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Valores Evangélicos para Una Nueva Sociedad Pelaez
Valores Evangélicos para Una Nueva Sociedad Pelaez
Jesús PELÁEZ
En este nuevo tiempo axial, como lo define Jaspers, sueño con que los
cristianos tengamos la valentía de volvernos de nuevo a Jesús y a su evangelio para
hacer una reflexión profunda e impulsar, desde ahí, junto con todas las personas de
buena voluntad, una mundialización alternativa a la globalización neoliberal que nos
embarga, para ayudar a construir lo que Casaldáliga ha definido como la
altermundialidad, esa nueva sociedad a la que alude el título de esta ponencia.
Pues bien, para determinar cuál es el núcleo del mensaje de Jesús, puede
resultar decisivo mostrar previamente cómo se veía Jesús a sí mismo o con qué
nombre o título de los muchos que le aplican los evangelistas se identificaba más.
Entre todos los títulos aplicados a Jesús en el evangelio –Hijo de Dios, Hijo del
Altísimo, Emmanuel, Mesías, Señor, Hijo de David, etc. – es el de “el Hijo del
Hombre”, el único en que coincide la mayoría de los estudiosos que se aplicó Jesús
a sí mismo durante su vida pública y el que mejor define, por tanto, el perfil de Jesús
y el proyecto de Dios sobre la humanidad[7].
El título de “el Hijo del Hombre” aparece casi siempre en los evangelios en
boca de Jesús, a excepción de Lc 24,7 donde se refiere a sus palabras y Jn 12,34
donde es puesto dos veces en boca de la gente.
La frecuencia de este título en los evangelios es casi tres veces mayor que la
de “el Hijo de Dios” (98 veces aparece “el Hijo del Hombre” frente a las 38 de “el
Hijo de Dios”), por lo que la denominación de “el Hijo del Hombre” es, después del
nombre propio de “Jesús”, la denominación principal de Jesús en los evangelios.
Esta frecuencia de uso muestra que los evangelios tratan la figura de Jesús en
clave antropológica: Jesús es, ante todo, para los evangelistas, especialmente para
los sinópticos, “el Hijo del Hombre”.
La expresión “hijo de” se utiliza en la Biblia para indicar una estrecha relación
entre la persona de quien se dice y una realidad con la que esa persona se
conecta[8].
En los evangelios, como esta expresión aparece siempre con artículo, “el Hijo
del Hombre” designa a Jesús, como figura representativa o prototipo humano. Jesús
es el Hombre por excelencia. La denominación "el Hijo del Hombre" pone de relieve,
por tanto, el origen humano de Jesús y lo presenta como la plena realización del
hombre, como modelo o prototipo de hombre[9].
Este título muestra que el interés primordial de Dios Padre es el ser humano,
y que su proyecto consiste en hacer de él un “hijo” suyo, en la línea de Jesús, es
decir, que desarrolle al máximo sus posibilidades en la vida terrena y alcance la total
plenitud tras la muerte.
El Hijo de Dios
Uniendo estos dos títulos en Jesús se puede considerar el primero -“el Hijo del
Hombre”- como el punto de partida de una cristología ascendente que culmina en
el segundo, “el Hijo de Dios”. Dicho de otro modo, según los evangelios, la
culminación de la condición humana en Jesús consiste en adquirir la condición
divina de “Hijo de Dios” y esto, que sucede en el caso de Jesús, se hace extensivo a
sus seguidores que están llamados a ser también “hijos de Dios”, en la medida en
que también son partícipes del mismo Espíritu-amor de Dios que desciende a Jesús
en el bautismo[10].
Jesús aparece, por tanto, en los evangelios como el punto de encuentro entre
la cima o prototipo de lo humano (El Hijo del Hombre) y la realidad de Dios (El Hijo
de Dios). En Jesús se fusiona lo humano con lo divino. Por eso, en la escena del
bautismo, se rasga el cielo y el Espíritu de Dios desciende hasta él como paloma,
esto es, con la querencia de una paloma a su nido. Jesús, el Hijo del hombre, es, a
partir del bautismo, también el nido de Dios, el lugar donde Dios habita y se
manifiesta de modo privilegiado, y todos los hombres podrán también ser -en la
medida en que sean “hijos de Dios”- manifestación de la presencia de Dios. Desde
que Jesús entra en las aguas del Jordán, Dios ya no está en el cielo, sino en lo más
profundo del ser humano, habitando en él. La trascendencia se hace inmanencia y
el cristiano encuentra a Dios no tanto en el templo cuanto en el prójimo.
