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Aquella tarde, Manuel Silva salió a rodear la piara que se encontraba en una
inverna del camino abajo. El sol estaba candente y entró en una pequeña choza
para resguardarse del calor. El piarero conocía que la pulga de las ratas o de los
cuyes transmitían la peligrosa y fatal bubónica. Días antes había asistido a los
funerales de amigos y vecinos que cayeron victimas del flagelo. Por eso, cuando
notó que aquel parásito subía por una de sus canillas se sintió nervioso, al
mismo tiempo un escalofrío invadió todo su cuerpo. Desesperado regresó a su
vivienda donde su mujer comprendió la situación que se le venía encima. En
efecto, Manuel Silva cayó a la cama con fiebre altísima y en pocas horas expiró
sin haber podido despedirse de su mujer y sus tiernas hijas. Por la noche acudió
el vecindario al duelo. Entre los asistentes estaba José Vivanco, tenía los ojos
fijos en la viuda de Silva y cuando todos se marcharon a sus respectivas casas,
Vivanco continuó ayudando y colaborando en lo que era menester. Un día le
declaro su amor a la viuda. Rosita te amo y te quiero mucho.
- Si no se opone el destino vas a ser mi esposa
- Tus hijos serán mis hijos. Yo les daré mi apellido.
- Yo me hare cargo de la piara trabajaré para que seas feliz.
La viuda al principio no se enojó ante la propuesta de tal pretendiente; ella solo
pensaba en su fiel amado y extinto esposo.
Pasaban los días y Vivanco continuaba asediándole: Muchos vecinos le habían
dicho: ¨El que la sigue la consigue¨, insiste, insiste e insiste que la pajarita caerá.
Rosa, sin embargo, comenzó a mostrarse esquiva y un día rechazó las caricias
de Vivanco.
- Te ruego respetar mi dolor, manifestó la mujer doliente
- Yo ya no me casaré con nadie y te ruego dejarme tranquila.
- Tengo que velar por mis hijas, yo ya no aspiro al matrimonio
- Te pido que te vayas y me dejes en paz
Pero Vivanco volvió a la carga:
- Por favor no me rechaces, yo seré tu salvación.
- Te daré mi protección y mi vida si es posible.
- No, yo de tu lado no me alejaré nunca.
- No seas malita, di que me quieres.
Vivanco tomó una alforja y colocó unos recipientes en cada lado y como todos
los días se encamino a la vertiente a fin de traer agua para la cocina y preparar
la comida. Desde aquella fecha comenzó a seguir a Rosita a todas partes. La
viuda lo rechazó tantas veces pero el empecinado arriero se mantuvo en su
petición.
Una madrugada los vecinos vieron que Vivanco afilaba el machete. Estaba pálido
y malhumorado. En su mente bullía una peligrosa decisión, la de matar a la viuda:
- Hoy o nunca pensó Vivanco y fue tras la mujer que tomo el camino del
camellón.
El enamorado con torva mirada avanzó al vericueto del sendero, se puso al frente
de la viuda y con voz alta la sentenció:
- ¡Carajo, o me quieres o te mato!
- ¡Mira como agonizo de amor por ti!
- ¡Tú siempre dándome las espaldas!
- ¡Tú siempre negándome tu compañía, que para mí es la más dulce que
existe!
- ¡Me aceptas por esposo o sino lo haces prefiero matarte y no verte en poder
de otro dueño!
La viuda se dio cuenta de la actitud de Vivanco, pero fiel a la memoria de su
difunto marido exclamó:
- Prefiero la muerte que vivir a tu lado, sabes bien que no te quiero ni te querré
nunca.
Vivanco no pudo más y descargo el filudo machete en el cuello de su amada. Y
fue a la cárcel por este crimen. Dolores, cuñada de la mujer asesinada, se hizo
cargo de los huérfanos y allá en la vera del camino se alzó una modesta cruz
como testimonio del amor de un arriero que mató a la mujer que más quería.
ORATORIA “UNA CRUZ EN EL CHIRIMOYO”
Porque la verdadera leyenda no emana del pasado, ni está en el presente,
ni en el porvenir; no es sirviente del tiempo. La leyenda no es la historia.
