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Bachilleres.
Fernandez Joseglis C.I: 25.907709
Flores María C.I: 27.312.257
Flores Williana C.I: 26.963.091
Galban Nestor C.I: 26.957.740
García Alejandra C.I: 24.956.474
García Maha C.I: 25.962.027
CARS2-ST tuvo una sensibilidad de 0,84 para el criterio diagnostico DSM-5 y 1,00 de
especificidad, CARS2-HF tuvo una sensibilidad de 1,0 y mostró una especificidad de 0,71
según (Dawkins, T., Meyer, A. T., & Van Bourgondien, M. E. 2016). Por lo tanto, CARS2
es una herramienta de diagnóstico adecuado para una evaluación de TEA cuando se
utilizan los criterios de DSM-5. Mientras que el corte para la CARS2-HF condujo a una
excelente sensibilidad en comparación con el CARS2-ST, CARS2-ST tuvo una mayor
especificidad.
Debido a que es probable que el desarrollo atípico del cerebro que conduce a síntomas
de TEA preceda al comportamiento atípico por meses o incluso años, una ventana de
desarrollo crítica para la intervención temprana puede pasarse por alto si el diagnóstico o
la detección se basa únicamente en características conductuales. Esto ha impulsado una
búsqueda de correlatos neurales tempranos o indicadores biológicos que podrían
identificar TEA en la fase prodrómica.
Un reciente estudio de resonancia magnética funcional de 59 bebés de 6 meses de edad
demostró diferencias significativas en los cerebros de los niños que desarrollarían un
diagnóstico de TEA a los 24 meses de edad (Emerson, R. W. 2017) Si bien estos
resultados son científicamente prometedores, quedan dos desafíos importantes antes de
que se puedan desarrollar métodos de medición de biomarcadores para uso clínico. En
primer lugar, para ser viable en un entorno de atención primaria, cualquier método de
medición del cerebro debe ser de bajo costo y simple de administrar en el contexto de un
chequeo del bebé sano. En segundo lugar, ASD es un trastorno del espectro que exhibe
un conjunto heterogéneo de características de comportamiento definitorias.
Aunque el autismo se define sobre la base de criterios de comportamiento, la condición se
asocia con una amplia gama de otros fenómenos biológicos. Se espera que la traducción
de los marcadores de estos fenómenos en biomarcadores clínicamente útiles mejorará la
validez y eficacia de los métodos de diagnóstico existentes (Walsh, P., Elsabbagh, M.,
Bolton, P., & Singh, I. (2011).
Por otro lado, existen diferentes enfoques para el tratamiento de personas con TEA, las
aportaciones iniciales de la corriente conductual al campo de estudio del autismo han ido
cambiando a lo largo del tiempo y, mediante la incorporación de estrategias tales como el
Pivotal Response Training (PRT) (Koegel, Koegel, & Harrower, 1999; Koegel, Koegel,
Shoshan, & McNerney, 1999), han dado lugar al análisis conductual aplicado
contemporáneo, ABA por sus siglas en inglés —Applied Behaviour Analysis— (Mulas et
al., 2010). Este tipo de intervención persigue, a través del refuerzo positivo, la extinción, el
tiempo fuera o el castigo instaurar conductas adaptativas y eliminar comportamientos
problemáticos en los niños con autismo. Además, defiende la intervención temprana y el
entrenamiento de los padres en técnicas de modificación de conducta (Francis, 2005).
Fuentes et al. (2006) destacan que “en todos los estudios revisados se muestra un
beneficio cognitivo y funcional [en los participantes] después de recibir al menos 20 horas
de terapia a la semana basada en los principios de modificación de la conducta (ABA)” (p.
157). En esta misma línea, (Lindgren et al. (2016) destacan los efectos positivos de la
metodología ABA sobre los problemas de comportamiento manifestados por niños con
TEA con edades comprendidas entre los 21 y 84 meses. Por su parte, (Eikeseth et al.
(2007) observaron que los participantes que habían recibido un tratamiento basado en el
análisis conductual aplicado manifestaban una mejora tanto de su inteligencia como de su
comportamiento adaptativo. Como consecuencia de los buenos resultados obtenidos tras
su aplicación, diversas investigaciones concluyen que los programas de intervención que
tienen en cuenta el análisis conductual aplicado contemporáneo se configuran en la
mayor parte de los casos como el tratamiento de elección (Ejiyeh, Abedi, & Behnamnejad,
2015).