“Nuestra relación con Dios, dice Bonhoeffer no es una relación ‘religiosa’ con
el ser más alto, más poderoso y mejor que podamos imaginar –lo cual no es la
auténtica trascendencia-, sino que nuestra relación con Dios es una nueva vida en
el ‘ser para los demás’, en la participación en el ser de Jesús. Las tareas infinitas e
inaccesibles no son lo trascendente, sino el prójimo que cada vez hallamos a nuestro
alcance”. La trascendencia, según Bonhoeffer, tiene un nombre propio: los otros.
Este Dios se ha identificado con la realidad de este mundo, se ha instalado en medio
de nosotros (cf Jn 1,14); no se le encuentra huyendo hacia el más allá, está aquí
abajo, en el centro de la realidad. Para Bonhoeffer, Jesús es el Señor del mundo sin
religión. Un cristiano tiene que permanecer, por tanto, fiel al mundo real. Porque
sólo encarnándose en la realidad humana, identificándose con ella, es posible
encontrar a Dios. Ser cristiano no significa ser religioso de una cierta manera... sino
que significa ser hombre, vivir de una manera responsable la propia condición
humana”[11].
Con Federico Pastor Ramos[13], tal vez debamos afirmar más bien esto
segundo. “Ni Jesús, como referente principal del movimiento cristiano, ni Pablo,
como su gran impulsor, propusieron una moral específicamente cristiana en cuanto
a los contenidos, aunque sí en cuanto a las motivaciones y a su último sentido. Tanto
la moral de Jesús como la de Pablo tienen como criterio al hombre mismo y no algo
externo expuesto por mera voluntad divina positiva. Cuando Pablo quiere poner
ejemplos de conductas cristianas como orientación o explicación, apela al
estoicismo o al rabinismo contemporáneo, a las éticas normales y aceptadas de su
tiempo. Hay listas de virtudes y vicios tomadas de esas concepciones éticas (Cf. Gál
5, 19-21.22-23; Rom 1,29-31; 1 Cor 5,10-11; 2 Cor 12,10; 6,6-7). Este hecho es
importantísimo por cuanto significa que la dimensión humana descubierta en la
reflexión filosófica o en otras religiones es válida también para el cristiano. La forma
de descubrir en concreto lo que tiene que hacer cada seguidor de Cristo y cada
grupo de seguidores es aplicando criterios antropológicos éticos generales. Cuanto
más y mejor se conozca al ser humano en todos sus aspectos, mejor se podrán
identificar las conductas “cristianas”. Los modos concretos de proceder del cristiano
son los mismos que los de otros hombres, aunque el cristiano tiene como valor
añadido, la conciencia de que su conducta no termina en el otro sin más, sino que
se refiere también a Dios presente en el otro. Por eso puede sentirse más motivado
a vivir éticamente. Pero en lo externo no ha de vivir necesariamente de forma
diferente de como vive otra persona recta.
Ante una sociedad con grandes desigualdades entre ricos y pobres, como era
la de tiempos de Jesús, y en mayor medida la nuestra, Jesús proclamó la primera
bienaventuranza: “Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los
cielos”, bienaventuranza que la NBE, en traducción de Juan Mateos, dice así:
“Dichosos los que eligen ser pobres (esto significa pobre de espíritu o pobre en
cuanto al espíritu, dichosos los pobres por opción o decisión propia), porque éstos
tienen a Dios por rey”[18].
Leí hace unos días en el Diario El País (27-08-03) que uno de cada cinco
latinoamericanos sigue siendo pobre. Lo que quiere decir que 220 millones de
personas de ese continente se mantuvieron durante los últimos cinco años bajo la
línea de la pobreza, de los cuales 95 millones son indigentes. Esto representa el
43,4% de pobres y el 18% de indigentes de la población de América Latina, según el
último informe sobre panorama social de la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (CEPAL), organismo dependiente de Naciones Unidas.
