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NOTA SOBRE LOS TRASTORNOS INSTRUMENTALES Y LAS DESARMONÍAS

EVOLUTIVAS

JEAN BERGES

Título original: Note sur les troubles instrumentaux et les dysarmonies evolutives

Texto publicado en: L´information Psychiatrique, Vol 53, N9, Nov.1997.

Las nociones de desarmonía evolutiva y de trastornos instrumentales no parecen de


naturaleza radicalmente heterogénea, a pesar que no estén sustentadas por la misma
ideología. Y surge, cuando nos detenemos en compararlas, cuanto es de ambigua e
incierta esta pretensión. Esto no nos sorprende, pues se trata, en los dos casos, de
nociones complementarias de nuestra dificultad clínica: en bio-psicopatología infantil,
en particular, el embalaje heurístico funciona como soporte para la amalgama, lo que
hace que se diga del niño del cual se trata, que “no es un regalo”.

De hecho, desde que se disponga usar la palabra instrumento, se apela implícitamente


a las estructuras anatomo-fisiológicas, estructuras estas que sustentan las funciones en
las cuales se descubre y observa el “trastorno”: completan esta posición dos
corolarios: el primero, de inspiración patogénica, hace referencia a una lesión del
equipamiento, tanto evidente, esto es defectología, como no evidente, esto es
“minimal brain dysfunction”. Se conoce la suerte de este vocablo, de enfoque tanto
descriptivo como semiológico y patogénico, siendo esencial en el encuentro “que esté
en ella lo que se puso”, inclusive la lesión del sistema nervioso central, que se presume
que no puede ser demostrada. Bajo diferentes puntos de vista, parece claro que para
la mayoría de los autores anglo-sajones de esta área, las “desarmonías de evolución”
no se constituyen más que como un adorno. Pero parece del más alto interés constatar
que, cuando la lesión cerebral es evidente, como en los enfermos motores cerebrales,
uno se queda particularmente sorprendido con la extrema rareza de la evolución en
ellos, de un modo desarmonioso: aquí, el trastorno instrumental indudable e
indiscutible parece, se podría decir, garantizar la no desarmonía de la evolución, lo cual
nos debería llevar a la reflexión.

El segundo corolario de inspiración diagnóstica o estadística, hace referencia a un


“examen” presuponiendo instrumentos de media destinados a evaluar el “nivel” de
cada “función”, la aplicación de estos instrumentos no permite medir sino su propio
campo de medida. Aquí se sitúa una articulación de mayor dificultad en instrumentar
los instrumentos; de hecho, es en la determinación de algunas coordenadas de la
curva evolutiva en los que ellos se fijan, entretanto la propia elección de estas
coordenadas es predeterminada por el tipo de instrumento elegido para establecerlos.
Es sobre ciertos modos de funcionamiento, de realizaciones de la función, que se
establecen las “escalas de desenvolvimiento” y son especificados los “estadíos” de esta
evolución. Y es sobre la discordancia comparativa entre los diferentes niveles de
graduación de realizaciones instrumentales que se infiere o no sobre la armonía
evolutiva de la evolución.

Por lo tanto, es en este punto en donde la contribución de la obra de Piaget surge


como esencial, cada estadío se caracteriza tano por una diferencia radical en relación a
aquel que lo precede y al que lo sucede, como por la existencia constante de formas
residuales del precedente y de preformaciones del siguiente. Es precisamente en la
“viscosidad” en pasar de un estadío para el otro, en una incapacidad de abandonar las
preformas y en crear nuevas que Inhelder y Piaget sitúan la evidencia de la debilidad.
Pero se constata frecuentemente en la clínica que es de la sobrevivencia de una forma
intermediaria destinada a desaparecer en el pasaje de un estadío para otro, que surge
a los ojos del observador el trazo “sospechoso”, y que fracasa el instrumento en la
performance que se espera de él. De suerte que, nos parece con frecuencia, la
desarmonía evolutiva encuentra su originalidad en que el proceso evolutivo o
madurativo tal vez, consiga adaptarse, dinamizando esta o aquella forma destinada a
desaparecer en el pasaje de un estadío a otro. Es así, por ejemplo, que en las
“diagnosias de evolución” permaneciendo en el enfoque piagetiano de la cuestión, se
constata con gran frecuencia la dificultad en acceder a la conservación de la cantidad,
no pudiendo el sujeto separase de lo que percibe, víctima que es de lo “figurativo
abusivo” (el sujeto asegura que la pelota de masa de modelar contiene más materia
cuando está estirada). En esta ocasión se trata de niños que presentaron en sus
primeros años, un determinado retardo de la función postural y de la motricidad; y
que quedaron, en lo que se refiere al espacio de acción, la manipulación, etc., muy
incapaces en cuanto que la exploración visual, la representación de las situaciones
espaciales, se verificaron desarmónicamente precoces.

