después de haber hablado,
cribiré algunos q u e , aunque imperfecta, puedan
vuelve á pensar lo que has dicho,
d a r alguna idea del libro que me ocupa:
y verás si es bueno ó malo.

Si yo pudiera arrancar
una estrellita del cielo,
te la pusiera en la frente L e v á n t a t e si te caes,
para verte desde lejos. y antes de volver á andar,
mira dónde te h a s caído
y pon allí una señal.
Y o me he querido v e n g a r
Y o no sé lo que yo tengo,
de los que me h a c e n sufrir,
ni sé lo que á mí me falta,
y me h a dicho mi conciencia
que siempre espero una cosa
que antes me v e n g u e de mí.
que no sé cómo se llama.

U n a sentencia profunda, encerrada en una for-


ma concisa, sin más elevación que la que le presta
la elevación del pensamiento que contiene. V e r d a d
¡ A y de mí! P o r más que busco
en la o b s e r v a c i ó n , naturalidad en la frase: e s t a s ,
la soledad, no la encuentro.
son las dotes del género de estos cantares. E l pue-
Mientras y o la v o y buscando,
blo los tiene magníficos; por los q u e d e j a m o s cita-
mi sombra me v a siguiendo.
dos se verá hasta qué punto compiten con ellos los
del autor de La Soledad.

L o s mundos q u e me rodean
T o d o hombre que viene al mundo
son los que menos me e x t r a ñ a n ;
trae un letrero en la frente
el que me tiene asombrado
con letras de fuego escrito,
es el mundo, de mi alma.
que dice: «Reo de muerte.»

L a poesía p o p u l a r , sin perder su c a r á c t e r , c o -


mienza aquí á elevar su vuelo.
L o que envenena la v i d a ,
L a honda admiración que nos sobrecoge al sen-
es v e r q u e en torno tenemos
tir levantarse en el interior del a l m a un maravillo-
c u a n t o para ser felices
so mundo de ideas incomprensibles; ideas que flo-
nos h a c e falta y no es nuestro.
tan como flotan los astros en la inmensidad.
E s a amargura que corroe el corazón, ansioso de
goces, goces que p a s a n á su lado, y h u y e n lanzán-
dole una c a r c a j a d a , cuando tiene la mano p a r a
asirlos; goces que existen, pero que acaso n u n c a con voz muy ronca: «aquí está».
podrá conocer. Y me respondió «aquí está»,
E s a impaciencia nerviosa que siempre espera y entonces me entró un temblor
algo, algo que nunca llega, que no se puede pedir, al ver que la v o z salía
porque ni a u n se sabe su nombre; deseo quizá d e de mi mismo corazón.
algo divino, que no está en la tierra, y que presen-
timos no obstante.
E s a desesperación del que no puede a h u y e n t a r
los dolores, y h u y e del mundo, y los tormentos le
T e n í a los labios rojos,
siguen, porque su tortura son sus ideas, que, como
tan rojos como la grana...
su sombra, le a c o m p a ñ a á todas partes.
labios ¡ a y ! que fueron hechos
E s a lúgubre v e r d a d q u e nos dice que l l e v a m o s para que alguien los besara.
un germen de muerte dentro de nosotros mismos;
Y o un día quise... la niña
todos esos sentimientos, todas esas grandes ideas
al pie de un ciprés descansa:
que constituyen la inspiración, están e x p r e s a d o s
un beso eterno la muerte
en los cuatro cantares que preceden, con una so-
puso en sus labios de g r a n a .
briedad y una maestría que no puede menos de lla-
mar la atención.
C o m o se ve, el autor, con estas c a n c i o n e s , h a
d a d o y a un gran paso para a c l i m a t a r su género fa- Allá arriba el sol brillante,
vorito en el terreno del arte. l a s estrellas allá arriba:
V e a m o s ahora algunas de las que, también imi- aquí a b a j o los reflejos
tación de las populares, que constan de dos ó m á s de lo que tan lejos brilla.
estrofas, ha intercalado en las páginas de su libro.
A l l á lo que nunca a c a b a ,
aquí lo que al fin termina:
P a s é por un bosque y dije ¡ Y el hombre atado aquí a b a j o
«aquí está la soledad...» mirando siempre hacia a r r i b a !
Y el eco me respondió
L a primera de estas canciones p u e d e ponerse en »alegres muchachas, acompañado por los tristes
boca del Manfredo, de B y r o n ; Schiller, no repudia- »tonos de una guitarra" daré por c u m p l i d a t o d a mi
ría la s e g u n d a si la encontrase entre sus baladas, »ambición de gloria, y habré escuchado el mejor
y con pensamientos menos grandes que el de la »juicio crítico de mis humildes composiciones».
tercera ha escrito V í c t o r H u g o m u c h a s de sus odas. A s í termina el prólogo de La Soledad. ¿ C o n qué
P e r o nps resta aún por citar una de ellas, a c a s o otras palabras podía yo concluir esta revista, que
una de las mejores, sin d u d a la más melancólica, pusieran m á s de relieve la modestia y la ternura
la más v a g a , la más s u a v e de todas, la última: con del nuevo poeta?
ella termina el libro de La Soledad, como con una Y o creo, y o espero, digo más, y o estoy seguro
cadencia armoniosa que se desvanece t e m b l a n d o , que no tardarán mucho en cumplirse las aspiracio-
y aún la creemos escuchar en nuestra imaginación: nes del autor de estos cantares.
A c a s o , cuando yo v u e l v a á mi Sevilla, me re-
L o s que quedan en el puerto cordará alguno de ellos, días y cosas que á su v e z
c u a n d o la n a v e se v a , me arranquen una lágrima de sentimiento seme-
dicen al ver que se aleja: j a n t e á la que h o y brota de mis ojos al recordarla.
«¡Quién sabe si volverán!»

Y los que v a n en la n a v e
dicen mirando hacia atrás:
«¡Quién sabe cuando v o l v a m o s
si se habrán m a r c h a d o y a ! »

VI

« E n cuanto á mis pobres v e r s o s , si algún día


• oigo salir uno solo de ellos de entre un corrillo de
PENSAMIENTOS

OSOTROS los que esperáis con ansia la hora


de una cita; los que contáis impacientes
los golpes del reloj lejano, sin v e r llegar
á la mujer a m a d a ; vosotros que confundís los ru-
mores del viento con el leve crujido de la f a l d a de
seda, y sentís palpitar apresurado el corazón, pri-
mero de gozo y luego de rabia, al escuchar el e c o
distante de los pasos del transeúnte nocturno,
que se acerca poco á poco, y al fin aparece tras la
esquina, y cruza la calle, y sigue indiferente su c a -
mino; vosotros que habéis calculado mil veces la
distancia que media entre la casa y el sitio en que
la aguardáis, y el tiempo que t a r d a r á , si y a h a sa-
lido, ó si v a á salir, ó si aún se está prendiendo el
último adorno p a r a pareceros más hermosa; vos-
otros que habéis sentido las angustias, las esperan-
128
¿Qué viento la trajo hasta allí? N o lo sé. P e r o
z a s y las decepciones de esas crisis nerviosas, cu- y o v i la flor de la semilla, que germinó en v e r d e
y a s horas no pueden contarse como parte de la guirnalda de hojas, al pie del alto ciprés, que se
vida; vosotros solos comprenderéis la febril excita- levanta, como la última c o l u m n a de un t e m p l o
ción en que v i v o yo, que he pasado los días m á s arruinado en medio de la llanura escueta y solitaria.
hermosos de mi existencia, a g u a r d a n d o una mujer Y o vi aquella flor azul, del color de los cielos y
que no llega nunca... roja como la sangre, y me acordé de nuestro impo-
¿Dónde me h a d a d o esa cita misteriosa? N o lo sible amor.
sé. A c a s o en el cielo, en otra v i d a anterior á la que U n breve estío duraron los ligeros festones de
sólo me liga ese confuso recuerdo. verdura en derredor del viejo tronco; un breve es-
P e r o y o la he esperado y la espero aún, trémulo tío duraron las campanillas azules, y l a s a b e j a s de
de emoción y de impaciencia. M i l mujeres pasan oro, y las mariposas blancas, sus a m i g a s .
al lado mío: p a s a n unas altas y pálidas, otras mo- Y llegó el invierno helado, y el ciprés v o l v i ó á
renas y ardientes; aquéllas con un suspiro, éstas quedar solo, moviendo melancólicamente la cabe-
con una c a r c a j a d a alegre; y todas con p r o m e s a s za, y sacudiendo los copos de nieve, alto, d e l g a d o
de ternura y melancolía infinitas, de p l a c e r e s y de y obscuro en medio de la b l a n c a llanura...
pasión sin límites. É s t e es su talle, aquéllos son ¿Cuántas horas durarán tus risas y tus p a l a b r a s
sus ojos, y aquél el e c o de su v o z , semejante á una sin sentido, tus melancolías sin causa y tus alegrías
música. P e r o mi alma, que es la que g u a r d a de ella sin objeto? ¿Cuánto tiempo, en fin, durará tu a m o r
una remota memoria, se acerca á su alma... ¡y no de niña? U n a breve m a ñ a n a ; y volverá á hacerse
la. conoce!... la noche en torno, y permaneceré solitario y t r i s t e , ,
A s í pasan los años, y me encuentran y me dejan envuelto en las tinieblas de la vida.
sentado al borde del c a m i n o de la vida... ¡siempre
esperando!...
** *
T a l v e z , v i e j o á la orilla del sepulcro, veré, con
turbios ojos, cruzar aquella mujer tan deseada,
para morir como he vivido... ¡esperando y desespe- Y o no envidio á los que ríen: es posible v i v i r sin
rado!... reírse... ¡pero sin llorar alguna vez!...
A s ó m a t e á mi alma, y creerás que te asomas á g a r á l a s inteligencias, que sin dejar rastro de sí
un lago cristalino, al v e r temblar tu i m a g e n en el sobre la tierra, llegan en silencio á la misma altu-
fondo. ra que aquéllos.
* L a justicia d i v i n a lleva también allí á los genios
* *
desconocidos.
E n t r e las obscuras ruinas, al pie de las torres cu-
biertas de musgo, á la sombra de los arcos y las
c o l u m n a s rotas crece oculta la flor del recuerdo.
P l e g a d a s las hojas, permanece muda un día y
otro á las caricias de un furtivo rayo del sol que le
anuncia la mañana de las otras flores.
«Mi sol, dice, no es el sol de la alondra, el alba
q u e espero para romper mi broche ha de clarear
en el cielo de unos ojos».
F l o r misteriosa y escondida, g u a r d a tu pureza y
tu perfume al abrigo de los ruinosos monumentos.
L a r g a es la noche; pero y a las lágrimas, semejan-
tes á gotas de rocío, anuncian la llegada del día
entre las tinieblas del espíritu.

H a y un lugar en el Infierno de D a n t e p a r a los


grandes genios: en él coloca á los hombres célebres,
que conquistaron en el mundo m a y o r gloria.
L a justicia h u m a n a no puede hacer otra cosa, y
j u z g a tan sólo por lo que realmente conoce.
P e r o la divina lleva, sin duda, á ese mismo lu-
RONCESVALLES

CORTA distancia del p u e b l o de R o n c e s v a -


lles h a y una c r u z de piedra, que antigua-
mente era conocida con el nombre de Cruz
de los Peregrinos. A l g u n a mano piadosa la elevó allí,
sin d u d a con objeto de que sirviese de punto de re-
poso á los que, llena el alma de fe, venían á visitar
su célebre santuario desde los más a p a r t a d o s rin-
cones de la Península.
C u a n d o llegué á este sitio, después de haber
cruzado á pie las intrincadas sendas que c o n d u c e n
desde B u r g u e t e á Roncesvalles, serpenteando á lo
largo inmensos bosque de h a y a s , el día tocaba á
la mitad, y el sol, que hasta aquel momento se
había mantenido oculto, c o m e n z a b a á rasgar l a s
nubes brillando á intervalos por entre sueltos ji-
rones.

