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CREMA DE AVELLANAS TURCAS CON SABOR A EXPLOTACIÓN INFANTIL

LOS TRABAJADORES QUE RECOGEN AVELLANAS EN TURQUÍA, EN SU MAYORÍA KURDOS Y


SIRIOS, TRABAJAN EN UNAS CONDICIONES LABORALES PÉSIMAS. LOS PRINCIPALES
CLIENTES DE ESTE PRODUCTO SON MULTINACIONALES COMO NUTELLA, NESTLÉ O Godiva

La estampa es típica del verano en las carreteras de la Anatolia interior: mujeres, hombres, niños, con sus
mantas y edredones, lonas, palanganas, cacerolas, amontonados en la caja de viejas camionetas o en
furgonetas atestadas, cargadas de bultos sobre su techo. Son jornaleros kurdos -últimamente, también
refugiados sirios- y se dirigen al norte, a recoger la avellana.

Un grupo de mujeres recoge avellanas en Turquía. GETTY

Turquía es una potencia del sector: concentra el 70 % de la producción mundial de avellanas, entre 500.000 y
750.000 toneladas, según el año. Así que las grandes empresas de repostería, como Ferrero, Nestlé y
Godiva, dependen de la producción turca. “Es una cuestión de tradición. Aquí producimos avellanas desde el
año 1300 y nuestra calidad es excelente”, asegura Levent Agca, presidente de la empresa procesadora
Fiskobirlik EFIT: “Las grandes empresas chocolateras no están dispuestas a renunciar al aroma y al sabor de
nuestras avellanas”.

La mayoría de avellanos se halla en la región del Mar Negro. En terrenos escarpados que se elevan nada
más salir del mar, lluviosos y verdes como Galicia. La costumbre es repartir las tierras equitativamente entre
los herederos de la familia, así que la mayoría de avellanares no superan la media hectárea y el sector se
divide en 400.000 pequeños productores, a excepción de las nuevas plantaciones, que pueden tener más de
una hectárea.

Hasta hace dos décadas, el Estado fijaba los precios de compra y los agricultores entregaban toda su
cosecha a Fiskobirlik, la empresa pública que se encargaba de ponerla en el mercado para su exportación.
Pero las reformas exigidas por la Unión Europea y el FMI en la década de 2000 liberalizaron el sector. “Las
políticas del gobierno han debilitado a las cooperativas y han dejado al productor a merced de la iniciativa
privada”, se queja Agca. Las únicas ayudas del Estado que reciben los agricultores se pagan una vez al año:
aproximadamente 250 euros por hectárea plantada.

Oligopolio privado

Uno de los ingredientes principales de la Nutella es la avellana. En 1946, el racionamiento en la Italia de la


posguerra, hacía muy difícil de conseguir y muy caro el cacao, por lo que un pastelero del Piamonte,
Pietro Ferrero, modificó una receta local para crear la que se convertiría en la más famosa crema de
chocolate y avellanas del mundo. Hoy vende 35.000 tarros al día y Ferrero -que ha incluido las marcas Kinder
y diversas líneas de bombones como Ferrero Rocher- ingresa cada año 10.000 millones de euros en ventas.

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Obviamente, las avellanas del Piamonte ya no le bastan: Ferrero necesita un tercio de todas las avellanas
turcas para exportación. Así que cuando la producción turca se resiente, la Nutella peligra. Ocurrió en 2014
cuando una helada redujo considerable la cosecha y dobló los precios. Ferrero decidió entrar directamente el
mercado de la compra de avellanas y adquirió Oltan, la distribuidora turca que le suministraba hasta entonces
el producto.

