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Medidas desesperadas

Brenda Harlen
1º McIver

Medidas desesperadas (2004)


Título Original: Extreme measures (2004)
Serie: 1º McIver
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Sensaciones 503
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Colin McIver y Nikki Gordon

Argumento:
Iba a tener que arriesgarlo todo por su familia…
Colin McIver había vuelto a la ciudad y la única persona a la que no le alegraba
su regreso era su exmujer, Nikki Gordon. Ella sólo quería enterarse de cuándo se
marchaba de nuevo, porque era lo que siempre hacía aquel hombre. Y esperaba
que se fuera antes de que pudiera descubrir el secreto que llevaba cinco años
ocultando… a su hija, Carly.
Un acosador de instintos asesinos iba tras Colin, por lo que éste deseaba soledad y
tranquilidad. Y más aún tras enterarse de que tenía una hija con la mujer a la
que quería recuperar para siempre. Pero el peligro estaba demasiado cerca de su
familia y él tendría que hacer cualquier cosa para protegerla…
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Capítulo 1
Colin McIver había vuelto, y Nikki Gordon era seguramente la única persona
en todo Fairweather, Pennsylvania, que no estaba entusiasmada por el regreso del
héroe local. Naturalmente, nadie más tenía el privilegio de ser su exmujer. ¿Por qué
había vuelto?
Nikki cruzó el aparcamiento de la clínica, leyendo el artículo del periódico que
había tomado de la sala de personal.
¿Por qué ahora?
—Hola, Nicole.
Se detuvo en seco, con la vista fija en el periódico, aunque las diminutas letras
negras se hicieron borrosas e imprecisas ante sus ojos. Conocía aquella voz. No
importaba que no la hubiera oído en cinco años. La reconocería en cualquier parte…
Un tono profundo, cálido, con una sensualidad oculta que aún le provocaba
hormigueos en la piel.
Pero aunque no hubiera reconocido la voz, habría sabido que era él. Era la única
persona que la llamaba Nicole, y sólo el sonido de su nombre en aquellos labios
bastaba para que la asaltaran los recuerdos. Unos recuerdos que durante tanto
tiempo había intentado olvidar.
El corazón le latía con fuerza, pero se obligó a alzar la mirada con
despreocupación y clavarla en aquellos ojos verdes tan familiares. Colin tenía el pelo
negro y muy corto, la mandíbula cuadrada e impecablemente afeitada y los labios
curvados en una sonrisa. Sus hombros parecían tan anchos como ella recordaba, y la
camiseta de algodón se estiraba sobre sus poderosos músculos. Su cintura seguía
siendo igual de esbelta, y sus largas piernas, enfundadas en unos vaqueros, no tenían
ni un gramo de grasa.
Su rostro estaba marcado por las cicatrices habituales de un atleta. La nariz
ligeramente torcida, por haber sido rota tres veces, el pequeño corte que le
atravesaba una ceja y la mella casi imperceptible en uno de los incisivos. Con todo,
era el hombre más arrebatadoramente atractivo que Nikki había visto en su vida.
Habían pasado más de cinco años desde la última vez que lo vio, y no había
olvidado ni un solo detalle.
—Hola, Colin.
Él le dedicó una lenta sonrisa que le aceleró el pulso.
—Tienes buen aspecto —dijo, recorriéndola con la mirada—. Te has cortado el
pelo.
Nikki se echó a reír y se colocó un mechón tras la oreja. Mientras estuvo casada
con Colin había llevado el pelo hasta la cintura, y a él le había encantado peinárselo
con los dedos, extenderlo sobre la almohada…
Apartó aquel recuerdo tan dolorosamente dulce.

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—Ha pasado mucho tiempo.


—Me gusta —dijo él inclinando la cabeza.
—¿Qué estás haciendo aquí, Colin?
—¿Aquí… en Fairweather? ¿O aquí… aquí?
—Las dos cosas.
—Estoy aquí… —señaló el sitió libre que había junto al coche de Nikki—
porque quería que supieras que he vuelto.
Después de ver lo ansioso que había estado por escapar del pueblo, y de su
matrimonio, a Nikki la sorprendía bastante su regreso, pero verlo cara a cara la
desconcertaba e irritaba considerablemente.
—Gracias por avisarme, pero la prensa se te ha adelantado.
Él tomó el periódico que ella le tendía y puso una mueca al leer el titular.
—«Héroe local», ¿eh? Parece que las cosas no han cambiado mucho por aquí si
esto se considera noticia.
—¿Qué esperabas?
Él la observó durante unos momentos. Nikki se negó a mover los pies o
cruzarse de brazos. No quería parecer enojada ni impaciente, sólo desinteresada.
Cualquier otra cosa podría sugerir que aún albergaba sentimientos hacia Colin, lo
cual no era cierto. Hubo un tiempo en el que lo amó con todo su ser, pero ese tiempo
ya había pasado.
—No sé lo que esperaba —dijo él finalmente.
—¿Piensas quedarte mucho tiempo? —preguntó ella forzando una sonrisa
cortés.
—Unos cuantos días —se encogió de hombros.
«Unos cuantos días». Nikki dejó escapar el aire lentamente. Fuera cual fuera la
razón de su regreso, se habría ido en unos cuantos días y ella volvería a su vida
normal. Aun así, la presencia de Colin en aquel momento la hacía sentirse incómoda.
—Bueno, ha sido un placer verte de nuevo. Que disfrutes de tu estancia.
Hizo ademán de pasar a su lado, pero se detuvo bruscamente cuando él le puso
una mano en el brazo. El tacto le abrasó la piel, y se apresuró a apartarse como si la
hubiera marcado con hierro candente.
—Tengo que hablar contigo, Nicole.
Ella tragó saliva para intentar deshacer el nudo de pánico que se le había
formado en la garganta. ¿Por qué le hacía eso? Después de cinco años de silencio,
¿por qué aparecía de repente para hablar? ¿Acaso había descubierto que…?
No. Borró ese pensamiento antes de que cobrara forma. Sin duda las razones de
su regreso eran tan egoístas como todas las demás en su vida.
—Sé que te debo una explicación —dijo él.

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Nikki volvió a negar con la cabeza.


—Hace cinco años la hubiera aceptado. Pero ha pasado demasiado tiempo para
que me siga importando.
—¿Esperas que me crea que ya no piensas en lo que significamos el uno para el
otro?
—Me da igual si lo crees o no, pero yo no malgasto mis días recordando un
corto matrimonio —no tenía tiempo para pensar en lo que una vez habían tenido o
en lo que habrían podido tener. Estaba demasiado ocupada asimilando la realidad.
—Yo sí pienso en ello —dijo él—. Mucho.
La intensidad de su mirada hizo que a Nikki se le encogiera el corazón. Tuvo
que armarse de valor para seguir hablando.
—¿Qué sentido tiene esto, Colin?
—No quiero que pienses que no me importabas.
—¿Por qué iba a pensar eso? ¿Tal vez porque pediste el divorcio antes de
nuestro primer aniversario? ¿O quizá porque me hiciste el amor la noche antes de
que me dejaras para siempre?
Creyó ver un destello en sus ojos verdes. ¿Dolor? ¿Arrepentimiento? Prefirió no
saberlo.
—Tenía mis razones.
—De eso estoy segura —no podía ocultar el dolor y la amargura que tildaban
sus palabras. Colin le había destrozado el corazón al dejarla, y era inútil fingir otra
cosa—. Supongo que fue un inconveniente estar legalmente atado a una mujer que
vivía al otro lado del país.
—Maldita sea, Nicole… No puedo permitir que creas que nuestro matrimonio
fue un inconveniente.
Ella se encogió de hombros como si no le importara. Como si aquella
conversación no la afectase. Como si la indiferencia que Colin había mostrado por los
votos matrimoniales ya no le doliera.
—Lo único que te pido es un poco de tu tiempo.
Lo último que ella necesitaba, y quería, era pasar un minuto más con él.
—Por favor, Nicole.
Nikki cerró los ojos y se prohibió responder al tono suplicante de su voz.
Quería decirle que no y marcharse sin mirar atrás. Pero una parte de ella sentía
curiosidad por saber qué hacía Colin allí. Después de cinco años había mucho que
aún no sabía. Y mucho que él tampoco sabía.
—Media hora —concedió.
La sonrisa de Colin volvió a acelerarle el pulso.
—¿Qué te parece si tomamos un café en algún sitio? —propuso él.

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—Hay una pequeña cafetería al otro lado de la calle —respondió ella—. Te veré
allí; antes tengo que hacer una llamada.
Colin pareció dudar, pero asintió.
Nikki esperó a que se hubiera alejado y entonces sacó el móvil del bolso. Dejó
escapar un suspiro de alivio cuando una voz familiar respondió al otro lado de la
línea.
—Arden, necesito un favor…

No fue hasta que Colin se dispuso a abrir la puerta de la cafetería cuando se dio
cuenta de que seguía teniendo en la mano el periódico de Nikki. Volvió a leer el
titular.
—Sal del pueblo una temporada —le había aconsejado el detective Broca—. Ve
a algún sitio tranquilo y mantente en segundo plano.
Un buen consejo, pero ¿cómo demonios iba a mantenerse en un segundo plano
si la prensa local aún seguía considerándolo una especie de superestrella?
Pero Colin se conocía mejor que los periódicos, y sabía que había fracasado en
todo. Había fracasado como jugador y como entrenador, y no había podido ser el
marido que Nikki merecía.
Tiró el periódico a una papelera y se dirigió hacia la barra, preguntándose si su
meticuloso plan estaría en peligro por aquel titular aparentemente inofensivo.
Había puesto en marcha su plan cuarenta y ocho horas antes. Lo primero fue
volar de Texas a Maryland, donde había reservado una habitación a su nombre en el
hotel Courtland. Al llegar allí en taxi desde el aeropuerto, había ordenado en
recepción que no lo molestaran. Luego, tras deshacer la maleta, había tomado otro
taxi hasta la estación de autobuses y había pagado en metálico un billete para
Washington D.C.
En Washington había tomado el coche que su agente, Ian Edwards, le había
alquilado. En un pequeño motel pagó una habitación, también en efectivo, y durmió
unas horas antes de seguir conduciendo hacia Fairweather, donde se hospedó en otro
hotel de la cadena Courtland pero esta vez bajo el nombre de Ian.
No creía que aquel rodeo fuera necesario, pero después de lo que pasó en
Austin no quería correr ningún riesgo. Si alguien lo estaba buscando, lo haría en la
zona de Baltimore.
A menos que quien lo buscara hubiera leído el Fairweather Gazette.
No le había contado a nadie su plan de volver a Fairweather. Había sido una
desafortunada coincidencia encontrarse con Traci Harper nada más llegar al pueblo,
la tarde anterior. Traci era una amiga del instituto y ahora trabajaba como reportera
en la Gazette. Colin tendría que haber supuesto que transformaría aquel encuentro
fortuito en noticia de primera plana.

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Su único consuelo era que difícilmente alguien fuera del pueblo pudiese leer el
periodicucho local. Muy pocos de sus socios sabían que había crecido en
Fairweather, lo cual hacía de éste el lugar perfecto para buscar el anonimato.
O quizá lo que en el fondo había querido había sido encontrar a Nikki.
Llevó las dos tazas de café humeante a una mesa libre junto a la ventana, desde
donde podía verla hablando por teléfono. No se había permitido pensar en ella hasta
que estuvo en el avión, pero desde entonces no había podido pensar en nada más.
Después de cinco años, no se había esperado que acaparase tanto sus pensamientos.
Tal vez fuera debido a lo cerca que había estado de morir. Pero, fuera como
fuese, lo cierto era que de repente había sentido la imperiosa necesidad de volver a
verla… y de explicarle algo que aún no estaba seguro de comprender él mismo.
La vio apagar el móvil y guardárselo en el bolso. Mientras cruzaba la calle, su
pelo corto y rubio se mecía con cada paso.
Iba vestida con la indumentaria habitual del trabajo: jersey de manga corta de
color azul, pantalones a medida de un azul más oscuro y zapatos blancos. No era un
atuendo precisamente sensual, pero aun así Colin sintió la misma punzada de deseo
que experimentó la primera vez que la vio.
Al principio se había negado a creerlo. La fría y reservada fisioterapeuta no se
parecía en nada a las mujeres hacia las que se sentía atraído. Pero algo en su interior
la había reconocido como su alma gemela.
La había perseguido sin descanso, y cuando por fin derribó sus barreras, había
encontrado a una mujer increíblemente apasionada; una mujer que lo había llevado a
unos límites inimaginables antes de conocerla.
Cualquier otra cosa podría haber ido mal entre ellos, pero el sexo había siempre
increíble.
Se removió en el asiento y maldijo a su cuerpo por elegir aquel momento para
recordarlo todo.
—Treinta minutos —le recordó Nikki cuando llegó y se sentó frente a él.
Colin empujó una de las tazas hacia ella.
—Con un poco de leche y media cucharada de azúcar —no había olvidado sus
preferencias. De hecho, no había olvidado nada de ella.
Nikki agarró la taza con ambas manos y sonrió con ironía.
—Han pasado cinco años. Muchas cosas han cambiado en todo este tiempo.
—Algunas cosas nunca cambian —replicó él.
—¿Vas a decirme ya la verdadera razón por la que has vuelto a Fairweather?
—Siempre vas directa al grano —era una de las cosas que había admirado de
ella desde el principio. Había sido la primera terapeuta que le asignaron tras la
herida que acabó prematuramente con su carrera, y él siempre había apreciado su
sinceridad y franqueza, incluso cuando le decía cosas que no quería oír.

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—¿Por qué estás aquí?


—¿Qué te parecen unas vacaciones? —sugirió él.
—¿Y has elegido Fairweather? —entornó los ojos inquisidoramente—. ¿O tu
repentina aparición está relacionada de algún modo con la explosión en tu
apartamento?
—¿Cómo te has enterado?
—Lo dijeron en las noticias.
Colin lo había visto él mismo la noche anterior.
Justo antes de los deportes, emitieron un breve comunicado diciendo que la
policía estaba investigando la explosión de una posible bomba en la residencia del
entrenador de los Tornadoes, Colin McIver. No hubo mención de María Vázquez, de
cuarenta y siete años y madre de cinco hijos, quien había estado limpiando el
apartamento cuando se produjo la explosión y quien seguía ingresada en la UCI.
—¿Fue un escape de gas? —preguntó Nikki.
—Aún se está investigando la causa —respondió él, deseando que la
explicación fuera tan sencilla.
—¿Por eso estás aquí?
—Mi apartamento necesita algunos arreglos —dijo para minimizar la gravedad
de la situación—. Pero no he decidido venir sólo por eso.
—¿Por qué más entonces?
—Para verte a ti.
Ella se quedó mirando la taza de café durante un rato, antes de levantar la vista.
—¿Por qué?
—Porque me he pasado las últimas semanas haciendo balance de mi vida,
asumiendo mis errores y reconociendo mis frustraciones.
—¿Y yo qué soy? ¿Un error o una frustración? —preguntó ella con una triste
sonrisa.
Él alargó un brazo sobre la mesa y le cubrió la mano con la suya.
—El error fue dejarte marchar.
—Lo dices como si yo hubiera querido huir del matrimonio, pero fuiste tú
quien se marchó. Fuiste tú quien quiso el divorcio.
—Estaba muy mal y no sabía lo que quería. Después de que mi padre
muriera… —se encogió de hombros.
—Ya sé que su muerte fue un golpe muy duro para ti —dijo ella
amablemente—. Y que desearías haber tenido la oportunidad para salvar las
distancias entre vosotros.

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—Lo intenté, pero supongo que no lo suficiente —la sensación de culpa y


remordimiento aún lo carcomía—. ¿Alguna vez te hablé de la última conversación
que tuve con él?
Nikki negó con la cabeza.
—¿Qué pasó?
—Discutimos —respondió él con una amarga sonrisa—. Siempre estábamos
discutiendo por algo. Esa vez fue por ti.
—¿Por mí?
—Mi padre quería, no, exigía, que dejara de ser entrenador. Dijo que no podía
seguir persiguiendo un sueño y que debía buscarme un trabajo de verdad y ser la
clase de marido que tú merecías.
Richard McIver había recriminado a Colin por querer ser entrenador,
aduciendo que una mujer como Nikki necesitaba seguridad y estabilidad, no el tipo
de vida nómada que la carrera de entrenador exigía.
Pero Colin no tenía otra cosa que ofrecerle a su mujer, así que había aceptado el
trabajo y ella se había quedado en Fairweather, por lo que el matrimonio fue víctima
de la distancia geográfica.
Y su padre había muerto igual que había vivido: furioso y decepcionado con su
hijo menor.
—Lo siento, Colin.
—Yo también lo siento. Siento muchas cosas —le pasó el pulgar por el dedo
donde había llevado el anillo de boda—. Pensé que te habrías vuelto a casar.
Ella intentó retirar la mano, pero él se la retuvo.
—Y yo pensé que «hasta que la muerte nos separe» significaba algo más que
diez meses.
Colin puso una mueca de dolor.
—Supongo que merezco tu ironía.
—¿Qué quieres que diga, Colin? ¿Quieres que te diga que no hay nadie más en
mi vida porque no he sido capaz de olvidarte? Pues así ha sido. No he podido
olvidar lo destrozada que me quedé cuando te marchaste, y no volveré a correr ese
riesgo nunca más.
—Lo siento.
Ella hizo un gesto para quitarle importancia y miró su reloj.
—Tu media hora está a punto de acabar.
Colin echó la silla hacia atrás y se levantó al mismo tiempo que Nikki. Sabía que
debería estar agradecido de que hubiera accedido a hablar con él. Después de cinco
años, era más de lo que tenía derecho a esperar. Pero ni de lejos era suficiente.

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La acompañó al aparcamiento de la clínica. Ella se detuvo junto a su coche y se


volvió para encararlo.
—Gracias por el café.
Así que eso era todo. Lo mandaba a paseo. Colin se lo había esperado, pero no
estaba preparado para su rechazo. No podía creer que ya no hubiera nada entre ellos.
Para probarla, y probarse también a sí mismo, levantó una mano y le colocó un
mechón detrás de la oreja, permitiendo que los dedos le rozaran la mejilla. Oyó cómo
ahogaba un gemido y supo que el ligero contacto había prendido algo en el interior
de Nikki… y que había avivado las llamas que a él lo consumían por dentro.
—¿Tan fácil te resulta marcharte? —le preguntó.
—Dímelo tú —respondió ella mirándolo fríamente.
—No —dejó caer la mano hasta su esbelta cintura y luchó contra el impulso de
apretarla contra él. Los acontecimientos de los últimos días le habían mostrado lo
corta que podía ser la vida, por lo que no quería perder más tiempo. Pero también
sabía que si iba demasiado rápido, sólo conseguiría asustarla—. Dejarte fue lo más
duro que he hecho en mi vida.
—Pero lo hiciste.
—Pensé que era lo mejor para los dos —le acarició las caderas lentamente y
volvió a la cintura, pasándole los pulgares sobre las costillas—. Ahora sé que estaba
equivocado. Porque después de cinco años no puedo olvidar lo que había entre
nosotros.
—Eso fue hace mucho tiempo, Colin.
—Podría volver a ser como era.
Ella empezó a negar con la cabeza, pero él no quería oír su inminente negativa,
así que la hizo callar del modo más eficaz que sabía: con su boca.
Sintió cómo se ponía rígida, pero en vez de apartarlo, vio cómo empezaba a
cerrar los párpados.
Justo entonces, su móvil sonó.

Más tarde, estando sentada en el porche de su casa, Nikki reconoció para sí


misma que nunca experimentaría con otro hombre el deseo que sentía cuando Colin
la tocaba. La emoción del beso la había abrasado por dentro con más intensidad y
rapidez que el contacto íntimo con ningún otro hombre.
La atracción física la preocupaba. Nunca había dejado que las hormonas le
controlasen el sentido común. Salvo con Colin. El único hombre que podía elevar su
temperatura con una simple mirada, con un roce inocente, era el único hombre que le
había roto el corazón.

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La idea la aterraba, y también pensar que en esa ocasión había en juego algo
más que su corazón.
Siempre había sabido que algún día volvería. Pero había sido una preocupación
vaga, casi irreal, estando Colin al otro lado del país. Ahora estaba allí, y Nikki sabía
que era el momento de afrontar el engaño con el que había vivido los últimos cinco
años.
Tenía que decírselo. No podía mantener el secreto por más tiempo… ni siquiera
estaba segura de querer mantenerlo. Pero saber lo que debía hacer no hacía más fácil
encontrar las palabras adecuadas.
«Colin, tienes una hija».
Sonaba bastante simple, salvo que Carly era hija de ella. Nikki había sido quien
la cuidó desde el primer momento, quien estaba a su lado cuando se le cayó su
primer diente y cuando dio su primer paso. Había sido quien se sentó con ella
durante las noches en blanco, quien le besaba los rasguños de las rodillas y quien se
preocupaba por la tos y la fiebre.
Con todo, sabía que Colin tenía algunos derechos biológicos, y el menos
importante no era el derecho a saber que él era su padre. Nikki había querido
decírselo años atrás. Había querido salvar su matrimonio, estar con el hombre al que
amaba, pero se había negado a usar su bebé como arma. Amaba a Colin con todas
sus fuerzas, y la habría destrozado que él se quedara sólo por su hija.
De modo que mantuvo su embarazo en secreto, aceptó el divorcio y, meses más
tarde, dio a luz a Carly.
Ahora Colin había vuelto y todo parecía escapar a su control.
Oyó el motor de un coche que se aproximaba y suspiró de alivio. Al fin Arden
después de su reunión. Arden Doherty era su prima, su compañera de piso y su
mejor amiga. Y era la única persona con la que Nikki podía hablar del regreso de su
exmarido.
Se giró y vio el vehículo en el camino de entrada. El corazón le latió
frenéticamente contra las costillas al darse cuenta de que no era el coche de Arden.
Ni era su prima la que salía del mismo.
Era Colin.
La sonrisa que había esbozado segundos antes se le congeló en el rostro, y el
pánico se le concentró en la garganta.
El shock de encontrarse a Colin fuera de la clínica no podía compararse al terror
que se apoderó de ella cuando lo vio dirigirse hacia el porche. A su casa, donde su
pequeña dormía plácidamente.
¿Qué estaba haciendo allí?
Y, lo que era más importante, ¿cuánto tardaría en conseguir que se fuera?
Luchó contra el pánico y se obligó a hablar en tono inexpresivo.
—¿Qué haces aquí?

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Él subió al porche y apoyó el hombro contra un poste.


—¿No hemos hablado ya de eso hoy?
—¿Y no nos dijimos todo lo que había que decir? —replicó ella.
Colin dio un paso adelante, invadiendo deliberadamente el espacio personal de
Nikki.
—Creo que tenemos un asunto que acabar.
La miró a los labios y ella supo que estaba pensando en volver a besarla. Igual
que sabía que no podía dejar que eso ocurriera.
Levantó las manos hasta su pecho e intentó empujarlo. Pudo sentir el calor de
su piel a través de la camiseta, la fuerza de sus músculos, los poderosos latidos de su
corazón…
—He tenido un día muy duro y mañana tengo que levantarme muy temprano,
y seguro que tú también tienes cosas que hacer. Si quieres que quedemos en otro
momento para tomar café, podemos hacerlo, pero ahora es…
La voz se le apagó cuando él le acarició la mejilla con los nudillos.
—Cuando estás nerviosa te pones a farfullar —sus labios se curvaron en una
seductora sonrisa que le aceleró el pulso a Nikki—. Me gusta que aún pueda ponerte
nerviosa.
Ella no podía negarlo. Ni tampoco la emoción que le recorrió las venas cuando
él inclinó la cabeza.
En cuanto sus bocas se unieron, una incontenible oleada de deseo barrió los
últimos vestigios de resistencia. Sobrepasada por el ansia y la necesidad, cerró los
ojos y sucumbió al dulce placer del beso.
Los labios de Colin eran tan dominantes como recordaba. No había conocido a
nadie que besara como él, con una seguridad casi altanera en sí mismo que podría
haber sido irritante si no fuera tan condenadamente excitante.
Ella separó los labios con un suspiro de bienvenida y él profundizó con la
lengua. No había sentido cómo la rodeaba con los brazos ni cómo ella misma lo
abrazaba, pero de repente los dos estaban entrelazados y la presión del endurecido
cuerpo de Colin le provocaba peligrosas corrientes de placer. Se apretó más contra él;
la fricción del movimiento apenas fue perceptible, pero bastó para abrasarle la piel.
Habían pasado años desde la última vez que se excitó tanto. Y sólo había hecho
falta un beso.
O tal vez fuera Colin.
No tenía defensas contra él. Nunca las había tenido. Y fue ese pensamiento
fugaz, ese recordatorio de su desastrosa historia en común, lo que traspasó la neblina
de sensualidad que le nublaba el cerebro y lo que la devolvió a la realidad.
Se separó bruscamente de sus brazos.
—Quiero que te vayas, Colin.

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—Hacer que me vaya no va a borrar la atracción que hay entre nosotros —le
acarició con el pulgar el labio inferior, húmedo e hinchado por el beso—. Sigue
habiendo química. Quizá no te guste, pero no puedes negarlo.
Tenía razón. No podía negarlo. Pero sí podía y debía resistirse. Aquella química
no era más que una invitación para un corazón destrozado, y ya sabía lo que era eso.
Dio un paso atrás.
—No tengo intención de servirte como distracción mientras estés en el pueblo.
—¿Crees que es eso lo que quiero?
—Hace mucho que dejé de intentar imaginarme lo que querías.
Él volvió a cubrir la escasa distancia que Nikki había puesto entre ellos.
—Te quiero a ti, Nicole. Siempre te he querido.
A Nikki le dio un doloroso vuelco el corazón, pero se negaba a demostrar lo
mucho que la afectaban sus palabras.
—¿Y qué pasa conmigo? —murmuró—. ¿Qué pasa con lo que yo quiero?
—Dímelo —la animó él con una voz tan suave como sus caricias—. Dime lo que
quieres.
Ella intentó fortalecerse contra los traidores anhelos de su cuerpo, aquel
inexplicable deseo que le atenazaba el corazón.
«Quiero que te vayas».
Antes de que pudiera hablar, el chirrido de la puerta llamó su atención. Todos
los músculos de su cuerpo se tensaron y la respiración se le cortó.
Colin, con los ojos fijos en los suyos, no había oído el ruido. Estaba de espaldas
a la casa, de modo que no podía ver a la figurita que estaba de pie en el umbral. Pero
Nikki sí podía, y vio cómo su mundo empezaba a derrumbarse antes incluso de que
Carly hablara.
—¿Mami?

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Capítulo 2
Colin miró a la niña que estaba en la puerta, absolutamente perplejo. No podía
respirar ni pensar. Era como si todo diera vueltas a su alrededor.
—Mami, he tenido una pesadilla.
Vio cómo Nikki se acercaba a la niña y le pasaba una mano temblorosa por el
pelo rubio y alborotado.
«Mami».
Fuera lo que fuera lo que había esperado encontrarse en Fairweather, no se
había esperado aquello. Nikki tenía una hija.
Sacudió la cabeza. No podía creérselo. No quería creérselo. Pero la relación
entre Nikki y la niña era obvia, y le hacía preguntarse otras muchas cosas. ¿Con
quién? ¿Cuándo? Y sobre todo, ¿cómo podía haberlo traicionado así?
Nikki ni siquiera se molestó en mirarlo mientras se agachaba junto a la
pequeña.
—¿Qué has soñado, cariño?
—No me acuerdo —respondió la niña con labios temblorosos—. Me desperté y
tenía mucho miedo.
—No pasa nada —la tranquilizó su madre, abrazándola—. Mamá está aquí.
«Han pasado cinco años. Muchas cosas han cambiado en todo este tiempo».
Las palabras de Nikki resonaban en la cabeza de Colin. Por supuesto que
habían cambiado muchas cosas, más de las que se hubiera esperado.
Nikki le había dicho que no había vuelto a casarse, y él había creído
erróneamente que no había amado a ningún otro hombre. La existencia de aquella
niña demostraba lo contrario.
El dolor de aquella certeza era como perderla de nuevo. Era una traición de
todo lo que habían compartido, de todo lo que habían significado el uno para el otro.
«Fuiste tú quien quiso el divorcio».
Maldición, él no había querido el divorcio. No había querido más que estar con
ella, pero su carrera lo hizo imposible, y no pudo soportar ver lo mucho que su
separación la afectaba.
Así que le pidió el divorcio. Y luego ella habría encontrado a alguien más.
Mientras miraba la rubia cabecita acurrucada contra el hombro de Nikki, el corazón
se le hizo añicos.
En ese momento, como si sintiera que la estaba observando, la pequeña se giró
y lo miró. El shock inicial al oír cómo llamaba «mami» a Nikki no fue nada
comparado con el impacto que Colin sintió al ver su propia imagen en aquellos ojos.

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Se aferró a la barandilla que tenía detrás mientras una nueva oleada de


emociones lo invadía. Emociones abrumadoras, inesperadas, pero emociones de puro
gozo. Una indescriptible alegría que llenaba su corazón al estar cara a cara con su
hija.
Su hija.
No tenía la menor duda, ni el más mínimo atisbo de inseguridad en su alma.
Aquella preciosa niña era hija suya.
Ella, sin embargo, no tenía la menor idea de su parentesco, porque se volvió
hacia su madre y le preguntó:
—¿Quién es ése?
Nikki lo miró mordiéndose el labio inferior, un típico gesto suyo de
nerviosismo.
Colin esperó su respuesta, retándola en silencio a que negara lo que era tan
dolorosamente obvio.
—Éste es… —se aclaró la garganta— el hermano del tío Shaun.
El hermano del tío Shaun.
Las palabras lo traspasaron como un espada de doble filo. ¡Su propio hermano
estaba enterado de aquel engaño!
La niña echó la cabeza hacia atrás para estudiarlo con más detenimiento.
—¿Tú también eres mi tío?
En cualquier otro momento, Colin se habría quedado impresionado por su
razonamiento lógico. Pero ahora estaba demasiado aturdido como para hablar.
—Colin, ¿puedes… eh, puedes darme un minuto, por favor?
Oyó el tono de súplica y desesperación en la voz de Nikki. Él quería una
explicación y la quería ya. Después de cinco años, no quería esperar un minuto más.
El impacto emocional que lo había sacudido antes había dejado paso a una furia
abrasadora. Quería explotar, gritar, exigir. Quería zarandear a Nikki igual que la
revelación lo había zarandeado a él. Pero sabía que lo peor que podía hacer en ese
momento era echarle en cara las mentiras a su exesposa delante de su hija. Asintió
secamente.
—Vamos, Carly —Nikki rodeó con un brazo los hombros de su hija, ignorando
la pregunta anterior que había quedado sin respuesta—. Mami te llevará a la cama.
Colin las vio entrar juntas en casa, incapaz de desviar la atención de su
pequeña.
Nunca había pensado mucho en la posibilidad de formar una familia. Pero,
habiéndose enfrentado a la incuestionable evidencia de que tenía una hija, no le
quedaba ninguna duda de que necesitaba una oportunidad para ser su padre. Un
padre de verdad… la clase de padre que él nunca había tenido.

