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pee eNOS rridos dos meses desd de Sartre «Ei sristencialih mon, los textos reunidosens mantienen ficies a los princi nada revista: textos «totalm existencialismo, intentando ‘detécta que lo acechan desde el momento en qué’em= pieza a convertirse en una moda y con ello se vulgariza. “No sélo estamos ante la que quiza sea la mas clara y contundente exposicién de los princi- pios del existencialismo a ojos de Simone de Beauvoir y de una obra que ilumina con extra~ ordinaria nitidez la obra sartriana posterior, sino también ante la mis precisa denuncia de los peli- gtos a que el existencialismo se enftenta y la formulacion de inteligentes estrategias para combatirlos. A DE LOS PUEBLOS. simone de Beauvoir { EL EXISTENCIALISMO Y LA SABIDUR one de Beauvoir EXISTENCIALISMO LA SABIDURIA Los libros de Sisifo a edhasa 24. : . ‘Toda iniciativa viva ¢s una eleccién flosdfica y la ambicin de una filosofia digna de ese nom- bre'es ser un modo devida que tenga en si mis- mmo su justficacién. SIMONE DE BEAUVOIR I. EL EXISTENCIALISMO Y LA SABIDURIA DE LCS PUEBLOS ca gente conoce esta filosofia que, més © menos al azar, ha sido bautizada «existencialis- mon; muchos la atacan. Entre otras cosas, se le reprocha proponer al hombre uha imagen de si mismo y de su condicién apta para hundirlo en la desesperacién. El existencialismo —justificado © no, mantendremos este nombre para simplifi- cat las cosas~ desconoceria la grandeza del hom- bre y preferiria describir tnicamente su miseria; incluso se Jo acusa, segiin un neologismo recien- te, de «miserabilismo»; es, dicen, una doctrina que niega la amistad, la fraternidad y todas las for- mas del amor; encierra al individuo en una sole- dad egoista; lo aparta del mundo real y lo conde- 26 na a perinahecer parapetadd en su pura subjeti- vidad, pues niega toda justificacién objetiva’a las empresas humanas,a los valores postulados por el hombre, a los fines que éste persigue. Se ajusta verdaderamente el existencialismo a esta imagen? Los criticos no profundizan en este interrogante y sus lectores aceptan, décilmente, su interpreta- cién; nada hay en esto que nos asombre, Es més sorprendente que esa imagen, verdadera o fal suscite tanto escandalo. En tedos los tiempos hubo escuelas y autores poco inclinados a mostrar ter- nura por el hombre: a menudo se los recibié de anera favorable. A qué se,deben las resistencias muy particulares con que tropezamos en este caso? Podria creerse que a los hombres siempre les repele contemplar sus debilidades,y que piden a las bellas artes que les presenten un retrato reto- cado y embellecido de sf mismos. Es cierto que les gustan las caticiones sentimentales, los filmes heroicos, las novelas generosas, los discursos edi- ficantes que atribuyen a sus sentimientos, sus actos y su vida, esa emocionante plenitud que también afirman en los cementerios los epitafios y los bus~ tos funerarios. Sobre todo cuando siente amena- zados sus privilegios, frente a la horda de mal pen- 27 —_ santes (anarquistas, revolucionarios, criminales, gamberros), la gente honesta experimenta la nece- sidad'de tenderse una mano para encatamarse sobre un pedestal: Para granjearse con éngafios el respeto de esos recién llegados que son los nifios de ojos ingenuos, la cofradia de los adul- tos también se esfuerza. por medio de textos y anécdotas escogidas, por levantat frente ombie tal cual éste se sue- intimidante Bguea & ardie: ¢ y madest como Bara, el tamiborcill memorativas, los articulos presentados en Ja pri- mera plana de los diarios, los libros de ciertos autores especializados, estin particularmente des~ tinados a alimentar esa fe laica.Y asi come el megalomano presa de su delirio ve enfurece sise le dice en Ja cara: aUsted no es Napoleén», el hombre que se ha instalado en €i plano de las ver dades oficiales se indigna ante la mas minima sos- pecha de cobardia, egotsmo 0 debilidad.Al hacer ver al presidente de un tribunal que Ja mujer de un preso, sola y pobre, estaba expuesta a muchss tentaciones, un abogado recibid esta respuesta, pronunciada con noble atrebato: «Usted insul- ee ca todas las muy go, el alienista sabe que si pregunta con aire indi- ‘fergate al presunto Napoleda; «;Cdino se gana asted la vida%, ésce respondera cbn, simpleza: Soy oficial peluqueio», Ast vl presidente del atinmiciad su sala, nal habria reido gana si un ing jera msinuado delai 10 sus debilidades. Si se le propone cor 1 tons de Donhomia cémpiivy la imagen mis degrada- ia de s{ mismia, la acepta tranquilarsente. Tras exaltarse con la lectura de Cyrane de Bergerac 0 con las canciones de Dérouléde, saborea lo que Haman la verdad humania del Yoyage de M. Perri- chon o de los cuentos de Maupassant. De sus con- versaciones, de sus proverbios, de sus libros favo- ritos, de sus bromas, se desprende un cuadro tan negro del hombre que uno se pregunta qué mise- rabilismo puede todavia espantarlos. El tema de Ja miseria del hombre no es nue- vo, Los Padres de Ia Iglesia, Pascal, Bossuet, Mas- sillon, los predicadores, !os sacerdotes, toda una madicion cnsnana se dedicaron durante aglos infandir al hombre ei sentimiento de sw abyec- cida. Es cierto que, para el creyeiite, el pecado ori- ginal que corrompe la nawuraleza humana pue- de