Escrito aquellos que tu miedo implora; No eres los otros y te ves ahora Centro del laberinto que tramaron Tus pasos. No te salva la agonía De Jesús o de Sócrates ni el fuerte Siddharta de oro que aceptó la muerte En un jardín, al declinar el día. Polvo también es la palabra escrita Por tu mano o el verbo pronunciado Por tu boca. No hay lástima en el Hado Y la noche de Dios es infinita. Tu materia es el tiempo, el incesante Tiempo. Eres cada solitario instante.
Heráclito
Heráclito camina por la tarde
De Éfeso. La tarde lo ha dejado, Sin que su voluntad lo decidiera, En la margen de un río silencioso Cuyo destino y cuyo nombre ignora. Hay un Jano de piedra y unos álamos Se mira en el espejo fugitivo Y descubre y trabaja la sentencia Que las generaciones de los hombres No dejarán caer. Su voz declara: Nadie baja dos veces a las aguas Del mismo río. Se detiene. Siente Con el asombro de un horror sagrado Que él también es un río y una fuga. Quiere recuperar esa mañana Y su noche y la víspera. No puede. Repite la sentencia. La ve impresa En futuros y claros caracteres En una de las páginas de Burnet. Heráclito no sabe griego. Jano, Dios de las puertas, es un dios latino. Heráclito no tiene ayer ni ahora. Es un mero artificio que ha soñado Un hombre gris a orillas del Red Cedar, Un hombre que entreteje endecasílabos Para no pensar tanto en Buenos Aires Y en los rostros queridos. Uno falta.
Reloj de arena
La arena de los ciclos es la misma
E infinita es la historia de la arena; Así, bajo tus dichas o tu pena, La invulnerable eternidad se abisma.
No se detiene nunca la caída
Yo me desangro, no el cristal. El rito De decantar la arena es infinito Y con la arena se nos va la vida.
En los minutos de la arena creo
Sentir el tiempo cósmico: la historia Que encierra en sus espejos la memoria O que ha disuelto el mágico Leteo.
Todo lo arrastra y pierde este incansable
Hilo sutil de arena numerosa. No he de salvarme yo, fortuita cosa De tiempo, que es materia deleznable.