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Por desgracia, no estaba seguro de que fuera a tener esa oportunidad. Estaba
huyendo de alguien que quería verlo muerto. ¿Cómo podía aspirar a una relación
bajo aquellas circunstancias? ¿Cómo podía actuar de padre si en cualquier momento
tendría que abandonar el pueblo sin decir una palabra?
Oyó el chirrido de la puerta y se volvió para ver a Nikki salir al porche. La
tensión emanaba de su pequeña figura, pero encaró desafiantemente a Colin.
—Se llama Carly. Tiene cuatro años y medio.
—Es mía —dijo él.
Era una afirmación, no una pregunta, pero Nikki asintió de todos modos.
—Sí.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Ella lo miró con unos ojos llenos de tristeza y pesar, pero no respondió.
Colin golpeó con el puño uno de los postes de madera y Nikki pestañeó.
—Maldita sea, Nicole. ¿Por qué no me lo dijiste?
Llegó a ver un atisbo de lágrimas en sus ojos antes de que ella apartara la
mirada.
—Creo que merezco algunas respuestas —insistió él. La voz le vibraba por la
rabia contenida, pero no le importó. Tenía derecho a estar furioso, y la ira era más
tolerable que el miedo que lo había perseguido por todo el país y más fácil de llevar
que el inexplicable deseo de tomar a Nikki en sus brazos.
Ella respiró hondo y asintió rígidamente.
—Han pasado más de cinco años y nunca me dijiste nada. Ni una sola palabra
—dijo él.
Vio cómo una lágrima se deslizaba lentamente por su mejilla.
—Lo siento —dijo ella por fin—. No quería que te enterases de este modo.
—O quizá no querías que me enterase de ningún modo.
Ella negó con la cabeza.
—Quería decírtelo… Iba a decírtelo.
—Llegas cinco años tarde.
—No —le lanzó una mirada asesina a través de las lágrimas—. Eres tú quien
llega cinco años tarde.
La verdad de aquellas palabras lo enfureció aún más.
—No intentes echarme la culpa de esto. Deberías habérmelo dicho tan pronto
como te enteraste de que estabas embarazada. ¿O es que no sabías que era hija mía?
Parecía imposible, pero las descoloridas mejillas de Nikki palidecieron aún más.
—Nunca tuve la menor duda —dijo suavemente—. Pero si eso es lo que piensas
de mí, entonces quizá no importe lo que hice o lo que debería haber hecho.

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—Quizá no —corroboró él con despiadada crueldad.

Nikki consiguió reprimir las lágrimas hasta que Colin se marchó. Escuchó el
portazo del coche, cómo arrancaba el motor y el chirrido de los neumáticos al salir
del camino de entrada. Esperó hasta que el vehículo desapareció de su vista y
entonces volvió adentro y subió de puntillas la escalera para comprobar que su hija
seguía durmiendo.
Le apartó los rizos de la frente y le dio un beso en una sonrosada mejilla. Carly
ni siquiera se movió. Fuera cual fuera la pesadilla que la acosó antes ya se había
esfumado, y la niña dormía plácidamente.
Como era natural, no tenía ni idea de que la vida que conocía estaba a punto de
cambiar.
O tal vez no.
Colin se había quedado perplejo al descubrir que tenía una hija, y se había
puesto muy furioso porque Nikki no le hubiera hablado de ella. Pero quizá cuando lo
pensara con calma llegara a la conclusión de que en su vida no había espacio para
una hija. Tal vez aquel descubrimiento lo incitara a dejar el pueblo tan
inesperadamente como había regresado, pero esa vez para siempre.
Nikki suspiró. La desaparición de Colin podría ser la solución más fácil, pero no
era lo que ella quería para Carly. A pesar de la escena del porche, se alegraba de que
Colin hubiera vuelto y de que al fin supiera la verdad.
En muchas ocasiones durante los últimos cinco años había querido llamarlo,
compartir con él sus sentimientos, sus sueños y sus esperanzas para su hija. Había
deseado que Colin se convirtiera en una referencia fundamental en la vida de su
pequeña.
Salió de la habitación y cerró con cuidado la puerta. Y entonces, por primera
vez desde el nacimiento de Carly, se permitió llorar por todo lo que ella y Colin
habían perdido. Y por todo lo que a su hija le había faltado por no tener a un padre.
Cuando Arden volvió a casa poco rato después, Nikki se había secado ya las
lágrimas. Su prima dejó sobre la mesita un ejemplar del Fairweather Gazette antes de
sentarse junto a ella en el sofá.
—Supongo que no tengo que preguntarte si lo has visto.
Nikki negó con la cabeza.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó Arden.
—Se presentó aquí y Carly eligió ese momento para levantarse de la cama.
Arden puso una mueca de desagrado.
—No es precisamente la mejor manera que ha tenido de descubrirlo.

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—Lo sé. Y también sé que me advertiste —durante los últimos cinco años,
Arden había intentado convencerla para que se pusiera en contacto con Colin y le
contara lo de su hija.
Pero aun así creía haber hecho lo correcto.
Colin había dejado muy claro que quería acabar con su matrimonio. Y un
matrimonio era poco más que un pedazo de papel, un acuerdo legal. Una hija, en
cambio, era de carne y hueso, una responsabilidad para toda la vida. Lo último que
Nikki había querido era usar a su hija para mantener los lazos con Colin. Lo había
amado demasiado como para no recibir su amor a cambio.
—¿Estás bien? —le preguntó Arden.
Nikki tomó otro pañuelo de papel y se sorbió la nariz.
—Esta mañana creía tener un control absoluto sobre mi vida. Pero entonces
apareció Colin y lo puso todo patas arriba.
—Tenías que saber que algún día volvería.
—Antes sí lo pensaba —admitió ella—. Durante el primer año después de su
marcha, siempre que llamaban a la puerta esperaba y temía que fuera él. Pero a
medida que las semanas se hicieron meses y los meses, años, esa posibilidad se fue
haciendo cada vez más remota. Cada día me parecía más evidente que no iba a
volver, hasta que me convencí a mí misma de que nunca regresaría.
—Pero ahora ha vuelto.
—Sí.
—¿Cuál fue su reacción?
—Pensó… —dudó un momento, sorprendida del dolor que le causaba recordar
las palabras de Colin—. Pensó que no se lo había dicho porque no sabía si él era el
padre.
—Oh, Nic, sabes que no lo decía en serio —dijo Arden abrazándola—. Estaba
muy dolido y lo pagó contra ti. Es una reacción de lo más normal.
Nikki soltó una amarga y corta carcajada.
—No hay nada normal en esta situación.
—Dale algo de tiempo.
—No te imaginas cuánto me gustaría poder volver atrás —dijo Nikki, que no
creía que el tiempo fuera a calmar la ira de Colin.
—Tenía que enterarse tarde o temprano.
—Lo sé —suspiró con tristeza—. Ojalá se hubiera enterado por mí.

Colin siguió conduciendo durante un largo rato después de marcharse de casa


de Nikki. Aunque una parte de él deseaba quedarse y obligarla a darle las respuestas

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que necesitaba, otra parte, quizá la más racional, reconocía que las emociones estaban
a flor de piel y que en ese estado no podía mantener una conversación civilizada con
ella.
Así que se subió al coche y se alejó. Era una costumbre que había adquirido de
adolescente, una vía de escape para desahogarse cada vez que se peleaba con su
padre y que lo ayudaba a ver las cosas en perspectiva.
Por desgracia, sabía que aunque condujera todo el camino de ida y vuelta hasta
Texas, no conseguiría ninguna perspectiva en aquel problema. Quería resolver sus
sentimientos, pero todo en su interior estaba tan revuelto que no sabía ni por dónde
empezar. No sabía cómo se sentía ni cómo se suponía que debía sentirse por la
revelación de Nikki. Sobre todo se sentía traicionado por la única mujer en quien
había confiado de corazón.
«Han pasado cinco años. Muchas cosas han cambiado en todo este tiempo».
Volvía a oír sus palabras una y otra vez. Tenía razón. Muchas cosas habían
cambiado… Ella misma había cambiado. La mujer que él había conocido, a la que
había amado, nunca le habría ocultado un secreto.
Aún no podía creerse que hubiera tenido una hija y que no se lo hubiera dicho.
No sólo una hija.
La hija de ambos.
Puso una mueca de dolor, recordando la expresión de Nikki cuando la acusó de
no saber quién era el padre de la niña. No tenía derecho a atacarla así, ni razón para
creer que alguna vez le hubiera sido infiel.
Pero ¿cómo podía haberle hecho eso?
De acuerdo, quizá él no fuera del todo inocente. Quizá no debería haber roto el
matrimonio. Pero, demonios, no lo hubiera hecho de haber sabido que estaba
embarazada.
Se pasó una mano por el rostro. Ahora lo sabía. Pero no sabía lo que iba a hacer
al respecto.
No sabía nada sobre cómo ser padre. El suyo propio no había sido precisamente
un buen ejemplo. Richard McIver había dedicado su vida a su trabajo como abogado,
sin preocuparse apenas por su mujer y sus dos hijos. Casi nunca estaba en casa, y
cuando lo estaba, no prestaba el menor interés a los niños.
Y ahora, sin ninguna práctica, experiencia ni preparación, Colin era padre.
Oh, no. ¿A quién trataba de engañar? Él había sido un donante de semen más
que un padre. A eso se reducía su participación en la vida de su hija. No sabía de ella
nada más que su edad y su nombre. No sabía cuándo era su cumpleaños, su color
favorito ni qué juguetes le gustaban.
Y tampoco sabía lo que ella sabía de él. ¿Qué le habría contado Nikki? ¿Cómo
habría explicado la ausencia de un padre a una niña? ¿Lo odiaría Carly por no haber
estado con ella? ¿O entendería por qué no había sido parte de su vida? ¿Habría

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deseado alguna vez tener un padre o su repentina aparición no era más que una
complicación indeseada?
La situación se le antojaba dolorosamente injusta. No era sólo que no supiese
nada de su hija… Nunca había tenido la oportunidad para conocerla. Nikki le había
ocultado su existencia durante cinco años. Y ahora, por culpa de un jugador
disgustado y unas circunstancias que escapaban a su control, quizá no pudiera
quedarse en Fairweather el tiempo suficiente para conocerla.
Volvió a pensar en el periódico local y en la posibilidad, bastante remota, de
que el artículo pudiera poner en peligro su tapadera. Cierto era que una parte de él
ansiaba enfrentarse abiertamente con Parnell y acabar de una vez por todas con
aquella situación, pero jamás se arriesgaría a una confrontación estando cerca de su
hija.
Ya fuera por casualidad o por obra del destino, se encontró conduciendo por
Meadowvale Street en dirección a casa de su hermano, donde los dos habían vivido
de niños. Hubo un tiempo en el que Shaun y él habían estado muy unidos, pero
cuando se separó de Nikki, Colin había decidido alejarse lo más posible de
Fairweather y de todo lo que le recordara a su exmujer.
Llamó a la puerta y esperó con impaciencia y algo de aprensión la respuesta de
su hermano. No se veían desde el funeral de su padre, y no estaba seguro de que
Shaun quisiera verlo ahora.
—Así que el hermano pródigo regresa por fin —Shaun lo recibió con una
sonrisa y un rápido abrazo—. Me alegro de volver a verte.
—Yo también —respondió Colin, sorprendido por el nudo que se le había
formado en la garganta.
—Este reencuentro bien merece que lo celebremos —dijo su hermano
dirigiéndose hacia la cocina.
—Puede que no pienses lo mismo cuando sepas por qué estoy aquí.
Shaun sacó un par de cervezas del frigorífico, abrió una y se la pasó a su
hermano, antes de abrir su propia botella.
—Has visto a Nikki.
—Y a mi hija.
—Estupendo.
Colin no había sabido qué reacción se esperaba de su hermano, pero desde
luego no era aquélla.
—Me alegro de que al fin te lo haya dicho —dijo Shaun dirigiéndose hacia el
salón.
Colin lo siguió con una sonrisa forzada.
—No ha ocurrido exactamente así.
—¿Ah, no? —Shaun se sentó y apoyó los pies sobre la mesita, algo que ninguno
de los dos se hubiera atrevido a hacer en presencia de su padre—. ¿Qué pasó?

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—Nikki y yo estábamos hablando de otra cosa cuando Carly apareció de


repente.
—Vaya —dijo Shaun, tomando un trago de cerveza—. Debió de ser toda una
sorpresa.
—Por llamarlo de alguna manera —corroboró Colin.
—Entonces Nikki y tú os pusisteis a discutir y tú te marchaste.
—Sí —reconoció él.
—Imagino lo preocupado que has debido de estar, pero vas a tener que hablar
con ella si quieres que te permita visitar a tu hija.
—No quiero visitas —espetó Colin.
—¿Entonces qué quieres?
—No lo sé —no sabía nada sobre cómo ser padre, pero sí sabía que quería ser
padre, no solamente alguien que viera a su hija de vez en cuando.
Su hermano negó con la cabeza.
—Muy típico, ¿no te parece?
—¿Qué se supone que significa eso?
—Nunca piensas las cosas hasta el final, Colin. Ya sé que estás furioso con
Nikki por no haberte contado lo de Carly, pero ¿puedes culparla?
—¡Sí! Tenía derecho a saber que estaba embarazada de una hija mía.
—Y ella tenía derecho a esperar de ti que respetaras las promesas
matrimoniales.
—Lo hice. Nunca engañé a Nikki. Ni siquiera pensé en otra mujer mientras
estuvimos juntos.
—No estuvisteis casados ni un año.
Eso era cierto, pero lo que Shaun no sabía era que había pasado mucho tiempo
desde el divorcio hasta que se fijó en otra mujer. Incluso entonces no había sido más
que un esfuerzo por intentar olvidar a Nikki. Un esfuerzo inútil, porque nunca había
dejado de pensar en ella, de soñar con ella, de echarla terriblemente de menos…
Había esperado con impaciencia los papeles del divorcio, como si esas páginas
pudieran erradicar sus sentimientos hacia ella. Naturalmente, no había sido así.
Nada podía ayudarlo a superar la separación.
En cuanto vio a Nikki en el aparcamiento, había sabido que sus sentimientos no
se habían disuelto como había pasado con el matrimonio. Sólo habían quedado
enterrados. Había bastado una mirada para que volvieran a la superficie y un ligero
roce para que volvieran a agitarse. Y cuando la besó, fue como si no hubieran
transcurrido cinco años de separación, como si nada hubiera cambiado.
Salvo que todo había cambiado.
—Entiendo que estés enfadado —dijo Shaun—, pero…

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—No creo que puedas entender nada de esto. Tú no acabas de descubrir que
tienes una hija de cuatro años y medio —dejó la botella vacía en la mesita—. ¿Por qué
me lo ocultó? ¿De verdad pensaba que le daría la espalda a mi propia hija?
—Nikki no supo que estaba embarazada hasta después de que le dijeras que el
matrimonio se había acabado.
—Aun así tenía derecho a saberlo.
Shaun dejó escapar un suspiro.
—¿Por qué crees que me esforcé tanto para conseguir que volvieras? ¿Por qué
crees que le planteé a tu abogado aquellas exigencias tan extravagantes?
—Porque seguías las instrucciones de tu clienta.
—Nikki no quería nada de ti. Pero yo creía, y esperaba, que si volvías y le
preguntabas por qué estaba siendo tan poco razonable, entonces ella te hablaría del
bebé que estaba esperando.
Colin negó con la cabeza, aunque empezaba a entender lo que antes le había
parecido una traición de su hermano.
—Mi abogado me dijo que firmara ese acuerdo. Pero el dinero no me
importaba, y pensé que era lo menos que podía hacer para compensar a Nikki —de
hecho, había querido pagarle diez veces más con la esperanza de aliviar su culpa.
—Nunca tocó un centavo —le reveló Shaun—. Lo metió todo en una cuenta
fiduciaria para Carly.
Aquella revelación no cambiaba nada los hechos: Shaun tenía parte de la culpa.
Había participado en el engaño de Nikki durante cinco años. Shaun y Nikki… las dos
personas más cercanas a él lo habían traicionado.
—¿Cómo pudiste mantenérmelo en secreto? —le preguntó en voz alta—.
¿Cómo no me dijiste que tenía una hija?
—No me correspondía a mí decírtelo. Y Nikki era mi clienta…
—Yo soy tu hermano.
—No podía revelar una información confidencial que yo, en calidad de
abogado…
—Ahórrate esa charla de ética profesional. No le has cobrado a Nikki por todas
las conversaciones que habéis mantenido durante los últimos cinco años.
Shaun volvió a suspirar.
—Sé que ella quería decírtelo.
Colin se pasó las manos por el pelo. No llevaba en Fairweather ni cuarenta y
ocho horas, y su vida ya no se parecía en nada a la que había dejado atrás en Texas.
El detective Brock le había sugerido que se marchara, y él lo había hecho de
buena gana. Estaba harto de mirar por encima del hombro, de preguntarse lo que
encontraría al torcer la esquina. Había vuelto a Fairweather para descansar y hablar
con su exmujer. El plan era bien sencillo.

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Pero ahora que estaba allí parecía que sólo había conseguido cambiar las
complicaciones por otras.
—¿Cómo es? —preguntó tras un largo silencio—. Carly —dijo, para aclarar la
pregunta y para intentar pronunciar ese nombre en voz alta.
Su hermano sonrió.
—Tiene tus ojos y el famoso encanto de los McIver.
Colin también sonrió, complacido por saber que había algo de él en su hija.
—¿Es… es feliz?
—Es una niña increíblemente feliz e integrada en su entorno.
—Tal vez no necesite un padre —dijo, y carraspeó para disolver el nudo de la
garganta—. En cualquier caso, no un padre como yo.
—¿Qué quieres decir con un padre como tú?
Colin se levantó del sillón.
—Que no sé nada sobre cómo ser padre. Ni siquiera sé nada de niños.
—Casi todos los padres son novatos la primera vez.
—Pero… Dios, ni siquiera había pensado nunca en tener hijos.
—Bueno, será mejor que empieces a pensarlo —dijo su hermano—. Porque ya
tienes una.
—¿Le…? —dudó un momento, temeroso de hacerle esa pregunta—. ¿Le dijiste
que no… que no me hablara del bebé?
—No —respondió Shaun con una sonrisa—. Le aconsejé que te buscara por el
bien de la niña.

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Capítulo 3
Lo peor de la cárcel era la cama, decidió Duncan Parnell, aunque dudaba de
que el minúsculo colchón sobre la estructura de acero atornillada al suelo de granito
pudiera considerarse como cama. Se dio media vuelta para estirarse boca arriba y se
concentró en la respiración para intentar relajarse. El sudor le empapaba la frente al
apretar los dientes contra el dolor.
Ojalá tuviera píldoras. Una sola píldora que aliviara su agonía.
El guardia le había dado una aspirina, como si eso supusiera alguna diferencia.
Cerró los ojos y exhaló lentamente. Al menos no tendría que estar allí mucho tiempo.
Y cuando saliera, iba a hacérselo pagar a Jonesy. No tenía duda de que había
sido él quien había declarado en su contra.
McIver había fichado a Jonesy a mitad de temporada. Había marcado siete
goles en su primer partido con los Tornadoes, y después del accidente de Duncan,
había ocupado su puesto. Se suponía que sólo lo sustituiría temporalmente, mientras
Duncan estuviera lesionado.
Pero McIver mantuvo a Jonesy como titular. Los play-offs se acercaban, y
Jonesy había jugado el doble que Duncan.
Entonces Duncan había cometido el error de hablar demasiado en The Thirsty
Duck una noche después de un partido. Estando Jonesy presente, se había dejado
llevar por la furia y había empezado a despotricar contra McIver y a jurar que se lo
haría pagar.
Jonesy debió de figurarse que tendría garantizado el puesto de Duncan para la
próxima temporada si éste estaba en la cárcel.
Y ahora, por culpa de unas palabras desafortunadas y la consiguiente explosión
en el apartamento de McIver, Duncan estaba en prisión acusado de proferir
amenazas. Sabía que la policía esperaba endosarle el atentado a él, y también sabía
que no tenían pruebas y que no podría encontrar ninguna. Porque él no lo había
hecho.
Si hubiera planeado mandar a McIver al otro barrio, habría comprado un arma
y lo habría hecho personalmente. Seguramente hasta se hubiera divertido. Pero lo
que de ningún modo iba a hacer era colocar una bomba. En el instituto había
conocido a un tipo que perdió dos dedos de una mano por jugar con petardos.
Duncan negó con la cabeza. Era un riesgo muy elevado, sobre todo para él,
cuyas manos eran su sustento. No era tan grande y rápido como los demás, pero con
el puck en su poder era insuperable. Desde que empezó a jugar al hockey sobre hielo
a los catorce años, había sido reconocido y admirado por sus manos. Por nada del
mundo se arriesgaría a perder su principal baza.
Había que estar loco para jugar con explosivos.
Y eso era exactamente lo que le había dicho al policía que lo arrestó.

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El dolor de la espalda se le alivió un poco y sonrió mirando al techo. No, él no


se valía de las bombas para conseguir sus objetivos, pero sí sabía quién lo hacía.
Y Boomer se había alegrado bastante de ocuparse de su problema. No tenía que
preocuparse de que lo cazaran. En más de quince años sólo lo habían arrestado en
dos ocasiones, y nunca había cumplido condena. Era un hombre que se enorgullecía
de su trabajo y su reputación, y Duncan confiaba en él. Lo cual era otra razón por la
que no le importaba estar encerrado en esos momentos… así tendría una coartada
irrefutable cuando el cadáver de McIver fuera encontrado.

Nikki estaba sentada leyendo el periódico del domingo después de una noche
de insomnio. Sabía que la conversación con Colin apenas había tocado por encima el
problema y que por tanto era inevitable un segundo enfrentamiento. Casi se alivió de
verlo llegar antes de las nueve.
—¿Dónde está Carly? —preguntó él.
—Se ha ido a pasar el día fuera con Arden.
—Quiero ver a mi hija —declaró mirándola fríamente.
—Quería que discutiéramos a solas la… situación.
Su explicación no pareció tranquilizarlo, pero a Nikki no le importó. Sólo se
preocupaba por el impacto que la súbita aparición de Colin pudiera causar en su hija,
y también por el vacío que volvería a dejar tras su inevitable desaparición. Porque,
por mucho que quisiera que Colin estuviese cerca de Carly, sabía que no se quedaría
en Fairweather. No había querido hacerlo antes, y no había razón para sospechar que
fuera a hacerlo ahora.
—¿Te apetece un poco de café? —se lo ofreció en un intento por ganar tiempo,
no porque tuviera el menor deseo de meterse más cafeína en el organismo.
—Sí, gracias.
Por el tono de su voz, Nikki supuso que seguía enfadado. O más bien, furioso, y
ella no podía culparlo.
Lo condujo a la cocina y sirvió el café en dos tazas mientras buscaba las
palabras adecuadas. Añadió un poco de leche al café de Colin y azúcar al suyo
propio. La sencilla tarea le dio unos cuantos segundos más para recomponerse y
ordenar sus pensamientos.
Se volvió hacia la mesa y le tendió la taza. Los dedos de Colin le rozaron los
suyos y a punto estuvo de perder la débil compostura que había conseguido. Lo miró
fugazmente y vio su mirada clavada en ella. Al instante sintió la acalorada tensión
que hervía entre los dos.
A pesar de la magnitud de los hechos, la atracción básica seguía bullendo, como
las ascuas de un fuego, avivada por el simple contacto de los dedos. Era una
distracción que Nikki no necesitaba, una complicación que no podía permitirse.

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—Sigo intentando comprender qué pasó, Nicole. Por qué, en todo este tiempo,
no me dijiste que habíamos tenido una hija.
Cualquiera que fuera la razón que había usado para justificar el engaño en un
principio, mientras más tiempo pasaba, más difícil se hacía pensar en hablarle de su
hija. Y cuanto mayor se hacía Carly, más surrealista parecía la situación. Tal vez
hubiera sido más fácil hacerlo cuando Carly era un bebé. Pero ¿cómo decirle a Colin
que era padre… de una niña de cuatro años y medio?
Siempre se había refugiado en la excusa de que si Colin se preocupara de
verdad por ella, habría vuelto a casa. Era la única justificación que le daba algo de
consuelo. Después de todo, había sido él quien se marchó.
Pero ahora había vuelto y a ella no le quedaban más excusas.
—Quería decírtelo —admitió.
—Entonces ¿por qué no lo hiciste?
—Porque el día que descubrí que estaba embarazada fue el mismo en que recibí
los papeles del divorcio —el recuerdo de aquel día, la desbordante alegría inicial
seguida del dolor devastador, aún seguía vivo en su memoria.
—¿Qué es esto? ¿Tu modo de hacerme pagar por haber acabado con nuestro
matrimonio?
Nikki suspiró débilmente.
—No pensé en ello como un castigo, pero tal vez lo fue. Estaba dolida y furiosa,
y no quería saber nada de ti.
—¿Y no pudiste superar tu dolor y furia durante dos minutos en cinco años
para decirme que tenía una hija?
—Intenté llamarte.
—¿Cuándo?
—La primera vez que tuve a nuestra hija en brazos —pensar en aquel mágico
momento seguía haciéndola sonreír—. Quería hablarte de nuestra preciosa niña.
—¿Y? —acució, impaciente.
—El número no estaba en servicio.
La respuesta no lo calmó en absoluto.
—¿No intentaste localizarme? ¿Le preguntaste a mi hermano? ¿Hiciste algo más
que una mera llamada telefónica?
—No —reconoció ella.
—¿Por qué, Nic?
—Creía estar protegiendo a Carly.
—¿Cómo pudiste utilizar a nuestra hija para justificar tus acciones?
«Nuestra hija».

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Las palabras la golpearon como una acusación, recordándole que Colin tenía un
derecho legítimo sobre la niña del que ella lo había privado durante cinco años. No
importaba que sus intenciones hubieran sido buenas, ni que le hubiera dado a Carly
todo el amor y atención que la niña necesitara. Carly también era hija de Colin, y ella
les había hecho un daño enorme al negarlo.
—¿De qué creías estar protegiéndola? —le preguntó él.
Nikki desvió la mirada e intentó controlarse. Pero era difícil no responder a la
ira de Colin.
—De ser rechazada por su padre.
—¿De qué estás hablando? —preguntó él con el ceño fruncido.
—Estoy hablando de tu obsesión por el hockey —prácticamente le gritó las
palabras. En cierto modo la aliviaba poder expresar por fin los sentimientos que
había mantenido guardados durante tanto tiempo.
—¿Obsesión?
—No hablabas ni pensabas en otra cosa. Y no creo que una niña encajara en tus
planes. Una esposa, desde luego que no.
—El hockey no era una obsesión… Era mi vida.
—Lo sé —admitió ella, incapaz de borrar el rencor de su voz—. Y era más
importante para ti que cualquier otra cosa.
—Eso no es cierto.
—¿No?
—Por supuesto que no. Y no estamos hablando de mi carrera. Estamos
hablando de por qué me mantuviste en secreto a mi hija.
Nikki suspiró.
—Cuando sospeché que estaba embarazada, esperaba que tener un hijo pudiera
acercarnos de nuevo. Pero entonces tú decidiste que el matrimonio no era lo que
querías, y lo último que yo deseaba era que te quedaras conmigo sólo porque
estuviese embarazada. Te amaba demasiado como para depender de un hijo. No
quería que me guardaras rencor, ni a mí ni a nuestro hijo, por quedarte con nosotros
cuando no era donde querías estar —tragó saliva con dificultad—. Y una parte de mí
temía que tampoco fuera suficiente para ti. Que de todos modos antepondrías tu
carrera a tu familia.
—¿Alguna vez pensaste en una tercera opción… en que tal vez yo quisiera ser
un padre para nuestra hija?
Por supuesto que lo había pensado. Cuando el médico le confirmó su
embarazo, había fantaseado con la idea de decírselo. En sus fantasías, Colin se volvía
loco de alegría por saber que iba a ser padre. Gritaba de felicidad y la colmaba de
besos y atenciones. Luego se la llevaba lejos y los dos vivían felices en una casa llena
de niños.

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Pero la realidad era que se habían casado sin ni siquiera hablar de tener hijos.
Al principio, ella había estado tan entusiasmada por ser la mujer de Colin que no se
había preocupado por nada más. Sabía que quería tener un hijo suyo algún día, y
había dado por hecho que él querría lo mismo.
Cuando sacó el tema un par de meses después, se había quedado horrorizada al
oírlo decir que no quería una familia. Pero no intentó insistir, porque estaba segura
de que con el tiempo cambiaría de opinión.
La petición de divorcio había aniquilado por completo su fantasía. Aun así,
ahora sabía que se había equivocado al culparlo por destruir un sueño del que él no
sabía nada.
—Lo siento —le susurró tras un minuto de agónico silencio.
—¿Sientes que lo haya descubierto?
Ella negó con la cabeza y se secó las lágrimas.
—Siento no haber intentado decírtelo antes. A pesar de lo que ocurrió entre
nosotros, tú eres su padre y tenías derecho a saberlo.
Colin permaneció en silencio.
—Lo siento —volvió a decir ella, sorprendida de lo bien que se sentía al
decirlo—. Nunca pretendí hacerte daño ni mantener en secreto mi embarazo. Y
siento que sea eso lo que ha pasado.
—Yo también.
—¿Qué quieres que haga ahora? —le preguntó—. Me he disculpado. He
intentado que entiendas por qué tomé mis decisiones. De acuerdo, quizá lo fastidié
todo y tal vez debería haber hecho las cosas de otro modo. Pero ahora es demasiado
tarde para cambiarlas.
—No sé si alguna vez podré perdonarte por esto —dijo Colin con una voz llena
de rencor.
—Los dos cometimos errores —le recordó ella—. ¿No puedes reconocerlo y
seguir adelante?
—No sé cómo superar tus mentiras y engaños.
Nikki volvió a sentir el escozor de las lágrimas.
—¿Sabe Carly algo de mí? —preguntó él.
—Ahora empieza a hacer preguntas sobre su padre —confesó ella—. Le he
contado todo lo que puedo sin tener que mentirle.
Colin la miró con ojos entornados.
—¿Qué le has contado?
—Que su padre no vive con nosotras porque trabaja en Texas.
Él pareció pensar en su explicación por un momento.

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—No es ningún trauma para ella —explicó Nikki—. Muchos de sus amigos
viven con un solo padre.
—Para mí sí es un gran trauma.
—Quiero decir que no ha echado de menos tener un padre.
—¿Y eso te ayuda a dormir por las noches… creer que ella no necesita un
padre?
—Yo no he dicho que no necesite un padre —replicó Nikki con voz débil—. En
un mundo perfecto, todos los niños tendrían a sus dos padres que los quisieran. Pero
éste no es un mundo perfecto y yo lo he hecho lo mejor que he podido por Carly.
—Entonces, ¿dónde encajo yo en todo esto?
Nikki dudó. Sabía que su respuesta sólo serviría para enfurecerlo aún más. Pero
había pensado en esa pregunta durante toda la noche, y estaba decidida a poner el
bienestar de su hija en primer lugar.
—No quiero que entres en su vida si no tienes pensado quedarte. Para Carly
sería peor encontrar a su padre y perderlo que no conocerlo nunca.
—¿Por qué es tu decisión la que cuenta? —preguntó Colin, desafiante.
—Porque es mi hija y no quiero que sufra —nada más pronunciar esas palabras
supo que había cometido un error. Pero ya era demasiado tarde.
—También es mi hija —replicó él—. Y quiero formar parte de su vida. Quiero
que sepa quién soy.
—¿Quieres que te llame «papá»?
—Soy su padre.
—No puedes pretender presentarte aquí después de cinco años y…
—Quizá hubiera venido antes de haberlo sabido —recalcó él fríamente.
—«Quizá» es la palabra clave —dijo ella.
—Sea como sea, no creo que estés en posición de imponer condiciones en mi
relación con Carly.
—Soy yo quien tendrá que suplir tu ausencia cuando te vayas.
—No voy a irme a ninguna parte.
—¿Qué pasará si te renuevan tu contrato en Texas?
—No voy a discutir contigo sobre algo que es posible o no que ocurra.
—Ella es quien sufrirá cuando vuelvas a marcharte del pueblo.
—¿Por qué estás tan segura de que voy a abandonarla?
Nikki apartó la mirada. Temía por Carly, pero también por ella misma. Colin la
afectaba como ningún otro hombre, y no podía soportar ver cómo volvía a dejarla.
Pero sabía que se acabaría marchando. Tarde o temprano. Colin siempre se
marchaba.

