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América Latina: integración,

democracia y desarrollo.
Retos para el siglo XXI

Ignacio Medina Núñez


(coordinador)

Colección
Insumisos Latinoamericanos

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ÍNDICE

Introducción 7

América Latina en transición al siglo XXI 7

Desarrollo latinoamericano en el marco de la economía


globalizada - Jorge Abel Rosales Saldaña 21

Los retos del desarrollo humano - Ignacio Medina Núñez 67

Déficit y entornos. Democracia, ciudadanía y globalización


en América Latina - Jorge Ceja Martínez 86

América Latina y el Caribe: resistencias de un subsistema


silenciado - Jaime Preciado Coronado 121

La integración sudamericana: el proceso de convergencia


del Mercosur y la CAN a través del ALCSA - Daniel Efrén
Morales, Aldo Rogelio Ponce y Alberto Rocha Valencia 144

Presente y futuro de las fuerzas armadas (reflexiones sobre


política de defensa e instrumento militar en el hemisferio) -
Marcos Pablo Moloeznik 192

Acerca de los autores 225

Editorial LibrosEnRed 230


Coordinador
Ignacio Medina Núñez

Colaboradores
Jorge Abel Rosales Saldaña
Jorge Ceja Martínez
Jaime Preciado Coronado
Daniel Efrén Morales
Aldo Rogelio Ponce
Alberto Rocha Valencia
Marcos Pablo Moloeznik
INSUMISOS LATINOAMERICANOS
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Directores
Eduardo Andrés Sandoval Forero
Robinson Salazar Pérez

Consejo académico y Editorial


Pablo González Casanova, Jorge Alonso Sánchez, Fernando
Mires, Manuel A. Garretón, Martín Shaw, Jorge Rojas
Hernández, Gerónimo de Sierra, Alberto Riella, Guido
Galafassi, Atilio Borón, Roberto Follari, Eduardo A. Sandoval
Forero, Ambrosio Velasco Gómez, Celia Soibelman Melhem,
Ana Isla, Oscar Picardo Joao, Carmen Beatriz Fernández,
Edgardo Ovidio Garbulsky, Héctor Díaz-Polanco, Rosario
Espinal, Sergio Salinas, Lincoln Bizzozero, Álvaro Márquez
Fernández, Ignacio Medina, Marco A. Gandásegui, Jorge
Cadena Roa, Isidro H. Cisneros, Efrén Barrera Restrepo,
Robinson Salazar Pérez, Ricardo Pérez Montfort, José Ramón
Fabelo, Bernardo Pérez Salazar, Laura Mota Díaz, María Pilar
García, Ricardo Melgar Bao, Norma Fuller.

Comité de Redacción
Laura Mota Díaz
Amelia Suárez Arriaga

Corrección de estilo
Amelia Suárez Arriaga
INTRODUCCIÓN
AMÉRICA LATINA EN TRANSICIÓN AL SIGLO XXI

Los años de 1980 a 1990 fueron conocidos en América Latina con el nombre
de la “década perdida”: no hubo crecimiento económico mientras que la
pobreza y extrema pobreza se extendían y profundizaban en los diferen-
tes países; se generó un debate, también, sobre el terrible problema de la
deuda externa, que no pudo llegar más que a negociaciones bilaterales
para producir nuevos financiamientos. México fue un típico caso prolon-
gado de crisis durante el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988): se
perdieron empleos, no había suficiente inversión nacional ni extranjera, se
dieron las más altas tasas de inflación en toda la historia.
Otros países como Colombia, Nicaragua, Guatemala y El Salvador sufrían
además las atrocidades de una guerra civil prolongada. Las únicas luces de
esa década perdida en Latinoamérica fueron, por un lado, la terminación de
los gobiernos y dictaduras militares que dieron paso a procesos electorales
que producían gobiernos civiles y, por otro lado, el comienzo de los acuerdos
de paz en Centroamérica que empezaron a tomar fuerza en Esquipulas.
El presente libro parte de un diagnóstico general sobre la problemática
situación económica de Latinoamérica –de la década de los 90 al comienzo
del siglo XXI-, que nos asemeja de alguna manera a la tragedia griega de
“Prometeo encadenado”, sin aparente salida; contra esta visión trágica que
tenían los griegos sobre el destino, nos atrevemos a afirmar, sin embargo,
que todavía existen alternativas para construir un modelo de desarrollo
más equilibrado para nuestra región, y por ello, vamos a ofrecer diferentes
enfoques sobre el análisis del desarrollo latinoamericano que han sido dis-
cutidos ampliamente entre profesores y alumnos de diversos países latinoa-
mericanos, dentro del programa de la Maestría en Planeación y Desarrollo
que ha coordinado por más de una década el Centro de Experimentación
para el Desarrollo para la Formación Tecnológica (CEDEFT) –con sede en
Jiutepec, Morelos, México–.

LA ÚLTIMA DÉCADA DEL SIGLO XX


Los últimos 10 años del siglo XX en la gran patria americana que soñó
Bolívar parecieron dar ciertas esperanzas en el ámbito económico, debido

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a las incipientes tasas de crecimiento; durante todos esos años, los países
de América Latina y el Caribe tuvieron una evolución positiva del Producto
Interno Bruto (PIB) aunque no pareja ni continuada en una línea ascen-
dente: tubo tasas significativas de crecimiento del PIB como en 1994 y 1997
y 2000 (5.2%, 5.1% y 3.8% respectivamente) y otras muy exiguas como
en los años 1995 y 1999 (1.1% y 0.5% respectivamente) (Cfr. CEPAL, 2002.
Panorama Social de América Latina 2001-2002. Octubre del 2002. Santiago
de Chile. Pag. 107)
Algunos observadores le otorgaban a esta última década del siglo un sím-
bolo de despegue enfilado al desarrollo, atribuyendo la causa precisamente
al modelo neoliberal basado en la liberación de las fuerzas del mercado
que, aunque causaba efectos dolorosos en gran parte de la población y
en el mercado interno de algunas naciones, prometía ser la solución a
mediano y largo plazo.
Sin embargo, la propia CEPAL, en el tránsito de un siglo a otro, daba un
grito de alerta; nuestros países seguían siendo un desastre en términos eco-
nómicos, y se empezaba a notar un gran desencanto de aquellos gobiernos
civiles surgidos de las dictaduras pero que no ofrecían ninguna mejora en
las condiciones materiales de vida y, en cambio, imponían severos progra-
mas de ajuste. El 15 de marzo del 2000, la CEPAL elaboró un documento
de diagnóstico sobre toda la región titulado “La brecha de la equidad en
América Latina y el Caribe”, que dio a conocer luego públicamente en San-
tiago de Chile, en una reunión del 15 al 17 de mayo del 2000, con la idea de
dar un seguimiento al Plan de Acción de la Cumbre de Desarrollo Social que
se había realizado en Copenhague, Dinamarca, en 1995; esta Cumbre social
había sido convocada con la pretensión de llegar a superar la pobreza, el
desempleo y la marginalidad social. El estudio de la CEPAL constaba de 331
páginas con numerosos cuadros y gráficas, y encontraba que el número
de personas latinoamericanas en situación de pobreza había crecido hasta
cerca de 200 millones.
Si rascamos algo de optimismo en ese mismo diagnóstico habría que
señalar que, entre 1990 y 1997, el nivel de pobreza en América Latina y el
Caribe disminuyó teniendo en cuenta el porcentaje del total de hogares:
de 41% descendió al 36%, y se puede precisar que el nivel de pobreza en
ese período se redujo en 11 de 14 países que experimentaron un proceso
de recuperación económica sostenida con una continuidad en la inversión
y una repercusión positiva en el mercado de trabajo; ello quiere decir que
hubo un ligero incremento en los ingresos laborales debido también a que
la tasa de inflación se vio notablemente reducida. De manera particular se
elevaron un poco los índices en educación y seguridad social: “el gasto real

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per cápita en la primera aumentó en 13 de 15 países; en salud y nutrición,
en 11 de 14, y en seguridad social, en los 13 países sobre los que se dispuso
de información”.
Se puede ver que hay un descenso leve en la incidencia de la pobreza en
los 90s en la mayoría de los países, con la excepción de Colombia, Para-
guay y Uruguay, pero ese ligero mejoramiento en la línea de pobreza no
ocurre cuando vemos las tendencias en la desigualdad; dice por ejemplo
un reporte del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que “teniendo en
cuenta cualquier criterio de medida, América Latina permanece como la
región más desigual en el mundo.... La distribución del ingreso no ha mejo-
rado en los 1990s y permanece debajo de los niveles de hace dos décadas”
(Latin America Data Base. University of New México. No. 39, Oct.22, 1999.
Albuquerque, NM). El estudio del BID muestra que una cuarta parte de la
riqueza de América Latina se encuentra en manos del 5% de la población
mientras que los más pobres, el 30%, recibe sólo el 7.5% del ingreso de la
región. En este sentido, los países con la peor desigualdad son Brasil, Chile,
Guatemala, Ecuador, México, Panamá y Paraguay, donde hay un abismo
entre los más ricos y el resto de la sociedad.
De esta manera, dentro del incipiente crecimiento económico de los 90s,
hay otros factores que no permiten el optimismo en materia de un verda-
dero proyecto de desarrollo. Tenemos en cuenta, primero, que los años
80s fueron esa década perdida, debido a las profundas crisis económicas
en donde hubo, paralelamente al crecimiento cero, una profundización
de la desigualdad social; “la mayor parte de los analistas observan que la
pobreza y la inseguridad empeoraron sustancialmente en los años 1980s”
(Korzeniewics, en Latin American Research Review. Vol. 33, no. 3, 2000.
Pag. 8. University of New Mexico).
Habría también que observar que la leve tendencia, en los 90s, hacia la
disminución de la pobreza se frenó durante los años de 1998 y 1999, como
se comprueba en las cifras oficiales.
Además, por otro lado, algo que parecen no entender todavía las diversas
corporaciones multinacionales que sostienen el modelo neoliberal como
el Banco Mundial (BM) o el Fondo Monetario Internacional (FMI) es que,
como lo afirma claramente la CEPAL, “el crecimiento por sí sólo no garan-
tiza una mejor distribución del ingreso” y, por ello, no puede uno atenerse
confiadamente a las cifras macroeconómicas: ni los empleos productivos ni
los mejores salarios ni la eficiencia laboral ni mejores políticas sociales son
una consecuencia mecánica del puro crecimiento en términos cuantitati-
vos. Ello quiere decir que América Latina puede seguir experimentando
mayores desigualdades sociales paralelo al crecimiento económico debido

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a que no existe una relación directa entre dicho crecimiento y la distribu-
ción de la riqueza social. “El crecimiento económico en la región no ha sido
acompañado por significativas o duraderas reducciones en la pobreza y
la inequidad” (Korzeniewics, en Latin American Research Review. Vol. 33,
no. 3, 2000. Pag. 8. University of New Mexico). También hay que tener en
cuenta que ni la continuidad del mismo crecimiento económico está garan-
tizado mientras exista tal brecha interna entre productividad e ingresos,
mientras no se enlacen de manera más horizontal los sectores productivos,
mientras la tecnología siga acaparada sólo por pequeños grupos de trasna-
cionales y mientras no exista una repercusión centrífuga del arrastre de las
exportaciones y el comercio hacia otros sectores del mercado interno.
Podemos también observar la fragilidad de nuestras economías cuando
gran parte de la producción sigue dependiendo de los llamados sectores
informales. “Según estimaciones de la CEPAL, de cada 100 nuevos empleos
creados entre 1990 y 1997, 69 correspondieron a este sector, al que perte-
nece el 47% de los ocupados urbanos en la región. Esto explica el actual
estancamiento del promedio de los niveles de productividad del trabajo y
el hecho de que en 13 de 18 países los niveles salariales mínimos reales sean
inferiores a los de 1980. Los trabajadores informales, en promedio, reci-
ben una remuneración media que equivale a la mitad de la que perciben
empleados y obreros en establecimientos modernos. La distancia entre los
ingresos de profesionales y técnicos y los de asalariados en sectores de baja
productividad aumentó un 28%, como promedio, entre 1990 y 1997”.
La propia CEPAL dio a conocer otro estudio denominado “Panorama social
de América Latina 1999-2000”, donde se reafirmaba el diagnóstico sobre
el incipiente crecimiento económico en los 8 primeros años de la década
de los 90s, afirmando que tal tendencia positiva se vio interrumpida en
1998 y 99; con sus fuentes, la CEPAL afirmaba que existían actualmente en
el fin de milenio 220 millones de personas en la pobreza, lo que constituía
el 45% de la región latinoamericana y caribeña. Si lo queremos ver en el
marco de la pobreza extrema, un estudio del BID reconocía que más de
150 millones de latinoamericanos, más del 30% de la población, tenían un
ingreso debajo de los dos dólares norteamericanos cada día para poder
cubrir sus necesidades básicas (Cfr. Latinamerican Press. Sept 27, 1999, en
Latin America Data Base. University of New México. No. 39, Oct.22, 1999.
Albuquerque, NM).
Lo que resulta notable es que las economías de la región, que se habían
visto frenadas en 1998, volvieron a recuperarse en el 2000 porque “el PIB se
expandió a una tasa media anual del 4% en el 2000, comparado con el 2.3%
en 1998 y sólo el 0.3% en 1999. Esta mejora del crecimiento estuvo acompa-

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ñada por tasas de inflación aún menores que las favorables tasas de los últi-
mos años” (CEPAL, 2000, Introducción. Balance preliminar de las economías
de América Latina y el Caribe. Diciembre del 2000. Santiago de Chile)
Se puede afirmar, también, que en algunos países como Chile y Uruguay,
los indicadores de pobreza se han aminorado en algunos puntos porcen-
tuales, pero no se puede negar -sobre todo en comparación con la llamada
“década perdida” de los años 80s en el siglo XX-, que la pobreza es un fenó-
meno persistente en América Latina, en donde, aun focalizando los años
90s, la distribución del ingreso no ha tenido variaciones significativas.

LA TRANSICIÓN AL SIGLO XXI


Las economías latinoamericanas no muestran, sin embargo, una tendencia
constante de crecimiento; más aún, en los dos primeros años del comienzo
del nuevo siglo XXI parece que vamos entrando a otra década perdida:
de haber crecido el Producto Interno Bruto (PIB) en 3.8% en el año 2000,
el crecimiento durante el año 2001 fue solamente de 0.3%, mientras que
al término del 2002, la actividad económica regional cayó en un -0.5%,
con lo cual el PIB por habitante fue negativo, estimándose en un -1.9%
para ese mismo año. Hay que considerar también que “la región transfirió
recursos financieros netos al exterior1 por primera vez desde fines de los
años ochenta; los términos del intercambio siguieron deteriorándose y la
inflación subió al 12%, el doble que en 2001, tras 8 años de declinación”
(CEPAL, 2002. Balance preliminar de las economías de América Latina y el
Caribe. Diciembre del 2002. Santiago de Chile)
La consecuencia de esta situación ha sido también manifiesta para todo
el año 2002: “empeoraron las condiciones de vida de un gran número de
latinoamericanos y se estima que la pobreza aumentó en 7 millones de per-
sonas. La tasa de desocupación se elevó desde un 8.4% de la fuerza de tra-
bajo en 2001 a 9.1%, mientras que las remuneraciones reales cayeron, en
promedio, en un 1.5%. Entre otros signos de debilidad del mercado labo-
ral, destacan el incremento del desempleo y de la informalidad” (CEPAL,
2002b). Para el 2001, alrededor de 214 millones de personas (el 43% de los
latinoamericanos) vivían en la pobreza; con la retracción económica del
2002, aumentó la cifra de los pobres, que llegó ya al 44% de la población

1
La misma CEPAL estima la cantidad de recursos financieros transferidos al exterior en
unos 39,000 millones de dólares.

11

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(Cfr. CEPAL, 2002. Balance preliminar de las economías de América Latina
y el Caribe. Diciembre del 2002. Santiago de Chile)
Esta situación general tiene sus variantes regionales, porque las economías
más afectadas en el 2002 fueron las de América del Sur: “el PIB per capita
de Argentina caerá en un 12%, con un acumulado de -22.4% en 4 años,
y el de Uruguay acumulará una caída de 20% del PIB por habitante en el
cuatrienio. Al interior del MERCOSUR, sólo Brasil registrará un crecimiento
marginal este año 2002 (0.2%). Las economías de la Comunidad Andina han
seguido trayectorias diferentes, pero Venezuela reducirá su PIB per capita
en torno a un 9%. Perú y, en menor medida Ecuador, exhibirán un buen
crecimiento económico. Bolivia y Colombia registrarán un crecimiento eco-
nómico positivo, pero por debajo del aumento de la población. Chile tam-
bién exhibe un bajo dinamismo en 2002. Para México, las 5 economías del
Mercado Común Centroamericano, Haití, Panamá y la República Domini-
cana, la pérdida de dinamismo de la economía de Estados Unidos durante
el bienio 2001-2002 fue un factor relevante. Sólo Costa Rica, El Salvador y
República Dominicana tendrán un crecimiento positivo del PIB per capita”
(CEPAL, 2002. Balance preliminar de las economías de América Latina y el
Caribe. Diciembre del 2002. Santiago de Chile)
América Latina constituye, así, un panorama con riesgos de explosividad
a partir de esta situación tanto de falta de crecimiento como de desigual-
dad en la distribución de la riqueza. Se dieron ciertos años de leve creci-
miento económico general y de una “moderada reducción de la pobreza
en la década de 1990, así como los rezagos en materia distributiva”, pero
parece que la transición de un siglo a otro nos está volviendo a la situa-
ción de la década perdida de los 80s; hay que tener en cuenta, además,
otro fenómeno importante: la “expansión impresionante en el acceso a las
comunicaciones, que ha tendido a homogeneizar las aspiraciones de con-
sumo. Este fenómeno, sumado a la discriminación étnica, la segregación
residencial y el incremento de la violencia urbana, configura un cuadro de
riesgo para la integración social” (Ocampo José Antonio y Franco Rolando,
coordinadores, 2000. La brecha de la equidad: una segunda evaluación. 2ª.
Conferencia regional de seguimiento de la Cumbre Mundial sobre Desa-
rrollo Social. Santiago de Chile. 15-17 mayo de 2000)

EL TEMA RECURRENTE DE LA DEUDA EXTERNA


Otro de los pesos que siguen anclando a América Latina en el fondo de este
problema social es la dimensión creciente de la deuda externa. Ciertamente

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en la década de 1980, este tema fue objeto de gran polémica cuando se
enarboló la propuesta radical de la supresión de la deuda por parte de los
países pobres cuando ocurrió la primera crisis de endeudamiento en 1982,
particularmente en el caso mexicano; pero los países industrializados man-
tuvieron con firmeza la negociación país por país otorgando simplemente
soluciones coyunturales y puntuales como el Plan Baker (1986) y el plan
Brady (1989), que tan sólo lograron canalizar recursos frescos en negocia-
ciones bilaterales para poder seguir pagando los intereses.
El resultado catastrófico sigue a la vista: en 1972, la deuda de toda América
Latina era de 42 mil millones de dólares; en 1993 ya se había elevado a 528
mil millones; en 1996, la cantidad global de la deuda ascendía a 641 mil
millones; en 1999, solamente en intereses, los países tuvieron que pagar en
ese año 123 mil millones de dólares (Le Monde Diplomatique, 2000. Pag.
2. Le poids de la dette www.monde-diplomatique.fr); en el año 2002, la
deuda externa ascendía a 725 mil millones de dólares (CEPAL, 2002. Balance
preliminar de las economías de América Latina y el Caribe. Diciembre del
2002. Santiago de Chile)
Si contáramos la cantidad total de intereses que han tenido que pagar los
países latinoamericanos a las instituciones acreedoras, se puede ver que
tan sólo entre 1982 y 1996, dicha cantidad asciendía ya a 749 mil millones
de dólares, una cifra que en sí misma ya era superior a la deuda total acu-
mulada; o sea, que, en intereses, Latinoamérica ya ha pagado el monto
total de la deuda y, sin embargo, el capital adeudado sigue creciendo de
manera exorbitante.
En el Foro Social Mundial (FMS) realizado en Porto Alegre, Brasil, a finales
de enero del 2001, el tema de la deuda externa fue también objeto par-
ticular de atención, señalando ese sistema de créditos e intereses interna-
cionales como algo “injusto, ilegítimo y fraudulento; este sistema funciona
como un instrumento de dominación que priva a los pueblos de sus dere-
chos fundamentales, con el único fin de aumentar la usura internacional”,
como se señala en el documento final del Foro; de manera particular,
Bernard Cassen, presidente de la entidad francesa ATTAC, declaró con fir-
meza: “Anular el pago de la deuda es una decisión política de los gobier-
nos. Los banqueros no podrán oponerse a una acción internacional; ellos
bien saben que la deuda ya fue saldada, y que las actuales condiciones
hacen imposible su pago” (Excelsior. 31 enero 2001). De hecho, se realizó
una semana internacional contra el pago de la deuda externa en julio del
2001 en Ginebra, Suiza, paralela al encuentro convocado por el Grupo de
los 7 países industrializados (G-7); pero el problema sigue avanzando sin
ninguna solución de fondo.

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LA FRAGILIDAD DE NUESTRAS ECONOMÍAS
La preocupación sobre la fragilidad económica y desigualdades sociales
del antes llamado Tercer Mundo y en especial sobre la región latinoame-
ricana no viene solamente por parte de los conocidos como grupos glo-
balifóbicos, que empezaron a manifestarse con más resonancia a partir
de la reunión de la OMC en la ciudad de Seattle, USA, a finales de 1999,
y que han continuado sus protestas en la reunión del Banco Mundial y
Fondo Monetario Internacional, en Washington D.C. en abril del 2000, y
también en otras ciudades de Europa y el mundo entero. La preocupación
por la situación latinoamericana también la han expresado instituciones
internacionales como el BID, como por ejemplo en el análisis que presentó
su presidente Enrique Iglesias en el informe anual “Progreso Económico y
Social” en mayo del 2000. Ahí se señalaban diversos problemas económicos
graves en la región, relacionados con otros no menos importantes como la
falta de una educación suficiente, la corrupción, el incumplimiento de las
leyes, etc.; se afirmaba, por ejemplo, que en los últimos 50 años, los países
latinoamericanos cayeron del segundo al quinto lugar mundial, si consi-
deramos el PIB per cápita (solamente arriba de África), pues simplemente
comparando con el ingreso promedio por habitante de los países industria-
lizados, los latinoamericanas ganaban 10,600 dólares menos al año.
Esta situación se hace más grave en particular para algunos países, pues
mientras México, Chile o Argentina2 tienen aproximadamente entre 3 mil y
6 mil dólares de ingreso anual promedio por habitante, otros países como
Honduras, Haití, Nicaragua y Bolivia tienen solamente entre 400 y 700
dólares anuales de ingreso promedio. El BID señala así en su diagnóstico
una baja tasa de crecimiento, inestabilidad económica, desigualdad en la
distribución del ingreso, etc. pero implica también otros indicadores más
allá del ámbito productivo como es el estancamiento educativo más allá
de la primaria, el poco respeto a la vida y la propiedad, y en diversos casos,
la ingobernabilidad. Por ejemplo, de manera particular, “en términos del
imperio de la ley y el control de la corrupción, América Latina se sitúa en
un nivel inferior a cualquier otro grupo de países, con excepción de África”
(La Jornada, de 8 mayo de 2000).
Esto nos lleva a considerar lo complejo de nuestro panorama regional
cuando “los países latinoamericanos se encuentran apesadumbrados no

2
Con la terrible crisis económica de Argentina que explotó en diciembre del 2001, hay que
tener en cuenta que su PIB del 2002 decreció en -11%, y de manera semejante su ingreso
per capita descendió a un -12.1% (CEPAL, 2002b: 108-109)

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sólo por la pobreza y la inequidad sino también por la debilidad del impe-
rio de la ley, es decir, la garantía de que los ciudadanos y cualquier negocio
reciban un trato imparcial y predecible por parte del gobierno, de la justi-
cia y de otras instituciones” (Economist, No. 8170, 05/13/2000:34).

LA BÚSQUEDA DE ALTERNATIVAS
Ante este panorama desolador, se experimenta la situación de Prometeo,
el dios griego encadenado a las rocas y carcomido en sus entrañas por
los animales, castigado por Zeus, cuando parece no haber salida que nos
ponga en camino de un desarrollo con crecimiento y redistribución de la
riqueza social. Lo que está en cuestión es la rigidez de un modelo econó-
mico neoliberal que, en pocos años, no ha mostrado ser capaz ni siquiera
de hacer crecer la economía en forma constante, y mucho menos aliviar la
situación social de millones de latinoamericanos en la pobreza.
Habría que mirar hacia varias direcciones durante el nacer del siglo XXI
para descubrir que están surgiendo nuevas propuestas en América Latina –
complejas y no exentas de conflictos–. Hay que mirar, por ejemplo, la expe-
riencia de Brasil que, en las elecciones presidenciales del 2002 y con la toma
de posesión de Inacio Lula da Silva como presidente el primero de enero
del 2003 puede ofrecer numerosas variantes en la aplicación del modelo
económico. Por otro lado, el movimiento electoral que llevó también al
triunfo del ex coronel Lucio Gutiérrez en Ecuador en el 2002 y quien tomó
posesión como presidente el 15 de enero del 2003 nos muestra también la
participación activa de una población que está buscando nuevas opciones
a través de medios políticos pacíficos.
En ambos casos, ha sido impresionante la participación de la población en
los procesos electorales, que, por la vía pacífica, la vía político electoral,
se han decidido por un cambio de rumbo en las políticas económicas de
estos estados. Prometeo, en este sentido, no está destinado a permane-
cer encadenado sino que, en la práctica, puede estar ensayando varian-
tes para aflojar las cadenas y buscar enfilarse hacia un mejor modelo de
desarrollo.
Por otro lado, hay que seguir atento a la experiencia de Venezuela con su
presidente Hugo Chávez, quien se ha mantenido a pesar de las violentas
protestas orquestadas por la oposición. Y además, hay que tener presentes
los silenciosos procesos de Chile, Uruguay y Costa Rica, que aun en medio
de la aplicación del modelo neoliberal, representan variantes significativas

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en la región al ser considerados todavía los países con buen desempeño en
el índice de desarrollo humano.
Y en todo este contexto se hacen presentes también las propuestas de
diversos procesos de integración, postulados como un mejor camino para
alcanzar el desarrollo en la era de la globalización debido a las limitaciones
de los modelos estrictamente nacionales. En el imaginario colectivo del
proceso histórico latinoamericano, durante la segunda mitad del siglo XX,
resurgió el concepto de integración como una gran posibilidad para acele-
rar el desarrollo de la región. Para muchos, esta idea recogía los sueños de
Francisco de Miranda sobre la “Gran Colombia” y de Simón Bolívar sobre la
“Gran patria americana” –una gran república o una unión de repúblicas–
pero que había fracasado rotundamente en el siglo XIX con la dispersión
en numerosos países independientes –y aun enfrentados unos con otros–.
De hecho, en la segunda parte del siglo XX y particularmente en la década
del 60, ocurrieron los primeros tratados de integración (la Alianza Latinoa-
mericana de Libre Comercio –ALALC–, que luego se transformó en Alianza
Latinoamericana de Integración –ALADI–, y el Mercado Común Centro-
americano –MCC–), los cuales aunque tuvieron un cierto período de estan-
camiento y retroceso, se han estado revisando y reorientando en variedad
de perspectivas (tratados de libre comercio, uniones aduaneras, mercado
común, unión económica y aun integración política: CARICOM, MERCOSUR,
SICA, Pacto Andino, etc.) para culminar durante la transición al siglo XXI
en dos orientaciones fundamentales: los acuerdos regionales entre países
latinoamericanos, y la iniciativa de las Américas que, con distinto nombre
pero con la misma perspectiva, retoma el sentido de un panamericanismo
lidereado por los Estados Unidos a través del proyecto de la Alianza para el
Libre Comercio de las Américas (ALCA). Como camino intermedio o tercera
vía se encuentran los tratados de integración bilaterales que vinculan de
manera asimétrica a los países industrializados del norte (particularmente
Estados Unidos) con alguno de los países latinoamericanos y cuyo ejemplo
se encuentra en la firma del acuerdo del North American Free Trade Agree-
ment (NAFTA), en la propuesta del Central America Free Trade Agreement
(CAFTA) o en los acuerdos Estados Unidos-Chile, etc.
“La integración latinoamericana es muy dinámica y pareciera que, con
sus altibajos y remesones, tiene su rumbo: empezó con una experiencia
aleccionadora, el Mercado Común Centroamericano, y con la pretensiosa
ilusión de la ALALC, que con una militancia ejemplar de 11 naciones invo-
lucraba la mayor población y producto interno de América Latina, pero
era un gigante con pies de barro. Las siguieron la experiencia subregional
andina (Acuerdo de Cartagena) y la del Caribe inglés (CARICOM). Luego

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el gigante con pies de barro se disuelve para dar paso a la Asociación Lati-
noamericana de Integración (ALADI), menos pretensiosa pero más rea-
lista. Más tarde y al calor de la inminente culminación de la interminable
Ronda Uruguay del GATT se intensificaron los acuerdos subregionales en
el continente: nació el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), el Sistema
de la Integración Centroamericana (SICA que no se confunde ni con el
MERCOMUN ni con la ODECA), el Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (TLCAN) y el Grupo de los Tres (G-3); los países caribeños, como
si respondieran a su herencia geoestratégica, fundaron la Asociación de
Estados Caribeños (AEC), con 25 socios entre grandes y pequeños, ínsulas y
continente. En Miami en 1994 se anunció el ALCA entre 34 naciones, cuya
negociación se inició a partir de la Cumbre de Santiago en 1988” (Cuevas
y Delgado, 2001: 15).
Pero una cosa importante es entender la alternativa que significa la inte-
gración, porque en la práctica ya tiene muchas interpretaciones aun con-
tradictorias. Lo utiliza Estados Unidos al vincularse con América Latina; lo
utiliza Cuba, sintiéndose parte del Caribe y de la región latinoamericana;
lo utiliza Europa llegando hasta la moneda común y con una dimensión
política; lo utiliza México en su relación con Estados Unidos, etc. Partiendo
de un sentido etimológico, se puede decir que integración es el intento de
unir lo disperso; se trata de coordinar acciones entre entes que, aunque
diferentes, podrían llegar a formar un todo común. En el uso práctico para
el continente americano, el término ha surgido a partir de la necesidad de
establecer acuerdos económicos entre naciones; pero esos mismos acuerdos
han sido de diferente nivel como se puede observar desde el caso complejo
y paradigmático de la Unión Europea hasta coordinaciones entre países
para solamente mejorar las transacciones económicas: acuerdos comercia-
les, uniones aduaneras, mercados comunes, uniones económicas.
Esta estrategia económica de integración ha surgido dentro de la etapa
histórica de la globalización como una manera de enfrentar mejor juntos
varios países los desafíos del mercado mundial tan abierto. Pero actual-
mente en América Latina se entrecruzan estrategias y caminos diferentes:
desde el Acuerdo del Libre Comercio de las Américas (ALCA) y el Tratado
de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) hasta los acuerdos regio-
nales como el de los países centroamericanos a través del Sistema de Inte-
gración Centroamericana (SICA), el de la Comunidad Andina de Naciones
(CAN) y el MERCOSUR, etc.
El trabajo conjunto que hoy presentamos quienes hemos compartido la
enseñanza en el programa de la Maestría en Planeación y Desarrollo del
CEDEFT presenta una variedad de enfoques interdisciplinares pero guiados

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por el interés común de analizar más seriamente el presente de América
Latina proyectándolo hacia un mejor destino.
Se presenta en primer lugar el trabajo de Jorge Abel Rosales Saldaña titu-
lado “Desarrollo latinoamericano en el marco de la economía globali-
zada”, en el cual expone cómo desde los años sesenta y setentas, se han
realizado serios esfuerzos para crear uniones aduaneras en el marco de la
Asociación Latinoamericana de Integración, como los antiguos Mercado
Común Centroamericano, Grupo Andino y el Caricom, reconociendo que
estos esquemas lograron resultados positivos de forma parcial, pero que al
no haber avanzado hacia la plena eliminación de aranceles entre los miem-
bros y no haber adoptado el arancel externo común, quedaron en la moda-
lidad que se denomina área de preferencias arancelarias o zonas de libre
comercio, es decir, en los primeros peldaños del proceso de integración. Sin
embargo, el continente avanzó hacia una nueva etapa integracionista en
donde están participando no solo los gobiernos al más alto nivel sino que
se toma en cuenta a los grupos empresariales y sociales mas importantes,
lo que introduce un componente que puede contribuir a darle más viabili-
dad a la consolidación de los proyectos y a la profundización del proceso;
particularmente porque los esquemas más institucionalizados cuentan con
instancias consultivas donde están representados actores no estatales que
expresan demandas sociales, laborales y ecológicas, temas que en las expe-
riencias tradicionales no tenían consideración alguna.
Ignacio Medina Núñez aborda el concepto de desarrollo humano con las
mediciones que ha hecho la Organización de Naciones Unidas desde la
década de los noventas, utilizando sobre todo el caso particular de México
en una visión comparativa, en su escrito titulado “Los retos del desarro-
llo humano”; propone que debe abandonarse el concepto de desarro-
llo basado solamente en el crecimiento económico de un país; considera
también que es insuficiente ligar el crecimiento solamente con la distri-
bución estadística del ingreso sino que es necesario incluir el componente
democrático y el elemento de la cultura; una de las tesis fundamentales
del autor es el señalamiento de que solamente con la consolidación de las
instituciones democráticas se puede conseguir avanzar hacia el desarrollo
de una población.
Jorge Ceja Martínez, con su texto titulado “Déficit y entornos. Democra-
cia, ciudadanía y globalización en América Latina” nos pone también en el
debate sobre la democracia, considerándola en su papel dinamizador para
insertarnos de manera autónoma en los procesos mundiales. El autor lleva a
cabo una revisión en torno a los temas de democracia, ciudadanía y globali-
zación, partiendo de la idea de que de la calidad de los dos primeros depen-

18

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derá el curso que tome la globalización; distingue, sin embargo, los sistemas
democráticos formales realmente existentes en relación a otro modelo en
donde la sociedad civil puede tener una mayor incidencia sobre las deci-
siones públicas. En este punto, el autor define su aportación: no siempre
la discusión sobre la democracia ha tomado en cuenta el componente de
la ciudadanía, entendiendo por este concepto, la conciencia de derechos y
deberes ejecutables que le son propios a los sujetos y/o ciudadanos, gracias
a su pertenencia a una comunidad política determinada que norma sus rela-
ciones con base en el derecho, porque tampoco se ha considerado la exis-
tencia de un marco institucional que dé cabida a la posibilidad de reconocer
las aspiraciones de distintos actores por ampliar el abanico de sus derechos;
critica que en muchos trabajos académicos se haga alusión a la participación
política de los ciudadanos pero sólo referida a su componente electoral.
Jaime Preciado Coronado presenta su trabajo “América Latina y el Caribe,
resistencias de un subsistema silenciado”, donde quiere mostrar que en
Latinoamérica y el Caribe se ha configurado un subsistema supranacional
silenciado que no ve hacia el sistema mundial; señala que las relaciones
interamericanas nublan o desdibujan la percepción de ese horizonte a raíz
de la falacia estadounidense: su primado económico financiero, su pre-
dominancia militar, la fuerte presión cultural y sobre los imaginarios del
modo de vida ejercida por esa potencia, su creciente hegemonía sobre
los asuntos diplomáticos y en términos más amplios, su concepción de la
geopolítica hemisférica en el marco de su doctrina de seguridad nacional.
Factores que vienen silenciando o impidiendo la conformación de un sub-
sistema que sea capaz de ver hacia el sistema mundial. El autor afirma que
el silenciamiento latinoamericano se ha recrudecido después de los aten-
tados a las torres gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, tal
como se ha visto en la reestructuración de las relaciones interamericanas
en función de los intereses estratégicos estadounidenses. Se afirma que
desde entonces, América Latina y el Caribe tienen aún mayores dificulta-
des para conformarse como un subsistema autónomo, pues sus procesos
de integración comercial y financiera, tanto como sus relaciones político-
diplomáticas internacionales, se enfrentan a los límites impuestos por Esta-
dos Unidos en su frenética búsqueda por mantenerse como el hegemón de
un nuevo sistema mundial, pues el que resultó de la posguerra fría entró
en una crisis irreversible, sin que se defina todavía el sistema mundial que
lo substituya. Puntualiza que los objetivos de su escrito buscan identificar
y analizar las fuentes de estas debilidades.
Por otro lado, en el escrito titulado “El proceso de integración de América
del Sur: convergencia entre el MERCOSUR y la CAN”, los autores Alberto

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Rocha Valencia, Daniel Efren Morales y Aldo Rogelio Ponce nos proponen
su trabajo sobre el Área de Libre Comercio de Sudamérica (al que llaman
ALCSA), visualizándolo como un proceso de convergencia entre la Comu-
nidad Andina y el MERCOSUR, señalando que es una de las estrategias
optadas en el subcontinente para la creación de un espacio político-eco-
nómico ampliado. Afirman que el ALCSA es un proyecto de integración
regional lanzado muy recientemente y al que le faltan muchas concrecio-
nes, pero que ya ha desarrollado diversas variables que es preciso estudiar,
puesto que éstas han venido a incentivar las aspiraciones integracionistas
latinoamericanas como instrumento para reposicionar la región en el sis-
tema internacional.
Finalmente, Marcos Pablo Moloeznik aborda el difícil tema del “Presente
y futuro de las Fuerzas Armadas: reflexiones sobre política de defensa e
instrumento militar en el hemisferio”, donde se pretende dar cuenta de
la situación que, en el hemisferio, guardan la defensa nacional y su brazo
armado por excelencia, las fuerzas armadas, tratando de identificar tenden-
cias y perspectivas a futuro; con ello, se abordan algunos casos nacionales
que, por su naturaleza y procesos de reforma y modernización, constituyen
modelos que ilustran sobre las transformaciones de la política sectorial de
defensa y su respectivo instituto armado en la región.
Con estos trabajos, pues, pretendemos relacionar esas tres dimensiones
por las que se aspira en América Latina: el desarrollo, la integración y la
democracia, señalando que la transición al siglo XXI se presenta como un
momento de grandes oportunidades para avanzar en un proyecto propio
dentro del marco de la globalización que se nos vino encima.

Ignacio Medina Núñez


(coordinador de la edición)

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DESARROLLO LATINOAMERICANO EN EL
MARCO DE LA ECONOMÍA GLOBALIZADA

Jorge Abel Rosales Saldaña

Basta con efectuar una primera aproximación a la literatura especializada


en el tema de la integración económica, para observar que el marco con-
ceptual que ha dado origen a la actual Unión Europea ha sido práctica-
mente el mismo en que se han basado las teorías que cimientan el proceso
de integración latinoamericano iniciado en los años cincuenta del siglo
XX. A la vez, la consolidación y el perfeccionamiento de la Unión Europea,
conforman en la actualidad una de las principales influencias en Latino-
américa, debido a que ese modelo ha sido motivo de inspiración de impor-
tantes actores en nuestros países, pero, hay que reconocerlo, sin poder
alcanzar la profundidad y el nivel de institucionalidad de esa coordinación
de soberanías.
En efecto, el paradigma en que se han inspirado los impulsores de la inte-
gración para el caso latinoamericano se fundamentó, por un lado, en los
escritos de la escuela neoclásica del comercio internacional sobre las unio-
nes aduaneras y los estadios de la integración, desarrollados por autores
como Jacobo Viner o Bela Balassa; y, por otro, en las teorías de las relacio-
nes internacionales de la escuela neofuncionalista estadounidense, donde
se pueden ubicar a pensadores como Ernst Haas y a Karl Deutsch.
Así mismo, como es conocido, la Comisión Económica para América Latina
(CEPAL, organismo intergubernamental de carácter regional de la ONU
encargada de elevar el nivel de la actividad económica y realizar investi-
gaciones para promover el desarrollo de la región) fue la institución que
originalmente realizó los estudios para fundamentar la integración econó-
mica latinoamericana. En esa organización con sede en Santiago de Chile,
Raúl Prebisch (1970) propuso el modelo sustitutivo de exportaciones con la
intención de enfrentar la debilidad estructural de las economías periféricas
que padecían el deterioro de los términos de intercambio en su relación
desventajosa con los países centrales. Para reducir la brecha de ingresos
respecto a los países industrializados, Prebisch postulaba que era necesario
promover intencionalmente a través de la planificación y la dirección esta-

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tal, la integración social, la ampliación del mercado interno y el ahorro. El
aprovechamiento de los adelantos científicos y tecnológicos, y una política
exterior orientada a lograr una mayor cooperación internacional para el
desarrollo, eran parte fundamental del pensamiento cepalino.
El modelo latinoamericano se centraba en la tesis “según la cual el desa-
rrollo económico es imposible sin la industrialización. El crecimiento soste-
nido de una economía subdesarrollada depende del grado en que pueda
sustentarse un activo proceso de sustitución de importaciones por produc-
ción interna a fin de que su capacidad para importar permita adquirir un
volumen óptimo de bienes de inversión y de tecnología” (Wionczek, 1979,
p. XVII). La estrategia consistía en realizar transformaciones económicas y
sociales para crear una industria moderna que cubriera prioritariamente
el mercado nacional y realizara exportaciones, pero incorporando en ellas
productos industriales de creciente contenido tecnológico (Guerra-Borges,
2002: 164). Raúl Prebisch (1951: 4) precisa que al perseguir la reducción de las
importaciones no se pretende la autarquía, “sino, por el contrario, importar
cuanto se pueda en virtud de las exportaciones y de las inversiones extranje-
ras. Sólo que las importaciones tienen que realizarse en forma que estimu-
len el desarrollo económico y no lo retarden”. Se concibe un proteccionismo
dinámico en función del fortalecimiento del aparato industrial nacional.
Pero al llegar a su límite el modelo de desarrollo en cada país, que no
lograba del todo agregarle valor a las exportaciones a través de un mayor
contenido industrial, surgió la idea de la integración económica emulando
la experiencia europea. En ese tiempo, se pensaba que con la creación
de un mercado común regional, el aprovechamiento de las economías de
escala y la coordinación de políticas de industrialización, se podrían movi-
lizar los factores de la producción y se conseguiría acelerar el crecimiento
económico de América Latina y elevar los estándares de vida de la pobla-
ción en general, objetivo que se ubicaba en el centro de la propuesta.
Desde 1955, la CEPAL planteó que la forma jurídica más apropiada para
iniciar el proceso de integración era la Zona de Libre Comercio o, preferen-
temente, la Unión Aduanera. Para 1960 había ya un común acuerdo para
avanzar hacia la integración bajo los principios de reciprocidad, gradualismo
y tratamiento de la nación más favorecida. También era muy generalizada
la idea sobre la sinonimia entre integración económica y unión aduanera,
que debía conjugar simultáneamente el comercio intra-latinoamericano y
el comercio con países fuera del área. Sobre esta conclusión se formalizó
en 1960, la creación de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio
(ALALC) y el Mercado Común Centroamericano (MCCA), y posteriormente,
en 1969, el Pacto Andino y el Mercado Común del Caribe, en 1973.

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En ese entonces se suponía que con el otorgamiento de preferencias
mediante listas positivas, se iniciaría la desgravación arancelaria entre
varios países y luego se pasaría a concertar el arancel externo común para
priorizar la inversión regional, dando origen a todo un proceso de negocia-
ción que transitaría de forma gradual y progresiva hacia formas cada vez
más evolucionadas de coordinación de políticas industriales y, en general,
económicas y sociales, hasta culminar finalmente con la integración total.
Sin embargo, como ha señalado Rosenthal (1989:14) la realidad resultó más
compleja que la teoría, puesto que tanto el caso europeo como el latino-
americano se dieron en forma discontinúa, derivándose de ello resultados
diferentes e inclusive en algunos aspectos contrapuestos.
Mientras que el proceso europeo avanzaba esquivando sus propias difi-
cultades (Duverger, 1995), y finalmente se consolidó con la creación de la
Comunidad Económica Europea (proyecto que en mucho dependió de las
circunstancias geopolíticas de Europa y de la fuerte motivación ideológica
de sus líderes y empresarios, que veían en la comunidad nuevas oportu-
nidades, una mayor seguridad y beneficios tangibles para la sociedad en
general); en cambio, la aspiración integracionista en Latinoamérica fue
dificultada por las limitaciones nacionales, por la estrechez de los merca-
dos regionales y por los estrangulamientos externos. Pero también el fra-
caso se debió a la falta de convencimiento político de los gobiernos que
abandonaron las negociaciones, incumplieron sus compromisos con la apli-
cación de las normas, y, finalmente, optaron por proyectos de desarrollo
nacional a través de medidas proteccionistas. Por lo que los esquemas crea-
dos fueron desacreditados y finalmente fracasaron relativamente desde el
punto de vista operativo.
No obstante, habría que darle crédito a los autores que siguen conside-
rando que para América Latina existe “un cuerpo de doctrina lo suficien-
temente profundo para contar con un marco teórico válido y operativo”,
como postula Grien (1994: 548). Inclusive, para algunos especialistas en el
tema, la herencia teórica de la CEPAL significa uno de los aportes más ori-
ginales a la sociología y economía internacionales, que, sin embargo, no
ha sido suficiente para remontar una de las principales contradicciones que
caracteriza a los países latinoamericanos en el sentido de que a pesar de
su identidad cultural y la comunidad de intereses, sus economías se han
desarrollado de forma separada, con distintos regímenes, lo que ha desem-
bocado en una fuerte disgregación continental.
Lo paradójico es que el mismo modelo sustitutivo de importaciones –que
garantizó durante varias décadas crecimiento económico y desarrollo indus-
trial– funcionó como un obstáculo al incremento de los flujos comerciales

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externos y a la asociación económica. Por lo que al agotarse el esquema
que privilegiaba al mercado interno, y como parte de las reformas estruc-
turales diseñadas para superar las consecuencias de la crisis de la deuda de
los años ochenta, se incrementó consecuentemente la necesidad de abrir
y ampliar mercados, captar inversiones, tecnologías y financiamiento con
la esperanza de lograr la modernización económica y la competitividad
mediante nuevos esquemas de inserción en los mercados internacionales
mediante la promoción de las exportaciones, la negociación de tratados
de libre comercio y la creación de agrupaciones bilaterales, regionales y
continentales.
Esto ha dado como resultado que en la actualidad prácticamente todos los
países latinoamericanos participan en uno o mas esquemas de integración,
como es el caso de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay que conforman
el MERCOSUR; la Comunidad Andina , en la que se agrupan Venezuela,
Colombia, Bolivia, Perú y Ecuador; el renovado Mercado Común Centro-
americano que suma las economías de Guatemala, Nicaragua, El Salvador,
Costa Rica y Honduras; los países anglófonos del CARICOM; y el caso espe-
cial de México, que para seguir recreando su vocación latinoamericanista
ha firmado acuerdos como el llamado Grupo de los Tres, con Venezuela y
Colombia; al igual que con los países centroamericanos y sudamericanos
de forma bilateral, pero que sin embargo está fuertemente comprometido
con los Estados Unidos en la creación del mercado norteamericano de libre
comercio a través del TLCAN o NAFTA.
Con la etapa inaugurada por los acuerdos de nueva generación, varios auto-
res coinciden en la constatación de que no existe una división tajante entre
integración económica y política. Igualmente, ya nadie asegura que el pro-
ceso de integración sigue una trayectoria lineal y gradualista, y más bien se
piensa que en mucho puede ser reversible o llegar a estancarse. También
se reconoce que los procesos de integración pueden dar o no resultados
institucionales, que no dependen sólo de la voluntad de los gobiernos, que
deben de incluir la participación de agentes sociales y que los esquemas
ensayados pueden quedar desfasados por las nuevas circunstancias creadas
por la globalización. Todo ello, ha llevado a no pocos analistas a proponer
enfoques más comprensivos, en los cuales la integración económica apa-
rece como un proceso altamente politizado en el que puede haber avances
y retrocesos dependiendo de la interacción de los funcionarios estatales y
los actores no gubernamentales, y de los intereses y recursos de poder que
ponen en juego los productores ligados al sector externo y aquellos que
sufren pérdidas o que perciben riesgos derivados de la profundización de
la competencia internacional.

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En este sentido, Chanona (1991,1993) ha escrito que un concepto o enfoque
más amplio de integración solo puede emanar de una colaboración más
estrecha entre las teorías sociopolíticas y económicas. Con este punto de
vista coincide Tomassini (1991), para quien es necesario redefinir el con-
cepto de integración en términos más flexibles que aquellos empleados
por la teoría convencional, en la cual el término integración era interpre-
tado como necesariamente equivalente al de unión aduanera, considerado
como un modelo óptimo, puesto que garantiza un nivel adecuado de pro-
tección ante terceros y una liberación conveniente de factores productivos
entre sus miembros. Desde la óptica adoptada en este estudio, se estaría
requiriendo para dar cuenta de la nueva dinámica de la integración de
un concepto más difuso pero a la vez más comprensivo que por lo menos
se refiriera a los procesos reales y convencionales, y a sus componentes
económicos, políticos, sociales, culturales y geográficos, a la vez que a sus
diversos niveles: global, continental, regional y bilateral.
En tal virtud, los esfuerzos para redefinir el concepto de integración econó-
mica, en general, se han encaminado en el sentido de que éste preste más
atención al movimiento del conjunto de factores productivos y no exclusi-
vamente al intercambio de bienes y servicios. Al respecto, Tomassini (1989:
503) sostiene que la intensificación de diversos factores profundiza el pro-
ceso de complementación económica entre los países, lo que a la vez “exige
una definición del concepto de interdependencia en términos de una rela-
ción de intereses de forma tal que si el comportamiento de una nación
cambia otros estados se verán afectados por dichas transformaciones”. Esa
identificación de coincidencias o intereses comunes sería uno de los facto-
res que están dando origen a la regionalización en las Américas. Lo mismo
puede afirmarse de la contigüidad geográfica, que también se constituye
en un factor importante que sigue contando, pero ya no como el único ele-
mento en el que se funda la interdependencia o la integración económica,
conceptos que convergen y que en los análisis aparecen como complemen-
tarios, o en ocasiones como suplementarios y hasta como sinónimos.
En relación con el argumento sobre la necesidad de una redefinición de con-
ceptos, se ha explicado que desde los años ochenta, pero sobre todo a partir
de que la Unión Europea consolida su integración mediante el Tratado de
la Unión Europea (Ripol, 1995) en las teorías de la integración se está dando
un tránsito del concepto de integración al concepto de interdependencia
para explicar la realidad europea no ya en el ámbito regional, sino para
conceptualizar su inserción en la dinámica global (Chanona, 1993: 88).
Algo parecido ha ocurrido en el continente americano. A partir de que
se empezó a reconocer la integración de facto que existía entre Estados

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Unidos y México, y sobre todo después de que se anunció la decisión para
crear el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte se observa un
“acelerado tránsito de un proceso de integración económica informal a
uno de integración formal entre México y los Estados Unidos, principal-
mente” (Chanona, 1993:88).
La negociación del TLCAN, junto con la Iniciativa para la Américas del
presidente Bush (que concibe al TLC como el primer paso para la creación
de lo que en el 2005 podría ser el Área de Libre Comercio de las Amé-
ricas), fueron factores que estimularon las reformas de mercado en los
países latinoamericanos y la revitalización o creación de los esquemas de
integración subregionales y bilaterales en la década de los noventa del
siglo pasado. Lo importante en ese proceso de negociación política, es
que prácticamente todos los gobiernos se comprometieron con la crea-
ción de una unión económica generalizada en el continente y empezaron
a utilizar la opción regional para acceder a los mercados hemisféricos
y mundiales. Ahora, sin abandonar la negociación multilateral que se
desarrolla con muchas dificultades en el seno de los organismos como la
Organización Mundial de Comercio (OMC), la creación de agrupaciones
regionales o subregionales se están combinando con la apertura unilate-
ral o la formación de asociaciones bilaterales, cuya tendencia es una de
las más fuertes.
Esta nueva realidad ha llevado a la CEPAL a reconocer que la política de
integración tradicional no es funcional a los objetivos de la política econó-
mica continental y a las estrategias de desarrollo nacionales, por lo que ha
planteado la necesidad de que el proceso de integración real se comple-
mente con la firma de convenios formales entre los gobiernos. Aunque no
es un concepto original, como lo señala Palacios (1995: 298), la novedad de
la formulación de la política del regionalismo abierto que la CEPAL oficia-
lizó en 1994, consiste en que en ella convergen el concepto de integración
y la noción de interdependencia, términos que tienen su origen en la tra-
dición neoclásica del comercio internacional y en la teoría neofuncionalista
de las relaciones internacionales, respectivamente.
Según la CEPAL (1994: 12), se denomina, “regionalismo abierto” al proceso
que surge al conciliar la interdependencia nacida de acuerdos especiales
de carácter preferencial y aquella impulsada básicamente por las señales
del mercado resultantes de la liberación comercial en general. Al plantear
la CEPAL una nueva orientación con base en el concepto de regionalismo
abierto, pretende que las políticas explícitas de integración sean comple-
mentarias con las políticas tendientes a elevar la productividad; es decir,
hacer funcionalmente compatibles la apertura unilateral con los convenios

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intergubernamentales entre países cercanos geográficamente y afines cul-
turalmente (CEPAL:13).
Esa propuesta podría ser cuestionada desde varios ángulos porque en
esencia propone la adaptación funcional de la política de integración a los
requerimientos del proyecto neoliberal que se ha generalizado en el con-
tinente; sin embargo, lo que en este capítulo interesa es caracterizar, pri-
mero, la globalización y la regionalización como fenómenos paradójicos a
la vez que complementarios, y dar cuenta de la evolución y la convergencia
entre los conceptos de integración e interdependencia. Por tanto, a partir
de una síntesis bibliográfica, se definen las acepciones económicas de la
integración y la interdependencia. Asimismo, al final del capítulo se hace
una reflexión en el sentido de cómo la colaboración entre las teorías de las
relaciones internacionales y las teorías del comercio internacional puede
brindar herramientas útiles para analizar la actual etapa de la integración
en el continente americano, marco en el que se inscribe el acuerdo bilate-
ral entre México y Chile, objeto de estudio de esta tesis.

1.1 - GLOBALIZACIÓN
En la actualidad, así como se puede observar el mundo compuesto por
países independientes y separados por fronteras políticas o naturales, tam-
bién puede verse conformado por grandes regiones o bloques. En efecto,
hasta hace poco más de una década, desde el punto de vista político, los
estudios sobre las relaciones internacionales estaban marcadas por la anti-
gua división ideológica entre el Este y el Oeste, esquema bipolar que perdió
vigencia pero que establecía con claridad la pugna entre los principales
sistemas antagónicos, a la vez que el grado de entendimiento entre las
superpotencias en sus respectivas áreas de influencia. Con la desaparición
del mundo bipolar, ahora la realidad internacional es caracterizada, como
dice Castells (2000), por su “multidimensionalidad”, puesto que involucra
a múltiples actores cada vez más diversificados y poderosos que protagoni-
zan grandes transformaciones y que ponen en entredicho las capacidades
del Estado frente a un contexto muy diferente al prefigurado durante la
Guerra Fría.
Otro enfoque muy común en la actualidad, es interpretar muchos de los
problemas mundiales a través de otra gran división entre el Norte desarro-
llado y el Sur en desarrollo. El conflicto Norte-Sur involucra a países ricos y
pobres, a sociedades desarrolladas y subdesarrolladas, que expresan diver-
sos intereses en un mundo jerarquizado y poco equitativo en relación con

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el ejercicio del poder político y el control sobre los recursos. Tal conflicto
se manifiesta con toda crudeza en el contenido de las diversas agendas
internacionales que se negocian en el marco de la ONU y de las organiza-
ciones multilaterales como la Organización Mundial de Comercio, el Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial, organismos dominados por
las grandes potencias pero que a la vez son foros donde se expresan las
demandas de las sociedades que buscan una mayor equidad en sus relacio-
nes internacionales.
Desde la perspectiva económica, ahora ya también es parte del sentido
común concebir a la sociedad internacional conformando grandes áreas o
bloques regionales, entre las cuales sobresalen Europa, Norteamérica y el
Pacífico asiático, como las zonas capitalistas más integradas y avanzadas.
La importancia de estas grandes regiones económicas reside en que agru-
pan a amplios espacios geográficos, abundante capital humano, estratégi-
cos recursos y tecnologías modernas, capitales y armas sofisticadas.
Ese proceso de regionalización se desarrolla simultáneamente y en rela-
ción con los diversos fenómenos generados por la globalización, la cual
se caracteriza, en general, por el aumento del volumen y la rapidez de las
comunicaciones; una creciente movilidad del capital a través de las fronte-
ras interestatales; una mayor unificación macroeconómica; la internaciona-
lización de la producción y el desplazamiento de los procesos industriales
hacia los nuevos países emergentes; y, por la integración de mercados y la
estandarización de patrones de consumo (Aguirre, 1995).
Respecto de la definición y validez de los términos globalización y mun-
dialización se ha generado un interesante debate que no se puede asumir
en este escrito. Pero es necesario reconocer los esfuerzos realizados por
algunos autores para dotarles de un contenido preciso, como lo hace, por
ejemplo, Fernando Vallespín (2000), que conceptualiza el fenómeno de la
mundialización como lo referente a la progresiva extensión de las formas
de relación y organización social, que desbordan los espacios tradicionales
y se expanden hasta abarcar el mundo entero. Pero este autor considera
preciso hablar de mundializaciones en plural, ya que ésta no sigue una
única lógica ni repercute por igual en las diferentes sociedades, grupos,
empresas o sectores productivos. En otras palabras, son redes de geometría
variable que repercuten de forma particular en la economía, la cultura,
el derecho y la política. A la vez, Vallespín concibe a la globalización, en
primer término, como un fenómeno que abarca a grandes zonas de la acti-
vidad social que van extendiendo su campo de acción hasta abarcar niveles
que superan los límites nacionales y regionales, interconectados a través de
una compleja red de relaciones, flujos e intercambios; y, en segundo lugar,

28

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la globalización implica una intensificación de las conexiones y dependen-
cias entre las diferentes sociedades y Estados. En otras palabras, considera
que el factor decisivo de la globalización debe encontrarse en el aumento
reticular de la comunicación y sus posibilidades, permitiendo la creación de
un nuevo dinamismo y flexibilidad en la comunicación y organización de
la actividad económica, en la aplicación de las innovaciones tecnológicas y
en la descentralización de la producción y la interconexión financiera en el
ámbito mundial.
Evidentemente el anglicismo globalización es más utilizado que el término
mundialización, preferido por los autores franceses, pero en este estudio
se toman como equivalentes moviéndose entre uno y otro sólo con la fina-
lidad de variar un poco el lenguaje, teniendo siempre presente la impre-
cisión y la problematización que implica cada uno de ellos. Globalización
es un término que se utiliza de forma abundante no sólo en los estudios
de las ciencias sociales y en los análisis del sistema mundial, sino que se ha
insertado en la vida cotidiana a través de los medios de comunicación, pero
sin un significado unívoco, sino todo lo contrario, pues se utiliza por el sen-
tido común para explicar casi todo lo que ocurre en un país y en el mundo
sin tener la certeza de saber acerca de qué se está hablando cuando se
utiliza el término.
No es difícil observar que en la literatura especializada de las ciencias socia-
les, globalización es un neologismo que todavía no logra insertarse plena-
mente como un concepto científico, en razón de que abarca a un conjunto
de procesos y fenómenos muy generales que tienen lugar en el sistema
internacional. Como parte del discurso político e ideológico, aparece como
algo inexorable, que arrastra todo a su paso de forma inevitable; mientras
que para otros no es más que un mito que tiene la intención de ocultar las
desigualdades y la injusticia entre las naciones.
Anthony Giddens (1996) ha distinguido entre entre “hiperglobalizadores”3
y “escépticos de la globalización”, a los primeros, los identifica ligados al

3
Por su parte, David Held (1997) reconoce tres paradigmas que tratan a fondo la proble-
mática de la globalización:
Hiperglobalistas: su tesis define al fenómeno de la globalización como una nueva época
dentro de la historia en la cual “los Estados-Nación tradicionales se han vuelto antinatu-
rales e incluso obsoletas e imposibles como unidades de la economía global”. Este para-
digma privilegia una lógica económica y sus variables neoliberal y neomarxista reconocen
la emergencia de un solo mercado global y el principio de la competencia global; los
gobiernos nacionales se ven disminuidos o relegados a simples instituciones intermedia-
rias entre los crecientes poderes locales, regionales y globales y los mecanismos de gober-
nabilidad global.

