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Montserrat Alejandra Aranda Cruz

Como un último conjuro; el cuerpo en el Fedón de Platón

Dormir y despertar, día tras día, noche tras noche, rutina cotidiana totalmente normal y
asimilada. Desde el momento en que se despierta hasta el momento en que se cierran de
nuevo los ojos para caer en un profundo sueño, existe algo que nunca nos abandona y que de
hecho por él y a través de él se realizan diariamente estas y todas las demás actividades
habituales: el cuerpo. Poseedor de nuestras capacidades sensoriales, con él vemos, olemos,
sentimos, comemos, y percibimos el mundo en la medida que con él nos es posible asimilarlo.

Sin embargo, como todo lo que es propiamente humano, sobre todo el cuerpo, está ligado a
la temporalidad, a lo cambiante, al devenir; a lo que no se mantiene único e inamovible. Es
a través del cuerpo que podemos conocer todo lo que nos rodea, dependemos mayormente
de él puesto que sin su ayuda no podríamos aprehender el exterior, todo en cuanto es conocido
en el mundo primero pasa por los sentidos del cuerpo, de ahí que lo que conocemos, quizá
no sea como tal, el filtro sensorial del cuerpo lo ha distorsionado ya.

Platón ya lo tenía más claro: el ser vivo está compuesto de un alma a la cual se le atribuyen
la vitalidad, lo espiritual y la razón, y un cuerpo transitorio que dota de sensaciones,
características que ponen a ambos en ámbitos casi totalmente separados. Aquí el alma es vista
con los mismos rasgos de la idea en sí, visión que la coloca como lo opuesto al cuerpo que
no es inmortal y que por su lado es temporal y perecedero. El alma por su naturaleza es quien
puede llegar a contemplar, después de su liberación del cuerpo, el mundo de las ideas puras;
el conocimiento real no contaminado por lo corpóreo.

Es en el dialogo del Fedón donde se pueden encontrar estas cuestiones. La inmortalidad del
alma es el contenido principal, Sócrates se da a la tarea de demostrarla mediante diversas
explicaciones. Se debe recalcar el contexto bajo el que se da el diálogo narrado por Fedón;
esto es con Sócrates penado a morir, quien con mucha serenidad pasa sus últimas horas de
vida desarrollando los argumentos de dicha conversación.

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Esa serenidad es emanada de la convicción de que su muerte no será más que una liberación,
ya que el alma se separa del cuerpo en el momento, un cuerpo consumido ya por el tiempo y
sus vejaciones, situación para la cual se ha preparado por medio de la filosofía mientras vivió.
Sócrates asevera la inmortalidad del alma y una gran dicha para ella después de una vida
dedicada a la filosofía.

El Fedón pertenece a la época de madurez de Platón, según la división común de su


producción filosófica, época en la cual se dejan ver sus conocidas doctrinas en torno a la
teoría de las ideas. Él creía en la existencia de criterios universales que no podían deducirse
de lo perteneciente al mundo sensible lleno de permanentes cambios, razón por la cual estas
esencias debían de existir como verdades únicas, inmutables, eternas y anteriores, separadas
de ese mundo, Platón las nombro Ideas.

Para Platón las ideas en si solo pueden ser percibidas por el entendimiento. Dentro del mundo
sensible en constante cambio, las cosas que aquí se observan dependen y están
fundamentadas en esas ideas, así, una cosa u acción se acercara a la perfección en tanto que
en ella se realice su idea, mientras está más cerca la cosa de la semejanza con la idea en sí,
esta es más perfecta.

Sostenía la existencia de ese mundo ideal, que es el mundo de las realidades absolutas, del
cual el mundo sensible es una copia. Para poder librar la distancia existente entre ambos
mundos y poder justificar el conocimiento de las cosas mediante las apariencias de lo sensible
desarrolla las teorías de la reminiscencia y la inmortalidad del alma.

En el caso de la reminiscencia se dice que el alma antes de incorporarse en un cuerpo


perteneció al mundo de las Ideas, sin embargo una vez encarnada está olvida su estancia en
ese mundo junto con todo lo que ahí vio y conoció. Mediante el cuerpo y sus dotes para
percibir lo sensible el alma es capaz de observar las copias en este mundo y recordar aquello
que había olvidado. Explicando así la capacidad de reconocer una cosa entre las diferencias
(incluso de la misma especie), de todo aquello que se nos presenta, puesto que al verlas lo
que se recuerda es la Idea.