Se ha pasado así de un monopolio estatal a un oligopolio privado: las empresas que suministran a Ferrero y
Nestlé acaparan más de la mitad de la producción y los agricultores les acusan de fijar los precios a la baja.
De las 11,5 liras de media que se pagaban por kilo de avellanas en 2015 (3,81 euros de entonces), se ha
pasado a las 10 liras del año pasado (1,77 euros). “Antes, la avellana daba de comer a millones de personas.
Ahora cada vez menos pueden vivir de ella. Lo dejan y se marchan a las grandes ciudades a buscar trabajo”,
sostiene Seyit Torun, exalcalde de Ordu, la provincia que más avellana produce. Orhan Saribal, responsable
de política agraria del partido opositor CHP, coincide: “Debido a la crisis de la lira, la gasolina, el abono y los
pesticidas, todos los cuales son importados, se han puesto por las nubes. Así que muchos agricultores no
cuidan lo suficiente sus huertos, porque no les renta. Cada año tenemos más enfermedades, hongos y
plagas, y la productividad ha bajado”. En 2018, por ejemplo, la cosecha de avellanas fue de 515.000
toneladas, 160.000 menos que el año anterior.

El mayor gasto para los agricultores lo supone la recolecta, que se inicia a mediados del verano. Dado que los
avellanos se sitúan mayormente en terrenos difíciles, resulta imposible mecanizarla: se varean los árboles o
se recogen una a una. En las fincas más pequeñas, son las propias familias y los vecinos quienes lo hacen,
pero para las más grandes entran en juego los temporeros. Decenas de miles acuden cada año.

Los más preciados, explica la socióloga Kezban Çelik, que ha trabajado largamente sobre el tema, son los
georgianos, usualmente varones jóvenes y fuertes. Cruzan la frontera con un visado de turista y trabajan
durante el mes o mes y medio que se prolonga la campaña. Es ilegal emplearlos, pero todo el mundo lo hace.
“Aproximadamente el 40 % de los jornaleros son georgianos, otro 40 % son kurdos del sudeste de Turquía y
un 20 % son refugiados sirios”, apunta la experta.

“Los trabajadores más caros son los locales, luego los georgianos y, por último, los kurdos y sirios”, confiesa
un productor. El jornal varía así según la procedencia, si un local cobra entre 70 y 80 liras por doce horas de
trabajo con apenas hora y media de descanso, un temporero kurdo cobra 50 ó 60 (menos de 10 euros). Y a
todo ello hay que deducir el 10 % que les cobran los capataces por conseguirles empleo. Ahora, los kurdos se
quejan de que hay refugiados sirios que aceptan trabajar incluso por 35 liras, lo que empuja los jornales hacia
abajo. La lucha del último contra el penúltimo.

Tradicionalmente, la mano de obra de la avellana han sido los jornaleros de las provincias kurdas: los más
pobres de la parte más pobre del país, sin estudios y desconocedores de sus derechos laborales (muy pocos
trabajan con contrato). Acude toda la familia y se instalan en tiendas de campaña en medio del campo. “Van
de provincia en provincia durante ocho meses al año, trabajando en la remolacha, el algodón, el albaricoque,
la avellana...”, relata Çelik: “En los campamentos no tienen agua corriente ni electricidad ni calefacción. Han
de buscar leña para hacer la comida. Es algo alejado de la era moderna”.

Niños en el campo

La ley turca prohíbe a niños de menos de 16 años trabajar en la agricultura, si bien para el empleo de
temporero, por su mayor dificultad, el límite legal está fijado en 18 años. Sin embargo, el Instituto de
Estadística cifraba en 893.000 los menores de edad empleados en Turquía en 2012, de ellos casi 300.000 de
entre 6 y 14 años, y la mitad en tareas agrícolas. Desde entonces, el instituto no ha vuelto a publicar
estadísticas del tema, pero en ese tiempo Turquía ha vivido un importante influjo de refugiados sirios: 3,6

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millones, de los que casi la mitad son menores de edad. Y según el sindicato DISK, la cifra actual de niños y
adolescentes trabajadores se acerca a los 2 millones.

El año pasado, el Departamento de Trabajo de EEUU incluyó la avellana turca en su lista de productos
“obtenidos mediante trabajo infantil o forzado”. En la campaña avellanera, se calcula que uno de cada diez
trabajadores son niños, si bien algunos estudios han hallado hasta un 40 % de menores de edad en algunas
plantaciones. Kutsi Yasar, presidente del sindicato de productores de avellana (Findik-Sen), estima que, de
los 350.000 jornaleros que participan en la recolecta, unos 100.000 tienen entre 15 y 18 años y otros diez o
quince mil, menos de 14 años. “Aunque en los últimos años se ha reducido algo el número de niños
empleados, también nos hemos encontrado con edades cada vez más bajas. De 13-14 años en el caso de los
kurdos, y hasta de 9 años en el caso de los sirios”, explica Berivan Çite, de la ONG Hayata Destek. A
menudo, a los niños se les paga la mitad del jornal, pues su capacidad de trabajo es inferior a la de un adulto.

