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Brenda Harlen
1º McIver
Argumento:
Iba a tener que arriesgarlo todo por su familia…
Colin McIver había vuelto a la ciudad y la única persona a la que no le alegraba
su regreso era su exmujer, Nikki Gordon. Ella sólo quería enterarse de cuándo se
marchaba de nuevo, porque era lo que siempre hacía aquel hombre. Y esperaba
que se fuera antes de que pudiera descubrir el secreto que llevaba cinco años
ocultando… a su hija, Carly.
Un acosador de instintos asesinos iba tras Colin, por lo que éste deseaba soledad y
tranquilidad. Y más aún tras enterarse de que tenía una hija con la mujer a la
que quería recuperar para siempre. Pero el peligro estaba demasiado cerca de su
familia y él tendría que hacer cualquier cosa para protegerla…
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Capítulo 1
Colin McIver había vuelto, y Nikki Gordon era seguramente la única persona
en todo Fairweather, Pennsylvania, que no estaba entusiasmada por el regreso del
héroe local. Naturalmente, nadie más tenía el privilegio de ser su exmujer. ¿Por qué
había vuelto?
Nikki cruzó el aparcamiento de la clínica, leyendo el artículo del periódico que
había tomado de la sala de personal.
¿Por qué ahora?
—Hola, Nicole.
Se detuvo en seco, con la vista fija en el periódico, aunque las diminutas letras
negras se hicieron borrosas e imprecisas ante sus ojos. Conocía aquella voz. No
importaba que no la hubiera oído en cinco años. La reconocería en cualquier parte…
Un tono profundo, cálido, con una sensualidad oculta que aún le provocaba
hormigueos en la piel.
Pero aunque no hubiera reconocido la voz, habría sabido que era él. Era la única
persona que la llamaba Nicole, y sólo el sonido de su nombre en aquellos labios
bastaba para que la asaltaran los recuerdos. Unos recuerdos que durante tanto
tiempo había intentado olvidar.
El corazón le latía con fuerza, pero se obligó a alzar la mirada con
despreocupación y clavarla en aquellos ojos verdes tan familiares. Colin tenía el pelo
negro y muy corto, la mandíbula cuadrada e impecablemente afeitada y los labios
curvados en una sonrisa. Sus hombros parecían tan anchos como ella recordaba, y la
camiseta de algodón se estiraba sobre sus poderosos músculos. Su cintura seguía
siendo igual de esbelta, y sus largas piernas, enfundadas en unos vaqueros, no tenían
ni un gramo de grasa.
Su rostro estaba marcado por las cicatrices habituales de un atleta. La nariz
ligeramente torcida, por haber sido rota tres veces, el pequeño corte que le
atravesaba una ceja y la mella casi imperceptible en uno de los incisivos. Con todo,
era el hombre más arrebatadoramente atractivo que Nikki había visto en su vida.
Habían pasado más de cinco años desde la última vez que lo vio, y no había
olvidado ni un solo detalle.
—Hola, Colin.
Él le dedicó una lenta sonrisa que le aceleró el pulso.
—Tienes buen aspecto —dijo, recorriéndola con la mirada—. Te has cortado el
pelo.
Nikki se echó a reír y se colocó un mechón tras la oreja. Mientras estuvo casada
con Colin había llevado el pelo hasta la cintura, y a él le había encantado peinárselo
con los dedos, extenderlo sobre la almohada…
Apartó aquel recuerdo tan dolorosamente dulce.
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—Hay una pequeña cafetería al otro lado de la calle —respondió ella—. Te veré
allí; antes tengo que hacer una llamada.
Colin pareció dudar, pero asintió.
Nikki esperó a que se hubiera alejado y entonces sacó el móvil del bolso. Dejó
escapar un suspiro de alivio cuando una voz familiar respondió al otro lado de la
línea.
—Arden, necesito un favor…
No fue hasta que Colin se dispuso a abrir la puerta de la cafetería cuando se dio
cuenta de que seguía teniendo en la mano el periódico de Nikki. Volvió a leer el
titular.
—Sal del pueblo una temporada —le había aconsejado el detective Broca—. Ve
a algún sitio tranquilo y mantente en segundo plano.
Un buen consejo, pero ¿cómo demonios iba a mantenerse en un segundo plano
si la prensa local aún seguía considerándolo una especie de superestrella?
Pero Colin se conocía mejor que los periódicos, y sabía que había fracasado en
todo. Había fracasado como jugador y como entrenador, y no había podido ser el
marido que Nikki merecía.
Tiró el periódico a una papelera y se dirigió hacia la barra, preguntándose si su
meticuloso plan estaría en peligro por aquel titular aparentemente inofensivo.
Había puesto en marcha su plan cuarenta y ocho horas antes. Lo primero fue
volar de Texas a Maryland, donde había reservado una habitación a su nombre en el
hotel Courtland. Al llegar allí en taxi desde el aeropuerto, había ordenado en
recepción que no lo molestaran. Luego, tras deshacer la maleta, había tomado otro
taxi hasta la estación de autobuses y había pagado en metálico un billete para
Washington D.C.
En Washington había tomado el coche que su agente, Ian Edwards, le había
alquilado. En un pequeño motel pagó una habitación, también en efectivo, y durmió
unas horas antes de seguir conduciendo hacia Fairweather, donde se hospedó en otro
hotel de la cadena Courtland pero esta vez bajo el nombre de Ian.
No creía que aquel rodeo fuera necesario, pero después de lo que pasó en
Austin no quería correr ningún riesgo. Si alguien lo estaba buscando, lo haría en la
zona de Baltimore.
A menos que quien lo buscara hubiera leído el Fairweather Gazette.
No le había contado a nadie su plan de volver a Fairweather. Había sido una
desafortunada coincidencia encontrarse con Traci Harper nada más llegar al pueblo,
la tarde anterior. Traci era una amiga del instituto y ahora trabajaba como reportera
en la Gazette. Colin tendría que haber supuesto que transformaría aquel encuentro
fortuito en noticia de primera plana.
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Su único consuelo era que difícilmente alguien fuera del pueblo pudiese leer el
periodicucho local. Muy pocos de sus socios sabían que había crecido en
Fairweather, lo cual hacía de éste el lugar perfecto para buscar el anonimato.
O quizá lo que en el fondo había querido había sido encontrar a Nikki.
Llevó las dos tazas de café humeante a una mesa libre junto a la ventana, desde
donde podía verla hablando por teléfono. No se había permitido pensar en ella hasta
que estuvo en el avión, pero desde entonces no había podido pensar en nada más.
Después de cinco años, no se había esperado que acaparase tanto sus pensamientos.
Tal vez fuera debido a lo cerca que había estado de morir. Pero, fuera como
fuese, lo cierto era que de repente había sentido la imperiosa necesidad de volver a
verla… y de explicarle algo que aún no estaba seguro de comprender él mismo.
La vio apagar el móvil y guardárselo en el bolso. Mientras cruzaba la calle, su
pelo corto y rubio se mecía con cada paso.
Iba vestida con la indumentaria habitual del trabajo: jersey de manga corta de
color azul, pantalones a medida de un azul más oscuro y zapatos blancos. No era un
atuendo precisamente sensual, pero aun así Colin sintió la misma punzada de deseo
que experimentó la primera vez que la vio.
Al principio se había negado a creerlo. La fría y reservada fisioterapeuta no se
parecía en nada a las mujeres hacia las que se sentía atraído. Pero algo en su interior
la había reconocido como su alma gemela.
La había perseguido sin descanso, y cuando por fin derribó sus barreras, había
encontrado a una mujer increíblemente apasionada; una mujer que lo había llevado a
unos límites inimaginables antes de conocerla.
Cualquier otra cosa podría haber ido mal entre ellos, pero el sexo había siempre
increíble.
Se removió en el asiento y maldijo a su cuerpo por elegir aquel momento para
recordarlo todo.
—Treinta minutos —le recordó Nikki cuando llegó y se sentó frente a él.
Colin empujó una de las tazas hacia ella.
—Con un poco de leche y media cucharada de azúcar —no había olvidado sus
preferencias. De hecho, no había olvidado nada de ella.
Nikki agarró la taza con ambas manos y sonrió con ironía.
—Han pasado cinco años. Muchas cosas han cambiado en todo este tiempo.
—Algunas cosas nunca cambian —replicó él.
—¿Vas a decirme ya la verdadera razón por la que has vuelto a Fairweather?
—Siempre vas directa al grano —era una de las cosas que había admirado de
ella desde el principio. Había sido la primera terapeuta que le asignaron tras la
herida que acabó prematuramente con su carrera, y él siempre había apreciado su
sinceridad y franqueza, incluso cuando le decía cosas que no quería oír.
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La idea la aterraba, y también pensar que en esa ocasión había en juego algo
más que su corazón.
Siempre había sabido que algún día volvería. Pero había sido una preocupación
vaga, casi irreal, estando Colin al otro lado del país. Ahora estaba allí, y Nikki sabía
que era el momento de afrontar el engaño con el que había vivido los últimos cinco
años.
Tenía que decírselo. No podía mantener el secreto por más tiempo… ni siquiera
estaba segura de querer mantenerlo. Pero saber lo que debía hacer no hacía más fácil
encontrar las palabras adecuadas.
«Colin, tienes una hija».
Sonaba bastante simple, salvo que Carly era hija de ella. Nikki había sido quien
la cuidó desde el primer momento, quien estaba a su lado cuando se le cayó su
primer diente y cuando dio su primer paso. Había sido quien se sentó con ella
durante las noches en blanco, quien le besaba los rasguños de las rodillas y quien se
preocupaba por la tos y la fiebre.
Con todo, sabía que Colin tenía algunos derechos biológicos, y el menos
importante no era el derecho a saber que él era su padre. Nikki había querido
decírselo años atrás. Había querido salvar su matrimonio, estar con el hombre al que
amaba, pero se había negado a usar su bebé como arma. Amaba a Colin con todas
sus fuerzas, y la habría destrozado que él se quedara sólo por su hija.
De modo que mantuvo su embarazo en secreto, aceptó el divorcio y, meses más
tarde, dio a luz a Carly.
Ahora Colin había vuelto y todo parecía escapar a su control.
Oyó el motor de un coche que se aproximaba y suspiró de alivio. Al fin Arden
después de su reunión. Arden Doherty era su prima, su compañera de piso y su
mejor amiga. Y era la única persona con la que Nikki podía hablar del regreso de su
exmarido.
Se giró y vio el vehículo en el camino de entrada. El corazón le latió
frenéticamente contra las costillas al darse cuenta de que no era el coche de Arden.
Ni era su prima la que salía del mismo.
Era Colin.
La sonrisa que había esbozado segundos antes se le congeló en el rostro, y el
pánico se le concentró en la garganta.
El shock de encontrarse a Colin fuera de la clínica no podía compararse al terror
que se apoderó de ella cuando lo vio dirigirse hacia el porche. A su casa, donde su
pequeña dormía plácidamente.
¿Qué estaba haciendo allí?
Y, lo que era más importante, ¿cuánto tardaría en conseguir que se fuera?
Luchó contra el pánico y se obligó a hablar en tono inexpresivo.
—¿Qué haces aquí?
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—Hacer que me vaya no va a borrar la atracción que hay entre nosotros —le
acarició con el pulgar el labio inferior, húmedo e hinchado por el beso—. Sigue
habiendo química. Quizá no te guste, pero no puedes negarlo.
Tenía razón. No podía negarlo. Pero sí podía y debía resistirse. Aquella química
no era más que una invitación para un corazón destrozado, y ya sabía lo que era eso.
Dio un paso atrás.
—No tengo intención de servirte como distracción mientras estés en el pueblo.
—¿Crees que es eso lo que quiero?
—Hace mucho que dejé de intentar imaginarme lo que querías.
Él volvió a cubrir la escasa distancia que Nikki había puesto entre ellos.
—Te quiero a ti, Nicole. Siempre te he querido.
A Nikki le dio un doloroso vuelco el corazón, pero se negaba a demostrar lo
mucho que la afectaban sus palabras.
—¿Y qué pasa conmigo? —murmuró—. ¿Qué pasa con lo que yo quiero?
—Dímelo —la animó él con una voz tan suave como sus caricias—. Dime lo que
quieres.
Ella intentó fortalecerse contra los traidores anhelos de su cuerpo, aquel
inexplicable deseo que le atenazaba el corazón.
«Quiero que te vayas».
Antes de que pudiera hablar, el chirrido de la puerta llamó su atención. Todos
los músculos de su cuerpo se tensaron y la respiración se le cortó.
Colin, con los ojos fijos en los suyos, no había oído el ruido. Estaba de espaldas
a la casa, de modo que no podía ver a la figurita que estaba de pie en el umbral. Pero
Nikki sí podía, y vio cómo su mundo empezaba a derrumbarse antes incluso de que
Carly hablara.
—¿Mami?
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Capítulo 2
Colin miró a la niña que estaba en la puerta, absolutamente perplejo. No podía
respirar ni pensar. Era como si todo diera vueltas a su alrededor.
—Mami, he tenido una pesadilla.
Vio cómo Nikki se acercaba a la niña y le pasaba una mano temblorosa por el
pelo rubio y alborotado.
«Mami».
Fuera lo que fuera lo que había esperado encontrarse en Fairweather, no se
había esperado aquello. Nikki tenía una hija.
Sacudió la cabeza. No podía creérselo. No quería creérselo. Pero la relación
entre Nikki y la niña era obvia, y le hacía preguntarse otras muchas cosas. ¿Con
quién? ¿Cuándo? Y sobre todo, ¿cómo podía haberlo traicionado así?
Nikki ni siquiera se molestó en mirarlo mientras se agachaba junto a la
pequeña.
—¿Qué has soñado, cariño?
—No me acuerdo —respondió la niña con labios temblorosos—. Me desperté y
tenía mucho miedo.
—No pasa nada —la tranquilizó su madre, abrazándola—. Mamá está aquí.
«Han pasado cinco años. Muchas cosas han cambiado en todo este tiempo».
Las palabras de Nikki resonaban en la cabeza de Colin. Por supuesto que
habían cambiado muchas cosas, más de las que se hubiera esperado.
Nikki le había dicho que no había vuelto a casarse, y él había creído
erróneamente que no había amado a ningún otro hombre. La existencia de aquella
niña demostraba lo contrario.
El dolor de aquella certeza era como perderla de nuevo. Era una traición de
todo lo que habían compartido, de todo lo que habían significado el uno para el otro.
«Fuiste tú quien quiso el divorcio».
Maldición, él no había querido el divorcio. No había querido más que estar con
ella, pero su carrera lo hizo imposible, y no pudo soportar ver lo mucho que su
separación la afectaba.
Así que le pidió el divorcio. Y luego ella habría encontrado a alguien más.
Mientras miraba la rubia cabecita acurrucada contra el hombro de Nikki, el corazón
se le hizo añicos.
En ese momento, como si sintiera que la estaba observando, la pequeña se giró
y lo miró. El shock inicial al oír cómo llamaba «mami» a Nikki no fue nada
comparado con el impacto que Colin sintió al ver su propia imagen en aquellos ojos.
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Por desgracia, no estaba seguro de que fuera a tener esa oportunidad. Estaba
huyendo de alguien que quería verlo muerto. ¿Cómo podía aspirar a una relación
bajo aquellas circunstancias? ¿Cómo podía actuar de padre si en cualquier momento
tendría que abandonar el pueblo sin decir una palabra?
Oyó el chirrido de la puerta y se volvió para ver a Nikki salir al porche. La
tensión emanaba de su pequeña figura, pero encaró desafiantemente a Colin.
—Se llama Carly. Tiene cuatro años y medio.
—Es mía —dijo él.
Era una afirmación, no una pregunta, pero Nikki asintió de todos modos.
—Sí.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Ella lo miró con unos ojos llenos de tristeza y pesar, pero no respondió.
Colin golpeó con el puño uno de los postes de madera y Nikki pestañeó.
—Maldita sea, Nicole. ¿Por qué no me lo dijiste?
Llegó a ver un atisbo de lágrimas en sus ojos antes de que ella apartara la
mirada.
—Creo que merezco algunas respuestas —insistió él. La voz le vibraba por la
rabia contenida, pero no le importó. Tenía derecho a estar furioso, y la ira era más
tolerable que el miedo que lo había perseguido por todo el país y más fácil de llevar
que el inexplicable deseo de tomar a Nikki en sus brazos.
Ella respiró hondo y asintió rígidamente.
—Han pasado más de cinco años y nunca me dijiste nada. Ni una sola palabra
—dijo él.
Vio cómo una lágrima se deslizaba lentamente por su mejilla.
—Lo siento —dijo ella por fin—. No quería que te enterases de este modo.
—O quizá no querías que me enterase de ningún modo.
Ella negó con la cabeza.
—Quería decírtelo… Iba a decírtelo.
—Llegas cinco años tarde.
—No —le lanzó una mirada asesina a través de las lágrimas—. Eres tú quien
llega cinco años tarde.
La verdad de aquellas palabras lo enfureció aún más.
—No intentes echarme la culpa de esto. Deberías habérmelo dicho tan pronto
como te enteraste de que estabas embarazada. ¿O es que no sabías que era hija mía?
Parecía imposible, pero las descoloridas mejillas de Nikki palidecieron aún más.
—Nunca tuve la menor duda —dijo suavemente—. Pero si eso es lo que piensas
de mí, entonces quizá no importe lo que hice o lo que debería haber hecho.
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Nikki consiguió reprimir las lágrimas hasta que Colin se marchó. Escuchó el
portazo del coche, cómo arrancaba el motor y el chirrido de los neumáticos al salir
del camino de entrada. Esperó hasta que el vehículo desapareció de su vista y
entonces volvió adentro y subió de puntillas la escalera para comprobar que su hija
seguía durmiendo.
Le apartó los rizos de la frente y le dio un beso en una sonrosada mejilla. Carly
ni siquiera se movió. Fuera cual fuera la pesadilla que la acosó antes ya se había
esfumado, y la niña dormía plácidamente.
Como era natural, no tenía ni idea de que la vida que conocía estaba a punto de
cambiar.
O tal vez no.
Colin se había quedado perplejo al descubrir que tenía una hija, y se había
puesto muy furioso porque Nikki no le hubiera hablado de ella. Pero quizá cuando lo
pensara con calma llegara a la conclusión de que en su vida no había espacio para
una hija. Tal vez aquel descubrimiento lo incitara a dejar el pueblo tan
inesperadamente como había regresado, pero esa vez para siempre.
Nikki suspiró. La desaparición de Colin podría ser la solución más fácil, pero no
era lo que ella quería para Carly. A pesar de la escena del porche, se alegraba de que
Colin hubiera vuelto y de que al fin supiera la verdad.
En muchas ocasiones durante los últimos cinco años había querido llamarlo,
compartir con él sus sentimientos, sus sueños y sus esperanzas para su hija. Había
deseado que Colin se convirtiera en una referencia fundamental en la vida de su
pequeña.
Salió de la habitación y cerró con cuidado la puerta. Y entonces, por primera
vez desde el nacimiento de Carly, se permitió llorar por todo lo que ella y Colin
habían perdido. Y por todo lo que a su hija le había faltado por no tener a un padre.
Cuando Arden volvió a casa poco rato después, Nikki se había secado ya las
lágrimas. Su prima dejó sobre la mesita un ejemplar del Fairweather Gazette antes de
sentarse junto a ella en el sofá.
—Supongo que no tengo que preguntarte si lo has visto.
Nikki negó con la cabeza.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó Arden.
—Se presentó aquí y Carly eligió ese momento para levantarse de la cama.
Arden puso una mueca de desagrado.
—No es precisamente la mejor manera que ha tenido de descubrirlo.
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—Lo sé. Y también sé que me advertiste —durante los últimos cinco años,
Arden había intentado convencerla para que se pusiera en contacto con Colin y le
contara lo de su hija.
Pero aun así creía haber hecho lo correcto.
