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sCOLECCIÓN
La ílaba Imaginada
Frente a un
hombre desnudo
Adriana Rosas

Frente a un
hombre desnudo
Frente a un hombre desnudo
© 2014 Adriana Rosas
© 2014 Collage Editores SAS

Carrera 8 No. 127C - 20. Bogotá


Diagramación y diseño: Collage Editores SAS.
Portada: Rossana Vergara
Foto: Cindy Santrich
Colaborador: Gustavo E. Agudelo Viña

ISBN: 978-958-58415-5-0
Impresión y encuadernación:
Editorial Kimpres SAS.
Ninguna parte de esta publicación, incluido
el diseño de la cubierta, puede ser reproducida,
almacenada o transmitida de manera alguna,
ni por ningun medio sin permiso previo
del autor o del editor.

Bogotá, Colombia
A los invitados
A un sagrado estremecimiento ante lo inexplicablemente
extraño de todo lo que a los demás, por lo visto, nunca les
ha parecido extraño y a lo que uno tendría que haberse
acostumbrado ya.

Cees Nooteboom, El día de todas las almas


Índice
Prólogo ...................................................................................... 13
LA ABUELA ELOÍSA .................................................................. 17
LAS ACACIAS FLORECEN EN ROJO .......................................... 21
A LOS 13 .................................................................................... 27
SIEMPRE A LAS CINCO ............................................................. 31
Mientras camino ............................................................ 36
WALSH ...................................................................................... 37
Despedida ....................................................................... 42
MAGALI ..................................................................................... 43
La ciudad de Marvel ...................................................... 47
OCHO PISOS .............................................................................. 51
LUNA DE CUCARACHAS ........................................................... 57
Rata, hoja, mota de pelo, virgen .................................. 60
ROBERTICO ............................................................................... 61
VARIAS SOMBRAS SE ASOMAN ............................................... 65
Voy en la búsqueda ....................................................... 68
Dime ................................................................................ 71
Un gato entre el peladero ............................................. 74
Los pliegues de las ventanas mal cerradas ............. 75
EMBAJADOR .............................................................................. 77
Lo mismo, a pesar de .................................................... 81
Revelación ...................................................................... 82
Juntos por siempre ........................................................ 83
CLAVADA ................................................................................... 85
Las mujeres también tienen eyaculaciones ................ 88
Boca ardiente ................................................................. 89
MANRIQUE ............................................................................... 91
Guillotina ........................................................................ 95
El abrazo de Merche ...................................................... 96
Pesadillas ....................................................................... 98
Margarita no habla ....................................................... 99
TRES COLOMBIANOS ............................................................... 103
CON SU AMOR, A PESAR DE TODO ........................................ 109
PARA SEGUIR BESÁNDONOS .................................................. 113
FRENTE A UN HOMBRE DESNUDO ........................................ 119
MATILDELINA LA GRAN REINA .............................................. 123
MIRADA BESTIAL ..................................................................... 129
ENTRE TRES ............................................................................. 135
Tedio ............................................................................... 137
Cristina ........................................................................... 141
Merce .............................................................................. 143
Cuando se corren las cortinas ..................................... 146
GOL-ERO ................................................................................... 149
A TRAVÉS DE LA VENTANA .................................................... 159
Los dioses ...................................................................... 164
¿A dónde va la basura que no se traga el mar? ........ 168
II ...................................................................................... 170
La droga de las cucarachas es el jabón ...................... 172
AMOR ........................................................................................ 175
La vida ............................................................................ 178
Movimientos .................................................................. 180
VIII .................................................................................. 181
AUSENCIA ................................................................................. 183
Los abuelos .................................................................... 185
La brisa que mece el patio ........................................... 186
Mi tía .............................................................................. 188
Mi abuela y sus gafas alargadas de actriz de cine .... 189
Prólogo

Ahí donde la palabra alude y no evidencia; allí donde el


verbo indica y no define; aquí donde la anécdota traza y no dibuja,
reside Adriana Rosas poeta-testiga y trashumante del reino del
hombre. Y para devenir texto escrito, filmado o danzado gusta
pasiones y desenfados, palpa encuentros y derrotas, sonoriza
alegrías y abandonos.

Ahí, Adriana-adolescente, aprehende el vértigo de eros y


la materia de thanatos; allí, Adriana-adulta y Caribe deviene
Mediterránea y Atlántica; aquí, Adriana-mujer, se renueva
políglota y polifónica. Y, en la madurez, (re) conoce el alma
de la improbable especie humana, la más alucinada y diáfana
creatura de la creación.

En Frente a un hombre desnudo, el cuento, a través de la imagen


se trueca en conocimiento. El relato, con la palabra medida, se
esparce y estremece. Mas son la ternura y la desesperanza con
los cuales la historia se desdibuja para propiciar el milagro: lo
vital se trasiega en ficción. No con el mito sino con saber mítico.
No con la historia sino en la historia.

Al incorporar al lector en su universo fragmentario y


fragmentado, sublime y procaz, la escritora incita con trazos
ora ligeros, ora graves a cuestionar la moral y la ética e induce
13
a pensar el amor, vivir el erotismo y atizar el sexo. Al mismo
tiempo desborda la vida y se codea con la muerte: en espacios
sin tiempo, donde los ámbitos se desmaterializan y los instantes
se eternizan.

Los cuentos y relatos de este libro son a su autora lo que la


instantánea es al fotógrafo: átimos, años, siglos agolpados al
azar en el cuaderno de bitácora de una leal, perspicaz e inédita
juglar. Con este primer esbozo de novela Adriana Rosas irrumpe
en las geografías literarias de ese semillero artístico que es
Barranquilla; de este laboratorio vivencial que es Colombia; de
la única patria mistérica y cierta que, al igual de la existencia,
es el idioma.

Fabio Rodríguez Amaya

14
Adriana Rosas surge en la literatura colombiana
contemporánea con una voz muy personal, haciendo gala en
estos cuentos de un estimulante dominio del oficio, basado en
su pasión por todo lo que tiene que ver  con el arte de narrar,
con la poesía, con el cine.

Los temas de sus cuentos son la infancia, la violencia


en nuestras ciudades, la soledad, el erotismo, la crisis de la
pareja, la droga, el miedo... sus diálogos suenan justo,  es muy
precisa en sus observaciones, tiene mucho sentido del humor y
distanciamiento, es elíptica, sabe ir a lo esencial, quizás gracias
a las incursiones que ha hecho en la escritura de guiones para
el cine.

Ella cuenta sus historias con desparpajo, con economía de


medios, con fluidez.  Y sabe ser “absolutamente moderna”, como
decía Rimbaud que debe ser el poeta, exhibiendo muestras de
su sensibilidad, su versatilidad. Sus cuentos nacen también de
sus viajes, de su vocación de “mochilera”. En su estilo aflora su
gran curiosidad por el ser humano, su ternura, su compasión,
su ira ante la injusticia.

Es tan libre y audaz que teje su propia mitología, como en el


cuento “Los dioses”, o en “Mirada bestial”, el perro que cuenta
su historia. Lo divino y lo humano, lo animal, la naturaleza,

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nada le es ajeno, todo le es pretexto para expresar su particular
visión del mundo actual.

La siento cercana a maestras como Fanny Buitrago, Marvel


Moreno y Helena Araújo, pero sé que su literatura es omnívora,
que su arte de contar se nutre de cineastas como Kiarostami y
Lars Von Trier, de escritores como Junot Díaz y Gao Xingjian.

Ella se la juega en estos cuentos, es desafiante,


permitiéndonos entrar en alcobas de ardientes mujeres, de
viejas prostitutas. Su pasión por los detalles y paradojas de
la vida cotidiana es balanceada por su poética, su filosofía, su
meditación, su desprendimiento.

Nuestro país aparece con pelos y señales, gritos y susurros.


Este libro es fruto de su pasión por el arte de contar,
reflejo de sus posturas --teóricas y prácticas-- en los talleres de
escritura creativa que anima en la Universidad del Norte y entre
los jóvenes de los corregimientos y barrios de la Costa.

Adriana Rosas sabe contar, darse, sorprendernos. ¡Leerla es


un gozo!

Julio Olaciregui

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LA ABUELA ELOÍSA

17
Las tres gallinas entran en la cocina, amarradas por las
patas. Mi tío Juan las correteó por el patio. Y fue él quien quedó
sudado, chorreando por todos lados. Me daba risa mi tío, su
cara de cerdito enrojecido, exhalando fuerte, agitando las tres
gallinas como un trofeo.

Yo creía que le iba a dar algo, tan lindo mi tío, su barriga


le subía y le bajaba. Mi abuela se reía de él. Todos nos reíamos.
Parecía feliz y a la vez triste. Había ganado la carrera, pero
odiaba retorcer el cuello de las gallinas. Ese trabajo se lo dejaba
a mi abuela Eloísa. Ella no tenía escrúpulos para nada, y si te
digo para nada no es una exageración, es para nada.

“De joven fue mujer de vida alegre”, como dice mi mamá.


A los treinta tuvo dos maridos al mismo tiempo y no sabía
de quién eran sus hijos. Pero a mi abuelita Eloísa siempre la
amaron: “de puta, de casquivana”, como decían las vecinas de
la esquina. Siempre la amaron. Por eso, a sus dos maridos no les
importaba que ella tuviera otro y que no supieran quiénes eran
sus hijos.

Los domingos se reunían en el patio de mi abuela para el


sancocho. Todos amaban a mi abuelita Eloísa. Mi papá Luis
decía “que así era mejor, que tenía dos papás”. Si alguno de los
hermanos se enfermaban Felipe y Gustavo los cuidaban. Si para
pagar el colegio. Si para consentir a la abuela. Si para la comida.
18
Frente a un hombre desnudo

Si para regañarlos, eso era lo único que no le gustaba a mi papá:


“Se reunían papá Felipe y papá Gustavo y la reprimenda iba por
dos”.

Todo iba muy bien, pero a mi abuela se le ocurrió un tercero,


se enamoró del camionero de la gaseosa que venía dos veces por
semana al pueblo. Allí todo se trastocó. El hombre no entendía
que la familia de dos papás era ideal. El hombre no entendía que
la abuela Eloísa no se quería ir para ninguna ciudad, no quería
abandonar a sus dos maridos. Sin sus hijos no se iba en ningún
camión rojo. Se tendría que ir con sus dos maridos y sus cinco
hijos, todos juntos en el camión. Y además, quién ha dicho que
ella se quería marchar del pueblo.
Que se fuera él solo, ella no se iba para ningún lado.
De la infidelidad de la abuela, se olvidaron mis abuelos
Gustavo y Felipe.

El tío Juan sacude su barrigota, niño grande tierno. Mi abuela


coge el cuello de la gallina lo retuerce de un solo tirón. Hoy es
domingo, hay sancocho. Abuelo Gustavo y abuelo Felipe llegan
riendo a la cocina que está en el patio, se miran, se abrazan.
Cada uno, por un lado diferente, se acerca a la abuela Eloísa, y
sólo con una mirada, agarran al mismo tiempo el cuello de la
abuela, lo giran a la izquierda y a la derecha.
Silencio.
La abuela cae.
Todos callan.

Abuelo Felipe y abuelo Gustavo se miran con complicidad,


la abuela se levanta como si tuviera cinco años. Y se une a la risa
comunitaria.
19
LAS ACACIAS FLORECEN EN ROJO

21
Las acacias están florecidas, rojas con puntos amarillos.
Digamos que fui el primero que vi al muerto. Después de
que sonaran tres disparos secos, como queriendo alejarse sin
ser escuchados.

Me asomo por el balcón, miro hacia abajo. Nada se mueve.


Nadie suspira. Un silencio oscuro sube. Debajo del poste, la
luz alumbra un hombre recostado con su barriga enorme y su
cabeza gacha. Parece un borracho durmiendo sus alcoholes.
Miro mejor y en su barriga alcanzo a ver manchas de sangre.

Marco el número de la policía.


Llamo al vigilante por el intercomunicador: –¿Escuchaste
los tiros? ¿Viste algo raro desde la portería?
Con su parsimonia característica, Jesús David sólo atina a
decir con lentitud:
– Oí unos ruidos extraños, pensé que eran petardos, señor
Roberto. –Aquí acelera su hablar– Voy a asomarme enseguida.

No espero. Cuelgo rápido y bajo las escaleras de dos en dos.


Quiero llegar al poste antes que Jesús David. En su ignorancia o
en su complicidad podría cambiar algunas cosas.

Se me enredan los pies. Me tropiezo. Caigo en cuatro. Me


levanto de inmediato y miro hacia la puerta de la calle. En ese
22
Frente a un hombre desnudo

momento, con detenimiento, Jesús David abre la puerta y dirige


su mirada en dirección al poste.

–¡Espérame!– le grito.

Salimos los dos. Miramos para todos lados. Por primera vez
veo a Jesús David nervioso. Se detiene, me coge por el brazo y
me dice:
– Señor Roberto, no se mueve y está en un charco de sangre
enorme. A mí, me dan miedo los muertos.
– Camina, hombre, no seas tonto –lo agarro fuerte y lo jalo
para que crucemos la calle.

Entonces, me entra el susto a mí.


Mientras nos acercamos siento que esa barriga me es
familiar. Disminuimos el paso a medida que el cuerpo se hace
más nítido.

– Señor Roberto, y si esperamos a que llegue primero la


policía. A mí me suena que ese hombre está frito. ¿Y si vuelven
a aparecer los que lo mataron y nos rematan a nosotros por
mirones?
– Vamos, Jesús David, no seas tan cagado. Y eso que tú eres
el vigilante del edificio y estás que te meas encima.
– Señor Roberto, tampoco exagere. Yo soy tronco de man
echao pa’ lante, el diablo me tiene es miedo a mí. Lo que pasa
es que nos pueden echar la culpa de esa muerte. Y por aquí no
se ve a nadie más.

Justo en eso, volteamos los dos al edificio, como llevados


por un hilo y vemos que se corre una cortina del cuarto piso.
23
Adriana Rosas

– Señor Roberto, esa es la loca de la chismosa de doña


Raque, la del 402. Tome una foto con su celular, para que la cosa
quede registrada con hora, y no sea que esa vieja cacatúa nos
eche la culpa.

Nos miramos a los ojos. La parsimonia, creo que ahora me


está invadiendo a mí. Me detengo a pensar. Y de repente, vuelve
la adrenalina:
– ¡Jesús David! Ahora te vas a hacer el huevón. Camina,
pues.
Me mira. Saca pecho. Y lanza un suspiro: – Dele, doctorcito,
yo lo acompaño.

Nos acercamos con pasos lentos. Jesús David mira arriba y


abajo de la calle, no sea que aparezcan los que mataron a este
hombre y acaben con nosotros por metidos.
– Don Roberto, esa barriga me es conocida. Pero tiene la
cara cubierta por la gorra. Esos zapatos los he visto entrar al
edificio.
Don Roberto, este man me suena.
Yo creo que es el marido de la cacatúa del 402.
– Y esa vieja se asomó y no dijo nada. Será que es medio
cegatona y no lo reconoció, o fue ella quién lo mandó a matar,
o hasta le pudo disparar desde allá arriba, y por eso, después
de los disparos no escuché ningún ruido, ni gente corriendo, ni
moto, ni carro.
– Don Roberto, ¿Si voy al edificio y por el intercomunicador
llamo al 402 y pregunto por el señor Nicanor? Así sabremos si
es el muerto o no.
– Espera, no te vayas. Yo creo que es más fácil subirle la
gorra y mirarle la cara al hombre.
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Frente a un hombre desnudo

– Don Roberto, dele usted que es más macho.


– De eso no queda duda.
A ver, Jesús David, yo la subo y tú con la linterna de este
celular le iluminas la cara.

Nos quedamos callados, meditando. Una risita nerviosa nos


cae a los dos.

Cuando ya vamos a ejecutar nuestra misión, se siente el


sonido fuerte de una moto que viene muy rápido.

Jesús David y yo saltamos mirando a la calle. Ya sentimos


cómo nos van quemando los tiros, cómo nuestros cuerpos van
cayendo.

La imaginación no me ha faltado. Pero antes de que estos


pensamientos se hagan realidad, la moto nos encandila con sus
luces. Unas botas se bajan. De rapidez miro la cara de Jesús David
y veo su boca abierta como esperando un trueno de disparos.
Se apaga la luz de la moto. Y una voz gruesa nos pregunta:
«¿Aquí qué pasó?»

Nos miramos otra vez Jesús David y yo. En ese momento


parece que su cara me dijera: «Tranquilo, señor Roberto, que son
policías. No son ningunos sicarios».

Explicamos todo y le suben la gorra. Me han eliminado el


temor ante la revelación.
Los cachetes del muerto no dejan ver bien su rostro.
El policía le sube la barbilla.
– Don Roberto, ese es don Nicanor. El del 402.
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Adriana Rosas

– ¿Usted lo conoce? – pregunta el policía.


– Sí. Vive en el edificio de al frente. Yo soy el vigilante. –Y
señalándome a mí– Don Roberto vive en el tercer piso.

Es de noche. La noche siguiente a la muerte de don Nicanor.


Todavía no se sabe quién lo mató, quién lo mandó a matar. No se
sabe en este país de no saberse quién hace las muertes. Quiénes
conjugan matar en todas las formas con puntos rojos.

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A LOS 13

27
Anoche soñé con la puta con la que me acosté el mes
pasado.
Las putas siempre me agradaron. A Juana le palpita, se le
hincha más y mucho más que a Martina. A Martina le pago.
Juana me dejó por Esteban. A Juana no le importó que la hiciera
llegar varias veces en una misma noche, la verga de Esteban la
arrechó más.
Mis continuos deslices la fueron separando de mí. Decía
que los cachos le entorpecían su caminar y que sólo el equilibrio
de meterlos ella, también, le devolverían su bello contoneo.
Acordamos aquello de lo abierto. Y en una de esas, Esteban la
conquistó, prometiéndole dedicación exclusiva por algunos años.
Desde entonces, sólo las putas se fijan en mí. Estoy por
creer que alguna brujería aleja las otras mujeres.

Magali me contó que la trajeron desde una ranchería de la


Guajira, su intercambio costó tres chivos.
Magali cuida a una niña de dos años, ella tiene trece.
Trato de disimular mi morbo mientras le veo sus teticas
recién nacidas. Intento ganarme su confianza, dármelas de
padre protector, de confidente, de auxiliar de sus lágrimas, de
abrazos que nos acerquen, de caricias para consolarla; siento
cómo se sonroja, cómo se eriza.

Esa tarde se escapó mientras la niña hacía su siesta. Tocó


a mi puerta. Se quedó congelada sin decirme palabra. La jalé
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Frente a un hombre desnudo

con suavidad por el brazo, cerré la puerta, la abracé, acaricié su


espalda, sentí un leve temblor, le subí la barbilla y le comencé a
dar pequeños besos en sus mejillas hasta acercarme a su boca.
Se dejaba toda, lo quería todo.