TOMO 111
14
L a verde y tupida hierba que t a p i z a b a el suelo,
rándola á penetrar con el entusiasmo del c r e y e n t e
la fresca sombra de los árboles, el murmullo de
en este maravilloso mundo de la l e y e n d a , donde
las a g u a s corrientes, el magnífico horizonte que se
c a d a roca debía hablarle de un prodigio de valor ó
d e s p l e g a b a ante mis ojos, la hora del día y el can-
de una aparición divina. N a d a h a c a m b i a d o aquí
sancio del camino, todo parecía combinarse p a r a
d e cuanto le impresionaba. A l l í está la llanura,
h a c e r m e comprender mejor la previsora solicitud
teatro de la sangrienta j o r n a d a , c u y a memoria,
de los que en siglos remotos habían colocado tan
prolongándose de siglo, en siglo, ha hecho famoso
delicioso lugar de descanso al término de un peno-
el nombre de estos lugares: allí el santuario, c u y a
so v i a j e .
vetusta torre descuella airosa por cima de los pun-
M e senté al pie de la c r u z , respiré á pleno pul- tiagudos tejados de pizarra de la población; á un
món el aire p u r o y sutil de la m o n t a ñ a , lleno de lado y otro se descubren las g i g a n t e s c a s rocas de
perfumes silvestres y de átomos de v i d a , dejé res- las cuales c a d a una lleva aún el nombre de un hé-
balar un m o m e n t o la incierta mirada por los dila- roe legendario: el Pirineo, con l a s ásperas vertien-
tados horizontes de v e r d u r a y de l u z que desde allí t e s , sus peñascosas faldas c u b i e r t a s de bosques de
se descubren, saqué un cigarro de la cartera de a b e t o s seculares y sus dentelladas crestas v e s t i d a s
v i a j e , lo encendí, y después de encendido c o m e n c é de eternas n i e v e s , se alza hoy como ayer sirvien-
á arrojar al aire b o c a n a d a s de h u m o . d o de mangnífico fondo al cuadro. E s t e es el R o n c e s -
E n este m o m e n t o me asaltó una idea e x t r a ñ a . valles de las caballerescas c r ó n i c a s ; este es el
H e aquí, dije, h a b l a n d o conmigo mismo, el punto Roncesvalles de las m a r a v i l o s a s tradiciones, este,
donde el piadoso romero, vestido de un b u r d o sa- en fin, el Roncesvalles de nuestros poetas de ro-
y a l y a p o y a d o en su tosco bordón, se prosternaba mancero. ¿ E n qué consiste, pues, que, á pesar de
poseído de hondo respeto á la vista del santuario, t o d o , al descubirlo hoy la imaginación se esfuer-
como los peregrinos del Oriente se prosternan aún z a en v a n o por considerar en torno s u y o esa at-
en la c i m a del monte que domina la ciudad santa: mósfera de entusiasmo y de fe que le d a b a todo su
las ideas guerreras y religiosas, el sentimiento de prestigio? ¿ P o r qué me fatigo e v o c a n d o recuerdos
la gloria nacional y de la fe, despertándose al eco d e los tiempos pasados p a r a tratar de sentir una
de un nombre que ha c o n s a g r a d o la tradición, lle- impresión grande y profunda mientras mis mira-
naban de piadoso recogimiento su a l m a , p r e p a - d a s v a g a n , á pesar m í o , de un punto á otro, dis-
b a r g a d o s de una profunda emoción, donde se e x a l -
traídas é indiferentes? N a d a ha c a m b i a d o a q u í d e t a b a su fantasía, donde se elevaba su espíritu y vi-
cuanto nos rodea, es v e r d a d ; pero hemos c a m b i a - braban sacudidas por el entusiasmo todas las fibras
do nosotros: he c a m b i a d o y o , que no v e n g o en d e l sentimiento, nosotros nos sentemos indiferentes,
alas de la fe vestido de un tosco sayal y pidiendo encendamos un cigarro y entornando los soñolien-
de puerta en puerta el pan de la peregrinación, á tos ojos, nos entretengamos en arrojar b o c a n a d a s
prosternarme en el dintel del santuario, ó á reco- d e humo al aire.
ger con respeto el polvo de la llanura, testigo del
E s t o diciendo, ó mejor dicho pensando, arrojé
sangriento combate, sino que, guiado por la fama,,
la punta del que había encendido y que ya comen-
y de la manera más c ó m o d a posible, llego h a s t a
z a b a á q u e m a r m e los dedos, sacudí las hojarascas
este último confín de la Península á satisfacer una
y la tierra que al tomar el suelo por asiento se ha-
curiosidad de artista ó un capricho de desocupado.
bían adherido á los faldones de mi levita, y un pa-
L a crítica histórica, esa incrédula hija del espí- s o tras otro emprendí el camino de la población.
ritu de nuestra época, nos h a infiltrado desde n i ñ o s
su petulante osadía, nos ha enseñado á s o n r e i m o s
de compasión al oir el relato de esas tradiciones,
II
que eran el brillante cimiento de nuestros a n a l e s
patrios, y desnudando uno por uno á nuestros hé-
roes nacionales de las espléndidas galas con que
R o | c e s v a l l e s tiene un aspecto original. S u s ca-
los vistiera la fantasía popular, e m p e ñ a n d o con su
s a s de forma irregular y pintoresca, con cubiertas
hálito de d u d a la brillante aureola que ceñía s u s
de pizarra puntiagudas, con pisos v o l a d o s al exte-
sienes y derribándolos del pedestal en q u e los co-
rior, torcidas escaleras que rodean los muros y d a n
locó la leyenda, nos h a mostrado su d e s c a r n a d a
paso á las galerías altas, barandales, postes y co-
armazón, s e m e j a n t e á un maniquí risible. E l l a nos
bertizos por donde se enredan, suben y caen las
h a truncado la historia, nos niega á B e r n a r d o del
p l a n t a s trepadoras en largos festones de verdura,
C a r p i ó , nos disputa al C i d , hasta h a puesto en
ofrecen, agrupándose en torno á la colegiata un
cuestión á Jesús... P e r o ¿ha c o n s e g u i d o del todo
conjunto de líneas y de color s u m a m e n t e extraño
su objeto ? N o lo sé. Por lo pronto h a c o n s e g u i d o
y pintoresco.
que aquí donde nuestros mayores se sentían e m -
L a colegiata es, si no el único, el m o n u m e n t o A n c h a s y obscuras losas sepulcrales señalan en
m á s notable de la población. S i n embargo, a n t e s el p a v i m e n t o el sitio donde duermen el eterno sue-
de penetrar en ella, visité la fuente que llaman d e ño de la muerte los religiosos y guerreros que bus-
la V i r g e n , m a n a n t i a l de agua fresca y purísima caron este lugar para su última morada. Recorrien-
que brota á corta distancia del porche del t e m p l o , do las sombrías n a v e s de la iglesia y oyendo las pi-
al pie de unos paredones derruidos y musgosos que sadas que repite el eco, prolongándolas por l a s
fueron parte del primitivo santuario. A c e r c a d e subterráneas bóvedas, antiguo panteón de los ca-
esta fuente y de la fundación de la antiquísima c a - nónigos, se recuerda el bellísimo verso en que dice
pilla, entre c u y a s ruinas se encuentra, refiere la Víctor Hugo:
tradición una de esas leyendas extraordinarias con
que la piedad de nuestros padres se c o m p l a c í a en Los sepulcros son las raíces del altar.
envolver el misterioso origen de sus m á s v e n e r a d a s
imágenes. E n el presbiterio, en una urna de jaspes, sobre
L a fundación de la colegiata es debida á D o n la cual se v e n sus estatuas, y a c e n juntos el f u n d a -
S a n c h o el F u e r t e , y su antigua fábrica conserva, dor D . S a n c h o el F u e r t e , de N a v a r r a , y su mujer
á pesar de las modificaciones que h a sufrido con el doña C l e m e n c i a . A un lado y otro del lucillo cuel-
transcurso de los tiempos, el severo y sencillo ca- gan aún dos trozos de la cadena que el valiente rey
rácter de las construcciones de su época. E n una g a n ó en la batalla de las N a v a s de T o l o s a .
de l a s n a v e s se encuentra la capilla de S a n P e d r o , L a sacristía, que es de construcción moderna,
muestra p u r a del estilo á que pertenece la iglesia, g u a r d a algunas antigüedades y pinturas de v e r d a -
y que parece haber servido de tipo á la l l a m a d a dero mérito. E n t r e las primeras, son notables v a -
Barbazana de la catedral de P a m p l o n a . E n el a l t a r rios efectos pertenecientes al pontifical del arzobis-
m a y o r se venera la milagrosa i m a g e n de la V i r g e n , po de R e i m s , aquel famoso T u r p í n , por c u e n t a del
que da nombre al santuario, la cual es de p l a t a , y cual Ariosto relató tantos absurdos en su célebre
se descubre al fulgor que penetra por las redondas poema. T a m p o c o dejan de ser notables las m a z a s
rosetas del t e m p l o , sentada sobre un trono del que la tradición asegura haber pertenecido á R o l -
mismo precioso metal, enriquecido de brillante pe- dán, y de las cuales la una es de hierro y la otra
drería. de bronce. E n otro tiempo se conservaban igual-
mente cálices de forma extraña y curiosa, que acu- de iglesia recepticia, el capítulo no cuenta con nú-
s a b a n la remota época á que pertenecían, y hoy mero fijo de canónigos, eligiendo sólo los que pue-
mismo pueden e x a m i n a r s e algunos relicarios dig- da mantener de sus rentas. E n la actualidad, aun-
nos de estima. L o s cuadros que merecen atención que pueden ser hasta doce, sólo existen seis. A s í
especial son, un tríptico pintado sobre tabla, que al prior como á los canónigos de este santuario,
p a r e c e pertenecer á la escuela holandesa, y repre- les distingue una particularidad de su traje. S o b r e
senta la Crucifixión en el centro, la predicación de la ropa talar obscura llevan una c r u z de terciopelo
Jesús á un lado, y el beso de Judas al otro, y una verde, en forma de espada, y al cüello una g r a n me-
S a c r a F a m i l i a , de escuela italiana, que recuerda dalla de o r o , a m b a s insignias de la orden militar
el estilo de Julio R o m a n o . de R o n c e s v a l l e s , á que p e r t e n e c e n , la c u a l t u v o
T a m b i é n merece visitarse el archivo donde se mesnada y pendón, levantó tropas y se hizo cargo
custodia el magnífico evangelario, sobre el cual de la defensa del castillo de Seguín, histórica for-
p r e s t a b a n - j u r a m e n t o los R e y e s de N a v a r r a al ce- t a l e z a que aún se mantenía en pie á fines del si-
ñirse la corona. E s t a obra de arte, pues tal califica- glo x v .
t i v o merece, es de plata sobredorada, con adornos C u a n d o después de haber e x a m i n a d o minucio-
de pedrería, y tiene en una de las c a r a s un C r u c i - s a m e n t e h a s t a los más obscuros rincones del tem-
fijo, y en la otra la i m a g e n del S a l v a d o r , sentado plo, penetré en el claustro, por entre c u y a s derrui-
sobre un trono, en medio de los cuatro e v a n g e - d a s a r c a d a s sube serpenteando la hiedra hasta co-
listas. ronar con un festón de h o j a s las extrañas figuras
L a R e a l C a s a y C o l e g i a t a de N u e s t r a Señora de de los capiteles, y c u y o anchuroso patio cubren las
R o n c e s v a l l e s está colocada b a j o la inmediata pro- altas y silenciosas hierbas que ondean c a l l a d a s al
tección de la silla apostólica, y es patronato de la soplo de la brisa de la t a r d e , sentí que una emo-
Corona, que en las v a c a n t e s nombra el prior. E s t e , ción profunda, y hasta entonces desconocida, agi-
que en otras épocas pertenecía de derecho al R e a l t a b a mi espíritu.
Consejo de S . M., se intitula, ignoramos por qué P o r el fondo de la iglesia a t r a v e s a b a en aquel
privilegios, g r a n abad de Colonia, y tiene uso de momento uno de los religiosos con su luenga c a p a
pontificales, con jurisdicción cuasi nullius, en el te- obscura, ornada con la histórica c r u z verde. S e a
rritorio que comprende su dominio. E n su c u a l i d a d prestigio de la imaginación, sea efecto del fantás-
tico cuadro en que la v i destacarse, aquella figura tre el vulgo. A su soplo se había d e s b a r a t a d o en
me trajo á la memoria no sé qué recuerdos confu- mi imaginación todo el fabuloso cielo de Carlo-
sos de siglos y de gentes que han p a s a d o ; genera- M a g n o , y la T a b l a R e d o n d a con sus D o c e P a r e s ,
ciones de las que sólo he visto un trasunto en las B e r n a r d o y Marsilio, D u r a n d a r t e y Roldán se ha-
severas estatuas que duermen inmóviles sobre l a s bían desvanecido como fantasmas fingidos por la
losas de sus tumbas; pero que entonces me pare- niebla, ante la luz del análisis filosófico. P e r o en
ció verlas levantarse como e v o c a d a s por un conju- aquel momento, ¿qué me importaba y a de la his-
ro para poblar aquellas ruinas. toria, si la historia era para mí él pueblo que re-
L a atmósfera de la tradición que aún se respira lata aún esta j o r n a d a con vivísimos colores y de-
allí en átomos impalpables, c o m e n z a b a á embria- talles sorprendentes; el romancero nacional, c u y o s
gar mi alma, cada v e z más dispuesta á sentir sin versos pintan l a s escenas con una v e r d a d y una
razonar, á creer sin discutir. valentía asombrosas?

