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El testamento

Magdalen Blair

EL OJO SIN PÁRPADO


EL TESTAMENTO

MAGDALEN BLAIR

ALEISTER CROWLEY

Traducción:

José F . R u i z Casanova

Aleister Crowley

Ediciones Si r u e l a
Título original: The Stratagem and Other Stoñes
ÍNDICE
En sobrecubierta: Oleo de Gonzalo Chillida

Diseño gráfico; J. Siruela

Prólogo: «El increíble mago Aleister Crow-


ley», de Ángel Crespo 9

La estratagema 29

© Del prólogo, Ángel Crespo


El testamento de Magdalen Blair 51
© De la traducción, José F. Ruiz Casanoví
© EDICIONES SIRUELA, S. A., 1992
Plaza de Manuel Becerra, I i. 'El Pabellón»
28028 Madrid. Tels.: JSi Í7 20/JÍÍ 22 02
Tele fax: 3Ü22 0!

Prinled and ma.de in Spain Su pecado secreto 99


1

PROLOGO

EL INCREÍBLE MAGO

ALEISTER CROWLEY

¿ILEISTER Crowley es el más polémico e in-


cómodo de los grandes magos contemporáneos.
Comparados con él, McGregor Mathers, Helena
Blavatsky, Gurdjieffy Ouspensky son, a pesar de
los puntos negros, reales o inventados, de sus vi-
das y de sus caracteres, unos seres casi decepcio-
nantemente normales. «Cro, como en crow —es
! decir, "corneja" o "grajo"—», solía decir cuando
alguien pronunciaba como crau la primera sílaba
de su apellido. Y la analogía mágica —¿lo diría
por eso?— no dejó de operar en su vida, pues
trató siempre, aunque terminase por considerarlo
una impaciente ilusión, de alcanzar sus objetivos
esotéricos as the crow flies, por el más corto de
los caminos. La corneja es una especie de cuervo,
y el cuervo representa en la tradición simbólica a
las oscuras fuerzas de la creación, sobre todo en-
tre los celtas y los germanos de la antigüedad,
mientras en el lenguaje alquímico simboliza a la
nigredo propia de la materia prima de la Gran
Obra. Según Beaumont, citado por Cirlot, «el
cuervo en sí debe significar el aislamiento del que
10 ÁNGEL CRESPO PROLOGO 11

vive en un plano superior al de los demás, como él, un contemporáneo de Nietzsche y un admira-
todas las aves solitarias», sólo que la corneja no dor de Walter Pater y de sus tendencias neopa-
es tan solitaria como el prototipo de su familia. ganas, así como del arte satánico de Beardsley.
El nombre de pila de Crowley era Alexander, Es que Crowley fCroli, no lo olvidemos) se educó
Edward Alexander, y no Aleister, su equivalente en un Cambridge y se inició a la magia en una
celta, por el que lo sustituyó, pues aunque nacido Londres muy permeable al decadentismo finisecu-
el año 1875 en el Warwicksbire, cerca del shakes- lar, lo cual no sólo no impidió, sino que más bien
peariano Stratford-on-Avon, en el seno de una favoreció la. comisión de una de sus mayores extra-
acaudalada familia de cerveceros, ni los suyos ni vagancias juveniles, el alistamiento como volun-
él olvidaron nunca su ascendencia céltica. Los pa- tario de una tardía guerra carlista que ni siquiera
dres de Aleister eran darbyitas, miembros faná- llegó a declararse. Fue por entonces cuando veló,
ticamente devotos de la secta de los Exclusive sumido en profunda meditación, su espada y sus
Brethren (Hermanos Excluyentes) y creían que espuelas la víspera de ser armado caballero por
sólo quienes pertenecían a ella podían librarse de las los secuaces de don Carlos y cuando se tomó muy
llamas del infierno. Parece que el padre de Aleis- en serio su ingreso en una nebulosa Iglesia Celta
ter, que murió cuando el futuro mago tenía once de la que, en la actualidad, casi se ha perdido el
años, le llenó la cabeza de monstruosidades sa- recuerdo. Estos belicismos y misticismos esotéricos
gradas y de terribles visiones del Más Allá, así encaminaron al rico heredero que era entonces
como de más que Victorianos tabúes sexuales. Aleister, gracias a la tibia mediación inicial de
En el Más Allá siguió creyendo Aleister Crow- A. E. Waite, hacia un ocultismo, convertido pron-
ley, aunque de una manera, y en un Más Allá, to en la principal razón de su asombrosa existen-
que habrían enfurecido a su irritable padre, i Qué cia, que le valió, con el tiempo, ser considerado
tiene, pues, de particular que quien, teniendo, —y públicamente declarado por la prensa sensa-
como Aleister, un carácter fuerte y un temperamen- áonalista británica— como che King of Depra-
to voluntarioso, buho de sufrir la tutela de unos vity, el Rey de la Depravación, the Wizard of
parientes no menos fanáticos que el difunto, se Wickedness, el Mago del Mal, y finalmente
fuese convirtiendo a partir de su mayoría de edad, como the Wickedest Man in the World, el Hom-
y aun algo antes de llegar a ella, en enemigo bre más Inicuo del Mundo.
público y declarado de la moral cristiana? Des- Cómo se ganó Crowley esta fama sería muy
pués de todo era, aunque bastante más joven que largo y delicado de contar, si bien puede decirse
12 ÁNGEL CRESPO PROLOGO 13

que se debió en gran parte a, sus calculadas y el cuento «At the Fork of the Roads» (En la bi-
constantes provocaciones y a su tal vez incons- furcación), aparecido en la revista Equinox el mes
ciente habilidad de echarse enemigos. Pero Crow- de marzo de 1909. Parece, en efecto, que tanto
ley no era tan malo como querían los peores de Yeats como Crowley practicaban en aquella época
entre éstos. Sencillamente, y según opinaba su lo mismo la magia blanca que la negra. MacGre-
amigo Alian Bennett, que terminó su vida como gor Mathers, un destacado estudioso de la tradi-
monje budista, Aleister estaba muy bien dotado ción esotérica que había contraído matrimonio con
para la magia, tenía una inteligencia brillante y una hermana de Henri Bergson, se encontraba
un entusiasmo contagioso pero carecía de discipli- en París cuando empezó a sospechar, para com-
na y de penetración al juzgar a los demás. Era, probarlo enseguida, que varios de los más influ-
desde luego, un solipsista, se adoraba a sí mismo yentes miembros de la Golden Dawn se estaban
y tenía conciencia de poseer un carisma que le rebelando contra su liderazgo de dicha sociedad
ayudaba a ganar hasta el autosacrificio la vene- y encargó a Crowley, tras haber delegado en él
ración de sus mejores discípulos. su autoridad, restablecerlo. Ambos fracasaron en
Crowley entró a finales del año 1898, cuando su intento y terminaron por ser expulsados de
ya había publicado varios libros de versos influi- aquella orden. Esta camaradería en la desgracia
dos por Browning y por Swinburne, en la Golden no fue obstáculo a que, años más tarde, se enta-
Dawn, la Aurora Dorada, una sociedad secreta blase una batalla mágica entre MacGregor Mat-
con sede en Londres que proclamaba su ascen- hers y Crowley con el resultado final —que este
dencia rosicruciana y a la que ya pertenecía William último nunca se preocupó de desmentir— de que
Butler Yeats, cuyo lema mágico era «Demon est Aleister hiriese de muerte a su adversario.
Deus inversus», *e/ Demonio es Dios del revés». Lo más irónico del asunto sería —de ser cierto
Aleister, por su parte, adoptó el de Perdurabo, es tanto oscuro prodigio— que Aleister se habría ser-
decir, Persistiré. Los dos poetas no tardaron en vido con toda probabilidad de lo aprendido por
chocar y las cosas llegaron tan lejos que Bennett él en un grimorio medieval atribuido al mago
creyó haber descubierto que Aleister estaba sien- Abra-Melín, cuya traducción al inglés le había
do atacado por Yeats mediante la magia negra sido recomendada por su autor, que no era otro
—cosa que aquél le confirmó—, lo que dio lugar que el mismo MacGregor. Para procurarse un lu-
a un contraataque que ambos amigos juzgaron gar apropiado para la evocación de los príncipes
muy eficaz. Sobre este asunto, escribió Crowley de las tinieblas —quienes habían de poner a sus
14 ÁNGEL CRESPO PRÓLOGO 15

órdenes a sus cohortes de espíritus subalternos—, rante unos instantes del cuerpo del maestro. Se
Crowley, que todavía era pudiente, se compró ha acusado a Crowley, a propósito del aprendi-
una mansión a orillas del célebre lago Nessy acon- zaje de Neuburg, de haberle sometido a excesivas
dicionó unas estancias y la terraza contigua a ma- sevicias morales y físicas. No fue, sin embargo,
nera de templo apto para la magia ritual. La ex- Crowley más duro que Marpa el traductor con
periencia resultó terrorífica y estuvo lejos de ser su discípulo Milarepa, lo que no impidió que este
un éxito, no obstante lo cual nuestro aprendiz de gran santo del budismo tibetano considerase siem-
brujo conservó siempre, y los usó en varias oca- pre con reverente admiración a su rudo maestro.
siones, cuantos talismanes había confeccionado fe- Más decisiva que las mencionadas evocaciones
brilmente —y as the crow flies— durante aque- resultó ser para Aleister la magia sexual que le
llas memorables jornadas. fue enseñada por un iniciado de una oscura orden
Muy relacionada con estas evocaciones diabó- con sede en Alemania. Su práctica llegó a con-
licas estuvo la de Coronzón, el demonio del abis- vertirse en el fundamento de su magia y Crowley
mo, que Aleister llevó a cabo en el Sahara en se entregó, en consecuencia, tanto a las relaciones
compañía de su discípulo Víctor Neuburg. Coron- heterosexuales como a las homosexuales, en las
zón (Choronzon en la grafía de Crowley) es, sin que solía jugar el papel pasivo. Mientras tanto,
duda, un casi incógnito espíritu, pues los tratados viajó por los cinco continentes y estuvo, además
y los diccionarios de angelología y de satanismo de en otros lugares, en España, en el Magreb, en
suelen identificar al ángel —no rebelde como Co- el lejano Oriente, donde aprendió las técnicas del
ronzón— del abismo con Uriel o bien con Apsu, yoga, y en los Estados Unidos de América, en los
el ángel o genio hembra del abismo primordial que vivió, ya medio arruinado, casi de milagro.
de la mitología caldeo-babilónica. Coronzón per- Organizó, además, la escalada de dos de los más
tenece, pues, a una tradición esotérica bien cono- altos picos del Himalaya y celebró un retiro má-
áda por Crowley que no me ha sido posible iden- gico en una isla del Oeste americano.
tificar. Sea de ello lo que quiera, lo cierto es que Estando en El Cairo, el año 1904, en compañía
la aparición de este espíritu abisal fue espantosa, de su primera mujer, un espíritu al que identificó
pues estuvo a punto de destruir el circulo mágico con el nombre de Aiwass y del que dijo ser su
trazado en la arena por los dos magos, quienes, ángel de la guarda o bien el dios egipcio Horus,
dado su estado de exaltación, no fueron capaces le dictó un extraño texto entre gnóstico y caba-
de certificar si había o no tomado posesión du- lístico y no carente de analogías con elpensamien-
ÁNGEL CRESPO PRÓLOGO 17
16

to de Nietzsche conocido hoy con el nombre de na, cuyo uso llegó a dominar a voluntad, si bien
Book of the Law (Libro de la Ley). Esta reve- nunca pudo librarse por completo del demonio de
lación, pues Crowley no admitió nunca, como ha- la heroína. Se habla también en este libro de una
bía hecho a propósito de otros de sus textos, que Mujer Escarlata necesaria para el cumplimiento
pudiera ser un producto de su subconsciente, le de la misión del profeta destinado a predicar su
convenció, tras haberlo dudado mucho e incluso doctrina, mandato que Aleister se tomó muy en
haber tratado de perder su manuscrito, de que ha- serio conviviendo y realizando frecuentes actos
bía sido elegido por los Maestros Secretos como de magia sexual con las sucesivas Mujeres Escar-
profeta de la nueva religión en la que había de lata que descubrió y captó entre sus amistades
vivir la humanidad durante los dos próximos mi- femeninas, extremadamente sugestionables ante
lenios. «Los principios morales fundamentales de su virilidad.
la nueva edad —ha escrito Francis King— han Nadie se extrañará a la vista de cuanto queda
de ser la completa autorrealización, porque "cada dicho de que Crowley se convirtiese pocos años
hombre, y cada mujer, es una estrella" —es decir, después de su muerte, acaecida en 1947, en una
cada ser humano es un individuo único y dife- especie de inspirador y patrono de la cultura un-
rente que tiene derecho a realizarse a su particu- derground que floreció en Europa y en los Esta-
lar manera— y "Haz que tu voluntad sea el todo dos Unidos en torno al medio siglo. Liberación
de la ley", pues "Tu único derecho es hacer tu vo- sexual, desprecio de los valores de Occidente, res-
luntad" y ala palabra pecado es restricción".» ponsables según él de la falta de libertad y de las
Crowley tuvo siempre la preocupación de subra- catástrofes de nuestro tiempo —Aleister era ene-
yar que «Haz lo que quieras» no significa «Haz migo declarado del fascismo y del nazismo—, con-
lo que te guste», pues lo que, según él, quiere sumo de drogas, psicología de la marginación so-
decir este mandato de Aiwass es «Encuentra la cial, todos estos elementos le pusieron de moda y
manera de vivir compatible con tus más íntimos crearon en torno a su recuerdo una leyenda que
deseos y vívela con plenitud». le consideró, no sólo como el más poderoso mago
de nuestro siglo, sino también como una de las
En el Libro de ia Ley se alaba la intoxicación
figuras más influyentes de la contracultura con-
etílica y el uso de las drogas como medios de ad-
temporánea.
quirir una conciencia superior, et pour cause,
puesto que Crowley fue, además de buen y en- Desde que recibió el mensaje contenido en el
tendido bebedor, un ávido consumidor de cocaí- Libro de la Ley, Croicley vivió constantemente
ÁNGEL CRESPO PROLOCO 19

acompañado de la Mujer Escarlata impuesta a él, había llamado a sí mismo Therion, la Gran Bes-
más que meramente aconsejada, por su texto. Se tia, o bien la Bestia 666 del Apocalipsis, fue ob-
trata, en realidad, de una intuición que coincide jeto de la difamatoria campaña de prensa a que
con el juicio, muy posterior, contenido en Las bo- me he referido más arriba. A partir de aquel año
das de Cadmo y Harmonía de Roberto Calasso, 1923, Crowley no conoció hogar ni ingresos mo-
según el cual, en la región en que se encuentran netarios estables, no obstante lo cual siguió pro-
los dioses, «el héroe, si está solo, si cuenta única- gresando como mago —según él mismo creía— e
mente con sus propias fuerzas, es impotente. Ne- indudablemente como escritor.
cesita la ayuda de una mujer». Así, Crowley, al Crowley contaba ya con una larga serie de
tratar de integrarse en la región de sus dioses o, obras publicadas e inéditas, muchas de las prime-
tanto da, de sus demonios, se valió de la ayuda ras aparecidas en la revista Equinox, de la que
de una mujer. Aiwass y los poetas griegos habían fue fundador y director. En 1898, por ejemplo,
bebido en la misma fuente, en la de la tradición había publicado seis libros, de entre los que cabe
secreta que ha permitido a la psiquiatría contem- recordar el poema Aceldama (nombre del campo
poránea definir —que no descubrir— al anima y que compró Judas con las treinta monedas), los
al animus, complementos indispensables de los Songs of the Spirit (Canciones del Espíritu) y
sexos opuestos. Pero de esta restauración de la 1 White Stains (Manchas Blancas). Publicaría más
androginia original de que hablaba Platón hay tarde Alice, an Adulteress (Alicia la adúltera), el
tantos antecedentes que es preciso proseguir sin largo poema The Argonauts, Rosa mundi, poema-
tratar de recordarlos. rio inspirado por su primera mujer, la bella Rose
Con una de sus Mujeres Escarlata, la norte- Kelly, de la que terminaría por divorciarse, y Ro-
americana Lea Hirsig, fundó Aleister en Cefalú, din in Rime (Rodin en rima), libro lujosamente
cuando tenía cuarenta y anco años, la Abadía de ilustrado por este genial artista, al que le unía
Thelema, de clara inspiración —aunque de du- una buena amistad. En prosa, había dado a co-
dosa interpretación— rabelesiana. Lo que sucedió nocer la colección de novelas obscenas Snow Drops
o se inventó que había sucedido en ella durante from a Curate's Garden (Copos de nieve del jar-
sus ceremonias mágicas dio lugar si no a su ruina dín de un cura), el tratado místico-pornográfico
pues Crowley se mostró siempre incombustible El jardín perfumado, el Libro de las mentiras y
a la desgracia— sí a la peor fama que haya te- la novela The Diary of a Drug Fiend (Diario de
nido un mago de los tiempos modernos. Quien se un drogadicto), que obtuvo un escandaloso éxito
20 ÁNGEL: CRESPO
PROñ 21
debido, tanto como a sus cualidades literarias, a
ríos v una serie de rituales dedicados a varios
los poco disimulados retratos de varios personajes
dioses paganos, para varios de los cuales escribió
de la época, pero la obra más importante de cuan-
algunos de sus mejores poemas.
tas había publicado es Magick in Theory and
Uno de ellos, el «Himno a Pan», fue traducido,
Practice (La magia en la teoría y en la práctica),
juntamente con otras de sus poesías, por Fernan-
un manual de iniciación en el que, a ejemplo de
do Pessoa. No es éste el lugar más adecuado para
los libros sobre alquimia, hay datos falsos o tru-
contar una historia, la de la amistad del poeta
cados cuyo objeto es desorientar a los simples curio-
inglés y el portugués, a la que ya me he referido
sos y en el que declara sensaáonalistamente ha- con cierta extensión en La vida plural de Fernan-
ber sacrificado niños durante sus operaciones má- do Pessoa, pero sí el de referirse, aunque sólo sea
gicas, falsedad que, por fortuna para él, no fue muy brevemente, dada la popularidad de Pessoa
creída ni siquiera por sus más encarnizados de- y sus heterónimos entre los lectores españoles, a
tractores y enemigos. las afinidades que, en el terreno del concepto y el
A partir de su expulsión de Italia por las au- sentimiento de la personalidad, se descubren en
toridades fascistas, decretada a consecuencia de la ambos escritores. No se trata, por supuesto, de
campaña de prensa a que me he referido, Aleister establecer un imposible paralelismo entre la per-
emprendió la redacción y publicación de sus Con- sonalidad de uno y otro, sino de mostrar cómo la
fessions, tal vez las más interesantes memorias problemática de la época, unida al conocimiento
publicadas jamás por un mago, pero también si- que ambos tenían de la tradición esotérica, los
guió escribiendo y publicando obras de ficción ta- indujo a descubrir la pluralidad de su yo, si así
les como Moonchüd (Hijo de la luna) y The se me permite expresarme. Dando por conocida
Stratagem and Other Stories (El testamento de del lector la heteronimia de Pessoa, es decir, el
Magdalen Blair), volumen al que pertenecen los descubrimiento en sí mismo de vanas personali-
relatos aquí traducidos. En 1944, publicó The dades permanentes y sincrónicas y su posterior
Book of Thoth (El libro de Tot), un original transformación en escritores de diferentes y, en
tratado sobre el tarot, con naipes dibujados por ocasiones, opuestos estilo e ideología, baste con
Frieda Harris siguiendo las indicaciones del maes- añadir que el poeta portugués fue protagonista de
tro Therion. Dejó también, además de otros mu- una de las más apasionantes aventuras literarias
chos escritos inéditos, una extensa colección de de todos los tiempos. Ahora bien, si Pessoa creyó
poemas, Olla, y otra de cartas, así como sus dia- haber visto en un espejo íi algunos de sus hete-
22 ÁNGEL CRESPO PROLOGO