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—Porque siempre estás buscando algo mejor. Y cuando una situación se vuelve
difícil, prefieres alejarte en vez de intentar arreglarla.
—¿Sigues hablando de Carly?— preguntó él—. ¿O te refieres a nosotros?
Nikki se ruborizó.
—Obviamente, lo nuestro ha afectado a mi perspicacia. Pero no puedes
culparme por querer proteger a Carly.
—Yo nunca le haría daño, Nikki.
«Yo nunca te haría daño, Nikki». Sí, ya había oído antes esas palabras. Incluso
las había creído en una ocasión. Pero ya no.
—Si realmente quieres ser su padre, tienes que empezar a pensar lo que es
mejor para ella. Tienes que pensar en cómo la afectará que salgas de su vida tan
bruscamente como has entrado.
—Maldita sea, Nicole. ¿Qué quieres de mí? ¿Qué se supone que tengo que hacer
para demostrar que estoy comprometido?
—No lo sé —admitió ella—. Pero no puedes considerarte su padre hasta que no
estés listo para asumir la responsabilidad que eso implica.
—Quizá deberíamos dejarlo en manos de un tribunal.

Aquellas palabras sorprendieron al propio Colin tanto como a Nikki. No había


ido a verla con la intención de amenazarla con un juicio, pero debería habérselo
esperado. Nada estaba saliendo conforme a su plan.
Y aunque estaba tentado de cumplir su amenaza, de obligar a Nikki a que lo
aceptara como parte de la vida de Carly, sabía que no podía. Las actas de un juicio
eran de dominio público, accesibles a cualquiera que se interesara por ellas. Presentar
una demanda judicial por su hija no sólo revelaría su actual paradero, sino que
podría poner en peligro a Carly también.
A pesar de que el detective Brock lo había llamado la noche anterior para
informarlo del arresto de Duncan Parnell, Colin permanecía alerta. Hasta que Parnell
confesara no podía bajar la guardia, lo que significaba que no podía reclamar la
custodia de su hija.
Pero Nikki no sabía nada de eso, y se había quedado completamente pálida al
escucharlo.
—No te atreverás.
—No me tientes —le advirtió él.
Ella parpadeó con fuerza para apartarse las lágrimas.
—Sólo intento hacer lo que es mejor para Carly. ¿Es que no lo ves?
—¿Cómo puede ser lo mejor para ella no conocer a su padre?

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—Es mejor que no lo conozca a que sepa que nunca se interesó por ella.
Colin se pasó la mano por el pelo.
—Maldita sea, Nikki. No sabía que estabas embarazada.
—¡Ni yo creía que te importara! Aquel arrebato de furia desconcertó a Colin por
un momento.
—¿Cómo pudiste pensar eso? —preguntó al fin—. ¿Cómo pudiste pensar que le
daría la espalda a mi hija?
—No sabía qué pensar —dijo ella sinceramente—. Pero tampoco creía que el
hombre que me había dicho que me amaría por siempre me pediría el divorcio diez
meses después de nuestra boda.
—Sabes por qué acabé con nuestro matrimonio —arguyó él.
—No, no lo sé. He escuchado todas las razones que me has dado para justificar
tu decisión, pero sigo sin comprender cómo pudiste marcharte cuando se suponía
que me amabas. ¿Cómo puedo estar segura de que no le harás lo mismo a tu hija?
—Porque jamás haría eso —declaró él simplemente.
Tal vez fuera muchas cosas, pero no era un irresponsable. Tener un bebé no era
algo que hubiesen planeado, pero si hubiera sabido que Nikki estaba embarazada,
habría hecho todo lo posible para que su matrimonio funcionase.
—Me dijiste que no querías tener hijos.
Colin frunció el ceño. Recordaba vagamente una conversación en la que Nikki
le había hablado sobre la posibilidad de tener hijos. Fue poco después de la boda, y él
había estado tan preocupado por su nueva vida y su carrera perdida como para
pensar en cualquier otra cosa. Seguramente le había dicho que no quería tenerlos,
desde luego no en aquel entonces.
—Tal vez te dijera eso —aceptó—. Pero hay una gran diferencia entre hablar de
tener hijos y tener una niña de mi carne y mi sangre.
Eso le recordó otra cosa que llevaba fastidiándolo desde que vio a Carly. Se
había quedado perplejo, no sólo por el hecho de que Nikki tuviera una hija, sino por
darse cuenta de que él era el padre. Porque si había algo en lo que Colin siempre
había sido extremadamente cuidadoso, era en los medios anticonceptivos.
Él siempre usaba protección. Incluso cuando él y Nikki se casaron tenía siempre
una caja de preservativos en la mesita de noche. Nunca le había hecho el amor sin
usar uno.
Excepto…
—¿Cuándo es el cumpleaños de Carly? —preguntó bruscamente.
—El seis de octubre —respondió ella sin mostrar la menor sorpresa.
Colin hizo un rápido cálculo mental y confirmó lo que ya sospechaba: su hija
había sido concebida el último fin de semana que habían pasado juntos. El fin de
semana que había venido al pueblo para enterrar a su padre.

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Nikki asintió, como leyéndole sus pensamientos.


Aquel fin de semana había sido un infierno para Colin. Abrumado por el dolor
y la culpa, había buscado el consuelo que Nikki le ofrecía sin pensar en las
consecuencias ni en nada más que en lo desesperadamente que la necesitaba. Se
había aprovechado de su compasión y de su amor y luego se había alejado de ella.
Se pasó una mano por el rostro. La separación que su trabajo exigía había sido
difícil para ambos, y aquel fin de semana había acabado reconociendo la verdad que
su padre le había dicho: Nikki merecía algo más que un marido que estaba fuera casi
todo el tiempo. Merecía mucho más de lo que él podía darle.
Había puesto fin a su matrimonio no porque no quisiera estar con ella, sino
porque quería que Nikki tuviera la vida que merecía. Un marido que pudiera estar a
su lado, la familia que siempre había querido. No soportaba la idea de que estuviera
con otro hombre, pero se obligó a marcharse sin darle una oportunidad.
En aquel tiempo, había creído sinceramente que estaba haciendo lo mejor para
Nikki, igual que ella lo había hecho por su hija.
Entonces, ¿cómo podía culparla por mantener en secreto su embarazo cuando
sus razones eran tan parecidas a las que había tenido él?
Nikki se dejó caer en una de las sillas de la cocina, exhausta por la discusión.
—Creo que más importante que lo que ambos hicimos hace cinco años es qué
quieres hacer ahora.
—Quiero ser un padre para mi hija.
La expresión dudosa de Nikki volvió a enfurecerlo.
—¿Por cuánto tiempo? —preguntó ella—. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte y
formar parte de su vida?
Colin estaba cansado de oír lo mismo y de sentirse culpable por las decisiones
que había tomado. Y sobre todo odiaba no poder darle una respuesta definitiva.
Porque hasta que no supiera con certeza que su vida no corría peligro, no podría
prometerle nada.
—Ahora estoy aquí —fue todo lo que dijo.

Colin dejó a Nikki en casa, con un montón de asuntos sin resolver pero con una
cita en firme para ver a Carly al día siguiente.
Nikki y Carly habían hecho planes para ir de picnic al jardín botánico por la
tarde, y Nikki había aceptado a regañadientes que Colin las acompañase. No habían
aclarado si era su «papá» o su «tío», pero Colin estaba tan entusiasmado por pasar
tiempo con su hija que le daba igual cómo lo llamara.
Cuando volvió al hotel, sentía una mezcla de aprensión e impaciencia. No sabía
nada de niños, y menos de su propia hija. ¿Se habría precipitado? ¿Habría forzado
una situación para la que ninguno estaba preparado?

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Tenía que reconocer que no sería la primera vez. Cuando Nikki accedió a
casarse con él, la llevó a Las Vegas sin pensar en lo que estaba haciendo. La había
amado, pero su amor no había bastado para sostener el matrimonio.
¿Estaría condenada a un destino similar la relación con su hija?
No, se negaba a creerlo. Aquello era diferente. Se trataba de su hija, de la que ya
se había perdido los primeros cuatro años y medio de su vida. No estaba dispuesto a
perderse ni un día más.
El sonido de su teléfono móvil le supuso una agradable interrupción de sus
inquietantes cavilaciones.
—¿Diga?
—¿Dónde estás? —preguntó una voz impaciente. Colin reconoció enseguida a
su agente.
—En Fairweather.
—¿No has oído las noticias? La policía ha detenido a Duncan Parnell.
—Sí. El detective Brock me llamó anoche.
—Entonces ¿qué demonios haces aún en Pennsylvania? Súbete a un avión y
vuelve para acá.
—No voy a volver —dijo Colin—. Al menos no por ahora.
Un largo silencio siguió a su declaración.
—¿Por qué no? —preguntó finalmente Ian.
—Es una larga historia.
—Se trata de una mujer, ¿verdad? —supuso Ian, y ni siquiera esperó a una
respuesta—. Maldita sea, Colin. ¿No te he repetido hasta la saciedad que las mujeres
son la ruina de los hombres?
—Y tienes cuatro exesposas para corroborarlo —acabó Colin por él—. Sí, me lo
has repetido muchas veces.
—Pues está claro que no me has escuchado.
—Eres mi agente, no mi consejero personal. Y, como agente mío, necesito que
estudies una oportunidad de trabajo para mí.
—Aún no estás desempleado —le recordó Ian—. Los nuevos propietarios no
han tomado ninguna decisión sobre tu contrato.
Colin ignoró la protesta.
—En septiembre va a haber una nueva cadena de televisión en Fairweather,
enteramente dedicada al deporte. Están buscando presentadores.
Ian soltó un gemido ronco.
—No sabes nada de televisión.
—Limítate a conseguirme una entrevista y una prueba.

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—¿Estás seguro?
—Completamente.
Por primera vez en cinco años, sabía exactamente lo que quería, y no iba a dejar
que nada se interpusiera en su camino.

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Capítulo 4
Nikki colgó el teléfono, preguntándose por qué la sorprendía tanto que Colin
hubiera cancelado los planes a la primera de cambio. Y por qué se sentía tan abatida.
—Al menos me alegro de no haberle dicho a Carly que iba a acompañarnos —le
dijo a Arden.
—¿No va a ir con vosotras?
—No. Le ha surgido un imprevisto —dijo, repitiendo la explicación que Colin
acababa de darle.
—¿Y ese compromiso no puede esperar? —preguntó Arden frunciendo el ceño.
—Por lo visto no —intentó convencerse a sí misma de que no estaba
decepcionada, sólo enojada. Después de todo, era él quien había insistido en pasar
tiempo con Carly. Ella había accedido únicamente porque se sentía acorralada.
Lo irónico era que había consultado el calendario aquella mañana y había visto
que era el Día del Padre. Y le había resultado entrañable que Carly pasara, por
primera vez en su vida, el Día del Padre con su papá.
—No me parece el mismo hombre que insistió en pasar el día con Carly —
comentó Arden.
—No —corroboró Nikki—. Aunque no es la primera vez que cambia de idea
sobre lo que quiere —las dos sabían que se refería al matrimonio que Colin había
acabado antes de su primer aniversario.
—¿No te ha ofrecido ninguna explicación?
—No —negó con la cabeza. Tampoco le había dado ninguna explicación cinco
años atrás—. No tiene ningún sentido.
Realmente, nada de aquella situación tenía sentido. Había amado a Colin con
todo su corazón y había creído que él la amaba. Cinco años después, no quedaba ni
rastro del afecto que una vez compartieron. Lo único que había era rencor, amargura
y acusaciones… y una niña pequeña que no merecía estar en el centro de la batalla.
—¿Cómo voy a explicarle esto a Carly? —se preguntó en voz alta.
—Sólo tiene cuatro años —dijo Arden con voz amable—. No pedirá tantas
explicaciones como crees.
—Pero algo habrá que decirle.
—Lo superará —le aseguró Arden—. Los niños son increíblemente fuertes.
—No tendría que superar nada —dijo Nikki—. Su vida no tendría que verse
afectada por los errores que yo cometí.
El ruido de unas pisadas impidió que siguieran hablando, y Nikki consiguió
componer una sonrisa justo cuando Carly entraba en la habitación.
—Mami, tengo hambre.

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—Siempre tienes hambre —dijo su madre sonriendo con más naturalidad.


—Pero ha pasado mucho rato desde el desayuno —dijo solemnemente Carly—.
Y mi barriga quiere galletas de chocolate.
—¿Galletas de chocolate?
—Sí —afirmó la pequeña, asintiendo con vehemencia.
—Ya conoces las reglas. Nada de galletas de chocolate antes del almuerzo.
Carly hizo un puchero con los labios y la miró con ojos suplicantes.
—Pero tengo hambre.
Nikki la abrazó y se la subió al regazo. Aspiró con deleite el olor a champú
infantil y chicle. La fragancia exclusiva de su pequeña.
—¿Estás bien, mami?
—Estoy bien —dijo ella, y le dio un beso en la mejilla—. Echaba de menos
abrazarte.
Carly se retorció para bajar al suelo.
—A lo mejor tú también necesitas una galleta de chocolate.
Nikki se echó a reír y la soltó.
—A lo mejor. Y las dos podremos tomarlas después de nuestro picnic.

Colin había estado convencido de que nada podría interferir en su plan de


pasar la tarde del domingo con su hija. Una simple llamada telefónica le había
demostrado lo contrario.
Cuatro días más tarde, incluyendo un día y medio de arduo y tortuoso, viaje,
estaba otra vez en el hotel Courtland de Fairweather. Se tumbó en la cama sin desear
nada más que unas pocas horas de sueño reparador.
Apenas había cerrado los ojos cuando el teléfono móvil empezó a sonar. Pensó
que debería haberlo dejado en el coche. No quería hablar con nadie, y no necesitaba
más malas noticias.
Pero ¿y si fuera Nikki?
¿Y si algo le había pasado a Carly?
Agarró el móvil antes de la tercera llamada.
No era Nikki. Era el detective Brock que lo llamaba desde Texas.
Colin había olvidado que el detective le había prometido mantenerlo informado
de la investigación. Seguramente de aquello tratase esa llamada.
—¿Tienes algo nuevo? —le preguntó.

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—¿Estás en Maryland? —preguntó a su vez Brock, ignorando la pregunta


inicial.
—No —respondió Colin, sintiendo cómo un escalofrío le recorría la columna.
—Entonces ¿por qué estás registrado en el hotel Courtland?
Ahora sí que sabía que no iban a ser buenas noticias.
—Me dijiste que tal vez me siguieran —le recordó Colin—. Me registré en ese
hotel para despistar.
—Muy inteligente —dijo el detective—. Encontraron un MEI en la cama de tu
habitación del hotel.
MEI. Colin tardó unos segundos en recordar el acrónimo: mecanismo de
explosivo improvisado… Una bomba casera.
—¿Cómo lo han encontrado? —preguntó, tragando saliva, pero Brock no
respondió—. ¿Qué ha pasado?
—Por lo visto, uno de los encargados nocturnos sabía que la habitación no
estaba realmente ocupada y decidió que sería el lugar perfecto para una cita con su
novia —dudó un momento antes de añadir—: Los dos murieron.
Colin cerró los ojos, sacudido por el dolor y la culpa. Acababa de volver del
funeral de María Vázquez, y ahora otras dos personas inocentes habían muerto. Un
hombre y una mujer con amigos y familia que se reunirían para llorar esas muertes
sin sentido.
Mantuvo los ojos cerrados y visualizó las caras desgarradas de dolor de los
hijos de María. A pesar de la tragedia, se habían mostrado corteses y agradecidos con
él por haber sido tan generoso con su madre al darle trabajo y por haber asistido a su
funeral.
No lo culpaban por su muerte, pero tampoco sabían nada de los amenazas de
Parnell. No sabían que Colin podía haberlo evitado, si tan sólo se hubiera tomado en
serio las amenazas, si hubiera ido antes a la policía…
Ahora era demasiado tarde.
¿Habría alguna esperanza de detener aquellos ataques? ¿O acabarían en su
propio funeral?
La policía había creído que Duncan Parnell era el responsable de la explosión en
su apartamento, pero Colin no estaba tan seguro. A pesar de las amenazas de Parnell,
no creía que el chico tuviera las agallas o los conocimientos para fabricar una bomba.
—Supongo que esto acaba con tu teoría sobre Parnell —le dijo a Brock. Después
de todo, Parnell no podía haber colocado una bomba en Baltimore si estaba
encerrado en Texas.
—No necesariamente —dijo el detective—. Las pruebas sugieren que ambos
atentados fueron obra de un profesional.
—¿Estás diciendo que ha puesto precio a mi cabeza? —preguntó Colin, casi
riendo.

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—Todo lo que hace falta es dinero y contactos. Y una absoluta falta de respeto
por la vida humana.
A Colin se le pasaron las ganas de reír.
—¿Qué debo hacer ahora?
—Exactamente lo que estás haciendo, mantenerte escondido. Y quizá deberías
notificar tu situación a la policía local.
—¿Crees que aquí estoy en peligro? —no soportaba pensar que alguien lo
hubiera seguido hasta Fairweather, que inconscientemente hubiera puesto en peligro
a Nikki y a Carly.
—Me parece muy improbable. La bomba de Baltimore indica que nuestro
hombre no sabe dónde estás.
Colin deseó que las cosas siguieran así.

Nikki iba de camino a casa después de hacer la compra el jueves por la noche
cuando se encontró pasando junto al hotel Courtland. No era el camino habitual que
tomaba, y de ningún modo iba a admitir que quería ver si el coche alquilado de Colin
estaba en el aparcamiento. Lo estaba.
Un impulso la hizo aparcar en un hueco libre, dirigirse hacia la habitación 1028
y llamar a la puerta. Esperó lo que pareció una eternidad antes de que Colin
apareciera.
—Nicole —dijo, mirándola con ojos muy abiertos.
Ella se quedó sobrecogida por su aspecto. Tenía el pelo despeinado, una barba
de dos días y ojeras.
—¿Puedo pasar?
El se retiró para dejarla entrar.
Nikki miró a su alrededor y comprobó que la habitación era realmente una
suite completa, con cocina, comedor y salón. El sofá y los sillones estaban tapizados
con una vistosa tela azul que parecía seda. Las mesas eran de reluciente cristal
ahumado.
Suponía una gran diferencia con su tapicería desgastada y sus moquetas
manchadas y roídas. Una prueba más de que vivían en mundos distintos.
—¿Te apetece algo de beber? —preguntó él.
—No he venido aquí para beber. He venido a por una explicación.
—Me lo imaginaba —fue lo único que dijo mientras sacaba una cerveza del
minibar y desenroscaba el tapón.
Nikki observó sus movimientos, fascinada por la fuerza y la elegancia de
aquellas manos que, junto a su velocidad, habían sido sus mejores bazas como

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jugador. Recordó cómo había extendido esa habilidad al dormitorio, cómo se tomaba
su tiempo para desnudarla… Ciertamente, sus manos no eran sólo buenas; eran
fenomenales.
Apartó aquel pensamiento. Estaba allí por una razón específica, y no era
recordar su pasado sexual.
—Quiero saber por qué cambiaste de idea respecto a pasar la tarde del domingo
con Carly.
—Yo no cambié de idea.
—Cierto —dijo ella—. Surgió un imprevisto.
Él se llevó la botella a los labios y tomó un largo trago.
—¿Ese «imprevisto» era rubia, morena o pelirroja? —siguió Nikki.
—¿Es eso lo que crees, que rompí los planes con mi hija para pasar un buen rato
por mi cuenta?
—Es la única explicación que se me ocurre para tu repentina llamada telefónica.
—No podía explicártelo por teléfono —se pasó una mano por la cara—. Maldita
sea, ni siquiera quiero hablar de eso ahora.
—¿Por qué no?
—No pude ir de picnic el domingo porque tuve que volver a Texas.
Texas. No era la respuesta que Nikki había esperado, aunque debería haberlo
sido.
—¿No podías pasar ni cuatro días seguidos en el pueblo sin necesidad de ir a la
gran ciudad?
—No fui por diversión. Fui a un funeral.
Aquello desconcertó a Nikki, como era de esperar.
—Oh.
—Por nada más hubiera sido capaz de romper los planes —le aseguró,
completamente desprovisto de ira.
—Si me lo hubieras dicho, lo habría entendido.
—Quería decírtelo en persona.
—¿Quién ha muerto? —se sintió obligada a preguntar, aunque no quería
saberlo.
—María Vázquez.
Una mujer. Nikki tragó saliva.
—¿Estabas… estabas muy unido a ella?
—Era la señora que limpiaba mi casa desde hacía cuatro años.
—Oh —volvió a decir Nikki, sintiendo un extraño alivio por la respuesta.

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Colin respiró hondo y perdió la vista en el vacío.


—¿Recuerdas la explosión de mi apartamento… de la que informaron en las
noticias?
Ella asintió.
—María estaba allí cuando se produjo. La explosión le provocó heridas
mortales.
Nikki se quedó helada. Había supuesto que no fue más que un accidente.
Enterarse de que alguien había muerto… de que Colin podría haber muerto, la dejó
sin palabras.
Lo miró y vio la culpa y el arrepentimiento en sus ojos. Estaba claramente
destrozado por la muerte de aquella mujer, y ella encima lo acusaba de haber
cancelado el picnic del domingo.
—Lo siento, Colin.
Y entonces, como si fuera lo más natural del mundo, cruzó la habitación y lo
rodeó con sus brazos. No podía negarle el consuelo que tanto necesitaba.
—Yo también —dijo él abrazándola con fuerza.
Ella no se resistió, pues lo necesitaba tanto como él. Necesitaba sentir el calor de
su cuerpo, los latidos de su corazón, convencerse a sí misma de que Colin estaba
bien.
Cerró los ojos y se mantuvo así durante un minuto.
—Tendría que haber sido yo —murmuró él.
—Fue un accidente, Colin —dijo ella, retirándose lo suficiente para mirarlo—.
No hay nada que…
—No —la interrumpió, dejando caer los brazos y apartándose—. No fue un
accidente. Alguien intentaba matarme.
La sangre de Nikki volvió a congelarse.
—¿De qué estás hablando?
—Fue una bomba —lo dijo casi con indiferencia.
—Pero… ¿Quién…? ¿Por qué? —las preguntas se arremolinaban en su cabeza.
—La policía detuvo a uno de mis jugadores. Creen que quería vengarse porque
lo quité de titular.
Ella negó con la cabeza, negándose a creérselo.
—Eso es de locos. Muchos jugadores pierden la titularidad cada año y no
intentan matar a sus entrenadores.
—El caso de éste es distinto.
—¿Cómo fue?

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—Tuvo un accidente de coche que lo mantuvo apartado varias semanas en


mitad de la temporada y empezó a tomar píldoras para combatir el dolor.
—Y tú te negaste a que jugara —sabía que por mucho que Colin quisiera ganar,
nunca sacrificaría el bienestar de sus jugadores para conseguirlo.
—Así es, y ahora me culpa por arruinar su carrera.
—Y tú no puedes evitar preguntarte si tiene razón —supuso ella.
—No puedo evitar preguntarme si no debería haber manejado la situación de
otra manera. De haberlo hecho, a le mejor María Vázquez seguiría viva.
—No es culpa tuya, Colin —le dijo, pero vio que no estaba seguro y no supo
qué hacer ni qué decir para convencerlo.
A pesar de fallida relación, o tal vez por eso mismo, la idea de perder a Colin
para siempre le creaba un vacío en el alma. Un vacío que sabía que jamás podría
volver a llenar. Él había sido su primer amante, su marido, el padre de su hija… Y
como tal, había un lazo entre ellos que nunca podría romperse.
—Ésa es la verdadera razón por la que regresé a Fairweather.
Ella había sospechado que su vuelta se debía a algo más de lo que había dicho,
y quiso estar furiosa con él por haberla engañado. Pero sólo sentía alivio de que
hubiera vuelto a casa y de que supiera lo de su hija.
—Las razones no importan —dijo con suavidad, sorprendiéndolos a ambos con
su aprobación. Le puso una mano en la mejilla, sintiendo el picor de su barba
incipiente—. Lo que importa es que estás vivo y que estás aquí ahora.
Vio el cambio en sus profundos ojos verdes. Vio cómo la desesperación dejaba
paso a la aceptación, y cómo la aceptación se transformaba en conciencia.
Entonces sus labios la invadieron y fue como si una descarga eléctrica la
recorriera por dentro. Desde la cabeza hasta los dedos de los pies, una ola de calor y
deseo abrasó todo lo que encontraba a su paso.
Cerró los ojos y le rodeó el cuello con los brazos. La lengua de Colin le trazaba
el contorno de sus labios, que se abrieron instintivamente como respuesta. Él
aprovechó para explorar el interior de su boca. Sabía a cerveza, a calor y pasión, y la
embriagadora combinación de sabores hizo que la cabeza le diera vueltas.
Oh, Dios… Tendría que haber sabido que ir al hotel sería un error. Y aun así,
una parte de ella deseaba aquello. Lo necesitaba. Pero abandonarse al control de sus
hormonas no sería justo para ninguno de ellos, puesto que no había futuro en común.
No mientras los engaños del pasado siguieran interponiéndose.
Entonces Colin empezó a tocarla. Con la punta de los dedos le acarició las
costillas, rozándole los costados de los pechos. El deseo barrió la culpa y la razón.
Cuando el pulgar pasó sobre el pezón, no pudo pensar en el pasado, en su abandono
ni en su propia falta de honradez. No pudo pensar en nada más que en aquel
momento.
—Te deseo, Nicole —le susurró contra los labios—. Te necesito.

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Ella sabía que debería rechazarlo. No podía permitir que aquello ocurriera. Ya
habían llegado demasiado lejos y sería una locura seguir avanzando. Pero cuando
abrió la boca, la única respuesta que le salió fue:
—Sí.
Él volvió a besarla, con una presión más intensa y apremiante. Nikki respondió
a sus demandas con su propia pasión. No quería una seducción. No necesitaba que la
convenciera o engatusara. Deseaba a Colin, nada más.
No se dio cuenta de que él le había bajado la cremallera del vestido hasta que
sintió cómo le desabrochaba el sujetador de un rápido movimiento. Los dedos le
acariciaron los hombros, deslizando las tiras del sujetador y del vestido por los
brazos. Entonces apartó la boca de la suya y empezó a prodigarle besos ardientes por
el cuello, la clavícula, la curva de los pechos… Nikki echó la cabeza hacia atrás,
rendida, respirando cada vez más rápido y con todos sus músculos estremeciéndose.
Aquello era lo que le faltaba a su vida.
Excitación. Emoción. Deseo… Glorioso y extraordinario deseo.
Colin le bajó el vestido por las caderas, rozándole la piel con el suave tejido
mientras caía a sus pies, y llevó las manos hasta la curva de sus glúteos.
—Eres tan hermosa, Nicole…
Ella soltó lentamente el aire, un poco más aliviada al percibir la apreciación en
su voz.
—Más hermosa de lo que recordaba —añadió él.
Consciente de que estaba medio desnuda, Nikki decidió igualar la balanza. Le
sacó a Colin la camisa de los pantalones y empezó a desabotonarla con dedos
temblorosos.
Sabía que estaba cometiendo un error. Desde la primera vez que Colin la besó,
había sabido que ningún otro hombre podría hacerle sentir lo mismo. Pero en esos
momentos nada le importaba. Tomaría lo que él le estaba ofreciendo y ya se
preocuparía más tarde por las consecuencias.
Le quitó la camisa por los hombros y extendió las palmas sobre su musculoso
pecho. La piel le ardía bajo las manos y podía sentir los furiosos latidos de su
corazón. Aquella prueba irrefutable de su deseo la excitó y la envalentonó. Lo
mordió en el cuello y le lamió el lóbulo de la oreja. Colin gimió y la estrechó contra él
para besarla de nuevo.
Ella enterró los dedos en sus cabellos y mantuvo la boca pegada a la suya. Sus
lenguas se encontraron y se entrelazaron en una frenética danza. Podía sentir la
erección de Colin y la respuesta de su propio cuerpo entre los muslos.
Él la levantó en brazos sin aparente esfuerzo y la llevó hasta el dormitorio. Los
dos cayeron sobre la cama, formando un enredo de miembros y deseos
desesperados.

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Colin retiró la boca y bajó hasta su pecho. La devoró con sus labios, dientes y
lengua hasta que Nikki apenas pudo respirar. Parecía estar tocándola en todas partes
a la vez. Se arqueó hacia él, urgiéndolo en silencio a que se apresurara, pero él
continuó con el mismo ritmo perversamente lento, llevándola poco a poco a la
culminación del placer.
—Colin… por favor —su voz apenas era un susurro suplicante, pero le daba
igual. Sólo sabía que nunca había necesitado nada tanto como lo necesitaba a él
ahora.
Él se retiró y empezó a quitarse los calzoncillos, pero se detuvo y maldijo en voz
baja.
Nikki se sentó y se cubrió automáticamente con la sábana.
—¿Qué pasa?
Él se pasó una mano por la cara y se echó a reír, pero era una risa amarga.
—No estaba preparado para esto.
Se referiría a los medios anticonceptivos.
Aquella la devolvió de golpe a la realidad. Incluso cuando estuvieron casados,
Colin había estado obsesionado con la protección. La única vez, la única, que lo
hicieron sin usar nada, ella había concebido a su hija.
La besó brevemente, un beso lleno de promesas.
—Dame un minuto a que baje y…
—No —Nikki negó con la cabeza y se levantó de la cama. Fue rápidamente al
salón, recogió el vestido del suelo y se lo puso sobre la cabeza.
—Nic…
Ella se sobresaltó al sentir su mano en el hombro.
—Por favor, no te vayas.
No se dio la vuelta… Estaba demasiado avergonzada para mirarlo. O quizá
tuviera miedo de que si lo miraba su resolución se haría pedazos. Se mantuvo de
espaldas a él y se subió la cremallera del vestido. Se tomó unos segundos para
alisarse la falda y fortalecer su determinación y entonces se volvió para encararlo.
—Esto ha sido un error, Colin.
Él negó con la cabeza.
—El error es pretender que no ha significado nada.
—No ha significado nada —dijo ella—. Sólo ha sido la pasión del momento, y el
momento ha pasado.
Pero en el fondo sabía que eso no era cierto. Porque, si el calor del momento
había pasado, ¿por qué en su interior seguía ardiendo?