B l a s o n a n d o está el francés
III contra el ejército hispano,
por v e r que cubren sus gentes
sierra, monte, c a m p o y llano.
A l caer la tarde salí de la población, con el ob-
jeto de dar una vuelta por los contornos y recorrer V a n los D o c e de la fama
la reducida llanura y los estrechos desfiladeros, con el v i e j o C a r i o - M a g n o ,
teatro de la f a m o s a rota de los franceses. haciendo alarde de reinos
A ú n me duraba la impresión recibida en el claus- que en poco tiempo han g a n a d o ;
tro del santuario; aún sentía abiertos los poros del los estandartes despliegan
a l m a y dispuesta la fantasía á exaltarse y á d a r de flores de lis bordados,
crédito á todo lo más extraordinario y maravilloso. diciendo que han de añadirles
L a historia crítica me había h a b l a d o en otra un castillo y un león b r a v o .
ocasión, desvaneciendo, una multitud de errores
que, á propósito de este hecho de armas, corre en-
E n el mismo punto en q u e este romance vino á
mi memoria, se ofrecieron á mis ojos las ásperas B a j o los montes muy alto
c u m b r e s que según la tradición o c u p a b a el ejército un azor vide volar,
francés. E l dentellado y fantástico perfil de aque- tras dél viene una aguililla
llas crestas, parece que fingen destacarse entre las que lo afincaba m u y mal.
nubes que el viento arremolina á su alrededor,
grupos de soldados armados de largas picas, es- E n efecto: trábase la lucha y el choque de las
tandartes que tremolan, c a s c o s bruñidos donde lla- armas, la estruendosa vocería de los c o m b a t i e n t e s
m e a el sol y c u y a s cimeras forman un bosque de y el a g u d o clamor de las trompetas ensordecen los
plumas. montes vecinos, c u y a s enormes c u e n c a s repercuten
D e una parte está C a r l o - M a g n o con su brillante de una en otra este rumor, como durante la tem-
cohorte de héroes, que h a engrandecido la leyen- pestad repercuten el trueno.
da; de la otra los vascones y los árabes, sus alia- E l sol comienza á trasponer las colinas que limi-
dos en esta j o r n a d a . R o l d á n en lo alto del monte tan la llanura por la parte del ocaso y aún dura la
a m e n a z a n d o c a e r sobre las huestes de sus enemi- refriega; pero y a la fortuna inclina la b a l a n z a en
g o s como una a v a l a n c h a ; B e r n a r d o en la llanura, contra del E m p e r a d o r ; unos tras otros, once de
esperando á pie firme su embate. R o l d á n tiene sus más ilustres capitanes han sucumbido; sólo so-
lleno el m u n d o con la f a m a de sus proezas; Ber- brevive R o l d á n en el lastimoso estado en que le
nardo es casi un guerrero desconocido fuera de los pinta el poeta:
límites de su país.
D o ñ a A l d a , la esposa del guerrero francés, v e A p a r t a d o del camino,
esta escena tal como yo me la representaba enton- por un valle m u y cerrado
c e s en la imaginación. v i venir un caballero
en un herido caballo;
U n sueño soñé, doncellas, de la sangre que le corre
que me h a d a d o g r a n pesar; d e j a un lastimoso rastro.
que me veía en un monte
en un desierto lugar.
L a noche cierra por último; R o l d á n expira al neo y ensordece los angostos valles, crean v e r en
abrigo de la peña que aún conserva su nombre; los jirones de niebla que flotan sobre los precipi-
C a r l o - M a g n o h u y e con los restos de su derrotado cios, ejércitos de blancos fantasmas que c o m b a t e n ,
ejército, mientras que aquellas b a n d e r a s con flores y piensen oir en el zumbido del viento y el fragor
de lis, á las que debían añadirles un castillo y un del trueno, el eco de la e n c a n t a d a trompa de R o l -
león, son arrastradas por los vencedores entre el dán que aún pide socorro en su agonía?
polvo, el cieno y la sangre del c a m p o de b a t a l l a .
A l reconstruir en la mente este fantástico cua-
dro, al ver con los ojos de mi imaginación cubier-
tos de cadáveres la llanura y los estrechos desfila-
deros q u e se ofrecían á mis ojos, no pude menos
de e x c l a m a r con el pueblo, repitiendo su r o m a n c e
f a v o r i t o , cuyos versos brotaron espontáneamente
de mis labios:

¡Mala la hubisteis, franceses,


en esa de Roncesvalles!
D o n Carlos perdió la honra,
murieron los D o c e P a r e s .

Y en el m o m e n t o en que esto decía, me h u b i e r a


y o á mi v e z reído del que osase poner en d u d a el
m á s insignificante detalle de esta e p o p e y a magní-
fica.
¿Qué e x t r a ñ o es, pues, si de tal modo impresio-
n a n los sitios que g u a r d a n la memoria de las tra-
diciones, que los habitantes de aquellas c o m a r c a s ,
c u a n d o la tempestad rueda por la falda del P i r i -
LAS DOS OLAS (!)

o h a c e m u c h o s días que entré en el estu-


dio de mi amigo C a s a d o á tiempo que d a b a
los últimos toques á un lienzo c u y o asun-
to llamó mi atención. Y digo asunto, porque aun
cuando visto á la ligera, podría decirse que en ri-
gor carecía de él, toda v e z que era sólo un retrato:
el sexo, la edad y la hermosura del tipo, junto al
carácter y la g r a n d e z a del fondo, f o r m a b a n cierto
contraste y armonía particular, de la que brotaba

(i) E s t e a r t í c u l o le escribió B e c q u e r en 1870, p a r a a c o m -


pañar un g r a b a d o en La Ilustración de Madrid, de la c u a l era
director. E l asunto no parecía ofrecer ningún interés literario;
él, sin embargo, p u s o al g r a b a d o un m a r c o de filigrana, q u é
esmaltan el sentimiento y la poesía. E s e m a r c o vale lo sufi-
ciente p a r a que nosotros j u z g u e m o s oportuno enriquecer c o n
él esta n u e v a edición. L a s c o n d i c i o n e s en que este artículo h a
sido escrito, manifiestan, q u i z á m á s q u e o t r o alguno, las f a -
cultades creadoras de Becquer.

TOMO 111 15
u n a idea. ¿Y qué m á s debe pedirse p a r a a s u n t o de B u e n R e t i r o , y en la fuente de las C u a t r o E s t a c i o -
u n a obra de arte? nes! ¿Y qué p o n d r í a m o s d e b a j o de la lámina? P o r -
L a mejor m u e s t r a de cortesía que puede d a r n o s que lo primero que necesita un g r a b a d o , c o m o un
u n pintor c u a n d o se entra en su estudio, es seguir libro ó una c o m e d i a , es un título: ¿ p o n d r í a m o s Re-
pintando. D e j a r la paleta y los pinceles, e q u i v a l e á trato de la sobrina del autor? ¡ E s t a r í a chistoso! E n el
decir al recién venido: «Acabe usted pronto, p o r q u e retrato de una persona sin i m p o r t a n c i a p a r a la g e -
t e n g o que continuar». n e r a l i d a d , sólo p u e d e apreciarse el p a r e c i d o ó las
C a s a d o prosiguió, pues, t r a b a j a n d o á mi l l e g a d a : c o n d i c i o n e s de la ejecución... L o primero es g r a v e
y o c o m e n c é á f u m a r , y c o m o n i n g u n a de las dos a s u n t o sólo p a r a l a familia; de la ejecución y el co-
o p e r a c i o n e s , p a r t i c u l a r m e n t e la mía, e s t o r b a b a el lor, ¿qué puede q u e d a r en las c o l u m n a s del perió-
h a b l a r , a u n q u e á retazos, c h a r l a m o s un poco de dico?
todo, h a s t a venir á dar en la frase que de a l g ú n — ¿ E s d e c i r - o b j e t é y o - q u e usted cree que un
t i e m p o á esta p a r t e es el eterno estribillo de mis retrato... este que t e n e m o s delante, no es más que
c o n v e r s a c i o n e s , siempre que acierto á e n c o n t r a r m e una f o t o g r a f í a i l u m i n a d a . . . y el arte no va m á s
con un escritor ó artista a m i g o : - ¿ C u á n d o n o s da allá?
usted a l g o para La Ilustración deMadrid? — N a d a menos que eso... c i e r t a m e n t e : el cariño
— C u a n d o usted q u i e r a - m e respondió C a s a d o ; q u e me inspiraba el modelo, la ternura de que es
— p e r o y a v e usted, a h o r a no t e n g o nada... es d e c i r , o b j e t o p a r a mí y los míos, a l g o p a r t i c u l a r que
n a d a á propósito. h a b í a en la atmósfera que lo r o d e a b a cuando
— ¡ A propósito!... P a r a un periódico del g é n e r o m a n c h é la tela en la p l a y a de B i a r r i t z t e n i e n d o el

d e l nuestro, es todo lo que t e n g a algún c a r á c t e r ar- m a r C a n t á b r i c o por fondo, a q u e l m a r c u y a s o l a s