rónimos, Mary d'Esté Sturges cuenta que, duran- tes» (nótese el plural) que habían de ser dispara-
te una de las sesiones de trabajo en que Crowley das contra los dioses-esclavos, doctrina que, como
le dictaba los comentarios al Libro de la Ley, observa su biógrafo Francis King —ignorante por
«advertí un cambio en su cara, de lo más extraor- lo demás de sus relaciones con Pessoa—, coincide
dinario, como si no fuese ya la misma persona: con la doctrina del Libro de la Ley.
en realidad, durante los diez minutos que estu- Tal es, a grandes rasgos y prescindiendo de
vimos hablando, pareció ser vanas personas dife- enumerar los grados y dignidades que adquirió
rentes». ¿Eran sus personalidades ocultas que en varias órdenes esotéricas, la totalidad de sus
emergían sucesivamente, no mediante el juego li- amores apasionados o escandalosos —o ambas co-
terario de la heteronimia, como en el caso de Pes- sas a la vez—, sus pleitos y sus polémicas y otros
soa, sino en virtud de una evocación mágica cons- muchos aspectos e incidentes de su vida y de su
ciente o inconsciente? ¿Estaba alucinada Mary obra, tal es, decía, la personalidad del autor de
d'Esté? ¿Y qué es, entonces, una alucinación? los relatos que, con tanta oportunidad como tino,
¿Qué la separa, en casos como éste, de las grandes han sido vertidos al español por su competente
intuiciones? Por otro lado, los constantes cambios estudioso José Francisco Ruiz Casanova.
de nombre de Crowley ¿no pueden ser conside-
rados como una prueba de inseguridad en lo que Ángel Crespo
a su personalidad profunda se refiere? Heteróni-
mos o máscaras, no cabe duda de que tienen mu-
cho que ver no sólo con el universo pesoano, sino
también con las conocidas máscaras de Yeats, su
gran rival de la Golden Dawn.
Sucede además que la formulación pesoana del
neopaganismo portugués por medio de la obra
literaria de sus heterónimos encuentra un parale-
lismo en el trance de Víctor Neuburg durante el
que Júpiter le dijo, según aseguraba con toda se-
riedad, y al parecer de buena fe, que los viejos
dioses deseaban recuperar su antiguo papel y ha-
bían elegido a Crowley como «ln flechas ardien-
El testamento
de Magdalen Blair
a
En memoria de tres amigos muertos:
Joseph Conrad, que me alabó el primer relato;
Alian Bennett, Bhikkhu Ananda Metteya, que
me sugirió el segundo,
y Eugene John Weiland, quien me lanzó hacia
el tercero.
LA ESTRATAGEMA

L o s compañeros de viaje descendieron a la


ardiente arena del andén. Era un empalme, un
empalme de esos que distan bastantes millas de
la ciudad más cercana, y en los que los medios
del ferrocarril y sus alrededores compiten desfa-
vorablemente con las estaciones ordinarias.
El primero que bajó fue un hombre inequívo-
camente inglés. Se quejaba de la empresa incluso
mientras sacaba su maleta del vagón con la ayuda
de su compañero. «Es una desgracia absoluta para
la civilización», decía, «que no haya transbordo
alguno en una estación como ésta, una estación
importante, señor, permítame que le diga, eje —si
puede utilizarse la metáfora— de la ramificación
que cubre prácticamente todo el tramo sur de
Muckshire. Y, seguramente, tendremos que es-
perar una hora, y Dios sabe si es más probable
que sean dos, o quizá tres. Y, por supuesto, no
hay nada parecido a un bar más cercano que Fa-
tloam; y si vamos allí no encontraremos whisky
alguno que pueda beberse. Como le digo, señor,
este asunto es una desgracia absoluta y real para
30 ALEISTER CROWLEY LÁ ESTRATAGEMA 31

el ferrocarril que lo permite, para el país que lo partimiento, y luego en la misma hora de exilio
tolera y para la civilización que no impide que que todos sus compañeros.
tales cosas sucedan. El año pasado me ocurrió lo Sus ojos eran asombrosamente negros y fieros;
mismo aquí, señor, aunque afortunadamente en su barba era grisácea y su rostro fuerte, perfilado
aquella ocasión sólo tuve que esperar media hora. y claramente bronceado por el sol tropical; pero
Pero aun así escribí al Times una dura cana de este rostro también expresaba inteligencia, fuer-
media columna sobre el tema, y los maldije si se za, y con tantos recursos que podía hacer de él
negaban a publicarla. Cómo no, nuestra prensa un camarada ideal en un destacamento, o en la de-
independiente, etc.; lo podía haber supuesto. Le fensa arriesgada de una ciudad. Atravesaba el dor-
diré, señor, que este país está dirigido por una so de su mano izquierda una cicatriz grande y
camarilla, una sucia camarilla, una pandilla de profunda. A pesar de todo esto, vestía con sin-
judíos, escoceses, irlandeses, galeses; ¿dónde está gular pulcritud y corrección; circunstancia por la
el clásico, alegre y buen caballero azul inglés? En que, aunque su inglés era más puro que el de su
el tílburi, señor, en el tílburi.» compañero de desgracia, hacía que éste se incli-
El tren dio un tirón violento hacia atrás, y nara secretamente a sospechar que era francés. A
avanzó de forma sorda imitando al solitario mozo pesar de la sobriedad de su vestimenta y su au-
que, apostado enfrente del furgón de equipajes, tocontrolada conducta, el oscuro brillo de aque-
había sido testigo, sin emoción alguna, del avan- llos ojos negros, cabezas de alfiler bajo gruesas
ce de los dos cuerpos principales como rocas de cejas, inspiraba en el hombretón un cieno desa-
volcán, y tras este momento de contemplación, sosiego. No es en absoluto un tipo con quien
se fue, con la boca apretada, a por su comida, uno pueda pelearse, pensó. Sin embargo, siendo
que encontraría en una casita alejada de allí unas él mismo un gran viajero —Bolonia, Dieppe, Pa-
tres yardas. rís, Suiza, e incluso Venecia— no poseía rasgo
En pronunciado contraste con el inglés, cuyo alguno de aquella insularidad de la que los ex-
bigote cubría su rostro blanquecino, señalado con tranjeros acusan a algunos ingleses, y se había
manchas de un rojo oscuro en el cuello y en la esforzado en mantener la conversación durante
frente, con su inminente barriga y un traje com- el viaje. El hombrecillo se había mostrado como
pleto de armadura, estaba el pequeño y nervioso una pobre compañía, taciturno en exceso, parco
hombre de la barba puntiaguda a quien el desti- en palabras, donde un movimiento de cabeza sa-
no le había situado, primero, en el mismo com- tisfacía las obligaciones de la cortesía, y aparen-
32 ALEISTER CROWLEY
LA ESTRATAGEMA 33

témeme más atento a su pipa que a su compa- Soberbio como un roble, Bevan respondió:
ñero de viaje. Un hombre con un secreto, pensó «He nacido caballero inglés, y confío en no ha-
el inglés. ber hecho nunca nada que me niegue tal estado».
El tren traqueteó al salir de la estación y el «Soy juez de paz», añadió tras una pausa momen-
mozo se había difuminado en el paisaje. «Un pa- tánea.
raje desierto», observó el inglés, cuyo nombre «Lo sé», gritó el otro acaloradamente. «Una
era Bevan, «especialmente con tan terrible calor. mente educada en la legalidad es lo que poseen
En realidad, el verano de 1911 fue casi tan ho- aquellos que pueden apreciar mi historia. Jure,
rrible. Sabe, recuerdo una ocasión en Bolonia...». pues», prosiguió con repentina gravedad, «jure
Se detuvo de golpe, porque el hombre moreno que nunca dirá a alma viviente alguna la más mí-
clavaba la contera de su bastón repetidamente en nima palabra de lo que estoy a punto de decirle.
la arena, y frunciendo sus cejas, llegó de repente Júrelo por el alma de su difunta madre».
a tomar una decisión. «¿Qué sabe usted del ca- «Mi madre vive», contestó Bevan.
lor?», gritó, fijando sus ojos en Bevan con la «Lo sé», exclamó su compañero, y una enor-
intensidad de un demonio. «¿Qué sabe usted de me y extraña mirada de misericordia divina ilumi-
la desolación?» Asombrado como estaba, Bevan nó su bronceado rostro. Era una mirada de aque-
no supo qué contestar. «Espere», gritó el otro. llas que pueden verse en muchas estatuas de
«¿Qué tal si le cuento mi historia? No hay nadie Buda, una mirada de divina e impersonal compa-
más que nosotros.» Miró amenazadoramente a sión.
Bevan, y parecía que intentaba leer en su alma.
«Entonces júrelo por el Canciller.»
«¿Es usted un hombre en quien se pueda con-
Bevan estaba más que persuadido de que el
fiar?», vociferó, y se detuvo bruscamente.
extraño era francés. No obstante, hizo la prome-
En otro momento, Bevan podría haberse ne-
sa requerida con prontitud.
gado, con seguridad, a ser el confidente de un
extraño; pero aquí la soledad, el calor, el interés «Mi nombre», dijo el otro, «es Duguesclin. ¿Le
que le había producido la forma en que su com- sugiere eso mi historia?», preguntó imprevisible-
pañero se había comportado previamente, e in- mente. «¿Le dice algo?»
cluso un cierto recelo por cómo podría tomarse «Nada en absoluto.»
la negativa, se unieron para producir una respues- «Lo sé», dijo el hombre del trópico. «Entonces
ta favorable. tengo que contárselo todo. En mis venas bulle la
sangre valerosa del más grande de los guerreros
34 ALEISTER CROWLEY LA ESTRATAGEMA J5

franceses, y mi madre era descendiente directa de deber para con mis antepasados continuar la fa-
la Doncella de Zaragoza.» milia cuyo único descendiente era yo. Estoy via-
Bevan estaba sobrecogido, y lo demostraba. jando por Inglaterra en busca de una esposa.»
«Tras el sitio, señor, se casó honrosamente con Se detuvo, y contempló orgullosamente el pai-
un noble llamado Duguesclin. ¿Cree usted que un saje, con el aire de un Selkirk. Bevan omitió el
hombre de mi linaje permitiría a un extraño le- obvio comentario en torno al sorprendente final
vantar siquiera una mínima sombra contra la me- de la narración del francés. Únicamente observó:
moria de mí bisabuela?» «Así pues, ¿no fue guillotinado?».
El inglés declaró que nada parecido había pa- «No lo fui, señor», replicó el otro apasionada-
sado por su pensamiento. mente. «En aquel tiempo la pena capital nunca se
«Así lo espero», prosiguió el otro con mayor infligía en Francia, aunque no estaba oficialmen-
te abrogada.» «He de decir», añadió, con la al-
sosiego, «y además, quizá yo sea un asesino con-
tivez del legislador, «que mi acción confirió una
victo».
fuerza considerable a la agitación que condujo a
Bevan estaba ahora claramente alarmado.
su reintroducción».
«Estoy orgulloso de ello», continuó Dugues-
«No, señor, no fui guillotinado. Fui conde-
clin. «Cuando tenía veinticinco años, mi sangre
nado a cadena perpetua en la isla del Diablo.» Se
era más valerosa de lo que lo es hoy día. Me
estremeció. «¿Puede imaginarse esa maldita is-
casé. Cuatro años más tarde, descubrí a mi mujer
la? ¿Puede su fantasía imaginar una décima parte
entre los brazos de un vecino. Lo maté. La maté.
de su horror? ¿Puede una pesadilla representar
Maté a nuestros tres hijos, porque las víboras
aquel infierno, aquel limbo de los condenados?
sólo engendran víboras. Maté a los criados; eran
Mi lenguaje es fuerte, señor, pero ningún lengua-
cómplices del adulterio, o si no, no serían de
je puede describir aquel infierno. Le evitaré la
modo alguno testigos de la afrenta a su señor.
descripción. Arena, gusanos, cocodrilos, serpien-
Maté a los gendarmes que vinieron a detenerme
tes venenosas, miasmas, mosquitos, fiebre, in-
—mercenarios serviles de una república corrup-
mundicia, fatiga, ictericia, malaria, inanición,
ta—. Incendié mi castillo, resuelto a perecer en-
maleza fétida, ciénagas algosas que apestan a
tre las ruinas. Desafortunadamente, una parte de
muerte, horribles árboles llenos de veneno, en-
la manipostería, que cayó, me golpeó en el bra-
venenados ellos mismos por la tierra, calor inso-
zo. Perdí mí rifle. Vieron el fuego y fui rescatado
portable, insufrible, intolerable, inaguantable
por los bomberos. Estaba resuelto a vivir; era mi
36 ALEISTER CROWLEY LA ESTRATAGEMA 37