Me fui descontrolando. Tocaba sus senos duros, sus pezones


parados. Gemía. La rozaba con cariño, con dulzura. Bajé mis
dedos a su falda, la frotaba con mi verga parada; saltó en un
inicio, regresó, se me juntó. Sobaba sus nalgas con mis grandes
manos, subí su falda, bajé su panti ya húmedo, mis dedos la
hicieron estremecer, su pubis mojado, hinchado, su clítoris
parado, y mis movimientos continuos la llevaron a un grito, a
gemidos entrecortados, a pedirme que volviera a hacerlo.

Vi su curiosidad por mi verga parada, la tocaba desde


fuera. Una gota apareció en mi pantalón y bajó su boquita para
probar mi humedad. Mis manos se desplazaron para quitarme
el cinturón, bajar la cremallera y dejar caer mi pantalón en el
suelo de baldosas blancas y negras. Mi pantaloncillo se abría por
arriba, me la saqué, se la quedó mirando sorprendida; me la cogí,
se la acerqué a sus labios abiertos y suavemente me la besó.
No me aguanté, le quité su blusa, le chupé sus tetas, bajé a
su pubis de tiernos vellos, la preparé con cariño, esperé a que
volviera a estar bien húmeda y se la metí poco a poco, de gozo
en gozo, hasta que me vine dentro de ella, tapándole un poco su
boca para que sus gritos no se escucharan más allá de la puerta
de este apartamento.
Debajo de nosotros, de nuestras espaldas, de nuestros sexos,
se mezclaban en las sábanas semen, sangre y líquidos viscosos.
Desde entonces, todas las tardes Magali viene mientras la
niña duerme la siesta.
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SIEMPRE A LAS CINCO

31
«A las cinco de la tarde llegaba a casa. Siempre a las cinco.
Ese día se me dio por meter la llave en la cerradura a las tres y
media.
Ese día enloquecí».

Ya no hubo más ‘nuestra casa’.


Recorro las calles con una carretilla.
Juancho, el viejito de la esquina, el que cuida la casa blanca en
construcción, me deja entrar para dormir en las noches y no
seguir en el parque sobre cartones.
Nos tomamos los traguitos, hasta nos la fumamos. Nos sentamos
a charlar, a reírnos en el bordillo.
Cuidamos el parque de la esquina, le quitamos el monte, lo
limpiamos. Renegamos de los muchachos que cuelgan en los
árboles bolsas plásticas.
Se encaraman en los árboles para hacer sus necesidades y
guardan su resultado en bolsas con que adornan las ramas.
Hasta parecen arbolitos de navidad.
Saben lo que hacen, las bolsas no están bien amarradas.

Debajo de esos árboles con adornos colgados, una muchacha


va caminando. Yo con la mente la quiero apurar. En cámara
lenta, veo su pierna cruzarse con la otra, mueve su cabello muy
despacio de izquierda a derecha.
Y desde arriba la bolsa comienza su descenso. Va con fuerza en
cámara rápida y cae justo sobre su cabeza.
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Frente a un hombre desnudo

¡Pringada total!

Veo unos ojos que la están mirando. Una risa burlona y


estruendosa sale de su interior. La chica toca los pedacitos
marrones que están regados por todo su cuerpo. Se acerca la
mano a su nariz. Se va en una arcada y el vómito sale disparado,
fuerte, blanco, hacia delante, justo en la cara del que se venía
burlando, uno de los chicos de los árboles.

A Juancho, lo despidieron un día que vinieron sus patrones del


interior del país. Lo vimos irse en el carro de mula que contrató
para llevarse sus cosas: una mesita de noche, una mecedora
remendada en el espaldar, un colchón, cajas con su ropa...
Llevaba una sonrisa hacia afuera, una tristeza interna. Siempre
le ladrábamos. No nos gustaba.
Esa tarde guardamos silencio. Él sonreía para disimular el dolor
de la buena vida que llevaba. Ahora tendría que volver a su
barrio de carromuleros, barrigas grandes y borracheras.

Se fue Juancho, perdí mi casa temporal.


Montaron una llantería cerca y la cuido en las noches. Hasta soy
llantero. He pasado por varios oficios: arreglar bicicletas, radios,
televisores, cuidar carros. Ninguno de por aquí diría que tengo
mi propia casa, mi gran equipo de sonido. Pero no puedo estar
allí cuando se van acercando las cinco. Desde las cuatro de la
tarde me cae el desespero, todo me pica. No me hallo. Tengo que
salir rápido.
33
Adriana Rosas

He llevado a Matilde algún domingo a mi casa. Cocinamos.


Tenemos sexo y hasta nos queremos. Va entrando la tarde, el
sol ya no cae tan fuerte, baja el calor y nos sentimos más a
gusto. En esas, me viene la angustia desde dentro, me late más
el corazón. Los recuerdos llegan. Hablo más rápido. Matilde dice
que me siente distante. Miro al patio y digo: ‘Nos tenemos que
ir. Ya es tarde’.

Mis dos hijos han venido algunas navidades. Mis hermanos me


buscan, me aconsejan. Quieren que vaya a su iglesia. Me dicen
que un exorcismo me quitaría todo ese miedo, que volvería a
vivir en mi casa y no seguiría rodando por las calles, como lo
hago desde hace trece años. Me les zafo, les busco excusas. No
creo que nadie, ni su dios, ni su iglesia me librarían de lo que me
saca de mi casa cuando van llegando las cinco.

Antes de ese día, tenía mi propio negocio de reparación de


electrodomésticos: “Micke, el propio”. “Se arreglan equipos de
sonido, televisores”. Me iba bien. Me hacía muchos pesos. Tenía
la platica para las cervezas.

Antes, tenía mi familia, mis hijos, mi mujer. Ahora mis hijos


están en el interior. Se los llevó su abuela. Yo intenté cuidarlos
en un principio. Estaba borracho todo el tiempo. Borracheras-
guayabo, o lo uno o lo otro. Con el tiempo los guayabos se
disminuyeron y el tiempo de las borracheras era más largo.
Llegó la abuela y me convenció que no podía cuidarlos, que no
era ejemplo para ellos, y dije un sí, para que se los llevara a su
finca metida en el monte.

34
Frente a un hombre desnudo

Algo pasó el día que salí antes de tiempo de mi negocio y llegué


antes de cinco a mi casa. Desde ese día todo me pica cuando se
acerca la hora y estoy en mi casa.

Ese día me volví como loco. Ese día cuando metí la llave en la
cerradura a las tres y media, y abrí la puerta: encontré a mi
mujer acompañada.

35
Mientras camino

Me asomo a la puerta de la casa. Atrás el patio.


Atrás la falda de cumbiambera se mueve. La blusa de la niña
juega con la brisa mientras se seca colgada por dos ganchos de
madera.

Así estoy yo, colgada mientras camino las calles de mi barrio


que ya no me ve.

36
WALSH

37
Vine aquí con un propósito. A veces creo que me extravío.
La búsqueda del señor Walsh está vacía. Nadie sabe de él, nadie
ha escuchado su nombre. Quise infiltrarme entre sus cercanos.
Me fue imposible. Pertenecen a esa clase donde sólo caben los
blancos, mujeres de pelos lisos y alisados, delgadas casi en
anorexia, hombres deportistas, cuerpos sin grasa e inglés en las
conversaciones.

Una francesa de origen albanés y argelino. Lo que predomina


en mí es el negro de mi padre. Aunque me hiciera el alisado
‘permanente’, nunca me vería como ellas. Y una morocha no ha
sabido entrar en esos círculos.

¿Por qué Walsh es tan importante? Lo fue en su momento,


considerando que no es su nombre verdadero. Dejó de existir
hace tiempo en Francia y desapareció a muchos. Creían que mi
aspecto los despistaría, pero creo que los ha inquietado y están
más recelosos. Tal vez a Walsh ya lo escondieron en alguna parte
de estas montañas y sus múltiples caminos.

Ahora no sé si parar, anoche me hicieron un atentado. Estaba


en el baño del Restaurant Gogol, un poco mareada después de
una botella de vino, eso de vivir sola trae sus desventajas y el
alcohol se me va uniendo. Justo cuando estaba tirando la gran
meada sentí unos golpes fuertes en la puerta del retrete. No
había alcanzado a gritar que estaba ocupado, cuando de un
38
Frente a un hombre desnudo

golpe abrieron la puerta y una mujer con su cabeza cubierta


por un pasamontañas, me tomó del cuello, me agarró las manos
por detrás y me gritó tan cerca de la cara que sentí su aliento de
bilis revuelta: “Lárgate, perra imunda, deja todo tal como está.
La próxima te tomaremos cuando menos te lo imaginas y será
mierda lo que cagarás del miedo antes de morir”.

Me empujó fuerte y tuve que aguantarme con los brazos en


las paredes para no caer. Del susto paré de mear. A esa mujer
se le escapó un mechón rubio entre los huecos de los ojos del
pasamontañas. Sus dientes se me quedaron grabados, sé que
donde viera esa boca la podría identificar. Dientes blancos,
perfectos, trabajo de algún ortodoncista.

Decidí dejar esa zona de la Patagonia. Por un tiempo sería


bueno perderme. En los pueblos pequeños se sabe la vida de los
demás, y más si no es temporada de turistas y siempre están los
mismos. He pensado volver en julio, tiempo de esquiar. Con más
ropa que me cubra será más fácil su búsqueda.

Mientras tanto, vuelvo a la ciudad. Los de la capital tienen


‘un espíritu dramático’: diría mi psiquiatra.
‘Saber adaptarse’: yo me lo repetía una y otra vez.
Para mí, una incógnita: cómo se había generado esta
ciudad. Brota la infidelidad, las ansías descontroladas de sexo.
Países tropicales no son y tienen más sexo que los caribeños. La
envidia generalizada. Y como diría el francés que me encontré
en la terraza al aire libre del café Proa: ‘cargan una rabia interna’.

Tal vez, Walsh desembarcó primero aquí, antes de bajar a


tierras con paisajes parecidos de donde había venido. En algún
39
Adriana Rosas

registro debe aparecer con su nombre verdadero o el falso que


supimos que utilizó por un tiempo, antes de cambiarlo al que
tiene ahora.

Me hospedo en un típico hostel de mochileros y me hago


pasar por la sexy francesita que está recorriendo Sur América.
Me tomaré unos días de licencia. Necesito hablar con gente
joven de lugares por recorrer, tener fiestas y tal vez follar, porque
desde que llegué hace un mes, lo tengo en blanco.

Mi jefe todo lo estropea. Una llamada: ‘te estamos pagando


para que averigües, no para que estés de vacaciones’. Le explico
la amenaza que tuve, que necesito dos días, tan sólo dos días
para relajarme y así podré trabajar mejor. Al fin acepta y cambia
su tono regañón por uno de ternura, me pregunta cómo estoy,
me manda alguna frase cariñosa. Eso de involucrarse con un
jefe, bastante mayor y casado, dije que jamás lo haría, y por ahí
pasé, o paso, no lo sé. Mi último polvo en Francia fue con él. Y
puede tener 50 años y lo sabe hacer con mucha pasión, hasta
diría que mejor que otros en donde tocarme y qué hacer para
que tenga un orgasmo más rápido y con mayor placer.

Han pasado tres meses: Walsh no aparece, volví a la


Patagonia, ni siquiera otra amenaza. Me aburro. Mi jefe me
llama, me dice que vuelva.

En el avión de vuelta, a mi lado está un hombre que bien


podría ser Walsh. Su nariz respingada, sus ojos, analicé su iris
en varias fotos aumentadas, sus años, su acento, mi intuición.
La misión está cancelada, ya no puedo continuar investigando
‘oficialmente’, mi jefe me dio un “No” bien rotundo. Nunca he
40
Frente a un hombre desnudo

sido una mujer de conformismos y también sé convencer, en


especial a mi jefe que dice estarme esperando ansioso.

41
Despedida

En la noche: Mi rito: Me baño antes de irme a dormir:


Dejo la toalla en el balcón para que se meza con la brisa: Entro
a mi habitación, cierro la puerta: Ni siquiera los espantos que
acechan por la ranura de la entrada pueden espiarme: Me quedo
sin ropa: Me acuesto en mi grande cama de suaves sábanas, me
muevo un rato entre ellas, nos acariciamos mi piel y su tela:
Acerco una, la meto entre mis piernas: Cojo una almohada y la
pongo debajo de mi cabeza: Me inclino: Busco en la mesita de
noche, elijo el que más me llame esa noche: Vuelve mi cabeza
a la almohada, la subo un poco, me pongo a soñar con el libro
escogido de esa noche: Me transporto y alterno mi mirada entre
el techo, las uñas naranjas de mis pies que se suben a la pared
y el libro que me regaló Michael como despedida de amantes en
el Hotel Anges.

42
MAGALI

43
Magali a través de la ventana grande de la sala se despide
de sus hijos y de Gustavo. Tan pronto como baja la mano y el
carro sale por el portón, una sonrisa se desliza en sus labios.
Tiene la libertad. No volverán antes de las ocho de la noche y en
ese tiempo Magali alcanzará a emerger como el volcán que hizo
erupción hace veinte años. Volcán que exhala el hilo de humo
al que todos están acostumbrados. Volcán que podría estar a
punto de estallar.

Gustavo sale con los niños como si nada hubiera hecho.


Como si Magali sólo tuviera una de las jaquecas que aludía su
madre. Gustavo siempre estuvo rodeado de mujeres tristes,
hombres machos y niños obedientes que no debían analizar el
comportamiento de sus padres.

A Magali le suena su celular, Gustavo le informa que ya


llegaron. Informe militar, expresiones de cariño anuladas. Los
niños pasan. Sólo hablan de la cola que harán. Esperar dos horas
hasta poder esquiar. Ellos, con el carácter frío de su padre. No
hay besos, los machos no los dan, eso es de maricas.

Magali apaga el celular, no más interrupciones para su


propósito. No más machos militares. No más esa supuesta
vida de casa grande. Hace un mes dejó de tomar sus pastillas
antidepresivas y las otras que sirven para atontarla. Seguía
simulando sus efectos.
44
Frente a un hombre desnudo

Día a día sacaba una píldora de cada droga y sentía un placer


extraño cuando tiraba de la cadena del inodoro y veía cómo se
movían las cuatro pastillas blancas, en apariencia inofensivas, y
desaparecían en ese torbellino de agua que se las tragaba.

Fase I ejecutada y cumplida a cabalidad en un mes.

Fase II a ejecutarse en un solo día. La precisión es requerida.


El tiempo pasa. En realidad son menos de 12 horas.

Magali sale a correr. Llega con energías. Se da una ducha. Se


cambia rápido. Saca dos maletas. Las llena con prisa. Mira por la
ventana hacia el volcán que vigila a todos. Siempre dominando
casi desde cualquier lugar. Fuerte. Imponente. Más alto que
todos. Así como los ojos de Gustavo durante sus quince años
de casados.

De un solo tirón, Magali corre las cortinas. Ya no es vista por


ese blanco alto enorme, el volcán de Yurucay. Ya no es vista por
el rubio de su marido.

En su bolso asegura el dinero, su pasaporte, sus diarios, los


retratos de sus fríos hijos.

Saca las llaves del auto, sube las dos maletas con rapidez.
Con decisión.
Dirige su mirada a la casa, le da su bendición y cierra la
puerta con una sonrisa amplia, sin barbitúricos. Libre, feliz.

Va en el carro, le tiemblan las manos. Lo nuevo también


hace estremecer. Debe llegar en dos horas al aeropuerto de la
45
Adriana Rosas

otra ciudad. Va una hora y media de camino. No sólo sus manos


tiemblan; se estremece de forma extraña el carro, la carretera.
Se orilla. Se baja. La tierra se sacude, se escucha un bramido
fuerte. Trata de relajarse. Estar lejos de los árboles.

Regresa la calma. No ha pasado ningún carro. Los pájaros


tienen un canto desentonado. No hay viento. Magali voltea
hacia atrás. En el cielo hay una nube grande, negra.

Vuelve, abre la puerta, alarga su brazo para encender


la radio, busca una emisora de noticias: “Hace poco entró en
erupción el volcán de Yurucay. Se registró una fuerte explosión
y una columna de humo alcanza varios metros de altura. Se
produjo un sismo de grandes magnitudes…”.

Magali apaga la radio. Gira las llaves del carro, suena el


motor. Y sigue su camino con determinación.

46
La ciudad de Marvel

C
¿ ómo nace un psicópata? Marvel siempre los esquivó.
Las películas sobre ellos, las conversaciones. Hasta que se dio
de tope con uno.

Sobra decir que en un inicio era un hombre adorable. Su


abuelita le hubiera dicho: “De las aguas mansas líbreme Dios,
que de las turbulentas me libro yo”. Le hubiera olido la locura de
lejos y le hubiera advertido. Pero su abuelita ya no está.
A su mamá le falló la intuición. Le dijo: “Es un hombre que
sostiene la mirada mientras habla. Es de fiar”. Se equivocó,
todos nos equivocamos.

Martín la persiguió, y perseguirla no es un decir. La vio


caminando por la calle, se detuvo. Le gustó su caminar, después
le dijo que le sorprendió la rapidez y seguridad con que lo hacía.
La siguió, le habló. Desde ese instante ella olió su energía sexual.
Lo vio como el chico exótico que serviría para un polvo y pasarla
bien.

Marvel acababa de llegar de París donde había vivido por


veinte años. Y volvía casi como una extraña. En una mezcla
de diversos pensamientos por la ciudad. La monotonía de una
regularidad de expresiones la asfixiaba. Extrañaba sus amigos
47
Adriana Rosas

diversos. Los polvos con diferentes hombres sin pensarlo, sin


que la sociedad le recordara que podría ser tildada de zorra. Le
sorprendía lo abierta que había llegado a ser.

Volvió a ese lugar de sometimientos a las mujeres. De


machismo cuidado en extremo por hombres y mujeres. Muchas
ni siquiera cuenta se dan. Sin reflexionar el por qué la cantidad
de diferencias establecidas. Catalogándola de marimacha,
amargada, lesbiana, fracasada, puta, porque les mostraba las
diferencias en las que están metidas.

Ella luchando con la mayoría de la sociedad desde que tenía


uso de razón. En una familia y amigos anticuados, con quienes
peleaba aun cuando fuera en silencio, por no criticar, por no
censurar. Seguir repitiendo esquemas, modelos, sin cuestionar,
sin pensar. Loros llevados por el reloj que les da el clic clac y
deben moverse a la derecha y a la izquierda. Y tener hijos, y
casarse, y aguantar infidelidades, y sufrir, y echar chismes, y
estar a la moda.