v i e n e n de tan l e j o s - a c a s o de las r e m o t a s p l a y a s
tístico ó en algún m o d o p u e d a interesar al público...
e n que ella ha n a c i d o — ¿ q u é sé yo? una porción
por e j e m p l o ese retrato... ¿por qué no nos da usted
de c o s a s que p u d e sentir e n t o n c e s y recuerdo
e l dibujo?
ahora, c o n t r i b u y e n á que este retrato t e n g a a l g o
— ¡ D e este retrato!... ¡ E l retrato de una niña d e
especial p a r a mí, a l g o s e m e j a n t e al e c o de una idea
c u a t r o á cinco años... a d o r a d a , es cierto, de s u s pa-
c o n f u s a que n a d a determina, y á la que no obstan-
dres y su f a m i l i a , m u y c o n o c i d a . . . de su a y a y en
te responden vibraciones l e j a n a s de v a g o s senti-
los círculos que j u e g a n al alimón en el P a r t e r r e del
mientos... tal v e z de gozo... quizás de tristeza... pe- V a n d i k , nunca pregunto: ¿guardará s e m e j a n z a con
ro esto ¿quién más que yo puede sentirlo? el original? ¿Qué me importa? E s semejante á e s a s
— ¡ V a r a o s ! ¡ Y a apareció aquello!... H a y algo en mujeres que no he visto, pero que he soñado, y y a
esa figura, algo en ese fondo... ¿Y usted cree q u e me recuerdan una i m a g e n querida.
cuando tiembla ligeramente la mano del artista — P a r t i e n d o de esa base...
poseído de una idea ó de un sentimiento, no deja — E s indestructible—me apresuré á añadir, a t a -
el pincel un rastro propio, no acusan las líneas a l g o j á n d o l e el camino á fin de que no la destruyese, lo
particular, a l g o impalpable, indefinible, pero que c u a l , después de todo, no hubiera sido completa-
permanece palpitando allí como la estela de perfu- mente difícil; luego continué:
me y luz que deja tras sí una divinidad que ha des- — Y si consideramos la cuestión b a j o otro aspec-
aparecido; a l g o que nos dice «por aquí h a p a s a d o to, la silueta de una mujer que se destaca lige-
la inspiración?» ra y graciosa sobre la sábana de espuma del m a r
— C r e o , en efecto, que puede suceder así; pero e s y el dilatado horizonte del cielo, ¿qué sentimientos
cuando el artista se refiere á cosas de más impor- no despierta? ¿Cuánta poesía no tiene? U n a in-
tancia, á impresiones m á s hondas, á ideas más ge- m e n s i d a d que apenas basta á reflejar la o t r a , y
nerales y que pueden encontrar eco en todos. suspendidos entre ellas algo más pequeño y m á s
— ¿ Y quiere usted n a d a más general que las i d e a s g r a n d e á la vez, dos ojos de mirada dulce y pro-
que despierta esa figura? H a b l a usted del parecido: f u n d a , en cuyo fondo cabe la copia de los dos que
y o no sé si se parece al original; pero es h e r m o s a , allí se encienden y abrillantan, no y a con reflejos
y basta: seguramente se parece á alguien: y no y a de sol, sino con relámpagos de ideas... L a s rela-
á esta ó aquella persona que á mí espectador indi- ciones entre la mujer y la mar son infinitas. ¡Her-
ferente, me importan un ardite; se parece á ese mosa como el cielo, amarga como la muerte! dijo el pro-
ideal de belleza, del c u a l todos t e n e m o s . e l tipo y f e t a de la mujer. ¿Y quién no podrá decir lo mismo
el severo canon en el alma. ¿ H a y n a d a que sea de la mar? ¡Pérfida como la onda! añadió más tarde
m a n a n t i a l de ideas y sentimientos más i n a g o t a b l e el grán trágico inglés.
que lo simplemente bello? D i g o simplemente bello, — N o está eso mal h i l a d o , - i n t e r r u m p i ó el ar-
digo m a l lo que es bello lo es todo á la v e z . C u a n d o tista sonriéndose, cortándome el vuelo cuando y a
admiro el retrato de una mujer hermosa hecho por c o m e n z a b a á r e m o n t a r m e ; — y aún me parecía me-
j o r si se tratara, en efecto, de una mujer en c u y o s á morir... ¿quién sabe? ¡tal vez á una playa desier-
ojos h a y abismos y en c u y o corazón pueden presu- ta... á ahogar el último grito de dolor de un náu-
mirse tempestades; pero... ¡una niña de tres á c u a - frago!... Y en este mar de la humanidad, ¿qué es
tro años! el niño sino la ola que se l e v a n t a cantando para ir
— ¡ U n a n i ñ a ! ¿ Y qué importa eso? — proseguí al fin á estrellarse contra la piedra del sepulcro,
volviendo á la c a r g a sin d e s c o n c e r t a r m e ; — e n la c o m o contra la roca de la misteriosa playa de un
simiente está la flor con sus tallos flexibles, su fo- país desconocido?...
llaje de v e r d u r a , su cáliz lleno de miel y sus péta- — P e r o ¡por D i o s ! ¿ T o d o eso se ve en mi cua-
los irisados. E n la niña está la mujer, porque e s t á d r o ? N o , hombre, no; acaso lo verá usted, ó cree-
su espíritu. P o r v e n t u r a , al desenvolverse su orga- rá q u e lo ve, que e s lo más probable... pero los de-
nismo, ¿se e s c a p a uno y le infunde otro? N o : el más encontrarán aquí una muñeca grande que jue-
alma está allí, la misma que h a de arrostrar t a n t o s ga con un muñeco chico, et pas plus.
c o m b a t e s y estremecerse al contacto de tantas p a - — ¡ U n m u ñ e c o ! — e x c l a m é entonces fijándome
siones. Y después de todo, la niña, ¿qué es m á s en el lienzo objeto de nuestra conversación; y , en
que la ola que se levanta?... A l l á en el fondo, j u n - efecto, vi, cómo la niña, que tenía la mirada alta,
to á la arena blanca, surge una ola imperceptible, serena, dulce y al par dominadora, traía colgado
suspira apenas, como suspira la seda, y parece e l de un b r a z o y en una postura d e s c o y u n t a d a , risi-
ligero pliegue de una tela azul; esa ola que n a c e ble y lastimosa á la vez, un muñeco, una especie
ahí, se la puede seguir con la mirada al t r a v é s del de polichinela, del que no hacía más caso que el
O c é a n o , porque no se d e s h a c e , no; sube y b a j a suficiente para no dejarlo escapar de entre sus pe-
para volverse á levantar más lejos herida del sol, queñas garras de terciopelo rosa.
coronada de espuma y c a n t a n d o un himno sono-
L a observación comenzó por desconcertarme un
ro... P e r o es la misma; la misma que más allá aún,
poco, pero y o estaba decidido á obtener el dibujo.
salta y se rompe en polvo m e n u d o y brillante con-
— V e r d a d es que tiene ahí un muñeco en el cual
tra las rocas, por c u y o s flancos trepa rabiosa c o m o
no me había fijado, repuse articulando lentamente
una culebra que silba y se retuerce: la misma que
estas palabras, mientras revolvía con velocidad in-
c a n s a d a de luchar cae sombría y se lanza gimien-
creíble la imaginación buscando n u e v o s argumen-
do al través de la inmensidad de las aguas para ir
tos para mi tesis; p e r o . . . — a ñ a d í al cabo con cier-
to aire de t r i u n f o , — e s e muñeco mismo puede ser las más besan el que tienen sobre el regazo, y le
tema f e c u n d o , no y a de divagaciones poéticas, muestran aquella imagen simpática trazada sobre
sino de las más altas especulaciones filosóficas. A h í el papel.
está la mujer toda. H a s t a se h a hecho una frase de — E s a s dulces sensaciones responderán mejor al
la idea que representa el cuadro: «el hombre es ju- artista, proponiéndose despertarlas, merced á un
guete de la mujer», y es verdad; pobres polichine- asunto que no g u a r d e tan escondido el pensamiento.
las, el mundo p a r e c e estrecho á nuestras ambicio- C a s a d o se defendía h u y e n d o como los parthos;
nes: éste es un héroe, aquél un ingenio, el de más pero se defendía.
allá un gran c o r a z ó n ó un gran carácter: uno pe- Y o me aventuré á c a m b i a r rápidamente el plan
r o r a , otro p e l e a ; el de acá pinta, el de acullá es- de operaciones, aventurando el último ataque.
cribe; todos nos agitamos, y l u c h a m o s y algunos — C o n v e n i m o s en que usted me dará con g u s t o
v e n c e m o s , hasta que aparece al fin la mujer, esa un dibujo cualquiera para La Ilustración de Madrid;
mujer que h a y ó debe haber en el mundo, la sola p u e s bien, y o deseo que sea éste... y a no h a y cues-
c a p a z de hacerse dueña de cada hombre, y ceñidos tión de poesía y sentimiento... se acabaron las d i v a -
de nuestros laureles, cubiertos aún del polvo de la g a c i o n e s filosóficas y los discursos elevados; si es
l u c h a , nos agarra por cualquier parte y nos lleva modestia la de usted, ya no tiene excusa... E n nues-
tras sí como esa niña l l e v a el muñeco, sin que nos tro periódico ocupan lugar l a s modas... esta niña
quede otro recurso sino pedirle á D i o s que la pos- es distinguida y g u a p a ; su traje es al par elegante y
tura no sea del todo ridicula ó traiga un descoyun- sencillo. D e m e usted la copia á título de figurín.
tamiento demasiado g r a v e .
C a s a d o rompió á reír y me dijo:
— V a m o s , y a eso v a estando m á s al alcance de — V a y a por figurín... que me envíen la madera,
la g e n e r a l i d a d ; aunque así y t o d o , dudo mucho y esta semana tendrá usted el dibujo.
que se comprenda á primera vista.
— A los hombres se les ocurrirá desde luego.
— ¿ Y las m u j e r e s ? E l artista ha cumplido su p a l a b r a , y en las co-
— ¿ L a s mujeres? L a s m a d r e s ven siempre con l u m n a s de La Ilustración de Madrid habrán visto y a
delicia otros niños; á unas les recuerdan los ángeles nuestros habituales lectores el dibujo que hemos
q u e perdieron; otras suspiran por el que a g u a r d a n ; bautizado con el título de Las dos olas.
L O S DOS COMPADRES

ESTUDIO DE COSTUMBRES POPULARES DE ESPAÑA

(Dibujo de D. Valeriano D. Becquer).

A un poeta de la antigüedad lo decía con es-


tas ó semejantes palabras: «Ven^ a m i g o ,
hablaremos de largo y te daré á beber v i n o
del tiempo de los cónsules». E n todas las é p o c a s ,
la e m b r i a g u e z y la expansión han tenido por c u n a
el mismo tonel y han andado j u n t a s de la m a n o .
S i n g u l a r influencia de un poco de líquido que se
ingiere en el estómago del hombre! ¡Desarruga el
ceño del adusto, infunde osadía en el tímido, des-
arrolla las corrientes magnéticas de la simpatía
para con los extraños, abre de par en par las
puertas á los secretos del alma, rompe, en fin, el
hielo de la calculada reserva que se funde á su
dulce calor én cómicos apostrofes ó en lágrimas de vino es el ronquido formidable del Sileno griego.
grotesca ternura! E l alcohol h a legado á los hombres como un dón
E l j u g o de la vid tiene su e p o p e y a en los himnos funesto el ddivium tvemens.
de Anacreon, la poesía ha prestado á sus inspira- N o nos es fácil, pues, calcular todo el efecto que
ciones las alas de la oda en los espondeos de H o - haría en una r a z a n u e v a más tranquila, m á s fuer"
racio, las j á c a r a s de Q u e v e d o cantan sus picares- te, menos propensa á la exaltación, ese secreto y
cas travesuras entre las gentes de b a j a estofa, aún misterioso impulso que despierta la a c t i v i d a d de
en nuestro siglo brota espontanea la canción bá- las facultades, ese fluido que circulando con la san-
quica como la flor de la orgía. ¡Qué mucho que en gre comienza por aligerar su curso, aguijonear l a s
la antigüedad h a y a tenido adoradores de buena fe ideas perezosas y abrir los poros del alma á los sen-
un dios sin altar y sin culto! timientos y las emociones. C o n razón creyeron que
E n t r e nosotros, generación nerviosa é irritable sólo un D i o s podía haber hecho á los hombres tan
c u y a inquieta a c t i v i d a d sostiene la continua exal- a g r a d a b l e presente. ¡Evoe! ¡evoe! g r i t a b a n los sa-
tación del espíritu, el vino ejerce un muy diverso cerdotes invocando á B a c o . «Baja á nosotros», aña-
influjo del que debió ejercer entre los h o m b r e s de dían, apurando copa tras copa, y cuando la embria-
las edades primitivas. E m b r i a g a d o s casi desde el g u e z divina agitaba sus miembros, cuando el v a -
nacer, y a de un deseo, de una ambición ó una por del líquido subía á su c a b e z a , e x c l a m a b a n lle-
idea, constantemente sacudidos por emociones po- nos de místico alborozo: »El D i o s ha bajado».
derosas, el s u a v e impulso de un licor generoso se L a mano del tiempo h a derribado la divinidad,
h a c e apenas perceptible en el acelerado movimien- aunque no se ha perdido el culto. A l c a m b i a r de
to de nuestra sangre en el estado de fiebre que épocas, hemos despojado á sus adoradores del c a -
constituye nuestra a g i t a d a y febril existencia. P a r a rácter sagrado con que se revestían. D e s p u é s de
obviar á este defecto, h e m o s recurrido al alcohol. arrebatarle el tirso, la corona de p á m p a n o s y la piel
P e r o el alcohol es al vino lo que la c a r c a j a d a de tigre, hemos d e j a d o al sacerdote del antiguo
histérica de un demente e s á la rica, fresca y sono- templo en c u y o vestíbulo nació la tragedia clásica,
ra de una m u c h a c h a de quince años. E l uno es el convertido en el borracho v u l g a r que se desploma
entusiasmo, el otro es la locura; éste a p a g a la sed, á la puerta de la taberna.
aquél consume l a s entrañas. L a última palabra del
A pesar de todo, lejos del agitado círculo en que
bullen y se codean las ambiciones y los intereses, o c u p a n el primer término del cuadro, y que embe-

tari liantes in gurgite vasto, aún se encuentran a l g u n o s bidos en su plática sólo se interrumpen para dar

tipos que traen á la imaginación reminiscencias de e s p a c i o á sus repetidas libaciones. T i e n e el fondo

aquellas p a s a d a s glorias. algo de grande é imponente que recuerda el templo.


N o e s esa la borrachera que pasea por las calles
L o s que han estudiado con algún detenimiento
su escandalosa exaltación: no es esa la e m b r i a g u e z
las costumbres populares, así en nuestro país c o m o
q u e se desata en improperios, incita al crimen y
fuera de él, suelen mostrarse á menudo m a r a v i l l a -
se desploma en el arroyo para a c a b a r desvanecién-
dos de las singulares coincidencias que existen
dose en un sueño febril sobre la p a j a de un calabo-
entre las costumbres y los usos modernos de los
zo. R e i n a una p a z , se trasluce una unción tan pro-
habitantes de ciertas localidades y las de los pue-
fundas en el uno de sus héroes; rebosa en el otro,
blos más remotos de la antigüedad. Y efectiva-
aunque grotesco, un sentimentalismo tan propio de
mente, si con la diligencia y la condición de los
la chispa e x p a n s i v a , que entre los dos puede decir-
q u e se afanan en b u s c a de la ignota raíz de una
se que completan el ideal del bebedor clásico. Bas-
p a l a b r a , h a s t a que profundizando en las c a p a s pri-
ta fijarse en esa escena aislada de la eterna come-
m i t i v a s del l e n g u a j e humano, resulta al fin sáns-
dia popular para conocer el teatro de la acción, re-
crita ó caldea, se buscara la generación de ciertas
construir el prólogo y adivinar el desenlace.
ceremonias y hábitos, v e r í a m o s , persiguiéndolos
en sus modificaciones al través de los siglos, que L a amplia c a p a , el sombrero colosal y la fisono-
aparecía al fin enlazándose y como derivación mía característica del compadre g r a v e , denuncian
natural de ceremonias, c o s t u m b r e s y fiestas o l v i d a - al menos conocedor el tipo de un manchego.
d a s y a , ó de las que j u z g a m o s no queda el menor ¿Quién no reconoce en su alterego un labrador ara-
vestigio. Y una c o s a semejante sucede respecto á gonés? Son los representantes de las dos provin-
algunos tipos de las edades p a s a d a s c u y o s moldes cias m a d r e s del vino, que beben á pasto l a s ma-
parece que se rompieron después de vaciarlos. sas, del verdadero vino nacional, del que presta
genio y carácter propios al pueblo español. ¿Dón-
E l dibujo que me h a inspirado estas desaliñadas
de se haD conocido? ¿De qué fecha data su amis-
líneas justifica, h a s t a cierto punto, las anteriores
tad? ¿Por qué acaso se encuentran juntos? N o im-
observaciones. H a y algo de solemne y patriarcal
porta averiguarlo. Después que la c a m p a n a de la
en la actitud y el tipo de los dos personajes que
iglesia ha tocado á vísperas, al 'tiempo que el a l -
calde, el cura, el boticario y algún primer contri- y a regularidad y extraña apariencia traen á la
b u y e n t e de c a p a parda, arreglan los destinos del imaginación la memoria de esas ciudades de los
país midiendo con lentos pasos el pórtico; en t a n t o muertos, verdaderos tesoros científicos p a r a los
que las comadres del lugar j u e g a n al guiñóte ó al modernos sabios, que los egipcios tallaban en los
julepe próximas á la lumbre, donde hierve el es- penones de algún recóndito valle.
peso chocolate de la merienda; mientras las m o z a s U n o s cuantos escalones, naturales ó mal com-
bailan en la picota y los mozos j u e g a n á la barra puestos con ladrillo y a r g a m a s a , d a n p a s o al inte-
ó recorren las calles desgañitándose al c o m p á s d e rior de las bodegas, á las cuales se desciende casi
un guitarrillo destemplado, nuestros dos héroes se siempre á trompicones, deslumhrados por la súbita
presienten, se buscan, y después de encontrarse, transición de la claridad del cielo á las sombras
sin c a m b i a r una sola p a l a b r a , sin preceder siquie- que envuelven sus galerías. C u a n d o los ojos co-
ra algo semejante á la invitación del poeta latino, m i e n z a n á habituarse á la v a g a niebla que envuel-
como empujados por una fuerza sobrenatural, se v e aquel recinto, cuando la dudosa y a z u l a d a cla-
encaminan á las afueras de la población, si no á ridad que se abre p a s o á través de los respiraderos
beber v i n o del tiempo de los cónsules, á saborear resbalando sobre los muros, comienza gradual-
el contenido de una tinaja de lo añejo, c u y o z u m o mente á destacarlos del fondo, es difícil dar idea
tal v e z exprimió niño el que hoy lo consume an- con p a l a b r a s de los pintorescos contrastes de luz
ciano. de color y de líneas que ofrece el cuadro que se'
presenta á la vista. E n primer término, pipas, cu-
E n muchos pueblos de A r a g ó n , y particular-
b a s y tinajas colosales, c u y a gigantesca propor-
mente en la parte alta de la provincia, una senda
cion recuerda los restos de l a s construcciones ci-
que pasa costeando el lugar, se dirige en desigua-
clópeas, se levantan majestuosas formando g r u p o
les c u r v a s por entre las quiebras del monte h a s t a
con los artefactos y los útiles groseros de una in-
el punto que en la falda de éste ocupan las bode-
dustria que aún permanece entre nosotros en toda
g a s . S o c a v a d a s en la peña v i v a , recibiendo la l u z
su primitiva sencillez. P o r unos lados, la galería
por los a g u j e r o s p r a c t i c a d o s en el granito, el con-
abierta á pico deja ver las grietas de la roca y sus
j u n t o de ellas sólo ofrece á la v i s t a una serie de
robustos pilares; sus arcos chatos y robustos pare-
bocas abiertas en el corte vertical del terreno, CU-
ce que remedan el interior de los templos sub-

