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Lo que callamos las observadoras: algunas notas sobre el rol del

observador / Erika Martínez. Viridiana Garza.

Reírnos de nosotras mismas, desdramatizar la experiencia, ha sido saludable para afrontar las
situaciones de ambivalencia que resultan de ocupar el lugar de observador. Pichón-Rivière
hace hincapié en la necesidad de trabajar y trabajarse para diferenciar por un lado, las
ansiedades inherentes a los procesos de transferencia - contratransferencia, y por otro lado las
ansiedades que son efecto del proceso de aprendizaje del rol.

Sin embargo, las ansiedades del observador también proceden de los atravesamientos político-
ideológicos. Son estos atravesamientos quizás los menos elucidados en el rol del observador,
lo cual ha llevado a la afirmación de que el rol del observador ha sido poco analizado en la
técnica de los grupos operativos (Sobrado, E. 1983; Nadal, S., 1975).

Con este texto damos lugar al conflicto latente que hay en el humor con el que afrontamos la
ambivalencia de nuestro rol. Es parte del camino para trabajar nuestra implicación libidinal e
ideológica. Para ello hemos dividido el análisis del rol de observador a partir de tres registros:
estos son el registro fantasmático, técnico y pedagógico.

El rol del observador en el grupo operativo: registros e impasses.

El dispositivo de los grupos operativos tiene una configuración particular. El equipo técnico
conformado por el coordinador y el observador pertenece y no al grupo, es y no es. Pertenece
al grupo en tanto es afectado por la dinámica grupal, pero no es parte ya que no participa, no
discute con los miembros del grupo (Foladori).

Hay que aclarar que la función de observar no es exclusiva del observador. Esta función circula
entre los miembros del grupo y tiende a realizarse siempre desde una posición particular,
sesgada. No hay observación inocente o de lo que efectivamente existe. La diferencia entre la
observación del equipo de técnico y la realizada por los otros miembros del grupo reside en
que ésta se construye sobre una teoría particular y animada por una ética de la elucidación de
uno mismo, de los atravesamientos propios. Esta teoría y ética es la que el equipo de
coordinación busca transmitir al resto del grupo. Hablaríamos entonces de una observación
que a su vez se le exige una auto-observación.

Sin embargo esta función se singulariza cuando deviene un rol. El rol de observador se registra
en el grupo operativo de diferentes modos. Podemos hablar de un registro técnico,
fantasmático y pedagógico. Cada uno de estos registros conlleva una exigencia de trabajo
psíquico singular lo que genera no pocos impasses.

En el registro fantasmático el rol de observador se ve atravesado por los contenidos latentes


que pulsan en todo grupo y animan sus vínculos. Estos contenidos abarcan las ansiedades,
fantasías inconscientes y mecanismos defensivos. No obstante, el registro técnico y
pedagógico marcan los caminos por los cuales se materializará y hará visible aquello que pulsa
en el registro fantasmático.
En el registro técnico el dispositivo compromete al observador a establecer una relación
particular con el grupo a través del silencio, la escritura (crónica grupal) y la palabra hablada (la
devolución). En un primer momento del proceso, el observador se caracteriza por mantenerse
en silencio y registrar lo que acontece en la dinámica grupal tanto a nivel verbal como
corporal, lo explícito y lo implícito. El dispositivo administra la voz del observador y la
resguarda para el final de la sesión, en la cual su palabra toma el matiz de una devolución de lo
acontecido. En palabras de Pichón Rivière (1971) el observador es alguien que enriquece al
grupo “co-pensado con el coordinador la comprensión de los procesos grupales”.

El silencio, la escritura (crónica grupal) y la palabra hablada mediatizan, por lo tanto la relación
del observador con los otros, con el grupo. Esta mediación genera no pocos impasses que han
sido pensados desde la teoría de los grupos operativos. Veamos algunos de ellos.

Con respecto al silencio Pichón-Rivière (op cit.) apunta lo siguiente:

“si bien se libera al observador de la interacción verbal, no se le excluye de los procesos


transferenciales y contra-transferenciales, que se juegan en el campo grupal, por ejemplo los
que se dan entre los integrantes, los de estos con la tarea, el ámbito institucional y social, o
con la coordinación y su propia función de observación. Tampoco exime de vivir procesos de
identificación con los integrantes”.

(Re)Utilizando un concepto de Augusto Boal (1980) creador del teatro del oprimido, el
observador sería momentáneamente un especta-actor. Es decir un espectador que observa lo
que acontece en la tragicomedia grupal, a la vez que un actor silencioso que participa como
depositario y depósito de los movimientos transferenciales y contra-transferenciales del
grupo.