Desde siempre quería irse y se fue. Estuvo lejos desde los


17 hasta los 37. Veinte años lejos. Sólo las vacaciones la traían.
Y no sabe por qué razón, le entró aquello que llaman nostalgia:
extrañar los acentos, los sabores, las risas, los colores de la piel,
los pómulos, los pelos ensortijados, diríamos que hasta echar de
menos el desorden, la gritería, la mamadera de gallo.

La nostalgia es un sentimiento misterioso: Te distorsiona


la realidad, se une con la memoria: Alteran: Se encasillan en
recuerdos acomodados: Te hacen ver el pasado con arabescos
azules, y mentiras, que son amarillos y dorados, podridos de oro
48
Frente a un hombre desnudo

corrupto por no servir para adorar a dioses; sino para comprar


droga, dolor, narcotráfico, exiliados, desplazados.

Por nostalgia volvió. Por nostalgia estoy aquí contándote


esta historia.

La nostalgia te hace suya, te cambia las ideas, y luego, te


deja en la oscuridad de la realidad.

Estaba en la tramposa realidad, aún embelesada por los


destellos de luz de la nostalgia, sin darse cuenta del psicópata
que conoció. ¿Quieres más descripciones?

Martín tenía el poder de atraer con el pensamiento,


yo también. Nos volvimos a encontrar en la oscuridad. Yo,
normalmente, no me dejaba atrapar de esa manera. El atractivo
con él existió desde ese momento. A veces se me vienen pequeñas
imágenes del pasado de las personas, a él lo visualicé llorando.

Me dejé llevar por el ‘ay, niña, tan triste que se ve’. Era parte
de su teatro para atraer a mujeres como yo. Me jodió, como
decirte que no. Sí, lo hizo. Perdí la facilidad del goce. Podrían
ser muchas cosas juntas. Y tal vez es la patología que me ha
dicho la psicóloga que se me ha venido desarrollando. O el irme
acordando lo que pasó antes de que cumpliera tres años. Lo
olvidado por el tiempo, oculto, semi-enterrado, floreciendo por
un inconsciente que sustrae de la realidad trazos que parecen
insignificantes y que no dan tranquilidad.

La intranquilidad me sobreviene y no sé el por qué.


Escucho una canción de Janis Joplin, me recargo y me vienen
49
Adriana Rosas

sentimientos ocultos, tristes, con ganas de abandonar todo y


buscar lo perdido no sé dónde. Donde la sangre no llegue más.
Donde deje de gritar en la oscuridad y pare por instantes. Donde
los pensamientos dejen de venir y lanzar y estrellarme contra
las paredes blancas que recogen la grasa de mi cabello sin lavar
por tres semanas.

Bob Dylan y la vida desordenada sin las reglas que impone


esta ciudad, que se dice alegre, abierta: Mentiras. Cielos azules
que ocultan depresiones por las represiones sin manifestar.
Hombres viejos con chiquillas de dientes llenos de frenillos.
A la inversa, todos censuran. Si volteas la arepa te cae la mierda
de la sociedad. Para ellos, sí. Para ellas, no. Podríamos seguir y
no parar. Mirar a lo alto y ser felices. Mirar para abajo y saber
que la mierda de esta ciudad no se la llevan las lluvias. Siguen
anquilosados en forma de cáncer, cánceres que llegan por todos
lados, a todos los estratos. Antenas parabólicas de celulares, de
televisores, de matones que espían. Con sus ondas nos matan y
nadie protesta, no protestan por los muertos inocentes. Nadie es
inocente, se cagan en la misma mierda de esta sociedad, que en
su nostalgia me hizo volver. Me quiero largar. No aguantar esta
puta ciudad y su gente marica, de apariencias, de maniqueísmos,
de voces fingidas.

De hombres que quieren volver frígidas a sus mujeres, las


quieren ver llorando; mujeres y hombres de la escritora que
lleva mi mismo nombre. De Martín y sus putas locuras: Así
va naciendo un psicópata. Y todavía no les he dicho de dónde
viene su locura, pero sí, la de su ciudad. Su ciudad anquilosada.
Ciudad psicópata. Martín psicópata. Yo me liberé. Me les escapé
a todos y volví a esa otra ciudad.
50
OCHO PISOS

51
E l del 4° piso: Respiro fuerte, más lento. Me concentro.
Siento el aire que me recorre. Llevo 10 minutos en éstas y la
tranquilidad no viene sino que desaparece por completo.
Escucho los mantras y parecen enturbiar más mi mente. Me
tomo la infusión especial para relajar, y sólo me pone a mear más
de la cuenta. Intento. No puedo. No puedo más. Y lo saco. Saco
el cacho de marihuana que había hecho en la mañana, lo miro,
lo huelo. Y al final y, por fin, lo prendo. Lo aspiro lentamente. El
aire, entra, sube y, ahora sí, ahora sí que me tranquilizo. Son casi
las 7:30 de la mañana.

El maniático del 8°: Surge la luz del amanecer. Cierro todo.


Convierto mi apartamento en un cajón oscuro. He creado un
buen sistema: pongo el seguro de las ventanas de madera, bajo
las persianas, paso las cortinas antiluz. Puedo dormir tranquilo.
No importa si son las 7:30 a.m. Así no veo a mi vecina que me
quita la tranquilidad, mientras sale a su balcón con su babydoll
rojo semitransparente.

El divorciado del 6°: Saco a pasear el perro. Allí está la


vecina en su balcón, la muy perra sale en las mañanas con su
batica roja para arrechar a medio barrio. Es tan transparente
ese rojo que podríamos decir que hasta vemos cómo se le va
escurriendo entre las piernas el semen del polvo matutino.

Para morbosearnos todavía más, sale el hombre que


durmió con ella. La manosea sin importarle si medio barrio
52
Frente a un hombre desnudo

tiene el cuello paralizado mirando para arriba, si medio barrio


se esconde detrás de las cortinas para mirar al balcón de la
batica roja semitransparente, en el que a las 7:30 de la mañana,
como un relojito, sale la niña para mostrarnos que sí tiró con
el semental que tiene al lado y es capaz de escurrirle todo el
chorro hasta que le goteen los pies.

Vuelvo a meter el maldito perro al edificio. El celador se


queja que en su salida a la calle el hijueputa perro que sufre de
incontinencia urinaria, va dejando una estela de gotitas de orín
mientras corre a la grama para echarse la gran meada. Me mira
de reojo con cara de cabreado, mientras pasa un papel periódico
para secar las huellas del perro viejo que está haciendo que
piense mandarlo a dormir por la eternidad con el veterinario,
que me ha dicho que la jugadita me costaría un millón de pesos,
y sobre todo, la discreción y el certificado oficial de muerte
natural, desde que al gobierno se le ha dado por controlar la
eutanasia hasta en los animales.

La nena del 2°: Se me corrió el rímel de las pestañas, esta


nueva marca no funciona. Y eso que la revista decía “a prueba
de agua”. Los labios sin el rojo no me van bien. Saco el espejito
y me doy mis retoques, antes de que oiga el pito original de su
carro: una vaca que muge. Tan lindo mi bombón de chocolate
que todos los días me viene a recoger para llevarme a la U. Salgo
a la puerta, porque a él no le gusta esperar ni un minuto. Y
mientras, para matar el aburrimiento y sin que lo noten mucho,
miro con disimulo al balcón del séptimo piso. Antes veo el reloj:
todavía son las y 27. No ha salido.

El viejito del 1°: Me trae otra vez al edificio que tengo por
cárcel. La enfermera con sus grandes tetas, en un escote que está
53
Adriana Rosas

más abierto que el de la vecina del séptimo a las 7:30, me dice


muy cerquita, inclinándose, casi rozándome: “señor, si quiere
damos otra vueltica”. Como si no supiera que la otra vueltica
es porque en la primera no apareció el hombre que vende los
minutos en la esquina. Se creen que por no poder hablar ni
caminar como que no los escucho. Y sé lo que dicen, lo que están
planeando. Y no he encontrado la forma de contárselo, al menos
al vigilante con cara de tonto que tenemos en este edificio que
tiene la pintura tan blanca por fuera, pero por dentro, escurre
pestilencia.

La ejecutiva del 3°:


“No, mija. No vino a dormir anoche.
Claro, mi amor. Yo le dije al chismoso del vigilante, que el
señor estaba en viaje de negocios.
Ante todo la dignidad, nena.
Mi amor, después te llamo, que ya llegó el chofer.
Sí, ese que te conté. El que me mira así como extraño, como
con ganitas.
El nuevo que contrataron en la Fiscalía.
Sí, nena. Tal vez será otro que caiga.
¿Será que me volveré especialista en choferes, y mi marido,
en secretarias?
Ay, sí, mi amor, nada que ver. Si él por allá está, yo también,
aquí.
Te dejo, ahora sí, nena, que ya me voy a subir. Bye, bye”.

El obsesivo de la luz del 8°: Cuelgo el teléfono. No entra


ni una línea de luz al apartamento. Salgo en la noche. En la
esquina hablo con el de los minutos. Acordamos que será esta
noche, antes de que entre.
54
Frente a un hombre desnudo

El del 6° y su perrito: Son las 7:30 a.m. Sale la del séptimo.


¿Será que no tiene otra batica? Siempre la roja con manchas
blancas. Hoy no ríe. Nada le escurre. No es manoseada. El
guachimancito no sale.
Está llorando. Me da lástima.
Y este perro que me jala y no me deja ver sin mover la
escena. Hoy sí que lo llevo al veterinario. Mientras: lo amarro
a la palmera de la puerta del edificio para que no me joda. Ya
se ha metido la vecina de la batica roja. Se ve abatida, diría que
hasta temblaba.

No he visto pasar al de la silla de ruedas. Me quedo


observando todo. No me gusta lo que pasa. Son las 8 y el de los
minutos no ha llegado, siempre está desde las 7. El vigilante
no me miró feo cuando el perro goteaba todo el pasillo. Y en la
entrada del edificio, mientras limpia, se ríe.

La nena del cuarto y su pote de maquillaje de máscara


espera frente al edificio desde hace media hora. Y el carro de
vidrios polarizados que siempre la viene a buscar a las 7:35, no
ha llegado.

Son las 8:05. Baja cambiada la de la batica roja. Lleva lentes


oscuros. Le pregunto si le pido un taxi. Sólo asiente con la
cabeza. Mientras espera afuera del edificio le pregunto qué le
ha pasado. Únicamente me dice: “Lo secuestraron anoche antes
de llegar al edificio”.

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LUNA DE CUCARACHAS

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Las cucarachas trepan el bordillo. Vienen de tres en tres.
Quieren atacar el piso que hace de tablero de ajedrez.
Baldosas Negras Blancas.

En esta luna, las cucarachas salen a pasear.

Veinte años aumentados por los tacones, el maquillaje y


el pelo tinturado de color claro. Resolución en su caminar, en
mover su mano para indicar un no al hombre que le ha tocado
sus brazos.
Cada tanto se sube el jean, se le pinta más, toma sorbos de
cerveza. Ha empezado a las seis de la tarde y termina a las tres
de la mañana. Abre la botella de aguardiente, antes de servir
tira un chorrrito al suelo (pa’ las ánimas). El de camisa morada
le mueve su pelo. El de cachucha le da besos en la mejilla. Una
sonrisa para todos Una cierta coqueteadera para algunos.
Los que juegan son hombres. Sus barrigas sobresalen.
Algunos con guantes verdes y negros. Tiza azul. Palos. Ella se
mueve al ritmo de la música.

Suena un alabao y pienso en ti, Martín. Vuelves, vuelves.

Sube una cucaracha a la pared. Se le nota nerviosa. Su


concentración en mantener el equilibrio.

Se cierra el billar, el de la cachucha ganó.


58
Frente a un hombre desnudo

Martín, vuelves mientras sueño los aguardientes, mientras


escucho los ronquidos de éste a mi lado.
Abro mis ojos, ya hay luz, y tres cucarachas caminan
agarradas de la mano, en la pared de al frente.
Y tú, Martín, tú no estás aquí.

59
Rata, hoja, mota de pelo, virgen

Una mota de pelo se esconde debajo del sofá para vivir unos
días más.

Una rata de laboratorio se esconde cuando ve acercarse el


científico que experimenta en su cuerpo inyecciones de colores
chillones.

Una hoja del árbol vuela debajo de las otras, mientras cae el
Monzón.

Chicas vírgenes se esconden de los marineros que acaban de


desembarcar en el puerto, después de tres meses de viaje sin
escala.

Martina: rata de laboratorio, hoja de árbol, mota de pelo, chica


virgen.

60
ROBERTICO

61
S
– iempre hemos sido sólo los dos. Mi hijo y yo. Por él he
hecho muchas cosas –dice la flaca de gafas.

– Este maldito perro se volvió a cagar en la mitad del andén


y no llevo bolsas –piensa el enguayabado de gafas oscuras estilo
John Lennon.

– Oríllese. El malparido paró el carro en la mitad de la calle


y no le importa –grita el iracundo de Martín, mientras lleva su
hija al hospital.

– Que vengas a bañarte. ¡No joda!, que ya vas tarde y sigues


mamando gallo. Pelaito de mierda, cuando te coja vas a saber
lo que es bueno –la flaca de gafas sale desesperada del baño
buscando a Robertico.

Robertico espera en la puerta de su casa el bus del colegio.


Está peinado de medio lado, como a él no le gusta. «Ese peinadito
de marica», como le dice.
Frena el bus, se sube y va directo a la última fila donde se
forman los desórdenes que tanto le gustan. Mientras camina
por el pasillo se pasa la mano por la cabeza y se desordena el
peinadito que le hace su mamá. Hoy también lo correteó media
hora por la casa para que se diera un baño rápido sin que lo
tocara mucho el agua.

62
Frente a un hombre desnudo

Llaman a la flaca de gafas desde el colegio de su hijo. Es una


emergencia.

– Hijueputa, que me van a estrellar – grita Martín cagado


del susto desde su carro Chevrolet azul. Y voltea a mirar
rápidamente al asiento de atrás, donde está su hija privada
después de que rodara por las escaleras de su casa.

– No joda, otro chirriar de llantas. Siempre ocurren accidentes


por aquí cada vez que no llevo la bolsa del condenado perro que
se le da por cagar en todos lados.

Llega la ambulancia. De la puerta trasera del carro azul


sacan un cuerpo que cubren con una manta blanca y lo montan
en una camilla. Desde afuera de la puerta delantera del carro
azul se ve un hombre tirado sobre la cabrilla, los enfermeros
dicen que también está muerto.

En el bus de colegio se cambió la gritería por el silencio y


los llantos de miedo. Han sacado al niño que venía caminando
por el pasillo justo cuando ocurrió el accidente. Otra camilla
cubierta con tela blanca.

63
VARIAS SOMBRAS SE ASOMAN

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En el puerto de embarque, donde se ve el río grande
deslizando tarullas, me encontré con un jefe y su séquito de
hombres: Uno le compraba las cervezas: El otro me miraba con
cara de guardaespaldas: Los demás le festejaban sus chistes sin
encanto.

El jefe tenía hasta mirada de no tan matón. Tenía hasta


mirada de que juego a que me gustas de una forma tierna, así
como conquistó hace ya mucho tiempo, a su primera novia.
Antes de usar una ruana doblada en el hombro. Antes de usar
un sombrero blanco. Antes de usar una mirada de yo tengo el
poder. Antes de matar a unos cuantos por encargo y también,
por placer.

Escuché que a ese jefe lo llamaban don Juan. Me olvido de


don Juan y sigo hablando con el del kiosko que me vende las
cervezas que yo también me tomo para perplejidad de uno del
séquito:
–¿Y tú tomas todos los días? ¿Y tomas sola?
Su actitud no me gusta. Desde niña me huelo las energías.
Pero debo tolerarlo en este pueblo al lado del río Largo.
En este pueblo de calles limpias, de buenas casas y de casi
nadie en la calle.
Sólo un hombre sentado en un taburete en el frente de
una casa, con su hablar sin dientes responde a mi saludo. Paso
frente a la notaria Única, frente a la alcaldía, donde parece que
66
Frente a un hombre desnudo

se reunieran los pocos habitantes de este pueblo pequeño. Me


siguen con sus miradas. Cuchichean entre sí. Detienen su hablar
para fijarse sin disimulo en mí.
Se preguntan a qué he venido, a dónde voy, a quién visito.
Podría ser de alguno de los bandos.
Cada vez que llega un extraño desconfiamos de él. El pueblo
se esconde.

Suena un celular, los del embarcadero paran sus bigotes, se


ponen de pie después de la llamada. Se llevan la mano derecha
a la cintura. Caminan resueltos, se olvidan de mí y se adentran
por la calle vacía.

Mientras coloco la cerveza vacía en la barra se escucha


casi como en susurros unas ráfagas. Los del kiosko se miran
entre sí en silencio, se mueven rápido con la calma que da la
certidumbre. Uno se me acerca y bien bajo me dice: “Mijita,
mejor salga enseguida, coja esa lancha que ya está a punto de
salir”.
Bajo con el corazón latiendo más sobre mi blusa blanca. Ya
el motor de la lancha suena, salto adentro, me siento entre dos
hombres con caras desencajadas. Arrancamos y cuando el sol
viene en su atardecer rojizo sobre olas suaves que se iluminan:
más ráfagas cercanas se escuchan y justo en ese momento,
varias sombras se asoman en el embarcadero.

67
Voy en la búsqueda

Voy en la búsqueda. Chigorodó estaba allí. Hace dos


noches salí.
En un día los descuartizaron. Mamá alcanzó a esconderse
en el túnel que le cavé por si ocurría lo que temíamos, mientras
yo estaba fuera.
Estuvieron tres horas. En tres horas los mataron. En tres
horas ni siquiera juicio hicieron, en tres horas borraron los
apellidos de mi pueblo, en tres horas los bebés pararon de llorar.
Persiguieron a Pachito en el monte, lo cazaron como a un animal.

No comprendo. Busco mi búsqueda. Quedé allí tendido


cuando volví hoy a las seis de la mañana. Llegar gritando y no
encontrar respuesta. Desde la noche anterior lo presentí y por
eso decidí volver antes de tiempo.

A la entrada, la cabeza de Pachito con un letrero que decía:


“Muertos por guerrilleros. Bajamos para quedarnos aquí,
masacre y muerte a la guerrilla”.
Después de que llegaran los goleros, los zorros, los gusanos,
y la carroña desapareciera, ellos volverían para reinar. Para
ocupar nuestras tierras.

68
Frente a un hombre desnudo

Sigo mirando entre mis dedos, tapando parte de mis ojos,


como si con este rito volviera a un pasado, mientras Pachito, con
sus tres años, todavía corría, todavía me sacaba la lengua cada
vez que me veía.