TOMO I I I
terráneos de Elefanta: por otros un madero, un
" ó n recorre todos los tonos de la escala de la pa-
pilar de adobes ó el tronco de una encina que sir-
sion. ¡Esta es la bebida sentimental y tierna "a
ve de puntal, revelan el carácter típico de su obra,
que abre como con una llave misteriosa'las
que no es, como suele decirse, de romanos ni
del corazón y saca á plaza sus más recónditos se
mucho menos. T a l es la que sirve de refugio á
nuestros dos compadres. L a muda admiración Ws ¡ T í a S ÍmP°SÍb,eS' ambÍCÍOnes
con que el huésped contempla la larga fila de ven- ores ignorados, extravíos de la pasión ó de la inte-
trudas tinajas que se prolonga hasta perderse ligencia! todo sale á luz, todo'se extiende á la v!s
degradándose entre las sombras del fondo, las res- ta como las baratijas de un buhonero en la tienda
petuosas ceremonias con que el anfitrión destapa ambulante de un baratillo Vo 1
v aviv^o , . a t l U o ' Y a l a s a n g r e enardecida
la más venerable á fin de preparar la ofrenda, el y a v i a d a con el acicate y el desorden del cerebro
silencio con que no y a en copa de cristal tallado,
en caña ó cubillo, sino en clásico puchero de barro, h ncha las venas por donde corre precipitada. E l
comienzan ambos á trasegar al estómago el reve-
XnasT, P T ^ k ChaqU6ta' t0ma
renciado líquido, dan á conocer que se sienten po- 11 r L Í 7 ' 7 ¡°h Pr°dÍgÍO d el a -altacidnf
llega hasta el punto de olvidar el puchero que rue-
seídos de toda la majestad del sitio en que se ha
par e^nr ^ haCi'nd°Se * deÍando -ca-
lian, de toda la grandeza del misterio que en ellas par el preciado jugo. Si B a c o sentado en el borde
de una tinaja como un dios de Homero sobre una
v a á operarse.
nube asistiese invisible á esta escena, sonreiría
L o s tragos menudean, el silencio se interrumpe
y la tagarnina comienza á delinearse con carácter ofrenda M ^ * P * f c m e de la
ofrenda, solo comparable á las que en otra edad
propio en cada uno de los actores.
le hacían sus sacerdotes derramando sobre el fuego
E n el uno se traduce el progresivo influjo del
del altar el líquido encerrado en las ánforas de oro.
mosto por medio de la animación siempre creciente.
6 ardientes profesiones de fe política! ¡qué
L a s palabras, primero lentas y entrecortadas, se su-
ceden y se eslabonan con rapidez maravillosa. L a proyectos para la regeneración de la patria! ¡qué
actitud, el gesto, la acción, se hacen más vivos y historias de agravios ó de satisfacciones, qué con-
acentuados; las ideas adquieren n u e v a lucidez y fidence de familia, todo ello revuelto y entremez-
se producen por medio de imágenes, la imagina- clado con vivas protestas de amistad, con vehe-
mentes apóstrofes de indignación ó patéticas ex-
tros héroes, pone punto al diálogo. E l anfitrión
clamaciones de ternura, á las que presta realce l a
c o n palabras balbucientes, anuncia que ha llegado
lágrima que humedece sus ojos enrojecidos por el
el momento de partir, y da un último abrazo á su
sentimiento y la bebida!
huésped, el cual después de un resoplido previo, se
Por desgracia ó fortuna para el sentimental l e v a n t a sobre sus enormes p i e s , firme y derecho
c o m p a d r e , t o d a s aquellas g a l a s oratorias, todas c o m o una columna. E l uno, un poco á g a t a s , otro
aquellas expansiones inconscientes, todo aquel te- poco agarrándose á las paredes, pero siempre dig-
soro de cariño de un a l m a que se abre á la e x p a n - no, vuelve á su hogar. E l otro, pausado y magní-
sión después de estar largo tiempo c o m p r i m i d a , se fico, llevando sobre sus hombros el peso de la chispa
pierden en el vacío. É l no sabe lo que se dice: en con el respeto y el orgullo con que un elefante lle-
c a m b i o su P í l a d e s t a m p o c o se da cuenta de lo q u e varía la tienda de oro y brocado de un rey persa,
oye. Majestuoso en su olímpica serenidad, á p l o m o s e encamina á su posada.
sobre su abultado vientre, envuelto en los anchos
M e d i a hora después de haberse separado a m b o s
pliegues de su c a p a como en una toga, permanece
c o m p a d r e s , duermen con el sueño de los j u s t o s .
inmóvil é imponente, s e m e j a n t e á aquellos sena-
dores romanos que al acercarse los bárbaros á
R o m a esperaban tranquilos la muerte sentados en
sus sillas curules.

E s t e es el v i n o solemne, el vino epopéyico del


que se emborracha, c o m o (dado caso que bebiese)
se emborracharía una esfinge. E m o c i ó n p r o f u n d a
que sólo se revela por raras i n t e r j e c c i o n e s , que
aunque tiene los ojos abiertos no ve, que aunque
finge prestar atención no oye, que está toda recon-
centrada en el interior del individuo, de c u y o estó-
m a g o se e l e v a lento hasta la c a b e z a el v a p o r del
vino como se eleva la nube del incienso del ara de
un altar...
L a noche que deja en profundas tinieblas á núes--
C A S T I L L O R E A L DE O L I T E

(NOTAS DE UN VIAJE POR N A V A R R A ) .

A ciudad de Olite, célebre en la historia de


N a v a r r a por haber tenido en ella asiento
algunos de sus reyes, está situada á la
margen derecha del Z i d a c o s y en una dilatada
llanura, que riegan y fecundan las aguas de este
río. T a l vez para mal de sus intereses materiales,
pero indudablemente para bien del artista que bus-
c a en los pueblos de la vieja E s p a ñ a rastros de
otros siglos y otras costumbres, la moderna civili-
zación no ha llevado aún la manía de las demoli-
ciones y las restauraciones á Olite; de modo que
todavía pueden admirarse algunos notables vesti-
gios de su esplendor pasado.
L a ciudad debe su origen á la época goda en
que la fundó Suintila, con el nombre de Ologito, U n a calle corta, obscura y formada por casas

pero de estos remotos tiempos, apenas se conserva desiguales y caprichosas, entre las que descollaban
algunas, cuya m a s a imponente y denegrida acusa-
más que la memoria del sitio que ocuparon algunos
b a su antigüedad, nos condujo á una gran plaza
muros; pues los restos que aún se señalan como
donde, según las indicaciones que traíamos, se de-
primitivos, no lo parecen.
bía de encontrar nuestro alojamiento. L a p o s a d a ,
L a invasión árabe la redujo á ruinas, y después
parador ó mesón donde al fin nos instalamos, á
de reconquistada, comenzó á Repoblarse á princi-
j u z g a r por la rápida y escudriñadora mirada que
pios del siglo x u , creciendo poco á poco en impor-
dirigimos á nuestro alrededor al traspasar sus um-
t a n c i a hasta llegar á ser asiento de los reyes nava-
brales, era una copia fiel de los históricos mesones
rros, y ver celebrar cortes importantes en su re-
q u e ya habíamos e x a m i n a d o en Castilla, y para
cinto.
c u y a descripción puede aún aprovecharse algún
L a ciudad de Olite, aunque pequeña, anuncia
párrafo de C e r v a n t e s . C o n tal escrupulosidad se
desde su e n t r a d a la importancia de que gozó en un
conservan en algunos puntos de E s p a ñ a , la tradi-
tiempo, y permite que se note á primera vista el
ción de estos establecimientos públicos.
carácter religioso y guerrero, q u e c a m p e a en sus
monumentos más célebres. C u a n d o llegamos á la N o obstante y en honor de la v e r d a d , debemos
población, la noche había cerrado por completo y decir que la c a m a y la cena sobrepujaron en bon-
l a s grandes m a s a s verticales de sus bastiones, que d a d á la triste idea que de antemano nos h a b í a m o s
se d e s t a c a b a n obscuros sobre el cielo estrellado y f o r m a d o de ellos, j u z g a n d o por el exterior del alo-
de un azul intenso, parecían los gigantes guardia- jamiento.
nes de la antigua é imponente puerta ojival que d a
p a s o á su recinto. A la luz de un pequeño farolillo, II
que colgaba delante de un retablo empotrado
en el grueso del muro, pudimos distinguir algunas
figuras típicas de jornaleros del país, que v o l v í a n A l día siguiente nuestro primer cuidado fué vi-
á sus hogares con los instrumentos de la labran- sitar el Castillo R e a l . L a fundación de este casti-
z a al hombro y que al entrar saludaban devota- llo ó su completa renovación data del primer tercio
mente á la imagen. d e l siglo xv, y se debe á D . C a r l o s I I I , de N a v a r r a ,
llamado el Noble, el cual tuvo de ordinario en él su chispas de fuego los acerados almetes; cuando el
residencia. H o y día es difícil determinar precisa- crepúsculo b a ñ a las ruinas en un tinte v i o l a d o y
mente la planta de esta obra, de la que sólo quedan misterioso, aún parece que la brisa de la tarde mur-
en pie muros aislados cubiertos de musgo y hiedra, mura una canción gimiendo entre los ángulos de la
torreones sueltos y algunos cimientos de fábrica Torre de los Trovadores; y en alguna gótica v e n t a n a ,
derruida, que en ciertos puntos permite adivinar en c u y o alféizar se balancea al soplo del aire la
la primitiva construcción, pero que en otros des- campanilla azul de una enredadera silvestre, se
aparecen sin dejar huella ostensible entre los es- cree v e r asomarse un instante y desaparecer una
combros y l a s altas hierbas que crecen á g r a n d e forma b l a n c a y ligera.
altura en sus c e g a d o s fosos y en sus extensos y A c a s o es un girón de la niebla que se desgarra
a b a n d o n a d o s patios. Sin e m b a r g o , la vista de en los dentellados muros del castillo, tal v e z su úl-
aquellos gigantes y grandiosos restos impresionan timo rayo de l u z que se desliza fugitivo sobre los
profundamente y por poca imaginación que se ten- calcinados sillares. ¿Pero quién nos impide soñar
g a , no puede menos de ofrecerse á la memoria al que es una mujer e n a m o r a d a , que aún v u e l v e á
contemplarlos, la imagen de la caballeresca época oir el eco de un cantar grato á su oído?
en que se levantaron. P a r a el soñador, para el poeta, suponen poco los
estragos del tiempo; lo que está caído se levanta,
U n a v e z la fantasía, templada á esta altura, fá-
lo que no ve lo adivina, lo que ha muerto lo saca
cilmente se reconstruyen los derruidos torreones,
del sepulcro y le m a n d a que ande, como C r i s t o á
se levantan como por encanto los muros, cruje el
Lázaro.
puente levadizo b a j o el herrado casco de los cor-
celes de la regia c a b a l g a t a , las a l m e n a s se coronan P a r a el arqueólogo no se conservan en el castillo
de ballesteros, en los silenciosos patios se v u e l v e á de Olite más que un determinado número de to-
oir la alegre algarabía de los licenciosos pajes, de rreones, cuadrados los unos y cilindricos los otros,
los rudos h o m b r e s de armas y de la gente m e n u d a que refuerzan exterior é interiormente el doble
del castillo que adiestran á volar á los azores, atrai- lienzo de muralla que aún se tiene en pie y algunas
llan los perros, ó enfrenan los caballos. C u a n d o el construcciones a i s l a d a s , enriquecidas de lujosos
sol brilla y perfila de oro las almenas, aún pa- ornamentos y que recuerdan al destacarse sobre
rece que se ven tremolar los estandartes y l a n z a r el cielo, el airoso perfil de los minaretes moriscos.
U n lienzo de dobles arcos ojivales, sostenido por
pretendía unir los dos pueblos ( O l i t e y T a f a l l a )
los estribos de un vano de medio punto que parece
con un pórtico ó portal continuado y t i r a d o desde
haber formado parte de una galería interior del
el uno hasta el otro.
palacio, se ostenta aún con toda su elegante esbel-
E s creencia v u l g a r en este país, que tal c a m i n o
tez hacia la parte de la torre l l a m a d a del home-
ha existido; pero lo cierto del c a s o p a r e c e ser, que
n a j e ; varios escudos esculpidos en berroqueña,
el R e y N a v a r r o murió sin llevar á cabo su e m p r e s a .
algunos ricos fragmentos mutilados y esparcidos
por el suelo, y restos de atauricado mudéjar, per- 11 de M a r z o de 1866.
tenecientes sin d u d a á la ornamentación de l a s
e s t a n c i a s , son mudos testimonios de la g r a n d e z a
de esta magnífica obra y curiosos e j e m p l a r e s del
estado de las artes en la época á que se debe la
fundación del castillo, que aún se conservaría en
buen estado, si durante la última guerra civil, un
célebre G e n e r a l no le hubiese entregado á l a s
llamas.