(como dijo el Daily Telegraph cuando el caso hibió que limpiara su pala. Una bagatela, verda-
Dreyius), calor continuo y sofocante, ninguna deramente. ¿Qué sabe usted de lo que piensan
brisa salvo el pestilente hedor de la laguna, calor sobre las bagatelas de los prisioneros? El hombre
que convertía la piel en un mar de furiosa irri- se convirtió en un loco peligroso, y no por otra
tación al que los muchos picotazos de los mos- razón que aquélla. Le pareció que tal detallado
quitos y los ciempiés eran un alivio, la labor refinamiento de crueldad era la prueba final del
interminable de cada día bajo el sol abrasador, el innato e inherente satanismo del universo. La lo-
látigo para la más ligera infracción a las rígidas cura es la consecuencia lógica de tal credo. No
reglas de la prisión, o incluso a las leyes de cor- señor, le evitaré la descripción.»
tesía hacia nuestros carceleros, hombres tan sólo Bevan pensó que ya había habido demasiada
un grado menos condenados que nosotros mis- descripción, y con su complaciente modo inglés
mos —todo esto no era nada—. La única diver- supuso que Duguesclin estaba exagerando, pues-
sión de los dirigentes de tal lugar es la crueldad; to que sabía que los franceses lo hacían. Única-
v su propio malestar los hace más ingeniosos que mente observó que debía de haber sido horrible.
todos los inquisidores de España, que los árabes Habría dado cualquier cosa, ahora, con tal de
en su delirio religioso, que los birmanos, kachens evitar la conversación. No era en absoluto agra-
y shans con su odio budista hacia todos los vi- dable estar en un andén solitario con un asesino
vientes, incluso que los chinos con su frío anhelo múltiple y confeso, que presumiblemente había
de crueldad. El director era un gran psicólogo; escapado mediante otra amplia serie de crímenes.
no había rincón en la mente en el que no pene- «Pero usted se preguntará», continuó Dugues-
trara, de modo que ideaba innumerables formas clin, «se preguntará, ¿cómo escapé? Ésta, señor,
de torturarla.» es la historia que me propongo contarle. Mis ob-
«Recuerdo que uno de los encarcelados era fe- servaciones anteriores sólo han sido preliminares;
liz manteniendo su pala brillante —era obligato- no son pertinentes ni poseen interés, lo sé, pero
rio mantener las palas brillantes, una tortura en eran necesarias, puesto que usted mostró tan
aquel lugar, en el que el moho crece sobre todas amablemente ínteres por mí persona, mi historia
las cosas tan rápido como la nieve cae en los familiar —heroica la primera (puedo afirmar) y
climas más felices—. Pues bien, señor, el director trágica (nadie puede negarlo) esta última».
descubrió que aquel hombre era feliz viendo el Bevan pensó de nuevo que su interlocutor de-
reflejo del sol sobre el acero, y entonces le pro- bía de ser tan mal psicólogo como bueno lo era
38 ALEISTER CROWLEY LA ESTRATAGEMA 39

el director de la isla del Diablo; puesto que ni gramo, y ello en la estrella llamada y Pegaso. Fue
había manifestado ni había sentido el más míni- Dodu quien hizo pedazos el proceso lógico de
mo interés por cualquiera de aquellos asuntos. reversión, y quien redujo el cuadrángulo de opo-
«Bien, señor, ¡pasemos a mi historia! Entre los siciones al cuadro británico de Abu-Klea. Todo
convictos había un único deleite común, un de- esto lo sabe usted; pero quizá no sepa que, aun-
leite que tan sólo podía cesar con la propia vida que civil, fue el mayor estratega de Francia. Fue
o con el imperio de la razón, un deleite que el él quien desde su gabinete creó la disposición de
director podía (y pudo) realmente restringir, pero los ejércitos de las Ardenas; y el esquema, en
no eliminar. Me refiero a la esperanza, la espe- 1890, de las fortificaciones de Luneville se debe
ranza de escapar. Sí señor, esa centella (única en- únicamente a su genio. Por esta razón el Gobier-
tre todos los antiguos fuegos) abrasaba este pe- no se oponía a condenarle, aun cuando la opi-
cho y el de mis compañeros de prisión. Y en esto nión pública sentía una severa repulsión ante su
no me diferenciaba demasiado de los demás. Yo no crimen. Recordará que, habiéndose aprobado que
estoy dotado de un gran intelecto», prosiguió las mujeres, pasada la edad de cincuenta años,
modestamente, «mi abuela era inglesa pura, una representaban una carga inútil para el Estado, él
Higginbotham, una de los Higginbothams de puso de manifiesto tal opinión decapitando y de-
Warwickshire» («¿Qué tendrá que ver esto con vorando a su madre viuda. Consecuentemente, la
su estupidez?», pensó Bevan) «y la mayoría de intención del Gobierno era la de estar en conni-
mis compañeros no sólo eran hombres carentes vencia con su huida durante el traslado, y con-
de inteligencia sino también de educación. La tinuar utilizándolo bajo un nuevo nombre en un
única excepción sobresaliente era el gran Dodu. piso de un barrio enteramente distinto de París.
¡Ah!, comienza a interesarle». Bevan no había Sin embargo, el Gobierno cayó de repente; el
ofrecido la más mínima muestra de ello, y con- rival lo sustituyó, y su sentencia fue cumplida
tinuaba exhibiendo la más estólida indiferencia con mucha mayor severidad, como si él fuera un
ante la historia. vulgar criminal.
«Sí, no se equivoca, era, en verdad, el mundial- «Fue a tal hombre (naturalmente) a quien tuve
mente famoso filósofo, el descubridor del Dodium, en cuenta para trazar un plan de huida. A pesar
el más raro de los elementos conocidos, que se de devanarme los sesos tanto como era capaz
supone que sólo existe en el universo en la can- —mi abuela era una Higginbotham de Warwick-
tidad de una trigésimo quinta milésima de mili- shire— , no pude encontrar un modo de entrar
40 ALEISTER CROWLEY LA ESTRATAGEMA 41

en contacto con él. No obstante, debió de adi- niestros pensamientos en que se hallaba ocupado
vinar mis deseos; ya que, al día siguiente, tras su compañero, «recibí esta inequívoca muestra
casi un mes en la isla (yo llevaba allí siete meses), de amistad y la correspondí. Aquel día no hubo
dio un traspié y cayó como si hubiese sufrido ninguna otra oportunidad de intercambio, pero lo
una insolación en el momento en que estaba cer- observé muy de cerca al día siguiente, y pude ver
ca de él. Y mientras yacía en el suelo, consiguió que arrastraba sus pies de forma irregular. ¡Ah!,
pellizcarme el tobillo tres veces. Capté su mirada pensé, arrastrar para raya, y un paso normal para
—me insinuó, más que ofrecerme, la señal de punto. Le imité afanosamente, v reproduje en
reconocimiento de fraternidad de los francmaso- Morse la letra A. Su mente atenta comprendió
nes—. ¿Es usted masón?» enseguida el significado; alteró su código (que
«Soy un antiguo diputado y portador de la era de orden diferente) y contestó en Morse con
gran espada de esta provincia», contestó Bevan. la B en mi propio sistema. Repliqué con la C y
«Yo fundé la logia 14.883 "Boetica" y la logia él volvió con la D. A partir de aquel momento
17.212 "Colenso" y soy antiguo grande Haggai podíamos hablar fluida y libremente como si es-
en mi Gran Capítulo Provincial.» tuviésemos en la terraza del Café de la Paix, en
«¡Lo sé!», exclamó Duguesclin con entusiasmo. nuestro amado París. No obstante, la conversa-
A Bevan le comenzó a disgustar esta conver- ción, en tales circunstancias es un asunto prolon-
sación excesiva. ¿Sabía este hombre —este crimi- gado. Durante toda la marcha hacia nuestro tra-
nal— quién era él? Sabía que era un J. P., que su bajo, sólo pudo decirme: "Fuga pronto, quiera
madre vivía, y ahora sus cargos masones. Des- Dios". Antes de su crimen había, sido ateo. Era
confiaba cada vez más del francés. ¿Era esta his- realmente agradable advertir que aquel castigo le
toria un pretexto para pedirle un préstamo? El había conducido al arrepentimiento».
extraño parecía próspero y viajaba en primera Bevan mismo se sentía aliviado. Se había re-
clase. Más bien un chantajista; quizá sabía otras sistido escrupulosamente a admitir la existencia
cosas —como aquel asunto de Oxford, o el in- de un francmasón francés, que a alguien que se
cidente de la calle Edgware, o el de Esmé Ho- hubiera arrepentido le hubiese satisfecho con esa
Uand—. Se propuso permanecer más en guardia sensación de un triunfo casi personal. Comenza-
que nunca. ba a agradarle Duguesclin, y empezaba a creer
«Comprenderá usted con qué alegría», conti- en él. Su error había resultado odioso; y si su
nuó Duguesclin, inocente y sin percibir los si- venganza parecía excesiva e incluso indiscrimi-
42 ALEISTER CROWLEY LA ESTRATAGEMA 43

nada, ¿no era acaso francés? ¡Los franceses ha- construirlos. Pero si pudiéramos alcanzar una
cen estas cosas! Y, además, todos los franceses sola vez la orilla del mar, cosa que podemos ha-
son hombres. Bevan sintió una gran benevolen- cer tomemos la dirección que tomemos siempre
cia; recordó que no sólo era hombre, sino tam- que vayamos en línea recta, si encontrásemos un
bién cristiano. Se propuso tranquilizar al extran- bote que no estuviera vigilado y pudiésemos evi-
jero. tar la alarma, entonces simplemente tendríamos
«Su historia me interesa en gran medida», dijo. que cruzar el mar y encontrar un lugar en el que
«Simpatizo con usted profundamente en sus erro- fuésemos desconocidos, o disfrazarnos, camuflar
res y sus sufrimientos. Estoy sinceramente con- nuestro bote y regresar a la isla del Diablo como
tento de que haya escapado, y le suplico que marinos náufragos. La última idea sería una lo-
prosiga la narración de sus aventuras.» cura. Usted dirá que el Gobernador pensaría que
Duguesclin no precisaba de tal estímulo. Su Dodu no iba a estar tan loco; es más, sabrá tam-
actitud, desde aquella lasitud indiferente con la bién que Dodu no estaría tan loco como para
que bajó del tren, se había tornado animada, bri- intentar valerse de tal circunstancia; y acertará,
llante, fiera; llevado por la excitación de sus apa- ¡lo maldeciría!"
sionados recuerdos. »ImpHca un sentimiento de la más intensa pro-
«El segundo día Dodu fue capaz de explicarse. fundidad el maldecir en código Morse con los
"Si escapamos, ha de ser mediante una estrata- pies... ¡Ah!, cómo lo odiábamos.
gema", indicó. Era una observación obvia; pero »Dodu me explicó que me decía estas cosas
Dodu no tenía motivos para pensar en las exce- obvias por varias razones: 1) Para evaluar mi inte-
lencias de mi inteligencia. "Mediante una estra- ligencia mediante la recepción de ellas. 2) Para ase-
tagema", repitió con énfasis. gurarse de que si fallábamos sería a causa de mi
»"Tengo un plan", continuó. "Me llevará vein- estupidez y no de su negligencia, ya que me ha-
titrés días comunicártelo si no nos interrumpen; bía informado de todos los detalles. 3) Porque
entre tres y cuatro meses prepararlo; y dos horas había adquirido este hábito profesional así como
v ocho minutos llevarlo a cabo. Es teóricamente otros pueden padecer de gota.
imposible escapar por el aire, agua o tierra. Y como »Resumidamente, no obstante, éste era su plan:
estamos vigilados día y noche, sería inútil inten- eludir a los guardias, dirigirse a la costa, conse-
tar excavar un túnel hasta tierra firme, no tene- guir un bote y hacerse a la mar. ¿Lo comprende?
mos aeroplanos o globos ni forma alguna de ;Entiende la idea?»
44 ALEISTER CROWLEY LA ESTRATAGEMA 45

Bevan contestó que le parecía el único plan Sacó un cuaderno de su bolsillo, y rápidamen-
posible. te esbozó la figura adjunta para Bevan, ahora ya
«Un hombre como Dodu», continuó Dugues- interesado.
clin, «no da nada por supuesto. No deja ninguna
precaución sin tomar; en sus planes, si la suerte
es un elemento, es un elemento cuyo valor se
calcula con veintiocho decimales.
»Mas cuando apenas había expuesto estos au-
daces perfiles de su esquema, sobrevino la inte-
rrupción. El cuarto día de nuestra comunicación,
él sólo indicó: "Espera. ¡Mírame!", una y otra vez.
»Por la noche logró situarse al final de la fila
de los convictos y sólo entonces me dijo: "Hay
un traidor, un espía. De aquí en adelante debo
encontrar un nuevo medio de comunicarte los
detalles de mi plan. Lo he pensado todo. Habla-
ré en una suerte de jeroglífico que ni siquiera tú
serás capaz de entender a no ser que tengas todas
las piezas y la clave. Procura grabar en tu me-
«Advertirá que la figura tiene ocho lados, y
moria cada una de las palabras que te diga".
que están dispuestas veintisiete cruces en grupos
»A1 día siguiente: "¿Recuerdas la toma del vie- de tres, y en una esquina hay una cruz mucho
jo molino por los prusianos, en 1870? Mi pro- más grande y gruesa y dos cruces más pequeñas
blema es que tengo que facilitarte eí esqueleto no tan simétricas. Este grupo representa ei ele-
del rompecabezas y no puedo hacerlo con pala- mento suerte: y se acercará a la verdad si consi-
bras. Pero observa el trazo que deja mi pala y dera que ocho es el cubo de dos y veintisiete de
las huellas de mis talones y haz una copia". tres.»
»Hice esto con la mayor minuciosidad y exacti- Bevan miró inteligentemente.
tud posibles y obtuve esta figura. En mi autopsia», «A la vuelta», continuó Duguesclin, «Dodu me
dijo Duguesclin dramáticamente, «se encontrará dijo: "El espía está alerta. Pero cuenta las letras
grabada en mi corazón».
del nombre del discípulo favorito de Aristó-
46 ALEISTER CROWLEY LA ESTRATAGEMA 47

teles". Adiviné (porque así me lo hizo ver) que cifrada en media hora es de gran ayuda la mne-
no se refería a Aristóteles. El quería sugerirme motecnia, especialmente cuando el mensaje des-
Platón, y por tanto Sócrates; de ahí que conté cifrado se expresa con en el más oscuro simbo-
A-L-C-í-B-í-A-D-E-S = 10, y por tanto descon- lismo. El espía debía de haber pensado que su
certé totalmente por aquel día al espía. Al día razón estaba en peligro si conseguía leer el je-
siguiente profirió "Rahu" con mucho énfasis, roglífico que constituían las piezas simples del
para decirme que el próximo eclipse lunar sería pensamiento director. Por ejemplo, recibía este
el momento apropiado para nuestra evasión, y mensaje: owhrnomdvvtxskzvgcqxzllhtrejrgscpxj-
derrochó el día en conversaciones menores, con rmsgausrgwhbdxzldabe, que, descifrado (y el es-
la intención de mitigar las sospechas del espía. pía debía rechinar sus dientes cada vez que Dodu
Durante tres días no tuvo oportunidad alguna de indicaba una W), sólo significaba: "Los meloco-
comunicarse, puesto que estuvo en el hospital con tones de 1761 son luminosos en los jardines de
fiebre. El cuarto día: "He descubierto que el es- Versalles".
pía es un maldito cerdo, un teniente de Toulon » 0 también: "Cacería; el Papa recluso; la Pom-
fumador de opio. Lo tenemos, no conoce París. padour; el Ciervo y la Cruz". "Los hombres del
Así pues, ahora, traza una línea desde la esta- cuatro de septiembre; su jefe dividido a causa de
ción del Este hasta PÉtoile, y levanta un triángulo las canas de la Víctima del ocho de Termidor."
equilátero sobre esa línea. Piensa en el nombre "Crillon tuvo poca fortuna aquel día, aunque fue
del hombre mundialmente famoso que vive en el más valiente que nunca."
vértice". (Esto era el toque de un genio superior, »¡Tales eran las indicaciones a partir de las cua-
puesto que me obligaba a utilizar el alfabeto in- les pretendía unir las piezas de nuestro plan de
glés para la base de la clave, y el espía no hablaba huida!
más lengua que la propia y un poco de suizo.) «Quizá más por intuición que por razonamien-
"A partir de ahora me comunicaré en una cifra to, reuní mediante unas doscientas claves que los
del orden numérico directamente aditivo, y la guardias Bertrand, Rolland y Monet habían sido
clave será su nombre." sobornados, que incluso se les había prometi-
»Tan sólo mi constitución, incomparablemen- do adelantarles algo y (sobre todo) salir de aque-
te fuerte, me permitió unir la labor de descifrar lla odiosa isla, que estarían en connivencia con
su conversación a la ya impuesta por el Gobier- nuestra huida. Parecía que el Gobierno hiciera
no. Para memorizar sin error una comunicación uso de su primera estratagema. El eclipse tendría
48 ALEISTER CROWLEY LA ESTRATAGEMA 49

lugar diez semanas después, y no precisaba de bien lo había solucionado satisfactoriamente. El


soborno o promesa alguna. La dificultad residía plan era perfecto; la noche del eclipse aquellos
en asegurar la presencia de Bertrand como cen- tres guardias estarían en sus puestos correspon-
tinela en nuestro pasillo, Roiland en la valla y dientes; Dodu rasgaría sus ropas en tiras, ataría
Monet en la avanzada. Las posibilidades de que y amordazaría a Bertrand y entonces me libera-
tal combinación coincidiera con el eclipse eran ría. Juntos caeríamos sobre Roiland y le despo-
infinitesimales: 99.487.306.294.236.873.489 a 1. jaríamos de su uniforme y su rifle,.dejándolo ata-
»Sería una locura confiar en la suene en un do y amordazado. Nos aproximaríamos entonces
asunto de tai importancia. Dodu comenzó a tra- a la costa, y haríamos lo mismo con Monet, y
bajar para sobornar al propio gobernador. Esto luego, vestidos con sus uniformes, tomaríamos el
fue, desgraciadamente, imposible; ya que a) na- bote de un pescador de pulpos, bogaríamos hasta
die podía acercarse al gobernador, ni siquiera el puerto y solicitaríamos en nombre del gober-
mediante los guardias sobornados como interme- nador utilizar su barco a vapor para perseguir a
diarios; b) el agravio por el que había sido pro- un fugitivo. Navegaríamos entonces siguiendo el
movido a la dirección era de una naturaleza im- rastro de los barcos y prenderíamos fuego al va-
perdonable para cualquier Gobierno. Era, en por, y así seríamos "rescatados" y conducidos a
realidad, más prisionero que nosotros mismos; Inglaterra, desde donde podríamos concertar con
c) era un hombre de una gran fortuna, carrera el Gobierno francés la rehabilitación.
segura e integridad probada. »Tal era el sencillo aunque sutil plan de Dodu.
»No quiero entrar ahora en su historia, que Incluso el detalle más pequeño era perfecto, has-
sin duda alguna conoce. Sólo ie diré que era de ta un día fatal.
tal índole que estos hechos (de apariencia tan »E1 espía, que padecía fiebre amarilla, cayó
curiosamente contradictoria a primera vista) le muerto de repente en los campos antes de que el
son totalmente propios. No obstante, el tono "toque" de final de trabajo, a mediodía, hubiera
confidencial que vibraba en los mensajes de sonado. Instantáneamente, sin un momento para
Dodu: "Recoge uvas en Borgoña; prensa toneles la duda, Dodu se acercó a grandes zancadas y
en Cognac, ¡ah!". "El suñé con nueces está listo me dijo, aun a riesgo del látigo: "Todo el plan
para nosotros cerca del Sena", y similares, me que te he transmitido cifrado estos últimos cua-
demostraron que su gran cerebro no sólo había tro meses es como un velo. Aquel espía lo co-
tratado de resolver el problema, sino que tam- nocía en su totalidad. Sus labios están sellados
50 ALEISTER CROWLEY