Ahora vuelvo y sólo miro aquello que no hubiera querido


nunca encontrar, aquello que no pensé que podía pasar, aquello
de trozos regados en el suelo, en los techos, en los árboles.
Todavía un olor a sangre fresca. Todavía a punto de levantarse
y unir sus partes desmembradas. Todavía creyendo que había
bebido algún brebaje de hongos alucinógenos. Todavía sin
digerir la ausencia de las voces en el pueblo. Sólo zumbidos,
zumbidos de moscas verdes brillantes arriba de cada trozo de
carne.

Un tigrillo llevándose deprisa una mano. Mi tío con su ojo


mirándome desde el árbol de arriba. María y su rostro sobre un
charco de sangre. Manuel, Manuel y su larga cabellera negra.
Felipe y su pecho musculoso. Marleny con su falda roja.

Nadie sale a recibirme. Todos pululan en el espacio, no han


dejado aún la tierra. Están esparcidos y ellos mismos se asombran
de ver sus cuerpos ahí tirados. Grito con una esperanza. Grito
para ahuyentar la muerte. Grito por si queda alguno de ellos para
que me mate a mí también. Grito porque salí a buscar ayuda,
y no querían venir. Grito porque lo presentí y debía estar con
ellos. Grito porque necesito ahuyentar el suicidio. Grito porque
la locura me sobreviene. Grito porque pronto vendrán sobre mí,
me exigirán la ayuda que prometí y no traje a tiempo. Grito
porque qué más puedo hacer, si la impotencia ya mojó la tierra
que me recoge. Grito porque llamo a los dioses que teníamos.
69
Adriana Rosas

Grito porque quiero que un tornado se lleve todo esto y vuelva


a unir lo que está esparcido. Grito porque una lluvia borraría los
gritos de ellos que todavía guardan los árboles. Grito porque
los pájaros no están hoy al amanecer. Grito porque la lechuza
me mira desde su árbol de la noche y sólo siento culpabilidad.
Siento que yo también debería estar allí. Grito porque la tristeza
exige un canal de liberación. La liberación que me daría la
muerte, la liberación de no estar aquí unido sino desperdigado,
con mi mano agarrada a una silla, mientras mi tronco está a tres
metros, de medio lado.

Grito invocando los espíritus que no los protegieron. Grito


porque me dejaron solo, lleno de culpas, de incertidumbres.

Escucho un grito. Un grito que no es de ellos. Es dulce en


su miedo. Un vestido negro blanco se arrastra y viene hacia mí.
Unos ojos unidos a un tronco a unas piernas. Un abrazo que está
por venir. Un llanto descontrolado que me enloquece, me tira al
suelo y me hace besar la tierra. Un rostro que besa mi rostro
mojado. Un rostro lleno con más arrugas que hace tres días.
Un rostro moreno que hoy está amarillo. Un corazón a punto
de reventar con tantos latidos. Reunió los latidos de los demás
en ese único corazón. Llena de tierra, pero enterita. Enteros los
dos salimos, enteros para fuera, porque allí dentro no hay pieza
que se pueda armar, allí dentro, la luz se apagó y se oscureció de
tanta sangre negra que vimos mientras salíamos.

70
Dime

Antes de que nos mataran…


Antes de que el pueblo estuviera lleno de goleros modernos,
con metrallas, helicópteros, granadas, minas y motosierras para
volvernos pedazos:
Los herederos de la violencia moderna.

Dime
¿De qué hablan cuando no hablan de desamor?
¿De qué hablan cuando no hablan del vecino?
¿De qué hablan si no me escuchan?
¿De qué hablan mientras paso por sus casas?
¿De qué hablan mientras intento comer algo desde hace dos
días?
¿De qué hablan mientras grito en un silencio de mirada oscura?
¿De qué hablan mientras juego a que me acomodo a esta ciudad?
¿De qué hablan mientras llevan colgados de un bolso anti… y
de sus cuellos un anti-desplazados?
¿De qué hablan? ¿De qué hablan mientras lloramos en estas
casas de plástico?
¿De qué hablan mientras lloran el robo de un celular y nosotros
el robo de nuestras casas, nuestras tierras, nuestro lugar de
donde no queríamos salir?

71
Adriana Rosas

¿De qué hablan mientras brindan con champagne, mientras la


tierra recibe la sangre de mi tía desmembrada porque dicen que
pertenece al otro bando?
¿De qué hablan mientras toman un whiskey 18 años frente
al mar, mientras nosotros gritamos tratando de ahuyentar la
muerte de los 20 decapitados en la plaza central?
¿De qué hablan mientras comen langostas en el yate de alquiler,
mientras nosotros corremos despavoridos en la noche huyendo
de esos que nos amenazaron al atardecer?
¿De qué hablan mientras pagan con una master gold card,
mientras el de la tienda me amenaza no volverme a fiar?

¿De qué hablan mientras ríen en su traba de coca y marihuana,


mientras nosotros estamos desperdigados en los tugurios de
ciudades que nos aborrecen?
¿De qué hablan mientras el cielo es azul, en una playa de la
Costa Azul, mientras las aguas negras recorren las calles de
estas chabolas que se quieren desarmar bajo la tempestad que
vomita sapos hediondos de la carga del desplazamiento?
¿Cómo quieres que te diga? ¿De qué hablan?, dime, ¿De qué
hablan mientras nunca fuimos olvidados, nunca nos llegaron a
recordar?
¿De qué hablan mientras lloras por un hijo que no tuviste,
mientras nuestros tres hijos adolescentes los decapitaron
frente a nosotros, y por miedo de que no mataran a los dos que
quedaban, callamos; y nos pesa, nos remuerde, y tal vez habría
sido mejor que nos hubieran matado a todos y no seguir en esta
vida que parece escurrir la sangre de nuestros hijos cada vez
que recorremos las calles de esta ciudad para pedir limosna?
¿De qué hablan mientras lloran por una materia perdida,
mientras nosotros lloramos sin lágrimas y navegamos perdidos
en el miedo del exilio obligado?
72
Frente a un hombre desnudo

¿De qué hablas mientras te haces el que no ves?


¿De qué hablas, Fanny, de qué hablas, mientras juegas al bridge?
¿De qué hablas mientras juegas con mis tierras?
¿De qué hablas mientras no te importa dónde estoy, ni mis
familiares que mataste?
¿De qué hablas hoy en tus sueños? ¿Sueñas con mis muertos?
¿Sueñas con los tuyos? ¿Sueñas con los que mandaste a matar?
¿Dime de qué hablas mientras recorres con tus ojos de sapo
gordo tus muertos?
Tus muertos hinchados, llenos de huecos, con ojos de terror,
tiesos, cagados en sus pantalones, meados en chorros por el
miedo de no querer dejar esta vida, de no querer morir por tiros,
por motosierras, por machetes, por minas, por ti.
¿Dime de qué hablas entre sueños mientras tus sacos llenos
de muertos sacan sus gusanos y te quieren comer /consumir/
devorar?
Dime, ¿Aún piensas en mí?
¿Ya no me recuerdas?
¿Nunca me viste directamente a los ojos?
¿O tu mirada tiesa, cubierta por lápidas, no te dejaba
verme en mi totalidad?
Dime, ¿Aún duermes tranquilo?
¿No has comenzado a delirar?
En este país de violencia que no se quiere ver
En este país que se escuda en su violencia pasada para
continuarla.

73
Un gato entre el peladero

Pasa el gato merodeando.


Mueve su cola con lentitud. Con su punta acaricia la hoja de
toronjil que brotó de la tierra sin que nadie lo sembrara.

El hombre tiende la ropa o la destiende, el perro lo acompaña,


una mujer lo espera.

La rabia la tengo dentro. Sé varias cosas sin la certidumbre.


Él lo sabe. Ahora quiere hacerme creer lo contrario. Ahora
intenta hacerse el dormido allí dentro. Ahora yo intento que
lleguen las seis para ir a desayunar.

Él quiere decir esta tierra es mía, yo corto sus árboles. El


peladero entre cercas siempre le ha gustado. Las chicharras se
escuchan a lo lejos. La montaña de la derecha la barrieron casi,
casi sin árboles, casi como la del frente. No casas, no vacas, sólo
cercas blancas y árboles matados, para decir esta tierra es mía.

74
Los pliegues de las ventanas mal cerradas

Estoy amenazado. No les importa una familia. Su brazo,


su mano que me toca mientras compramos en el supermercado.
Una sonrisa cómplice mientras escogemos un champú. Nos
vigila o los vigila uno cargado de pistolas, una radio. Atrás en su
chaleco antibalas: POLICIA.

Mi investigación: descubrir irregularidades. La regularidad


de la violencia colándose por entre los pliegues de las ventanas
mal cerradas. La regularidad de acabar a los denunciantes de las
irregularidades de corrupción y sus misceláneas.

Soy el del chaleco verde caqui, verde militar. Vigilar,


hacer que miro todo. Sin acercarme tanto, para no escuchar
sus intimidades. Aburrido de vigilar. Miedoso de un posible
encuentro con sicarios que lo quieran matar. Ellos hacen que
no me ven. Yo noto sus incomodidades. Siento haberme metido
aquí. Siento no haber buscado más. Siento siento y siento que
no quiero estar así, así: vigilando.

Obligado por un trabajo que no salía. Salida fácil. Unas


armas que debería utilizar. Un atento todo el tiempo. Un
atentado. Un posible atentado. Es sencillo. Saber que detrás del
mostrador una mujer de cara limpia bajo su supuesta barriga de
75
Adriana Rosas

embarazada esconde una pistola con silenciador. Saber que a la


vuelta del mostrador un niño de quince años con sus braquets
en los dientes lo mira y le dispara tres veces. Saber que tras
ese estante un hombre de saco y corbata esconde una granada.
Saber… saber… que tal vez mañana no existo o él deja de ser
vigilado.

Saber que mientras recoge a su hija Liliana al salir del


colegio, una moto cruza y le disparan. Saber que podría ser
su hija, y no él, y no yo. Saber que mientras huye en el vuelo
internacional algo-alguien acabaría con la huida. Saber que
desde afuera denuncia. Desde afuera no es lo mismo que allí
dentro. Desde afuera extraña los acentos, las caras. Desde
fuera paró las amenazas. Desde fuera la nostalgia no tiene voz
verdadera. Desde fuera nos encontramos los salidos. Desde
fuera añoramos el retorno.

Tocan a la puerta. Abro con calma: debe ser Liliana desde el


colegio. Rio. Mi cara cambia. Se oscurece todo. Un ruido fuerte
atrás. Una luz me enceguece. Caigo. Él Corre. Baja las escaleras
rápido, saltándolas casi. El ruido del ascensor que llega. Liliana.
Sus ojos. Mis ojos que se cierran. Sus gritos. Su dolor. Sin poder
volver. Sin poder consolarla. Desde arriba veo mi cabeza cargada
en los brazos de Liliana. Llamándome. Y yo sin poder volver.

76
EMBAJADOR

77
*
Y dice que ella viene, que viene de su país. Él es el
embajador no-oficial en esta ciudad de Oriente, a la que muchos
quieren venir. Cada tanto hacerme la desentendida, como si eso
no fuera conmigo, como si no me importara. Y es que cada vez
menos. Cada vez menos y con más frecuencia ya no.

**
Mi amiga me dijo de la frialdad de la foto. Muchos la
tildaron de “que bellos que se ven”, “hermosa foto”. Margarita
se detuvo en la rigidez de mis brazos. Las sonrisas que no nos
salían a ninguno de los dos. Los ojos grandes de Margarita.
Observadores. Se pierden por instantes y se deleitan fuera
del círculo. El poeta Khateeb dijo que sus ojos eran como si
tuvieran sueño, como perdidos en otros planetas. Mi amiga
Margarita me embruja por momentos. Yo la hechizo con mi voz,
con mis comentarios y la hago reír. «Y te ríes», le digo. Y ella se
ríe todavía más.

*
Anoche me dijo que iría al palacio a llevar a una amiga. A
ejercer las veces de embajador. Con el tiempo me confiesa sus
aventuras. Hace unos años tuvo algo con la tía de esta ahora
amiga. Podría ser que tuviera algo con la sobrina. En estos días
de exhibiciones mejor me voy con mi grupo de kathak.

78
Frente a un hombre desnudo

**
Margarita enfrenta mis infidelidades. Margarita podría
ser que viniera el próximo mes a este país rey del software
emergente. Tal vez la trasladan por seis meses. Creo que otra
vez Rhatna me va a mirar con sus ojos incrédulos que hablan
mientras su voz calla. Con sus ojos me dirá «Sí, otra vez de
embajador». Por momentos me entusiasmo pensando que
Rhatna se pone celosa y querrá acostarse conmigo, me dirá que
no vaya, que me ofrece toda su humedad.
Pero no, Rhatna ya no propone ni se opone. Rhatna podría
ser que también tenga amantes.

***
El paseo por el palacio más grande que se hizo por amor
estuvo oscuro. Para las fotos trato de no expresar mi desilusión.
Pensé que podría conquistar al antiguo novio de mi tía. Pero él
estaba distante, como pensando en algo que no era yo.

*
Llegó temprano. No huele a alcohol. No huele a sexo. Me
mira con detenimiento. Me besa la frente y se va al computador.

**
Llevarla a otro palacio, a comer, a tomar té. Me despido
de Rhatna con un beso en la frente. Quisiera que ella también
fuera, pero no me atrevo a preguntarle: La distancia.

Se diluye el tiempo. Oscurece pronto. Nos despedimos.


No pasa nada. Nada ocurre. Nada diferente. La despedida.

79
Adriana Rosas

La vuelta a dormir en una cama juntos, semiabrazados. Sin


sexo. Con esporádicas funciones de embajador. Con esporádicos
encuentros sexuales y con ganas de volver a sentir el amor. Un
je t’aime… moi non plus. Profundo. Correspondido.

Margarita confirmó que viene.

80
Lo mismo, a pesar de

Nos conocimos en Montpellier, la rutina nos está matando.


Él vino, montamos un negocio dulce para el dinero. Sin embargo,
y tal vez por eso mismo: la rutina nos está matando.

81
Revelación

Te he visto al levantarme: llegando borracho a tu casa (más


que a menudo).
Ellos te llevan de brazos para que no caigas.
Hoy has hablado de aquello que guardabas. Te lo ha sabido sacar.
Mujer preguntadora ha cumplido su propósito.
Tal vez mañana no te acuerdes todo lo que alcanzaste a soltar.
Ella no.
Tú duermes desparramado en la cama: con ropa.
Ella, con los ojos abiertos mira la oscuridad.
La reciente revelación no deja que su mirada se cierre.
Su cerebro y corazón bombean más de lo que ella está
acostumbrada.
Una mano la rodea y le susurra con suavidad: ‘duérmete’.

A él no lo quiere interrogar.
Todavía no. Algún día sí.
Porque él se parece a ese que acaban de acostar.
Lo escogió parecido.

82
Juntos por siempre

En la cama juntos en la madrugada. Llevaba tiempo durmiendo


antes de que él se acostara. Tarde, como es su costumbre.

Sentí cuando se estaba metiendo en la cama. Creo que me


despertó que no me abrazara. Estaba lejos de mí. Sentí unos
sollozos, sus sollozos. Me volteé un poco, pude ver cómo pasaba
su mano por su mejilla. Restregaba su ojo. Me dio dolor. ¿Quién
lo estará haciendo sufrir?

«Yo siempre estaré a tu lado».

83
CLAVADA

85
Margarita llega a su casa. Se tira en el sofá. Se quita la
ropa. Le gusta verse desnuda. Le excita creer que él podría abrir
la puerta y encontrarla masturbándose.

Hoy está cansada. Se comienza a tocar. No siente casi.


Con su mano soba su teta derecha, su pezón se para, quisiera
besarlo. Si se sabe inclinar y ponerse en la posición adecuada, a
veces alcanza a chupar sus tetas. Ver el orificio de sus senos la
excita y se inventa la forma de cómo acariciarlos con su lengua.
Juan la encontraba así y se enfadaba con ella. No comprendía
que necesitaba de sus propios orgasmos.

Martín sí que la entiende, sí que se excita, y mientras va


a la casa de Margarita en sus días de arrecho desea que ella
esté en el sofá con una pierna subida en la pared y con su boca
chupando su teta izquierda. La izquierda lo excita más que la
derecha. Ver su boca sobre su seno izquierdo es su sueño. Esa
es la imagen que desea encontrar. Martín con sus labios anchos
y no por sangre negra. Ojos azules en grande y algún pequeño
punto marrón. Labios suaves carnosos de besos entrecortados,
de besos de lengua de pequeños roces.

Esta noche la imagen no es esa. Margarita está sobre el sofá,


sí, pero sentada y con ropa. Tiene cara de circunstancia. Y antes
de cerrar la puerta tras de sí, Martín entiende que tal vez esta
noche no dormirá en esa casa, que tal vez Margarita ha tomado
la decisión que divisaba desde hacía días.
86
Frente a un hombre desnudo

Margarita espera a que Martin cierre la puerta. Lo invita


a sentarse a su lado. Saca una de sus sonrisas maliciosas,
determinativas y racionales. Él intuye lo que se viene. Para
tratar de disuadirla, acaricia sus pies, soba sus dedos, los alarga
en masajes. La besa por su cuello, pasa su lengua con ritmo por
su oreja y le chupa su lóbulo hasta hacerle escapar suspiros;
bien sabe de los puntos en la sensualidad de Margarita.
Todo es inútil. Ve crecer los colmillos de Margarita y acepta
que debe exponerse a ella, ofrecérselas.

Siente cómo lo acaricia con su lengua, tanteando la mejor,


la más dura. La vena más palpitante. Y lo peor, esa búsqueda lo
excita. Tiene la mejor de las erecciones. Inconscientemente su
músculo sube y baja. Bombea más sangre, no sólo a la vena, no
sólo a su pene, sino a sus manos que se mueven para buscar
la teta izquierda de Margarita, bajarle su camisa, quitarle su
sostén y chupársela, mientras ella le clava los colmillos en su
cuello.
Los dos se revuelven, sus sexos tiemblan, se hinchan.

Se quitan la ropa deprisa, el desespero llega y saben que


tienen que ser rápidos para penetrarse, para llegar, para tener
el mejor clímax.

Después de ese rito se estiran en el sofá con los sexos abiertos,


felices y con una semisonrisa a pesar de estar dormidos.

87
Las mujeres también tienen eyaculaciones

Él era un negro, jugador de fútbol. Me ponía en cuatro y por


detrás, suas, suas, quedaba suspendida en el aire, las piernas
volando, sólo se agarraba de mí. Me excitaba cuando lo veía así.

Él era un mono de ojos azules, lindo, marinero. Y tenía amantes.


Esa vaina desgasta, le baja a uno la autoestima.

Después de 10 años ya no hay sexo. La energía de una persona


se pasa a la otra y ya cada quien tiene la energía del otro.