“Las familias lo justifican en que, si los niños no trabajan, no les sale a cuenta el viaje”, añade Çite: “Nosotros
tratamos de ayudarles y les damos clases de concienciación sobre los efectos nocivos que provoca el trabajo
infantil”. Un estudio de Kalkinma Atölyesi descubrió que el 71 % de los niños empleados en la recogida de la
avellana sufren constantes dolores de cabeza, el 54 % de espalda, el 64 % experimentan mareos. Uno de
cada dos no ha recibido todas las vacunas preceptivas para su edad. Y la mayoría no acude a la escuela
excepto en los meses de invierno.

Para las adolescentes es aún peor. “Después de trabajar en los campos, deben cocinar, cuidar de sus
hermanos y limpiar”, dice la socióloga Çelik: “Se les separa de la escuela y no tienen forma de escapar a esta
forma de vida. A los 16 ó 17 años se las casa con otros parientes, continúan trabajando durante el embarazo
y algunas dan a luz durante la cosecha”.

En 2011, la campaña Stop Child Labor sacó los colores a las multinacionales por emplear productos en los
que explota a niños para su obtención. Empresas como Nestlé iniciaron entonces un programa piloto de la
mano de Fair Labor Association y actualmente, sostiene en su web, el 80 % de las avellanas que compra han
sido obtenidas siguiendo criterios de “agricultura responsable”. Ferrero -que no ha respondido a las peticiones
de entrevista hechas por este diario- asegura conocer el origen del 25 % de sus avellanas, y espera que en
2020 la “trazabilidad” pueda ser completa.

Para Saribal, la solución pasa porque el Estado intervenga con decisión y fije precios de compra a los
productores más altos, de manera que los agricultores puedan incrementar también el pago a los jornaleros:
“Ahora trabajan en condiciones de casi esclavitud, inhumanas. Pero es que incluso esos jornales son
demasiado elevados para el bolsillo del productor”.

De momento, el Estado está ausente, lamenta Çite: “Cuando denunciamos la situación, los ministerios no nos
responden. A veces viene la Gendarmería, y por unos días, las familias no envían a los niños a trabajar. Pero
luego regresan. ¿Cómo van a funcionar las inspecciones si incluso hemos visto a alcaldes de aldea, que son
la autoridad encargada de aplicar la ley, empleando a menores?”. Tampoco son suficientes, según esta
experta en protección a la infancia, las iniciativas de “responsabilidad social” que parten de las propias
empresas: “Necesitamos mayor presión internacional”.

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CUÁNTO AUMENTARÍA EL PRECIO DE TU TABLETA DE CHOCOLATE SIN TRABAJO INFANTIL
DOS ECONOMISTAS CREAN UN MODELO ECONÓMICO CON EL QUE CALCULAN QUE CON UN
INCREMENTO DEL 2,8% SE ELIMINARÍAN LAS TAREAS MÁS "EXTREMAS" QUE DESEMPEÑAN
LOS NIÑOS. PARA ACABAR CON LA PRÁCTICA POR COMPLETO HACE FALTA UN 47%

¿Cuál es el precio que debemos pagar los consumidores por eliminar el trabajo infantil de la cadena de
producción de las deliciosas tabletas de chocolate? Dos economistas estadounidenses han calculado cuánto
habría que aumentar el precio del cacao para que siguiera dando los mismos beneficios a sus productores sin
necesidad de emplear a niños, más baratos y manejables: un 2,8%. Ese es el precio de sacar a un menor del
colegio para ponerlo a trabajar en el campo.