Colin había dejado muy claro que quería acabar con su matrimonio. Y un
matrimonio era poco más que un pedazo de papel, un acuerdo legal. Una hija, en
cambio, era de carne y hueso, una responsabilidad para toda la vida. Lo último que
Nikki había querido era usar a su hija para mantener los lazos con Colin. Lo había
amado demasiado como para no recibir su amor a cambio.
—¿Estás bien? —le preguntó Arden.
Nikki tomó otro pañuelo de papel y se sorbió la nariz.
—Esta mañana creía tener un control absoluto sobre mi vida. Pero entonces
apareció Colin y lo puso todo patas arriba.
—Tenías que saber que algún día volvería.
—Antes sí lo pensaba —admitió ella—. Durante el primer año después de su
marcha, siempre que llamaban a la puerta esperaba y temía que fuera él. Pero a
medida que las semanas se hicieron meses y los meses, años, esa posibilidad se fue
haciendo cada vez más remota. Cada día me parecía más evidente que no iba a
volver, hasta que me convencí a mí misma de que nunca regresaría.
—Pero ahora ha vuelto.
—Sí.
—¿Cuál fue su reacción?
—Pensó… —dudó un momento, sorprendida del dolor que le causaba recordar
las palabras de Colin—. Pensó que no se lo había dicho porque no sabía si él era el
padre.
—Oh, Nic, sabes que no lo decía en serio —dijo Arden abrazándola—. Estaba
muy dolido y lo pagó contra ti. Es una reacción de lo más normal.
Nikki soltó una amarga y corta carcajada.
—No hay nada normal en esta situación.
—Dale algo de tiempo.
—No te imaginas cuánto me gustaría poder volver atrás —dijo Nikki, que no
creía que el tiempo fuera a calmar la ira de Colin.
—Tenía que enterarse tarde o temprano.
—Lo sé —suspiró con tristeza—. Ojalá se hubiera enterado por mí.
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que necesitaba, otra parte, quizá la más racional, reconocía que las emociones estaban
a flor de piel y que en ese estado no podía mantener una conversación civilizada con
ella.
Así que se subió al coche y se alejó. Era una costumbre que había adquirido de
adolescente, una vía de escape para desahogarse cada vez que se peleaba con su
padre y que lo ayudaba a ver las cosas en perspectiva.
Por desgracia, sabía que aunque condujera todo el camino de ida y vuelta hasta
Texas, no conseguiría ninguna perspectiva en aquel problema. Quería resolver sus
sentimientos, pero todo en su interior estaba tan revuelto que no sabía ni por dónde
empezar. No sabía cómo se sentía ni cómo se suponía que debía sentirse por la
revelación de Nikki. Sobre todo se sentía traicionado por la única mujer en quien
había confiado de corazón.
«Han pasado cinco años. Muchas cosas han cambiado en todo este tiempo».
Volvía a oír sus palabras una y otra vez. Tenía razón. Muchas cosas habían
cambiado… Ella misma había cambiado. La mujer que él había conocido, a la que
había amado, nunca le habría ocultado un secreto.
Aún no podía creerse que hubiera tenido una hija y que no se lo hubiera dicho.
No sólo una hija.
La hija de ambos.
Puso una mueca de dolor, recordando la expresión de Nikki cuando la acusó de
no saber quién era el padre de la niña. No tenía derecho a atacarla así, ni razón para
creer que alguna vez le hubiera sido infiel.
Pero ¿cómo podía haberle hecho eso?
De acuerdo, quizá él no fuera del todo inocente. Quizá no debería haber roto el
matrimonio. Pero, demonios, no lo hubiera hecho de haber sabido que estaba
embarazada.
Se pasó una mano por el rostro. Ahora lo sabía. Pero no sabía lo que iba a hacer
al respecto.
No sabía nada sobre cómo ser padre. El suyo propio no había sido precisamente
un buen ejemplo. Richard McIver había dedicado su vida a su trabajo como abogado,
sin preocuparse apenas por su mujer y sus dos hijos. Casi nunca estaba en casa, y
cuando lo estaba, no prestaba el menor interés a los niños.
Y ahora, sin ninguna práctica, experiencia ni preparación, Colin era padre.
Oh, no. ¿A quién trataba de engañar? Él había sido un donante de semen más
que un padre. A eso se reducía su participación en la vida de su hija. No sabía de ella
nada más que su edad y su nombre. No sabía cuándo era su cumpleaños, su color
favorito ni qué juguetes le gustaban.
Y tampoco sabía lo que ella sabía de él. ¿Qué le habría contado Nikki? ¿Cómo
habría explicado la ausencia de un padre a una niña? ¿Lo odiaría Carly por no haber
estado con ella? ¿O entendería por qué no había sido parte de su vida? ¿Habría
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deseado alguna vez tener un padre o su repentina aparición no era más que una
complicación indeseada?
La situación se le antojaba dolorosamente injusta. No era sólo que no supiese
nada de su hija… Nunca había tenido la oportunidad para conocerla. Nikki le había
ocultado su existencia durante cinco años. Y ahora, por culpa de un jugador
disgustado y unas circunstancias que escapaban a su control, quizá no pudiera
quedarse en Fairweather el tiempo suficiente para conocerla.
Volvió a pensar en el periódico local y en la posibilidad, bastante remota, de
que el artículo pudiera poner en peligro su tapadera. Cierto era que una parte de él
ansiaba enfrentarse abiertamente con Parnell y acabar de una vez por todas con
aquella situación, pero jamás se arriesgaría a una confrontación estando cerca de su
hija.
Ya fuera por casualidad o por obra del destino, se encontró conduciendo por
Meadowvale Street en dirección a casa de su hermano, donde los dos habían vivido
de niños. Hubo un tiempo en el que Shaun y él habían estado muy unidos, pero
cuando se separó de Nikki, Colin había decidido alejarse lo más posible de
Fairweather y de todo lo que le recordara a su exmujer.
Llamó a la puerta y esperó con impaciencia y algo de aprensión la respuesta de
su hermano. No se veían desde el funeral de su padre, y no estaba seguro de que
Shaun quisiera verlo ahora.
—Así que el hermano pródigo regresa por fin —Shaun lo recibió con una
sonrisa y un rápido abrazo—. Me alegro de volver a verte.
—Yo también —respondió Colin, sorprendido por el nudo que se le había
formado en la garganta.
—Este reencuentro bien merece que lo celebremos —dijo su hermano
dirigiéndose hacia la cocina.
—Puede que no pienses lo mismo cuando sepas por qué estoy aquí.
Shaun sacó un par de cervezas del frigorífico, abrió una y se la pasó a su
hermano, antes de abrir su propia botella.
—Has visto a Nikki.
—Y a mi hija.
—Estupendo.
Colin no había sabido qué reacción se esperaba de su hermano, pero desde
luego no era aquélla.
—Me alegro de que al fin te lo haya dicho —dijo Shaun dirigiéndose hacia el
salón.
Colin lo siguió con una sonrisa forzada.
—No ha ocurrido exactamente así.
—¿Ah, no? —Shaun se sentó y apoyó los pies sobre la mesita, algo que ninguno
de los dos se hubiera atrevido a hacer en presencia de su padre—. ¿Qué pasó?
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—No creo que puedas entender nada de esto. Tú no acabas de descubrir que
tienes una hija de cuatro años y medio —dejó la botella vacía en la mesita—. ¿Por qué
me lo ocultó? ¿De verdad pensaba que le daría la espalda a mi propia hija?
—Nikki no supo que estaba embarazada hasta después de que le dijeras que el
matrimonio se había acabado.
—Aun así tenía derecho a saberlo.
Shaun dejó escapar un suspiro.
—¿Por qué crees que me esforcé tanto para conseguir que volvieras? ¿Por qué
crees que le planteé a tu abogado aquellas exigencias tan extravagantes?
—Porque seguías las instrucciones de tu clienta.
—Nikki no quería nada de ti. Pero yo creía, y esperaba, que si volvías y le
preguntabas por qué estaba siendo tan poco razonable, entonces ella te hablaría del
bebé que estaba esperando.
Colin negó con la cabeza, aunque empezaba a entender lo que antes le había
parecido una traición de su hermano.
—Mi abogado me dijo que firmara ese acuerdo. Pero el dinero no me
importaba, y pensé que era lo menos que podía hacer para compensar a Nikki —de
hecho, había querido pagarle diez veces más con la esperanza de aliviar su culpa.
—Nunca tocó un centavo —le reveló Shaun—. Lo metió todo en una cuenta
fiduciaria para Carly.
Aquella revelación no cambiaba nada los hechos: Shaun tenía parte de la culpa.
Había participado en el engaño de Nikki durante cinco años. Shaun y Nikki… las dos
personas más cercanas a él lo habían traicionado.
—¿Cómo pudiste mantenérmelo en secreto? —le preguntó en voz alta—.
¿Cómo no me dijiste que tenía una hija?
—No me correspondía a mí decírtelo. Y Nikki era mi clienta…
—Yo soy tu hermano.
—No podía revelar una información confidencial que yo, en calidad de
abogado…
—Ahórrate esa charla de ética profesional. No le has cobrado a Nikki por todas
las conversaciones que habéis mantenido durante los últimos cinco años.
Shaun volvió a suspirar.
—Sé que ella quería decírtelo.
Colin se pasó las manos por el pelo. No llevaba en Fairweather ni cuarenta y
ocho horas, y su vida ya no se parecía en nada a la que había dejado atrás en Texas.
El detective Brock le había sugerido que se marchara, y él lo había hecho de
buena gana. Estaba harto de mirar por encima del hombro, de preguntarse lo que
encontraría al torcer la esquina. Había vuelto a Fairweather para descansar y hablar
con su exmujer. El plan era bien sencillo.
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Pero ahora que estaba allí parecía que sólo había conseguido cambiar las
complicaciones por otras.
—¿Cómo es? —preguntó tras un largo silencio—. Carly —dijo, para aclarar la
pregunta y para intentar pronunciar ese nombre en voz alta.
Su hermano sonrió.
—Tiene tus ojos y el famoso encanto de los McIver.
Colin también sonrió, complacido por saber que había algo de él en su hija.
—¿Es… es feliz?
—Es una niña increíblemente feliz e integrada en su entorno.
—Tal vez no necesite un padre —dijo, y carraspeó para disolver el nudo de la
garganta—. En cualquier caso, no un padre como yo.
—¿Qué quieres decir con un padre como tú?
Colin se levantó del sillón.
—Que no sé nada sobre cómo ser padre. Ni siquiera sé nada de niños.
—Casi todos los padres son novatos la primera vez.
—Pero… Dios, ni siquiera había pensado nunca en tener hijos.
—Bueno, será mejor que empieces a pensarlo —dijo su hermano—. Porque ya
tienes una.
—¿Le…? —dudó un momento, temeroso de hacerle esa pregunta—. ¿Le dijiste
que no… que no me hablara del bebé?
—No —respondió Shaun con una sonrisa—. Le aconsejé que te buscara por el
bien de la niña.
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Capítulo 3
Lo peor de la cárcel era la cama, decidió Duncan Parnell, aunque dudaba de
que el minúsculo colchón sobre la estructura de acero atornillada al suelo de granito
pudiera considerarse como cama. Se dio media vuelta para estirarse boca arriba y se
concentró en la respiración para intentar relajarse. El sudor le empapaba la frente al
apretar los dientes contra el dolor.
Ojalá tuviera píldoras. Una sola píldora que aliviara su agonía.
El guardia le había dado una aspirina, como si eso supusiera alguna diferencia.
Cerró los ojos y exhaló lentamente. Al menos no tendría que estar allí mucho tiempo.
Y cuando saliera, iba a hacérselo pagar a Jonesy. No tenía duda de que había
sido él quien había declarado en su contra.
McIver había fichado a Jonesy a mitad de temporada. Había marcado siete
goles en su primer partido con los Tornadoes, y después del accidente de Duncan,
había ocupado su puesto. Se suponía que sólo lo sustituiría temporalmente, mientras
Duncan estuviera lesionado.
Pero McIver mantuvo a Jonesy como titular. Los play-offs se acercaban, y
Jonesy había jugado el doble que Duncan.
Entonces Duncan había cometido el error de hablar demasiado en The Thirsty
Duck una noche después de un partido. Estando Jonesy presente, se había dejado
llevar por la furia y había empezado a despotricar contra McIver y a jurar que se lo
haría pagar.
Jonesy debió de figurarse que tendría garantizado el puesto de Duncan para la
próxima temporada si éste estaba en la cárcel.
Y ahora, por culpa de unas palabras desafortunadas y la consiguiente explosión
en el apartamento de McIver, Duncan estaba en prisión acusado de proferir
amenazas. Sabía que la policía esperaba endosarle el atentado a él, y también sabía
que no tenían pruebas y que no podría encontrar ninguna. Porque él no lo había
hecho.
Si hubiera planeado mandar a McIver al otro barrio, habría comprado un arma
y lo habría hecho personalmente. Seguramente hasta se hubiera divertido. Pero lo
que de ningún modo iba a hacer era colocar una bomba. En el instituto había
conocido a un tipo que perdió dos dedos de una mano por jugar con petardos.
Duncan negó con la cabeza. Era un riesgo muy elevado, sobre todo para él,
cuyas manos eran su sustento. No era tan grande y rápido como los demás, pero con
el puck en su poder era insuperable. Desde que empezó a jugar al hockey sobre hielo
a los catorce años, había sido reconocido y admirado por sus manos. Por nada del
mundo se arriesgaría a perder su principal baza.
Había que estar loco para jugar con explosivos.
Y eso era exactamente lo que le había dicho al policía que lo arrestó.
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Nikki estaba sentada leyendo el periódico del domingo después de una noche
de insomnio. Sabía que la conversación con Colin apenas había tocado por encima el
problema y que por tanto era inevitable un segundo enfrentamiento. Casi se alivió de
verlo llegar antes de las nueve.
—¿Dónde está Carly? —preguntó él.
—Se ha ido a pasar el día fuera con Arden.
—Quiero ver a mi hija —declaró mirándola fríamente.
—Quería que discutiéramos a solas la… situación.
Su explicación no pareció tranquilizarlo, pero a Nikki no le importó. Sólo se
preocupaba por el impacto que la súbita aparición de Colin pudiera causar en su hija,
y también por el vacío que volvería a dejar tras su inevitable desaparición. Porque,
por mucho que quisiera que Colin estuviese cerca de Carly, sabía que no se quedaría
en Fairweather. No había querido hacerlo antes, y no había razón para sospechar que
fuera a hacerlo ahora.
—¿Te apetece un poco de café? —se lo ofreció en un intento por ganar tiempo,
no porque tuviera el menor deseo de meterse más cafeína en el organismo.
—Sí, gracias.
Por el tono de su voz, Nikki supuso que seguía enfadado. O más bien, furioso, y
ella no podía culparlo.
Lo condujo a la cocina y sirvió el café en dos tazas mientras buscaba las
palabras adecuadas. Añadió un poco de leche al café de Colin y azúcar al suyo
propio. La sencilla tarea le dio unos cuantos segundos más para recomponerse y
ordenar sus pensamientos.
Se volvió hacia la mesa y le tendió la taza. Los dedos de Colin le rozaron los
suyos y a punto estuvo de perder la débil compostura que había conseguido. Lo miró
fugazmente y vio su mirada clavada en ella. Al instante sintió la acalorada tensión
que hervía entre los dos.
A pesar de la magnitud de los hechos, la atracción básica seguía bullendo, como
las ascuas de un fuego, avivada por el simple contacto de los dedos. Era una
distracción que Nikki no necesitaba, una complicación que no podía permitirse.
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—Sigo intentando comprender qué pasó, Nicole. Por qué, en todo este tiempo,
no me dijiste que habíamos tenido una hija.
Cualquiera que fuera la razón que había usado para justificar el engaño en un
principio, mientras más tiempo pasaba, más difícil se hacía pensar en hablarle de su
hija. Y cuanto mayor se hacía Carly, más surrealista parecía la situación. Tal vez
hubiera sido más fácil hacerlo cuando Carly era un bebé. Pero ¿cómo decirle a Colin
que era padre… de una niña de cuatro años y medio?
Siempre se había refugiado en la excusa de que si Colin se preocupara de
verdad por ella, habría vuelto a casa. Era la única justificación que le daba algo de
consuelo. Después de todo, había sido él quien se marchó.
Pero ahora había vuelto y a ella no le quedaban más excusas.
—Quería decírtelo —admitió.
—Entonces ¿por qué no lo hiciste?
—Porque el día que descubrí que estaba embarazada fue el mismo en que recibí
los papeles del divorcio —el recuerdo de aquel día, la desbordante alegría inicial
seguida del dolor devastador, aún seguía vivo en su memoria.
—¿Qué es esto? ¿Tu modo de hacerme pagar por haber acabado con nuestro
matrimonio?
Nikki suspiró débilmente.
—No pensé en ello como un castigo, pero tal vez lo fue. Estaba dolida y furiosa,
y no quería saber nada de ti.
—¿Y no pudiste superar tu dolor y furia durante dos minutos en cinco años
para decirme que tenía una hija?
—Intenté llamarte.
—¿Cuándo?
—La primera vez que tuve a nuestra hija en brazos —pensar en aquel mágico
momento seguía haciéndola sonreír—. Quería hablarte de nuestra preciosa niña.
—¿Y? —acució, impaciente.
—El número no estaba en servicio.
La respuesta no lo calmó en absoluto.
—¿No intentaste localizarme? ¿Le preguntaste a mi hermano? ¿Hiciste algo más
que una mera llamada telefónica?
—No —reconoció ella.
—¿Por qué, Nic?
—Creía estar protegiendo a Carly.
—¿Cómo pudiste utilizar a nuestra hija para justificar tus acciones?
«Nuestra hija».
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Las palabras la golpearon como una acusación, recordándole que Colin tenía un
derecho legítimo sobre la niña del que ella lo había privado durante cinco años. No
importaba que sus intenciones hubieran sido buenas, ni que le hubiera dado a Carly
todo el amor y atención que la niña necesitara. Carly también era hija de Colin, y ella
les había hecho un daño enorme al negarlo.
—¿De qué creías estar protegiéndola? —le preguntó él.
Nikki desvió la mirada e intentó controlarse. Pero era difícil no responder a la
ira de Colin.
—De ser rechazada por su padre.
—¿De qué estás hablando? —preguntó él con el ceño fruncido.
—Estoy hablando de tu obsesión por el hockey —prácticamente le gritó las
palabras. En cierto modo la aliviaba poder expresar por fin los sentimientos que
había mantenido guardados durante tanto tiempo.
—¿Obsesión?
—No hablabas ni pensabas en otra cosa. Y no creo que una niña encajara en tus
planes. Una esposa, desde luego que no.
—El hockey no era una obsesión… Era mi vida.
—Lo sé —admitió ella, incapaz de borrar el rencor de su voz—. Y era más
importante para ti que cualquier otra cosa.
—Eso no es cierto.
—¿No?
—Por supuesto que no. Y no estamos hablando de mi carrera. Estamos
hablando de por qué me mantuviste en secreto a mi hija.
Nikki suspiró.
—Cuando sospeché que estaba embarazada, esperaba que tener un hijo pudiera
acercarnos de nuevo. Pero entonces tú decidiste que el matrimonio no era lo que
querías, y lo último que yo deseaba era que te quedaras conmigo sólo porque
estuviese embarazada. Te amaba demasiado como para depender de un hijo. No
quería que me guardaras rencor, ni a mí ni a nuestro hijo, por quedarte con nosotros
cuando no era donde querías estar —tragó saliva con dificultad—. Y una parte de mí
temía que tampoco fuera suficiente para ti. Que de todos modos antepondrías tu
carrera a tu familia.
—¿Alguna vez pensaste en una tercera opción… en que tal vez yo quisiera ser
un padre para nuestra hija?
Por supuesto que lo había pensado. Cuando el médico le confirmó su
embarazo, había fantaseado con la idea de decírselo. En sus fantasías, Colin se volvía
loco de alegría por saber que iba a ser padre. Gritaba de felicidad y la colmaba de
besos y atenciones. Luego se la llevaba lejos y los dos vivían felices en una casa llena
de niños.