¡Ah!, y por supuesto, esta austeridad solidaria debería ser una de las notas de
la Iglesia, una, santa, católica, apostólica y austera, que no ha pasado en conjunto a
la historia por poner en práctica precisamente esta primera bienaventuranza o valor
evangélico, tan profundamente humano.
El Diccionario de María Moliner define esta palabra como “la facultad que
tiene el hombre para elegir su propia línea de conducta de la que, por tanto, es
responsable”.
Un texto del evangelio de Juan precisa cuál es el camino por el que se llega a
la libertad. Dice así: Dijo entonces Jesús a los judíos que le habían dado crédito: -
Vosotros, para ser de verdad mis discípulos, tenéis que ateneros a ese mensaje mío;
conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,31-32)[24].
Según este texto, los seguidores de Jesús llegarán a ser libres cuando se
atengan a su mensaje, que se define como “la verdad”. Lo que significa que, para
ser libres, hay que conocer "la verdad".
El problema está, por tanto, en precisar qué entiende el evangelista Juan por
“verdad” (en griego, alétheia).
A través de la práctica del amor a los demás, el cristiano percibe a Dios como
Padre y se percibe a sí mismo como hijo y, amando a los demás, se experimenta
como ser libre, pues la vivencia del amor es incompatible con todo tipo de
sometimiento a instituciones o usos sociales opresores. El amor ni se impone ni
acepta imposiciones.
La libertad cristiana no es la “autarquía” de los griegos (=palabra que se
traduce por “suficiencia”, “independencia”, “estado del que se basta a sí mismo”),
sino la puesta en práctica de la capacidad de amor y de servicio a los demás. Así lo
entendió San Agustín cuando dijo: "Ama y haz lo que quieras; si callas, callarás con
amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas,
perdonarás con amor. Como esté dentro de ti la raíz del amor, ninguna cosa sino el
bien podrá salir de tal raíz...” Solamente se es verdaderamente libre, cuando se ama
plenamente.
“La libertad cristiana, como ha escrito Jon Sobrino, es libertad para amar. Es
la libertad de Jesús cuando afirma: «La vida nadie me la quita, sino que la doy» (Jn
10, 18). Es la libertad de Pablo cuando escribe: «Siendo del todo libre, me hice
esclavo de todos» (1 Cor 9,19). La libertad que expresa el triunfo del Resucitado
nada tiene que ver con salirse de la historia, sino que consiste justamente en no
estar atado a la historia en lo que ésta tiene de esclavizante -miedo, prudencia
paralizante-, consiste en la máxima libertad del amor para servir, sin que nada
ponga límites a ese amor”[26].
Quien ha hecho esta opción tiene ya “el Espíritu de la verdad” (Jn 14,16; 15,26)
que lo hace plenamente libre.
Sin embargo, sin una verdadera igualdad entre los seres humanos, no es
posible construir la nueva sociedad.
Son muchos los textos que hablan de igualdad en los evangelios. Pero hay una
parábola que me llama la atención, porque indica el camino que hay que recorrer
para acceder a una sociedad más igualitaria. Es la parábola de los jornaleros
contratados a la viña (Mt 19,30-20,16), en la que, tras la imagen del dueño, se deja
ver el rostro de un Dios con un comportamiento sorprendente y aparentemente
injusto. Habiendo sido contratado cada uno de los jornaleros a una hora diferente
del día, cuando llega la hora de pagarles el salario, el dueño da la siguiente orden a
su encargado: -"Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los
últimos y acabando por los primeros. Llegaron los de la última hora y cobraron cada
uno el jornal entero. Al llegar los primeros pensaban que les daría más, pero
también ellos cobraron el mismo jornal por cabeza” (Mt 20,9-10).
El jornal estipulado con los primeros (un denario) era en aquel tiempo la
cantidad que necesitaba una familia para vivir un día. Los jornaleros, que se fueron
incorporando al trabajo a distintas horas, todos percibieron el mismo salario, pues
todos necesitaban de ese dinero para vivir. Pero los contratados a primera hora se
sintieron defraudados, al ver que percibían lo mismo que los últimos. No aceptan
un mundo igualitario, ni que se les trate como a los otros; exigen, sin razón, un
tratamiento diferenciado. Por eso el dueño de la viña, ante la protesta de los
primeros, que se creen con derecho a percibir más, le dice a uno de ellos: "-Amigo,
no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en ese jornal? Toma lo tuyo
y vete. Quiero darle a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no tengo libertad para
hacer lo que quiera con lo mío?, ¿o ves tú con malos ojos que yo sea generoso? (Mt
20,13-15)[32].