Jeff Luckstead y Lawton L. Nalley han diseñado un modelo económico para calcular la repercusión en la
cuenta de la compra de este comercio más justo. "Desarrollamos un modelo de hogar agrícola, en el que los
ingresos son generados por el cultivo de cacao. Para esta labor, el hogar puede usar el tiempo de los adultos,
el de los niños o el de trabajadores contratados", explica Luckstead. Este 2,8% se refiere al aumento que
resultaría tras eliminar las formas de trabajo infantil más "extremas" (las que incluyen tareas peligrosas o
implican más de 42 horas semanales), suprimir las "normales" (entre 14 y 42 horas semanales), lo elevaría al
12%, mientras que desligar por completo a los menores de la producción de cacao haría que subiese un 47%
(trabajar menos de 14 horas semanales). La Organización Internacional del Trabajo establece estas tres
diferencias atendiendo a criterios de duración de la jornada laboral y la peligrosidad de las tareas. La
investigación se ha publicado en el la revista Plos One.

Los economistas desarrollaron su modelo en el contexto de Ghana, el segundo país productor de cacao (20%
del total global), y que da trabajo directo a dos millones de personas. "El modelo que hemos empleado podría
adaptarse a otras situaciones. Sin embargo, dependiendo del tema y el mercado, habría que hacer
modificaciones", advierte el investigador. En este país de África occidental Unicef calcula que hay alrededor
de 200.000 niños trabajando en este sector en las condiciones más duras. Toda la región de África Occidental
acapara el 70% de la producción mundial de cacao, un sector que emplea a 2,2 millones de niños, según en
Cacaobarómetro de 2018, un informe realizado por 15 ONG europeas.El número uno lo ocupa Costa de
Marfil, un país que aporta el 40% de este producto.

"Las discusiones sobre el precio del cacao y otros productos básicos son complejas, pero es necesario
tenerlas. Proporcionar un precio justo al agricultor puede ser un punto de partida clave para abordar la
pobreza y el trabajo infantil. Sin embargo, este no es el único problema a tratar. El acceso a servicios de

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calidad como educación, salud y registro de nacimientos es igualmente importante", puntualiza Muhammad
Rafiq Khan, de la oficina de Unicef en Ghana.

Es extremadamente difícil hacer cumplir la ley de trabajo infantil sin empujar a las familias a la
pobreza

El Gobierno de Ghana lanzó en 2017 un plan para reducir estas cifras. "Hay que abordar las situaciones de
pobreza que llevan a las familias a depender de los ingresos que puedan aportar los niños, y cambiar las
percepciones sociales que valoran el trabajo infantil como normal, aceptable o incluso necesario", recalca
Blanca Carazo, responsable de Programas de Unicef Comité Español. "Son mano de obra barata, obediente y
muy rentable, para muchas familias, la única alternativa para sobrevivir", secunda David del Campo, director
de Cooperación Internacional de Save the Children. Un 30% de los niños de Ghana abandona el colegio en
primaria, un 15% nunca ha pisado una escuela, según datos de la Unesco.

"Es extremadamente difícil hacer cumplir la ley de trabajo infantil sin empujar a las familias a la pobreza. Por
eso creamos este modelo, porque los hogares del cacao estarían más dispuestos a reducir estas prácticas si
no les supusiera una carga financiera. Además, los consumidores quieren productos obtenidos éticamente,
incluido el cacao", explica uno de los autores del estudio. La investigación se encuadra dentro del Cocoa
Livelihood Program, un proyecto de la Fundación Mundial del Cacao, patrocinado por la Fundación Bill y
Melinda Gates y destinado a mejorar los medios de vida de más de 200.000 pequeños productores en África
subsahariana a través de capacitación, diversificación de cultivos y organizaciones de agricultores.
"Tradicionalmente, el sistema ha centrado su esfuerzo en la respuesta (es decir, retirar a los niños del trabajo
infantil), pero la evidencia muestra que un enfoque más integral y preventivo que contemple el
empoderamiento económico y el desarrollo, la educación y la protección infantil es más efectivo", recalca
Rafiq Khan.