29

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ambiente de los negocios y con gran influencia en las elites económicas y
políticas que orientan las políticas macroeconómicas y la gestión del Estado.
Los entusiastas más radicales de la globalización creen que con la expan-
sión del mercado a escala planetaria, los Estados-nación no tienen ninguna
viabilidad y están destinados a desaparecer si no es que ya son sólo una
pieza de museo. Los autores que asumen esta posición extrema, interpretan
que el Estado-nación se encuentra en una fase terminal, como lo sostienen
autores como Kenichi Ohmae (1995) a quién se le identifica como uno de los
principales representantes de esa corriente, al argumentar que en el futuro
la nueva economía mundial tendrá como núcleo no a los Estados-nación
sino a muchas regiones económicas entrelazadas, funcionales a la economía
mundial, misma que tiende a ser homogénea a escala planetaria, en la que
gracias a la tecnología no hay diferencias salariales, ni polarización social,
violencia y guerra. A esta postura se adhiere Alberto Rocha (2003:109), para
quien el Estado-nación, como forma histórica, se encuentra en el ocaso,
transformándose en el Estado-región supranacional.
En cambio, los detractores de tal postura han llegado a negar la propia
existencia de la globalización e interpretan que es un mito o una trampa,
como se puede leer en el ensayo de Carlos Vilas (1999), que demuestra
el grado de falsedad en que incurren los hiperglobalistas al decir que la
globalización es un fenómeno nuevo; que es un proceso homogéneo y, al
mismo tiempo, un proceso homogeneizador; que conduce al progreso y al
bienestar universal; que la globalización económica incluye la difusión de

Escépticos: argumentan que la globalización es un mito que descansa por completo en una
concepción económica con un mercado mundial perfectamente integrado; se cuidan de
concebir a la gobernabilidad global y a la internacionalización económica como proyectos
occidentales primordialmente, lo cual indica una creciente preocupación que imprime
la tendencia de regionalización a manera de bloques, donde muchas veces, más allá de
un régimen de cooperación, se sientan las bases de una polarización internacional que
incrementa las diferencias entre riqueza y pobreza o poder y debilidad entre los actores
del sistema internacional.
Trasnsformacionalistas la globalización es concebida como una poderosa fuerza trans-
formativa, la cual es responsable de las sacudidas y fenómenos desestabilizadores que
ocurren dentro de las sociedades, economías, instituciones de gobierno y demás actores
que forman parte del orden mundial, es decir “un proceso o conjunto de procesos que
encarnan una transformación en la organización espacial de las relaciones sociales y las
transacciones – evaluadas en términos de su extensividad, intensidad, velocidad e impacto
– generando flujos transcontinentales o interregionales y redes de actividad e interacción
relativos al ejercicio de poder”. La extensividad de las redes globales; la intensidad de la
interconectividad; la velocidad de los flujos y el impacto de la interacción son elementos
que no conducen directamente a diferenciar qué fenómeno, actor o proceso del orden
mundial es más global en comparación de otro.

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la democracia; y, que acarrea la desaparición progresiva del Estado o una
pérdida significativa de su importancia. Por su parte Martin y Schumann
(1999: 15) aseguran que la globalización constituye un “ataque contra la
democracia y el bienestar”, sobre todo ante la constatación de que los
fundamentalistas del mercado atribuyen al liderazgo estadounidense la
paternidad de “una doctrina político-económica salvadora”. Aquellos que
observan no los efectos positivos para algunas sociedades, enfatizan las
consecuencias negativas para las naciones menos desarrolladas al intensifi-
car la desigualdad social y las carencias en su interior. Tal es el caso de los
críticos que señalan que la globalización implica la “mundialización de la
miseria”, o como advierte Jaime Estay (2000) al indicar que también agrava
las disparidades entre países en términos de indicadores de desarrollo social
y de participación en las oportunidades a escala mundial, condenando a
los países a una mayor polarización social y económica.
Anthony Giddens sugiere que elaborar una conceptualización adecuada
exige diferir de ambos enfoques, porque la globalización es un fenómeno
que responde a múltiples causas, al tiempo que es un proceso sumamente
contradictorio. Tampoco se puede decir que va en una sola dirección
porque genera sus propias contratendencias, como procesos de integración
y simultáneamente efectos de fragmentación o exclusión, solidaridades y
destrucción de los lazos comunitarios. El punto débil de Giddens aparece
cuando asegura que “nadie controla a la globalización”, argumento insos-
tenible en el enfoque de este estudio, porque si se adoptara tal perspectiva
no tendría ningún sentido hablar de actores y de la racionalidad sustan-
tiva que conduce su acción, así como de la armonización y el choque de
intereses que determinan los procesos incluidos en el fenómeno llamado
globalización.
Para algunos autores, la globalización marca el triunfo definitivo del modo
capitalista de producción, particularmente con la reincorporación de los
países del antiguo bloque soviético y de los países que habían realizado
revoluciones populares de liberación anticolonial encabezadas por líderes
socialistas, cuyos proyectos incluyeron reformas nacionalistas y estatización
de empresas. La globalización vendría a ser la característica principal del
ciclo histórico inaugurado por la caída del muro de Berlín, en noviembre
de 1989, y la desaparición de la Unión Soviética, en diciembre de 1991.
En esta perspectiva histórica, como lo ha explicado por ejemplo Noam
Chomsky en varios artículos, la globalización está asociada a las llamadas
políticas neoliberales de ajuste estructural y las reformas de acuerdo con
el llamado “Consenso de Washington”. Esas políticas son aplicadas en la
mayoría de los países del Tercer Mundo y, desde 1990, fueron también

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implementadas en las economías en transición del Este europeo. Otra ver-
sión de esas mismas políticas se destina a los propios países industrialmente
avanzados, más significativamente a Estados Unidos y al Reino Unido. O en
palabras de Robinson (1998) “la globalización del proceso de producción
está unificando al mundo en un solo modo de producción y en un solo
sistema global y está llevando a cabo la integración orgánica de diferen-
tes países y regiones en la economía global”. Vista desde una perspectiva
histórica más amplia, la globalización puede ser entendida como la etapa
contemporánea de desarrollo del sistema capitalista.
Si bien el mismo concepto de globalización ha generado múltiples debates
acerca de sus orígenes y magnitud, presentándose como uno de los térmi-
nos más controvertidos de las ciencias sociales, parece existir un consenso
en que el fenómeno puede rastrearse hasta la época de la construcción de
los Estados modernos y su desarrollo internacional a partir del siglo XVI,
y que el proceso globalizador acentuó su tendencia con la implosión del
bloque soviético, el fin de la guerra fría y el nuevo orden mundial unipolar
que surgió en la década de los noventa del siglo XX (Ferrer, 1996).
Al respecto, Guerra Borges (2002: 81) señala que dentro del proceso de
globalización, “el capitalismo juega un papel esencial en la reestructura-
ción de la economía mundial, en consonancia con el establecimiento de un
‘nuevo régimen de acumulación’, sustentado en nuevos principios genera-
les de la organización del trabajo y de uso de las tecnologías de punta, a
fin de incrementar las utilidades que permitan no sólo la subsistencia, sino
también la reproducción y expansión del sistema”. De esta manera, esta
estructura acumulativa inherente a la globalización se convierte en una
estrategia decisiva del capital para superar la crisis del fordismo, propio de
mediados de siglo XX, y caracterizado por la producción en serie, el incre-
mento salarial, el mantenimiento del nivel de competitividad mediante la
incorporación sostenida de tecnología y la ampliación del mercado interno
sobre la base de una intervención estatal institucionalizada.
Otro aspecto interesante de la interpretación de Guerra-Borges (2002: 43) es
concebir a la globalización “no sólo como un proceso económico sino tam-
bién [como] una estrategia política; no sólo implica el paso de un régimen
de acumulación a otro sino también la voluntad política de consumarlo”.
Desde ese enfoque se subraya que la racionalidad de los actores constituye
un acto deliberado para operar una profunda reestructuración social, ins-
titucional y tecnológica que requiere una nueva forma de capitalismo, que
exige un papel completamente distinto del Estado y su correspondiente
ideología llamada neoliberalismo. En consecuencia, se rechaza que el pro-
ceso sea un resultado automático de las fuerzas productivas o que sea un

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proceso ciego o ineluctable, sino todo lo contrario es “el resultado de las
concepciones y políticas de los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald
Reagan” y todos aquellos gobiernos que aceptaron y se adhirieron a la
“nueva religión”, como en nuestro caso de estudio bien lo proyectan las
personalidades de Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y Vicente Fox,
en México; y Augusto Pinochet, Patricio Aywin y Eduardo Frei, en Chile.
Como ofensiva ideológica, el discurso de la globalización identifica al neo-
liberalismo (Preciado, 1997) con esta nueva etapa del capitalismo mundial,
proyectando como necesarios el achicamiento del Estado y que éste opere
en función del gran capital; las privatizaciones de empresas públicas, la des-
regulación y la liberación económica; la restricción de los derechos sociales,
el ataque al sindicalismo y a las organizaciones nacionalistas y socialistas.
Este pensamiento dominante, también se gesta en los organismos econó-
micos multilaterales como la OMC, el FMI, el Banco Mundial y la OCDE,
mismos que al no ser autónomos y estar dominados por los gobiernos de
las potencias capitalistas más poderosas, promueven la forma neoliberal
de globalización económica, como si fuese la única posible o viable, y para
la cual no existe alternativa; ocultando asimismo los efectos sociales que
trae consigo la economía globalizada, quienes asumen los costos y que
grupos sociales son los beneficiarios.
En la actualidad, por su propia naturaleza, el concepto de globalización
está más enfocado a explicar la interacción económica en el mundo con-
temporáneo y las repercusiones que esta interacción genera en la cultura4,
en la tecnología, en la ecología y en las estructuras estatales de las socieda-
des, como por ejemplo puede verse en las obras de García Canclini (1999)
y Dani Rodrik (1997). Pero es innegable que la globalización está deter-

4
Zygmunt Bauman, (1998) afirma que “la globalización no produce necesariamente nin-
guna unificación cultural... no origina el surgimiento de algo que pueda parecer una cul-
tura global... Del entramado global se aíslan símbolos culturales y se tejen identidades de
varia índole... la autodifenciación local se convierte en uno de sus rasgos distintivos...”. De
la misma forma Manuel Castells (2000) aduce que dentro de éste fenómeno las personas
intentan reagruparse en torno a sus identidades primarias: religiosa, étnica, territorial o
nacional; es por ello que la identidad aparece como, uno de los mayores elementos de
cohesión social entre los grupos humanos. Esto es, las personas se organizan cada vez más
de acuerdo a su significado, no en torno a lo que hacen, sino en las bases de lo que son, o
de lo que creen ser dentro de redes globales de intercambios estructurales.
Por el contrario, Kevin Robins (1999) debate esta idea, argumentando que la cultura global
significa cada vez más la convergencia de símbolos culturales y de formas de vida, y que,
en la medida que los últimos rincones del mundo se integren al mercado mundial, surgirá
un solo mundo mercantil, en el cual las culturas y las identidades locales se desarraigan y
sustituyen por símbolos mercantiles.

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minando la evolución de los sistemas políticos y sociales, dando origen a
nuevos movimientos antisistémicos y creando, posiblemente, un proceso
civilizatorio a escala planetaria. No obstante que incluye un sinnúmero de
dimensiones, de forma sintética y para los propósitos de este estudio, la
globalización presenta los siguientes rasgos:
Intensificación del comercio. Pese que más del 70 por ciento de la pro-
ducción de bienes se realiza en el marco nacional, se observa una ten-
dencia a la elevación de las transacciones transfronterizas, en particular
como resultado de la adopción del esquema exportador y de las medidas
multilaterales para liberalizarlo; además de la creación de bloques regio-
nales abiertos, los cuales en la visión de la OMC (1995), son un comple-
mento en la búsqueda del objetivo para lograr un comercio cada vez más
libre, que no un libre comercio universal e irrestricto sobre todo por la
oposición de las grandes potencias comerciales. El neoproteccionismo, el
comercio compensado, el comercio intraindustrial, los subsidios a la pro-
ducción y un sinfín de restricciones y condicionamientos que imponen los
países ricos, vendrían a constituir un conjunto de medidas que impiden
que se avance en el propósito de la negociación multilateral de contar
con normas universales que garanticen un comercio más equitativo y justo
entre los países.
Internacionalización de los procesos productivos. La nueva división interna-
cional del trabajo, que se expresa de forma particular en la mundialización
de la industria manufacturera, conlleva la especialización de las sociedades
desarrolladas en procesos sofisticados de alta tecnología, fuerte capitali-
zación e innovación de productos; al tiempo que las actividades intensivas
propias de la maquila y la sobreexplotación de los sectores laborales se
destinan a las naciones en desarrollo. Situación que exige de los países
pobres un esfuerzo por atraer inversión extranjera directa, como la prin-
cipal opción para reducir el desempleo y la pobreza; un claro compromiso
para moderar las reivindicaciones sindicales, el abatimiento de los costes
salariales y una reducción de las prestaciones sociales.
Impulso a las grandes reformas económicas de carácter estructural. Cam-
bios que implican, entre otros aspectos, la apertura económica, finan-
ciera y comercial; finanzas públicas sanas para reducir el déficit y seguir
pagando la deuda externa; y, la redefinición del papel del Estado en la
economía, por medio de acciones como la desregulación y la privatización
de empresas públicas. Es decir, la adopción del neoliberalismo globaliza-
dor que exige de los países débiles reformas radicales en los ámbitos de la
legislación laboral, tributaria, bancaria, comercial, financiera, energética y
prestaciones sociales del Estado.

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Acrecentamiento del poder de las empresas transnacionales. En la econo-
mía globalizada, donde la liberación de los mercados nacionales impone la
apertura a la inversión y el comercio externos, a través del desarme legal
y arancelario, las empresas transnacionales se convierten en los actores
dominantes debido a su enorme capacidad de concentración de la produc-
ción, tecnología y capitales, lo cual las coloca en una posición privilegiada
para la monopolización y competencia por los mercados internacionales.
Con su desarrollo y penetración en las economías nacionales, las compa-
ñías transnacionales han alterado la diferenciación que se establecía entre
los países tradicionalmente productores de materias primas y aquellos pro-
ductores de bienes elaborados con alto contenido tecnológico. La mundia-
lización de los mercados, a nivel de las empresas, como dice Delgado (1997:
315) significa que el fortalecimiento y crecimiento de las más modernas
transnacionales rompe con la noción de comercio interno y externo de las
naciones; modifica y restringe los mercados de trabajo, y establece patro-
nes de consumo en gran parte de los sectores sociales de los países, particu-
larmente en los estratos de ingresos alto y medio integrados al desarrollo.
Integración de los mercados financieros a escala mundial. Lo que implica
una alta volatilidad producto de los enormes volúmenes de capital finan-
ciero que se transfiere por el mundo sin ningún control gubernamental,
lo que provoca una clara vulnerabilidad económica sobre todo porque
el comportamiento de los mercados financieros en un determinado país
tiene efectos inmediatos en los mercados de otros países sin importar la
lejanía de éstos. Tal es el efecto provocado por las famosas crisis financieras
llamadas tequila, samba o vodka. Al respecto, Ramonet (2002: 4) asegura
que “vivimos una segunda revolución” que se trata de la interdependencia
y de la imbricación cada vez más estrecha de las economías de numerosos
países, sobre todo el sector financiero, ya que la libertad de circulación de
capitales y de flujos financieros, es total y hace que este sector domine,
muy ampliamente, la esfera económica. Guerra-Borges (2002: 88) citando
un documento del FMI asegura que el volumen medio de operaciones dia-
rias del mercado de divisas se calcula en unos 1 500 miles de millones de
dólares en los últimos años, y que las corrientes de capital entre los países
desarrollados se han multiplicado por tres entre 1985 y 1995.
Revolución en las redes de comunicación. Por medio de instrumentos sofis-
ticados como la Internet, la telefonía celular, el uso satelital para la radio
y televisión, con lo cual es posible establecer contacto en cualquier parte
del mundo de forma instantánea. Las transformaciones tecnológicas en las
ramas de la informática, robótica y telecomunicaciones, forman parte de la
revolución tecnológica que da la base para que los flujos financieros y de

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inversión extranjera directa, y los bienes y servicios exportables redimensio-
nen el sistema capitalista en todo el mundo. Al mismo tiempo, las facilida-
des tecnológicas para entrar en contacto con personas e informaciones en
cualquier parte del mundo, permiten generar una conciencia más universal
y establecer lazos de solidaridad y coordinar acciones en contra, incluso,
de los pilares institucionales mas reconocidos de la globalización, como la
OMC, el FMI-BM y la OCDE.
La proyección de valores culturales a escala mundial. Especialmente valo-
res culturales occidentales y particularmente norteamericanos, orientados
en esencia al individualismo, la competencia, el consumismo, el afán de
lucro y la violencia. Pero no se trata de valores universales o comunes de
los pueblos del mundo sino de políticas que expresan intereses particula-
ristas con una proyección universal mediante el dominio por las grandes
potencias de las industrias culturales y las redes tecnológicas de comuni-
cación. No obstante, el reconocimiento de esa realidad no es obstáculo
para la promoción y difusión de otras identidades y de todo un conjunto
de valores culturales propios de las sociedades y pueblos del mundo, con-
tribuyendo así a la generación de una nueva ciudadanía fundada en un
mayor cosmopolitismo, interculturalismo y universalismo verdaderamente
globales. Al tiempo, el impulso activo de algunas normas y valores políticos
cada vez más universales, como la democracia, los derechos humanos, la
observancia de la legalidad internacional y conciencia ecológica, pueden
considerarse como positivos cuando se combinan con actitudes abiertas al
escrutinio público internacional de los gobiernos, pero sin ocultar que en
muchas ocasiones su promoción se asocia con acciones intervencionistas
por parte de los estados dominantes en el mundo jerarquizado.
Creciente pérdida de la autonomía de los Estados. Sobre todo para tomar
decisiones autónomas y soberanas. Se difuminan las fronteras nacionales
y el poder de los gobiernos se dispersa en un múltiples sentidos: hacia
arriba, respecto a otros Estados más poderosos y en relación con los orga-
nismos económicos internacionales y las instituciones políticas multilate-
rales; hacia abajo, con otros niveles de autoridad provinciales y locales; y,
hacia fuera, con actores no estatales como empresas y organizaciones no
gubernamentales. La globalización también cuestiona la supremacía del
Estado, al reducir su margen de soberanía (Giddens, 2000), y cuyos gobier-
nos y políticos pierden capacidad e influencia en sus decisiones, al verse
obligados a aplicar políticas de acuerdo con los lineamientos de los cen-
tros de poder mundial, colocando en un segundo término las demandas
y necesidades de la sociedad nacional. El Estado-nación se convierte, así,
para los grandes centros financieros y las transnacionales en un obstáculo,

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sobre todo cuando éste aplica los estrechos márgenes de autonomía en cir-
cunstancias de una economía cada vez más mundializada. En ese sentido,
la globalización limita la independencia estatal tradicional al provocar una
disminución de los instrumentos políticos y regulatorios de los gobiernos
nacionales, sobre todo de los países chicos o dependientes, de tal forma
que “el desarrollo de los países dependerá crecientemente de los mercados
internacionales y cada vez menos de las políticas económicas gubernamen-
tales” (Estefanía, 1996: 14), al grado de que en muchos aspectos los lazos
orgánicos e internos entre las sociedades nacionales, así como el conjunto
de las instituciones del Estado, han llegado a ser sobreseídas por los orga-
nismos internacionales y por las grandes corporaciones transnacionales,
que tienen su origen en los países mas avanzados.
Mayor interdependencia económica y social. Entendida como el conjunto
de múltiples flujos de dinero, personas y comunicaciones; así como el esta-
blecimiento de numerosos regímenes internacionales que establecen prin-
cipios, normas, reglas y procedimientos en áreas de interés común entre
los Estados, con la finalidad de administrar una gran variedad de intere-
ses entre diversos sectores sociales que establecen contactos más allá de
las fronteras. La interdependencia se convierte así en uno de los rasgos
mas distintivos de la globalización, especialmente cuando se observa el
enorme volumen de transacciones de bienes y servicios, capitales financie-
ros e inversión, productos culturales y tecnologías, que trascienden fronte-
ras por todo el mundo.
Creación de nuevos espacios para la participación de actores no guberna-
mentales y de las organizaciones intergubernamentales. Es un hecho que
la acción de los agentes transnacionalizantes genera la irrupción de las
organizaciones de la sociedad civil que se están esforzando por construir
alternativas mas humanistas, sociales y populares ante la globalización,
donde se puede ubicar la acción de los llamados globalicríticos o alter-
mundistas; y, especialmente, a personalidades destacadas del mundo artís-
tico, escritores, científicos y líderes mundiales. Lamentablemente, se puede
observar que el movimiento social internacional todavía es débil frente a
los impulsores de la globalización neoliberal, ya que este sector cuenta
con numerosos actores entusiastas no sólo en los centros de poder hege-
mónico, sino también en los países en desarrollo, donde destacan muchos
jefes de Estado, incluyendo a muchos políticos, empresarios, intelectuales y
empleados que esperan nuevas oportunidades y que tienen grandes aspi-
raciones de mejora económica y de estatus social. De esta situación nace
asimismo la necesidad de reconstruir las bases comunitarias y de solidaridad
entre las propias sociedades nacionales, y la revaloración de las funciones

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sustantivas de las instituciones estatales y públicas, sobre todo de cara a la
multiplicación de las organizaciones financieras, tratados internacionales e
instituciones intergubernamentales del nuevo orden internacional que la
globalización representa.
Formación de regiones económicas internacionales. Por último, otra de
las caractéristicas de la globalización neoliberal es que ha dado un mayor
impulso a la formación de regiones económicas. Aunque este tema se pro-
fundizará en el siguiente apartado, en general se puede concebir que los
también llamados bloques económicos regionales son funcionales y refuer-
zan la globalización, porque constituyen redes productivas, comerciales y
financieras en los territorios de los países que se agrupan, y que a la vez
son incorporados a los flujos de capital, de comercio, de tecnología e infor-
mación que monopolizan las grandes corporaciones transnacionales. Por
lo que se puede afirmar, en particular para el caso latinoamericano, que
más allá de la formalización e institucionalización de los proyectos regio-
nales, éstos tienden a ser subsumidos por un proceso mayor de regionaliza-
ción continental y mundialización capitalista. En Latinoamerica, debido al
hecho de que el comercio intrarregional no es muy significativo y los prin-
cipales mercados externos se localizan fuera del área latinoamericana, es
patente que la puesta en operación de los procesos de integración, tanto
históricos como de nueva generación, no sólo tiene que ver con la vocación
expansiva del capital con proyección mundial; sino que la regionalización
también es consecuencia del proceso de despliegue de la geopolítica del
capital y de la disputa hegemónica entre Estados Unidos y las otras poten-
cias económicas con proyecciones globales, como pudo observarse en 1994,
para el caso mexicano con el establecimiento, primero, del TLCAN, y poste-
riormente en el año 2000, cuando la Unión Europea y México aprobaron el
Acuerdo de Asociación Económica, Concertación Política y Cooperación.
En consecuencia y desde un punto de vista muy amplio, la globalización
expresa los intereses de las sociedades ricas del norte del planeta, a la cual
se integran los países del sur en condiciones de mayor subordinación polí-
tica y dependencia económica, sin resolver previamente y más bien perpe-
tuando, los déficits crónicos en materias de escolaridad, salud, nutrición,
empleo y remuneraciones. Por lo que en este proceso, el Sur no juega un
papel protagónico, al adolecer de una gran debilidad en términos de ins-
tituciones financieras, de centros de innovación tecnológica, de empresas
transnacionales y de registro de patentes, elementos primordiales para
competir el una economía cada vez más global.
Por tal razón, es comprensible la preocupación expresada por diversos
sectores sociales y políticos de los países latinoamericanos ante el avance

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del proyecto hemisférico para la creación del Área de Libre Comercio de
las Américas (ALCA), plan estratégico del globalismo norteamericano que
busca la consecusión del proceso continental que le asegure el desplie-
gue de sus grandes corporativos en términos de producción, distribución y
consumo; al tiempo que busca proteger su mercado nacional de la compe-
tencia externa, asiática y europea principalmente. El ALCA como proyecto
hegemónico de la principal potencia económica mundial, estaría poniendo
en cuestión los procesos integracionistas más auténticamente latinoameri-
canos, problema que permite dar paso al tema de la regionalización en las
Américas, que se aborda en el siguiente apartado.

1.2 - REGIONALIZACIÓN
Un importante problema conceptual que enfrenta el estudio de las relacio-
nes internacionales es la definición de región o bloque económico interna-
cional, que puede agrupar a conjuntos de países con desarrollo similar o a
economías asimétricas. El primer obstáculo que salta a la vista en un intento
de definición aparece en relación con el principio de “homogeneidad”,
puesto que la mayoría de las definiciones de “región”, sobre todo consi-
derada dentro de las fronteras nacionales, subrayan la medida de homo-
geneidad como la unidad capaz de ser destacada dentro de una sociedad
total. Aunque ha ido evolucionando el concepto de región, al igual que
se ha ido abandonando relativamente el factor de homogeneidad en la
determinación de la región, se sigue insistiendo en que por lo menos algún
grado de homogeneidad es indispensable para atribuirle individualidad
a una región. Aspectos históricos y culturales, así como factores físicos,
demográficos y sociales, tradicionalmente son los considerados para expli-
car la existencia de una región.
Lo que interesa en esta parte del trabajo es lograr un esbozo explicativo
de la definición de región económica mundial o de bloque económico, que
en este texto se usarán como sinónimos, con la salvedad de que el término
“bloque” introduce la noción de zona cerrada o amurallada, característica
que no asume en la actualidad ningún proyecto, ni aún los mas formali-
zados o que cuentan con instituciones que funcionan bajo el principio de
supranacionalidad, como puede ser el caso particular de la Unión Europea.
Consecuentemente, en este estudio se atribuye el concepto de bloque eco-
nómico especialmente a la Unión Europea, y por extensión a los cuasi bloques
(Thurow, 1992) como podrían ser la zona de libre comerció de América del
Norte y el área del Pacífico asiático conformada por la ASEAN y la APEC.

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De este modo, para explicar el proceso que da origen a una región eco-
nómica, lo primero sería intentar definir el concepto de región funcional
que brinda una aproximación inicial, pues explica que es una extensión
del territorio cuyas partes son interdependientes y están vinculadas entre
sí por la división del trabajo o por el intercambio de bienes y servicios. La
característica más destacada de este tipo de región es que la integración
funcional se presenta bajo la forma de áreas orientadas hacia lugares cen-
trales o nudos. En general, el nudo o centro es un mercado, fuente de pro-
visión de bienes y servicios especializados y medio de acceso a otros nudos
en otras regiones.
Sin perder de vista esos rasgos definitorios de la región, Lourdes Regueiro
(1995) propone que una región mundial desde el punto de vista económico
puede definirse por los siguientes elementos:
a. La proximidad geográfica, importante factor que integraría a zonas
de un mismo país, áreas de diversas naciones o a países de uno o más
continentes;
b. La interdependencia existente o potencial, medida por los flujos inter-
nos de comercio, de inversión, migratorios y tecnológicos;
c. La existencia de cierto nivel de convergencia macroeconómica y por el
potencial existente para la formación de economías de escala, para lo
cual son criterios definitorios el tamaño de la población y, sobre todo,
el ingreso percápita.
Según esta caracterización, las regiones económicas mundiales pueden
abarcar a un conjunto de países que establecen de manera formal o de
hecho, formas más o menos elaboradas de interdependencia; pero tam-
bién puede ocurrir como resultado de la segmentación de subregiones
nacionales de países cercanos geográficamente, hacia donde convergen
flujos de comercio e inversión en el entorno de una estructura productiva,
financiera, comercial y de prestación de servicios común. Pero si bien estos
son los elementos definitorios de la región económica internacional, hay
que hacer notar que la contigüidad geográfica no sería necesariamente
un factor vinculante, mientras que las identidades históricas y culturales
comunes que crean una conciencia regional, serían los factores de fondo o
cualitativos para la existencia de la sociedad internacional integrada.
En otro plano, debido a que la globalización y la regionalización se inter-
pretan como una manifestación paradójica de los fenómenos mundiales,
se ha venido desarrollando un interesante debate en el cual algunos auto-
res presentan a los bloques como una tendencia a la consolidación de polí-
ticas proteccionistas a escala regional, en virtud de que pueden constituir

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fortalezas sustancialmente liberalizadas en su interior y significativamente
cerradas hacia fuera. El grupo de autores que se adhieren a esta posición,
sostiene la tesis de que los bloques constituyen “refugios” en donde las
preferencias regionales facilitan la desviación del comercio en detrimento
de terceros países. La posición más extrema al respecto subrayaría que
como resultado de las presiones proteccionistas dentro de los bloques, se
generaría una suerte o proceso de sustitución de importaciones en el nivel
regional, el cual provocaría que ciertos sectores productivos se mantuvie-
ran al margen de la competencia global.
Sobre este enfoque se puede observar que si bien los acuerdos para cons-
tituir regiones económicas pueden originar procesos defensivos, también
permiten la articulación funcional de los países menos desarrollados res-
pecto a otros mercados altamente significativos para su desarrollo, como
lo muestra el caso de México cuya estrategia en el marco del TLC es atraer
inversiones productivas que generen empleos y la expansión de los nego-
cios mexicanos, al tiempo que asegurar el acceso de los bienes exportables
“made in Mexico” a uno de los mercados de más alto consumo. En tanto
que para los Estados Unidos, el TLC tendría una proyección geoestratégica
no tanto para competir con los socios del norte y el sur, sino para afianzar
su hegemonía continental y enfrentar el proteccionismo y la competencia
europea y asiática. Mientras que para Canadá su pertenencia al acuerdo
trilateral no obedece a la necesidad de alcanzar altos beneficios, en razón
de que su economía ya estaba asociada desde 1988 al mercado norteameri-
cano, sino a la circunstancia de evitar un daño potencial en el escenario de
que algunas inversiones se trasladaran al sur de los Estados Unidos.
Otra lectura posible del fenómeno de los bloques económicos, postula que
estos no deberían de ser interpretados como causa sino como consecuen-
cia de las tendencias hacia una mayor integración y la liberalización de los
mercados globales. Bajo este enfoque, los bloques serían una aproxima-
ción tangible o una etapa intermedia hacia el objetivo del libre comercio
universal. De esta manera, los países que se agrupan a través de proyec-
tos regionales, lejos de ambicionar la instrumentación de un modelo de
sustitución de importaciones, lo que procuran es la constitución de una
plataforma exportadora para obtener una mejor inserción en la economía
internacional. En este sentido, los bloques regionales se conciben como
puentes hacia la mundialización.
En efecto, no pocos autores coinciden en que los bloques económicos
pueden ser solamente etapas hacia una efectiva transnacionalización de
los mercados, opinión compartida por Louis Emmerij (1993: 73), cuando
dice que con la formación de grandes bloques regionales se acelera toda-

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vía más la integración entre los Estados, y aunque las regiones se rodean a
menudo de fronteras económicas reforzadas, también contribuyen a glo-
balizar los mercados.
Para apuntalar esta última interpretación, Jaime Estay (1993) argumenta
que si se asume que con el concepto de globalización se está haciendo
referencia a una creciente interpenetración de las economías nacionales,
a un despliegue de la vocación universal del capital a nuevos niveles y a
una presencia acrecentada del “resto del mundo” como referente a los
procesos nacionales de producción de valores de uso y valorización, son
más las semejanzas que las diferencias entre globalización y la formación
de regiones. O, en otros términos: “por muchas e importantes que sean las
contradicciones que se identifiquen entre los dos procesos, lo que hasta
la fecha ha prevalecido es la coexistencia y simultaneidad de ellos” (Estay,
1999: 40).
De todas maneras es inevitable observar que los procesos de regionalización
de la economía mundial expresan la tensión entre la apertura impulsada
sobre todo por las empresas transnacionales y las negociaciones multilate-
rales, por un lado; y, por otro, la defensa de espacios económicos ante la
imposibilidad real de un sistema fundado en el libre flujo de factores pro-
ductivos a escala universal.
Socorro Ramírez (2001: 69) propone la distinción entre regionalización ver-
tical como alternativa a la regionalización horizontal. En la primera cate-
goría caerían los casos de las economías pequeñas que se asocian con otras
grandes potencias para evitar quedar marginadas y beneficiarse del flujo
de capitales, tecnologías y mercados, como lo ejemplifica el TLC norteame-
ricano o la futura Área de Libre Comercio de las Américas; en la segunda
categoría estarían ubicados los proyectos que asocian a economías menos
asimétricas, como los mercados conformados por el MERCOSUR y la Comu-
nidad Andina, que responden a visiones distintas y en oposición al ver-
ticalismo norteamericano. Desde esta óptica, se estaría hablando de un
choque de intereses entre dos grandes proyectos históricos: el bolivarismo
latinoamericano y el panamericanismo norteamericano en sus versiones
actuales. Pero es necesario advertir que los proyectos actuales están más
en función del lucro y del interés privado, que de las necesidades de un
auténtico desarrollo de las sociedades nacionales.
Así pues, para ser región en la economía global, se requiere contar con un
peso relativo dentro del sistema económico mundial, con capacidad mínima
de defensa (inclusive militar) del espacio articulado y una división interna-
cional del trabajo estructurada a lo interno de la región, que imprime una
dinámica propia a esos espacios dentro de los que se generan relaciones de

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dominación. Donde las asimetrías en el desarrollo de los países que parti-
cipan en esos espacios, y las estrategias de desarrollo diferenciadas de los
centros de poder hegemónico, determinarían las formas de articulación
de los núcleos de las regiones y subregiones con el resto de sus integran-
tes y con sus periferias, tal como lo explica en uno de sus ensayos Lourdes
Regueiro (1995).
De esta manera, las principales opciones de integración que se le presen-
tan a los países latinoamericanos desde los años noventa del pasado siglo,
quizá no se encuentren prefiguradas por los proyectos históricos y actuales
de asociación con sus vecinos inmediatos, sino por la importancia creciente
de los mercados de consumo y capitales creados en los tres principales blo-
ques reconocidos por diversos pensadores de la economía internacional:
- El bloque americano, integrado por Estados Unidos, Canadá y México,
liderado por el primero y con posibilidades de incorporar a otras nacio-
nes de América Latina, como ocurrió con Chile a través de tres acuer-
dos bilaterales, y como puede ocurrir con el resto de los países latinoa-
mericanos en el 2005, con la formación del ALCA.
- El bloque europeo, liderado por Alemania y Francia e integrado por
los 15 países de la Unión Europea, la cual próximamente se ampliará
con la incorporación de otros 10 países de la Asociación Europea de
Libre Comercio y del antiguo bloque soviético;
- El bloque asiático, encabezado por Japón y que abarca a los llama-
dos “cuatro tigres” (Corea del Sur, Hong Kong, Taiwan y Singapur),
a los demás países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático
(Tailandia, Malasia, Indonesia y Filipinas), pero cuya esfera de influen-
cia podría extenderse a Australia y Nueva Zelanda, y a las economías
que se vinculan mediante los acuerdos desarrollados en el marco de la
APEC.
Estas tres grandes regiones se proyectan como las principales influencias
externas que están impulsando la regionalización en el continente ameri-
cano. Y aunque la mayoría de las naciones latinoamericanas prefieran la
alternativa del multilateralismo a través de las negociaciones en el marco
de la Organización Mundial de Comercio, mientras no se superen las res-
tricciones y el proteccionismo al libre flujo de factores productivos que
den paso a un verdadero sistema global, la articulación de las economías
latinoamericanas con alguno de los principales bloques, sería la segunda
mejor alternativa de integración al mercado mundial. Tal inserción es cru-
cial aún con la certeza de que opera bajo la lógica de los países líderes de
cada bloque regional, los cuales paralelamente a la promoción de la libera-

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ción económica bajo sus intereses estratégicos, utilizan la regionalización
como una opción para asegurar su competitividad en la economía global,
aplicando incluso unilateralmente severas exigencias a los países en desa-
rrollo y nuevas formas de proteccionismo y de comercio compensado. Todo
lo cual podría representar un saldo negativo para los países en términos
de una mayor vulnerabilidad, al depender sobre todo de un solo mercado,
como es el caso particular de México en el NAFTA.
Consecuentemente, la asociación de México y Chile con los principales mer-
cados continentales y la promoción de acuerdos comerciales tanto bilatera-
les como subregionales en Latinoamérica, constituyen un paso importante
en el proceso de transnacionalización de sus economías, proceso que tam-
bién podría desarrollarse a través de medidas propias del comercio admi-
nistrado, las concesiones recíprocas y el acceso mutuo a los mercados bajo
condiciones de equidad, propios de la política comercial estratégica como
sólo en parte se asumen en los proyectos subregionales latinoamercanos.
Sin embargo, el otorgamiento de mayores plazos para la apertura de los
sectores y productos sensibles, la aplicación de principios de flexibilidad y
gradualismo, y la intención política de repartir más equitativamente los
costos y los beneficios entre los integrantes de los esquemas, no han sido
suficientes para compensar la clara asimetría que también se reproduce
entre los países grandes y chicos que participan en la construcción de pro-
yectos subregionales en Latinoamérica.
Por último, no es ocioso volver a subrayar que las condiciones estructurales
en que tiene lugar la transnacionalización económica de los países latinoa-
mericanos, implican:
1) Que la dirección del desarrollo proviene en lo fundamental de los agentes
del gran capital, tanto interno como externo; 2) que el papel de los gobier-
nos nacionales se reduce a crearle al gran capital las mejores condiciones
para su operación; 3) que el papel regulador y empresarial del Estado se
reduzca en función de las inversiones transnacionales y; 4) que las grandes
corporaciones adquieran un papel preponderante en los países que son uti-
lizados como plataformas exportadoras hacia una región (Fazio,1996: 9).
En conclusión, podría asegurarse que en la conformación de las estrategias
de inserción económica mundial a través de distintas instancias integracio-
nistas, participan diversos actores o agentes tanto estatales como privados
“asumiendo que el marco general de la decisión está dado por una econo-
mía mundial crecientemente globalizada y constituida, además, en bloques
económicos regionales” (Rosas, 1999: 15), pero que a la vez permite cierto
margen de participación a los gobiernos y a empresarios organizados en aso-
ciaciones, para cooperar entre sí en el establecimiento de la política exterior

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económica, con el fin de enfrentar los grandes retos sobre la base de una
percepción común del fenómeno, y con la finalidad del mantenimiento de
sus intereses y aminorar los efectos negativos. La regionalización, por tanto,
representa una oportunidad en beneficio de los sectores competitivos y un
mayor bienestar para la población que cuenta con capacidad de consumo; a
la vez que introduce riesgos difíciles de enfrentar para los sectores tradicio-
nales o menos capacitados para sortear los condicionamientos que implican
los proyectos de integración económica, como pueden ser la intensificación
de la competencia externa y las presiones que imponen el cambio organiza-
cional, las modernas tecnologías y los nuevos procesos industriales.

1.3 - INTEGRACIÓN ECONÓMICA


Aunque no hay pleno acuerdo sobre el significado del concepto de inte-
gración, el término se empezó a utilizar desde 1948 haciendo referencia al
proceso de unificación de las economías de Europa Occidental, de ahí que
siempre haya tenido una connotación eurocéntrica. Integración denota
agrupamiento de partes en un todo, y en su sentido económico, implica la
movilidad de mercancías y factores económicos mediante la eliminación de
discriminaciones de los países que se agrupan, involucrando también algún
grado de división de trabajo.
Bela Balassa (1979: 6), es el autor que se destaca por haber clasificado las
etapas de la integración económica. El introduce la idea de que la inte-
gración constituye un proceso y, a la vez, una condición. Balassa cuando
define integración, argumenta que considerada como proceso, incluye
varias medidas para abolir la discriminación entre unidades económicas
pertenecientes a diversos estados nacionales; contemplada como un estado
de cosas, puede representarse por la ausencia de varias formas de discrimi-
nación entre economías nacionales.
El fenómeno de destrucción de barreras económicas y sociales entre los
participantes que además lleve a algún grado mayor de unidad entre las
economías nacionales, puede denominarse integración. Balassa cita a auto-
res como Kindelberg y Myrdal, quienes además incluyen aspectos sociales
en el concepto de integración. En el sentido social y político, se trataría de
la eliminación de barreras no económicas entre las comunidades, las razas
y los estratos sociales.
Por otro lado, aunque algunos autores también analizan procesos de inte-
gración en el nivel nacional, el concepto comúnmente se ha referido al

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ámbito internacional, a la destrucción de barreras artificiales entre econo-
mías independientes, tales como los aranceles, restricciones cuantitativas
al comercio, impedimentos a la movilidad del capital, del empresariado, los
trabajadores, el transporte, etc.
Por su parte, Isaac Cohen define la integración como un proceso mediante
el cual dos o más gobiernos adoptan, con el apoyo de instituciones comu-
nes, medidas conjuntas para intensificar su interdependencia y obtener
beneficios comunes. Y para Guerra-Borges (1991: 97) la integración tiene
por objeto crear un solo espacio económico entre varios países, mediante
la libre movilidad de los factores de la producción, resultado que se con-
cibe como una meta final, de donde deriva la necesidad de especificar las
etapas previas para alcanzarla.
La creación de un espacio económico regional tiene implicaciones políticas,
y de ello se hace cargo la definición política de la integración, según la cual
ésta constituye un proceso de transferencia de soberanía de los Estados
contratantes a un nuevo ente intergubernamental, con el objetivo de que
éste regule la aplicación de los compromisos económicos adquiridos. La
definición política admite también el traslado de lealtades entre las élites
a un nuevo ámbito institucional con atribuciones supranacionales de toma
decisiones, en los esquemas más desarrollados.
La teoría de la integración económica puede ubicarse como una parte
específica dentro de la teoría de la economía internacional; pero también,
como un campo de conocimiento más amplio del que abarca la teoría del
comercio internacional, al considerar los movimientos de factores, la coor-
dinación de políticas económicas, etc. De igual manera, la teoría de las
relaciones internacionales clasifica a la integración como un fénómeno de
alcance medio, como igualmente lo hace al conceptualizar los conflictos
bélicos interestatales que no desembocan en guerras mundiales.
Margarita Maksimova enumera cinco rasgos distintivos de la integración
económica que la diferencian de otros procesos de la economía mundial:
1. La integración crea vínculos profundos y estables entre las economías
nacionales pertenecientes a una región.
2. El proceso de integración es ajustable por los estados, los cuales tienen
una injerencia muy activa.
3. Las economías registran profundos cambios estructurales que elevan la
productividad social del trabajo.
4. Se trata de un proceso que puede tener lugar solamente entre países
pertenecientes a un mismo sistema económico y social.

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5. La integración es un proceso estrechamente vinculado a la política y a
las relaciones entre clases sociales (Guerra-Borges, 1991:90).
Uno de los cambios que introduce la era de la globalización, es que la
expansión de la economía de mercado ha contribuido a superar una con-
clusión de los clásicos que se esbozaba en el sentido de que la integración
era más factible entre países con desarrollo económico equivalente. Ahora
varios países desarrollados y subdesarrollados se están integrando, real y
formalmente, como es el caso de América del Norte, que se caracteriza
por constituir una de las integraciones más asimétricas al sumar los merca-
dos de Estados Unidos y Canadá, como países altamente desarrollados, y
México, como país en desarrollo.
En síntesis, la integración en su acepción económica consiste en un pro-
ceso mediante el cual dos o más mercados nacionales previamente sepa-
rados, se unen para formar uno solo. La integración económica inicia
cuando los países acuerdan eliminar sus respectivas barreras proteccio-
nistas y las características diferenciales de su economía (Helleiner, 1995).
La eliminación de las medidas discriminatorias frente al exterior, aún
unilateralmente que dé como resultado un incremento en las transac-
ciones económicas y financieras, supone ya una forma de integración
(Martínez, 1988).
Teóricamente podrían irse eliminando las trabas a la libre circulación de
los factores en todos los países, para ir hacia una economía mundial inte-
grada, como postulan los organismos multilaterales; pero por razones
políticas y económicas los procesos de integración tienen lugar en forma
parcial, es decir, implicando a un número de países normalmente reducido
(Tugores, 1995). Se dice, entonces, que asistimos a un proceso de regio-
nalización, especialmente cuando los avances en la integración afectan
a los países de un mismo ámbito geográfico. Ramón Tamames (1972: 185)
sostiene que la integración per se no resuelve nada, lo importante son
las transformaciones nacionales y el aprovechamiento al máximo de las
ventajas del comercio internacional. De este modo, sería un error consi-
derar a la integración una panacea, como el camino que lleva a superar
todos los males de las economías subdesarrolladas. Para alcanzar la meta
del desarrollo integral de las sociedades, los proyectos de integración
deben ser completados con una serie de medidas de reforma económica,
y si es posible, con el avance a grados más sofisticados de interderdepen-
dencia.
Al respecto, diversos autores coinciden en distinguir varias modalidades
de integración económica, estadios que en buena medida se basan en el
modelo que en el viejo continente ha dado origen a la Unión Europea:

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1. Áreas Preferenciales, mediante las cuales los países miembros acuer-
dan entre sí el otorgamiento de menores derechos arancelarios y otras
ventajas recíprocas.
2. Acuerdo de Libre Comercio, en el caso de que dos o más países elimi-
nen entre sí las trabas al comercio de bienes exportables y a algunos
servicios. En este esquema, fundamentalmente los países miembros
abaten entre sí sus aranceles bajo un programa de desgravación gra-
dual pero mantienen su autonomía frente a terceras economías.
3. La Unión Aduanera añade al acuerdo de libre comercio entre las
partes, la adopción de un “Arancel Externo Común”, de modo que
en el terreno arancelario, aún si éste es imperfecto, la unión adua-
nera actúa como una unidad frente al resto del mundo. Varios autores
coinciden en señalar a la unión aduanera como una forma óptima de
integración, debido que paralelamente a su creación se hace necesa-
rio armonizar otros elementos, como el sistema monetario y fiscal y el
transporte, factores que en conjunto componen elementos importan-
tes del cuadro institucional de la economía.
4. El Mercado Común se forma cuando una unión aduanera asume tam-
bién la libre circulación de los demás factores productivos, como el
capital y el trabajo, dentro del área integrada.
5. La Unión Económica y Monetaria implica la armonización de las polí-
ticas micro y macroeconómicas, así como la adopción de una moneda
única. Esta modalidad de integración tiene importantes implicaciones
políticas porque impone requisitos más avanzados de cesión de sobe-
ranía y requiere de una fuerte voluntad del conjunto de actores insti-
tucionales y sociales para avanzar hacia ese estadio.
El proceso integrador puede culminar con la creación de instituciones fede-
radas o mecanismos de coordinación de políticas macro-económicas y sec-
toriales para compensar la asimetría entre las sociedades. La formación de
una unidad de carácter comunitario exige que las decisiones de las auto-
ridades intergubernamentales sean obligatorias y cumplidas por todas las
partes integradas; de ahí que el principio de supranacionalidad, otorgado
a algunas instituciones comunes con poderes autónomos, implique una
coordinación de soberanías y un adecuado financiamiento y organización
para que pueda operar armónicamente con el principio de subsidiariedad,
el cual busca hacer eficiente la política a través de la delegación de recur-
sos y funciones a los organismos de mas bajo poder, provinciales y locales,
que son menos burocráticos y están mas cerca de la gente. Tal es el caso de
la actual Unión Europea, proyecto que sin embargo se caracteriza más por

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su carácter intergubernamental, estando muy lejos de ser una “unión de
pueblos”, como lo han postulado algunos líderes europeos. Este modelo es
el que más se acercaría a lo que se ha definido como Estado-región supra-
nacional, pero que sin embargo tiene en la coordinación de soberanías
nacionales su rasgo más característico (Keohane y Hoffman, 1990: 10).
Debido a que la quinta modalidad de integración ha sido alcanzado sólo
por la Unión Europea, le confiere a ésta un carácter singular y excepcional
(Botto, 2002:8), sobre todo al observar las motivaciones políticas e ideoló-
gicas de los actores que han participado en su construcción, desplegando
su soberanía durante más de cincuenta años. En este sentido, más que un
paradigma que estaría recreándose en otras areas continentales, es difícil-
mente reproducible en las regiones que persiguen sólo fines económicos
sin preocuparse por el desarrollo conjunto, político, social y cultural, par-
ticularmente en el área del TLCAN, donde las asimetrías en el ingreso y
las diferencias históricas y culturales, conforman una brecha que impide
la viabilidad de cualquier proyecto que pretenda fines comunitarios entre
México y los Estados Unidos, en el futuro previsible.
Pero no se puede concebir al sistema internacional como algo estático;
el cambio y la innovación son algunos de los rasgos característicos de las
organizaciones que ante los retos externos promueven la integración. En
el contexto de un sistema dinámico, es teóricamente posible avanzar de
modalidades simples a formas más profundas y sofisticadas de asociación
entre los países. Pasar, por ejemplo, de una simple zona de libre comercio
a una unión aduanera cada vez más avanzada, forma parte de la agenda
actual de casi todos los proyectos latinoamericanos.
En tal virtud, es necesario recordar la contribución de Jacobo Viner (1986)
a quien se le reconoce como el principal teórico de las uniones aduane-
ras, nivel de integración considerado como óptimo por muchos pensado-
res porque hace necesaria la armonización en algún grado de la política
económica, lo que supone también cierto nivel de renuncia a la soberanía
nacional y estatal. Lo peculiar de la unión aduanera es que combina el libre
comercio preferencial con un nivel de protección arancelaria respecto a los
productos de terceros países (Grien, 1994:53).
Mediante los conceptos de creación y desviación de comercio, Viner demos-
tró que la unión aduanera podría ser deseable en unos casos y en otros no.
Igualmente, Viner subrayó que no se puede determinar a priori cual será
el resultado de este tipo de unión, sino que todo dependerá de la forma
práctica que ésta asuma. El argumento principal es que “el libre comercio
maximiza el bienestar mundial; la unión aduanera, al eliminar los arance-
les, constituye un movimiento hacia el libre comercio; por tanto, la unión

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aduanera aumenta el bienestar, aun cuando no lo maximiza por cuanto
el libre comercio no involucra a todos los países sino a los miembros de la
unión”(Guerra-Borges, 1991: 53).
En relación con los diversos niveles integrativos, se puede señalar que en
el continente americano los procesos regionales se ubican en los estadios
más bajos de la integración económica. Así por ejemplo, la integración en
América del Norte se formaliza mediante un tratado muy ecléctico de libre
comercio, que deja en libertad a sus miembros para asumir compromisos
con otros países o grupos de países. Al MERCOSUR desde 1991 le ha seguido
un proceso de liberalización comercial que está cursando por la creación
del Arancel Externo Común, propio de la unión aduanera, que ha entrado
en crisis pero que a futuro podría convertirse en un mercado común, al
igual que otros proyectos, como el Mercado Común Centroamericano, la
Comunidad Andina de Naciones y el Caricom. El resto de los países cons-
tituyen agrupaciones subregionales que mediante diversas modalidades,
aspiran a crear zonas de libre comercio, como son los casos del Grupo de
los Tres y de los TLC´s entre México y los países centroamericanos.
Esa emergencia de los procesos de integración ha provocado que en los
últimos años se estén multiplicando los esfuerzos para explicar la nueva
etapa de la integración como un proceso regional a la vez que mundial.
En ese sentido, hermanado con el concepto integración se utiliza el con-
cepto de interdependencia, el cual es el menos popular porque incluye
connotaciones ideológicas asociadas a la hegemonía norteamericana en
Latinoamérica. Sin embargo, poco a poco se ha ido abriendo campo en los
análisis de la economía mundial.
En el caso de nuestro continente antes de que se aceptara el concepto de
interdependencia, los estudios sobre la relación de América Latina y los
Estados Unidos se basaban principalmente en el enfoque “clásico” o “rea-
lista” de las relaciones internacionales y en la teoría de la dependencia,
que se vinculaba a la teoría marxista del capitalismo, en la cual la concep-
ción del sistema centro-periferia era muy influyente (Wallerstein,1990).
Pero ya a fines de los años setenta en Estados Unidos, desde el campo de
estudio de las relaciones internacionales, Keohane y Nye generaron el con-
cepto de interdependencia, distinguiendo la interdependencia compleja
de la interdependencia asimétrica, perspectiva que en México evolucionó
desde su total rechazo hasta una gradual aceptación debido a que princi-
palmente “el concepto de interdependencia asimétrica nos ayuda a com-
prender las relaciones entre países grandes y pequeños en la economía
política internacional contemporánea” (Keohane, 1990:75). Desde otros

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desarrollos, también se denomina interdependencia imperfecta a la rela-
ción recíproca entre sociedades ricas y pobres.
Como ya se anotó, ese enfoque se ha venido reafirmando para explicar la
evolución del sistema internacional, en el cual las dependencias recíprocas
entre las unidades que lo componen han ido aumentando. La CEPAL, por
ejemplo, en sus últimos documentos utiliza el binomio integración e inter-
dependencia económica. Cuando ésta organización recomienda una mayor
cooperación entre los países latinoamericanos, define la situación en los
siguientes términos: “la cooperación entre países asociados a un esquema
de integración es esencialmente deseable en tanto pasan a ser interdepen-
dientes, o sea, tienen un elevado coeficiente de apertura comercial y del
mercado de capitales entre sí (CEPAL, 1992:163).
Eduardo Gana (1992: 713), citando a Said El-Naggar precisa que, en general,
para medir la interdependencia económica se utilizan tres indicadores:
1. La proporción de las exportaciones de bienes y servicios en el PIB, que
es en cierta forma un sinónimo de apertura económica.
2. El grado de concentración o diversificación de la estructura de las
exportaciones.
3. El déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos como representa-
tivo de la interdependencia financiera.
En los análisis que la CEPAL ha publicado para orientar las políticas de coor-
dinación en materia de políticas macroeconómicas, se insiste en que la inter-
dependencia, ocasionada por la apertura recíproca de los mercados, tiende
a reducir la eficacia de las políticas internas e incrementa la importancia de
tomar en consideración los impactos de las políticas macroeconómicas de
los países asociados en el diseño de las propias políticas monetarias, fiscales
y cambiarias. En esta misma línea, se explica que la movilidad de los facto-
res, bienes y servicios hace necesario que se tiendan a igualar los incentivos,
ventajas y desventajas que puedan acarrear las políticas económicas para
no forzar las condiciones de competitividad espúreas, evitar distorsiones
persistentes o la concentración de factores productivos en determinados
países (CEPAL, 1992, 163).
En términos generales, se dice que existe interdependencia económica
cuando entre dos países o agrupaciones, las políticas aplicadas tienen
repercusiones sobre las economías de ambas partes y cuando “los resulta-
dos económicos en un determinado país son función no sólo de sus políticas
nacionales, sino también de factores externos determinados en el ámbito
de las políticas internas de los principales socios” (CEPAL, 1992: 162).

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Así entendida, la interdependencia viene a sustituir o a complementar el
concepto de integración y, en muchos casos, a utilizarse como sinónimo.
Sin embargo, el concepto de interdependencia permanece algo subdesa-
rrollado en los análisis económicos, a diferencia del amplio desarrollo que
ha tenido desde la perspectiva neofuncionalista de las relaciones interna-
cionales. Se observa, pues, como el concepto de integración está conver-
giendo con el de interdependencia para abarcar de forma más completa
los fenómenos estudiados.

1.4 - INTERDEPENDENCIA MUNDIAL


Autores como Octavio Ianni (1996:44) aseguran que la interpretación sis-
témica de las relaciones internacionales ofrece marcos de referencia para
analizar aspectos importantes de la organización y la dinámica de la socie-
dad mundial. Los análisis sistémicos reconocen que a los sistemas naciona-
les y a los regionales se superpone el sistema mundial. De acuerdo a esta
interpretación, la comunidad mundial aparece como un sistema formado
por partes interdependientes más que por una agrupación de entidades
autónomas.
Desde este enfoque se propone que el mundo ya no sea visto como un con-
junto de naciones autónomas o agrupadas en bloques económicos y polí-
ticos. En cambio el mundo puede ser visto como un sistema en el cual los
Estados nacionales y los bloques son partes interdependientes. Por tanto,
el sistema mundial emergente requiere para su análisis de una perspectiva
holística en lo que se refiere al futuro desarrollo mundial: todo parece
depender de todo debido a la trama de las interdependencias entre las
partes y el todo (Mesarovic y Pestel, citado por Ianni, 1996: 50).
El concepto de sistema aplicado a las relaciones internacionales indica que
los cambios operados en el accionar de una o más unidades nacionales
afecta las acciones de las demás. Esos cambios significativos serían las gue-
rras, las integraciones, las recesiones, las devaluaciones y las crisis políticas
(Merle, 1991). La percepción del sistema integrado por un repertorio de
funciones, es lo que caracteriza a la perspectiva fucionalista de las rela-
ciones internacionales. La visión funcionalista concibe al sistema como un
conjunto de unidades que interactúan entre sí de acuerdo con pautas rela-
tivamente regulares y perceptibles, algunas de las cuales pueden configurar
subsistemas dotados de límites reconocibles, pero abiertos a las influencias
provenientes del medio ambiente externo (Tomassini, 1989: 127).

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Marcel Merle (1991: 485) propone que para estudiar el conjunto de interac-
ciones que se producen entre el sistema y su entorno, se haga considerán-
dolo como un sistema circular de tipo cibernético, en el cual la especificidad
del sistema internacional reside en que es un sistema global “cerrado” en
sí mismo, sin comunicación posible con un entorno externo apropiado5.
Esta característica resulta del agotamiento del espacio geográfico mundial
y de los recursos ofrecidos a la humanidad.
El enfoque sociológico-sistémico de las relaciones internacionales es útil
porque permite caracterizar el sistema global por su unicidad, jerarqui-
zación e interacción. Pero también por su alto grado de estratificación,
por la polarización económica, financiera y tecnológica; por su pluralismo
político y por el monopolio del poder que de hecho se encuentra fuerte-
mente concentrado en un número reducido de países centrales. Desde esa
perspectiva, la interdependencia se estaría refiriendo a situaciones carac-
terizadas por efectos recíprocos entre países o entre actores en diferentes
países. Estos efectos resultan de intercambios internacionales de flujos de
dinero, bienes, personas y mensajes que trasponen las fronteras nacionales
(Keohane y Nye, 1988: 302).
De acuerdo con el modelo creado por Keohane y Nye, las relaciones de
interdependencia siempre implicarán costos, en cuanto a la autonomía y
la soberanía nacionales, y es imposible determinar a priori si los beneficios
de una relación serán mayores que los costos. Esto dependerá tanto de los
valores que animen a los actores como de la naturaleza de la relación. Dice
Keohane (1988:23) que nada nos asegura que las relaciones que denomina-
mos “interdependientes” puedan caracterizarse como de beneficio mutuo,
y no implican necesariamente la existencia de una relativa igualdad en
cuanto a los recursos disponibles o los beneficios obtenidos por parte de
los distintos actores, pudiendo darse situaciones de interdependencia com-
pleja, simétrica o asimétrica, según los casos.

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Marcel Merle (1991: 151) explica que el sistema constituido por un conjunto determinado
de relaciones, está en comunicación con su entorno mediante el mecanismo de inputs y
outputs. Los inputs están constituidos por el conjunto de demandas y apoyos que se diri-
gen sobre el sistema, considerado como un todo. En el interior del sistema, las demandas y
los apoyos son convertidos mediante la reacción combinada de todos los elementos cons-
titutivos del sistema y provocan finalmente, por parte de la autoridad reguladora, una
reacción global que expresa la manera según la cual el sistema trata de adaptarse a las
presiones que emanan del entorno. Esta reacción global (output) constituye la respuesta
del sistema, pero también diseña al mismo tiempo un nuevo circuito de reacción (fee-
dback) que contribuye, a su vez, a modificar el entorno del que partirán a continuación
nuevas demandas y nuevos apoyos, etc.

