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Democracia Esquizofrénica: Delirios de


Autonomía y Libertad.
(10 de Noviembre de 2016)

Dayana Moreno Bedoya, Ingeniería de Telecomunicaciones, Universidad de Medellín

“Desde el punto de vista de la moderna ciencia política el inconveniente radica en el origen ficticio del
consentimiento: «Muchos… escriben como si hubiera un contrato social o alguna base similar como
obligación política de obedecer a la mayoría» por lo que el argumento normalmente preferido es: en una
democracia nosotros tenemos que obedecer la ley porque poseemos derecho a votar. Pero son precisamente
estos derechos al voto, sufragio universal en elecciones libres como base suficiente para una democracia y
afirmación de libertad pública, los que se ven ahora sometidos a ataque.”

“Desobediencia Civil”, pp 58-108, en Arendt Hannah, Crisis de la República, España, Taurus, 1999.

Entre los años 1953 y 1958 Colombia enfrentaba un proceso de consolidación democrática que empezaba a
tejer la esencia de nuestro pensamiento social y a moldear el carácter político de nuestro país, cabe anotar
que fue un proceso complejo, y que todavía lo es, ya que luego empezó una definición y redefinición
continua, gracias al frente nacional y el proceso constituyente de 1991. El frente nacional (1956-1960)
elaboró su democracia bajo el concepto bipartidista, o sea, excluyendo todo movimiento o fuerza que no
perteneciera al partido liberal o al partido conservador, por el contrario el proceso constituyente de 1991
(1990-1992) propuso una democracia más incluyente y más competitiva y no la limitó al bipartidismo.

Personalmente, cuando se habla de democracia, se espera que este concepto sea apegado a su definición
etimológica tanto como sea posible, pero la realidad es tan lejana, que al final la democracia toma los matices
del pueblo que la acoja.

Colombia se caracteriza por haber gozado de un régimen político relativamente estable y desde la
promulgación de la constitución de 1991 se convirtió en uno de los países más democráticos del mundo, lo
que no significa que esto sea un aspecto positivo, pues esta estabilidad no traduce equidad ni necesariamente
justicia. Aun cuando se pretendió desarrollar la democracia participativa que dotó a los colombianos de
importantes herramientas jurídicas para intervenir en los asuntos públicos y defender sus intereses y sus
derechos fundamentales, lastimosamente, la intervención del pueblo es tan baja, que se ha marcado una
tendencia histórica de abstinencia a utilizar la herramienta que debería ser la más implementada, el voto. Al
darle un vistazo a los porcentajes electorales desde 1978 se identifica que el porcentaje de abstención
electoral fluctúa entre un 40% y un 60%, lo cual evidencia que nuestra democracia no refleja la totalidad de
la opinión pública, y aunque se transite hacia la posibilidad de implementar la obligatoriedad del voto, es
natural, que la esencia de la democracia se vea afectada, pues sería una falsa idea de vigorosidad y
fortalecimiento democrático.

Ahora, la cuestión sería ¿A qué se debe esta alta tasa de abstinencia?, ¿Debe haber un cambio?
¿Cómo se podría intervenir constitucionalmente para generar el cambio?

Aunque parece complicado entender la mentalidad de los colombianos, en realidad la respuesta del porqué
no nos interesa votar, porqué hemos perdido la confianza en la posibilidad de un cambio, o mejor expresado,
porqué nunca se ha pensado que el futuro político de Colombia puede cambiar, está en la misma personalidad
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inherente al colombiano, que coloquialmente nos hace llamar “maliciosos”, y donde se desmerita la
inocencia de otras culturas, pues se liga a falta de pericia, lo cual desde mi punto de vista es totalmente
incorrecto. Nuestra sociedad nos hace pensar y actuar como si estuviéramos en constante peligro de asalto o
engaño, acorralándonos en un ciclo infinito de ambiente corrupto por el cual estamos marcados desde
tiempos inmemorables, y que debido a esta mentalidad nos cuesta abandonarlo.

Al estigmatizar al país de esta manera generación tras generación, las enseñanzas de padres hacia hijos siguen
siendo las mismas, la ley del “ojo por ojo” rige nuestra sociedad, así mismo, la idea de que la ventaja, sea
cual sea el medio para obtenerla, es la única manera de sobrevivir, nos lleva a sacar provecho del engaño y
la deshonestidad, y así poder justificar el fin.