La investigación no analiza si los consumidores estarían dispuestos a asumir ese aumento de precio, qué
mecanismos de control habría que establecer para garantizar que el incremento se traduce realmente en la
reducción del trabajo infantil. "Sería necesario acompañar esta medida de intervenciones para el cambio
social, y de mecanismos de protección que no dependan del mercado o la producción", apunta Carazo.
"También hay que poner el acento en los productores que compran ese cacao para fabricar sus productos y
que a veces se basan en relaciones comerciales abusivas. Son ellos los que exigen que se siga produciendo
más a bajo coste", indica del Campo.

El coautor del estudio señala un dato interesante: "Si tiene éxito en reducir o eliminar las peores prácticas de
empleo de menores, la Junta de Comercialización del Cacao de Ghana podría etiquetar su producto
como libre de trabajo infantil, lo que diferenciaría su cacao de otros países y mejoraría su comercialización".
Si no es por la ética, al menos que sea por el negocio.

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LAS JOYAS SUCIAS DE INDIA
EN JAIPUR, LA CAPITAL DEL ESTADO DE RAJASTÁN, EL NEGOCIO DE LAS PIEDRAS
PRECIOSAS SE ALIMENTA DE LA EXPLOTACIÓN DEL TRABAJO INFANTIL

El óxido verdoso que desprende el pulido de las piedras difumina el rojo de los esputos de tabaco masticado –
paan– de la pared de la habitación. La respuesta de Tosif Khan, de 12 años, queda ahogada entre el ruido de
la máquina de lijar y la llamada al rezo de la mezquita del barrio de Top Khana Huzuri: “Trabajo todos los días.
No tengo vacaciones pero por la tarde me dejan tiempo para volar mi cometa”. Tosif comparte patsan (mesa
donde pule gemas y joyas) y el verde de sus pequeños dedos con otros cinco empleados más. Es uno de los
niños que forman parte integral de la industria informal del corte y lijado de piedras preciosas en Jaipur, una
actividad que en la región ha sido siempre una tradición familiar.

La capital del Estado de Rajastán, de algo más de tres millones de habitantes, es conocida por ser el mayor
centro de producción y comercialización de piedras preciosas de todo el país, que exporta gemas, joyería y
todo tipo de piedras preciosas por valor de 41.800 millones de dólares en 2013 (16% de la exportación
nacional). Y España está entre los 25 mayores importadores mundiales de gemas y joyería indias. Sin
embargo, los barrios aledaños a Johari bazar (mercado de las joyas) y Monak chowk (plaza del rubí) también
esconden microredes de explotación infantil en una ciudad mediáticamente conocida como de las gemas.

Rajastán también tiene el dudoso honor de ser el tercer Estado de India con mayor incidencia de trabajo
infantil, con más de un millón de trabajadores entre 5 y 14 años, según los últimos datos desglosados
del censo de 2001, 50.000 sólo en Jaipur, según la prensa nacional. En el país, la explotación infantil continúa
siendo un motor importante de su crecimiento económico y un grave problema a nivel nacional. El número de
menores explotados supera los 10 millones y no ha bajado en las últimas décadas, según las estadísticas del
Gobierno. Y son cifras que se basan en los registros oficiales. No tienen en cuenta a los niños sin documentos
o traficados. Los que las organizaciones defensoras de los derechos del menor llaman “niños invisibles”.

La ley nacional contra el trabajo infantil está pendiente de revisión por parte del Parlamento

Tampoco hay cifras exactas de los niños traficados a nivel local ni estatal, pero según Govind Beniwal,
miembro de la Comisión Estatal de Rajastán para la Protección de los Derechos del Niño, entre 15 y 20
menores son traficados diariamente en Jaipur. La mayor parte de ellos proceden de los estados orientales de
India para trabajar en las industrias de joyería, textil o del hogar. Informes internacionales reconocen que
estados como Bihar o Uttar Pradesh tienen altos niveles de deudas de vida hereditarias que inflaman el tráfico
y la explotación infantil en las zonas rurales. Originarios de Bihar eran Mohamed Parvez, su hermano Feiz y
los otros 50 niños que fueron rescatados el 11 de enero por la Unidad de Anti-Tráfico de Jaipur norte. “Nos
trajo nuestro padre, que cuida de nosotros y nos da de comer. Pero no quiero volver a trabajar de nueve de la
mañana a diez de la noche. Quiero ir a la escuela y jugar a luka chupi (escondite)”, dice Parvez, de siete
años.