redimitse coal a acia, pero entre tab personas que repiten con 4 que el corazén del hombre esta Jeno de ponzoA hay muchas que no creen én le si al © que apenas se pre todas maneca J plano nature! haya inocenc ocapan. por navel hombre es, en su opinion, un ser bestial a los peo- infiernc y la sociedad no les pusiera freno. Es sabido, por ejemplo, que, alos ojos de la mayoria de los sacerdotes y devo- cuyos groseros apetitas lo arrastrari. res excesos si el miedo tos, una amistad decente entre un hombre y una mujer es absolutamente imposible; la pureza de una muchacha, la castidad de una mujer, les pare~ cen demasiado frégiles para resistir una hora de conversacién a solas con un varén indudablemen- te litbrico, He conocido a una viuda, por lo gene- ral muy piadosa, que se hacia de la lujuria mas- culina una idea.tan aterradora que aprobaba la existencia de una prostitucién organizada: «Si ne la hubiera, una mujer decente no podria caminar 20 por la calle», decia, Las precauciones con que los padres y los maestros cristianos rodean a los nifios demuestran bastante a las claras su idea de que, en el fondo de esas jévenes almas, mora una inclina- cin a todas las perversiones. Sensualidad, lujuria: el pesimista cristiano des- taca sobre todo la miseria carnal. Los moralistas laicos se muestran mis dispuestos a acometer con- tra las conductas sociales. La Rochefoucauld, La Fontaine, Saint-Simon, Chamfort, Maupassant, han denunciado a cual mejor su bajeza, su fucili- dad, su hipocresia: a su juicio, el corazén del hom- bre es un mecanismo groseto cuyo tinico resorte profundo es el interés, Lejos de indignarse con- tra una interpretacién tan mezquina, los hombres se apresuraron a hacerla suya; no hay lugar comin anclado con mayor solidez en los espiritus que éste: «El hombre busca siempre su interés». E in- cluso se ha fundado una moral sobre esta psico- logia sumaria: asf, se ha inventado el utilitaris- mo, que permite conciliar la inquietud por el bien publico con una concepcién desencantada de la naturaleza humana. No hay ninguna censura, ape- nas un matiz de ironfa en’ el proverbio: «La cari- dad bien entendida empieza por uno mismo». La 31 idea tiene incluso un caracter tranquilizador: per- mite atribuir ina medida comntin 4 todos los actos humanos y les da una’explicacién clara y facil. La gente se inquieta cuando una accién se presenta como desinteresada, y busca entonces con des- confianza sus razones ocultas. «Nada se hace por nada», afirman molestos; sospechan alguna ma- quinacién traicionera de la que temen ser victi- mas. «No entiendo», dicen escandalizados. Al con- trario, cuando ven claramente cual ha sido la ganancia palpable que un individuo ha obtenido, aunque sea como producto de una traicién o una villanfa, estan muy dispuestos a excusarlo; no se indignan ante el egoismo cinico y admiten la lucha por la vida: las Gnicas culpas que los sublevan son las que les parecen injustificadas, gratuitas. Se escandalizan frente a Weidmann, frente a Hitler: lo hacen, ante todo, porque los crimenes de esos hombres han sido initiles;no han aportado nada a sus perpetradores (un Hitler triunfante habria suscitado, a buen seguro, mucho menos escan- dalo que el Hitler derrotado).Y eso se debe sobre todo a que esas empresas eran extravagantes; en ellas se desplegaba una suerte de generosidad en el mal, un lujo de crueldad que turba y asom- vote om aa: bra la conciencia del hombre comin. Ahora éste tampoco entiende, y es eso lo que teprocha tan- to alos grandes criminales como a los hétoes no reconocidos; de unos y otros dice: «Son locos». EL vampiro que destripa a una mujer es un loco; Ber- nard Palissy habria sido considerado un loco de habérselo sorprendido quemando sus muebles antes de ingresar a la estatuaria oficial. Lo que comprende la opinion son todas las conductas cuyo mévil es el inte: dia, la‘calumnia, la perfidia, la mentiza, basta con entender el objeto de todas estas bajezas para decir Es humano!», Con una excu- frente a la codicia, ia envi- con indulgencia: sa semejante se muestra a las claras que se renun- cia a esperar del hombre ninguna generosidad, ninguna grandeza; y, en efecto, al ingenuo que confiara en un porvenir menos sordido, se le res- ponderia: «La naturaleza humana nunca cambia- ra», Es instructivo, entre otras cosas, recorrer las crénicas y las cartas de lectores de las revistas fe- meninas, donde sefioras y sefiores, idealistas pero prevenidos, dispensan a sus jovenes lectoras ios te- soros de su experiencia. Les advierten que los hombres son todos tristé cosa, que su marido no seri la excepcin, que habré que ser indulgente i con sus debilidades, jugar con su vanidad, hacer concesiones a su titania pueril, no herir su orgu- ilo, disimular, andar con rodeos; aconsejan contar con sus defectos y no intentar corregirlos; «saber atrapar a un hombres, que es la suprema sabidu- ria femenina, es tratarlo como un mecanismo cuyos engranajes se conocen bien, aceptar en su irremediable miseria todo, mientras se finge res— petar en él una ilusoria libertad. En las revistas de huinor, las canciones «rosas», las llamadas historias peregrinas, las caricaturas, las comedias, las nove- las de Jas que dicen con admiracion: «(Qué cier- to es! {Qué humano!», la gente acepta ser descri- ta como