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suicidio es contemplado por muchas personas que

atraviesan episodios depresivos como un medio para


finalizar su sufrimiento. En torno al 15% de las personas
diagnosticadas con Depresión Mayor cometen suicidio,
aunque lo cierto es que los pensamientos suicidas se dan con
normalidad en la población general. Como cualquier otra
conducta, el suicidio puede estar determinado por
numerosos factores, aunque el propósito de acabar con
estados psicológicos aversivos como la depresión, la culpa o
la ansiedad, suele ser la motivación más común.

Desde el punto de vista de la Teoría de los Marcos


Relacionales (modelo que explica el lenguaje y la cognición
en términos conductuales), el suicidio es la culminación de
un proceso lingüístico que lleva a la persona desde la
disforia (reacción emocional adaptativa y normal que se da
ante un fallo o una pérdida) hasta la depresión clínica. Es
decir, el suicidio es una acción que está bajo el control del
lenguaje-pensamiento, un comportamiento gobernado por
reglas del tipo “vida=sufrimiento”, “no vida=no
sufrimiento”, “muerte=no sufrimiento”. Al fusionarse con
estas reglas verbales, con estos pensamientos, la persona,
como último medio para escapar del dolor y el sufrimiento,
lleva a cabo la conducta de suicidio.

Por otro lado, el suicidio no es solo una conducta que intenta


evitar el sufrimiento producido por un mundo que se
percibe como hostil, sino también, una manera de acabar
con el dolor que produce la conceptualización de un yo que
es juzgado como inadecuado, incompetente, no atractivo y
culpable. Realmente, el suicidio puede ocurrir incluso si el
contexto externo parece hospitalario y benevolente.

Así, los esfuerzos de la persona por reconstruir un concepto


dañado de sí misma son percibidos como infructuosos,
retroalimentando la inflexibilidad psicológica y rigidez
cognitiva característica de la depresión, por lo que la opción
de acabar con su vida parece la única vía de escape.

Quizá irónicamente, uno de los objetivos de las terapias


contextuales es “matar” al yo mediante el uso de estrategias
de defusión cognitiva. Es decir, la persona deja de
identificarse con el concepto que tiene de sí misma y lo hace
con un sentido más trascendental del yo (yo-contexto),
soltando las cadenas de la conceptualización egoica y
posibilitando vivir una vida basada en valores y cargada de
sentido.

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