“Los niños corrían a esconderse por miedo a la policía. Los encontramos en una estancia oscura, incrustando
las piedras en las pulseras y cubiertos de productos químicos”, explica Amit Mehta miembro del Resource
Institute for Human Rights (RIHR), que asistió al rescate. La ONG local ha colaborado en la liberación de más
de 330 menores en 2013. Los rescates son coordinados por las unidades especiales de la policía y las
organizaciones de base, quienes informan al Comité de Salud del Niño, al Departamento de Trabajo y al juez
del distrito. Tras los informes, los niños son llevados a las casas de acogida, donde esperan tratamiento y la
resolución de cada uno de sus casos. “Cuando vimos el estado en que se encontraban, sugerimos al juez que
iniciase exámenes clínicos dermatológicos para saber el alcance de los daños”, explica la doctora Jyoti,
miembro de la organización local que coordina Apna-Ghar, una de las casas de acogida de Jaipur.

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La efectividad de los rescates se ha incrementado con las medidas tomadas por la Comisión para la
Protección de Derechos del Niño de Rajastán. Aprovechando la ley nacional sobre justicia y protección juvenil
de 2006, la Comisión formuló el reglamento para la Protección contra el trabajo infantil (2012), estableciendo
los estándares de operación para los casos de trabajo infantil. Rajastán se ha convertido así en el único
Estado de India, junto con Delhi, que no depende de la ley nacional sobre el Trabajo Infantil de 1986. La
norma prohíbe el trabajo infantil sólo cuando se trata de trabajos considerados de riesgo y hasta los 14 años.
Algo que saben bien tanto traficantes como empleadores. “No sé la edad que tengo, pero mi tío dice que
tengo 14 años”, comenta Murshid Alam, uno de los niños rescatados el 11 de enero y que a todas luces tiene
menos años de los que dice tener. Su tío le trajo a Jaipur y es ustad (empleador) en una de las mini-factorías.

Entre 15 y 20 menores son traficados diariamente en Jaipur para trabajar en las industrias de joyería o
textil

La ley de Rajastán de 2012, sin embargo, establece la mayoría de edad legal para el trabajo en 18 años en
vez de 14, al tiempo que elimina el concepto de “trabajo de riesgo”. “Es muy difícil diferenciar el trabajo de
riesgo del que no entraña riesgos. La ley nacional de 1986 sólo prohíbe los trabajos de riesgo, que suponen
un 10% del total. Por eso hemos considerado que todos los trabajos suponen un riesgo para los menores”,
explica Deepak Kalara, presidente de la comisión hasta la semana pasada. Con ello, se ha acabado con el
debate acerca de la diferencia entre trabajo o empleo infantil. Govind Beniwal, miembro de la misma comisión,
recalca la necesidad de que India ratifique la Convención 138 de la Organización Internacional del
Trabajo sobre la edad mínima para trabajar al tiempo que detalla el avance que supone la reciente ley.

“Teóricamente, a los niños que ayudan en el ámbito familiar se les considera trabajadores; mientras que los
que obtienen remuneración por su labor, son empleados. Al prohibir el trabajo infantil para todos los menores
de 18, independientemente de si ejercen en el sector formal o informal, acabamos con este debate”, explica.
Un debate que sólo beneficia a los que pretenden aprovecharse de las ventajas económicas del empleo de
menores de edad.

Esta solución afecta de lleno a la industria de las gemas y las joyas de Jaipur, en la que gran parte del trabajo
infantil se desarrolla en el ámbito familiar. Y bajo estas premisas, Sanjay Singh, director del Consejo para la
Promoción de la Exportación de Gemas y Joyas, niega tener registro de incidencias de trabajo infantil en su
sector: “Tenemos constancia de incidentes en otras industrias. Hemos hecho evaluaciones con agencias
independientes y no hemos encontrado rastro de trabajo infantil. Nosotros también sensibilizamos a los
empleadores de las unidades de manufactura para que no empleen a niños, incluidos a sus hijos”.