lujuriasa, egoista, pusilanime, hipécrita, vanidosa.Y tal vez, si se apresura a refrse de un retrato semejante-¢s por temor a verse obligada a llorar: el hecho es que se rie. Esa resignacién no ¢s,en realidad, una forma vergonzante de la deses- peracion? En cuanto al amor, la amistad, la fraternidad humana, es ficil adivinar que una psicologia del interés no podria concederles mucho lugar. Al igual que la grandeza del hombre, el amor se afir- ma en los discursos nupciales y los monumentos funerarios, los folletines novelescos, las Operas y | | | 4 e os + Dercut . _ las peliculas; pero en el plano de las verdades coti- dianas, apenas se Ie ve como una conmovedora ilusién-de juventud o una locura culpable. Cuan- do se cuela en los marcos sociales, la respuesta es una sonrisa de indulgencia; en el caso contrario, se le niega toda realidad y se procura disipar su espejismo mediante un anilisis licido. Se supone de buena gana, por ejemplo, que en una pareja de enamorados uno de los dos ha manipulado al otro por razones de dinero o de vanidad, y que el segundo se ha dejado seducir, arrastrar, entram- par, hechizar o engatusar por el primero, habil para explotar sus debilidades o sus vicios. Cuando nin- guna manipulacién es concebible, se hablara de : extravio sensual: en ninguna circunstancia se reco- nocerd en el amor el compromiso de una liber- tad, y s6lo se vera en él Ja resultante de un juego de fuerzas mecdnicas. La misma fatalidad mecé- nica lo condena, ademis, a no ser sino una llama~ rada destinada a extinguirse. El tiempo embota la sensualidad: «La posesién mata el amor», y disipa Jas ilusiones: «Toda escoba nueva barre bieny. El sentimiento no resiste nia la vida cotidiana ni a Ja ausencia. «Ojos que no ven, coraz6n que no siente.» Fugaz, caprichosa, la pasién no tiene, por Io tanto, verdadera existencia. Hay casos, empero, en que un hombre y una mujer se empefian en amarse durante mucho tiempo con fidelidad. Para dilucidar este empecinamiento s¢ encontrari, de nuevo, una explicacién mecénica, y se diré enton- ces que son victimas de Ja rutina, de un habito perezoso, lo cual se expresa designando su rela~ cién con una palabra espantosa: apafio. Sin duda se habla con mayor consideracién de los afectos legitimos garantizados por los lazos del matrimo- nio, pero lo que se respeta es ¢l matrimonio como institucion, y en cuanto representa, precisamen- te, una especie de seguro contra el amor; cuando, al contrario, se lo considera como wna relacién individual, se torna irrisorio, Desde la Edad Media, el esposo y 1a esposa son los personajes tradicio- nalmente ridiculos de las farsas, las operetas, los vodeviles, los cuentos y las comedias con que se entretiene al piiblico. Se admite que no hay buea matrimonio, que el sentimiento mis ardiente no podria resistir la prueba de la vida conyugal y que todas las mujeres Son infieles o desabridas y todos Jos maridos, embusteros 0 engafiados. El amor podria ser despreciado si se prefirie- ran a él otros tipos de relaciones humanas. Pero, a 36 Ge hecho, le opinisn péblica también cree nue ‘poco én td aunustad: no ve en ella mas wue sién de juventiid gue avi 1 6 da ‘se encarga de disi- par ripidamente. Cuando un hombre se casa 0 comenza su carrera laboral,se levantan.entre él Y suis anitigutos cantairatias distancias infranquea bles: la desigualded de condisiones separa tanto _ como le divergencia de intereses, Un hombre que ba hecho jortuna reencuentsa con turbacién a aun amigo de Ja infancia caido en la miseria, en gru- po de jovenes er a5 ¢ intransigentes no sien~ ten més que indifereneis anos por oxy Hlegan apna confortable miadusen: estos “2 sido explotados ceatenares de veces. $1 algunas amustades se perpetian es porque han Jogrado adarse en un juego de iatereses mutuos, pero se desvanecerian con rapidez si, de uno u otro lado, ese interés desapareciera. Tempora si fuerint nubiia, selus eris,' dice el poeta latino a quien se na traducido de mil maneras, La Fontaine sittia en el imperio de Monomotapa la verdadera ainis- tad; a princesa Mathilde de: vendrian afin a verme si yo 4Cudnwos amigos viera en’ up grane- 1 «Cuando vengan los reveses, @ racontn edition son 4s Sylvie Le Bon de Besuvo de a presente yado en un robusio forido de indiferencia; no excluye ni los celos ni Ja malevotencia, particu- Jarmente en las mujeres, cuyos afectos son capri- chosos y pérfidos Taies soir’ al menos, los lugares comunes corrientemente admitides sobre éste tema. No seré la amistad, en consecuencia, la que rompa la soledad en que el hombre estd encerra~ do: para un individuo jamas es posible compar P j F lis alegrias y las penas de otto, y ni siguiera com derias: «Log seres son inmenetrables, las con- ciencias son incomunicables»; en €! amor, a amas- tad, en todes los afectos. cada uno es para el otro *n misterioso extraujero. En su hogar, en amigos, en su trabajo, ef hombze nunca puede conocer sino una «soledad en comany. Las trai-7) ciones del lenguaje, la cortesia, la decencia y la he \e rutina impiden toda verdadera comunicacién. ) Y, sobre todo, los hombres hacen muy pocos esfuerzos para establecer entre ellos un contacto nes, en real; estan encerrados en sus preocupaci sus inquietudes, no se interesan por lo que pasa en las esferas.que les son ajenas. «Cuando