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Entonces ya se nos mostró posible eso, que al percibir algo, o viéndolo u oyéndolo o
recibiendo alguna otra sensación, pensemos a partir de eso en algo distinto que se nos
había olvidado, en algo a lo que se aproximaba eso, siendo ya semejante o
desemejante a él. De manera que esto es lo que digo, que una de dos, o nacemos con
ese saber y lo sabemos todos a lo largo de nuestras vidas, o que luego, quienes
decimos que aprenden no hacen nada más que acordarse, y el aprender seria
reminiscencia.1

En cuanto al alma, siempre afirmada su existencia, el problema con ella radica en entender
su naturaleza, ya sea como fuente dadora de vitalidad y/o como principio de raciocinio. El
alma se reconoce inmortal por la teoría de la reminiscencia; puesto que por el mismo acto de
existir anterior a vivir en un cuerpo, tuvo que estar en el mundo de las ideas para luego aquí
ser capaz de recordarlas, y posteriormente al librarse del cuerpo retornara a ese mundo (si es
que llevo una vida dedicada a la filosofía y logro despreciar las sensaciones), nunca
destruyéndose.

Además porque es simple y por ello no se puede deshacer; porque no fue generada y por
tanto es incapaz de perecer, y porque apela a una justicia universal necesaria que no se puede
concretar en el mundo sensible pero si en el de las almas. Sin embargo todos estos argumentos
parecen ser una defensa en nombre de la lógica.

Así pues, la divinidad y la inmortalidad del alma, aceptadas con fe simple por el
simple ciudadano griego, son aceptadas por el filósofo Platón como hipótesis que
deben ser demostradas para fundamentar racionalmente la conducta del filósofo ante
la vida y ante la muerte, y también, en general, su conducta como ciudadano.2

1
Platón, Fedón, Biblioteca Clásica Gredos, 1a, Madrid, 1998, pp. 63. (76a).
2
Suzzarini Baloa, Andrés, “La doctrina platónica del alma
en el diálogo el Fedón” en DIKAIOSYNE Revista semestral de filosofía practica Universidad de Los
Andes, año lX, núm. 17, diciembre, Mérida-Venezuela, 2006, pp. 139.

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En este dialogo platónico se puede observar un claro desprecio hacia el cuerpo por ser el
culpable de entorpecer el conocimiento. El alma ligada indudablemente al mundo de las Ideas
por su propia tendencia natural a la inmortalidad e inmutabilidad, características propias
también de ese mundo ideal, se observa contraria al cuerpo, cambiante y finito, así como este
mundo también es perecedero y se encuentra en constante devenir.

Entonces, ¿lo hará del modo más puro quien en rigor máximo vaya con su
pensamiento solo hacia cada cosa , sin servirse de ninguna visión al reflexionar, ni
arrastrando ninguna otra percepción de los sentidos en su razonamiento, sino que,
usando sólo de la inteligencia pura por sí misma, intente atrapar cada objeto real puro,
prescindiendo todo lo posible de los ojos, los oídos y, en una palabra , del cuerpo
entero, porque le confunde y no le deja al alma adquirí ir la verdad y el saber cuándo
se le asocia?3

Cuerpo y alma son existencias contrarias y diferentes que de manera circunstancial y


transitoria se encuentran unidas, cada cual impulsado por su origen: el alma a las Ideas y el
cuerpo a lo material y sensible. El cuerpo entorpece la búsqueda por conocer del alma, este
con sus exigencias y necesidades corporales le impide la correcta práctica y asimilación del
entendimiento.