***

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Colin sabía que podía demostrarle que se equivocaba. Todo lo que tenía que
hacer era tomarla en sus brazos y volver a besarla para que la pasión volviera a
envolverlos.
Nicole estaba asustada y ambos lo sabían. No era extraño, pues también a él lo
había sorprendido la fuerza del deseo. Después de cinco años separados, no había
olvidado nada de ella; la dulzura de su fragancia, la suavidad de su piel, la pasión de
su tacto…
Lo único que había olvidado y que ahora veía con claridad era lo vacía que su
vida había estado sin ella.
Por desgracia, sabía que Nikki había hecho lo correcto al retirarse. Había mucho
en juego y mucho que resolver entre ellos. Y, como la llamada del detective Brock le
había recordado, había mucho que escapaba a su control.
—Tengo que irme —dijo ella sin mirarlo a los ojos.
—Te llamaré… para acordar cómo puedo ver a Carly.
Ella asintió y se movió rápidamente hacia la puerta.
Colin la dejó marchar. No tenía sentido presionarla para que reconociera algo
para lo que ninguno de los dos estaba preparado.
Ya le había hecho daño una vez; era comprensible que se mostrara recelosa.
Pero él también estaba asustado… de los sentimientos que ella le provocaba, de las
emociones que no había experimentado con ninguna otra mujer, de la vulnerabilidad
que no quería volver a sentir. Volver a Fairweather lo había obligado a enfrentarse a
su pasado, a la única mujer que había amado en su vida y a la hija que nunca había
conocido.
¿Las cosas habrían sido diferentes si hubiera sabido que Nikki estaba
embarazada?
Era la pregunta que ella le había planteado. El quería responder que sí, pero no
estaba tan seguro. Cinco años atrás, su vida había sido un caos. Le había dado una
segunda oportunidad a su carrera, una carrera que en una ocasión le había
importado más que nada. Lo que no supo, hasta que fue demasiado tarde, fue que
nada le importaba tanto como Nikki. Amaba el hockey, con todas sus presiones y
emociones, pero a ella la amaba mucho, muchísimo más.
Había tomado una decisión.
La decisión equivocada.
No había vuelto a Fairweather a cambiar el pasado. Necesitaba volver a verla,
pero no había esperado que la atracción entre ellos fuera tan fuerte ni el deseo tan
intenso. No había esperado que todavía la necesitara.
Ni había esperado que ella lo traicionara.
Nikki tenía razón en una cosa: él estaba furioso. Lo que ella no podía saber era
que parte de esa furia estaba dirigida contra él mismo, porque sabía que había sido
decisión suya acabar con su matrimonio y perder a la mujer de su vida y los cinco

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primeros años de su hija. Y aunque ahora estaba de vuelta, no sabía por cuánto
tiempo. Si el detective Brock estaba en lo cierto, si Parnell había contratado a alguien
para matarlo, la amenaza estaba lejos de acabar.

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Capítulo 5
El ruido de unos golpes en la puerta supuso un alivio en sus angustiosos
pensamientos. Al abrir y encontrarse a su hermano no se sorprendió mucho. Shaun
llevaba una gran caja de cartón, pero decidió ignorar ese detalle por el momento.
—¿Era Nikki la que acabo de ver salir?
Colin asintió y Shaun dejó la caja en la mesita.
—¿Cómo va todo?
—No tan bien como esperaba.
—¿Habéis llegado a algún acuerdo para ver a Carly? —preguntó su hermano
con el ceño fruncido.
—Aún no —reconoció, sin darse cuenta de que estaba sonriendo—. Nos hemos
distraído con otras cosas.
Shaun negó con la cabeza.
—Nikki será quien acabe sufriendo cuando vuelvas a marcharte.
Aquel comentario se parecía demasiado a lo que Nikki había dicho sobre su
relación con Carly, y no pudo evitar enojarse.
—¿Por qué todo el mundo está tan convencido de que no voy a quedarme?
—¿Te quedarás? —lo retó Shaun.
El enfado se esfumó rápidamente y se dejó caer en el sofá.
—No lo sé.
La verdad era que nunca había tenido intención de alargar su estancia en
Fairweather. Y aunque descubrir que tenía una hija le hacía desear quedarse, había
otros factores que considerar.
Había esperado que la bomba de Texas hubiera saciado en ansia de venganza
de Parnell, pero la muerte de dos personas más en Maryland sugería lo contrario.
Hasta que supiera con certeza que el peligro había pasado, no podría prometer nada.
No se quedaría en el pueblo si su presencia suponía un riesgo para Nikki y Carly.
—Sé que quiero conocer a mi hija —dijo.
—¿Pero? —añadió Shaun.
A Colin no debería sorprenderlo que su hermano pudiera leer sus
pensamientos. Aun así, no le resultaba fácil expresar lo que sentía.
—Pero… ¿y si me odia?
—No va a odiarte.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque la conozco.

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Aunque sabía que no lo hacía intencionadamente, la respuesta de Shaun lo


devolvía a su lugar: fuera de la vida familiar que Nikki había creado. La única familia
que Carly conocía eran su madre, Shaun y Arden. Ahora Colin exigía formar parte de
ella, y por primera vez, creyó entender las reticencias de Nikki. Sin embargo, eso no
disminuía su resolución.
—Cree que yo también soy su tío —le dijo a su hermano—. Y empiezo a pensar
que tal vez sea mejor así.
—Ella necesita a su padre —replicó Shaun.
—Pero… —no pudo decir nada más porque un aluvión de dudas e
inseguridades lo asaltó de golpe.
—¿Qué?
Colin negó con la cabeza.
—Nunca he sido bueno en nada, salvo en el hockey. Incluso en eso lo he
fastidiado.
—¿Cómo puedes culparte por la lesión que acabó con tu carrera?
—Si hubiera ido a la universidad, habría tenido algo más en lo que apoyarme.
—Ah —su hermano lo miró, comprensivo—. Nunca creí que le prestaras mucha
atención a lo que dijo el juez.
—Intenté no hacerlo —reconoció Colin—, pero es muy difícil ignorar algo que
oyes tantas veces.
Shaun asintió.
—He encontrado algo en el desván que tal vez te interese.
—¿El qué?
Su hermano le señaló la caja que Colin casi había olvidado.
—¿Qué es? —preguntó, acuciado por la curiosidad.
—Ábrelo.
Se levantó, sacudido por una extraña emoción, y desplegó las polvorientas
solapas de la caja. Dentro había una colección de trofeos cuidadosamente envueltos.
No podía imaginarse dónde los había encontrado su hermano. Había creído que
todos los recuerdos de su carrera de hockey estaban guardados en Texas.
Agarró una figurita dorada sobre un pilar de mármol de imitación y la sacó de
la caja. Al mirarla de cerca se dio cuenta de que representaba a un portero de hockey.
Frunció el ceño y leyó la inscripción grabada en la base del trofeo.
Richard McIver-Fairweather Falcons.
—¿El juez jugaba al hockey? —preguntó, absolutamente perplejo.
—No sólo jugaba. Era toda una estrella —Shaun metió la mano en la caja y sacó
un viejo álbum de recortes. Lo abrió con cuidado. Las páginas estaban amarillentas y
quebradizas por el paso del tiempo.

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—Estos recortes datan de su primer año.


Colin tomó el álbum. No reconoció al niño de la foto, pero la leyenda decía que
era Richie McIver, portero de los Fairweather Falcons.
—¿Richie? —preguntó con una ligera sonrisa—. ¿Quién iba a imaginar que Su
Señoría Richard McIver fue una vez un crío llamado Richie?
—Me quedé tan sorprendido al verlo como tú —admitió Shaun.
—No puedo creer que guardara todas estas cosas —dijo Colin. Se sentía como si
estuviera entrando sin permiso en un lugar vedado, pero no podía detenerse. Sus
dedos pasaban las páginas, desesperado por saber algo más del hombre que había
sido su padre. Un hombre al que apenas había conocido.
Finalmente dejó el libro a un lado.
—Si jugaba al hockey, ¿por qué no entendió lo mucho que significa para mí?
¿Por qué no demostró el menor interés?
—Creo que entendía demasiado bien tu afición —dijo Shaun. Alargó un brazo y
hojeó el álbum hasta la última página—. Creo que tenía miedo de lo mucho que te
gustaba.
Colin leyó los titulares.

El portero de los Falcons se queda fuera de los play-offs.

Siguió leyendo por encima.

Richard McIver, portero de los Falcons y su principal estrella, se perderá el resto de la


temporada por culpa de un desafortunado accidente ocurrido anoche en el partido contra los
Madison Mustangs. McIver, una de las principales promesas para el hockey nacional, sufrió
la rotura de un brazo cuando uno de sus compañeros cayó sobre él mientras intentaba cubrir
el lateral de la red. Los Falcons ganaron el partido y pasan a semifinales, pero McIver no
estará con ellos.

Colin no quería sentir la menor compasión por Richard McIver, pero no pudo
evitar una punzada de emoción.
—¿Por qué…? —se aclaró la garganta—. ¿Por qué nunca nos lo contó?
—No lo sé.
Por mucho que deseara haberlo sabido, a Colin no lo sorprendía que el juez no
hubiera compartido con sus hijos esa parte de su pasado. En realidad, había
compartido muy pocas cosas.
—Siempre pensé que él y yo no teníamos nada en común. Te envidiaba
mucho… por el lazo que compartías con él.

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—Y yo te envidiaba por ser tan independiente. Siempre hiciste lo que quisiste,


sin que pareciera importarte contar o no con su aprobación.
Colin siempre había deseado desesperadamente la aprobación de su padre,
pero se negaba a reconocerlo.
—Ojalá hubiera sabido esto antes de su muerte. Ahora es demasiado tarde.
Shaun asintió.
—Tendría que habértelo dicho hace tiempo. Pero eso no significa que tengas
que cometer el mismo error.
—¿De qué estás hablando?
—De ti y de Nikki.
—¿Qué tiene que ver esto con Nikki? —preguntó Colin, señalando la colección
de recuerdos.
—Se trata de descubrir la verdad cuando es demasiado tarde para cambiar las
cosas —dijo Shaun—. Aún no es demasiado tarde para Nikki y para ti. Habla con
ella. Intenta que lo vuestro funcione.
—¿Por qué te preocupas de que lo nuestro funcione?
—Porque me preocupo por los dos. Y por Carly.
Colin volvió a meter los trofeos de su padre en la caja.
—Tengo mucho miedo de fallarle.
Era duro expresar su miedo en voz alta, pero necesitaba hablar de ello.
Necesitaba saber que no iba a estropear la vida de Carly por querer ser parte de ella.
—¿Fallarle a quién… a Nikki o a Carly?
—A las dos.
—¿Por qué crees que les fallarías?
—Porque nunca se me han dado bien las relaciones, sean del tipo que sean.
—¿Ellas te importan?
—Sí.
—Entonces conseguirás que funcione —le aseguró Shaun con convicción. Colin
suspiró.
—Ya lo fastidié con Nikki una vez —se dejó caer en el sofá y apoyó los pies en
la mesita.
—Los dos cometisteis errores.
—¿Y qué pasa si me parezco más al juez de lo que yo pensaba? Nikki me dijo
una vez que tenía la misma dedicación a mi carrera que él.
—No creo que te lo dijera como una crítica. Admiró tu decisión de no
abandonar cuando te dijeron que ya no podrías seguir jugando al hockey. Estaba
muy orgullosa de ti cuando te ofrecieron el puesto de entrenador en Texas.

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Colin recordó que había sido el ánimo y apoyo de Nikki lo que lo convenció
para aceptar el puesto de entrenador. No estaba seguro de poder haberlo hecho sin
ella. Y aun así, cuando finalmente estuvo donde quería estar, le dio la espalda a la
mujer que había creído en él.
—No quiero ser como el juez —dijo con fervor—. No quiero descuidar a mi
familia por culpa de mi carrera.
—Entonces no lo hagas.
Colin no estaba tan seguro de que fuera así de simple, sobre todo después del
comentario de Nikki sobre su obsesión por el hockey. Con frecuencia él se había
referido del mismo modo al trabajo de su padre, y se preguntaba si habría sido mejor
no tener padre a tener uno que no le mostraba el menor interés.
Incluso ahora, sabiendo por qué su padre se había opuesto a su afición por el
hockey, no podía perdonarle su indiferencia. ¿Sería por eso por lo que Nikki pensaba
que no se interesaría en su hija?
Bueno, en cuanto pudiera confirmar que su presencia no iba a poner en peligro
a Nikki ni a Carly, le demostraría lo contrario.

El domingo, para darse una tregua en su caos interno, Nikki se dejó convencer
para pasar la tarde con Carly y Arden en casa de Shaun.
Como futura nadadora, Carly estaba entusiasmada por pasar el día en la piscina
de su tío, y se desabrochó el cinturón de seguridad en cuanto Nikki aparcó tras el
Lexus de Shaun. Como si las hubiera visto llegar, Shaun apareció por un lateral de la
casa, vestido con unos shorts de color marrón claro y una camiseta blanca.
—¡Tío Shaun! —exclamó Carly lanzándose a sus brazos. Él la aupó y la giró
sobre su cabeza.
—¿Cómo está mi chica favorita?
—Bien.
—¿Y cómo están mis otras chicas favoritas? —preguntó Shaun sonriéndoles a
Nikki y a Arden.
—Preparadas para descansar y relajarse —respondió Arden por las dos.
—La piscina está abierta —dijo él devolviendo a Carly al suelo.
—¿Puedo ir a nadar? —preguntó la niña a su madre.
—Si la tía Arden va contigo —le dijo, sacando la nevera del maletero.
Carly agarró la mano de Arden y tiró de ella hacia el jardín trasero.
Shaun tomó la nevera y entró en la casa, seguido por Nikki, para colocar el
contenido en el frigorífico.
—¿Has visto a Colin últimamente? —le preguntó él.

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—No —fue lo único que dijo. No lo había visto desde la noche en que a punto
estuvieron de hacer el amor… Un detalle que no pensaba compartir con su hermano.
—¿Sigues furiosa con él por haber cancelado los planes para el fin de semana
pasado?
—No —cerró la puerta del frigorífico—. Sé por qué tuvo que volver a Texas.
Pero me gustaría…
—¿Que se hubiera quedado en Texas? —acabó Shaun por ella.
—Sí —respondió con una triste sonrisa.
—Nunca creí que fueras una cobarde, Nic.
—Nunca he tenido tanto que perder —y aunque Colin no había vuelto a
mencionar nada de un juicio, no podía olvidar la amenaza.
—Habla con él —le sugirió Shaun—. Haz algo… por el bien de Carly, si no
quieres hacerlo por ti.
Nikki sabía que Shaun tenía razón, pero no sabía si podría volver a ver a Colin
sin pensar en lo que casi había sucedido en su hotel… y sin desear que las cosas
hubieran acabado de un modo diferente.
—¿Nic?
—Hablaré con él —dijo, sintiendo cómo se ruborizaba.
Shaun sonrió justo cuando se oyó un portazo de un coche.
—No hay mejor momento que éste.
Nikki se puso rígida.
Arden y Carly entraron en la cocina por la puerta del jardín al mismo tiempo
que Colin entraba por la puerta del vestíbulo.
—Necesito mis flotadores… —Carly se quedó sin habla cuando vio a Colin.
Frunció el ceño y levantó la cabeza para estudiarlo.
Nikki miró fugazmente a Colin y vio la tensión en sus hombros y mandíbula, la
mezcla de inseguridad y regocijo que brillaba en sus ojos mientras miraba a la niña
que ahora reconocía como hija suya.
Entonces Carly sonrió.
—Tú eres el tío Colin.
Colin tragó saliva y se agachó para estar a la misma altura que Carly.
—Puedes llamarme tío Colin —accedió.
Nikki soltó el aire lentamente. No sabía por qué, pero se sentía agradecida.
—Está bien —dijo Carly, aceptando sin más cuestiones al nuevo miembro de su
familia—. ¿Vas a venir a nadar conmigo, tío Colin?
—Seguro que vendrá después —intervino Arden—. Antes tiene que hablar de
algo con tu mamá.

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—Yo iré a nadar contigo —se ofreció Shaun.


—Está bien —respondió la pequeña—. Necesito mis flotadores, mami.
—Aquí están —Nikki sacó los manguitos hinchables de la bolsa que había
dejado en la encimera.
—Hay que inflarlos —dijo Carly.
—Yo lo haré —dijo Arden—. Pero fuera.
Nikki se lo agradeció con una sonrisa. En esos momentos se sentía incapaz de
llenarse de aire los pulmones.
Al momento siguiente, Carly, Arden y Shaun se habían ido y la habían dejado a
solas con Colin y una tensión insoportable.
—No sabía que ibas a venir hoy —dijo ella, tras un largo e incómodo silencio.
—Le pedí a Shaun que no te lo dijera —confesó él.
—¿Por qué?
—Porque después de lo de la otra noche, no creía que vinieras si te enterabas.
Nikki no estaba segura de cómo responder a su afirmación, una cara referencia
al encuentro que ella había intentando olvidar.
—Intenté llamarte ayer —dijo él.
—Había salido.
—Obviamente —fue hacia el frigorífico y sacó una lata de refresco—. ¿Quieres
uno? —ella negó con la cabeza—. No me devolviste la llamada.
—Era tarde cuando volví a casa y…
—Y me estabas evitando.
—Tal vez —maldición, iba a tener que hablar de ello si quería que los dos lo
olvidaran—. Sé que lo ocurrido la otra noche no tiene nada que ver con tu relación
con Carly. Realmente no tiene que ver con nada, pero…
—¿Nic? —la interrumpió él.
—¿Qué?
—Vuelves a farfullar.
Ella apartó la mirada.
—Lo siento. Tendría que haberte devuelto la llamada, y estoy dispuesta a
discutir las visitas a Carly, si es eso lo que todavía quieres.
—Tengo una idea mejor —dijo él bruscamente.
Nikki se apoyó contra la encimera y cruzó los brazos al pecho.
—¿De qué se trata?
Colin guardó silencio durante unos momentos, como si tuviera dudas.

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—Me he enterado de que tienes un apartamento bajo tu casa que le alquilabas a


una estudiante.
—Sí —respondió ella con recelo, sospechando que no le gustaría lo que iba a
decirle.
—Y ahora está vacío —continuó él.
—No —se apresuró a negar.
—Arden me dijo que sí —replicó Colin con el ceño fruncido.
—Lo está —admitió ella. La estudiante a quien se lo había alquilado durante los
cuatro últimos años se acababa de graduar y había vuelto a su ciudad natal. El
alquiler había supuesto una gran ayuda para pagar la hipoteca, pero Nikki no estaba
segura de si quería tener otro inquilino. Desde luego, no a su exmarido—. Pero no
puedes quedarte ahí.
—¿Por qué no?
—¿Por qué ibas a querer? Es un apartamento minúsculo. No tiene servicio de
habitaciones ni de limpieza. No se parece en nada al hotel Courtland.
—Pero si me quedase ahí, podría pasar más tiempo con Carly y llegar a
conocerla. Y ella podría conocerme a mí.
—El lunes Carly se irá al campamento de verano.
—Cancélalo.
—No voy a cancelarlo. Lleva dos años yendo a ese campamento. Le encanta.
—¿Entiendes el significado de la palabra «compromiso», Nicole?
Ella se ruborizó.
—Estas son mis condiciones —dijo él—. Creo que son más que razonables. Te
pagaré el alquiler del apartamento y los costes del campamento. Todo lo que tendrás
que hacer tú será permitirme pasar tiempo con mi hija.
Nikki soltó una impaciente exhalación. Por supuesto que las condiciones
parecían razonables, pero no lo eran. ¿Cómo podía esperar Colin que ella le
permitiera hospedarse en su casa, aunque fuera en el sótano? ¿Cómo podía esperar
que le dejara la hija a su cuidado cuando no tenía la menor experiencia con los niños?
De acuerdo, tal vez eso no fuera justo. Después de todo, ella tampoco había
tenido experiencia con niños antes de ser madre, y no se consideraba ninguna
experta sólo por haber dado a luz. Pero no la preocupaba ser justa o no. La
preocupaba Carly.
—El apartamento no es gran cosa —insistió.
—No necesito mucho —dijo él—. Incluso acepto seguir siendo «el tío Colin» por
ahora.
—¿Por qué?

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—Porque he pensado mucho en lo que dijiste, y estoy de acuerdo en que podría


ser muy confuso para Carly encontrarse de repente con el padre que nunca conoció.
Nikki soltó un silencioso suspiro de alivio.
—Estoy intentando hacer lo mejor para Carly —dijo él—. No quiero que mi
presencia perturbe su vida, pero voy a formar parte de la misma. Te guste o no, vas a
tener que acostumbrarte a ello.
—Quiero que Carly y tú paséis tiempo juntos —le aseguró ella—. Pero no creo
que tengas que vivir en mi casa para hacerlo.
—Quiero que se acostumbre a tenerme cerca.
Nikki no podía discutirle ese argumento, pero no quería que Carly empezara a
albergar esperanzas de tenerlo cerca. No quería que su pequeña sufriera cuando él
volviera a Texas. Sin embargo, no quiso expresar lo que sentía.
Colin cubrió la distancia que los separaba.
—¿Por qué te opones tanto a esta idea?
—Puede que esté preocupada por las razones que te han hecho volver a
Fairweather… y por el hecho de que alguien esté intentando matarte.
—El detective Brock me aseguró que aquí estoy a salvo.
—¿Y se supone que tengo que creerlo sin más? ¿Debo ignorar el peligro
potencial para Carly y…?
—Maldita sea, Nicole. ¿Crees que te hubiera sugerido este acuerdo si existiera la
mínima posibilidad de poneros a Carly y a ti en peligro?
—No lo sé.
—Pues no, no lo habría hecho.
—Tal vez intencionadamente —concedió ella—. Pero…
—No lo habría hecho de ningún modo —atajó él.
Nikki suspiró. En el fondo sabía que Colin decía la verdad… y que ella sólo
estaba buscando excusas para mantenerlo a distancia.
—¿De qué tienes realmente miedo, Nicole?
—No lo sé —admitió. De repente la amplia cocina de Shaun pareció demasiado
pequeña para ellos dos. Dio un paso a un lado y Colin se acercó un poco más.
—Quizá te estés preguntando si vivir tan cerca el uno del otro puede reavivar la
pasión.
Ella soltó una carcajada temblorosa.
—No creo que tengamos que volver a preocuparnos por eso.
—¿Has olvidado ya lo que pasó en mi habitación el jueves por la noche?
—Lo que casi pasó —corrigió ella, deseando poder olvidarlo—. Y fue un error.
—Tal vez sí —aceptó él—. Pero sigo deseándote.

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Nikki odió que las palabras de Colin le provocaran un hormigueo por la


espalda. Esa atracción era ridícula. ¿Cómo podía considerar siquiera la posibilidad de
unirse físicamente a él cuando el futuro de su hija estaba en juego?
—No puedes…
—Oh, créeme, desde luego que puedo —la interrumpió él con una sonrisa.
—Pues si piensas que puedes llevarme a la cama de nuevo, ya puedes irte
olvidando.
—Creo que la parte física de nuestra relación es lo más sincero que hay entre
nosotros. Sintamos lo que sintamos el uno por el otro, la atracción es innegable.
Ella alzó el mentón, dispuesta a negarlo. Pero el calor de aquellos ojos verdes la
hizo vacilar.
—Adelante —la retó Colin—. Dime que no es cierto. Dame una razón para
demostrármelo.
Estaba atrapada. No decir nada sería una afirmación silenciosa de su
declaración; pero negarlo sería una clara invitación a que la besara.
—Yo…
Fue todo lo que pudo decir antes de que la boca de Colin cubriera la suya. Le
puso las manos en el pecho con la intención de empujarlo, pero sus dedos se
aferraron al suave tejido de la camisa y le devolvió el beso.
Sintió que la rodeaba con los brazos, manteniéndola pegada al calor de su
cuerpo. Un torbellino de emociones ardía entre ellos: dolor, furia, resentimiento… Y
por encima de todo, pasión.
Colin tenía razón. Siempre había habido pasión entre ellos.
Le subió las manos por los hombros, hasta su cuello, y entrelazó los dedos en su
pelo.
La pasión era innegable, sí, pero la pasión sin afecto era algo frío y vacío, y el
corazón de Nikki se resistía a pesar de que cuerpo lo abrazaba.
De repente el beso cambió. Colin suavizó la presión, redujo la tensión de sus
miembros y ella se dio cuenta de que bajo la pasión había ternura. Dulce y persuasiva
ternura.
Aquél era el hombre que ella recordaba. El hombre de quien se había
enamorado años atrás.
El hombre al que deseaba tener para siempre.
O al menos por unos minutos más.
Fue Colin quien acabó el beso, retirando lentamente los labios. Ella abrió los
ojos y le clavó la mirada. No fue hasta que él trazó con los pulgares el rastro de
lágrimas en sus mejillas cuando se dio cuenta de que estaba llorando.
—Hay algo en ti —dijo él con voz ronca—. Aunque sé que voy a arrepentirme,
no puedo evitar el deseo de estar cerca de ti.

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Ella no sabía qué responder a eso, ni cómo sentirse al oírlo decir que se
arrepentía de besarla cuando los labios aún le ardían.
—Empiezo a pensar que puede ser un error mudarme a tu casa —admitió él—,
pero es la mejor solución que se me ocurre por ahora.
Nikki asintió, aceptando con renuencia sus condiciones, pero en el fondo de su
corazón sabía que era muy mala idea.

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Capítulo 6
—Sigo pensando que es una mala idea —dijo Nikki, de pie junto a la ventana
mientras observaba cómo Colin descargaba su equipaje de su coche alquilado—. Una
muy mala idea.
—Es un compromiso —le recordó Arden. Nikki suspiró.
—Lo sé, pero no por eso tiene que gustarme.
—Bueno, si tienes razón, durará dos semanas en el apartamento del sótano. Y si
no la tienes…
—La tengo —cortó Nikki.
Pero, cielos, cuánto deseaba estar equivocada. Carly no había protestado
cuando le dijo que ese verano, en vez de ir al campamento, se quedaría en casa con el
«tío Colin». De hecho, la niña estaba entusiasmada.
Lo cual preocupaba aún más a Nikki. No creía que Colin fuera a dedicarse a
hacer de canguro. Muy pronto se marcharía, y sería mejor si Carly no descubría que
era su padre.
—Entonces aguanta un par de semanas, ¿eh? —le dijo Arden—. Además, puede
que te sorprenda.
—Tal vez —respondió Nikki, aunque lo dudaba—. Sólo espero poder enviar a
Carly al campamento cuando él se marche.
—No quiero ir al campamento —protestó Carly—. Quiero quedarme con el tío
Colin.
Nikki se sobresaltó, preguntándose cuánto habría oído su hija de la
conversación. Había creído que estaba jugando en el piso de arriba.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó.
—Es la hora de la siesta de Emma —respondió Carly, refiriéndose a su nueva
muñeca favorita… regalo de «tío Colin».
—¿Y tú no deberías estar echarte la siesta también?
—Soy muy mayor para dormir la siesta —dijo orgullosamente la niña.
—Cierto —concedió su madre—. Pero esta mañana te has levantado muy
temprano.
—Porque estaba muy contenta de que el tío Colin se venga a vivir aquí.
Nikki también se había levantado temprano, porque estaba muy nerviosa por lo
mismo.
—¿Puede venir también el tío Shaun? —preguntó Carly.
—No lo creo —respondió su madre con una sonrisa—. El tío Shaun tiene su
propia casa.

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—¿Por qué el tío Colin no tiene una casa?


—Tenía una casa en Texas —explicó Nikki—. Porque era allí donde vivía.
—Como mi papá —dijo Carly.
Nikki había olvidado haber compartido esa información con Carly, pero su hija
siempre la sorprendía con los más mínimos detalles que sabía de su padre. Nikki no
podía evitar una sensación de culpa por el engaño, pero sabía que era lo mejor.
—¿Puedo ir a ver si el tío Colin necesita ayuda? —preguntó Carly.
—Será mejor que no lo molestes hasta que se haya instalado.
—Por favor, mami.
Nikki suspiró. Ésa era una de las razones por las que no había querido que
Colin viviera allí. Pero lo único que podía hacer ya era adaptarse. O al menos
fingirlo.
—De acuerdo —aceptó—. Saldremos a preguntarle al tío Colin si necesita
ayuda.
Colin acababa de cerrar el maletero del coche cuando ella y Carly salieron al
porche. Le sonrió afectuosamente a su hija.
—Hola, picarilla, ¿qué pasa?
Carly soltó una risita al oír su apodo.
—Quiero ayudarte a llevar las cosas.
—No tengo mucho —dijo él.
—Estupendo —dijo Nikki secamente—. Porque no hay mucho espacio.
—Estoy seguro de que es perfecto —repuso él, antes de volverse hacia Carly—.
¿Has visto la que será mi casa?
La niña asintió.
—Becca, la mujer que vivía allí antes, me cuidaba algunas veces.
—Entonces quizá puedas enseñármela tú —le propuso Colin—. Así no me
perderé.
Carly volvió a reírse.
—No te perderás —le aseguró, pero miró a su madre pidiendo permiso.
Nikki dudó un instante, luchando contra la necesidad de proteger a su hija en
sus brazos. Finalmente asintió.
—Puedes ir con el tío Colin.
Sin decir nada más y sin mirar a su madre, Carly puso su manita en la mano de
Colin y los dos entraron juntos en la casa. Nikki sintió una punzada en el corazón al
verlos alejarse.
¿Por qué tenía que angustiarla que Carly hubiera aceptado tan rápidamente a
Colin? ¿Sería porque en aquel pequeño círculo no parecía haber lugar para ella?

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***
Al recorrer con la mirada el apartamento que sería su próximo hogar, Colin
decidió que había espacio suficiente. Lo que no había eran muchos muebles: una
cama, una cómoda y una mesita de noche en el dormitorio; un sofá, un televisor, una
mesa y una silla en el salón, y una pequeña mesa y dos sillas en la cocina. Con todo,
se respiraba un aire muy acogedor.
—¿Te gusta, tío Colin? —le preguntó Carly, mirándolo con preocupación.
Colin había estado en muchos hoteles y complejos de lujo, pero ningún
esplendor en los trópicos podría competir con la presencia de su hija.
—Es perfecto.
Carly sonrió.
—¿Puedo ver la tele?
Él empezó a asentir automáticamente, pero entonces se preguntó si Nikki sería
una de esas madres que desaprobaban la televisión.
—¿Tu mamá te deja?
La niña asintió, mirándolo muy seria, aunque Colin sospechó que intentaba
engañarlo.
—Siempre —le dijo.
—Está bien —respondió él riendo, y tomó nota mental de preguntárselo más
tarde a Nikki.
Carly agarró el mando a distancia y presionó el botón. Al verla manejar con
tanta facilidad el aparato, Colin se convenció un poco más y se dedicó a deshacer el
equipaje. Apenas había empezado a meter la ropa en la cómoda cuando el móvil
sonó. Se acercó a la puerta del dormitorio para echarle un ojo a su hija y contestó a la
llamada.
—Sólo quería informarte antes de que lo oigas en las noticias —le dijo el
detective Brock.
—¿Oír el qué? —preguntó, repentinamente alerta.
—Duncan Parnell se ha fugado.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Estaba siendo conducido al centro psiquiátrico para su evaluación cuando la
furgoneta sufrió un choque. De alguna manera, Parnell consiguió escapar. Fue hace
unas pocas horas. Ya hemos emitido orden de busca y captura por todo el estado, así
que no creo que vaya muy lejos. No obstante, pensé que deberías saberlo.
—Te lo agradezco —dijo Colin.
—Te avisaré en cuanto sepamos algo.
Colin volvió a darle las gracias y apagó el móvil.

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Volvió a seguir deshaciendo el equipaje y se preguntó cómo podría decirle eso a


Nikki. Sabía que debía contarle la llamada de Brock, pero no podía hacerlo. La
noticia sólo serviría para que Nikki anulara su acuerdo de inmediato. Y entonces
desaparecería cualquier esperanza de forjar una relación con su hija.
Nunca habría sugerido quedarse allí si hubiera pensado que su presencia
suponía un riesgo para Nikki y Carly. Pero después de la segunda explosión, en
Baltimore, había creído que estaba seguro en Fairweather. No había razón para
pensar lo contrario sólo porque Parnell estuviera suelto.
Todo lo que podía hacer era esperar, confiar en que la policía apresara a Parnell
y rezar porque no hubiera cometido el mayor error de su vida al mudarse a casa de
su exmujer.