un viz- conde encuentra a otro vizconde, lo que cuenta 38 son historias de yizcondes», cantaba Chevalier.A cada uno le gusta contar sus propias historias, pero le aburre escuchar las de los demis; uno se resig- na pronto al mayor de los infortunios si éste se abate sobre un vecino, y no sobre uno mismo; a veces, incluso se lo recibe con un placer tnalicio- so: Suave mari magno,? mientras que la alegria de los otros irrita facilmente. Los hombres son duros unos con otros, sea por egoismo cinico, porque * sus intereses son distintos: Homo homini lupus; sea por falta de imaginacién, por tener el corazén seco y vacio, Por eso la sabidtiria consiste en con- tar solamente con uno mismo: «Si quieres ser bien servido, sirvete a ti mistho». Es preciso acomodar- se en la vida para no necesitar a nadie ni pedir nunca nada, lo cual permite también no tener nada para dar. Un poco de bondad es oportuna: después de todo, no somos brutos; pero demasia~ da bondad se convierte en debilidad, tonteria; un hombre demasiado bueno da’un mal ejemplo, 2sGrato es,en el vasto mat...», coméenzo de un verso de Lucrecio, El sent- ddo completo es: «Grato es cuando, en el vasto maf os vientos levantan as ls, observas, desde titra firme, los terribles peligros de otros. 3 aE] hombre es el lobo del hombre.» Pensamiento de Plauto, retomnado por Hobbes. se gaita‘las censuras.de todés, es casi un, malhe- chor, Asi, Vari Gogh, encatgado de distribuir en el Borinage las asistencias oficiales, recibié una repri- menda de sus superiores y fue relevado de sus fun- ciones porque vivia en un pie de igualdad con sus asistidos y compartia Sus recursos con ellos. Lo. conveniente es mezclarse lo menos posible con Jos asuntos de los otros, evitar comentarios y ser discreto a fin de ahorrarse responsabilidades intti- Jes, No dé detnasiados consejos: podrian repro- charselo. No sea demasiado servicial: no desper- tard ninguna gratitud, y tal vez hasta se irriten con usted.Tal es la manera habitual como la gente considera sus relaciones con el projimo. Sobre la base-de una concepcién semejante del hombre y las relaciones humanas, uno no pue- de formarse una idea muy exaltante de la vida. Los hombres no esperaron el «mito de Sisifo» para pensar que la vida era, como dice Shakespeare, «un cuento contado por un idiota» o, en otras palabras, una aventura absurda.Y, en efecto, sila psicologia del interés es veraz, toda existencia es un fracaso radical, pues la Gnica meta del hombre es asegurarse su propia dicha, y ésta es imposible. «El amor no es mas que ficci6n, la felicidad s6lo 40 es.una ilusion»: esta vieja cantinela se canta con mil melodias diferentes y palabras casi idénticas, La felicidad es como una mariposa cuyos brillan tes colores se enturbian cuando la tocamos; nun- ca hay que entrar en las tierras prometidas; no hay otro paraiso que el paraiso perdido; la realidad siempre es menos que los suefios, nada més decep- Cionante que conseguir lo que se desea; todo pasa, todo se rompe, todo cansa. O, en términos mis ‘ definitivos: «La felicidad no es de este mundo». La idea tainbién sé expresa con formulas de un matiz més'severo: «No hemos nacido para divertirnos», da vida no es una novela», Por consiguiente, es menester pedir lo menos posible a la vida, para ng decepcionarse; hay que saber que en este mun- do nunca hacemos lo que queremos, y somos el juguete de circunstancias que casi sieiipre nos son adversas, La sabiduria consiste en dar el menor pabulo posible a la desdicha, y esto conduce a una moral de la mediocridad, «Para vivir felices, viva- mos ocultos.» No nos hagamos notar, no procu- remos abarcar demasiado: «Quien mucho abarca, poco aprieta», Conformémonos con una hones- ta mediocridad: ni demasiado, ni demasiado poco; cultivemos tranquilamente nuestro jardin. Toda amibicion es peligrosa, y lo es incluso la ambicién moral: no busquemos ser héroes ni santos, sino Gnicamente lo que se llama un hombre decen- te; la virtud esté en el justo medio, quien quiere ser angel acaba en bestia. Por otra parte, es vano anhelar un destino excepcional; sélo un espejis- mo hace que algunas vidas parezcan mis envidia- bles que otras; en el fondo, todas son iguales. Aun el sabio, el artista o el poeta de quienes se habla con tanta reverencia en las entregas dé premios y los deberes del bachilleraco no son mis que pobres hombres, sometidos a las debilidades humanas; han sido engafiados por su mujer, ban padecido enfermedades y problemas de dinero. «No hay gran hombre para su ayuda de cimara.» El poe- ta persa Firdusi fue sabio cuando resumi6 en un solo verso el extenso poema en el cual intentaba, desde hacia veinte afios, encerrar la historia de Ja humanidad: «Los hombres han nacido, han sufti- do, han muerto». En el fondo de viejos platos de loza se descifran jeroglificos en los que se expre- sa la misma filosofia. «Entramos, gritamos y vivi- mos; gritamos, salimos y morimos.» Como todo hombre muere, como todo termina por termi- nar, nada de Jo que sucede tiene demasiada impor- a 2 tancia; nos equivocariamos tanto si esperaramos como si desesperaramos. Y, en efecto, no es el existencialismo el que ha revelado a los hombres que algiin dia habrian de morir; los hombres siempre lo supieron, y ni siquiera los mas superficiales lo olvidan; crean 