Pues si no es posible por medio del cuerpo conocer nada limpiamente, una de dos: o
no es posible adquirir nunca el saber, o sólo muertos. Porque entonces el alma estará
consigo misma separada del cuerpo, pero antes no. Y mientras vivimos, como ahora,
según parece, estaremos más cerca del saber en la medida en que no tratemos ni nos
asociemos con el cuerpo, a no ser en la estricta necesidad, y no nos contaminemos de
la naturaleza suya, sino que nos purifiquemos de él, hasta que la divinidad misma nos
libere. Y así, cuando nos desprendamos de la insensatez del cuerpo, según lo probable
estaremos en compañía de lo semejante y conoceremos por nosotros mismos todo lo
puro, que eso es seguramente lo verdadero. Pues al que no esté puro me temo que no
le es lícito captar lo puro.4

3
Platón, Fedón, Biblioteca Clásica Gredos, 1a, Madrid, 1998, pp. 43-44. (66a).
4
Ibídem., pp. 45. (67a-b).

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Por eso, el filósofo debe estar dedicado a purificarse al máximo de todo lo que tiene que ver
con el cuerpo y consagrarse al cuidado de su alma, esto construye su preparación para la
muerte, la cual no debe esperar y recibir temeroso. En el Fedón la filosofía se constituye
como una especie de catarsis que alista para la muerte.

Sabiendo el filósofo que la muerte es la separación del alma del cuerpo y que solo muriendo
podrá contemplar de nuevo las Ideas eternas, durante su estancia en este mundo debe por
medio de la filosofía misma purificarse de lo corpóreo y entregarse a los cuidados y
engrandecimientos del alma. Mientras el alma se mantenga habitando al cuerpo su tarea
consiste en prepararse para su retorno al mundo ideal.

Lo que digo es que entonces reconocen los amantes del saber que, al hacerse cargo la
filosofía de su alma, que está en esa condición, la exhorta suavemente e intenta
liberarla, mostrándole que el examen a través de los ojos está lleno de engaño, y de
engaño también el de los oídos y el de todos los sentidos, persuadiéndola a prescindir
de ellos en cuanto no le sean de uso forzoso, aconsejándole que se concentre consigo
misma y se recoja , y que no confíe en ninguna otra cosa, sino tan sólo en sí misma,
en lo que ella por sí misma capte de lo real como algo que es en sí. Y que lo que
observe a través de otras cosas que es distinto en seres distintos, nada juzgue como
verdadero. Que lo de tal clase es sensible y visible, y lo que ella sola contempla
inteligible e invisible.5

Sin embargo ese desapego hacia el cuerpo pareciera estar contrario o al menos muy separado
de los argumentos que se dan acerca de él en el Banquete. En ese dialogo el cuerpo tiene un
papel más activo en la ayuda para la comprensión de las ideas en sí. El primer grado para
llegar a la compresión de la belleza se da en el cuerpo, después en el alma y finalmente en el
conocimiento.

5
Ibídem., pp. 76-77. (83a-b).

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Pues ésta es justamente la manera correcta de acercarse a las cosas del amor o de ser
conducido por otro: empezando por las cosas bellas de aquí y sirviéndose de ellas
como de peldaños ir ascendiendo continuamente, en base a aquella belleza, de uno
solo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas
normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y
partiendo de éstos terminar en aquel conocimiento que es conocimiento no de otra
cosa sino de aquella belleza absoluta, par a que conozca al fin lo que es la belleza en
sí.6

Y aunque el cuerpo al ir subiendo de grado en la compresión de esta idea, resulta un tanto


desechado por cambiar y descomponerse con el tiempo, puesto que se vuelve feo, no cabe
duda que en primera instancia es necesario para el conocimiento. Deja de ser un simple
estorbo y distorsionador de la realidad para colocarse como punto clave y de partida para
llegar en algún momento a una mejor comprensión de la idea.

Otro aspecto un tanto contrario dice que a maldad y la virtud pueden darse tanto en la belleza
como en el cuerpo. Es correcto favorecer los aspectos buenos del cuerpo y no así los malos,
esos no hay que alentarlos; la salud del cuerpo consiste en una especie de armonía entre los
elementos contrario del mismo.

En el Banquete, tanto el descuido del alma como el del cuerpo traen como consecuencia que
la divinidad (Eros) no se quiera posar en ellos, por el contrario se posa gozosa en lo bien
cultivado y hermoso. Lo bello es compatible con lo divino, lo feo no (para alma y cuerpo
también), a diferencia del Fedón donde lo que se recomienda es un descuido total de él.