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Pero la realidad era que se habían casado sin ni siquiera hablar de tener hijos.
Al principio, ella había estado tan entusiasmada por ser la mujer de Colin que no se
había preocupado por nada más. Sabía que quería tener un hijo suyo algún día, y
había dado por hecho que él querría lo mismo.
Cuando sacó el tema un par de meses después, se había quedado horrorizada al
oírlo decir que no quería una familia. Pero no intentó insistir, porque estaba segura
de que con el tiempo cambiaría de opinión.
La petición de divorcio había aniquilado por completo su fantasía. Aun así,
ahora sabía que se había equivocado al culparlo por destruir un sueño del que él no
sabía nada.
—Lo siento —le susurró tras un minuto de agónico silencio.
—¿Sientes que lo haya descubierto?
Ella negó con la cabeza y se secó las lágrimas.
—Siento no haber intentado decírtelo antes. A pesar de lo que ocurrió entre
nosotros, tú eres su padre y tenías derecho a saberlo.
Colin permaneció en silencio.
—Lo siento —volvió a decir ella, sorprendida de lo bien que se sentía al
decirlo—. Nunca pretendí hacerte daño ni mantener en secreto mi embarazo. Y
siento que sea eso lo que ha pasado.
—Yo también.
—¿Qué quieres que haga ahora? —le preguntó—. Me he disculpado. He
intentado que entiendas por qué tomé mis decisiones. De acuerdo, quizá lo fastidié
todo y tal vez debería haber hecho las cosas de otro modo. Pero ahora es demasiado
tarde para cambiarlas.
—No sé si alguna vez podré perdonarte por esto —dijo Colin con una voz llena
de rencor.
—Los dos cometimos errores —le recordó ella—. ¿No puedes reconocerlo y
seguir adelante?
—No sé cómo superar tus mentiras y engaños.
Nikki volvió a sentir el escozor de las lágrimas.
—¿Sabe Carly algo de mí? —preguntó él.
—Ahora empieza a hacer preguntas sobre su padre —confesó ella—. Le he
contado todo lo que puedo sin tener que mentirle.
Colin la miró con ojos entornados.
—¿Qué le has contado?
—Que su padre no vive con nosotras porque trabaja en Texas.
Él pareció pensar en su explicación por un momento.
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—No es ningún trauma para ella —explicó Nikki—. Muchos de sus amigos
viven con un solo padre.
—Para mí sí es un gran trauma.
—Quiero decir que no ha echado de menos tener un padre.
—¿Y eso te ayuda a dormir por las noches… creer que ella no necesita un
padre?
—Yo no he dicho que no necesite un padre —replicó Nikki con voz débil—. En
un mundo perfecto, todos los niños tendrían a sus dos padres que los quisieran. Pero
éste no es un mundo perfecto y yo lo he hecho lo mejor que he podido por Carly.
—Entonces, ¿dónde encajo yo en todo esto?
Nikki dudó. Sabía que su respuesta sólo serviría para enfurecerlo aún más. Pero
había pensado en esa pregunta durante toda la noche, y estaba decidida a poner el
bienestar de su hija en primer lugar.
—No quiero que entres en su vida si no tienes pensado quedarte. Para Carly
sería peor encontrar a su padre y perderlo que no conocerlo nunca.
—¿Por qué es tu decisión la que cuenta? —preguntó Colin, desafiante.
—Porque es mi hija y no quiero que sufra —nada más pronunciar esas palabras
supo que había cometido un error. Pero ya era demasiado tarde.
—También es mi hija —replicó él—. Y quiero formar parte de su vida. Quiero
que sepa quién soy.
—¿Quieres que te llame «papá»?
—Soy su padre.
—No puedes pretender presentarte aquí después de cinco años y…
—Quizá hubiera venido antes de haberlo sabido —recalcó él fríamente.
—«Quizá» es la palabra clave —dijo ella.
—Sea como sea, no creo que estés en posición de imponer condiciones en mi
relación con Carly.
—Soy yo quien tendrá que suplir tu ausencia cuando te vayas.
—No voy a irme a ninguna parte.
—¿Qué pasará si te renuevan tu contrato en Texas?
—No voy a discutir contigo sobre algo que es posible o no que ocurra.
—Ella es quien sufrirá cuando vuelvas a marcharte del pueblo.
—¿Por qué estás tan segura de que voy a abandonarla?
Nikki apartó la mirada. Temía por Carly, pero también por ella misma. Colin la
afectaba como ningún otro hombre, y no podía soportar ver cómo volvía a dejarla.
Pero sabía que se acabaría marchando. Tarde o temprano. Colin siempre se
marchaba.
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—Porque siempre estás buscando algo mejor. Y cuando una situación se vuelve
difícil, prefieres alejarte en vez de intentar arreglarla.
—¿Sigues hablando de Carly?— preguntó él—. ¿O te refieres a nosotros?
Nikki se ruborizó.
—Obviamente, lo nuestro ha afectado a mi perspicacia. Pero no puedes
culparme por querer proteger a Carly.
—Yo nunca le haría daño, Nikki.
«Yo nunca te haría daño, Nikki». Sí, ya había oído antes esas palabras. Incluso
las había creído en una ocasión. Pero ya no.
—Si realmente quieres ser su padre, tienes que empezar a pensar lo que es
mejor para ella. Tienes que pensar en cómo la afectará que salgas de su vida tan
bruscamente como has entrado.
—Maldita sea, Nicole. ¿Qué quieres de mí? ¿Qué se supone que tengo que hacer
para demostrar que estoy comprometido?
—No lo sé —admitió ella—. Pero no puedes considerarte su padre hasta que no
estés listo para asumir la responsabilidad que eso implica.
—Quizá deberíamos dejarlo en manos de un tribunal.
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—Es mejor que no lo conozca a que sepa que nunca se interesó por ella.
Colin se pasó la mano por el pelo.
—Maldita sea, Nikki. No sabía que estabas embarazada.
—¡Ni yo creía que te importara! Aquel arrebato de furia desconcertó a Colin por
un momento.
—¿Cómo pudiste pensar eso? —preguntó al fin—. ¿Cómo pudiste pensar que le
daría la espalda a mi hija?
—No sabía qué pensar —dijo ella sinceramente—. Pero tampoco creía que el
hombre que me había dicho que me amaría por siempre me pediría el divorcio diez
meses después de nuestra boda.
—Sabes por qué acabé con nuestro matrimonio —arguyó él.
—No, no lo sé. He escuchado todas las razones que me has dado para justificar
tu decisión, pero sigo sin comprender cómo pudiste marcharte cuando se suponía
que me amabas. ¿Cómo puedo estar segura de que no le harás lo mismo a tu hija?
—Porque jamás haría eso —declaró él simplemente.
Tal vez fuera muchas cosas, pero no era un irresponsable. Tener un bebé no era
algo que hubiesen planeado, pero si hubiera sabido que Nikki estaba embarazada,
habría hecho todo lo posible para que su matrimonio funcionase.
—Me dijiste que no querías tener hijos.
Colin frunció el ceño. Recordaba vagamente una conversación en la que Nikki
le había hablado sobre la posibilidad de tener hijos. Fue poco después de la boda, y él
había estado tan preocupado por su nueva vida y su carrera perdida como para
pensar en cualquier otra cosa. Seguramente le había dicho que no quería tenerlos,
desde luego no en aquel entonces.
—Tal vez te dijera eso —aceptó—. Pero hay una gran diferencia entre hablar de
tener hijos y tener una niña de mi carne y mi sangre.
Eso le recordó otra cosa que llevaba fastidiándolo desde que vio a Carly. Se
había quedado perplejo, no sólo por el hecho de que Nikki tuviera una hija, sino por
darse cuenta de que él era el padre. Porque si había algo en lo que Colin siempre
había sido extremadamente cuidadoso, era en los medios anticonceptivos.
Él siempre usaba protección. Incluso cuando él y Nikki se casaron tenía siempre
una caja de preservativos en la mesita de noche. Nunca le había hecho el amor sin
usar uno.
Excepto…
—¿Cuándo es el cumpleaños de Carly? —preguntó bruscamente.
—El seis de octubre —respondió ella sin mostrar la menor sorpresa.
Colin hizo un rápido cálculo mental y confirmó lo que ya sospechaba: su hija
había sido concebida el último fin de semana que habían pasado juntos. El fin de
semana que había venido al pueblo para enterrar a su padre.
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Colin dejó a Nikki en casa, con un montón de asuntos sin resolver pero con una
cita en firme para ver a Carly al día siguiente.
Nikki y Carly habían hecho planes para ir de picnic al jardín botánico por la
tarde, y Nikki había aceptado a regañadientes que Colin las acompañase. No habían
aclarado si era su «papá» o su «tío», pero Colin estaba tan entusiasmado por pasar
tiempo con su hija que le daba igual cómo lo llamara.
Cuando volvió al hotel, sentía una mezcla de aprensión e impaciencia. No sabía
nada de niños, y menos de su propia hija. ¿Se habría precipitado? ¿Habría forzado
una situación para la que ninguno estaba preparado?
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Tenía que reconocer que no sería la primera vez. Cuando Nikki accedió a
casarse con él, la llevó a Las Vegas sin pensar en lo que estaba haciendo. La había
amado, pero su amor no había bastado para sostener el matrimonio.
¿Estaría condenada a un destino similar la relación con su hija?
No, se negaba a creerlo. Aquello era diferente. Se trataba de su hija, de la que ya
se había perdido los primeros cuatro años y medio de su vida. No estaba dispuesto a
perderse ni un día más.
El sonido de su teléfono móvil le supuso una agradable interrupción de sus
inquietantes cavilaciones.
—¿Diga?
—¿Dónde estás? —preguntó una voz impaciente. Colin reconoció enseguida a
su agente.
—En Fairweather.
—¿No has oído las noticias? La policía ha detenido a Duncan Parnell.
—Sí. El detective Brock me llamó anoche.
—Entonces ¿qué demonios haces aún en Pennsylvania? Súbete a un avión y
vuelve para acá.
—No voy a volver —dijo Colin—. Al menos no por ahora.
Un largo silencio siguió a su declaración.
—¿Por qué no? —preguntó finalmente Ian.
—Es una larga historia.
—Se trata de una mujer, ¿verdad? —supuso Ian, y ni siquiera esperó a una
respuesta—. Maldita sea, Colin. ¿No te he repetido hasta la saciedad que las mujeres
son la ruina de los hombres?
—Y tienes cuatro exesposas para corroborarlo —acabó Colin por él—. Sí, me lo
has repetido muchas veces.
—Pues está claro que no me has escuchado.
—Eres mi agente, no mi consejero personal. Y, como agente mío, necesito que
estudies una oportunidad de trabajo para mí.
—Aún no estás desempleado —le recordó Ian—. Los nuevos propietarios no
han tomado ninguna decisión sobre tu contrato.
Colin ignoró la protesta.
—En septiembre va a haber una nueva cadena de televisión en Fairweather,
enteramente dedicada al deporte. Están buscando presentadores.
Ian soltó un gemido ronco.
—No sabes nada de televisión.
—Limítate a conseguirme una entrevista y una prueba.
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—¿Estás seguro?
—Completamente.
Por primera vez en cinco años, sabía exactamente lo que quería, y no iba a dejar
que nada se interpusiera en su camino.
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Capítulo 4
Nikki colgó el teléfono, preguntándose por qué la sorprendía tanto que Colin
hubiera cancelado los planes a la primera de cambio. Y por qué se sentía tan abatida.
—Al menos me alegro de no haberle dicho a Carly que iba a acompañarnos —le
dijo a Arden.
—¿No va a ir con vosotras?
—No. Le ha surgido un imprevisto —dijo, repitiendo la explicación que Colin
acababa de darle.
—¿Y ese compromiso no puede esperar? —preguntó Arden frunciendo el ceño.
—Por lo visto no —intentó convencerse a sí misma de que no estaba
decepcionada, sólo enojada. Después de todo, era él quien había insistido en pasar
tiempo con Carly. Ella había accedido únicamente porque se sentía acorralada.
Lo irónico era que había consultado el calendario aquella mañana y había visto
que era el Día del Padre. Y le había resultado entrañable que Carly pasara, por
primera vez en su vida, el Día del Padre con su papá.
—No me parece el mismo hombre que insistió en pasar el día con Carly —
comentó Arden.
—No —corroboró Nikki—. Aunque no es la primera vez que cambia de idea
sobre lo que quiere —las dos sabían que se refería al matrimonio que Colin había
acabado antes de su primer aniversario.
—¿No te ha ofrecido ninguna explicación?
—No —negó con la cabeza. Tampoco le había dado ninguna explicación cinco
años atrás—. No tiene ningún sentido.
Realmente, nada de aquella situación tenía sentido. Había amado a Colin con
todo su corazón y había creído que él la amaba. Cinco años después, no quedaba ni
rastro del afecto que una vez compartieron. Lo único que había era rencor, amargura
y acusaciones… y una niña pequeña que no merecía estar en el centro de la batalla.
—¿Cómo voy a explicarle esto a Carly? —se preguntó en voz alta.
—Sólo tiene cuatro años —dijo Arden con voz amable—. No pedirá tantas
explicaciones como crees.
—Pero algo habrá que decirle.
—Lo superará —le aseguró Arden—. Los niños son increíblemente fuertes.
—No tendría que superar nada —dijo Nikki—. Su vida no tendría que verse
afectada por los errores que yo cometí.
El ruido de unas pisadas impidió que siguieran hablando, y Nikki consiguió
componer una sonrisa justo cuando Carly entraba en la habitación.
—Mami, tengo hambre.
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—Todo lo que hace falta es dinero y contactos. Y una absoluta falta de respeto
por la vida humana.
A Colin se le pasaron las ganas de reír.
—¿Qué debo hacer ahora?
—Exactamente lo que estás haciendo, mantenerte escondido. Y quizá deberías
notificar tu situación a la policía local.
—¿Crees que aquí estoy en peligro? —no soportaba pensar que alguien lo
hubiera seguido hasta Fairweather, que inconscientemente hubiera puesto en peligro
a Nikki y a Carly.
—Me parece muy improbable. La bomba de Baltimore indica que nuestro
hombre no sabe dónde estás.
Colin deseó que las cosas siguieran así.
Nikki iba de camino a casa después de hacer la compra el jueves por la noche
cuando se encontró pasando junto al hotel Courtland. No era el camino habitual que
tomaba, y de ningún modo iba a admitir que quería ver si el coche alquilado de Colin
estaba en el aparcamiento. Lo estaba.
Un impulso la hizo aparcar en un hueco libre, dirigirse hacia la habitación 1028
y llamar a la puerta. Esperó lo que pareció una eternidad antes de que Colin
apareciera.
—Nicole —dijo, mirándola con ojos muy abiertos.
Ella se quedó sobrecogida por su aspecto. Tenía el pelo despeinado, una barba
de dos días y ojeras.
—¿Puedo pasar?
El se retiró para dejarla entrar.
Nikki miró a su alrededor y comprobó que la habitación era realmente una
suite completa, con cocina, comedor y salón. El sofá y los sillones estaban tapizados
con una vistosa tela azul que parecía seda. Las mesas eran de reluciente cristal
ahumado.
Suponía una gran diferencia con su tapicería desgastada y sus moquetas
manchadas y roídas. Una prueba más de que vivían en mundos distintos.
—¿Te apetece algo de beber? —preguntó él.
—No he venido aquí para beber. He venido a por una explicación.
—Me lo imaginaba —fue lo único que dijo mientras sacaba una cerveza del
minibar y desenroscaba el tapón.
Nikki observó sus movimientos, fascinada por la fuerza y la elegancia de
aquellas manos que, junto a su velocidad, habían sido sus mejores bazas como
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jugador. Recordó cómo había extendido esa habilidad al dormitorio, cómo se tomaba
su tiempo para desnudarla… Ciertamente, sus manos no eran sólo buenas; eran
fenomenales.
Apartó aquel pensamiento. Estaba allí por una razón específica, y no era
recordar su pasado sexual.
—Quiero saber por qué cambiaste de idea respecto a pasar la tarde del domingo
con Carly.
—Yo no cambié de idea.
—Cierto —dijo ella—. Surgió un imprevisto.
Él se llevó la botella a los labios y tomó un largo trago.
—¿Ese «imprevisto» era rubia, morena o pelirroja? —siguió Nikki.
—¿Es eso lo que crees, que rompí los planes con mi hija para pasar un buen rato
por mi cuenta?
—Es la única explicación que se me ocurre para tu repentina llamada telefónica.
—No podía explicártelo por teléfono —se pasó una mano por la cara—. Maldita
sea, ni siquiera quiero hablar de eso ahora.
—¿Por qué no?
—No pude ir de picnic el domingo porque tuve que volver a Texas.
Texas. No era la respuesta que Nikki había esperado, aunque debería haberlo
sido.
—¿No podías pasar ni cuatro días seguidos en el pueblo sin necesidad de ir a la
gran ciudad?
—No fui por diversión. Fui a un funeral.
Aquello desconcertó a Nikki, como era de esperar.
—Oh.
—Por nada más hubiera sido capaz de romper los planes —le aseguró,
completamente desprovisto de ira.
—Si me lo hubieras dicho, lo habría entendido.
—Quería decírtelo en persona.
—¿Quién ha muerto? —se sintió obligada a preguntar, aunque no quería
saberlo.
—María Vázquez.
Una mujer. Nikki tragó saliva.
—¿Estabas… estabas muy unido a ella?
—Era la señora que limpiaba mi casa desde hacía cuatro años.
—Oh —volvió a decir Nikki, sintiendo un extraño alivio por la respuesta.
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Ella sabía que debería rechazarlo. No podía permitir que aquello ocurriera. Ya
habían llegado demasiado lejos y sería una locura seguir avanzando. Pero cuando
abrió la boca, la única respuesta que le salió fue:
—Sí.
Él volvió a besarla, con una presión más intensa y apremiante. Nikki respondió
a sus demandas con su propia pasión. No quería una seducción. No necesitaba que la
convenciera o engatusara. Deseaba a Colin, nada más.
No se dio cuenta de que él le había bajado la cremallera del vestido hasta que
sintió cómo le desabrochaba el sujetador de un rápido movimiento. Los dedos le
acariciaron los hombros, deslizando las tiras del sujetador y del vestido por los
brazos. Entonces apartó la boca de la suya y empezó a prodigarle besos ardientes por
el cuello, la clavícula, la curva de los pechos… Nikki echó la cabeza hacia atrás,
rendida, respirando cada vez más rápido y con todos sus músculos estremeciéndose.
Aquello era lo que le faltaba a su vida.
Excitación. Emoción. Deseo… Glorioso y extraordinario deseo.
Colin le bajó el vestido por las caderas, rozándole la piel con el suave tejido
mientras caía a sus pies, y llevó las manos hasta la curva de sus glúteos.
—Eres tan hermosa, Nicole…
Ella soltó lentamente el aire, un poco más aliviada al percibir la apreciación en
su voz.
—Más hermosa de lo que recordaba —añadió él.
Consciente de que estaba medio desnuda, Nikki decidió igualar la balanza. Le
sacó a Colin la camisa de los pantalones y empezó a desabotonarla con dedos
temblorosos.
Sabía que estaba cometiendo un error. Desde la primera vez que Colin la besó,
había sabido que ningún otro hombre podría hacerle sentir lo mismo. Pero en esos
momentos nada le importaba. Tomaría lo que él le estaba ofreciendo y ya se
preocuparía más tarde por las consecuencias.
Le quitó la camisa por los hombros y extendió las palmas sobre su musculoso
pecho. La piel le ardía bajo las manos y podía sentir los furiosos latidos de su
corazón. Aquella prueba irrefutable de su deseo la excitó y la envalentonó. Lo
mordió en el cuello y le lamió el lóbulo de la oreja. Colin gimió y la estrechó contra él
para besarla de nuevo.