Así mismo se vive el día a día de los funcionarios públicos, salarios descabellados, pensamientos
individualistas, decisiones a partir de intereses propios, y un sin número de irregularidades descubiertas e
impunes y peor aún, muchas más por descubrir que repetirán el mismo destino. A pesar de las pretensiones
de la constituyente del 91’, nuestra forma de asumir lo público siguió marcada por la violencia, por una
mayor apatía y un creciente individualismo. Nuestra democracia no se ha fortalecido, por el contrario luce
más impotente ante los nuevos y mayores retos que surgen. Por todo esto la democracia colombiana se
terminó desenvolviendo durante todos estos años entre dos realidades tan disímiles, tan desconocidas entre
si y tan incoherentes: la maravillosa realidad constitucional, la enredada realidad legal y la trágica realidad
social.

Es aquí cuando los votantes indagamos en el curso de nuestras decisiones, y surge la paradoja del porqué si
se está votando para beneficiar al pueblo ¿El pueblo no resulta beneficiado? Y si, con la democracia se
pretende que el poder esté en manos del pueblo, ¿Por qué el mismo pueblo no acaba con todo lo que está en
desacuerdo?

Remito el término “Asentimiento” como lo toma la autora Hannah Arendt en el documento “Crisis de la
República” donde asevera que «El asentimiento, en la comprensión americana del término, se basa en la
versión horizontal del contrato social, y no en las decisiones de la mayoría. (Por el contrario, gran parte
del pensamiento de los elaboradores de la Constitución concernía a la protección de las minorías que
disienten.) El contenido moral de este asentimiento es como el contenido moral de todos los acuerdos y
contratos; consiste en la obligación de cumplirlos. Esta obligación es inherente a todas las promesas. Toda
organización humana, sea social o política, se basa en definitiva en la capacidad del hombre para hacer
promesas y cumplirlas. El único deber estrictamente moral del ciudadano es esta doble voluntad de dar y
de mantener una fiable seguridad respecto de su futura conducta que constituye la condición prepolítica de
todas las otras virtudes, específicamente políticas.» En este orden, al optar por escoger un régimen
democrático aceptamos que lo que se establezca como ley, se debe cumplir, porque se supone que nosotros
mismos estamos escogiendo y acogiendo estas leyes, o más bien estamos confiando a personas nuestras
intenciones para que representan nuestros intereses y formulen estas mismas a través del voto. Pero como se
mencionó anteriormente, la tasa de abstinencia es alta, y es de suma importancia añadir, toda la corrupción
que envuelve las jornadas electorales, y que aun así estamos obligados moralmente por este asentimiento a
cumplir con las leyes así no nos beneficie.

Y es ahí cuando entramos en un mundo de fantasía donde creemos que tenemos el poder, que estamos
controlando lo que nos rige, y que de algún modo así deben ser las cosas, y eso es lo que nos hace creer que
con nuestro voto, estamos escogiendo subir los impuestos, recibir menos pago, disminuir las prestaciones
sociales, alargar el tiempo para pensionar, entre muchas otras reformas que por obviedad reducen nuestra
calidad de vida. Cuando en realidad estamos siendo parte de una fachada de transparencia, de la cual somos
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conscientes, donde la moneda de cambio de la democracia en nuestro país la representa un beneficio


temporal, tal como un empleo prometido, o en los casos más vergonzosos, un refrigerio o un mercado.

La democracia en un país como el nuestros es utopía en la participación real y más bien se reduce a una
democracia frágil y representativa que ha demostrado grandes limitaciones como forma de organización del
estado y la relación de este último y la sociedad. Necesitamos una organización estatal y de un régimen
político que se inspire en los principios de la democracia. Entre estos principios esta un marco jurídico con
unas reglas de juego transparentes que permitan su ejercicio.

También necesitamos de una sociedad organizada consciente de sus intereses, sus derechos y sus
responsabilidades políticas. En otras palabras, sujetos sociales capaces de desarrollar formas de diálogo y de
concertación con otros agentes sociales, como los partidos políticos y el mismo Estado. Una política
democrática que permee por igual la conducta de los gobernantes y de los gobernados, y que permita y
garantice un clima propicio para el desarrollo de la democracia participativa.

De igual manera es necesario una firme voluntad de los agentes políticos para poner en marcha mecanismos
que permitan el desarrollo de la participación. Es necesario un Estado que asuma realmente el monopolio de
la fuerza y de la justicia, que garantice la solución civilizada de los conflictos sociales, y que tenga
instituciones transparentes y abiertas que se ganen la confianza de todos los ciudadanos.

Por otro lado, una sociedad civil fuerte, es decir, constituida por una serie de individuos y de actores
colectivos conscientes de sus intereses, organizados, portadores de proyectos, capaces de convertirse en
interlocutores del Estado.

La paz y la justicia social se consigue con la participación de todos y cada uno de los ciudadanos cumpliendo
y respetando los derechos humanos, esto se logra practicando principios fundamentales como la justicia la
igualdad y el servicio.