Con todo, se trata verdaderamente de la desaparición de estas formas caducas? La


discontinuidad, de hecho, tal vez no sea más que un elemento de observación, vuelta
enferma por no ser ejercida sino en el descubrimiento de lo esperado, de lo previsto. Y
es frecuentemente, aquello que fue “perdido de vista”, que parecía “arcaico”, fuera de
época, no formando más parte de la estructura manifiesta, tiene todavía un gran peso
en el funcionamiento y la realización de instrumentos aparentemente de otra
“generación”. Así, como ejemplo de lo que hay de importante en los factores cinéticos
en la imitación: cuando se le pide a un niño de dos años y medio, muy diestro en imitar
el gesto de extender el brazo horizontal, él opone su brazo derecho al izquierdo del
examinador; cuando éste extiende su brazo derecho, el niño imita perfectamente la
dirección y la orientación; pero, hasta los tres años él utiliza su brazo derecho,
dominante, en ésta imitación, lo que le hace cruzar el eje de su cuerpo: no será sino
seis meses más tarde que él cambiará, en espejo, para su brazo izquierdo. Esta pulsión
motora lateralizada todavía es entrecortada en imitaciones más complejas, hasta la
edad de cinco años, predominando todavía el factor cinético sobre el factor visual; éste
último sólo se torna prevalente, produciendo una corrección de la imitación, entre los
cinco años y medio y los seis años. Es, en los niños que presentan trastornos de la
psicomotricidad, principalmente de los prematuros como demostramos con I. Lézine,
hasta diez o mismo doce años, que se encuentran manifestaciones del mismo tipo;
cuando se conoce la importancia decisiva de las relaciones que se establecen entre la
imitación, la representación y la imagen, se comprende hasta qué punto el cuerpo, por
su motricidad, pesa fundamentalmente en la génesis, por ejemplo, de la imagen
mental.

La “no investidura” o la “hiperinvestidura” sobresalen como DEUS EX MACHINA de la


desarmonía de la evolución, y como motor de la desarmonía evolutiva; en verdad, esto
de alguna manera es probable, pues ella supone que la investidura se liga a la función.
En tanto, ésta solamente es aprehendida por los instrumentos con que la medimos en
su realización.

De manera que el peso de la investidura en la evolución es medio por la medida


reguladora de la performance de la realización de una función supuestamente
investida: se infiere una desarmonía de la evolución por la calidad de la realización de
un instrumento evolucionado.

El concepto freudiano de fijación parece, ciertamente bastante más próximo, en su


concepción “genética” y dinámica por sus relaciones con la regresión, dos procesos
aquí en causa. Parece así explicar lo que algunas realizaciones instrumentales tienen
de anacrónico, trayendo la existencia de una inclusión embriológica “en su
funcionamiento, que especifica la desarmonía de la evolución; explica también que es
en el nivel de la propia estructura de funcionamiento, traída por esta realización
experimental que se ejerce la perversión de la desarmonía evolutiva.

También nos parece que debe ser abordado otro punto en este caso, que surge más
frecuentemente en la clínica psiquiátrica infantil, y con mucha mayor intensidad
cuando se trata de niños muy pequeños: son los casos en que la función no es pausible
de ser investida, donde el no funcionamiento es el que va a sancionar el juego de un
factor previo el cual puede ser del orden de la privación sensorial, afectiva etc. , y el
ejemplo más simple parece ser la ambliopía del ojo estrábico; también puede ser del
orden de una enfermedad en el propio campo de la función.

Esto puede ser ilustrado por una investigación hecha por nosotros, en el Henri-
Rousselle, buscando establecer las relaciones entre la organización lateral del tono
profundo y la lateralización de las motricidades habitual y espontánea, por un estudio
estadístico realizado en un grupo de niños que habían tenido graves perturbaciones
neonatales, y un grupo control de niños: en el grupo control, la organización tónica del
eje del cuerpo está en armonía con la lateralidad espontánea (gestos no socializados),
en cuanto a la organización tónica de los miembros está en armonía con la lateralidad
habitual de utilización. Por otro lado, en el grupo de niños con antecedentes graves, el
“pasaje a la patología” se traduce en un desorden muy particular: no existe una
contradicción entre la lateralidad de utilización y la lateralidad espontánea, ni una
desarmonía entre una la organización tónica de los miembros y la del eje del cuerpo,
pero una desarmonía que afecta a uno de los pares “órgano-funcional”, tanto en el
tono periférico –lateralidad habitual-, como en el tono axial –lateralidad espontánea-,
o en ambos. Así, es en la articulación entre la marca de la estructura orgánica y la del
funcionamiento de la motricidad, en su lateralidad, en la que se sitúa la desarmonía
ligada a la patología, indicando un abordaje neurológico funcional, y no lesional, del
instrumento.