Ella enterró los dedos en sus cabellos y mantuvo la boca pegada a la suya. Sus
lenguas se encontraron y se entrelazaron en una frenética danza. Podía sentir la
erección de Colin y la respuesta de su propio cuerpo entre los muslos.
Él la levantó en brazos sin aparente esfuerzo y la llevó hasta el dormitorio. Los
dos cayeron sobre la cama, formando un enredo de miembros y deseos
desesperados.
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Colin retiró la boca y bajó hasta su pecho. La devoró con sus labios, dientes y
lengua hasta que Nikki apenas pudo respirar. Parecía estar tocándola en todas partes
a la vez. Se arqueó hacia él, urgiéndolo en silencio a que se apresurara, pero él
continuó con el mismo ritmo perversamente lento, llevándola poco a poco a la
culminación del placer.
—Colin… por favor —su voz apenas era un susurro suplicante, pero le daba
igual. Sólo sabía que nunca había necesitado nada tanto como lo necesitaba a él
ahora.
Él se retiró y empezó a quitarse los calzoncillos, pero se detuvo y maldijo en voz
baja.
Nikki se sentó y se cubrió automáticamente con la sábana.
—¿Qué pasa?
Él se pasó una mano por la cara y se echó a reír, pero era una risa amarga.
—No estaba preparado para esto.
Se referiría a los medios anticonceptivos.
Aquella la devolvió de golpe a la realidad. Incluso cuando estuvieron casados,
Colin había estado obsesionado con la protección. La única vez, la única, que lo
hicieron sin usar nada, ella había concebido a su hija.
La besó brevemente, un beso lleno de promesas.
—Dame un minuto a que baje y…
—No —Nikki negó con la cabeza y se levantó de la cama. Fue rápidamente al
salón, recogió el vestido del suelo y se lo puso sobre la cabeza.
—Nic…
Ella se sobresaltó al sentir su mano en el hombro.
—Por favor, no te vayas.
No se dio la vuelta… Estaba demasiado avergonzada para mirarlo. O quizá
tuviera miedo de que si lo miraba su resolución se haría pedazos. Se mantuvo de
espaldas a él y se subió la cremallera del vestido. Se tomó unos segundos para
alisarse la falda y fortalecer su determinación y entonces se volvió para encararlo.
—Esto ha sido un error, Colin.
Él negó con la cabeza.
—El error es pretender que no ha significado nada.
—No ha significado nada —dijo ella—. Sólo ha sido la pasión del momento, y el
momento ha pasado.
Pero en el fondo sabía que eso no era cierto. Porque, si el calor del momento
había pasado, ¿por qué en su interior seguía ardiendo?
***
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Colin sabía que podía demostrarle que se equivocaba. Todo lo que tenía que
hacer era tomarla en sus brazos y volver a besarla para que la pasión volviera a
envolverlos.
Nicole estaba asustada y ambos lo sabían. No era extraño, pues también a él lo
había sorprendido la fuerza del deseo. Después de cinco años separados, no había
olvidado nada de ella; la dulzura de su fragancia, la suavidad de su piel, la pasión de
su tacto…
Lo único que había olvidado y que ahora veía con claridad era lo vacía que su
vida había estado sin ella.
Por desgracia, sabía que Nikki había hecho lo correcto al retirarse. Había mucho
en juego y mucho que resolver entre ellos. Y, como la llamada del detective Brock le
había recordado, había mucho que escapaba a su control.
—Tengo que irme —dijo ella sin mirarlo a los ojos.
—Te llamaré… para acordar cómo puedo ver a Carly.
Ella asintió y se movió rápidamente hacia la puerta.
Colin la dejó marchar. No tenía sentido presionarla para que reconociera algo
para lo que ninguno de los dos estaba preparado.
Ya le había hecho daño una vez; era comprensible que se mostrara recelosa.
Pero él también estaba asustado… de los sentimientos que ella le provocaba, de las
emociones que no había experimentado con ninguna otra mujer, de la vulnerabilidad
que no quería volver a sentir. Volver a Fairweather lo había obligado a enfrentarse a
su pasado, a la única mujer que había amado en su vida y a la hija que nunca había
conocido.
¿Las cosas habrían sido diferentes si hubiera sabido que Nikki estaba
embarazada?
Era la pregunta que ella le había planteado. El quería responder que sí, pero no
estaba tan seguro. Cinco años atrás, su vida había sido un caos. Le había dado una
segunda oportunidad a su carrera, una carrera que en una ocasión le había
importado más que nada. Lo que no supo, hasta que fue demasiado tarde, fue que
nada le importaba tanto como Nikki. Amaba el hockey, con todas sus presiones y
emociones, pero a ella la amaba mucho, muchísimo más.
Había tomado una decisión.
La decisión equivocada.
No había vuelto a Fairweather a cambiar el pasado. Necesitaba volver a verla,
pero no había esperado que la atracción entre ellos fuera tan fuerte ni el deseo tan
intenso. No había esperado que todavía la necesitara.
Ni había esperado que ella lo traicionara.
Nikki tenía razón en una cosa: él estaba furioso. Lo que ella no podía saber era
que parte de esa furia estaba dirigida contra él mismo, porque sabía que había sido
decisión suya acabar con su matrimonio y perder a la mujer de su vida y los cinco
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primeros años de su hija. Y aunque ahora estaba de vuelta, no sabía por cuánto
tiempo. Si el detective Brock estaba en lo cierto, si Parnell había contratado a alguien
para matarlo, la amenaza estaba lejos de acabar.
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Capítulo 5
El ruido de unos golpes en la puerta supuso un alivio en sus angustiosos
pensamientos. Al abrir y encontrarse a su hermano no se sorprendió mucho. Shaun
llevaba una gran caja de cartón, pero decidió ignorar ese detalle por el momento.
—¿Era Nikki la que acabo de ver salir?
Colin asintió y Shaun dejó la caja en la mesita.
—¿Cómo va todo?
—No tan bien como esperaba.
—¿Habéis llegado a algún acuerdo para ver a Carly? —preguntó su hermano
con el ceño fruncido.
—Aún no —reconoció, sin darse cuenta de que estaba sonriendo—. Nos hemos
distraído con otras cosas.
Shaun negó con la cabeza.
—Nikki será quien acabe sufriendo cuando vuelvas a marcharte.
Aquel comentario se parecía demasiado a lo que Nikki había dicho sobre su
relación con Carly, y no pudo evitar enojarse.
—¿Por qué todo el mundo está tan convencido de que no voy a quedarme?
—¿Te quedarás? —lo retó Shaun.
El enfado se esfumó rápidamente y se dejó caer en el sofá.
—No lo sé.
La verdad era que nunca había tenido intención de alargar su estancia en
Fairweather. Y aunque descubrir que tenía una hija le hacía desear quedarse, había
otros factores que considerar.
Había esperado que la bomba de Texas hubiera saciado en ansia de venganza
de Parnell, pero la muerte de dos personas más en Maryland sugería lo contrario.
Hasta que supiera con certeza que el peligro había pasado, no podría prometer nada.
No se quedaría en el pueblo si su presencia suponía un riesgo para Nikki y Carly.
—Sé que quiero conocer a mi hija —dijo.
—¿Pero? —añadió Shaun.
A Colin no debería sorprenderlo que su hermano pudiera leer sus
pensamientos. Aun así, no le resultaba fácil expresar lo que sentía.
—Pero… ¿y si me odia?
—No va a odiarte.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque la conozco.
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Colin no quería sentir la menor compasión por Richard McIver, pero no pudo
evitar una punzada de emoción.
—¿Por qué…? —se aclaró la garganta—. ¿Por qué nunca nos lo contó?
—No lo sé.
Por mucho que deseara haberlo sabido, a Colin no lo sorprendía que el juez no
hubiera compartido con sus hijos esa parte de su pasado. En realidad, había
compartido muy pocas cosas.
—Siempre pensé que él y yo no teníamos nada en común. Te envidiaba
mucho… por el lazo que compartías con él.
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Colin recordó que había sido el ánimo y apoyo de Nikki lo que lo convenció
para aceptar el puesto de entrenador. No estaba seguro de poder haberlo hecho sin
ella. Y aun así, cuando finalmente estuvo donde quería estar, le dio la espalda a la
mujer que había creído en él.
—No quiero ser como el juez —dijo con fervor—. No quiero descuidar a mi
familia por culpa de mi carrera.
—Entonces no lo hagas.
Colin no estaba tan seguro de que fuera así de simple, sobre todo después del
comentario de Nikki sobre su obsesión por el hockey. Con frecuencia él se había
referido del mismo modo al trabajo de su padre, y se preguntaba si habría sido mejor
no tener padre a tener uno que no le mostraba el menor interés.
Incluso ahora, sabiendo por qué su padre se había opuesto a su afición por el
hockey, no podía perdonarle su indiferencia. ¿Sería por eso por lo que Nikki pensaba
que no se interesaría en su hija?
Bueno, en cuanto pudiera confirmar que su presencia no iba a poner en peligro
a Nikki ni a Carly, le demostraría lo contrario.
El domingo, para darse una tregua en su caos interno, Nikki se dejó convencer
para pasar la tarde con Carly y Arden en casa de Shaun.
Como futura nadadora, Carly estaba entusiasmada por pasar el día en la piscina
de su tío, y se desabrochó el cinturón de seguridad en cuanto Nikki aparcó tras el
Lexus de Shaun. Como si las hubiera visto llegar, Shaun apareció por un lateral de la
casa, vestido con unos shorts de color marrón claro y una camiseta blanca.
—¡Tío Shaun! —exclamó Carly lanzándose a sus brazos. Él la aupó y la giró
sobre su cabeza.
—¿Cómo está mi chica favorita?
—Bien.
—¿Y cómo están mis otras chicas favoritas? —preguntó Shaun sonriéndoles a
Nikki y a Arden.
—Preparadas para descansar y relajarse —respondió Arden por las dos.
—La piscina está abierta —dijo él devolviendo a Carly al suelo.
—¿Puedo ir a nadar? —preguntó la niña a su madre.
—Si la tía Arden va contigo —le dijo, sacando la nevera del maletero.
Carly agarró la mano de Arden y tiró de ella hacia el jardín trasero.
Shaun tomó la nevera y entró en la casa, seguido por Nikki, para colocar el
contenido en el frigorífico.
—¿Has visto a Colin últimamente? —le preguntó él.
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—No —fue lo único que dijo. No lo había visto desde la noche en que a punto
estuvieron de hacer el amor… Un detalle que no pensaba compartir con su hermano.
—¿Sigues furiosa con él por haber cancelado los planes para el fin de semana
pasado?
—No —cerró la puerta del frigorífico—. Sé por qué tuvo que volver a Texas.
Pero me gustaría…
—¿Que se hubiera quedado en Texas? —acabó Shaun por ella.
—Sí —respondió con una triste sonrisa.
—Nunca creí que fueras una cobarde, Nic.
—Nunca he tenido tanto que perder —y aunque Colin no había vuelto a
mencionar nada de un juicio, no podía olvidar la amenaza.
—Habla con él —le sugirió Shaun—. Haz algo… por el bien de Carly, si no
quieres hacerlo por ti.
Nikki sabía que Shaun tenía razón, pero no sabía si podría volver a ver a Colin
sin pensar en lo que casi había sucedido en su hotel… y sin desear que las cosas
hubieran acabado de un modo diferente.
—¿Nic?
—Hablaré con él —dijo, sintiendo cómo se ruborizaba.
Shaun sonrió justo cuando se oyó un portazo de un coche.
—No hay mejor momento que éste.
Nikki se puso rígida.
Arden y Carly entraron en la cocina por la puerta del jardín al mismo tiempo
que Colin entraba por la puerta del vestíbulo.
—Necesito mis flotadores… —Carly se quedó sin habla cuando vio a Colin.
Frunció el ceño y levantó la cabeza para estudiarlo.
Nikki miró fugazmente a Colin y vio la tensión en sus hombros y mandíbula, la
mezcla de inseguridad y regocijo que brillaba en sus ojos mientras miraba a la niña
que ahora reconocía como hija suya.
Entonces Carly sonrió.
—Tú eres el tío Colin.
Colin tragó saliva y se agachó para estar a la misma altura que Carly.
—Puedes llamarme tío Colin —accedió.
Nikki soltó el aire lentamente. No sabía por qué, pero se sentía agradecida.
—Está bien —dijo Carly, aceptando sin más cuestiones al nuevo miembro de su
familia—. ¿Vas a venir a nadar conmigo, tío Colin?
—Seguro que vendrá después —intervino Arden—. Antes tiene que hablar de
algo con tu mamá.
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Ella no sabía qué responder a eso, ni cómo sentirse al oírlo decir que se
arrepentía de besarla cuando los labios aún le ardían.
—Empiezo a pensar que puede ser un error mudarme a tu casa —admitió él—,
pero es la mejor solución que se me ocurre por ahora.
Nikki asintió, aceptando con renuencia sus condiciones, pero en el fondo de su
corazón sabía que era muy mala idea.
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Capítulo 6
—Sigo pensando que es una mala idea —dijo Nikki, de pie junto a la ventana
mientras observaba cómo Colin descargaba su equipaje de su coche alquilado—. Una
muy mala idea.
—Es un compromiso —le recordó Arden. Nikki suspiró.
—Lo sé, pero no por eso tiene que gustarme.
—Bueno, si tienes razón, durará dos semanas en el apartamento del sótano. Y si
no la tienes…
—La tengo —cortó Nikki.
Pero, cielos, cuánto deseaba estar equivocada. Carly no había protestado
cuando le dijo que ese verano, en vez de ir al campamento, se quedaría en casa con el
«tío Colin». De hecho, la niña estaba entusiasmada.
Lo cual preocupaba aún más a Nikki. No creía que Colin fuera a dedicarse a
hacer de canguro. Muy pronto se marcharía, y sería mejor si Carly no descubría que
era su padre.
—Entonces aguanta un par de semanas, ¿eh? —le dijo Arden—. Además, puede
que te sorprenda.
—Tal vez —respondió Nikki, aunque lo dudaba—. Sólo espero poder enviar a
Carly al campamento cuando él se marche.
—No quiero ir al campamento —protestó Carly—. Quiero quedarme con el tío
Colin.
Nikki se sobresaltó, preguntándose cuánto habría oído su hija de la
conversación. Había creído que estaba jugando en el piso de arriba.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó.
—Es la hora de la siesta de Emma —respondió Carly, refiriéndose a su nueva
muñeca favorita… regalo de «tío Colin».
—¿Y tú no deberías estar echarte la siesta también?
—Soy muy mayor para dormir la siesta —dijo orgullosamente la niña.
—Cierto —concedió su madre—. Pero esta mañana te has levantado muy
temprano.
—Porque estaba muy contenta de que el tío Colin se venga a vivir aquí.
Nikki también se había levantado temprano, porque estaba muy nerviosa por lo
mismo.
—¿Puede venir también el tío Shaun? —preguntó Carly.
—No lo creo —respondió su madre con una sonrisa—. El tío Shaun tiene su
propia casa.
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***
Al recorrer con la mirada el apartamento que sería su próximo hogar, Colin
decidió que había espacio suficiente. Lo que no había eran muchos muebles: una
cama, una cómoda y una mesita de noche en el dormitorio; un sofá, un televisor, una
mesa y una silla en el salón, y una pequeña mesa y dos sillas en la cocina. Con todo,
se respiraba un aire muy acogedor.
—¿Te gusta, tío Colin? —le preguntó Carly, mirándolo con preocupación.
Colin había estado en muchos hoteles y complejos de lujo, pero ningún
esplendor en los trópicos podría competir con la presencia de su hija.
—Es perfecto.
Carly sonrió.
—¿Puedo ver la tele?
Él empezó a asentir automáticamente, pero entonces se preguntó si Nikki sería
una de esas madres que desaprobaban la televisión.
—¿Tu mamá te deja?
La niña asintió, mirándolo muy seria, aunque Colin sospechó que intentaba
engañarlo.
—Siempre —le dijo.
—Está bien —respondió él riendo, y tomó nota mental de preguntárselo más
tarde a Nikki.
Carly agarró el mando a distancia y presionó el botón. Al verla manejar con
tanta facilidad el aparato, Colin se convenció un poco más y se dedicó a deshacer el
equipaje. Apenas había empezado a meter la ropa en la cómoda cuando el móvil
sonó. Se acercó a la puerta del dormitorio para echarle un ojo a su hija y contestó a la
llamada.
—Sólo quería informarte antes de que lo oigas en las noticias —le dijo el
detective Brock.
—¿Oír el qué? —preguntó, repentinamente alerta.
—Duncan Parnell se ha fugado.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Estaba siendo conducido al centro psiquiátrico para su evaluación cuando la
furgoneta sufrió un choque. De alguna manera, Parnell consiguió escapar. Fue hace
unas pocas horas. Ya hemos emitido orden de busca y captura por todo el estado, así
que no creo que vaya muy lejos. No obstante, pensé que deberías saberlo.
—Te lo agradezco —dijo Colin.
—Te avisaré en cuanto sepamos algo.
Colin volvió a darle las gracias y apagó el móvil.
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Pasaron casi dos horas antes de que llamaran a la puerta trasera. Arden había
salido a una reunión con un cliente, y Nikki se había pasado el rato paseando de un
lado para otro y preocupándose. Era absurdo, pero no podía evitarlo.
Cuando abrió y vio a Colin y a Carly, la inundó una sensación de alivio.
Reprimió el impulso de levantar a su hija en brazos y se limitó a sonreír.
—¿Ya has deshecho todo el equipaje? —le preguntó a Colin.
—Y hemos visto Cosmic Cat.
—No sabía que la vieja televisión aún funcionaba —dijo Nikki.
—Sólo sintoniza tres canales, y Carly me ha asegurado que el gato de la serie es
naranja, aunque a mí me parecía verde.
—Es gata, no gato —explicó Nikki—. Cosmic Cat es una chica —no era que
aquel detalle importase mucho, pero no sabía qué más decir. ¿Cómo mantener una
conversación despreocupada cuando había tanta tensión entre ellos, cuando sólo el
recuerdo del beso bastaba para que la sangre le hirviera?
—Oh —la respuesta de Colin indicaba que tenía tantos problemas como ella
para hablar.
—El tío Colin dijo que podemos tomar pizza para cenar —intervino Carly,
rompiendo el incómodo silencio.
—Si le parece bien a tu madre —le recordó él.
—Oh, vale —aceptó Carly—. ¿Podemos, mami? ¿Podemos tomar pizza?
Nikki ya había metido el pollo en el horno, pero sabía que Carly prefería pizza.
No estaba dispuesta a ser la mala negándose a la petición, pero en cuanto tuviera
oportunidad iba a hablar con Colin de eso. No podría competir si él intentaba
comprar el cariño de Carly con regalos y caprichos, lo que tampoco sería bueno para
su hija.
—Sí, puedes tomar pizza.
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—¡Viva!
—¿Con qué te gusta la pizza, picarilla? —le preguntó Colin.
—Con pepperoni y champiñones.
—¿Y a ti, Nic? ¿Te sigue gustando con piña y aceitunas?
—Sí, pero no…
—Estoy haciendo un esfuerzo —la interrumpió él—. Pensé que sería agradable
que cenáramos juntos.
Nikki apartó sus dudas de inmediato. Si él estaba dispuesto a hacer un
esfuerzo, ella no podía menos que hacer lo mismo.
—De acuerdo.
Veinte minutos más tarde estaba sentada frente a una porción de pizza,
preguntándose cómo había acabado cenando con su exmarido y la hija de ambos.
Carly no paraba de hablar, lo que Nikki agradeció en silencio. Aún no sabía qué
decirle a Colin ni cómo superar la tensión que se respiraba. Ni siquiera sabía si quería
hacerlo. Era más fácil afrontar la adversidad que la atracción.
Porque aún se sentía atraída hacia él. El beso que habían compartido en la
cocina de Shaun lo demostraba, igual que su aceptación a que Colin viviera en su
casa.