La belleza de su tez la pone de manifiesto esa estancia entre flores del dios, pues en
lo que está sin flor o marchito, tanto si se trata del cuerpo como del alma o de cualquier
otra cosa, no se asienta Eros, pero donde haya un lugar bien florido y bien perfumado,
ahí se posa y permanece.7

6
Platón, Banquete, Biblioteca Clásica Gredos, 1a, Madrid, 1998, pp. 264. (211b-c).
7
Ibídem., pp. 234. (196a-b).

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En todo caso el conjunto de un cuerpo bello con alma bella es más llamativo que solo un
cuerpo cultivado e incluso que solo un alma cultivada, pero debe observarse que la cuestión
aplica a ambos y no solo para el alma, el cuerpo tiene un papel mucho más visible que en el
Fedón.

Ahora bien, después de los aspectos que se rescataron de cada dialogo se puede notar una
diferencia de pensamiento en tanto al cuerpo. En el Fedón la postura que se mantiene parece
ser la de una enemistad para con el cuerpo, sus satisfacciones y necesidades, mientras que en
el Banquete el cuerpo es un medio en el camino de la compresión de la idea en sí de la belleza,
además de que se deja ver, sino la necesidad, si el cuidado tanto interior como exterior de él.

Resulta un antagonismo entre la necesidad de desprenderse del cuerpo y prepararse para la


muerte haciendo que el alma desprecie todo en cuanto pueda a lo corpóreo, con las ideas del
mismo expuestas en el Banquete (he incluso en el Fedro). ¿Por qué habríamos de separar el
alma del cuerpo?, el entusiasmo en dicha fe que mueve a Sócrates a actuar así tiene un rasgo
característico que lo distingue de quienes no lo hacen (no filósofos). Esa preparación para la
muerte y todo lo que ella conlleva es la más grande diferencia entre el filósofo y entre quien
no lo es.

No temer a la muerte no es algo distintivo del filósofo, hay quienes la desean pero bajo otras
y específicas situaciones, el filósofo por su parte la anhela siempre y en eso radica la
diferencia. Solo con la separación del alma se pueden conocer las ideas en sí. El trabajo para
aquel que decide llevar una vida filosófica siempre ha de consistir en separar el alma del
cuerpo, esta vida de filósofo y la aceptación de la muerte son aún más gratas que la valentía.

Sócrates introduce en su defensa hacia su fe en la inmortalidad del alma la contrariedad entre


ella y el cuerpo, oposición que el filósofo lleva necesariamente a cabo como preparación para
la muerte, que no es más que la separación de ambos. Rehuir del cuerpo para la correcta
aprehensión del conocimiento debe ser suficiente motivo.

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Montserrat Alejandra Aranda Cruz

No obstante esa convicción de la inmortalidad del alma (como se mencionó brevemente al


inicio del texto), parece no tener fundamentos realmente solidos: “El propósito de demostrar
la inmortalidad del alma es pues una exigencia racional del filósofo, no del creyente, aunque
filósofo y creyente sean, como en este caso la misma persona.”8

La serenidad con que se desenvuelve Sócrates frente a su muerte demuestra, tal y como lo
dice en sus argumentos, que él, como buen filosofo que se ha dedicado plena y correctamente
a esa disciplina, puede resistir a las sensaciones del cuerpo con el fin de obtener un beneficio
mayor, que es el acorde a lo que él es (ser filosofo). Sócrates se aventura a un destino que
muchos temen pues no creen como él si lo hace, en la inmortalidad del alma y en el ascetismo
necesario para, después de la muerte, llegar a tener un destino mucho más dichoso.

Así, Sócrates, encarnando ese modo de vida ideal da quizá la enseñanza más grande de todas,
tiene como deber quitar a sus amigos ese temor por la muerte. Y es así, mostrándose tranquilo
frente a la situación como ejemplifica todo lo que dice; muestra cómo se deben superar los
tormentos producidos por el cuerpo, como solo pueden llegar a una dicha trascendental
aquellos que entregan su vida a la filosofía.