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La interdependencia compleja se caracteriza por: 1) la existencia de múl-
tiples canales conectando a las sociedades; 2) la agenda de las relaciones
interestatales consiste en múltiples problemas que no están ordenados en
una jerarquía clara y consistente; 3) la fuerza militar no es utilizada por los
gobiernos respecto a otros gobiernos dentro de la región o respecto de los
problemas.
En cambio, la interdependencia asimétrica aparece cuando los actores
menos dependientes pueden aprovechar la interdependencia como fuente
de poder e influencia en sus manejos internacionales afectando incluso
otros asuntos de la relación. De ahí que la interdependencia no siempre
dé lugar a situaciones de dependencia mutua equilibrada (Keohane y Nye,
1988: 25), sino al contrario, puede generar condicionamientos de franca
dependencia y pérdida de autonomía en las partes más débiles. Esto es así
porque no existe una auténtica interdependencia balanceada, que sólo
puede lograrse entre los países industriales desarrollados con Estados polí-
ticamente poderosos; en tanto las relaciones de los países centrales con los
periféricos están dominadas en la mayoría de los casos por una dependen-
cia absoluta de los últimos hacia los primeros, relación que funciona no
tanto de manera global, sino más bien desigualmente piramidal.
No obstante el reconocimiento de esa realidad, este enfoque “considera la
convergencia de intereses entre naciones cuando se observa la necesidad
de cooperación mutua orientada a mejorar la competitividad para poder
afrontar conjuntamente un entorno internacional cada vez más interde-
pendiente y competitivo” (Margaín, 1994: 82). De ese planteamiento se
deriva una de las tesis principales de los interdependentistas, que sostiene
que precisamente para limitar la discordia y evitar conflictos severos, las
políticas seguidas por los gobiernos deban adaptarse entre sí.
Como los Estados tienen intereses complementarios a la vez que competi-
tivos, se hace necesario que ciertas formas de cooperación sean potencial-
mente beneficiosas para las partes. De esta manera surge la necesidad que
da paso a la creación o aceptación de “procedimientos, normas e institu-
ciones para ciertas clases de actividades, [a través de los cuales] los gobier-
nos regulan y controlan las relaciones transnacionales e interestatales”
(Keohane y Nye, 1988: 18). A estos acuerdos gubernamentales los interde-
pendentistas les denominan “regímenes internacionales”, categoría que
puede incluir a los diferentes tipos de tratados comerciales, como el TLC
entre Chile y México.
El modelo que han construido los interdependentistas se compone también
de las definiciones de relaciones transnacionales que serían los contactos,
coaliciones e interacciones a través de las fronteras nacionales sin control

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gubernamental. Entienden por interacciones globales a los movimientos
de información, dinero, objetos físicos, pueblos y otros items tangibles o
intangibles a través de las fronteras estatales. Las interacciones transna-
cionales son los movimientos de items tangibles o intangibles a través de
las fronteras estatales cuando al menos un actor no es un agente de un
gobierno o de una organización intergubernamental. Las interacciones
transgubernamentales vienen siendo las interacciones entre subunidades
gubernamentales a través de las fronteras estatales (del Arenal, 1995: 312-
315). En tanto que las relaciones supranacionales se estarían reservando
para caracterizar el funcionamiento de ciertas organizaciones interguber-
namentales que están dotadas de atribuciones y financiamiento para la
toma de decisiones de forma autónoma en función del desarrollo de un
proyecto regional.
La importancia del modelo de la interdependencia sobre todo reside en que
supera al modelo estatocéntrico, el cual consideraba que la política inter-
nacional consiste solo en relaciones entre gobiernos. Sin embargo, según
explican Keohane y Nye, los Estados continúan siendo los más importantes
actores en los asuntos mundiales, aunque no los únicos, y en la mayoría de
los casos, ni más poderosos. Por tal razón, es indudable que las relaciones
de interdependencia favorecen a los grupos sociales más poderosos y ricos.
Igualmente, otros beneficiarios son los sectores del mundo más moderni-
zados y adaptados tecnológicamente debido a que son capaces de obtener
ventajas de ese conjunto de relaciones.
En la actualidad es patente que en muchos escritos originados en el ámbito
latinoamericano el concepto de interdependencia todavía no ha sido ple-
namente aceptado porque responde a uno de los enfoques dominantes
en los Estados Unidos, mismo que es utilizado por los políticos e ideólogos
para justificar su hegemonía y contener las demandas de los países en desa-
rrollo. En la retórica de los representantes del Tío Sam se utiliza contra del
nacionalismo económico bajo el supuesto de que las naciones ricas y las
pobres deben de participar de una empresa común, como lo manifiestan los
promotores del neopanamericanismo como sustento doctrinario del ALCA.
Siguiendo esta línea de razonamiento, John Trent (1995:371) al estudiar
cómo se forman las sociedades internacionales asegura que el intercambio
económico crea intereses comunes y a la vez competitivos: “Una percep-
ción de intereses comunes basta para lanzar a las élites empresariales en
dirección de una mayor integración, como lo hemos visto en las recien-
tes tendencias hacia la creación de áreas regionales de libre comercio... La
necesidad de tomar medidas políticas suele brotar de una percepción de
problemas y aspiraciones comunes entre las élites dominantes”.

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Desde esta óptica se enfatiza que a partir de la existencia de problemas,
intereses y objetivos comunes, las unidades nacionales se asocian y adop-
tan estrategias de acción conjuntas para mejorar el status de los países de
la región, de sus respectivas comunidades y para facilitar su reinserción o
integración en el sistema estratificado internacional. En esos casos, la inte-
gración debe ser solidaria con el objetivo de que el proceso creciente de
interpenetración y armonización económica y de acciones políticas conjun-
tas sirvan para mejorar las condiciones sociales. La integración hegemónica
apunta, por el contrario, a consolidar y a profundizar las desigualdades y
las relaciones de dominación preexistentes. Y la integración subordinada
se referiría al proceso donde se involucran economías desarrolladas y sub-
desarrolladas altamente asimétricas.
La existencia de una comunidad de intereses entre las naciones que aspiran
a integrarse constituye un requisito importante, porque posibilita la armo-
nización y la coordinación de las políticas económicas, el diseño e imple-
mentación de programas comunes y la creación de organismos comunitarios
que exige todo proceso integrativo que tenga como objetivo beneficiar
a las sociedades. Los requisitos básicos que deben cumplimentarse para
garantizar el correcto funcionamiento del proceso de integración, serían
los siguientes: a) homogeneidad del grupo; b) comunidad de intereses; 3)
voluntad política; 4) modelo adecuado. La asimetría y heterogeneidad entre
los países integrados sería un elemento adverso y conspiraría contra el pro-
ceso de integración. Inclusive, la integración entre desiguales profundiza
esas desigualdades y puede conducir a una integración hegemónica con un
bajo nivel de distribución de sus beneficios (Mabel, 1994: 74).
En consecuencia, el enfoque sociológico-sistémico de las relaciones inter-
nacionales subraya que la integración se refiere a la “formación de las
lealtades que vinculan a los individuos, a un conjunto de grupos sociales
o a un cierto número de Estados, a una comunidad más amplia. Situación
a la cual se llega a través de la interacción entre sus distintas unidades y a
través de procedimientos consensuales que se sustentan en valores y pro-
blemas compartidos” (Tomassini, 1989:134). O en otras palabras, de forma
general se puede definir a la integración como “un fenómeno social según
el cual dos o más grupos sociales adoptan una regulación permanente en
determinadas materias que hasta ese momento pertenecían a su exclusiva
competencia” (Puig, 1987: 26).
Esta definición clarifica que la integración es también un fenómeno social,
que involucra no solo a los Estados sino también a cualquier otra agrupa-
ción, micro (como sociedades y empresas) y macro (como la comunidad
internacional). En este sentido, el interés de este estudio está puesto en

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el análisis de las conductas y acciones que tienen como propósito el lograr
que los grupos sociales en cuestión renuncien en determinadas materias a
la actuación individual para hacerlo en forma conjunta.
Este enfoque adquiere relevancia porque se ha observado que el defecto
fundamental de la teoría y la práctica de la integración latinoamericana
ha sido su unilateralismo, pues siempre enfatizó la integración “econó-
mica”, sin tomar en cuenta otros aspectos o componentes de la integra-
ción, como el cultural, político o territorial. Pero además, los estudios se
concretaron al análisis fundamentalmente de la integración “entre Esta-
dos”, siendo que se dan fenómenos de integración en el ámbito global, en
el régimen internacional y en los diversos niveles nacionales, regionales
o locales, involucrando significativamente la participación de actores no
estatales.
En otro plano, desde el campo de análisis de las relaciones internaciona-
les, una de las contribuciones más sobresalientes es el modelo de integra-
ción e interdependencia propuesto por Karl Deutsch (1994: 365-415) en
el que por lo menos identifica doce condiciones sociales y económicas de
fondo que deben existir dentro y entre las unidades participantes y que
parecen ser necesarias, aunque tal vez no suficientes, para que la comuni-
dad tenga éxito:
1. Compatibilidad mutua de los principales valores relevantes para el
comportamiento político.
2. Una forma de vida distinta y atractiva.
3. Expectativas de formar vínculos económicos más fuertes y gratificantes
u obtener gratificaciones conjuntas.
4. Un marcado aumento de la capacidad política y administrativa de por
lo menos algunas de las unidades participantes.
5. Un gran crecimiento económico de por lo menos algunas unidades
participantes (en comparación con los territorios vecinos fuera de la
zona de integración propuesta).
6. Algunos lazos firmes y sustanciales de comunicación social por encima
de las fronteras mutuas de los territorios que van a integrarse y por
encima de las barreras de algunos de los principales estratos sociales
que los componen.
7. Una ampliación de la élite política dentro de por lo menos algunas
unidades políticas y para la emergente comunidad mayor en su tota-
lidad.

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8. Una movilidad geográfica y social de las personas que sea relativa-
mente alta, por lo menos entre los estratos con relevancia política.
9. Multiplicidad en el alcance del flujo de comunicaciones y transacciones
reciprocas.
10. Cierta compensación general de gratificaciones en los flujos de comu-
nicaciones y transacciones entre las unidades que van a integrarse.
11. Una frecuencia significativa de intercambio de los papeles grupales
(como ser mayoritario o minoritario, benefactor o beneficiario, direc-
tor o dirigido) entre las unidades políticas.
12. Una considerable posibilidad mutua de predecir el comportamiento
(Deutsch, 1994:371).
En el modelo desarrollado por Deutsch se ubica a las zonas centrales alta-
mente desarrolladas, como las más atractivas para el proceso de integra-
ción. A estos centros, mediante acuerdos funcionales, los gobiernos y las
élites gradualmente delegan algunas tareas específicas a una dependen-
cia común. Un aspecto básico para que la integración se convierta en una
fuerza, es que debe involucrar a sustanciales grupos de interés y grandes
cantidades de personas. “Estos grupos deben de compartir expectativas
comunes de mejora económica; la unidad de intereses debió ser impulsada
por algún reto externo, que exija una respuesta nueva y conjunta, y el
arribo de una nueva generación a la escena política preparada para reali-
zar nuevas acciones políticas” (Deutsch, 1994: 375).
Finalmente, Deutsch ha observado que muchos movimientos de integra-
ción exhiben una sucesión de tres etapas: 1) La etapa de la dirección de los
intelectuales, que involucra la participación de limitados grupos o élites;
2) la etapa de los políticos, cuando se elaboran compromisos políticos
mutuamente beneficiosos; y, 3) la política de élites a gran escala, cuando la
política de integración se vuelve práctica y logra interesar a amplios secto-
res sociales. En este escenario también es posible que el proceso enfrente
retrocesos y fracasos.
Por tal razón, nunca se puede interpretar el proceso de integración como
un fin en sí mismo o como un proceso ineluctable, porque también es posi-
ble que los proyectos se abandonen, que se estanquen o que avancen de
forma discontinua, dependiendo en mucho de factores como las guerras
y las crisis económicas; al igual que de la capacidad, carisma y liderazgo
de los políticos, empresarios y académicos impulsores de la integración,
es decir, de los actores. Al respecto, desde mi punto de vista, el papel de
los académicos es analizar los fenómenos globales de cara a la sociedad y

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explicar la necesidad de una mayor interdependencia para la superación
de los grandes rezagos económicos y la elevación del status de la gente. De
otro modo, si la integración sólo está en función de los grupos ya de por sí
privilegiados no tendría ningún sentido promoverla.

CONCLUSIÓN: LA UTILIDAD DE LOS DIVERSOS ENFOQUES


Si bien es posible admitir la valoración de que “en sentido estricto hasta
ahora no ha habido integración entre nuestros países, lo que la convierte
en una alternativa inédita para América Latina” (Grien, 1994) habría
que reconocer que desde los años sesenta y setentas, se han realizado
serios esfuerzos para crear uniones aduaneras en el marco de la Asocia-
ción Latinoamericana de Integración, como los antiguos Mercado Común
Centroamericano, Grupo Andino y el Caricom, esquemas que lograron
resultados positivos de forma parcial, pero que al no haber avanzado
hacia la plena eliminación de aranceles entre los miembros y no haber
adoptado el arancel externo común, quedaron en la modalidad que se
denomina área de preferencias arancelarias o zonas de libre comercio,
es decir, en los primeros peldaños del proceso de integración. Al mismo
tiempo, se experimentó un progresivo debilitamiento de las instituciones
tradicionales que promueven la integración, como la ALADI y la CEPAL,
debido a la dificultad para adaptarse a las circunstancias introducidas por
la globalización.
Al remontar la década de los ochenta, que provocó un atraso considera-
ble en las economías latinoamericanas, las iniciativas de integración que
se relanzaron o las nuevas que se crearon en los años noventa del siglo
pasado, se encontraron en un contexto desfavorable ocasionado por la
gran brecha abierta entre los países desarrollados y los países del área,
que no se habían recuperado de las crisis de la “década perdida”; incluso a
pesar de las profundas reformas estructurales emprendidas en el marco del
esquema neoliberal. Sin embargo, hay que señalar que en esta nueva etapa
integracionista participan no solo los gobiernos al más alto nivel sino que
se toma en cuenta a los grupos empresariales y sociales más importantes,
lo que introduce un componente que puede contribuir a darle más viabili-
dad a la consolidación de los proyectos y a la profundización del proceso.
Particularmente porque los esquemas más institucionalizados cuentan con
instancias consultivas donde están representados actores no estatales que
expresan demandas sociales, laborales y ecológicas, temas que en las expe-
riencias tradicionales no tenían consideración alguna.

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Entre los nuevos acuerdos para formar regiones económicas, cuya estra-
tegia general es atraer inversiones productivas y la conformación de un
marco jurídico que dé seguridad al capital, destacan el TLCAN, el MERCO-
SUR, el Grupo de los Tres y una treintena de pactos bilaterales, entre los
que se ubica TLC entre México y Chile. En estos esquemas de nueva gene-
ración, se incluyen temas más allá del intercambio de mercancías, como:
inversiones productivas, comercio de servicios, compras del sector público,
políticas de competencia y compras gubernamentales. Los nuevos esque-
mas, por lo general, establecen plazos breves y ambiciosas metas para
lograr el desmantelamiento arancelario; especifican para cada sector un
tratamiento particular o especial, y establecen listas de excepciones para
los sectores más vulnerables o sensibles; las medidas de salvaguardia, anti-
dumping, medidas sanitarias y fitosanitarias constituyen normas estrictas
que se incluyen en muchos de los protocolos, al igual que procedimientos
ágiles de solución de controversias.
Exceptuando al TLCAN, en Latinoamérica predominan agrupaciones
entre países afines desde el punto de vista geográfico, cultural y político.
Aunque se reconocen las asimetrías, no se le otorgan muchas concesiones
a los países de menor desarrollo económico, pero se mantienen princi-
pios como el de reciprocidad, flexibilidad y gradualismo, como en el caso
del MERCOSUR. En la mayoría de los esquemas, los gobiernos de corte
neoliberal, sobre la base de su afinidad ideológica, han establecido sus
compromisos poniendo por delante el argumento de que la redemocra-
tización es otro factor que facilita las vinculaciones político-económicas
entre los países de la región.
Esa complejidad de la nueva dinámica de la integración en el continente,
está exigiendo una revisión de las doctrinas tradicionales que han dado
sustento a la práctica integracionista. En ese sentido, la convergencia
entre las categorías de integración e interdependencia pude resultar útil
porque el binomio que conforman permitiría dar cuenta de la integra-
ción real y aquella se fomenta mediante convenios oficiales. Del mismo
modo, se pueden superar los enfoques estatocéntricos y economicistas.
Mediante la colaboración entre el enfoque neofuncionalista de las rela-
ciones internacionales y la perspectiva neoclásica del comercio internacio-
nal, se podrían combinar varias herramientas analíticas para interpretar
la integración asimétrica que está ocurriendo entre países desarrollados
y países en desarrollo, al igual que entre economías periféricas grandes y
pequeñas.
A través de una perspectiva más comprensiva se puede concebir a la inte-
gración económica, en sus diversas modalidades, como una manera de

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establecer interdependencias entre países y entre sus sectores económicos,
a resultas de lo cual se podrían lograr tasas más altas de crecimiento; y, en
el mejor de los casos, un auténtico desarrollo de los países que se integran.
Esa creación de interdependencias entre los países o entre segmentos eco-
nómicos de los mismos, es a la vez un proceso que se formaliza en un
determinado nivel de institucionalidad, que sin llegar a contar todavía con
atributos supranacionales, sirven para darle coherencia a los instrumentos
de desarrollo de los países que se asocian. Esto significa que ahora los pro-
cesos de integración mediante el mercado son los que están contribuyendo
a crear una estructura institucional en consonancia con las interdependen-
cias postuladas o establecidas (Guerra-Borges, 1991:94).
Para los propósitos explicativos de este estudio, el modelo desarrollado por
Keohane y Nye es de utilidad también porque introduce el concepto de
los regímenes internacionales, en cuanto expresión de la interdependencia
compleja y asimétrica que caracteriza hoy las relaciones internacionales,
marcada por el juego conjunto de las relaciones diplomático-estratégicas y
de las relaciones económicas internacionales. Los tratados internacionales,
como por ejemplo el TLC, también pueden ser definidos como regímenes
internacionales, en el sentido que constituyen un conjunto de normas y
procedimientos que regularizan el comportamiento de los actores y con-
trolan sus efectos, sobre todo con la finalidad de evitar un choque severo
de intereses. Los acuerdos de integración, como el antiguo ACE o el actual
TLC entre Chile y México, por tanto, serían interpretados como factores
intermedios entre la estructura del poder del sistema internacional y la
negociación política y económica que se produce en su seno.
Una mayor interdependencia significa una mayor internacionalización y
transnacionalización de las economías nacionales, dando origen a una eco-
nomía de nuevas dimensiones, cuantitativa y cualitativamente diferente a
sus componentes individuales. Lo anterior es aplicable tanto a los países
desarrollados como a los que están en vías de desarrollo, debido a que
es el resultado del proceso de concentración y centralización del capital y
del desbordamiento de las fronteras nacionales impuesta por la revolución
científica y tecnológica (Guerra-Borges, 1991: 95).
Una visión similar es compartida desde 1994 por la Comisión Económica
para América Latina, cuando definió lo que se debe entender por regio-
nalismo abierto. La CEPAL denomina regionalismo abierto al proceso que
surge al conciliar la interdependencia nacida de acuerdos especiales de
carácter preferencial y aquella impulsada básicamente por las señales del
mercado resultantes de la liberación comercial en general. El regionalismo
abierto persigue compatibilizar la integración formal y la integración real.

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En otros términos, armonizar la interdependencia creada por los acuerdos
oficiales con la impulsada por las fuerzas del mercado (CEPAL, 1994:12).
Según este concepto, se trata de crear preferencias mediante acuerdos de
integración sumando a nuevos miembros a partir de la cercanía geográfica y
la afinidad cultural de los países, para que esta política sea un complemento
de una economía internacional cada vez más abierta. Por tal razón, la reco-
mendación política que lanza la CEPAL a los gobiernos latinoamericanos,
es que los acuerdos de integración deberán tender a eliminar las barreras
aplicables al comercio de bienes y servicios entre los signatarios en el marco
de sus políticas de liberalización comercial frente a terceros, al tiempo que se
favorece la adhesión de nuevos miembros a los acuerdos (CEPAL, 1994: 13).
Indudablemente la CEPAL es una de las organizaciones más influyentes en
los ámbitos políticos, empresariales y académicos de América Latina, por lo
que su concepción del regionalismo abierto ha tenido aceptación porque
se sustenta en la racionalidad del desarrollo en las nuevas circunstancias
generadas por la globalización y la regionalización. El aspecto cuestiona-
ble de tal formulación consiste en que forma parte del lenguaje que bajo
los términos de cooperación o asociación esconde las pretensiones hege-
mónicas de los países desarrollados, que en los noventa promocionan una
integración de carácter subordinada a sus intereses estratégicos.
A reserva de realizar un análisis de la justeza de la política del regionalismo
abierto, lo interesante de la nueva formulación de la CEPAL es que con-
juga dos de las tradiciones explicativas más interesantes para dar cuenta
de la nueva dinámica integracionista que se ha estado imponiendo. La con-
vergencia entre el concepto de integración y el de interdependencia, así
como puede ser compatible con las visiones hegemónicas, también de su
aplicación como instrumento interpretativo de la realidad continental, se
pueden derivar conclusiones para verificar que la integración, en el marco
del modelo neoliberal, no está plenamente en función de los intereses del
desarrollo económico y social de las naciones latinoamericanas. Principal
motivo para realizar una revisión de las teorías tradicionales y para que
se ensaye la formulación de conceptos más apropiados a la realidad de la
integración e interdependencia en las Américas.

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LOS RETOS DEL DESARROLLO HUMANO

Ignacio Medina Núñez

INTRODUCCIÓN
En la mayoría de las corrientes teóricas, los planteamientos sobre el desarro-
llo se han concentrado en el esfuerzo por fomentar el crecimiento y expan-
sión económica para elevar los niveles cuantitativos del Producto Interno
Bruto (PIB) de los países y posteriormente las posibilidades de mayores
ingresos para la población. Esto sucedió incluso en los planteamientos de
la misma Organización de Naciones Unidas (ONU) durante la mayor parte
del siglo XX. “Durante mucho tiempo, los más de dos siglos que tiene de
vida el capitalismo industrial, la idea motriz que ha vertebrado tanto la
investigación como la elaboración de políticas en torno al desarrollo ha
sido la de la acumulación, la creencia en que el progreso de las sociedades
estaba directa y casi únicamente relacionada con su capacidad para produ-
cir bienes materiales” (Ibarra y Unceta, 2001: 11). Sin embargo, en las últi-
mas décadas y como se puede constatar en la práctica, se puede observar
que el incremento del producto nacional per capita no deviene automáti-
camente en un mayor bienestar de las personas; aunque es un elemento
importante para la prosperidad de un país, no es el único.
En el caso particular de México, se puede celebrar que somos la 9ª econo-
mía del mundo en septiembre del 2002 en cuanto al monto del PIB, pero
en los índices de Desarrollo Humano de la ONU el país aparece hasta el
lugar número 54 (IDH-ONU. Público, 8 agosto 2002). En muchos casos, el
crecimiento ocurre pero ocasionando una mala distribución de los benefi-
cios, acrecentando tremendamente las diferencias entre pocos que tienen
mucho y muchos que obtienen poco.
En este escrito, utilizando diversos indicadores sobre México, partimos de la
importancia del crecimiento y de la estabilidad económica pero solo como
un elemento dentro de un conjunto de características que están a la par,
si queremos visualizar para el futuro un verdadero desarrollo para el con-

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junto de América Latina. No es posible buscar el crecimiento económico y
esperar luego como consecuencia necesaria la distribución de la riqueza;
sin embargo, tampoco podemos reducir el desarrollo ni solo al crecimiento
ni solo al ingreso per capita, sino que debemos incidir en otros elementos
también determinantes de la vida humana como la salud, la educación, la
participación ciudadana en instituciones democráticas e incluso la cultura
misma. Ofrecemos un planteamiento más sugerente y tal vez paradójico
cuando formulamos que el desarrollo es más bien el efecto de un sistema
político democrático, y por lo tanto centramos nuestra atención en algu-
nos ingredientes fundamentales de tal sistema.

1 - TENDENCIAS DE CRECIMIENTO EN MÉXICO


Después de la grave crisis en México de 1994-95, el país ha estado experi-
mentando índices estables de crecimiento en las cifras macroeconómicas,
a pesar de ciertos momentos de desaceleración como el 2001, cuando la
recesión estadounidense nos arrastró a un casi nulo crecimiento durante
ese año.
Según las cifras del INEGI, el producto interno bruto nominal, el llamado
PIB, a precios de mercado, llegó, a finales del 2001, a la cantidad de 627 mil
millones de dólares frente a 558,962 millones de dólares durante el año
2000; ello significó un crecimiento del 12.17% de un año a otro. Siguiendo
con las matemáticas, ello quería decir que el ingreso promedio anual por
habitante mexicano alcanzó la cifra de 6,119 dólares, a pesar de la caída
de la economía durante el 2001. Hay que enfatizar el ritmo ascendente de
este ingreso promedio anual que había sido de 4,904 dólares en 1999, y de
5,831 dólares en el año 2000.
Se puede tener en cuenta, además, el énfasis en controlar la inflación
recordando aquel año de 1987 cuando tuvimos la más alta tasa de infla-
ción en nuestra historia (154%) y también el tremendo bache de 1995
con una elevación de precios cerca del 100%. En este sentido, si estamos
llegando a la tasa del 5% de la inflación en México, ello tiene que consi-
derarse como una condición de estabilidad apropiada para el rumbo del
país.
Con estos datos objetivos y la tendencia en la evolución de la producción
y los mercados hacia los próximos 25 años en el siglo XXI, los especialistas
han señalado que en el marco internacional, de acuerdo al volumen de su
producción, los países más importantes serán China (con el 26% del PIN

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mundial), Estados Unidos (con el 21%), la Unión Europea (con el 20%),
India y Japón (con el 13%), y Brasil y México (con el 7.3% del PIB mundial).
(Cfr. Aguilar Rubén, El Universal. 2002).
Actualmente, por el tamaño de su producción, México es la novena econo-
mía del mundo; el Banco Mundial así lo ha reconocido, y el Presidente Fox
lo ha expresado en su segundo informe de gobierno. Como dato empírico,
no puede desmentirse, y hay que tomarlo en cuenta como algo sobresa-
liente, aunque, como sostenemos, no puede ser el elemento determinante
en la problemática del desarrollo.
Todavía existe y se encuentra en boca de funcionarios gubernamentales
el paradigma del desarrollo basado sólo en el crecimiento: se supone que
toda la energía social debe potenciarse para producir un pastel cada vez
más grande; no tiene caso una redistribución de los bienes porque ello
equivale a redistribuir la miseria; todas las inversiones deben ser produc-
tivas con el fin de incrementar la riqueza social; en un proceso natural de
mediano y largo plazo vendrán lentamente pero con seguridad los benefi-
cios para toda la población, primero con las migajas que caen de la mesa y
después con la participación de todos en la riqueza social.
Tanto el Banco Mundial (BM) como el Fondo Monetario Internacional
(FMI) utilizaron por mucho tiempo solamente los indicadores económicos
y monetarios para medir el desarrollo. Sin embargo, nadie puede demos-
trar la relación directa entre crecimiento y distribución; las dos estrate-
gias deben plantearse como indispensables de manera simultánea en un
proceso de desarrollo. Por ello, tenemos que avanzar hacia una segunda
definición del concepto: crecimiento con distribución, en donde los defen-
sores de esta posición “adoptan el principio de que la distribución justa
–la abolición de la pobreza masiva y de las grandes desigualdades en lo
tocante a la riqueza– no puede derivarse de procesos de escurrimiento ni
de políticas de beneficencia. Sostienen que tanto la equidad como el creci-
miento deben planearse como metas directas de la estrategia de desarro-
llo” (Goulet y Kwan, 1989: 35-6).

2 - CONTRADICCIONES EN EL CASO MEXICANO


Todos podemos sorprendernos de la potencia de la economía mexicana con
base en las cifras anteriores cuando observamos problemas de pobreza,
dependencia tecnológica, mala infraestructura urbana, crisis en la produc-
ción rural, etc. Ello nos lleva, en primer lugar, a replantearnos de manera

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radical el concepto de desarrollo y no reducirlo únicamente al tamaño del
PIB nacional.
Un primer elemento que empieza a llamar la atención es que, dentro de las
mismas matemáticas, cuando consideramos el ingreso promedio por habi-
tante en México (de 6119 dólares anuales a final del 2001), el rango del país
cae –siendo la novena economía mundial con respecto al PIB- al puesto
número 29. Es simple deducir esta afirmación debido simplemente a que el
monto del PIB en cada país se divide entre el número de habitantes para
poder sacar el ingreso promedio; por ello, dependiendo de los habitantes
de cada país en relación al monto de su PIB, el rango varía.
El PIB per capita más elevado en el mundo contemporáneo se encuentra
en Noruega: 36,219 dólares anuales; después vienen Estados Unidos, Suiza
y Japón. En el caso de México, es interesante analizar a sus socios en Tra-
tado de Libre Comercio (TLC): Estados Unidos tiene un ingreso promedio
anual por habitante de 35,835 dólares mientras que Canadá tiene 22,572.
Hay que celebrar que México tiene ahora ese PIB per capita anual de 6,119
dólares, pero la distancia con sus socios es de uno a cuatro con Canadá y de
uno a 6 con Estados Unidos.
Como se puede ver, el ingreso promedio per capita expresa mucho más
que solamente el dato cuantitativo del PIB; pero, aún así, esa distribución
teórica de la riqueza entre el número de habitantes sigue escondiendo
la realidad fáctica de cómo se distribuye el ingreso y cómo se reparten
los beneficios sociales. Para repartir es necesario crecer, pero tenemos que
resaltar que el solo crecimiento cuantitativo no produce distribución de la
riqueza social; puede haber una dinámica intensa de crecimiento y simul-
táneamente una dinámica terrorífica de concentración del ingreso.
Por ello, una de las contradicciones que más llaman la atención es el con-
traste entre la riqueza de un país (por su PIB, o por el ingreso promedio
per capita) y la realidad empírica de la mal distribución del ingreso. Se
trata de un fenómeno que se manifiesta en diversas regiones del mundo,
como lo reconoce el Banco Mundial: “en América Latina, Asia meridional
y África al sur del Sahara, el número de personas pobres no ha dejado de
aumentar” (Banco Mundial, 2001: 3). Esta realidad expresada en grandes
niveles de pobreza frente a grupos que concentran la riqueza nos lleva a
abandonar la concepción de un desarrollo basado exclusivamente en el
crecimiento económico; las teorías contemporáneas más sólidas nos llevan
a concebir crecimiento y distribución de la riqueza social como dos caras
necesarias en el desarrollo; ni siquiera tenemos que recordar ya la teoría
del “goteo”, en donde se piensa que primero hay que crecer y, después,
tarde o temprano vendrá la caída de migajas y redistribución de la riqueza.

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El desarrollo implica necesaria y simultáneamente políticas de crecimiento
y políticas distributivas, en un mínimo planteamiento de justicia social.
En México, han existido numerosos debates sobre el tamaño de la pobreza
en el país; pero es indiscutible su existencia. Si bien, en este punto hay
que seguir analizando y debatiendo, podemos partir provisionalmente del
último acuerdo del gobierno mexicano de Vicente Fox, en el mes de agosto
del 2002, con otras personalidades del mundo académico y de la iniciativa
privada, cuando, distinguiendo tres niveles de pobreza, se llegó a la afir-
mación de que en el país existían 23 millones de habitantes en una situa-
ción extrema; esa cifra subía a 32 millones si agregábamos los individuos
de situación de pobreza media; y finalmente se reconocían 53 millones de
mexicanos (incluyendo los dos anteriores niveles) que sufrían de un tercer
nivel, la “pobreza de patrimonio” (personas sin ingresos suficientes para
satisfacer las necesidades diarias de alimentos, vestido, calzado, vivienda,
salud, transporte público, educación...). Si esto es así, entonces, en el año
2000, más de la mitad de la población sufría algún nivel de pobreza en
México. Posteriormente, en una entrevista televisada en CNI, la secretaria
Josefina Vázquez afirmó que, en el mejor de los casos, el gobierno mexi-
cano podría aspirar al terminar su sexenio a disminuir de 53 a 44 los millo-
nes de pobres en el país.
Esta situación hay que contrastarla con el nivel de concentración de la
riqueza y, para ello, solamente vamos a poner una muestra, con base en los
datos de la revista estadounidense Forbes. Esta revista que, año con año,
da a conocer datos sobre los hombres más ricos del mundo, dio a conocer
a principios del 2002, que el 2001, 12 mexicanos estaban en la lista de los
llamados super-ricos, aquellas personas cuya fortuna asciende a más de mil
millones de dólares. El empresario Carlos Slim, de Teléfonos de México,
se mantuvo como el hombre más rico de México y Latinoamérica con una
fortuna de 11,500 millones de dólares, lo que lo colocaba en el rango 17 de
los hombres más adinerados de todo el planeta. Algunos otros mexicanos
dentro de la misma categoría son los siguientes: Jerónimo Arango (accio-
nista de Walmart, con 3,700 millones de dólares), Lorenzo Zambrano (de
Cemex, con 2,800 millones de dlólares), Eugenio Garza Laguerea (2,300
millones de dólares), Roberto Hernández (1,800 millones de dólares),
Alfredo Harp Helú (1,300 millones de dólares), etc.
En todas las sociedades de la historia ha habido esta división de pobres y
ricos, pero en el mundo contemporáneo de la modernización y la indus-
trialización, lo que agrava y hace escandalosa la situación es esta con-
vivencia injusta tan cercana entre quienes tienen mucho y demasiado
frente a todos aquellos que no tienen lo indispensable para vivir o sobre-

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vivir y que constituyen el mundo cada vez más amplio de la pobreza y
extrema pobreza.

3 - EL CONCEPTO DE DESARROLLO HUMANO


Si el desarrollo no se reduce solamente al crecimiento, muchos podrían
pensar que el complemento de la distribución de la riqueza llenaría enton-
ces de manera completa la definición del concepto. Pero tenemos que avan-
zar a una tercera definición que estamos adoptando en este escrito: para
la gente, los beneficios del crecimiento son determinados tanto por su cali-
dad como por su cantidad, por aspectos distributivos y productivos. Algunas
de las aspiraciones humanas más frecuentes son gozar de una vida larga y
saludable, acceder a los conocimientos idóneos para desempeñarse exitosa-
mente y asegurar a su familia condiciones de vida dignas y alentadoras. De
la misma forma, el ser humano busca ser libre de elegir entre varias opcio-
nes; participar activamente en la vida comunitaria; trasmitir a sus hijos un
capital de recursos al menos equivalente al que uno disfruta; desarrollar su
personalidad, iniciativa y responsabilidad para ser un actor que determine
el curso de su existencia en un entorno de libertad y justicia.
“La tarea prioritaria del desarrollo ya no consiste en lograr el máximo o
el óptimo crecimiento total sino en satisfacer un conjunto de necesidades
básicas... Este conjunto de necesidades incluye bienes y servicios relativos
a la nutrición, salud, vivienda, educación y empleo... El modelo de Necesi-
dades Humanas Básicas incorpora dos elementos más en sus recomenda-
ciones: hincapié en la autoconfianza local y nacional, y preferencia por los
estilos de solución de problemas que permiten la participación” (Goulet y
Kwan, 1989: 37). Nutrición, salud, reproducción, educación, identidad cul-
tural, libertad política, participación social, eficiencia institucional y cali-
dad ambiental son ingredientes importantes de la calidad de vida, que se
aprecia por la capacidad de las personas para vivir en la forma que más
estiman. Para la realización de estos anhelos es un elemento central, pero
no exclusivo, el disponer de un ingreso suficiente y estable.
Desde esta perspectiva, el desarrollo humano coloca a las personas, con sus
necesidades y expectativas legítimas, en el centro de los esfuerzos del desa-
rrollo. Se podría formular un objetivo universal: promover las capacidades de
todos los seres humanos para que tengan la oportunidad de gozar del tipo
de vida que más valoran, multiplique su capacidad y poder dirigir respon-
sablemente su existencia; pero el desarrollo, entonces, tendría que ver con
otros elementos que tienen que ver también con la política y la cultura.

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De acuerdo a los postulados de varios documentos de las Naciones Unidas,
el nuevo concepto de desarrollo humano implica lo siguiente:
- una exigencia básica de equidad, desterrando la discriminación.
- el ingrediente de la sostenibilidad, entendida como la extensión de la
noción de equidad aplicada a las próximas generaciones.
- la creación de capacidades y de oportunidades para la población, ínti-
mamente ligada a elementos institucionales que la podrían facilitar;
por ello, la conquista de un mayor bienestar general está asociada a
la construcción de un marco político de instituciones democráticas que
alienten la participación ciudadana.
Esta visión humana del desarrollo, entonces, no se limita a los aspectos
económicos, sino que se extiende a las esferas social, cultural, política y
ambiental. El crecimiento económico sigue siendo un elemento indispen-
sable; hay que completarlo con una efectiva política social para erradicar la
pobreza, pero todo ello se tiene que complementarse con la meta superior
de un bienestar armónico general, ciertos niveles de participación ciuda-
dana y un aprovechamiento respetuoso de los recursos naturales pensando
en las futuras generaciones.
Desde 1990, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)
publica anualmente un Informe mundial (Informe sobre Desarrollo
Humano) que analiza distintas dimensiones del problema, desde la pers-
pectiva del desarrollo humano. Estos documentos han estado ofreciendo
un nuevo marco globalizador muy sugerente que siempre hay que tener en
cuenta al hablar sobre los procesos del desarrollo en los diferentes países: el
mayor acierto fue haber incorporado dimensiones sociales de la pobreza al
intentar medir y comparar el desarrollo entre las naciones, principalmente
tomando en cuenta los indicadores de esperanza de vida, alfabetización,
empleo e ingreso per capita.
Al entender el desarrollo humano como un proceso de ampliación de
oportunidades para todas las personas, se parte del reconocimiento de que
es en el marco de las opciones creadas por la sociedad que las personas
pueden disfrutar de las oportunidades brindadas y enfrentar los riesgos en
mejores condiciones. El concepto de desarrollo humano abarca múltiples
dimensiones de la vida de las personas y de los grupos sociales: familiar,
social, ambiental, económico y político.
Un verdadero desarrollo no puede sacrificar a las personas o a su entorno
natural en la búsqueda del crecimiento económico. De no traducirse éste
en la satisfacción cada vez más amplia de las necesidades de la gente y

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en el respeto de su entorno natural, cualquier éxito será de una exigua
duración; el aumento del bienestar general y la conservación del potencial
ambiental constituyen condiciones estructurales indispensables para soste-
ner el progreso económico.
Al definir a las personas como objetivo básico de los procesos de desarrollo
y centrar su atención en las necesidades, esperanzas, capacidades y opcio-
nes de la gente, el desarrollo humano abarca un extenso abanico de las
aspiraciones humanas. Estas no se reducen a la sola disponibilidad de recur-
sos económicos, sino que incluyen una gran diversidad de beneficios, tanto
materiales como intangibles, que contribuyen al bienestar y a la felicidad.
Las opciones valoradas por la gente difieren según el contexto y varían a
lo largo del tiempo, llegando incluso a ser ilimitadas. Por ello, se puede
partir de ciertas consideraciones básicas generalizables sobre el desarrollo
humano, sobre la base de tres capacidades esenciales, sin las cuales nadie
puede contar con muchas opciones ni satisfacer sus demás aspiraciones.
Así, una manera de medir el nivel de desarrollo humano de una población
se puede dar con base en las siguientes tres capacidades:
1. La longevidad como la experiencia de una vida larga y saludable.
2. El logro educativo como la capacidad de adquirir los conocimientos
idóneos.
3. Un nivel de vida en que se disponga de los recursos necesarios para
vivir la existencia.
Esto implica programas en diversos campos: un esfuerzo enfocado a mejo-
rar las condiciones sociales de los más pobres; prevención de las muertes
evitables; los programas de reducción del analfabetismo; buscar una mayor
incorporación de niños, niñas, adolescentes y jóvenes al sistema educativo;
asegurar que el crecimiento alcance a toda la población. Para ello, también
es básico contar con una población sana y distribuida en forma adecuada
en el territorio, de manera que los desequilibrios poblacionales en una u
otra zona no signifiquen riesgos ambientales para sus habitantes.
Tratando de hacer una síntesis, se podría decir entonces que el Desarrollo
Humano puede estructurarse en los siguientes ejes de acción:
1. Equidad: traducir el crecimiento económico en bienestar general
2. El marco educativo: creación y extensión de los saberes y conocimien-
tos en la población
3. Competitividad: capacidad para sostener y aumentar la participación en
los mercados, elevando paralelamente el nivel de vida de la población.

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4. Sostenibilidad: el disfrute de la tierra y la riqueza social producida debe
planearse para extenderse a las generaciones futuras.
5. Gobernabilidad: creciente participación política de los ciudadanos en
el marco de instituciones democráticas.
“Es Desarrollo Humano aquel proceso por el cual la persona se hace sujeto
y beneficiario efectivo de los cambios en curso. Según el informe Mundial
del PNUD, ello significa un entorno en el que las personas puedan hacer
plenamente realidad sus posibilidades y vivir en forma productiva y crea-
dora de acuerdo con sus necesidades e intereses. Una precisión: el Desa-
rrollo Humano abre una perspectiva, esto es, no implica algún modelo de
desarrollo sino un modo de enfocar la vida social” (ONU, 2002: 16).

4 - EL COMPONENTE DEMOCRÁTICO DEL DESARROLLO


Un elemento al que no siempre se le ha dado la debida importancia en el
tratamiento del desarrollo es la construcción de la democracia y el estado de
derecho. El subdesarrollo no solamente consiste en una pobreza entendida
como falta de recursos económicos; como lo reconoce el Banco Mundial la
“pobreza es también vulnerabilidad e incapacidad de hacerse oír, falta de
poder y de representación” (Banco Mundial, 2001: 23). La consolidación,
por tanto, de un orden político democrático, con una participación activa
de los ciudadanos y ciudadanas, es también parte integral del desarrollo
humano. En tal sentido, la construcción de una democracia participativa
y un estado de derecho en México presenta avances en algunos campos,
pero también muestra una institucionalidad todavía frágil.
La modernización política especialmente en lo referente a la constitu-
ción de sociedades democráticas tiene dos aspectos esenciales: primero, el
sufragio y los sistemas electorales, que deben garantizar cada vez mejor
el emisión de los votos y su conteo para que la población pueda contar
con autoridades plenamente legitimadas en los deseos mayoritarios de la
población; segundo, la participación ciudadana más allá de los momentos
electorales para influir constantemente en las elaboración y ejecución de
las políticas públicas, lo que implica una constante organización de los ciu-
dadanos en múltiples intereses sin depender necesariamente de la tutela
del Estado.
En el enfoque del desarrollo humano es esencial disponer de un clima
social de mayor seguridad y confianza para todas las personas, lo que sig-
nifica la construcción de un orden político democrático con participación

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de la ciudadanía en la gestión y las decisiones públicas. De esta manera
crecerá su sentido de compromiso y pertenencia a la sociedad en que
viven.
En América Latina, a partir de la década de los 80s, se vivió un proceso de
alejamiento de los regímenes autoritarios y dictatoriales gobernados por
militares, de tal manera que al finalizar el siglo XX el continente se ha visto
cubierto en casi su total extensión con gobiernos civiles surgidos de proce-
sos electorales. Las Cumbres de las Américas (Miami 1994, Santiago de Chile
1998, Quebec 2001) han llegado a catalogar, bajo la iniciativa de Washing-
ton, a todo el continente como “democrático”, con la excepción de Cuba,
el único país que no ha sido invitado a tales cumbres. Pareciera entonces
que el desarrollo democrático ha llegado a América Latina, teniendo en
cuenta el único criterio de la realización de procesos electorales.
Para el caso mexicano, que no sufrió ese tipo de dictaduras latinoameri-
canas de tipo militar, la catalogación de ingreso a la democracia también
se ha aplicado recientemente por varios analistas, debido a la alternancia
política en la presidencia de la República en el año 2000, después de muchas
décadas de dominación de un solo partido político, el Partido Revoluciona-
rio Institucional (PRI), en la vida nacional. El mismo presidente Vicente Fox,
del gobernante Partido Acción Nacional (PAN), ha llegado a afirmar que
México pasó ya la etapa de transición y ha entrado a la consolidación de su
democracia a partir del cambio del 2000.
Pero esta catalogación de la democracia en México no es acertada. Los
gobiernos del PRI dejaban mucho que desear, aun en el ámbito único
de los procesos electorales, debido tanto a la debilidad de las leyes en
esta materia como a la práctica constante de fraude vivida en numerosos
momentos de la vida política. Si la democracia la reducimos solamente a
los procesos electorales en donde el voto es más respetado, sobra decir
que la transición a la democracia ha terminado; pero si la democracia,
como dice Alain Touraine, la definimos como un proceso endógeno en
donde existe el respeto a los derechos fundamentales (donde se incluye
el respeto al voto), donde existe la representación de intereses en el sis-
tema político y en donde se han institucionalizado los procesos de partici-
pación ciudadana, entonces dicha transición no ha concluido en la etapa
cuando empiezan a existir solamente elecciones más legítimas y creíbles.
“Existe una gran diversidad de regímenes cuya acción respeta uno solo de
estos principios destruyendo los otros dos. Ninguno de estos regímenes
puede ser llamado democrático, como tampoco pueden serlo los que no
hacen más que organizar unas elecciones relativamente abiertas” (Toura-
ine, 1994: 353).

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México tuvo una etapa significativa de crecimiento económico desde los
años 40s hasta finales de la década de 1960, un período que oficialmente
fue catalogado como “desarrollo estabilizador” y que mucha gente cono-
ció como el período del “milagro mexicano”; el criterio más importante
para hablar del desarrollo en México fue el crecimiento prolongado del PIB
anual en un promedio del 6%; los salarios mismos crecieron en esa época
de diversos sectores de la población; se logró una estabilidad de cambio por
mucho tiempo entre el peso y el dólar. Pero el tiempo mismo destruyó el
espejismo del desarrollo industrial mexicano: las crisis de 1976, 1981, 1987 y
la de 1994 fueron dolorosos botones de muestra de lo endeble de la palabra
desarrollo. Pero esas mismas crisis fueron acompañadas del llamado pro-
ceso de transición a la democracia con fuerte participación ciudadana, que
ha tenido un momento significativo de avance en la alternancia política en
la presidencia en el año 2000. Estos avances en el proceso de transición son
los que nos dan la posibilidad de incidir directamente en el desarrollo eco-
nómico porque partimos de que la democracia está directamente asociada
con el desarrollo humano. En las Naciones Unidas se ha dicho por parte de
Mark Malloc, el administrador general del PNUD que al hablar del desarrollo
humano “la política es tan importante como la economía” (Público, 8 agosto
2002). Más aún, podríamos decir de manera más radical que “el desarrollo
no es la causa, es la consecuencia de la democracia” (Touraine, 1994: 335),
en el sentido de que solo una estrategia consensada de un gobierno con sus
ciudadanos, a través de un pacto con todas las fuerzas políticas puede llevar
a superar las etapas anteriores del desarrollo de un país.
Esta última posición nos permite superar con claridad las antiguas formula-
ciones del desarrollo ligadas únicamente al crecimiento económico, y aun
aquellas que llegan solamente a considerar el crecimiento vinculado a la
distribución de la riqueza. El desarrollo humano que buscamos tiene cier-
tamente un componente económico (crecimiento y distribución) pero es
necesario enfatizar el ingrediente social expresado en salud, educación,
vivienda, etc. Y con ello, es necesario enfatizar también la dimensión polí-
tico-cultural expresada en instituciones democráticas que permitan llegar
a las fuerzas sociales a un pacto consensuado en relación a las estrate-
gias a seguir. Esto último es lo que las Naciones Unidas tienen en cuenta
cuando hablan del good governance como clave para el desarrollo, en
donde los ciudadanos más desprotegidos tienen que jugar un papel espe-
cial: “La reducción sostenible de la pobreza requiere que los pobres tengan
poder político. La mejor manea de conseguirlo de manera coherente con
los objetivos del desarrollo humano es erigir formas firmes y profundas de
gobernabilidad democrática en todos los niveles de la sociedad” (ONU-
PNUD, 2002: v).

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5 - LA DIMENSIÓN CULTURAL
Durante el siglo XX, particularmente para América Latina a través de la
CEPAL, se nos insistió mucho en que el subdesarrollo consistía en un pro-
blema de atraso económico situado en el bajo nivel de las fuerzas produc-
tivas de países determinados. Posteriormente, la teoría de la Dependencia
nos insistió en la lucha política de coordinación entre las naciones de la peri-
feria para lograr mejores niveles de intercambio comercial con los países
metropolitanos. Los mismos gobiernos de las naciones industrializadas, al
finalizar el siglo XX, han llegado a incorporar una cláusula democrática
(aunque a veces entendida sólo como procesos electorales) como elemento
indispensable en los programas de desarrollo. Pero la propia ONU, en la
transición al siglo XXI, ha empezado a enfatizar un componente nuevo
al que no se le había dado la debida importancia: “El desarrollo humano
entraña necesariamente una preocupación por la cultura –la forma en que
las personas deciden vivir juntas-, porque es la sensación de cohesión social
basada en la cultura y en los valores y creencias compartidos lo que plasma
el desarrollo humano individual. Si la gente vive bien junta, si coopera de
manera de enriquecerse mutuamente, amplía sus opciones individuales. De
esta forma, el desarrollo humano se preocupa no sólo por la gente como
individuos, sino además por la forma en que éstos interactúan y cooperan
en las comunidades” (ONU, 2002: 17, citando un documento del PNUD, de
1996).
El estudio del PNUD sobre el Desarrollo Humano en Chile 2002 es un ejem-
plo sumamente interesante en relación al papel de la cultura en nuestras
sociedades contemporáneas. El análisis se hace sobre Chile pero desde la
perspectiva de la cultura; los títulos de las 6 partes que integran el informe
son sugerentes: “La importancia de la cultura”, “Lo chileno: una heren-
cia cuestionada”, “Cambios en la producción cultural: nuevos escenarios,
nuevos lenguajes”, “Un mapa del campo cultural”, “La vida personal de
una sociedad cambiante”, “Una diversidad disociada”. El objeto principal
del estudio coordinado por Norbert Lechner es “el modo particular en que
una sociedad experimenta su convivencia y la forma en que se la imagina
y representa” (ONU 2002:37).
Si el Desarrollo Humano es una forma de enfocar la vida social, podría-
mos tener una doble tensión: por un lado, la posibilidad de universalizar
ciertos elementos del ser humano en las sociedades contemporáneas que
nos hacen posible una medición empírica y, por otro lado, la necesidad de
afirmar que ni las metas ni los medios para el desarrollo deben tomarse
del modelo de un solo país sino que el motor surge del dinamismo del sis-

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tema de valores de una sociedad determinada (tradiciones, localidad,...).
La contradicción entre valores universales y valores locales resalta hoy en
día de una manera contrastante cuando enfrentamos los diversos proce-
sos de globalización; con toda razón podemos decir que los dos niveles, el
global y el local, se interrelacionan constantemente en todas las socieda-
des contemporáneas.
Uno de esos campos de interrelación es el imaginario colectivo de los
grupos sociales, en donde, en forma paralela a los cambios económicos y
políticos de una sociedad, se debaten los diversos proyectos sobre lo que
es o debe ser un país específico, avanzando de una etapa histórica a otra.
Gramsci, por ejemplo, tenía razón cuando planteaba la importancia de la
superestructura ideológica, conformando un plan educativo como acción
revolucionaria de las masas aun cuando éstas no estuvieran todavía en el
control del Estado, o cuando estando las masas en el control del Estado
éstas no habían alcanzado un nivel ideológico apropiado para los cambios
de la nueva sociedad. En otras palabras, podría decirse que el abandono
del subdesarrollo no se lograría ni sólo con los cambios económicos ni solo
con los cambios políticos sino cuando la población convalidara su imagi-
nario colectivo con la nueva etapa que puede estar viviendo una sociedad
determinada.
Uno de los campos de la cultura es la representación de los imaginarios
colectivos en donde los diversos grupos sociales se sitúan para valorarse a
sí mismos en su devenir histórico. “Un imaginario colectivo es el conjunto
de representaciones ideales o simbólicas mediante las cuales se define el
fundamento, motor y sentido de la convivencia entre los miembros de un
grupo o una sociedad. El imaginario colectivo no es ni ilusión ni idea fan-
tasiosa. Es, al contrario, un fenómeno real. Toda sociedad proyecta una
imagen de sí misma y es por medio de ese imaginario que ella se reconoce
como una colectividad” (ONU, 2002: 38). Una de las tareas primordiales de
cada sociedad es forjar su propio imaginario en relación a la fase histórica
siguiente que quiere transitar; cuando se crea un consenso sobre lo que
quieren los principales grupos de una sociedad (que es otro de los aspec-
tos de la democracia más allá de los procesos electorales), se va creando
también la necesidad de un nuevo pacto social que hará posible el compro-
miso político por dicha transición. Ningún modelo de desarrollo puede ser
impuesto autoritariamente y, por ello, la creación de consensos y pactos
en torno a los imaginarios posibles de una transición determinada se con-
vierte en aspecto fundamental del proceso. Y ahí está la centralidad de la
cultura en los procesos de desarrollo: “Hay nuevos modos de coexistir que
demandan nuevos imaginarios que los representan. Y, a la inversa, hay

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transformaciones de los imaginarios que motivan y orientan nuevas expe-
riencias de convivencia” (ONU, 2002: 38).
Gilberto Giménez, cuando habla de los procesos de transformación social,
dedica un capítulo especial a la “imaginación creadora” de los sujetos y
de los grupos, considerándola precisamente un motor del cambio social,
otorgándole además al concepto de “utopía” no una cualidad alienante
sino la posibilidad de trascender la inmediatez de la percepción de lo pre-
sente, explorando el mundo de lo posible con actitud innovadora; esto
se vincula también con el concepto de “esperanza creadora” de E. Bloch,
cuando los grupos sociales, a partir de la imaginación que proporciona el
presente, acuerdan intentar la realización de lo posible para el futuro de
la sociedad.
Con esto, volvemos a referirnos al concepto de cultura que está manejando
la ONU como el modo en que la sociedad experimenta su convivencia y la
forma como se la imagina y representa, y entonces también volvemos a
reafirmar la centralidad de la cultura en los procesos de desarrollo dentro
de las situaciones concretas que viven las diferentes sociedades: sus formas
particulares de querer transitar de una fase a otra queriendo alcanzar esta-
dios superiores. En este sentido, uno de los grandes retos para México, des-
pués de la alternancia política lograda en la presidencia de la República en
el año 2000, es traducir los avances del sistema democrático en programas
que afecten positivamente las condiciones de vida de la población; y esto
no se logrará sino con la formación de una cultura ciudadana participativa
más allá de los procesos electorales.

6 - ÍNDICES DEL DESARROLLO HUMANO


EN MÉXICO EN UN MARCO COMPARATIVO

Desde 1990, el PNUD ha realizado numerosos esfuerzos para acercarse a la


medición del desarrollo humano, combinando diversos criterios en un solo
indicador, el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Esta agenda del desa-
rrollo humano es mucho más amplia y variada de lo que reflejan esos ins-
trumentos sencillos de medición para construir dicho índice. Sin embargo,
permiten plantear metas precisas para evaluar el impacto de políticas enfo-
cadas a establecer las bases mínimas sobre las cuales edificar un Estado,
que ofrezca mejores condiciones de bienestar para todos y todas.
El contraste entre diferentes datos es lo que explica por qué México, con
los criterios del IDH de la ONU se encuentra en el 2002 en el lugar número

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54: “El IDH se integra a partir de tres datos: esperanza de vida, nivel de
escolaridad y nivel del ingreso. El país con mayor esperanza de vida es
Noruega con 78.4 años. Los socios de México en el TLC ocupan el tercer
lugar en el nivel mundial que es Canadá con 78.0 años y los Estados Unidos
el sexto con 76.8 años. México se encuentra en el lugar 51 con 72.4 años. En
América Latina Argentina, Uruguay, Chile y Costa Rica tienen una mejor
posición que México. El nivel de escolaridad promedio de México es de 7.5
años mientras que la de Estados Unidos y Canadá pasa de los diez años.
En América Latina, una vez más, los países ya citados superan el nivel que
tiene el país. El que México sea la novena economía del mundo, pero la 29
en términos del per cápita y apenas la 54 en el nivel del desarrollo humano
no hace más que evidenciar las contradicciones e inequidad de una socie-
dad como la mexicana, superada en América Latina sólo por la realidad del
Brasil que resulta todavía más escandalosa. Los mexicanos que votaron a
favor de la alternancia lo hicieron no sólo para deshacerse de un régimen
corrupto y autoritario sino también y sobre todo en la búsqueda de obte-
ner mejores niveles de vida para ellos y sus familias. Ese es el contenido del
cambio” (Aguilar Ruben. El Universal. 1 de junio del 2002).
Es, además, ilustrativo hacer una comparación entre países latinoamerica-
nos. México se encuentra en el lugar número 54 en el índice de Desarrollo
Humano de la ONU durante 2002, pero en esa lista, Costa Rica aparece
en el lugar número 43, Uruguay en el número 40 y Chile en el lugar 38;
incluso varios países caribeños aparecen por arriba de México (ONU-PNUD,
2002: 149-50). Los casos de estos países latinoamericanos son significativos
porque, estando en el mismo contexto de nuestra región y siendo naciones
con menor potencial económico que México, nos llegan a superar dentro
de la medición que hace la ONU.
Costa Rica es un país pequeño de Centroamérica con cerca de 4 millones
de habitantes, con bajo nivel de industrialización, con una profunda tra-
dición democrática, con una población con altos niveles de educación, con
una clase media todavía considerable, con instituciones estatales que han
sobrevivido a los procesos de privatización y que redistribuyen gran parte
de la riqueza nacional en la población, con grandes reservas naturales que
se cuidan y mantienen para beneficio de la ecología de todo el planeta.
Algunos de estos elementos pueden ilustrar las razones por las cuales la
ONU ha considerado que los costarricenses tienen un mejor desarrollo
humano que México.
Por otro lado, Chile representa un notable avance en el IDH durante la
última década del siglo XX tomando en cuenta principalmente indicadores
como la longevidad de la población, el nivel educativo, el nivel de ingresos,

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la paridad o disparidad entre las regiones dentro del país; “en la última
década el IDH especial para Chile se incrementó desde un 0.69 en 1990 a
un 0.749 en 2000. Ello significó que el país redujera en un 19% la distancia
que lo separa del ideal propuesto como pleno Desarrollo Humano. En el
mismo período todas las regiones del país aumentaron su nivel de Desarro-
llo Humano de manera considerable” (ONU, 2002: 298); habría que tener
en cuenta además los lentos pero notables avances en la consolidación de
un sistema democrático en la década de los 90s.
México dio un paso muy grande con la alternancia política en la presiden-
cia de la República en el 2000, y cuenta con un gran potencial económico;
pero los retos del desarrollo humano son enormes tanto en el campo de la
desigualdad de la distribución de la riqueza como en el ámbito político y
cultural; de hecho, no alcanzamos todavía a tener un consenso de las prin-
cipales fuerzas políticas, un nuevo pacto social para repuntar en el desa-
rrollo humano; más bien parece que seguimos con la inercia de todo lo
heredado en décadas pasadas, porque el país no ha dado avances decisivos
en la realización de una reforma del Estado.
En México, otro elemento fundamental a considerar es la transparencia
en el funcionamiento institucional y la lucha contra la corrupción. ¿Qué
hacer, por ejemplo, en un punto clave de un sistema democrático como lo
es el combate contra la corrupción? La herencia que nos dejó el régimen
de partido de Estado es onerosa: en 1999, la organización de Transparencia
Internacional, de 99 países considerados, nos puso una puntuación de 3.4,
teniendo en cuenta que la calificación óptima es 10 y la peor es 0 (Transpa-
rencia internacional. Berlín. Octubre de 1999). Posteriormente, en octubre
del 2003 y teniendo en cuenta el período 2001-2003, la misma organización
y considerando a 133 países, calificaba a México con 3.6, en el lugar número
64; comparativamente y por arriba de México se encontraron Perú, El Sal-
vador y Colombia con una calificación de 3.7; Cuba lograba 4.6; Uruguay
tenía el 5.5, y Chile el 7.4. Se trata de una situación semejante a la de
muchos países del continente: “los países latinoamericanos se encuentran
apesadumbrados no sólo por la pobreza y la inequidad sino también por
la debilidad del imperio de la ley, es decir, la garantía de que los ciudada-
nos y cualquier negocio reciban un trato imparcial y predecible por parte
del gobierno, de la justicia y de otras instituciones” (Economist, No. 8170,
05/13/2000:34). Pero en cuestiones de transparencia, aunque podemos
comprender que Dinamarca es quien tenía la mejor calificación, dentro de
Latinoamérica países como Chile, Costa Rica, Perú, Uruguay y Brasil esta-
ban catalogados por arriba de México. Es una herencia brutal con la cual
vivimos; no solo es un sistema que propicia la ilegalidad sino que también

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gran parte de la población vivimos en una cultura generalizada de corrup-
ción que todos parecemos aceptar como dada casi para siempre.
Además, si hoy nos planteamos la búsqueda de mejores etapas en nuestros
procesos de desarrollo, uno de los retos fundamentales está en la creación
de una cultura de participación ciudadana en donde podamos representar-
nos la búsqueda de consensos para lo que requiere un país en el momento
presente y el siguiente.