La leyenda es la eternidad. (Alfonso Rodríguez Castelao)
Dignísimas autoridades presentes
Honorable jurado calificador
Compañeros y compañeras Participantes
Distinguidos concurrentes amantes de la palabra:
Es honroso a mi persona merecer la distinción de participar en tan grandioso
evento, mi nombre es José Gabriel Armijos Valencia, soy alumno del Quinto Año
de Educación Básica y represento orgullosamente a la Unidad Educativa Fisco
misional Gran Colombia, participando con la narración de la leyenda Una Cruz
en el Chirimoyo del gran escritor y poeta puyanguense Luis Vicente Ortega
González
Distinguidas autoridades
Respetables miembros del honorable jurado calificador,
Incondicionales compañeros de la palabra,
Público presente
Tengo el honor supremo, de representar en estas festividades de integración
puyanguense a la Unidad Educativa Fiscomisional Gran Colombia; mi nombre
es Fernando José Jumbo Granda y asumo con mucha responsabilidad un reto
más en mi vida. La vida, es una tarea ardua, un constante aprendizaje. La
experiencia que adquiero al participar en este evento cultural, es
verdaderamente gratificante. Y en esta oportunidad, acudo a esta cita de la
cultura, para rescatar los auténticos valores literarios del cantón Puyango
reviviendo las leyendas, las tradiciones de nuestro pueblo, legado de los ilustres
puyanguenses que se han destacado en las letras. Marcelo Reyes Orellana,
Vicente Ortega González, quienes nos narran interesantes y fascinantes
leyendas locales.
Permitidme, culta audiencia compartir una de las obras excelsas de la literatura
local: El Cristo de Naranjal, cuyo escenario se sitúa en este fructífero y pequeño
poblado pero rico en tradiciones y leyendas
Naranjal, perteneciente a cantón Puyango, en el centro que bordean los sectores
de potrerillos, Balsones, guararas, guandos y el Pasallo. La brisa del Gentíl,
altura considerable que domina el valle, modifica la temperatura brindándole a
Naranjal un suave fresco. Cuna de hombres amantes del trabajo, amigos del
aguardiente y fieles devotos de los santos; sus fiestas de carácter católico se
viven con profunda alegría y con una fe sincera. Y luego de la misa, su gente se
divierte en su deporte favorito, vóley boll y el juego de gallos. De inmediato, con
el caer de la tarde, comienzan las libaciones para olvidarse de las promesas
piadosas y pelear si fuera posible con Satanás en persona.
Es en este marco de gran creencia y devoción cristiana por parte de la población
de Naranjal, en el que en un mes de abril de mil novecientos setenta y pico, luego
de la culminación de la Santa Misa, y en la que Clotilde Encalada cumplía
orgullosamente con sus labores como sacristán, al limpiar suave y
cuidadosamente la custodia, cuando quedose perplejo al contemplar muerto de
asombro un prodigioso acontecimiento, en la luna de la custodia se dibujó la faz
de Nuestro Señor. Y a viva voz gritó
Es un milagro vivo, no cabe duda, ¡Es el Señor, Cristo está con nosotros!
La gente, enfrascada en su fiesta, miraron a la iglesia y como atraídos por un
imán, ingresaron con prontitud al sagrado recinto, encontrando a Clotilde,
postrado de rodillas, en postura de éxtasis:
Miren pecadores, miren, allí está Cristo vivo, los naranjaleños se turnaron para
mirar la imagen y testificar el milagro.
Si es el ¡Cristo vivo!
El señor cura, pidió paso a la concurrencia y llegar a la custodia. Tomó el
sagrado símbolo, miró por todos lados y su comentario fue:
No veo nada. Pronunció una oración ante el pueblo devoto: Está visto Señor
que tú apareces en las almas limpias e ingenuas. Naranjaleños, no importa que
vuestro párroco no vea; cantemos a voz alta: Cristo vence, cristo impera
Luego, Clotilde se dirigió a los devotos: Señores hermanos del Señor, lo que
habéis visto es un milagro y esta demostración palpable debemos retribuir con
nuestras oraciones y hacer a promesa de construir una Basílica para perpetuar
el milagro
Acto seguido, tomo una fuente y pidió limosna, con el santo fuego espiritual en
sus pechos, los naranjaleños vaciaron sus bolsillos en retribución a la infinita
gracia divina recibida en este pedacito de suelo lojano, el papel moneda morado
de cien y el verde de cincuenta afloraron la fuente
Un buen comienzo dijo satisfecho el sacerdote, siempre fue así en Naranjal; Dios
los bendiga amigos y fieles devotos.
Tal noticia, como era de esperarse, se esparció rápidamente en toda la provincia
y el país entero, Radio Centinela del Sur en lujo de detalles hacía llegar al público
el milagro. En el parque de Alamor se reunió lo más grande de la sociedad, una
comisión se trasladó al lugar de la aparición para invitar y n procesión trasladar
la Santa Custodia
Alamor se vistió de gala, las madres Lauritas entonaban cánticos y alabanzas,
llegando al sitio Balsones lugar de encuentro, donde la comitiva de Alamor cayó
de rodillas, políticos lugareños lloraron arrepentidos para congraciarse con sus
posibles votantes, los agricultores dejaron el trabajo y se concentraron en el
poblado para los días de rezo y plegarias sin fin.