Lo que se puede llamar de no disponibilidad del propio campo de la función puede ser
precisado, bajo otro ángulo, por la observación de los niños dispráxicos: su incapacidad
en acceder a lo figurativo anticipado, en tanto se trate de una anticipación especial, es
certificado por el fracaso total de todas las medidas reeducativas tendientes a utilizar
las distintas figuras, las categorías de formas, colores y dimensiones de orientaciones:
es solo por medio de la “lógica verbal” y la anticipación ligada a la reversibilidad en el
campo de esta lógica, que se puede ayudar al niño: el niño de once años totalmente
incapaz de reproducir un rectángulo y sus diagonales, conseguirá realizar esta tarea
cuando sepa que “un rectángulo es una figura cuyos lados son iguales dos a dos,
perpendiculares entre sí, y cuyas diagonales se cortan en el medio”.

Lo que allí parece esencial, es no descuidar el hecho de que la función no puede ser
investida, extrayendo de esto las conclusiones que se imponen. De hecho, no se trata
de contentarse con una constatación, por un examen muy profundo de los
instrumentos, de una desarmonía de los resultados y de una desarmonía en la
evolución de sus realizaciones.

A este respecto, una demostración de una evolución de esta desarmonía no nos debe
satisfacer, en nuestra eventual posición terapéutica, deteniéndose en la consideración
de esta estructura; asimismo las investigaciones anamnésicas, las históricas más
profundas, los perfiles evolutivos y extensos más próximos de la “realidad” no
permiten, en la mayor parte de las veces, enriquecer de un modo decisivo nuestra
manera de abordar al niño, tratarlo y comprenderlo. Entretanto, la constatación de la
desarmonía, nos parece, debe ser acompañada imperiosamente de una crítica
razonable de la posible intervención; y, en este enfoque, es preciso saber deshacerse
de una posición de reparación o de ortopedia del instrumento: el deseo de ocupar los
espacios vacíos, colocar lo que falta, reducir los desvíos, este terrible deseo del
terapeuta, es justamente puesto en duda por la propia estructura de las desarmonías:
es porque las desarmonías de evolución no permiten satisfacerse con un constante
déficit, porque suscitan la perplejidad en cuanto a sectores en donde las posibilidades
son bien mejores, en la medida en que las desarmonías tanto acentúan el hándicap
como los recursos notables, que ellas permiten formular el problema del abordaje
terapéutico en términos de substituciones, articulaciones, cambios, de enfoques
multicéntricos de las dificultades instrumentales: es mucho más importante
direccionarse para una ampliación del campo en aquello que funciona mejor, de lo que
se esgrime en una empresa de “revestimiento” reeducativo, en el lugar de lo que
nunca existió.

No se disminuye el mérito del abordaje terapéutico de las desarmonías evolutivas, al


demostrar la inocuidad de los enfoques orto-educativos u orto-terapéuticos, a partir
de un efectivo examen de los déficits y de las perturbaciones. Muy por el contrario, al
esclarecer el papel decisivo de los procesos de regresión en la terapia, sea del tipo
psicoterapéutico o pasando por el cuerpo, con o sin soporte verbal prevalente. De
hecho, es a favor de la regresión que frecuentemente se tornan posibles reequilibrios
dinámicos, ordenamientos diferentes, permitiendo no apenas reparaciones o
reducciones, sino hasta reconstrucciones, cuya estructura será del tipo de la
reconstitución del pasado por el propio sujeto, cuya propia división es tanto el núcleo
de la desarmonía en que está inscripta en lo evolutivo como el principal obstáculo que
ella evalúa.

Es así que consideramos los “trastornos instrumentales” en las desarmonías


evolutivas: de ningún modo como causas, más sí como medios, medios bastantes
insuficientes para simbolizar la complejidad de estos estados, pero que permiten
alcanzar su comprensión, acentuando el cuanto deben ser criticados e inventados los
instrumentos para su medida y para el abordaje terapéutico desmesurado.

Nota:

Sección de bio-psicopatología infantil, Hospital Henri-Rousselle, 1, Calle Canabis,


75014, París.

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