Pasaron casi dos horas antes de que llamaran a la puerta trasera. Arden había
salido a una reunión con un cliente, y Nikki se había pasado el rato paseando de un
lado para otro y preocupándose. Era absurdo, pero no podía evitarlo.
Cuando abrió y vio a Colin y a Carly, la inundó una sensación de alivio.
Reprimió el impulso de levantar a su hija en brazos y se limitó a sonreír.
—¿Ya has deshecho todo el equipaje? —le preguntó a Colin.
—Y hemos visto Cosmic Cat.
—No sabía que la vieja televisión aún funcionaba —dijo Nikki.
—Sólo sintoniza tres canales, y Carly me ha asegurado que el gato de la serie es
naranja, aunque a mí me parecía verde.
—Es gata, no gato —explicó Nikki—. Cosmic Cat es una chica —no era que
aquel detalle importase mucho, pero no sabía qué más decir. ¿Cómo mantener una
conversación despreocupada cuando había tanta tensión entre ellos, cuando sólo el
recuerdo del beso bastaba para que la sangre le hirviera?
—Oh —la respuesta de Colin indicaba que tenía tantos problemas como ella
para hablar.
—El tío Colin dijo que podemos tomar pizza para cenar —intervino Carly,
rompiendo el incómodo silencio.
—Si le parece bien a tu madre —le recordó él.
—Oh, vale —aceptó Carly—. ¿Podemos, mami? ¿Podemos tomar pizza?
Nikki ya había metido el pollo en el horno, pero sabía que Carly prefería pizza.
No estaba dispuesta a ser la mala negándose a la petición, pero en cuanto tuviera
oportunidad iba a hablar con Colin de eso. No podría competir si él intentaba
comprar el cariño de Carly con regalos y caprichos, lo que tampoco sería bueno para
su hija.
—Sí, puedes tomar pizza.

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—¡Viva!
—¿Con qué te gusta la pizza, picarilla? —le preguntó Colin.
—Con pepperoni y champiñones.
—¿Y a ti, Nic? ¿Te sigue gustando con piña y aceitunas?
—Sí, pero no…
—Estoy haciendo un esfuerzo —la interrumpió él—. Pensé que sería agradable
que cenáramos juntos.
Nikki apartó sus dudas de inmediato. Si él estaba dispuesto a hacer un
esfuerzo, ella no podía menos que hacer lo mismo.
—De acuerdo.
Veinte minutos más tarde estaba sentada frente a una porción de pizza,
preguntándose cómo había acabado cenando con su exmarido y la hija de ambos.
Carly no paraba de hablar, lo que Nikki agradeció en silencio. Aún no sabía qué
decirle a Colin ni cómo superar la tensión que se respiraba. Ni siquiera sabía si quería
hacerlo. Era más fácil afrontar la adversidad que la atracción.
Porque aún se sentía atraída hacia él. El beso que habían compartido en la
cocina de Shaun lo demostraba, igual que su aceptación a que Colin viviera en su
casa.
Ninguno de los dos había dicho una sola palabra sobre el beso, pero la certeza
estaba allí, colgando entre ambos como una telaraña, esperando atraparlos de nuevo.
—¿Nic? —la voz de Colin la sobresaltó.
—¿Sí?
—Te he preguntado si te gusta tu pizza. Apenas la has tocado.
—Oh —levantó la porción—. Sí, está deliciosa.
—¿Quieres un poco de la mía, mami? Tiene champiñones.
—No, gracias —dijo rápidamente.
—A tu madre no le gustan los hongos —explicó Colin en voz baja y
confidencial.
—¿Qué son los hongos? —preguntó Carly, también susurrando.
—Es otro nombre para llamar a los champiñones.
—Entonces dile que son champiñones —sugirió la niña—. A lo mejor así le
gustan.
Colin sonrió por el razonamiento lógico de la pequeña.
—Creo que sabe que son hongos.
Carly lo pensó un momento y asintió.
—Igual que yo sé que la coliflor no son brécoles blancas. Pero mamá me dice
eso para que me la coma.

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—¿Te gustan los brécoles?


Carly volvió a asentir.
—Pero la coliflor no.
—¿Qué te dice mamá cuando no te comes la coliflor?
—Dice que soy como mi papá. Y que no puedo tomar galletas de chocolate
hasta que me acabe toda la verdura.
Nikki mantuvo la vista fija en la porción de pizza, pero sintió que Colin la
miraba por la respuesta de Carly.
—Deben de gustarte mucho las galletas de chocolate —dijo él tras una larga
pausa.
—Mucho. A veces ayudo a mamá a hacerlas.
—¿Te gustan lo bastante como para comerte antes toda la coliflor?
Carly miró a su madre, negó con la cabeza y murmuró algo.
—¿Qué? —preguntó Colin.
—Dice que Arden se come su coliflor —respondió Nikki.
Carly se quedó boquiabierta de asombro y Colin se echó a reír. Su risa provocó
que algo se revolviera en el interior de Nikki; algo que era mejor no perturbar.
—Si vienes más días a cenar, puedes comerte mi coliflor —le susurró Carly a
Colin.
—A mí tampoco me gusta la coliflor —respondió él, sonriéndole.
Carly soltó un suspiro.
—Entonces la tía Arden tendrá que comerse tu coliflor también.

Después de acabar la cena y recoger las sobras, Colin pensó que debería volver
a su nuevo y vacío apartamento. Pero no estaba impaciente por irse. Había
disfrutado en compañía de Carly y también de Nikki. La tensión entre ambos parecía
haberse aliviado un poco, aunque seguía estando presente. Y tal vez siempre lo
estaría.
—Muy bien, Carly. Hora de irse a la cama —anunció Nikki.
—¿Puede bañarme el tío Colin? —preguntó la niña.
Nikki no pudo evitar una carcajada al ver el pánico en el rostro de Colin.
—¿Alguna vez has bañado a una niña de cuatro años? —le preguntó.
Él negó con la cabeza.
—Hasta ayer, no había pasado más de diez minutos con una niña de cuatro
años.

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—Tengo cuatro años y medio —dijo Carly, indignada.


—Y te hace falta un baño —le dijo su madre.
Carly volvió a mirar a Colin con ojos suplicantes.
—Seguramente tu madre quiera que me vaya para así poder acostarte —dijo él,
pasándole la pelota a Nikki.
—Quizá el tío Colin puede ver cómo te bañas —sugirió ella—. Así podrá
decidir si lo hace la próxima vez que se lo pidas.
Sorprendido por la oferta, Colin asintió.
—Si no te importa que me quede un poco más…
Nikki se encogió de hombros, como si no le importara que se quedara o no, y se
volvió para subir al cuarto de baño.
La rutina del baño parecía bastante simple, salvo que a Carly le gustaba hacer
grandes olas en el agua con sus peces y tortugas de plástico. Cuando Nikki la sacó de
la bañera y la envolvió con una toalla, había más agua dentro que fuera. Además, ella
y Colin habían quedado empapados.
Nikki la secó vigorosamente y le puso un pijama con un dibujo de Cosmic Cat.
Luego, la niña se subió a la cama, donde un peluche de Cosmic Cat la esperaba junto
a la almohada. También estaba Emma, la muñeca que Colin le había comprado. Era
rubia y de ojos verdes, igual que su hija.
Carly recibió un fuerte abrazo y un beso de su madre y se quedó mirando
expectante a Colin.
—Un beso, tío Colin.
Él sonrió y se inclinó hacia ella, maravillándose de lo fácil que le resultaba a su
hija dar y recibir cariño. Y era suerte que fuera así, porque él había aprendido ya que
no había ninguna sensación que pudiera compararse a la de tener a su pequeña en
brazos.
—Buenas noches, picarilla.
—Buenas noches —dijo ella, con los ojos ya cerrados.
Colin siguió a Nikki fuera de la habitación y la vio doblar la toalla que había
usado para secar a Carly.
—Debería irme ya —dijo.
—Si no tienes prisa, podríamos discutir los planes que tienes para Carly —
sugirió ella.
—De acuerdo —aceptó él rápidamente.
—¿Te apetece un café? —le preguntó, una vez en la cocina.
—Mucho —se inclinó sobre el fregadero para escurrir la manga de la camisa,
empapada.

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—Te advertí que sería toda una experiencia —dijo ella con una sonrisa viendo
cómo se arremangaba los puños.
—Y tanto que me lo advertiste —repuso él, y entonces se le secó la garganta
cuando se fijó en la blusa de Nikki. Su blusa blanca y completamente empapada.
Aparentemente ajena a su excitación, Nikki se ocupaba de llenar la cafetera.
Colin intentó desviar la atención, pero el contorno del sujetador y de los
pezones contra el tejido se lo impedía. No podía pensar más que en el tacto de
aquellos pechos llenando sus palmas, en cómo gemiría ella de placer cuando le
acariciara con los pulgares las puntas rosadas, en cómo se estremecería cuando se los
metiera en la boca… No quería pensar en esas cosas, pero ya de por sí era un milagro
poder pensar, cuando su flujo sanguíneo abandonaba la cabeza para dirigirse hacia el
sur de su anatomía.
Aunque nunca pudiera perdonar a Nikki por su engaño, la atracción
perduraba, torturándolo sin remedio.
—Eh… Nic…
Ella alzó la vista mientras terminaba de llenar el depósito de agua. Sin duda se
preguntaba por qué Colin hablaba con voz ahogada.
—¿Qué pasa?
—Yo… tú… —era como un niño aprendiendo a hablar—. ¿Puedes ir a
cambiarte de camisa? —se aclaró la garganta—. Por favor.
Ella se miró la blusa y ahogó un grito al notar las marcas del sujetador y de sus
pezones. Se puso roja como un tomate y corrió al dormitorio. Por su parte, Colin se
apoyó en la encimera e intentó recuperar el control de sus hormonas antes de que
Nikki volviera. Pero entonces se la imaginó en su habitación, quitándose la prenda
mojada, tal vez quitándose también el sujetador, y visualizó la suave perfección de su
piel.
Soltó un gemido de frustración. ¿Qué demonios le pasaba? Tenía treinta y
cuatro años… Era demasiado mayor para excitarse viendo a una mujer con una
camisa mojada.
Sacudió la cabeza y se preguntó cómo podía llevar ese razonamiento a su
erección.

Nikki se quitó la blusa y el sujetador, intentando no pensar en el descarado


deseo que había visto en los ojos de Colin y en el calor que le había recorrido las
venas como respuesta.
¿Cómo era posible desearlo tanto cuando él suponía una amenazada para su
estabilidad?
Abrió el cajón superior de la cómoda y recordó que no había recogido la colada
que había hecho la noche anterior. Lo que significaba que tendría que volver a

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ponerse el sujetador mojado o no ponerse ninguno. Optó por lo último y por una
camiseta holgada y oscura. Ahora todo lo que tenía que hacer era bajar las escaleras,
discutir los planes de Colin mientras tomaba una rápida taza de café y conseguir que
se fuera antes de hacer algo realmente embarazoso… como arrojarse a sus brazos.
Volvió a la cocina justo cuando el café terminaba de hacerse. Aliviada por tener
algo que hacer, sacó dos tazas del armario.
—Trabajo tres días a jornada completa, lunes, martes y jueves; los miércoles y
viernes sólo por la mañana —habló con despreocupación, como si no hubiera ido a
cambiarse.
—¿A qué hora empiezas? —preguntó él, y Nikki suspiró aliviada de que no
cambiara de tema.
—Mi primer paciente suele llegar a las ocho en punto, por lo que tengo que salir
de aquí a las siete y media.
—A las siete y media —respondió Colin sin mucho entusiasmo—. ¿Carly está
despierta a esa hora?
—Sólo si tengo que llevarla al colegio o al campamento.
—Una razón más para no ir al campamento —murmuró él.
—Limítate a estar aquí a las siete y media —dijo ella—. Puedes tumbarte en el
sofá hasta que se despierte.
Nikki tomó un sorbo de café y puso una mueca de desagrado. Había debido de
pasarse con las cucharadas, porque estaba tan cargado que podría despertar a un
muerto. Se acercó a la encimera para servirse más leche, y al volverse, su hombro
chocó contra el pecho de Colin. La taza se le escapó de la mano y rebotó en la
encimera, derramando el café.
Maldijo en voz baja y agarró un trozo de papel de cocina para limpiar el
desastre. Al menos la taza no se había roto. Colin la recogió y la apartó, y a
continuación puso las manos en los hombros de Nikki y la hizo girarse hacia él.
—Estás muy tensa —murmuró en un tono suave y seductor, mientras
empezaba a masajearle los músculos con los dedos.
—Estoy bien —espetó ella.
—Apuesto a que podría aliviarte esta tensión —las palabras sonaban cargadas
de tentación y promesa.
—Sólo necesito dormir un poco —no había dormido bien desde que Colin había
vuelto al pueblo, y la noche anterior apenas había pegado ojo, después de aceptar su
ridículo plan.
Y con razón había tenido sus dudas. Colin no llevaba ni doce horas en su casa y
ya la tenía al borde de un ataque de nervios.
—Dormir no es lo que yo tenía pensado —dijo él.
Ella se apartó bruscamente.

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—Tengo cosas que hacer, Colin. Te veré por la mañana, ¿eh?


—¿Normalmente te funciona esto? —preguntó él, mirándola con expresión
pensativa.
—¿El qué?
—Esta actitud tan fría y este rechazo.
Volvió a adelantarse, lentamente, y la rodeó por la cintura. Nikki sintió que su
temperatura interna subía veinte grados por lo menos.
—Supongo que te será útil con muchos hombres, pero yo te conozco mejor, Nic.
Sé que bajo el hielo hay calor.
¿Calor? Si no dejaba de mirarla así, iba a sufrir una combustión espontánea.
—¿Cuánto tiempo crees que pasará hasta que volvamos a estar juntos en una
cama? —siguió él.
Aquella pregunta tan arrogante debería haberla irritado, pero sus palabras, y
las imágenes eróticas que evocaron, le provocaron un intenso estremecimiento.
Decidió que lo más seguro era ignorar la cuestión.
—Nos doy dos semanas como máximo —continuó él—. Y sólo porque sé lo
cabezota que puedes llegar a ser —le deslizó las manos por la espalda, hacia arriba, y
sonrió al sentir cómo cedía un poco—. Puede que diez días.
¿Cómo podía ignorarlo si la tocaba así? Intentó apartarle los brazos.
—No voy a volver a estar contigo en tu cama —declaró entre dientes.
Colin asintió.
—Seguro que tu cama es más cómoda —dijo—. Y más espaciosa. Aunque hacer
el amor en una cama pequeña sería más íntimo, desde luego.
Deslizó una rodilla entre las suyas y la atrajo hacia él hasta que sus pechos se
rozaron. Los pezones de Nikki se endurecieron al instante, marcándose a través de la
camiseta.
Colin bajó la vista hasta su boca y a ella se le entrecortó la respiración. No podía
permitir que volviera a besarla, porque si lo hacía, estaría perdida.
—Tú… eh… tienes que irte —consiguió decir con voz jadeante.
Entonces él tomó posesión de su boca y todos sus pensamientos y protestas se
esfumaron. Se quedó con la mente en blanco. Era vagamente consciente de un
corazón latiendo, alto y rápido, pero no estaba segura de si era el de Colin o el suyo.
Era una locura. Una equivocación. Colin no se quedaría mucho tiempo en el
pueblo. Nunca lo hacía. Tal vez volviera de vez en cuando ahora que conocía a Carly,
pero nada más. Ya le había roto el corazón una vez. No podía permitir que volviese a
dominarla.
Pero las exigencias de su cuerpo eran mucho más fuertes y persistentes que la
razón. Y era tan delicioso estar entre sus brazos, ser besada y abrazada como si
realmente Colin se preocupara por ella. Como si le importara.

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—¿Mami?
La vocecita de Carly sonó como una explosión en el silencio de la cocina. Nikki
se hubiera soltado de los brazos de Colin si éste no la hubiera estado agarrando tan
fuertemente. La soltó muy despacio y ella se volvió hacia su hija.
—¿Qué quieres, cariño?
—Un vaso de agua, por favor —respondió la pequeña, bostezando.
Nikki era consciente de la mirada de Colin fija en ella mientras sacaba un vaso
de plástico del armario y lo llenaba con agua del grifo.
—¿Por qué estabas besando al tío Colin? —preguntó Carly.
Su madre le echó una mirada fugaz a Colin, quien le sonrió. ¡Maldito fuera!
Como si no estuviera ya lo bastante confundida con la relación, ahora encima tenía
que darle explicaciones a su hija.
Le tendió el vaso a Carly con la esperanza de que Colin no viera cuánto le
temblaba la mano.
—Eh… bueno, porque eso es lo que hacen los mayores a veces…
—Pero no besas igual al tío Shaun —la interrumpió Carly.
Nikki se ruborizó y la sonrisa de Colin se ensanchó aún más.
—Bébete el agua —le ordenó a su hija.
Carly se llevó obedientemente el vaso a los labios y sorbió.
—¿Vas a besarlo otra vez? —preguntó, mirándolos a ambos con ojos muy
abiertos.
—No —respondió Nikki.
—Desde luego —dijo Colin al mismo tiempo.
La niña sonrió, como si lo comprendiera.
—¿No deberías estar en la cama, Carly? —preguntó Nikki severamente.
—¿Por qué no estáis tú y el tío Colin en la cama?
Nikki sabía que no se refería a que estuvieran juntos, pero fue ésa la imagen que
se le cruzó por la cabeza. Desnudos, sudorosos, sus brazos y piernas entrelazados…
—El tío Colin ya se iba a la cama… a su casa —corrigió rápidamente.
—Vale —Carly soltó un largo suspiro, tomó otro sorbo de agua y le devolvió el
vaso a su madre.
—¿Por qué no estamos en la cama? —preguntó Colin cuando la pequeña salió
de la cocina.
—Vete a casa, Colin.
—Preferiría irme a la cama —dijo él con una sonrisa.

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Ella no pudo evitar que sus labios se curvaran también en una sonrisa. Colin era
un hombre persistente, y no dejaba de ser halagador que aún la deseara, aunque no
pudieran llegar a ninguna parte. Acostarse con él no resolvería nada, y sólo le haría
desear lo inalcanzable.
—Buenas noches, Colin.
Él le rozó los labios con los suyos en un beso breve pero intenso.
—Que tengas dulces sueños, Nicole.

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Capítulo 7
Cuando el timbre melódico resonó en la habitación vacía, se levantó del saco de
dormir y movió los hombros para desentumecerlos. No había estado durmiendo. Los
nervios se lo impedían.
La música volvió a sonar. Alargó una mano y agarró el móvil. Podía haber
cambiado la melodía, pero no lo había hecho porque le recordaba a la mujer a quien
le había robado el aparato dos semanas antes. Era una mujer bonita y alegre, y
completamente ajena al hecho de que él estaba rebuscando en su bolso mientras
charlaban en el tren.
No era un ladrón; era un científico, pero no tenía móvil propio. No quería tener
nada que pudiera dejar un rastro tras él, y no confiaba en que la transmisión fuera
algo seguro. Pero reconocía los avances de la técnica y se aprovechaba de ellos
siempre que servían a sus propósitos. Para aquel encargo, el móvil le era de gran
ayuda.
Respondió a la llamada con una corriente de anticipación fluyendo por sus
venas como una inyección de velocidad. Por supuesto, no había tomado drogas
desde la universidad. Su trabajo le proporcionaba una emoción que superaba
cualquier estimulante artificial.
Además le exigía una mente clara y concentrada, por lo que la menor
distracción podía ser mortal.
—¿Diga? —preguntó, llevándose el móvil a la oreja.
—La has fastidiado, Boomer.
Reconoció la voz de Parnell. Era la llamada que había estado esperando,
aunque no podía decir lo mismo de las palabras ni que éstas lo hubieran complacido.
—¿De qué demonios estás hablando?
—Estoy hablando de que has fracasado en tu intento de eliminar al objetivo…
otra vez —su cliente rebosaba rabia y frustración.
—Yo no la he fastidiado. Hice exactamente lo que discutimos —había colocado
la bomba entre el colchón y el cabecero. Cualquier peso en la cama activaría el
mecanismo, haciendo que el mercurio completara el circuito y detonase la bomba. Y
había funcionado. Él se había quedado cerca del hotel para asegurarse.
—Salvo que lo hiciste en la habitación equivocada.
—No era la habitación equivocada —dijo Boomer. Lo había comprobado
personalmente en el ordenador de recepción.
Pero el primer atisbo de duda se filtró en su mente. Si no había cometido un
error, ¿cuál era el propósito de esa llamada? ¿Estaría Parnell tramando algo, como no
pagarle? ¿Alegaría que los términos del contrato no se habían cumplido?

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—La noticia salió en todos los periódicos —explicó Parnell—. Las víctimas
fueron identificadas como Gordon Reynolds, subdirector del hotel, y Doreen Carr,
una de las recepcionistas.
Boomer soltó una furiosa maldición.
—Ésa misma fue mi reacción —dijo su cliente.
—Era la habitación de McIver —insistió Boomer.
—Pero McIver no estaba en ella.
—¿Crees que fue un señuelo?
—Y funcionó, ¿no te parece?
—¿Qué quieres que haga ahora?
—Encuéntralo y acaba el trabajo.
—¿Cómo voy a encontrarlo? —preguntó Boomer. Había seguido a McIver
desde Texas, pero el rastro acababa en Baltimore.
—Ése es tu problema, no el mío.
—Necesitaré más dinero.
—Tendrás el resto como acordamos… cuando hayas acabado el trabajo.
—Necesito dinero en efectivo para el material —arguyó él—. No puedo
comprar C-4 en el Wal-Mart y cargarlo en mi tarjeta de crédito.
—¿Por qué narices no llevaste contigo lo que necesitabas?
—Porque la policía del aeropuerto suele desconfiar de los pasajeros que llevan
material explosivo en el equipaje.
Su cliente masculló una maldición.
—Encuentra a McIver y yo buscaré un modo de mandarte el dinero.

—¿Qué tal ha ido tu primera semana? —le preguntó Nikki a Colin cuando
volvió a casa el viernes por la tarde. Se lo encontró en una de las tumbonas del jardín,
con las piernas extendidas, viendo cómo Carly saltaba alrededor del aspersor que él
había instalado para combatir la ola de calor.
Se detuvo a varios metros, demasiado consciente de cómo se le aceleraba el
pulso cuando él estaba cerca. No podía arriesgarse a repetir lo sucedido en la cocina
el día en que se trasladó.
Lo había evitado tanto como le fue posible durante la semana, aunque Carly
siempre estaba contándole cosas del «tío Colin» y cómo pasaban el tiempo juntos.
Gracias a las conversaciones con su hija, Nikki tuvo que admitir que Colin no parecía
tener muchas dificultades en su nuevo papel de canguro. Pero seguía sin estar
convencida de que fuera a hacerlo durante todo el verano.

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Colin respondió a su pregunta con una corta carcajada.


—Seguir el ritmo de Carly no es fácil —reconoció—. Pero no puedo recordar
cuándo me había divertido tanto.
Nikki vio un atisbo de sonrisa en sus labios mientras observaba a su hija
jugando con el agua. Parecía absolutamente cautivado por Carly.
—Entonces… ¿tal vez pueda convencerte para que hagas unas horas extras en
tu trabajo? —le preguntó, dudosa.
—¿Cuándo?
—Mañana por la noche. Ya sé que te aviso con poco tiempo y que es sábado,
pero tengo un compromiso que no puedo desatender y Arden tiene otros planes…
—De acuerdo —la interrumpió Colin.
—Oh —no había esperado que aceptara tan fácilmente—. Gracias.
—¿Cuál es ese compromiso? —preguntó él. Ella se aventuró a acercarse más y
se sentó en otra tumbona.
—La cena anual para la recogida de fondos de la clínica.
—¿Vas a ir sola?
—No —respondió evitando su mirada.
—¿Así que voy a quedarme con nuestra hija mientras tú estás fuera con otro
hombre?
Ella agarró la lata de gaseosa y tomó un sorbo. Puso una mueca al tragar el
cálido líquido.
—No tengo otra opción —admitió.
—Pero si yo no estuviera para quedarme con Carly, tú no podrías ir.
Nikki entornó los ojos mientras dejaba la lata en la mesa.
—Pensé que te gustaría pasar más tiempo con Carly.
—Tranquilízate, Nikki. Dije que me quedaría con ella y eso haré. ¿A qué hora es
tu cita?
—A las siete y media.
—Aquí estaré.

Al día siguiente, Colin estaba en la puerta de Nikki a las siete en punto. Sabía
que llegaba con mucha antelación, pero no le veía ningún sentido a vagar por los
alrededores viendo pasar los minutos. Arden lo dejó pasar cuando ella salía,
diciéndole que Nikki estaba en la ducha y Carly dibujando en el salón.
Colin siguió el sonido de la televisión y se sentó en el sofá junto a su hija, que
estaba tendida en el suelo, concentrada en su tarea. Con un rotulador verde en la

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mano, añadió ojos, nariz y boca a la cara de una figura, y colocó el capuchón en el
rotulador antes de elegir otro color.
—¿Sabes hacer un perro, tío Colin?
—¿Qué clase de perro? —preguntó él, tomando el rotulador azul que ella le
ofrecía.
—Un perro azul.
—¿Grande o pequeño?
Carly pareció pensarlo unos segundos.
—Grande. Pero más pequeño que yo.
—De acuerdo —examinó la figura que Carly acababa de dibujar—. ¿Eres tú?
La niña asintió, y Colin procedió a hacer un esbozo de algo parecido a un perro.
Minutos después, Carly se reía del resultado.
—Parece una rana.
Colin frunció el ceño. Era cierto. Parecía una rana.
—¿No dijiste que querías una rana? —preguntó, intentando pasar su falta de
talento artístico por un malentendido.
—Dije un perro —respondió Carly riendo otra vez.
—Oh, bueno —le añadió una cola más larga a la rana—. Ya está. Ahora es un
perro.
Carly seguía riendo cuando Nikki bajó las escaleras. Se detuvo en seco cuando
vio a Colin sentado en el sofá junto a su hija.
—No… no sabía que ya estabas aquí —dijo, tirando de las solapas de su corta
bata de seda.
Colin la recorrió descaradamente con la mirada. Llevaba el pelo recogido en lo
alto de la cabeza, pero algunos mechones le caían por el rostro, que estaba sin
maquillar. Su piel cremosa parecía más suave que la bata de seda que la cubría desde
el hombro hasta el muslo y que se ceñía a la curva de sus pechos, dejando ver la
marca de sus pezones. Bajó la vista hasta el cinturón anudado en su esbelta cintura, y
aún más abajo, hasta la curva de sus caderas, el extremo de la bata, sus larguísimas
piernas y finalmente las uñas de los pies, pintadas de rosa brillante.
—Mami, ¿puedes hacer un perro?
La pregunta de Carly hizo moverse a Nikki, que se adentró en el salón
alejándose de él.
—De acuerdo —miró dudosa a Colin y se arrodilló en la alfombra junto a su
hija.
—El tío Colin lo intentó, pero no dibuja bien —dijo Carly.
—Soy un atleta, no un artista —se sintió obligado a alegar en su propia defensa.

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Nikki miró el dibujo y sonrió.


—Parece una rana con una cola.
Carly se rio.
—Dibuja, mami. Por favor.
Su madre tomó el rotulador y esbozó rápidamente un animal que, al menos, se
asemejaba a un perro. A Colin no le importó la demostración. De hecho, deseó
pedirle que dibujara algo más, porque la bata se le había abierto al inclinarse sobre la
mesa, y un pecho redondeado y apetecible se mostraba ante sus ávidos ojos.
Como si pudiera leerle el pensamiento, Nikki se enderezó y volvió a cerrarse la
bata. Lo miró furiosa y él le respondió con una sonrisa.
—Voy a vestirme.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó él.
—Limítate a vigilar a Carly.
Colin la vio salir del salón, deleitándose con el ligero contoneo de sus caderas.
—¿Te gusta besar a mi mamá? —le preguntó despreocupadamente Carly.
Volvía a estar ocupada con su dibujo, añadiendo otra figura más alta junto al
perro que había hecho Nikki. Colin carraspeó y pensó en darle una respuesta
evasiva, pero decidió que era mejor decirle la verdad.
—Sí, me gusta.
—Nunca la había visto besar a nadie —le confesó la niña.
—¿Ah no?
—Necesita salir más.
—¿Por qué dices eso? —le preguntó, sorprendido por su declaración.
—Es lo que le dice la tía Arden.
—Oh —ignoró la voz de su conciencia, que lo reprendía por intentar sonsacarle
información confidencial a su hija.
—Sigue enamorada de mi papá.
Colin ahogó un gemido.
—¿Eso también lo ha dicho la tía Arden?
Se dijo a sí mismo que sólo era una pregunta, que no estaba interrogando a la
niña.
Carly asintió y le quitó el capuchón al rotulador verde para colorear la parte
inferior del papel.
—¿Qué dijo tu madre de eso?
De acuerdo, ya eran dos preguntas. Pero seguía sin ser un interrogatorio.

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—Le dijo a la tía Arden que no era verdad. Si te gusta besar a mi mamá, podrías
casarte con ella y así serías mi papá.
Colin no sabía si sentirse complacido de que Carly lo quisiera como padre, o
decepcionado porque a Nikki le resultara tan fácil encontrar a un hombre cualquiera
para que fuera el padre de su hija.
Carly dibujó un círculo amarillo en lo alto del papel y varias líneas partiendo
del mismo.
—Ya está —tapó el rotulador justo cuando Nikki volvía al salón.
—Muy bonito —dijo Colin. Carly salió dando brincos con el dibujo en la mano
y él miró a Nikki—. Muy, muy bonito.
Llevaba un vestido plateado a rayas, y sólo de mirarla se le hizo la boca agua. El
tejido era ligero y reluciente, y se pegaba a sus curvas al moverse. El escote era
cuadrado y la falda le caía hasta los tobillos.
Sexy, pensó él, aunque Nikki estaría sexy incluso con un mantel. Pero no
mostraba demasiado. Entonces ella se dio la vuelta y lo dejó con la boca abierta.
El vestido dejaba la espalda al descubierto, salvo por las delgadas tiras que
cruzaban los omoplatos, y la falda se abría por encima de las rodillas.
Abrió un armario y buscó algo en su interior. A los pocos segundos lo volvió a
cerrar y se giró, con una sandalia plateada de tacón colgándole de los dedos.
Colin consiguió cerrar la boca y carraspeó.
—¿Vas a ir vestida… así esta noche?
—No, éste es mi uniforme para buscar zapatos —dijo ella fulminándolo con la
mirada—. En cuanto encuentre el calzado apropiado, me cambiaré.
Él decidió ignorar su sarcasmo.
—¿No crees que es un poco… eh… provocativo?
Nunca había pensado que la espalda de una mujer fuera una parte
particularmente sexy del cuerpo, pero la de Nikki era espectacular, y a él no le hacía
ninguna gracia que estuviese expuesta a la mirada lasciva de todos los asistentes a
aquella cena.
—No.
Colin frunció el ceño. Ni siquiera recordaba la pregunta que ella acababa de
responder.
—¿Habrá baile esta noche?
—Seguramente —contestó ella, frunciendo el ceño también.
—¿Baile lento?
Ella se detuvo de camino a las escaleras y soltó un resoplido de exasperación.
—No sabía que querías un programa detallado del evento.
—Ni yo sabía que ibas a ir medio desnuda —replicó él.