7. CONCLUSIONES
No solamente la ONU sino también incluso otros organismos internacio-
nales como el Banco Mundial (BM) o el Fondo Monetario Internacional
(FMI) han puntualizado con bastante claridad que la estrategia para avan-
zar hacia el desarrollo y de manera específica la forma para combatir los
rezagos sociales y la pobreza en los diferentes países tienen que partir de
una concepción no economicista: siempre será importante el dato cuanti-
tativo del crecimiento económico y la redistribución de la riqueza social,
pero más importante aún es el surgimiento y consolidación de institucio-
nes democráticas donde los individuos tengan capacidad de elegir, y en
donde predomine la cultura de la participación ciudadana. Los gobiernos
tienen una gran responsabilidad en el diseño de las políticas públicas para
promover la creación de la riqueza social y su distribución, pero incluso en
dicho diseño empiezan a pesar cada vez más las organizaciones ciudada-
nas.
En este sentido, solamente la existencia de un sistema político democrático
(con varios adjetivos más allá de la realización de procesos electorales legí-
timos) puede garantizar un mejor dicho diseño de las políticas públicas, en
el entendido de que las organizaciones de ciudadanos cuentan con insti-
tuciones que les permitan elevar su voz y participar en los pactos entre las
diferentes fuerzas políticas; ello significa también un corte con la cultura
política imperante en el siglo XX en donde todo bienestar dependía del
Estado. Las perspectivas del desarrollo a futuro dependerán entonces de
acuerdos colectivos que tendrán que construirse entre fuerzas políticas y
organizaciones ciudadanas; el desarrollo humano de América Latina puede
surgir entonces de la necesidad de construcción institucional de un sistema
político democrático, con un pacto nacional de todas las fuerzas políticas
para una reforma del Estado y, lo más difícil, con la creación de una cul-
tura política que sea capaz de construir imaginarios colectivos consensados
para cada etapa de cualquier país en particular.

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DÉFICIT Y ENTORNOS. DEMOCRACIA, CIUDADANÍA
Y GLOBALIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA

Jorge Ceja Martínez

PRESENTACIÓN
El discurso sobre la democracia ha cobrado una presencia y relevancia cada
vez mayor. Hay una revaloración sobre las potencialidades creativas y de
cambio que pueden contenerse en los sistemas políticos democráticos, así
como los alcances que para la convivencia humana éstos pueden significar.
Esta tendencia a enmarcar los cambios deseados y posibles dentro del dis-
curso y práctica democrática, ha sido el producto de importantes aconte-
cimientos por los que las sociedades humanas han atravesado en el último
medio siglo, pero de forma particular en las pasadas dos o tres décadas.
La búsqueda de alternativas frente a la exclusión económica, política y social
−acentuada con la implementación de los programas de ajuste estructural−
ha tendido a plantearse mayoritariamente en el marco de la convivencia
democrática; es decir, en la necesidad de encontrar soluciones a través de
la ampliación y profundización del sistema democrático. Hay una clara
distinción entre lo que son los sistemas democráticos formales realmente
existentes −con todo y el reconocimiento de su situación precaria (Alonso
2000)− y la necesidad de impulsar cambios en el marco del propio sistema,
pero mediante una mayor incidencia de la sociedad civil sobre el mismo.
Ha disminuido la apuesta hacia la toma violenta del poder estatal, como
también la confianza en delegar o depositar en “los otros” (vanguardias,
partidos políticos, políticos profesionales, etc.) toda responsabilidad para
conducir los cambios.
Es dentro de este contexto social por el que atraviesan las sociedades
humanas en el cambio de siglo, caracterizado por: a) la exclusión creciente
de amplios sectores de la población mundial acentuada por los resultados
de la globalización en su vertiente económica-financiera, b) la desciuda-
danización a la que ella ha derivado, ya sea como resultado de la pérdida
de derechos históricamente conquistados, o por la no ampliación de los

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mismos, y c) las relaciones en el campo del poder político entre gobernados
y gobernantes y la necesidad de construir un marco institucional capaz de
permitir y fomentar la participación de la gente en un ambiente de plurali-
dad y respeto hacia la diferencia, en el que se ha debatido buena parte de
la discusión teórica reciente en torno a los temas relativos a la democracia
y a la ciudadanía.
Cabe advertir que no siempre la discusión sobre la democracia ha tomado
en cuenta el componente de ciudadanía, entendiendo por este concepto,
genéricamente hablando, la conciencia de derechos y deberes ejecutables
que le son propios a los sujetos y/o ciudadanos, gracias a su pertenencia a
una comunidad política determinada que norma sus relaciones con base
en el derecho. Mucho menos ha considerado la existencia de un marco ins-
titucional que dé cabida a la posibilidad de reconocer las aspiraciones de
distintos actores por ampliar el abanico de sus derechos. Aún resulta común
que en muchos trabajos académicos se haga alusión a la participación polí-
tica de los ciudadanos pero sólo referida a su componente electoral; es
decir, al derecho que éstos tienen para sufragar a favor de los candidatos
que aspiran a ocupar cargos en la administración gubernamental.
Por ello no resulta extraño que, a pesar de la creciente pérdida de diversos
derechos ciudadanos o de la clausura de espacios que permitan la amplia-
ción de los mismos, muchos sigan hablando de democracia sólo a partir de
una lectura unilateral en la cual basta que los procesos electorales resulten
más o menos inobjetables o que la administración pública se desempeñe
de manera transparente. Se trata de la visión elitista sobre la conducción
democrática, la cual tiende a reducir el papel de los ciudadanos a la de sim-
ples electores y que otorga a los representantes electos un amplio poder
discrecional para decidir en torno a la cosa pública; en ocasiones en función
de intereses no siempre compartidos por la mayoría de los ciudadanos.
Este trabajo lleva a cabo una revisión en torno a los temas de democracia,
ciudadanía y globalización. Se parte de la idea de que de la calidad de los
dos primeros dependerá el curso que tome la globalización.

DEMOCRACIA, DELIMITACIÓN CONCEPTUAL


La palabra democracia fue acuñada en la antigua Grecia y proviene de
los vocablos kratos, poder o autoridad y demos, pueblo, que dan lugar a
la palabra compuesta demokratía, es decir, poder del pueblo. La creación
del concepto se le atribuye al historiador griego Herodoto (484 hacia – 420

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a. C.) y se empleó para caracterizar al sistema de gobierno que entonces
se llevaba a cabo en la antigua Grecia −y de forma sobresaliente en la
ciudad de Atenas−; sistema de efímera existencia, ya que concluyó en el
año 323 a. C., teniendo como máximo siglo y medio de vida (Sartori 1997).
Fue también en la antigua Grecia donde nació el concepto de ciudadanía,
en alusión a los habitantes que tenían la responsabilidad de decidir sobre
los destinos de la ciudad. Los ciudadanos eran los constructores sociales
de la polis y ejercían su responsabilidad a través de la democracia directa
(Palma 1995).
Los rasgos generales que definen al sistema democrático son básicamente
los siguientes: a) el principio de que toda autoridad emana del pueblo, b)
que son los representantes de éste quienes conducen la administración
pública, c) la existencia de un conjunto de libertades para cada uno de
sus miembros, y d) la libre elección para los cargos de gobierno. En sínte-
sis, como apunta Norberto Bobbio (1996:24) −al diferenciar a este sistema
de gobierno de uno de carácter autocrático−, se trata de “un conjunto
de reglas (primarias o fundamentales) que establecen quién está auto-
rizado para tomar las decisiones colectivas y bajo qué procedimientos”.
Para Alain Touraine (1994:47) “la democracia es el reconocimiento del
derecho de los individuos y de las colectividades a ser los actores de su
historia y no a verse liberados únicamente de sus cadenas”. Es el régi-
men democrático −prosigue Touraine− la forma de vida política que da
la mayor libertad al mayor número, el que protege y reconoce la mayor
diversidad posible.
Sin embargo, más allá de su sentido literal, el concepto democracia ha
tenido múltiples significados. Éstos han dependido de factores de distinta
naturaleza que obedecen a circunstancias históricas diferenciadas. Aunque
centralmente el vocablo se ha definido a partir de la delimitación de dere-
chos y deberes que marca y “justifica” los márgenes entre incluidos y exclui-
dos, propietarios y no propietarios, ilustrados y no ilustrados, mayorías y
minorías, hombres y mujeres. Los límites a la extensión de los derechos
ciudadanos han sido impuestos desde el poder (religioso, político, militar,
económico, etc.), y su eliminación o reducción usualmente ha resultado de
demandas y movilizaciones populares. Es en dicho sentido en el que Pablo
González Casanova (1998) ha señalado que quienes construyen la demo-
cracia definen y delimitan el concepto y la realidad. Así la sociedad escla-
vista, que construyó la democracia griega o romana, excluyó a los esclavos
y a las mujeres.
El estado de precariedad democrática, que ha sido una constante a lo largo
de la historia de la humanidad, ha propiciado −siguiendo a Pablo González

88

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Casanova− que permanentemente el vocablo democracia se haya encon-
trado ligado a un concepto oligárquico, elitista o de exclusión.6
De hecho, como apunta Robert Dahl (1999:9)
durante largos periodos de tiempo de la historia humana, la democra-
cia desapareció en la práctica, sobreviviendo apenas como una idea o
una memoria entre unos pocos distinguidos. (...) E incluso en los extraños
casos en que realmente existió una democracia o una república, la mayo-
ría de los adultos no estaban autorizados a participar en la vida política.

EL ESTADO DE LA DEMOCRACIA
La democracia moderna parece estar encerrada en una paradoja: se ha
desarrollado sólo en el marco de las sociedades capitalistas, sin embargo,
éstas mismas han mostrado ser fuertemente limitantes para su expan-
sión.
Ello se ha acentuado, de forma particular, a partir de la puesta en marcha
del modelo económico neoliberal. La prosperidad económica reciente
−enmarcada dentro del proceso de globalización− que sobre todo han
vivido algunas empresas corporativas transnacionales y economías nacio-
nales, se ha desarrollado en un entorno que da cuenta de la pérdida de
derechos íntimamente ligados a los componentes fundamentales de la ciu-
dadanía, a su ser.
Grosso modo, los más afectados (por su número) han resultado ser los habi-
tantes de los países poco o medianamente desarrollados. Si bien es cierto
que en los países más desarrollados se han dejado sentir los efectos de
los ajustes estructurales y del adelgazamiento de sus Estados de bienestar,
éstos resultan de menor impacto si se comparan con aquellos que se han

6
De tal forma −señala Pablo González (1998:26-28)− que ni el nacionalismo revolucio-
nario, el populismo o el clientelismo construyeron conceptos y realidades de naciones,
pueblos y democracias sin marginación y exclusión de las mayorías de los habitantes. De la
misma manera los “comunistas y marxistas leninistas construyeron y definieron la demo-
cracia con serios límites y sorprendentes exclusiones”. La construcción y el concepto de
democracia −advierte González− siempre se ha propuesto a partir de paradigmas que se
han dicho “conservadores”, “liberales”, “socialdemócratas”, “nacionalista-revoluciona-
rios”, “comunistas” o “marxistas leninistas” y que tienen en común que en ninguno de
ellos “surgió una teoría que planteara como paradigma científico político un movimiento
universal de democracia no excluyente y plural que comprendiera la variedad y unidad de
quienes habitan el planeta”.

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sufrido en los países periféricos, muchos de ellos sometidos al colonialismo
y neocolonialismo durante siglos.
Quizá por ello han sido sobre todo los teóricos latinoamericanos los que
más han hecho hincapié en señalar los efectos que para la pérdida de ciu-
dadanía y el desarrollo ha implicado el actual modelo económico; y pro-
bablemente, han sido los que más han resaltado el papel que en todo
ello desempeña el nuevo orden mundial, comandado, en primer rango,
por los gobernantes de los países desarrollados, los organismos financieros
multinacionales y las principales empresas capitalistas que operan a escala
mundial. Resulta innegable que la construcción democrática depende de la
voluntad y del accionar de actores locales, subnacionales o nacionales; sin
embargo, también es evidente la responsabilidad que para tal fin podrán
o no realizar los actores y las estructuras económicas transnacionales. Por
ello, para el caso de América Latina, el reclamo democrático requiere un
planteamiento radical, ya que la democracia no podrá asentarse en forma
en la medida en que no se alteren significativamente los patrones que a
escala mundial reproducen la desigualdad.
Esta historia que da cuenta del papel que en cuanto al mercado, el Estado
y el orden político desempeña la naturaleza de los vínculos que se estable-
cen entre países, obviamente, no es reciente. Tal como lo demuestra, por
ejemplo, el rol que durante años jugaron los gobernantes de los países
desarrollados (imperialistas, por el tipo de subordinación construida), no
sólo para operar con toda libertad en correspondencia a la consecución de
sus intereses económicos, sino también para colocar y sostener en el poder
a gobernantes antinacionalistas y autoritarios, escasamente propensos a
los valores democráticos y muy adeptos a la corrupción, la represión y a la
violación sin límites de los derechos humanos.7
Atilio Borón (1993:48) con respecto a la relación entre Estados Unidos y
América Latina opina
No cabe pues la menor duda de que la presencia y el accionar de los inte-
reses imperiales son un obstáculo objetivo que ha frustrado reiterada-
mente las aspiraciones democráticas de América Latina. Sea por su afán

7
Dentro de los autores estadounidenses quizás Noam Chomsky sea el que más se ha des-
tacado en documentar y difundir el papel intervensionista que el gobierno federal de los
Estados Unidos ha desempeñado en la región (así como en África y Asia). Como también
en señalar el rol desinformativo que los medios de difusión estadounidenses han llevado
a cabo para moldear a la opinión pública doméstica, de tal forma que ésta no obstruya
la consecución de los objetivos planteados por las cúpulas del poder político, militar y
económico.

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de preservar obsoletas algunas áreas de “influencia”, o por una obsesión
geopolítica dirigida a garantizar la seguridad nacional presuntamente
amenazada hasta por los más pequeños países del área; o simplemente
por una secular predisposición a defender y empañar mezquinas venta-
jas para algunas firmas con las cuales muchas veces los Estados Unidos
identificaron sus intereses nacionales, el hecho es que la superpotencia
ha desempeñado un papel poco constructivo, por no decir funesto, en la
convulsionada historia de la democratización latinoamericana.

No en balde han sido los autores latinoamericanos (muchos de los cuales


padecieron en carne propia los efectos de la represión, el exilio o, en gene-
ral, los constreñimientos políticos) los que más han reconocido los avances
democráticos en América Latina,8 pero junto con ellos, también las limita-
ciones a los que éstos han quedado circunscritos.9
Vale decir que dichos procesos de democratización, también reconocidos
como la tercera ola de la democracia (Huntington 1996), se han dado en
muchas otras partes del planeta.10 Quizá los más emblemáticos de todos,
dado que significó la desaparición del socialismo realmente existente, el
desmoronamiento del bloque soviético y, con ello, el “congelamiento”
de la Guerra Fría, fueron los que se dieron, primero, en 1989, con la des-
aparición del socialismo real en Europa del Este y, poco después, con la

8
En la década de los setenta, sólo 10% de la población de América Latina vivía bajo regí-
menes democráticos. Esta tasa se invirtió en los noventa: hacia fines de siglo, 90% de la
población del subcontinente vivía bajo regímenes democráticos (Couriel 1999).
9
Entre dichos autores destacan Eduardo Galeano, Pedro Vuskovic, Oswaldo Sunkel, Carlos
Vilas, Atilio Borón, John Saxe-Fernández, Fernando Mires, Norbert Lechner, Hugo Zemel-
man, Jaime Osorio, Edelberto Torres Rivas, Manuel Antonio Garretón, Agustín Cueva,
José Luis Reyna y, entre otros, Pablo González Casanova.
10
Huntington (1996:3) afirma que entre 1974 y 1990, por lo menos en 30 países se llevaron a
cabo transiciones a la democracia. Señala que la primera ola de democratización comenzó
en la década de 1820, con la ampliación del sufragio a una buena parte de la población
masculina en Estados Unidos y continuó hasta 1926, lapso durante el cual nacieron unas
29 democracias. Ola que se vio interrumpida con el ascenso del fascismo en Europa. La
segunda ola se inició con el triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, pero se
interrumpió durante el periodo 1960-1975, tiempo en que sólo existían 30 democracias a
escala mundial. La tercera ola inició en 1974-1975, con la caída del autoritarismo en Por-
tugal, España y Grecia. Ciertamente los cambios han sido lentos, tortuosos, desiguales
y muchas veces demasiado sangrientos. Aun dentro de los países que ahora podrán ser
considerados democráticos existen serios déficit en materia de igualdad de oportunidades
y que de manera sobresaliente afectan a la niñez, a las poblaciones indígenas y a las muje-
res. Con respecto a estas últimas habrá que recordar que hasta antes de la Primera Guerra
Mundial las mujeres sólo podían votar en cuatro países: Finlandia, Noruega, Australia y
Nueva Zelanda (Giddens 2000).

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desintegración de la Unión Soviética. Cabe reconocer −sin que esto signifi-
que querer hacer la más mínima apología al pasado− que no por ello han
mejorado automáticamente los estándares de bienestar en muchos de esos
países. Lejos de ello, han empeorado, ha habido un aumento en las tasas
de mortandad y han disminuido las de natalidad. La mortalidad infantil
ha venido en aumento en países como Rusia, Bulgaria, Ucrania, Rumania,
Moldova y Letonia (Brecher y Costello 1998:27).
De igual manera América Latina ha visto descender a lo largo de más de
dos décadas muchos de sus indicadores de bienestar.
Los países, por un lado, tienen que superar los enormes rezagos históricos
de sus grupos sociales excluidos, y por el otro, deben encontrar formas de
vinculación eficiente con la economía global que les resulte en beneficios y
no en perjuicios (González Graf 1999:253). En ambos casos el saldo ha sido
deficitario. Cuestión que desde hace una década ya había observado Nor-
bert Lechner (1992:84) cuando afirmaba que los países latinoamericanos se
enfrentaban al dilema de, por una parte, insertarse competitivamente en
el mercado mundial, pero por el otro, dada la naturaleza de su inserción,
observar como la apertura al exterior profundizaba aún más las ya graves
desigualdades sociales al interior de las sociedades latinoamericanas.
La redemocratización, más que un resultado feliz, se antoja como un camino
lleno de obstáculos, entre ellos, la posibilidad de un retroceso que cancele
las libertades políticas hasta hoy conquistadas (Borón 1993; Vuskovic 1995;
Giddens 2000; Touraine 1994; Alonso 1998; González Casanova en varios tra-
bajos). Aunque ciertamente se puede afirmar que hoy, más que nunca, exis-
ten condiciones que le resultan favorables a la democracia, tales como mayor
preocupación por el respeto de los derechos humanos y el medio ambiente,
el reconocimiento de que las minorías nacionales tienen el derecho a tener
derechos; mayor libertad de expresión, mayor grado de tolerancia y recono-
cimiento de la pluralidad; mayor presencia de la izquierda en los gobiernos
estatales y municipales, así como en los congresos; el desarrollo y auge de la
sociedad civil; y, junto con otros indicadores, el desarrollo de redes de comu-
nicación –como la internet− que, dado su grado de autonomía, escapan con
bastante éxito del control o censura policíaca o gubernamental.
Con todo, estos avances y su preservación encuentran su obstáculo princi-
pal en el terreno de la economía. Hay una disociación entre una aspiración
de democracia, más extendida y profundizada que nunca, y unas tenden-
cias económicas antidemocráticas en su esencia (Vuskovic 1995).
Resulta paradójico que la democracia moderna sólo haya tenido sus mayo-
res éxitos en los países que se rigen por la economía de mercado (aunque

92

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es verdad que hay muchos países con economías de mercado que no son
democráticos), cuando la misma economía de mercado contribuye a acen-
tuar la desigualdad entre las personas [y entre los países]. Esta paradoja ha
sido reconocida por muchos académicos, por lo menos por aquellos que se
han interesado en el estudio de la democracia más allá de su connotación
político-electoral.
Dahl (1999) ha advertido que la democracia poliárquica (gobierno de
muchos) sólo ha sobrevivido en países con predominio de una economía
de mercado capitalista y nunca en países con economías que no fueran de
mercado. Sin embargo, reconoce que dado que el capitalismo de mercado
también genera desigualdad, limita el potencial democrático al crear des-
igualdades en la distribución de los recursos públicos. El capitalismo de
mercado −nos señala− favorece el desarrollo de la democracia poliárquica,
pero dadas sus adversas circunstancias para la igualdad política, es desfa-
vorable para el desarrollo de la democracia más allá del nivel de la poliar-
quía. De la misma forma, tanto Touraine como Sartori, han reconocido que
la economía de mercado es una condición necesaria (más no suficiente) de
la democracia, ya que limita el poder del Estado.
Si en un momento la sociedad logró arrebatarle al Estado y a las corpora-
ciones religiosas ciertas libertades −piénsese en las luchas liberales desarro-
lladas en el mundo durante el transcurso de los siglos XVIII y XIX y con ello
la conquista de derechos civiles fundamentales−, quizá el reto de hoy sea
el de liberarse del excesivo poder con el que cuenta el mercado, específi-
camente acentuado a partir de la implementación del modelo económico
neoliberal −que de paso ha mermado importantes conquistas sociales−. El
dilema actual sobre el futuro democrático probablemente tenga que ver
en buena parte con la capacidad de la sociedad civil para acotar el poder
del libre mercado [sin descuidar la democratización del Estado]. Bobbio
(1996:35) ya lo había advertido cuando afirmaba que
hasta que los dos grandes bloques de poder que existen en lo alto de las
sociedades avanzadas, la empresa y el aparato administrativo, no sean
afectados por el proceso de democratización (...) el proceso de democra-
tización no podrá considerarse realizado plenamente.

No todos los académicos preocupados por la “democratización de la demo-


cracia” lo han hecho a partir del reconocimiento del papel que los facto-
res extranacionales (o globales) pueden desempeñar para detener o hacer
retroceder la precariedad democrática que se vive en los países de poco
o mediano nivel de desarrollo; como tampoco han reconocido el capital
(como acervo) que la precariedad democrática de unos países ha signifi-
cado para sustentar el bienestar económico y social de otros. Es decir, han

93

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omitido dar cuenta de la relación dialéctica entre exclusión e inclusión y en
cómo, gracias a relaciones de intercambio desigual, unos se convierten en
perdedores y otros en ganadores.11 La sensación que por lo menos queda
cuando muchos de los autores abordan esto −yendo más allá de la simple
ingeniería electoral−, es que lo hacen de paso.
Pablo González Casanova (1998), contrario a dicha postura, lo ha plan-
teado con nitidez al afirmar que gracias al tipo de comercio que los
países hegemónicos mantienen con el sur, ha sido posible que los pri-
meros mantengan las políticas sociales del Estado benefactor. Touraine
(1994:45) reconoce que “la realidad histórica es que los países dominantes
han desarrollado la democracia liberal, pero también han impuesto su
dominación imperialista o colonialista del mundo y destruido el entorno
a escala planetaria”.12
El problema tiene que ver con la disputa por los recursos (mano de obra,
naturales, condiciones geoestratégicas, infraestructura, etc.), los órdenes
políticos que bajo determinadas condiciones limitan, posibilitan o regulan
su acceso (salarios, regulación ambiental, combatividad sindical, corrup-
ción, estado de la democracia, política económica gubernamental, etc.) y,
el juego e interdependencia entre las distintas escalas.
Así, uno se puede preguntar, por ejemplo, cuál sería la relación que existe
entre los salarios y las condiciones laborales que se le otorgan a los traba-
jadores de la industria maquiladora en países como México, Indonesia, Tai-
landia o China; qué papel desempeñan las autoridades políticas para atraer
a los inversionistas (gracias a la existencia de mano de obra dócil, sindica-
tos blandos, poca o nula regulación ambiental y cierto nivel de “decoro”
democrático que no interfiera con el mercado) y su relevancia para abatir
los costos productivos y, en consecuencia, generar ganancias altamente
satisfactorias para los empresarios. Y, finalmente, cómo ello podrá contri-
buir para facilitarle a un delimitado grupo de consumidores el acceso del
producto a precios relativamente bajos.

11
La historia no es nueva. No en balde, en el pasado, fueron los pensadores latinoamerica-
nos los que más abrazaron y desarrollaron la teoría de la dependencia.
12
Para Eduardo Galeano −quien ha dado cuenta de la relación de subordinación y domi-
nio que ha vivido América Latina con respecto a Estados Unidos y Europa−, la historia del
subdesarrollo de América Latina integra la historia del desarrollo del capitalismo mundial.
Para el uruguayo “Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra
riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los
imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y neocolonial el oro se transfigura
en chatarra, y los alimentos se convierten en veneno” (Galeano 1982:3).

94

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Cuáles son, las condiciones del entorno local (económicas, sociales, políticas)
que permiten la existencia de campesinos pobres obligados a migrar y labo-
rar como jornaleros agrícolas eventuales hacia otros lugares (donde gracias
a diversos incentivos los empresarios abaten costos) y de qué manera las
ventajas comparativas (mano de obra barata, infraestructura gubernamen-
tal, escasa regulación ambiental) contribuyen a que el empresario logre
colocar competitivamente sus productos en el mercado internacional.
¿Qué tiene que ver todo ello con la reproducción del modelo de democra-
cia precaria y con la pérdida para algunos (si es que se tuvo) de ciudada-
nía? La respuesta parece obvia, sobre todo a partir del reconocimiento del
papel que, como reguladores de los programas de ajuste estructural, han
desempeñado instancias tales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional o la Organización Mundial de Comercio.
En torno a las condiciones de sustentabilidad de la democracia Adam
Przeworski et al. (1998:160) señalan que éstas sólo se darán
cuando todas las fuerzas políticas importantes encuentran que lo mejor
es promover sus intereses y valores dentro del marco institucional. Y esto
significa que no sólo estas instituciones deben ofrecer canales para la
representación de los diversos intereses, sino también que la participa-
ción debe incidir sobre el bienestar de los eventuales participantes. Pero
la mayoría de las transiciones recientes han coincidido con agudas crisis
económicas.

Sin embargo, dada la situación actual, los regímenes democráticos enfren-


tan diversos peligros los cuales se deben a
La incapacidad de las instituciones del Estado para garantizar la seguridad
física, establecer las condiciones del ejercicio efectivo de la ciudadanía,
proveer guía moral, movilizar ahorros públicos, coordinar la distribución
de recursos y corregir las disparidades de ingresos (Ibíd.:161).

Esto nos conduce a reconocer que el problema de la gobernabilidad, definida


como la correlación entre las demandas ciudadanas y las respuestas estatales
(Alonso 1998), también requiere ser vislumbrado a escala global; es decir,
como gobernabilidad mundial. Todo ello plantea la necesidad de identificar
las limitantes tanto internas como externas a la que se enfrentan nuestras
democracias. La ciudadanía −advierte Dahrendorf (1997:147)− componente
inseparable de la democracia, “no se completará hasta que no llegue a ser
una ciudadanía mundial. La exclusión es enemiga de la ciudadanía... al final
del camino debe estar la idea kantiana de una sociedad civil mundial”.
En esta dirección, Pablo González Casanova (1998:30) ha señalado que al
plantearse la democracia universal no excluyente

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se requiere analizar la construcción del concepto de democracia universal
no excluyente a un nivel de complejidad y articulación superior al de las
teorías y experiencias anteriores. Los valores de libertad y justicia social,
de tolerancia y de solidaridad o fraternidad habrán de precisarse como
parte de un proyecto universal de democracia de todos con mediaciones
a fomentar y a crear desde la sociedad civil: historia y proyecto tendrán
que ir profundizando en las variantes humanistas, religiosas, laicas, idea-
listas y materialistas que se dan en las regiones del mundo (y en el inte-
rior de cada región).

El reconocimiento de los factores externos que limitan el desarrollo de las


democracias, no significa que los factores internos sean de menor impor-
tancia, o que su remoción sólo será posible en la medida en que los prime-
ros sean resueltos. De hecho, los procesos de democratización a escala local
suelen incidir en arenas mayores. Gracias al desarrollo de las comunicaciones
−y sobre todo a su naturaleza descentralizada− resulta mucho más viable
que algunas experiencias locales exitosas de democratización puedan ser
conocidas y reproducidas en otros ámbitos (municipios, entidades o países).
Más allá de las condicionantes externas pueden darse procesos de demo-
cratización importantes como: la alternancia política; la transparencia en
el manejo de los recursos públicos y el desarrollo de mecanismos que le
faciliten a los ciudadanos el acceso a la información de interés público; la
planeación participativa e instrumentación de la democracia directa o par-
ticipativa; el fomento de la cultura política democrática (y ambiental); la
descentralización del poder gubernamental local; la ampliación e institucio-
nalización de nuevos espacios para la participación ciudadana y el respeto
a la autonomía de las organizaciones de la sociedad civil; y, entre otros,
el fomento de la integración a través del apoyo a las diversas expresiones
culturales en un marco de tolerancia y respeto. Así como el eslabonamiento
a redes ciudadanas o municipales extralocales o transnacionales que persi-
guen intereses comunes. Es a las potencialidades del cambio que pueden
crearse en estas escalas cuando nos referimos a la democracia desde abajo13
y a su multiplicación en otros ámbitos cuando se trata de democracia a los
lados14 y de allí, gracias al proceso de globalización, a lo que recientemente
se ha definido como globalización desde abajo.

13
Desde abajo, son las relaciones políticas y sociales que se construyen cotidianamente
entre los actores (individuos, organizaciones vecinales, al interior de los barrios, con la
iglesia, la burocracia, el gobierno local, los partidos políticos, etc.) dentro de un ámbito
específico territorializado, el micro, local o regional.
14
El empleo de este concepto no es muy común. Se encuentra en algunos comunicados del
EZLN y del subcomandante Marcos.

96

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Desde abajo son, por lo tanto, las relaciones políticas y sociales que se cons-
truyen cotidianamente entre los actores (individuos, organizaciones veci-
nales, al interior de los barrios, con la iglesia, la burocracia, el gobierno
local, los partidos políticos, etc.) dentro de un ámbito específico territoria-
lizado, el micro, local o regional.

CIUDADANÍA, SU DELIMITACIÓN CONCEPTUAL


Es común hacer uso de manera indiferenciada de los conceptos ciudadano
y ciudadanía. De hecho, es usual que el término ciudadanía se utilice como
plural y el de ciudadano como singular. Así se dice, por ejemplo: “la ciuda-
danía deberá de estar enterada de lo que hace el gobierno”, o “la encuesta
de opinión mostró la simpatía de la ciudadanía hacia el presidente”. Por lo
tanto, una primera delimitación sería la relativa a la diferencia entre ambos
términos: ciudadano (o ciudadanos) hace alusión al sujeto (o sujetos) y ciu-
dadanía da cuenta de las cualidades, en cuanto a derechos y obligaciones
que le pertenecen al sujeto. El primero es sustantivo y el segundo adjetivo.
El ciudadano es, por lo tanto, el sujeto al cual el derecho constitucional
le garantiza la participación política; y, ciudadanía, es la práctica de los
sujetos que implica el ejercicio pleno de sus derechos (Lombera 1996). Ciu-
dadanía también se emplea como sinónimo de nacionalidad. Sin embargo,
cabe diferenciarlos: la primera se vincula con el derecho a la participación,
la segunda designa la pertenencia a un Estado-nación (Touraine 1994).
La historia de las sociedades humanas ha demostrado que sólo en los sis-
temas democráticos se pueden generar las condiciones para el desarrollo
de la ciudadanía. Sin embargo, el desarrollo de la ciudadanía es lo que ha
permitido el fortalecimiento de los sistemas democráticos. Muchas veces
este desarrollo (que tiene que ver con la disminución de los índices de la
exclusión) se ha dado en el marco de fuertes conflictos políticos y sociales, y
las conquistas ciudadanas (traducidas en la inclusión y ampliación de dere-
chos) no tienen garantizada su permanencia. Con todo, la democracia es el
único sistema que hasta hoy puede ser definido como el régimen político
de la ciudadanía (Vilas 1998).
El concepto de ciudadanía está estrechamente ligado, por un lado, a la
idea de derechos individuales y, por el otro, a la noción de vínculo con una
comunidad particular. La ciudadanía no es sólo un estatus legal definido
por un conjunto de derechos y responsabilidades. Es también una identi-
dad, la expresión de la pertenencia a una comunidad política (Kymlicka y
Norman 1997).

97

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En palabras de Thomas H. Marshall (1992:24)
La ciudadanía requiere un sentido directo de pertenencia a una comu-
nidad basado en la lealtad a una civilización que se posee de manera
común. Es una lealtad de hombres libres fundada en derechos y protegi-
dos por una ley común. Su crecimiento es estimulado, tanto por la lucha
para ganar esos derechos, como por su disfrute.

Para Bryan Turner la ciudadanía puede ser definida como el conjunto de


prácticas −jurídicas, políticas, económicas y culturales− que definen a una
persona como un miembro competente de su sociedad, y que son conse-
cuencia del flujo de recursos de personas y grupos sociales en dicha sociedad
(Opazo 2000). La ciudadanía es una colección de derechos y obligaciones
que le otorgan a cada individuo una identidad legal formal, los cuales han
sido adquiridos históricamente y se manifiestan como un conjunto de insti-
tuciones sociales, tales como el sistema judicial, los parlamentos y el Estado
de bienestar (Turner 1997). La ciudadanía, por lo tanto, implica el ejercicio
de derechos. Como ha apuntado Juan M. Ramírez (1995:90-91), “la relación
entre derechos y ciudadanía es tal que, sin la conciencia de los primeros, no
es posible la segunda”.
Sin embargo, las sociedades son en muchos sentidos heterogéneas. Por lo
que, los regímenes democráticos deberán dar cabida a la libre expresión
y protección de las diversas manifestaciones que en ellas se recrean. Es en
este sentido que Touraine (1999:73), al hablar sobre los derechos culturales,
advierte que
La ciudadanía ya no puede volver a consistir en la fusión de todas las iden-
tidades en una sola conciencia nacional unificadora, para lo cual se recurre
a la represión cuando se cree oportuno; más bien se ha de fundamentar en
el incremento de la diversidad, del debate y de la representación política
en el interior de una colectividad que se propone como principal objetivo
la consolidación de los derechos de cada uno antes que su subordinación
a la unidad y a intereses nacionales omnipresentes e intolerantes.15

15
Touraine (1994 y 1997) quien se ha preocupado por las restricciones que el poder le
impone al desarrollo de los individuos y de los grupos, ha empleado el término de sujeto
para dar cuenta de aquel que se esfuerza por ser actor, de aquel que se resiste a las ideo-
logías estandarizadas del orden mundial o comunitario. Para él un individuo es sujeto
si asocia en sus comportamientos el deseo de libertad (principio de individualidad), la
pertenencia a una cultura (principio de particularismo) y la apelación a la razón (principio
universalista). La subjetivación −nos señala− es la libertad de individuación, la cual actúa
a partir de la rearticulación de la instrumentalidad y la identidad. Nos dice que el sujeto
personal y la comunicación de los sujetos entre sí, requiere de protecciones instituciona-
les. Dichas instituciones deberán estar al servicio de la libertad del sujeto y de la comunica-

98

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Turner (1997) advierte que las ideas políticas en torno a la ciudadanía
comenzaron con la teoría del contrato social de Rousseau y con la ciencia
de derechos de Johann Gottlieb; sin embargo, los trabajos de Thomas H.
Marshall constituyen una referencia obligada en la revisión de la teoría
sobre ciudadanía.16 Ello, por lo menos, en cuanto a dos aportes: el primero,
relativo a su señalamiento en torno a las dimensiones, partes o elementos
de la ciudadanía y su construcción histórica; y, el segundo, por haber resal-
tado el papel desempeñado por el Estado benefactor −y la institucionali-
zación de los derechos sociales− para amortiguar la contradicción existente
entre capitalismo y ciudadanía, entre exclusión e inclusión. Con el paso del
tiempo algunos de sus argumentos han sido criticados. A ello volveré más
adelante.
Tipos, modelos y dimensiones de la ciudadanía
Marshall señaló la existencia de tres elementos, partes o dimensiones de la
ciudadanía con relación a los derechos conquistados por el pueblo inglés a
lo largo de tres siglos: el civil, el político y el social.
Dentro de esta tónica al hablar de derechos civiles o legales, Marshall hizo
alusión a aquellos
necesarios para asegurar la autonomía personal, tales como la libertad
personal; la de expresión; la de pensamiento y culto; el derecho a la pro-
piedad, de suscribir contratos válidos y el derecho a la justicia. (...) Esto
nos muestra que las instituciones más directamente asociadas con los
derechos civiles son las cortes de justicia (Marshall 1992:8).

Estos derechos dieron su aparición en el siglo XVIII.


Por el elemento político de la ciudadanía, Marshall se refirió a
el derecho a participar en el uso del poder político, como miembro de
una asociación política investida de autoridad política o como elector de

ción entre los sujetos. Considero que, grosso modo, muchas de estas ideas de Touraine se
encuentran ligadas al concepto de ciudadanía, a su construcción y al marco institucional
en la cual ésta deberá desarrollarse. Por ello, en este trabajo prefiero el empleo del con-
cepto de ciudadanía por encima del concepto de sujeto.
16
Particularmente Citizenship and Social Class, publicado por primera vez en 1950. Mars-
hall fue profesor de sociología en la London School of Economics; director del Departa-
mento de Ciencias Sociales de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación,
la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés) y presidente de la Asociación
Internacional de Sociología de 1959 a 1962. Para David Held (1997), por ejemplo, esta obra
es el tratado clásico entre clase social y ciudadanía, capitalismo y democracia. La obra
que yo consulté fue T.H. Marshall, “Citizenship and Social Class”, en T. H. Marshall y Tom
Bottomore. Citizenship and Social Class. London y Concord, Mass., Pluto Press 1992:3-51.

99

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los miembros de dicho cuerpo. [Aquí] las instituciones correspondientes
son los parlamentos y los consejos de los gobiernos locales (Ídem.).

Estos derechos fueron obtenidos a lo largo del siglo XIX; aunque cierta-
mente por menos del 50% de la población mundial, por haber quedado
excluidas las mujeres en prácticamente todos los países del mundo, así
como en menor número las minorías étnicas y los negros.
La conquista de los derechos sociales fue sobre todo un fenómeno del siglo
XX. En palabras del autor británico por el elemento social de la ciudadanía
se entiende
el amplio rango que va del derecho a disfrutar un mínimo de bienestar
económico y seguridad, al derecho de compartir en toda su plenitud la
herencia social y de vivir la vida de un ser humano civilizado de acuerdo
a los estándares que prevalecen en la sociedad. Las instituciones más cer-
canamente conectadas con ello son el sistema educativo y los servicios
sociales (Ídem.).

Esta dimensión de la ciudadanía se relaciona con los servicios que permiten


un piso mínimo de beneficios para todos los ciudadanos, tales como, la
seguridad social (seguro médico, de desempleo, pensiones de vejez, etc.) y
el derecho a la educación. Con estos reclamos y su eventual respaldo insti-
tucional se dio pie al surgimiento del Estado de bienestar.
Ramírez (1995:93-94) ha recordado −retomando tanto a Marshall como a
G.F. Escalante− que sobre estas tres dimensiones de la ciudadanía conflu-
yeron tres diferentes tradiciones ideológicas: en la civil, las convicciones
liberales que enfatizaban el aspecto individualista de la ciudadanía; en la
política, la tradición republicana y democrática del siglo XIX; y, en la social,
el socialismo, la doctrina social de la iglesia y el keynesianismo.
En general se puede decir que, más allá del caso británico, la cantidad y
calidad de estos tres grupos de derechos (y obligaciones) se han construido
históricamente de país en país, de acuerdo a condiciones particulares y
enmarcados dentro de los límites de los Estados-nación (sin que ello niegue
la incidencia que para bien o para mal pudo haber existido en su confor-
mación gracias a la presencia de otras naciones u organismos transnaciona-
les o multinacionales). Tal es así, que lo usual es que el reconocimiento de
los derechos se encuentre amparado jurídicamente por las constituciones
nacionales o estatales y por la reglamentación específica que se deriva de
las mismas. La obtención gradual de ciudadanía ha sido −y sigue siendo−
el producto de las luchas de los excluidos. En ello han desempeñado un
importante papel los partidos políticos, los movimientos guerrilleros, las
movilizaciones urbano-populares y estudiantiles, las organizaciones y

100

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movilizaciones campesinas y obreras, las iglesias progresistas, los medios
de difusión, los grupos feministas, los intelectuales y, en general, las diver-
sas expresiones organizadas de la sociedad civil. Han sido estos actores, a
través de sus luchas sociales y políticas, los que han definido y ampliado los
contenidos de la democracia (Jelin 1993).
Sin desconocer el importante legado dejado por Marshall, varios auto-
res han criticado lo que consideran como limitaciones en su enfoque.
Buena parte de las críticas apuntan a lo siguiente: a) relativas a que la
aparición de estas tres categorías de derechos no surgieron en el orden
[evolutivo] por él planteado, es decir, primero civiles, y luego políticos
y después sociales; y b) al afirmar que éstas tampoco se dieron en los
marcos temporales definidos. De esta manera Kymlicka y Norman (1997),
destacan que en muchos países europeos varios de estos progresos ocu-
rrieron apenas en el último medio siglo y frecuentemente en un orden
inverso. Aun para Inglaterra la evidencia histórica −nos dicen− habla de
un modelo de flujo y reflujo. A estas críticas a la obra de Marshall se
suma, de acuerdo con Barry Hindess −(Opazo 2000)−, el anglocentrismo
de su análisis y la escasa consideración del rol del Estado y de las condi-
ciones políticas para la emergencia y mantenimiento de un tipo deter-
minado de ciudadanía.
Otra crítica se desprende de quienes han advertido que Marshall no valoró
el significado de la pluralidad cultural, como tampoco el de la subyugación
de la mujer y lo relativo al género (Miller 1997). En cuanto al primer aspecto,
Bryan Turner (1997) subraya que Marshall supuso que la base comunitaria
de la ciudadanía era homogénea en términos étnicos, culturales, y que
tampoco mostró ninguna comprensión de las diferencias culturales, lin-
güísticas o religiosas; sólo reconociendo como única diferenciación en la
comunidad a la división de clases.
Held, tras haber advertido que una limitación en la teoría de Marshall
es que se concentra exclusivamente en la relación del ciudadano con el
Estado-nación, precisa que el debate posmarshalliano debe ampliar el
análisis de la ciudadanía y dar cuenta de los temas planteados, por ejem-
plo, el feminismo, el movimiento negro, los ecologistas y quienes han
abogado por los derechos de la infancia. “Su estudio −nos dice− debe
ocuparse de todas las dimensiones que favorecen o restringen la partici-
pación de las personas en la comunidad en que viven y la compleja pauta
de relaciones y procesos nacionales e internacionales que las atraviesan”.
(Held 1997:57).
Independientemente de las limitaciones que diversos autores han señalado
con respecto a la obra de Marshall −a la cual agrego la de haber omitido

101

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el papel que entonces jugaban las potencias capitalistas para restringir el
acceso a la ciudadanía en los países sujetos al neocolonialismo y colonia-
lismo−,17 me parece que no hay que perder de vista que su trabajo clásico
fue escrito hace más de cincuenta años.
De entonces a la fecha han cobrado fuerza −y por lo tanto se han hecho
más visibles− algunos reclamos ciudadanos, tales como los de igualdad
de género, el reconocimiento de los derechos indígenas y de las minorías
raciales, el ejercicio de la democracia directa y, entre otros, los relativos al
cuidado del medio ambiente. Así podremos afirmar que, aunado a los tres
elementos de la ciudadanía planteados por Marshall [y los esfuerzos por
su defensa y ampliación], habría que pensar en, por lo menos, dos adicio-
nales que se han venido conformando en los últimos años: los culturales,
y los ecológicos y cosmopolitas. Los primeros ligados al derecho de ser
culturalmente diferentes y a ser respetados como tales; y, los segundos,
los ecológicos y cosmopolitas, relativos al derecho de pertenecer a una
comunidad planetaria y a compartir sus beneficios. Los primeros com-
prenden lo relativo a la ciudadanía cultural que tiene que ver, tanto con
el derecho a compartir los bienes culturales universales, como también a
ejercer y a desarrollar en un ambiente de libertad manifestaciones cultu-
rales de carácter particular o circunscritas a grupos específicos (étnicos,
religiosos, etcétera). Los segundos, abarcan los relativos a la ciudadanía
mundial, el derecho de tránsito de las personas (y no sólo de capitales
y mercancías) y el derecho de manifestarse, independientemente de la
nacionalidad de pertenencia, por el respeto y ampliación de los derechos
de ciudadanía en todo el globo. Es interesante observar que la defensa
del medio ambiente tiene que ver, tanto con frenar el deterioro actual y
restaurar el equilibrio ecológico, como con la preocupación de heredarle
a las generaciones venideras el derecho de vivir en un mundo sano y sus-
tentable.
El estado de la ciudadanía
Elizabeth Jelin planteó hace algunos años (1993) varios de los problemas
centrales que tienen que ver con las condiciones que permiten o no la
expansión de la ciudadanía. Entre ellos marcaba el conflicto de la repro-
ducción de la desigualdad social y la pérdida de los derechos ciudadanos

17
Cabe recordar que hasta 1947, India se independizó de la Gran Bretaña. Ciertamente no
señalar el papel que el poder británico desempeñaba en otras latitudes para controlar a
sus súbditos, bien puede dar cuenta de una mentalidad a favor del colonialismo o neoco-
lonialismo. Cosa bastante usual en muchos intelectuales británicos de la época y entre
quienes los antropólogos ocuparon un destacado lugar.

102

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(profundizada a partir de la implementación de los programas de ajuste
estructural), así como el problema de la existencia natural de una cultura
política tradicional de dominación-subordinación sustentada en relaciones
de carácter clientelar, corporativas o populistas.
Ciertamente existen indicadores que dan cuenta de la pérdida de la ciu-
dadanía social y/o económica. Como se ilustró en la primera parte de este
trabajo, paralelamente al fortalecimiento de la democracia formal o repre-
sentativa (propiamente la dimensión política de la ciudadanía) ha habido
un debilitamiento de la democracia social (la dimensión social de la ciu-
dadanía), ello a su vez, contribuye a adelgazar el repertorio de derechos
ligados a la ciudadanía civil.
El Estado ha tendido a disminuir su papel como promotor y vigilante del
bienestar social y del bien común, y ello ha medrado la cantidad y calidad
de los servicios que la población solía recibir.18 En muchos países los servi-
cios sociales básicos han sido privatizados o están desapareciendo lisa y lla-
namente (Przeworski et al. 1998). Cabe advertir que hasta los años ochenta
“los derechos económicos-sociales tuvieron más vigencia que los políticos,
y éstos más que los civiles, aunque hubo en América Latina reversiones his-
tóricas significativas” (Jelin 1996:116).
El problema no necesariamente tiene que ver con la escasez de recursos,
ante todo obedece al cambio de prioridades de quienes gobiernan: éstas
se han orientado hacia el mercado. Ha aumentado la inequidad en la dis-
tribución del ingreso y la distancia entre el desarrollo y el subdesarrollo.
Junto con lo anterior, no se puede desconocer, como lo señala Jaime Gon-
zález Graf (1999 259), el hecho de que las sociedades desarrolladas siguen
transitando, apoyándose en
la dominación política mundial y la transferencia de capital de las ex
colonias a las metrópolis, por esa nueva revolución que les proporciona
inmensos recursos para el bienestar de sus poblaciones que extraen de las
naciones rezagadas cultural, productiva, financiera, económica y política-
mente dependientes.

18
Para ello no siempre es necesario adecuar los textos constitucionales a las nuevas reali-
dades. Los artículos relativos a muchos derechos ciudadanos simplemente se convierten
en letra muerta, confirmando que entre éstos y el mundo real no existe correspondencia.
Tómese, por decir algo, el artículo cuarto de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos, según el cual la ley promueve y protege el desarrollo de las lenguas, usos,
costumbres, recursos y formas específicas de organización social de las etnias; el varón
y la mujer son iguales ante la ley; y toda persona tienen derecho, entre otras cosas, a la
protección de la salud, a disfrutar de vivienda digna y decorosa.

103

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Por eso, es imposible estar de acuerdo con Bryan Turner (1997:7), cuando
afirma que
Lo primero que hay que enfatizar en torno a la ciudadanía es que controla
el acceso a recursos escasos de la sociedad y por ello esta función redis-
tributiva es la base de un conflicto profundo en las sociedades modernas
sobre los criterios de la membresía a la ciudadanía.

No se puede plantear, por lo menos hoy en día (dado el alto desarrollo


de las fuerzas productivas y de la integración de las sociedades humanas
a escala mundial), que la desigualdad sea natural y que, por lo tanto, la
ciudadanía sólo pueda sostenerse con base en la exclusión “natural” de las
mayorías.
Hoy que se puede presumir que la democracia liberal ha alcanzado su mejor
marca histórica −la tercera ola con referencia a Huntington−, también se
puede mostrar que existe una gran insatisfacción hacia la manera como el
Estado se ha venido conduciendo. Przeworski y colaboradores (1998:91),
quienes han realizado estudios comparativos en varios países del Este de
Europa y del Sur (Latinoamérica), han observado que “las nuevas demo-
cracias suelen presentar un síndrome que combina la desconfianza en la
política y los políticos, sentimientos de ineficacia personal, bajos niveles de
confianza en las instituciones democráticas e insatisfacción con las insti-
tuciones representativas actuales”. Desprestigio por el cual también atra-
viesan muchas de las organizaciones que en el pasado llegaron a jugar un
importante papel de interlocución entre la sociedad y el Estado; en parti-
cular, los sindicatos y los partidos políticos.
La democracia no es un estado final al que se llega, sino un proceso cuya
calidad estará relacionada con la permanencia y ampliación de la batería
de derechos y obligaciones que estén al alcance de los ciudadanos. Cierta-
mente se podrá afirmar que el mundo de hoy es mucho más democrático
que el de ayer, pero esta valoración se tendrá que realizar a la luz de los
derechos que se tienen, pero también de los que se han perdido. Lo que
ciertamente impide hacer afirmaciones triunfalistas. Con todo, cabe reco-
nocer que el proceso de democratización (o des-democratización) no es
uniforme ni afecta a todos los individuos por igual. La inclusión política
−en relación al sufragio universal− ha sido acompañada simultáneamente
por procesos de exclusión económica y social. La brecha entre las clases
ha aumentado en razón de que también han aumentado las condiciones
sociales generadoras de desigualdad.
Si se considerase el estado que guarda la democracia con respecto al
estado que guarda la ciudadanía, pudiéramos decir que mientras unos

104

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derechos se han fortalecido, muchos más se han debilitado o simplemente
desaparecido. El Estado ha tenido mucho que ver con este retroceso. Con
respecto al elemento político de la ciudadanía −que tiene que ver, par-
tiendo de Marshall, con el derecho a ejercer el poder político como miem-
bro de un cuerpo investido de autoridad política o como elector de los
miembros de dicho cuerpo− podemos decir que ha habido un importante
avance con respecto al derecho electoral, aunque no necesariamente como
participante en la toma de decisiones, las cuales suelen ser competencia
exclusiva de quienes, gracias a la existencia del derecho electoral, ocupan
cargos públicos. En cuanto al elemento civil de ciudadanía −relacionado
con derechos liberales tales como libertad individual, de expresión, de
pensamiento y creencia, derecho a la propiedad y a la justicia− se puede
reconocer que existe una mayor libertad de expresión y de culto. Aunque
no necesariamente de pensamiento o derecho a la justicia. El derecho a
la propiedad queda cancelado para muchos en la medida en que la exclu-
sión económica imposibilita el ahorro y, con ello, restringe el consumo de
diversos bienes. Seguramente ha sido el elemento social de la ciudadanía
el que, debido a los procesos de exclusión económica en curso, ha resul-
tado mayormente afectado.
Por lo tanto nos enfrentamos al hecho de que el Estado podrá ser demo-
crático por el mecanismo mediante el cual la clase gobernante fue ele-
gida para asumir la conducción del Estado, pero es antidemocrático en
su desempeño diario, ya que lejos de propiciar la inclusión, profundiza la
exclusión. Como tal rehuye a la responsabilidad de cimentar un piso social
para facilitar procesos de autonomía e inclusión, como también a crear las
condiciones políticas para generar ambientes de deliberación. El gobierno
de los políticos −siguiendo a Nun (2001)− evita la formación de actores
independientes y rechaza la participación política más allá de su connota-
ción electoral.
Un Estado democrático −preocupado por la inclusión y ampliación de los
derechos ciudadanos− otorga las condiciones para desencadenar derechos
y condiciones de igualdad, propicia el desarrollo de la autonomía y de ciu-
dadanía. Se trata de un Estado que dada su vocación democrática propicia
la deliberación, las condiciones para facilitar el encuentro entre gobernan-
tes y gobernados.
El aumento de la interconexión −propia de lo que hoy conocemos como
una de las características centrales del proceso de globalización en curso−
ha propiciado el reconocimiento de que la construcción de ciudadanía
tiene que ver tanto con la solución local como con la solución global de
muchos de los problemas generadores de exclusión social.

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GLOBALIZACIÓN. SOBRE EL CONCEPTO Y SUS ADJETIVACIONES
Me parece que todos podremos estar de acuerdo en que la globalización
es un hecho; es decir, que se trata de un acontecimiento vigente y recono-
cible. Como también que cuando empleamos el término es para dar cuenta
de un proceso mediante el cual el mundo ha acrecentando su interdepen-
dencia.
Si bien se puede argumentar que el proceso de globalización inició con
la invasión de los europeos a América, Asia o África, o más atrás con la
extensión de las grandes religiones (budismo, judaísmo, el Islam y el cris-
tianismo), o con la expansión de los imperios en la antigüedad, no cabe
duda que usualmente el concepto es empleado, no tanto para referirnos
a procesos que tomaron lugar hace varios siglos, sino, fundamentalmente,
para dar cuenta de aquellos que empezaron a gestarse en el transcurso de
las dos últimas décadas del siglo XX.
Para ciertos autores que han acentuado la dimensión política de los cam-
bios con relación a la desintegración del bloque soviético y sus aliados de
Europa del Este, la globalización inició en 1989. Para éstos, el fin de la era
de la Guerra Fría dio paso al inicio de la era de la globalización (Plattner
y Smolar 2000:IX). En relación con esta perspectiva se afirma que la glo-
balización tiene que ver con la expansión de la democracia en el mundo,
obviamente, entendiendo por ésta, su dimensión formal-representativa; es
decir, la celebración de elecciones libres y transparentes como nunca en la
historia.
Otros autores, sin necesidad de entrar en contradicción con los anteriores,
han acentuado las dimensiones económicas, culturales, migratorias, tecno-
lógicas, informáticas o ecológicas para subrayar lo que consideran como
los hilos fundamentales que dan cuenta de los procesos de globalización.
En general existe consenso para afirmar que el término globalización nos
conduce a reconocer, en menor o mayor grado, la intensificación de los
flujos entre todos los rincones del planeta; trátese de flujos económicos,
tecnológicos, de imágenes, de conocimientos, comerciales, de personas,
ambientales, culturales e informáticos. También nos lleva a admitir que las
distancias temporales que facilitan el contacto entre las sociedades huma-
nas han disminuido; es decir, que el planeta se ha “achicado” (Bauman
1999). Todos, a diferencia de antes, nos dice Anthony Giddens (2000:16),
“estamos en contacto regular con otros que piensan diferentemente y
viven de forma distinta que nosotros.”

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Sin embargo, el concepto contiene mayor complejidad de la que usual-
mente se le atribuye.
Para Robert Keohane y Joseph Nye (2000:1-4), hay que diferenciar entre
globalismo y globalización. El primero, es un estado del mundo que con-
lleva redes de interdependencia en distancias multicontinentales. Redes
que podrán vincularse a través de flujos e influencias de capital y bienes,
información e ideas, gente y fuerza, como sustancias biológicas y ambien-
tales. El segundo, la globalización, se refiere al aumento del globalismo.
Por lo tanto, la desglobalización tendría que ver con el declive del globa-
lismo. Ni el globalismo ni la globalización implican universalidad, homoge-
neización o equidad.
Me parece que el argumento de que el globalismo sólo se da en la medida
que existan redes de interdependencia a distancias intercontinentales no
es del todo conveniente. Por un lado, porque la distribución geográfica
que marca la distancia entre los continentes no es pareja y, por el otro,
porque la distancia entre un punto y otro del mismo continente podrá ser
mayor que la que existe entre los continentes mismos. La exclusión (y no
sólo la inclusión) que producen los procesos de globalización, también es
una forma de interdependencia.
Keohane y Nye identifican la existencia de cuatro dimensiones de acuerdo
con los tipos de flujos y conexiones que ocurren en redes espacialmente
extensivas:
 El globalismo económico que se relaciona con flujos de larga distan-
cia de bienes, servicios y capital, y la información y percepciones que
acompañan el intercambio en el mercado.
 El globalismo militar que se trata de redes de larga distancia de inter-
dependencia en el cual la fuerza, la amenaza, o la promesa de la
fuerza son empleados.
 El globalismo ambiental que se refiere al transporte a larga distancia
de materiales en la atmósfera o los océanos o las sustancias biológicas
como materiales genéticos o patógenos que afectan la salud humana
y el bienestar.
 El globalismo social o cultural que involucra movimientos de ideas,
información e imágenes y de gente que por supuesto cargan ideas e
información con ellos.
Esta diferenciación entre globalismo y globalización y, de acuerdo con la
naturaleza de los flujos, entre las distintas dimensiones del globalismo per-

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mite reconocer procesos de globalización y desglobalización de manera
simultánea.
Dada la complejidad que acompaña al proceso de globalización −el cual no
sigue un curso unidireccional ni predeterminado, donde las fuentes y sus
impactos difieren en intensidad y donde se presentan simultáneamente
procesos de inclusión y exclusión−, como también dada la propia comple-
jidad a la que se enfrentan los académicos que abordan el tema, vale la
pena resaltar los aportes que en este sentido han realizado Held, McGrew,
Goldblatt y Perraton (2002).
En primer término, advierten sobre las diferencias que existen cuando
se conceptúa la globalización, de cómo se piensa en torno a su dinámica
causal, de cómo se caracterizan sus consecuencias estructurales. A partir
de las distintas posiciones que ellos observan con relación a estos asuntos,
distinguen tres grandes escuelas de pensamiento: la hiperglobalizadora, la
escéptica y la transformacionalista.
Desde la perspectiva hiperglobalista
...la globalización contemporánea define una nueva era en la cual los
pueblos de todo el mundo están cada vez más sujetos a las disciplinas
del mercado global (p. XXXI). [...] Tal punto de vista de la globalización
por lo general está a favor de una lógica económica y, en su variante
neoliberal, celebra el surgimiento de un solo mercado global y el prin-
cipio de la competencia global como los heraldos del progreso humano
(p. XXXII).

Desde la perspectiva de los escépticos


La globalización es un mito que oculta la realidad de una economía inter-
nacional cada vez más segmentada en tres bloques regionales importan-
tes, en los que los gobiernos nacionales siguen siendo muy poderosos (p.
XXXI). [...] Al afirmar que la globalización es un mito, los escépticos se
basan en una concepción totalmente economista de la misma, identifi-
cándola con un mercado global perfectamente integrado (p. XXXV).