Ninguno de los dos había dicho una sola palabra sobre el beso, pero la certeza
estaba allí, colgando entre ambos como una telaraña, esperando atraparlos de nuevo.
—¿Nic? —la voz de Colin la sobresaltó.
—¿Sí?
—Te he preguntado si te gusta tu pizza. Apenas la has tocado.
—Oh —levantó la porción—. Sí, está deliciosa.
—¿Quieres un poco de la mía, mami? Tiene champiñones.
—No, gracias —dijo rápidamente.
—A tu madre no le gustan los hongos —explicó Colin en voz baja y
confidencial.
—¿Qué son los hongos? —preguntó Carly, también susurrando.
—Es otro nombre para llamar a los champiñones.
—Entonces dile que son champiñones —sugirió la niña—. A lo mejor así le
gustan.
Colin sonrió por el razonamiento lógico de la pequeña.
—Creo que sabe que son hongos.
Carly lo pensó un momento y asintió.
—Igual que yo sé que la coliflor no son brécoles blancas. Pero mamá me dice
eso para que me la coma.
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Después de acabar la cena y recoger las sobras, Colin pensó que debería volver
a su nuevo y vacío apartamento. Pero no estaba impaciente por irse. Había
disfrutado en compañía de Carly y también de Nikki. La tensión entre ambos parecía
haberse aliviado un poco, aunque seguía estando presente. Y tal vez siempre lo
estaría.
—Muy bien, Carly. Hora de irse a la cama —anunció Nikki.
—¿Puede bañarme el tío Colin? —preguntó la niña.
Nikki no pudo evitar una carcajada al ver el pánico en el rostro de Colin.
—¿Alguna vez has bañado a una niña de cuatro años? —le preguntó.
Él negó con la cabeza.
—Hasta ayer, no había pasado más de diez minutos con una niña de cuatro
años.
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—Te advertí que sería toda una experiencia —dijo ella con una sonrisa viendo
cómo se arremangaba los puños.
—Y tanto que me lo advertiste —repuso él, y entonces se le secó la garganta
cuando se fijó en la blusa de Nikki. Su blusa blanca y completamente empapada.
Aparentemente ajena a su excitación, Nikki se ocupaba de llenar la cafetera.
Colin intentó desviar la atención, pero el contorno del sujetador y de los
pezones contra el tejido se lo impedía. No podía pensar más que en el tacto de
aquellos pechos llenando sus palmas, en cómo gemiría ella de placer cuando le
acariciara con los pulgares las puntas rosadas, en cómo se estremecería cuando se los
metiera en la boca… No quería pensar en esas cosas, pero ya de por sí era un milagro
poder pensar, cuando su flujo sanguíneo abandonaba la cabeza para dirigirse hacia el
sur de su anatomía.
Aunque nunca pudiera perdonar a Nikki por su engaño, la atracción
perduraba, torturándolo sin remedio.
—Eh… Nic…
Ella alzó la vista mientras terminaba de llenar el depósito de agua. Sin duda se
preguntaba por qué Colin hablaba con voz ahogada.
—¿Qué pasa?
—Yo… tú… —era como un niño aprendiendo a hablar—. ¿Puedes ir a
cambiarte de camisa? —se aclaró la garganta—. Por favor.
Ella se miró la blusa y ahogó un grito al notar las marcas del sujetador y de sus
pezones. Se puso roja como un tomate y corrió al dormitorio. Por su parte, Colin se
apoyó en la encimera e intentó recuperar el control de sus hormonas antes de que
Nikki volviera. Pero entonces se la imaginó en su habitación, quitándose la prenda
mojada, tal vez quitándose también el sujetador, y visualizó la suave perfección de su
piel.
Soltó un gemido de frustración. ¿Qué demonios le pasaba? Tenía treinta y
cuatro años… Era demasiado mayor para excitarse viendo a una mujer con una
camisa mojada.
Sacudió la cabeza y se preguntó cómo podía llevar ese razonamiento a su
erección.
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ponerse el sujetador mojado o no ponerse ninguno. Optó por lo último y por una
camiseta holgada y oscura. Ahora todo lo que tenía que hacer era bajar las escaleras,
discutir los planes de Colin mientras tomaba una rápida taza de café y conseguir que
se fuera antes de hacer algo realmente embarazoso… como arrojarse a sus brazos.
Volvió a la cocina justo cuando el café terminaba de hacerse. Aliviada por tener
algo que hacer, sacó dos tazas del armario.
—Trabajo tres días a jornada completa, lunes, martes y jueves; los miércoles y
viernes sólo por la mañana —habló con despreocupación, como si no hubiera ido a
cambiarse.
—¿A qué hora empiezas? —preguntó él, y Nikki suspiró aliviada de que no
cambiara de tema.
—Mi primer paciente suele llegar a las ocho en punto, por lo que tengo que salir
de aquí a las siete y media.
—A las siete y media —respondió Colin sin mucho entusiasmo—. ¿Carly está
despierta a esa hora?
—Sólo si tengo que llevarla al colegio o al campamento.
—Una razón más para no ir al campamento —murmuró él.
—Limítate a estar aquí a las siete y media —dijo ella—. Puedes tumbarte en el
sofá hasta que se despierte.
Nikki tomó un sorbo de café y puso una mueca de desagrado. Había debido de
pasarse con las cucharadas, porque estaba tan cargado que podría despertar a un
muerto. Se acercó a la encimera para servirse más leche, y al volverse, su hombro
chocó contra el pecho de Colin. La taza se le escapó de la mano y rebotó en la
encimera, derramando el café.
Maldijo en voz baja y agarró un trozo de papel de cocina para limpiar el
desastre. Al menos la taza no se había roto. Colin la recogió y la apartó, y a
continuación puso las manos en los hombros de Nikki y la hizo girarse hacia él.
—Estás muy tensa —murmuró en un tono suave y seductor, mientras
empezaba a masajearle los músculos con los dedos.
—Estoy bien —espetó ella.
—Apuesto a que podría aliviarte esta tensión —las palabras sonaban cargadas
de tentación y promesa.
—Sólo necesito dormir un poco —no había dormido bien desde que Colin había
vuelto al pueblo, y la noche anterior apenas había pegado ojo, después de aceptar su
ridículo plan.
Y con razón había tenido sus dudas. Colin no llevaba ni doce horas en su casa y
ya la tenía al borde de un ataque de nervios.
—Dormir no es lo que yo tenía pensado —dijo él.
Ella se apartó bruscamente.
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—¿Mami?
La vocecita de Carly sonó como una explosión en el silencio de la cocina. Nikki
se hubiera soltado de los brazos de Colin si éste no la hubiera estado agarrando tan
fuertemente. La soltó muy despacio y ella se volvió hacia su hija.
—¿Qué quieres, cariño?
—Un vaso de agua, por favor —respondió la pequeña, bostezando.
Nikki era consciente de la mirada de Colin fija en ella mientras sacaba un vaso
de plástico del armario y lo llenaba con agua del grifo.
—¿Por qué estabas besando al tío Colin? —preguntó Carly.
Su madre le echó una mirada fugaz a Colin, quien le sonrió. ¡Maldito fuera!
Como si no estuviera ya lo bastante confundida con la relación, ahora encima tenía
que darle explicaciones a su hija.
Le tendió el vaso a Carly con la esperanza de que Colin no viera cuánto le
temblaba la mano.
—Eh… bueno, porque eso es lo que hacen los mayores a veces…
—Pero no besas igual al tío Shaun —la interrumpió Carly.
Nikki se ruborizó y la sonrisa de Colin se ensanchó aún más.
—Bébete el agua —le ordenó a su hija.
Carly se llevó obedientemente el vaso a los labios y sorbió.
—¿Vas a besarlo otra vez? —preguntó, mirándolos a ambos con ojos muy
abiertos.
—No —respondió Nikki.
—Desde luego —dijo Colin al mismo tiempo.
La niña sonrió, como si lo comprendiera.
—¿No deberías estar en la cama, Carly? —preguntó Nikki severamente.
—¿Por qué no estáis tú y el tío Colin en la cama?
Nikki sabía que no se refería a que estuvieran juntos, pero fue ésa la imagen que
se le cruzó por la cabeza. Desnudos, sudorosos, sus brazos y piernas entrelazados…
—El tío Colin ya se iba a la cama… a su casa —corrigió rápidamente.
—Vale —Carly soltó un largo suspiro, tomó otro sorbo de agua y le devolvió el
vaso a su madre.
—¿Por qué no estamos en la cama? —preguntó Colin cuando la pequeña salió
de la cocina.
—Vete a casa, Colin.
—Preferiría irme a la cama —dijo él con una sonrisa.
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Ella no pudo evitar que sus labios se curvaran también en una sonrisa. Colin era
un hombre persistente, y no dejaba de ser halagador que aún la deseara, aunque no
pudieran llegar a ninguna parte. Acostarse con él no resolvería nada, y sólo le haría
desear lo inalcanzable.
—Buenas noches, Colin.
Él le rozó los labios con los suyos en un beso breve pero intenso.
—Que tengas dulces sueños, Nicole.
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Capítulo 7
Cuando el timbre melódico resonó en la habitación vacía, se levantó del saco de
dormir y movió los hombros para desentumecerlos. No había estado durmiendo. Los
nervios se lo impedían.
La música volvió a sonar. Alargó una mano y agarró el móvil. Podía haber
cambiado la melodía, pero no lo había hecho porque le recordaba a la mujer a quien
le había robado el aparato dos semanas antes. Era una mujer bonita y alegre, y
completamente ajena al hecho de que él estaba rebuscando en su bolso mientras
charlaban en el tren.
No era un ladrón; era un científico, pero no tenía móvil propio. No quería tener
nada que pudiera dejar un rastro tras él, y no confiaba en que la transmisión fuera
algo seguro. Pero reconocía los avances de la técnica y se aprovechaba de ellos
siempre que servían a sus propósitos. Para aquel encargo, el móvil le era de gran
ayuda.
Respondió a la llamada con una corriente de anticipación fluyendo por sus
venas como una inyección de velocidad. Por supuesto, no había tomado drogas
desde la universidad. Su trabajo le proporcionaba una emoción que superaba
cualquier estimulante artificial.
Además le exigía una mente clara y concentrada, por lo que la menor
distracción podía ser mortal.
—¿Diga? —preguntó, llevándose el móvil a la oreja.
—La has fastidiado, Boomer.
Reconoció la voz de Parnell. Era la llamada que había estado esperando,
aunque no podía decir lo mismo de las palabras ni que éstas lo hubieran complacido.
—¿De qué demonios estás hablando?
—Estoy hablando de que has fracasado en tu intento de eliminar al objetivo…
otra vez —su cliente rebosaba rabia y frustración.
—Yo no la he fastidiado. Hice exactamente lo que discutimos —había colocado
la bomba entre el colchón y el cabecero. Cualquier peso en la cama activaría el
mecanismo, haciendo que el mercurio completara el circuito y detonase la bomba. Y
había funcionado. Él se había quedado cerca del hotel para asegurarse.
—Salvo que lo hiciste en la habitación equivocada.
—No era la habitación equivocada —dijo Boomer. Lo había comprobado
personalmente en el ordenador de recepción.
Pero el primer atisbo de duda se filtró en su mente. Si no había cometido un
error, ¿cuál era el propósito de esa llamada? ¿Estaría Parnell tramando algo, como no
pagarle? ¿Alegaría que los términos del contrato no se habían cumplido?
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—La noticia salió en todos los periódicos —explicó Parnell—. Las víctimas
fueron identificadas como Gordon Reynolds, subdirector del hotel, y Doreen Carr,
una de las recepcionistas.
Boomer soltó una furiosa maldición.
—Ésa misma fue mi reacción —dijo su cliente.
—Era la habitación de McIver —insistió Boomer.
—Pero McIver no estaba en ella.
—¿Crees que fue un señuelo?
—Y funcionó, ¿no te parece?
—¿Qué quieres que haga ahora?
—Encuéntralo y acaba el trabajo.
—¿Cómo voy a encontrarlo? —preguntó Boomer. Había seguido a McIver
desde Texas, pero el rastro acababa en Baltimore.
—Ése es tu problema, no el mío.
—Necesitaré más dinero.
—Tendrás el resto como acordamos… cuando hayas acabado el trabajo.
—Necesito dinero en efectivo para el material —arguyó él—. No puedo
comprar C-4 en el Wal-Mart y cargarlo en mi tarjeta de crédito.
—¿Por qué narices no llevaste contigo lo que necesitabas?
—Porque la policía del aeropuerto suele desconfiar de los pasajeros que llevan
material explosivo en el equipaje.
Su cliente masculló una maldición.
—Encuentra a McIver y yo buscaré un modo de mandarte el dinero.
—¿Qué tal ha ido tu primera semana? —le preguntó Nikki a Colin cuando
volvió a casa el viernes por la tarde. Se lo encontró en una de las tumbonas del jardín,
con las piernas extendidas, viendo cómo Carly saltaba alrededor del aspersor que él
había instalado para combatir la ola de calor.
Se detuvo a varios metros, demasiado consciente de cómo se le aceleraba el
pulso cuando él estaba cerca. No podía arriesgarse a repetir lo sucedido en la cocina
el día en que se trasladó.
Lo había evitado tanto como le fue posible durante la semana, aunque Carly
siempre estaba contándole cosas del «tío Colin» y cómo pasaban el tiempo juntos.
Gracias a las conversaciones con su hija, Nikki tuvo que admitir que Colin no parecía
tener muchas dificultades en su nuevo papel de canguro. Pero seguía sin estar
convencida de que fuera a hacerlo durante todo el verano.
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Al día siguiente, Colin estaba en la puerta de Nikki a las siete en punto. Sabía
que llegaba con mucha antelación, pero no le veía ningún sentido a vagar por los
alrededores viendo pasar los minutos. Arden lo dejó pasar cuando ella salía,
diciéndole que Nikki estaba en la ducha y Carly dibujando en el salón.
Colin siguió el sonido de la televisión y se sentó en el sofá junto a su hija, que
estaba tendida en el suelo, concentrada en su tarea. Con un rotulador verde en la
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mano, añadió ojos, nariz y boca a la cara de una figura, y colocó el capuchón en el
rotulador antes de elegir otro color.
—¿Sabes hacer un perro, tío Colin?
—¿Qué clase de perro? —preguntó él, tomando el rotulador azul que ella le
ofrecía.
—Un perro azul.
—¿Grande o pequeño?
Carly pareció pensarlo unos segundos.
—Grande. Pero más pequeño que yo.
—De acuerdo —examinó la figura que Carly acababa de dibujar—. ¿Eres tú?
La niña asintió, y Colin procedió a hacer un esbozo de algo parecido a un perro.
Minutos después, Carly se reía del resultado.
—Parece una rana.
Colin frunció el ceño. Era cierto. Parecía una rana.
—¿No dijiste que querías una rana? —preguntó, intentando pasar su falta de
talento artístico por un malentendido.
—Dije un perro —respondió Carly riendo otra vez.
—Oh, bueno —le añadió una cola más larga a la rana—. Ya está. Ahora es un
perro.
Carly seguía riendo cuando Nikki bajó las escaleras. Se detuvo en seco cuando
vio a Colin sentado en el sofá junto a su hija.
—No… no sabía que ya estabas aquí —dijo, tirando de las solapas de su corta
bata de seda.
Colin la recorrió descaradamente con la mirada. Llevaba el pelo recogido en lo
alto de la cabeza, pero algunos mechones le caían por el rostro, que estaba sin
maquillar. Su piel cremosa parecía más suave que la bata de seda que la cubría desde
el hombro hasta el muslo y que se ceñía a la curva de sus pechos, dejando ver la
marca de sus pezones. Bajó la vista hasta el cinturón anudado en su esbelta cintura, y
aún más abajo, hasta la curva de sus caderas, el extremo de la bata, sus larguísimas
piernas y finalmente las uñas de los pies, pintadas de rosa brillante.
—Mami, ¿puedes hacer un perro?
La pregunta de Carly hizo moverse a Nikki, que se adentró en el salón
alejándose de él.
—De acuerdo —miró dudosa a Colin y se arrodilló en la alfombra junto a su
hija.
—El tío Colin lo intentó, pero no dibuja bien —dijo Carly.
—Soy un atleta, no un artista —se sintió obligado a alegar en su propia defensa.
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—Le dijo a la tía Arden que no era verdad. Si te gusta besar a mi mamá, podrías
casarte con ella y así serías mi papá.
Colin no sabía si sentirse complacido de que Carly lo quisiera como padre, o
decepcionado porque a Nikki le resultara tan fácil encontrar a un hombre cualquiera
para que fuera el padre de su hija.
Carly dibujó un círculo amarillo en lo alto del papel y varias líneas partiendo
del mismo.
—Ya está —tapó el rotulador justo cuando Nikki volvía al salón.
—Muy bonito —dijo Colin. Carly salió dando brincos con el dibujo en la mano
y él miró a Nikki—. Muy, muy bonito.
Llevaba un vestido plateado a rayas, y sólo de mirarla se le hizo la boca agua. El
tejido era ligero y reluciente, y se pegaba a sus curvas al moverse. El escote era
cuadrado y la falda le caía hasta los tobillos.
Sexy, pensó él, aunque Nikki estaría sexy incluso con un mantel. Pero no
mostraba demasiado. Entonces ella se dio la vuelta y lo dejó con la boca abierta.
El vestido dejaba la espalda al descubierto, salvo por las delgadas tiras que
cruzaban los omoplatos, y la falda se abría por encima de las rodillas.
Abrió un armario y buscó algo en su interior. A los pocos segundos lo volvió a
cerrar y se giró, con una sandalia plateada de tacón colgándole de los dedos.
Colin consiguió cerrar la boca y carraspeó.
—¿Vas a ir vestida… así esta noche?
—No, éste es mi uniforme para buscar zapatos —dijo ella fulminándolo con la
mirada—. En cuanto encuentre el calzado apropiado, me cambiaré.
Él decidió ignorar su sarcasmo.
—¿No crees que es un poco… eh… provocativo?
Nunca había pensado que la espalda de una mujer fuera una parte
particularmente sexy del cuerpo, pero la de Nikki era espectacular, y a él no le hacía
ninguna gracia que estuviese expuesta a la mirada lasciva de todos los asistentes a
aquella cena.
—No.
Colin frunció el ceño. Ni siquiera recordaba la pregunta que ella acababa de
responder.
—¿Habrá baile esta noche?
—Seguramente —contestó ella, frunciendo el ceño también.
—¿Baile lento?
Ella se detuvo de camino a las escaleras y soltó un resoplido de exasperación.
—No sabía que querías un programa detallado del evento.
—Ni yo sabía que ibas a ir medio desnuda —replicó él.
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Nikki apoyó el puño libre en la cadera, lo que ciñó aún más el brillante material
a sus pechos.
—Como vaya vestida no es asunto tuyo.
—Y un cuerno —murmuró él, removiéndose incómodo en el sofá.
Ella aún sostenía la sandalia en la mano, y era fácil imaginársela con los pies
embutidos en un calzado tan sexy. No contenta con su metro sesenta y siete de
estatura, Nikki siempre había mostrado afición por los tacones. A Colin podía
parecerle perfecta, pero reconocía que con un par de sandalias sus piernas se lucirían
aún más.
—Sólo estoy sugiriendo que podrías ponerte algo de más abrigo —algo que la
cubriera desde el cuello a los pies—. Hace un poco de frío esta noche.
—Hace veintiséis grados ahí fuera —le recordó ella.
—Pero vas a estar en un local con aire acondicionado —rebatió él, aunque
pensó que lo mejor sería callarse antes de hacer más el ridículo.
Ella lo miró durante unos segundos antes de negar con la cabeza.
—¿Puedo ir a buscar mi otra sandalia?
—Por supuesto. Lo que sea —si no pensaba cambiarse de vestido, él iba a tener
una pequeña charla con su acompañante antes de que se fueran.