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Nikki apoyó el puño libre en la cadera, lo que ciñó aún más el brillante material
a sus pechos.
—Como vaya vestida no es asunto tuyo.
—Y un cuerno —murmuró él, removiéndose incómodo en el sofá.
Ella aún sostenía la sandalia en la mano, y era fácil imaginársela con los pies
embutidos en un calzado tan sexy. No contenta con su metro sesenta y siete de
estatura, Nikki siempre había mostrado afición por los tacones. A Colin podía
parecerle perfecta, pero reconocía que con un par de sandalias sus piernas se lucirían
aún más.
—Sólo estoy sugiriendo que podrías ponerte algo de más abrigo —algo que la
cubriera desde el cuello a los pies—. Hace un poco de frío esta noche.
—Hace veintiséis grados ahí fuera —le recordó ella.
—Pero vas a estar en un local con aire acondicionado —rebatió él, aunque
pensó que lo mejor sería callarse antes de hacer más el ridículo.
Ella lo miró durante unos segundos antes de negar con la cabeza.
—¿Puedo ir a buscar mi otra sandalia?
—Por supuesto. Lo que sea —si no pensaba cambiarse de vestido, él iba a tener
una pequeña charla con su acompañante antes de que se fueran.
Cuando se quedó solo, se preguntó cómo demonios había accedido a quedarse
con Carly mientras Nikki se iba con otro hombre. La única explicación que se le
ocurría era locura temporal.
A los pocos minutos Nikki bajó y volvió a abrir el armario para rebuscar en su
colección de zapatos.
—¿No habías buscado ya ahí? —preguntó Colin.
—He buscado por todas partes. Dos veces —admitió ella.
Seguía revolviendo zapatos cuando Carly bajó las escaleras con las manos a la
espalda.
—¿Mami?
—Mami está muy ocupada ahora —respondió Nikki sin dejar de hurgar en el
armario.
—Tengo que decirte una cosa.
Nikki se irguió, suspiró y cerró el armario con las manos vacías.
—¿Qué cosa, cariño?
—Es… um… es sobre tu… zapato.
Nikki cerró los ojos, como si supera que las palabras de su hija eran el preludio
de algo peor.
—¿Dónde está?

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Carly se mordió el labio inferior, imitando el gesto de nerviosismo de su madre,


y mostró la sandalia que llevaba escondida a la espalda.
Colin tuvo que morderse también el labio para no soltar una carcajada. El
zapato que sostenía Carly, pintado de verde y morado, no se parecía mucho al que
Nikki había estado buscando.
—Caroline… Theresa… Gordon.
Caroline. Era el nombre de la madre de Colin, pero él no se había percatado de
que «Carly» era el diminutivo. Nikki ni siquiera había conocido a su suegra, pero
había sabido cuánto la había querido Colin, y para él significaba mucho que le
hubiera puesto su nombre a su hija.
Mirando a la niña, vio que la pronunciación de su nombre completo era todo lo
que hacía falta para que se diera cuenta de la magnitud del problema. Sus ojos se
llenaron de lágrimas al instante.
—Lo siento.
Nikki soltó el aire y tomó la sandalia de mano de su hija.
—¿Qué estabas haciendo con esto?
—Sólo estaba jugando a los disfraces.

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Capítulo 8
—No es el mejor momento para una visita —dijo Colin, preguntándose por qué
Shaun iba vestido de etiqueta—. Nikki está en medio de una crisis zapatera.
Su hermano frunció el ceño.
—No vengo de visita, sino a recoger a Nikki.
Fue el turno de Colin de fruncir el ceño. ¿Shaun era el acompañante de Nikki?
Bueno, aquello explicaba el esmoquin de su hermano. Pero no la miríada de
emociones que lo asaltaron por el inesperado descubrimiento.
¿Debería sentirse aliviado de que fuera Shaun y no otro? ¿O furioso de que
llevara un vestido tan sexy para deleite de su hermano?
—¿Puedo pasar? —preguntó Shaun.
Colin se retiró, atónito. Era imposible que Nikki estuviera saliendo con Shaun.
¿Su exmujer y su hermano? Era ridículo.
Shaun nunca…
Demonios, Nikki era una mujer muy hermosa. Cualquier hombre se
consideraría afortunado por estar con ella.
Pero Nikki nunca…
Bueno, como Nikki había dejado muy claro, él ya no sabía nada de ella.
Tal vez Shaun fuera el tipo de hombre que buscaba. Un profesional con éxito,
responsable y digno de confianza. Y había estado a su lado los últimos cinco años,
mientras que él no.
Un poco más tarde, estaba de pie junto a la ventana mientras Carly se despedía
con la mano de su madre y de su tío. Vio cómo Shaun ponía la mano en la espalda de
Nikki, su palma contra la piel expuesta, para guiarla al coche. No había torpeza ni
inseguridad en el tacto. Si aquello era una cita, obviamente no era la primera.
Aun así, Colin se consoló un poco por el hecho de que Nikki se hubiera visto
obligada a ponerse un par de zapatillas grises de suela plana, tomadas del armario
de Arden. Aunque combinaban bien con el color del vestido, no era la clase de
calzado que inspirara fantasías eróticas. Colin había reprimido una sonrisa mientras
veía cómo se las calzaba sin dejar de gruñir y protestar, y había agradecido en
silencio el inconsciente intento de su hija por alejar a su madre de los brazos de otro
hombre.
Horas más tarde, estando Carly ya acostada, Colin seguía devanándose los
sesos por la relación entre su exmujer y su hermano. La idea de que pudiera haber
algo entre ellos lo angustiaba más que cualquier otra preocupación. Incluso las
amenazas de Parnell y las bombas quedaron relegadas a un segundo plano, al menos
de momento.

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Cuando dieron las diez y Nikki seguía sin aparecer, su preocupación aumentó.
Ella no había dicho a qué hora volvería, y a él no se le había ocurrido preguntárselo.
Tenía el número de su móvil por si había una emergencia, pero dudaba de que fuera
una emergencia que su hermano se pegara a ella en la pista de baile.
Al oír el chirrido de los neumáticos en la grava soltó un suspiro de alivio.
Debían de haber salido poco después de la cena para estar pronto en casa, lo cual
confirmaba que había sido un compromiso más que una cita.
Subió el volumen de la televisión, fingiendo estar absorto en un partido de
béisbol.
Pero no fue Nikki quien entró en casa, sino Arden.
—Has vuelto muy pronto —dijo él, ignorando la punzada de decepción.
Arden se quitó los zapatos y se dejó caer en un sillón, metiendo los pies bajo
ella.
—No tan pronto.
—¿Una mala cita?
—La peor. Nunca, nunca, nunca te dejes convencer para salir con alguien que
tus amigas solteras aseguran que es maravilloso —lo avisó—. Porque la verdad es
que si fuera maravilloso, no estaría disponible y no intentarían endosártelo.
Colin no pudo evitar una sonrisa.
—Parece una idea razonable.
—¿Por qué todo el mundo piensa que una mujer no puede ser feliz a menos que
tenga un hombre en su vida?
—No sabría decirlo —respondió él.
—Porque yo soy muy feliz —siguió ella—. Soy una mujer independiente con un
trabajo gratificante y unas amistades maravillosas.
Colin sabía de lo que estaba hablando. Y como él había pasado por lo mismo,
comprendía que pudiera sentirse sola a pesar de las apariencias.
—La vida es agotadora, ¿eh?
—Sí, a veces sí que lo es —dijo ella riéndose y levantándose—. Creo que voy a
tomarme una copa de vino. ¿Quieres una, o vas a bajar ya a tu casa?
—Creo que me quedaré un rato más —respondió él despreocupadamente. Tal
vez no fuera el hombre que acompañaba a Nikki esa noche, pero estaba decidido a
ser el hombre en quien ella pensara cuando se fuera a la cama.
—¿Quieres ver a qué hora vuelve a casa? —bromeó Arden, acercándose al
armario del comedor para sacar dos copas. Encontró una botella de vino tinto en el
armario inferior y la descorchó—. Si es que vuelve.
Colin la miró con ojos entornados, pero Arden se limitó a sonreír.

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—¿Es costumbre suya no volver a casa? —preguntó. No esperaba que hubiera


mantenido el celibato durante los últimos cinco años, pero la idea de que estuviera
con un hombre sin rostro era más tolerable que la idea de que estuviese con su
hermano.
Arden le tendió una copa de vino.
—¿Por qué lo preguntas? ¿Estás buscando argumentos por si decides llevarla a
juicio?
—Lo pregunto porque no soporto la idea de que esté con otra persona —dijo,
sorprendiéndolos a ambos con la confesión.
—Volverá —le aseguró Arden.
—¿Sale con Shaun… a menudo?
—No pensé que fueras a ser tan directo —dijo ella riendo.
—¿Vas a responder sí o no?
—Han salido unas cuantas veces.
—¿Son sólo amigos? ¿O hay algo más?
Arden dudó, y Colin deseó no haber hecho esa pregunta. Si había algo entre su
exmujer y su hermano, no quería saberlo.
—Son sólo amigos —respondió ella finalmente—. Pero a veces… creo que a él le
gustaría ser algo más.
Definitivamente, no tendría que haberlo preguntado, pensó Colin.
—¿Qué quiere Nikki?
—Eso tendrás que preguntárselo a ella.
—No puede decirse que confíe mucho en mí.
Arden tomó un sorbo de vino.
—Eso no es nada extraño.
—No —sabía que había cometido errores, y ojalá pudiera volver atrás y
enmendarlos. Pero como eso era imposible, al menos esperaba que Nikki le diese otra
oportunidad.
—¿Cómo te va con Carly?
Colin sonrió.
—A veces me descubro a mí mismo cuando la veo, y me sobrecoge pensar que
he participado en la creación de una niña tan increíble.
—Es la mejor, ¿verdad? —dijo Arden con una voz cargada de afecto.
—Sí, lo es.
—Ella es la razón por la que yo sugerí este acuerdo —admitió Arden—. No
porque tú merecieras una oportunidad para conocer a tu hija, sino porque ella
merecía conocer a su padre.

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—Aun así te estoy agradecido.


—No hagas que me arrepienta. Y… —volvió a dudar— no le rompas el corazón
a Nikki otra vez.
La boca de Colin se curvó en una irónica sonrisa.
—Ella no me permitirá acercarme tanto.
—Tiene que ser fuerte —dijo Arden—. Pero eso no significa que no sea
vulnerable, y no quiero que te aproveches de sus sentimientos hacia ti.
—Yo nunca le haría daño a propósito.
—Con frecuencia las buenas intenciones hacen mucho más daño.
—¿Hablas por experiencia? —preguntó él secamente.
Ella se encogió de hombros, ignorando la pregunta.
—¿Qué quieres de Nikki?
—No estoy seguro. Ni siquiera estoy seguro de por qué decidí volver; sólo sabía
que tenía que verla —«antes de que fuera demasiado tarde», añadió para sí. Pero
mantuvo ese pensamiento en silencio y tomó un sorbo de vino—. Casi esperaba que
se hubiera casado y hubiera tenido media docena de críos.
Arden se echó a reír.
—Seguro que te has llevado una gran decepción, ¿eh?
—Ha cambiado —dijo él—. Es todavía más hermosa de lo que recordaba. Más
testaruda. Más independiente. Estoy seguro de que tener a Carly ha influido mucho
en su cambio. No puedo imaginarme lo duro que tuvo que ser para ella pasar sola
por el embarazo y lo demás.
—No estuvo sola —objetó Arden.
—¿Estabas tú con ella?
—No me separé de su lado ni un minuto en las dieciséis horas de parto.
—Me alegro de que no estuviera sola —dijo él.
Pero aun así deseaba haber estado con ella, haberle agarrado la mano, haber
oído los primeros llantos de su bebé. Era demasiado tarde para cambiar el pasado,
pero aún podía aspirar a un futuro junto a Nikki y Carly. Por desgracia, su exmujer
parecía tener otras ideas.
Antes de que pudiera decir nada más, se oyó por la ventana abierta el ruido de
unas pisadas en los escalones del porche. Arden miró a Colin y sonrió, pero guardó
silencio para que ambos pudieran oír los murmullos de la conversación.
Mirando a través de la ventana frontal, Colin vio a Nikki y a su hermano bajo la
luz de la puerta.
—¿Seguro que no puedo convencerte para alargar un poco más la noche? —
Shaun hablaba en voz tan baja que Colin tuvo que estirarse para oírlo.

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—Gracias, pero ha sido un día muy largo y mis pies me están matando. Creo
que voy a empezar a darle una paga a Carly. Así podré descontarle los zapatos que
me estropee.
Shaun se rio.
El alivio inicial que Colin había sentido dejó paso a otra emoción que prefirió no
definir. Entonces Shaun se acercó a Nikki y le puso las manos en los hombros. A
Colin le costó toda su fuerza de voluntad no salir al porche y echar a su hermano a
patadas.
—Tengo que entrar ya —dijo Nikki.
—Está bien —respondió Shaun, pero en vez de retirarse se inclinó hacia ella.
—Va a besarla —susurró Colin.
—Es lo que suele pasar al final de una cita —dijo ella detrás de su hombro.
Desde luego que eso era lo que pasaba. Sintió que le ardía el estómago al ver
cómo la cabeza de Shaun descendía hasta que su boca rozó la de Nikki. Colin apretó
los puños, pero, por suerte para su hermano, el beso se acabó incluso antes de haber
empezado.
—Buenas noches, Shaun —dijo Nikki con suavidad.
Tanto Colin como Arden volvieron rápidamente a sus asientos mientras se oía
una llave en la cerradura.
—¿Ha anotado una carrera? —preguntó Arden, como si estuvieran comentado
el partido de béisbol que seguían retransmitiendo por televisión.
—¿Una carrera? —repitió Colin, indignado—. Pero si ni siquiera ha alcanzado
la primera base.
—No sé —repuso ella—. A mí me ha parecido impresionante.
Colin negó con la cabeza.
—No son más que aficionados.
—Como si tú pudieras hacerlo mejor —se mofó Arden.
—Puedes estar segura —dijo él con una sonrisa.

Nikki dejó caer las llaves sobre la mesita del vestíbulo y contempló la escena del
salón. ¿Colin y Arden sentados en la misma habitación, viendo un partido de béisbol
y compartiendo una botella de vino?
A Arden ni siquiera le gustaba el béisbol. Y Nikki había estado convencida de
que tampoco le gustaba Colin. Sí, había sido ella quien sugirió que Colin se
trasladara temporalmente al apartamento del sótano. Pero, aun así, resultaba extraño
que hubieran congeniado tan rápidamente.
—Oh, hola, Nic —la saludó Arden con una sonrisa.

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—¿Cómo es que has vuelto tan pronto a casa? —le preguntó Nikki, quitándose
una de las zapatillas prestadas. El pie casi le gritó de alivio.
—No preguntes —murmuró su prima.
—¿Cómo está Carly? —le preguntó a Colin.
—Bien. Estuvimos viendo una película y comiendo palomitas.
—¿Puso problemas para irse a la cama? —se sentó en el sofá junto a Arden y
empezó a masajearse un pie.
—No, pero tuve que leerle cinco veces un cuento sobre un conejo y una conejita.
—Propio de un novato —dijo Arden con una sonrisa burlona. Llenó su copa de
vino y le tendió la botella a Colin—. Hasta mañana, chicos.
—¿Quieres una copa? —le preguntó Colin a Nikki.
—No, gracias —necesitaba mantener la cabeza despejada.
Él se levantó, dejó la botella y la copa sobre la mesita y se sentó en el sitio que
había dejado Arden.
—Pon los pies aquí —dijo, palmeándose los muslos.
—¿Por qué?
—Para que pueda darte un masaje —respondió sonriente.
Ella dudó. Un masaje en los pies era algo inofensivo, pero sabía por experiencia
lo peligroso que podía ser el contacto físico de Colin.
—Tus pies te lo agradecerán por la mañana —le aseguró él.
Realmente los pies la estaban matando, y la oferta de Colin parecía sincera, de
modo que se giró para apoyar la espalda en el brazo del sofá y colocó las piernas
sobre los cojines. El se acercó y tomó uno de los pies en sus fuertes manos. Sus dedos
empezaron a moverse por el empeine.
—¿Cómo fue tu… cita? —le preguntó.
—Muy bien —respondió ella. Cerró los ojos, embriagada por el mágico tacto de
sus dedos. Colin tenía unas manos maravillosas, y ella temió soltar un gemido de
placer. Nunca había pensado que un masaje de pies pudiera ser tan sensual—.
¿Seguro que Carly se ha portado bien? —preguntó abriendo los ojos. Tenía que
pensar en cualquier otra cosa—. ¿No te hizo pasar un mal rato?
—Se portó formidablemente —dijo él, dejando el pie y tomando el otro—. Es
una niña maravillosa. La has educado muy bien.
—Gracias —se quedó sorprendida y conmovida por el halago. Y un poco
recelosa.
—Cuando me enteré de que habías tenido un bebé, me puse furioso —sus
manos seguían masajeándola como si tuvieran vida propia—. Sólo podía pensar en
todo lo que me había perdido. No me paré a considerar lo duro que debió de ser para
ti.

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—No siempre fue tan fácil —corroboró ella.


—¿Te asustaste al saber que estabas embarazada de mí?
—Muchísimo —nunca olvidaría lo aterrada y sola que se había sentido. Su
matrimonio acababa de romperse, su madre seguía recuperándose de un accidente
de coche, y ella había descubierto que una pequeña e indefensa vida crecía en su
interior.
—¿Alguna vez…? —dudó antes de seguir preguntando, y hasta sus manos se
detuvieron—. ¿Alguna vez pensaste en no tenerla?
—No —negó con la cabeza y esbozó una ligera sonrisa—. Siempre había
deseado tener hijos, aunque no esperaba que fuera tan pronto. Y aunque nuestro
matrimonio se había acabado, quería… —la voz se le rasgó y se dio cuenta de que
estaba hablando demasiado, revelando algo que no quería que él supiera.
Colin reanudó el masaje.
—Cuéntamelo, Nicole. Quiero saber lo que se te pasaba por la cabeza y el
corazón.
—Quería tener un bebé nuestro —admitió.
—¿Por qué?
—Porque te amaba.
Él la miró con ojos llenos de arrepentimiento y le apretó el pie con más fuerza.
—¿Me odiaste por no estar aquí?
—A veces —quería ser sincera, para hacerle entender por lo que había pasado—
. Pero sobre todo te estaba agradecida.
—¿Agradecida por no haber estado aquí? —preguntó él con el ceño fruncido.
—No —se apresuró a negar ella—. Agradecida por haberme dado a Carly. Es lo
mejor que hicimos juntos. Lo mejor de nosotros —sonrió tristemente, sumida en sus
pensamientos—. Muchas veces quise llamarte y contarte cosas. Cuando a Carly le
salió su primer diente, cuando dio sus primeros pasos, cuando fue por primera vez al
jardín de infancia…
—Me he perdido demasiadas cosas —dijo él, en tono arrepentido.
—También te perdiste los pañales sucios y darle de comer a las tres de la
mañana.
—Los pañales, no sé, pero me hubiera encantado compartir las noches en vela
con tal de tener a mi pequeña dormida en mis brazos.
A Nikki se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Lo siento.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —acabó el masaje, pero siguió con el pie en su
regazo y subió los dedos por la pantorrilla.

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—Creía que habíamos acordado tomarnos las cosas con calma —él asintió—.
¿Ya te has aburrido?
—No.
—Entonces, ¿de qué se trata?
—De nosotros.
Ella retiró los pies y se los metió bajo la falda, intentando poner distancia entre
ellos.
—No hay «nosotros».
—Ya sabes que con decir eso me estás retando a demostrarte que te equivocas
—dijo él, deslizándose sobre los cojines hasta que le tocó la rodilla con el muslo.
—No —levantó una mano para impedir su avance.
—Si estás tan segura de que nuestra relación se ha acabado, ¿por qué tiemblas
tanto cuando te toco?
Le pasó la punta de un dedo por el labio inferior, y la respuesta inconsciente de
Nikki confirmó su insinuación.
—Es solamente una reacción física —dijo ella apartándole la mano.
—Cuando te beso —siguió él, acercándose más—, ¿sientes lo mismo que
cuando te besa cualquier otro hombre?
—No me gustan las comparaciones —declaró, aunque no podía dejar de pensar
en las increíbles sensaciones que sus besos le provocaban.
—A mí sí —dijo él, y deslizó una mano por su muslo, hasta la cadera.
—Esa es la diferencia entre tú y yo.
—Hay muchas diferencias entre tú y yo —repuso él con otra de sus
arrebatadoras sonrisas—. Eso es lo que lo hace tan interesante. Pero no me has
entendido. Estaba hablando de los besos —bajó la mirada hasta sus labios y Nikki
sintió que se le cortaba el aire—. Ninguna otra mujer a la que haya besado me ha
excitado tanto como tú. Ninguna me ha cautivado como tú. Así que me resulta difícil
creer que para ti un beso entre nosotros sea como cualquier otro.
—Me da igual lo que creas —dijo ella con fingido desdén, aunque apenas podía
hablar.
—Bien, porque pensaba hacer una pequeña prueba.
Nikki no necesitaba preguntar en qué consistía esa prueba. Podía leerlo en sus
ojos. Y seguro que él también podía reconocer el deseo en los suyos. Pero había
aprendido que los impulsos podían controlarse. Sólo necesitaba fuerza de voluntad.
—No —dijo con firmeza cuando él se acercó un poco más.
—¿No qué? —preguntó sonriendo.
¿No qué? No tenía ni idea. Sólo podía pensar en cuánto deseaba que la besara.

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—Te he visto en el porche —dijo él, arrimándose más—. Despidiéndote de mi


hermano.
—¿Estabas espiándome?
—Vi cómo te besaba —inclinó la cabeza hacia ella—. ¿Alguna vez te ha besado
así? —le rozó la boca con los labios, brevemente, y poco a poco fue aumentando la
presión.
Nikki cerró los ojos. No, Shaun nunca la había besado así. Ni nadie más. Sintió
cómo la rodeaba con los brazos y la atraía contra él. Aquello no debería estar
sucediendo, pensó, pero abrió la boca para recibir el ataque de su lengua. No podía
apartarlo, no podía hacer nada más que devolverle el beso.
Como si tuvieran voluntad propia, sus brazos le rodearon el cuello. Los dos
corazones latían al mismo ritmo frenético. Era como si estuvieran conectados, sin
dolor ni decepción por medio. No existían el pasado ni los arrepentimientos. Sólo el
presente, y un deseo que ascendía en espiral, cada vez más alto, amenazando con
descontrolarse.
Cuando finalmente acabó el beso, se aferró a él, incapaz de hacer nada más. Se
sentía vacía, desesperada.
—Mírame, Nicole —la voz de Colin era suave pero firme. Abrió los ojos. No
sabía cómo había pasado, pero había acabado en su regazo, rodeada por sus fuertes
brazos—. Ahora dime que sentiste lo mismo que ahora cuando te besó mi hermano.
—No puedo —reconoció ella.
—Durante mucho tiempo he intentando luchar contra esta conexión que hay
entre nosotros. No quería admitir que existía, que era algo especial. Pero lo es, y ha
sobrevivido los cinco años que hemos estado separados. ¿No crees que eso nos dice
algo?
Sus palabras eran aún más seductoras que sus besos, porque le estaba diciendo
lo que ella quería oír. Siempre había creído que había una conexión entre ellos, una
razón por la que se había enamorado desesperadamente de él, una razón por la que
lo seguía amando después de que le rompiera el corazón.
Pero eso fue mucho tiempo atrás. No iba a dejarse engañar esa vez. No iba a
abrir su corazón y arriesgarse a que volviera a causarle estragos.
—Me dice que no deberíamos estar besándonos.
—Me gusta besarte —dijo Colin—. Y creo que a ti te gusta besarme.
—Esa no es la cuestión.
—Debería serlo. ¿Qué sentido tiene hacer algo si no te gusta?
—Colin, por favor —se levantó de su regazo y se alejó unos pasos. Necesitaba
espacio para respirar y pensar—. No hagamos esto más complicado de lo que ya es.
—Eres la madre de Carly. Y yo su padre. A mí me parece muy simple.
Ella se dio la vuelta y se cruzó de brazos.

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—Quiero que nos llevemos bien por Carly, pero nada más.
—No me creo que no me desees —dijo él, levantándose—. Cuando te beso…
—Hubo un tiempo en el que te amaba más que nada —lo interrumpió ella—.
Me quedé destrozada cuando te fuiste. No me arriesgaré otra vez al mismo
sufrimiento.
—Esta vez sería diferente…
—No —su tono era firme y decidido—. Es tarde, Colin. Creo que deberías irte.
Pero él no se movió.
—Quiero una segunda oportunidad, Nicole.

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Capítulo 9
Nicole se apartó de él.
—No voy a volver a servirte de muleta, Colin. No puedo.
—¿De qué estás hablando? —preguntó con el ceño fruncido.
—Nos conocimos cuando tu carrera había acabado. Estabas perdido, sin saber
qué hacer el resto de tu vida. Yo llené ese vacío… por un tiempo. En cuanto tuviste la
oportunidad de volver al hockey, te olvidaste de mí y del futuro que decías querer
tener conmigo.
—¿Eso es lo que crees?
—Eso es lo que pasó —respondió ella, mirándolo desafiante.
—Pero ahora no es así.
—¿No?
—No —negó con vehemencia—. He solicitado un empleo en la nueva cadena
de televisión del pueblo.
Nikki se acercó a la mesa y agarró la copa de vino. El beso le había demostrado
que Colin era más peligroso para su organismo que el exceso de alcohol.
—¿Me estás tomando el pelo?
Él negó con la cabeza.
—El lunes tengo una prueba.
—¿Qué vas a hacer con Carly?
—La llevaré conmigo.
Su rápida respuesta la sorprendió. Colin hacía siempre lo que quería y cuando
quería, y ella había asumido erróneamente que había olvidado las responsabilidades
con su hija.
—¿De qué empleo se trata?
—Comentarista deportivo.
—¿En serio quieres dejar de ser entrenador?
—Quiero estar contigo y con Carly.
Era una respuesta sincera, aunque no la que ella había esperado.
—¿Cuánto tiempo hace falta para demostrarte que voy a quedarme?
—Más de una semana.
—¿Cuánto? —insistió él.
—No lo sé.
—Cometí un error, Nic. ¿Vas a hacérmelo pagar el resto de mi vida?

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—No intento castigarte.


—Pues es lo que parece.
—Sólo intento protegerme. Y a mi hija.
—Nuestra hija.
Ella se ruborizó.
—Nuestra hija —concedió.
—No voy a abandonar a Carly —le quitó la copa de vino y, tras dejarla en la
mesa, le tomó ambas manos—. Ni a ti.
—No me hagas promesas.
—Quiero que Carly tenga una familia.
—Ya te dije que no voy a entrometerme en tu relación con ella.
Colin negó con la cabeza.
—Eso no basta. Quiero que tengamos una oportunidad para formar una familia.
Nikki no podía hacerlo. No podía empezar de nuevo como si nada hubiera
pasado. Y aunque quisiera, sería imposible, además de una imprudencia.
—¿No crees que nuestra hija merece una familia de verdad? —insistió él.
Por supuesto que lo creía, y haría cualquier cosa por Carly. Pero no podía darle
a Colin lo que le estaba pidiendo.
—Lo único que quiero es que pases tiempo conmigo, a solas, y tiempo conmigo
y Carly, como una familia.
—No sé si puedo.
—No te estoy pidiendo un compromiso, sólo una oportunidad.
—Tuvimos nuestra oportunidad hace cinco años.
—Aún sigues recordándome mi error.
—No —soltó un débil suspiro—. Cuando lo pensé con calma, no me sorprendió
que nuestro matrimonio no funcionara. No nos conocíamos lo suficiente para un
compromiso así.
—¿De qué estás hablando? —preguntó él frunciendo el ceño.
—Nos casamos después de estar saliendo tres meses.
—Nos conocíamos de un año antes.
—Nos conocimos un año antes —corrigió ella—. Pero no intercambiamos ni
diez palabras a menos que fuera para hablar de tu terapia.
Cuando conoció a Colin, lo había visto como otro deportista con éxito. Aunque
sabía que su lesión le impediría volver a jugar, sabía que había ganado más dinero en
una temporada del que ella podría ganar en toda su vida, de modo que no pudo
sentir mucha compasión por él.

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Lo había rechazado la primera vez que le pidió una cita… y las doce siguientes.
Pero la persistencia de Colin acabó venciendo sus reparos, y cuando salió con él la
primera noche supo que lo había juzgado mal. El hockey no era sólo un juego o un
trabajo para él. Era su vida.
No pudo sino admirar esa pasión. Había nacido con talento, pero había sido lo
bastante listo y valiente para utilizar ese talento en hacer realidad su sueño.
Y aquella primera noche, había empezado a enamorarse de él. Le entregó su
corazón sin reservas, creyendo que el amor que compartían duraría para siempre. Se
equivocó.
—¿Crees que las cosas habrían sido diferentes si me hubiera quedado en
Fairweather? —le preguntó él.
Ella negó con la cabeza.
—Nunca quise que te quedaras. Quería que me llevaras contigo.
Colin la miró un momento, sorprendido.
—¿Estás diciendo que habrías venido a Texas conmigo?
—Habría ido al fin del mundo contigo.
—Entonces danos otra oportunidad, Nic.
—No pudimos lograr que funcionara antes —le recordó ella—. ¿Qué te hace
pensar que ahora sería diferente?
—Porque ahora sé que nunca sentiré por nadie más lo que siento por ti.
Ella volvió a negar con la cabeza, resistiéndose a sus palabras.
—¿En serio esperas que crea que todo ha terminado entre nosotros? Por Dios,
Nikki. Cada vez que te beso… No sé describirlo. No había sentido nada igual con
nadie.
—Tal vez porque no te lo has permitido —le replicó con suavidad. Ella tampoco
se lo había permitido a sí misma. Se había aferrado tan desesperadamente a los
recuerdos que nunca se había abierto a otro hombre. Era la única explicación a cinco
años de celibato.
—¿Crees que no he intentado olvidarte? ¿Crees que no he deseado sacarte de
mi vida? Pues sí, lo he intentando. Durante años he intentado convencerme de que lo
nuestro había acabado, pero me engañaba a mí mismo. No eres una parte de mi
pasado, Nic. Eres una parte de mí. Y mi vida no está completa sin ti.
Con aquellas palabras, la debilitada resistencia de Nikki se derrumbó por
completo.
—Vamos —dijo él, percibiendo su ventaja—. Hace una noche preciosa. El cielo
está lleno de estrellas. ¿Por qué no salimos a dar un paseo?
Era una noche preciosa. Una noche para el romance. Una noche para animarla a
arrojar la lógica por la ventana y seguir los peligrosos dictados del corazón…

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—Es más de medianoche —señaló—. No voy a pasear por las calles a estas
horas.
—Entonces sentémonos en el porche —su voz era suave, casi irresistible.
—Ha sido un día muy largo, Colin. Sólo quiero irme a la cama.
—Eso es saltarse unos cuantos pasos, pero me parece bien —bromeó él.
—Sola —dijo ella sin poder evitar una sonrisa—. Necesito tiempo, Colin.
Tiempo para pensar, y no puedo hacerlo si estás cerca.
Él suspiró.
—Si me voy, ¿pensarás en mí?
—Seguramente —admitió ella sin el menor entusiasmo.
—Entonces deja que te dé algo para pensar.
Puso la palma en el quicio de la puerta, tras el hombro de Nikki, y se inclinó
hacia ella. Sus cuerpos quedaron a escasos centímetros, lo bastante cerca para que
Nikki sintiera el calor que emanaba de él.
—Voy a darte un beso de buenas noches, Nicole.
Eran las mismas palabras que le había susurrado al final de su primera cita,
cinco años atrás. No le había pedido permiso ni le había dado oportunidad para
rechazarlo. Y, de todos modos, ella tampoco lo hubiera hecho. Había deseado
desesperadamente aquel beso, sin sospechar que un simple beso sería el comienzo
del amor más intenso y excitante que jamás sentiría… y de la brutal devastación que
siguió.
Ahora sabía lo frágil que era su corazón y lo peligrosa que podía ser su pasión
por Colin. Y además tenía que pensar en su hija. Tenía que ser inteligente y
responsable.
Pero antes de que pudiera pensar, antes de que pudiera ser inteligente y
responsable, él había cubierto la escasa distancia que separaba sus bocas…
El aire se le quedó atascado en la garganta y su cuerpo pareció derretirse. De no
haber estado apoyada contra la puerta, habría caído al suelo. No era justo que
pudiera hacerla responder así con un simple beso.
Porque era un simple beso, nada más. Sólo la tocaba con los labios, pero… de
qué manera. Tres segundos más de suplicio y lo estaría llevando al dormitorio, sin
preocuparse por Carly, por Arden ni por nada.
Tenía que detener aquella locura.
Ahora.
Pero fue Colin quien se retiró.
—Hasta mañana —le dijo.