Pasaron los días y mientras aún se respiraba en Alamor el purificado incienso,
Monseñor Crespo Chiriboga, obispo de Loja incrédulo de la veracidad de dicho
suceso manifestaba: “A mí no me vengan con esas cosas, no, no es posible un
milagro en este tiempo de elecciones” por lo que se envió a dos sacerdotes
científicos quienes llegaron al mismo lugar de la aparición
Más o menos a los sesenta minutos de comprobación los canónigo con su
semblante serio, pidieron las acémilas para regresar a Alamor y ante las
insistentes preguntas de los lugareños para que se confirme el milagro, uno de
ellos les dijo:
¿Quién de ustedes colocó la calcomanía en la custodia?
Hasta el momento, nadie ha contestado tal pregunta; sólo el fotógrafo del pueblo
obtuvo grandes ganancias con la venta de cientos de copias de la fotografía de
Jesús
mismos que demostraron la falsedad de dicho milagro.
Es un hecho. Son muchas las personas que se aprovechan de los demás y no
todo el mundo tiene competencia suficiente para defenderse. Todo aquel que
obra mal, al final le irá mal, puede que en un principio le vayan las cosas como
lo haya planeado, pero tarde o temprano Dios se encargará de pasar factura,
pues la justicia divina es algo de lo que nadie puede escapar.
La vida te enseña, que ciertas personas se aprovechan de tu ingenuidad y de tu
sinceridad, la vida te enseña a caer y volver a caer, pero tú le enseñarás a la
vida que puedes levantarte mil veces y más
Señoras, señores
La Leyenda de Guambona
Una fascinante leyenda de Guambona, relata la dura realidad de los auténticos
Chitoques: indios curtidos al sol y al trabajo, resignados a la suerte que les
deparó el conquistador, quien ahora les había doblado la carga tributaria de
diezmos y primicias el cura párroco. De no cumplirla, no habría bautizo para los
guagas, ni matrimonio, ni confirmación, ni comunión, ni extrema unción, es decir,
se les negaba el perdón de Dios.
Los siervos del altiplano de Alamor eran evasivos a la sobrecarga tributaria, pero
el cura se la impuso a punta de látigo y sermones apocalípticos. Un funesto
viernes Santo los indios, estimulados por la chicha fermentada, agredieron
salvajemente al cura, cuya cabeza rodó de un fuerte machetazo que descargó
con furia inaudita Manuel Cuchicara, pues su hija ya tenía dos hijos de
"taitacurita", que aumentaban sus cargas y disminuían su plato.
Los demás indios de otro machetazo, sacaron el cráneo en el que continuaron
bebiendo su chicha fermentada. Después del crímen, se presentaron truenos,
relámpagos y un aguacero contumaz que retumbaba el tambor de la Pampa.
El sacristán, don Cristo Chamba, encontró el cadáver del cura bañado en un
charco de sangre y la cabeza estática con los ojos fijos en el techo.
Inmediatamente fue a poner este hecho en conocimiento del Obispo de Loja y
se disparó en su caballo, a galope tendido cuesta de Chitoque arriba, con el
mensaje en la boca: “Lo mataron a taita curita esos indios facinerosos…”
Desde un costado del cerro por donde viajaba, el Sacristán descubrió que lo
seguía un siniestro jinete en un caballo blanco y que de inmediato lo alcanzó y
le dijo: “Yo también voy a dar cuenta del crimen al Obispo de Loja, mi caballo
Mefistófeles es más veloz y más te vale regresar a Chitoque a consolar a la
feligresía y sepultar a tu jefe, quien no solo ha maltratado y explotado a su pueblo
sino que ha comprado tramos de la inmoral deuda externa ecuatoriana, como
quien se reparte el queso con los demás ladrones de levita”. Y alzando el brazo
para empinar las riendas del briso potro en descomunal galope dejó ver los bofes
y más asaduras quedando boquiabierto el Sacristán, que sumergido de espanto,
retornó a Chitoque.
Desde las alturas del Guachaurco se abría un gran paisaje que mostraba un
horizonte pintado de colores embriagantes. Cristo Chamba esperaba que las
campanas de Chitoque tocaran el Angelus, para encomendarse, con rosario en
mano, a la interminable lista de vírgenes. Pero lo que escuchó al pie del cerro
fue un quejido estremecedor que salía del vientre de la pampa: “Chitoque había
sido encantado”. Estaba bajo tierra por castigo, así lo demuestran las algarabías
y lamentaciones subterráneas.