Habría que suprimir cuanto antes del argot eclesiástico la palabra “jerarquía”,
que significa etimológicamente “poder sagrado”, pues en el Nuevo Testamento, no
prima el poder, sino el servicio; y cuando se habla de “poder”, aplicado a Jesús, esta
palabra no designa “la fuerza para dominar a otros”, sino “la capacidad que Jesús
tiene para hacer curaciones y exorcismos”, o lo que es igual, su fuerza liberadora.
De donde se deduce que cualquier poder, cualquier autoridad, cualquier jerarquía
que no sea liberadora no es tal según el Evangelio. El poder crea desigualdades;
solamente el servicio, la diakonía, hace a los hombres iguales. Jesús lo entendió bien
cuando, con ocasión del primer intento de conquistar el poder por parte de Santiago
y Juan, los hijos del trueno, esto es, "los autoritarios", avisó a sus discípulos: “Sabéis
que los que figuran como jefes de las naciones las dominan, y que sus grandes les
imponen su autoridad. No ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera
hacerse grande ha de ser servidor vuestro, y el que quiera ser primero, ha de ser
siervo de todos; porque tampoco el hijo del Hombre ha venido para que le sirvan,
sino para servir y para dar su vida en rescate por todos.” (Mc 10,42-45).
La nueva sociedad no se construirá con privilegios o con el uso del poder, que
discrimina y domina.
Para Jesús, no hay otro camino que el servicio para crear una sociedad de
iguales, de la que esté excluido todo autoritarismo o dominio de unos sobre otros.
Como ha afirmado Juan Luis Herrero del Pozo[43], como toda religión,
también el cristianismo se impregnó de magia. “En todos los moldes del
pensamiento religioso universal –y digo en todos porque es algo que hace cuerpo
con la misma condición humana- la relación con lo numinoso (Dios o lo “más allá”
de nuestro ser) está contaminada por el virus de la magia. El mito es positivo, si se
lo toma como tal; la magia, en cambio es a extirpar de raíz porque pervierte la
religión al pensar y tratar a Dios a nuestra imagen y semejanza... A poco que se
analice, toda la institución eclesial es un constructo trufado de sobrenaturalismo
mágico. Nos podríamos interrogar en qué medida es, no sólo escasamente
razonable sino objetivamente inmoral invitar a los hombres y mujeres de la
modernidad a dar su adhesión a la institución eclesial, salvo para superarla como
Jesús superó toda religión. Jesús no “inventó” ninguna nueva religión y si la Iglesia
pretende fundarse en él, debería hacerlo “en espíritu y en verdad”. Como toda
experiencia viva que el Espíritu creador suscita en la historia, su misión es la de
converger con todas las demás al servicio de la humanidad”.
¡Qué lejos queda todo esto del evangelio y de los valores que propugna! El
cristianismo, que nació rompiendo con el judaísmo y separándose de él, volvió al
redil del judaísmo y se convirtió de nuevo en una religión, en cuyo centro de
atención estaba Dios y la consecución de la salvación en el más allá. Los valores del
evangelio -con los que los cristianos deberían haber colaborado a lo largo de la
historia a la humanización de la sociedad- pasaron a un segundo lugar para ser
sustituidos por la puesta en práctica de unos mandamientos antiguos y unas
prácticas religiosas con frecuencia desgajadas de la vida y repletas de ritos sin
sentido.
Hay dos parábolas del evangelio que describen la dimensión divina y humana
del amor.
La parábola del hijo pródigo o mejor del padre pródigo –de ese padre que se
prodiga en amor- representa la dimensión divina de este amor que perdona al hijo
que lo ha abandonado malgastando su herencia y lo acoge, teniendo que encararse
a la protesta del hermano mayor que no se alegra de la vuelta de su hermano[45].