Desde la perspectiva de los transformacionalistas


Las pautas contemporáneas de la globalización se conciben como algo
históricamente sin precedentes, de manera que el Estado y las socieda-
des en todo el planeta experimentan actualmente un proceso de cambio
profundo, a medida que tratan de adaptarse a un mundo más interco-
nectado, pero sumamente incierto (p. XXXI).
En comparación con las descripciones de los escépticos y los hiperglo-
balistas, los transformacionalistas no hacen afirmaciones acerca de la
futura trayectoria de la globalización; ni tampoco tratan de evaluar el

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presente en relación con algún modelo ideal fijo y único de un “mundo
globalizado”, ya sea que se trate de un mercado global o de una civiliza-
ción global. En vez de ello, las descripciones de los transformacionalistas
hacen hincapié en la globalización como un procesos histórico de largo
plazo, que abunda en contradicciones y que está caracterizado significa-
tivamente por factores coyunturales (p. XXXVIII).

Held y los otros coautores del trabajo Transformaciones globales. Política,


economía y cultura señalan que existen cinco aspectos importantes que
constituyen las principales fuentes de disputa entre los diversos enfoques
en torno a la globalización con relación a: su definición conceptual, su
causalidad, la periodicidad, sus repercusiones, y las trayectorias de la glo-
balización. Así, para unos, la globalización es un estado final mientras que
para otros no tiene un destino predeterminado; para unos es un sinónimo
de occidentalización o mcdonaldización, para otros un proceso que si bien
se encuentra fuertemente influido por Occidente, también es afectado
por flujos de distinta naturaleza cuyas fuentes se encuentran fuera de los
marcos de Occidente; para unos es un fenómeno monocausal, para otros
es multicausal; para los hiperglobalistas se trata de un fenómeno reciente,
para los escépticos no tan reciente. Entre estas dos posturas existe una
intermedia que advierte sobre la necesidad de establecer una periodiza-
ción que claramente de cuenta de las características singulares para cada
uno de los periodos. Por lo que −se argumenta− las formas históricas de la
globalización pueden describirse y compararse con relación a cuatro dimen-
siones espacio temporales: el alcance de las redes globales, la intensidad de
la interconexión global, la velocidad de los flujos globales y la tendencia de
la repercusión de la interconexión global. Pero también deben tomarse en
cuenta lo que son las dimensiones organizacionales: la infraestructura de
la globalización, la institucionalización de las redes globales y del ejercicio
del poder, las pautas de la estratificación global y los modos dominantes
de la interacción global.
Los autores realizan una periodización de la globalización que comprende
cuatro grandes épocas: el periodo premoderno (hasta antes del siglo XIV),
el primer periodo moderno de la expansión occidental (del siglo XIV al
XVIII), la época industrial moderna (siglos XIX y mitad del XX) y, a partir de
1945, el periodo contemporáneo.
Aquí vale la pena dar cuenta de la periodización que realiza Bell (1999)
tomando como corte de separación o arranque a la tecnología. Y aunque
no habla propiamente de la periodización de la globalización, sí hay muchos
puntos de contacto entre lo que se reconocería como la globalización con-
temporánea (Held, entre otros), la sociedad red (Castells) y la sociedad pos-

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tindustrial (Bell).19 Contactos que se establecen, entre otras razones, por el
reconocimiento explícito que estos autores realizan en cuanto a la impor-
tancia de las nuevas tecnologías de la información y comunicación.
Bell señala la existencia de tres tipos de sociedades: la preindustrial, la
industrial y la postindustrial. Considera que la sociedad está compuesta por
tres tipos de reinos: el tecnoeconómico, el político y el cultural, cada uno
de los cuales se organiza y obedece a principios diferentes. Bell estima que
la tecnología es el instrumento mayor para el cambio; que lo que nos dife-
rencia de la sociedad industrial se basa no tanto en la tecnología mecánica
sino en la intelectual y en que las nuevas concepciones del tiempo y del
espacio trascienden las fronteras de la geografía; y reconoce como la nove-
dad central de la sociedad postindustrial la codificación del conocimiento
teórico y la nueva relación de la ciencia con la tecnología.
Casi todas las industrias del siglo XIX -acero, electricidad, teléfono, auto-
móviles, aviación, los inalámbricos- fueron creados por pensadores talen-
tosos (un Bessemer, un Thomas Alva Edison, Alejandro Graham Bell,
los hermanos Wright, Marconi) quienes eran indiferentes o trabajaban
independientemente de los desarrollos de la ciencia. Pero los mayores
desarrollos del siglo XX −en telecomunicación, computadoras, semicon-
ductores y transistores, óptica, biotecnología− derivan de las revolucio-
nes de la física y la biología del siglo XX (Bell 1999:3).

En cuanto a Castells (2000), la sociedad red, como nueva estructura social,


es el resultado de un conjunto de transformaciones que tuvieron lugar
alrededor del mundo en las dos últimas décadas del siglo XX. Entre los
cambios están los siguientes: 1) la entrada a un nuevo paradigma tecno-
lógico centrado en tecnologías de información/comunicación basadas en
la microelectrónica e ingeniería genética; 2) vivimos una nueva economía
que tiene las características de ser informacional, global, capitalista y que
se encuentra en red; 3) el trabajo y el empleo han sido transformados por
la nueva economía (flexibilidad laboral, autoempleo, acuerdos laborales
informales o semiformales, trabajo de tiempo parcial); 4) comunicación

19
Cabe reconocer que entre Castells y Bell se dio una polémica, ya que el primero pro-
puso reemplazar el énfasis analítico de postindustrialismo por el de informacionalismo, al
argumentar que la distinción fundamental no se encuentra entre la economía industrial
y la postindustrial, sino en dos tipos de conocimiento basados en la producción agraria,
industrial y de servicios. Remito al lector al prólogo de 1999 que apareció en la obra de
Bell ya referida. Poco después Castells (2000:4) abandonó el concepto de “sociedad de la
información” por considerarlo impreciso. Ya que –según argumentó- el conocimiento y la
información han sido centrales en todas las sociedades... lo novedoso de nuestra era es el
conjunto de nuevas tecnologías de la información.

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simbólica en red, flexible y efímera, en una cultura organizada primaria-
mente dentro de un sistema integrado de medios, incluyendo el internet.
Simultáneamente al fenómeno de la concentración oligopólica de los
medios por unos cuantos grupos, existe una segmentación del mercado y
el surgimiento de audiencias interactivas con lo que se remplaza la unifor-
midad de la audiencia de masas; 5) la emergencia de una nueva estructura
social que redefine el tiempo y el espacio; y otro rasgo del cambio que se
vive a partir de los años ochenta del siglo XX 6) la transformación y adap-
tación del Estado a los nuevos contextos.
Finalmente Held y coautores construyen una tipología de la globalización
basándose en los cruzamientos entre las dimensiones organizacionales y
las espacio-temporales. De tal manera que los flujos, las redes y las relacio-
nes globales se delineen con respecto al alcance, intensidad, velocidad y
tendencia de la repercusión. Por lo cual establecen cuatro formas de globa-
lización: la globalización densa (alcance elevado, intensidad elevada, velo-
cidad elevada, repercusión elevada), la globalización difundida (alcance
elevado, intensidad elevada, velocidad elevada, repercusión baja), globali-
zación expansiva (alcance elevado, intensidad baja, velocidad baja, reper-
cusión elevada) y globalización escasa (alcance elevado, intensidad baja,
velocidad baja, repercusión baja).
A partir de ello, definen a la globalización como
Un proceso (o una serie de procesos) que engloba una transformación en
la organización espacial de las relaciones y de las transacciones sociales,
evaluada en función de su alcance, intensidad, velocidad y repercusión, y
que genera flujos y redes transcontinentales o interregionales de activi-
dad, interacción y del ejercicio del poder (Held et al. 2002: XLIX).

Lo anterior nos permitirá comprender que la globalización, como un pro-


ceso (o procesos) de creciente interdependencia, no puede detenerse, pero
tampoco determinarse unilateralmente. También nos conduce a reconocer
que sus efectos no son uniformes en todos lados (Long 1996:36).
Otra cosa es afirmar que su expresión económica dominante actual, la neo-
liberal, es su única forma de representación. Y que la globalización como
un proceso económico, ideológico, político y supuestamente único “sólo
se encuentra al servicio de un puñado de países y capitalistas millonarios
frente a los cuales −se supondría− no hay nada que hacer”. Opinión con
la que no estoy de acuerdo. Porque en ella subyace la idea de que no hay
alternativa.
Si estamos de acuerdo con la idea de que la globalización no es un pro-
ceso, sino varios, y en que el contenido de ésta no es uno, sino múltiples,

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tendremos que pasar a reconocer la importancia que conlleva adjetivar a
la globalización.
Recapitulando, podemos adjetivar la globalización de acuerdo con la natu-
raleza de los flujos (o dimensiones, con subdimensiones) en los cuales nos
centremos: Así podemos hablar de: globalización económica (con orien-
tación neoliberal, si se desea), globalización migratoria, globalización
ambiental, globalización cultural (o social), globalización tecnológica, glo-
balización informática, globalización política y, entre otras, globalización
criminal.
De igual manera podemos adjetivar a la globalización de acuerdo con el
tiempo histórico en que ésta se desarrolló: globalización premoderna, glo-
balización contemporánea, etcétera.
Otro criterio de adjetivación, se relaciona con las cuatro dimensiones espa-
cio temporales (alcance de las redes globales, intensidad de la interconexión
global, velocidad de los flujos globales y la tendencia de la repercusión de
la interconexión global) de los cuales nos hablan Held y compañía y que
ayudan a discernir si se trata de: globalización densa, globalización difun-
dida, globalización expansiva y globalización escasa.
Con relación a la interconexión local-global y al rol que como resultado de
esta interacción desempeñan los actores locales, vale la pena considerar el
concepto de relocalización −empleado por Van der Ploeg y Norman Long−
como punto de partida metodológico. Como advierte Long (1996:45) −al
reconocer que los procesos de globalización generan todo tipo de condi-
ciones y reacciones sociopolíticas en los ámbitos locales, regionales y nacio-
nales−, los cambios allí sufridos
...no son dictados por poderes hegemónicos supranacionales o simple-
mente impulsados por intereses capitalistas internacionales. Las con-
diciones globales cambiantes −sean económicas, políticas, culturales
o ecológicas− son “relocalizadas” en el contexto de marcos de conoci-
miento y organización locales, nacionales o regionales, los cuales, a su
vez, son constantemente retrabajados en la interacción con los contextos
más amplios.

Obviamente, en ello intervienen actores estatales, como no estatales, como


también inciden las alianzas extralocales, que ciertamente pueden contri-
buir a darle cierto rumbo a los procesos locales.
Considero que la globalización no es un proceso único y que, frente a su
expresión económica y política excluyente actual, que en la práctica res-
tringe los beneficios del desarrollo sólo para unos pocos, se han venido
gestando procesos contrarios a esa expresión dominante, cuyas acciones,

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fundamentalmente, se orientan hacia la búsqueda de la inclusión; es decir,
a la restitución de los derechos perdidos, a la defensa de los que se encuen-
tran amenazados y la ampliación de los derechos necesarios para el desa-
rrollo de ciudadanía.
Por ello, también podemos adjetivar a la globalización a partir de las accio-
nes colectivas que los distintos grupos asumen con relación a sus intere-
ses fundamentales; en este sentido podemos hablar de una globalización
desde arriba y de una globalización desde abajo. La globalización desde
arriba es impulsada por las corporaciones, los inversionistas, los gobernan-
tes afines al neoliberalismo económico e instancias multinacionales como
el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio, el Fondo Mone-
tario Internacional, el Grupo de los 8, etc., lo cual está produciendo un
movimiento social de resistencia en todo el planeta (Brecher, Costello y
Smith 2000:IX).
Me parece que el supuesto sobre el que descansa la idea de un movimiento
o proceso de globalización desde abajo es bastante sencillo, si nos es posi-
ble hablar de procesos de construcción de democracia desde abajo; hoy en
día –gracias a la intensificación de las redes sociales de resistencia que se
oponen a la globalización económica y a la cancelación de los derechos de
ciudadanía-, podemos también hablar de una globalización desde abajo,
la cual, es resultado de la transterritorialidad de la acción colectiva en con-
textos de una sociedad red.
La idea en torno a la globalización desde abajo ha sido desarrollada sobre
todo por Jeremy Brecher y Tim Costello (1998), y en un trabajo posterior
por estos dos autores junto con Brendan Smith (2000).
De principio, los autores advierten sobre la existencia de un fenómeno que
denominan “carrera hacia abajo”, el cual es resultado de la globalización
económica neoliberal. Por carrera hacia abajo se entiende la caída de los
estándares de protección laboral, social y ambiental como resultado de
la competencia que se establece en los países, y al interior de éstos, por
atraer flujos de capital. Cuando muchos países le apuestan a esta “ventaja
comparativa” lo que se tiene es una carrera hacia abajo, la cual provoca
una baja permanente en los estándares de vida de amplios sectores pobla-
cionales, con lo que se acentúa el empobrecimiento, la inequidad, la vola-
tilidad económica, la degradación de la democracia y la destrucción del
medio ambiente (Brecher, Costello y Smith 2000:6).
Frente a ello −argumentan−, surge la necesidad de buscar una nivelación
hacia arriba: un piso a partir del cual subir y no un techo que obligue a
seguir descendiendo. Pero esta nivelación hacia arriba requiere de la rebe-

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lión de los movimientos de base, el establecimiento de redes transnaciona-
les y la creación o reforma de las instituciones internacionales.
La presión también está creando una globalización desde abajo, es decir,
el interés común para resistir la carrera hacia abajo, que se refleja en el
desarrollo de alianzas entre trabajadores, agricultores, ecologistas, con-
sumidores, gente pobre y gente con conciencia [alianzas] que cruzan las
fronteras nacionales y la división global entre el Norte y el Sur” (Brecher y
Costello 1998:XVII). [...] Requiere que los movimientos de base... piensen
localmente y actúen globalmente (Ibíd.:11).

En contraste con los enfoques nacionalistas, la globalización desde abajo


reconoce la necesidad de reglas e instituciones transnacionales que podrán
limitar la soberanía nacional. La globalización desde abajo se opone a las
reglas globales diseñadas para impulsar la nivelación hacia abajo, pero
apoya las reglas globales que, por ejemplo, protejan los derechos laborales
y al medio ambiente (Ibíd.:78). El debate, por lo tanto, no deberá centrarse
entre libre mercado o proteccionismo, tampoco en la competencia nacio-
nal, sino en la cooperación global.
La decisión verdadera no es escoger entre autoridad nacional o global,
sino entre una globalización desde arriba que “desempodera” a la gente
en todos los niveles y una globalización desde abajo que expande el auto-
gobierno no sólo a un nivel global, sino también en los niveles locales,
nacionales y regionales (Brecher, Costello, Smith 2000:34).

La acción ciudadana transnacional es la clave para enfrentar los problemas


de la globalización (Brecher y Costello 1998:105).
En cuanto a cómo vincular lo global con lo local, Brecher y Costello señalan
que en primer término, para vincular el interés propio con el interés global
común, hay que aclarar las conexiones entre las condiciones inmediatas que
la gente enfrenta con los procesos globales que los afectan; en segundo
término, es necesario ligar las luchas locales con apoyo global, resistir la
nivelación hacia abajo en donde se esté, y ayudar a otros a resistirla en
donde se encuentren; y, en tercer término, ligar los problemas locales con
las soluciones globales (Ibíd.:108-109).
No siempre el logro de un derecho que abone al fortalecimiento de ciu-
dadanía tendrá consecuencias inmediatas más allá de la sociedad local o
nacional, ni tampoco tiene porque tenerlas. Aunque ciertamente en un
mundo crecientemente interdependiente, en el que se entrelaza la eco-
nomía, la política, la cultura y la búsqueda por el equilibrio ecológico del
planeta, la obtención de derechos −como la pérdida de los mismos− incide
sobre los procesos de globalización.

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Ello nos conduce a afirmar que la globalización es una arena de lucha. Es el
escenario (o los escenarios) dentro del cual se desenvuelven los actores y sus
distintos proyectos. La globalización no es el proyecto. Los proyectos tienen
que ver con intenciones, contenidos y acciones. Éstos sólo pueden desarro-
llarse, independientemente de su naturaleza, en los escenarios del mundo
de hoy, que son los de la globalización. Lo contrario −que es luchar contra
la globalización−, es el esfuerzo por aislarse del mundo, es la pretensión de
naturaleza fundamentalista o comunitarista extrema, por cerrarle el paso
a cualquier flujo producto de la actividad humana que amenace el control
interno de un grupo de “iluminados” autoproclamados como “defensores
de la tradición”. Como, a manera de ejemplo, se observó durante los años
en que los talibanes tuvieron el control del gobierno en Afganistán.
Por eso, decir que se está en contra de la globalización −salvo que se sea
fundamentalista− es un absurdo. Es confundir los planos de la acción social
con el medio en que ésta se desarrolla. Por eso es importante adjetivar el
vocablo globalización. Cabrían, por lo tanto, las siguientes interrogantes:
¿Estamos hablando de una globalización incluyente o de una globalización
excluyente? ¿De una globalización de la justicia, la democracia, la igualdad
y la libertad?
¿De la globalización del respeto de los derechos humanos y laborales, del
respeto de la naturaleza y de los derechos culturales de los pueblos? ¿O de
la globalización de la desigualdad y de la simulación democrática?
Sin lugar a dudas, parte de las respuestas a las interrogantes anteriores
se están generando en foros alternos organizados por la sociedad civil, se
trata de voces que se encuentran en una etapa de planteamiento de alter-
nativas.
La transición a la democracia permaneció estacionada en el momento en
que el ejercicio de la ciudadanía política quedó maniatado al juego de la
representación política gubernamental (su gloria marcó el principio de su
ocaso) y empezó a retroceder en el tiempo en que los derechos ligados a
la ciudadanía civil y, sobre todo, social y económica, comenzaron a cance-
larse; amputándose de tajo, pero también imponiéndosele barreras para
propiciar su florecimiento y profundización.
La incorporación de estos asuntos en las agendas de trabajo de múltiples
expresiones organizadas de la sociedad civil nacional e internacional marca
la posibilidad de “poner en movimiento a la transición”. Las redes que se
tejen, convertidas en instancias para intercambiar ideas y para concretar
acciones −y que son constitutivas de la globalización− fortalecen estas posi-
bilidades. Es por ello que resulta necesario vislumbrar la manera cómo ha

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venido respondiendo la sociedad civil y las alternativas que en esta direc-
ción ha ido construyendo.
En la mayoría de los casos las expresiones de la sociedad civil organizada
surgen ante la necesidad de resolver problemas de naturaleza local. En
otras circunstancias se trata de instancias que buscan incidir más allá
del contexto local. Hay demandas que, por ejemplo, tienen que ver con
la promulgación de leyes cuya aplicabilidad abarca ámbitos estatales o
nacionales. En ocasiones los diversos grupos establecen redes que desbor-
dan las fronteras locales, estatales o nacionales. Lo importante, en todo
caso, es entender que lo local no constituye una esfera independiente de
las estructuras de lo estatal o regional, como tampoco de lo nacional y lo
global.

CONCLUSIONES
Dentro de los territorios existen condiciones sociales que de manera dife-
renciada generan patrones de inclusión y exclusión. El grado de inclu-
sión-exclusión se puede valorar con relación a la cantidad y calidad de los
derechos y deberes que le resulten propios a quienes habiten dichos terri-
torios. El territorio podrá dimensionarse a través de varias escalas: la muni-
cipal, la estatal, la nacional. Para cada una de éstas existen instituciones de
gobierno y marcos jurídicos que formalmente regulan las actividades huma-
nas. Dentro del territorio nacional y las sub-escalas que le son propias, se
dan flujos o interrelaciones que son producto de la acción humana. Dichos
flujos pueden ser de naturaleza económica, cultural, mediáticos e infor-
macionales, políticos, ambientales, de actividades ilícitas, jurídico-legales,
migratorias, y, entre otros, de solidaridad y educación ciudadana Dichos
flujos construyen relaciones de interdependencia entre ámbitos y actores.
Las estructuras y relaciones humanas generadoras de exclusión podrán ser
de carácter local, como de naturaleza extralocal. Como también podrán
serlo las estructuras y relaciones humanas generadoras de autonomía.
La globalización en curso ha facilitado y aumentado la interrelación entre
escalas y actores. Los actores procuran establecer vínculos o alianzas de
acuerdo a identidades e intereses compartidos.
La creciente interdependencia ha generado situaciones cuya continuidad
o cambio parecen depender cada vez más de acciones que atraviesan las
diversas escalas. Si bien es cierto que el ámbito local es un campo pri-
vilegiado de incidencia y construcción de ciudadanía, también es cierto

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que la expansión de ciudadanía se encuentra constreñida por situacio-
nes sociales que desbordan a lo local como ámbito de solución. Desde el
ámbito local se puede avanzar en la configuración de una democracia
desde abajo, desde los vínculos y alianzas extralocales y transterritoriales
(transnacionales y transcontinentales) se podrá avanzar en la configura-
ción de una globalización desde abajo. Ambas son interdependientes. Sin
una no podrá existir la otra. La calidad de la democracia está indisoluble-
mente ligada a la calidad que guarda la ciudadanía. De ésta dependerá el
curso de la futura globalización.

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120

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AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE:
RESISTENCIAS DE UN SUBSISTEMA SILENCIADO

Jaime Preciado Coronado20

El sistema mundial emergido de la posguerra fría, se caracteriza por el


debilitamiento del Estado nacional como actor protagónico de la escena
internacional, por la transformación de los actores no estatales del mer-
cado en la fuerza motriz del capitalismo económico financiero, por la
emergencia de una sociedad civil mundial actuante y por el nacimiento de
regímenes internacionales (la mayoría de ellos auspiciados por Naciones
Unidas) y mundiales (como el Fondo Monetario Internacional, el Banco
Mundial, o la Organización Mundial del Comercio) que reclaman nuevos
estatutos en la arena pública y del derecho. Nuevos y viejos actores cuyas
estrategias propician contextos diferenciadores de la geografía política del
Sistema Mundo (Taylor, 1993): localidades atadas a la globalización; enti-
dades postnacionales que las eslabonan con nacientes subsistemas supra-
nacionales regionales o continentales y un proceso de globalización que
proyecta a escala planetaria las relaciones internacionales.
Desde Latinoamérica y el Caribe se ha configurado un subsistema suprana-
cional silenciado que no ve hacia el sistema mundial; las relaciones intera-
mericanas nublan o desdibujan la percepción de ese horizonte a raíz de la
falacia estadounidense: su primado económico financiero, su predominan-
cia militar, la fuerte presión cultural y sobre los imaginarios del modo de
vida ejercida por esa potencia, su creciente hegemonía sobre los asuntos
diplomáticos y en términos más amplios, su concepción de la geopolítica
hemisférica en el marco de su doctrina de seguridad nacional. Factores que
vienen silenciando o impidiendo la conformación de un subsistema –que
fuera definido por Alain Rouquié, como el Extremo Occidente−, que sea
capaz de ver hacia el sistema mundial.
Un silenciamiento que se recrudece después de los atentados a las torres
gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, que repercute directa-

20
Este artículo tuvo la colaboración de Jorge Hernández.

121

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mente en la reestructuración de las relaciones interamericanas en función
de los intereses estratégicos estadounidenses. Desde entonces, América
Latina y el Caribe tienen aún mayores dificultades para conformarse como
un subsistema autónomo, pues sus procesos de integración comercial y
financiera, tanto como sus relaciones político-diplomáticas internaciona-
les, se enfrentan a los límites impuestos por Estados Unidos en su frenética
búsqueda por mantenerse como el hegemón de un nuevo sistema mun-
dial, pues el que resultó de la posguerra fría entró en una crisis irreversible,
sin que se defina todavía el sistema mundial que lo substituya.
El subsistema latinoamericano y caribeño se desgarra entre la fuerza del
actual renovado neo-panamericanismo y sus contra-tendencias latinome-
ricanistas, que se fundan sobre una creación identitaria cultural y política,
más que sobre la fortaleza económica o militar, que le habían permitido
cierta diferenciación como subsistema regional, en sus respuestas frente
a las presiones mundiales, incluidas las de la potencia americana. Son cre-
cientes, entonces, los riesgos de que se instaure un subsistema silenciado.
Los objetivos de este trabajo buscan identificar y analizar las fuentes de
estas debilidades.

UN SUBSISTEMA DEBILITADO POR LAS RELACIONES INTERAMERICANAS


Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 traen al primer plano de
las relaciones internacionales el factor estratégico-militar y otorgan una
renovada centralidad al papel del Estado nacional, subordinado a la única
potencia mundial. La reestructuración de las relaciones interamericanas es
uno de los factores decisivos sobre el trazo de la geopolítica latinoameri-
cana y caribeña.
Las transformaciones del poder aún no terminan, y el factor estratégico-
militar habrá de ser revalorado, pero no necesariamente en oposición al
económico sino quizá en una especie de mancuerna que pueda ahora sí,
actuar como catalizadora de las relaciones de poder. Y es que el factor
económico no pudo hacerlo de manera efectiva porque siendo uno de los
aspectos más dinámicos de las relaciones internacionales, presentaba serias
dificultades para establecer per se las jerarquías entre centro y periferia
al interior del sistema mundial, mientras que el factor estratégico-militar
siempre ha tendido a establecer relaciones de carácter vertical más eviden-
temente definidas.
Esas transformaciones del poder repercuten en la reorganización del sis-
tema interamericano, de acuerdo con la doctrina de seguridad antiterro-

122

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rista proclamada por Washington. El esquema institucional trazado por
Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial para afrontar la
Guerra Fría y que ha sido adaptado para mantener su hegemonía en el
nuevo contexto internacional, incluye un conjunto importante de institu-
ciones orientadas a regular las relaciones interamericanas que también ha
incidido de forma decisiva en la geopolítica latinoamericana.
Entre las estrategias seguidas para el impulso de proyectos e intere-
ses estadounidenses a la escala interamericana, destacan: el ALCA, en lo
económico-comercial; iniciativas estratégicas como los Planes Colombia,
Puebla-Panamá y el fallido Centro Multilateral Antidrogas, o la pretensión
de actualizar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, TIAR21, en
la esfera militar, lo cual supone una estrategia complementaria para ganar
la influencia hegemónica en el campo político-diplomático, a través de la
Organización de Estados Americanos, OEA, por parte del gobierno esta-
dounidense y una estrategia bancaria y financiera a través del Banco Inte-
ramericano de Desarrollo, BID, en cuyo Consejo Directivo es indiscutible la
influencia de Washington. Muestra de ello es el proyecto del ALCA, cuyo
soporte técnico quedó en manos de una Comisión Tripartita conformada
por el propio BID, la OEA y la Comisión Económica para América Latina y
el Caribe, CEPAL.
El eje económico, operado activamente por el BID, ha tenido una partici-
pación destacada en el financiamiento de programas de desarrollo de la
región. Cabe decir, que tan sólo durante el año 2001, el BID colocó pres-
tamos y garantías por unos 7 mil 900 millones de dólares22, pero durante
el año de 1998 rebasó los 10 mil millones, y a lo largo de su historia “ha
movilizado financiamiento para proyectos que representan una inversión

21
Este tratado de coordinación militar, originado en plena Guerra Fría, bajo el nombre de
Tratado de Río, en 1947, tuvo una accidentada existencia: sirvió como instancia de coordi-
nación en la lucha antiguerrillera, hasta que cayó el régimen de Somoza en Nicaragua en
1979, después, en los decenios de los 80 y de los 90, fue superado por la estrategia con-
trainsurgente del Pentágono. El TIAR perdió su credibilidad con el desenlace de la Guerra
de las Malvinas en 1982, cuando Argentina invoca ese Tratado y lejos de recibir el apoyo
estadounidense, esta potencia se alía con la Gran Bretaña de Thatcher, brindándole infor-
mación estratégica en plena guerra. Unos días antes del atentado del 11 de septiembre, el
gobierno mexicano había solicitado la desaparición del TIAR; sin embargo, los aconteci-
mientos previos detuvieron la cancelación del Tratado. Actualmente, se discute en la OEA
el substituto de esa fórmula por una coordinación contra el terrorismo, cuya comisión
impulsora encabeza México.
22
Fuente: Informe BID: América Latina y el Caribe enfrentan desafío histórico. Comuni-
cado de prensa del 11 de marzo de 2002. Localizado en:
http://www.iadb.org/exr/PRENSA/2002/cp6802c.htm.

123

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total de U.S. $263 mil millones” (BID, 2001), cifra que representa alrededor
del 36% de la deuda externa bruta desembolsada en el 2001 por toda Amé-
rica Latina y el Caribe23. Además, el BID, junto con el Banco Mundial (BM)
y el Fondo Monetario Internacional (FMI), representan los pilares del Con-
senso de Washington y los instrumentos para su imposición en el ámbito
latinoamericano, es decir, son los principales promotores del acotamiento
del Estado, las reformas y la desregulación de los sectores económicos, la
liberalización de los capitales, las privatizaciones y las aperturas a ultranza.
Su poder de convencimiento está dado por los condicionamientos con que
se otorgan los créditos y garantías por parte de estas instituciones.
El eje político, encabezado por la OEA, es el foro desde donde se promue-
ven y ejercen los valores y la ideología estadounidense hacia la región.
Asimismo, es el foro legitimador de las intervenciones estadounidenses en
los asuntos internos latinoamericanos. Muestra de ello son los principios
rectores de la Organización, sus instrumentos jurídicos y su estructura ins-
titucional, que reflejan una preocupación especial sobre dos de los temas
que han sido estandarte de la política exterior estadounidense: la demo-
cracia y los derechos humanos24. Sin embargo, la experiencia latinoameri-
cana ha demostrado que así como lo fue el libre comercio durante el siglo
XIX y actualmente lo es la lucha contra el narcotráfico, tanto la democracia
como los derechos humanos han sido el instrumento legitimador para las
intervenciones estadounidenses, sus políticas unilaterales, la represión eco-
nómica y las presiones políticas en América Latina25.

23
Fuentes: BID (2001) y CEPAL (2001), estimaciones propias.
24
La democracia representativa está citada en el preámbulo de la Carta de la OEA como
“Condición indispensable para la estabilidad, la paz y el desarrollo de la región” (Carta de
la OEA). En el mismo sentido, en el capítulo III de la Carta, dedicado a los principios de la
OEA, se establece que “La solidaridad de los Estados americanos y los altos fines que con
ella se persiguen, requieren la organización política de los mismos sobre la base del ejer-
cicio efectivo de la democracia representativa”. Más aún, en la denominada Carta Demo-
crática de la OEA, queda establecido que si alguno de los Estados rompiera la normalidad
democrática, quedaría fuera de la OEA. En general, el planteamiento en cada uno de los
casos, implica un condicionamiento político sobre el que se desarrollan las relaciones al
interior de la OEA. Por su parte, la preocupación por los derechos humanos se llevó a la
estructura misma de la Organización al establecerse la Comisión Interamericana de Dere-
chos Humanos.
25
La referencia obligada es el bloqueo económico contra Cuba, pero el resto del conti-
nente ha sentido en mayor o menor grado la aplicación de medidas unilaterales justifi-
cadas en estos principios: Centroamérica en los ochenta, México en los noventa a raíz del
conflicto con el EZLN, Venezuela en la actualidad tras el viaje a Irak de Chávez y otros
eventos similares.

124

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Por su parte, el tercer eje, el militar, con la actualización del TIAR, establece
una tutela estadounidense sobre la seguridad del continente, dado que no
hay país alguno que rivalice su poderío en este sector26. Sin embargo, su
peso ha sido reforzado a través de la influencia que ha tenido la “Escuela
de las Américas” en la formación de los altos mandos de los ejércitos lati-
noamericanos. Esta “cooperación militar” a través de la Escuela de las
Américas ha incluido el entrenamiento de fuerzas especiales en técnicas de
contrainsurgencia y conflictos de baja intensidad para combatir las amena-
zas de desestabilización en los diferentes países: guerrillas, grupos subver-
sivos, crimen organizado, etcétera.
La actividad contrainsurgente se complementa con las labores de inteli-
gencia que realizan las oficinas de la Drug Enforcement Agency, DEA y los
agentes de la CIA en el subcontinente, por lo que para Estados Unidos ha
sido una preocupación constante ampliar estas labores a través del estable-
cimiento de un centro de inteligencia y monitoreo de la región, ya que la
salida de sus fuerzas armadas de Panamá tras el retorno del Canal a la sobe-
ranía de ese país centroamericano, debilitó este punto. Al respecto, cabe
destacar que los esfuerzos de la administración Clinton por implementar
el Centro Multilateral Antidrogas (CMA) en Panamá, estaban orientados a
prolongar la presencia militar en la zona. Esta propuesta fue planteada en
el seno de la OEA sin éxito, a pesar de que Clinton ofrecía que este Centro
sustituyera paulatinamente a la certificación que aplica cada año Estados
Unidos a los esfuerzos antidrogas en América Latina. En la actualidad, la
administración Bush está apoyando en el mismo foro de la OEA un Meca-
nismo de Evaluación Multilateral (MEM) con los mismos fines.
En cuanto a los planes de carácter geoestratégico: el Plan Colombia y el
Plan Puebla-Panamá, impulsados por Estados Unidos en el continente ame-
ricano, hay dos versiones encontradas: la difundida por los gobiernos del
área involucrada y la que proviene de círculos académicos y periodísticos
críticos del neoliberalismo, que destacan los argumentos geopolíticos en su
análisis, en torno de los esfuerzos de Washington por ampliar sus redes de
inteligencia, presencia militar e intervención en el continente.
A raíz del 11 de septiembre, se ha hecho patente la necesidad de reajustar
los objetivos de las relaciones interamericanas en el rubro militar-estra-
tégico. La guerra contra Afganistán afectó su posición como primer pro-
ductor de goma de opio y heroína, lo cual ha sido un motivo más para

26
La Carta de la OEA por ejemplo, plantea que cualquier agresión a uno de sus miem-
bros será interpretada como una agresión a todos ellos, esto quiere decir que los Estados
Unidos tomarían parte en una respuesta frente a una agresión externa al continente.

125

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apuntalar los planes estratégicos estadounidenses, en particular el Plan
Colombia. La razón es que con una demanda constante de drogas, y uno
de los principales productores afectados, la oferta se ajusta a través de los
productores restantes, entre ellos Colombia, la región andina y México.
Esta visión de combate al narcotráfico se acompaña de la lucha contra el
terrorismo, amenaza representada por la guerrilla, lo cual sirve de argu-
mento para ampliar el respaldo del Congreso estadounidense en los planes
antidrogas en el continente. Se pretende aplicar iniciativas de este tipo
a otros puntos medulares como la región andina27 y Panamá, que es un
centro comercial importante por la conexión interoceánica, pero también
un centro importante para la distribución de drogas. El apuntalamiento
financiero del ejército colombiano, con la finalidad de combatir al “narco-
terrorismo”, aderezado con inversión para fomento al desarrollo y la sus-
titución de cultivos de drogas, puede extenderse hacia los países andinos y
centroamericanos, hasta llegar a México.
Con una dinámica propia, pero íntimamente ligada a los intereses econó-
mico-comerciales del ALCA, y aprisionada por las estrategias antiterroris-
tas, Centroamérica y el Caribe han cobrado relevancia. En esta región se
eslabonan el Plan Puebla-Panamá y el Plan Colombia. Hay avances de los
mecanismos de integración centroamericana y caribeña; hay interés cana-
diense en establecer un acuerdo de libre comercio con ambas zonas; y la
reciente iniciativa estadounidense de establecer acuerdos de libre comer-
cio con la región, amplía la gama de intereses geoestratégicos sobre la
llamada tercera frontera de Estados Unidos (el backyard o buffer zone). En
la visita del presidente Bush a Centroamérica en 2002, ya con los poderes
de negociación comercial que le otorgó el Congreso a finales de 200128, se
empezó a instrumentar un Tratado de Libre Comercio con América Cen-
tral, e incluso se propuso la anuencia de Washington para que Panamá se
erija como sede definitiva del ALCA.
La razón de fondo son las ventajas potenciales que ofrece la zona en la
competencia económica de los bloques regionales. Con la operación del
Plan Puebla–Panamá y de concretarse el ALCA en los términos previstos en

27
El Congreso de Estados Unidos formuló la Iniciativa Regional Andina, a fines de 2001,
como uno de los componentes del proyecto de ley 2506 sobre apropiaciones para ayuda
en el extranjero y la continuación del Plan Colombia.
28
El 24 de mayo de 2002, el Senado de Estados Unidos aprobó la creación de la Autoridad
de Promoción Comercial, Trade Promotion Authority, que le da amplios poderes al Presi-
dente Bush para negociar acuerdos internacionales, pero incluyendo algunas restricciones
al llamado Fast Track, permitiendo que la Cámara de Representantes introduzca las modi-
ficaciones que entienda pertinentes.

126

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el borrador del Acuerdo, la zona centroamericana y caribeña podría con-
vertirse en un corredor industrial-comercial y proveedor de materias primas
de Norteamérica. El dinamismo económico que experimenta la región de la
Cuenca del Pacífico, unido a los problemas técnicos que presenta el Canal
de Panamá, así como su regreso bajo la soberanía panameña, convirtió al
desarrollo de alternativas de comunicación interoceánica en el continente
en una alta prioridad para Washington.
La obsolescencia del Canal de Panamá, actualizó el tradicional interés
extranjero en el istmo mexicano de Tehuantepec, donde se ubica la franja
más corta de comunicación por tierra, que está más cercana a los Esta-
dos Unidos y que es menos accidentada. Una franja que puede interconec-
tar las dos costas estadounidenses con mayor rapidez que atravesando su
propio territorio.
Por otra parte, en los términos en que está establecido el apartado sobre
inversiones del ALCA –que es una calca del Capítulo 11 del TLCAN, donde
se hicieron pasar los objetivos del Acuerdo Multilateral de Inversiones de la
OCDE-, los esquemas de desregulación favorecerían el traslado de multina-
cionales hacia la zona para operar directamente desde el enclave de expor-
tación que representa la región, aprovechando la mano de obra barata, los
amplios recursos naturales y la garantía energética, tanto petrolera como
eléctrica.
Además, el Plan Puebla-Panamá, PPP, estaría vinculado con el Plan Colom-
bia en su parte militar estratégica. Recordemos que el PPP es una estrategia
alternativa a las pretensiones de Washington en el sentido de establecer un
Centro Multilateral Antidrogas en Panamá, desde donde se podría moni-
torear el devenir económico, político y social del subcontinente, al mismo
tiempo que se trata de combatir al narcotráfico. Con el control de la zona
del Istmo de Tehuantepec y la de Panamá, Estados Unidos garantizaría el
acceso de su costa Oeste a la zona asiática, así como al subcontinente lati-
noamericano. Mientras que mediante el Plan Colombia, estarían cubiertas
las labores de inteligencia en el subcontinente.
El Plan Puebla-Panamá y el Plan Colombia serían, entonces, dos ejes más
que complementan los asuntos geoestratégicos con el refuerzo de las
ventajas del ALCA para la gran potencia del Norte. No es sorprendente
observar el dinamismo que han cobrado las iniciativas encaminadas hacia
la zona por parte de México, Estados Unidos y Canadá, los integrantes del
Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), modelo de refe-
rencia en la propuesta del ALCA. Para Carlos Fazio (2001), la vinculación del
Puebla-Panamá con la estrategia del ALCA y el TLCAN es evidente: “forma
parte del viejo plan geoestratégico del TLCAN y opera hoy como caballo de

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Troya del ALCA”, dado que su función al igual que el TLCAN es la de enviar
un mensaje hacia América Latina de que “sí se puede”, y estaría dirigido a
acelerar la aceptación y puesta en marcha del ALCA.
En los noventa, también se registra una acelerada diversificación de los
contactos externos del área latinoamericana y caribeña, tanto en el plano
regional como en el extraregional. América Latina y el Caribe muestran
algunas resistencias contra su constitución como subsistema silenciado,
pero estos esfuerzos son opacados por la fuerza decisiva de las relaciones
interamericanas.
En 1991 se funda la Conferencia Iberoamericana de Jefes de Estado y de
Gobierno, la cual se celebra año con año en diferentes ciudades de esa
región. De estos mecanismos han resultado diversas iniciativas de concer-
tación político-diplomática relativas a los puntos más álgidos del contexto
iberoamericano, que no siempre han triunfado: la paz en Colombia y los
países centroamericanos que atravesaban entonces por procesos de libe-
ración nacional; la solución del conflicto limítrofe entre Perú y Ecuador; la
condena del bloqueo económico estadounidense contra Cuba, entre otras.
Además, en esas cumbres se han acordado una veintena de programas de
cooperación iberoamericana, en variados ámbitos, como la educación, la
cultura, el libro, la reforma de las políticas y de la administración pública.
En 1999, se hace la primera Cumbre Euro-Latinoamericana, que incluye a
los países anglófonos y francófonos del área del Caribe, y en mayo de 2002
se hace la segunda Cumbre en Madrid. En 2000, se firma un Acuerdo de
Libre Comercio, Cooperación y Concertación Política entre la Unión Euro-
pea y México; está discutiéndose actualmente la firma de un Tratado simi-
lar entre el MERCOSUR y la UE.
La prioridad latinoamericana de vincularse con economías fuertes no se
limita al caso del ALCA, Acuerdo que cuenta con el mayor peso específico
de Estados Unidos. No obstante, América Latina ha buscado contrarrestar
la asimétrica influencia estadounidense con su nueva estrategia de rein-
serción internacional, a partir de los 90 mediante el estrechamiento de
sus relaciones con regiones como Europa y aunque en menor medida con
Asia.
Las relaciones con Europa son especialmente significativas mientras más al
sur del continente las analizamos, y esto se refleja en los indicadores de los
países sudamericanos, que en comparación con el resto del continente pre-
sentan una mayor diversificación que les permite actuar con mayor auto-
nomía y en mejores términos frente a Estados Unidos y sus proyectos. Sin
embargo, el acercamiento europeo más relevante ha sido con México, con

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quien la Unión Europea tiene firmado un amplio tratado, además de un
tratado de libre comercio específico entre México y los países bajos.
Las relaciones con Asia también se intensificaron y diversificaron, si bien
la participación de América Latina en foros como la Asian Pacific Econo-
mic Cooperation, APEC, sigue siendo mínima (solo hay tres miembros lati-
noamericanos: México, Chile y Perú), es de resaltarse el interés japonés
por vincularse más estrechamente a México, buscando aprovecharlo como
plataforma hacia los Estados Unidos. Incluso se llegó a especular sobre la
celebración de un tratado entre Japón y México que si bien no se ha conso-
lidado, no se descarta tampoco. No obstante, los acercamientos y la coope-
ración con la zona asiática de la Cuenca del Pacífico se han mantenido
a través de la aún reducida participación latinoamericana en APEC, pero
se espera que se dinamicen a través de la reciente implementación del
Foro América Latina-Asia del Este. La futura creación del Asian Free Trade
Agreement Area AFTA, puede, a su vez, atraer más atención de la región
hacia el dinámico Pacífico Asiático.

UN SUBSISTEMA PERIFÉRICO Y DOS REGIONES SEMIPERIFÉRICAS.


De acuerdo con Wallerstein, la semiperiferia está constituida por una posi-
ción ambigua caracterizada por la coexistencia de relaciones que otorgan
un estatuto de centro a un subsistema regional, a la vez que permane-
cen ciertas condiciones que mantienen a ese subsistema como periferia de
otro. Subsistemas en los que, al mismo tiempo que establecen relaciones
hegemónicas con otro subsistema o región, se encuentran en una situación
subordinada respecto de un centro. Estas características las encontramos
en dos casos: Brasil y México.
El primero por el liderazgo que ha constituido en Sudamérica, en asuntos
comerciales con el MERCOSUR y a través de una activa diplomacia que le
ha permitido diversificar su agenda de relaciones internacionales. Su pro-
yección y aspiraciones geopolíticas, que incluyen un liderazgo, en el que
compite con México, en el Grupo de Río, el actual mecanismo de concer-
tación político-diplomática más amplio de la región y en la coordinación
de ámbitos militares, que se proponen actualizar el Tratado Interameri-
cano de Asistencia Recíproca, TIAR, o Tratado de Río. El liderazgo brasileño
se acentúa con la llegada al poder de Inacio Lula da Silva, cuyo proyecto
diplomático empezó a cobrar ya su protagonismo con el impulso del Grupo
de Amigos de Venezuela, que intenta favorecer soluciones políticas nego-
ciadas frente al conflicto por el que atraviesan el gobierno de Chávez y sus

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opositores. Además de los nuevos bríos que Lula imprimió al MERCOSUR
en su plan de gobierno.
México, puede caracterizarse también como una región semiperiférica
por su inclusión en el TLCAN, desde donde se concibe como una bisagra
entre América del Norte y Latinoamérica y el Caribe. A la par de su papel
como “cola del león” hacia el norte, México tiene proyección y aspiracio-
nes geopolíticas –de “cabeza de ratón”− sobre la cuenca centroamericana
y caribeña, hacia donde dirige sus esfuerzos integradores: el Plan Puebla-
Panamá, el Triángulo del Norte, con Honduras, El Salvador y Guatemala,
el Grupo de los Tres, con Colombia y Venezuela, la Asociación de Esta-
dos del Caribe y los tratados de libre comercio bilaterales con Costa Rica y
Panamá.
Constatamos un impulso renovado de los esquemas existentes de integra-
ción regional y subregional, encabezado por esos dos países, así como de
instituciones que los apoyan, en función de dos estrategias que rivalizan
entre sí: una, latinoamericanista y la otra panamericanista, cuya orienta-
ción se mezcla entre esos dos polos semiperiféricos: Brasil, juega con la
carta latinomericana, tanto como con su alineación con las políticas de
Washington, al igual que México, que combina su visión geopolítica hacia
el sur con una cada vez mayor integración, incondicional, con las políticas
estadounidenses. El discurso de la diversificación comercial está limitado
por la abrumadora proporción de los intercambios mexicanos con Estados
Unidos, que ya son del orden del 86 por ciento, a pesar de una relativa-
mente exitosa relación con la Unión Europea, con la que México firmó un
Acuerdo comercial de cooperación y concertación política.
Sin embargo, la periferia silenciada va en aumento. De acuerdo con Rocha
(1998) se pueden constatar los siguientes organismos de corte latinoameri-
cano: Un órgano socio-político: la Comunidad Latinoamericana de Naciones
(CLAN). Dos órganos políticos: el Grupo de Río y el Parlamento Latinoame-
ricano (PARLATINO). Un órgano económico: la Asociación Latinoamericana
de Integración (ALADI). Un órgano de apoyo técnico: el Sistema Económico
Latinoamericano (SELA). Dos órganos de apoyo internacional: la Comisión
Económica para América Latina (CEPAL) y el Instituto para la Integración
de América Latina (INTAL).
La CLAN no ha logrado formular un imaginario supranacional que cuente
con la unanimidad de los países de la región y la heterogeneidad política
del subsistema conspira contra su constitución comunitaria. El PARLATINO
no ha logrado superar su debilidad institucional, proveniente de su repre-
sentatividad indirecta respecto de los electores, pues esos diputados no se
eligen en una circunscripción comunitaria, sino que son designados por

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los parlamentos nacionales. La ALADI y el SELA, no aglutinan al conjunto
de los países y la regionalización de cada institución es diferente. Además,
a las dificultades de la integración comunitaria de la región se suma la
influencia apabullante del dólar sobre las economías nacionales, lo cual
se refuerza por los intentos de dolarización de Argentina y Ecuador que
tienen efectos devastadores, los cuales no han podido ser mitigados por
el SELA. Por otra parte, la propuesta cepalina de crecimiento con equidad
mediante un regionalismo abierto no ha fructificado en una política con-
sistente que se traduzca en una voz latinoamericana creíble.
Además, la periferia del subsistema se constituye entre los siete esquemas
subregionales. A pesar de que ellos no han sido impulsados desde Esta-
dos Unidos, hay una afanosa búsqueda por insertarse en el mercado mun-
dial, que día con día se sujeta a las propuestas panamericanistas, pues los
siete acuerdos comerciales negocian caso por caso, su integración a la pro-
puesta comercial hemisférica de Estados Unidos: La Asociación de Estados
del Caribe, el Grupo de los Tres (Colombia, México y Venezuela), el Sistema
de Integración Centro Americana, el CARICOM, la Comunidad Andina y
el MERCOSUR (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay); recientemente, en
2000, se constituyó el Triángulo del Norte (un Tratado de Libre Comercio
entre México, Guatemala, Honduras y El Salvador). En contraposición, hay
una dinámica panamericanista que se expresa fundamentalmente en el
Tratado de Libre Comercio de América del Norte y en el Acuerdo de Libre
Comercio de las Américas. Durante los noventa, la región se abre con sin-
gular rapidez, en lo que toca a acuerdos comerciales bilaterales; México,
es el caso más significativo pues en 2000 contaba con once Tratados de
Libre Comercio que abarcan 32 países; la mayor parte de ellos en América
Latina.
Chile y Argentina son dos casos extremos de la periferia del subsistema
latinoamericano; el primero, destaca entre los ganadores al haber implan-
tado exitosamente el modelo neoliberal en sus aspectos macroeconómicos,
mientras que el segundo, es la dramática expresión de los perdedores, a
pesar de haber cumplido puntualmente con los imperativos de las políticas
inspiradas en el Consenso de Washington. Chile no se ha afiliado a ningún
proceso de integración subregional; tiene un Tratado de Libre Comercio
con México, ha mantenido una actitud ambigua respecto del MERCOSUR,
pero es el país que tiene la mayor tasa sostenida de crecimiento econó-
mico. Sin embargo, la exclusión y la desigualdad social son crecientes y la
dependencia de sectores exportadores se enfrenta con la desorganización
de las cadenas productivas, pues el cobre los frutales y la madera no han
repercutido en la diversificación de su planta productiva.

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Entre la periferia de la periferia del subsistema latinoamericano y cari-
beño, destacan los países con agudos problemas geoeconómicos, como
Haití, Nicaragua, Honduras y Bolivia, así como los países problemáticos
para la geopolítica estadounidense, como: Cuba, país sobre el que pesa
un embargo económico que no deja de asociarse con la política interior
de Washington; Colombia, que está sometida a la inestabilidad política
y a la guerra interna ligada con el narcotráfico y recientemente, Vene-
zuela, donde el neo-bolivarismo del Presidente Hugo Chávez, mezcla de
populismo, mesianismo y resistencia anti-neoliberal, intenta ser erradicado
mediante la intervención del gobierno estadounidense, asociada con los
opositores locales al régimen, como se mostró en la asonada golpista de
abril de 2002.

UN SUBSISTEMA INMOVILIZADO POR EL CONSENSO DE WASHINGTON


El decenio de los noventa enfrenta una profundización de las reformas
económicas postuladas por el Consenso de Washington (1991). Las llama-
das políticas de ajuste estructural se imponen en la mayoría de los países
latinoamericanos y caribeños. Su ortodoxia monetarista propone un con-
trol férreo de las variables macroeconómicas vinculadas con la inflación,
el déficit público, la libertad de la tasa cambiaria, el congelamiento de los
salarios y el pago de la deuda externa, a partir de negociaciones caso por
caso. Tales medidas se acompañan de una reforma del Estado, que mini-
miza y desarticula sus capacidades reguladoras, que acelera las privatiza-
ciones, desregula las leyes y ordenamientos laborales. Además, el Consenso
de Washington exige la apertura y liberalización comerciales a ultranza,
cerrando la posibilidad de cualquier negociación que busque reciprocidad
o selectividad en la apertura de las economías de la región.
Uno de los impactos de las políticas de ajuste ha sido el refuerzo de la
economía estadounidense. La prioridad otorgada a los esfuerzos latinoa-
mericanos responde al hecho de que Estados Unidos representa todavía
su principal mercado tanto para importaciones como exportaciones. De
acuerdo con los datos de CEPAL, en las exportaciones de América Latina y
el Caribe por mercados en 1999, Estados Unidos representa un 28.6% del
total, mientras que el comercio intrarregional representa el 27.6%. Estos
datos no incluyen a México, pero si agregamos la participación de este
último, los indicadores se polarizan hasta un 57.4% de las exportaciones
hacia Estados Unidos y los indicadores de comercio intraregional disminu-
yen al 15.8%. Un fenómeno similar se presenta en las importaciones, pues

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Estados Unidos es el principal origen, con un 50.4%, si se incluye México; y
si se excluye a este último, Estados Unidos se mantiene a la cabeza, como
fuente de importación principal, con un 28.4%, aunque las importaciones
intraregionales suben hasta el 26.7%.
Si analizamos las exportaciones de bienes primarios, otra vez destaca la
economía estadounidense, que recibe el 45.6% de ellas, incluido México,
pero si se le excluye, Estados Unidos se mantiene como el primer destino,
con un 35.7% y la Unión Europea sube al segundo lugar como el destino
del 22.2% de las exportaciones. En el caso de las importaciones de bienes
primarios, las principales son intraregionales con un 40% del total, incluido
México; y excluido este último, tenemos que el primer lugar lo sostiene el
comercio intraregional, que aumenta hasta un 51.6%.
En el caso de las exportaciones de bienes industriales, Estados Unidos es
el destino mayoritario con un 61.4%, si se incluye a México, pero si se le
excluye, las exportaciones intrarregionales aumentan hasta el 34.6%, des-
plazando a las exportaciones hacia Estados Unidos que representan, en
este caso, el 27.3%. La importación de bienes industrializados hacia Lati-
noamérica y el Caribe, provienen de la potencia del norte en un 52.1%, si
se incluye a México, mientras que si no se le incluye, las importaciones de
estos bienes se divide en su origen con cantidades muy similares; de Esta-
dos Unidos, vienen el 29.5%, de la Unión Europea, vienen el 24.6% y del
comercio intraregional, proceden el 24% de las importaciones.
Y más aún, Estados Unidos se mantiene en la región como el primer inver-
sionista, basta con decir que de las 25 mayores empresas extranjeras en
América Latina, que representan el 64.5% de las ventas consolidadas de
las 100 mayores empresas de este tipo, 12 son de origen estadounidense.
Desde este punto de vista, no es tan difícil explicar porque la mayoría de
los países latinoamericanos -a excepción notable quizá de Brasil- parecen
asumir al ALCA como un destino inevitable al que hay que llegar con las
mejores condiciones posibles, preparando así el camino a través de los
acuerdos subregionales y extraregionales, lo cual explica estas dos dinámi-
cas en el contexto de la búsqueda de contrapesos que permitan negociar
en mejores términos frente a los Estados Unidos.
El impacto más evidente, aunque dramático, de la aplicación ortodoxa de
las políticas de ajuste es el caso argentino. Ahí se aplicaron las medidas
monetaristas con todo rigor, hasta llegar a la dolarización de la economía;
ahí se hizo el programa de privatización del sector público más ambicioso
de la región y se abrió la economía al mercado mundial sin restricción, con-
dicionamiento o selectividad alguna, particularmente en su sector finan-
ciero y de servicios, lo que llevó a una política de sobreendeudamiento

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interno y externo. Actualmente, Argentina tiene la mayor deuda externa
per cápita de Latinoamérica y su crisis, desatada en 2001, no tiene visos de
solución.
El gobierno de ese país, fruto de las estrategias para desmantelar cualquier
poder regulador del Estado, es a la vez expresión del debilitamiento del
estado de Derecho, que tiene impedimentos jurídicos para intervenir posi-
tivamente en la solución de la crisis, y es una consecuencia de la corrupción
y la ineficiencia gubernamental y privada, lo que ha llevado al desencanto
y al descrédito de la política y sobre todo de los políticos, es decir de la
esfera pública institucional para el manejo de los conflictos derivados de la
aplicación ortodoxa del modelo neoliberal.
El peso de la deuda externa en las economías latinoamericanas ha sido
abrumador; la renegociación de esos créditos se ha insertado en el marco
de las políticas de ajuste; como lo señala Oscar Ugarteche (1998): “La
deuda tenida con los gobiernos de la OCDE fue resuelta a través de acuer-
dos definitivos con el Club de París pagaderos a 25 años con tres años de
gracia, modificándose íntegramente el calendario del saldo de la deuda. Es
decir, ni el Plan Brady ni los acuerdos definitivos del Club de París operan
sobre una parte de la deuda, sino sobre el íntegro del saldo deudor que es
reestructurado a largo plazo a cambio de la aplicación efectiva de políti-
cas macroeconómicas que darán estabilidad al sistema económico del país
deudor.”
No obstante que la relación entre la deuda externa total desembolsada
y las exportaciones de bienes y servicios en América Latina y el Caribe,
ha descendido del 261.7% que representaba en 1992 al 181% en 2001, de
acuerdo con cifras de la CEPAL, hay situaciones apabullantes de las econo-
mías nacionales. Para Nicaragua, esa relación es de 705.7% lo que significa
una deuda siete veces mayor que sus exportaciones anuales, mientras que
para Argentina, con una relación de 451.7%, la deuda externa significa casi
cinco veces su capacidad exportadora.
Además, la obtención de recursos ha transitado de acudir al Club de Paris
y a los beneficios de un Plan Brady que resultó limitado, a las instituciones
de crédito multilaterales. Así, aunque se renegociaron el primer tipo de
créditos, los nuevos créditos se solicitaron de manera creciente para pagar
el servicio de la deuda contraída con los organismos multilaterales. En la
medida que el pago siquiera del servicio de la deuda se ha vuelto inso-
portable para muchos países, han surgido iniciativas para renegociar los
créditos de los países altamente endeudados (HIPC, por sus siglas en inglés)
y un movimiento internacional para la condonación de la deuda externa
que es sostenido por la iglesia católica, con el apoyo de su jerarquía: el

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Jubileo 2000. Sin embargo, el peso estructural de la deuda para determi-
nar la orientación de las economías nacionales sigue siendo un detonante
de crisis socioeconómicas y sociopolíticas –como sucede en Argentina-, sin
que haya nuevos programas que superen las limitaciones impuestas por el
Consenso de Washington, sobre el manejo macroeconómico de nuestros
países.