III

A n t e s de volvernos á la población y después de


haber arrojado una última y dolorosa mirada sobre
los imponentes restos del famoso castillo, nos diri-
gimos á S a n t a M a r í a la R e a l , iglesia que se en-
cuentra en l a s inmediaciones de estas r u i n a s , y
j u n t o á la c u a l se observan aún ciertos huecos y
e x c a v a c i o n e s que recuerdan el gran proyecto de
D o n C a r l o s I I I el Noble. E s t e rey, según M a r i a n a ,
EL CARNAVAL

AY gentes que tienen en la uña el almana-


que y saben en qué día preciso entran y
salen las estaciones, c a m b i a n l a s lunas y
c a e n tales ó cuales santos, éstas ó las otras fiestas.
Y o tengo la felicidad de olvidar fácilmente todo lo
q u e me importa poco, y como entre otras cosas se
encuentran en el número de éstas los detalles del
calendario, de aquí, que la m a y o r parte del año
estoy como los niños en el L i m b o , sin saber el día
ni la hora en que me encuentro.
P a r a mí es p r i m a v e r a cuando el aire t e m p l a d o
y s u a v e trae á mi oído armonías extrañas envuel-
tas en el perfume de las primeras flores, y otoño
c u a n d o al pasear por entre las largas a l a m e d a s el
ruido especial de las h o j a s amarillas, que crujen
b a j o mis pies, me llena el a l m a de un sentimiento
melancólico é indefinible. Si el viento de G u a d a - L a fiesta de T o d o s los S a n t o s se a p r o x i m a , digo
rrama me enrojece la p u n t a de la nariz, e x c l a m o entonces entre mí, los mercaderes de la muerte
endosándome el g a b á n de m á s abrigo: ¡Diantre, sin comienzan á sacar á luz la bisutería del dolor. E n
saber cómo ni por dónde, se nos h a entrado el in- otras ocasiones v a g a n d o al a z a r por las calles co-
vierno! Y si, por el contrario, el calor me o b l i g a á mienza á sorprenderme un espectáculo extraño.
aflojarme el nudo de la corbata, y a no me c a b e M e parece que entre las gentes que circulan á
d u d a de que el estío comienza á dorar las mieses mi alrededor y sobre las cuales arrojo á intervalos
y á tostar los hombres. una mirada distraída, se mezclan seres sobrenatu-
H a y , sin e m b a r g o , dos solemnidades ó fiestas ó rales y deformes, y de cuando en cuando v e o apa-
como se las quiera llamar, en el año, que nunca recer una cara de tafetán celeste que me mira con
p a s a n inadvertidas para mí, porque á s e m e j a n z a sus ojos huecos, una nariz colosal que me sale al
de l a s golondrinas que anuncian la estación tem- paso como cerrándome el camino, ó una c a b e z a
plada con su vuelta, las preceden ciertas señales fantástica que me h a c e ' v i s a j e s horribles desde el
características. E s t a s son el día de difuntos y el fondo obscuro de una tienda de tiroleses. A l notar
C a r n a v a l . N o sé precisamente en qué estación ni que aquellas visiones no son otra cosa que c a r e t a s
en qué mes; pero ello es que h a y un día en el año que en largos festones de m a m a r r a c h o s orlan la
que al p a r a r m e distraído delante de una de esas lu- entrada de los establecimientos públicos, e x c l a m o
j o s a s anaquelerías de la C a r r e r a de S a n Jerónimo, al fin, c a y e n d o en la cuenta del mes en que me en-
allí donde otras v e c e s me he detenido á contem- c u e n t r o : — Y a tenemos el C a r n a v a l en planta, los
plar uno de esos adornos de flores y de plumas traficantes de la locura comienzan á vender los pa-
destinado á ornar la espesa cabellera de una d a m a saportes de la despreocupación.
elegante y hermosa, y á besar con sus flotantes ca-
bos de cintas sueltas, su redonda espalda ó su seno
m a l encubierto por un e n c a j e finísimo, me encuen- II
tro con una corona de pálidas s i e m p r e v i v a s , en
cuyo centro y entre un diluvio de lágrimas de tal- L a época del C a r n a v a l ha pasado. E l c a r n a v a l
co, dice con letras de oro y dos colosales signos de parece que parodiaba en el mundo moderno la cos-
admiración: ¡A mi esposo! tumbre que en el antiguo permitía á los esclavos
TOMO III
en ciertos días del año j u g a r á los señores y tomarse
en un p a l c o de la Opera por entre las doradas v a -
con éstos todo género de libertades y aun de licen-
rillas de su abanico de plumas? ¿A qué no nos atre-
cias. E n la V e n e c i a de los tenebrosos Consejos,
v e r e m o s en el bullicio de la orgía, con la cara ta-
de los P a l o m o s y del puente de los Suspiros, en la
p a d a , que no nos h a y a m o s atrevido en el silencio
R o m a de l o s ' B o r g i a s , en cualquiera parte donde
d e l p e r f u m a d o boudoir con la cara descubierta? P a r a
el pueblo h a vivido sujeto por una mano de hierro á
desenvolverse, para conspirar ó para lanzarse ¿ne-
un poder más ó menos tiránico, se comprendía esta
cesita por ventura alguna idea del discreto antifaz
periódica explosión de libertad y de locura. L a po-
ó del misterioso dominó?
lítica y el amor pedían prestado su traje á A r l e q u í n ,
L a política y el amor han tirado ya los a n d a d o -
y al alegre ruido de los cascabeles del cetro del bu-
res; la R e v o l u c i ó n y el c a n c á n se pasean de la ma-
fón, urdían la t r a m a de su novela sangrienta ó sen-
no por la plaza y salones públicos: el C a r n a v a l no
timental. L a aparente rigidez de las costumbres,
tiene razón de ser, y sin e m b a r g o existe. C o m o las
el aislamiento del hogar, el carácter propio de la
wills, esas fantásticas apasionadas de la d a n z a , se
época, h a c í a n necesarias esas noches de luna ve-
levantan al filo de la media noche para bailar en
l a d a por nubes, de rostros ocultos con antifaces,
silenciosa ronda en derredor de los sepulcros, el
de a l g a z a r a popular y de misterios, en el C o r s o y
C a r n a v a l sale todos los años de su tumba envuelto
en R i a l t o .
en su haraposo sudario, h a c e media docena de pi-
E n este siglo de meetings y de comités, de T e a t r o ruetas en Capellanes, en el P r a d o y el C a n a l y des-
R e a l y de t e m p o r a d a de baños, en este siglo de pe- a p a r e c e . S u s escasos prosélitos se agitan durante
riódicos y de soirées, de Congreso y de F u e n t e Cas- esos días guiados por intereses distintos; para éstos
tellana, de paseos matinales y de conciertos noc- el C a r n a v a l es una cuestión de toilette; para aquéllos
turnos; en que durante el año c a d a cual es tan ex- una especulación; para los otros una borrachera
t r a v a g a n t e como le parece, se viste con el m a m a - c o n el derecho de pasearla al aire libre. V a m o s á
rracho que mejor se le antoja y hace en todos sen- decir no más que cuatro palabras sobre cada uno
t i d o s el m á s libre uso de su autonomía, ¿qué objeto de estos tres grupos en que pueden subdividirse los
tiene el C a r n a v a l ? ¿Qué nos dirá hoy una mujer q u e t o m a n aún parte en el C a r n a v a l de M a d r i d .
en el baile por d e b a j o de la flotante b a r b a de su
c a r e t a de raso, que no nos lo h a y a dicho otra ayer
bajas, delgadas y gordas, tienen que doblar la cer-
viz á su y u g o y conformarse con sus preceptos has-
ta que llega el C a r n a v a l .
III
E n t o n c e s la valla se rompe en mil pedazos. S e
dispone un baile de trajes en casa de la D u q u e s a
de C * * * ó de la Condesa de H * * * una legión de
L a aristocracia en sus bailes de buen tono comien-
modistas, peluqueros y doncellas de labor se pone
za por desterrar la careta, ó no permitirla hasta
sobre las armas, las c a j a s de márfil ó de ópalo del
cierta hora de la noche. H a s t a aquí la aristocracia
e l e g a n t e tocador dejan ver los tesoros de perlas y
es lógica. E n otras épocas, cuando todos se cono-
piedras preciosas que contienen; por los muelles
cían perfectamente y sabían hasta el abolengo d e
divanes caen descuidadamente tendidos los anchos
c a d a persona m e d i a n a m e n t e visible, era una gra-
pliegues de las más vistosas telas; el raso, el ter-
cia no conocerse en esta ocasión. H o y que todo se
ciopelo, el brocado de metales, la leve g a s a azul
ha mezclado en el B a b e l social, el verdadero chis-
s a l p i c a d a de puntos de oro y semejante al estre-
te consistiría en podernos conocer unos á otros si-
llado cielo de una noche de Estío. H a y libertad
quiera un par de días al año.
c o m p l e t a de elegir la falda: p u e d e ser larga ó corta,
Suprimida la careta, la idea filosófica que presi- según lo permita la misma: el descote alto ó bajo
de á la fiesta del C a r n a v a l cae por su base y queda en razón á la esteología de los hombros: el pelo
reducida á un pretexto. S e trata de conceder m á s e m p o l v a d o ó al natural, con arreglo al color de la
libertad á la modista en un momento dado, de en- tez. E l oro, los diamantes, el tisú, las plumas y las
sanchar e! círculo de los caprichos de la toilette, de perlas en montón, que otro día pudieran parecer
poderse permitir combinaciones de telas, colores, ridicula exhibición de riquezas, parecen entonces
j o y a s y adornos velados en otra ocasión por las in- c o m o artículos necesarios. E l C a r n a v a l ha abierto
flexibles leyes de la moda. Considerando la cues- las c o m p u e r t a s de la. vanidad, y el lujo y el ca-
tión b a j o este aspecto, podría decirse que aunque pricho pueden por un momento derramarse en
en pormenores, el C a r n a v a l llena aquí su objeto. oleadas de luz y de oro, de diamantes y de seda,
L a moda es una tiranía, prescribe el color, la for- de g a s a y de flores por el aristocrático salón del
ma y las dimensiones del traje de nuestras d a m a s . baile.
R u b i a s y pelinegras, morenas y blancas, altas y
Y á esto queda reducido el C a r n a v a l en el d o r a -
polvo y de m i a s m a s mefíticos, con el estómago
do círculo de la sociedad elegante: A una vistosa
a y u n o y el pensamiento puesto en el todavía pro-
m a j a d e r í a . A renglón seguido nos sale al paso ves-
blemático beesteak con patatas, toda esa turba de
tido de tafetanes mugrientos, de percalina roja,
gentes que se mueve alrededor del C a r n a v a l como
cintas a j a d a s y de falsos oropeles, la turba de más-
en torno á un negocio, más que otra cosa inspira
c a r a s que durante el día llena las calles de discor-
compasión. N i su música divierte, ni su d a n z a fas-
des músicas, y á la noche, d e j a n d o desiertas l a s
cina, si sus bromas agradan. C o m o la nota pedal
bohardillas y los sotabancos de Madrid, corre fre-
del piano en una atronadora sinfonía, en el fondo
nética de P a u l á Capellanes, de la E s m e r a l d a á la
de toda esa a l g a z a r a , esa animación y ese bullicio,
L i r a de Oro. Y he a q u í al pobre C a r n a v a l sirvien-
se o y e monotona y constante una palabra que en
do de pretexto y t a p a d e r a . T a l estudiante de v e t e -
v a n o trata de disfrazarse: /Miseria! L a careta en
rinaria que no se creería con valor para coger una
estas ocasiones es como la placa de metal, y el nú-
guitarra y sentarse á la puerta de una iglesia en
mero que autoriza á implorar la caridad pública,
los tiempos normales, llega el C a r n a v a l y se a b r a -
sin temor de ser l l e v a d a á S a n Bernardino. Pero
za á un figle monstruoso, y pide limosna á t r o m -
dejemos los aristocráticos salones donde el lujo mo-
petazos. T a l otra deidad que ayer desplegaría por
derno realiza los prodigios de las mil y una noches;
aparato, una serie de resistencias y n e g a t i v a s en
dejemos las calles de la villa del O s o por donde dis-
el dintel del a m b i g ú de Capellanes, hoy á falta de-
curren amenazando el bolsillo las m a s c a r a d a s pedi-
otra cosa, aceptará en P a u l un panecillo y un chi-
güeñas y el ambigú de Capellanes, donde las a j a d a s
co de cariñena. E s o s infelices que, mustios y f a t i -
bailarinas y sus estimadas é inverosímiles madres,
g a d o s se estacionan en las esquinas vestidos de
en presencia de un helado ó un pastel, suspiran y
pajecillos ó de marineros y tienden la pandereta
sienten que no haya en la lista puchero; dejemos^
á los balcones, no b u s c a n d o una sonrisa, una flor
en fin el P r a d o , teatro de las gracias de los ton-
ó un furtivo y p e r f u m a d o billete de una hermosa,,
tos con diploma que se pasean vestidos de mujer
sino una pieza de veinticinco céntimos;, esas po-
con cierta coquetería, y trasladémonos á la prade-
bres mujeres que han escatimado de su más que-
ra del C a n a l . U n a larga fila de gentes que se en-
frugal almuerzo la media docena de reales del al-
rosca por entre los raquíticos árboles del paseo, lla-
quiler del dominó y bailan entre una atmósfera d&
m a d o irónicamente, sin duda, de las Delicias, nos
EL CARNAVAL 269