En cierta forma, y si se quiere plantear la trayectoria colombiana en términos más abstractos, es un caso de
transición temprana por reforma conservadora a una democracia limitada que logra estabilidad y
permanencia, que sufre agotamiento y crisis, pero que logra un reequilibramiento por la vía reformista. Esto
implicó elaborar una nueva Constitución que, por diseño apunta a una democracia más incluyente. En esa
trayectoria, sin embargo, consigue que inicialmente la economía funcione bien, pero es incapaz de resolver
los desafíos de la violencia y el divorcio creciente de la política respecto de una sociedad dinámica. Uno de
los retos esenciales de la constitución de 1991 es el desarrollo y consolidación de la democracia participativa
en Colombia, la carta política incorpora una serie de canales de intervención ciudadana en ciertas decisiones
públicas propiciando y fortaleciendo la organización y la iniciativa de la población. La carta contiene una
gran cantidad de principios, derechos y mecanismos de participación que no sólo fortalece las instituciones
representativas y tradicionales, si no que contempla formas muy diversas de participación política y social.
Pese a ello, conserva su vigencia, tramita el cambio por la vía del reformismo pactado, con los costos y
ventajas que tal ruta implica. Y ello no parece despreciable, al menos en términos analíticos. Como vemos
la ley no lo es todo, pero es un requisito para darle intimidad a la reforma política. El logro de la democracia
es una tarea difícil pero no irrealizable.

La experiencia de la democracia no siempre ha contado con buena opinión entre los grandes pensadores.
Entre los griegos era casi un pensar común afirmar que la democracia era la antesala de la tiranía, ya que
fueron experimentos con pequeñas comunidades en las que la mayoría de la población estaba excluida de la
condición de ciudadanos. Es necesario redefinir el concepto de ciudadano; que no sólo es quien puede elegir
y ser elegido, sino el sujeto activo en búsqueda de mejores destinos colectivos esto supone interés por la
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participación y la suerte común de una población. También lo podemos considerar como una acción
individual y responsable en la toma de decisiones de cualquier asunto.

Sabemos que son los hombres los que han hecho la sociedad en el transcurso de los siglos, si el hombre por
sus propios medios puede comprender no hay autoridad más grande por encima de la razón misma.
No fue la democracia la ejecución de algo establecido. La experiencia de los pueblos y los Estados; las
disputas entre los partidos y las teorías políticas, las marchas y las contramarchas, los ensayos errores y
aciertos; todos estos componentes han venido configurando la realidad de la democracia. De esta manera
surgió el concepto de Estado social de derecho que busca establecer la igualdad de oportunidades para toda
la comunidad.

En el orden de ideas que la democracia participativa complementa, suple y fortalece la democracia


representativa, la participación ciudadana, entendida en la elaboración, ejecución y control de las políticas
públicas, es un escalón superior en la democratización de nuestro sistema social. Sin embargo primero
debemos comenzar por construir un sistema de representación independiente frente al ejecutivo, transparente
frente a las decisiones públicas y responsable hacia los ciudadanos, sin esto, la complementariedad de la
participación es imposible o inútil.

Además, nuestra democracia participativa no pasará de ser un simple sofisma de distracción mientras no
existan gobiernos comprometidos con generar las condiciones para la participación real de los ciudadanos y
grupos de la sociedad civil preparados, activos y conscientes de sus derechos a conquistar y de los deberes
que deben cumplir para hacer realidad los postulados democráticos.

Por esto, la democracia participativa debe salirse de las leyes y poblar las calles, las aulas escolares, las
universidades, los barrios y comunas, los municipios, departamentos y el país. La democracia es un modo
de vida que exige compromiso, tolerancia y concertación, lo demás es seguir repitiendo un discurso
desgastado por el autoritarismo que impera en la cotidianidad de nuestras relaciones tanto públicas como
privadas.

Aquí es cuando es correcto aplicar la llamada “desobediencia civil” que de nuevo menciona la autora Hannah
Arendt, un argumento muy fuerte que asegura que desobedecer la ley, con un fundamento moral y legal, y
por supuesto cuando a este acto se suma una cantidad considerable de personas que representarían los
intereses comunes del pueblo, no es un crimen, por otro lado «es muy poco probable que la desobediencia
civil practicada por un solo individuo tenga mucho efecto. Será considerado como un excéntrico al que
resulta más interesante observar que reprimir. La desobediencia civil significativa será por eso la practicada
por una comunidad de personas que posean una comunidad de intereses». Este es el llamado a ser críticos,
pero críticos participativos, a reconocer las cadenas que nos atan a una democracia delirante, y romperlas a
través del discurso y el argumento y sobretodo ejercer presión con convicción sobre las mentes menos
entendidas.

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