con la muerte. Tengo otro plan, el auténtico, más EL T E S T A M E N T O DE


sencillo y seguro. Te lo contaré mañana".» MAGDALEN BLAIR
La respiración de un motor que se aproximaba
interrumpió este trágico episodio de las aventu-
ras de Duguesclin. PARTE I
«"Sí", dijo Dodu» (continuó el narrador),
«"tengo un plan mejor. Tengo una estratagema.
Te la contaré mañana"».
El tren que tenía que llevar ai narrador y a su
oyente hasta Mudchester asomó por la esquina. JLLL tercer trimestre, yo ya era la alumna pre-
«Aquella mañana», miró ceñudo Duguesclin, ferida del profesor Blair. El pasaba gran parte de
«aquella mañana no llegó nunca. El mismo sol su tiempo alabando mi esbelta figura y mi rostro
que quitó la vida al espía detuvo de golpe el bri- travieso, mis grandes y redondos ojos grises y
llante cerebro de Dodu; aquella misma tarde, un mis largas pestañas negras; mas esa primera im-
maníaco farfullante fue introducido en la habita- presión no era mi único don. Pocos hombres y,
ción acolchada y nunca más salió». creo, ninguna mujer, podían acercárseme en uno
El tren se detuvo en el andén del pequeño em- de los más apreciados requisitos para el estudio
palme. Casi silbó en la cara de Bevan. científico: la facultad de percibir las más míni-
«No era Dodu», gritó, «era un criminal co- mas diferencias.
mún, un epiléptico; nunca debiera haber sido en- Mi memoria era escasa, extraordinariamente
viado a la isla del Diablo. Enloqueció durante escasa; tuve, además, graves problemas para in-
meses. Sus mensajes no tenían sentido en abso- gresar en Cambridge. Pero podía ajustar un mi-
luto; ¡fue una broma cruel y práctica!». crómetro mejor que cualquier estudiante o profe-
«Pero cómo», dijo Bevan al subir a su vagón sor, y leer un vernier con una exactitud a la que
mirando hacia atrás, «¿cómo escapó usted al fi- ningún otro podía aspirar. A esto había que añadir
nal?». una facultad subconsciente de cálculo que era
«Mediante una estratagema», contestó el irlan- realmente sobrenatural. Si me empeñaba en man-
dés, y se subió a otro compartimiento. tener una solución entre, por ejemplo, 70° y 80°,
no tenía necesidad de mirar el termómetro. Au-
tomáticamente percibía que el mercurio estaba
52 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MACDALEN BLAIR 53

cerca del límite, pasaba a otro trabajo y ajustaba cer explotar un cartucho de dinamita en el inte-
el Bunsen sin pensarlo. rior de mi boca.
Más extraordinario todavía: si alguien coloca-
ba un objeto sobre mi banco sin mi conocimiento
y después lo retiraba, yo podía, si se me pregunta- II
ba pocos minutos después, describir el objeto en
términos generales, distinguiendo especialmente Durante mi tercer curso en Newnham, pasaba
la forma de su base y su grado de opacidad al cuatro horas al día en casa del profesor Blair.
calor y a la luz. A partir de estos datos, podía Arrinconaba cualquier otro trabajo o incluso lo
hacer un pronóstico acertado sobre el objeto de realizaba mecánicamente. Todo sucedió gradual-
que se trataba. mente, como resultado de un percance.
Esta facultad mía fue examinada repetidas ve- El laboratorio químico tiene dos habitaciones,
ces, y siempre con éxito. Una extrema sensibili- una de ellas pequeña y que es posible oscure-
dad para los mínimos cambios térmicos era su cer. En aquella ocasión (el último trimestre del
causa. segundo curso), dicha habitación estaba siendo
Incluso ya entonces, era una buena lectora dei utilizada. Era la primera semana de junio, y el
pensamiento. Las otras chicas me temían. No te- tiempo era extremadamente bueno. La puerta es-
nían razones para ello, puesto que yo ni tenía taba cerrada. Dentro estaba una chica, sola, ex-
ambición ni energía para hacer uso de cualquiera perimentando con el galvanómetro.
de mis poderes. Incluso ahora, cuando entrego a I Yo estaba absorta en mi trabajo. Casi sin ad-
la humanidad este mensaje de un destino tan es- vertirlo, levanté la vista. «Cuidado», dije, «Gladys
pantoso que me ha convertido —a los 24 años va a desmayarse». Todos los que estaban en la
de edad— en una náufraga encogida, agostada y habitación me miraron. Había recorrido unos
marchita, estoy supremamente cansada, soy su- doce pasos hacia la puerta, cuando la caída de un
premamente indiferente. cuerpo pesado sobresaltó el laboratorio.
Poseo el corazón de un niño y la conciencia Fue a causa del calor y el ambiente cerrado, y
de Satán, el letargo que sufro no es enfermedad; de Gladys, que no debería haber venido en ab-
e incluso, agradezco —¡oh!, ¡no es posible Dios soluto a trabajar aquel día; pero se reanimó fá-
alguno!— el propósito de prevenir a la humani- cilmente, y después el ayudante tuvo que sopor-
dad para que no siga mi ejempio, y después ha- tar la anarquía que siguió. «¿Cómo lo sabía ella?»
54 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAIR 55

fue la duda universal ante aquello que yo tenía rías. Durante este experimento, la tía (frunciendo
por normal. Ada Brown (Atbanasia contra mun- extremadamente el ceño) me invitó a pasar las
dum) se negaba a creerlo; Margaret Letchmere vacaciones en Cornwall.
creía que yo debía de haber oído algo, quizá un Aquellos meses, el profesor y yo trabajamos
lamento inaudible para los demás, que tenían tenazmente con la finalidad de descubrir, de for-
ocupada su atención; Doris Leslie habló de una ma exacta, la naturaleza y límite de mis poderes.
segunda visión, y Amy Gore de «simpatía». To- El resultado fue, en cierto modo, nulo.
das las teorías, tomadas en conjunto, daban vuel- Por alguna razón, estos poderes continuaban
tas al reloj de la conjetura. El profesor Blair «desatándose en un lugar nuevo». Me pareció ha-
irrumpió en el momento más acalorado del de- cer todo lo que hice con la percepción de las más
bate, calmó la estancia en dos minutos, obtuvo mínimas diferencias; pero después semejaba como
los datos en cinco, y me llevó a cenar con él. si tuviera toda clase de dispositivos diferentes.
«Creo que es un asunto de termopila humana el «Uno retrocede y otro progresa», dijo el profe-
tuyo», dijo. «¿Te importaría que hiciésemos unas sor Blair.
pruebas después de la cena?»- Su tía, que se en- Aquellos que nunca han efectuado experimen-
cargaba de la casa, protestó en vano, y fue nom- tos científicos no pueden concebir cuan nume-
brada Gran Superintendente de Cámara de mis rosas y sutiles son las fuentes del error, incluso
cinco sentidos. en los asuntos de mayor sencillez. En tan oscuro
En primer lugar, examinó mi oído, y era nor- y nuevo campo como es el de la investigación,
mal. Después me vendó los ojos, y la tía (con ningún resultado es fidedigno mientras no ha sido
gran sigilo) se situó entre el profesor y yo. Sentí verificado un millar de ocasiones. En nuestro
que podía describir incluso los más pequeños mo- campo no descubrimos constantes, sino variables.
vimientos que él hacía, siempre y cuando estuviese Aunque tuviéramos cientos de hechos, y cual-
entre mi persona y la ventana de poniente y no, quiera de ellos pareciera capaz de derribar todas
en cambio, cuando se movía en las restantes di- las teorías aceptadas acerca de los medios de co-
recciones. Esto, que está en conformidad con la municación entre mente y mente, no tendríamos
teoría de la Termopila, era desmentido comple- nada, absolutamente nada que pudiéramos utili-
tamente en otras ocasiones. Los resultados —en zar como base de una nueva teoría.
resumen— fueron muy notables y misteriosos, y Es naturalmente imposible incluso esbozar, en
desperdiciamos dos preciosas horas en fútiles teo- líneas generales, la marcha de nuestra investiga-
56 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAIR 3/

ción. Veintiocho cuadernos escritos con letra apre- De súbito me vi impelida a girar mi cabeza para
tada, y que refieren este primer período, están a cerciorarme de su presencia.
disposición de mis albaceas. Esto debe de resultar insignificante para ti que
lees, a no ser que poseas verdadera imaginación.
Pero imagínate hablando con un amigo a plena
III luz, e inclinándote de repente para tocarlo. «¡Ar-
thur!», grité, «¡Arthur!».
A mitad del tercer curso, mi padre cayó gra- La aflicción de mi voz le indujo a acercarse a
vemente enfermo. Pedaleé hasta Peterborough mi lado. «¿Qué ocurre, Magdalen?», gritó con
enseguida, sin pensar en mi trabajo. (Mi padre es inquietud en cada una de sus palabras.
canónigo de la Catedral de Peterborough.) Al Cerré mis ojos. «¡Muévete!», le dije. (Él estaba
tercer día, recibí un telegrama del profesor Blair: justo entre el sol y yo.) Obedeció extrañado.
«¿Querrías ser mi esposa?». Nunca me había vis- «Estás... estás...», tartamudeé. «¡No! No sé lo
to a mí misma como mujer, o a él como hombre, que estás haciendo. ¡Estoy ciega!»
hasta aquel momento; y en aquel momento supe Él movía su brazo arriba y abajo. Inútil, me
que lo amaba y que siempre lo había amado. Era mostré totalmente insensible. Repetimos una do-
un caso que cualquiera podría calificar como cena de experimentos aquella noche. Todos falli-
«Amor a la primera ausencia». Mi padre se re- dos.
cobró rápidamente, volví a Cambridge; nos ca- Ocultamos nuestra frustración y nada nubló nues-
samos la primera semana de mayo y partimos tro amor. La armonía se fue haciendo entre no-
inmediatamente hacia Suiza. Me excuso al evitar sotros más sutil y más fuerte, pero sólo como
la relación de un período de mi vida tan sacro, cuando crece entre aquellos hombres y mujeres
pero debo recordar un hecho. que se aman con todo su corazón y se aman
Estábamos sentados en un jardín cerca del la- altruistamente.
go Maggiore, después de una amena caminata
desde Chamonix —cerca del Col du Géant— has-
ta Courmayeur, y desde allí hacia Aosta, y luego IV
—poco a poco— hasta Palíanza. Arthur se l e -
vantó aparentemente iluminado por una idea, y Regresamos a Cambridge en octubre, y Arthur
comenzó a pasear por la terraza arriba y abajo. se adentró con energía en el trabajo del nuevo
58 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MACDALEN BLAIR 59

curso. Luego enfermé, y la esperanza que habíamos do en tu conciencia al leer en el rostro de la


atesorado resultó defraudada. Peor aún, el curso enfermera que él estaba enfermo.
de la enfermedad reveló un aspecto que requería Esta explicación, tan rebuscada como puede
la más completa serie de operaciones que una parecer, evita al menos teorías superficiales en
mujer puede resistir. No sólo la pasada esperan- torno a la «telepatía».
za, sino también la futura fue aniquilada. Desde aquel momento, mis poderes crecieron
Fue durante mi convalecencia cuando tuvo lu- de manera constante. Podía leer los pensamien-
gar el incidente más extraordinario de mi vida. tos de mi mando a partir de los movimientos
Una tarde, tenía grandes dolores y deseaba ver imperceptibles de su rostro tan fácilmente como
al médico. La enfermera fue al estudio para tele- un sordomudo puede, en ocasiones, leer las pa-
fonearle. labras de alguien que está lejos a través del mo-
—¡Enfermera! —le dije cuando regresó—. No vimiento de los labios.
me mienta. No se ha ido a Royston; tiene cán- Paralelamente a nuestro trabajo, día a día, des-
cer y está demasiado trastornado como para ve- cubrí mi dominio —cada vez más completo—
nir. sobre cualquier detalle. N o era sólo que pudiera
—¿Y qué más? —dijo la enfermera—. Es cier- leer las emociones; incluso podía decir si él pen-
to que no puede venir e iba a decirle a usted que saba en 3465822 o en 3456822. El año posterior a
había ido a Royston; pero yo no sabía nada acer- mi enfermedad, hicimos 436 experimentos de este
ca del cáncer. tipo, cada uno de ellos durante varias horas. De
Era cierto; no se lo había dicho. Pero a la ma- un total de 9363, sólo 122 errores; y todos ellos,
ñana siguiente supimos que mi «intuición» era sin excepción, parciales.
correcta. AI año siguiente, nuestros experimentos se ex-
Tan pronto como mejoré, emprendimos de nue- tendieron a la lectura de sus sueños. Me mostré
vo nuestros experimentos. Mis poderes habían igualmente dotada para ello. Mi papel consistía
tornado, triplicados en su fuerza. en abandonar la habitación antes de que él se
Arthur explicaba mi «intuición» como sigue: despertase, y escribir eí sueño que él había tenido
—El doctor (la última vez que lo viste) no era mientras le esperaba para desayunar; momento
consciente de que tenía cáncer; pero subcons- en que podía comparar su recuerdo con el mío.
cientemente la Naturaleza le dio un aviso. Tú lo Eran invariablemente idénticos, con la excep-
percibiste de forma subconsciente, y ha apareci- ción de que mi recuerdo era siempre mucho más
60 ALEISTER CROWLEY
EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLA1R 61
completo que el suyo. Él podía, casi siempre, dar previamente con el «extraño» y hubiera leído en
a entender, no obstante, que recordaba los deta- su rostro lo que escribiría en tales circunstancias!
lles que yo le proporcionaba; pero esto (creo) no Ciertamente, ¡la comunicación directa, mente con
tiene valor científico real. mente, es una hipótesis más sencilla!
Mas ¿qué impona todo esto, cuando pienso en Si hubiese sabido en qué iba a acabar todo
el horror inminente? esto, supongo que me habría vuelto loca, Pero
soy tan afortunada que puedo prevenir a la hu-
manidad sobre lo que espera a cada uno. El ma-
yor benefactor de esta estirpe será aquel que des-
cubra un explosivo indefinidamente más veloz y
Que mi único medio de conocer los pensa- devastador que la dinamita. Si tan sólo pudiese
mientos de Arthur fuese a través de la lectura de confiar en mí, prepararía cloruro de nitrógeno en
sus gestos faciales, se convirtió en algo más que la cantidad suficiente...
dudoso al tercer año de nuestro matrimonio.
Practicábamos una «telepatía» desvergonzada.
Excluimos la «lectura de gestos», la «superaudi- VI
ción» y la «termopila humana» mediante estu-
diadas precauciones, aun cuando era capaz de leer
Arthur fue volviéndose apático e indiferente.
cualquier pensamiento de su mente.
La perfección del amor nacido de nuestro matri-
Un año, durante nuestras vacaciones de Pascua monio fue desvaneciéndose sin aviso, mediante
en el norte de Gales, nos separamos una semana; imperceptibles caídas. Mi despertar ante este he-
al final de dicha semana él tema que estar a so- cho fue, no obstante, totalmente repentino.
tavento y yo a barlovento de Tryfan, y a una hora
Era una tarde de verano, estábamos remando
fijada tenía que abrir y leer allí un paquete pre-
en Cambridge. Uno de los alumnos de Arthur,
cintado que le había entregado «un extraño que
también en una canoa canadiense, nos retó a una
había conocido en Pen-y-Pass aquella semana». El
carrera. En el puente de la Magdalena íbamos un
experimento resultó enteramente satisfactorio;
largo por delante, y de repente oí eí pensamiento
reproduje cada una de las palabras del documento.
de mi marido. Fue la más odiosa y horrible risa
Si la «telepatía» existe para ser transgredida, ¡sólo
que pueda concebirse. Ningún demonio podría
cabe la hipótesis de que me hubiera encontrado
reírse así. Grité y de)é caer mi pala. Ambos me
62 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAIR 63