Después que tuve mi hija no me dieron más ganas de estar con


él.

– ¿Se te quitaron las ganas de tener sexo?, exclamó Anareth


alarmada.

Con él sí, pero con otros no.

88
Boca ardiente

hoja titilante
Tus lengüeteadas para quitarme el agua del mar donde se me
acumula más salada

Lengüeteadas para intentar sacar mi salado permanente que se


diluye con el roce de tu lengua, de tu sexo.

89
MANRIQUE

91
Él me acostumbró a tenerle miedo.
Gritaba que era mi padre y tenía que obedecerle al pie de la
letra mientras viviera en su casa.
Mi padre: un hombre oscuro, de voz gruesa, mirada
penetrante y altura que me daba terror. Desterrarlo de mis
pesadillas, todavía es una osadía, sigue batallando, tratando de
hacerse un camino en estas noches de somnolencia, barbitúricos
y drogas celestes.

Los habitantes de este hospital pretenden que me


entusiasme cuando él viene a visitarme. Están equivocados,
siempre lo estuvieron. Gozar no es lo mismo que pasarla bien
en medio de sus golpizas. Un padre arrepentido, mientras su
hijo agoniza en esta cloaca de mierda que llaman hospital y es
sólo una cárcel de locos para los que no pueden vivir libres en
las calles.

Manrique: así me llaman aquí dentro. Allá en la calle: el loco


Manrique: “Abran paso que viene el loco Manrique. Hoy está
más trabado que nunca. Mírenle los ojos. Lleva sangre en los
dedos de su mano derecha. ¿Será suya o de la loca Micaela que
anda con él?”.

Manrique era un bello bebé, ojitos azules, rizos dorados,


como los más bellos comerciales de pañales Johnson para
Latinoamérica, donde abundan el negro, el indio y sus mezclas.
Manrique era amado por su mamita bella. Manrique tenía una
92
Frente a un hombre desnudo

cunita toda blanca como su piel. Manrique era amamantado con


todo el amor. Pero su padre, su padre, se incrementaba en celos
cada vez que sus bellos labios se acercaban a los pezones de su
madre para alimentarse.

Manrique estaba loco y no por azar. Nadie se vuelve loco


por azar. Nadie entra en esta cárcel de barrotes negros sin antes
haber pasado por la locura de una vida. Desde el nacimiento se
va trazando el camino en zigzag de cómo llegar a ser loco y no
perder la hombría. Esa nunca la perdió Manrique, ni siquiera en
sus momentos más extraños de viajes intersiderales, cambiando
las calles sucias de su ciudad por pastos sembrados de amapolas
en altas montañas, con jeringas amarradas por cinticas blancas
en una mesa adornada. Hasta en esos momentos Manrique le
respondía a la loca Micaela. Micaela nunca dudó de que estaba
con el man, el propio.

Ahora en este puto hospital de mierda Manrique extraña a


Micaela. A ella no la trajeron. Le dicen que afuera lo espera a que
salga recuperado. Triquiñuelas. Engatusarlo es lo que quieren.
El negro de su padre la mandó a matar tan pronto encerraron a
Manrique en esta cárcel blanca de rejas negras.

Manrique aguanta las chapuceadas en agua fría,


los escalofríos de la noche con sus baldosas blancas, los
electrochoques que todavía siguen siendo usados aquí.
Persevera por Micaela. Micaela es su motor, lo sabe el psiquiatra
de mirada fría y perdida que lo ve dos veces por semana.

Manrique. Manrique. Él está aquí. No te abandona en tus


pesadillas. Él, el responsable. El que hizo desaparecer a tu mami,
93
Adriana Rosas

mientras los celos lo carcomían porque con tus labios devorabas


su leche. A ese eterno degenerado que viste cogerla por los pelos
mientras comías. Mientras ella te trataba de salvar y gritaba y te
ponía en la cuna. Mientras él la agarraba y hacía que lo mirara a
los ojos para mostrarle que estaba celoso del chino mocoso que
te tocaba donde sólo él podía. Tus ojos pequeñitos, Manrique,
vieron cómo el negro asqueroso subió su mano para cachetearla
y tirarla al suelo, y desenfundar la pistola de cacha blanca y
saber dar dos disparos en la cabeza, esos que dan los que sólo
están acostumbrados a sacrificar animales en los mataderos
públicos.

Tú, Manrique. Manrique. Despierta. Olvídate de ese


hijueputa. Acuérdate de Micaela. Reacciona, Manrique. No te
dejes matar el cerebro por los electrochoques. No te quieras
escapar esta noche para encontrarte con Micaela. Allá afuera
están los vigilantes de esta cárcel blanca de barrotes negros que
disparan a quemarropa a cualquiera que intente salir de sus
muros. Despierta Manrique. No salgas de este cuarto. Quédate
dentro. Manrique estás muy débil. Te matarán. Manrique no te
vayas. ¡Manrique!

94
Guillotina

Esperar a que llegaras. Una venganza se preveía. No apareciste


Me tocó irte a buscar.

La cabeza rodó.

Nada que hacer. Esperar otras vidas.

Dar poco a poco. No soltar todo de un solo.

95
El abrazo de Merche

V
“ a siendo tiempo de que te marches”.
Fueron las palabras de mi padre.

No había nada que añadir, ni yo que replicar.

Algún día fui yo quien había ayudado. Muchos años sin


trabajo no daban para más. En esos momentos me acordé
de Esteban, nunca daba motivos para que alguien tuviera
agresividad con él. Decidí callar y apenas moví la cabeza para
darle un sí.

En la cocina, sentado en el taburete de la pequeña mesa, me


dediqué a observar las baldosas blancas y negras. No sé el tiempo
que pasó, pero cuando mi padre me dictó su resolución era aún
tiempo de desayuno y ahora entraba Mercedes arrastrando sus
chancletas para preparar el almuerzo.

Dudé de todo, de mí, de mi situación, que si tal vez


reemplazaba a Mercedes me podría quedar. ¿Y Mercedes? ¿Para
dónde cogería Mercedes? Mejor seguir así meditando en mi piso
de ajedrez. Alguna jugada maestra se me podría ocurrir.

–Niño Juan, no mire tanto pal suelo que el pescuezo se le


va a caer.
96
Frente a un hombre desnudo

Mire, niño, usted ya está muy grande pa seguir así. Venga y


le preparo un café pa’ que se le quite esa cara de apesadumbrado
que tiene usted. Venga pa’acá. Venga donde la negra Merche,
venga que yo lo abrazo a usted y todo se le quita.
Ay, mi niño, ¿pero qué tiene? ¿por qué esas gotas en el
suelo?
Ay, no me diga que…
Venga pa’ca, venga donde la negra merche, venga no’má

Ese abrazo me puso a llorar como el niño que fui con la


Merche. La Merche siempre me salvó de las palabras de mi
padre. Sus abrazos me limpiaban de aquello que él me dejaba.
Merche, mi vieja Merche, cómo pude pensar que sería bueno si
te reemplazara. Ay, mi Merche, perdóname, perdóname.

Me temblaba el caparazón que me ponía con mi padre. Con


Merche se escapaban mis llantos, moqueaba y me pasaba su
delantal. ¿Y si dormía con ella en su cuarto del patio? ¿Y si me
escondía de él para que no me viera?

97
Pesadillas

Los sueños rozan las etapas de Cristina. Vuelve a ser niña,


vuelve a gritar en las oscuridades. Vuelve a temerle a su padre,
vuelve a rozar la locura con sus pestañas oscuras que se cierran
y se abren intermitentes, como relámpagos brillantes después
de los rugidos que producen sus truenos. Los truenos de la
locura, de las pesadillas y sus gritos y su desespero y su querer
despertar y seguir pegada a las escenas que la retornan a su
niñez, a los rigores de su padre, a las amenazas de su madre, a
las caricias espaciadas, alejadas, lejanas.

Cristina despierta. Su padre ya no duerme en la habitación


de al lado para salvarla de las pesadillas. La casa es grande es
vacía. El agua del sudor moja su pijama. Moja sus sábanas de
flores. Las cambia. Se sienta al borde de la cama. Se arrodilla y
reza como niña. Regresa a su infancia. Maity, su niñera, ya no
le pasa la mano por sus cabellos, por su espalda; para sacarla y
convencerla que ya llegó, que no está en sus pesadillas, que no
está del otro lado. Vuelve: no vuelve. Va y no va. Cuesta volver.

La ausencia de Maity.
La pregunta de Cristina: «¿Quedarme en las pesadillas?».

98
Margarita no habla

Margarita no habla. Nadie sabe por qué no utiliza su


lengua para sacar palabras.
Se conforma con saborear la comida, sacar su lengua a
personas que no le gustan y lamer con su lengua los conos de
vainilla que le compra religiosamente su padre cada tarde.

¿Tú sabes qué le ocurre a Margarita?


Margarita tiene quince años y nadie sabe lo que piensa
desde que tiene nueve.

Algunos le preguntaban si el ratón le había comido la lengua.


Y ella con sus ojos que sí seguían hablando, los fulminaba con
su mirada.
Tres psicólogos no han logrado sacarla de su mutismo, y a
la mierda los ha mandado Margarita.

Dicen que podría ser brujería. Su mamá le ha echado agua


bendita, la ha llevado al Lourdes, han subido las escaleras de
Montserrate.

Creo que ya todos se han acostumbrado al silencio de


Margarita.
Dime, ¿qué le ha pasado Margarita?
99
Adriana Rosas

Las chismosas del pueblo dicen que la pretensión de esa


mococita fue castigada por Dios al dejarla sin habla. Pero tú
también sabes que ella era sencilla, a pesar del dinero que
acumula su familia.

Ahora recibimos una carta de Margarita, al fin se ha decidido


a utilizar ese lenguaje. Nos escribe porque sabe que somos los
espíritus que habitan esta casa y nos podríamos comunicar con
el más allá para vengarnos del ‘malparido que le hizo lo que le
hizo’: son sus frases textuales, las hemos copiado tal cual como
están en su carta.

Para resumirles y no hacer tan extenso este cuento que no


da para mucho: Margarita iba una tarde estival, como esas que
describen los cuentos cursis de hadas, saltando y oliendo las
flores en el extenso campo de su padre.

De repente, escuchó unos pasos como si la persiguieran.


Miró hacia atrás y no había nadie.

De repente, sintió un viento helado en su espalda.


Miró hacia atrás y no había nadie.

De repente, el sol se fue tapando por unas nubes oscuras.


Miró hacia arriba y no había ningún pájaro de alas negras
sobrevolando el cielo.

Entonces, cansada de tanta huevonada, a Margarita se le


dio por gritar: “¿Quién coño está ahí?”.
Y nadie contestó nada.

100
Frente a un hombre desnudo

Cabreada como nunca había estado en sus nueve


insignificantes años de vida, donde todo había sido color de
rosa, Barbies y Klark Kents.
Decidió volver a gritar, a emputarse con el mundo y jurar
y perjurar que si nadie le decía lo que estaba ocurriendo no
volvería a hablar en su puta vida. Y efectivamente: El silencio
no dijo nada.

101
TRES COLOMBIANOS

103
Tres colombianos en un pueblo perdido de la Patagonia.
No sabemos por qué han llegado, no son de los pocos turistas
que por despiste vienen a parar a este pueblo que lo azota el
viento casi todo el año. Creíamos que eran narcotraficantes. Su
sencillez nos ha demostrado lo contrario.

Mi abuela decía que huían de un pasado ‘criminalístico’, así,


bajo estas palabras los encasilló. Y le insistió tanto a mi padre,
que hicieron traer la policía del pueblo grande del lado para que
les revisaran sus papeles.
Nada, no estaban perseguidos por la Interpol, no tenían
antecedentes penales ni aquí ni en otro país.

Veíamos que sus dientes iban creciendo cada vez que


alguien del pueblo se empecinaba en preguntarles por qué
habían escogido vivir aquí, si los propios jóvenes del pueblo
huían tan pronto podían. Desde entonces, su color bronceado se
fue perdiendo. Vivían en una casa semidestruida que alquilaron
a las afueras del pueblo. Decían que eran hermanos.

Mi mamá se fue haciendo amiga de ellos. Les llevaba algún


postre, alguna jalea de frutas del último verano. Juraba que
llegaría a averiguar quiénes eran, pero la verdad es que les fue
tomando cariño.

Una tarde vinieron a visitarnos para unos mates. Abigail se


llamaba la mujer, Juan era el mayor y Pietro, el más joven.
104
Frente a un hombre desnudo

Todos en casa teníamos un entusiasmo como sólo se tiene


cuando la realeza hace sus recorridos entre el vulgo. Mi abuela,
la inglesa, nos decía que ella recordaba cuando de niña la
llevaban los domingos al Palacio de Buckingham para ver a la
reina saludar al pueblo con su brazo derecho. La emoción no la
dejaba dormir esa noche.

Abigail, Juan y Pietro entraron juntos. La más decidida


era la mujer. Tenía unos ojos verdes que brillaban y encima
unas pestañas negras que me embrujaban sin poder dejar de
mirarla. Deben tener en cuenta que yo sólo tenía trece años y se
convirtió en mi amor platónico. Comía con calma, se llevaba la
tarta de chocolate a la boca, degustándola como si esos placeres
le hubieran sido vedados por mucho tiempo. Yo veía en cámara
lenta esa cucharada llena de chocolate que se metía en su boca
y luego salía limpia. Me hubiera gustado que tratara así a mis
labios.

Supongo que mi mamá se dio cuenta de mis intenciones


porque me mandó llevar los platos sucios a la cocina con una
mirada fulminante cargada de una orden tácita: ¡Contrólate!
Lucía, mi hermana, se reía, y no podía disimular su burla a pesar
de taparse con las dos manos su boca.

No sé qué ocurrió mientras estuve en la cocina, tengo que


aceptar que a lo sumo fueron dos minutos. Pero cuando hice mi
aparición de nuevo en el living, un ambiente tenso hizo que me
detuviera en la puerta de la cocina, para tratar de descifrar qué
estaba ocurriendo.

Mi mamá que siempre estaba bien peinada, podría decirse


que la encontré con los pelos de punta, y no es una frase de
105
Adriana Rosas

cajón. Mi hermana Lucía tenía los ojos más abiertos que nunca,
ella que de por sí es ojona. Y los tres hermanos tenían sus
miradas idas por la ventana que daba a la montaña.

Lucía que movía sus dedos sobre la bombilla del mate, de


repente, me miró. Lanzó un suspiro y se puso a llorar. Mamá
dejó su letargo, desplazó su mirada hacia Lucía y tras un grito
la mandó a callar. Los tres hermanos se acomodaron en el sofá
e hicieron un gesto de ‘ya era hora de irse’. Mamá como una
zombi, sólo atinó a decir: ‘Gracias por haber venido’. Frase
trillada que mi mamá no solía usar ni en los momentos más
protocolarios con sus suegros. ¿Qué diablos estaba pasando?

Los tres hermanos comenzaron a tomar algo del color con el


que habían llegado al pueblo. Sus dientes se empequeñecieron, se
los vi mientras lanzaban su sonrisa hipócrita de agradecimiento.
Mamá tan pronto les cerró la puerta se puso a llorar con Lucía.
Las dos lloraban desconsoladas y yo no sabía por qué. Cómo así
que en dos minutos alguien puede cambiar de repente.

Salí a la puerta para ver caminar a los tres hermanos.


Intentaba descifrar lo que había ocurrido. Caminaban con un
cierto orgullo que no les había visto durante el largo año que
habían pasado en el pueblo. Tengo que aceptar que me dio
envidia esa resolución que llevaban. La chica hasta movía las
caderas con alegría. Quedé extasiado.

Entré en la casa. Ya no lloraban ni mamá ni Lucía. De


repente, se abre la puerta, papá llega con algarabía saludando a
todos y se detiene cuando ve sus caras.

106
Frente a un hombre desnudo

Mamá se va al cuarto con papá. Cierran la puerta con llave.


Busco a Lucía para que me explique y sólo hace un gesto de
fastidio, de ahora no. Entonces, lo único que me queda es correr
tras los tres hermanos para que me expliquen. Los alcanzo en
lo alto de la calle, toco la gabardina de Abigail, ella se voltea
con calma y me dice: “Ella sabía que vendríamos. Ella dejó algo
pendiente en su pueblo antes de venir aquí. Nunca se imaginó
que éramos nosotros. Ninguno se parece a ella. Nos adoptaron
unos colombianos”.

107
CON SU AMOR, A PESAR DE TODO

109
Martina está en blanco. No es la amnesia a la que recurren
una y otra vez en Hollywood. A veces Martina olvida alguna de
sus vidas para ocuparse de las otras.
Ahora vuelve a pensar en Joe y Martin.
Ellos tienen 23 y 22 años. Martina, 46.
No ve a sus hijos desde hace cuatro años, desde que decidió
que no podía seguir así.
A los 18 ya podrían defenderse solos.
Martina necesitaba estar sola, sin pensar que siempre ‘debía
ser correcta y ejemplo para sus hijos’.

Una casa de locos, una suciedad acumulada. Martina grita


por los platos que se acumulan en la piqueta. Nadie la escucha.
No hay nadie. Los platos son de ella. Lleva tiempo viviendo sola.
Una pequeña crisis, como Martina le llama. Un pequeño desliz
temporal, sin saber cómo salir.

Mi libertad. Me acuerdo de esos primeros días: Volver a ser


adolescente.
De fiesta con Sergi, que apareció después de haberse
esfumado.
Sergi ya no era el chico tierno con quien me besé por
primera vez. Sergi estaba metido con un juguete que hace que
nos perdamos en el tiempo.

110
Frente a un hombre desnudo

El primer pinchazo me llevó más lejos. Después he querido


repetir esa sensación y no ha vuelto. Sergi me acompañaba en
mis viajes. Nos acompañábamos.

He vuelto después de chutarme por tres años y medio sin


descanso. Las pastillas de metadona me sostienen. Sergi ya no
es Sergi, ni Sergio, ni una puta mierda. Sergi se fue. Siempre le
echan la culpa a la sobredosis, yo creo que son los chingados
policías que nos meten unos pinchazos extras para no vernos
tirados por allí.

Sergi se fue. Me quedé sola pinchándome. Ya no era lo


mismo sino viajábamos juntos. Poco a poco, entre metadonas
y los consejos del padre Estaban fui cediendo. Estoy aquí con
cuatro dientes menos y una sexualidad disminuida.

El padre Esteban ha creado una reunión obligada para el


próximo sábado entre mis hijos y yo. El polvo de estas montañas
altas, de estas montañas peladas no me gusta. El ser pobre
sin pinchazos me aterroriza. La pobreza en la villa, el viento
que silba entre sus calles y la ausencia de Sergi me llevan a la
melancolía.