Cuando se quedó solo, se preguntó cómo demonios había accedido a quedarse
con Carly mientras Nikki se iba con otro hombre. La única explicación que se le
ocurría era locura temporal.
A los pocos minutos Nikki bajó y volvió a abrir el armario para rebuscar en su
colección de zapatos.
—¿No habías buscado ya ahí? —preguntó Colin.
—He buscado por todas partes. Dos veces —admitió ella.
Seguía revolviendo zapatos cuando Carly bajó las escaleras con las manos a la
espalda.
—¿Mami?
—Mami está muy ocupada ahora —respondió Nikki sin dejar de hurgar en el
armario.
—Tengo que decirte una cosa.
Nikki se irguió, suspiró y cerró el armario con las manos vacías.
—¿Qué cosa, cariño?
—Es… um… es sobre tu… zapato.
Nikki cerró los ojos, como si supera que las palabras de su hija eran el preludio
de algo peor.
—¿Dónde está?
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Capítulo 8
—No es el mejor momento para una visita —dijo Colin, preguntándose por qué
Shaun iba vestido de etiqueta—. Nikki está en medio de una crisis zapatera.
Su hermano frunció el ceño.
—No vengo de visita, sino a recoger a Nikki.
Fue el turno de Colin de fruncir el ceño. ¿Shaun era el acompañante de Nikki?
Bueno, aquello explicaba el esmoquin de su hermano. Pero no la miríada de
emociones que lo asaltaron por el inesperado descubrimiento.
¿Debería sentirse aliviado de que fuera Shaun y no otro? ¿O furioso de que
llevara un vestido tan sexy para deleite de su hermano?
—¿Puedo pasar? —preguntó Shaun.
Colin se retiró, atónito. Era imposible que Nikki estuviera saliendo con Shaun.
¿Su exmujer y su hermano? Era ridículo.
Shaun nunca…
Demonios, Nikki era una mujer muy hermosa. Cualquier hombre se
consideraría afortunado por estar con ella.
Pero Nikki nunca…
Bueno, como Nikki había dejado muy claro, él ya no sabía nada de ella.
Tal vez Shaun fuera el tipo de hombre que buscaba. Un profesional con éxito,
responsable y digno de confianza. Y había estado a su lado los últimos cinco años,
mientras que él no.
Un poco más tarde, estaba de pie junto a la ventana mientras Carly se despedía
con la mano de su madre y de su tío. Vio cómo Shaun ponía la mano en la espalda de
Nikki, su palma contra la piel expuesta, para guiarla al coche. No había torpeza ni
inseguridad en el tacto. Si aquello era una cita, obviamente no era la primera.
Aun así, Colin se consoló un poco por el hecho de que Nikki se hubiera visto
obligada a ponerse un par de zapatillas grises de suela plana, tomadas del armario
de Arden. Aunque combinaban bien con el color del vestido, no era la clase de
calzado que inspirara fantasías eróticas. Colin había reprimido una sonrisa mientras
veía cómo se las calzaba sin dejar de gruñir y protestar, y había agradecido en
silencio el inconsciente intento de su hija por alejar a su madre de los brazos de otro
hombre.
Horas más tarde, estando Carly ya acostada, Colin seguía devanándose los
sesos por la relación entre su exmujer y su hermano. La idea de que pudiera haber
algo entre ellos lo angustiaba más que cualquier otra preocupación. Incluso las
amenazas de Parnell y las bombas quedaron relegadas a un segundo plano, al menos
de momento.
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Cuando dieron las diez y Nikki seguía sin aparecer, su preocupación aumentó.
Ella no había dicho a qué hora volvería, y a él no se le había ocurrido preguntárselo.
Tenía el número de su móvil por si había una emergencia, pero dudaba de que fuera
una emergencia que su hermano se pegara a ella en la pista de baile.
Al oír el chirrido de los neumáticos en la grava soltó un suspiro de alivio.
Debían de haber salido poco después de la cena para estar pronto en casa, lo cual
confirmaba que había sido un compromiso más que una cita.
Subió el volumen de la televisión, fingiendo estar absorto en un partido de
béisbol.
Pero no fue Nikki quien entró en casa, sino Arden.
—Has vuelto muy pronto —dijo él, ignorando la punzada de decepción.
Arden se quitó los zapatos y se dejó caer en un sillón, metiendo los pies bajo
ella.
—No tan pronto.
—¿Una mala cita?
—La peor. Nunca, nunca, nunca te dejes convencer para salir con alguien que
tus amigas solteras aseguran que es maravilloso —lo avisó—. Porque la verdad es
que si fuera maravilloso, no estaría disponible y no intentarían endosártelo.
Colin no pudo evitar una sonrisa.
—Parece una idea razonable.
—¿Por qué todo el mundo piensa que una mujer no puede ser feliz a menos que
tenga un hombre en su vida?
—No sabría decirlo —respondió él.
—Porque yo soy muy feliz —siguió ella—. Soy una mujer independiente con un
trabajo gratificante y unas amistades maravillosas.
Colin sabía de lo que estaba hablando. Y como él había pasado por lo mismo,
comprendía que pudiera sentirse sola a pesar de las apariencias.
—La vida es agotadora, ¿eh?
—Sí, a veces sí que lo es —dijo ella riéndose y levantándose—. Creo que voy a
tomarme una copa de vino. ¿Quieres una, o vas a bajar ya a tu casa?
—Creo que me quedaré un rato más —respondió él despreocupadamente. Tal
vez no fuera el hombre que acompañaba a Nikki esa noche, pero estaba decidido a
ser el hombre en quien ella pensara cuando se fuera a la cama.
—¿Quieres ver a qué hora vuelve a casa? —bromeó Arden, acercándose al
armario del comedor para sacar dos copas. Encontró una botella de vino tinto en el
armario inferior y la descorchó—. Si es que vuelve.
Colin la miró con ojos entornados, pero Arden se limitó a sonreír.
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—Gracias, pero ha sido un día muy largo y mis pies me están matando. Creo
que voy a empezar a darle una paga a Carly. Así podré descontarle los zapatos que
me estropee.
Shaun se rio.
El alivio inicial que Colin había sentido dejó paso a otra emoción que prefirió no
definir. Entonces Shaun se acercó a Nikki y le puso las manos en los hombros. A
Colin le costó toda su fuerza de voluntad no salir al porche y echar a su hermano a
patadas.
—Tengo que entrar ya —dijo Nikki.
—Está bien —respondió Shaun, pero en vez de retirarse se inclinó hacia ella.
—Va a besarla —susurró Colin.
—Es lo que suele pasar al final de una cita —dijo ella detrás de su hombro.
Desde luego que eso era lo que pasaba. Sintió que le ardía el estómago al ver
cómo la cabeza de Shaun descendía hasta que su boca rozó la de Nikki. Colin apretó
los puños, pero, por suerte para su hermano, el beso se acabó incluso antes de haber
empezado.
—Buenas noches, Shaun —dijo Nikki con suavidad.
Tanto Colin como Arden volvieron rápidamente a sus asientos mientras se oía
una llave en la cerradura.
—¿Ha anotado una carrera? —preguntó Arden, como si estuvieran comentado
el partido de béisbol que seguían retransmitiendo por televisión.
—¿Una carrera? —repitió Colin, indignado—. Pero si ni siquiera ha alcanzado
la primera base.
—No sé —repuso ella—. A mí me ha parecido impresionante.
Colin negó con la cabeza.
—No son más que aficionados.
—Como si tú pudieras hacerlo mejor —se mofó Arden.
—Puedes estar segura —dijo él con una sonrisa.
Nikki dejó caer las llaves sobre la mesita del vestíbulo y contempló la escena del
salón. ¿Colin y Arden sentados en la misma habitación, viendo un partido de béisbol
y compartiendo una botella de vino?
A Arden ni siquiera le gustaba el béisbol. Y Nikki había estado convencida de
que tampoco le gustaba Colin. Sí, había sido ella quien sugirió que Colin se
trasladara temporalmente al apartamento del sótano. Pero, aun así, resultaba extraño
que hubieran congeniado tan rápidamente.
—Oh, hola, Nic —la saludó Arden con una sonrisa.
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—¿Cómo es que has vuelto tan pronto a casa? —le preguntó Nikki, quitándose
una de las zapatillas prestadas. El pie casi le gritó de alivio.
—No preguntes —murmuró su prima.
—¿Cómo está Carly? —le preguntó a Colin.
—Bien. Estuvimos viendo una película y comiendo palomitas.
—¿Puso problemas para irse a la cama? —se sentó en el sofá junto a Arden y
empezó a masajearse un pie.
—No, pero tuve que leerle cinco veces un cuento sobre un conejo y una conejita.
—Propio de un novato —dijo Arden con una sonrisa burlona. Llenó su copa de
vino y le tendió la botella a Colin—. Hasta mañana, chicos.
—¿Quieres una copa? —le preguntó Colin a Nikki.
—No, gracias —necesitaba mantener la cabeza despejada.
Él se levantó, dejó la botella y la copa sobre la mesita y se sentó en el sitio que
había dejado Arden.
—Pon los pies aquí —dijo, palmeándose los muslos.
—¿Por qué?
—Para que pueda darte un masaje —respondió sonriente.
Ella dudó. Un masaje en los pies era algo inofensivo, pero sabía por experiencia
lo peligroso que podía ser el contacto físico de Colin.
—Tus pies te lo agradecerán por la mañana —le aseguró él.
Realmente los pies la estaban matando, y la oferta de Colin parecía sincera, de
modo que se giró para apoyar la espalda en el brazo del sofá y colocó las piernas
sobre los cojines. El se acercó y tomó uno de los pies en sus fuertes manos. Sus dedos
empezaron a moverse por el empeine.
—¿Cómo fue tu… cita? —le preguntó.
—Muy bien —respondió ella. Cerró los ojos, embriagada por el mágico tacto de
sus dedos. Colin tenía unas manos maravillosas, y ella temió soltar un gemido de
placer. Nunca había pensado que un masaje de pies pudiera ser tan sensual—.
¿Seguro que Carly se ha portado bien? —preguntó abriendo los ojos. Tenía que
pensar en cualquier otra cosa—. ¿No te hizo pasar un mal rato?
—Se portó formidablemente —dijo él, dejando el pie y tomando el otro—. Es
una niña maravillosa. La has educado muy bien.
—Gracias —se quedó sorprendida y conmovida por el halago. Y un poco
recelosa.
—Cuando me enteré de que habías tenido un bebé, me puse furioso —sus
manos seguían masajeándola como si tuvieran vida propia—. Sólo podía pensar en
todo lo que me había perdido. No me paré a considerar lo duro que debió de ser para
ti.
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—Creía que habíamos acordado tomarnos las cosas con calma —él asintió—.
¿Ya te has aburrido?
—No.
—Entonces, ¿de qué se trata?
—De nosotros.
Ella retiró los pies y se los metió bajo la falda, intentando poner distancia entre
ellos.
—No hay «nosotros».
—Ya sabes que con decir eso me estás retando a demostrarte que te equivocas
—dijo él, deslizándose sobre los cojines hasta que le tocó la rodilla con el muslo.
—No —levantó una mano para impedir su avance.
—Si estás tan segura de que nuestra relación se ha acabado, ¿por qué tiemblas
tanto cuando te toco?
Le pasó la punta de un dedo por el labio inferior, y la respuesta inconsciente de
Nikki confirmó su insinuación.
—Es solamente una reacción física —dijo ella apartándole la mano.
—Cuando te beso —siguió él, acercándose más—, ¿sientes lo mismo que
cuando te besa cualquier otro hombre?
—No me gustan las comparaciones —declaró, aunque no podía dejar de pensar
en las increíbles sensaciones que sus besos le provocaban.
—A mí sí —dijo él, y deslizó una mano por su muslo, hasta la cadera.
—Esa es la diferencia entre tú y yo.
—Hay muchas diferencias entre tú y yo —repuso él con otra de sus
arrebatadoras sonrisas—. Eso es lo que lo hace tan interesante. Pero no me has
entendido. Estaba hablando de los besos —bajó la mirada hasta sus labios y Nikki
sintió que se le cortaba el aire—. Ninguna otra mujer a la que haya besado me ha
excitado tanto como tú. Ninguna me ha cautivado como tú. Así que me resulta difícil
creer que para ti un beso entre nosotros sea como cualquier otro.
—Me da igual lo que creas —dijo ella con fingido desdén, aunque apenas podía
hablar.
—Bien, porque pensaba hacer una pequeña prueba.
Nikki no necesitaba preguntar en qué consistía esa prueba. Podía leerlo en sus
ojos. Y seguro que él también podía reconocer el deseo en los suyos. Pero había
aprendido que los impulsos podían controlarse. Sólo necesitaba fuerza de voluntad.
—No —dijo con firmeza cuando él se acercó un poco más.
—¿No qué? —preguntó sonriendo.
¿No qué? No tenía ni idea. Sólo podía pensar en cuánto deseaba que la besara.
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—Quiero que nos llevemos bien por Carly, pero nada más.
—No me creo que no me desees —dijo él, levantándose—. Cuando te beso…
—Hubo un tiempo en el que te amaba más que nada —lo interrumpió ella—.
Me quedé destrozada cuando te fuiste. No me arriesgaré otra vez al mismo
sufrimiento.
—Esta vez sería diferente…
—No —su tono era firme y decidido—. Es tarde, Colin. Creo que deberías irte.
Pero él no se movió.
—Quiero una segunda oportunidad, Nicole.
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Capítulo 9
Nicole se apartó de él.
—No voy a volver a servirte de muleta, Colin. No puedo.
—¿De qué estás hablando? —preguntó con el ceño fruncido.
—Nos conocimos cuando tu carrera había acabado. Estabas perdido, sin saber
qué hacer el resto de tu vida. Yo llené ese vacío… por un tiempo. En cuanto tuviste la
oportunidad de volver al hockey, te olvidaste de mí y del futuro que decías querer
tener conmigo.
—¿Eso es lo que crees?
—Eso es lo que pasó —respondió ella, mirándolo desafiante.
—Pero ahora no es así.
—¿No?
—No —negó con vehemencia—. He solicitado un empleo en la nueva cadena
de televisión del pueblo.
Nikki se acercó a la mesa y agarró la copa de vino. El beso le había demostrado
que Colin era más peligroso para su organismo que el exceso de alcohol.
—¿Me estás tomando el pelo?
Él negó con la cabeza.
—El lunes tengo una prueba.
—¿Qué vas a hacer con Carly?
—La llevaré conmigo.
Su rápida respuesta la sorprendió. Colin hacía siempre lo que quería y cuando
quería, y ella había asumido erróneamente que había olvidado las responsabilidades
con su hija.
—¿De qué empleo se trata?
—Comentarista deportivo.
—¿En serio quieres dejar de ser entrenador?
—Quiero estar contigo y con Carly.
Era una respuesta sincera, aunque no la que ella había esperado.
—¿Cuánto tiempo hace falta para demostrarte que voy a quedarme?
—Más de una semana.
—¿Cuánto? —insistió él.
—No lo sé.
—Cometí un error, Nic. ¿Vas a hacérmelo pagar el resto de mi vida?
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Lo había rechazado la primera vez que le pidió una cita… y las doce siguientes.
Pero la persistencia de Colin acabó venciendo sus reparos, y cuando salió con él la
primera noche supo que lo había juzgado mal. El hockey no era sólo un juego o un
trabajo para él. Era su vida.
No pudo sino admirar esa pasión. Había nacido con talento, pero había sido lo
bastante listo y valiente para utilizar ese talento en hacer realidad su sueño.
Y aquella primera noche, había empezado a enamorarse de él. Le entregó su
corazón sin reservas, creyendo que el amor que compartían duraría para siempre. Se
equivocó.
—¿Crees que las cosas habrían sido diferentes si me hubiera quedado en
Fairweather? —le preguntó él.
Ella negó con la cabeza.
—Nunca quise que te quedaras. Quería que me llevaras contigo.
Colin la miró un momento, sorprendido.
—¿Estás diciendo que habrías venido a Texas conmigo?
—Habría ido al fin del mundo contigo.
—Entonces danos otra oportunidad, Nic.
—No pudimos lograr que funcionara antes —le recordó ella—. ¿Qué te hace
pensar que ahora sería diferente?
—Porque ahora sé que nunca sentiré por nadie más lo que siento por ti.
Ella volvió a negar con la cabeza, resistiéndose a sus palabras.
—¿En serio esperas que crea que todo ha terminado entre nosotros? Por Dios,
Nikki. Cada vez que te beso… No sé describirlo. No había sentido nada igual con
nadie.
—Tal vez porque no te lo has permitido —le replicó con suavidad. Ella tampoco
se lo había permitido a sí misma. Se había aferrado tan desesperadamente a los
recuerdos que nunca se había abierto a otro hombre. Era la única explicación a cinco
años de celibato.
—¿Crees que no he intentado olvidarte? ¿Crees que no he deseado sacarte de
mi vida? Pues sí, lo he intentando. Durante años he intentado convencerme de que lo
nuestro había acabado, pero me engañaba a mí mismo. No eres una parte de mi
pasado, Nic. Eres una parte de mí. Y mi vida no está completa sin ti.
Con aquellas palabras, la debilitada resistencia de Nikki se derrumbó por
completo.
—Vamos —dijo él, percibiendo su ventaja—. Hace una noche preciosa. El cielo
está lleno de estrellas. ¿Por qué no salimos a dar un paseo?
Era una noche preciosa. Una noche para el romance. Una noche para animarla a
arrojar la lógica por la ventana y seguir los peligrosos dictados del corazón…
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—Es más de medianoche —señaló—. No voy a pasear por las calles a estas
horas.
—Entonces sentémonos en el porche —su voz era suave, casi irresistible.
—Ha sido un día muy largo, Colin. Sólo quiero irme a la cama.
—Eso es saltarse unos cuantos pasos, pero me parece bien —bromeó él.
—Sola —dijo ella sin poder evitar una sonrisa—. Necesito tiempo, Colin.
Tiempo para pensar, y no puedo hacerlo si estás cerca.
Él suspiró.
—Si me voy, ¿pensarás en mí?
—Seguramente —admitió ella sin el menor entusiasmo.
—Entonces deja que te dé algo para pensar.
Puso la palma en el quicio de la puerta, tras el hombro de Nikki, y se inclinó
hacia ella. Sus cuerpos quedaron a escasos centímetros, lo bastante cerca para que
Nikki sintiera el calor que emanaba de él.
—Voy a darte un beso de buenas noches, Nicole.
Eran las mismas palabras que le había susurrado al final de su primera cita,
cinco años atrás. No le había pedido permiso ni le había dado oportunidad para
rechazarlo. Y, de todos modos, ella tampoco lo hubiera hecho. Había deseado
desesperadamente aquel beso, sin sospechar que un simple beso sería el comienzo
del amor más intenso y excitante que jamás sentiría… y de la brutal devastación que
siguió.
Ahora sabía lo frágil que era su corazón y lo peligrosa que podía ser su pasión
por Colin. Y además tenía que pensar en su hija. Tenía que ser inteligente y
responsable.
Pero antes de que pudiera pensar, antes de que pudiera ser inteligente y
responsable, él había cubierto la escasa distancia que separaba sus bocas…
El aire se le quedó atascado en la garganta y su cuerpo pareció derretirse. De no
haber estado apoyada contra la puerta, habría caído al suelo. No era justo que
pudiera hacerla responder así con un simple beso.
Porque era un simple beso, nada más. Sólo la tocaba con los labios, pero… de
qué manera. Tres segundos más de suplicio y lo estaría llevando al dormitorio, sin
preocuparse por Carly, por Arden ni por nada.
Tenía que detener aquella locura.
Ahora.
Pero fue Colin quien se retiró.
—Hasta mañana —le dijo.
***
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Tal y como prometió, Colin seguía allí a la mañana siguiente, y a la otra. Un día
tras otro, hasta que Nikki empezó a preguntarse si sería verdad que no iba a
marcharse.