creyeron enferma. Me aseguré de que la risa no eran sus sueños y no los míos, o mejor dicho,
perteneciese a alguien que estuviera en el puente que estaban en su subconsciente y se despena-
y hubiese distraído mi sistema suprasensitivo. No ban por sí mismos; como uno que tuvo lugar
dije nada más; Arthur me miró circunspecto. una tarde que había salido a cazar y, por tanto,
Por la noche, tras un largo período de medi- no estaba dormido.
tación, repentinamente me preguntó: «¿Era aque- El último de ellos ocurrió hacia el final del
llo mi pensamiento?». Sólo pude tartamudear que primer trimestre. Él estaba dando clase como de
no lo sabía. costumbre y yo estaba en casa, como aletargada
De vez en cuando, se quejaba de la fatiga y la tras un desayuno muy fuerte que había seguido
apatía a las que yo antes no había concedido im- a una noche de insomnio. De repente vi una ima-
portancia; y adquirió un aspecto horrible. ¡Ha- gen del aula, enormemente más grande que la
bía algo en él que no era él! La indiferencia había real, tanto que ocupaba todo el espacio; y en
aparecido de forma transitoria, y ahora me daba la tarima, sobresaliendo en todas direcciones, es-
cuenta de que era constante e iba en aumento. taba un atroz y mortal demonio, pálido, con un
Yo tenía entonces 23 años. Extrañará que escriba rostro que era una blasfemia dei de Arthur. El
con tanta madurez. En ocasiones pienso que nun- gozo que le producía el mal era indescriptible.
ca he tenido pensamientos propios, que siempre Pálido e hinchado; con sus labios indetermina-
he estado leyendo los pensamientos de otro, o dos y exangües; pliegue tras pliegue, su vientre
quizá los de la Naturaleza. Me parece que sólo se volcaba sobre la tarima y empujaba a los alum-
he sido mujer en aquellos escasos primeros me- nos fuera del vestíbulo, mientras miraba inefa-
ses de matrimonio. blemente de soslayo. Después, su boca derramó
estas palabras: «Damas y caballeros, el curso ha
terminado. Pueden irse a casa». No soy capaz,
VII siquiera, de sugerir la maldad y corrupción que
había en aquellas palabras. Más tarde, hizo de su
Los seis meses siguientes no me depararon voz un irritante chillido y gritó: «¡Clara de
nada fuera de lo normal, salvo seis o siete oca- huevo! ¡Clara de huevo! ¡Clara de huevo!», una
siones en las que tuve sueños intensos y terri- y otra vez durante veinte minutos.
bles. Arthur no participó de ellos. Yo sabía El efecto sobre mi persona fue conmocionante.
—aunque no puedo decir cómo— que aquéllos Era como si hubiese tenido una visión del Infierno.
ALE1STER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MACDALEN BLAIR 65
64

Arthur me encontró en estado de histeria, pero decir que padeciese engaños, sino que el proble-
pronto me calmó. «¿Sabes?», me dijo durante la ma del verdadero Ego se apoderó de su imagina-
cena, «¡creo que padezco un enfriamiento del de- ción.
momo!». Una apacible noche de verano en Contrexévi-
Fue la primera vez que le oía quejarse de su lle se sintió mucho mejor; los síntomas habían
salud. En aquellos seis años nunca había padeci- (temporalmente) desaparecido casi por completo
do más que dolores de cabeza. bajo el tratamiento de un doctor de Spa con mu-
cha experiencia, un tal Dr. Barbézieux, el hom-
Le conté mi «sueño» cuando estábamos en la
bre más amable y cabal del mundo.
cama, y se mostró extrañamente serio, como si
supiese dónde me había equivocado al interpre- —Voy a intentar —dijo Arthur—, penetrar en
tarlo. Por la mañana tenía fiebre; hice que per- mí mismo. ¿Acaso soy un animal y no tiene sen-
maneciera en cama y envié a buscar al doctor. tido el mundo? ¿O soy un alma dentro de un
Aquella misma tarde supe que Arthur estaba gra- cuerpo? ¿O soy yo, único e indivisible, según
vemente enfermo; que llevaba enfermo, en reali- una inteligencia increíble, una centella de la luz
dad, meses. El doctor diagnosticó el mal de infinita de Dios? Voy a concentrarme, probable-
Bright. mente entraré en alguna forma de trance que me
es ininteligible. Tú puedes interpretarla.
El experimento se prolongó durante una me-
VIII dia hora, tras haberse sentado y respirar con gran-
des esfuerzos.
Lo llamé «el último sueño». Durante el si- —No he visto nada, no he oído nada —dije—.
guiente año, viajamos y probamos varios trata- Ningún pensamiento ha pasado de ti hacia mí.
mientos. Mis poderes seguían siendo excelentes, Pero justo en ese momento, aquello que había
pero no percibía ningún horror del subconscien- ocupado su mente alumbró la mía.
te. Con pocas fluctuaciones, él continuamente em- —Es un abismo ciego —le dije—, y lo sobre-
peoraba; se mostraba cada vez más apático, más vuela un buitre más grande que todo el sistema
indiferente, más deprimido. Redujimos obligada- estelar.
mente nuestros experimentos. Sólo un problema —Sí —dijo él—, eso es. Pero no es todo. No
le inquietaba: el problema de su personalidad. puedo ir más allá. Lo intentaré de nuevo.
Comenzó a preguntarse quién era. No quiero Lo intentó. Una vez más me fue negado su
66 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MACDALEN BLAIR 67

pensamiento, aunque su rostro se encontraba tan A partir de entonces ya nunca se recuperó. Su


contraído que cualquiera podría haber afirmado vista fue haciéndose cada vez más débil, su voz
que podía leer su pensamiento. más torpe y más ronca, sus dolores de cabeza más
—He estado buscando en lugar erróneo —dijo persistentes y agudos.
de súbito, aunque muy sosegado y sin mover- La torpeza ocupó el lugar de su anterior ener-
se—. Aquello que busco reside en la base de la gía y espléndida agilidad; los días convirtieron su
espina dorsal. continuo letargo en un descenso hacia el coma.
Entonces lo vi. En un cielo azul se encontraba Las convulsiones, algunas veces, me alarmaban
enroscada una serpiente dorada y verde, infinita, por su peligro inminente.
con cuatro ojos en llamas de fuego negro y rojo En ocasiones su respiración regresaba fuerte y
que lanzaban rayos en todas direcciones; en el siseante, como una serpiente enfurecida; hacia el
interior de la espiral había una enorme multitud final tomó la forma de Cheyne-Stokes, con es-
de niños que reían. tallidos que aumentaban cada vez más su dura-
Y una vez que lo vi, todo aquello desapareció. ción y violencia.
Serpenteantes ríos de sangre que manaban del Con todo ello, no obstante, él era todavía el mis-
cielo, de sangre purulenta con formas indescrip- mo. El horror de ser y sin embargo no ser él
tibles: perros sarnosos que arrastraban sus intes- mismo no asomó tras de aquel velo.
tinos tras ellos; criaturas mitad elefante, mitad —Mientras sea consciente de mí mismo —dijo
escarabajo; cosas que no eran sino un horrible en uno de sus raros accesos de lucidez—, puedo
ojo inyectado en sangre y que poseían en sus comunicarte lo que estoy pensando consciente-
extremos tentáculos coriáceos; mujeres cuya piel mente; tan pronto como esta consciencia de mi
se hinchaba y burbujeaba como el azufre hirvien- ego sea anulada, tendrás el pensamiento subcons-
do, que desprendían nubes y tomaban miles de ciente que temo, ¡oh, cómo temo!, y que es la
formas más horribles que su origen; éstos eran parte mayor y más verdadera de mí. Has aduci-
los más insignificantes pobladores de aquellos do increíbles explicaciones del mundo del sueño,
odiosos ríos. La mayoría eran cosas imposibles eres la única mujer del mundo (quizá nunca pue-
de nombrar o de describir. da haber otra) que tiene tal oportunidad para
Regresé de tal visión a causa de la estentórea estudiar el fenómeno de la muerte.
y ahogada respiración de Arthur, que se hallaba Me pidió encarecidamente que enjugara mi pena
embargado por una convulsión. y que me concentrase exclusivamente en los pen-
68 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAIR 69

samientos que pasasen por su mente cuando él ya causa aparente alguna, comenzaban las convul-
no pudiera expresarlos, y también en los de su sub- siones. El cerebro de Arthur, científico y estable,
consciente cuando el coma anulase la consciencia. se mantenía bien; tan sólo dos días antes de su
Éste es el experimento que ahora me obligo a muerte comenzó el delirio.
narrar. El prólogo ha sido largo, pero ha sido Yo no estaba con él; agotada como me encon-
necesario para situar los hechos, de forma senci- traba, e incapaz por completo de dormirme, el
lla, ante la humanidad; con el fin de que poda- doctor había insistido en acompañarme a dar un
mos gozar de la oportunidad de un suicidio ade- largo paseo en coche. Yo dormitaba con el aire
cuado. Suplico a mis lectores muy seriamente que fresco. Me desperté al escuchar una voz que me
no duden de mis afirmaciones. Las notas de nues- era familiar y que me decía al oído: «Ahora, ¡go-
tros experimentos, es mi deseo dejárselas al ma- cemos de la belleza!». No había nadie allí. Seguí
yor pensador vivo de la actualidad, al profesor la voz de mi marido, que se mostraba como nun-
Von Buehle, que demostrará la veracidad de mi ca la había conocido ni amado: clara, fuerte,
relato y la enorme y terrible necesidad de una resonante, modulada: «Anota esto, es muy im-
acción drástica e inmediata. portante. Estoy penetrando en el poder del sub-
consciente. No puedo hablarte más. Pero estoy
aquí, no voy a conmoverme por todo lo que pue-
do sufrir; siempre puedo pensar, y tú siempre
puedes leer mi...». La voz cesó de repente y lue-
PARTE II go preguntó: «¿Pero terminará esto alguna vez?»,
como si alguien le hubiera hablado. Después oí
la risa. La risa que había oído cerca del puente
de la Magdalena ¡era música celestial al lado de
aquélla! El rostro de Calvino incluso, cuando go-
ILL hecho físico más sorprendente de la en- zaba con la pira de Servet, se habría tornado com-
fermedad de mi marido era su inmensa postra- pasivo si la hubiera oído; tan perfectamente ex-
ción. Un cuerpo tan fuerte, como daban prueba presaba la quintaesencia de la maldición.
de ello las tan frecuentes convulsiones, ¡tal iner- Ahora bien, el pensamiento de mi marido pa-
cia en él! Podía permanecer tumbado como un recía haber cambiado de lugar. Era bajo, interno,
leño todo el día; y después, sin advertencia o apartado. Me dije; «¡Está muerto!».
ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAIR 71
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Más tarde llegó el pensamiento de Arthur: «Se- sufrimiento. Y ese algo era un velo entre Arthur
ría mejor simular que estoy loco. Quizá así la y yo.
salve, y será un cambio. Simularé que la he ma- El respirar siseante comenzó de nuevo. Parecía
tado con un hacha. ¡Maldita sea! Espero que no que Arthur estaba intentando expresarse como él
esté escuchando». Yo estaba ya completamente mismo, como el que yo conocía. Intentó articu-
despierta y le dije al conductor que volviésemos lar débilmente: «¿Es la policía? ¡Déjenme salir
a casa rápidamente. de casa! La policía viene a buscarme. Maté a Mag-
«Espero que se mate con el coche, espero que dalen con un hacha». Comenzaron a aparecer los
se destroce en un millón de pedazos. ¡Oh Dios! síntomas del delirio. «Maté a Magdalen», mur-
¡Escucha mi único ruego! ¡Permite que un anar- muró una docena de veces, y después cambió
quista lance una bomba que destroce a Magdalen por «Magdalen con» repetidamente; la voz baja,
en un millón de pedazos! ¡Especialmente el lenta, gruesa, uniforme.
cerebro! Sobre todo el cerebro. ¡Oh Dios!, mi Luego, de repente, clara y alta, intentó erguir-
primer y único ruego: ¡Destroza a Magdalen en se en la cama: «Destrocé a Magdalen en un mi-
un millón de pedazos!» llón de pedazos con un hacha». Y después de
Lo horrible de este pensamiento —entonces y una pausa: «Un millón no es mucho en la actua-
ahora— era mi convicción de que se mostraba lidad». A partir de entonces —instante en el que
perfectamente sensato y coherente. Por ello yo creo ahora reconocer las palabras de Arthur
temía por completo pensar en lo que pudieran sano— entró de nuevo en el delirio. «Un millón
significar tales palabras. de pedazos», «un millón frío», «un millón, mi-
Me encontré cerca de la puerta de la habita- llón, millón, millón, millón, millón», y así suce-
ción al enfermero, que me pidió que no entrase. sivamente; y luego, abruptamente: «El perro de
De forma incontrolada pregunté: «¿Está muer- Fanny está muerto».
to?»; y aun cuando Arthur yacía absolutamente No puedo explicar esta última frase a mis lec-
sin conocimiento sobre la cama, leí su pensa- tores; puedo, no obstante, señalar que significa-
miento que me respondía: «¡Muerto!», pronun- ba algo para mí. Estallé en lágrimas. Y en aquel
ciando silenciosamente en tonos tales de burla, momento me llegó el pensamiento de Arthur:
horror, cinismo y desesperación como nunca ha- «Deberías ocuparte del cuaderno, no de llorar».
bía oído. Existía algo o alguien que sufría infi- Sequé mis ojos resueltamente y, con valentía, co-
nitamente, y aun así gozaba sobremanera con tal mencé a escrif
72 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAIR 73

II —No —contesté—, quiere decir que está en el


séptimo círculo del Infierno de Dante.
El doctor entró en aquel momento y me su- En ese instante entró en un período de estrepi-
plicó que me retirase a descansar. toso delirio. Salvajes y prolongados aullidos estalla-
—Únicamente se está usted angustiando, ban desde su garganta, estaba siendo triturado
Sra. Blair —dijo—, y sin necesidad, puesto que incesantemente por «Díte»; cada aullido suponía
él está totalmente inconsciente y no sufre. —Y el encuentro con los dientes del monstruo. Se lo
tras una pausa:— ¡Dios mío! ¿Por qué me mira expliqué al doctor.
así? —exclamó asustado y saliéndose de sus —No —me dijo—, está totalmente incons-
casillas. Creo que mi rostro había reflejado algo ciente.
de aquel demonio, algo de aquel gesto que repug- —Bien —repliqué—, aullará unas ochenta ve-
naba, de aquel residuo de desprecio y de com- ces más.
pleta desesperación. El doctor Kershaw me miró con curiosidad,
Me ensimismé, avergonzada por aquello que pero comenzó a contar. Mi cálculo fue correcto.
sabía, por tan bajo y ruin saber, que hubiese en- Se volvió hacia mí y preguntó:
golado a cualquiera con odioso orgullo. ¡No era —¿Es usted una mujer?
de extrañar que Satán descendiese! Comencé a —No —le dije—, soy colega de mi marido.
comprender todas las viejas leyendas, y mucho —Creo que es sugestión. ¿Lo ha hipnotizado
más. usted?
Le dije al doctor Kershaw que estaba satisfa- —Nunca, pero puedo leer sus pensamien-
ciendo las últimas voluntades de Arthur. No se tos.
opuso más; pero le vi hacer una señal al enfer- —Sí, lo recuerdo ahora, leí un artículo muy
mero para que me vigilase. notable en Mind, hace dos años.
El enfermo nos llamó por señas, con un dedo. —Era un juego de niños, pero permítame con-
No podía hablar, trazaba círculos sobre la col- tinuar con mi trabajo.
cha. El doctor (con la inteligencia que le carac- Le dio las últimas instrucciones al enfermero
terizaba), una vez contados los círculos, asintió y salió.
y dijo: El sufrimiento de Arthur era, en aquel mo-
—Sí, son casi las siete. La hora de tomar su mento, indecible. Triturado como estaba en el
medicina, ;ch? interior de un pulpo que atravesaba la lengua de
74 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAIR 75