POR UNA VOZ LATINOAMERICANA Y CARIBEÑA


En el decenio de los noventa, aparece un nuevo actor en la escena interna-
cional: las redes organizadas de la sociedad civil. En el caso latinoamericano
y caribeño, la sociedad civil se organiza también en torno a la resistencia
contra la globalización neoliberal y por la creación de alternativas en la
dimensión supranacional.
Aunque está por hacerse un análisis y recuento sobre la organización civil
en las sociedades nacionales del área, la dimensión supranacional de estos
movimientos ha tenido varias expresiones significativas: uno, la oposición
al TLCAN, que agrupa a organizaciones de los tres países que han elabo-
rado una agenda común; dos, la oposición al ALCA que ejerce la Alianza
Social Continental, una convergencia de agrupaciones civiles de todo el
continente americano que ha ganado un espacio de interlocución frente a
la institucionalización de la propuesta hemisférica de libre comercio hecha
por Estados Unidos; cuatro, las “Cumbres de los Pueblos”, esas redes de
redes ciudadanas que se vienen reuniendo de forma paralela a las distintas
cumbres institucionales que se hacen en la región: las iberoamericanas,
las cumbres de las Américas y las cumbres Euro-Latinoamericanas; cinco,
el Movimiento de Resistencia Negra, Indígena y Popular, que surge como
crítica a la celebración española del “Encuentro entre dos Mundos”, con el
que se quiso conmemorar la conquista de América; seis, el Centro Regional
de Investigaciones Económicas y Sociales, con sede en Nicaragua, que con-
voca organismos civiles del Gran Caribe, en algo que puede ser el germen
de una sociedad civil regional y, siete, por último, los llamados Encuentros
Intergalácticos por la Humanidad y contra el Neoliberalismo; que culmina-
ron en dos reuniones internacionales, en el sureste mexicano y en Barce-
lona, las cuales fueron convocadas por la guerrilla mexicana de Chiapas del
EZLN, que propusieron toda una agenda de resistencia frente al modelo
neoliberal.
Asimismo, el Foro Social Mundial, la Cumbre de las Alternativas y otros
foros de alcance mundial, han tenido un impacto dinamizador sobre la

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coordinación de grupos civiles locales, nacionales y supranacionales, que
está conformando un nuevo escenario donde el protagonismo de actores
ciudadanos es creciente.
Entre los obstáculos para terminar con América Latina y el Caribe como
subsistema silenciado, resaltan los rasgos geopolíticos referentes a la via-
bilidad de las aspiraciones y proyectos sociopolíticos internos, nacionales y
supranacionales, con incidencia en el plano de la gobernabilidad democrá-
tica nacional y supranacional.
Entre los rasgos a destacar están: La consolidación democrática, pues
aunque todos los países de la región, con excepción de Cuba, tienen regí-
menes democráticos occidentales, todos ellos cuentan con un déficit social
creciente, que es originado en el autoritarismo del mercado y en el fracaso
de las reformas neoliberales; estas últimas, han ampliado la desigualdad
y la exclusión, al mismo tiempo que han impedido la participación ciuda-
dana en las decisiones de política económica.
El aumento de la polarización social, representa uno de los principales las-
tres ya que Latinoamérica y el Caribe es la región con mayor concentración
del ingreso en el mundo. Considerando el Índice de Gini (que mientras
más se acerca a 100 unidades es mayor la concentración del ingreso), el
coeficiente promedio de América Latina es de 53,9 tasa superior a los de
los restantes continentes, como África (42,4) y América del Norte (39,2) y es
casi el doble del correspondiente a Europa (31,8).
Internamente, América Latina tiene casos extremos de concentración de
la riqueza: Brasil, con 60.8, es después de Sierra Leona (62.8), el que tiene
el más alto índice de Gini del mundo. Todos los países del área, tienen
un coeficiente mayor que el promedio mundial (38.0), ya que están por
encima de 40 puntos.
La desigualdad social genera varios ejes problemáticos para una goberna-
bilidad (o gobernancia) democrática; la manifestación más aguda se rela-
ciona con las guerrillas que aún tienen capacidad beligerante: el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional, que es el más importante de los 11 grupos
armados registrados por las autoridades en México; el Ejército de Libera-
ción Nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y grupos
armados guerrilleros que siguen operando en Guatemala, Perú, Ecuador,
Bolivia y Chile. Sin embargo, la mayoría de los gobiernos del área enfren-
tan condenas por la violación persistente de derechos humanos y la violen-
cia “estructural” vulnera al estado de derecho.
Hay tensiones permanentes entre legalidad y legitimidad, particularmente
las asociadas con los movimientos indígenas y campesinos, que debilitan la

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capacidad de resolución de demandas sociales por parte de los gobiernos,
lo que les hace perder respaldo social. El movimiento indígena en Ecua-
dor y México, recientemente el movimiento de los cocaleros en Bolivia, así
como el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, destacan por su capacidad
de convocatoria.
Igualmente, hay conflictos, producto de la inestabilidad económica produ-
cida por la caída de los precios petroleros, en el caso de Venezuela, lo cual
se combina con el agotamiento de una gestión gubernamental inspirada
en la renovación del populismo, aunada al deterioro del sistema de parti-
dos y la beligerancia de empresarios y clases medias desplazadas del poder
burocrático. Los “cacerolazos” es una forma de manifestación que prolifera
tanto en Argentina como en Venezuela, creando un espacio donde se con-
funden demandas populares anti-neoliberales, con el reposicionamiento
de las burocracias sindicales y de las corporaciones patronales, frente a lo
cual hay críticas ambiguas: una de ellas se enmarca en la recuperación de
la voz para el subsistema latinoamericano y caribeño, en la lucha contra la
corrupción pública y privada que propicia complicidades entre empresa y
gobierno, lo cual se expresa en organizaciones como Transparencia Inter-
nacional y sus secciones nacionales respectivas.
Sin embargo, la otra crítica es contra el fortalecimiento de las capacida-
des reguladoras del Estado, por la vía del sistema político democrático.
Debilitar las potencialidades públicas del Estado, va en contra de la recu-
peración de la voz del subsistema. En contraste, el fortalecimiento de los
estados nacionales mediante la conformación de un sistema de rendición
de cuentas (accountability) y de contrapesos (checks and balances) entre
los poderes, permite afrontar en mejores condiciones los problemas inter-
nos nacionales que terminan por limitar la voz del subsistema latinoame-
ricano y caribeño.
El silenciamiento de Latinoamérica y el Caribe se origina en los impedimen-
tos de voz que empiezan en la escala nacional. Las desigualdades internas
de los países de la región determinan que el subsistema viva anestesiado.
Algunas muestras de ello son, además de la desigualdad en los ingresos
(Kliksberg, 2000): la inequidad del acceso a los activos productivos. Particu-
larmente respecto de la distribución de la tierra en algunos de los mayores
países de la región, como Brasil y México. La desigualdad en el acceso a los
créditos para poder crear oportunidades reales de desarrollo de pequeñas
y medianas empresas: “Hay en América Latina 60 millones de PYMES, que
generan 150 millones de empleos. Sólo tienen acceso al 5% del crédito.”
Ante esa falta de acceso al ahorro interno, la región recurre de manera
creciente a las remesas de dólares provenientes de los inmigrantes que

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van a Estados Unidos. De acuerdo con cálculos del BID (2001): “la región
recibe anualmente unos 20.000 millones de dólares de sus inmigrantes en
el extranjero. En el caso específico de seis naciones latinoamericanas (Repú-
blica Dominicana, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Ecuador y Hondu-
ras), el ingreso por remesas representa más de 10 por ciento de su producto
bruto interno.” Una importante masa de capital que tiene costos de trasfe-
rencia muy elevados, que oscilan entre un 12 y un 15 por ciento. Tomemos
en cuenta que las remesas se cuadruplicaron en el decenio pasado y que
se espera sean de unos 300 mil millones de dólares para el primer decenio
de 2000.
Además de los países que dependen prioritariamente de las divisas apor-
tadas por sus inmigrantes, México, Cuba, Haití, Colombia, Perú, Bolivia, e
incluso Brasil, tienen regiones internas que están amarradas por las reme-
sas, las cuales representan también una importancia creciente dentro de
sus importaciones de dinero. De ahí que la mayor parte de los gobiernos
implicados se están asociando con bancos estadounidenses para reducir el
costo de esos envíos y que varios gobiernos tengan programas de fomento
de inversiones a partir de las remesas.
Otra inequidad que silencia la voz latinoamericana y caribeña es la que
surge del sistema educativo (Kliksberg, 2000): “Tomando 15 países de la
región (BID 1998) surgía que los jefes de hogar del 10% de ingresos mas
altos tenían 11.3 años de educación, los del 30% más pobre solo 4.3 años.
Una brecha de 7 años. Mientras que en Europa la brecha de escolaridad
entre el 10% más rico y el 10% más pobre es de 2 a 4 años, en México es
de 10 años. Además, una nueva cifra de desigualdad está surgiendo de las
posibilidades totalmente diferenciadas de acceso al mundo de la informá-
tica y la Internet. La gran mayoría de la población no tiene los medios ni
la educación para conectarse con el mismo. Forma parte así de una nueva
categoría de analfabetismo, el analfabetismo cibernético” O la brecha
digital como la llaman otros.

CONCLUSIONES
Geopolítica, Geoeconomía y Geocultura, son dimensiones que convergen
en un complejo entramado de las nuevas relaciones de poder internacio-
nales, que aún no define el sustituto del sistema mundial que entró en
crisis después del 11 de septiembre de 2001. América Latina y el Caribe, es
un subsistema donde esos tres procesos se articulan de manera particular,
mostrando que el modelo neoliberal se está agotando. Frente a esta cons-

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tatación, las reformas emprendidas desde las instituciones internaciona-
les y los gobiernos nacionales, lejos de alcanzar los objetivos pregonados,
abren más dificultades para sortear la crisis.
De acuerdo con las líneas de análisis sugeridas en este trabajo, observamos
que la exclusión y los indicadores de desigualdad social aumentan, no obs-
tante el puntual cumplimiento –el caso argentino-, de las políticas de ajuste
sugeridas por el Consenso de Washington: dolarización y ortodoxia mone-
taria, que generan estancamiento e incertidumbre; las críticas al Estado de
Bienestar, que no han desembocado en medidas viables para solucionar
el conflicto entre política económica y política social; la pobreza, aunque
ha disminuido en términos proporcionales en los países con mayor desa-
rrollo relativo, aumenta en términos absolutos, a la par de una peligrosa e
injusta concentración del ingreso.
La apertura y liberalización comercial y financiera beneficia a los países
centrales y los esfuerzos latinoamericanistas de integración como el MER-
COSUR, no prosperan suficientemente, frente a la dinámica panamerica-
nista implicada en los dos espacios de integración económica comandados
desde Estados Unidos: el TLCAN y el ALCA. Tampoco las privatizaciones ni
las desregulaciones son suficientes para atraer inversión extranjera directa
y las medidas tendientes a flexibilizar los mercados laborales, no han garan-
tizado una reestructuración productiva asociada con un plan industrial,
que privilegie la producción por encima de la especulación.
Las estrategias maquiladoras no repercuten en cadenas productivas, que
eviten la dependencia desmedida de las exportaciones de materias primas
sin procesar, incluyendo la extracción petrolera. México, es ya el principal
proveedor del crudo para las reservas estratégicas del gobierno estado-
unidense y el petróleo venezolano, no obstante el discurso bolivariano,
sigue controlado por las trasnacionales del norte. En ambos casos, el sector
petrolero hace el principal aporte en cuanto a recursos fiscales e incluso
en cuanto a exportaciones, si se saca al sector maquilador de las cuentas
presentadas por la industria manufacturera.
El asimétrico triángulo del Atlántico sigue siendo decisivo en la geopolí-
tica latinoamericana. Aunque la preeminencia estadounidense disminuye
conforme más alejados estén los países de su territorio, esa economía es
preponderante en la inversión extranjera directa y en el apoyo a las trans-
nacionales que tienen allá su sede. La Unión Europea aumenta sus intere-
ses geopolíticos en la región; ya firmó un tratado que combina aspectos
comerciales, de concertación política y de cooperación con México, uno de
los vértices de la triangulación para llegar al mercado norteamericano, e
intenta firmar otros con Chile y con el MERCOSUR. Desde Europa se siguen

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buscando acercamientos político-diplomáticos con la región a través de las
cumbres iberoamericanas y euro-latinoamericanas. Las diferencias entre
Europa y Estados Unidos son crecientes en cuanto foro multilateral coinci-
den. Además, la guerra de Estados Unidos contra Irak está dividiendo las
posiciones de la política exterior de los países de la Unión Europea. Al eje
de subordinación respecto de la política estadounidense Londres-Madrid-
Roma, se oponen Francia, Bélgica y Alemania.
La coyuntura abierta por el 11 de septiembre transforma cualitativamente
las relaciones interamericanas, haciendo descansar la estrategia antiterro-
rista en el hemisferio sobre tres ejes: el económico, con la aceleración del
ALCA, como medio para ampliar el poderío económico de la potencia del
norte, aunado al financiamiento selectivo del BID; el eje político, con la
recuperación de los espacios político-diplomáticos de la OEA, por parte
de Washington para coordinar la “carta democrática”, los límites de la
defensa de los derechos humanos y los aspectos militares de combate al
narcotráfico y coordinación de Estados Mayores de los ejércitos en la lucha
antiterrorista. El eje geoestratégico, que supone la complementación entre
el Plan Colombia, su probable ampliación hacia el área andina y el Plan
Puebla-Panamá, que conjunta inversiones para el desarrollo, control mili-
tar del territorio, negociaciones dosificadas con gobiernos y fuerzas belige-
rantes, sean guerrilleros o fuerzas paramilitares, y proyectos de desarrollo
nacional y subnacional asociados con la producción de energéticos, mate-
rias primas, implantación de maquiladoras y usufructo de la biodiversidad,
cuyos beneficios son apropiados por empresas de ingeniería biogenética
transnacionales.
La gobernabilidad democrática y la construcción de alternativas al neoli-
beralismo desde la sociedad civil, es el principal desafío para que la región
recupere su voz. Las demandas de respeto a las diferencias étnicas y cul-
turales son crecientes pero se enfrentan al autoritarismo y al anquilosa-
miento de las instituciones de gobierno, del propio sistema de partidos
y contra los resabios discriminatorios excluyentes que persisten en nues-
tras sociedades. El caso cubano sigue siendo paradigmático en cuanto a
logros históricos de bienestar, aunque son crecientes los cuestionamientos
sobre la falta de libertades políticas y de expresión, cuya solución se aleja
conforme se impone la política de silenciamiento implicada en el bloqueo
estadounidense contra la isla.
Desde la sociedad civil se está haciendo una crítica de la globalización que
se fundamenta con alternativas viables. Se actúa tanto en lo global, en
el Foro Social Mundial, como en lo local, en múltiples gobiernos y agru-
paciones de base local, y se está revalorizando la democratización de los

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estados nacionales y de sus parlamentos. Está emergiendo un nuevo sujeto
social, pero con él se plantean nuevos problemas para que el subsistema
latinoamericano y caribeño reclame su voz: ¿hasta donde puede ir la lucha
armada, sin convertirse en una guerra civil, como en Colombia, o sin correr
el riesgo de empantanarse en demandas étnico-culturales, como está suce-
diendo con el EZLN en México? ¿Se mantendrá el gobierno de Chávez y su
estructura de masas “bolivarianas”? Otras preguntas relevantes pueden
plantearse respecto al ascenso del movimiento indígena en Ecuador, que
mucho contribuyó al triunfo de un gobierno nacional con apoyos popula-
res; la creciente oposición del movimiento cocalero boliviano a la interven-
ción de Estados Unidos en su país; la estabilidad del Perú post-Fujimori, o
las salidas viables para la crisis argentina, a partir de la organización civil
territorial autónoma de los partidos, a través de los Piqueteros o de los
comités barriales.
De acuerdo con Latinobarómetro (2001), el mayor nivel de confianza de
los latinoamericanos lo tiene la iglesia, en un 72 por ciento, seguida de la
televisión con el 49 y las Fuerzas Armadas con el 38 por ciento. Les siguen
el Presidente de la República, la policía y el Poder Judicial, que obtienen
entre el 30 y 27 por ciento de la confianza. Al último están el Congreso
nacional, los partidos y hasta abajo, con un 17 por ciento, la confianza en
las demás personas. De cara al más alto respaldo obtenido por las iglesias,
uno de los temas clave para la recuperación de la voz latinoamericana y
caribeña se asienta en las nuevas relaciones entre Estado e iglesias, sobre
todo católicas y protestantes: ¿Se amplía la brecha entre las iglesias de
base, inspiradas en la teología de la liberación, y las iglesias jerárquicas?
¿Hasta que grado esa separación atraviesa los conflictos regionales y de
clase? ¿Qué tanto están recuperando el poder del “cuarto de al lado” del
gobierno, algunas ordenes religiosas como el Opus Dei o los Legionarios
de Cristo?
No deja de ser tentadora la idea de América Latina y el Caribe como con-
tinente de la esperanza. En Porto Alegre, Brasil, sede del Foro Social Mun-
dial, se habla de Otro Mundo Posible. Como señaló Eduardo Galeano,
lo importante de la utopía no es alcanzarla, sino que nos hace caminar.
Desafortunadamente, los partidarios locales y extra locales del Consenso
de Washington siguen silenciando las perspectivas de América Latina y el
Caribe como subsistema autónomo. El desastre provocado por sus políticas
de ajuste no fue evaluado a fondo por el Consenso de Monterrey, reunión
reciente de Naciones Unidas, en marzo de 2002, de donde no emergieron
siquiera reformas secundarias que mitiguen los efectos perversos de las
políticas que siguen las instituciones internacionales, inspiradas todavía en

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el decálogo de Williamson. Sigue faltando un Consenso post-Washington,
que sólo puede nacer desde abajo para superar las contradicciones gene-
radas por la versión más agresiva del neoliberalismo que, desde Estados
Unidos, y sus aliados en la región, pretende silenciar a nuestra región.

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UGARTECHE, Oscar: “La Deuda de América Latina a partir de la Crisis de
Asia”, en http://www.jubilee2000uk.org/jubilee2000/espanol/latin0910.
html

143

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LA INTEGRACIÓN SUDAMERICANA: EL PROCESO DE CONVERGENCIA
DEL MERCOSUR Y LA CAN A TRAVÉS DEL ALCSA

Daniel Efrén Morales


Aldo Rogelio Ponce
Alberto Rocha Valencia

INTRODUCCIÓN29
Los países latinoamericanos han desarrollado diversas estrategias de rela-
cionamiento externo, con miras a reducir su vulnerabilidad, mejorar sus
condiciones de negociación con el mundo y optimizar los niveles de vida
de sus poblaciones30. En este trabajo abordaremos y profundizaremos en
el Área de Libre Comercio de Sudamérica (ALCSA) como el proceso de
convergencia entre la Comunidad Andina (CAN) y el Mercosur; una de las
estrategias optadas en el subcontinente para la creación de un espacio
político-económico ampliado.

29
Daniel Morales y Aldo Ponce tienen el grado de Licenciatura en el Departamento de
Estudios Internacionales del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de
la Universidad de Guadalajara con la tesis titulada: El proyecto del Área de Libre Comercio
de Sudamérica como proceso convergente de dos Sistemas de Integración subregional:
Mercosur y CAN, 1998-2003. NOTA ACLARATORIA: Este trabajo es parte de la tesis (El
proyecto del Área de Libre Comercio de Sudamérica como proceso convergente de dos
Sistemas de Integración subregional: Mercosur y CAN, 1998-2003) para obtener el grado
de licenciatura en Estudios Internacionales de los compañeros Daniel Efrén Morales y
Aldo Rogelio Ponce. Ellos son los autores de este trabajo del cual el Dr. Alberto Rocha ha
fungido como asesor y director. El Dr. Rocha aparece como “coautor” en este trabajo sola-
mente con la finalidad de respaldar un trabajo que ha considerado de excelencia y porque
también realizó sus respectivas contribuciones en él; además de apoyar la difusión de un
trabajo importante de dos jóvenes investigadores que lo han apoyado como asistentes de
investigación y docencia en los proyectos de investigación y materias que ha realizado e
impartido durante dos años.
30
VACCHINO, Juan Mario. “La Cumbre Suramericana y el desarrollo de una utopía”,
Revista del Sistema Económico Latinoamericano (SELA), No. 61. Caracas-Venezuela, Enero-
Abril 2001.

144

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Aquí entendemos la subregión sudamericana como un espacio integrado
por doce países: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador,
Guyana, Paraguay, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela. Estos países con-
forman juntos un área que supera los 17 millones de kilómetros cuadrados
rico en recursos humanos y naturales, habitando en él más de 340 millones
de personas y representando casi el 60% del PIB total de América Latina y
el Caribe. Teniendo conocimiento de estas y otras características, los pre-
sidentes de la subregión han avanzado en la cooperación y el entendi-
miento a través de las Cumbres Sudamericanas, con el fin de dinamizar
el desarrollo potencializando las particularidades y riquezas del subconti-
nente.
Siguiendo con la misma tónica mostrada por los dirigentes de los países
anteriormente mencionados, nosotros hemos buscamos con trabajo res-
ponder a las preguntas elementales que giran en torno a la integración
sudamericana de la cual nos interesa entender cabalmente: ¿Cuáles son los
avances que presenta Sudamérica en el desarrollo de las distintas dimen-
siones existentes en los procesos de integración regional?, ¿Qué objetivos
se persiguen y cuales son los retos que han incentivado al Mercosur y a
la Comunidad Andina converger en una zona de libre comercio? y, rela-
cionado con los anterior ¿Cuáles son las características, potencialidades y
posibilidades propias que mantiene el ALCSA como un nuevo proceso de
integración subregional?
Aunque el ALCSA es un proyecto de integración regional que, podríamos
decir, ha sido lanzado muy recientemente y que aún no ha sido concretado,
en estos momentos ya ha desarrollado diversas variables que es preciso
estudiar, puesto que éstas han venido a incentivar las aspiraciones integra-
cionistas latinoamericanas como instrumento para reposicionar la región
en el sistema internacional.
La importancia de estudiar este proyecto, recae también en el hecho, de
que actualmente no existen estudios que den seguimiento al fenómeno
vivido en Sudamérica desde hace un par de años. Y si existe en estos
momentos un déficit en los estudios sobre la integración sudamericana, es
todavía mayor la falta de análisis integrales sobre el tema que desarrollen
las particularidades del proceso, que lo contextualicen en el actual escena-
rio internacional y hagan una proyección de los retos a los que tendrá que
enfrentarse en un futuro no muy lejano.

145

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1 - ANTECEDENTES: SUDAMÉRICA EN LA POST-GUERRA FRÍA
Durante el trienio de 1989-1991, entre la caída del Muro de Berlín y el con-
flicto del Golfo Pérsico, el mundo entró en un contexto de “posguerra fría”
de difusos contornos31.
América Latina (y por lo tanto América del Sur), reafirmó durante en este
período su condición semiperiférica. Esta condición significó, en la posgue-
rra fría, no sólo desprenderse de la determinación impuesta por la perte-
nencia a bloques hegemónicos (o a sus zonas de influencia) y el fin de la
“guerra caliente” entre ellos, sino que también representó una situación
de fragmentación y de transito acelerado hacia una economía de mercado
fortalecida por el colapso soviético y las innovaciones tecnológicas32.
La entrada en los circuitos del capitalismo central llevó a los países latinoa-
mericanos a la implementación de reformas estructurales ante las cuales, los
países poseían, y poseen en general, escasos márgenes de negociación33.
En este contexto se reestructuran los viejos sistemas de integración regional
y subregional en América Latina y el Caribe (ALALC-ALADI, Grupo Andino-
CAN, ODECA-SICA, etc.) y surgen otros como el Mercosur y más reciente-
mente el ALCSA. Por su parte, Estados Unidos lanza su propia propuesta
de integración hemisférica, el ALCA, con el cual busca asegurar afianzarse
totalidad del mercado del hemisferio occidental y, con ello, hacer frente a
los otros dos megabloques económicos que le disputan la hegemonía: la
Unión Europea y Asia-Pacífico.
Las propuestas latinoamericanas que surgen en este contexto de posgue-
rra fría, nacen precisamente como respuesta a la globalización neoliberal
y para poder, de alguna forma, hacer frente a esos grandes megabloques
(asiático, europeo, norteamericano) que se vienen configurando con mayor
claridad ese desde entonces.
Con la crisis de los años ochenta e inicios de los noventa entró en crisis
también el paradigma desarrollista y en su lugar se instauró el paradigma
neoliberal, que el economista John Williamson resumió en diez prescrip-
ciones a las que denominó, con inusitada fortuna, “Consenso de Washing-

31
FELLIPELLI, Román. “ALCA vs. Mercosur: algo más que un dilema de política”. Docu-
mento en línea: http://www.ucm.es/BUCM/cee/cjm/0201/0205.pdf. (Documento revisado
en octubre de 2003).
32
Ibíd., documento virtual.
33
Ibíd., documento virtual.

146

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ton”34. Estos diez puntos de política económica se resumen en: disciplina
presupuestaria, cambios en las prioridades del gasto público, reforma
fiscal, liberalización financiera, tipo de cambios competitivos, liberaliza-
ción comercial, apertura a la entrada de inversiones extranjeras directas,
privatizaciones, desregulaciones y garantía de los derechos de propiedad.
Ese acuerdo hipotéticamente consentido en forma unánime fue el lla-
mado “Consenso de Washington”, con el cual, Estados Unidos personificó
un complejo político-económico-intelectual integrado por los organismos
internacionales (FMI, BM, OMC), la Reserva Federal, el Congreso, los altos
cargos de la administración y los grupo de expertos35.
Sin embargo, al final la década de los noventa, América Latina seguía mos-
trando mayor desigualdad que cualquier otra región del mundo en cuanto
a la distribución del ingreso y de los activos (incluida la tierra). Esto ha
llevado a una insatisfacción generalizada de sus sociedades con respecto a
los resultados de las reformas, y con justa razón, puesto que estos distan
mucho de aquella curación final, que auguraron los portadores del nuevo
paradigma, para el malestar latinoamericano. Sobre este trasfondo de
avances y retrocesos es que ha tenido la integración en América Latina36.
En este contexto en done se dan los primeras acercamientos entre la Comu-
nidad Andina y el Mercosur, las cuales se remontan al mes de febrero de
1995, cuando las dos partes celebraron su primera reunión en la sede de la
Secretaría General de la ALADI. Un mes después, tendría lugar una segunda
reunión en la capital uruguaya donde el Grupo Andino hizo un propuesta
de Acuerdo al Mercosur37.
Después de estas dos reuniones se generó en el Grupo Andino una dinámica
individual de negociaciones, pues cada país se reunió individualmente con

34
GUERRA-BORGES, Alfredo. Economía e integración en América Lina que sigue buscando
la estabilidad. Una aproximación. En: Revista Limiar, Revista de investigación del Centro
de Estudios Superiores de México y Centroamérica de la Universidad de Ciencias y Artes de
Chiapas-UNICACH, Año 1, vol. I, núm. 1, junio de 2003, San Cristóbal de las Casas-México,
página 19.
35
SERRANO, Joseph F. María. El “Consenso de Washington” ¿paradigma económico del
capitalismo triunfante? Documento en línea obtenido del la página web: http://www.
fespinal.com/espinal/realitat/pap/pap46.htm. (Documento revisado el 25 de septiembre
de 2003).
36
GUERRA-BORGES, op. cit., página 21.
37
Documento en línea rescatado del Centro de Documentación de la Secretaría General
de la Comunidad Andina, julio de 1998: http://www.comunidadandina.org/exterior/rico7-
98.htm. (Documento consultado en agosto de 2003).

147

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el Mercosur38. En éste proceso, destaca la profundización a la que llegaron
las negociaciones entre Bolivia y el Mercosur (al grado de poder pactar un
Acuerdo de Libre Comercio para 1996).
No sería sino hasta abril de 1998 cuando es firmado el Acuerdo Marco para
la creación de la Zona de Libre Comercio entre la Comunidad Andina y el
Mercosur (en el cual profundizaremos más delante).

2 - ACERCAMIENTO POLÍTICO-DIPLOMÁTICO
El acercamiento diplomático que observamos en el subcontinente ha sido
principalmente a través de las Cumbres Sudamericanas las cuales preten-
den, entre otras cosas, contribuir a la convergencia de los distintos acuerdos
político y económicos ya existentes que permitan una mejor inserción de
ALyC en la economía y el comercio internacional, al tiempo que se extraen
beneficios reales de la globalización traducidos en una mejor calidad de
vida para sus pueblos.
Aunque los países sudamericanos comparten vínculos que le otorgan una
fisonomía propia a la región con temas, intereses y problemas comunes,
es necesario señalar también que existen marcadas asimetrías entre los 12
países. De ahí radica la importancia de las reuniones de representantes de
alto nivel gubernamental (de Jefes de Estado y de Gobierno o de Ministros
de Relaciones Exteriores), puesto que sólo a través del entendimiento y
cooperación en su más alto nivel político se podrá avanzar en la cohesión
de América del Sur y en la construcción de un espacio común que tome en
cuenta las importantes asimetrías existentes a través del diseño de moda-
lidades que otorguen un trato especial y diferenciado a cada uno de los
países con respecto a su desarrollo económico relativo.

PRIMERA CUMBRE SUDAMERICANA 2000: COMUNICADO DE BRASILIA

Realizada en el contexto de las conmemoraciones de los 500 años del des-


cubrimiento de Brasil, todos los Presidentes de América del Sur se reunieron
por primera vez en la ciudad de Brasilia, respondiendo a la convocatoria
lanzada por el presidente Fernando Cardoso. En esta histórica Cumbre los
mandatarios sudamericanos reconocieron que la paz, la democracia y la
integración constituyen elementos indispensables para garantizar el desa-

38
Ibíd., documento virtual.

148

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rrollo y la seguridad de la región. Cinco grandes temas fueron los pilares de
la Primer Cumbre Sudamericana. Estos dejaron registrados entendimientos,
conclusiones y recomendaciones: la democracia, como fundamento y marco
institucional; el comercio en sentido amplio como vehículo y medida; la
infraestructura de integración como condición necesaria; la lucha contra el
narcotráfico y los delitos conexos, como expresión de fortaleza moral; y la
información, conocimiento y tecnología como claves para una mejor parti-
cipación en un mundo globalizado39. Aquí es de subrayar que el refuerzo de
la concertación sudamericana en temas específicos de interés común consti-
tuiría un aporte constructivo al compromiso con los ideales integracionistas
de ALyC y, se contribuiría con esto también, al fortalecimiento de otros
organismos regionales (Grupo de Río, ALADI, SELA, entre otros).
En el Comunicado de Brasilia40 (documento oficial resultante de la Primera
Cumbre Sudamericana), los Presidentes expresaron que “el proceso de glo-
balización, conducido a partir de una perspectiva de equilibrio y de equi-
dad en su desarrollo y en sus resultados, puede generar para los países de
la región beneficios”41 reflejados en el comercio, la inversión, la ciencia y la
tecnología; siempre y cuando, América del Sur profundice su integración y
continúe actuando de forma coordinada en el tratamiento de los grandes
temas de la agenda económica y social a nivel internacional.
Señala Gudynas42, que esta reunión fue un hecho singular por dos razones:
por un lado, esta fue la primera reunión celebrada a la que asistieron los
presidentes de las doce naciones que conforman el subcontinente y, por el
otro (siendo quizá esta la más importante), gracias a esta reunión se da pie
a la promoción de un plan de vinculación económica. Es significativo agre-
gar a estos dos hechos, vinieron a reavivar los sueños latinoamericanistas
de integración, malogrados desde el siglo XIX43.

39
SISTEMA ECONÓMICO LATINOAMERICANO. “El Consenso de Guayaquil sobre integra-
ción, seguridad y desarrollo: elementos para el análisis de la viabilidad de sus propuestas”.
Secretaría General del SELA, Caracas-Venezuela, 2002. Fotocopiado, página 4.
40
CUMBRES SUDAMERICANAS. “Comunicado de Brasilia”. Documento obtenido del sitio
web en línea IIRSA, septiembre de 2000: http://www.iirsa.org/esp/comunicado/Comuni-
cado_Brasilia_esp.shtml. (Documento consultado en diciembre de 2001).
41
CUMBRES SUDAMERICANAS (2000), op. cit., punto l3.
42
GUDYNAS, Eduardo. “El relanzamiento de la integración sudamericana. Un nuevo
escenario y muchas interrogantes para el desarrollo sostenible”. En: Insignia. Publicación
en línea del 2 de octubre de 2000: http://www.lainsignia.org/2000/octubre/ibe_007.htm.
(Documento consultado en noviembre de 2002).
43
DE LA OSSA, Álvaro y Carlos Alzugaray. “Consideraciones en torno al concepto de inte-
gración regional alternativa”. Anuario de Integración Regional en el Gran Caribe. No. 2,
Caracas-Venezuela, 2001. Página: 78.

149

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Definitivamente la reunión de presidentes de América del Sur de Brasilia
en el 2000, fue la chispa que comenzó a darle dinamismo a la “organiza-
ción del espacio sudamericano”, y a reconfigurarse con ello, la geopolítica
de la región. Y, aunque los Presidentes de los Países de América del Sur
fueron los protagonistas indiscutibles de esta reunión, muchos de los man-
datos fueron transferidos a los Ministros correspondientes de cada asunto,
destacando la coordinación desempeñada por los Ministros de Relaciones
Exteriores en los puntos focales para la puesta en marcha de los contenidos
del Comunicado de Brasilia.

REUNIÓNES DE MINISTROS DE RELACIONES EXTERIORES DE SUDAMÉRICA

El 17 de julio de 2001 se creó el Mecanismo de Diálogo y Concertación


Política Comunidad Andina-Mercosur y Chile44 en una reunión celebrada
en la ciudad de La Paz, en Bolivia. Con esta reunión se institucionalizó
el Mecanismo por medio del cual los Ministros de Relaciones Exteriores
se encargarían de realizar el seguimiento de los acuerdos adoptados,
fomentar la cooperación política, la integración económica y física, dis-
cutir aspectos sociales y culturales, y programar futuros encuentros de
Ministros.
Este Mecanismo no celebró reuniones en los meses subsiguientes según
lo podemos constatar en nuestro Cuadro 1, sin embargo, los Ministros de
Relaciones Exteriores de la Comunidad Andina y el Mercosur, se encon-
traron meses más tarde, en oportunidad de la XVI Cumbre del Grupo de
Río45, donde expresaron su preocupación por la lentitud con la que se esta-
ban desarrollando las negociaciones entre los dos bloque subregionales,
dada la prioridad otorgada a este proceso. Con miras a una futura reunión,
demandaron avances sustanciales para la II Cumbre Sudamericana en torno
a la agilización de la conformación de un espacio económico y político
ampliado en el contexto sudamericano.

44
COMUNIDAD ANDINA-MERCOSUR. “Declaración Ministerial de La Paz sobre la Insti-
tucionalización del Diálogo Político Comunidad Andina-Mercosur y Chile”. Documento
disponible en el sitio web del Gobierno de Bolivia, julio de 2001: www.rree.gov.bo/ACTUALI-
DADES/2001/julio/notaprensa05_07_2001.htm. (Documento consultado en agosto de 2003).
45
COMUNIDAD ANDINA-MERCOSUR. “Comunicado conjunto de la Reunión de Minis-
tros de Relaciones Exteriores”. Confróntese el documento en línea rescatado de la base
de datos de la Secretaria General de la Comunidad Andina, abril de 2002: http://www.
comunidadandina.org/exterior/can_mercosur4.htm. (Documento consultado en agosto
de 2003).

150

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Fue gracias a esto, que en la Cumbre de Guayaquil se presentaron avan-
ces sustanciales, tanto en lo económico-comercial, como en lo político.
De ahí que, en un comunicado de prensa emitido en Nueva York el 15
de septiembre de 200246, los Ministros de Relaciones Exteriores y encar-
gados de la Política Comercial de la Comunidad Andina y el Mercosur
acordaron realizar para diciembre del mismo año, la Segunda Reunión
del Mecanismo de Diálogo y Concertación Política y continuar con las
negociaciones CAN-Mercosur con el fin de concluirlas antes de finali-
zar el año 2002. Esta reunión, hasta la fecha, no ha sido celebrada. Sin
embargo, en el año 2003 los Cancilleres de la CAN y del Mercosur se han
encontrado en dos ocasiones. La primera fue en el marco de la XXXIII
Asamblea General de la OEA47, donde acordaron establecer un grupo de
trabajo constituido por las Presidencias del Mercosur y la CAN y, con las
Secretarías respectivas, a fin de preparar un plan de trabajo y un crono-
grama que sirva de hoja de ruta para las negociaciones. Tomando nota
de ello, fue celebrada la última reunión (hasta este momento registrada)
de los Cancilleres a inicios de agosto de 200348. En ella se evaluó el estado
de las negociaciones y la CAN presento una propuesta de trabajo al Mer-
cosur para guiar la negociación. El Mercosur recibió con beneplácito la
propuesta y destacó que sus negociaciones con Perú se encontraban ya
en la etapa final.

46
COMUNIDAD ANDINA-MERCOSUR. “Comunicado de prensa de la Reunión de Ministros
de Relaciones Exteriores y encargados de Política Comercial de la Comunidad Andina y el
Mercosur”. Documento en línea rescatado de la base de datos de la Secretaria General
de la Comunidad Andina, septiembre de 2002: http://www.comunidadandina.org/prensa/
notas/np15-9-02.htm. (Documento consultado en agosto de 2003).
47
COMUNIDAD ANDINA-MERCOSUR. “Comunicado conjunto de la reunión de Cancilleres
Mercosur-CAN”. Documento en línea rescatado de la base de datos de la Secretaria Gene-
ral de la Comunidad Andina, junio de 2002: http://www.comunidadandina.org/documen-
tos/actas/com10-6-03.htm. (Documento consultado en agosto de 2003).
48
COMUNIDAD ANDINA-MERCOSUR. “Reunión de Cancilleres del Mercosur y la Comu-
nidad Andina de Naciones”. Documento en línea, agosto de 2003: http://www.embperu.
org.br/REUNION-DE%20CANCILLERES-CAN-MERCOSUR-4-8-3.htm. (Documento consul-
tado en agosto de 2003).

151

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CUADRO 1 - REUNIONES DE MINISTROS DE RELACIONES EXTERIORES SUDAMERICANOS

Lugar y fecha Reunión Documento


La Paz, Reunión de La Paz sobre la Declaración Ministerial de
17 de julio de 2001 Institucionalización del Diálogo la Paz
Político CAN-Mercosur y Chile
San José, XVI Cumbre de Grupo de Río Comunicado Conjunto de
11 de abril de 2002 la Reunión de Ministros
de Relaciones Exteriores
CAN-Mercosur
Nueva York, Reunión de Ministros de Rela- Comunicado de Prensa
15 de septiembre de 2002 ciones Exteriores y encargados
de Política Comercial de la CAN
y el Mercosur
Santiago, XXXIII Asamblea General de la Comunicado conjunto
10 de junio de 2003 OEA

Montevideo, Reunión de Cancilleres del Mer- Comunicado conjunto


4 de agosto de 2003 cosur y la CAN

Cuadro de elaboración propia: Daniel E. Morales y Aldo Rogelio Ponce


Fuentes: Comunidad Andina-Mercosur (2001). DECLARACIÓN MINISTERIAL DE LA PAZ SOBRE LA
INSTITUCIONALIZACIÓN DEL DIÁLOGO POLÍTICO COMUNIDAD ANDINA-MERCOSUR Y CHILE.
Documento en línea en: http://www.rree.gov.bo/ACTUALIDADES/2001/julio/notaprensa05_07_2001.
htm
Comunidad Andina (2003). COMUNICADOS OFICIALES, ACTAS Y AYUDAS MEMORIAS CAN-
MERCOSUR. Base de datos en línea en: www.comunidadandina.org; Comunidad Andina-Mercosur
(2003). COMUNICADO CONJUNTO. Documento en línea: http://www.embperu.org.br/REUNION-
DE%20CANCILLERES-CAN-MERCOSUR-4-8-3.htm

SEGUNDA CUMBRE SUDAMERICANA 2002: CONSENSO DE GUAYAQUIL

En ocasión del ciento ochenta aniversario del encuentro de los libertadores


Simón Bolívar y José de San Martín, fue celebrada los días 26 y 27 de julio
de 2002 en Guayaquil (Ecuador) la II Reunión de Presidentes de América
del Sur, donde fue reiterada la voluntad de seguir impulsando acciones
de coordinación y cooperación con miras a la conformación de un espacio
común sudamericano, refrendándose con esto, los puntos acordados en
el “Comunicado de Brasilia” del año 2000. En esta reunión los mandata-
rios sudamericanos insistieron en: su compromiso con la democracia y con
los principios democráticos adoptados en la región; su desempeño en la
búsqueda de un mundo más justo y solidario; su convencimiento de que
la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) es un elemento necesario para el

152

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desarrollo humano sostenible; su compromiso en la lucha contra el pro-
blema mundial de la droga y delitos conexos; la urgencia de adoptar y
mejorar los mecanismos para erradicar la corrupción; y su preocupación
por el mantenimiento e incremento de los subsidios agrícolas de los países
desarrollados que distorsionan las condiciones de competencia en el mer-
cado mundial.
Empero, sin lugar a dudas, el tema central de la Segunda Cumbre, fue la
integración física del subcontinente. Se reconoció que la forma de cons-
truir un espacio común integrado, será mediante el fortalecimiento de
las conexiones físicas (esencialmente para la económica y el comercio)
y la armonización de los marcos institucionales, normativos y regulato-
rios.
La visión de la infraestructura como elemento clave de la integración
suramericana se basa en la noción de que el desarrollo sinérgico del trans-
porte, la energía y las telecomunicaciones puede generar un impulso
decisivo para la superación de barreras geográficas, el acercamiento de
mercados y la promoción de nuevas oportunidades económicas. En esta
perspectiva, se señaló que la interrelación entre infraestructura y desa-
rrollo debe ser explorada según una visión estratégica sudamericana,
bajo el principio de regionalismo abierto, condicionada a los resultados
del análisis de cinco principios básicos: perspectiva económica, sostenibi-
lidad social, eficiencia económica, sustentabilidad ambiental y desarrollo
institucional.
Aunque 17 de los 34 puntos del Consenso de Guayaquil49 fueron dedica-
dos al tema de la integración de la infraestructura, encontramos otros
documentos50 que profundizan aún más en el tema, como el “Plan de
Acción para la Integración de la Infraestructura Regional en América del
Sur” y el “Informe del Comité de Coordinación Técnica”, que refrendan
la importancia del tema, como instrumento para: promover y facilitar el
crecimiento y de desarrollo económico y social de América del Sur; mejorar
la competitividad internacional de la región, incrementar su participación
en la economía mundial y enfrentar los mejores desafíos que impone la

49
CUMBRES SUDAMERICANAS. “Consenso de Guayaquil sobre Integración, Seguridad
e Infraestructura para el Desarrollo”. Documento elaborado en la II Reunión de Presi-
dentes de América del Sur rescatado del sitio oficial del SELA, julio de 2002: http://lanic.
utexas.edu/~sela/AA2K2/ESP/docs/Interes/decla8.htm (Documento consultado en octubre
de 2002).
50
Disponibles en: IIRSA, Integración de la Infraestructura Regional en América del Sur,
Sitio web en línea: http://www.iirsa.org. (Última consulta: junio de 2003).

153

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globalización; así como, fortalecer la integración y cooperación regional
mediante la ampliación de mercados, la convergencia de políticas públicas
y el acercamiento social y cultural de Sudamérica.
Los Jefes de Estado subrayaron, además, la importancia de la ciencia y la
tecnología, y asignaron prioridad a su desarrollo dentro del ámbito regio-
nal; manifestaron su satisfacción por los significativos logros alcanzados
en la Primera Reunión del Mecanismo de Diálogo y Concertación Política
CAN-Mercosur y Chile; y enfatizaron la importancia de las negociaciones
entre el Mercosur y la Comunidad Andina, como medio para fortalecer la
capacidad negociadora de Sudamérica frente al ALCA.
Estas dos Cumbres Sudamericanas fueron de vital importancia porque vinie-
ron a reavivar los ideales integracionistas latinoamericanos y la volunta
política de avanzar en la creación de un megabloque subcontinental a fin
de insertarse de forma efectiva en el escenario internacional del nuevo
milenio.
Sin embargo, éstas dos Cumbres responden claramente a la segunda crí-
tica intergubernamentalista de Hoffmann a las “teorías de la integración
supranacional” donde señala que procesos este tipo solo buscan gestionar
asuntos de “baja política” (principalmente en los terrenos técnico-econó-
micos), mientras que en el ámbito de la “alta política” (política exterior,
defensa, seguridad) los gobiernos, sencillamente, no aceptarán crear órga-
nos comunes supranacionales que identifiquen la convergencia de intere-
ses51. De esta forma observamos, que los temas centrales en los ha habido
un mayor entendimiento y cooperación dentro de las Cumbres Sudameri-
canas (democracia, comercio, infraestructura de integración, lucha contra
el narcotráfico y conocimiento y tecnología) no han trastocado los pilares
de la “alta política” de los países participantes.
Sin embargo, en un área como la sudamericana, está muy claro que un
alto grado de cooperación maximiza los intereses de los Estados partici-
pantes, ya que son precisamente intereses relacionados, ante todo, con el
bienestar de la población. De esta forma y según los nuevos Interguberna-
mentalismo, podemos señalar que, cuanto más intensa sea la cooperación
(primordialmente en el seno de las Cumbres Sudamericanas), mayor será el
beneficio de los Estados.

51
SALOMÓN GONZÁLEZ, Mónica. “La PESC y las teorías de integración europea: las apor-
taciones de los nuevo intergubernamentalismo”. Documento en línea: http://www.cidob.
org/Castellano/Publicaciones/Afers/45-46salomon.html. (Documento revisado en julio de
2003).

154

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DECLARACIÓN SOBRE ZONA DE PAZ SUDAMERICANA52

Gracias al trabajo realizado por los Ministros de Relaciones Exteriores de


los Países de Sudamérica tras la encomienda surgida en la Primera Cumbre
Sudamericana (2000) de trabajar en un documento que declarara al sub-
continente como Zona de Paz, los Mandatarios Sudamericanos, reunidos en
Guayaquil con ocasión de la II Cumbre Sudamericana los días 26 y 27 de julio
de 2002, declararon a América del Sur como Zona de Paz y Cooperación.
Con base en la Declaración de Galápagos53 y el Protocolo de Ushuaia54, y
convencidos de que la paz, la seguridad y la cooperación deben sustentarse
en compromisos que afiancen la confianza mutua e impulsen el desarrollo
y el bienestar integral de la región en conjunto, los Presidentes acordaron,
para América del Sur, prohibir el uso o la amenaza del uso de la fuerza
entre los Estados; así mismo, dejaron proscrito el emplazamiento, desa-
rrollo, fabricación, posesión, despliegue, experimentación y utilización de
todo tipo de armas de destrucción masiva (WMD), incluyendo las nuclea-
res, químicas, biológicas y tóxicas, así como su transito pos los países de la
región. También se comprometieron a establecer un régimen gradual de
eliminación para la erradicación total de minas antipersonales.
Esta declaración que fue alcanzada sobre fundamentos firmes y consagra-
dos por el consenso de toda la región, es de trascendental importancia, ya
que es un hecho histórico que refleja las mejores tradiciones de entendi-
miento y convivencia pacífica entre los pueblos sudamericanos.

INSTITUCIONALIDAD DE LA INTEGRACIÓN SUDAMERICANA

El estudio de una sola de las dimensiones que se desarrollan en un pro-


ceso de integración regional permite un acercamiento a una realidad

52
COMUNIDAD ANDINA-MERCOSUR. “Declaración sobre Zona de Paz Sudamericana”.
Documento electrónico rescatado del Centro de Documentación de la Secretaría General
de la Comunidad Andina, julio de 2002: http://www.comunidadandina.org/documentos/
dec_int/CG_anexo2.htm. (Documento consultado en noviembre de 2002).
53
CONSEJO PRESIDENCIAL ANDINO. “Declaración de Galápagos”. Documento en línea,
Diciembre de 1989: http://www.comunidadandina.org/cumbreSC/Presidentes.pdf. (Docu-
mento consultado en julio de 2003).
54
CONSEJO DEL MERCADO COMÚN. “Protocolo de Ushuaia sobre compromiso democrá-
tico en el Mercosur, la República de Bolivia y la República de Chile”. Documento electró-
nico disponible en el sitio oficial del Mercosur, julio de 1998: http://www.mercosur.org.
uy/espanol/snor/normativa/PROTUSU.HTM. (Documento consultado en febrero de 2002).

155

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específica, diferente por su naturaleza y rol de las otras constitutivas del
sistema55. El análisis de la dimensión política-institucional es importante
dado que en ella se desarrolla un proceso que, junto con la dimensión
económico-comercial, marca la pauta para la evolución y profundización
de cualquier esquema de integración regional y/o subregional. Los instru-
mentos que ayudan a la construcción y estudio de la dimensión política
de un esquema son los tratados, acuerdos, protocolos, decisiones, resolu-
ciones, directrices, recomendaciones, actas modificatorias; emitidas tanto
por los representantes gubernamentales como por las instituciones pro-
pias del sistema.
Las instituciones son una unión de conjuntos específicos de reglas, procedi-
mientos y, casi siempre, órganos y estructuras decisorias, administrativas y
operativas que los Estados establecen para gestionar importantes proble-
mas comunes56, en éste caso, regionales.
Hemos observado que ante la “amenaza” que supone el ALCA, los dos siste-
mas de integración subregional existentes en Sudamérica resuelven unirse
para afrontar a una economía mucho mayor en proporciones y capacida-
des. Estos dos sistemas de integración subregional (la Comunidad Andina y
el Mercosur) han sido constituidos como tales en la década de los noventas,
quedando enmarcados dentro de la clasificación histórica de sistemas de
integración de segunda generación. Ambos sistemas se encuentran en un
nivel de integración de unión aduanera imperfectas, aunque su objetivo a
plazos mayores es constituirse como mercados comunes.
En lo que refiere a sus avances institucionales tenemos que el esquema
institucional del Mercosur es “de avance intermedio entre la primera y la
segunda forma de institucionalización (la forma institucional compleja y la
forma institucional compleja no-sistema), dado que las instituciones públi-
cas no están bien definidas y menos las instituciones sociales”57; mientras
que la Comunidad Andina presenta un “esquema institucional muy avan-
zado y de máxima concertación, de naturaleza económica, social, cultural
y política”58.

55
ROCHA VALENCIA, Alberto. “La dimensión política de los procesos de integración regio-
nal y subregional de América Latina y el Caribe” en: Preciado Coronado, Jaime. La inte-
gración política latinoamericana: un proyecto comunitario para el siglo XXI, AUNA/ U de
G/ UMSNH, Morelia- México, 2001, página: 166.
56
ATTINA, Fulvio. El sistema político global. Introducción a las relaciones internacionales,
Ed. Paidós, Buenos Aires-Argentina, 2000, página: 109.
57
ROCHA VALENCIA, op. cit., página: 208.
58
Ibíd, página: 206.

156

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Sin embargo, hablando propiamente del ALCSA o del proceso de integración
sudamericano, aún no ha habido una institucionalización formal. Es decir,
en las dos Cumbres Sudamericanas los Presidentes no han creado ni estable-
cido algún mecanismo institucional integubernamental o suprancional que
dirija o al menos coordine la integración regional del subcontinente.
Aún así, es posible observar ya en estos momentos roles específicos des-
empeñados por Ministros y organizaciones subregionales. De aquí hemos
partido para sugerir el siguiente organigrama (Organigrama 1) referente
al proceso de integración sudamericana:

ORGANIGRAMA 1 - ESTRUCTURA INSTITUCIAL DE LA INTEGRACIÓN EN SUDAMERICA

Jefes de Estado y de Gobierno

Cumbres Sudamericanas

Ministros de Relaciones Exteriores

Mecanismo de Diálogo y Concertación Política


entre la CAN-Mercosur y Chile

Áreas

Seguridad Comercio Educación Salud y Integración física


medio
ambiente Transportes
Telecomunicaciones
Zona de Libre Comercio
Infraestructura

IIRSA
CAN Mercosu

Comité de Dirección
Ejecutiva

Comité de Dirección Grupos Técnicos


Técnica Ejecutivos

157

LibrosEnRed
Cuadro de elaboración propia: Daniel E. Morales y Aldo Rogelio Ponce
Fuentes: CUMBRES SUDAMERICANAS. “Comunicado de Brasilia”. Documento obtenido del sitio
web en línea IIRSA, septiembre de 2000: http://www.iirsa.org/sp/comunicado/Comunicado _Brasi-
lia_esp.shtml (Documento consultado en diciembre de 2001); CUMBRES SUDAMERICANAS. “Con-
senso de Guayaquil sobre Integración, Seguridad e Infraestructura para el Desarrollo”. Documento
elaborado en la II Reunión de Presidentes de América del Sur rescatado del sitio oficial del SELA,
julio de 2002: http://lanic.utexas.edu/~sela/AA2K2/ESP/docs/Interes/decla8.htm (Documento consul-
tado en octubre de 2002); COMUNIDAD ANDINA-MERCOSUR. “Acuerdo marco para la creación
de la Zona de Libre Comercio entre el MERCOSUR y la Comunidad Andina”. Documento en línea
disponible en el sitio oficial del Mercosur, abril de 1998: http://www.mercosur.com/es/info/acuerdo_
mercosur_comunidad_andina.jsp. (Documento consultado en noviembre de 2001); IIRSA, Plan de
acción para la integración de la infraestructura regional en América del Sur. Documento en línea
rescatado de la Reunión de Ministros de Transporte, Telecomunicaciones y Energía de América del
Sur, Diciembre de 2000: http://www.iirsa.org/esp/plan/Plan_de_Accion.shtml. (Documento consultado
en Noviembre de 2002).

Tal y como lo podemos observar en el Organigrama 1, los Jefes de Estado


y Gobierno se encuentran en la cúpula del organigrama siendo ellos los
encargados de establecer las directrices y pautas del proceso de integra-
ción sudamericano. El mecanismo por medio del cual han coordinado sus
trabajos son las Cumbres Sudamericanas (Brasilia y Guayaquil).
Sin embargo, todo el trabajo recae sobre los Cancilleres quienes, a través
del Mecanismo de Diálogo Político y Concertación Política, han sido comi-
sionados para coordinar labores en política exterior, integración económica
y física, aspectos sociales y culturales, incluso problemas medioambienta-
les.
Desde ahí se coordinan cada una de las diversas áreas del proceso de
integración. Estas áreas mantienen considerables diferencias respecto de
su institucionalidad, programas y mecanismo de acción. El área que ese
encuentra mejor coordinada es la referente a la integración física, gra-
cias al trabajo realizado en torno a la Iniciativa para la Integración de la
Infraestructura Regional de Sudamérica (IIRSA), mientras que la dimensión
comercial tiene su “epicentro” en las negociaciones entre la CAN y el Mer-
cosur para la formación de la Zona de Libre Comercio.
Además, es posible identificar avances en el entendimiento en otras
áreas como seguridad, medio ambiente, agricultura, salud o educación.
Sin embargo, hasta el momento no ha habido reuniones de los Ministros
encargados, solo sugerencias y buenos propósitos.

158

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3 - AVANCES EN EL PROCESO DE NEGOCIACIONES CAN-MERCOSUR
Con la firma del Acuerdo Marco para la Creación de la Zona de Libre
Comercio entre la Comunidad Andina y el Mercosur59, se inician oficial-
mente las negociaciones entre ambos bloques previstas a desarrollarse en
dos etapas: primero a través de un Acuerdo de Preferencias Arancelarias60
fijas y después, se completaría el proceso con el Acuerdo de Libre Comercio
propiamente dicho.
Sin embargo, las fechas originalmente previstas no fueron alcanzadas,
extendiéndose las negociaciones más allá de lo planeado.
Para poder comprender con mayor claridad el proceso de negociacio-
nes entre los dos esquemas subregionales, hemos decidido esquematizar
los hechos y acuerdos generados desde la firma del Acuerdo Marco (aún
inconcluso) hasta finales del año 2002, exponiendo nuestros resultados en
el Cuadro 2. Aquí es posible identificar tres etapas: la primera va desde la
firma del Acuerdo Marco en abril de 1998, hasta abril de 1999, momento
en que no se concluye aún el Acuerdo de Preferencias Arancelarias y deci-
den prorrogar el Acuerdo; la segunda etapa, inicia en el momento en el
que se prorrogan los Acuerdos, lo que genera la apertura de otros frentes
de negociación (Brasil-CAN, Argentina-CAN, Paraguay-CAN) hasta abril de
2001, mes en el que inicia una tercer etapa con la reunión de represen-
tantes del Mercosur y la Comunidad Andina en Asunción, con el objetivo
de retomar las negociaciones tendientes a la creación de la Zona de Libre
Comercio.

59
COMUNIDAD ANDINA-MERCOSUR. “Acuerdo marco para la creación de la Zona de Libre
Comercio entre el MERCOSUR y la Comunidad Andina”. Documento en línea disponible
en el sitio oficial del Mercosur, abril de 1998: http://www.mercosur.com/es/info/acuerdo_
mercosur_comunidad_andina.jsp. (Documento consultado en noviembre de 2001).
60
Los Acuerdos de Alcance Parcial (de Complementación Económica) inscritos en el marco
de la ALADI, tienen entre otros objetivos, promover el máximo aprovechamiento de los
factores de producción, estimular la complementación económica, asegurar condiciones
equitativas de competencia, facilitar la concurrencia de los productos al mercado inter-
nacional e impulsar el desarrollo equilibrado y armónico de los países miembros. Actual-
mente, además de los esquemas de integración subregionales, existen nueve acuerdos de
complementación económica que prevén el establecimiento de zonas de libre comercio
entre signatarios.

159

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CUADRO 2 - PRINCIPALES HECHOS Y DOCUMENTOS DE LAS NEGOCIACIONES
ENTRE LA COMUNIDAD ANDINA Y EL MERCOSUR

Reunión Lugar y Fecha Documento Notas


Acuerdo de Preferencias Arancelarias (previsto para ser concluido antes del 30 de
septiembre de 1998)
1 2 de junio de 1998
Lima,
2 Ayuda Memoria
6 de agosto de 1998
Montevideo,
3 11 de septiembre de Ayuda Memoria
1998

Lima, Los países deciden pro-


rrogar las negociaciones
4 25 de septiembre de hasta el 31 de marzo de
1998 1999
Montevideo
5 20 de noviembre de Ayuda Memoria
1998
6 Enero de 1998
Montevideo,
7 Ayuda Memoria
26 de febrero de 1998
Lima,
8 Ayuda Memoria
19 de marzo de 1999

Montevideo, La CAN y el Mercosur


Comunicado de prensa
- deciden prorrogar acuer-
15 de abril de 1999 de la ALADI
dos
Apertura a otros frentes de negociación
Brasil-Comunidad Andina
Brasil negociará unilate-
Brasilia, ralmente con la CAN el
1 Comunicado de Prensa
23 de abril de 1999 Acuerdo de Preferencias
Arancelarias
Comunicado de la CAN
Lima, y Brasil al finalizar la II
2
15 de mayo de 1999 Reunión de Negocia-
ciones

160

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Reunión Lugar y Fecha Documento Notas

Lima, Comunicado de la III


3 Reunión de Negocia-
4 de junio de 1999 ciones

Brasilia, Comunicado de la IV
4 Reunión de Negocia-
25 de junio de 1999 ciones
Comunicado oficial de Las partes negociantes
la Reunión sobre el concluyen el Acuerdo
Lima,
- Acuerdo de Preferen- que entra en vigor,
3 de julio de 1999 cias Arancelarias por dos años, el 16 de
Brasil-CAN agosto de 1999

Argentina-Comunidad Andina
Acta de la reunión
CAN-Argentina para dar
Buenos Aires, inicio a las negociacio-
1
29 de octubre de 1999 nes de un Acuerdo de
Preferencias Arancela-
rias
Lima,
2 Acta de la II Reunión
28 de enero de 2000
Buenos Aires,
3 Acta de la III Reunión
18 de febrero de 2000
Lima,
4 Acta de la IV Reunión
10 de marzo de 2000
Concluyen las negocia-
ciones y el 29 de agosto
Buenos Aires, de 2000 entra en vigor
5 Acta de la V Reunión
31 de marzo de 2000 el Acuerdo de Alcance
Parcial de Complemen-
tación Económica
Paraguay-Comunidad Andina

Asunción, Ayuda Memoria de la


- Reunión Técnica Bila-
26 de abril de 2001 teral

161

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Reunión Lugar y Fecha Documento Notas
Relanzamiento de las negociaciones CAN-Mercosur
Asunción,
1 Ayuda Memoria
27 de abril de 2001
Montevideo,
2 Ayuda Memoria
24 de agosto de 2001
Lima,
3 Ayuda Memoria
19 de octubre de 2001
Lima,
4 30 de noviembre de Ayuda Memoria
2001
Buenos Aires,
5 Ayuda Memoria
10 de mayo de 2002
Lima,
6 Ayuda Memoria
18 de octubre de 2002
Río de Janeiro,
7 22 de noviembre de Ayuda Memoria
2002

Cuadro de elaboración propia: Daniel E. Morales y Aldo Rogelio Ponce


Fuentes: ARGENTINA-COMUNIDAD ANDINA. “Acuerdo de alcance parcial de complementación eco-
nómica entre los Gobiernos de las Repúblicas de Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, Países Miem-
bros de la Comunidad Andina, y el Gobierno de la República de Argentina”. Documento rescatado de
la base de datos de la Secretaría General de la Comunidad Andina, junio de 2000: http://www.comu-
nidadandina.org/documentos/actas/acu_CanArg.htm. (Documento consultado en agosto de 2003);
BRASIL-COMUNIDAD ANDINA. “Acuerdo de Alcance Parcial de Complementación Económica entre los
Gobiernos de las Repúblicas de Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, Países Miembros de la Comu-
nidad Andina, y el Gobierno de la República Federativa del Brasil”. Documento electrónico, julio de
1999: http://www.fedeagro.org/acuerdos/ace/can-brasil/default.asp (Documento consultado en julio
de 2003); GUDYNAS, Eduardo. “El relanzamiento de la integración sudamericana. Un nuevo escenario
y muchas interrogantes para el desarrollo sostenible”. En: Insignia. Publicación en línea del 2 de octubre
de 2000: http://www.lainsignia.org/2000/octubre/ibe_007.htm. (Documento consultado en noviembre
de 2002); RICO, Víctor. “Negociaciones Comunidad Andina-Mercosur: antecedentes y perspectivas”.
Documento en línea rescatado del Centro de Documentación de la Secretaría General de la Comunidad
Andina, julio de 1998: http://www.comunidadandina.org/exterior/rico7-98.htm. (Documento consul-
tado en agosto de 2003).