Le gustaba que Colin y Carly parecieran estar tan unidos, aunque no podía
evitar el temor de que aquel profundo afecto entre padre e hija amenazara el lazo
maternal con su pequeña. Incluso cuando estaba a solas con Carly, lo cual era cada
vez más raro, la niña siempre hablaba del tío Colin. El entusiasmo de su hija le
parecía natural, pero una parte de ella se resentía por esa conexión y se preguntaba si
Carly prefería estar con Colin.
Sabía que era un miedo irracional, pero no podía evitar la sensación de que
Colin estaba arrebatándole su lugar. Se había convertido en el centro de la vida de
Carly, y Nikki temía que su hija se viera obligada a elegir, lo eligiera a él en vez de
ella.
Pero por las noches, cuando se quedaba a solas con Colin, todos los temores y
dudas se esfumaban, al menos por un rato, y se permitía soñar con que las cosas
pudieran salir bien, que pudieran formar una familia. Antes de irse a la cama, él se
despedía con un beso largo y tenaz que le hacía recordar lo increíble que había sido
hacer el amor con aquel hombre y le hacía desear volver a abrir su corazón.
El jueves por la tarde de la segunda semana que Colin pasaba con Carly, Nikki
volvió a casa y vio un Jeep Grand Cherokee negro, nuevo y reluciente, aparcado en el
camino de entrada.
—¿De quién es ese coche? —preguntó cuando encontró a Colin en la cocina.
—Mío —respondió él.
—¿Qué le ha pasado al Porsche?
—Sólo era un coche de alquiler —sonrió—. Este es mío.
Nikki reprimió el brote de alegría en su corazón. Que hubiera comprado un
coche no significaba que fuera a quedarse para siempre. Un vehículo tenía ruedas, al
fin y al cabo.
Pero también estaba la televisión de pantalla gigante que habían entregado el
día anterior. Y el columpio y el tobogán que tres hombres habían instalado en el
jardín el lunes por la tarde. Incluso había comprado unos zapatos para Nikki… un
par de sandalias plateadas de tacón, iguales a las que Carly había estropeado.
—¿Quieres dar una vuelta? —le propuso—. Podríamos ir a Lookout Point.
—¿Por qué haces esto, Colin?
—¿El qué?
—Fingir que vas a quedarte, cuando ambos sabemos que quieres irte del
pueblo.
—Eso fue cierto una vez —dijo él, abrazándola por la cintura—. Pero las cosas
han cambiado.
—¿Qué ha cambiado? Aparte de que ahora no tengas un trabajo al que acudir.
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—Muchas cosas, como por ejemplo que ahora tengo una hija aquí.
—¿Y eso basta para ti?
—Puede que no —admitió en voz baja—. Carly es sólo parte de la razón por la
que quiero quedarme.
Intentó inclinarse hacia delante, pero ella le puso una mano en el pecho.
—No, Colin.
—¿No qué? ¿No puedo decirte cómo me siento? —se apartó bruscamente y se
pasó una mano por el pelo—. Maldita sea, Nicole, ¿hasta cuándo vas a hacerme
pagar por haber sido un idiota hace cinco años?
—No se trata de tomar represalias —replicó ella—. Se trata de mi vida.
—Lo único que te pido es formar parte de tu vida.
—Ya lo eres, lo quiera yo o no.
—Vamos, Nic. ¿Puedes decirme sinceramente que no has disfrutado del tiempo
que hemos pasado juntos durante las dos últimas semanas?
Ella suspiró, porque Colin tenía razón.
—No voy a abandonarte esta vez —dijo él con los ojos entornados—. Tarde o
temprano, tendrás que reconocer la verdad.
—El tiempo lo dirá —se giró para marcharse, pero él la agarró de la muñeca y la
obligó a mirarlo.
—No tengas miedo, Nicole —le susurró, pasándole un brazo por la cintura.
—No tengo miedo —respondió ella poniéndose rígida—. Sólo soy precavida.
Él la atrajo contra su cuerpo y le subió las manos por la espalda.
—¿Y ser precavida te da calor por la noche? —le dio un mordisquito en el
lóbulo de la oreja—. ¿Te hace temblar de emoción? —le pasó la lengua por la
mandíbula—. ¿Te hace gritar de placer?
Ella le puso una mano en el pecho, pero no lo empujó.
—No, Colin —volvió a decir.
—¿No qué? ¿No quieres que te recuerde lo que hay entre nosotros?
—No me hagas desear algo que no puedo tener.
—Podríamos tenerlo todo, Nic.
—Es muy pronto —dijo ella negando con la cabeza.
—Y yo que pensaba que estábamos tardando demasiado en llegar a este punto
—sonrió tristemente y le apartó un mechón de la mejilla—. Pero no pretendía
presionarte.
—Pues lo has hecho —dijo ella con una sonrisa irónica.
—Un poco, tal vez —reconoció él.
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El Cone Zone era un lugar muy concurrido el jueves por la tarde, aunque
también ayudaba la inesperada ola de calor que llevaba azotando al pueblo los
últimos días.
Boomer aparcó junto a un llamativo jeep negro y salió con desgana de su coche
prestado y climatizado para unirse a la fila de clientes que salía por la puerta de la
heladería. La camisa se le había pegado a la espalda antes incluso de cruzar el
aparcamiento, y tuvo que sacar un pañuelo del bolsillo de sus pantalones cortos para
secarse el sudor de la frente.
La fila avanzaba lentamente, pero al fin llegó al interior y pudo protegerse del
sol y el agobiante calor. Leyó por encima el menú que había en el mostrador mientras
se volvía a secar la frente. Demasiados sabores, demasiadas opciones. A él le
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gustaban las cosas simples. Por desgracia, nada había resultado simple desde que
aceptó aquel encargo.
Desvió la mirada hacia los otros clientes. Casi todos eran adolescentes, en
parejas o en grupos, y unas cuantas familias. La pareja que tenía enfrente iba
abrazada y con las manos en los bolsillos del otro. Boomer no podía comprender
cómo la gente podía estar tan pegada con aquel calor sofocante.
Sacudió la cabeza y centró su atención en el trío que había delante de los
adolescentes. Un hombre, una mujer y una niña pequeña.
Observó con detenimiento al hombre. Medía más de un metro ochenta,
complexión robusta, pelo castaño oscuro… Llevaba gafas de sol, ¿serían sus ojos
verdes? Imposible saberlo, pero el resto de la descripción bastaba para llamar su
atención.
Los adolescentes se apartaron con sus helados y el trío llegó al mostrador.
—Un helado de dos bolas de praliné, otro doble de chocolate, y… —el hombre
miró a la niña—. ¿Qué vas a tomar, Carly?
—¡Fresa!
—Y un helado de fresa.
—Doble, tío Colin.
Colin. El sonido de aquel nombre liberó una corriente de adrenalina en el
organismo de Boomer.
—Está bien —dijo el hombre llamado «tío Colin», y le sonrió a la pequeña antes
de dirigirse a la dependienta—. Que sean dos bolas de fresa.
—Por favor —le recordó la niña.
—Por favor —repitió el hombre, sonriendo.
Boomer también sonrió.
El blanco acababa de ser localizado.
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Capítulo 10
Colin aparcó frente a la comisaría y se quedó sentado al volante durante un
rato, sintiendo el peso de aquel papel en el bolsillo. Quizá estuviera exagerando.
Pero, por mucho que intentara convencerse, no podía dejar de pensar que lo estaban
siguiendo.
Era un extraño hormigueo en la nuca, una incómoda sensación que se agitaba a
veces en su interior, una espeluznante sospecha de que no estaba solo. Seguramente
se tratara de una paranoia, provocada por las amenazas de Parnell y las muertes de
tres inocentes. La primera vez que lo sintió fue al ver que un Honda azul oscuro lo
seguía a casa de su hermano. No había vuelto a pensar mucho en ello, pero estaba
seguro de haber visto el mismo vehículo al menos tres veces desde entonces. La
última, el viernes por la mañana, cuando llevó a Carly al parque.
Pero aunque no quisiera hacer caso de su intuición, no podía arriesgarse a que
le pasara nada a su hija. Por eso había llamado a la policía para preguntar por el
detective Creighton.
Colin y Creighton habían jugado al hockey de niños, y habían seguido siendo
amigos, aunque no muy cercanos, durante el instituto. Después, Colin se había ido
de Fairweather al convertirse en jugador profesional y Dylan se había matriculado en
la academia de policía.
Desde entonces lo había visto muy poco, y nada en absoluto durante los
últimos cinco años, pero sabía que sería más fácil compartir sus temores con un viejo
amigo que con un desconocido.
—Colin McIver —Dylan se levantó de su sillón y extendió una mano—. Oí que
habías vuelto al pueblo.
—Por un tiempo —respondió él, estrechándole la mano.
—No te había visto desde el funeral del juez.
—No había vuelto desde entonces —admitió Colin.
El detective volvió a sentarse tras su mesa metálica, llena de arañazos.
—¿Es la primera vez que vuelves a casa en más de cinco años?
—He estado muy ocupado —respondió encogiéndose de hombros.
—He seguido a tu equipo —le comentó Dylan—. Hicisteis una gran temporada.
—Hasta los play-offs.
—Siempre se puede mejorar al año siguiente.
Pero Colin no estaba seguro de que pasara un año más con el equipo. Aunque
sus nuevos dueños quisieran renovarle el contrato, él no quería regresar si eso
significaba abandonar a su hija. Ya no podía imaginar su vida sin ella.
—Me gustaría pensar que sólo te has pasado por aquí para saludarme, pero
parece que algo te preocupa —dijo Dylan.
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—Sí. Puede que no sea nada, pero… —sacó el pedazo de papel del bolsillo y lo
puso sobre la mesa.
—¿Es el número de una matrícula? —preguntó Dylan al verlo.
—En efecto, de un Honda Civic azul oscuro último modelo.
Dylan escribió los detalles y la matrícula en un bloc de notas.
—Puede que sólo sea una coincidencia —dijo Colin—, pero he visto el mismo
coche en otras ocasiones, como si me estuviera siguiendo.
—¿Tienes alguna razón para sospechar que alguien pueda estar siguiéndote?
Colin le explicó brevemente lo de las amenazas de Duncan Parnell, la bomba en
su apartamento, la tragedia en el hotel de Baltimore, la fuga de Parnell y el reciente
presentimiento de que alguien lo seguía.
—¿Y todo eso por haber apartado al chico de los play-offs?
Colin asintió. Era más fácil que explicar la historia completa: el accidente de
coche de Parnell y su grave lesión de espalda, su terapia intensiva, la medicación que
había empezado a tomar por su cuenta para poder jugar a pesar del dolor… Colin no
se había enterado de lo mal que estaba Parnell hasta que se lo dijo Gil Beauchamp,
compañero de equipo de Parnell y uno de sus mejores amigos. Beauchamp había
confiado en Colin sólo porque lo preocupaba que su amigo necesitara cada vez más
píldoras para jugar un partido.
Era casi el final de la temporada cuando Colin se enfrentó a Parnell para
preguntarle por las drogas.
Parnell había intentado quitarle importancia, alegando que sólo necesitaba algo
para aliviar el dolor. Colin se culpó a sí mismo por no haber notado antes los
síntomas, y supo que la única manera de ayudar a Parnell, y de obligarlo a seguir un
tratamiento para su adicción, era apartarlo del equipo. Desde entonces se había
arrepentido de esa fatídica decisión.
—Y luego dicen que es peligroso ser poli —dijo Duncan sacudiendo la cabeza.
Colin se limitó a encogerse de hombros—. ¿Puedes decirme algo más sobre ese
vehículo? ¿El conductor es hombre o mujer?
—Nunca se ha acercado lo bastante a mí para poder distinguirlo, pero estoy casi
seguro de que es un hombre.
—Seguro que tienes razón —confirmó Dylan—. Si fuera una mujer, tendrías su
número de teléfono en vez del número de su matrícula.
—Y no te lo habría dado a ti —replicó Colin.
El detective sonrió.
—Déjalo en mis manos.
Colin salió de la comisaría convencido de que Dylan se haría cargo de la
situación, permitiendo que él se ocupara de su familia.
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***
La clave para convencer a Nikki de que siempre estaría con ella y con Carly era
apoyar su palabra con hechos. Nikki había pasado cinco años rumiando el
resentimiento y la desconfianza, por lo que no podía cambiar de parecer de la noche
a la mañana. Haría falta tiempo y perseverancia para conseguirlo, y eso era lo que
Colin tenía de sobra.
El domingo por la mañana, llamó a la puerta trasera a la hora que habían
quedado para ir al zoo. Estaba ansioso por empezar su campaña. Una excursión
familiar, con suerte la primera de muchas, sería la oportunidad perfecta para
demostrarle a Nikki que quería formar una familia.
Pero cuando ella abrió la puerta, no parecía lista para ir al zoo ni a ninguna
parte. Las mallas y la camiseta arrugada que llevaba, y el pelo alborotado y los ojos
empañados, sugerían que había estado durmiendo cuando él llamó.
—No estás lista —dijo, tras aclararse la garganta.
—Lo siento —respondió ella ocultando un bostezo con la mano. Se apartó para
dejarlo pasar—. Iba a llamarte esta mañana pero ni siquiera recuerdo haber oído el
despertador.
—Parece que has tenido una mala noche —dijo Colin, viendo sus ojeras.
—Todas la hemos tenido —corroboró Nikki—. Carly se puso enferma y Arden
y yo tuvimos que turnarnos para cuidarla.
Colin sintió una punzada de pánico.
—¿Está bien?
—Se recuperará pronto —respondió ella asintiendo.
—¿Fue por algo que yo hice?
—¿Cómo? —preguntó con el ceño fruncido.
—Ayer estuve con ella todo el día. Tal vez le di de comer algo que le sentó mal,
o quizá olvidé algo importante, o…
—Colin —lo interrumpió con voz cortante—. No hiciste nada malo. Los niños
se ponen enfermos de vez en cuando, y a Carly le tocó anoche.
—¿Estás segura? —quería creerla, pero no podía librarse de la culpa por su falta
de experiencia.
—Completamente. Parece que ha pillado algún virus.
—La llevé al parque. Seguro que se lo contagiaron los otros niños.
—No fue culpa tuya —le aseguró ella.
—¿Cómo está ahora? —preguntó, nada convencido.
—Durmiendo —dijo, y se tapó otro bostezo.
—Tú también deberías estar durmiendo.
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Nikki no había pensado dormir más que una hora, pero se quedó dormida nada
más apoyar la cabeza en la almohada, y cuando volvió a abrir los ojos eran las dos de
la tarde, casi cuatro horas desde que Colin la había mandado a la cama.
Convencida de que si hubiera habido algún problema Colin la habría
despertado, se duchó rápidamente, se puso unos shorts y un jersey de algodón y,
sintiéndose mucho mejor, se aventuró a bajar las escaleras.
Caminó de puntillas por el salón, donde Carly dormía plácidamente en el sofá,
y entró en la cocina, donde la recibió un agradable olor a café. No había ni rastro de
Colin, pero seguro que no se había ido a su apartamento dejando sola a Carly.
Se sirvió una taza de café y siguió el sonido del agua hacia el lavadero. Lo que
vio allí le hizo preguntarse si aún estaba soñando.
Anchos hombros, firmes pectorales, abdominales marcados, unos shorts color
oliva sobre unas estrechas caderas y unas piernas largas y musculosas ligeramente
cubiertas de vello oscuro. Y sobre el cuerpo perfecto, un rostro que sería la fantasía
de cualquier mujer y la envidia de cualquier hombre.
Y estaba haciendo la colada.
O más bien, estaba planchando. La imagen de Colin, tan fuerte y varonil, con
una plancha en la mano, era algo que Nikki nunca olvidaría.
—Preparas un café delicioso y además planchas —dijo en voz alta.
Colin alzó la mirada y le sonrió.
—¿Cómo te sientes?
—Mucho mejor, gracias —señaló la tabla de planchar—. No es necesario.
Él se encogió de hombros y ella a punto estuvo de babear al ver cómo sus
músculos se flexionaban.
—Estoy esperando que acabe la secadora.
—¿Has metido tu camisa?
—Sí. Un pequeño accidente con Carly.
—¿Sólo uno? —preguntó Nikki, esperanzada, pero Colin negó con la cabeza.
—Sólo uno que no fue a parar al cubo.
—¿Cuánto tiempo lleva durmiendo?
—Casi dos horas —deslizó la blusa recién planchada de Nikki en una percha,
abrochando el botón superior con una mano.
Nikki se llevó la taza a los labios y tomó un sorbo. El café estaba delicioso, y era
más seguro concentrarse en sus habilidades culinarias que permitirse recordar cómo
le había desabrochado la ropa con la misma pericia.
—¿Quieres una taza de café? —le ofreció.
—Yo me la serviré —dijo él, y se agachó para desenchufar la plancha. El
movimiento hizo que los shorts se estiraran sobre sus glúteos.
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Capítulo 11
Colin sintió que se quedaba sin aire. ¿Nikki le había pedido que se quedara?
Como respondiendo a su pregunta, ella ladeó la cabeza y lo miró.
—Quédate —repitió, sin la menor vacilación en sus ojos grises.
De acuerdo, tal vez fuera un idiota, pero quería asegurarse de que ella sabía lo
que hacía.
—¿Por qué?
—Creo que no hace falta que te lo diga —respondió, mordiéndose el labio.
—¿Quieres acostarte conmigo?
—Sí.
Su rápida respuesta debería haberlo complacido, pero en vez de eso lo dejó
extrañamente decepcionado.
—No.
—¿No? —preguntó ella, repentinamente desconcertada.
—No voy a acostarme contigo —deslizó las manos sobre sus costillas hasta la
parte inferior de sus pechos—. Voy a hacer el amor contigo.
Ella arqueó las cejas, como sugiriendo que la diferencia era irrelevante. Pero
ambos sabían que no lo era. Él quería que se abriera por completo: de cuerpo,
corazón y alma. Quería hacerle el amor lenta, interminablemente, hasta que ella no
pudiera seguir negando que estaban hechos para estar juntos.
—Olvídalo —dijo ella—. Es tarde, y Carly se despertará temprano por la
mañana.
Su respuesta no lo sorprendió. Estaba asustada y no quería admitir lo que había
entre ellos.
—¿De qué tienes miedo, Nicole?
—No tengo miedo. Es sólo que no quiero complicar las cosas.
—Pues entonces hagámoslo simple —dijo él, y volvió a besarla.
Fue un beso lleno de pasión y promesas, y ella no tardó en ceder. Echó la cabeza
hacia atrás, rendida, mientras él la besaba por el cuello, deleitándose con el sabor
único de su piel. Con las manos le recorría lentamente el cuerpo, sacándole su
respuesta en vez de exigírsela. Y ella respondió, con besos de ensueño, suaves
murmullos y tiernas caricias.
—¿Estás segura de que es esto lo que quieres? —retirarse para hacerle esa
pregunta casi acabó con él, pero necesitaba asegurarse. No quería que se arrepintiera
después—. No quiero presionarte, Nicole.
Ella lo miró con ojos llameantes, respirando con dificultad.
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calor, hasta que él no sólo pudo oír el rugido de la sangre en su cabeza. Se aferró
como pudo al resto de control que le quedaba hasta que sintió los violentos espasmos
de Nikki. Y entonces se lanzó al éxtasis con ella.
Nikki yacía en silencio debajo de Colin. El corazón aún le latía con fuerza, y la
piel seguía enardecida por el placer. No estaba segura de cuánto tiempo habían
permanecido abrazados sobre las sábanas. ¿Minutos? ¿Horas? No importaba. Estaba
demasiado agotada para moverse, demasiado satisfecha para desear que Colin
estuviera en otra parte. La sensación de plenitud era tan fuerte que casi conseguía
borrar el miedo que crecía en su interior. Casi.
Con un gruñido, Colin se apartó y se tumbó boca abajo. Giró la cabeza para
rozarle el cuello y le puso un brazo sobre la cintura.
—Pensé que recordaba lo extraordinario que era esto —murmuró—. Pero me
equivoqué.