0 no en una vida después de la muerte, ésta, en todo caso, tiende su sombra sobre su existencia terre- nal. Puesto que hay que morir, :por qué hemos nacido? ;Qué hacemos en este mundo? gDe qué sirve vivir y suftir? Los viejos cansados y las amas de casa agotadas por los quehaceres excesivos de- sarrollan in extenso esos interrogantes amargos o angustiados que, en las canciones de Damia 0 Yvonne Georges, cobran un acento patético. Pero muchos también encuentran una especie de paz en esa insignificancia que la muerte confiere a la vida. Habida cuenta de que morimos, nada tie- ne demasiada importancia, la resignacién resulta legitima, toda empresa asume un cardcter provi- sorio, relativo, y es una locura obstinarse con tan- ta pasién. Hay que tomar el lado bueno de las cosas. «No mortificarse.» Si existieran apuestas ab- solutas, este oportunismo seria imposible: no po- dria encontrarse el lado bueno de un fracaso 0 B i— aceptars¢ con buen humor una derrota. Pero la muerte, a la vez que daa la vida un sabor polvo y ceniza, la hace leve y ficilmente soportable, por- que la priva'de todo valor objetivo. Aparece como una coartada cémoda que permite a los hombres aislarse en su subjetividad, que los dispensa de no querer nada con pasién y autoriza todas las resig- naciones. Encerrado en el estrecho circulo de sus intereses, enclaustrado en una vida limitada por Ja muerte y a la cual ésta despoja de todo senti- do: asi ge pinta de buena gana el hombre. ;Cabe pensar en un pesimismo mas negro? ;Qué doc- trina abre menos puertas a la esperanza? g¢COmo es posible que gente que se forja una idea seme- jante de su condicién reproche al existencialismo su falta de optimismo? «Todo buen razonamiento ofenden, dijo pro- fundamente Stendhal. Frente a una opinion tajan- te, una verdad definitiva, la gente se atemoriza. Fulano es vanidoso, egoista, pérfido y codicioso; se le recitaran con complacencia sus defectos, pero si usted llega a esta conclusion: «Es un mal hom- bre», su interlocutor protestar4: «No dije eso», y acaso agregar4: «Pese a todo, en el fondo es bue- no», De tal modo, el hombre acepta retratarse con 44 Pequeiias pinceladas crueles,pero.si sé lo fuetza a seer ene merci ae eb le cuerpo entero, eludiré la res- ponsabilidad, no querré resumir ni concluir, Esa actitud se debe en parte, sin duda, a que presien- te que la realidad desborda todas las descripcio- nes posibles; es abusivo, por lo tanto, trazar una linea, llegar a un total y terminar con las cuentas, Pero, sobre todo,al hombre le repele tomar par- tido: Dios sabe a qué consecuencias podria llegar a arrastrarlo una légica demasiado rigurosa; le gus ta oirse hablar, sentirse pensar y afirmar con ello la superioridad del ser humano sobre el animal, pero con la condicién de que.sus pensamientos no lo‘comprometan, de que se mantengan en una penumbia propicia. Los hombres no creen del todo en lo que dicen, y eso les permite saltar imperturbables de un plano de verdad a otro; de hecho, jamés se sittan realmente en ninguno. La imagen del hombre generoso y heroico que se dibuja en las tribunas piblicas, y la del hombre bestial e intéresado que se forja a través de las amarguras cotidianas, son absolutamente irrecon- ciliables; por eso nunca se intenta hacer con elas una sintesis. Segtin las ocasiones, se evoca una u ee. | eo” otta, pero. no se cree ni en la verdad de las ore ciones finebres y las peliculas, de propaganda ni ena de los proverbios y lugares comunes desen- cantados que se pronuncian en un tono senten- cioso. Las conductas corrientes de las. personas muestran con claridad que no les resulta natural ni consagrarse sin reservas ni escatimarse sin gene- rosidad alguna. La Rochefoucauld cultivaba la amistad, Swift acariciaba a Stella, el escéptico des- engafiado tiene hijos contra sus intereses, contra su sabiduria egoista, contra la muerte. Si se les reprocharan esas contradicciones, responderian sin duda que la excepcién confirma la regla y cada uno de ellos se tomaria por una excepcién. Pero la gente se escandaliza, sobre todo, cuando se le exige una perfecta coherencia. Sabe bien que sus pensamientos no son gratuitos ni completamen- te sinceros, y que no apuntan a lo universal; son pensamientos de circunstancia gobernados por fines pricticos;si pretendemos tomarlos al pie de Ja letra, la gente se irrita. Una madre cuenta a su hijo que el amor es un embuste para evitar que se empecine en concertar un matrimonio estii- pido; sin embargo, esta convencida de haberse casado con su marido por aimor. Para defender sus 46 : teeny cio sav dlegremente a los jove- ‘8 vy declara que no Kay destino mis hermoso que el de. morii-por la patria; por su parte,lo que quiere es salvar el pellejo. Ideals mo y-escepticismo no son mis que atmas qué los hombres utilizan de acuerdo con sus necesidades; pero la reaccién que muestran hoy frente a una situaci6n singular no podria atar su futuro. Una de las circunstancias que les permite adaptarse al pesimismo tan sombrio que hemos descrito es que no se adhieren resueltamente a él.