e n c a m i n a r á al punto á que acuden como citados ginal. E l C a r n a v a l de la P r a d e r a , es, si no una no-


por un edicto oficial los tradicionales a c o m p a ñ a - che, un verdadero día de W a l p u r g i s , con sus som-
mientos del famoso entierro de la sardina, y a pertene- bras infernales', sus visiones horribles, sus carcaja-
ciente á la historia. E l Rastro parece que se ha sa- das estridentes, su confuso vocear, su abigarrado
lido de madre, y desbordando por las calles v e c i n a s conjunto y su confusión indecibles. B a c o en otro
á los portillos de la R o n d a , inunda la pradera con tiempo no recorriera con más gusto la India en su
un océano de telas mugrientas, t r a j e s haraposos, carro de triunfador, que h o y pasean en el C a r n a -
guiñapos y objetos sin forma, color ni nombre, que val su tirso de pámpanos por entre estos animados
aún conservan la señal del g a n c h o del trapero, grupos que le rinden adoración con sus frecuentes
como la etiqueta del almacén de donde proceden. libaciones. Sileno creería encontrarse en un coro
E s t o es lo más inconsciente que forma bulto en de monjes, si las antiguas bacantes resucitaran
todas las grandes fiestas, los c o m p a r s a s obligados p a r a ocupar el lugar de los vinosos que allí le cir-
de las romerías y las solemnidades. A q u í el turco cundan.
indispensable, aquí la cantinera, a q u í el que lla-
T a l es el C a r n a v a l en Madrid. A s í revolcándose
m a al higuí; y los m a m a r r a c h o s de toda especie cir-
entre el l é g a m o de la v a n i d a d las necesidades y el
culan, y se agitan, v a n y vienen, riñen y se a b r a -
v i n o , agoniza en medio de la atmósfera del si-
z a n , corren ó se revuelven en el más a m a b l e des-
glo xix por falta de aire que purifique sus pulmones,
orden. L o s felpudos, las esteras viejas, el lienzo de
el C a r n a v a l de la tradición y de la historia. D e r r a -
embalar y el papel, son las telas más á la última en
m e m o s una lágrima á la cabecera de su lecho de
esta grotesca d a n z a , donde en v e z de dijes de oro,
muerte, y preparémonos á poner el inútil antifaz y
plumas de color y piedras de brillantes, lucen cace-
el cetro de cascabeles sobre su tumba.
rolas y aventadores, escobas y aceiteras, ristras de
ajos y sartas de arenques. E l ambigú se halla esta- 1 1 d e F e b r e r o d e 1866.
blecido al aire libre, el e s c a b e c h e abunda, la lon-
g a n i z a frita no escasea, los callos son el plato de
e n t r a d a de rigor, el vino se vende en los propios
carros que lo han traído de las llanuras m a n c h e -
gas, y se traslada al estómago desde el pellejo ori-
A CASTA

|u aliento es el aliento de las flores,


T u v o z es de los cisnes la armonía;
E s tu mirada el esplendor del día
Y el color de la rosa es tu color.
T ú prestas n u e v a v i d a y esperanza
A un corazón para el amor y a muerto,
T ú creces de mi v i d a en el desierto
C o m o crece en un páramo la flor.

AMOR E T E R N O

ODRÁ nublarse el sol eternamente;


P o d r á secarse en un instante el mar;:
P o d r á romperse el e j e de la tierra
C o m o un débil cristal.
¡ T o d o sucederá! P o d r á la muerte
C u b r i r m e con su fúnebre crespón,
P e r o j a m á s en mí podrá apagarse
L a llama de tu amor.
POESIA INÉDITA

s un sueño la v i d a ,
P e r o un sueño febril que dura un punto
C u a n d o de él se despierta,
S e v e que todo es v a n i d a d y humo...
¡Ojalá fuera ün sueño
M u y largo y muy profundo;
U n sueño que durara hasta la muerte!...
Y o soñaría con mi amor y el tuyo.

LA NOCHE DE D I F U N T O S
fi
t
crepúsculo de un día de Otoño brumoso
y triste, sucede la noche fría y obscura.
D u r a n t e algunas horas, parece que se h a
a p a g a d o el continuo hervidero de la población.
U n a s cerca, otras lejos, éstas con un acento gra-
v e y compasado, aquéllas con una vibración a g u d a
y temblorosa, las c a m p a n a s voltean l a n z a n d o al
aire sus notas de metal, que y a flotan y se confun-
den entre sí, y a se dilatan y se pierden p a r a d e j a r
lugar á una nueva lluvia de sonidos que se derrama
continuamente de las anchas b o c a s de bronce, como
de una fuente de armonías inagotable.
D i c e n que la alegría es contagiosa; pero y o creo
que la tristeza lo es mucho más. H a y espíritus me-
lancólicos que logran sustraerse á la e m b r i a g u e z
TOMO 111 18
de g o z o q u e traen en su atmósfera las grandes fies-
un tono propio y expresa un sentimiento e s p e c i a l ;
tas populares. C o n dificultad, se encontrará uno
creo, en fin, que después de prestar por algún tiem-
que consiga mantenerse indiferente al helado con-
po profunda atención al discorde conjunto de los
t a c t o de la atmósfera del dolor, si ésta viene á bus-
sonidos, graves ó agudos, sordos ó metálicos que
carnos h a s t a el fondo de nuestro hogar, en la fati-
e x h a l a n , logro sorprender palabras misteriosas que
gosa y lenta vibración de la c a m p a n a que parece
palpitan en el aire envueltas en sus prolongadas
una v o z que llora y nos relata sus cuitas al oído.
vibraciones.
Y o no puedo oir sonar l a s c a m p a n a s aunque
E s t a s p a l a b r a s sin hilación, sin sentido, que flo-
repiquen volteando alegres como anuncio de una
tan en el espacio a c o m p a ñ a d a s de suspiros apenas
fiesta, sin que se apodere de mi a l m a un senti-
perceptibles y de largos sollozos, comienzan á re-
miento de tristeza i n e x p l i c a b l e é involuntario: por
unirse unas con otras como se reúnen al despertar
fortuna ó por desgracia en las grandes capitales,
las v a g a s ideas de un sueño, y y a reunidas forman
el confuso murmullo de la m u c h e d u m b r e que se agi-
un inmenso y doloroso poema, en el que c a d a cam-
ta en todos sentidos, presa del ruidoso vértigo de la
p a n a canta su estrofa, y todas j u n t a s interpretan
actividad, ahoga de ordinario su clamor h a s t a el
por medio de sonidos simbólicos el pensamiento
punto de hacer creer que no existen. A mí al m e n o s
q u e hierve callado en el cerebro de los que oyen su-
me parece que la .noche de difuntos, única del año
midos en profunda meditación.
en que las oigo, las torres de las iglesias de M a d r i d
recobran la v o z merced á un prodigio, rompiendo U n a c a m p a n a de v o z hueca y asordadora que
sólo durante algunas horas su largo silencio. B i e n se balancea gravemente en lo alto de la torre con
sea que la imaginación predispuesta á los pensa- ceremoniosa lentitud, q u e parece que lleva un rit-
mientos meláncolicos a y u d e á prestarle aparien- mo matemático y se m u e v e por medio de algún per-
cias, bien que la n o v e d a d de los sonidos me hiera fecto mecanismo, dice sonando a j u s t a d a por puntos
más profundamente, siempre que percibo en las al ritual:
ráfagas del viento las notas sueltas de esa armonía, — «Yo soy ruido v a n o que desvanece sin hacer
se opera en mis sentidos un extraño fenómeno. vibrar una sola de las infinitas cuerdas del senti-
C r e o reconocer una por una las diferentes v o c e s miento en el corazón del hombre; y o no tengo en
de las c a m p a n a s ; creo que c a d a cual de ellas tiene mis ecos ni sollozos ni suspiros; y o desempeño co-
rrectamente mi parte en la lúgubre y aérea sinfonía
28o GUSTAVO A. BECQUER LA NOCHE DE DIFUNTOS 28I

del dolor, sin que mis sonoros golpes se retarden u n o por uno sus nombres, títulos y condecoracio-
ó se anticipen un solo segundo; y o soy la c a m p a n a nes; acaso esta nueva fórmula serviría de bálsamo
de la parroquia, la c a m p a n a oficial de las h o n r a s á sus familias.»
fúnebres. Mi v o z pregona el duelo de etiqueta; mi C u a n d o el a c o m p a s a d o martilleo de la g r a v e
v o z llora desde lo alto del campanario contando á c a m p a n a cesa un instante y su eco lejano se con-
la vecindad la desgracia á gritos; mi v o z , que g i m e f u n d e y se pierde entre la nube de notas que lleva
á tanto por sollozo, e v i t a al rico heredero y á la jo- e l viento, c o m i e n z a á percibirse el tañido triste, de-
v e n viuda otros cuidados que el de las formalidades s i g u a l y agudo de un pequeño esquilón.
de la lectura del testamento ó el e n c a r g o de los ele- — «Yo soy, dice, la v o z que canta y que llora las
gantes lutos.» a l e g r í a s ó los pesares del lugar que domino desde
»A mi sonido salen de su m a r a s m o los industria- mi espadaña: y o soy la humilde c a m p a n a de la al-
les de la muerte; el carpintero se apresura á galo- d e a , la que llama con plegarias ardientes el agua
near de oro el más confortable de sus ataúdes; el del cielo sobre los agostados c a m p o s , la que ahu-
marmolista golpea el cincel buscando una n u e v a y e n t a las tempestades con sus piadosos conjuros,
alegoría para el ostentoso sepulcro; hasta los c a b a - la que voltea trémula de emoción y pide socorro á
llos del grotesco carro, teatro del último triunfo de gritos cuando el fuego devora las mieses.»
la v a n i d a d , sacuden engreídos sus antiguos pena- »Yo soy la v o z a m i g a que da al pobre su último
chos de plumas de color de ala de mosca, en tanto adiós; y o soy el gemido que a h o g a el dolor en la
que los pilares del templo se revisten de b a y e t a s g a r g a n t a del huérfano y que sube en las a l a d a s no-
negras, se alza en el crucero el túmulo tradicional t a s de la c a m p a n a hasta el trono del padre de las
y el maestro de capilla e n s a y a en el violín un nue- misericordias.»
vo Dies ir ce para su última misa de Requiem.» »Al escuchar mi tañido, brota involuntariamente
»Yo soy el dolor de las lágrimas de talco, de l a s u n a oración del labio y mi último eco v a á espirar
flores de papel y los dísticos en letras de oro.» a l borde de las fosas escondidas llevado por el aire
»Hoy me toca conmemorar á mis conciudadanos, q u e parece rezar en voz b a j a agitando las altas yer-
á los ilustres difuntos por quienes oficialmente llo- bas que las cubren.»
ro, y sólo siento, al hacerlo con toda la pompa y el »Yo soy el llanto que escalda l a s mejillas, y o soy
ruido que conviene á su condición, no poder decir el sentimiento que seca la fuente de las lágrimas,
282 GUSTAVO A. BECQUER
LA NOCHE DE DIFUNTOS
283