«Dite», cada fragmento sangrante tenía su propia se sabía inmortal, e inmortal en un reino de do-
identidad y la de Arthur. lor y terror inimaginables, no iluminado por res-
Las papilas de la lengua eran serpientes, y cada plandor de luz alguna sino por aquel pálido ful-
una hacía rechinar sus dientes envenenados sobre gor de odio y pestilencia. Este pensamiento tomó
aquel alimento. forma en estas palabras:
Y entonces, aunque la sensibilidad de Arthur
se mostraba absolutamente incólume, incluso hiper- YO SOY AQUEL QUE SOY.
estésica, su conciencia del dolor parecía depen-
der de la apertura de aquella fauce. Una vez fi- No puede decirse que la blasfemia se sumase
nalizada la masticación, el olvido cayó sobre él al horror, sino que ésta era la esencia misma del
como un rayo. ¿Un olvido misericordioso? ¡Oh! horror. Era el rechinar de los dientes de un alma
¡Qué golpe maestro de crueldad! Una y otra vez maldita.
iba de la nada a un infierno de agonía, de puro
éxtasis de agonía, hasta que comprendió que con-
tinuaría así durante toda su vida. La alternancia III
no era sino una sístole y una diástole, el latido
de su pulso envenenado, el reflejo en su cons- La forma del demonio, que podía reconocer
ciencia del batir de la sangre. Llegué a ser cons- ahora claramente como aquella que había apareci-
ciente de su intenso anhelo de muerte, que aca- do en mi último «sueño» de Cambridge, parecía
baría con la tortura. tragárselo. En aquel momento, una sacudida con-
La sangre circulaba cada vez más lenta y do- vulsa del moribundo y un vómito sacó al «de-
lorosamente, podía percibir su deseo de que lle- monio». Al instante, una teoría completa me ilu-
gase el final. minó: este «demonio» era una personificación
Esta repugnante rosa del alba se tornó gris de imaginaria de la enfermedad. Entonces compren-
repente y enfermó. La esperanza se hundió en dí de súbito la demonología, desde Bodin y Wei-
su nadir, y la rosa del miedo como un dragón, rus hasta los modernos, sin carencia alguna. Pero
con alas de plomo. Supongo, pensó éí, que des- ¿era imaginario o era real? ¡Lo bastante real como
pués de todo, ¡la muerte no terminará conmigo! para tragarse el pensamiento «sano»!
No puedo expresar esta idea. No fue que el En ese momento reapareció el Arthur anterior.
corazón se hundiera, no tenía dónde hundirse, —¡No soy el monstruo! Soy Arthur Blair,
76 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAIR 77

de Fettes y Triníty. He pasado por un paroxis- Sincera como fue, podría leerse como una irre-
verencia impresa.
mo.
El enfermo se agitó febrilmente. Una parte de Y luego, allí, llegó el horror fríamente medi-
su cerebro se había librado del veneno por ahora tado de la pura blasfemia contra este Dios, que
y trabajaba furiosamente contra el tiempo. no respondió.
«Voy a morir. Tras ella, la triste y oscura agonía de la con-
»E1 consuelo ante la muerte es la Religión. vicción, de la absoluta evidencia: «Dios no exis-
»La Religión no tiene utilidad en la vida. te»; junto a una ola de frenética ira contra todos
»¡ Cuántos ateos que no he conocido firman aquellos que le habían asegurado alegremente que
pactos de amor a cuerpos y vidas! La Religión existía. Y casi enloquecido, deseaba que sufrieran
es, en la vida, o una diversión y un soporífero, más que él mismo a ser posible.
o una falsedad y una estafa. (¡Pobre Arthur! Aún no había arrancado de sí
»Fui educado por un presbiteriano. la uva del Sufrimiento e iba a beber la esencia
»¡Qué fácilmente me llevó la deriva hacia la más amarga de su poso.)
Iglesia Anglicana! «¡No! —pensó—, quizá carezco de su "fe".
»Y ahora, ¿dónde está Dios? »Quizá si pudiese llegar a creer de veras en
»¿Dónde está el Cordero de Dios? Dios y Cristo, quizá si pudiese engañarme, si
»¿Dónde está el Salvador? pudiese hacer creer...»
»¿ Dónde está el Consuelo? Tal pensamiento es capaz de acabar con la ho-
»¿Por qué no se me libra de ese demonio? nestidad de cualquiera, de hacer abdicar a la ra-
»¿Va a tragarme de nuevo? ¿A absorberme ha- zón. Y ello marcó el fútil esfuerzo final de su
cia su interior? ¡Oh inconcebiblemente odioso voluntad.
hado! Todo está claro para mí: ¡Espero que aca- El demonio lo atrapó y trituró, y el delirio
bes con él, Magdalen!, puesto que el demonio estrepitoso comenzó de nuevo.
está hecho de todos aquellos que han muerto del Mi carne y mi sangre se sublevaron. Arreba-
mal de Bright. Deben de ser diferentes para cada tada por un vómito moral, salí de la habitación,
enfermedad. Yo creí que vería al menos una vez y con resolución —durante una hora entera—
la vomitiva ciénaga de limo sangriento. aparté mi sensorio del pensamiento. Siempre fui
«Permíteme rezar.» consciente de que la más ligera nube de humo
Siguió a esto una frenética llamada al Creador. de tabaco en una habitación distraía en gran me-
78 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAIR 79

dida mi poder. En esta ocasión, fumaba un ciga- Todos nosotros medimos el transcurso del tiem-
rrillo tras otro con excelentes resultados. Desco- po en relación con nuestros hábitos diarios o al-
nocía lo que habría de ocurrir. gún patrón similar. La convicción de la inmor-
talidad destruye, naturalmente, todos los valores
en este sentido. Si soy inmortal, ¿cuál es la dife-
IV rencia entre mucho y poco tiempo? Un millar
de años o un día son, obviamente, lo mismo bajo
Arthur, aguijoneado por el quilo venenoso, el punto de vista de la eternidad.
agitaba aquel vasto y arqueado vientre —que se- Existe un reloj subconsciente en nuestro inte-
mejaba la cúpula del infierno— y se revolvía en rior, un reloj al que da cuerda la experiencia de
su limo burbujeante. Supe que no sólo se desinte- la humanidad para funcionar unos setenta años,
graba mecánica sino también químicamente, que poco más o menos. Cinco minutos es un período
su ser se fragmentaba cada vez más en partes, y muy largo si estamos esperando un ómnibus, un
que éstas se asimilaban en nuevos y odiosos ór- siglo si estamos esperando al amante, nada en
ganos; y lo que era peor: Arthur permanecía in- absoluto si estamos ocupados en algo placentero
mune a todo, ajeno, intacto, con la memoria y o durmiendo *.
la razón más agudas que la nueva y horrorosa Consideramos que siete años es un largo pe-
experiencia que las conformaba. Me parecía como ríodo si se trata de un encarcelamiento, aunque
si algún estado místico estuviese superpuesto al es un período pequeño e insignificante si habla-
tormento; por un instante no era él, definitiva- mos de Geología.
mente no, pero esa masa de consciencia tortura-
1
da era, no obstante, él. ¡Siempre somos, al me- Una de las grandes crueldades de la naturaleza es la de que
todas las emociones ¿olorosas o depresivas parecen alargarse en el
nos, dos! El que siente y el que sabe no son tiempo; mientras que los pensamientos agradables y humores ele-
necesariamente una misma persona. Esta doble vados hacen volar al tiempo. Así pues, al resumir una vida desde
personalidad se acentúa enormemente con la un punto de vista externo, podría dar —en el supuesto de que la
alegría y el dolor hayan ocupado períodos iguales— la impresión
muerte. de que el dolor ha sido enormemente mayor que la alegría. Esto
Otro tema era que el sentido temporal, que es puede discutirse. Virgilio dice: *Forsitan hoec olim meminisse jit-
tan fidedigno en los hombres —especialmente en vabit», y existe, al menos, un escritor moderno absolutamente ver-
sado en el pesimismo que es muy optimista. Mas los nuevos hechos
mi caso particular— se transtomó de manera in- que aquí expongo anulan esta aserción y arrojan un espadazo de
dudable, cuando no se abrogó del todo. infinito peso sobre esta trémula e insignificante escala.
80 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLA1R 81

Así, aceptada la inmortalidad, la longevidad del era más que el excremento del demonio, y como
sistema estelar mismo es una nadería. tal excremento fue lanzado suciamente al interior
Esta convicción no había calado totalmente en del abismo de oscuridad y noche cuyo nombre
la conciencia de Arthur; se cernía sobre él como es la muerte.
una amenaza, mientras que la intensificación de Me incorporé con las mejillas encendidas. Tar-
dicha conciencia, su liberación frente al sentido tamudeé: «Está muerto». El enfermero se inclinó
natural del tiempo para la vida, provocaba que sobre el cuerpo. «¡Sí!», repitió como un eco, «está
cada acción en la que aparecía el demonio tuviese muerto». Y pareció como si el Universo entero
una gran duración, aunque los intervalos entre cada se congregase en torno a una fantasmal risa de
aullido del cuerpo yacente fuesen muy cortos. odio y horror: «¡Muerto!».
Cada punzada de tortura o interrupción nacía,
llegaba a su cénit, y moría para nacer de nuevo
a través de lo que parecían incontables eones.
V
Todavía peor fue el proceso de asimilación del
demonio. El coma del moribundo era un fenó-
meno completamente al margen del tiempo. Las Recobré mi equilibrio. Debía hacerme a la idea
condiciones de la «digestión» eran nuevas para de que todo estaba bien, que la muerte había
Arthur, no poseía ninguna base para hacer supo- acabado con todo. ¡Triste humanidad! La cons-
siciones, ningún dato con el que calcular la dis- ciencia de Arthur estaba más viva que nunca. Era
tancia a la que se encontraba del final. el oscuro miedo a la caída, el éxtasis mudo del
Es imposible hacer algo más que esbozar este miedo constante. No había olas sobre aquel mar
proceso: cuando fue absorbido, su consciencia de ignominia, ningún desorden —causado por
se desarrolló en el interior de aquel demonio; se pensamiento alguno— en aquellas aguas maldi-
convirtió en uno de ellos con toda su ansia y co- tas. No existía ninguna esperanza de fondo para
rrupción. Aun así sufría en su propia persona la aquel abismo, ningún pensamiento que pudiera
bipartición de sus más pequeñas moléculas, y esto cesar. Fue tan infinita aquella caída que incluso
se corroboraba mediante la humillación más in- no existía aceleración, era constante y horizontal
munda hacia la parte de él que rechazaba. como la caída de una estrella. No existía incluso
No me atrevo a describir el proceso final, baste sensación de marcha; de tan infinitamente veloz
decir que la consciencia demoníaca afloró; él no como debía de ser, a juzgar por el singular temor
82 ALEISTER CROWLEY
EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAÍR 83
que inspiraba, era infinitamente lenta en compa-
ración con la infinitud del abismo. de un centenar de tribus salvajes—. En el fondo,
no pude discernir entre sus bárbaros ritos y los
Tomé precauciones con el fin de que no me
de la cristiandad.
molestasen los actos que los hombres —¡oh, qué
absurdamente!— dedican a los muertos, y me Como quiera que fuese, me confundí. Los sa-
refugié en un cigarrillo. cerdotes se negaron a rezar por el alma de un
hereje.
Fue entonces, por vez primera, cuando comen-
cé a considerar la posibilidad de ayudarle. Regresé apresuradamente a casa y volví al ve-
Analicé mi posición. Debía de ser su pensa- latorio. Nada había cambiado, excepto la inten-
miento, o no habría podido leerlo. No tema ningún sificación del temor, la intensificación de la
vestigio de que pudiesen llegarme otros pensa- soledad: un ensimismamiento total en la ignomi-
mientos. Él debía de estar vivo, en el verdadero nia. Yo podía, no obstante, esperar que en el
sentido de la palabra; era él y no otro quien era estancamiento final de todas las fuerzas vitales la
víctima de este temor inefable. Era evidente que muerte fuese definitiva y el infierno se aniquilase.
dicho temor debía de tener una base física en la Esto provocó una corriente de pensamiento
constitución de su cerebro y su cuerpo. El resto que terminó con la determinación de acelerar el
de los fenómenos se habían dado en relación a proceso. Pensé levantarle la tapa de los sesos, pero
su condición física; era el reflejo de la conscien- no tenía motivos para hacerlo. Pensé congelar el
cia la causa por la que la limitación humana se cuerpo e imaginé una explicación para el enfer-
rebelaba ante cosas que tomaban, de hecho, lu- mero, que rechazaba que el frío pudiera animar
gar en el cuerpo. su alma más que el vacío sin límites de lo oscuro.
Probablemente era una interpretación falsa, Pensé decirle al doctor que Arthur hubiese de-
pero era su interpretación; y fue eso lo que le seado legar su cuerpo a la ciencia, que le preo-
causó un sufrimiento más allá de lo que los poetas cupaba ser enterrado vivo, cualquier cosa que le
nunca han soñado acerca de lo infernal. hiciese pensar. En aquel instante miré al espejo.
Me avergüenzo al reconocer que mi primer Comprendí que no debía hablar. Mis cabellos
pensamiento fue para la Iglesia Católica y sus eran blancos, mi rostro cansado y mis ojos vio-
misas para el reposo del muerto. Fui a la Cate- lentos e inyectados en sangre.
dral y di unas vueltas, como si me interesase todo Con total impotencia y desdicha, me eché en
aquello que he mencionado —las supersticiones el sofá del estudio y fumé ansiosamente unos
cigarrillos. El alivio era tan inmenso que mi sen-
84 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAIR 85

tido de la lealtad y el deber mantuvo una dura de entrañas bajo el alma que descendía. El océa-
lucha para hacerme reemprender la labor. La no parecía ser ilimitado. El alma entró impetuo-
mezcla de horror, curiosidad y excitación debió samente en él, y el choque la despertó a una
de ayudar. nueva consciencia de las cosas.
Apagué mi quinto cigarrillo y regresé a la es- Este mar, aunque infinitamente frío, hervía
tancia de la muerte. como los tubérculos. Su más o menos homogé-
nea viscosidad, cuyo hedor va más allá de cual-
quier concepto humano (el lenguaje humano es
VI singularmente deficiente en cuanto a términos
que describan olores y gustos; siempre relacio-
Antes de que hubiera pasado diez minutos sen- namos nuestras sensaciones con cosas de cono-
tada a la mesa, tuvo lugar, con sorprendente rapi- cimiento general) 2 , brotaba de manera constante
dez, un cambio. En un punto del vacío se acu- en forma de verdosas ebulliciones con coléricos
muló, de forma concentrada, la oscuridad; y cráteres rojos, cuyas márgenes dentadas eran de
sobrevino una llama diabólica que brotó sin des- un blanco pálido y vertían un pus formado por
tino, desde la nada hacia la nada. El más nocivo todas las cosas conocidas por el hombre —cada
hedor la acompañó. una de ellas deformada, degradada, vilipendiada.
Había desaparecido antes de que pudiese dar- ¡Cosas inocentes, cosas felices, cosas sagradas!
me cuenta. Como el rayo que precede al trueno,
siguió un estruendo horrible que sólo puedo des- 2
Ésta es mí queja principal, y la de todos los investigadores por
cribir como el lamento doloroso de una máquina. un lado y de los escritores por otro. Sólo podemos expresar una
Se repitió constantemente durante una hora y idea nueva combinando dos o más ideas conocidas, o mediante ei
uso de la metáfora; así como cualquier número puede formarse a
cinco minutos, y después cesó de una forma tan partir de otros dos. James Hinton poseía indudablemente una idea
repentina como había comenzado. Arthur aún gráfica perfecta, simple y concisa, de la «cuarta dimensión del es-
descendía. pacio»; pero encontró grandes dificultades para transmitirla a los
demás incluso cuando éstos eran grandes matemáticos. Es (creo) el
Le siguió, tras un lapso de cinco horas, otro mayor escollo que se opone al progreso humano: el que grandes
paroxismo de la misma clase, pero más fuerte y hombres supongan que serán comprendidos por otros.
continuo. Luego, otro silencio, siglo sobre siglo Incluso un maestro del inglés diáfano como es el profesor Hux-
ley, ha sido tan malinterpretado que se le fia atacado —en repetidas
de temor, soledad e ignominia. ocasiones— por hacer afirmaciones que él había negado específi-
Sobre la media noche, apareció un océano gris camente en su más claro lenguaje.
86 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAIR 87

¡Todas ellas inexplicablemente profanadas, re- dos y los tiznaban del color del propio infierno.
pugnantes, nauseabundas! Cronometré un pensamiento, y a pesar de la
Durante el velatorio del día siguiente, recono- miríada de millones de detalles, cada uno claro,
cí un grupo. Vi Italia. Primero la Italia del mapa: vivido y prolongado, no se extendía más de tres
una pierna calzada con una bota. Pero dicha pier- segundos. Pensé en la incalculable formación de
na cambió rápidamente a través de una miríada pensamientos de su bien dotada mente; compren-
de fases. Se transformó en la pata de todas las dí que ni siquiera miles de años los agotarían.
bestias y pájaros, y en cada ocasión la pata sufría Pero, quizá, si el cerebro fuese destruido de
todas las enfermedades, desde la lepra y la ele- forma que no se reconociesen sus partes...
fantiasis a la escrófula y la sífilis. Tenía la segu- Siempre hemos supuesto, de forma casual, que
ridad de que esto era una parte inseparable y la consciencia consiste en un flujo de sangre de
eterna de Arthur. los vasos del cerebro; nunca nos hemos detenido
Luego Italia misma, con todos sus sucios por- a pensar si los recuerdos pueden ser recuperados
menores. Después yo misma, vista como cada de alguna otra forma. E incluso sabemos cómo
una de las mujeres, y cada una con todas las un tumor cerebral origina alucinaciones. La cons-
enfermedades y torturas que la Naturaleza y el ciencia funciona de un modo extraño; la mínima
hombre han tramado con sus diabólicas mentes, perturbación del riego sanguíneo, y se apaga como
cada una consumida por una muerte, una muerte una vela, o incluso toma formas monstruosas.
como la de Arthur, cuyos infinitos tormentos Aquí residía la aplastante verdad: vive de nue-
formaban parte de sí mismo, eran reconocidos y vo en los muertos, y vive para siempre. Ya po-
aceptados como propios. díamos saber algo de ella; la fantasmagoría de la
Lo mismo ocurrió con el hijo que nunca tu- vida que se agolpa en la muerte de un ahogado
vimos. Todos los niños de todos los países, abor- puede sugerir algo sobre la especie a cualquier
tados, increíblemente deformes, torturados, des- hombre cuya imaginación sea activa y simpatética.
garrados en pedazos, maltratados mediante todas Peor incluso que los mismos pensamientos era
las obscenidades que la imaginación de un archi- la aprensión que dichos pensamientos producían
demonio haya podido concebir. antes. Carbunclos, ebulliciones, úlceras, cánceres,
Y así con cada pensamiento. Me percaté de no existe equivalente a las pústulas del infierno,
que los putrefactos cambios del cerebro del muer- en cuyas hirvientes convulsiones se hundía Art-
to ponían en movimiento cada uno de sus recuer- hur cada vez más y más.
88 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MACDALEN BLAIR 89