¥ el pri- mer reproche que formulan al existencialismo es el de ser un sistema coherentte y organizado, una actitud filos6fica que reclama su adopcién inte- gral. Temen que, si hacen suya una visién del mun- do definida con demasiada precisidn, se carga- ran con responsabilidades excesivamente pesadas. Pues de nada recelan més los hombres que de las responsabilidades; no les gusta correr riesgos y tienen tanto temor de comprometer su libertad que prefieren renegar de ella. Bsa es la razon mas profunda de su repugnancia con respecto a una doctrina que pone dicha libertad en primer pla- no. Si se toman en consideracién las criticas diri- gidas contra el existencialismo, no podra dejar 47 de llamar'ld atencién una contradiccién flagran- terquienes lo tachan de subjetivismo son los mis- mos que se deleitan con Montaigne, La Roche- foucauld, Maupassant; son los partidarios decididos de una pura psicologia de la inmanencia en que Jos proyectos y los sentimientos del individuo pare- cen encayzatse todos hacia él misma. Los existen* cialistas, al contratio, afirman-que el hombre es trascendencia; su vida es compromiso en el mun- do, movimiento hacia el Otro, superacién del pre~ sente en pos de un porvenir que ni siquiera la muerte limita, ;Como puede tenerse la osadia de acusarlos de atribuir demasiada importancia 2 la subjetividad? Es que, de hecho, en la moral del interés el sujeto jams aparece: el yo del que se nos habla es un objeto del mundo; si uno puede amar su yo, tomarlo como polo de sus conductas, es por- que ese yo exisce a la manera de una cost; s* SuPo~ ne que hay en él instintos que ¢s preciso saciar, vyacios que es preciso colmar. Por su mera existen- cia, mi yo me impone fines objetivos en los que mi libertad queda sepultada; es menester que yO Satisfaga sus necesidades, que le procure a placer que desea, que Jo defienda contra el sufrimiento; mis energias, entonces, se canalizan, y su destino ae esta determinado aun antes de que aparezcan; no ; rio, el yo. no, es; yo existo como sujeto auténtico, en un surgimiento ince- Santemente renovado que se opone ala realidad fija de las cosas; me arrojo sin ayuda, sini guia,a un mundo donde no me he instalado de antemano Pata esperarme: soy libre, mis proyectos no se defi- nen enwirtud de intereses preexistentes; postu- Ian porssi mismos sus propios fines, En la filoso- fia de la inmanencia, el punto de consumacién de mis actos esta dado; si desde alli me remonto a su punte de partida, se me presenta como si estu- viera definido, y es, de algtin modo, una proyec- cién del yo objeto en el plano de la interioridad. En |a filosofia de la trascendencia, el sujeto sdlo existe como punto de partida, no puedo enmas- carar su presencia, no puedo disimularme que todos mis actos tienen su origen en mi subjetivi- dad.A decir verdad, cuando se recrimina al exis- tencialismo su subjetividad, lo que se le reprocha es el hecho de asimilar subjetividad y libertad. La definicién del hombre como libertad siem- pre parecié ser caracteristica de los fildsofos opti- mnistas. Por eso es falso tomar al existencialismo —— cme por una doctrina desesperada; est muy lejos de serlo. El existencialismo no condena al hombre a una miseria irremediable; si el hombre no es natu- ralmenite bueno, tampoco es naturalmente malo, En principio, no es nada; le toca ser bueno o malo segtin asuma su libertad o reniegue de ella; bien y mal sélo aparecen mis all4 de la naturaleza, mis allé de todo lo dado. Esa es la raz6n por la cual es posible describir la realidad con toda imparciali- dad; nunca hay motivos para afligitse por ella, que no es ni triste ni alegre. Los hechos son hechos y nada més, lo importante es la manera como el hombre supera su situaciOn. Asi, la separacién de las conciencias es un hecho metafisico, pero el hombre puede superarla; puede, a través del mun- do, unirse a otros hombres. Los existencialistas dis- tan tanto de negar el amor, la amistad, la frater- nidad, que, a su juicio, s6lo en esas relaciones humanas puede cada individuo encontrar el fun- damento y la consumacién de su ser. Pero no con- sideran que esos sentimientos estén dados de ante- mano: hay que conquistarlos. La muerte es otro hecho por el que tampoco debemos lamentarnos 0 regocijarnos; no afecta con mentfs alguno las empresas humanas, pues éstas toman su valor de 7 e Ja libertad que se compromete en ellas; la liber- tad postula en forma absoluta los fines que pos- tula, y ningdn poder ajeno, ni siquiera el de la muerte, podria destruir 16 que ella ha fundado, Para ser el tinico y soberano duefio de su desti- no, el hombre debe tan sdlo querer serlo: eso es lo que afirma el existencialismo, y sin duda hay Optimismo en esta postura. En realidad, es ese opti- mismo lo que inquieta; si ciertas descripciones imparciales del mundo y el hombre despiertan indignacién, no es, como se pretende, porque sean «deprimentes»; los libros de Maupassant lo son mucho més; es porque el mal que ellas revelan incumbe a la libertad del hombre. Los «canallas» de La ndusea se han elegido como tales; sdlo de- penderia de ellos ser lticidos y honestos y repu- diar Ja mentira detris de la cual se protegen, pero la idea de una responsabilidad semejante ame- drenta al lector. Este, en vez de esa moral exigen- te, prefiere un pesimismo que, aunque no deja esperanza al hombre, tampoco le demanda nada. Si la moral del interés y la tristeza nacuralista son acogidas de manera tan favorable es porque la desesperacién que se expresa en ellas tiene un carfcter