En relación a los tratamientos farmacológicos, algunas de las prescripciones médicas más
comunes entre los pacientes con TEA son los antipsicóticos atípicos, los estimulantes, los
Inhibidores Selectivos de la Recaptación de Serotonina (ISRS) y los antiepilépticos (Doyle
& McDougle, 2012). Es importante destacar que las conductas agresivas presentes en
algunos de los pacientes con TEA disminuyen la eficacia del resto de aproximaciones
terapéuticas, de lo que se deriva la idea de que un tratamiento farmacológico que mitigue
la intensidad de algunos síntomas propios del autismo, puede actuar como facilitador de
la implementación de una estrategia de intervención de corte psicológico (Fitzpatrick,
Srivorakiat, Wink, Pedapati, & Erickson, 2016). Sin embargo, la evidencia señala que,
aunque las intervenciones farmacológicas consiguen paliar algunos de los síntomas
presentes en los TEA, en la actualidad no se dispone de psicofármacos específicos que
pongan fin a la sintomatología central.
Otro tipo de estrategia son las intervenciones evolutivas, que se centra en la adquisición
de habilidades de la vida diaria, así como en la mejora de la competencia social del
paciente (Mulas et al., 2010). Dentro de este apartado encontramos diferentes técnicas
entre las que destaca la Responsive Teaching (RT) o educación en sensibilidad
(Mahoney, Perales, Wiggers, & Herman, 2006). Se trata de una intervención diseñada
para ser implementada por los padres y centrada en tres focos principales: el área
cognitiva, el área comunicativa y el área socioemocional (Mahoney et al., 2006). En un
estudio llevado a cabo por Mahoney y Perales (2003) en el que se aplicó la RT durante un
periodo medio de once meses a veinte niños de entre dos y cinco años con diagnóstico de
autismo y a sus padres, los resultados obtenidos indicaron una mejora en el
funcionamiento socioemocional de los infantes, así como una disminución en los
problemas de conducta. Además, se observó que los cambios en el comportamiento de la
madre explicaban el 20% de la varianza de los cambios observados en la conducta de los
hijos (Mahoney et al., 2006). (Hartford (2011) confirmó la hipótesis de que los cuidadores
de los niños que presentan una sintomatología autista más severa poseen un estilo
comunicativo más directivo e intrusivo que los cuidadores de los niños que manifiestan un
menor número de síntomas. Tras comprobar que la RT disminuye los niveles de
directividad y aumenta el grado de sensibilidad en las interacciones entre los menores
autistas y sus padres, esta autora defiende el empleo de la técnica tanto en niños con
TEA como en aquellos que son candidatos al diagnóstico. Intervenciones basadas en
terapias Dentro de este conjunto de estrategias encontramos las intervenciones basadas
en la comunicación, las intervenciones basadas en la familia y las terapias combinadas: –
Los sistemas alternativos y/o aumentativos de la comunicación, también conocidos como
SAAC (Ganz, 2014), constituyen herramientas de interacción distintas al lenguaje oral
cuya finalidad es aumentar y/o compensar los problemas de comunicación que presentan
muchos niños con TEA. Uno de los principales métodos que se engloban dentro de esta
categoría es conocido como Picture Exchange Communication System (PECS), un
sistema de comunicación por intercambio de imágenes, en castellano (Bondy & Frost,
1994). El principal objetivo de este modelo es que el niño aprenda a comunicarse con su
entorno. Para ello, y aprovechando el procesamiento predominantemente visual de los
pacientes con TEA, la metodología PECS combina la palabra con apoyos visuales
(Nedelcu & Buceta, 2011). Son diversas las investigaciones que apuntan a que el sistema
PECS da lugar a un incremento en el comportamiento sociocomunicativo de los niños con
problemas del desarrollo y además de disminuir también el número de conductas
problemáticas.
2013 Ichikawa et al Estudio piloto que puso de manifiesto la eficacia de TEACCH sobre una muestra
de once niños japoneses diagnosticados de autismo de alto funcionamiento y sus
madres. Las edades de los participantes estuvieron comprendidas entre 5 y 6
años.