Esta condición de especta-actor silente propicia una diversidad de experiencias ansiógenas:


ansiedad al postergar el uso de la palabra hablada, lo cual propicia fantasías de sometimiento,
exclusión, envidia e idealización del lugar de coordinador o participante; así como ansiedad
por lo depositado en el observador o bien por lo que éste deposita en el grupo generando
ansiedades confusionales y miedo a la perdida de la identidad propia.

No obstante, si la condición de especta- actor silencioso en el dispositivo de grupo operativo


propicia dichas ansiedades es porque la serie: observar- ser observado -mantenerse callado -
ser y no ser parte de un grupo- se inscribe en otras superficies o escenarios con los cuales hace
resonancia. Estos escenarios abarcan los familiares cuyo conflicto es el drama edípico y la
exclusión de la escena primaria junto con la envidia y culpa que suscitan (Mora Larch, 2010).

Pero también hay que incluir el escenario socio-político cuyo nudo es el drama de la
colonización, la asunción del silencio y la complicidad con el opresor como posición subjetiva
frente a la exclusión y el despojo. Como lo dijimos más arriba el análisis de la dimensión
sociopolítica es el menos analizado. Así que la resonancia con el drama de la colonización sólo
ha podido ser pensado en situaciones extremas que lo ponen en la superficie. Un ejemplo es el
efecto en la subjetividad de las dictaduras en el cono sur.

Aquí nos atrevemos a preguntar ¿A causa de nuestro contexto actual cómo se juega en los
grupos la serie observar- ser observado -mantenerse callado -ser y no ser parte de un grupo?
¿Cómo se materializa dicha serie en el ejercicio del rol cuando la presencia de un narcoestado,
la explotación laboral, las desapariciones forzadas y las ejecuciones se han vuelto parte de
nuestro cotidiano?

El observador en el silencio.

El cruce de escenarios o superficies complejiza resignificar y adaptarse creativamente a la


experiencia del silencio, de la postergación de la palabra. Dicha experiencia tiende a vivirse
frecuentemente (particularmente en los inicios del aprendizaje del rol) como una anulación del
self, más que como un aprendizaje de la toma de distancia instrumental para pensar y
pensarse en una situación concreta. Aparecen entonces ante dicha dificultad los objetos que
se caen, las posturas corporales que hablan por sí solas, los dolores de cabeza, de estómago,
las alergias y un largo etcétera. En ese sentido la condición totalmente silente del observador
es una utopía, algo inexistente, ya que este habla con el cuerpo a pesar de sí mismo.

Por otro lado, hay que acotar que mientras el observador guarda silencio también se
encuentra elaborando la crónica grupal. La liberación de la interacción verbal, es condición
necesaria para someterse a la escritura, al registro de lo que ocurre en y con el grupo. Deviene
ahí la crónica grupal, la cual es hija de esa condición de especta-actor del observador y que
conlleva sus propias exigencias.

Siguiendo a Pichón-Rivière (1989), la elaboración de la crónica grupal exige del observador


varias cosas: Primero, una actitud psicológica en el sentido de una capacidad para tomar una
distancia instrumental de los movimientos de transferencia y contratransferencia grupal, y de
los atravesamientos ideológicos y de clase (actitud psicológica). Y Segundo un ECRO que
oriente su práctica frente a los fenómenos grupales. Por lo tanto, La escritura de lo que
acontece se construye entre los intersticios de una compleja red de exigencias de trabajo
psíquico. Ante esta serie de compromisos, surge la pregunta y discusión acerca de qué es
aquello de lo que da cuenta la crónica grupal.

Lipper (2012) hace una aportación interesante acerca de la crónica. Aunque si bien hace
referencia a la crónica que se hace a posteriori también es legítima para la que realiza el
observador in situ:

“Lo que se elabora después de la observación es sobre un grupo que no existe, sobre un
recorte inevitablemente arbitrario que se hizo donde se distorsionó y recortó lo observado
mientras se privilegiaban algunos aspectos sobre otros (muchas veces ignorados). Y aun
cuando supuestamente no se haya distorsionado ni recortado nada, de todas maneras siempre
es parcial, porque lo que ocurre en un grupo es imposible de abarcar (…) por lo tanto yo digo
que se trabaja con una crónica de papel o un grupo de papel que no es el grupo real, que se
parece pero no es exactamente eso.” (Lipper, N. op cit).

Con esto Lipper invita a mirar la crónica y poner el foco en los emergentes, los vectores, las
ansiedades frente al cambio y otros fenómenos grupales, pero también sobre las líneas
invisibles que guían ese recorte inevitablemente arbitrario durante el acto de escribir. Líneas
de corte que se dibujan a partir de las ansiedades y los atravesamientos ideológicos y de clase
del equipo de coordinación.