Es jueves. Desayuno, almuerzo y ceno metadona. No hay


para nada más. El padre Esteban no alcanza a alimentar tal
cantidad pobres todos los días.
Hoy es viernes, mañana llegarán.
No quiero que me vean así: Arrugas como de sesenta y no
en los cuarenta. Una boca estrellada sin los cuatro dientes del
tren delantero. Una delgadez de piel pegada. Un cierto temblor
de manos por momentos, y en otros, la lentitud.
111
Adriana Rosas

Es sábado. Me levanto con el primer canto del gallo de la


vecina.
No me ducho. Salgo a la madrugada. Está oscuro.
Las luces intermitentes se ven a lo lejos en aquella ciudad
pocilga que está abajo. Sus luces se apagan y se encienden, se
mueven y me llaman.

Bajo las escaleras muy rápido, con la esperanza de caer y


abrirme el cerebro. Que salga mi sangre y se acabe esta decep-
ción prolongada.

Como no ocurre el milagro, vuelvo a subir las escaleras. En-


tro en mi casa de madera. Me ducho en el patio con agua helada
bajo un cielo que quiere decir que hoy será azul fuerte.
No aguanto mucho tiempo, mis tetas están que explotan
por el frío.
Me meto en la casa, me seco apresurada, enciendo el fuego:
pongo el café, me caliento, me recojo el pelo. Me veo en el espe-
jo: mejillas rojas, casi moradas. Salgo al patio y vengo con tres
huevos. Saco el pan, la mantequilla, la mermelada, el jugo de
naranja. Un desayuno para nosotros tres.
Me quedo dormida en el colchón.

Me despierta el último canto del gallo de la vecina. Me lavo


los dientes con lentitud, intentando quitar cada mancha que no
se va. Me pongo perfume. Me pinto los labios. Tocan a la puerta.
Mis latidos van rápido. Intento hablar y no sale ningún sonido.
Abro la puerta y son ellos dos con sus sonrisas. Con su amor, a
pesar de todo.

112
PARA SEGUIR BESÁNDONOS

113
T imbré. Nadie salía. Hacía cuarenta años que no veía a
Marie. Desde la reja trataba de recordar los tiempos en que
nos sentábamos con los amigos en la terraza mirando hacia la
calle, antes de que pasara aquello que me mantuvo alejado por
años de este barrio, de la ciudad que habíamos jurado nunca
dejar, esas promesas de niñez cuando aún la maldad no enhebra
nuestros cerebros.

Ese día hizo que nos desperdigáramos. Los familiares que


vivían en el extranjero nos recibieron a sabiendas de que estaban
en contra de la ley. Marie siguió en la casa grande blanca, no
podía huir.

Éramos cinco los vecinos. Mostrábamos nuestras rodillas


raspadas debajo de las pantalonetas color beige, nuestras
piernas llenas de picadas de mosquitos, con rallones, con golpes
por subir a los árboles, jugar a la lleva y tropezarnos con los
muebles mientras corríamos. Reíamos, nos burlábamos de todo.

A media tarde, todos sentados en las escaleras de la


entrada de la casa de Marie, tomábamos el jugo de tamarindo,
de guayaba, de corozo, con los pudines que hacía mi mamá.
Sudados y sucios, pero felices. Ahora somos limpios, vivimos en
países de nieves perpetúas y el hielo se ha ido metiendo dentro,
profundo. Ya no reímos a carcajadas, ya no nos tiramos en el
suelo para calmar el calor. Ahora el remordimiento pesa, cala
hondo y de nada han servido cuarenta años.
114
Frente a un hombre desnudo

Marie, la única niña de los cinco amigos, aparece detrás


de la reja de la casa. Debe ser ella. Sus piernas largas, sus pies
descalzos. No me reconoce. Mi calvicie Mi barriga. Grita: “¿Quién
es?”. No me sale palabra. Vuelve a gritar, con más fuerza. «La que
debí tener ese día». Desde entonces, la voz alta se me escurre.

– Soy yo, Marie. Natael. Natael Ordoñez –Marie no dice


nada. Estática. Pasan los segundos.
– No joda, no me mames gallo, ¿quién eres? –Grita.
– Soy Nata, mi niña Marie. No me reconoces. Cuando
teníamos 14 años.

Marie sale corriendo, baja las escaleras rápido. Los dedos


de su pie derecho aún siguen torcidos. El segundo montado
sobre el dedo gordo. Aún tiene el mismo brillo en los ojos. Me
mira intranquila, alegre y a la vez indecisa sin saber si soy
yo o no. Me dice que hable, que le diga quién soy. Marie, la
consentida de todos los niños de la cuadra. De subirnos a los
árboles y escondernos. De besarnos a escondidas en las ramas.
De querernos a poquitos. De meternos en los cuartos sellados.
De saber que no aprobarían lo que hacíamos.

Mi niña Marie, tú y yo. Y los cuarenta años que nos separaron,


porque teníamos que callar una boca que nos delataría. Tuvimos
que huir para que no me echaran la culpa a mí. Los cuatro
grandes amigos que seguimos en el exilio.
Después de una reunión en alguna de esas tierras frías
decidimos que debía volver, que ya se había muerto el que
nunca nos olvidaría.
Marie me abre la reja de la calle, me deja entrar. Le beso su
mano como lo hacíamos en nuestros juegos. Me inclino y le digo
que el miedo nunca nos dejó volver.
115
Adriana Rosas

Entramos en la casa. Me dice que vive sola, sus padres


murieron hace un año. Cierra la puerta, me lleva a la sala. No
atinamos a hablar. Sólo nos miramos. Sus grandes ojos tienen
más brillo ahora que cuando me abrió. Mis manos tiemblan. No
articulo palabra, al igual que aquel día.
Inicio la conversación: Ya no estoy casado, me divorcié. No
podía volver. ¿Marie, ese cuarto todavía sigue sellado? Lo que
hicimos no fue adrede. No podían echarnos la culpa. Creímos que
era un espanto, siempre nos dijeron que ese cuarto estaba con
llave porque se revolverían las cenizas del abuelo muerto por
tu abuela. Si nos encerramos allí era para seguir besándonos,
acariciarnos. Ya nada nos paraba, queríamos continuar, no
sabíamos dónde. Sabíamos que la humedad de tu panti y la
rigidez de mi pantalón al frente, sólo se podían solucionar en
un lugar oscuro donde nos pudiéramos tocar.

Logramos abrir la puerta y meternos dentro. Alcancé a tocar


tu humedad, a probarla con mis labios. Mi pantalón fue bajado
por tus manos que me acariciaban. Dentro era negro total. No
entraba la luz. No nos importaba. Sentí un roce en mis cabellos,
pensé que eran tus manos. Me rozaron la oreja, era carrasposo
el tacto, entonces, supe que no eras tú. Sentimos unos sonidos
guturales, nos subimos a prisa los pantalones. No podíamos
gritar, nos delataríamos. Ahora esa mano te tocaba a ti, trataba
de quitarla y no podía. Te jalaba. Tanteaba en la oscuridad
buscaba algo, seguía agarrado a tu mano. Sólo sé, que le tiré
con todas mis fuerzas lo que encontré y salimos corriendo.

La puerta abierta nos dejó ver hacia dentro con un poco de


luz. Era una cabeza blanca, una vieja con el rostro desfigurado,
quemado. De su cabeza salía una mancha roja y no se movía.
116
Frente a un hombre desnudo

Llegaron tus familiares, salí corriendo hacia el patio. Salté la


paredilla de tu casa, de la otra, de la otra. Me metí en la mía. Me
bañé rápido. Me acosté para hacerme el dormido.

Mandé a Juancho a que averiguara por ti. Tus papás


dijeron que estabas haciendo la siesta, que todo estaba bien.
Le preguntaron, quién era ese muchacho de camisa blanca y
pantalón crema que estuvo en la casa. Juancho me protegió, dijo
que todos nos habíamos vestido igual ese día porque habíamos
ido a jugar fútbol.

Vinieron las amenazas, no nos dejaban ir a tu casa. Un


empleado susurró el gran secreto. En el cuarto cerrado vivía tu
abuela, la que había matado a su esposo después de que él le
tirara aceite hirviendo en la cara en medio de una pelea. Para
protegerla, sus hijos la escondieron, se había vuelto loca. Y
nadie podía saber de ella porque la llevarían a la cárcel.

Nos tuvimos que ir, Marie. Tu papá nos interrogaba cada


vez que nos veía sentados en la puerta de alguna casa. Nos iba a
visitar. Comenzaron a llegar cartas amenazándonos. Decían que
él sabía quién había sido y pagaría de la misma manera.

Nos reunimos los cuatro en la casa de Juancho con nuestros


papás. La decisión estaba tomada: nos debíamos ir. Ninguno de
los cuatro delataría al otro. Nunca pude despedirme de ti, no te
dejaron volver a salir mientras estuvimos aquí.
Afuera nos volvimos a reunir y decidimos regresar.
Marie, ¿podríamos seguir probando por donde lo dejamos?
Abre la puerta del primer cuarto, el que tiene mucha luz y da a
la calle.
117
Adriana Rosas

Marie cierra la puerta. Nos volvemos a besar como cuando


teníamos catorce. La humedad no es tan fuerte; la protuberancia,
tampoco. El deseo más intenso, de un amor retenido por cuarenta
años, se da paso a la luz de un cuarto.

118
FRENTE A UN HOMBRE DESNUDO

119
Está por acabarse. Lo otro está por acabarse y puede ser
que empiece. Se cierra. Se abre.

El lente de la cámara en 1/320 va lento. Se oye un clic, hay


que esperar. Va el otro clic. Buen pulso, captar la luz. Esperar
que Valentina capte todo.
Valentina grita tres veces antes de caer al suelo, dormir y
reír en sueños.
Mariluz grita una vez, bosteza y no sueña, tan sólo duerme.

Hay dos ojos que las miran, es el loco de Juan mientras se


saca los mocos. No está loco, está enamorado de dos mujeres.
Cada una con estilo diferente. Anoche no vino a dormir, hoy
llega a su casa a las seis, mira a Valentina y a Mariluz durmiendo
juntas.

Me ducho. Simulo que llegué en la madrugada y no en la


mañana. Mariluz abre la puerta del baño, corre la cortina, me
ve desnudo, me la quedo mirando y pienso: aún es bella con
lagañas en los ojos. Mariluz no sueña, no ríe desde hace días.
Atrás llega Valentina feliz, gritando, aparta más la cortina, se
quita la ropa y se baña conmigo.
Mariluz sigue seria. Corre la cortina y sale sin cerrar la
puerta. Escucha desde la cocina las risas, los juegos, los cantos
de Juan y Valentina. Una lágrima cae con lentitud en los huevos
revueltos que hace para los tres.
120
Frente a un hombre desnudo

Salen del baño, escucho sus alegrías. Es domingo, no hay


prisas. Vienen hacia la cocina envueltos en sus batas amarilla y
naranja. Los dos colores me recuerdan los baños con manguera
en el patio de la casa de mi niñez. Poncheras de colores llenas
de agua que simulaban piscinas. Simulabas, yo sigo simulando.

No rio. Desde hace días no me ven los dientes sino cuando


empiezo a comer y abro mi gran boca para engullir y tragar la
comida. Una boca que no muestra sus dientes para reír.

Entran, se sientan a la mesa. Ella, en su silla especial. Él se


levanta, se acerca, me pregunta en qué puede ayudar. Yo sólo
muevo la cabeza de izquierda a derecha. Me pone su mano en
mi hombro. Valentina ríe desde su silla. Me acerca a su cuerpo,
me abraza. Valentina ríe más.

Él me dice cerquita al oído: nuestro último desayuno, los


tres viviendo juntos. Me besa en la frente. Me mira. Mis ojos se
cierran cerca de su mirada. Seco con mis dos manos sus lágrimas
que resbalan. Nos abrazamos. Valentina ríe aún más.

Desayunamos. Juan saca su maleta, se despide de nosotras.


Valentina ahora no ríe. Valentina mueve su manita de niña de
seis años y dice adiós a su papito que se va.
Mariluz y Juan se estrechan. Juan avanza fuera de la casa.

121
MATILDELINA LA GRAN REINA

123
Contrariarme, si siempre fui reina. En mi negocio lo era.
Si no estaban de acuerdo conmigo que se fueran a trabajar
a la calle, que no se quejaran. Al menos aquí, si había algún
problema, llamaban a los gorilas que protegían mi negocio y al
cliente lo mandábamos de patitas a la calle, no sin antes darle
una pequeña amonestación, porque a las niñas de Matildelina
nadie las trataba mal. Ante todo, el respeto. Entonces, si ellas no
aceptaban las otras reglas, si se atrevían a estar en desacuerdo
con las tarifas y comportamientos: la bella calle las estaba
esperando.

El corazón se me fue dañando. Mis ahorros se están


dilapidando en pagar médicos y medicinas. Trabajar durante
toda la vida para que mi dinero se lo lleven doctores que no me
terminan de curar. Sólo para saber que no puedo coger rabias.
No me deben contrariar. Debo llevar una vida tranquila. Y en el
fondo: las rabias siempre me habitaron.
Desterrarlas ahora sería una maldad.

Una bruja que me leyó la suerte cuando tenía treinta años,


me dijo que mi salud dependía de las rabias que cogiera. Tendría
tres maridos: a uno lo mataría, al otro le tiraría toda su ropa
a la calle y al último lo amaría increíblemente, pero él estaría
compartiendo entre las niñas de mi negocio. Fue allí, donde
cogí la rabia más grande. Sería la que me mandaría al hospital
con mi primer infarto y cuidados intensivos por quince días. El
124
Frente a un hombre desnudo

muy cabrón estaba feliz, creía que se iba a quedar con mi plata
ahorrada con tanto trabajo, que se quedaría con el negocio y
con sus niñas. Ya se imaginaba cada noche con dos o con tres
diferentes: tríos, orgías, el gran rey de mi negocio.

Todo se le vino a pique. Tan pronto salí del hospital, llevé


al pie de la letra las recomendaciones de los médicos: nadie la
puede contrariar. Me fui directo al negocio. Con la calma que
da una hospitalización de un mes, le dije a mi gorila preferido
que le daría una prima extra por coger a mi maridito de turno,
darle una paliza –que tampoco lo dejara cuadrapléjico– pero sí
con unas cuantas costillas partidas y varios moretones en su
cara y, sobre todo, sobre todo, la boca bien partida por jetón,
y en especial varias patadas en sus zonas nobles, por huevón,
por cabrón, por arrimado, por querer verme muerta, por meter
su verga en todos lados y descuidar sus funciones maritales
conmigo: Yo, La Gran Reina.

Cuando saldé a mi tercer maridito, no me quedaron más


ganas de conseguirme alguno que viviera conmigo para que me
explotara la platica tan bien habida y trabajada. Entonces, me
acordé de la bruja cuando me recalcaba que lo mío era mandar
en mi negocio y en mis tres hijos hombres. Con los maridos
tendría para un rato, pero no para mucho. Ni siquiera al papá de
mis tres hijos, mi primer marido, le toleraría sus imprudencias.
A él se la canté desde que teníamos cinco años juntos y se le
daba por desaparecer dos noches seguidas. Lo mandé a vigilar.
Ya tenía mi negocio, y otro de mis orangutanes, bajo la premisa
de una super prima extra y una recompensa con tres de mis
pimpollos, las que él quisiera, se prestó para hacer de detective.

125
Adriana Rosas

Y lo encontró en otro negocio similar al mío, pero dedicado a


hombres que se especializaban en los menesteres del chiquitico.
Destinado a los que las tetas no los entusiasmaban, sino unas
voces varoniles que simulaban ser femeninas, unas piernas bien
firmes, unas nalgas turgentes y barba en la cara. Cada miércoles,
mientras me quedaba dormida con los niños leyéndoles cuentos,
el señor se escapaba y se metía en esos burdeles.

Mi orangután, cuando comenzó la historia, no sabía cómo


decírmelo, se puso rojo, no me miraba a los ojos, me preguntaba
si realmente quería saber la verdad, tenía fotos que podían
alterarme bastante. Hasta me dio un sermón estilo consejero
personal, que si entender a las personas, que todos tenían sus
deslices, que no siempre la verdad ayudaba, que somos humanos
y tenemos nuestras debilidades. Y lo mandé a callar de un solo
tajo: “A ver, desembucha, dónde es que se mete ese hijueputa
todos los miércoles en la noche. Dímelo rapidito, que la espera
me pone nerviosa. No te dé miedo decirme lo que sea. Si tiene
tres, cinco viejas. Estoy preparada para lo que sea”.

Mentiras. Para esa gran verdad, se detuvo todo. Paró la


música de mi negocio. Las niñas dejaron de contonearse. Las
luces rojas se volvieron blancas. Cuando regresé, giraban las
luces estridentes, la música se subió de volumen, todos iban
rápido saltando. Las niñas y sus tetas al aire volaban borrachas
y me miraban desde arriba burlándose de mí. Yo, la Gran Reina,
estaba con un maridito marica. Un gran maricón.

Mandé detener el circo que se me montó en la mente, los


juegos de colores, las acrobacias de mis clientes con las niñas.
Ordené parar la música, día libre para todos, a los clientes
126
Frente a un hombre desnudo

gratis el polvo, pero que se fueran rapidito. En media hora, sólo


estábamos mi orangután y yo planeando cómo mataríamos al
hijueputa que de noche metía su verga en el culo de un tipo y
a la mañana siguiente la metía en mi coño. Esto, no daba para
menos. No importaba que fuera el padre de mis tres hijos y los
dejara huérfanos de papá.

Para no alargarles la historia, por arte de magia el tipo


desapareció de la noche a la mañana. Mandé llamar a la policía.
Lloraba, gritaba. Pasaron diez días y lo encontraron tirado en
el monte, lo habían torturado. Tenía en los huevos quemones
de cigarrillo. El pene cortado en pedacitos. Y en el culo una
manzana roja atravesada por una flecha que terminaba en un
corazón rojo de icopor. Decían que era una venganza por no
querer pagar la vacuna que pedían por este tipo de negocios,
que le dieron por donde se da duro al orgullo de un verdadero
hombre, padre de tres hijos pequeños y una esposa respetable
dueña de un negocio rentable.

Se cerró el caso. Y mi conciencia libre y feliz por haber


finiquitado como tenía que hacerse con un marido redondo y
mentiroso.

Tengo 82 años, mis tres hijos y mis nietos me adoran. El


corazón me sigue molestando, pero soy feliz. Mi conciencia está
tranquila porque siempre hice lo que debía ejecutar. Cumplí con
el deber. Nunca me quedé con nada guardado.

127
MIRADA BESTIAL

129
Me llaman Cesc, me sacan a pasear todos los días entre las
siete y las nueve de la noche. Tengo nueve meses y no conozco
mucho de la vida. Esta semana ha ocurrido algo diferente.