blando y c6modo, supone un determi- e —" nismo que alivia al hombre de la carga de su liber- tad. El hombre es un mecanismo cuyos resortes esenciales son el interés y la lujuria; sus sentimien- tos se reducen a un juego mas o menos sutil de faerzas:la sabiduria de los pueblos afirma bajo for- mas diversas este tnico postulado. Si el hombre no puede modificar su esencia, si no tiene influ- jo sobre su destino, no le queda mas que aceptar- se con indulgencia: esta actitud le ahorra Jas fati- gas de la lucha. Al volver a ponerle su destino en Jas manos, el existencialismo no hace sino pertur- bar ese descanso. Ala gente le gusta pensar que la virtud es facil; en las historias edificantes, los j¢venes mueren por su pais con una sonrisa; con una sonrisa, padres y madres se afanan para alimentar a sus hijos; los hijos se sacrifican por sus padres ancianos con una sonrisa. La gente también se resigna, sin mucha pena, a creer imposible la virtud. Pero lo que le repele imaginar es que sea posible y dificil. Si pro- clamamos que la vida es una magnifica aventura, nos vemos liberados de toda inquietud: al comer, al dormir, somos semidioses; cada latido de nues- tro coraz6n nos hace participar sin esfuerzo en la ‘\oca andanza humana. O bien confesamos que ~ sta no es mas que una comedia “buf i nada de lo que hacemos tiene ya importancia, y también podemos comer ¥ dormir en paz. Pero sila par tida no est4 ganada ni perdida de antemano, es preciso luchar y arriesgar, minuto a minuto, y esto €s un incordio para nuestra pereza, En rigor, la gente acepta Hibrar una o dos batallas, pero al menos debe poder descansar definitivamente en su victoria 0 su derrota. Este ingeniero constru- ye un digue, aquella myer trae nifios al mund uno y otra querrian que el dique vy ios hijos fue- ran una justificacién definitiva de su existencia; querrian que los fines que persiguen se afirmaran como absolutamente tities. Si, al contrario, un hombre ha tracasado en sus empresas, se compla- ce en repeur con el Eclesiastés: «Todo es vanidad», Pero sostener que soy yo quien, al escoger mis metas, fundo su valor, significa negarme cualquier coartada, Ningiin éxito me salva: para que éste siga presentandoseme como un éxito, es menes- ter que yo siga queriéndolo, y esa voluntad se manifiesta necesariamente a través de nuevos actos. Ningiin fracaso, ademés, me dispensa de prosegu: Ja lucha; no existe ningiin punto de vista exterior a mi mismo desde el cual yo pueda despreciar mis Del mismo modo, un hom- propias voluntaa bre a quien las circunstancias hayan elevado a la dignidad de héroc se complacera en pensar que esti marcado en la frente con una estrella, y que bebe, core y duerme como un héroe. El hecho de que, en lo sucesivo, tenga la certeza de com- portarse de conformidad con su esencia heroica es una idea que le ahora las angustias del verda- dero heroismo. Por su parte, el cobarde no esta tan descontento de serlo; es asi, no puede hacer nada y se instala en su cobardia con Ja tranquili- dad de esos ayudas de carmate de comedia que se felicitaban por no tener honor que defender Es mucho menos tranquilizador admitir que el coraje siempre puede conquistarse, sin que st posesion deba darse jams por descontada. Como se advertiri, si el existencialismo inquie- ta,no es porque desespere del hombre, sino por que reclama de éste una tension constante. Sin embargo, podemos preguntarnos: gpor qué una exigencia semejante? ¢Por qué obstinarse en de- salojar a la gente de posiciones en las que se sien- te segura? Se trata, en efecto, de una pregunta que los criticos formularon a menudo: gqué se gana con ser existencialista? 54 La cugstion’parecerd extrafia a cualquier filé- sofo. Ni Kant ai Hegel se preguntaron Jamas qué se ganalia con ser kantiano o hegeliano; decian lo que a su juicio era la verdad, y nada mis; no te- nian otra meta que la verdad misma. Pero tal vez sea el filésofo quien-se engafia en este caso; qui- z4 sea victima de una deformacién profesional. Es bueno decir la verdad? Si es inditil o nociva, ino hay que enmascaratla? Esa prudencia s6lo tie- ne sentido si se contempla la verdad como exte- rior a Ia realidad; si es una luz que un cielo aje~ no derrama sobre el mundo, cabe preguntarse si es 0 no oportuno dejarla disipar nuestras tinieblas. Pero esta concepcién es radicalmente falsa: la ver- dad no ¢s otra cosa que la realidad; podemos negarnos a aprehenderla a través de las palabras y las frases, es decir a expresarla en una forma sis- temitica, pero no podemos eludirla: el esfuerzo mismo que hagamos para escapar a ella es una de las maneras de manifestarla. Eso es lo que se des- prende con claridad, por ejemplo, de los descu- brimientos del psicoandlisis. Quiz4 parezca inétil y hasta nefasto revelar a un adolescente qué odia a su padre; pero si € no ha confesado ese odio con palabras, no por ello ha dejado de afirmarlo en sus 55 sentimientos, sus conductas, sus suefios, sus angus tias, El psicoanalista no decide descubrir gratuita y brutalmente una verdad ignorada: trata de ayu- dar a su paciente a modificar las conductas median- te las cuales reacciona a esa realidad. En lugar de emplear sus fuerzas para disimularse su odio, es preciso que el sujeto se libere de él, no negin- Golo, sino asumiéndolo y superandolo:o