La magnitud de esta experiencia no puede ser VII


aprehendida por la mente humana como la co-
nocemos. Estaba convencida de que el final de- A medida que avanzaba la putrefacción del
bía llegar, para mí, con la cremación del cuerpo. cerebro, el estallido de las pústulas lo recubría
Me alegré infinitamente de que él hubiera dejado ocasionalmente, dando como resultado que la
instrucciones para que ésta se realizase. Mas para confusión e intensificación de la locura era su-
él, final y principio parecían no tener significado. perior al mismo infierno. Alguien podría llegar
Debido a ello, me pareció oír el pensamiento real a pensar que cualquier confusión pudiera ser un
de Arthur: «Aun cuando todo esto soy Yo, no bienvenido descanso ante una lucidez tan espan-
es más que un percance mío; permanezco tras tosa; pero no era así. La tortura se infiltraba con
todo ello, inmune, eterno». un demoledor sentido de turbación.
No debe suponerse que esto disminuía, en Las imágenes nacían amenazantes, y tan sólo
modo alguno, la intensidad del sufrimiento. Al desaparecían agostándose en un coprolito pultá-
contrario, la aumentaba. Ser odioso es menos que ceo que era el cuerpo principal del ejército del
estar vinculado al odio. Sumergirse en la impu- que se componía Arthur. El fenómeno crecía de
reza es ser inmune al hastío. Salvo hacer esto y manera constante y en todos los sentidos a me-
permanecer puro, cualquier infamia aumenta el dida que él se hundía cada vez más. Ahora eran
dolor. Piensa en la Madonna, presa en el cuerpo una jungla en la que la oscuridad y el terror de
de una prostituta y forzada a reconocer: «Ésta su totalidad incluso eclipsaban gradualmente el
soy yo», sin que nunca pueda librarse de su odio. odio a cada una de sus partes.
No sólo emparedado en el infierno, sino obli- La locura de los vivos es algo tan abominable
gado a participar de sus sacramentos; no sólo y terrible como desalentar a todos los corazones
gran presbítero de su ágape, sino también padre humanos con el horror; pero ¡no es nada en com-
y difusor de su culto; un Cristo al que repugna- paración con la locura de los muertos!
ba el beso de Judas, sabedor —incluso— de que Una complicación más surgió, entonces, en la
la traición era él mismo. destrucción completa e irrevocable de ese meca-
nismo de compensación del cerebro que es la
base del sentido temporal. Horriblemente degra-
dado y deformado, puesto que había en la per-
turbación del cerebro una gelatina amorfa de la
90 ALEISTER CROWLEY El TESTAMENTO DE MACDALEN BLAIR 91

que brotaban, de pronto, enormes, unos tentácu- dasen el recuerdo de una memoria que padecía
los insospechados, su destrucción lo dividió en cambios degenerativos que la conducían a una
mil abismos más profundos. El sentido de la mis- purulencia hiperbrómica.
ma sucesión fue destruido, los objetos consecuti-
vos aparecían como superpuestos o coincidentes
en el espacio; una nueva dimensión descubierta; VIII
una nueva destrucción de todas las limitaciones
desenmascaró un nuevo e insondable abismo. La instantánea corrupción bacteriológica supu-
A todo esto se le añadió el desconcierto y te- so la corrupción química. Los gases, formados
mor que la agorafobia mundana trazaba débil- por la putrefacción en el cerebro y que lo habían
mente; y, al mismo tiempo, el emparedamiento atravesado, se materializaban en su consciencia
que pesaba sobre él, puesto que no existe fuga mediante pústulas que se mostraban amorfas e
posible desde el infinito. impersonales —Arthur todavía no había penetra-
Además, la desesperación ante aquella monó- do en el abismo.
tona situación. Infinitamente variados, los fenó- Arrastrándose, elevándose, abrazándolo, el Uni-
menos eran esencialmente los mismos. Todas las verso lo envolvía, lo forzaba con una íntima e
tareas humanas están alumbradas por la certeza indescriptible contaminación, rodeaba su ser con
de que deben terminar. Incluso nuestras alegrías el más asfixiante terror.
serían intolerables si tuviéramos la certeza de que De vez en cuando, la consciencia se anegaba
hubieran de durar, por encima del tedio y el has- en una sima que su pensamiento era incapaz de
tío, por encima del cansancio y la saciedad, para describirme; porque, realmente, incluso el pri-
siempre, eternamente y para siempre. mero y menor de sus tormentos está mucho más
En este inhumano, en este preterdiabólico in- allá de la capacidad de expresión humana.
fierno se da una fatigosa repetición, un machacar Era un dolor que se extendía constantemente,
sobre la misma discordia odiosa, un continuo re- que se intensificaba con cada descargo de ira.
funfuño cuyos intervalos no ofrecen descanso al- Aumentaba la memoria y crecía la inteligencia.
guno, sólo un suspense rebosante con la antici- Igualmente, la imaginación desconocía límites.
pación de un frío terror. ¿Qué significa esto y a quién puedo contarlo?
Durante horas, que fueron para él eternidades, La mente humana no puede realmente apreciar
continuó esta fase, como celdas diversas que guar- los números más allá de cierta cantidad; puede
92 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MAGOALEN BLAIR 93

tratar con ellos mediante el raciocinio, pero no actividad tan violenta y tan viva que todo el pa-
puede aprehenderlos mediante impresión directa. sado palideció ante su luz cárdena.
Se requiere una inteligencia altamente entrenada No puede describirse la inextinguible agonía
para poder distinguir en un plato entre quince y del tormento; si existía alivio, sólo se daba por
dieciséis cerillas sin contarlas. Con la muerte, esta la alegría de saber que era el final.
limitación desaparece totalmente. Cada elemento No sólo el tiempo, sino también todas las exten-
del contenido infinito del Universo se compren- siones del tiempo, todos los monstruos de las en-
de de forma independiente. El cerebro de Arthur trañas del tiempo iban a ser aniquilados; incluso
era igual, en cuanto a poder, al que atribuyeron para el ego cabía esperar un final.
los teólogos al Creador; pero a pesar de su poder El ego es el «verme que no muere», y la exis-
ejecutivo, no existía semilla alguna. La impoten- tencia el «fuego que no se extingue». En esta pira
cia del hombre ante las circunstancias estaba en universal, en este abismo de lava líquida que bro-
él aumentada infinitamente, sin pérdida de deta- ta de los volcanes del infinito, en este «lago de
lle o cantidad. Comprendió que lo Múltiple era fuego» que está reservado al demonio y sus án-
el Uno, sin perder o confundir la idea de lo sin- geles, ¿no puede tocarse fondo? ¡Ah! ¡No había
gular. Él era Dios, mas un Dios irreparablemente más tiempo, ni representación alguna de ello!
maldito; un ser infinito, limitado por la natura- El cuerpo se consumió; los gases del cuerpo,
leza de las cosas, una naturaleza compuesta úni- combinándose una y otra vez, se encendieron,
camente por la repugnancia. libres de materia orgánica.
¿Dónde estaba Arthur?
Su cerebro, su personalidad, su vida, habían
IX sido destruidos totalmente. Como elementos se-
parados, sí: Arthur había ingresado en la cons-
ciencia universal.
Albergaba una mínima duda en cuanto a que Y oí esta expresión; aproximadamente ésta es
la cremación del cuerpo de mi marido acabara mi traducción al inglés de una única idea cuya
con el proceso que, normalmente, en los ente- síntesis es: «Woe» : \
rrados continúa hasta que no queda rastro de
sustancia orgánica. '•' Conservo el término inglés debido a su capacidad fónica de
sugerencia ([uóu]), capacidad de la que carecen sus posibles equi-
El primer contacto con el horno despertó una valentes en español (dolor, pena, angustia, etc.)- (N. delT.)
94 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MACDALEN BLAIR 95

La sustancia se llama espíritu o materia. X


El espíritu y la materia son únicos, indivisi-
bles, eternos, indestructibles. La fase final es totalmente inevitable, a menos
¡Cambio infinito y eterno! que creamos en las teorías budistas, cosa que, en
¡Dolor infinito y eterno! cierto modo, me veo inclinada a hacer; ya que
Ningún absoluto, ninguna verdad, ninguna be- su teoría del Universo confirma de forma precisa
lleza, ninguna idea; nada excepto el torbellino de la cada uno de los detalles de los hechos aquí
forma, inquieta, insaciable. recogidos. Pero una cosa es reconocer una enfer-
¡Hambre eterna! ¡Guerra eterna! Cambio y do- medad, y otra descubrir el remedio. Sinceramen-
lor infinitos e incesantes. te me indignan sus métodos, preferiría confor-
La individualidad sólo existe en el ensueño. Y marme con mi destino final y alcanzarlo tan
el ensueño es cambio y dolor, y su destrucción pronto como sea posible. Mi principal preocu-
es cambio y dolor, y su nueva separación desde pación consiste en evitar las torturas iniciales, y
el infinito eterno es cambio y dolor; y la sustan- estoy convencida de que la explosión de un car-
cia infinita y eterna es cambio y dolor inefables. tucho de dinamita en la boca es el método más
Más allá del pensamiento, que es cambio y factible para lograrlo. Incluso existe la posibili-
dolor, se halla el ser, que es cambio y dolor. dad de que si todas las mentes que piensan, to-
Éstas fueron sus últimas palabras inteligibles, dos «los seres espirituales», fueran destruidos de
que se convirtieron en un eterno lamento: «¡Woe! este modo, y especialmente si toda la vida orgá-
¡Woe! ¡Woe! ¡Woe! ¡Woe! ¡Woe! ¡Woe!», con nica pudiera ser aniquilada, el Universo dejaría
una monotonía incesante que resuena siempre en de existir {como el obispo Berkeley ha demos-
mis oídos cuando permito que mi pensamiento trado), sólo podría existir en alguna mente. Y,
frene su actividad al oír la voz de mi sensorio. en realidad, no existe evidencia alguna (a pesar
Durante el sueño, estoy parcialmente protegi- de Berkeley) en torno a la existencia de una con-
da, y mantengo siempre encendida una lámpara ciencia extrahumana. La materia en sí misma puede,
para poder fumar en la habitación. Muy a me- hasta cierto punto, pensar; pero la monotonía de
nudo en mis sueños late un reiterado ¡Woe! su dolor no es tan horrible como su odio, como
¡Woe! ¡Woe! ¡Woe! ¡Woe! ¡Woe! ¡Woe! la formación de altas y sagradas ideas sólo para
arrastrarlas lentamente a través de la infamia y el
terror hacia eí abismo conocido.
96 ALEISTER CROWLEY EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAIR 97

En consecuencia, deberé hacer que este recuer- 2) Podía, sin duda, leer los pensamientos de una
do se difunda ampliamente. Los cuadernos sobre forma asombrosa. En particular, me es muy útil por
mi trabajo con A n h u r (vols. I-CCXIV) serán edi- su habilidad para predecir ataques de demencia aguda
tados por el profesor Von Buehle, cuya maravi- en mis pacientes. Puede predecirlos con exactitud ho-
llosa inteligencia quizá pueda descubrir alguna ras antes de que ocurran. La primera ocasión, mi in-
salida al destino que amenaza a la humanidad. credulidad sobre su poder tuvo como resultado una
Todo está ordenado en estos cuadernos; estoy grave herida para uno de mis ayudantes.
dispuesta a morir, ya que no puedo esperar mu- 3) Ella combina una obsesiva determinación hacia
cho más, y sobre todas las cosas temo el princi- el suicidio (en la forma extraordinaria que lo describe)
pio de la enfermedad y la posibilidad de una con un intenso miedo a la muerte. Fuma sin interrup-
muerte natural o accidental. ción, y me veo obligado a fumigar su habitación con
humo por la noche.
4) Tan sólo tiene 24 años, pero cualquier opinión
NOTA competente diría que tiene sesenta con la misma exac-
titud.
JVlE siento satisfecho de tener la oportunidad de 5) El profesor Von Buehle, a quien fueron envia-
publicar, en un medio tan ampliamente leído por la dos los cuadernos, me dirigió un largo telegrama ur-
profesión médica, el manuscrito de la viuda del pro- gente en el que solicitaba su libertad a condición de
fesor Blair. que ella prometiese no suicidarse e ir a trabajar con
Su mente se desquició tras la muerte de su marido. él a Bonn. He comprobado, no obstante, que los pro-
El médico que lo atendió durante su última enferme- fesores alemanes, aunque eminentes, no tienen ningu-
dad se alarmó por el estado en que se encontraba ella na fuerza en la gerencia de un manicomio privado de
y tuvo que vigilarla. Ella intentó (sin éxito) adquirir Inglaterra; y tengo la certeza de que los Comisiona-
dinamita en varias tiendas, y cuando fue al laborato- dos me apoyarán en mi negativa a considerar el tema.
rio de su difunto esposo, intentó elaborar cloruro de Debe quedar, pues, claramente entendido que este
nitrógeno, obviamente con el propósito de suicidarse. documento se publica, con todas las reservas, como
Fue detenida, declarada enferma, y puesta a mi cuidado. la hipótesis de un muy peculiar, quizá único, tipo de
El caso es muy poco normal en varios aspectos: locura.
1) Nunca descubrí inexactitud en una información
o hecho verificable. V. ENGLISH (Doctor en Medicina)
SU PECADO SECRETO

1 EODORO Bugg había hecho de Inglaterra lo


que era. En los últimos cuarenta y dos años ha-
bía pasado de ser el chico de los recados a ser el
mayor comerciante de los Midlands. Veintiocho
años de felicidad matrimonial lo habían dejado
con la conciencia limpia y una tumba que, desde
hacía cinco años, guardaba «la memoria de mi
amada viuda», tal y como había escrito hasta que
el empleado y una rolliza hermana —que acaba-
ba de cumplir veinte años— sugirieron una mí-
nima alteración.
Ojalá pudiera detenerme aquí. Pero existe un
lado tosco en cualquier lienzo, y Teodoro Bugg
había olvidado todo sobre Inglaterra y sobre lo
que es ahora, y cómo él la había construido. Si
la labor continuaba, era subconsciente.
Estaba de pie al lado de la estatua dorada de
Juana de Arco, con la boca abierta ostensible-
mente y el débil Baedecker en su sudorosa mano.
«¡Monta a horcajadas!» La locura confusa palpi-
taba en su cerebro. «¡Va vestida con ropas de
hombre!»
100 ALEISTER CROWLEY SU PECADO SECRETO 101