Confrontados con el amor, todos los valores humanos son secundarios. Pablo
en la primera carta a los Corintios (13,1-13) lo dice claro. Sin amor no se puede
construir una nueva humanidad. La nueva sociedad, al igual que la comunidad
cristiana, no debe tener por centro la ley, sino la práctica de un amor sin límites ni
fronteras hacia todos los malheridos en el camino, que deben convertirse en el
centro de atención de los oficialmente sanos[47].
***
En el diálogo con las otras religiones, ¿por qué se muestra la Iglesia más
preocupada por defender sus dogmas y verdades absolutas, –a partir de los cuales
difícilmente encontrará el camino del ecumenismo- que por hacer frente común
para remediar los grandes males que afligen a la humanidad, posibilitando a escala
mundial un proyecto humanizador del género humano que acabe con el hambre
que asola a gran parte de la humanidad, que ponga fin a los conflictos militares que
tienen sumidos a tantos países en el odio y la muerte, que colabore eficazmente en
las campañas de prevención de grandes epidemias como el sida y que luche contra
todo tipo de fundamentalismo para hacer una nueva sociedad en la que el centro
de todo sea el ser humano y su pleno desarrollo, como expresión de la voluntad de
un Dios que quiere que todos se salven?[50].
¿Por qué ha pasado la Iglesia -en expresión que he oído recientemente a Juan
José Tamayo- de la “modernización del cristianismo” propugnada por el Concilio
Vaticano II a la “cristianización de la modernidad”, a través del programa de la
“nueva evangelización”, diseñado por el cardenal Ratzinger, seguido por Juan Pablo
II y llevado a la práctica por determinados movimientos eclesiales, que son el brazo
largo del programa restaurador del pontífice actual: los carismáticos de tipo
pentecostalista o los movimientos integristas, como el Opus Dei, los Legionarios de
Cristo, los Kikos, Sodalitium, etc.?[51].
Todas estas cuestiones me llevan a hacerme una última pregunta: ¿Transmite
la Iglesia –y ahora me refiero a toda la iglesia, y no solamente a la jerarquía- los
valores que propugna el evangelio?
[7] Las ideas que siguen sobre “El Hijo del Hombre”son síntesis de las
conclusiones del estudio de este título en la obra de Juan Mateos -Fernando
Camacho, El Hijo del Hombre. Hacia la plenitud humana, El Almendro, Córdoba
1995.
[8] Así son comunes en el Antiguo Testamento expresiones como “los hijos de
Sión” para indicar a los “vecinos” de Sión (Sal 149,2); “los hijos de tu pueblo” (= los
compatriotas, Ez 3,11), “los hijos de Adán” (= los individuos de la especie humana,
los hombres, Jl 1,12); en Dt 25,2 se dice que “el culpable es hijo de palos”, o lo que
es igual, merece una paliza. En el Nuevo Testamento se utiliza la expresión “hijo de
la perdición”, esto es, el que va a la perdición (Jn 17,12) o “hijos de la rebeldía” (=
“rebeldes”, Ef 2,2).
[10] Juan Luis Herrero del Pozo (“Superación del pensamiento mágico.
Necesaria clave hermenéutica en toda religión”, RELaT 324,
1, http://servicioskoinonia.org/relat/324.htm) explica este proceso de Jesús-
Hombre a Jesús-Hijo de Dios en clave evolucionista de este modo: “Jesús de Nazaret
no es un ‘novum’ de Dios que se introduce en el cosmos. En la evolución no existe
el ‘novum’ ontológico, sino el ‘continuum’ existencial como despliegue del núcleo
inicial de la Gran Explosión. La ‘encarnación’ no es ontología, sino metáfora (Hick).
No es una ‘mezcla’ (Calcedonia) entre hombre y Dios. Es una ‘unión’ (unión
hipostática se la llamó para que mediara separación), no una ‘identidad’ entre Dios
y el ser humano. Que una criatura sea Dios es tan contradictorio como un círculo
cuadrado. Y esta unión, por muy excelsa que sea, sigue siendo relación entre Dios y
este ser creado concreto y, como tal, no desborda los parámetros en que hemos
percibido el misterio... Dios habita a Jesús en el seno de María y, desde el máximo
Don, aunque a la medida de su ser embrionario, lo empuja –si se deja libremente y
pudo no hacerlo- hacia su Plenificación, hasta que ‘es constituido Hijo de Dios en
plena fuerza a partir de su resurrección’ (Rom 1,4). Todo es un devenir y todo ser
humano es su historia. Sólo en la plenitud de su libertad y de su respuesta total en
la Cruz, queda Jesús plenamente habitado (resucitado) por Dios, es decir, queda
plenamente creado como Hijo por el Padre”.