Maiti me saca a la calle. Debo esperarme todo un día para


que esto ocurra. He de decirte que a veces no aguanto y cuando
ella llega me insulta por el reguero que encuentra. Ya quisiera
que ella estuviera todo un día sin entrar a esa habitación de
baldosas blancas sin tirar de la cadena.

Al final de la tarde, se me baja la temperatura de la nariz


y sólo deseo que ella llegue para sacarme. Maiti cree que me
pongo feliz porque ha llegado, pero no se entera que es porque
ando que me hago encima.

Maiti me sacó el lunes de la semana pasada, el ambiente


estaba diferente, había mesas en las calles, creí que sería para
comer, me entusiasmé pensando que me tirarían algo. Siempre
me dicen: “Tan mono”. Y yo, muevo la cola, muevo toda mi
pelambre, pongo mis ojos tiernos, los desplazo de su cara a la
comida y entienden que quiero comer.

El desfile de comidas que pasaron por mi mente, se


desvanecieron con velocidad. En las mesas hacían figuras con
papeles y plásticos. En la mitad de la calle, en el cielo, habían
puesto hilos. No entendía. Tendría que esperar que pasara otro
130
Frente a un hombre desnudo

perro y que no fuera de los que ladran y me huelen los huevos.


Los mayores ya andan un poco más tranquilos y sólo me huelen
el hocico. Los cachorros como yo, jugamos y en medio de ello
hablamos y nos contamos cosas. Si es que nos dejan estar un
rato juntos, porque siempre están deprisa, hasta para mear
tenemos que hacerlo rápido porque nos jalan de las cuerdas
que llevamos en el cuello, como a Kunta Kinte, que lo vi por
televisión.

Creo que están preparando una gran red para apresarnos


a todos los perros que vayamos por la calle. En la televisión vi
que hacían trampas similares para atrapar jaguares en la selva.
Esa cajetilla negra es mi comunicación con el mundo. Al menos,
Maiti tiene un gesto perruno y se entera que todo el día en la
casa sin ver a nadie sería muy aburrido. Ahora me parezco al
viejito del edificio de al frente que todo el día tiene enchufado
ese aparato.

El martes Maiti me saca. De las cuerdas de arriba están


colgando cosas. Creo que son imágenes que se parecen a carne,
para que saltemos y nos quedemos allí pegados. Pero están muy
altas las cuerdas, entonces eso no podría ser.

Miércoles. Por fortuna veo en la calle a Princesa. Nuestros


amos-dueños se detienen a hablar. Puedo verla a los ojos y
preguntarle qué es lo que hacen en la calle, que ni siquiera casi
coches hay. Princesa es pequeña como yo, tampoco lo sabe.

Jueves. De arriba cuelgan flores de plásticos, en otras calles,


colas de sirenas. Sigo sin entender.

131
Adriana Rosas

Viernes. La calle tiene más movimiento, más cosas


enganchadas de arriba. Hoy Maiti me sacó más tarde, me dijo
que tenía mucha hambre y primero cenaríamos.
A aguantar las ganas de hacer pis, pero no hay que
quejarse, al menos hubo comida natural y no esas pepitas de
olor desagradable.
Lo bueno de salir más tarde fue que en las mesas sí comían
y como puse mi mirada de perro tierno me tiraron comida. Hoy
la panza la tengo grande. El detenernos para que Maiti hablara
con sus amigas, me sirvió para enterarme que esas máquinas
de metal con un logo rojo son cervezas. Un día la probé de una
botella rota en la calle y estaba amarga, pero después me sentí
no tan pensativo y un poco más volador.

Sábado. Paseamos por más tiempo. Hoy Maiti no trabaja.


Y yo soy su única distracción, aparte del teléfono. No recibe
visitas. Sus hijos viven fuera. La familia está como apartada. Y
los amigos no sé si los ve en otras partes. Por eso me compró a
mí, para ‘alejar su soledad’: esas son las palabras que Maiti usa.
Me da tristeza la Maiti. Se sienta frente al aparato de colores
y su mirada se pierde como la del viejito del otro edificio. Yo
he visto que le salen lágrimas. Y entonces, me llama para
acariciarme. Habla conmigo, me cuenta sus cosas.

Domingo. Maiti sale más temprano, va arreglada. Se ha


maquillado y un olor de sus perfumes se ha puesto. A mí me
irritan, estornudo y Maiti se ríe.
Es medio día. Nos sentamos en las mesas de la calle. Dicen
que es un sopar de veïns. Me dan comida, yo ando feliz.
Al lado de Maiti se ha sentado un hombre de canas, bigotes
y ojos que brillan. Se han tocado las manos debajo de la mesa,
132
Frente a un hombre desnudo

yo los he visto. A veces, sí sirve estar por debajo de la altura de


los demás. Al menos, el cotillar me divierte un rato. Los dos del
otro lado de la mesa se han quitado las sandalias y se rozan los
pies: Escenas de amor.

Maiti se olvida de mí, me deja atado a la pata de una mesa


y se va con Francesc a mirar lo que cuelga del aire. Se sientan
en otra mesa y hacen lo mismo que los otros, unen plásticos,
pintan.

Me duermo y cuando despierto, veo a Maiti riendo con


Francesc. Maiti se me acerca y me dice que va a tomar un café en
el bar de la esquina, que ya vuelve. Se van y enseguida aparecen
niños de todas las edades que me miran con ganas de volverme
un juguete más. Veo sus intenciones y les muestro mis dientes. Se
siguen acercando y les gruño. Algunos se alejan, otros se hacen
los valientes. Entonces, empleo mi táctica: gruño, muestro los
dientes y me abalanzo hacia delante como si los fuera a morder.
Todos salen corriendo.
Entonces, me tiro de nuevo con cara de aburrido, sobre el
pavimento.

Hoy duramos aquí hasta muy tarde. Tengo mucho sueño. Es


de noche, todo está oscuro. Maiti me trae comida en un plato.
Me acaricia sólo un rato y vuelve con su Francesc. Me vuelvo a
dormir hasta que me jala de la cadena para irnos a casa. Nos
acompaña este hombre. Creo que en la casa seremos tres esta
noche.

Lunes. Mucho ruido en la calle. Llega más pronto Maiti


del trabajo, me dice que debemos salir antes de que se llene
133
Adriana Rosas

la calle. Beben en vasos de plásticos. Hay música. Gritan que


son las fiestas de Gracia. Y por primera vez me doy cuenta de
lo que está pasando. Me pregunta si quiero quedarme abajo o
subir. Con los ojos le digo que en las fiestas. Maiti entiende. Se
encuentra con Francesc, se toman de la mano y se dan un beso
en la boca.

134
ENTRE TRES

135
Mientras la miro están los ojos de él en los míos. Me
imagino cómo él la detallaba, lo que le gustaba. Su pelo ondulado
alborotado cae natural. Se levanta su pelo para mostrar su
rapado. Siento cosquillas. La otra mujer le acaricia con sus
dedos donde crece el pelo largo, donde están sus pelos cortos.
Ella tiene la dualidad. Dulce-Loca-Inteligente-Sensual-Fotógrafa-
Amante.
Recuerdo sus movimientos rápidos para subir para bajarse
del carro. Su abrir de piernas natural. Su color bronceado, sus
músculos.

En el inicio de la noche ella es tranquilidad. Lo que lleva en


la botella de plástico sube sus impulsos. Gana en entusiasmos.
El humo del cigarrillo lo vuelca hacia arriba, sube su barbilla,
abre un poco sus labios rojos. La detallo. Intento que los otros
no se den cuenta. La que antes estaba con él me mira de reojo.
Ella me ha descubierto.

Ella se sabe hermosa y segura. Ríe a carcajadas. Está llena de


vida. Huyo de sus ojos. Tiene mirada fuerte y trata de meterse
dentro de mí. Sé que es amable, tiene una cierta ternura en sus
movimientos en su cadencia al hablar. Se nota que aguanta
poco. Es temperamental y no se ahoga en un vaso de agua. Él
la podría desear hasta amarla. Así como él se detiene en ese
triángulo que inicia las piernas, en una de sus subidas rápidas
al carro mi mirada se detiene allí.
136
Tedio

Estoy demasiado cerca, demasiado cerca para que él


sueñe conmigo.
Saco mi brazo que está debajo de su cabeza dormida,
mi brazo dormido, lleno de agujas imaginarias.
En la punta de cada una de ellas, para su recuento,
se han sentado ángeles caídos.

Wislawa Zsymborska, Estoy demasiado cerca

El silencio estaba.
Atrás se escuchaba un salir de gas de la estufa mientras se
calentaba el pan del desayuno. Ese sonido me servía de relajación
mientras estaba sentada con la puerta abierta del baño.
Más tarde, el chorro de la manguera que regaba las plantas
del jardín de abajo me servía para ahuyentar los ruidos de los
coches del otro lado de la calle: sus frenos, sus pitos, sus motores.

El loro de la vecina de atrás se levantaba a hablar en la


mañana, luego cesaba su verborrea. Juan era igual. Lo escuchaba
sólo en la mañana, se iba a su trabajo, volvía cansado y cenaba
con monosílabos:
137
Adriana Rosas

– ¿Cómo te fue en el trabajo? – Bien.


– ¿Vendiste muchos repuestos hoy? – Tres.
– ¿Cómo estuvo el almuerzo? – Normal.
– ¿Me extrañaste? – Sí.
– Cuéntame algo interesante que – Todo igual.
pasó en la oficina.

Juan con parsimonia iba a la cocina lavaba los platos con


tranquilidad, se ponía su piyama, prendía la televisión y se
acostaba en la cama a cambiar canales con su cara somnolienta
de estupidez. Se dormía, le apagaba el aparato. Al día siguiente:
la repetición. Con él, sí. Con los demás, no.

–Sí, un café cargado, un expreso doble por favor. ¿Qué


quieres tú, Lino?
– Una bola de helado de vainilla y un expreso. –Lino me
miraba con ternura.

Con Lino me veía para dispersar la monotonía de los días,


mientras hallaba un tiempo para descansar de la novela que
tenía un año en escritura. Nos citábamos en el Café Don Angelo
de la Plaza Manuela Beltrán. Teníamos nuestra mesa en la
esquina derecha y podíamos ver la plaza desde la gran ventana,
con su desfile de niños jugando, novios besándose, militares
cazando muchachas, viejos leyendo periódicos en sus bancas,
palomas tratando de comer lo que dejan los turistas, mujeres
solas con su coches de bebés, los punks y sus cabellos verdes,
hombres y mujeres caminando de prisa.

Lino y yo nos citábamos a las tres, después de la siesta. Un


café nos despertaría para seguir escribiendo. Él, en su casa; yo,
en la mía.
138
Frente a un hombre desnudo

Unos besos nos ayudarían para calibrar la tarde. A veces,


nos íbamos caminando a su casa para hacer el amor, leer lo
que habíamos escrito y soñar sólo un poco, antes de que la
parsimonia volviera a mi casa.

Cuando llegué a las seis me sorprendió verlo allí en el sillón,


nunca estaba antes de ocho de lunes a viernes; los sábados, no
antes de tres; y los domingos, no antes de cinco, porque iba a
visitar a su madre poco después del desayuno y hacía la siesta
en la que fuera su cama de niño soltero.

Tenía cara de felicidad, reía –algo extraño en él–, y me


mostraba unos papeles que movía en su mano de niño grande.
Pensé en un ascenso, en algún tiquete de compras como regalo
para su madre. Había muchos colores en esos papeles, cambié
de idea. Nada sorprendente podía esperar de él. Debo aceptar
que lo hizo: Eran dos tiquetes por una semana en las Islas
Seychelles. A nombre de Juan Alcocer y María José Montes.
–Tenemos que cambiar un poco, era una sorpresa que te
tenía. En el plan están incluidas bebidas y comidas ilimitadas.
Podremos darnos un gran banquete y estar medio borrachos los
siete días.

Moví la cabeza de arriba a abajo, con una amplia sonrisa


hipócrita. Yo no bebía alcohol ni comía mucho. La gran barriga
de Juan sí agradecería lo que venía. Saldríamos mañana. Y antes
quería verme con Lino. Debía prepararme.
–Tengo que salir a comprar el bañador, el que tengo ya no
me queda. Vuelvo enseguida. –Salí de prisa tirando la puerta de
la casa.
Llamé a Lino, nos vimos en su casa. Le entregué en papel y
en un CD, mi novela: Tedio. Quería que la tuviera por si algo me
139
Adriana Rosas

pasaba en las aguas de ese océano. Juan era la excusa de Tedio y


afuera estaba la incertidumbre.

140
Cristina

Salí en la noche, tan pronto dieron las ocho, después de la


llamada de mi marido que estaba de viaje y la de mis dos hijos
que estudiaban en el exterior. Les dije que el calor me tenía
atontada, que no me volvieran a llamar en la noche porque me
acostaría a dormir de inmediato.

Coger el Mercedes rojo me delataría, alguno de los amigos


de la casa me podría reconocer con facilidad. Entonces, me
decidí por los taxis del 5777777. Los de la estación cerca de casa
no podían ser, me cogerían infraganti.

Llegué a las 8:30, me estaba esperando en la puerta de su


casa. Me hizo entrar, me acomodó en el sofá. Me besó y sentí
la suavidad de sus labios. Lo tenía todo preparado. Una mesa
decorada para una cena íntima. Gustavo estaba enamorado.
Pedía que me separara. Yo no podía. No sabía si en verdad lo
amaba. A Pedro, de todas formas lo seguía queriendo. No estaba
preparada para enfrentar públicamente que tenía un novio
quince años menor que yo.

Pedro vuelve y me trae su regalo de viajes, el perfume que


quería. Pedro me acaricia la espalda, dice que me extrañó en
esas dos semanas, que lo tengo arrecho: “Te quiero ver con la
141
Adriana Rosas

ropita interior que te traje. Mamita, échate el perfume. ¿Sí?


Me excitaba pensando que te lo echarías en el pliegue de tus
senos. Cris, siempre pienso en tu sexo, en tu olor. Y ahora que
los muchachos no están podemos hacerlo en cualquier parte de
la casa. ¿Qué tal en la sala?”.

Estamos adormecidos encima de los cojines tirados en el


suelo de la sala. Suena el teléfono a las doce de la noche. Mi
marido salta. Cogo el teléfono, me pregunta si ocurre algo malo.
Es Gustavo y lo quiero estrellar contra la pared, él sabía que mi
esposo llegaría hoy y habíamos acordado no llamadas. “Cris, te
extraño, perdóname que te llame a estas horas, pero no aguanto
el pensar que estés con tu esposo. En estas dos semanas me
enamoré todavía más de ti”.

– No, Gloria. Estaba dormida. Estás borracha otra vez.


¿Qué pasó ahora? Ya verás que mañana todo lo ves diferente
y ni siquiera te acordarás que hiciste esta llamada. Tranquila,
duérmete y ya nos veremos mañana para tomar un café y hablar.
Ve, duérmete. Tranqui. Tranqui.

– Sí, otra vez, Gloria borracha. Vámonos a la cama a dormir,


mi amor.

142
Merce

Se subió al bus. En la oscuridad parecía un hombre. Alta,


fornida, fuerza en sus brazos para levantar la palangana pesada.
Se sentó en la primera silla. Llevaba todas las monedas
contadas en su mano, sólo la abrió para entregárselas al chofer.

La pude detallar más. Tenía trencitas entrelazadas en sus


cabellos blancos. Mostraba seguridad en sus movimientos.
Se acomodaba en su silla, cerrando a la fuerza las piernas del
hombre que tenía a su lado.

Su mente estaba tranquila, se iba de la calle 93. Comenzaba


a llover y tal vez le iría mejor abajo, donde no estaba lloviendo.
Cruzó sus manos. Tenía las uñas como las del Dr. Howard.
De niña pensaba que por el oficio de médicos cirujanos, la
forma cuadrada de las uñas denotaban la certeza del trazo con
el bisturí. Ella no era doctora. Él era delgado. Ella, gruesa. Los
dedos de Merce como los del Dr. Howard. Los dos eran negros.
Con sangre cargada de Senegal.

Yo sabía que pocas noches serían como ésta. Tendría


que vender hasta más tarde. Pero había valido la pena. Mis
encuentros, una vez por mes, me relajan. Me distraen de una
monotonía cargada de gritos. Me encontré con Cástulo esta
143
Adriana Rosas

mañana, una escapada en el viaje al mercado para comprar el


maíz. Los dos somos de San Basilio de Palenque.

Dejé de querer a Martín hace unos años. Nos vinimos cuando


los niños eran pequeños. En ese entonces las escapadas no las
necesitaba. No las pensaba. Martín y yo todavía nos amábamos.
Todavía el rencor no estaba dentro de mí. Mi primer intento ni
siquiera se había acercado.

Martín comenzó a llegar tarde, a oler a trago. Su cara se


contorsionaba, sus arrugas se profundizaban. Su lengua blanca,
oscura al final. Gritando y mandándome a la mierda. Los niños
y sus llantos. Mi histeria controlada para no recibir insultos. Los
ojitos de los niños desde abajo tratando de calmarlo.

Todos ya tienen más de dieciocho. Martín sigue en la casa.


Sus gritos han bajado, su voz, no. Mi escape una vez al mes.
El mercado: la excusa. Cástulo viene a la ciudad. Sus ojos son
tiernos, sus pestañas alargadas me miran, me seducen. Una
mañana en que estoy perdida para los demás. Cástulo trae en
su piel el olor de mi pueblo. Ese que perdió Martín desde que el
alcohol se lo tragó.

Cástulo me mira y sabemos que el motel de la esquina


está esperándonos. No quiero que él entre allí, que pierda la
naturalidad que extraño de mi tierra. Su boca sigue oliendo al
café endulzado con panela. La carretera no alcanzó a borrarle
el olor de su verga: a tierra: al arroyo que ha disminuido desde
que me vine. Cástulo con su verga que se le pinta en el pantalón
mientras tomamos limonada en la esquina. Mis tetas que se
paran con ganas de chupársela. Comenzar a contar que ya no
son 30, sino 29 días los que faltan.
144
Frente a un hombre desnudo

Se baja del bus. Firmes sus piernas. Baja sola su palangana.


Se la pone en la cabeza. Sonríe. Ríe sola. Dirían que está loca.
Merce y su caminado sexi con su palangana arriba. Merce con
sus pensamientos de esta mañana. Sin querer llegar a su casa.