ACUERDO MARCO PARA LA CREACIÓN DE LA ZONA DE LIBRE COMERCIO

El proyecto de integración del que se parte es esencialmente comercial.


Los objetivos están en liberalizar el comercio y se esperaba que a partir de
ello, se desencadenará una aproximación política. De ahí, que la estrate-

162

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gia que se ha planteado para la integración, sea a través del acercamiento
de los dos procesos subregionales ya existentes por medio del “Acuerdo
Marco para la creación de la Zona de Libre Comercio”, que podría llegar a
considerarse como la “espina dorsal” del espacio económico ampliado de
América del Sur.
Con este Acuerdo, firmado el mes de abril de 1998, los países de la Comu-
nidad Andina y el Mercosur, reemplazaron los Acuerdos de Alcance Parcial
(hasta ese momento existentes), teniendo por objetivos61:
Crear un área de libro comercio entre las Partes Contratantes, mediante la
expansión y diversificación del intercambio comercial y la eliminación de
los gravámenes y las restricciones que afecten el comercio recíproco;
Establecer el marco jurídico e institucional de cooperación e integración
económica y física, que contribuya a la creación de un espacio económico
ampliado;
Promover el desarrollo y la utilización de la infraestructura física, con espe-
cial énfasis en el establecimiento de corredores de integración, que per-
mita la disminución de costos y la generación de ventajas competitivas en
el comercio regional y con terceros países fuera de la región;
Establecer el marco normativo para promover e impulsar las inversiones
recíprocas entre los agentes económicos de las Partes Contratantes;
Promover la complementación y cooperación económica, energética, cien-
tífica y tecnológica; y
Procurar la coordinación de posiciones entre ambas Partes en el proceso de
integración hemisférica y en los foros multilaterales.
Este Acuerdo Marco ha sido de gran importancia para avanzar paulatina-
mente en la creación de un espacio sudamericano económico ampliado; un
espacio en el que, complementado con el desarrollo de la infraestructura
física, permita la generación de ventajas competitivas en el comercio intra-
subregional, teniendo como base el intercambio entre los dos sistemas de
integración ya existentes.
Con el Acuerdo Marco se establecieron objetivos y plazos precisos para la
convergencia comercial entre la CAN y el Mercosur; convergencia, que si
bien se venía dando de forma natural en los últimos años, busca ser estra-

COMUNIDAD ANDINA-MERCOSUR. “Acuerdo marco para la creación de la Zona de Libre


61

Comercio entre el MERCOSUR y la Comunidad Andina”. Documento en línea disponible


en el sitio oficial del Mercosur, abril de 1998: http://www.mercosur.com/es/info/acuerdo_
mercosur_comunidad_andina.jsp. (Documento consultado en noviembre de 2001).

163

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tégicamente aprovechada por los países del subcontinente para elevar su
competitividad en el mundo.

ACUERDO DE PREFERENCIAS ARANCELARIAS

La primera etapa de las negociaciones entre la Comunidad Andina y el


Mercosur arrancó con la firma del Acuerdo Marco (anteriormente descrito)
el 16 de abril de 1998 con miras a ser concluida esta etapa el 30 de sep-
tiembre del mismo año, alcanzando un Acuerdo de Preferencias Arancela-
rias negociado sobre la base del patrimonio histórico, pero incorporando
nuevos productos y así, remplazando los Acuerdos de Alcance Parcial exis-
tentes entre los países del Mercosur y la Comunidad Andina.
Aunque fue previsto que el Acuerdo de Preferencias Arancelarias entrara
en vigencia un día después de ser concretada su negociación (el 1º de octu-
bre de 1998), en esta primera etapa de negociación del Acuerdo Marco fue
todo un fracaso siendo cubierta solo con el Acuerdo de Complementación
Económica firmado hasta el 6 de diciembre pero de 2002, entre la Comuni-
dad Andina y el Mercosur, y quedando pendientes las negociaciones de la
Zona de Libre Comercio.
Como se puede observar en el Cuadro 2 que presentamos anteriormente,
después de la firma del Acuerdo Marco en abril de 1998 se dieron una serie
de reuniones que superaron las fechas previstas, hasta que el 15 de abril de
1999, Argentina y Brasil deciden prorrogar la vigencia de los Acuerdos de
Alcance Parcial suscritos con los países de la Comunidad Andina hasta el 30
de junio de 1999 e iniciando negociaciones de forma separada; mientras
que Paraguay y Uruguay prorrogan también la vigencia de sus Acuerdos
anteriormente firmados hasta el 31 de diciembre de 1999.
Es decir, ante el fracaso en la firma del Acuerdo de Complementación
Económica como primer paso para la conformación de una Zona de Libre
Comercio entre los bloques subregionales, los Acuerdos de Preferencias
firmados en el marco de la ALADI y el Tratado de Montevideo de 1980
extendieron su vigencia.

ESTANCAMIENTO EN EL PROCESO:
NUEVOS FRENTES DE NEGOCIACIÓN (4+1)

De esta forma y en vista del éxito no obtenido, la modalidad de negocia-


ción, que inicialmente fue de bloque a bloque (4+4)62 fue cambiada tras

164

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el empantanamiento (principalmente por cuestiones técnicas y falta de
acuerdos en el sector agrícola) y a sugerencia de Brasil, por la de los países
andinos en su conjunto con cada uno de los países del Mercosur (4+1)63,
manteniéndose sin embargo, el objetivo final.
Como resultado de estas negociaciones fue alcanzado en primer lugar el
Acuerdo de Alcance Parcial de Complementación Económica entre los Países
Miembros de la Comunidad Andina y Brasil; y posteriormente se logró el
Acuerdo de Complementación Económica entre los Países Miembros de la
Comunidad Andina y Argentina, los cuales analizaremos a continuación.

ACUERDO DE COMPLEMENTACIÓN ECONÓMICA BRASIL-CAN

Después de una ronda de negociaciones que transcurrió del 23 de abril


de 1999 al 25 de junio, es firmado en Lima, Perú, el 3 de julio del mismo
año, el Acuerdo de Alcance Parcial de Complementación Económica entre
los Gobiernos de las Repúblicas de Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela
(Países Miembros de la Comunidad Andina), y el Gobierno de la República
Federativa de Brasil, sobre la base de que los acuerdos subregionales y bila-
terales constituyen uno de los instrumentos para que los países de América
Latina avancen en su desarrollo económico y social
El primer objetivo perseguido con la firma del Acuerdo fue, establecer
márgenes de preferencias fijas, como paso anterior a la creación de la Zona
de Libre Comercio entre la Comunidad Andina y el Mercosur. Así, en los
29 artículos del Acuerdo son abordadas cuestiones como el régimen de
origen, trato nacional, valoración aduanera, medidas antidumping y com-
pensatorias, salvaguardas, obstáculos técnicos al comercio y medidas sani-
tarias y fitosanitarias, así como la solución de controversias entre las partes
signatarias; todo ello, con miras a una liberalización del comercio64.

62
Un primer bloque integrado por cuatro países andinos (Colombia, Ecuador, Perú y Vene-
zuela; Bolivia es excluida porque el ACE No. 36 es el que rige sus relaciones comerciales
con los países miembros del Mercosur) frente al otro bloque por otros cuatro miembros
(Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay).
63
Se mantiene el bloque de los cuatro países andinos (Colombia, Ecuador, Perú y Vene-
zuela) pero los cuatro miembros del Mercosur negocian de forma separada.
64
BRASIL-COMUNIDAD ANDINA. “Acuerdo de Alcance Parcial de Complementación Eco-
nómica entre los Gobiernos de las Repúblicas de Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela,
Países Miembros de la Comunidad Andina, y el Gobierno de la República Federativa del
Brasil”. Documento electrónico, julio de 1999: http://www.fedeagro.org/acuerdos/ace/
can-brasil/default.asp. (Documento consultado en julio de 2003).

165

LibrosEnRed
Mientras que este Acuerdo viene a ser una de las bases para la creación
del ALCSA, este mismo Acuerdo deja sin efecto las preferencias aran-
celarias negociadas entre ellos anteriormente65; empero, se mantienen
en vigor solo las disposiciones que traten materias no cubiertas por el
nuevo Acuerdo CAN-Brasil, y aquellas que no resulten compatibles con
él.
Aunque la administración del Acuerdo está a cargo de una Comisión
Administradora integrada por representantes de cada una de las partes
signatarias, la Secretaría General de la ALADI funge como depositaria del
Acuerdo.
Sin embargo, en el momento en que fuere suscrito el Acuerdo de Com-
plementación Económica para la creación de una Zona de Libre Comercio
entre la Comunidad Andina y el Mercosur, dicho Acuerdo reemplazaría a
este firmado entre la Comunidad Andina y Brasil.
Este Acuerdo fue de trascendental importancia en el avance de las negocia-
ciones comerciales entre la Comunidad Andina y el Mercosur. Brasil, como
país líder sudamericano, encontró con las negociaciones 4+1 (dejando de
lado el Mercosur, puesto que en este sentido, no constituía un fin en si
mismo, a pesar del discurso oficial)66 el medio para “destrabar” el proceso
que había sido detenido, principalmente, por la falta de acuerdos en el
sector agrícola y en algunas cuestiones técnicas.

ACUERDO DE COMPLEMENTACIÓN ECONÓMICA ARGENTINA-CAN

Considerando que fue suscrito el Acuerdo de Complementación Econó-


mica No. 36 mediante el cual se establece una Zona de Libre Comercio
entre Bolivia y el Mercosur desde 1996, y que de igual forma, se suscribió
el Acuerdo de Alcance Parcial de Complementación Económica entre los
Países Miembros de la Comunidad Andina y Brasil; a mediados del año
2000, los gobiernos de Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, Países Miem-

65
Acuerdo Parcial de Renegociación No. 10 suscrito entre Brasil y Colombia, el Acuerdo
de Alcance Parcial de Renegociación No. 11 suscrito entre Brasil y Ecuador, el Acuerdo de
Alcance Parcial de Complementación Económica No. 25 suscrito entre Brasil y Perú, y el
Acuerdo de Alcance Parcial de Complementación Económica No. 27 suscrito entre Brasil y
Venezuela, y sus Protocolos, suscritos en el marco del Tratado de Montevideo de 1980.
66
VIZENTINI, Paulo G. Mercosul: dimensões estratégicas, geopolíticas e geoeconômicas.
En: COSTA LIMA, Marcos y Marcelo de Almeida Medeiros (Organizadores). O MERCOSUL
no limiar do século XXI. Cortez Editora-CLACSO. Buenos Aires-Argentina, 2000.

166

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bros de la Comunidad Andina, y el gobierno de Argentina, convinieron
celebrar un Acuerdo de Alcance Parcial de Complementación Económica67
reafirmando así la voluntad de continuar las negociaciones para el estable-
cimiento del Área de Libre Comercio de Sudamérica.
En este Acuerdo, las Partes Signatarias se comprometieron a aplicar las
preferencias porcentuales acordadas para la importación de los produc-
tos negociados. Además se establecieron acuerdos en ámbitos como trato
nacional, valoración aduanera, medidas antidumping y compensatorias,
salvaguardas, solución de controversias, y obstáculos técnicos al comercio y
medidas sanitarias y fitosanitaria.
La administración de este Acuerdo corre a cargo de una Comisión Admi-
nistradora que, entre otras de sus funciones, analizará los obstáculos al
comercio que surjan de la aplicación de medidas nacionales de los países
signatarios, recomendando acciones que contribuyan a removerlos y a agi-
lizar las corrientes comerciales mutuas.
Con la entrada en vigor de este Acuerdo, las partes signatarias decidieron
dejar sin efecto las preferencias arancelarias anteriormente negociadas y
los aspectos normativos vinculados a ellas68, y sus Protocolos, suscritos en
el Marco del Tratado de Montevideo de 1980. Empero, se mantendrían en
vigor las disposiciones de dichos Acuerdos y de sus Protocolos, que tratan
materias no cubiertas por el nuevo Acuerdo o que resulten incompati-
bles.
De igual forma, la Secretaría General de la ALADI es depositaria del Acuerdo
que será remplazado una vez suscrito el Acuerdo de Complementación
Económica para la creación de la Zona de Libre Comercio entre la Comuni-
dad Andina y el Mercosur.

67
ARGENTINA-COMUNIDAD ANDINA. “Acuerdo de Alcance Parcial de Complementación
Económica entre los Gobiernos de las Repúblicas de Colombia, Ecuador, Perú y Vene-
zuela, Países Miembros de la Comunidad Andina, y el Gobierno de la República de Argen-
tina”. Documento rescatado de la base de datos de la Secretaría General de la Comunidad
Andina, junio de 2000: http://www.comunidadandina.org/documentos/actas/acu_CanArg.
htm. (Documento consultado en agosto de 2003).
68
Acuerdo Parcial de Complementación Económica No. 11 (entre Argentina y Colombia),
el Acuerdo de Alcance Parcial de Complementación Económica No. 21 (entre Argentina
y Ecuador), el Acuerdo de Alcance Parcial de Complementación Económica No. 9 (entre
Argentina y Perú) y el Acuerdo de Alcance Parcial de Complementación Económica No. 20
(entre Argentina y Venezuela).

167

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ACUERDO DE COMPLEMENTACIÓN ECONÓMICA
ENTRE LA CAN Y EL MERCOSUR

El 6 de diciembre de 2002 fue firmado en la ciudad de Brasilia un Acuerdo


de Complementación Económica entre los Países Miembros del Mercosur
y la CAN69, partiendo del hecho de que es necesario fortalecer y profundi-
zar los procesos de integración regional en América Latina, ya que este es
uno de los instrumentos con los que disponen los países de la región para
avanzar en su desarrollo económico y social, a fin de asegurar una mejor
calidad de vida para sus pueblos.
En este Acuerdo se reitera la voluntad de conformar el Área de Libre Comer-
cio de Sudamérica (ALCSA) antes del 31 de diciembre de 2003, mediante la
desgravación arancelaria y la eliminación de restricciones y demás obstá-
culos que afecten el comercio recíproco. Una vez alcanzada esta fecha,
terminará la vigencia prorrogada de los acuerdos suscritos por los Países
Miembros en el marco del Tratado de Montevideo de 1980.
Como parte de la complementación económico-comercial del Acuerdo fir-
mado, las partes signatarias (CAN-Mercosur) se comprometen a estimular,
entre otras actividades, el intercambio de información sobre políticas comer-
ciales, la promoción de la complementación y de la integración industrial, el
fomento y apoyo a actividades como reuniones empresariales o actividades
complementarias que amplíen las relaciones de comercio e inversión, así
como el desarrollo de acciones conjuntas orientadas a la ejecución de pro-
yectos para la investigación científica y tecnológica mediante el intercam-
bio de conocimientos y de resultados de investigaciones y experiencias.
En cuanto a la administración del Acuerdo, esta correrá a cargo de una
Comisión Administradora integrada, por Representantes Alternos ante la
Comisión de la Comunidad Andina y por el Grupo Mercado Común. Aunque
esta Comisión Administradora aprobará su propio reglamento, se reunirá
de forma ordinaria una vez al año y adoptará decisiones por consenso; no
mantiene alguna relación institucional con las Cumbre de Sudamericanas
o las instituciones del IIRSA, ya que la Comisión funcionará exclusivamente
para administrar el presente Acuerdo, del cual la Secretaría General de la
ALADI será depositaria.

69
COMUNIDAD ANDINA-MERCOSUR. “Acuerdo de Complementación Económica cele-
brado entre la Comunidad Andina y el Mercado Común del Sur (Mercosur)”. Documento
electrónico obtenido del Centro de Documentación de la Secretaría General de la Comu-
nidad Andina, Diciembre de 2002: http://www.comunidadandina.org/documentos/actas/
CanMer6-12-02.htm. (Documento consultado en julio de 2003).

168

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Solo fue posible concretar la primera etapa de negociaciones, la cual quedó
plasmada en este Acuerdo de Complementación Económica a modo de
preámbulo para la creación de la Zona de Libre Comercio entre la CAN y el
Mercosur, gracias a los acuerdos logrados de forma previa entre la Brasil y
CAN, Argentina y la CAN, y los avances de las negociaciones entre la CAN
y Paraguay.

ACUERDO DE LIBRE COMERCIO

De esta forma y una vez concretada la etapa anterior, se dio paso a la


segunda etapa de negociaciones. Esta segunda etapa, que originalmente
fue prevista efectuarse entre el 1º de octubre de 1998 y el 31 de diciembre
de 1999, inició hasta el 6 de diciembre de 2002.
La fecha del establecimiento de la Zona de Libre Comercio entre el Merco-
sur y la Comunidad Andina se había postergado ya en diversas ocasiones:
con la firma del Acuerdo Marco se planeó concretarla para el 1º de enero
de 2000; en la Primera Cumbre Sudamericana, se proyectó para enero pero
de 2002; y en un relanzamiento de las negociaciones que se ha dado en
este año (2003), se desea alcanzar la Zona de Libre Comercio antes del 31
de diciembre de 2003.
Para ello fue celebrada en la sede de la ALADI a finales de agosto de 2003,
la 1ª Reunión entre la Comunidad Andina y el Mercosur; reunión en la que
ambas partes han manifestado claramente su interés para emprender las
acciones necesarias y llevar a buen termino las negociaciones, reiterando
con ello la voluntad de sus Gobiernos de adelantar las mismas de forma
pragmática y constructiva.
Prueba de esto, fue la propuesta de Texto de Acuerdo que presentó la
Comunidad Andina al Mercosur. Por su parte el Mercosur presentó pro-
puestas a su contraparte, donde destacaron aspectos como régimen de sal-
vaguardias, solución de controversias, normas técnicas, régimen de origen,
y medidas sanitarias y fitosanitarias.
Todo se ha dado en un escenario donde los gobiernos de los Presidentes
Lula y Kirchner han revitalizado al Mercosur, al tiempo que el gobierno de
Hugo Chávez ha acercado políticamente aún más a los países andinos con
el Mercosur.
De igual modo, parece que la “inminencia” del ALCA ha despertado en
verdad, ánimos políticos para establecer de una vez por todas, el Área de
Libre Comercio de Sudamérica (donde solo faltarían Surinam y la Guyana

169

LibrosEnRed
por definir posiciones). De esta forma, ya fueron celebradas la Segunda (a
nivel Viceministerial, los días 24 y 25 de septiembre, en la sede de la Secre-
taría General de la ALADI) y Tercera Reunión Comunidad Andina-Mercosur
(los días 21 y 22 de octubre en la Sede de la Secretaría General de la Comu-
nidad Andina), con las que se avanzó considerablemente en que las nego-
ciaciones del Acuerdo de Libre Comercio, evitando que estas se extiendan
más allá del 31 de diciembre de 2003.

DESARROLLO DE LA INTEGRACIÓN DE LA
INFRAESTRUCTURA REGIONAL EN SUDAMÉRICA (IIRSA)

La importancia estratégica de la infraestructura radica en que es ele-


mento clave para la integración suramericana puesto que el desarro-
llo sinérgico del transporte, la energía y las telecomunicaciones puede
generar el impulso decisivo para la superación de barreras geográficas,
la promoción de nuevas oportunidades económicas y el acercamiento de
mercados. El desarrollo de la infraestructura es pues crucial para la inte-
gración regional y el acrecentamiento de la competitividad en el subcon-
tinente; de ahí, que la infraestructura física no debe ser vista de manera
aislada e independiente70. De esta forma integración regional sudame-
ricana deberá promover el movimiento de bienes y servicios en forma
eficiente, rápida, segura y a costos competitivos, bajo la perspectiva de
mejorar la inversión y el comercio entre los países de la región y fortale-
cer la incursión de los sectores productivos en el mercado internacional;
lo cual implica, precisamente, concebir un proceso logístico e integral
que incluya el mejoramiento de los sistemas y regulaciones aduanales,
las telecomunicaciones, la tecnología de la información y los mercados
de servicios.
En este proceso de integración subcontinental las tareas necesarias para
consolidar la infraestructura física no han surgido de manera espontánea.
Estas han evolucionado gracias, por una parte, a la visión y voluntad polí-
tica de los líderes sudamericanos, y por otra, a instituciones regionales con
la capacidad y el compromiso para impulsar los procesos de integración
regional en sus múltiples dimensiones.

70
MINISTERIO DOS TRANSPORTES. “Suramérica: el mayor reto integracionista de la
década”. Documento rescatado del sitio oficial del Ministerio de Transportes del Gobierno
de Brasil, febrero de 2000: http://www.transportes.gov.br/bit/estudos/iirsa/textos/
integra%C3%A7ao.pdf. (Documento consultado en julio de 2003).

170

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Un par de meses después de la Cumbre de Brasilia se reunieron en Mon-
tevideo (diciembre de 2000), los Ministros de Transporte, Telecomunica-
ciones y Energía de América del Sur, para diseñar y elaborar el “Plan de
Acción para la Integración de la Infraestructura Regional” de Sudamérica
(IIRSA)71. En ésta reunión se logró no sólo formular las acciones básicas,
sino que además fueron diseñados los mecanismos institucionales para la
implementación y acompañamiento, los ejes de integración y desarrollo
(12), los procesos sectoriales (6) y la metodología y cronograma de tra-
bajo.
En el orden operativo, el mecanismo IIRSA busca tener un perfil técnico y
político que permita viabilizar e impulsar la toma de decisiones oportuna y
eficiente, fundamentándose en cinco preceptos básicos: evitar la creación
de nuevas instituciones; procurar una presencia cercana y permanente al
proceso decisorio por parte de las instituciones de financiamiento; asegu-
rar la participación plena de todos los gobiernos de América del Sur y el
alcance de decisiones consensuadas entre las partes involucradas; facilitar
la toma de decisiones entre los Gobiernos de América del Sur y el alcance de
decisiones consensuadas mediante el asesoramiento técnico especializado
de las entidades regionales y multilaterales; contar con un cronograma
de trabajo pre-establecido con objetivos y tareas específicas. El IIRSA72 se
encuentra conformado de la siguiente manera:

Nivel Directivo:

Comité de Dirección Ejecutiva (CDE):


Es integrado por representantes de alto nivel designados por los gobiernos
de América del Sur, pero concernientes a aquellas entidades pertinentes
que los respectivos gobiernos consideren convenientes. Tiene una pre-
sidencia, dos vicepresidencias y una secretaría ejercida por el Comité de
Coordinación Técnica. Su orientación es esencialmente política en cuanto
a las áreas del Plan de Acción, mediante propuestas surgidas de los Grupos
Técnicos Ejecutivos y promovidas por el Comité de Coordinación Técnica.
Tiene la encomienda de reunirse, al menos de principio, cada seis meses.

71
IIRSA, “Plan de acción para la integración de la infraestructura regional en América del
Sur”. Documento en línea rescatado de la Reunión de Ministros de Transporte, Teleco-
municaciones y Energía de América del Sur, Diciembre de 2000: http://www.iirsa.org/esp/
plan/Plan_de_Accion.shtml. (Documento consultado en noviembre de 2002).
72
Ibíd, documento virtual, punto 3: Mecanismos para la implementación y acompaña-
miento del Plan de Acción.

171

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Nivel Técnico:

Comité de Coordinación Técnica (CCT):


Integrado por representantes del Banco Interamericano de Desarrollo
(BID), la Cooperación Andina de Fomento (CAF) y el Fondo Financiero para
el Desarrollo de la Cuenca del Plata (FONPLATA), y se orienta a la identifi-
cación de proyectos para el desarrollo e integración de la infraestructura
sudamericana. Este comité es también responsable de coordinar el apoyo
técnico a ser prestado por las entidades que lo componen en áreas prio-
ritarias establecidas por el CDE y los Grupos Técnicos Ejecutivos. La coor-
dinación del Comité rota cada seis meses, siendo el portavoz del Comité
quien se encuentra al frente. Además cuenta con una secretaría conjunta
y colegiada de las instituciones que la componen, localizada de forma per-
manente en la sede BID-INTAL en Buenos Aires.

Grupos Técnicos Ejecutivos (GTEs):


Están integrados por funcionarios y expertos designados por los gobiernos
de América del Sur, constituyéndose un GTE para cada eje de integración y
desarrollo y para cada uno de los procesos sectoriales de integración apro-
bados por el CDE, 18 en total, los cuales son73 y podemos observar en el
Mapa 1:

Ejes de integración y desarrollo:


Eje Mercosur (San Pablo-Montevideo-Buenos Aires-Santiago), Eje Andino
(Caracas-Bogotá-Quito-Lima-La Paz), Eje Interoceánico Brasil-Bolivia-
Perú-Chile (San Pablo-Campo Grande-Santa Cruz-La Paz-Ilo-Matarani-
Arica-Iquique), Eje Venezuela-Brasil-Guyana-Suriname, Eje Multimodal
Orinoco-Amazonas-Plata, Eje Multimodal del Amazonas (Brasil-Colom-
bia-Ecuador-Perú), Eje Marítimo del Atlántico, Eje Marítimo del Pacífico,
Eje Neuquén-Concepción, Eje Porto Alegre-Jujuy-Antofagasta, Eje Bolivia-
Paraguay-Brasil, Eje Perú-Brasil (Acre-Rondonia).

Procesos sectoriales de integración:


Sistemas Operativos de Transporte Multimodal; Sistemas Operativos de
Transporte Aéreo; Facilitación de Pasos de Frontera; Armonización de Polí-
ticas Regulatorias, de Interconexión, de Espectro, de Estándares Técnicos
y de Universalización de Internet; Instrumentos para el Financiamiento de

73
Cfr. IIRSA, Integración de la Infraestructura Regional en América del Sur, Sitio web en
línea: http://.iirsa.org. (Última consulta: junio de 2003).

172

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Proyectos de Integración Física Regional; Marcos Normativos de Mercados
Energéticos Regionales.

Cada uno de ellos, a su vez, cuenta con un Gerente y un Asistente Técnico


que cubre las funciones de Secretaría del grupo respectivo. Por la naturaleza
misma de los Grupos, estos son de carácter temporal, multisectorial y multi-
disciplinario. Los gerentes presentarán informes mensuales al CCT y este a su
vez mantendrá actualizado al CDE. Las reuniones de los Grupos serán efec-
tuadas cada tres meses y en algunas podrá participar el sector privado.

MAPA 1 - EJES DE INTEGRACIÓN Y DESARROLLO DE SUDAMÉRICA

Fuente: IIRSA. “Ejes de integración y desarrollo. Mapa General”. Mapa virtual obtenido de la página
oficial del IIRSA, diciembre de 2002: http://www.iirsa.org/esp/index.html. (Documento consultado en
febrero de 2003).

173

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4 - SITUACIÓN ECONÓMICO-COMERCIAL DE SUDAMÉRICA
América del Sur es una subregión rica en recursos humanos y naturales. Su
territorio supera los 17 millones de kilómetros cuadrados, habitan en él más
de 340 millones de personas y el Producto Interno Bruto (PIB) de la subre-
gión representa casi el 60% del PIB total de América Latina y el Caribe.
Esta subregión sudamericana se encuentra conformada por doce países a
saber: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Guyana, Para-
guay, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela. En cada uno de estos países, y
de manera general en todo el subcontinente, prevalecen muchas caracterís-
ticas discordantes entre las que destacan una concentración territorial de la
población y grandes espacios poco explotados, así como, marginalización y
grandes desniveles de vida y de ingreso. Pero del mismo modo, también es
posible hablar de características favorables para el subcontinente donde se
goza de una alta homogeneidad lingüística y religiosa, un aceptable nivel
de democratización de sus sociedades y un mediano desarrollo de su infra-
estructura. Lamentablemente estas particularidades favorables de la región
no han sido correctamente aprovechadas para superar en conjunto la impe-
rante vulnerabilidad, desigualdad y rezagos en el escenario internacional.

EL PESO DE SUDAMÉRICA EN LA ECONOMÍA INTERNACIONAL

En lo político, América del Sur es una de las regiones que participan en


la elaboración de las decisiones mundiales. Algunos de los países de esta
región tiene forman parte del G-7 ampliado y rotan su asiento en el Con-
sejo de Seguridad de la ONU. Sus Estados nacionales ejercen soberanía
compartida sobre emprendimientos regionales (tecnología, infraestruc-
tura, transporte, comunicaciones, energía). En lo tecnológico y cultural, la
vinculación y el trabajo en común ha hecho posible llevar a la región a otro
nivel de excelencia; al mismo tiempo y como ninguna otra región, comparte
una rica cultura e identidad, que constituyen el capital intangible decisivo
para enfrentar con éxito los desafíos del nuevo siglo. En lo económico, no
cabe duda que Sudamérica es una de las regiones con mayor potencial de
desarrollo del planeta. Además de existir un mercado común con elevado
grado de industrialización obtenido sobre la base del abastecimiento a los
mercados internos de los países sudamericanos, se cuenta con un enorme
capital humano de trabajadores y existen los recursos naturales más abun-
dantes y diversos del mundo.
Analizando sus cifras, de 1960 a 1999, el PIB per capita de la región aumentó
en un 61% (de US$ 2,453 a US$ 3,981), la producción total se expandió 3.4

174

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veces, mientras que el valor de las exportaciones totales se multiplico por
19.574. Del mismo modo, la mayor parte de los indicadores sociales como
la esperanza de vida, escolaridad, tasa de mortalidad, y otros, mejoró en
estos años considerablemente, al tiempo que la infraestructura física ha
sido desarrollada y ha habido un notable progreso en el fortalecimiento
institucional y la constitución de la democracia.
Sin embargo, aún con los logros anteriormente señalados, el avance de la
región no ha ido a la par con el progreso tecnológico, económico y social en
otras áreas del planeta, lo que ha llevado a que la posición relativa de Amé-
rica del Sur a nivel mundial disminuya75. Como lo podemos observar en el
Gráfico 1, el peso de ésta región en la producción mundial cayó de un 6% en
1980 a un 4% para 1999, manteniendo un peso similar al que mantienen los
países de Europa Oriental con respecto al total del PIB mundial y superando
solamente al continente africano y a las regiones más pobres de Asia. Esto
encuentra parte de su explicación en el acelerado crecimiento mostrado en
las últimas décadas por parte de los países del Pacífico-asiático.

GRÁFICO 1 - PROPORCIÓN DE DIVERSAS REGIONES EN EL TOTAL PIB MUNDIAL

Fuente: MINISTERIO DOS TRANSPORTES. “Suramérica: el mayor reto integracionista de la década”.


Documento rescatado del sitio oficial del Ministerio de Transportes del Gobierno de Brasil, febrero de

74
MINISTERIO DOS TRANSPORTES, op. cit., documento virtual.
75
Ibíd, documento virtual.

175

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2000: http://www.transportes.gov.br/bit/estudos/iirsa/textos/integra%C3%A7ao.pdf. (Documento
consultado en julio de 2003).

De igual modo, los avances en la competitividad76 en la región han sido


lentos, lo que afecta la participación en la economía mundial, apareciendo
los países de Sudamérica en posiciones muy rezagadas en el ranking mun-
dial de competitividad según estudios del Foro Económico Mundial (ver
Gráfico 2). El promedio de los países de la región se ubica en la posición 42
de un total de 59, donde, con excepción de Chile, el resto de los países de
Sudamérica demuestra las limitaciones de la región para ser competitivos.

GRÁFICO 2 - POSICIÓN DE LOS PAÍSES SUDAMERICANOS


EN EL RANKING MUNDIAL DE COMPETIVIDAD

Fuente: MINISTERIO DOS TRANSPORTES. “Suramérica: el mayor reto integracionista de la década”.


Documento rescatado del sitio oficial del Ministerio de Transportes del Gobierno de Brasil, febrero de
2000: http://www.transportes.gov.br/bit/estudos/iirsa/textos/integra%C3%A7ao.pdf. (Documento
consultado en julio de 2003).

76
La competitividad, se puede definir como la capacidad de los países para insertarse exi-
tosamente en la economía mundial. La competitividad de una nación es el grado al cual
se puede producir bajo condiciones de libre mercado, bienes y servicios que satisfacen el
“test” de los mercados internacionales, y simultáneamente incrementar los ingresos reales
de sus ciudadanos. La competitividad a nivel nacional esta basada en un comportamiento
superior de la productividad. Cfr. CHUDNOVSKY, Daniel y Fernando Porta. “La competi-
tividad internacional principales cuestiones conceptuales y metodológicas”. Documento
en línea, enero de 1990: http://www.fund-cenit.org.ar/dtpdf/dt3.pdf. (Documento consul-
tado en octubre de 2002).

176

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COMERCIO EXTRARREGIONAL

Esta claro que cuanto más alto sea el nivel de los aranceles antes de la
integración y cuanto más bajo sea el arancel externo común (de llegar a
concretarse), más probable será que los efectos netos de la integración
regional sean positivos. En esta misma línea, cuanto mayor sea el número
de países participantes y mayor sea el tamaño de las economías partici-
pantes, más probable será que los efectos positivos netos sean mayores.
Además, si se consideran los costos de transporte, entre más cerca estén los
países miembros en términos geográficos, más probable será que la inte-
gración tenga beneficios estáticos y dinámicos77.
Pero, desde el punto de vista de la teoría del comercio internacional, ¿por
qué podría llegar a fracasar un proyecto de integración regional como
éste? Entre las causas más importantes se pueden señalar dos: en primer
lugar, por una mala distribución de los beneficios en los países miembros
y, en segundo lugar, por problemas de soberanía (dado que la integración
económica es frecuentemente considerada por los dirigentes nacionales
como un juego de suma cero, manifestando esta preocupación con resis-
tencias a ceder el control de sus economías)78. En el caso de Sudamérica
es necesario agregar un par de variables más: a menudo la integración de
la infraestructura es precaria (y en ocasiones inexistente), por lo que los
costos del comercio entre lo países de la región resultan elevados, limi-
tando fuertemente su desarrollo.
En el nivel global, hemos visto como el peso relativo de Sudamérica ha
decrecido en los últimos años, representando solo apenas el 4% del total
del PIB mundial (Gráfico 1). Sin embargo, para la esfera regional de Amé-
rica Latina y el Caribe, los 12 países sudamericanos representan más de la
mitad del PIB (57%), mientras que sus más de 333’728,000 consumidores
son casi 2/3 del total de la región (64.6%)79, como lo exponemos en nuestra
Tabla 1.

77
APPLEYARD, Dennis R. y Alfred J. Field, Economía Internacional, Ed. McGraw Hill,
Madrid-España, 1997, página 465.
78
Ibíd., página 475.
79
PÉREZ GARCÍA, José Ángel. “Entre La Urgencia y Los Obstáculos: El Área De Libre Comer-
cio De Sudamérica”, julio de 2003: Documento en línea: http://www.progresosemanal.
com/2003/07July/03week/Perez_G.htm. (Documento consultado en agosto de 2003).

177

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TABLA 1 - POTENCIAL ECONOMICO DEL ALCSA CONCEBIDO
COMO LA INTEGRACION DE LA CAN Y EL MECOSUR

ENTRADA DE
MERCADO PIB EXPORTACIONES INVERSION
EXTRANJERA (IED)
332’728,000 consu- U$ 2.6 billones U$ 183.04 millones U$ 49,841 millones
midores
64.6 % del mer- 57.0% del PIB total 45.8% de las expor- 76.9% del total de IED
cado de América de América Latina y taciones totales de que entra en América
Latina y el Caribe el Caribe América Latina y el Latina y el Caribe
Caribe

Fuente: PÉREZ GARCÍA, José Ángel. “Entre La Urgencia y Los Obstáculos: El Área De Libre Comercio
De Sudamérica”, julio de 2003: Documento en línea: http://www.progresosemanal.com/2003/07July/
03week/Perez_G.htm (Documento consultado en agosto de 2003).

Es decir, al revisar estos datos que hemos expuesto en esta Tabla 1, pode-
mos sugerir que América del Sur tiene la magnitud requerida para cons-
tituirse en un megabloque que participe verdaderamente en la toma de
decisiones a nivel mundial.
Si bien es cierto que la población de Sudamérica es aproximadamente del
mismo tamaño de la de Estados Unidos y de la Unión Europea, su producto
global es seis veces menor80. Sin embargo, existe una masa crítica como
para ejercer influencia significativa y tomar un rol propio en un contexto
mundial multipolar (con mayor importancia relativa de Brasil, seguido por
Argentina).
Desde el punto de vista macroeconómico y según los datos presentados
en la Tabla 2, gran parte de la responsabilidad del proceso de integra-
ción sudamericano recae en el Mercosur debido al peso económico relativo
de Brasil y Argentina en el subcontinente. Sin embargo, los compromisos
con este proceso también deben de ser refrendados por Colombia, Perú
y Venezuela, con el fin de garantizar la correcta inserción de la región
andina, y por Chile, importante socio comercial que deberá reorientar las
proyecciones de su relacionamiento con la Comunidad Andina y el Mer-
cosur (sobre todo, después de la firma del tratado de libre comercio con
Estados Unidos) con miras a no autoexcluirse del proceso y aislarse de su
región natural.

80
MINISTERIO DOS TRANSPORTES, op. cit., documento virtual.

178

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TABLA 2 - TAMAÑO ECONÓMICO RELATIVO DE LOS PAÍSES DE SUDAMÉRICA

(1) (2) (3) (3) (4)

Población Rango Área Rango PNB Rango IDH Rango PIB per Rango
(miles) (mil km2) (mil millones capita
de dólares) (U$)

Mercosur

Argentina 37,032 3 2,767.0 2 444.5 2 0.844 1 12,377 1

Brasil 170,693 1 8,512.0 1 1,113.0 1 0.757 6 7,625 4

Paraguay 5,496 9 407.0 8 21.4 10 0.740 9 4,426 8

Uruguay 3,337 10 177.0 11 27.1 8 0.831 2 9,035 3

CAN

Bolivia 8,329 8 1,099.0 5 18.2 9 0.653 12 2,424 12

Colombia 42,321 2 1,139.0 4 252.3 3 0.772 4 6,248 5

Ecuador 12,646 7 284.0 9 36.0 7 0.732 10 3,203 11

Perú 25,932 4 1,285.0 3 107.1 6 0.747 8 4,799 7

Venezuela 24,170 5 912.0 6 139.4 4 0.770 5 5,794 6

Otros

Chile 15,211 6 757.0 7 131.8 5 0.831 3 9,417 2

Guyana 761 11 215.0 10 2.9 12 0.708 11 3,963 9

Suriname 417 12 163.0 12 2.1 11 0.756 7 3,799 10

Fuente: SISTEMA ECONÓMICO LATINOAMERICANO. “El Consenso de Guayaquil sobre integración,


seguridad y desarrollo: elementos para el análisis de la viabilidad de sus propuestas”. Secretaría General
del SELA, Caracas-Venezuela, 2002. Fotocopiado; CORDELLIER, Serge y Béatrice Didiot. El estado del
mundo: anuario económico geopolítico mundial, 2002. Ediciones Akal. Madrid-España, 2001.

COMERCIO INTRARREGIONAL: RELACIÓN ENTRE LA CAN Y EL MERCOSUR

En el comercio entre la Comunidad Andina y el Mercosur, es posible obser-


var, tres diferentes períodos que se han desarrollado durante los diez últi-
mos años (ver Gráficos 3): el primero entre los años 1992 y 1997 con una
tendencia creciente y sostenida, el segundo período muestra un descenso
entre los años 1998-1999 y el tercer período se inicia en el año 2000 con
una importante recuperación, alcanzando una cifra récord en el año 2001.
En este último año, el intercambio comercial alcanzó los U$ 5,784 millones,
mostrando un incremento de 140 millones de dólares con respecto al año
2000 (U$ 5,644 millones).

179

LibrosEnRed
Como se puede observar en el Gráfico 3, la balanza comercial de la Comu-
nidad Andina con Mercosur ha sido deficitaria en todo el período referido,
entre mil y dos mil millones de dólares, registrando su mayor déficit en el
año 2001 con U$ 2,111 millones.

GRAFICO 3 - COMERCIO ENTRE LA COMUNIDAD ANDINA Y EL MERCOSUR

Fuente: SECRETARÍA GENERAL DE LA CAN. “Intercambio comercial entre la Comunidad Andina y


Mercosur 1992-2001”. Documento obtenido del sitio oficial de la Comunidad Andina, diciembre de 2002:
http://www.comunidadandina.org/estadisticas/CanMer9201B/SGde050.pdf. (Documento consultado
en febrero de 2003).

En el año 2001 las exportaciones hacia Mercosur significaron el 4% del


total de las exportaciones de la Comunidad Andina al mundo, mientras
que el Mercosur ha proveído a la Comunidad Andina alrededor del 9% de
sus importaciones totales en los últimos años. Por su parte, en las compras
que realiza Mercosur con el mundo la Comunidad Andina ha representado
aproximadamente el 2.3% en los últimos años y en las ventas que realiza el
Mercosur al mundo, la Comunidad Andina consume el 4.4%81.
La tasa promedio anual del crecimiento de las exportaciones de la Comuni-
dad Andina al Mercosur entre 1992 y el año 2001 fue de 9%. Cabe señalar
que en casi todos los años los combustibles (petróleo y derivados) repre-

81
SECRETARÍA GENERAL DE LA CAN. “Intercambio comercial entre la Comunidad Andina
y Mercosur 1992-2001”. Documento obtenido del sitio oficial de la Comunidad Andina,
Diciembre de 2002: http://www.comunidadandina.org/estadisticas/CanMer9201B/SGde050.
pdf. (Documento consultado en febrero de 2003).

180

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sentaron más del 50%. En el año 2001 éstas mostraron una disminución
representando un 40% de las exportaciones andinas82.
Por su parte, las importaciones de la Comunidad Andina desde el Mercosur
han mostrado también una tendencia creciente de 7% en promedio anual,
pasando de U$ 2,233 millones en el año 1992 a 3,947 millones en el 2001.
De los principales productos exportados por la Comunidad Andina al Mer-
cosur en el 2001 fueron: Aceites de petróleo, derivados de petróleo, gas
natural, bananas, plata en bruto y minerales de zinc, principalmente. Por
el lado de las importaciones (o exportaciones del Mercosur a la Comunidad
Andina), los principales productos comprados a Mercosur fueron: vehícu-
los varios, aceite de soya, frijoles, tortas de soya, vehículos con motor de
émbolo, maíz duro. Es importante tener una idea de cuales son los princi-
pales productos comerciados entre los dos bloques, ya que estos hablan de
que la Comunidad Andina exporta al Mercosur combustibles y productos
básicos, mientras que el Mercosur vende a la CAN productos maquilados
y de mayor valor relativo. Al observar esto, es posible darnos cuenta de
cuales serán los roles que pudieran tener cada uno de los países sudameri-
canos a través de los sistema subregionales de integración.
Al confrontar los niveles de comercio prevalecientes en el subcontinente
(Gráfico 3) con la teoría, podemos observar en Sudamérica un fuerte regio-
nalismo, pero una regionalización aún débil. Es decir, la búsqueda de un
Área de Libre Comercio entre la CAN y el Mercosur está siendo en estos
momentos impulsada por iniciativas políticas de representantes guber-
namentales para estrechar la cooperación política y económica entre los
Estados del subcontinente (regionalismo), pero los verdaderos procesos de
integración comercial y social aún no se han desarrollado de forma efec-
tiva en el interior del ámbito geográfico en cuestión (regionalización). En
este sentido, Josep Ibáñez83 explica que “la relación que vincula regiona-
lismo y regionalización es dialéctica, aunque según el caso ha tendido a
predominar un fenómeno u otro”.
Aunque la integración sudamericana (a través del ALCSA) es posible enmar-
carla dentro del llamado “nuevo regionalismo latinoamericano”84 diferen-

82
Ibíd., documento virtual.
83
IBÁÑEZ, Josep. “El nuevo regionalismo latinoamericano en los años noventa”. En: Uni-
versidad Pompeu Fabra. Documento recuperado de la base de datos en línea, 25 de sep-
tiembre de 1999: http://www.reei.org. (Documento consultado en enero de 2003).
84
El nuevo regionalismo latinoamericano es caracterizado por su diversidad, por el solapa-
miento de las agrupaciones regionales que lo componen, por el impulso gubernamental

181

LibrosEnRed
ciado del que se da en otras regiones del mundo, es observable que una
vez más los gobiernos latinoamericanos se han embarcado en un proyecto
que supera a la realidad, o sea, al proceso.

5 - OBJETIVOS DE LA INTEGRACIÓN SUDAMERICANA


Se parte del hecho de que ningún país puede ni debe permanecer aislado
de la dinámica de la economía mundial, pero no por esto, concluir preci-
pitadamente que la orientación económica teórica del libre comercio sea
la única ni mucho menos la mejor forma de insertarse en la globalización.
Es decir, se piensa que a través del ALCSA se debe actuar como interlocu-
tores válidos en ese diálogo sobre la globalización y no al margen de él,
por lo que es necesario aminorar las consecuencias negativas de la globa-
lización neoliberal y proponer a través del ALCSA una alternativa viable.
A través de la integración sudamericana se busca crecer a mayores tasas y
de manera sostenida, distribuyendo de manera justa los frutos de la expan-
sión económica. Sin embargo, es importante destacar que, para el logro de
esto, definitivamente es indispensable en primer lugar la integración física
de la región, para así luego, poder elevar la competitividad85 de la región e
impulsar el crecimiento. Al mismo tiempo, es imperativo que esta estrate-
gia sea acompañada por políticas que aseguren la reducción de la pobreza
y la conservación del medio ambiente.
Dentro de la visión estratégica sudamericana, se han establecido una serie
de principios orientadores, para explicar la excepcionalidad y “alternativi-
dad” de este nuevo proceso de integración subcontinental:
Regionalismo abierto: reduciendo al mínimo las barreras internas al comer-
cio y “cuellos de botella” en la infraestructura.
Ejes de integración y desarrollo: que representarían una referencia territo-
rial para el desarrollo sostenible amplio de la región.
Sostenibilidad económica, social, ambiental y político institucional: Se busca
que el proceso de integración económica del espacio sudamericano tenga

con el que surge, por el protagonismo empresarial que se da en su desarrollo y por man-
tener la compatibilidad con el multilateralismo, de acuerdo con la estrategia del regiona-
lismo abierto. Cfr. Ibáñez, op. cit., documento virtual.
85
Entiéndase como la capacidad de respuesta o de acción de un país, una empresa o un
individuo, para afrontar la competencia abierta ya sea entre naciones, empresas o indivi-
duos. Este concepto siempre será un relativo a otros elementos.

182

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por objetivo un desarrollo de calidad superior que sólo podrá ser alcan-
zado mediante el respeto a la sostenibilidad económica, social, ambiental
y político-institucional.
Aumento del valor agregado de la producción: la integración regional
debe servir para el mejoramiento constante de la calidad y productividad
de los bienes y servicios para que la economía genere cada vez más riqueza
para la sociedad.
Tecnologías de la información: el uso intensivo de estas permite promover
la transformación total de los conceptos distancia y espacio.
Convergencia normativa: para promover y facilitar el diálogo entre las
autoridades reguladoras y de planificación de los países.
Coordinación político-privada: como una responsabilidad compartida de
gobiernos y empresarios, compartiendo riesgos y beneficios y coordinando
las acciones de cada parte.

CONCLUSIONES
Según nuestro estudio podemos concluir, que el desarrollo de las distin-
tas dimensiones en la integración regional sudamericana mantiene nive-
les desiguales pero, que en general, todas son aún incipientes. En estos
momentos el proyecto político-económico va mucho más adelante, que el
proceso efectivo de integración entre los países sudamericanos.
Aquí pudimos observar que la dimensión económica es, en estos momen-
tos, el motor de la integración sudamericana. La “espina dorsal” de esta
dimensión económica se encuentra en las negociaciones comerciales entre
la Comunidad Andina y el Mercosur, en las cuales ha sido Brasil el país que
ha marcado la pauta y Bolivia un importante conector entre los dos siste-
mas subregionales de integración.
Sin embargo, la actual evolución de la dimensión económica (que aún no
es la deseada), no hubiera sido posible sin la voluntad política mostrada
por los Jefes de Estado y de Gobiernos de los países Sudamericanos en las
Cumbres de Brasilia (2000) y Guayaquil (2002). Aquí, los avances en mate-
ria política no han llevado precisamente al desarrollo de un entramado
institucional de tipo intergubernamental ni supranacional. Las únicas insti-
tuciones que han sido creadas para acompañar el proceso han sido el Meca-
nismo de Diálogo y Concertación Política CAN-Mercosur y Chile (integrado
por los Ministros de Relaciones Exteriores con el objetivo dar seguimiento

183

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de los acuerdos adoptados, fomentar la cooperación política y proponer
la agenda, sede y oportunidad de los encuentros de los Ministros) y la ini-
ciativa de la Integración de la Infraestructura Regional en Sudamérica (el
IIRSA, que busca tener en sus instituciones un perfil técnico y político que
permitan viabilizar e impulsar la toma de decisiones oportuna y eficiente-
mente en el desarrollo de la infraestructura física).
En estos momentos, aún es muy pronto para hablar de un desarrollo en las
dimensiones sociales y culturales en la integración sudamericana, debido
principalmente, en primer lugar, a que prevalecen muchos problemas eco-
nómicos y sociales al interior de cada uno países, y en segundo lugar, a la
falta de un proyecto comunitario socio-cultural que identifique al pueblo
sudamericano en el mundo.
De ahí que el verdadero y gran desafío para el ALCSA y la integración sud-
americana en general, radica en que la Zona de Libre Comercio de América
del Sur sea concretada a la brevedad posible e inmediatamente las econo-
mías de la subregión transiten hacia la creación de una unión aduanera
y luego a la conformación de un mercado común (al tiempo en que son
exploradas la posibilidades de adopción de una moneda común). Aunque
esta podría ser una de las más claras opciones con que cuentan los Esta-
dos para potenciar el desarrollo económico y gestionar la actividad de los
mercados en el subcontinente, para que las ventajas económicas de una
unión aduanera y de un mercado común se consoliden y lleguen a mostrar
estabilidad será preciso crear antes (aunque sea de forma incipiente) una
institución que haga las veces de poder ejecutivo (quizá con una mayor
institucionalización de las Cumbres dotándolas de una presidencia rotativa
que encomiende la implementación y evaluación de labores específicas a
los Ministros de Relaciones Exteriores), otra de carácter legislativo (en un
Foro Parlamentario Sudamericano en el que participen la Comisión Par-
lamentaria Conjunta del Mercosur, el Parlamento Andino y las bancadas
parlamentarias de Chile, Surinam y Guyana) y una última de tipo judicial
(aunque este Tribunal se limite solamente, en un principio, a dar fallos
sobre disputas comerciales internacionales o interbloques).
Solamente avanzando en el perfeccionamiento y la supranacionalidad de
las instituciones anteriormente señaladas se podrán afrontar los retos comu-
nes que los han llevado por caminos convergentes. Con la ausencia de todo
esto, se estará siempre en riesgo de continuar con medidas unilaterales o
conflictos internacionales cuya solución dependa sólo de simples conversa-
ciones entre Presidentes o Ministros y de ser así, se vería truncanda una inte-
gración sudamericana que brinde autonomía y libertad para el desarrollo
de políticas y economías que respondan a los intereses de sus habitantes.

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191

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PRESENTE Y FUTURO DE LAS FUERZAS ARMADAS (REFLEXIONES SOBRE
POLÍTICA DE DEFENSA E INSTRUMENTO MILITAR EN EL HEMISFERIO)

Marcos Pablo Moloeznik

El presente escrito persigue dar cuenta de la situación que, en el hemisferio,


guardan la defensa nacional y su brazo armado por excelencia, las fuerzas
armadas, así como tratar de identificar tendencias y perspectivas a futuro.
Con este fin, se abordan aquellos casos nacionales que, por su naturaleza
y procesos de reforma y modernización, constituyen modelos que ilustran
sobre las transformaciones de la política sectorial de defensa y su respec-
tivo instituto armado en la región.
Para ello, el trabajo se encuentra divido en tres grandes bloques, a saber:
en el primero, se discuten conceptos básicos en la materia; en el segundo
se desarrollan cuatro casos seleccionados; para concluir, finalmente, a la
luz de los contenidos desarrollados.

I - CONCEPTOS FUNDAMENTALES
De esta manera, conviene introducir términos y concepciones que permitan
una mayor comprensión sobre el fenómeno de la militarización en América.
En primer lugar, por su importancia y el peso del pasado histórico, vale la
pena centrarse en la Seguridad Nacional, que se define -de acuerdo con
la Organización de Naciones Unidas (ONU)- como la situación en la que
un Estado se considera resguardado contra agresiones militares, presiones
políticas o coerciones económicas significativas, obteniendo con ello liber-
tad de acción para proseguir con su propio desarrollo y progreso;86 Dicho
en otras palabras, es aquella que tiene por objeto la preservación de los
intereses vitales de la Nación, es decir, aquellos que se encuentran consa-
grados en la Constitución o Ley Suprema.

86
ONU, Informe del Secretario General, Concepts of Security, New York, 1986, página 2.

192

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Por lo tanto, la seguridad de la nación es sinónimo de vigencia y fortaleci-
miento del proyecto de nación frente a las amenazas, “...ya sean de origen
estructuralmente externo o consecuencia de vulnerabilidades internas”;87
y, definir un asunto como de seguridad nacional, significa elevar su impor-
tancia relativa en la agenda de un país, incrementar la asignación de recur-
sos y aumentar tanto los riesgos como los costos que se está dispuesto a
asumir para garantizar su permanencia.
De ahí que, siguiendo a Javier A. Elguea, “...sólo aquellos intereses nacio-
nales prioritarios que representan una amenaza para la sobrevivencia de
la nación y en los que el recurso a la fuerza armada y a la violencia están
comprometidos, son verdaderos intereses de seguridad nacional.”88
Mientras que a la Defensa Nacional, se la concibe como un servicio prima-
rio a cargo del Estado; esto es, una obligación indelegable del Estado que
-siguiendo la terminología básica de la Escuela de Defensa Nacional de
Argentina-, como expresión concreta del pensamiento estratégico-nacio-
nal y conjunto de medidas que el Estado adopta, busca garantizar la Segu-
ridad Nacional.

TENDENCIAS MUNDIALES
Ahora bien, si la concepción de seguridad nacional parte de lo que se per-
cibe y define como amenaza al propio desarrollo y desenvolvimiento del
país, no es menos cierto que a partir de 1989-90 se viene reconociendo que
las amenazas a la seguridad nacional pueden y suelen originarse en even-
tos ajenos a la dimensión militar.
De esta manera, desde hace ya poco más de una década, se considera que
las grandes amenazas del siglo XXI no son de carácter militar: la pobreza,
los movimientos migratorios, la destrucción del medio ambiente, la pér-
dida de competitividad económica, el fenómeno del terrorismo, los proble-

87
Luis Herrera-Lasso M. y Guadalupe González G., “Balance y perspectivas en el uso del
concepto de la seguridad nacional en el caso de México”; en, Sergio Aguayo Quezada y
Bruce Michael Bagley <compiladores>, “En busca de la seguridad perdida” (Aproxima-
ciones a la Seguridad Nacional Mexicana), Siglo Veintiuno Editores, México, 1990, página
395.
88
Javier A. Elguea, “Seguridad Internacional y Desarrollo Nacional”; en, Ibidem, página
82; este experto insiste en que, “...son sólo aquellos problemas de desarrollo que compro-
meten la paz y la estabilidad los que deben ser considerados como problemas de seguri-
dad”.

193

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mas sociales, el crimen organizado y el narcotráfico, requieren respuestas
no tradicionales.

EJEMPLOS DE AMENAZAS A LA SEGURIDAD NACIONAL


 contaminación del ambiente
 agotamiento de los recursos naturales
 desastres naturales y socio-organizativos
 deterioro económico
 deuda externa
 atraso tecnológico
 inestabilidad política
 corrupción
 incapacidad de gobernar
 rezagos sociales acumulados
 autoritarismo y represión
 violación de los derechos humanos
 narcotráfico
 terrorismo
 fundamentalismo religioso
 movimientos de capital especulativo
 guerra comercial

Además, las amenazas surgen, no tanto de acciones políticas, económicas


y militares de terceros Estados, sino de poderosas fuerzas transnacionales
que rebasan la capacidad de control de cualquier Estado: “...lo que podría
resultar el mayor cambio en los asuntos mundiales desde el nacimiento de
la nación-Estado: el advenimiento de los gladiadores mundiales.”89

89
Alvin Toffler, “El cambio del poder” <Conocimientos, bienestar y violencia en el umbral
del siglo XXI>, Plaza y Janes Editores, Barcelona, 1990, página 524; y continúa afirmando
de lo que se trata: “Un nuevo grupo de buscadores de poder ha irrumpido en el escenario
mundial y se ha apoderado de fragmentos considerables de la fuerza que otrora contro-
laban exclusivamente las naciones.”

194

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En tanto que el Poder Militar constituye uno de los componentes del Poder
Nacional, diferenciándose del resto en que es un poder armado que se
encuentra institucionalizado; es decir, que está sujeto a normas estable-
cidas por una sociedad que le fija una función permanente, misiones a
cumplir, un sistema de autoridad, subordinación y disciplina, una organi-
zación, dotaciones materiales y un sistema de reclutamiento, entre otros
aspectos.
Cabe destacar que el empleo de las fuerzas armadas o instrumento militar
debe ser el último recurso a la fuerza del Estado, y sólo en caso de agresión
de terceros sujetos (derecho a la legítima defensa, Artículo 51 de la Carta
de la ONU); seguridad colectiva (por resolución del Consejo de Seguridad
de la ONU); o, excepcionalmente, cuando el resto de los instrumentos coer-
citivos del estado sean rebasados y se ponga en entredicho la existencia
misma del Estado-Nación.
Incluso, vale la pena preguntarse si es posible medir el Poder Militar de
las naciones; y, en ese sentido, el especialista Michael I. Handel responde
afirmativamente, ya que el mismo es el resultado de multiplicar los facto-
res cuantitativos por los factores cualitativos que, sumado a la evaluación
de las hipótesis de guerra (amenazas más probables que enfrenta todo
Estado), terminan por perfilar una determinada composición de fuerza
militar.

CUADRO 1 - PODER MILITAR

COMPONENTES CUANTITATIVOS COMPONENTES CUALITATIVOS

1. Fuerza, Tamaño y Estructura 1. Doctrinas tácticas y estratégicas


2. Sistema de Armas 2. Entrenamiento y preparación
3. Movilidad 3. Moral
4. Logística 4. Liderazgo, mando y control militar
5. Industria y Tecnología 5. Voluntad nacional y cohesión social
6. Alcance estratégico y sustentabilidad 6. Alianzas
7. Dirigencia nacional y naturaleza del pro-
ceso político

Fuente: Gabriel Marcella, “Guerreros en tiempos de paz: misiones futuras de las fuerzas armadas lati-
noamericanas, un ensayo exploratorio”; en, Organización de Naciones Unidas (ONU), Centro Regional
de la ONU para la Paz, el Desarme y el Desarrollo en América Latina y el Caribe, Lima, 1994.

195

LibrosEnRed
Por otra parte, de conformidad con el pensamiento estratégico-militar,
tanto en su vertiente oriental como occidental, el factor humano es el
decisivo en todo conflicto bélico. Y a la luz de las nuevas tecnologías y la
creciente sofisticación de los sistemas de armas, como lógico corolario se
demanda personal cada vez más cualificado y especializado, que responda
al grado de complejidad resultante; motivo por el cual, la tendencia domi-
nante es la profesionalización en detrimento del reclutamiento obligato-
rio.
Adicionalmente, se debe saber que el empleo del Poder Militar reviste
diversas formas o estadios de intensidad que van desde el simple acto de
presencia militar hasta la “política con derramamiento de sangre”, en tér-
minos de Karl von Clausewitz.

CUADRO 2 - INTENSIDAD EN EL EMPLEO DEL PODER MILITAR

1. Acto de Presencia Militar


2. Demostración de Poder Militar
3. Operaciones Especiales
4. Cuarentena
5. Bloqueo
6. Operaciones de combate

Fuente: The Joint Staff Officer’s Guide, Government Printing Office, Washington D.C., 1988, con modi-
ficaciones y adaptaciones propias.

Significado
1 y 2 - pretenden disuadir o presionar a un probable enemigo, aunque en 2
se busca generar una amenaza.
3 - incluye sabotaje, operaciones encubiertas y psicológicas, guerra no con-
vencional y conflicto de baja intensidad (que responde a las siglas LIC en
inglés).
4 - implica el establecimiento de un cordón sanitario de carácter selectivo;
es decir, utilizar sanciones económicas sin declarar la guerra.
5 - persigue eliminar totalmente las comunicaciones y el comercio para
aislar a la región del resto del mundo; este estadio se considera un acto de
guerra en el ámbito internacional.