Podríamos decir entonces, que si el silencio empuja al observador a jugar un rol de especta-
actor; la escritura empuja al observador a habitar ese espacio de tensión entre la palabra y la
realidad, a confrontar ese plus, ese exceso que no es posible registrar. Esta tensión se
manifiesta no pocas veces en la preocupación acerca de qué y cómo es lo que debe ser inscrito
en la crónica grupal y si esto representa la realidad del grupo. Inquietud que tiende en
ocasiones a fungir más como una inhibición intelectual que como motor de búsqueda. Tal vez,
idealmente, la relación que se hace con la escritura tendría que parecerse más a la que el
poeta construye con la palabra y menos a la que el científico positivista hace con ésta. Enrique
Linh, poeta chileno expresa la tensión entre la palabra y la realidad así:

“Nada tiene que ver el dolor con el dolor,

nada tiene que ver la desesperación con la desesperación.

Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas.

No hay nombres en la zona muda”

Cuando el observador realiza la devolución y hace uso de la palabra hablada, el foco tiende a
ser el contenido y la forma en que éste ordenó sus interpretaciones de la dinámica grupal.
Foladori (op cit) sugiere que además se incluya el “sentir” del observador durante la sesión
como un modo de devolver las fantasías de las cuales ha sido depositario y restituir así el
contenido censurado y el mecanismo que le subyace. Hacer uso de voz le permite al
observador confrontar el grupo de papel que ha construido desde su condición silente con el
grupo real y reducir con esto la ansiedad confusional para co-pensar con el coordinador y abrir
una nueva espiral de trabajo.

En el registro pedagógico el rol del observador se inscribe en la superficie o escenario grupal


como un aprendiz. Su tarea consiste entonces en aprender acerca de los movimientos grupales
y de los aspectos técnicos de la coordinación de grupos. Esta condición de aprendiz es explícita
cuando por motivos didácticos se oferta ocupar momentáneamente ese lugar a algún
miembro del grupo. Sin embargo la condición de aprendiz tiende a perpetuarse de manera
implícita aun cuando el observador es ajeno al grupo. Se introduce así una asimetría que
fácilmente tiende a deslizarse hacia la subordinación en la relación (Labrucherie, Nadal,
Sobrado). El observador entonces se asemeja más a un secretario y el coordinador a un
director.

De esta manera la función de co-pensador queda borrada o por lo menos atravesada por una
verticalidad que jerarquiza la interpretación de cada uno de los miembros del equipo de
trabajo. Esto facilita la rivalidad encubierta o explicita en la pareja coordinadora y la
indiscriminación de las funciones de cada rol. Es decir, se obtura que el observador devenga
como un co-pensador de la situación grupal.
Por lo tanto, las fantasías inconscientes que se movilizan al interior del grupo, así como las
relaciones asimétricas de saber-poder favorecen la indiscriminación de funciones. “Por eso el
problema de la discriminación de la función del observador, tanto sus vicisitudes de su
práctica, terminan no siendo sólo un problema técnico” (Sobrado, op cit.).

Cierre.-

Ya para finalizar queremos concluir que el desafío del rol del observador se mueve en varios
planos: en el aprendizaje de la lectura de aquello que acontece en el grupo tanto en lo
manifiesto como en lo latente, en la asunción de una actitud psicológica que le permita llevar
acabo su tarea; pero también el desafío se encuentra en la lectura de lo que subyace a su
propio rol, las implicaciones libidinales, ideológicas y políticas, las relaciones de saber-poder
encubiertas o manifiestas.

Elucidar las coordenadas que marcan los caminos por los cuales puede transitar el observador
en el dispositivo de grupo operativo es una condición necesaria para devenir un co-pensador y
no un secretario. Para hacer una relación creativa con el silencio, la postergación de la palabra
y la escritura.

Monterrey, Nuevo León, Junio 2018.

Referencias.-

Boal, A. (1980) El teatro del oprimido. México, Editorial Nueva Imagen.

Foladori, H. (2001) El grupo de-formación. Santiago, Universidad Bolivariana.

Labrucherie, N. y Nadal, S. (1975) Roles de coordinador y observador en grupos operativos. En


Bauleo, A. Comp. Psicología y sociología de grupo. Madrid, Editorial Fundamentos.

Lipper, Norberto (2012) En Técnica y herramientas de la praxis psicosocial. Monterrey, Manual


para la coordinación de grupos operativos. Material de circulación interna.

Mora L., F. (2010) Grupos operativos en educación y salud. Monterrey, Editorial del Focim.

Pichon Rivière, E. (1971) Del Psicoanálisis a la Psicología Social. Buenos Aires, Editorial Galerna.

Pichon Rivière, E. (1989) Técnica de observación de grupos operativos. En Revista Ilusión


Grupal, No. 2 Cuernavaca, UAEM.

Sobrado, E. La observación del observador, ¿un problema de la técnica? En Bauleo, A. Comp.


La propuesta grupal, México, Folios ediciones.

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