Pese a que la ley nacional de 1986 está pendiente de revisión por parte del Parlamento y será reformulada a
lo largo de 2014, no se esperan cambios en lo referente a la edad mínima para entrar en el mercado laboral.
Sin embargo, Mahaveer Jain, miembro de la Junta Central sobre Trabajo Infantil del Ministerio de Empleo,
afirma que el Gobierno cambiará la ley en lo que respecta al trabajo de riesgo, prohibiendo así todo trabajo
infantil hasta los 14 años. “La ley siempre es bienvenida pero no sirve por sí sola para resolver el problema
del trabajo infantil. La ley tiene que ser implementada. Y luego tiene que haber rehabilitación psicológica,
económica y educativa tanto de los niños como de las familias. Así como el castigo a los empleadores”, aclara
Mahaveer Jain.

El número de menores explotados supera los 10 millones en India, según datos oficiales

Las autoridades locales recalcan la eficacia de los castigos a los empleadores de niños. “Son perseguidos y
castigados por la ley. En 2013, 20 casos fueron enviados a los juzgados correspondientes”, señala Khinv
Singh Bhati, supervisor de la Unidad de Anti-Tráfico de la sección norte de Jaipur. Sin embargo, los que han
sido implicados en rescates señalan la dificultad que conlleva coordinar esfuerzos con la policía. Vijay Goyal,
secretario general de la organización de base RIHR, habla de “dura oposición y disconformidad de la policía”.

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Govind Beniwal, de la Comisión Estatal de Rajastán para la Protección de los Derechos del Niño, explica:
“Antes me enfrenté a algunas filtraciones por parte de la policía si les informábamos el día antes. Ahora
esperamos hasta el mismo momento de la operación”. El Estado de Rajastán ha desarrollado medidas
particulares para luchar contra el empleo infantil, como la de recompensar con 25.000 rupias a los
trabajadores del sector que informan sobre localizaciones donde hay menores empleados.

Las organizaciones que trabajan para la protección del menor coinciden en que es imprescindible contar con
la mohalla (la comunidad) para acabar con el problema del trabajo infantil. En muchos de los casos la pobreza
y las necesidades familiares están detrás de este fenómeno. “Mi padre está en la cárcel. Mi trabajo y el de mis
cinco hermanos es el único ingreso familiar. Creo que mi madre recibe mis ganancias por transferencia
bancaria”, cuenta Mohamad Chanb, uno de los menores rescatados. Deepak Kalara, sin embargo, aclara que
hay otros elementos que agravan el problema de la explotación infantil: “Muchas veces los niños se
acostumbran a tener ingresos. A veces los padres no quieren trabajar y fuerzan a sus tres o cuatro hijos a
hacerlo. Y otras veces la calidad de las escuelas gubernamentales es tan mala que ni los profesores atienden
las clases con lo que las familias piensan que estudiar es una pérdida de tiempo”.

La sensibilización de la sociedad en su conjunto es una de las batallas a librar para ganar la guerra contra la
explotación infantil. Por eso la organización de base Jan Kala Sahitya Manch Sanstha realiza campañas de
sensibilización en los barrios más afectados de Jaipur. Esta organización también creó la Escuela Especial de
Sustento para los niños que han pasado por la explotación en la industria de las joyas y gemas; de forma que
reciben educación al tiempo que ganan nuevas habilidades relacionadas con el sector y reciben ingresos.
La rehabilitación es la única forma de evitar el regreso de los niños al trabajo. La educación de familias y
niños ayuda a recuperar a estas pequeñas joyas de Jaipur. “Mi padre es conductor de rickshaw [una especie
de taxi motocarro] y yo trabajo para la familia por ser el único chico. Antes no me gustaba la escuela pero
ahora no quiero trabajar. Quiero estudiar”, se queja Moseen Khan, de 14 años, mientras juguetea con una de
las piedras a medio pulir. Fuera, en las calles de Top Khana Desh, algunos niños vuelven de la escuela con
los dedos manchados de tiza blanca. A Moseen le gustaría cambiar el verde de óxido que tiñe sus dedos por
el blanco de las tizas.

https://elpais.com/economia/2019/05/15/actualidad/1557940066_064381.html

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