2012 Doyle & Artículo de revisión acerca del rol de la farmacología en el tratamiento de la
McDougle sintomatología autista. Los autores destacan el papel de los Inhibidores
Selectivos de la Recaptación de Serotonina (ISRS) en el abordaje de las
conductas repetitivas, así como el de los antipsicóticos en la intervención de la
agresividad.
2011 Matson, Sipes, Estudio sobre las estrategias para disminuir las conductas desafiantes en adultos
Fodstad, & con TEA. Dada la escasez de investigaciones en el campo del autismo centradas
Fitzgerald en población adulta, los autores destacan la necesidad de promover este tipo de
estudios.
2010 Hart & Banda Metaanálisis de estudios de caso único cuyos resultados destacan la eficacia de
PECS en el aumento de las habilidades comunicativas y el decremento de los
problemas de conducta en niños con trastornos del desarrollo.
2010 Mulas et al Artículo de revisión que subraya algunos de los tratamientos empleados en los
TEA, entre los que destacan la metodología ABA, el modelo TEACCH y el
sistema PECS.
2010 Vismara & Rogers Estudio que pone de manifiesto la eficacia de la terapia conductual en el
tratamiento del autismo. Las autoras subrayan que dos de las características que
garantizan la eficacia del análisis conductual aplicado son su inicio temprano
(antes de los cinco años) y su carácter intensivo (al menos veinte horas de
intervención semanales durante, como mínimo, dos años)
Conclusión.
En conclusión, el estudio del trastorno de espectro autista (TEA) ha evolucionado
conforme a los años y los amplios estudios realizados, considerándose ahora como un
trastorno espectral en el que hay una gama de características similares en personas
diferentes con el trastorno. Los criterios para el diagnóstico del TEA son dados
principalmente por el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, 5ª ed.
(DSM-5), aunque también se toman en cuenta otros instrumentos como la escala de
Observación para el Diagnóstico del Autismo Genérica (ADOS-G) y la versión actualizada
ADOS-2 y la Escala de Autismo Infantil-Segunda Edición (CARS-2). Los signos de TEA se
desarrollan antes de los 3 años, surgiendo características conductuales definitorias del
trastorno durante la última parte del primer y segundo año de vida, tales como no
responder por el nombre, evitar y no iniciar el contacto visual o mirar al espacio,
problemas de lenguaje, también, a estos bebés no les gusta que los abracen ni los
acunen y no extienden la mano para que los recojan y por lo general son difíciles de
consolar. A pesar de estos síntomas iniciales, muchos niños con TEA no acuden a la
atención medica hasta el segundo año de vida, por lo que se recomienda el diagnóstico
precoz para que los niños con trastorno del espectro autista se beneficien más
plenamente de la iniciación temprana de la intervención, lo que beneficia tanto al niño
como a la comunidad. Para el tratamiento de personas con TEA, se utilizan estrategias
tales como el Pivotal Response Training (PRT) y ABA por sus siglas en inglés (Applied
Behaviour Analysis). Este tipo de intervenciones persigue, a través del refuerzo positivo,
la extinción, el tiempo fuera o el castigo instaurar conductas adaptativas y eliminar
comportamientos problemáticos para que el niño tenga una adaptación a su comunidad
más efectiva. Con respecto a los tratamientos farmacológicos, algunas de las
prescripciones médicas más comunes entre los pacientes con TEA son los antipsicóticos
atípicos, los estimulantes, asi como los Inhibidores Selectivos de la Recaptación de
Serotonina (ISRS) y los antiepilépticos. Otro tipo de estrategia son las intervenciones
evolutivas, que se centra en la adquisición de habilidades de la vida diaria, así como en la
mejora de la competencia social del paciente.
Bibliografia.
Carbone PS, Farley M, Davis T. (2010).
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Farley, M. A., McMahon, W. M., Fombonne, E., Jenson, W. R., Miller, J., Gardner,
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Dawkins, T., Meyer, A. T., & Van Bourgondien, M. E. (2016).
Emerson, R. W. et al. (2017).
Mulas et al. (2010).
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Ejiyeh, Abedi, & Behnamnejad (2015).
Doyle & McDougle (2012).