Se desveló la horrible verdad: ¡Teodoro Bugg «Tendré un recuerdo», pensó, «si muero por
había ido a París por Placer! ello, tendré... no importa». «Puede también que
Sólo había podido disponer de dos días, el do- un papanatas me cuelgue como a un cordero.
mingo y el lunes de Pentecostés. Había viajado Pareceré un cerdo total. Sé que hay tiendas cerca
en el barco nocturno del sábado y llegado a París de aquí.»
el domingo por la mañana —¡primer paso des- Así pues, volviendo, con nerviosismo y deter-
cendente!—. El aire de París le embriagaba, los minación, vio —cuando invocas al diablo siem-
Grandes Bulevares le corroían su fibra moral pre está a medio camino de ti—el escaparate de
como un dragón mastica mantequilla; y aun- una tienda lleno de fotografías de pinturas y es-
que, realmente, no había estado en ningún sitio, culturas del Louvre. Miró calle arriba y calle aba-
sentía la atmósfera de los music-halls como Uli- jo —la visión de un sombrero de copa podría
ses oyó a las Sirenas. Estaba felizmente atado haberle salvado incluso en el décimoprimer mo-
al mástil de su ignorancia del francés, y sin su mento. ¡Pero no! Nadie parecía, bajo ningún con-
temor a hacer a cualquiera tan singular pregun- cepto, inglés, ni siquiera en su acalorado recelo
ta, habría podido descubrir y visitar el Moulin por descubrirlo.
Rouge. Se asomaba y escondía por instantes, como un
Como existía, Juana de Arco era mucho más hombre que espiara en un juego peligroso, y lue-
de lo que era bueno para él. La miró fijamente, go, con súbito disimulo, apoyó su espalda en la
encantado como por una basilisca, sus ojos se le puerta, giró el pomo y se deslizó hacia el interior
salían cada vez más del rostro, como si su sen- de la tienda.
tido de la moral arrastrara su cuerpo marcha atrás —¿Awy-voo photographiay? —dijo apresura-
a lo largo de la Rué de Rivoü. De esta forma damente, mirando hacia el otro lado.
chocó con un francés respetable (que se negó a —Sí señor —contestó el dependiente en un in-
tomarlo en serio y se disgustó). glés perfecto—. ¿Qué es lo que quiere el señor?
Sacó su reloj. Sólo faltaba una hora y media ¿Fotografías de París, de Fontainebleau, del Louvre,
para coger el tren, justo cuando comenzaba a di- de Versalles?
vertirse. ¡Qué vergüenza! No podía siquiera en- Pero el inglés no era del propósito de Teodoro
viar un telegrama sin hacer saber a alguien dónde Bugg. Casi huye de la tienda. Una voz en inglés
estaba —y en casa le suponían visitando una co- —¡era casi un milagro!
nocida empresa de Shropshire. —Kelker descubre —murmuraba tercamen-
ALEISTER CROWLEY SU PECADO SECRETO 103
102

te—. Kelker descubre tray sho. Voo sawy, tray puesto a poner tiempo y espacio entre él y su
tray sho, ¡par prope! comprometida situación.
El vendedor, no lo bastante experto como para Corrió hacia el hotel, no sin más de una mi-
dominar su desazón ante aquel poco corriente rada sospechosa sobre su hombro, e hizo la ma-
lance, le mostró algunos libros de fotografías. leta. Le sobraban diez minutos. Cerró la puerta
Quizá el señor encuentre aquí lo que busca despacio, se sentó con su maleta bajo la luz, sacó
—dijo fríamente. del bolsillo la fotografía y se entregó a un gozo
Furtiva y apresuradamente, su vista se bifurcó largo y voluptuoso.
entre el libro prohibido y la puerta de la tienda. Después, el limpiabotas llamó a su puerta para
Su único resguardo ante cualquier intrusión era decirle que había llegado el taxi, y Bugg, más
la idea de que nadie que entrase estaría en situa- noble que Lord Harvard de Effingham, guardó
ción de echarle piedras al culpable, así que Teo- su tesoro en el bolsillo, abrió la puerta, y gritó:
doro Bugg volvió las páginas. —¡Venny!
El libro comenzaba mansamente con la Victo-
ria Alada y sólo se metía en los rápidos con la
Gioconda. Desde allí, como en el Niágara, una II
zambullida en el abismo: la Venus de Milo.
La sangre le incendiaba el rostro, su respira- Teodoro Bugg pagaba, un año más tarde, el
ción se tornó rápida y vehemente. Con dedos precio de su debilidad. Había permitido que Ger-
nerviosos, que temblaban de excitación, apartó la trudis asistiese a clases de Arte, aunque él lo creía
fotografía de su hoja y se la mostró a medias al pecaminoso. Pero había llegado a temer a su hija,
propietario con este susurro: y —en asunto tal especialmente— era incapaz de
—¿Combyang? discutir con ella.
Treinta sous —dijo el vendedor en su fran- Por esta razón intentaba, en ocasiones, con-
cés más veloz. Y, en inglés—: Aceptamos dinero vencerse de que no había «nada malo en ello».
inglés aquí, señor; diez chelines, por favor. Un hermano capillero le había mirado con recelo
¿Quiere que se la envuelva? cuando las noticias acerca de las «ideas avanza-
Pero Bugg buscaba en el fondo del bolsillo y, das» de Gertrudis fueron conocidas, pero Teo-
poniendo un soberano en la mano del hombre, doro se lo había reprochado con resolución, se-
salió apresuradamente sin mirar hacia atrás, dis- veramente, mediante la ocurrente observación de
104 ALEISTER CROWLEY SU PECADO SECRETO 105

que «para los puros todas las cosas son puras». nos Conversos. Como todos sabían en los Mid-
Saber cuándo mostrarse atrevido, era lo que ha- lands, los «indostanos» eran Salvajes Desnudos.
bía hecho de Teodoro el buen hombre de nego- Y despidió al palafrenero por beber en do-
cios que era. mingo.
Y muy audaz es, por cierto, quien convierte Mas si por medio de estos recursos salvó su
en cobardes a todos los demás. ¡La vergüenza conciencia, no hizo nada para reprimir la inci-
secreta de sus orgías! Una noche cada semana piente inclinación de Gertrudis hacia su indepen-
—¡una vez incluso un domingo!— después de dencia de pensamientos y actos. Había sido una
que todos se hubieran ido a dormir, abría la escena muy desagradable aquella en la que tiró
pequeña caja que estaba a la cabecera de su cama al fuego el libro de Mudie (yo creía que se podía
y sacaba la obscena fotografía del envoltorio, en tener confianza en Mudie) titulado Los bacilos
el cual estaba escrito: «Si muero o quedo inca- robados, que creyó groseramente inmoral. (Una
pacitado, ESTE PAQUETE debe ser DESTRUIDO sucia basura acerca del amor libre o algo así, ¿no?)
' SIN ABRIRLO. T. Bugg». Después se sentaba, y Teodoro Bugg no era un hombre sensible; un
la sostenía entre sus ardientes manos, y se delei- exceso de benevolencia intuitiva era lo que no
taba con la perversidad, acercándola de cuando había hecho de su vida un infierno; pero él sabía
en cuando a su boca para cubrirla de besos hú- que sus relaciones domésticas eran tirantes. Es-
medos y ansiosos. Y después, guardada de forma pecialmente desde que «esa Sra. Grahame había
segura otra vez, se desnudaba con evidente fer- evidenciado su amistad con Gertrudis». La co-
vor. Incluso, en una ocasión, intentó —con la ronelía de su marido era el dorado de la pildora;
ayuda de una toalla de baño— reproducir la pos- pero ésta era amarga, puesto que la señora Gra-
tura ante el espejo. Y no vio nada ridículo en hame iba motorizada e, incluso, jugaba al golf
ello, igual que no veía nada bello en la fotografía. los domingos en lugar de ír a la iglesia, y una o
La desnudez es lujuriosa, creía su sencillo evan- dos veces se había llevado a Gertrudis con ella,
gelio de la estética. para escándalo del vecindario.
La vergüenza lo movió, además, hacia medidas El coronel Grahame también le crispaba los
de expiación o de precaución. Leía las plegarias nervios, a pesar de la «rectitud de su trato».
familiares dos veces al día en lugar de una, y Tales pensamientos pasaban torpemente por él
aceptó la presidencia de la reunión anual de una mientras esperaba a que su hija regresase de la
Sociedad para Enviar Pantalones a los Indosta- clase de Arte para tomar el té. Mas cuando llegó,
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con el portafolio abrazado, su belleza y el es- ¡Eres tan perversa como la prima Jenny! (La pri-
plendor de su actividad continua y natural le obli- ma Jenny era una mancha en la familia de los
garon a ser amable. Bugg.) ¡Es usted una ramera, señorita!
Bajo estas circunstancias, la conversación tien- Después, con un tremendo cambio, como si la
de a ser artificial; pero Gertrudis era alegre y verdad le iluminase:
locuaz, y el té transcurrió placenteramente hasta —¡Oh Dios mío! ¡Maldito seas! —gritó—,
que los ojos de su padre se dirigieron infausta- ¿cómo conseguiste las llaves de mi caja?
mente sobre el portafolio. La muchacha se quedó más fría que la piedra,
—¿Y qué ha estado haciendo mi pequeña hada pero existía un nuevo brillo en su mirada, y si
últimamente? —preguntó con elefantina agilidad. el fruncir de los labios pudiera enterrar a un gu-
—Oh, principalmente bocetos, padre. Esta se- sano, esos labios eran los suyos y aquel gusano
mana estamos copiando las antiguas obras maes- el autor de su vida. Ella se había apartado como
tras griegas. Permíteme que te los enseñe, queri- lo haría alguien a quien le saltase un sapo enci-
do padre. ma, y el color primero de su rostro se había con-
Abrió el portafolio y pasó las láminas. vertido instantáneamente en el hielo más letal.
—Estoy progresando de forma brillante. Bugg se apercibió de su error, de su montón
Mr. Davis cree que tengo que ir a París para es- de errores. Allí estaban todos excepto uno, uno
tudiar con más medios. Permítemelo. más que cometió; y, al encontrarse en la parrilla
—¿Cómo puedes pensar en algo así, Gertru- de la revelación, brotó el fuego de lo irrevocable
dis? ¡Mi hija! ¡¡¡Estudiar con más medios!!! ¡De y de lo que no podía olvidarse. Su gruesa papada y
ninguna manera! Un poco de diseño es un buen su rostro tosco se crisparon, se dejó caer sobre
complemento para una chica joven, pero... sus rodillas y estrechó, juntas, sus manos.
Sus mandíbulas se cerraron. Un bello esbozo —¿Así que me descubriste? ¡No, no abando-
a lápiz fino era lo que sostenían sus dedos fre- nes a tu pobre y anciano padre, Gertrudis! ¡Mi
néticos; pero no confundió el asunto. pequeña Gertrudis!
—¡Desgraciada! —gritó—, ¿dónde obtuviste Hubo un silencio.
el... el... el... Maldita sea todo, ¿qué te llama a —Perdóname, padre —dijo la muchacha por
ello? El... ¡ay! ¡eso es! fin—, pero acabo de sufrir una impresión de ti
«¿Quién es el modelo de esta vil, inmunda, por primera vez en mi vida, y ha sido casi una
lujuriosa, obscena y libidinosa idea? ¡Maldita sea! conmoción. Debo pensar.
IOS ALEISTER CROWLEY SU PECADO SECRETO 109

Y permaneció inmóvil hasta que su desventu- gió hacia el cajón de la vitrina y sacó el revólver
rado padre llamó su atención al regresar a la silla que había comprado (y cargado, gracias a las ins-
de mimbre. trucciones del vendedor) para defenderse de los
—No toques cosas sagradas —dijo de repente, ladrones.
y retiró el esbozo de su mano inerte, colocándo- Sí, debía suicidarse. Tiró atrás del martillo. Un
lo con reverencia en el portafolio. Este hecho sudor frío recorría su rostro flaccido. No podía;
pareció decidirla—. Te mandaré una dirección y, además, ¿cómo? Recordó muchas historias de
para que envíes mis cosas —dijo, y salió al jardín. aquellos que se habían disparado sin éxito. Bus-
Teodoro Bugg se sentió aturdido. «Cosas sa- có su corazón y no lo encontró, se preguntó si
gradas», había dicho ella. ¡Llamó sagrada a aque- se habría parado y si estaría muerto; y se apo-
lla lujuriosa fotografía francesa! deró de él un miedo que paralizó toda su volun-
¿Era el Pecado Original, o era aquella nueva tad. Se imaginó yacente, muerto.
idea sobre la que hablaba la gente?... ¿qué era? —¡No, por Dios! ¡No puedo hacerlo! —gritó,
¡Ah! la herencia. ¿Herencia? ¿Su pecado secreto y volvió a meter la pistola en el cajón.
se convertía en patente infamia de su hija? ¡Los Y puesto que intervino la fortuna, el cañón
pecados de los padres se reproducían exactamen- dio un estallido. La bala le rompió la mandíbula,
te en ios hijos! arrancó cuatro molares, destrozó el pómulo, re-
Estaba arriba, en su habitación. Debía destruir dujo a pulpa el ojo derecho y salió oblicuamente
aquel execrable objeto: Debía destruirlo. ¡Ah!, por el frontal, encontrando alojamiento en el te-
sí. Él había corrompido a Gertrudis teniéndolo cho. Perdió el sentido y cayó. Su cabeza golpeó
en casa. Debía comportarse como un padre ca- sobre la parrilla en la que todavía humeaban las
tólico, pero ¿qué haría un padre católico? cenizas de la fotografía.
Tenía una cerilla encendida, pero no podía que- Pasaron tres meses antes de que se recobrase,
mar el ángulo del paquete. El silencio de la casa y sólo le quedó la mitad del rostro para enfren-
lo sacudió; sabía que su hija no regresaría jamás tarse al mundo. Todavía cree que Gertrudis lo
y, en un arrebato de ira, pisoteó el envoltorio dejó porque a los chicos les había dado por lla-
como una bestia salvaje destroza un cadáver. marle «viejo Venus». Pero estaba equivocado, los
Lo tiró sobre la parrilla vacía, quemó el papel muchachos tenían sus razones estéticas para tal
que lo cubría y observó cómo se quemaba total- nombre.
mente. Después, tras ahogar un sollozo, se diri- Gertrudis, en todo caso, está demasiado ocu-
110 ALEISTER CROWLEY

pada como para molestarse por él; puesto que,


tras un año en el Barrio Latino, si no ha podido
superar a Degas, Manet y Van Gogh, ha conquis-
tado, al menos, al gran pianista Wlodywewsky,
y ocupa todo su tiempo en la administración de
la casa y el cuidado de su hijo.
Teodoro Bugg no necesita ayuda de su hija
para su escultura moral de los destinos de Ingla-
terra.

Imn
sptap •
ESTE LIBRO SE ACABO DE IMPRIMIR
EN EL MES DE ENERO DE 1992
MADRID
«EL O J O SIN PÁRPADO»

1 CUENTOS FANTÁSTICOS DEL XIX (VOL. i).


Selección y prólogo: Ítalo Calvino.

2 CUENTOS FANTÁSTICOS DEL XIX <VOL. Tí).


Selección: halo Calvino.

3 LA CONDESA SANGRIENTA. Valentine Penrose.

4 CUENTOS. Arthur Machen.

5 U N FRAGMENTO DE VIDA. Arthur Machen.

6 LA PERLA Y OTROS CUENTOS. Yukio Mishima.

7 CUCHULAIN DE MUIRTHEMNE. Lady Gregory.


Prólogo: W. B. Yeats.

8 EN EL PAÍS DEL TIEMPO. Lord Dunsany.

9 KWAIDAN. Lafcadio Hearn.


Prólogo: Carlos Gardini.

10 CUENTOS DE FANTASMAS. M. R. James.


Prólogo: Juan Antonio Molina Foix.

11 EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES. Richard Garnen.


Prólogo: T. E. Lavirence,

12 LAS FORMAS DEL FUEGO. J. A. Ramos Sucre.


Prólogo: Salvador Garmendia.

13 EL HORROR SEGÚN LOVECRAFT (VOL. i).


Selección y prólogo: Juan A ^tonio Molina Foix.
14 EL HORROR SEGÚN LOVECRAFT <VOL. 115. 30 CUENTOS DE SOMBRAS.
Selección: Juan Antonio Molina Foix.
Selección y prólogo de José María Parreño.
15 MELMOTH EL ERRABUNDO (VOL. I). Ch. R. Maturin.
31 EL VALLE PERDIDO. Algernon Blackwood.
Prólogo: André Bretón.
32 LA CAJA DE HUESO. Amoinette Peské.
16 MELMOTH EL ERRABUNDO (VOL II). Ch. R. Macurin.
Prólogo: André Bretón. 33 MI VIDA EN LA MALEZA DE LOS FANTASMAS.
Amos Tutuola.
17 LA COLINA DE LOS SUEÑOS. Arthur Machen.
Prólogo: Lord Dunsany. 34 CUENTOS POPULARES ITALIANOS (VOL. i).
Selección y prólogo: ítalo Calvmo.
18 ADRIANO VII. Frederick Barón Corvo. Serie mayor.
19 MEMORIAS DE UNA ENANA. Walter de la Mare. 35 CUENTOS POPULARES ITALIANOS (VOL. ii).
Epilogo: Angela Cárter. Selección y prólogo: halo Calvino.
Serie mayor.
20 EL TÍO SILAS. J. Sheridan Le Fanu.
36 EL BARÓN BAGGE. Alexander Lemet-Holenia.
21 LA TENTACIÓN DE SAN ANTONIO. G. Flaubert.
Prólogo: Michel Fauaudt. 37 LA PIPA DE OPIO. Théophile Gautíer.
22 LA OTRA PARTE. Alfred Kubin. 38 LA GRAN BESTIA. John Symonds.
Serie mayor.
23 CUENTOS VISIONARIOS. Charles Nodier.
*Sobre lo fantástico en literatura*: Charles Nodier, 39 UNA VISION. William Butler Yeats.
Prólogo: J. Martín Lalanda y L. A. de Cuenca.
40 INVENCIONES. Tommaso Landolfi.
24 LA CASA VACÍA. Algernon Blackwood. Serie mayor.

25 CUENTOS ÚNICOS. 41 ANTOLOGÍA POÉTICA. William Butler Yeats.


Selección y prólogo: Javier Marías. Selección, biografía y notas: Manuel Soto.
Sene mayor.
26 EN LOS CONFINES DEL MUNDO. Lord Dunsany.
42 EL TESTAMENTO DE MAGDALEN BLAIR.
27 LA PIEL DE ZAPA. Honoré de Balzac.
Aleister Crowley.
28 EL HÁNDICAP DE LA VIDA. Rudjard Kipling. Prólogo: Ángel Crespo.

29 LA EVA FANTÁSTICA.
Selección y prólogo: Juan Antonio Mofeta Foix.
Serie mayor.

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