El cuerpo engaña constantemente por eso merece que nos alejemos de él, siempre es él quien
principalmente distorsiona la verdad, todas aquellas características propias del cuerpo, que
cotidianamente se llevan a cabo o son realizadas (sus necesidades fisiológicas, emociones y
enfermedades), son las mismas que imposibilitan el conocimiento e incluso son esos deseos
los que generan problemas en las comunidades, pues el cuerpo por su naturaleza desea entes
como el dinero, el poder, los bienes materiales. El filósofo debe enseñar a su alma el desapego
del cuerpo; se debe estar dispuesto a todo lo necesario para esa purificación.

8
Suzzarini Baloa, Andrés, “La doctrina platónica del alma en el diálogo el Fedón” en DIKAIOSYNE
Revista semestral de filosofía practica Universidad de Los Andes, año lX, núm. 17, diciembre,
Mérida-Venezuela, 2006, pp. 148.

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Montserrat Alejandra Aranda Cruz

La idea de ser filosofo con el fin de morir al considerar la muerte como solo un paso para la
trascendencia hacia lo mejor y verdadero en sí, requiere precisamente ese abandono del
cuerpo y esa purificación de todo lo que tiene que ver con un apego a él; se pide la total calma
de lo sensorial para dedicarse con el alma a la introspección.

Finalmente pareciera que la posible contradicción entre los diálogos mencionados en Platón,
más que eso, resulta ser una alternativa, una salida que corresponde a una situación especifica
que debía suceder así, y que quizá los aspectos expuestos en el Banquete no están tan
separados de los aspectos mencionados en el Fedón.

Pero si el alma se halla indebidamente contaminada con pasiones impropias de su


naturaleza, ¿cómo pueden los philósophoi trazar una distinción tan nítida entre lo que
es propio del alma y lo que es sencillamente ajeno a ella? Y lo que es más decisivo:
¿por qué pensar que gracias a su meleté thánatoui serán recompensados con la
sabiduría pura cuando lleguen al Hades? O formulado a la inversa: ¿por qué el
philósophos que ha vivido con arreglo a la phrónesisii no puede permitirse la abolición
de una escatología consoladora? Lo único que sabemos es que los philósophoi no
esperan la muerte para dar prueba de su coraje, sino que se anticipan eróticamente a
ella.9

La idea de un alma inmortal no resulta tanto como una idea contraria a lo pensado usualmente
de que ella se destruye en la muerte sino como un resguardo y destino lleno de justicia para
el alma filosófica que con el desprecio del cuerpo en vida obtuvo esta recompensa de pasar
a una estancia mejor. Premio que no obtiene quien no se purifica de lo corpóreo. Sócrates
sustenta que los filósofos si tendrán un mejor destino después de la muerte.

9
Carrasco, Nemrod, “La confessio pythagorica del Fedón: Sócrates, el amante de la muerte” en Ágora
Papeles de Filosofía, vol. 33, núm. 2, Universidad de Barcelona, 2014, pp. 59.

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Sin embargo si el alma se ve corrompida con los deseos naturales del cuerpo, el fin queda
frustrado. Se desprecia el cuerpo pero se queda con lo más esencial, lo que trascenderá a la
muerte, y es que sabiendo la inmortalidad del alma, lo que suceda con el cuerpo es lo que
menos importa.

Sócrates frente a su muerte y frente a la defensa de su fe en la inmortalidad del alma, recurre


al cuerpo, a menospreciarlo por supuesto, pero finalmente al cuerpo, y aunque que desde una
estricta visión de los diálogos esto puede parecer incorrecto, no hay duda que el cuerpo
termina por ser un elemento que forma parte del todo.

i
Cuidado de la muerte
ii
Comprender

Bibliografía

Carrasco, Nemrod, “La confessio pythagorica del Fedón: Sócrates, el amante de la muerte”
en Ágora Papeles de Filosofía, vol. 33, núm. 2, Universidad de Barcelona, 2014.

Platón, Banquete, Biblioteca Clásica Gredos, 1a, Madrid, 1998.

Platón, Fedón, Biblioteca Clásica Gredos, 1a, Madrid, 1998.

Suzzarini Baloa, Andrés, “La doctrina platónica del alma en el diálogo el Fedón” en
DIKAIOSYNE Revista semestral de filosofía practica Universidad de Los Andes, año lX,
núm. 17, diciembre, Mérida-Venezuela, 2006.

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