***

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Tal y como prometió, Colin seguía allí a la mañana siguiente, y a la otra. Un día
tras otro, hasta que Nikki empezó a preguntarse si sería verdad que no iba a
marcharse.
Le gustaba que Colin y Carly parecieran estar tan unidos, aunque no podía
evitar el temor de que aquel profundo afecto entre padre e hija amenazara el lazo
maternal con su pequeña. Incluso cuando estaba a solas con Carly, lo cual era cada
vez más raro, la niña siempre hablaba del tío Colin. El entusiasmo de su hija le
parecía natural, pero una parte de ella se resentía por esa conexión y se preguntaba si
Carly prefería estar con Colin.
Sabía que era un miedo irracional, pero no podía evitar la sensación de que
Colin estaba arrebatándole su lugar. Se había convertido en el centro de la vida de
Carly, y Nikki temía que su hija se viera obligada a elegir, lo eligiera a él en vez de
ella.
Pero por las noches, cuando se quedaba a solas con Colin, todos los temores y
dudas se esfumaban, al menos por un rato, y se permitía soñar con que las cosas
pudieran salir bien, que pudieran formar una familia. Antes de irse a la cama, él se
despedía con un beso largo y tenaz que le hacía recordar lo increíble que había sido
hacer el amor con aquel hombre y le hacía desear volver a abrir su corazón.
El jueves por la tarde de la segunda semana que Colin pasaba con Carly, Nikki
volvió a casa y vio un Jeep Grand Cherokee negro, nuevo y reluciente, aparcado en el
camino de entrada.
—¿De quién es ese coche? —preguntó cuando encontró a Colin en la cocina.
—Mío —respondió él.
—¿Qué le ha pasado al Porsche?
—Sólo era un coche de alquiler —sonrió—. Este es mío.
Nikki reprimió el brote de alegría en su corazón. Que hubiera comprado un
coche no significaba que fuera a quedarse para siempre. Un vehículo tenía ruedas, al
fin y al cabo.
Pero también estaba la televisión de pantalla gigante que habían entregado el
día anterior. Y el columpio y el tobogán que tres hombres habían instalado en el
jardín el lunes por la tarde. Incluso había comprado unos zapatos para Nikki… un
par de sandalias plateadas de tacón, iguales a las que Carly había estropeado.
—¿Quieres dar una vuelta? —le propuso—. Podríamos ir a Lookout Point.
—¿Por qué haces esto, Colin?
—¿El qué?
—Fingir que vas a quedarte, cuando ambos sabemos que quieres irte del
pueblo.
—Eso fue cierto una vez —dijo él, abrazándola por la cintura—. Pero las cosas
han cambiado.
—¿Qué ha cambiado? Aparte de que ahora no tengas un trabajo al que acudir.

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—Muchas cosas, como por ejemplo que ahora tengo una hija aquí.
—¿Y eso basta para ti?
—Puede que no —admitió en voz baja—. Carly es sólo parte de la razón por la
que quiero quedarme.
Intentó inclinarse hacia delante, pero ella le puso una mano en el pecho.
—No, Colin.
—¿No qué? ¿No puedo decirte cómo me siento? —se apartó bruscamente y se
pasó una mano por el pelo—. Maldita sea, Nicole, ¿hasta cuándo vas a hacerme
pagar por haber sido un idiota hace cinco años?
—No se trata de tomar represalias —replicó ella—. Se trata de mi vida.
—Lo único que te pido es formar parte de tu vida.
—Ya lo eres, lo quiera yo o no.
—Vamos, Nic. ¿Puedes decirme sinceramente que no has disfrutado del tiempo
que hemos pasado juntos durante las dos últimas semanas?
Ella suspiró, porque Colin tenía razón.
—No voy a abandonarte esta vez —dijo él con los ojos entornados—. Tarde o
temprano, tendrás que reconocer la verdad.
—El tiempo lo dirá —se giró para marcharse, pero él la agarró de la muñeca y la
obligó a mirarlo.
—No tengas miedo, Nicole —le susurró, pasándole un brazo por la cintura.
—No tengo miedo —respondió ella poniéndose rígida—. Sólo soy precavida.
Él la atrajo contra su cuerpo y le subió las manos por la espalda.
—¿Y ser precavida te da calor por la noche? —le dio un mordisquito en el
lóbulo de la oreja—. ¿Te hace temblar de emoción? —le pasó la lengua por la
mandíbula—. ¿Te hace gritar de placer?
Ella le puso una mano en el pecho, pero no lo empujó.
—No, Colin —volvió a decir.
—¿No qué? ¿No quieres que te recuerde lo que hay entre nosotros?
—No me hagas desear algo que no puedo tener.
—Podríamos tenerlo todo, Nic.
—Es muy pronto —dijo ella negando con la cabeza.
—Y yo que pensaba que estábamos tardando demasiado en llegar a este punto
—sonrió tristemente y le apartó un mechón de la mejilla—. Pero no pretendía
presionarte.
—Pues lo has hecho —dijo ella con una sonrisa irónica.
—Un poco, tal vez —reconoció él.

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—De verdad quiero creer que podría funcionar.


—Entonces créetelo —le susurró—. Cree en mí. En nosotros.
Sin decir más, la besó. Nikki cerró los ojos y se permitió pensar en las
posibilidades, como llevarse a Colin al dormitorio.
Pero eso sería extremadamente peligroso, porque no podía entregarle su cuerpo
sin abrir al mismo tiempo el corazón. Y se había jurado proteger su corazón a toda
costa.
—Deberíais meteros en una habitación —los interrumpió la voz de Arden.
Nikki se apartó, roja como un tomate. Bueno, mejor que los pillara Arden y no
Carly.
—Estaba intentando convencer a Nikki para llevarla a dar una vuelta en mi
nuevo jeep —dijo Colin, sin mostrarse avergonzado en absoluto.
—A mí me parecía más bien que le estabas metiendo la lengua hasta las
amígdalas —replicó secamente Arden.
—A sus amígdalas les costaba aceptar la idea —dijo él sonriendo.
Nikki carraspeó.
—¿Os importaría dejar de hablar de mí como si no estuviera presente?
—Id a dar esa vuelta. Tanta tensión sexual en el aire no es saludable para los
demás —dijo Arden, haciendo que Nikki volviera a ruborizarse.
Decidió que era hora de controlar la situación y llamó a su hija.
—Carly, ¿quieres venir a dar una vuelta en el jeep del tío Colin?
La sonrisa de Colin se desvaneció.
—No puedo llevarte a Lookout Point con una niña en el asiento trasero —le
murmuró.
—Exacto —respondió Nikki con una sonrisa de satisfacción.

El Cone Zone era un lugar muy concurrido el jueves por la tarde, aunque
también ayudaba la inesperada ola de calor que llevaba azotando al pueblo los
últimos días.
Boomer aparcó junto a un llamativo jeep negro y salió con desgana de su coche
prestado y climatizado para unirse a la fila de clientes que salía por la puerta de la
heladería. La camisa se le había pegado a la espalda antes incluso de cruzar el
aparcamiento, y tuvo que sacar un pañuelo del bolsillo de sus pantalones cortos para
secarse el sudor de la frente.
La fila avanzaba lentamente, pero al fin llegó al interior y pudo protegerse del
sol y el agobiante calor. Leyó por encima el menú que había en el mostrador mientras
se volvía a secar la frente. Demasiados sabores, demasiadas opciones. A él le

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gustaban las cosas simples. Por desgracia, nada había resultado simple desde que
aceptó aquel encargo.
Desvió la mirada hacia los otros clientes. Casi todos eran adolescentes, en
parejas o en grupos, y unas cuantas familias. La pareja que tenía enfrente iba
abrazada y con las manos en los bolsillos del otro. Boomer no podía comprender
cómo la gente podía estar tan pegada con aquel calor sofocante.
Sacudió la cabeza y centró su atención en el trío que había delante de los
adolescentes. Un hombre, una mujer y una niña pequeña.
Observó con detenimiento al hombre. Medía más de un metro ochenta,
complexión robusta, pelo castaño oscuro… Llevaba gafas de sol, ¿serían sus ojos
verdes? Imposible saberlo, pero el resto de la descripción bastaba para llamar su
atención.
Los adolescentes se apartaron con sus helados y el trío llegó al mostrador.
—Un helado de dos bolas de praliné, otro doble de chocolate, y… —el hombre
miró a la niña—. ¿Qué vas a tomar, Carly?
—¡Fresa!
—Y un helado de fresa.
—Doble, tío Colin.
Colin. El sonido de aquel nombre liberó una corriente de adrenalina en el
organismo de Boomer.
—Está bien —dijo el hombre llamado «tío Colin», y le sonrió a la pequeña antes
de dirigirse a la dependienta—. Que sean dos bolas de fresa.
—Por favor —le recordó la niña.
—Por favor —repitió el hombre, sonriendo.
Boomer también sonrió.
El blanco acababa de ser localizado.

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Capítulo 10
Colin aparcó frente a la comisaría y se quedó sentado al volante durante un
rato, sintiendo el peso de aquel papel en el bolsillo. Quizá estuviera exagerando.
Pero, por mucho que intentara convencerse, no podía dejar de pensar que lo estaban
siguiendo.
Era un extraño hormigueo en la nuca, una incómoda sensación que se agitaba a
veces en su interior, una espeluznante sospecha de que no estaba solo. Seguramente
se tratara de una paranoia, provocada por las amenazas de Parnell y las muertes de
tres inocentes. La primera vez que lo sintió fue al ver que un Honda azul oscuro lo
seguía a casa de su hermano. No había vuelto a pensar mucho en ello, pero estaba
seguro de haber visto el mismo vehículo al menos tres veces desde entonces. La
última, el viernes por la mañana, cuando llevó a Carly al parque.
Pero aunque no quisiera hacer caso de su intuición, no podía arriesgarse a que
le pasara nada a su hija. Por eso había llamado a la policía para preguntar por el
detective Creighton.
Colin y Creighton habían jugado al hockey de niños, y habían seguido siendo
amigos, aunque no muy cercanos, durante el instituto. Después, Colin se había ido
de Fairweather al convertirse en jugador profesional y Dylan se había matriculado en
la academia de policía.
Desde entonces lo había visto muy poco, y nada en absoluto durante los
últimos cinco años, pero sabía que sería más fácil compartir sus temores con un viejo
amigo que con un desconocido.
—Colin McIver —Dylan se levantó de su sillón y extendió una mano—. Oí que
habías vuelto al pueblo.
—Por un tiempo —respondió él, estrechándole la mano.
—No te había visto desde el funeral del juez.
—No había vuelto desde entonces —admitió Colin.
El detective volvió a sentarse tras su mesa metálica, llena de arañazos.
—¿Es la primera vez que vuelves a casa en más de cinco años?
—He estado muy ocupado —respondió encogiéndose de hombros.
—He seguido a tu equipo —le comentó Dylan—. Hicisteis una gran temporada.
—Hasta los play-offs.
—Siempre se puede mejorar al año siguiente.
Pero Colin no estaba seguro de que pasara un año más con el equipo. Aunque
sus nuevos dueños quisieran renovarle el contrato, él no quería regresar si eso
significaba abandonar a su hija. Ya no podía imaginar su vida sin ella.
—Me gustaría pensar que sólo te has pasado por aquí para saludarme, pero
parece que algo te preocupa —dijo Dylan.

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—Sí. Puede que no sea nada, pero… —sacó el pedazo de papel del bolsillo y lo
puso sobre la mesa.
—¿Es el número de una matrícula? —preguntó Dylan al verlo.
—En efecto, de un Honda Civic azul oscuro último modelo.
Dylan escribió los detalles y la matrícula en un bloc de notas.
—Puede que sólo sea una coincidencia —dijo Colin—, pero he visto el mismo
coche en otras ocasiones, como si me estuviera siguiendo.
—¿Tienes alguna razón para sospechar que alguien pueda estar siguiéndote?
Colin le explicó brevemente lo de las amenazas de Duncan Parnell, la bomba en
su apartamento, la tragedia en el hotel de Baltimore, la fuga de Parnell y el reciente
presentimiento de que alguien lo seguía.
—¿Y todo eso por haber apartado al chico de los play-offs?
Colin asintió. Era más fácil que explicar la historia completa: el accidente de
coche de Parnell y su grave lesión de espalda, su terapia intensiva, la medicación que
había empezado a tomar por su cuenta para poder jugar a pesar del dolor… Colin no
se había enterado de lo mal que estaba Parnell hasta que se lo dijo Gil Beauchamp,
compañero de equipo de Parnell y uno de sus mejores amigos. Beauchamp había
confiado en Colin sólo porque lo preocupaba que su amigo necesitara cada vez más
píldoras para jugar un partido.
Era casi el final de la temporada cuando Colin se enfrentó a Parnell para
preguntarle por las drogas.
Parnell había intentado quitarle importancia, alegando que sólo necesitaba algo
para aliviar el dolor. Colin se culpó a sí mismo por no haber notado antes los
síntomas, y supo que la única manera de ayudar a Parnell, y de obligarlo a seguir un
tratamiento para su adicción, era apartarlo del equipo. Desde entonces se había
arrepentido de esa fatídica decisión.
—Y luego dicen que es peligroso ser poli —dijo Duncan sacudiendo la cabeza.
Colin se limitó a encogerse de hombros—. ¿Puedes decirme algo más sobre ese
vehículo? ¿El conductor es hombre o mujer?
—Nunca se ha acercado lo bastante a mí para poder distinguirlo, pero estoy casi
seguro de que es un hombre.
—Seguro que tienes razón —confirmó Dylan—. Si fuera una mujer, tendrías su
número de teléfono en vez del número de su matrícula.
—Y no te lo habría dado a ti —replicó Colin.
El detective sonrió.
—Déjalo en mis manos.
Colin salió de la comisaría convencido de que Dylan se haría cargo de la
situación, permitiendo que él se ocupara de su familia.

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***
La clave para convencer a Nikki de que siempre estaría con ella y con Carly era
apoyar su palabra con hechos. Nikki había pasado cinco años rumiando el
resentimiento y la desconfianza, por lo que no podía cambiar de parecer de la noche
a la mañana. Haría falta tiempo y perseverancia para conseguirlo, y eso era lo que
Colin tenía de sobra.
El domingo por la mañana, llamó a la puerta trasera a la hora que habían
quedado para ir al zoo. Estaba ansioso por empezar su campaña. Una excursión
familiar, con suerte la primera de muchas, sería la oportunidad perfecta para
demostrarle a Nikki que quería formar una familia.
Pero cuando ella abrió la puerta, no parecía lista para ir al zoo ni a ninguna
parte. Las mallas y la camiseta arrugada que llevaba, y el pelo alborotado y los ojos
empañados, sugerían que había estado durmiendo cuando él llamó.
—No estás lista —dijo, tras aclararse la garganta.
—Lo siento —respondió ella ocultando un bostezo con la mano. Se apartó para
dejarlo pasar—. Iba a llamarte esta mañana pero ni siquiera recuerdo haber oído el
despertador.
—Parece que has tenido una mala noche —dijo Colin, viendo sus ojeras.
—Todas la hemos tenido —corroboró Nikki—. Carly se puso enferma y Arden
y yo tuvimos que turnarnos para cuidarla.
Colin sintió una punzada de pánico.
—¿Está bien?
—Se recuperará pronto —respondió ella asintiendo.
—¿Fue por algo que yo hice?
—¿Cómo? —preguntó con el ceño fruncido.
—Ayer estuve con ella todo el día. Tal vez le di de comer algo que le sentó mal,
o quizá olvidé algo importante, o…
—Colin —lo interrumpió con voz cortante—. No hiciste nada malo. Los niños
se ponen enfermos de vez en cuando, y a Carly le tocó anoche.
—¿Estás segura? —quería creerla, pero no podía librarse de la culpa por su falta
de experiencia.
—Completamente. Parece que ha pillado algún virus.
—La llevé al parque. Seguro que se lo contagiaron los otros niños.
—No fue culpa tuya —le aseguró ella.
—¿Cómo está ahora? —preguntó, nada convencido.
—Durmiendo —dijo, y se tapó otro bostezo.
—Tú también deberías estar durmiendo.

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Ella negó con la cabeza.


—Sólo necesito un café.
—Necesitas descansar.
—Tengo que estar con Carly, por si se despierta y quiere algo.
—Yo me quedaré con ella —ofreció Colin. Era lo menos que podía hacer.
—Carly no está para una visita ahora.
—Ni tú estás para oponer resistencia —replicó él.
—¿Por qué haces esto?
—Para que tú puedas descansar. Lo último que necesitas es pillar el virus de
Carly.
—Me las he arreglado muy bien sola durante varios años.
—Seguro que sí. Pero ahora estoy aquí y me gustaría ayudar —no era
exactamente el plan que tenía para pasar el día, pero era una oportunidad para
demostrarle a Nikki que podía contar con él.
—¿Por qué?
Colin suspiró. Aquella mujer era demasiado testaruda e independiente. No
podía limitarse a aceptar la ayuda que se le ofrecía; tenía que hacer de todo un duelo
de voluntades. Bueno, pues él no iba a perder esa batalla.
—Vete a la cama, Nikki.
Ella lo miró con el ceño fruncido.
—Me sentaré con Carly —siguió él—. Veremos la televisión, tomaremos sopa
de pollo… —vio que parecía tentada, pero reacia a ceder—. Por favor, déjame
hacerlo. Vete a dormir. Cuando te despiertes y te sientas mejor, puedes echarme a
patadas.
Al menos con eso consiguió que Nikki sonriera.
—Si necesitas algo…
—Me las arreglaré —la interrumpió él.
—¿Estás seguro? —preguntó, aún dudosa—. Ha vomitado varias veces.
Aquel último dato le robó bastante entusiasmo, pero estaba decidido a hacerlo.
Tenía que demostrarse a sí mismo y a Nikki que estaba preparado para ser padre.
—¿Tiene un cubo? —Nikki asintió—. Entonces no habrá ningún problema.
Aún parecía escéptica, pero acabó accediendo. Naturalmente, antes de retirarse
al dormitorio, fue al salón a comprobar la temperatura de Carly y a darle un beso en
su enrojecida mejilla.

***

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Nikki no había pensado dormir más que una hora, pero se quedó dormida nada
más apoyar la cabeza en la almohada, y cuando volvió a abrir los ojos eran las dos de
la tarde, casi cuatro horas desde que Colin la había mandado a la cama.
Convencida de que si hubiera habido algún problema Colin la habría
despertado, se duchó rápidamente, se puso unos shorts y un jersey de algodón y,
sintiéndose mucho mejor, se aventuró a bajar las escaleras.
Caminó de puntillas por el salón, donde Carly dormía plácidamente en el sofá,
y entró en la cocina, donde la recibió un agradable olor a café. No había ni rastro de
Colin, pero seguro que no se había ido a su apartamento dejando sola a Carly.
Se sirvió una taza de café y siguió el sonido del agua hacia el lavadero. Lo que
vio allí le hizo preguntarse si aún estaba soñando.
Anchos hombros, firmes pectorales, abdominales marcados, unos shorts color
oliva sobre unas estrechas caderas y unas piernas largas y musculosas ligeramente
cubiertas de vello oscuro. Y sobre el cuerpo perfecto, un rostro que sería la fantasía
de cualquier mujer y la envidia de cualquier hombre.
Y estaba haciendo la colada.
O más bien, estaba planchando. La imagen de Colin, tan fuerte y varonil, con
una plancha en la mano, era algo que Nikki nunca olvidaría.
—Preparas un café delicioso y además planchas —dijo en voz alta.
Colin alzó la mirada y le sonrió.
—¿Cómo te sientes?
—Mucho mejor, gracias —señaló la tabla de planchar—. No es necesario.
Él se encogió de hombros y ella a punto estuvo de babear al ver cómo sus
músculos se flexionaban.
—Estoy esperando que acabe la secadora.
—¿Has metido tu camisa?
—Sí. Un pequeño accidente con Carly.
—¿Sólo uno? —preguntó Nikki, esperanzada, pero Colin negó con la cabeza.
—Sólo uno que no fue a parar al cubo.
—¿Cuánto tiempo lleva durmiendo?
—Casi dos horas —deslizó la blusa recién planchada de Nikki en una percha,
abrochando el botón superior con una mano.
Nikki se llevó la taza a los labios y tomó un sorbo. El café estaba delicioso, y era
más seguro concentrarse en sus habilidades culinarias que permitirse recordar cómo
le había desabrochado la ropa con la misma pericia.
—¿Quieres una taza de café? —le ofreció.
—Yo me la serviré —dijo él, y se agachó para desenchufar la plancha. El
movimiento hizo que los shorts se estiraran sobre sus glúteos.

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Nikki volvió rápidamente a la cocina, se sentó a la mesa y observó cómo Colin


se desenvolvía como si estuviera en su propia casa. Sacó una taza y se la llenó de
café.
—¿Tienes hambre? —le preguntó.
—Mucha —admitió ella.
—¿Quieres que te prepare una tortilla o algo?
—Es mi casa —le recordó—. Creo que podré encontrar algo de comer. Y creo
que ya me siento lo bastante bien para echarte a patadas.
—¿Vas a echarme a patadas sin darme de comer?
Nikki suspiró.
—Supongo que te debo un almuerzo.
—No me debes nada —dijo él—. Pero no te diría que no a un sándwich.
Nikki encontró queso y fiambre en el frigorífico y se ocupó de preparar unos
sándwiches. Le daría de comer a Colin, volvería a darle las gracias y lo mandaría a su
casa. No había razón para sentirse alterada sólo porque él la mirara como si fuese
parte del menú.
Cortó los sándwiches, puso dos en un plato para Colin y otro en un plato para
ella misma.
—¿Cortas los sándwiches? —preguntó él sonriendo.
—Es una costumbre —explicó ella—. A Carly le gustan así.
—Tendré que recordarlo —dijo, y dio un mordisco.
Nikki hizo lo mismo, pero descubrió que tenía hambre no de comida, sino del
hombre que estaba sentado frente a ella.
El timbre de la secadora sonó justo cuando Colin se acababa el sándwich. Fue al
lavadero y volvió a los pocos minutos con la camisa puesta. Nikki sintió una
punzada de decepción de que su increíble pecho estuviese cubierto, pero aun así era
demasiado sexy para su estabilidad mental.
Se levantó de la mesa y recogió los platos.
—¿Te importa si me quedo un poco más? —le preguntó él.
Nikki se odió a sí misma por debilitarse ante el tono suplicante de su voz.
—¿Me estás diciendo que no tienes nada mejor que hacer?
—Mi plan era pasar el día contigo y con Carly —le recordó.
—Siento que tu plan se haya arruinado.
—No se ha arruinado, sólo ha cambiado. Ser padre significa esto, ¿no? Estar en
lo bueno, en lo malo y en los vómitos.
—Sí, supongo —concedió ella con una sonrisa.
—¿Mami? —se oyó la vocecita débil de Carly.

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Nikki dejó los platos en el fregadero y corrió al salón.


—¿Cómo estás, cielo? —le puso la mano en la frente a Carly y notó con alivio
que la fiebre parecía estar bajando.
—Tengo sed —dijo Carly.
Colin, habiéndose anticipado a la queja, llegó con un vaso de gaseosa y una
pajita.
—Aquí tienes, picarilla —le dijo, tendiéndole el vaso de plástico.
La niña lo tomó y bebió con avidez. Nada más acabar, lo vomitó todo sobre sí
misma y las mantas antes de poder alcanzar el cubo. Empezó a llorar.
Nikki le quitó la parte de arriba del pijama y la abrazó en su regazo. Colin
recogió las mantas y la ropa manchada y las llevó al lavadero mientras Nikki se
llevaba a su hija al cuarto de baño.
Cuando Carly estuvo lavada y vestida con un pijama limpio, Nikki la volvió a
bajar al salón. Colin estaba recogiendo los rotuladores y las hojas desperdigados por
la mesita. De fondo se oía el zumbido de la lavadora.
Los dos se sentaron con Carly a ver una de sus películas favoritas en el vídeo, y
luego le dieron sopa de pollo y un poco de gaseosa. Cuando Carly volvió a dormirse,
sus padres estaban a punto de caer rendidos.
—Espero que esta noche duerma mejor que la anterior —dijo Colin, después de
acostar a Carly en la cama.
—Esperemos —corroboró Nikki.
—Debería irme ya para que tú también puedas descansar.
Ella asintió, aunque ya no deseaba librarse de él tanto como antes. Había sido
agradable compartir las tareas y el cuidado de su hija.
—Gracias… por estar aquí hoy —dijo—. Y esta noche.
—Me alegro de haber podido estar —respondió él—. Supongo que habrás
pasado muchos días como éste sin ayuda de nadie.
—Unos pocos —admitió ella.
—Ojalá… —la voz se le rasgó y sacudió la cabeza—. No importa. Te llamaré
mañana para ver cómo está Carly.
—De acuerdo —aceptó ella asintiendo.
Lo acompañó a la puerta, preguntándose qué habría querido decir y por qué no
lo había dicho. ¿Que ojalá hubiera estado allí por su hija? ¿Que las cosas hubieran
sido diferentes de haber conocido a Carly?
Se obligó a no pensar en ello. Colin tenía razón. No importaba. El pasado no
podía cambiarse por mucho que se deseara.
Colin la acarició bajo el ojo con la punta del dedo.

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—Tienes ojeras —le apartó un mechón de pelo de la mejilla—. Y tu pelo está


hecho un desastre —siguió acariciándola por el brazo hasta entrelazar los dedos con
los suyos—. Pero sigues siendo la mujer más hermosa que he conocido jamás.
¿Cómo se suponía que iba a mantener su corazón intacto si él la sometía a un
ataque semejante?
Retiró la mano y se volvió para abrir la puerta. Aunque sabía que su relación se
hacía inevitablemente cada vez más íntima, necesitaba mantener el control. No
estaba lista para dárselo todo. Aún no.
Y por eso necesitaba que se fuera de su casa. Ya.
Cuando se volvió a girar, de espaldas a la puerta, Colin estaba justo enfrente de
ella.
—Tengo que besarte —dijo él.
Ella le puso una mano en el pecho.
—Tienes que irte a casa.
—No hasta que te haya besado.
A Nikki le costó un esfuerzo enorme mantener los ojos abiertos. No podía dejar
que la besara. Si lo hacía, sabía que estaría perdida.
—Ahora —dijo, odiando la poca firmeza de su voz.
—Ahora mismo —afirmó él.
No era eso a lo que ella se refería, y Colin lo sabía. Pero sus labios ya estaban
invadiéndola, y fue incapaz de seguir protestando. La boca de Colin se movía sobre
la suya, firme pero tierna y embriagadoramente familiar. Nikki oyó un gemido y
supo que había salido de su propio interior. Su cabeza la urgía a apartarse de él, pero
su cuerpo y su corazón tenían otras ideas completamente diferentes.
Se había prometido que no lo haría, pero entonces él deslizó las manos bajo su
jersey, por su espalda, y ella sintió que se derretía. Nadie la había hecho sentirse así,
tan desesperada de deseo. Sabía que Colin volvería a marcharse, que no había
esperanza de que se quedara… Pero ahora estaba allí.
¿Sería tan malo tomar lo que él pudiera darle mientras estuvieran juntos?
Ambos eran adultos, y mientras ella mantuviera los pies en el suelo y no se engañara
pensando que tenían un futuro juntos, no había daño alguno en permitir que aquella
atracción siguiera su curso natural.
Por tanto, cuando él retiró los labios, la palabra que salió de su boca le pareció
más natural que el aire que respiraba.
—Quédate.

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Capítulo 11
Colin sintió que se quedaba sin aire. ¿Nikki le había pedido que se quedara?
Como respondiendo a su pregunta, ella ladeó la cabeza y lo miró.
—Quédate —repitió, sin la menor vacilación en sus ojos grises.
De acuerdo, tal vez fuera un idiota, pero quería asegurarse de que ella sabía lo
que hacía.
—¿Por qué?
—Creo que no hace falta que te lo diga —respondió, mordiéndose el labio.
—¿Quieres acostarte conmigo?
—Sí.
Su rápida respuesta debería haberlo complacido, pero en vez de eso lo dejó
extrañamente decepcionado.
—No.
—¿No? —preguntó ella, repentinamente desconcertada.
—No voy a acostarme contigo —deslizó las manos sobre sus costillas hasta la
parte inferior de sus pechos—. Voy a hacer el amor contigo.
Ella arqueó las cejas, como sugiriendo que la diferencia era irrelevante. Pero
ambos sabían que no lo era. Él quería que se abriera por completo: de cuerpo,
corazón y alma. Quería hacerle el amor lenta, interminablemente, hasta que ella no
pudiera seguir negando que estaban hechos para estar juntos.
—Olvídalo —dijo ella—. Es tarde, y Carly se despertará temprano por la
mañana.
Su respuesta no lo sorprendió. Estaba asustada y no quería admitir lo que había
entre ellos.
—¿De qué tienes miedo, Nicole?
—No tengo miedo. Es sólo que no quiero complicar las cosas.
—Pues entonces hagámoslo simple —dijo él, y volvió a besarla.
Fue un beso lleno de pasión y promesas, y ella no tardó en ceder. Echó la cabeza
hacia atrás, rendida, mientras él la besaba por el cuello, deleitándose con el sabor
único de su piel. Con las manos le recorría lentamente el cuerpo, sacándole su
respuesta en vez de exigírsela. Y ella respondió, con besos de ensueño, suaves
murmullos y tiernas caricias.
—¿Estás segura de que es esto lo que quieres? —retirarse para hacerle esa
pregunta casi acabó con él, pero necesitaba asegurarse. No quería que se arrepintiera
después—. No quiero presionarte, Nicole.
Ella lo miró con ojos llameantes, respirando con dificultad.

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—Si estuviera más preparada, explotaría —soltó un jadeo—. Vamos arriba.