yo soy la angustia que oprime el corazón como con gos, de los vestiglos y las monstruosas esfinges q u e
una mano de hierro, y o soy el supremo dolor, el trepan por entre las revueltas h o j a s de piedra á lo
dolor del desamparo y de la miseria.» largo de las a g u j a s de las torres; yo soy la fantás-
«Hoy lloro por esa multitud sin nombre que p a s a tica c a m p a n a de la tradición y la l e y e n d a que vol-
ignorada por la v i d a sin dejar más huella en pos tea sólo en la noche de difuntos tañida por una
de sí que el ancho reguero de sudor y de l á g r i m a s mano invisible.»
q u e señala su camino; hoy lloro por los que duer-
«Yo soy la c a m p a n a de los cuentos medrosos, d e
men olvidados en la tierra sin otro monumento las historias de los aparecidos y de las a l m a s en
que una tosca cruz de palo que casi ocultan las pena; c a m p a n a c u y a vibración indescriptible y ex-
ortigas y cardos silvestres, pero entre c u y a s h o j a s traña sólo encuentra eco en las imaginaciones ar-
descuellan esas humildes flores de pétalo amarillo dientes.»
q u e los ángeles dejan del halda sobre la fosa de
«A mi voz, los caballeros armados de todas a r m a s
los justos.
se l e v a n t a n de sus góticos sepulcros, los m o n j e s
E l eco de la esquila se v a debilitando poco á po- salen de las obscuras b ó v e d a s en que duermen el
co, hasta perderse entre el torbellino de notas, por último sueno al pie de los altares de su abadía, y
cima del c u a l se destacan los sordos y c a s c a d o s los camposantos abren de par en par sus puertas
golpes de una de esas g i g a n t e s c a s c a m p a n a s que p a r a dejar paso al tropel de amarillos esqueletos
hacen que se estremezcan al sonar, hasta los hon- que acuden presurosos á d a n z a r en vertiginosa ron-
dos cimientos de las a n t i g u a s catedrales góticas en da en torno al puntiagudo chapitel que me cobija.»
c u y a torre se las v e suspendidas.
«Cuando mi imponente clamor sorprende á la
— « Y o soy, dice la c a m p a n a con su medroso y es- crédula v i e j a al pie del antiguo retablo c u y a s luces
tentóreo acento; la v o z de la gigante mole de pie- cuida, cree ver por un momento las ánimas del
dra que p a r a asombro de los siglos alzaron tus ma- cuadro danzar entre las l l a m a s de bermellón y ocre
yores: yo soy la v o z misteriosa, familiar á las vír- al escaso resplandor del moribundo farolillo.»
genes de largo brial, á los ángeles, los reyes y los
«Cuando mis sordas vibraciones a c o m p a ñ a n el
profetas de piedra que velan de noche y de día á
monotono relato de la antigua conseja que escu-
la puerta del templo envueltos en las sombras de
c h a n absortos los chicos agrupados j u n t o al hogar,
sus arcadas; y o soy la v o z de los deformes endria-
l a s lenguas de fuego rojas y azules que se deslizan
á lo largo de los encendidos troncos, y las chispas
de luz que saltan sobre el fondo obscuro de la c o -
cina, se le antojan espíritus que voltean en el aire,
y el rumor del viento que estremece l a s puertas,
obra de las ánimas que llaman en los e m p l o m a d o s
vidrios de la v e n t a n a con el d e s c a r n a d o nudillo de
sus manos de huesos.»
«Yo soy la c a m p a n a que pide á D i o s por las al-
INDICE DEL TOMO TERCERO
m a s precitas; y o soy la v o z del terror supersticioso;
y o no h a g o llorar, pero erizo el cabello, y llevo el
frío del espanto h a s t a la médula de los huesos del
que me oye.»
ARTICULOS VARIOS
A s í u n a s tras otras, ó todas á la v e z , l a s c a m p a -
Págs.
n a s v a n sonando, ora como el tema melódico que
L a Pereza 7
se destaca sobre el conjunto de la orquesta en una
E l A d e r e z o de E s m e r a l d a s 15
sinfonía gigante; ora como en un fantástico que se L a s Perlas 27
prolonga y se aleja dilatándose en el viento L a V e n t a de los G a t o s 37
U n drama (hojas a r r a n c a d a s de un libro de memorias] 57
R e c u e r d o s de un v i a j e artístico. — L a B a s í l i c a de S a n
ta L e o c a d i a 69
L a l u z del día y los rumores que se e l e v a n del C a r t a s literarias á u n a mujer, 85
P r ó l o g o escrito por el autor p a r a la colección de c a n
seno de la población á par de la luz, pueden tan
tares de A u g u s t o F e r r á n y F o r n i é s . — L a S o l e d a d . . 109
sólo disipar los extraños engendros de la mente y el Pensamientos 127
lúgubre y pertinaz tañido de las c a m p a n a s , que aun
á t r a v é s del sueño, se perciben como en una fati- RIMAS
g o s a pesadilla durante la eterna noche ele difuntos.
Ci- I Y o sé un h i m n o gigante 135
II S a e t a que voladora 136
III Sacudimiento extraño. 137
FIN DEL TOMO TERCERO Y ÚLTIMO
IV........ N o d i g á i s que agotado su tesoro. 140
V E s p í r i t u sin n o m b r e 142
á lo largo de los encendidos troncos, y las chispas
de luz que saltan sobre el fondo obscuro de la c o -
cina, se le antojan espíritus que voltean en el aire,
y el rumor del viento que estremece l a s puertas,
obra de las ánimas que llaman en los e m p l o m a d o s
vidrios de la v e n t a n a con el d e s c a r n a d o nudillo de
sus manos de huesos.»
«Yo soy la c a m p a n a que pide á D i o s por las al-
INDICE DEL TOMO TERCERO
m a s precitas; y o soy la v o z del terror supersticioso;
y o no h a g o llorar, pero erizo el cabello, y llevo el
frío del espanto h a s t a la médula de los huesos del
que me oye.»
ARTICULOS VARIOS
A s í u n a s tras otras, ó todas á la v e z , l a s c a m p a -
Págs.
n a s v a n sonando, ora como el tema melódico que
L a Pereza 7
se destaca sobre el conjunto de la orquesta en una
E l A d e r e z o de E s m e r a l d a s 15
sinfonía gigante; ora como en un fantástico que se L a s Perlas 27
prolonga y se aleja dilatándose en el viento L a V e n t a de los G a t o s 37
U n drama (hojas a r r a n c a d a s de un libro de memorias] 57
R e c u e r d o s de un v i a j e artístico. — L a B a s í l i c a de S a n
ta L e o c a d i a 69
L a l u z del día y los rumores que se e l e v a n del C a r t a s literarias á u n a mujer, 85
P r ó l o g o escrito por el autor p a r a la colección de c a n
seno de la población á par de la luz, pueden tan
tares de A u g u s t o F e r r á n y F o r n i é s . — L a S o l e d a d . . 109
sólo disipar los extraños engendros de la mente y el Pensamientos 127
lúgubre y pertinaz tañido de las c a m p a n a s , que aun
á t r a v é s del sueño, se perciben como en una fati- RIMAS
g o s a pesadilla durante la eterna noche ele difuntos.
Ci- I Y o sé un h i m n o gigante 135
II S a e t a que voladora 136
III Sacudimiento extraño. 137
FIN DEL TOMO TERCERO Y ÚLTIMO
IV........ N o d i g á i s que agotado su tesoro. 140
V E s p í r i t u sin n o m b r e 142
286 ÍNDICE INDICE 287

Págs. Pigs.

V I C o m o la brisa q u e la sangre orea 145 XLI T ú e r a s el h u r a c á n , y y o la alta 177


Del salón en el ángulo obscuro 146 XLII C u a n d o me lo contaron sentí el frío 177
V I 1 1 C u a n d o miro el a z u l horizonte 146 XLIII. ... D e j é l a luz á un lado, y en el b o r d e 178
I x B e s a el a u r a que g i m e b l a n d a m e n t e 147 XLIV.... C o m o e n un libro abierto iyg
x L o s invisibles á t o m o s del aire 148 XLV E n la c l a v e del a r c o mal seguro 179
XI Y o soy ardiente, y o soy morena 148 XLVI.... M e ha h e r i d o recatándose en las som-
X I I P o r q u e son, niña, tus ojos I50 bras r 80
X I I I T u p u p i l a es a z u l , y c u a n d o ríes 153 XLVII... Y o me he a s o m a d o á las profunda's s i m a s . 181
X I V T e vi un punto, y, flotando ante mis ojos. 154 XLVIII.. C o m o se a r r a n c a el hierro de una h e r i d a . 181
x v C e n d a l flotante de leve b r u m a 155 XLIX A l g u n a v e z la encuentro p o r el m u n d o . . . 182
X V I Si al m e c e r las azules c a m p a n i l l a s 156 L L o que el salvaje con torpe m a n o 182
XVI I H o y la tierra y los cielos m e sonríen 157 LI D e lo p o c o d e v i d a que me resta 183
XVIII.... F a t i g a d a del baile I5? L I 1 O l a s gigantes q u e o s r o m p é i s b r a m a n d o . 183
X I X C u a n d o s o b r e el p e c h o inclinas 158 LUI V o l v e r á n las o b s c u r a s golondrinas ... 184
XX S a b e , si alguna v e z tus labios r o j o s 158 LIV C u a n d o v o l v e m o s las f u g a c e s h o r a s 185
X X I ¿ Q u é es poesía?—dices mientras c l a v a s . 159 LV E n t r e e l d i s c o r d e estruendo de la o r g í a . . 186
XXI I ¿ C ó m o v i v e esa rosa que h a s p r e n d i d o . . . 159 LVI H o y c o m o a y e r , mañana c o m o h o y . . . . . . 187
XXII I P o r u n a mirada, un m u n d o j59 LVII E s t e a r m a z ó n d e huesos y pellejo 188
XXI V D o s rojas l e n g u a s de fuego j60 LVIII ¿Quieres que de ese néctar delicioso 189
XX V C u a n d o en la n o c h e te e n v u e l v e n i6r LIX Y o sé c u á l el objeto 189
XXV I V o y contra mi interés al c o n f e s a r l o 163 LX M i v i d a es un erial ig0
XXVII... D e s p i e r t a , t i e m b l o al mirarte 164 LXI A l ver mis h o r a s de fiebre ig X
XXVIII.. C u a n d o entre la s o m b r a o b s c u r a 166 LXII P r i m e r o es un albor trémulo y v a g o 192
XXI X S o b r e la falda tenía LXIII.... C o m o e n j a m b r e de a b e j a s i r r i t a d a s . . . . . 192
XX X A s o m a b a á sus ojos una l á g r i m a 169 LXIV C o m o g u a r d a el a v a r o su tesoro 193
XXX I N u e s t r a pasión f u é un t r á g i c o s a í n e t e . . . 169 LXV.. i.. L l e g ó la n o c h e y no encontré un asilo 193
XXXII... P a s a b a a r r o l l a d o r a en su h e r m o s u r a 170 LXVI.... ¿ D e d ó n d e vengo?... E l m á s horrible y
XXXIII.. E s cuestión de palabras, y no o b s t a n t e . . 170 áspero ig4
XXXIV... C r u z a callada, y son sus m o v i m i e n t o s . . . . 171 LXVII... ¡ Q u é h e r m o s o es ver el día 195
XXXV ... ¡No me a d m i r ó tu olvido! A u n q u e de un LXVIII.. N o sé lo q u e . h e soñado 196
día 172 LIX A l brillar un r e l á m p a g o n a c e m o s 196
XXXVI... Si d e nuestros a g r a v i o s en un libro 172 LXX ¡ C u á n t a s veces al pie de las m u s g o s a s . . . . 197
XXXVII.. A n t e s que tú m e moriré: e s c o n d i d o 173 LXXI.... N o dormía; v a g a b a en ese l i m b o 199
XXXVIII. L o s s u s p i r o s son aire, y v a n al a i r e 174 LXXII... L a s ondas tienen v a g a armonía 201
XXXIX... ¿A. qué me lo decís? lo sé: es m u d a b l e 174 L X X I I I .. C e r r a r o n sus ojos 203
S u m a n o entre m i s manos. 175 LXXIV... L a s ropas desceñidas 208
Págs.

LXXV— ¿Será v e r d a d q u e c u a n d o toca el s u e ñ o . . . 209


LXXVI... E n la i m p o n e n t e n a v e 210
Roncesvalles 213
L a s dos olas 229
L o s dos compadres 239
C a s t i l l o real de O l i t e 251
E l Carnaval 259
A Casta 1 271
A m o r eterno • 273
P o e s í a inédita 275
L a noche de d i f u n t o s 277

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