cual exi- ge,en primer lugar, que lo econozca explicita- mente y lo comprenda. El existencialismo no pretende tampoco develar al hombre la desven- tura oculta de su condicidn; solo quiere ayudar~ Jo a asumir esa condicin qué le es imposible igno- rar. Por no tirar ala verdad de frente, el hombre se agota én la resistencia que le opone. Hemos vis- to que se sittia de manera alternada en dos planos Ree! consiensly ‘mp que no logra conciliar, y tampoco consigue man- tenerse en ninguno de ellos. Desde la adolescen- cia, empieza a reirse de las imagenes demasiado ellas de os maestros de moral y los discursos ele- vados; se desengafia,1o cual quiere decir que esti- ima haber sido engafiado con anterioridad. Se zam- Bulle entonces de buena gana en el cinismo; ¢s pesimista con arrebato, pero esto no le impide, sin. embargo, tener iniciativas, amar, vivir; entre lo que ye a hace y lo que dice, ioe que afirma en actos,lo que cree en palabras, hay siempre un abismo.Y ese abis~ mo ¢s una fuente de incertidumbre y malestar. La mayoria‘de los hombres se pasan la vida apiasta~ dos por el peso de trivialidades que los sofocan, Si sdlo se decidieran a tomar clara conciencia de su situacién en el mundo, encontrarian el acuer- do consigo mismos y con la realidad. Hay algunos ambitos en que los hombres de nuestros dias hacen un esfuerzo decisive en pos Je la sinceridad, Nadie negaré que, mediante esa actitud, han realizado importantes conquistas. Gra- cias al psicoanilisis, la hipocresia sexual se ha disi- pado en parte; al tomar como un hecho la exis- tencia de ciertos instintos, el psicoanilisis niega todo sentido a las expresiones: la naturaleza huma- na es perversa, la naturaleza humana es inocente y buena; el hombre puede mirar dentro de si sin timidez; nada de lo que encuentre es monstruo- so, porque la moral sexual se construye mas alla de las tendencias y los complejos que constituyen su temperamento particular; no hay ningiin esta- do de equilibrio o de salud que sea moral por si mismo; no hay ninguna singularidad que sea inmoral. En ese plano, se empieza a admitir que et, | oo la moral-no es.el privilegio de ningiin hombre en “especial, y que todos pueden conquistarla. Tras la guerra de 1914-1918 se ha visto apare- cer también una concepcién del coraje muy dis- tinta de la de siglos pasados. Sin duda siempre se cité con respeto la'frase de Turenne: «Tiemblas, osamentat, pero antafio habia que ser Tarenne pare permitirsela. El miedo parecia cosa de cobardes, todo militar era un héroe de carrera y un héroe se refa de las balas y los obuses. Ese topico se exhi- bié en todo su brillo en 1914, Pero a continue cidn, las generaciones que en Francia, en Ingia- terra y en Norteamérica alimentaban un odio profundo contra la guerra se atrevieron a tratar sin miramientos las virtudes bélicas; los combatientes de 1940 eran mis licidos que entusiastas; al con- vertirse en soldados, seguian siendo hombres; si el coraje, en su opinién, tenia algin valor, era como virtud humana y no como virtud militar.Y eso es lo que hace tan conmovedores tantos testimonios ingleses, franceses, norteamericanos; esos j jévenes paracaidistas, esos aviadores, esos infantes, no aspi- ran.a lo que antafio se llamaba heroismo; nos dicen que el corazén les latia mas rapido, que se les hacia un nudo en la garganta, que tenian miedo.Y con- 58 tra el miedo hicieron, con simpleza, lo que tenfan que hacer. Sabian en cada oportunidad que la par- tida no estaba ganada, que al dia siguiente volve- rian a tener miedo, que corrian el riesgo de ren- dirse a las urgencias del cuerpo y de tener que despreciarse por ello, pero también sabian que s6lo a ellos correspondia superar sus angustias. El valor de esos ejemplos radica en que no per- miten a nadie declararse irremediablemente cobar- de, y en que evitan al hombre la desilusién y el «achicamiento» que constituyen la contrapartida de Jas mentiras demasiado ficiles. Pero nos conmue- ven sobre todo porque vemos en ellos la plena asun- cién de la condicién humana: y nos parece que, al asumirse, ésta se justifica, Bsa es precisamente la meta a Ja que apunta en general el existencialismo: evitar al hombre las decepciones y los endjos taci- turnos que ocasiona el culto de los falsos idolos. El existencialismo quiere convencerlo de ser autén- ticamente un hombre, y afirma el valor de ese logro. Una filosofia semejante puede rechazar audazmen- te los consuelos de la mentima y la resignacién: depo- sita su confianza en los hombres. _ IL. IDEALISMO MORAL. Y REALISMO POLITICO 2 1 drama de Antigona, quien, contra las eyes hunanas de Creonte, afirma las leyes divi- nas inscritas en su corazén, aparece como el anti- guo simbolo de un conflicto atin actual. Antigo- na ¢s el prototipo de esos moralistas intransigentes que, desdefiosos de los bienes terrenales, procla- man la necesidad de ciertos principios eternos y se obstinan a toda costa —aunque sea a costa de su vida € incluso de la de los otros~ en preservar la pureza de su conciencia. En Creonte se encarna el politico realista s6lo atento a los intereses dela ciudad y resuelto a defenderlos por cualquier medio, Ese conflicto se perpetué a través de la historia, sin que ninguna de las dos partes fuera

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