Ella también se había equivocado. Los recuerdos no podían compararse a la
realidad de hacer el amor con Colin.
No se arrepentía de haberlo hecho. ¿Cómo iba a arrepentirse cuando el cuerpo
aún le temblaba de placer? Pero sí estaba preocupada. Había querido mantener su
corazón a salvo, y en vez de eso se lo había entregado, junto a su cuerpo y su alma.
Tampoco había tenido mucha elección. Colin había sido tan dulce y paciente,
sus caricias tan reverentes mientras le exploraba cada palmo de su cuerpo, que poco
a poco había ido perdiendo el control.
Le encantaba hacer el amor con Colin.
Amaba a Colin.
Se puso rígida, sacudida por una dosis helada de realidad. No estaba
enamorada de Colin. Pensar que lo estaba sólo por haber compartido con él una
increíble sesión de sexo era una reacción normal, pero ficticia.
Como si hubiera sentido su tensión, Colin le acarició perezosamente. Ella soltó
el aire y se obligó a relajarse.
—¿Tienes dudas? —le preguntó él.
—No, sólo estaba pensando que… um… debería ir a por un vaso de agua.
—De acuerdo —dijo, pero endureció su brazo sobre ella y la besó en los labios.
Nikki cerró los ojos y se derritió por el beso.
—El agua —dijo, retirándose con dificultad—. Voy a por ella.
—De acuerdo —volvió a decir él, apartando el brazo para que pudiera
levantarse.
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Nikki sacó su bata del armario, se la puso y salió del dormitorio. No tenía sed;
lo que necesitaba era poner distancia para pensar en lo ocurrido. No obstante, llenó
un vaso y se lo llevó a los labios.
Todo saldría bien, se dijo a sí misma, siempre y cuando no empezara a pensar
que vivirán felices para siempre. Disfrutaría de una relación física con Colin mientras
fuera posible, y se preocuparía de mantener su corazón al margen.
Suspiró y volvió a llenar el vaso de agua, obligándose a reconocer, al menos
para sí misma, que era demasiado tarde para proteger su corazón. Lo quisiera o no,
ya estaba emocionalmente unida a Colin. Era su exmarido, el padre de su hija, el
único hombre al que había amado. El único hombre al que siempre amaría.
Oh, demonios. Lo había vuelto a hacer. Se había enamorado otra vez de Colin.
¿Dónde estaban sus instintos de supervivencia cuando más los necesitaba?
¿Cómo había permitido que ocurriera?
—Pareces preocupada por algo —dijo una voz a sus espaldas.
Nikki se volvió y se encontró con su prima.
—No te oí entrar.
—Eso está claro —dijo Arden—. ¿Va todo bien? ¿Cómo está Carly?
—Mejor.
—Entonces, ¿por qué estás tan preocupada?
—Por nada, yo…
—La verdad es que no pareces preocupada —la interrumpió Arden—. Más
bien… soñadora.
—No digas tonterías —dijo Nikki, ruborizándose.
—¿Yo digo tonterías?
—Sí. Sólo estoy pensando en Carly.
—¿En serio? —preguntó Arden, sonriendo cuando se oyeron pasos en la
escalera. Estiró el cuello para echar un vistazo por la puerta y su sonrisa se
ensanchó—. Si yo tuviera alguien así calentándome la cama, puedes estar segura de
que no pensaría en nada más.
Nikki sintió que le ardían las mejillas.
—No es… —empezó a decir que no era lo que Arden estaba pensando, pero
sabía que era exactamente lo que estaba pensando.
—No importa —murmuró su prima justo cuando Colin entraba en la cocina,
llevando sólo unos shorts.
—Me preguntaba por qué tardabas tanto… —en ese momento vio a Arden—.
Oh, hola, Arden.
—Colin —respondió ella asintiendo.
—Arden se iba ya a la cama —intervino Nikki.
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—De acuerdo —dijo Arden, pero se volvió hacia Colin—. Recuerda, si vuelves a
fastidiarlo todo, te rompo las piernas.
—Arden —la avisó Nikki.
Su prima se encogió de hombros y salió de la cocina sin pedir disculpas.
—Lo siento —le dijo Nikki a Colin—. A Arden le gusta fingir que es mi
hermana mayor.
Colin le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo hacia él.
—Sólo te está protegiendo, igual que harías por ella.
—Sí, pero… no quiero que pienses que tengo… esperanzas. Al menos en lo que
se refiere a nuestra… relación.
—¿Por qué no ibas a tener esperanzas?
—Quiero decir… —exhaló ruidosamente, intentando encontrar las palabras
adecuadas. Pero no lo consiguió—. Esto es muy complicado.
—No tiene por qué serlo —dijo él, y le cubrió la boca con la suya.
Ella respondió al beso. Había varios aspectos en su relación que no eran
complicados en absoluto.
—Deberíamos hablar de esto —dijo cuándo él dejó de besarla.
—Más tarde —prometió él, y la levantó en brazos para volver al dormitorio.
Colin nunca había sabido lo mucho que deseaba tener una familia hasta que
empezó a pasar tiempo con Nikki y Carly. Su familia. No importaba que Nikki y él
estuvieran divorciados ni que Carly no supiera que era su padre. Lo único que
importaba era que estaban juntos, él creía que merecían una segunda oportunidad
para formar una familia. Acostado junto a Nikki, estaba plenamente convencido de
ello.
El mayor problema, sin contar las amenazas de Parnell, era convencer a Nikki.
Por mucho que lo intentara, ella seguía esperando con la respiración contenida a que
él le anunciara que volvía a marcharse.
Sabía que Nikki había levantado barreras en torno a su corazón. La
supervivencia era un instinto natural. Pero la atracción entre un hombre y una mujer
también era natural, y por muchas dificultades y desconfianzas que tuvieran que
superar, no podían negar lo que había entre ellos.
Tendido en la oscuridad del dormitorio, con sus cuerpos aún sudorosos y
acalorados por la pasión, sabía que no sólo deseaba su cuerpo. Deseaba su corazón.
Total e incondicionalmente.
—¿Vas a dejar que me quede esta noche?
Nikki negó con la cabeza.
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Capítulo 12
A Nikki le resultó un suplicio levantarse de la cama, después del poco descanso
de la noche anterior. Recordó haberse quedado dormida en brazos de Colin y
haberse despertado luego de un sobresalto, sabiendo que se había marchado. Y
aunque era eso lo que quería, le había costado mucho volver a dormirse sin sentir su
calor.
Recogió del suelo la bata que Colin le había quitado justo antes de hacerle el
amor. Sólo con recordarlo volvía a hervirle la sangre y a sentir un hormigueo en la
piel y una punzada de remordimiento por no haber dejado que se quedara. Hubiera
sido agradable despertarse con él a su lado, hacer otra vez el amor al amanecer…
Se puso la bata y fue a ver a Carly a su habitación. Al abrir la puerta, encontró
la cama deshecha y vacía, y el pijama de su hija tirado en el suelo.
Aliviada de que Carly estuviera mejor para haberse levantado ya, siguió el
delicioso olor a café recién hecho y beicon frito que ascendía por las escaleras.
Era muy raro que Arden cocinara. Era una muy buena abogada, pero un
desastre en la cocina. De vez en cuando, sin embargo, intentaba hacer el desayuno.
Normalmente tortitas o tostadas, según fuera el deseo de Carly.
Nikki olfateó el aire. No olía a quemado. Todavía.
Pero cuando se detuvo en la puerta de la cocina, vio que no era Arden quien
estaba haciendo el desayuno. Su prima estaba sentada a la mesa con una taza de café
en las manos, y Colin estaba de pie junto a la plancha.
A Nikki se le expandió una bola en el pecho que le dificultó la respiración.
Colin parecía estar en su ambiente en aquella cocina, con Carly sentada en la
encimera a una distancia razonable pero lo bastante cerca para supervisar sus
actividades.
Nikki cerró los ojos. No podía fantasear con aquella escena, con que Colin fuera
a quedarse y a formar parte de sus vidas. Sabía que aquello no podía durar.
—¿Sabes hacer Kitty Kates? —le preguntó Carly a Colin, mientras éste echaba
más masa en la sartén.
—¿Kitty Kates? —repitió él, dubitativo.
—Es como una tortita con forma de gato —explicó la niña—. Le da a Cosmic
Cat sus superpoderes.
—Oh —miró la sartén con el ceño fruncido.
Nikki se ajustó el cinturón de la bata y se adentró en la cocina. Un hombre que
no sabía dibujar un perro no podía hacer un gato con masa de tortitas.
—Yo lo haré —dijo, acercándose a la plancha.
Colin se volvió y le sonrió. El calor de su mirada era tan tangible como una
caricia.
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Nikki se volvió hacia la sartén y le dio la vuelta a la tortita de Carly. Ella y Colin
tenían que hablar de lo sucedido la noche anterior. Su presencia allí esa mañana y la
aceptación sin reservas por parte de Arden y Carly la preocupaban. No era que no se
alegrase de verlo, pero no quería guardar esperanzas de que fuera siempre así. No
quería contar con él.
Sirvió en un plato la tortita de Carly y lo puso delante de su hija. Carly agarró el
sirope con ambas manos y vertió una buena ración.
Su madre negó con la cabeza, pero no dijo nada y se sirvió una taza de café.
—¿No vas a comer? —le preguntó Colin mientras se preparaba su propia ración
de tortitas, untando de mantequilla cada capa y rociando la pila con sirope.
A Nikki la sorprendió lo mucho que se parecía Carly a su padre. Ambos
compartían la aversión por las coliflores y el gusto por el sirope de arce. Por lo visto,
los genes McIver eran más fuertes de lo que ella había imaginado.
—¿Nic? —la llamó Colin.
—¿Qué?
Él sacudió la cabeza y le sirvió tres tortitas en su plato vacío. Hizo ademán de
servirle el sirope, pero ella le arrebató el frasco.
—Yo lo haré.
Después de tomar el primer bocado, tuvo que reconocer que Colin sabía
desenvolverse bien en la cocina. Era una faceta que no había mostrado durante el
matrimonio. O tal vez no aprendió a cocinar hasta que se separaron.
Tomó otro trozo de tortita. Sería tan fácil acostumbrarse a aquella rutina,
imaginárselo en la cocina cada mañana y en su cama cada noche. Intentó tragar, pero
la tortita pareció quedarse en su garganta. Tuvo que agarrar la taza y beber un buen
trago de café.
No, no iba a imaginarse una relación duradera con Colin. No podía arriesgar
otra vez su futuro.
—Ya he terminado, mami —dijo Carly, limpiándose el sirope de la cara con una
servilleta.
Nikki miró el plato vacío de su hija. Obviamente se sentía mejor esa mañana.
—¿Has tomado un poco de zumo?
—Sí, de manzana. ¿Podemos irnos ya la tía Arden y yo?
—Cuando te hayas lavado los dientes.
—Vale —se bajó de la silla—. ¿Quieres venir con nosotras, tío Colin?
Nikki abrió la boca para declinar la invitación de su hija antes de darse cuenta
de que no iba dirigida a ella. Volvió a cerrarla, sin apenas oír la respuesta de Colin.
Era ridículo sentirse dolida. No era que quisiera ir con Arden y Carly, pero su
hija siempre la había incluido en sus planes. Y ahora elegía a Colin por delante.
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Apuró su taza de café y se levantó para llevar los platos al fregadero. Estaba
comportándose de un modo infantil e irracional. Pero durante mucho tiempo había
sido el centro de la vida de Carly, y no estaba preparada para un cambio semejante.
Aún no. Sentía que su papel estaba siendo usurpado por Colin. Y Carly ni siquiera
sabía que él era su padre.
Cuando le dijeran la verdad, ¿elegiría Carly estar con Colin en vez de con ella?
¿Y si Colin decidía marcharse de Fairweather? ¿Querría llevarse a Carly con él?
No lo creía capaz, no sin su consentimiento. Pero ¿y si Carly quería irse con él?
—¿Nic?
Dio un respingo al oír la voz de Colin.
—Lo siento. ¿Decías algo?
—¿Estás bien?
—Muy bien —forzó una sonrisa—. ¿Por qué?
—Pareces… asustada.
Desde luego que lo estaba, pero no estaba preparada para compartir sus miedos
e inseguridades con Colin. No podía confiar que no fuera a aprovecharse de la
situación.
—Estoy un poco preocupada por Carly —dijo—. Creo que sería mejor que se
quedara hoy en casa.
—Puedes obligarla a que se quede. Pero no le gustará nada.
Nikki suspiró, sabiendo que era cierto.
—¿Ha sido obra tuya?
Colin negó con la cabeza mientras la apartaba para verter detergente en el
fregadero y abrir el grifo.
—No me quejo de quedarme a solas contigo, pero no, no ha sido obra mía —
dejó correr el agua y la agarró por el nudo de la bata para acercarla a él—. Sea como
sea, había decidido que no iba a darte mucho tiempo ni espacio para pensar en lo de
anoche.
Nikki deseó que al menos le diera espacio para respirar. No podía pensar
cuando la abrazaba, y a juzgar por el brillo de satisfacción de sus ojos verdes, él lo
sabía. Maldito fuera. La sangre empezó a hervirle, el pulso se le aceleró y las
preocupaciones por su hija fueron relegadas al fondo de su mente.
—¿Llevas algo bajo la bata?
Ella tragó saliva.
—Por supuesto.
El deshizo el nudo, abrió la bata y descubrió el camisón de seda.
—¿Te pones esto para dormir sola?
—Es cómodo —respondió, sabiendo que parecía estar a la defensiva.
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Colin volvió a cerrarle la bata al oír las pisadas en la escalera. Nikki agarró el
cinturón y se lo ató.
—Estaremos fuera todo el día —dijo Arden mientras ayudaba a Carly a atarse
los zapatos.
Nikki sacudió la cabeza. Su prima no era precisamente delicada, pero sabía que
sus intenciones eran buenas. Le dio a Carly un abrazo y un beso.
—No comas muchas palomitas, ¿eh?
—No seas pesada —le dijo Arden, empujando a Carly hacia la puerta.
—Y ahora que tienes la mañana libre, ¿qué piensas hacer? —le preguntó Colin
cuando se quedaron solos, rozándole el cuello con los labios.
Nikki se estremeció y se apartó de él.
—Creo que volveré a la cama —dijo, fingiendo un bostezo.
—¿Eso es una invitación? —cubrió la distancia que ella había puesto entre
ambos y volvió a abrirle la bata.
—No —respondió ella mientras él le deslizaba las manos bajo el camisón y
subía por los muslos—. Tal vez —corrigió, con la respiración entrecortada.
Colin sonrió y la besó en los labios mientras sus manos seguían subiendo.
—¿Sí? —la animó, acariciándole con los pulgares los endurecidos pezones.
—Sí —aceptó ella sin aliento.
El miércoles por la tarde, Colin se reunió con Dylan Creighton en una pequeña
cafetería del centro.
—No me dijiste que te quedabas con tu exmujer —le dijo Dylan.
Colin tampoco le había dicho que mantuviera su visita en secreto, y se maldijo
en silencio por el descuido. Si Nikki albergaba la menor sospecha, se pondría muy
furiosa contra él. Y con razón.
—¿Fuiste a su casa?
Dylan negó rápidamente con la cabeza, aliviando de inmediato a Colin.
—Pase por al lado —dijo—, pero decidí no pararme cuando vi salir a Nikki.
—Te agradezco tu discreción.
—Iba con una niña pequeña. ¿Es tuya?
—Sí —respondió Colin sin poder evitar una sonrisa.
—Es muy guapa.
—Sí —volvió a decir, ensanchando su sonrisa.
—Igual que su madre.
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—Una suerte para ella que sea así —corroboró Colin riendo.
—Supongo que Nikki no sabe que viniste a verme, ¿verdad?
—Pensé que sería mejor esperar a ver lo que descubrías del propietario del
coche, antes de asustarla —y antes de que lo mandara a paseo, lo que sin duda haría
si se enteraba de que lo habían seguido hasta Fairweather. No podía culparla. Nikki
le había confesado sus temores desde el principio, y él no les había quitado
importancia.
Ahora se preguntaba si habría cometido un error al hacerlo.
—¿Qué has descubierto?
Dylan sonrió.
—A un chico de dieciocho años aterrorizado que pensó que yo iba a encerrarlo.
—Cosa que no hiciste.
—No.
—¿No me estaba siguiendo? —preguntó Colin, sintiéndose como un idiota.
—Te estaba siguiendo —dijo Colin—, intentando reunir el valor para acercarse
a ti y pedirte un autógrafo.
—¿Me tomas el pelo? —la sensación de alivio fue abrumadora.
—En absoluto. De hecho, está esperando afuera, en ese coche, deseando
conocerte.
—Dile que entre —dijo Colin echándose a reír.
Dylan salió de la cafetería y volvió a los pocos minutos con un joven alto y
delgaducho con la cara tan roja como su pelo.
—Colin, éste es Eddi Luchyshyn. Eddi, te presentó a Colin McIver.
—Es un placer conocerte, Eddi.
Parecía imposible, pero la cara del chico se puso más roja aún.
—Se… señor McIver.
—Eddi dice que te vio jugar contra los Flyers hace casi doce años —explicó
Dylan.
—¿Ganamos? —preguntó Colin.
—Cinco a dos —dijo Eddi solemnemente—. Usted marcó dos tantos.
—Tienes buena memoria.
El chico sonrió con orgullo.
—Fue el primer partido al que mi padre me llevó.
El cual había significado mucho para Eddi, sin duda. Igual que para Colin
hubiera significado mucho compartir momentos así con su padre. Pero Richard
McIver siempre estaba demasiado ocupado para estar con sus hijos.
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Había ido a Fairweather para escapar del peligro que lo acechaba. Pero cuando
volvió a ver a Nikki empezó a cuestionarse las decisiones que había tomado. Luego,
había conocido a Carly, y entonces todo había cambiado.
La visita al hospital sólo había servido para recordarle la importancia de vivir
cada momento como si fuera el último. Y estaba decidido a hacerlo.
Nikki estaba en el jardín trasero, arrancando las malas hierbas, cuando Colin
llegó a casa. Arrodillada en el suelo, sus pantalones vaqueros se estiraban
tentadoramente sobre su redondeado trasero, y su top sin mangas se ceñía a la
generosa curva de sus pechos.
Colin cruzó el jardín en unas pocas zancadas y la hizo levantarse.
—Colin, ¿qué…?
Fue todo lo que pudo decir antes de que él le diera un breve pero apasionado
beso.
—¿A qué ha venido eso? —preguntó ella apartándose el pelo de la cara con el
dorso de la mano, lo que le dejó una mancha de polvo en la mejilla.
—Porque te quiero —dijo él, acariciándola con el pulgar sobre la mancha.
Nikki lo miró con ojos muy abiertos, antes de que sus rasgos adquirieran una
expresión escéptica.
—¿Has bebido?
—Nunca he estado más sobrio —le aseguró él.
Ella continuó mirándolo con desconfianza. Colin no la culpó por sus dudas,
pero deseó encontrar la manera de superarlas.
Había pasado casi una semana desde que retomaron la parte física de la
relación, y desde entonces había pasado cada noche en la cama de Nikki. O mejor
dicho, había pasado parte de cada noche en la cama de Nikki, puesto que ella insistía
siempre en que se fuera a dormir a su apartamento.
Si hubiera creído que su preocupación porque Carly los pillara era verdadera,
no le habría importado mucho. Pero no podía evitar la sospecha de que Nikki usaba
a su hija como excusa para evitar dormir con él.
Estaba más que dispuesta a hacer el amor. En el plano físico no se guardaba
nada, pero sus emociones permanecían celosamente escondidas. No sólo se negaba a
abrir su corazón, sino que tampoco quería oírlo decir a él lo que sentía por ella. Como
ahora.
Pero esa vez Colin no estaba dispuesto a rendirse. Esa vez iba a hacer que
entendiera las decisiones que había tomado, los arrepentimientos que lo habían
acosado y los sentimientos que aún llenaban su corazón.
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