196

LibrosEnRed
6 - emplea, como ultima ratio y agotando otras instancias, la fuerza sobre
el enemigo para derrotarlo o, para ejercer el derecho a la legítima defensa,
en caso de agresión, e impedirle la victoria.
Tampoco debe soslayarse que, tanto la concepción estratégica-nacional
como la planeación de la seguridad y defensa nacionales y el empleo del
poder militar, deben sustentarse en inteligencia confiable y oportuna; por
lo que la misión que se confía a la inteligencia es la de reunir información
y procesarla para anticipar o explicar la magnitud, las características y el
origen de las amenazas a la nación, coadyuvando al proceso de toma de
decisiones gubernamental.
Dicho en otras palabras, todo proceso de toma de decisiones -incluyendo
el uso de la fuerza- debe contar con inteligencia confiable y oportuna para
ver garantizado su éxito, ya que “...la información anticipada sobre la dis-
posición de las tropas enemigas y su poder de fuego constituye evidente-
mente un factor clave para lograr la victoria, siempre que se la analice y
difunda correctamente...”90
Recapitulando, todo estado soberano cuenta con un componente militar
para la defensa y seguridad nacionales, cuyo desarrollo se encuentra en
gran medida condicionado por aspectos tales como: los objetivos naciona-
les, la percepción de la amenaza, el proceso de captación y apreciación de
información y los recursos disponibles, entre otros.

II - REFLEXIONES SOBRE POLÍTICA DE DEFENSA


E INSTRUMENTO MILITAR EN EL HEMISFERIO

Estos conceptos básicos de carácter universal, presentan en cada país sus


propias especificidades, y a tal efecto se analizan los siguientes cuatro casos
nacionales:

2.1. ARGENTINA
Resulta por demás interesante abrevar en la política exterior argentina,
diseñada y ejecutada durante la gestión encabezada por Carlos Menem,

90
Dan Raviv y Yossi Melman, “Todo espía un elegido” <La verdadera historia de los ser-
vicios de inteligencia israelíes, sus aciertos y fracasos, sus orgullos y vergüenzas>, Planeta,
Buenos Aires, 1991, página 427.

197

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para entender la agenda estratégico-militar de ese país de 1989 a 1999,
inclusive; puesto que la política hacia terceros estados llega a condicionar
a la política militar del Estado argentino. En otras palabras, las armas de la
política (en este caso en su dimensión externa) sustituyen a la política de
las armas que pasa a subordinarse a aquella.
Así lo reconoce, entre otros, el entonces Jefe del Estado Mayor General del
Ejército, Teniente General Martín Antonio Balza, en un Mensaje dirigido a
los efectivos militares de su país:91
“Las Fuerzas Armadas en general y el Ejército en particular, adquieren la
dimensión de un sólido y eficaz componente de la Política exterior del
Estado, colaborando en el cumplimiento de los compromisos internacio-
nales”

2.1.1. PRINCIPIOS QUE INSPIRAN LA NUEVA POLÍTICA EXTERIOR ARGENTINA


La agenda y el funcionamiento real de la política exterior Argentina de
nuevo cuño, parten de los siguientes fundamentos:
- Establece como interés nacional el desarrollo económico y social.
- Privilegia una visión y una racionalidad ciudadano-céntrica en detri-
mento de la perspectiva Estado-céntrica.
- Jerarquiza a la baja política de los asuntos económicos y sociales.
- Concibe a la Política Exterior como una herramienta, cuya principal
función reside en facilitar el desarrollo y el bienestar general de la
población.
- Define a la autonomía en términos de los costos de usar la libertad de
elección o de maniobra que cualquier Estado mediano tiene en forma
casi ilimitada.
- Considera que, en la medida en que se obtenga crecimiento y desa-
rrollo (elevando niveles de vida de la población), se estará frente a un
escenario de “inversión de soberanía”, ya que es el desarrollo el que
genera autonomía. Por lo que la Política Exterior debe contribuir a
minimizar costos y riesgos. Asimismo, se deben evitar confrontaciones
que supongan “erogación de soberanía”.

91
Servicio Histórico del Ejército, “El Ejército Argentino y las Operaciones de Manteni-
miento de la Paz”, Suplemento de la Revista del Suboficial, Nº 612, Buenos Aires, Mayo-
Junio de 1994.

198

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- Supone que la fuerza militar, generalmente, ya no es un instrumento
usable y efectivo de la política exterior.
- Promueve la cooperación en aquellos asuntos que no sean vitales para
los intereses nacionales (de carácter material).
- Acepta que se ha incrementado la dependencia de Argentina con res-
pecto al resto del mundo, y que ha disminuido la de éste frente a la
Argentina.
- Reconoce, por un lado, que son los círculos de los poderosos lo que
realmente cuentan; y, por el otro, que Estados Unidos constituye el
condicionante externo individual más importante de América Latina; a
la sazón, como potencia hegemónica regional.
Para definir la piedra filosofal, cuerpo teórico y de pensamiento que cons-
tituyen la base de la Política Exterior Argentina de nuevo cuño, debe nece-
sariamente hacerse referencia al tratadista Carlos Escudé, quien desarrolla
la teoría del “Realismo Periférico”; mismo que prioriza el desarrollo, el
poder económico, y se presenta como la antítesis de la lógica de la segu-
ridad y la obsesión por el conflicto bélico, característica de la denominada
alta política de la seguridad militar.92
A partir del “Realismo de los países débiles” definido por Escudé, se deriva
una Política Exterior novedosa que, a partir de las Administraciones de
Carlos Saúl Menem, y bajo una línea coherente, busca insertar a la Repú-
blica Argentina en la dinámica internacional, poniendo al Estado bajo el
paragüas de Estados Unidos y las potencias occidentales.

2.1.2. DISEÑO E IMPLEMENTACIÓN DE LA POLÍTICA EXTERIOR MENEMISTA


En cuanto a los alcances de la misma destacan:93
- Las políticas de plegarse a (bandwagon with) Estados Unidos y al Con-
sejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU), repre-
sentan un gesto de consentimiento calculado frente a las necesidades
políticas de la Superpotencia y otros centros de poder occidentales, en
los que los intereses materiales de Argentina no se ponen en peligro.

92
Carlos Escudé, “Realismo Periférico” (Fundamentos para la Nueva Política Exterior
Argentina), Planeta, Colección Política y Sociedad, Buenos Aires, 1992.
93
Carlos Escudé, “El Realismo de los Estados Débiles” (La Política Exterior del Primer
Gobierno Menem frente a la Teoría de las Relaciones Internacionales), Grupo Editorial
Latinoamericano, Buenos Aires, 1995.

199

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- La Política Exterior Argentina busca sumarse a las del mundo desarro-
llado, evitando la confrontación estéril que sólo supone costos y, por
ende, “erogación de soberanía”. Por lo tanto, las acciones de Argentina
en el concierto de las naciones tratan de generar confianza en el país.
- Tratándose de las relaciones bilaterales Argentina-Estados Unidos, el
ex canciller argentino Di Tella, las define como “relaciones carnales”
con esa potencia.
- Con respecto a Malvinas, “...una acción múltiple: diplomacia bilateral,
acercamiento a los isleños, acción en los organismos y foros interna-
cionales, fortalecimiento de las instituciones y de la economía argen-
tina, de su prestigio en el mundo, coincidencias en el plano regional y
buenas alianzas...”

2.1.3. PARTICIPACIÓN DE ARGENTINA EN


OPERACIONES DE MANTENIMIENTO DE LA PAZ

Todo lo cual explica el porqué las Fuerzas Armadas de la Argentina partici-


pan -de 1989 a 1999- activamente en misiones de paz de la ONU, en calidad
de:94
- Organización supervisora de treguas de la ONU en Israel
- Grupo de observadores militares de la ONU en Iraq-Irán
- Operaciones de la ONU en el Congo (Zaire)
- Misión de verificación de la ONU en Angola, desde 1991
- Depliegue del Batallón Ejército Argentino (BEA) en Croacia, desde
1992
- Fuerza de tareas en Chipre, desde 1993
- Compañía de ingenieros en Kuwait, desde 1991
- Componente de la Autoridad Provisional de la ONU en Camboya, desde
1991
- Misión de ONU para el referéndum del Sahara Occidental, desde 1991
- Operación de la ONU en Mozambique, desde 1993

94
Servicio Histórico del Ejército, “El Ejército Argentino y las Operaciones de Mantenimiento
de la Paz”, Suplemento de la Revista del Suboficial, Nº 612, Buenos Aires, Mayo-Junio de
1994; y, Robert Pitta, “Fuerzas de la ONU 1948-1994”, Ediciones del Prado, Madrid, 1995.

200

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Asimismo, a partir de 1993, la presencia de militares argentinos también se
hace sentir en misiones de la Organización de Estados Americanos (OEA)
en Honduras, El Salvador y Nicaragua. A lo que debe sumarse su papel de
aliado en la Guerra del Golfo Pérsico del 17 de enero de 1991 contra Bagdad
y la participación en el bloqueo impuesto a Haití; en ambos casos, con com-
ponentes navales (Armada Argentina).
Todo ello determina que en noviembre de 1997 se lo reconozca como miem-
bro externo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a
iniciativa de Estados Unidos y como reflejo de la recuperación de la con-
fianza por parte de los países desarrollados.
Dicho en otras palabras, se trata de un esfuerzo sistemático de Argentina
por insertarse en el orden mundial de la posguerra fría y alcanzar niveles
de competitividad que le abran las puertas del siglo XXI:95
“El modelo económico que eligió Argentina es la inserción en la economía
mundial, el único camino que puede darle a nuestra gente la posibilidad de
participar en esta explosión de democracia y de continua mejora en calidad
de vida de los pueblos que es característica de estos desafiantes momentos
de la historia que nos está tocando vivir <...> La prima de riesgo-país de las
colocaciones argentinas es la más baja en varias décadas y, en consecuen-
cia, el grado de su calificación para los inversores internacionales también
ha subido auspiciosamente.”

2.1.4. REFORMA MILITAR


La nueva posición de Argentina en el concierto de las naciones se comple-
menta con sendas reformas a la legislación castrense, cuyo principal prota-
gonista es el Poder Legislativo y que se consagra en:

Ley 23.554, de Defensa Nacional


Constituye el marco normativo que establece las bases jurídicas y orgá-
nicas funcionales para la preparación, ejecución y control de la defensa
nacional.
“La defensa nacional es la integración y la acción coordinada de todas las
fuerzas de la nación para la solución de aquellos conflictos que requie-

95
Declaraciones de Carlos Saúl Menem; en, Entrevista Exclusiva de Mario Vázquez Raña al
Presidente Menem <primera parte>, Periódico El Occidental, Guadalajara, México, jueves
21 de agosto de 1997, Sección B, página 8.

201

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ran el empleo de las Fuerzas Armadas, en forma disuasiva o efectiva, para
enfrentar las agresiones de origen externo. Tiene por finalidad garantizar
de modo permanente la soberanía e independencia de la Nación Argen-
tina, su integridad territorial y capacidad de autodeterminación, proteger
la vida y la libertad de sus habitantes”.
Art. 2° de la Ley 23.554 de Defensa Nacional

“La defensa nacional es la integración y la acción coordinada de todas las


fuerzas de la nación para la solución de aquellos conflictos que requieran
el empleo de las Fuerzas Armadas, en forma disuasiva o efectiva, para
enfrentar las agresiones de origen externo. Tiene por finalidad garantizar de
modo permanente la soberanía e independencia de la Nación Argentina, su
integridad territorial y capacidad de autodeterminación, proteger la vida y la
libertad de sus habitantes”.

De esta manera, separa y diferencia defensa nacional de seguridad inte-


rior (Art. 4), que se recoge en su propia Ley 24.059; por lo que la princi-
pal misión de las Fuerzas Armadas (FF.AA.) es la disuasión contra enemigo
exterior, que en el caso de su fuerza terrestre se define así:
Misión Principal del Ejército Argentino

“Disponer en el marco específico y en el de la acción militar conjunta, una


capacidad de disuasión creíble que posibilite desalentar amenazas que
afecten intereses vitales”

En cuanto a las atribuciones de los diferentes componentes del sistema


defensivo, se incluyen las siguientes, consagradas en su Constitución Nacio-
nal:

Poder Legislativo
Cámara de Diputados
Art. 52- A la Cámara de Diputados corresponde exclusivamente
la iniciativa de las leyes sobre contribuciones y reclutamiento de
tropas.
Senado
Art. 61- Autoriza al presidente de la Nación para que declare en
estado de sitio uno o varios puntos de la República en caso de
ataque exterior.

202

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Congreso
Art. 75 - Incisos:
16- Proveer a la seguridad de las fronteras
25- Autorizar al Poder Ejecutivo para declarar la guerra o hacer la
paz
26- Facultar al Poder Ejecutivo para ordenar represalias y establecer
reglamentos para las presas
27- Fijar las fuerzas armadas en tiempo de paz y guerra, y dictar las
normas para su organización y gobierno
28- Permitir la introducción de tropas extranjeras en el territorio de
la Nación, y la salida de fuerzas nacionales fuera de él
29- Declarar en estado de sitio uno o varios puntos de la Nación
en caso de conmoción interior, y aprobar o suspender el estado de
sitio declarado, durante su receso, por el Poder Ejecutivo

-Poder Ejecutivo
Presidente de la República (Art. 99 - Incisos:)
12- Es comandante en jefe de todas las fuerzas armadas de la
Nación
13- Provee los empleos militares de la Nación; con acuerdo del
Senado, en la concesión de los empleos o grados de oficiales
superiores de las fuerzas armadas; y por sí solo en el campo de
batalla
14- Dispone de las fuerzas armadas, y corre con su organización y
distribución según las necesidades de la Nación
15- Declara la guerra y ordena represalias con autorización y
aprobación del Congreso
16- Declara en estado de sitio uno o varios puntos de la Nación,
en caso de ataque exterior y por un tiempo limitado, con acuerdo
del Senado. En caso de conmoción interior sólo tiene esta facultad
cuando el Congreso está en receso, porque es atribución que
corresponde a este cuerpo

La realidad demuestra un incumplimiento de la normativa vigente, por lo


que, sin minimizar la importancia de la ley, se debe reconocer que el dere-

203

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cho es necesario mas no suficiente. Puesto que en lo que a legitimidad se
refiere, se verifica una pérdida de confianza en las instituciones fundamen-
tales de la Nación, aspecto crítico al que el poder político debería hacer
frente si se tiene en cuenta la importancia decisiva de la voluntad nacional
en toda situación conflictiva.

ENCUESTA LATINOBARÓMETRO, EMPRESA MORI, CHILE (RESULTADOS


SELECCIONADOS PARA EL CASO ARGENTINO)

Confianza en las Instituciones: de cada uno de los grupos, instituciones


o personas mencionadas en esta lista, ¿me podría decir cuánto confía en
cada uno de ellos?
Iglesia 64 %
Fuerzas Armadas 37 %
Gobierno 38 %
Policía 36 %
Sistema Judicial 34 %
Congreso 36 %
Partidos Políticos 26 %

Fuente: Marta Lagos, “Actitudes económicas y democracia en Latinoamérica”; en, Revista Este País,
número 70, México, enero de 1997; el subrayado es nuestro.

2.1.5. SEGURIDAD COOPERATIVA


Además, a la luz de la finalidad de la defensa nacional consagrada por la
legislación Argentina vigente, no se avizora con respecto a Brasil amenaza
militar alguna.
La percepción de Argentina es compartida por Brasil; de esta manera, el
entonces presidente Fernando Henrique Cardoso, ordena modificar el dis-
positivo militar el Exército Brasileiro; se trata de un verdadero redespliegue
del III Exército, su componente más importante, de la frontera con Argen-
tina al Amazonas, en forma escalonada, a partir de mediados de 1996. Esto
significa que el centro del dispositivo militar del Brasil se traslada de sur a
norte, con eje en Manaos.
Para el poder político del Brasil, la región amazónica es un gran espacio
vacío, con problemas de injerencia internacional, en especial de organiza-

204

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ciones no gubernamentales (ONG’s); de invasión de tierras y explotación
depredadora; así como de producción y tráfico de estupefacientes. Este
último flagelo es identificado por el gobierno brasileño como una ame-
naza a su Seguridad Nacional.
También a partir de 1996 se desarrollaron maniobras militares combinadas
en territorio argentino y brasileño, respectivamente. Este acontecimiento
inédito es, sin duda, una medida de control y confianza mutuas de gran
trascendencia que podría interpretarse como los primeros pasos para la
búsqueda de una Política de Defensa basada en la Seguridad Coopera-
tiva.
Actualmente, prevalece también la cooperación sobre la confrontación,
dado que se comparten, a nivel planetario, valores comunes en lo que con-
cierne a derechos humanos, la democracia y la asistencia humanitaria; y a
que “...desde el punto de vista de los objetivos de desarrollo que definen
el interés “nacional” de Estados pobres y débiles, un garrote económico es
más de temer que un garrote militar (en tanto es más fácil de aplicar)”96.

En cuanto a la Seguridad Cooperativa, la misma se define como la creación


de un ambiente de seguridad estable y predecible a través de la regulación
mutua de las capacidades militares y los ejercicios operativos que generan,
o pueden generar, desconfianza e incertidumbre.

En cuanto a la Seguridad Cooperativa, la misma se define como la creación


de un ambiente de seguridad estable y predecible a través de la regulación
mutua de las capacidades militares y los ejercicios operativos que generan,
o pueden generar, desconfianza e incertidumbre.
A lo que se suma el hecho de que la economía y el clima político se encuen-
tran inextricablemente unidos, puesto que el comercio, las inversiones, la
creación de fuentes permanentes de empleo, los flujos financieros, tecno-
lógicos y de conocimientos dependen hoy de esta última variable. Por ello,
quien carece de credibilidad y confiabilidad no tiene acceso a los recursos
necesarios para el desarrollo. Esto explica el papel estratégico de la con-
fianza en la conducta exterior de las naciones, de la credibilidad de los
propósitos e intenciones pacíficas y de su consistencia; lo que, a su vez,
contribuye a minimizar la importancia del poder militar.

96
Carlos Escudé, “El Realismo de los Estados Débiles” (La Política Exterior del Primer
Gobierno Menem frente a la Teoría de las Relaciones Internacionales), Grupo Editorial
Latinoamericano, Buenos Aires, 1995, página 185.

205

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Compromisos internacionales: la transnacionalización de las amenazas
obliga a la génesis y desarrollo de alianzas estratégicas en las que las ins-
tituciones militares de países vecinos deberán acostumbrarse a trabajar en
forma combinada si se desea enfrentar con éxito las amenazas de nuevo
cuño a la seguridad compartidas por ambos.
El entonces titular del Poder Ejecutivo Nacional así lo entiende, al recono-
cer que:97
“...lamentablemente no desaparecerán las posibilidades de conflictos y
choques en muchos lugares, ni será fácil ni rápida la lucha para erradicar
al violencia que generan los fundamentalismos de todo signo, y estos
terribles azotes contemporáneos que significan el terrorismo y el narco-
tráfico internacional.”

Política de Defensa: por ser concebida como una política de Estado, su


facultad inteligente es el Proyecto de Nación que establece las bases y el
desarrollo de la misma. De esta manera, a partir del 8 de julio de 1989, con
la asunción de Carlos Saúl Menem a la primera magistratura en Argentina,
se delinea un Proyecto Nacional acorde con los nuevos tiempos que persi-
gue, ante todo, la inserción del país en la economía mundial así como la
recuperación de una imagen internacional de país confiable.
En tanto que, para su cabal cumplimiento, se opta por un modelo de
desarrollo basado en el libre comercio y en la internacionalización de la
economía como medios para generar riqueza, aumentar la productividad/
competitividad y mejorar así el nivel de vida de la población. Con lo que se
privilegia una reforma económica, encaminada a la apertura de los mer-
cados, a la competencia nacional e internacional, a la desregulación de
amplios sectores de la economía, a la privatización de las empresas públi-
cas, y al saneamiento de las finanzas públicas, fundamentalmente.
De esta forma, esa política de Estado -que trasciende a los gobiernos en
turno- que es la Defensa Nacional es relegada en la agenda pública al no
definirse como prioritaria.

2.2. CHILE
La República de Chile es uno de los países del subcontinente latinoame-
ricano más militarizados, tanto si se lo mide por gasto militar per cápita

97
Declaraciones del Presidente Carlos Saúl Menem; en, Entrevista exclusiva de Mario Váz-
quez Raña a Carlos Saúl Menem, Periódico El Occidental, Guadalajara, México, viernes 22
de agosto de 1997, Sección B, página 4.

206

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como si se considera el número de efectivos de las Fuerzas Armadas por
cada mil habitantes.

2.2.1. PERCEPCIÓN DE LA SITUACIÓN MUNDIAL


- En el continente americano existen una decena de conflictos potencia-
les con diversos grados de peligrosidad y emergencia
- No hay desarrollo autárquico posible; motivo por el cual, los países
están destinados a ser actores de procesos de integración
- Se internacionalizan determinados problemas domésticos (vg. droga,
contaminación)
- La agenda internacional es cada vez más compleja, diversificada e
interdependiente
- Una nueva dimensión para abordar el problema de la paz y de la
guerra comienza a abrirse paso en el foro internacional y Chile está
adquiriendo responsabilidades de protagonista efectivo en el mundo
y, particularmente, en el hemisferio americano.

2.2.2. CARACTERÍSTICAS DE LA POLÍTICA DE DEFENSA


Es explícita, pública -Libro Blanco de Defensa-, para generar confianza en
el contexto mundial, a través de:
- Transparencia de los intereses nacionales
- Adscripción a la diplomacia preventiva de la Organización de Naciones
Unidas (ONU)
- Participación selectiva en misiones de paz
- Ratificación de tratados de limitación de armamentos
- Protagonismo en esquemas de Seguridad Regional, garantizando la
paz y la estabilidad
- Medidas de confianza mutua regional, mediante acuerdos bilatera-
les o multilaterales, con el objeto de crear un sistema de seguridad.
Dicho en otras palabras, busca configurar una política de defensa que
corresponda a la cooperación con otros países latinoamericanos, así
como tener un sistema de seguridad que responda a las demandas
del ámbito internacional. En el marco de esta política, se definen los
aspectos político, social, económico, institucional y militar.

207

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El propósito principal de la política de defensa nacional en Chile radica en
establecer una óptima relación entre los intereses y los objetivos naciona-
les, y las políticas que orientan y regulan las actividades de las instituciones
de defensa.

2.2.3. POSTULADOS DE LA POLÍTICA DE DEFENSA


La Seguridad Nacional descansa sobre tres pilares que deben estar perfec-
tamente interrelacionados: desarrollo económico, relaciones exteriores y
defensa nacional.
La concepción política de esta última se basa en la activa participación de
todos los integrantes del sistema de defensa, donde las Fuerzas Armadas
cumplan un rol preponderante y exista un real compromiso de toda la ciu-
dadanía; y, una vez adoptada la política, se impone la lealtad militar en su
cumplimiento.
A la defensa nacional se la concibe como una función global y permanente:
global, porque compromete a todas las expresiones del Poder Nacional
y articula su contribución; permanente, porque contempla el impacto en
los ámbitos interno y externo, para coadyuvar a la Política Exterior, como
recurso para enfrentar la agresión; al mismo tiempo, debe ser armonioso
con el desarrollo del país y flexible para responder a la evolución de las
ideas y de la tecnología. En otras palabras, la defensa nacional se erige en
una política de Estado de carácter suprapartidario.
En el ámbito internacional, bajo el mandato del presidente Frei, se estable-
cieron los siguientes objetivos específicos:
 Diplomacia preventiva
 Colaboración con la ONU en el mantenimiento de la paz
 Reformas al Consejo de Seguridad de la ONU
 Convenciones internacionales de limitación y/o regulación de deter-
minados armamentos
 Fomentar medidas de confianza mutua en la región.

Cabe destacar que Chile es el único país de América Latina en el que las
fuerzas policiales dependen del Ministerio de Defensa Nacional (Artículo
90 de la Constitución de Chile). Se trata del cuerpo de carabineros, conce-
bidos a partir de una unidad de doctrina de carácter nacional y compues-
tos por personal de carrera no deliberantes, altamente profesionalizados,

208

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tecnificados y evolutivos. Por mandato constitucional, brinda seguridad a
la comunidad en todo el territorio nacional.

2.2.4. MODERNIZACIÓN DEL INSTRUMENTO MILITAR


Necesidad de mantener Fuerzas Armadas (FF.AA.) eficientes, listas para
cuando la consecución de los objetivos nacionales requieran su empleo, en
particular para la atención de posibles conflictos resultantes de la superposi-
ción de objetivos en el área geográfica. Por lo tanto, los objetivos primordia-
les de la fuerza militar son fundamentalmente: defensa y disuasión y control
y presencia en espacios propios (consolidar e integrar fronteras interiores).
El Plan Alcázar persigue desarrollar FF.AA. modernas que reúnan las
siguientes características:
 Altamente profesionales
 Potentes
 Flexibles
 Eficientes
 Capacidad efectiva de disuasión de toda amenaza externa
 Establecimiento de una relación adecuada y coherente entre las polí-
ticas de defensa y la política exterior
 Claros criterios en materia de política de personal, operaciones, apro-
visionamiento y gasto militar
 Mejoramiento y estandarización de los sistemas de armas y sensores
 Alerta temprana
 Asuntos aeroespaciales (desarrollo de satélites artificiales)

2.3. ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMÉRICA


Como superpotencia o superpoder, la Unión Americana tiene intereses
mundiales. Desde el punto de vista estratégico-militar los internacionalistas
hablan del “momento unipolar”, para dar cuenta del triunfo de Occidente,
bajo el liderazgo de los Estados Unidos (EE.UU.). Por lo mismo, tienen un
diseño militar a escala planetaria y cuentan con fuerzas de despliegue
rápido para intervenir en diferentes teatros de operaciones y constituye el
único actor internacional con la capacidad de librar dos guerras simultá-
neamente.

209

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2.3.1. CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DE LA NUEVA
“ESTRATEGIA DE SEGURIDAD NACIONAL”
La protección de la seguridad de los Estados Unidos, su pueblo, su terri-
torio y el “american way of life” (la fe en la libertad, la convicción en las
bondades del gobierno limitado, el libre mercado y la autosuficiencia indi-
vidual y la preservación de sus valores fundamentales), es la misión más
prioritaria que establece la Constitución y que se autoimpone la actual
Administración.
La Estrategia de Seguridad Nacional combina los poderes político, econó-
mico y psico-social, conjuntamente con las Fuerzas Armadas (poder mili-
tar), para proteger la seguridad de la Nación.
En tanto los imperativos de la Seguridad Nacional, ante la desaparición de
la amenaza comunista, son entre otros:
 Terrorismo
 Crimen Transnacional Organizado
 Conflictos Etnicos
 Proliferación de Armas de Destrucción Masiva (ADM)
 Degradación Ambiental a larga escala
 Rápido crecimiento de la población mundial (movimientos migrato-
rios Sur-Norte)

2.3.2. EL PAPEL DEL CONGRESO EN LA UNIÓN AMERICANA


La Constitución otorga amplias facultades al Congreso en asuntos de seguri-
dad nacional: declarar la guerra, expedir cartas de marca y represalia, reclu-
tar un ejército, proveer y sostener una armada, regular las fuerzas de tierra
y mar, imponer gravámenes y gastos para la defensa común, entre otras.
De hecho, a diferencia de los países latinoamericanos, el Poder Legislativo
tiene una activa intervención en la determinación de la política de defensa.
La participación legislativa en la política de defensa es, pues, una realidad.
Y, de acuerdo a Barry M. Blechman, “está en la mejor posición para garan-
tizar que exista cierta conformidad entre las expectativas públicas y las
acciones del gobierno”, por ser el poder gubernamental que se relaciona
más directamente con la opinión pública.
La tradición histórica estadounidense demuestra la importancia que el
Congreso tiene en lo que a aspectos de la seguridad nacional se refiere,

210

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respondiendo a las inquietudes y sentir nacional y, de ser necesario, obli-
gando al Poder Ejecutivo a cambiar de rumbo.

2.3.3. IMPACTO DEL “NUEVO ORDEN MUNDIAL”


EN EL INSTRUMENTO MILITAR DE LOS ESTADOS UNIDOS

Debido al colapso y desmembramiento de la Unión Soviética y a la emer-


gencia de la Federación Rusa; esto es, a la virtual desaparición de una
superpotencia que compita por la hegemonía mundial con los EEUU, este
último reduce el número de efectivos bajo las armas.
Además, destacan dos lecciones de la experiencia del pasado histórico asi-
miladas e incorporadas a la política de la defensa de los EE.UU., a saber:
 Que los llamados conflictos de baja intensidad se libran fundamental-
mente en el plano político y no en el militar.

CUADRO 3 - THE TRANSFORMATION OF “LOW INTENSITY”


CONFLICT (CONFLICTOS DE BAJA INTENSIDAD)

LIC: ACTIVIDADES POLÍTICO-MILITARES MENOS INTENSAS QUE LAS GUERRAS LIMITADAS


CONVENCIONALES (VG. ANTI-INSURGENCIA, ANTI-TERRORISMO, OPERACIONES DE PAZ)

Enseñanzas de Low Intensity Conflicts (definidos como guerra


total a nivel de base):
a. Se privilegió la guerra convencional contra enemigos que libra-
ban guerras irregulares
b. Este tipo de conflictos deben ser encarados como guerras de
carácter político, y no militar (cuya importancia es secundaria)

Fuente: Alan Stephens, “The Transformation of Low Intensity Conflict”; en Revista Small Wars & Insur-
gencies, Vol. 5, Nº 2, London, Autumn 1994.

Por tanto, tratándose de enfrentamientos entre dos proyectos opuestos, el


uso del poder militar será la ultima ratio (a través de fuerzas de despliegue
rápido)

Situación Actual
- Las Fuerzas Armadas del mundo desarrollado disfrutan de una subs-
tancial ventaja tecnológica sobre las potencias oponentes

211

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- Las bajas constituyen el nuevo centro de gravedad (minimizarlas) - vg.
Beirut, 1983

Significado
- Redefinición del pensamiento estratégico, que puede sintetizarse en
ganar conflictos de manera rápida y definitiva.
- Para asegurar el éxito del uso de la fuerza, se debe contar con el con-
senso popular; esto significa que apelar al poder militar dependerá del
cumplimiento de las seis condiciones enunciadas, hace casi dos déda-
das, por el entonces Secretario de Defensa Caspar Weinberger.

CUADRO 4 - DOCTRINA WEINBERGER - 1984

Condiciones para recurrir a la fuerza

1. Que el tema sea vital a los intereses nacionales


2. Que haya una clara intención de ganar
3. Que haya objetivos políticos y militares claramente definidos
4. Que haya una reevaluación continua de la relación entre los objetivos políticos y las
fuerzas empleadas, y se hagan los ajustes necesarios
5. Que el esfuerzo tenga el respaldo del pueblo y el Congreso de los Estados Unidos
6. Que sea el último recurso cuando hayan fallado las medidas diplomáticas

Fuente: Caspar Weinberger, “The Uses of Military Power”, Defense ‘85, Armed Forces Information Ser-
vice, Arlington, Virginia, January 1985.

2.3.4. ASPECTOS CLAVE DE LA ESTRATEGIA DE


SEGURIDAD NACIONAL (20 DE SEPTIEMBRE DE 2002)98
 Promulga la acción militar preventiva contra estados hostiles y grupos
terroristas, en particular que posean o intenten desarrollar ADM, bajo
la idea-fuerza de actuar contra estas amenazas en ciernes antes de
concretarse.

98
Departamento de Estado de Estados Unidos, “Agenda de la Política Exterior de los Esta-
dos Unidos de América”, Periódico Electrónico del Departamento de Estado de Estados
Unidos, Volumen 7, Número 4, “Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos”
(Una nueva era), Washington, D.C., diciembre de 2002.

212

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 Declara que no se dejará disputar su poderío militar preponderante
en el orbe, lo que refleja claramente la voluntad de mantener la
supremacía militar mundial.
 Expresa su compromiso con la cooperación multilateral internacional,
aunque establece: “no dudaremos en actuar solos, en caso necesa-
rio", para defender sus intereses y seguridad nacionales.
 Proclama objetivo de extensión de la democracia y los derechos huma-
nos

2.4. MÉXICO
El caso mexicano puede considerarse atípico, a la luz de la subordinación
de sus Fuerzas Armadas a los dictados del poder político, así como de los
altos índices de aceptación y confianza social.99
Probablemente, esto resida tanto en el marco normativo como en la propia
realidad mexicana, de donde destacan:
 La Fracción VI del Artículo 89 de la Ley Fundamental que le confiere
al Presidente de la República la facultad de disponer de las fuerzas
armadas para la seguridad interior y la defensa exterior de la Federa-
ción. Este mandato constitucional es recogido por el Artículo 1 de la
Ley Orgánica del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos,100 que enumera
las siguientes misiones de las fuerzas armadas:
I. Defender la integridad, la independencia y la soberanía de la
nación;
II. Garantizar la seguridad interior;
III. Auxiliar a la población civil en casos de necesidades públicas;
IV. Realizar acciones cívicas y obras sociales que tiendan al progreso
del país; y,
V. En caso de desastre prestar ayuda para el mantenimiento del
orden, auxilio de las personas y sus bienes y la reconstrucción de las
zonas afectadas.

99
Ver, por ejemplo, Encuesta Mundial de Valores que para el caso México reporta poco
más del 50% de confianza de la población en el Ejército; en, Periódico Reforma, México,
9 de mayo de 2000.
100
Diario Oficial de la Federación, México, 26 de diciembre de 1986; el subrayado es nues-
tro.

213

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Asimismo, la planeación militar en México se deriva de estas misiones:
los planes DN-II y DN-III se llevan a cabo y se actualizan constantemente
en respuesta a la seguridad interior y a los casos de desastre, respectiva-
mente.
 La Ley General que Establece las Bases de Coordinación del Sistema
Nacional de Seguridad Pública,101 en virtud de la cual los titulares de
las Secretarías de la Defensa Nacional y de Marina forman parte del
máximo órgano de coordinación del sistema, el Consejo Nacional de
Seguridad Pública. Esto significa que las fuerzas armadas mexicanas
participan también en funciones que se corresponden con la segu-
ridad pública, ya que en cinco Tesis del Pleno de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación (Tesis XXV/96, XXVII/96, XXVIII/96, XXIX/96
y XXX/96)102 se establece que las tres fuerzas “pueden participar en
acciones civiles a favor de la seguridad pública, en auxilio de las auto-
ridades civiles”.
Esta interpretación de la máxima instancia judicial en México, contrasta
con el Artículo 129 constitucional que a la letra reza:
“En tiempo de paz, ninguna autoridad militar puede ejercer más fun-
ciones que las que tengan exacta conexión con la disciplina militar. Sola-
mente habrá comandancias militares fijas y permanentes en los castillos,
fortalezas y almacenes que dependan inmediatamente del Gobierno de
la Unión; o en los campamentos, cuarteles o depósitos que, fuera de las
poblaciones, estableciere para la estación de las tropas.”

En la praxis, la dirección de los cuerpos de seguridad pública a cargo de


militares y la instrucción a la que la SEDENA viene sometiendo a policías de
diversas corporaciones, ponen de relieve la decisión del mando castrense
de asumir un papel activo en el combate a la delincuencia.
Esto explica que, hasta el momento, tanto el marco normativo como el
propio accionar de las fuerzas armadas mexicanas le permitan, por un lado,
mantener un nivel de confianza ciudadana superior al resto de la adminis-
tración y poderes públicos y, por el otro, no verse obligados a cuestionarse
sobre el futuro de la institución.

Diario Oficial de la Federación, México, 11 de diciembre de 1995.


101

Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena Epoca, Tomo III, México, marzo
102

de 1996.

214

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III - PRESENTE Y FUTURO DE LAS FUERZAS ARMADAS HEMISFÉRICAS
Porque, en general, el contexto latinoamericano se caracteriza por la actual
crisis de identidad en la que se debaten las fuerzas armadas del subconti-
nente;103 situación que responde al cuestionamiento que se hacen los pro-
pios uniformados sobre la razón de ser de las fuerzas armadas en los albores
del tercer milenio: ¿cuáles son las misiones y funciones que justifican la exis-
tencia del instrumento militar en los Estados-Nación de América Latina?
Con el fin de la guerra fría o conflicto Este-Oeste y en el marco de reafir-
mación de los mecanismos de resolución pacífica de las controversias, el
“menú de opciones” para las fuerzas armadas latinoamericanas se reduce
a las siguientes funciones:
 control del orden, la tranquilidad y la paz pública; y actuación cuando
las fuerzas policiales y de seguridad se vean rebasadas por los movi-
mientos sociales contestatarios.
 combate a la producción, tráfico y distribución de drogas, enervantes
y sustancias psicotrópicas; en particular, decomiso y destrucción de
plantíos y drogas.
 guerra contrainsurgente; es decir, neutralizar a aquellos grupos -
urbanos y rurales- que optan por la lucha armada contra el sistema
político.
 formar parte del sistema nacional de protección civil; para prevenir
y enfrentar situaciones de emergencia y desastres naturales y socio-
organizativos.
 llevar a cabo acciones cívicas, tales como campañas de alfabetización,
vacunación, atención médica a grupos marginados, desfiles y actos
de demostración militar durante las fiestas patrias y construcción y
reconstrucción de infraestructura básica como carreteras y puentes,
entre otras.
 velar por la preservación del medio ambiente natural.

103
Coronel (R) Horacio P. Ballester, “¿Existe una crisis de identidad en las actuales fuerzas
armadas latinoamericanas?”; en, Feria Internacional del Libro, “Quinto Encuentro Inte-
gración Latinoamericana: 500”, Colección Ciencias Sociales, Universidad de Guadalajara,
1992, pp. 303-310 y Coronel (R) Horacio P. Ballester, “Proyecciones Geopolíticas hacia el
Tercer Milenio” (El dramático futuro latino americano caribeño), Ediciones Fin de Siglo,
Buenos Aires, 1993; en especial, capítulo 13 “Presente del Pensamiento Militar Latinoame-
ricano Caribeño”, pp. 105-114.

215

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 integrar cuerpos de paz dependientes de las Naciones Unidas (los céle-
bres “cascos azules”) para el mantenimiento, preservación e imposi-
ción de la paz, de acuerdo a lo establecido por las resoluciones del
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
 proporcionar contingentes simbólicos de intervención para participar
en las acciones bélicas generadas por Estados Unidos, como por ejem-
plo la operación “Tormenta del Desierto” (1991), que le confirió un
carácter multinacional a un conflicto bélico bajo el liderazgo y la ini-
ciativa estratégica de aquella superpotencia en la denominada “era
unipolar”.
Por su parte, el caso Estados Unidos merece un tratamiento especial, como
consecuencia de los exitosos ataques terroristas del 11 de septiembre de
2001:
 El éxito de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 se
deben a la situación de autocomplacencia que dominó a la comuni-
dad de inteligencia de los Estados Unidos, como consecuencia del fin
de la guerra fría o conflicto Este-Oeste; dicho en otros términos, la
Unión Americana “se durmió en sus laureles” debido a la firma del
acta de defunción de la Unión Soviética y al colapso del socialismo
real. Y es que las situaciones estáticas o periodos de calma, conducen
invariablemente a una degradación de la capacidad propia o a des-
cuidar la eficiencia del aparato de seguridad-inteligencia. Asimismo,
durante los últimos 10 años las agencias de inteligencia estadouni-
denses apostaron por la plataforma tecnológica en detrimento del
factor humano (humint, en la jerga).
 El riguroso adiestramiento y preparación de los pilotos suicidas, la cui-
dadosa selección de los objetivos, la sorpresa y sincronización de los
ataques y el efecto buscado y obtenido por los terroristas, ponen de
relieve la existencia de un aparato logístico, de inteligencia y planeación
sumamente sofisticado; el cerebro que concibió y ejecutó las operacio-
nes contra el corazón financiero y militar de Estados Unidos probable-
mente calculó con anticipación los efectos económicos y psicológicos
sobre la comunidad norteamericana; previó, asimismo, la reacción de
la conducción político-militar de la superpotencia y sus aliados.
 La naturaleza y magnitud de esta amenaza real a la seguridad nacio-
nal requiere considerar diferentes Teatros de Operaciones, -a cada
uno de los cuales corresponde un tratamiento específico, así como una
férrea disciplina y coordinación política, estratégica y operacional-. Lo
que impone diferenciar, separar y tratar en consecuencia los frentes

216

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externos e internos: tratándose de aquellos, es decir fuera de las fron-
teras nacionales, las operaciones deberían privilegiar el factor militar;
en tanto que, al interior de la Nación, debería ponerse el acento en
acciones de carácter policial, participación y cooperación ciudadanas
e investigación.
 El impacto del fenómeno terrorista sobre la dimensión militar obliga
a repensar la doctrina de la guerra aeroterrestre desarrollada en Esta-
dos Unidos durante la década de los años ochenta y que contempla
un rápido tránsito de la guerra a la paz; es decir, objetivos políticos
claros, uso del poder militar de forma aplastante, implacable y deci-
siva, así como un plan para retirar a las tropas norteamericanas del
campo de batalla, tal como ocurrió durante la guerra del Golfo Pér-
sico en enero de 1991. En palabras del propio presidente de los Esta-
dos Unidos, George Bush, se trata de “...un tipo de guerra distinta. Es
una guerra que llevará un tiempo. Es una guerra que tendrá muchos
frentes”. Porque, incluso, las amenazas vienen dadas no por países,
sino por grupos que han aquilatado suficiente poder, recursos finan-
cieros, e inteligencia y astucia como para diseñar y ejecutar operacio-
nes a escala planetaria.
 Los efectos críticos de los atentados terroristas del 11 de septiembre
se centran en la pérdida del sentimiento de tranquilidad y seguri-
dad que prevalecía entre la población de Estados Unidos y los riesgos
inherentes a una ofensiva terrorista basada en la guerra química y
bacteriológica (como la diseminación de ántrax).

Homeland Security104
De esta forma, el 11 de septiembre de 2001 pone fin a un mito: el de la
inexpugnabilidad del territorio estadounidense y pone al desnudo su vul-
nerabilidad.
La principal enseñanza de los atentados reside en el hecho de que el
actual aparato de seguridad-inteligencia de Estados Unidos no disuade ni
defiende:
 No disuade, ante fanáticos dispuestos a inmolarse;
 No defiende, porque la globalización lo impide: sólo a manera de
ejemplo, en la Unión Americana se verifica un movimiento anual de

Exposición a cargo del profesor John Bailey, Seminario sobre Reforma Policial en las
104

Américas, Georgetown University, Washington, D.C., 31 de marzo de 2003.

217

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200,000 buques con seis millones de containers y 300 millones de per-
sonas.
Lo que tuvo como corolario la emergencia del acontecimiento más impor-
tante desde la guerra fría: el concepto de homeland security.
El mismo borra la frontera entre seguridad interna y externa; es decir, cambia
drásticamente el balance y las relaciones históricas de Estados Unidos
 Durante la guerra fría estuvo vigente el concepto de “National Secu-
rity”, cuyo significado fue: la militarización hacia el exterior, es decir,
desarrollo de una fuerza militar para contener a la Unión Soviética
(disuasión). Además con el fin de la guerra civil desaparece en la con-
cepción estadounidense la noción de enemigo interno.
En otras palabras, existía una clara diferenciación y separación de funcio-
nes policiales (hacia adentro) -”Law & Order”- de las militares, proyección
del poder (hacia fuera); principio de posse comitatus, que oficialmente a
partir de 1878 excluye a las fuerzas armadas de toda operación y funciones
de fronteras hacia adento.
 Actualmente, Estados Unidos se encuentra ante una transformación
radical porque el enemigo está fuera y dentro del territorio nacional,
ante la amenaza real del terrorismo y de las armas de destrucción
masiva (ADM)
Esto obliga a una reintepretación de las fuerzas militares, policiales y de
inteligencia; y tiene como efecto una transformación de los procesos, con
lo que se hace difusa la frontera entre estos tres actores estatales (a los
que, incluso, se otorga poderes extraordinarios).

Como consecuencia:
1) “National Security” comienza a adecuarse a “Domestic Security”
Ejemplo: imperiosa necesidad de recuperar la iniciativa estratégica; con-
cepto de guerra preventiva basado en la idea de que “nuestra mejor
defensa es una buena ofensiva” y cuyo significado es tomar medidas anti-
cipatorias y prevenir.
2) Desarrollo de nuevas doctrinas y transformación de la arquitectura del
aparato estatal.
Ejemplos: USA Patriot Act, con 180 cláusulas y aprobado en menos de un
mes (fines de septiembre a mediados de octubre de 2001) por el 95% de
los congresistas; ordenamiento jurídico que contempla severas sanciones
penales contra el terrorismo.

218

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 Creación del Department of Homeland Security, que integra 22 agen-
cias y 180,000 funcionarios (vg. Migración hasta Departamento del
Tesoro)
 Instalación del North Command el 1° de octubre de 2002, a la sazón
aparato duro de defensa de la patria, con jurisdicción sobre Canadá y
México.
3) A estos cambios intelectuales y organizativos se suman funciones tales
como la protección de fronteras (incluso con militares), así como otras
inéditas del aparato de inteligencia (desaparece frontera entre Domestic y
Foreign Intelligence y se comparte inteligencia entre agencias), que ponen
en cuestión la vigencia de los Derechos Civiles y, por ende, del Estado de
Derecho (ya que se autoriza el acceso a banco de datos, incluyendo records
médicos, vuelos y transacciones económicas, es decir, poderes extraordina-
rios para captar información e intervenir comunicaciones)
Surgen nuevos arreglos en todos los niveles, entre militares, policías y
agencias de inteligencia, que además tienen su impacto sobre la legisla-
ción local (vg. en el marco del federalismo, cada estado de la Unión Ame-
ricana discute y aprueba su propio Patriot Act)
En conclusión, la coyuntura actual se caracteriza por un momento histórico
de cambio de la seguridad nacional de Estados Unidos, de tránsito con un
impacto en la concepción, doctrina, legislación, administración y función
en la materia, cuyos efectos y resultados son difíciles de predecir.

REFLEXIONES FINALES
Los análisis presentados en este trabajo sobre la política de defensa y el
papel de las Fuerzas Armadas en el continente americano, ponen de relieve
que no existen modelos militares “químicamente puros”, adaptables a cual-
quier circunstancia y lugar: antes bien, la génesis y evolución histórica de
los institutos armados, la situación del sistema político que los gobierna, la
capacidad de generación y distribución de riqueza de la sociedad, el pro-
yecto de nación vigente o la ausencia de éste, el contexto internacional
bajo el dominio de los fenómenos globales, la concepción de la seguridad
nacional, las amenazas potenciales y reales identificadas por el poder polí-
tico, así como las hipótesis de conflicto, guerra y confluencia generadas por
este último, determinan y moldean un determinado patrón militar.
Lo que sí se puede afirmar es que existe una correlación directa entre los
nuevos papeles impuestos a los militares y las altas prerrogativas de las que

219

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gozan las Fuerzas Armadas en tanto institución, en aquellos países en los
que se expande su rol; de las que destacan: la coordinación del sistema de
defensa, el control en manos de los propios uniformados, el planeamiento
sectorial, el elevado grado de autonomía en la administración de recursos
y ejercicio del gasto militar, el fuero militar y los tribunales castrenses, la
ausencia de una tradición legislativa en asuntos de la defensa y la discre-
cionalidad en la promoción de oficiales superiores.
Más allá de las especificidades nacionales, se advierten ciertos comunes
denominadores, ciertas tendencias a nivel mundial, que perfilan una nove-
dosa concepción de la Defensa Nacional basada en la selectividad y que,
por ende, abandona la idea-fuerza de la masividad desarrollada a partir
de la Revolución Francesa de 1789 e interpretada magistralmente por Karl
von Clausewitz.
Del análisis de los sistemas de defensa considerados, se pueden extraer,
entonces, valiosas enseñanzas que dan cuenta de un mundo en plena
transformación:
A) Tratándose de Estados Unidos de Norteamérica, su política de defensa:
 Se caracteriza por la coherencia,así como por el apego a las normas
vigentes.
 Se considera que el Sistema Político es el que gobierna y conduce
al subsistema Defensa Nacional, al establecer sus límites y racionali-
dad.
 Se concibe a la Defensa Nacional como una materia vitalmente nece-
saria para el Estado-Nación, de carácter suprapartidario, integral (por
comprometer a todos los componentes del Poder de la Nación) y per-
manente, es decir, política esencial de largo plazo, que trasciende a
los gobiernos de turno.
 Se reconoce la importancia clave de desarrollar un sistema de Inteli-
gencia Estratégica para facilitar el proceso de toma de decisiones al
más alto nivel de conducción política; al tiempo que, generar instan-
cias de Gestión de Crisis, tanto preventiva como resolutiva.
 Se diferencia la Seguridad Interior de la Exterior; y, hasta el momento,
se prohibe a las Fuerzas Armadas participar en misiones y acciones
vinculadas a la seguridad interior.
 Se acepta que el Factor Militar es tan sólo un componente del Poder
Nacional; y, por lo mismo, no puede actuar desvinculado del resto de
los factores, todos los cuales son dirigidos por el Político.

220

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 En el plano estrictamente militar, se recomiendan Directivas de
Defensa Nacional lo bastante claras, como para permitir el planea-
miento militar conjunto, así como su actualización permanente.
B) Al tiempo que conviene aprehender lecciones del nuevo orden/desor-
den mundial
 Las grandes amenazas que se vislumbran, no son de carácter militar:
la pobreza, los movimientos migratorios, la destrucción del medio
ambiente, la pérdida de competitividad económica, el fenómeno del
terrorismo, los problemas sociales, el crimen organizado y el narco-
tráfico, requieren respuestas no militares. De esta forma, los métodos
militares de garantizar la seguridad nacional van cediendo objetiva-
mente ante los métodos políticos, policiales y económicos.
 Actualmente, además, prevalece la cooperación sobre la confronta-
ción, dado que se comparten, a nivel planetario, valores comunes en
lo que concierne a derechos humanos, la democracia y la asistencia
humanitaria; y a que el garrote económico resulta mucho más efec-
tivo que el garrote militar.
 La radical modificación de las percepciones de riesgos y amenazas,
tienen su corolario en los dramáticos reajustes a la baja del gasto mili-
tar. Se verifican, así, drásticas reducciones del presupuesto de Defensa
para destinar los fondos liberados a inversiones productivas y al finan-
ciamiento de programas sociales.
 Sin embargo, la realidad impone la necesidad de que todo país que
se precie de serlo cuente con Poder Militar, porque disponer de sobe-
ranía como sociedad política requiere preservarla frente a un mundo
signado por la incertidumbre, en el que el Derecho Internacional -la
más de las veces- no es acatado.
 El desafío reside, entonces, en lograr mayor grado de eficiencia mili-
tar a menor costo: lo que implica eliminar lo innecesario.
 La centralización del comando, el control, las comunicaciones y los
sistemas computacionales, responden a la naturaleza tridimensional
de la guerra moderna.
 Se pone el acento en la calidad, en particular en los factores cualita-
tivos no materiales del poder militar; esto es, en los recursos humanos;
aunque sin disminuir lo cuantitativo a niveles que puedan esterilizar
lo cualitativo.
 Surgen, así, Fuerzas Armadas de nuevo cuño: más reducidas, altamente
profesionales, flexibles, con elevada movilidad, con mayor poder de

221

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fuego y letalidad. Proceso de modernización militar que alcanza a la
organización, el despliegue, el equipamiento, el adiestramiento y la
movilización.
 Sistemas de armas "inteligentes" y complejos, así como sensores,
exigen personal idóneo, especializado, capaz de dominarlos: de ahí
la virtual desaparición del servicio militar obligatorio y su sustitución
por el voluntario y profesional.
 Los mismos soldados profesionales son los que forman parte de los
contingentes de paz que, selectivamente, los países envían en misio-
nes -más allá de sus fronteras- fijadas por la ONU.
 Los conflictos bélicos que se vislumbran en el futuro, otorgan priori-
dad a las armadas y fuerzas aéreas (carrera espacial), en detrimento
de los ejércitos.
 Sea lo que fuere, el Desarrollo Económico-Social constituye la mejor
garantía para la Seguridad Nacional.
 Aunque se busca en los esquemas de Seguridad Cooperativa la pro-
tección que hoy difícilmente pueda alcanzarse en forma aislada.
Por último, interesa destacar que el doloroso pasado histórico obliga a
estudiar y debatir desde la academia un tema vitalmente necesario para
el hemisferio: las Fuerzas Armadas y el papel de las mismas, en un con-
texto internacional y regional signados por la incertidumbre. De ahí que,
los conceptos y casos presentados en este capítulo, sean concebidos como
elementos esenciales de carácter introductorio, para el desarrollo de discu-
siones sobre el presente y futuro de la política de defensa, en general, y de
los militares, en particular.

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Acerca de los autores

Dr. Jorge Ceja Martínez


E-mail: jcejamtz@yaho.com

Licenciado en Psicología por la Universidad de Guadalajara; Maestro en


Estudios sobre la Región por El Colegio de Jalisco y la Universidad de Gua-
dalajara, y Doctor en Ciencias Sociales por el Centro de Investigaciones y
Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) y la Universidad de
Guadalajara.
Es Investigador Titular de tiempo completo en el Departamento de Estu-
dios Ibéricos y Latinoamericanos (DEILA) de la Universidad de Guadala-
jara, en donde fue jefe de Departamento de 2001 a 2003; es profesor en
el Departamento de Estudios Políticos y de Gobierno de la misma Univer-
sidad.
Cuenta con diversas publicaciones (libros y artículos) sobre los temas de
Globalización, cultura política, democracia, procesos electorales, cons-
trucción de ciudadanía y política social. Su proyecto actual de investi-
gación se enfoca al tema “Actores civiles en red y globalización desde
abajo”.

Dr. Ignacio Medina Núñez


E-mail: nacho@iteso.mx
Es licenciado en Filosofía y Letras, maestro en Sociología por la Universidad
Iberoamericana, y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Gua-
dalajara
Ha sido profesor investigador en el Centro de Investigaciones Superiores del
Instituto Nacional de Antropología e Historia (CIS-INAH), en el Departamento
de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos (DEILA) del Centro Universitario de
Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH) de la Universidad de Guadalajara,

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LibrosEnRed
y en el Departamento de Estudios Sociopolíticos y Jurídicos (SOJ) del Insti-
tuto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO: Universidad
jesuita en Guadalajara, México).
Fue profesor invitado en Georgia State University, en la ciudad de Atlanta,
Ga. (USA) por un año dentro del programa de la fundación Fulbright-García
Robles.
Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) de CONACYT
desde 1990.
Es autor y/o colaborador en 15 libros publicados sobre temas como la
integración latinoamericana y procesos de identidad, democracia y pro-
cesos electorales, procesos políticos en Centroamérica, situación política
del sindicalismo en México, historia política de Jalisco. Es autor de más de
40 artículos publicados en revistas nacionales e internacionales, y partici-
pante como ponente o conferencista en numerosos eventos académicos en
México y en el extranjero.

Dr. Marcos Pablo Moloeznik


E-mail: mmoloeznik@yahoo.es

Profesor-Investigador del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Huma-


nidades (CUCSH) de la Universidad de Guadalajara, México y miembro del
Sistema Nacional de Investigadores (SNI) de CONACYT.
Es politólogo con Maestrías en Administración Pública y Defensa Nacio-
nal por el Instituto Nacional de Administración Pública de España y por la
Escuela de Defensa Nacional de Argentina, con curso de Administración de
Recursos de la Defensa, en el Centro Hemisférico de Estudios de Defensa,
Universidad Nacional de la Defensa, Washington, D.C., Estados Unidos.
Es doctor en Derecho por la Universidad de Alcalá de Henares, España y pro-
fesor de la Escuela de Graduados en Administración y Dirección de Empresas
del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Campus
Guadalajara. Ha sido profesor Huésped de las Universidades de Buenos Aires
y Rosario en Argentina, y de la de Colonia y Libre de Berlín en Alemania.
Es profesor de las Maestrías en Derecho y Ciencias Forenses de la Universi-
dad de Guadalajara y es autor de numerosos artículos y capítulos de libros
sobre seguridad nacional e interior.

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Dr. Jaime Antonio Preciado Coronado
E-mail: japreco@megared.com.mx

Doctor en Estudios Latinoamericanos, por la Universidad de Paris III (Beca-


rio del Gobierno Francés entre 1985 y 1991). Profesor-Investigador del
Departamento de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos (DEILA), de la Uni-
versidad de Guadalajara, en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y
Humanidades (CUCSH). Ha sido profesor huésped en año sabático en el
ITESO: Universidad jesuita en Guadalajara, México. Es miembro del Sistema
Nacional de Investigadores (SNI), nivel II.
Líneas de investigación: Geopolítica de la globalización y democracia en
América, Geografía política y procesos electorales locales en México. Coor-
dinador del equipo internacional de estudios sobre la integración latinoa-
mericana y caribeña (1997-2000). Análisis de políticas sociales y programas
de combate a la pobreza. Es participante del convenio franco-mexicano
ECOS-ANUIES: región y regionalismo en México, entre 1997 y 2000 y entre
2000 y 2004 un nuevo convenio, en torno a políticas sociales y programas
de combate a la pobreza en América Latina.
Es profesor en el Departamento de Estudios Internacionales y miembro
del Colegio Académico del Doctorado en Ciencias Sociales. Ha sido profe-
sor invitado en la Universidad Complutense de Madrid, en la Universidad
Autónoma de Barcelona y en la Universidad de Paris III. Ha sido profesor
de la maestría en Planeación y Desarrollo ofrecida por la Organización de
Estados Americanos, en San José de Costa Rica, en Santiago de Chile y en
Cuernavaca, México.
Entre sus publicaciones tiene cinco libros individuales, ocho compilados,
una treintena de artículos en revistas especializadas y 25 capítulos para
libros colectivos.

Dr. Alberto Rocha Valencia


E-mail: alrova@mail.udg.mx

Tiene estudios de doctorado en Francia y es Profesor Investigador Titu-


lar, en el Departamento de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos (DEILA)
del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH) de la

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LibrosEnRed
Universidad de Guadalajara. Es Investigador Nacional, Nivel II, dentro del
Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Consejo Nacional de Ciencia
y Tecnología (CONACYT) de México.
Sus líneas de Investigación abarcan los siguientes temas: La dimensión
política de los procesos de integración regional y subregional de América
Latina y el Caribe; la dimensión político-institucional del proceso de rees-
tructuración del Sistema Interamericano; las dimensiones políticas de la
globalización, la regionalización supranacional (y las dinámicas continen-
tales), la posnacionalización y la localización.
Tiene numerosas publicaciones como autor individual y como autor de
capítulos en diversos libros abarcando temas sobre la configuración polí-
tica del mundo global y sobre la integración latinoamericana y caribeña,
en sus aspectos global y regional, así como variados artículos en revistas
mexicanas y extranjeras.

Daniel Morales y Aldo Ponce


E-mail: aldo_rog@yahoo.com
Poseen el título de licenciatura en el Departamento de Estudios Interna-
cionales del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la
Universidad de Guadalajara, México, con la tesis titulada El proyecto del
Área de Libre Comercio de Sudamérica como proceso convergente de dos
sistemas de integración subregional: MERCOSUR y CAN. 1998-2003”.

Dr. Jorge Abel Rosales Saldaña


E-mail: jorgabel@yahoo.com.mx

Es profesor normalista titulado, licenciado en historia, maestro en Socio-


logía aplicada con especialidad en sociología industrial (en la Universidad
Estatal de Ereván, Armenia e Instituto de Sociología de la Academia de
Ciencias de la antigua URSS); es doctor en Ciencias Sociales por la Univer-
sidad de Guadalajara, con una tesis que versa sobre los actores de la inte-
gración neoliberal, particularizando el caso del acuerdo comercial entre
México y Chile. Ha impartido clases en el Departamento de Estudios Inter-
nacionales y en la Maestría en Ciencias Sociales del Centro Universitario de

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LibrosEnRed
Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH), y en la Maestría en Derecho del
Centro Universitario de la Ciénega. Ha sido profesor invitado en universi-
dades de España y Argentina.
Tiene numerosas publicaciones en libros colectivos y artículos sobre los
siguientes temas: el proceso de integración en el MERCOSUR, las Cumbres
iberoamericanas, la integración centroamericana, la estrategia de desarro-
llo e integración de Chile y México.
Editorial LibrosEnRed

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