[12] Juan Luis Herrero del Pozo (“Superación del pensamiento mágico.
Necesaria clave hermenéutica en toda religión”, RELaT 324, pp.15-
16, http://servicioskoinonia.org/relat/324.htm).
[15] Juan José Tamayo, en un artículo publicado en las páginas de opinión del
diario El País de 29 de Junio de 1998 (“Ética del cristianismo frente a ética del
mercado”) describe la ética del cristianismo en cuatro apartados: ética de la
projimidad y de la alteridad, ética de la com-pasión, ética de la liberación y ética de
la solidaridad, como expresión de los grandes valores que propugna el cristianismo.
[19] Puede verse a este respecto mi artículo “El núcleo central de la utopía del
Reino: la liberación de los pobres en el contexto de hoy”, Éxodo 66 (Diciembre 2002)
19-28, www.elalmendro.org/epsilon/menu5.htm o
servicioskoinonia.org/relat/326.htm.
[20] Véase mi artículo “Jesús y el dinero. La parábola del rico y los graneros (Lc
12,13-40)”, publicado originalmente en valenciano por el XI Fòrum “Cristianismo i
mòn d’avui”, con el título de “Actitud de Jesús davant els diners”, Valencia 1999, pp.
31-60; traducción castellana en http://www.elalmendro.org/epsilon/menu5.htm;
también el artículo de F. Camacho, "Jesús, el dinero y la riqueza",
Revista Isidorianum, Centro de Estudios Teológicos de Sevilla, 6 (1997) 393-415
[26] Una vida radicalmente libre para servir trae consigo su propio gozo, aun
en medio de los horrores de la historia. En ese gozo se hace notar la presencia del
resucitado... Y esa libertad y ese gozo son la expresión de que vivimos ya como seres
humanos nuevos, resucitados en la historia, cf. Jon Sobrino, “El resucitado es el
Crucificado. Lectura de la resurrección de Jesús desde los crucificados del mundo”,
en RELaT, 219, p. 12; http://servicioskoinonia.org/relat/219.htm y “Jesús y Pobres.
Lo meta-paradigmático de las Cristologías”, en RELaT
69, http://servicioskoinonia.org/relat/069.htm.
[32] Para una explicación más detenida de esta parábola puede verse mi
artículo “Jesús, el Evangelio y la Iglesia”, Conferencia de apertura del XVI Congreso
de Teología de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, en Evangelio e Iglesia", Centro
Evangelio y Liberación, Madrid 1996, pp. 25-28,
servicioskoinonia.org/relat/267.htm.
[40] Sigo las notas de la segunda edición del Nuevo Testamento de Juan
Mateos y L. Alonso Schökel, Ed. Cristiandad, Madrid 21987, ad locum.
[43] Cf. Juan Luis Herrero del Pozo (“Superación del pensamiento mágico.
Necesaria clave hermenéutica en toda religión”, RELaT 324,
1, http://servicioskoinonia.org/relat/324.htm).
[49] Según Juan Luis Herrero del Pozo (“Superación del pensamiento mágico.
Necesaria clave hermenéutica en toda
religión”, RELaT 324, http://servicioskoinonia.org/relat/324.htm) “la institución
que pretende ser fermento, luz, sal y “maestra en humanidad” se ha convertido en
barrera, pantalla opaca y escándalo.... La contaminación con el afán de prestigio, de
dinero y de poder deformaron su figura”. El autor continúa el artículo enumerando
brevemente las tentaciones a las que ha sucumbido la Iglesia a lo largo de la historia,
desde el Imperio romano a la modernidad y definiendo el perfil del pensamiento
mágico. La última parte del artículo se dedica a profundizar en una de las categorías
más decisivas a que da lugar el pensamiento de la Ilustración, la de la autonomía de
lo intramundano, autónomo, aunque habitado por Dios, un Dios distinto pero no
distante, un Dios fundante pero no intervencionista.
Jesús Peláez
Universidad de Córdoba