—Arriba —aceptó él, y la levantó en sus brazos. Ella se abrazó a su cuello y le
rodeó la cintura con las piernas, mientras seguía excitándola con sus labios y dientes.
—La primera puerta a la izquierda —murmuró entre gemidos cuando llegaron
arriba.
Él empujó la puerta con el pie y la cerró con el hombro, sin dejar de besarla.
Encendió la luz, iluminando las dos lamparitas que flanqueaban la gran cama de
matrimonio. Más tarde apreciaría lo seductor que era aquel escenario. De momento,
su única preocupación era tener a Nikki desnuda sobre la cama.
—No necesitamos las luces —dijo ella, alargando un brazo hacia la lámpara
más cercana.
Él le agarró la mano y la besó en la palma.
—Sí, las necesitamos —le dijo—. Quiero verte.
Le quitó el jersey y vio que no tenía nada debajo. Ahogando un gemido, le tomó
ambos pechos en las manos y oyó su gemido de placer. Le acarició los pezones con
los pulgares, sintiendo cómo se endurecían respondiendo a sus caricias.
Se despojaron rápidamente del resto de las ropas y volvieron a estar pegados,
carne contra carne, ávidos de deseo y necesidad.
Él la tumbó en la cama y se arrodilló sobre ella. La besó y tocó con infinito
cuidado y ternura, excitándola lentamente. Quería decirle que la amaba, pero sabía
que no estaba preparada para oír esas palabras. No las creería. Así que en vez de
decírselo se lo demostró. Con cada beso y caricia le demostró cuánto la amaba,
cuánto la necesitaba.
Sintió que se estremecía bajo él al tener su primer orgasmo. Ahogó con besos
apasionados sus gritos de placer y siguió acariciándola, llevándola de nuevo al
límite.
—Colin, por favor…
Las palabras apenas fueron un susurro suplicante, y él estuvo más que
dispuesto a acatar su ruego. Desde aquel día en su habitación del hotel, había
aceptado que ese momento era inevitable, y se había asegurado de que estaría
preparado para el mismo.
Se puso rápidamente un preservativo y de una certera y profunda embestida la
penetró. Sintió que ella contraía los músculos y vio cómo la vista se le nublaba
mientras él empezaba a moverse. Lentamente al principio, con largas y profundas
penetraciones que llegaban hasta el alma de Nikki.
Ella levantó las caderas para recibirlo una y otra vez, en una perfecta
coreografía de pasión. No había barreras, ni mentiras ni pasado. Sólo estaban los dos,
unidos, moviéndose como si fueran un solo cuerpo.
El ritmo se aceleró, más y más rápido, llevándolos a las más altas cotas de
placer. Ella apretó las piernas, urgiéndolo a profundizar más, a tocar la fuente de su

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calor, hasta que él no sólo pudo oír el rugido de la sangre en su cabeza. Se aferró
como pudo al resto de control que le quedaba hasta que sintió los violentos espasmos
de Nikki. Y entonces se lanzó al éxtasis con ella.

Nikki yacía en silencio debajo de Colin. El corazón aún le latía con fuerza, y la
piel seguía enardecida por el placer. No estaba segura de cuánto tiempo habían
permanecido abrazados sobre las sábanas. ¿Minutos? ¿Horas? No importaba. Estaba
demasiado agotada para moverse, demasiado satisfecha para desear que Colin
estuviera en otra parte. La sensación de plenitud era tan fuerte que casi conseguía
borrar el miedo que crecía en su interior. Casi.
Con un gruñido, Colin se apartó y se tumbó boca abajo. Giró la cabeza para
rozarle el cuello y le puso un brazo sobre la cintura.
—Pensé que recordaba lo extraordinario que era esto —murmuró—. Pero me
equivoqué.
Ella también se había equivocado. Los recuerdos no podían compararse a la
realidad de hacer el amor con Colin.
No se arrepentía de haberlo hecho. ¿Cómo iba a arrepentirse cuando el cuerpo
aún le temblaba de placer? Pero sí estaba preocupada. Había querido mantener su
corazón a salvo, y en vez de eso se lo había entregado, junto a su cuerpo y su alma.
Tampoco había tenido mucha elección. Colin había sido tan dulce y paciente,
sus caricias tan reverentes mientras le exploraba cada palmo de su cuerpo, que poco
a poco había ido perdiendo el control.
Le encantaba hacer el amor con Colin.
Amaba a Colin.
Se puso rígida, sacudida por una dosis helada de realidad. No estaba
enamorada de Colin. Pensar que lo estaba sólo por haber compartido con él una
increíble sesión de sexo era una reacción normal, pero ficticia.
Como si hubiera sentido su tensión, Colin le acarició perezosamente. Ella soltó
el aire y se obligó a relajarse.
—¿Tienes dudas? —le preguntó él.
—No, sólo estaba pensando que… um… debería ir a por un vaso de agua.
—De acuerdo —dijo, pero endureció su brazo sobre ella y la besó en los labios.
Nikki cerró los ojos y se derritió por el beso.
—El agua —dijo, retirándose con dificultad—. Voy a por ella.
—De acuerdo —volvió a decir él, apartando el brazo para que pudiera
levantarse.

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Nikki sacó su bata del armario, se la puso y salió del dormitorio. No tenía sed;
lo que necesitaba era poner distancia para pensar en lo ocurrido. No obstante, llenó
un vaso y se lo llevó a los labios.
Todo saldría bien, se dijo a sí misma, siempre y cuando no empezara a pensar
que vivirán felices para siempre. Disfrutaría de una relación física con Colin mientras
fuera posible, y se preocuparía de mantener su corazón al margen.
Suspiró y volvió a llenar el vaso de agua, obligándose a reconocer, al menos
para sí misma, que era demasiado tarde para proteger su corazón. Lo quisiera o no,
ya estaba emocionalmente unida a Colin. Era su exmarido, el padre de su hija, el
único hombre al que había amado. El único hombre al que siempre amaría.
Oh, demonios. Lo había vuelto a hacer. Se había enamorado otra vez de Colin.
¿Dónde estaban sus instintos de supervivencia cuando más los necesitaba?
¿Cómo había permitido que ocurriera?
—Pareces preocupada por algo —dijo una voz a sus espaldas.
Nikki se volvió y se encontró con su prima.
—No te oí entrar.
—Eso está claro —dijo Arden—. ¿Va todo bien? ¿Cómo está Carly?
—Mejor.
—Entonces, ¿por qué estás tan preocupada?
—Por nada, yo…
—La verdad es que no pareces preocupada —la interrumpió Arden—. Más
bien… soñadora.
—No digas tonterías —dijo Nikki, ruborizándose.
—¿Yo digo tonterías?
—Sí. Sólo estoy pensando en Carly.
—¿En serio? —preguntó Arden, sonriendo cuando se oyeron pasos en la
escalera. Estiró el cuello para echar un vistazo por la puerta y su sonrisa se
ensanchó—. Si yo tuviera alguien así calentándome la cama, puedes estar segura de
que no pensaría en nada más.
Nikki sintió que le ardían las mejillas.
—No es… —empezó a decir que no era lo que Arden estaba pensando, pero
sabía que era exactamente lo que estaba pensando.
—No importa —murmuró su prima justo cuando Colin entraba en la cocina,
llevando sólo unos shorts.
—Me preguntaba por qué tardabas tanto… —en ese momento vio a Arden—.
Oh, hola, Arden.
—Colin —respondió ella asintiendo.
—Arden se iba ya a la cama —intervino Nikki.

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—De acuerdo —dijo Arden, pero se volvió hacia Colin—. Recuerda, si vuelves a
fastidiarlo todo, te rompo las piernas.
—Arden —la avisó Nikki.
Su prima se encogió de hombros y salió de la cocina sin pedir disculpas.
—Lo siento —le dijo Nikki a Colin—. A Arden le gusta fingir que es mi
hermana mayor.
Colin le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo hacia él.
—Sólo te está protegiendo, igual que harías por ella.
—Sí, pero… no quiero que pienses que tengo… esperanzas. Al menos en lo que
se refiere a nuestra… relación.
—¿Por qué no ibas a tener esperanzas?
—Quiero decir… —exhaló ruidosamente, intentando encontrar las palabras
adecuadas. Pero no lo consiguió—. Esto es muy complicado.
—No tiene por qué serlo —dijo él, y le cubrió la boca con la suya.
Ella respondió al beso. Había varios aspectos en su relación que no eran
complicados en absoluto.
—Deberíamos hablar de esto —dijo cuándo él dejó de besarla.
—Más tarde —prometió él, y la levantó en brazos para volver al dormitorio.

Colin nunca había sabido lo mucho que deseaba tener una familia hasta que
empezó a pasar tiempo con Nikki y Carly. Su familia. No importaba que Nikki y él
estuvieran divorciados ni que Carly no supiera que era su padre. Lo único que
importaba era que estaban juntos, él creía que merecían una segunda oportunidad
para formar una familia. Acostado junto a Nikki, estaba plenamente convencido de
ello.
El mayor problema, sin contar las amenazas de Parnell, era convencer a Nikki.
Por mucho que lo intentara, ella seguía esperando con la respiración contenida a que
él le anunciara que volvía a marcharse.
Sabía que Nikki había levantado barreras en torno a su corazón. La
supervivencia era un instinto natural. Pero la atracción entre un hombre y una mujer
también era natural, y por muchas dificultades y desconfianzas que tuvieran que
superar, no podían negar lo que había entre ellos.
Tendido en la oscuridad del dormitorio, con sus cuerpos aún sudorosos y
acalorados por la pasión, sabía que no sólo deseaba su cuerpo. Deseaba su corazón.
Total e incondicionalmente.
—¿Vas a dejar que me quede esta noche?
Nikki negó con la cabeza.

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—No quiero que Carly se despierte y te vea aquí.


Colin entendía su preocupación, pero no quería marcharse. Porque sabía que en
cuanto cruzara la puerta, ella empezaría a pensar y se le ocurrirían mil razones por
las que hacer el amor fuese un error.
—¿Y si pongo el despertador a las cuatro? —sugirió, besándola en el cuello.
—Carly podría despertarse durante la noche.
—¿Lo hace normalmente?
—No —admitió ella—. Pero si lo hace hoy…
Colin suspiró.
—Está bien, Nic. Me marcharé.
—Gracias —le dio un beso fugaz en los labios, pero él no la dejó retirarse e
intensificó el beso. Ella se retorció, alineando sus caderas, y el cuerpo de Colin
respondió de inmediato.
—¿No querías que me marchara? —preguntó él.
—Después —respondió ella rodeándolo con las piernas.
Fue mucho después cuando Colin volvió a pensar en marcharse. Nikki se había
quedado dormida en sus brazos, pero él había permanecido a su lado, feliz. ¿Por qué
tuvo que abandonar una vez esa sensación de paz y plenitud por un trabajo que lo
había llevado al otro lado del país, alejándolo de la mujer que amaba? Aunque
pasaran juntos los próximos cincuenta años, sabía que siempre se arrepentiría por
esos cinco años de separación.
También sabía que dedicaría el resto de su vida a demostrarle a Nikki lo mucho
que la amaba. Pese a haber compartido la cama, nada había cambiado entre ellos.
Ella seguía recelosa, y él un jugador de hockey retirado sin mucho que ofrecerle…
salvo su amor.
Cuando los párpados empezaron a cerrársele, se levantó con desgana y recogió
la ropa del suelo. Se vistió en silencio y luego arropó a Nikki, que se agitó un poco en
sueños. La besó en la frente y en la oscuridad de la noche se atrevió a susurrar las
palabras que sabía que ella no estaba lista para oír.
—Te amo, Nicole.
Entonces salió de la casa, demasiado absorto en sus pensamientos sobre Nikki
como para fijarse en el coche azul oscuro aparcado al otro lado de la calle, en las
volutas de humor que salían por la ventanilla abierta del mismo o en la sombra del
hombre que lo observaba.

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Capítulo 12
A Nikki le resultó un suplicio levantarse de la cama, después del poco descanso
de la noche anterior. Recordó haberse quedado dormida en brazos de Colin y
haberse despertado luego de un sobresalto, sabiendo que se había marchado. Y
aunque era eso lo que quería, le había costado mucho volver a dormirse sin sentir su
calor.
Recogió del suelo la bata que Colin le había quitado justo antes de hacerle el
amor. Sólo con recordarlo volvía a hervirle la sangre y a sentir un hormigueo en la
piel y una punzada de remordimiento por no haber dejado que se quedara. Hubiera
sido agradable despertarse con él a su lado, hacer otra vez el amor al amanecer…
Se puso la bata y fue a ver a Carly a su habitación. Al abrir la puerta, encontró
la cama deshecha y vacía, y el pijama de su hija tirado en el suelo.
Aliviada de que Carly estuviera mejor para haberse levantado ya, siguió el
delicioso olor a café recién hecho y beicon frito que ascendía por las escaleras.
Era muy raro que Arden cocinara. Era una muy buena abogada, pero un
desastre en la cocina. De vez en cuando, sin embargo, intentaba hacer el desayuno.
Normalmente tortitas o tostadas, según fuera el deseo de Carly.
Nikki olfateó el aire. No olía a quemado. Todavía.
Pero cuando se detuvo en la puerta de la cocina, vio que no era Arden quien
estaba haciendo el desayuno. Su prima estaba sentada a la mesa con una taza de café
en las manos, y Colin estaba de pie junto a la plancha.
A Nikki se le expandió una bola en el pecho que le dificultó la respiración.
Colin parecía estar en su ambiente en aquella cocina, con Carly sentada en la
encimera a una distancia razonable pero lo bastante cerca para supervisar sus
actividades.
Nikki cerró los ojos. No podía fantasear con aquella escena, con que Colin fuera
a quedarse y a formar parte de sus vidas. Sabía que aquello no podía durar.
—¿Sabes hacer Kitty Kates? —le preguntó Carly a Colin, mientras éste echaba
más masa en la sartén.
—¿Kitty Kates? —repitió él, dubitativo.
—Es como una tortita con forma de gato —explicó la niña—. Le da a Cosmic
Cat sus superpoderes.
—Oh —miró la sartén con el ceño fruncido.
Nikki se ajustó el cinturón de la bata y se adentró en la cocina. Un hombre que
no sabía dibujar un perro no podía hacer un gato con masa de tortitas.
—Yo lo haré —dijo, acercándose a la plancha.
Colin se volvió y le sonrió. El calor de su mirada era tan tangible como una
caricia.

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—Buenos días —la saludó con voz ronca.


—Buenos días —repitió ella, echándole una mirada fugaz a su prima, quien
parecía embelesada con el contenido de su taza.
Besó a Carly en la frente y notó que estaba fría al tacto.
—Buenos días, cariño. Parece que estás mejor, ¿eh?
—Me muero de hambre —respondió su hija.
Nikki sonrió. El día anterior Carly había comido muy poco y lo había vomitado
todo.
—Íbamos a llevarte el desayuno a la cama —dijo Carly, un poco
decepcionada—. Pero mejor que hayas bajado, porque ahora tendré Kitty Kates.
Colin le dio la vuelta a las tortitas que se hacían en la sartén. Entonces
retrocedió y le dio el jarro de masa a Nikki.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó ella.
—Te dije que vendría por la mañana a ver cómo estaba Carly —le recordó él.
—¿Tan temprano? —vertió un poco de masa en la sartén para formar una
cabeza, una cantidad mayor para el cuerpo y añadió dos gotas para los ojos y una
cola.
—Son más de las nueve —la reprendió—. No es precisamente temprano.
—No sabía que fueras tan madrugador.
Él se inclinó para susurrarle algo al oído, acariciándola con su aliento.
—Eso es porque nunca he tenido un aliciente para levantarme de la cama como
verte a ti.
Nikki se apartó de la plancha, convenciéndose de que era el calor de la cocina lo
que le encendía la piel.
—¿De quién ha sido la idea de hacer tortitas?
—Mía —dijo Carly.
—Pero fue idea mía llevarte el desayuno a la cama —dijo Colin, con una voz tan
baja que sólo ella pudo oírla—. Quería ver si aún duermes desnuda.
—No con mi hija en casa —le aseguró ella, y se volvió hacia Carly—. ¿Cómo es
que estás vestida ya?
—La tía Arden va a llevarme a su oficina para jugar con el ordenador, y luego
vamos a ir al cine.
—No creo que debas ir a ningún sitio. Ayer estabas muy enferma.
—Pero hoy estoy mejor —respondió la niña.
Nikki miró a su prima.
—Pensé que le vendría bien salir de casa, y a ti tener tiempo para ti misma y
tus… actividades —dijo Arden con una sonrisa.

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Nikki se volvió hacia la sartén y le dio la vuelta a la tortita de Carly. Ella y Colin
tenían que hablar de lo sucedido la noche anterior. Su presencia allí esa mañana y la
aceptación sin reservas por parte de Arden y Carly la preocupaban. No era que no se
alegrase de verlo, pero no quería guardar esperanzas de que fuera siempre así. No
quería contar con él.
Sirvió en un plato la tortita de Carly y lo puso delante de su hija. Carly agarró el
sirope con ambas manos y vertió una buena ración.
Su madre negó con la cabeza, pero no dijo nada y se sirvió una taza de café.
—¿No vas a comer? —le preguntó Colin mientras se preparaba su propia ración
de tortitas, untando de mantequilla cada capa y rociando la pila con sirope.
A Nikki la sorprendió lo mucho que se parecía Carly a su padre. Ambos
compartían la aversión por las coliflores y el gusto por el sirope de arce. Por lo visto,
los genes McIver eran más fuertes de lo que ella había imaginado.
—¿Nic? —la llamó Colin.
—¿Qué?
Él sacudió la cabeza y le sirvió tres tortitas en su plato vacío. Hizo ademán de
servirle el sirope, pero ella le arrebató el frasco.
—Yo lo haré.
Después de tomar el primer bocado, tuvo que reconocer que Colin sabía
desenvolverse bien en la cocina. Era una faceta que no había mostrado durante el
matrimonio. O tal vez no aprendió a cocinar hasta que se separaron.
Tomó otro trozo de tortita. Sería tan fácil acostumbrarse a aquella rutina,
imaginárselo en la cocina cada mañana y en su cama cada noche. Intentó tragar, pero
la tortita pareció quedarse en su garganta. Tuvo que agarrar la taza y beber un buen
trago de café.
No, no iba a imaginarse una relación duradera con Colin. No podía arriesgar
otra vez su futuro.
—Ya he terminado, mami —dijo Carly, limpiándose el sirope de la cara con una
servilleta.
Nikki miró el plato vacío de su hija. Obviamente se sentía mejor esa mañana.
—¿Has tomado un poco de zumo?
—Sí, de manzana. ¿Podemos irnos ya la tía Arden y yo?
—Cuando te hayas lavado los dientes.
—Vale —se bajó de la silla—. ¿Quieres venir con nosotras, tío Colin?
Nikki abrió la boca para declinar la invitación de su hija antes de darse cuenta
de que no iba dirigida a ella. Volvió a cerrarla, sin apenas oír la respuesta de Colin.
Era ridículo sentirse dolida. No era que quisiera ir con Arden y Carly, pero su
hija siempre la había incluido en sus planes. Y ahora elegía a Colin por delante.

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Apuró su taza de café y se levantó para llevar los platos al fregadero. Estaba
comportándose de un modo infantil e irracional. Pero durante mucho tiempo había
sido el centro de la vida de Carly, y no estaba preparada para un cambio semejante.
Aún no. Sentía que su papel estaba siendo usurpado por Colin. Y Carly ni siquiera
sabía que él era su padre.
Cuando le dijeran la verdad, ¿elegiría Carly estar con Colin en vez de con ella?
¿Y si Colin decidía marcharse de Fairweather? ¿Querría llevarse a Carly con él?
No lo creía capaz, no sin su consentimiento. Pero ¿y si Carly quería irse con él?
—¿Nic?
Dio un respingo al oír la voz de Colin.
—Lo siento. ¿Decías algo?
—¿Estás bien?
—Muy bien —forzó una sonrisa—. ¿Por qué?
—Pareces… asustada.
Desde luego que lo estaba, pero no estaba preparada para compartir sus miedos
e inseguridades con Colin. No podía confiar que no fuera a aprovecharse de la
situación.
—Estoy un poco preocupada por Carly —dijo—. Creo que sería mejor que se
quedara hoy en casa.
—Puedes obligarla a que se quede. Pero no le gustará nada.
Nikki suspiró, sabiendo que era cierto.
—¿Ha sido obra tuya?
Colin negó con la cabeza mientras la apartaba para verter detergente en el
fregadero y abrir el grifo.
—No me quejo de quedarme a solas contigo, pero no, no ha sido obra mía —
dejó correr el agua y la agarró por el nudo de la bata para acercarla a él—. Sea como
sea, había decidido que no iba a darte mucho tiempo ni espacio para pensar en lo de
anoche.
Nikki deseó que al menos le diera espacio para respirar. No podía pensar
cuando la abrazaba, y a juzgar por el brillo de satisfacción de sus ojos verdes, él lo
sabía. Maldito fuera. La sangre empezó a hervirle, el pulso se le aceleró y las
preocupaciones por su hija fueron relegadas al fondo de su mente.
—¿Llevas algo bajo la bata?
Ella tragó saliva.
—Por supuesto.
El deshizo el nudo, abrió la bata y descubrió el camisón de seda.
—¿Te pones esto para dormir sola?
—Es cómodo —respondió, sabiendo que parecía estar a la defensiva.

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Colin volvió a cerrarle la bata al oír las pisadas en la escalera. Nikki agarró el
cinturón y se lo ató.
—Estaremos fuera todo el día —dijo Arden mientras ayudaba a Carly a atarse
los zapatos.
Nikki sacudió la cabeza. Su prima no era precisamente delicada, pero sabía que
sus intenciones eran buenas. Le dio a Carly un abrazo y un beso.
—No comas muchas palomitas, ¿eh?
—No seas pesada —le dijo Arden, empujando a Carly hacia la puerta.
—Y ahora que tienes la mañana libre, ¿qué piensas hacer? —le preguntó Colin
cuando se quedaron solos, rozándole el cuello con los labios.
Nikki se estremeció y se apartó de él.
—Creo que volveré a la cama —dijo, fingiendo un bostezo.
—¿Eso es una invitación? —cubrió la distancia que ella había puesto entre
ambos y volvió a abrirle la bata.
—No —respondió ella mientras él le deslizaba las manos bajo el camisón y
subía por los muslos—. Tal vez —corrigió, con la respiración entrecortada.
Colin sonrió y la besó en los labios mientras sus manos seguían subiendo.
—¿Sí? —la animó, acariciándole con los pulgares los endurecidos pezones.
—Sí —aceptó ella sin aliento.

El miércoles por la tarde, Colin se reunió con Dylan Creighton en una pequeña
cafetería del centro.
—No me dijiste que te quedabas con tu exmujer —le dijo Dylan.
Colin tampoco le había dicho que mantuviera su visita en secreto, y se maldijo
en silencio por el descuido. Si Nikki albergaba la menor sospecha, se pondría muy
furiosa contra él. Y con razón.
—¿Fuiste a su casa?
Dylan negó rápidamente con la cabeza, aliviando de inmediato a Colin.
—Pase por al lado —dijo—, pero decidí no pararme cuando vi salir a Nikki.
—Te agradezco tu discreción.
—Iba con una niña pequeña. ¿Es tuya?
—Sí —respondió Colin sin poder evitar una sonrisa.
—Es muy guapa.
—Sí —volvió a decir, ensanchando su sonrisa.
—Igual que su madre.

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—Una suerte para ella que sea así —corroboró Colin riendo.
—Supongo que Nikki no sabe que viniste a verme, ¿verdad?
—Pensé que sería mejor esperar a ver lo que descubrías del propietario del
coche, antes de asustarla —y antes de que lo mandara a paseo, lo que sin duda haría
si se enteraba de que lo habían seguido hasta Fairweather. No podía culparla. Nikki
le había confesado sus temores desde el principio, y él no les había quitado
importancia.
Ahora se preguntaba si habría cometido un error al hacerlo.
—¿Qué has descubierto?
Dylan sonrió.
—A un chico de dieciocho años aterrorizado que pensó que yo iba a encerrarlo.
—Cosa que no hiciste.
—No.
—¿No me estaba siguiendo? —preguntó Colin, sintiéndose como un idiota.
—Te estaba siguiendo —dijo Colin—, intentando reunir el valor para acercarse
a ti y pedirte un autógrafo.
—¿Me tomas el pelo? —la sensación de alivio fue abrumadora.
—En absoluto. De hecho, está esperando afuera, en ese coche, deseando
conocerte.
—Dile que entre —dijo Colin echándose a reír.
Dylan salió de la cafetería y volvió a los pocos minutos con un joven alto y
delgaducho con la cara tan roja como su pelo.
—Colin, éste es Eddi Luchyshyn. Eddi, te presentó a Colin McIver.
—Es un placer conocerte, Eddi.
Parecía imposible, pero la cara del chico se puso más roja aún.
—Se… señor McIver.
—Eddi dice que te vio jugar contra los Flyers hace casi doce años —explicó
Dylan.
—¿Ganamos? —preguntó Colin.
—Cinco a dos —dijo Eddi solemnemente—. Usted marcó dos tantos.
—Tienes buena memoria.
El chico sonrió con orgullo.
—Fue el primer partido al que mi padre me llevó.
El cual había significado mucho para Eddi, sin duda. Igual que para Colin
hubiera significado mucho compartir momentos así con su padre. Pero Richard
McIver siempre estaba demasiado ocupado para estar con sus hijos.

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—¿Fuiste a muchos partidos? —le preguntó a Eddi.


—Solíamos ir a unos cuantos cada año. Pero ése fue el primero y el único que
recuerdo bien.
Colin comprendía bien al muchacho. Entendía la importancia de las primeras
veces: la primera vez que se puso el uniforme de los Tornadoes, el primer gol que
marcó como profesional, su primer partido de los play-offs. Y Nikki, su primer amor.
La única mujer a la que nunca olvidaría, la mujer a la que seguía amando.
Se obligó a devolver la atención al joven que tenía enfrente.
—¿Sigues siendo fan de los Flyers?
El brillo de los ojos de Eddi se apagó.
—No he seguido mucho esta temporada… desde que mi padre se puso
enfermo.
—Está en el hospital —explicó Dylan, que obviamente había comprobado la
versión del muchacho.
—Tengo… eh… tengo el programa de aquel partido —dijo Eddi.
Colin sonrió al tomar el folleto que le tendía la temblorosa mano del chico.
Hacía mucho que no le pedían un autógrafo, y mucho más que no lo miraban con la
admiración que veía en los ojos de Eddi. Al perder su carrera pensó que lo había
perdido todo. Le había encantado ser el centro de atención, pero ahora se daba
cuenta de que no lo echaba de menos.
—¿Podría… podría firmarlo para mi padre, por favor? —le pidió Eddi.
—Puedo hacer algo mejor —respondió Colin.
No estaba seguro de qué lo había impulsado a hacer eso, pero cuando un rato
después salía del hospital de Fairweather, se sentía feliz de haberlo hecho.
Robert Luchyshyn se había quedado tan emocionado como su hijo de conocer a
Colin, y sólo la enfermedad que lo consumía le había impedido mostrar un
entusiasmo mayor. Eddi le había explicado antes de entrar que tenía cáncer de hueso,
y los médicos sólo le daban unas semanas de vida.
Pero a pesar de su estado, el hombre estaba exultante, con su mujer sentada a
un lado de la cama y su hijo en el otro. Y Colin no puedo menos que envidiar a
Robert Luchyshyn por el lazo que compartía con su familia. Era un hombre que daba
y recibía amor, y al que echarían terriblemente de menos cuando no estuviera.
Aquél era el verdadero legado. Lo que importaba no era el éxito, el estatus o el
dinero, sino el cariño de los demás y los recuerdos que permanecieran en su
memoria.
Era algo que su padre nunca le había enseñado. Richard McIver se había
ganado el respeto y la admiración de sus colegas, y valoraba más eso que la relación
con sus propios hijos.
Había habido un tiempo, no muy lejano, en que Colin había sido tan estrecho
de miras como su padre. Ya no.

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Había ido a Fairweather para escapar del peligro que lo acechaba. Pero cuando
volvió a ver a Nikki empezó a cuestionarse las decisiones que había tomado. Luego,
había conocido a Carly, y entonces todo había cambiado.
La visita al hospital sólo había servido para recordarle la importancia de vivir
cada momento como si fuera el último. Y estaba decidido a hacerlo.

Nikki estaba en el jardín trasero, arrancando las malas hierbas, cuando Colin
llegó a casa. Arrodillada en el suelo, sus pantalones vaqueros se estiraban
tentadoramente sobre su redondeado trasero, y su top sin mangas se ceñía a la
generosa curva de sus pechos.
Colin cruzó el jardín en unas pocas zancadas y la hizo levantarse.
—Colin, ¿qué…?
Fue todo lo que pudo decir antes de que él le diera un breve pero apasionado
beso.
—¿A qué ha venido eso? —preguntó ella apartándose el pelo de la cara con el
dorso de la mano, lo que le dejó una mancha de polvo en la mejilla.
—Porque te quiero —dijo él, acariciándola con el pulgar sobre la mancha.
Nikki lo miró con ojos muy abiertos, antes de que sus rasgos adquirieran una
expresión escéptica.
—¿Has bebido?
—Nunca he estado más sobrio —le aseguró él.
Ella continuó mirándolo con desconfianza. Colin no la culpó por sus dudas,
pero deseó encontrar la manera de superarlas.
Había pasado casi una semana desde que retomaron la parte física de la
relación, y desde entonces había pasado cada noche en la cama de Nikki. O mejor
dicho, había pasado parte de cada noche en la cama de Nikki, puesto que ella insistía
siempre en que se fuera a dormir a su apartamento.
Si hubiera creído que su preocupación porque Carly los pillara era verdadera,
no le habría importado mucho. Pero no podía evitar la sospecha de que Nikki usaba
a su hija como excusa para evitar dormir con él.
Estaba más que dispuesta a hacer el amor. En el plano físico no se guardaba
nada, pero sus emociones permanecían celosamente escondidas. No sólo se negaba a
abrir su corazón, sino que tampoco quería oírlo decir a él lo que sentía por ella. Como
ahora.
Pero esa vez Colin no estaba dispuesto a rendirse. Esa vez iba a hacer que
entendiera las decisiones que había tomado, los arrepentimientos que lo habían
acosado y los sentimientos que aún llenaban su corazón.

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La condujo hacia el par de tumbonas para que pudieran sentarse. Tenía el


presentimiento de que aquello les iba a llevar un rato.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos?
Si a Nikki la sorprendió el brusco cambio de tema, no lo demostró. Se limitó a
asentir.
—Fuiste la primera terapeuta que me asignaron para mi rehabilitación después
de que una lesión de rótula acabara con mi carrera, la que, por otro lado, era la única
luz en mi oscura existencia.
—Está claro que tenemos recuerdos distintos de aquel encuentro —dijo ella.
—¿Qué recuerdas tú? —quiso saber él.
—Un jugador de hockey antipático y temperamental que dejó bien claro que no
estaba interesado lo más mínimo en la terapia.
—No lo estaba, es cierto —admitió—. No deseaba ninguna terapia después de
que los médicos me dijeran que nunca podría volver a jugar al hockey. Pero te
deseaba a ti.
Ella lo miró con evidente incredulidad.
—Lo digo en serio —insistió él—. Me descubrí a mí mismo esperando con
impaciencia las sesiones de terapia, sólo para poder verte. Nunca había tenido
problemas en conocer a mujeres mientras jugaba al hockey, pero cuando perdí mi
carrera, perdí mi identidad y la seguridad en mí mismo.
—Pero volviste a encontrarla muy pronto.
—Y menos mal que fue así —dijo él con una media sonrisa—. Porque me diste
calabazas la primera vez que te pedí salir.
—Teníamos una relación estrictamente profesional —le recordó ella—. El trato
personal era inapropiado.
—Entonces ¿por qué aceptaste finalmente?
—Sentía p