Tenemos la capacidad de percibir los diversos estímulos de
nuestro medio ambiente. Las formas de percepción más básicas y elementales son las que tienen que ver con aquellos estímulos que están vinculados a la supervivencia, que son las que nuestra conciencia prioriza al momento de la percepción y cuyos mensajes son decodificados en forma directa e inmediata. Posteriormente estarían las percepciones vinculadas a nuestra actividad cognitiva y que responden a nuestro deseo práctico de conocer y dominar el medio y que abarca un muy amplio espectro. En este tipo de percepción se produce una forma de relación con el medio que resulta más compleja, que tiene que ver con los instrumentos de recepción de la información, con razonamientos, con la interpretación de las relaciones causales entre los fenómenos, el establecimiento de normas y leyes que los rigen, pero especialmente con una compleja simbología construida, conformada por el lenguaje y los símbolos convencionales establecidos y creados por el ser humano para representar e interpretar (codificar y decodificar) la realidad. Finalmente están aquellos estímulos que carecen de importancia para la vida y el conocimiento práctico del medio, que tienen que ver con la llamada vida espiritual del ser humano. Aquellos estímulos resultan inocuos para la supervivencia y por tanto irrelevantes para tornarse conscientes en la mayoría de los casos. Es en este ámbito donde estos estímulos, al no tener la potencia para alcanzar el nivel consciente, sólo se nos hacen presentes en forma de símbolos ininteligibles a la razón lógica, como medio de salida a la conciencia y en la mayoría de las veces es percibido por medio de lo que denominamos intuición.