Desde la cuesta baja un carro negro de vidrios oscuros. Le


pita a Merce. Ella se ríe y muestra sus dientes blancos. Los que
se cruzaron con la boca carnuda de Cástulo esta mañana.
El Dr. Howard grita: – Negri, espérame. Voy a comprarte
bollos.
El Dr. Howard lleva hacia atrás su mano derecha y busca su
billetera.
– ¡Merce!, estás más buena que nunca – le dice con picardia.
– Usted sabe, hoy fue el día, el día del mes.
El Dr. Howard saca un billete, sus dedos delgados se rozan
con los de Merce. Allí están los mismos dedos. Él viene de San
Andrés con sangre cargada de Senegal. Faltan 29 días. Los dos
se ríen a carcajadas que salen desde el centro de la barriga. Sus
hermosos dientes blancos, venidos de África.

145
Cuando se corren las cortinas

Maritza le dio un adiós a Ricardo hace dos meses.


Hace tres meses Maity tuvo su hija.
Ricardo se retorcía en su narcisismo. Un trío en algún
momento. Una pregunta sin responder.
Ahora cada uno en su rincón amarillo, rosa y rojo en extremo.

Maritza trata de organizar su vida. Corre las cortinas de


su habitación amarilla para masturbarse frente a la pantalla
del computador. Cierra las ventanas para que los vecinos no
escuchen los jadeos: los que salen de la pantalla, y luego los de
ella.

Maity cierra la ventana, para que no se escuche el ruido de


afuera. Baja las persianas que ahora son de color rosa. Prende
el aire acondicionado. Pone a rodar el móvil que cuelga del
techo. Se escucha una canción de cuna, unas lucecitas suaves
se asoman entre las figuras huecas de colores. Apaga la luz del
techo. Se asoma a la cuna donde aparece el rostro sonriente de
su hija. De la repisa saca un cuento y con su voz intenta dormir
a Lucy, que la mira con sus ojos que todo lo preguntan, y su gran
pregunta nadie la escucha.

Ricardo recorre con sus ojos de mastodonte su apartamento


grande. Sus ojos no paran, siguen la línea del mar y en su
146
Frente a un hombre desnudo

ventana de cristales mira sin mirar. Su gran trofeo: su conquista:


este apartamento. Una gran pared roja rompe el blanco de todas
las otras blancas. Ahora se sueña en sus contradicciones: Querer
ocupar el apartamento con mujeres de por días: Querer ocuparlo
con una mujer que dure meses, años: Querer una familia: Querer
amantes, la emoción, el misterio: Querer que todo gire en torno
suyo.

Un año antes fueron trío. Maritza ignoraba, lo sospechaba


y le preguntaba. Él lo negaba. Su silencio, su mal genio, su
no querer dormir con ella, su continuo y metódico rechazo.
Sus infidelidades le impedían besarla y dormir a su lado. Sus
mentiras.

Me metía en internet, para ver lo que ella sospechaba. Me


metía para sentir lo diferente. Me cansé de lo mismo. Había
durado mucho. Ella me rechazó y busqué la venganza. No la
confrontaba. Mi cobardía tan contraria a la de ella.

Maity y su gordura me coqueteaban. La cantidad siempre me


ha llamado: sus tetas grandes, su culo gigantesco. Su coqueteo
no paraba. Hasta que al final logró lo que siempre se proponía.
«La verdad nunca desprecié a las gordas; seamos sinceros, a las
flacas tampoco».

Quería que él estuviera conmigo. Me lo quería comer. Quería


que me la metiera por el culo, como a él le enloquecía. Decía
que lo amaba. Sexo. No sólo sexo. Se comenzó a encarretar. Y la
pregunta se la veo en los ojos de Lucy. Sus ojitos que se cierran
mientras mi voz en este cuento la duerme. Mientras las hadas
madrinas sacan su varita mágica y le dicen que pronto verá la
respuesta.
147
Adriana Rosas

La incertidumbre de saber dar una sola respuesta. La miro


y trato de descifrar de cuál de los dos será. Hago cuentas, sumo
días, los quito. Miro sus ojos, su cabello, su nariz, sus labios, su
color: Se parece más a mí. No me la pone fácil.

Le pido un examen de ADN, al fin me atreví a proponérselo.


Mis cagaderas continuas. Maity lo rechazó en un inicio. Fuimos
al laboratorio. Lucy lloró con el pinchazo. La jeringa llenándose
de sangre mientras agitaba su bracito delgado de niña de seis
meses. Sequé sus lágrimas con mi boca.
¿Y si no lo es y ya me encariñé?

148
GOL-ERO

149
Se deslizaban los vagones uno a uno en sucesión
inmediata. Lars von Trier con sus rieles en Europa que se siguen
unos a otros. Éste, sin embargo, era más lento. Otros pasajeros
volaban en su interior. A Emperatriz le extrañaba el tipo que
había contribuido a la ebullición de la barriga que cargaba.

Escapaban en su viaje, de lo que les precedía, otro tanto de


los tantos escapes a los que se veían convocados sus coterráneos.
Creían que llegarían lejos: Se equivocaron. De pronto, paró el
movimiento su continuo deslizamiento. Cabezas afuera Montaña
enfrente Rieles terminados Fin sin haber llegado a un destino,
el que fuera, pero fuera de esos límites. La incertidumbre los
abrazaba una y otra y otra vez, sin la tregua.

El coronador de la Emperatriz, un tipo delgado Oscuro de


Piel: De piel oscura: Jeans limpios de un azul claro bordeando
sus fuertes piernas: sobretodo, extrañado del repentino frenazo.
De la repentina montaña cortando las hileras paralelas de los
rieles.
No sabía qué pensar. A quién culpar del engaño en el que
estaban embarcados por el embaucador. Por el timador oriental
de ojos rasgados, por los sudores que escurría por las puntas de
los pelos de su frente para caer finalmente entre las miniaturas
de las bolas que se movían para mirar en acecho a sus taimados
clientes que creían sin pestañear en todo lo que les prometía: El
Escape Final.
150
Frente a un hombre desnudo

Empe con su coronador, el delgado tipo de oscura piel. Su


mirada no se atrevía a acechar a su Reina, sus tiernas promesas
ahora estrelladas contra una mole de tierra y árboles de siglos
en el mismo lugar cortaban de un tajo esos rieles que prometían
caminos más allá del escape en el que estaban metidos, como
otros tantos en esa región.

Empezaron a escalar la montaña. Querían vislumbrar eso


detrás, lo del más allá, para correr antes de que llegaran sus
perseguidores dejados días atrás cuando la locomotora avanzaba
más rápido que sus pies llenos de callos por las caminatas con
botas pantaneras.

El oscuro cielo sin nubes: sólo negro solo: Solo el cielo:


sin aves que distrajeran la mirada. El vacío cielo invadía
los miembros entumecidos de los escaladores: ningún buen
vaticinio tranquilizaba la subida.

Y ella, la Empe seguía al lado de ese tipo oscuro de piel,


sin mediarse una mirada ni tierna ni maligna: sin signos: con
jadeos cada vez más asfixiantes: con un abultamiento cada vez
mayor: con una cara de desconcierto por la incertidumbre.

Yo, a quien me han llamado el tipo de piel oscura, tengo


un nombre, yo también tengo la confusión por cara. Ahora,
cargamos uno con otro. Con preguntas, sin valentías para
hacerlas. Sé que la coroné entre sueños. Sin palabras andamos el
otro con el uno. Las miradas nos rozan, esquivando un encuentro
fijo delimitado.

Estaba en el pueblo, ese pueblo de casitas desdibujadas, por


los polvorines que se armaban de tanto en tanto: después de
151
Adriana Rosas

día en día. Sus techos de zinc dirigían en direcciones diversas


la tonalidad del sol con su destructiva fuerza recalcitrante.
Las palmas extinguidas extinguieron los techos de palma, sus
frescos dieron paso al aplastante zinc de ondas calientes.

Su ancho río, como el cielo triste que nos alumbra la escalada,


pasaba por el lado izquierdo de nuestro pueblo. Vimos deslizar
amplios buques turísticos y un día sin avisarnos con un adiós
de manos: dejamos de ver sus amplias burbujas y turbulencias
de agua.

Vimos deslizar gigantes biombos orientales sobre bambús


alineados: mágicas barcas iluminadas con sombras movibles en
un espacio reducido, con kimonos envueltos en movimientos
aprendidos: con rituales de té de jóvenes concubinas. Una
vez vírgenes Una vez geishas Una vez emperatrices de viejos
hombres con dinero en sus travesías por las noches oscuras de
un cielo abierto a una luna escondida sin dejarse ver.
Sin ceremonias de adiós, se desplegaron por otros pueblos: Y
un día dejamos de ver sus rastros luminosos con olores a jazmín.

Vimos deslizar amplias chalupas de remos con varias


astas. Luego, los remos por motores de varios caballos. Luego,
desaparecieron un día Sin un adiós verbal Sin la mano.

Vimos deslizar cuerpos inflados con orificios en las sienes.


Sin vida, con unos ojos abiertos, vivos llamadores de goleros
devoradores.

Un día pararon las mortuorias corrientes con pedazos de


humanos desmembrados, de su rojo que tiñeron por algún
tiempo el río, para volver a su curso negruzco.
152
Frente a un hombre desnudo

Un día llegó el rojo a la tierra del pueblo de hojas de zinc,


para puertas para techos para paredes para luego tapar los
muertos de las calles: para luego tirarlos también por el agua.
Los vimos deslizar. Se fueron ellos por ahí casi todos. Nosotros,
los otros, vinimos: No sabemos si engañados. Los del tren,
ahora, escalamos una mole de tierra que simula no tener fin y
escarba nuestros últimos anhelos.

Antes del rojo, Empe y yo nos conocimos en la última fiesta


del pueblo. La misma noche que el primer golero se posó sobre el
primer ojo a la deriva del río: Nadie se fijó en el primer augurio
de la primera noche.
El bobo del pueblo que arrastraba su pierna derecha dejando
una X en la arena, aullaba lo visto en sus exploraciones nocturnas
del puerto. Nadie puso atención a sus gritos, le llenaron el buche
de ron para callar sus profecías. El bobo durmió por los días que
duraron las fiestas. Para así sepultar al que dañara la alegría,
para continuar con la felicidad enmascarada.

De la noche del primer golero en el primer ojo:


Empe y yo sólo recordamos los disparos de la pólvora lanzada
por los aires el muñeco disfrazado de serpientes de colores que
salían por el aire, después del inicio de su quemazón.
Empe y yo, sólo recordamos: los ojos rojos en medio de la
borrachera de todos los de la caseta de la plaza central. Decían
después, que dizque: licor adulterado, que dizque mucho trago,
que dizque mucho cigarrillo, que dizque más nada, que por
aquí los otros males nunca alcanzaron a meterse, máximo esas
amarillentas chichas fermentadas: que ya por esos tiempos no
se veían.

153
Adriana Rosas

Empe y yo, sólo recordamos: que hasta allí nomás llegaron


los recuerdos, que para qué más. Lo que viene se nos olvidó, se
nos borró de la tapa dura.

Martha antes de que cantara el primer gallo, se aproximó a


la tienda de campaña que había hecho de alcoba para la Empe,
para los dos. Martha hablaba muy rápido, no le entendíamos.
Martha sudaba grandes gotas líquidas saladas: su ropa
empapada: su pecho hundido se sacudía tratando de salir
por tantos impulsos bombeados por su sangre: hablaba sin
entenderla, rojas sus carnes blandas se movían en gelatinosos
movimientos: como si hubiera visto al fantasma del tenientes
Pringis quien ya no aparecía desde nuestra infancia: desde
que pasó sin duda alguna al otro allá a terminar de purgar sus
deudas.

Desenfundamos otro trago de ron de los alambiques de mi


padre, el padre de un cuarto del pueblo. Se lo hicimos tragar
a Martha para que aterrizara en este mundo y desembuchara
lo que le atragantaba el alma. Se le desaceleraron los motores
lingüísticos. En medio de unos desorbitados ojos pueblerinos
inocentes se escurrieron tres lágrimas espaciadas. Excomulgó
el griterío con que llegó, con lentitud y con unos ojos clavados
en la ventana de la tienda color militar, sin mirarnos: nos lanzó
su confesión:

Estaba con el sobrino del teniente Pringis, querían probar


la última chalupa anclada en el puerto vacío, como escondite a
sus juegos: después de media hora, el agua empezó a entrar:
mojados sus cuerpos sintieron las garras de un gavilán nocturno:
mojados sus cuerpos saltaron al agua para esconderse de la
154
Frente a un hombre desnudo

rapacidad: sintieron un cuerpo hinchado que los acolchaba en


su caída: la luna llena hizo que brillara el único ojo que quedaba
del hombre que flotaba con un tiro en la sien y que estaba
encallado en la última chalupa. Para huir de la muerte corrieron
por las calles con botellas tiradas: después de la última fiesta
del pueblo.

Ron para calmar las ánimas Para calmar el desencajado


guayabo Ron para calmar la memoria que trata de brotar y hay
que callar.

Con más Ron volvimos al puerto: el cuerpo había rodado: no


lo encontramos. Sentimos gritos por abajo del puerto: con más
Ron nos movimos, allá estaba, lo atizaron allá, lo miramos: sin
sus dos ojos: con sus cavernas peladas lo encontramos: el gavilán
seguro le sacó el último. A grito pelao su madre lo llamaba sin
poderlo devolver a este mundo: A grito pelao continúo la última
fiesta del pueblo que con cada nueva noche veía atravesar más
muertos de su mismo pueblo, vaciándolo, pero siguiendo la
fiesta de cinco días que no podía parar.

Ron para calmar las ánimas Para calmar el desencajado


guayabo Ron para calmar la memoria que trata de brotar y hay
que callar.

Ron para las fuerzas para enterrar tanto muerto Ron para
aguar las lágrimas atascadas por tanto golero revoloteando
Ron para olvidar que éramos menos los enterradores que los
enterrados Ron para adivinar lo que pasaba Ron para escuchar
al Chamán con sus presagios ya advertidos por Román, el bobo
del pueblo.
155
Adriana Rosas

Román, ahora entre nosotros pocos, escala la montaña


tratando de mirar adelante. Huimos sin saber ni de quiénes, ni
porqué el carmesí suplantó al siempre color carbón de nuestro
río.

Emperatriz tuvo su último sueño antes de la primera noche


de la última fiesta del pueblo: nunca más volvió a soñar, ni nadie
voló en su imaginación, ni imaginó otros mundos mientras
dormía. Nos negaron el juego preferido de los habitantes
de nuestro pueblo: Los hilos colgantes de la ensoñación en
nuestras manos al dormir: Desplegar marionetas humanas con
voluntades ajenas: Propagar ideales no expresados por miedos a
represalias: Vivir sin que nadie nos afectara: Sin desamores: Sin
torturas: Sin sueños frustrados. Maniobrábamos velas olvidadas
por nuestros antepasados Llegábamos a puertos sin temores
reprimidos: Todo abierto Nada oculto.

En el último sueño de la Emperatriz su Imperio cayó


en cenizas: Sepultados por metros de piedras voladoras
Por terremotos mitad tierra mitad rasgaduras Sus ciudades
fallecieron bajo el temblor subterráneo bajo el viento
desestabilizador: En fracciones desapareció su Creación.

Desde este aquí, en esta procesión invocamos un oráculo,


y sigue cerrado el cielo arriba. Nuestros pies están a punto de
tocar la cima: el cielo se abre y regala una luz débil a nuestras
húmedas frentes. Y todavía me pregunto por qué distantes sin
cruzar palabra.
Mi pie derecho se mueve hacia arriba, mi cabeza gira
hacia atrás. Me tropiezo con el dardo que sale de la mirada de
Emperatriz, regreso mi cabeza al frente: por última vez doy un
156
vistazo al cielo inmóvil: mi pie hace posesión de esta piedra que
dispara una carga explosiva: Volando por los aires en nuestro
aterrizaje volvimos a soñar.

Ahora nuestro río corre cristalino entre nuestros pies.


A TRAVÉS DE LA VENTANA

159
Olga mira a través de la ventana: Afuera oscuridad. Una
que otra luz titila. Ella espera que se abra la puerta. Es más tarde
que de costumbre. Se ha dado cuenta: entre más tarde llega, los
ojos más rojos.

“Si se discute mucho, el amor se va acabando”, Olga abre los


ojos a Mario y le dice con su mirada: “O más bien, si se acaba el
amor se discute mucho”.

Mario abre sus labios en forma de O y tira el espeso humo


a las pocas nubes que revolotean arriba. Lo relaja estar en la
terraza de la casa que da al tranquilo mar. Mario hoy fuma más.
La desesperación está incrementada. Peleas en su casa. Los gritos
de Olga ya están a punto de convertirlo en un punto en el mar.
Querer tirarse al mar y nadar y nadar para no escucharla más.

Se refugia donde Juan, prefiere llegar fumado a su casa. Así


duerme a pesar de sus gritos, de sus reproches. Mario no está
con otra. Mario tan sólo dejó de amarla. Los años, lo mismo.
La voz de Olga subiendo el volumen, él la manda a callar, que
baje los decibeles. Y ella más para arriba. Entonces, le propuso
divorcio, separación de bienes, casas diferentes. Y Olga subió
más el volumen. Desde entonces, cada noche en casa de Juan
antes de ir a dormir.

Juan me aconseja. Juan hombre mayor que yo, más sabio y


no metido en este lío. Fuera del ring creo que se opina mejor.
160
Frente a un hombre desnudo

Olga y yo nos conocimos a los dieciocho. En esas fechas de


idealización. De amor ingenuo. Veinte años después, la dulzura
se ha ido.

“Olgui, estaba donde Juan. Huéleme. Ven te doy un besito.


Déjame rozarte con mis dedos”. Olga mueve su pierna con
nerviosismo, con golpes rápidos cortos en el suelo. Mario le
manda un beso al aire. Mueve sus labios, los junta, pone la
bemba linda y ella, la Olguita, anda bien amargada, ni bolas le
para y voltea la cara para seguir mirando a través de la ventana.

Aquí estoy de narradora omnisciente, imparcial, pero creo


que me estoy enamorando de Mario. Quisiera ser alguno de
esos ángeles caídos que vemos en Hollywood imitando El cielo
sobre Berlín. Pero ni Wenders, ni una mierda, ni Nada. No puedo
ayudar a Mario para que no se convierta en un punto en el mar,
sino en un ser feliz, sin la ansiedad de tener siempre una mujer
al lado. Y eso que le dejé abierto el I Ching en la página 437
donde dice: “Así el noble cuando permanece solo no se aflige, y
si debe renunciar al mundo no desespera. Serenidad”.

Él lo leyó en la noche con sus ojitos hinchados por la


fumadera. Yo cruzaba los dedos para que no lo cerrara. No
lo hizo. Volvió a leerlo en la mañana. Cogió el libro. Se fue a
la ventana. Miró al mar. Se vio a sí mismo en ese punto en el
mar. Y yo, mirándolo. El amor es ciego. Pero estoy por creer
que el desamor, también. “Mario, no seas marica”: le gritaba.
Pero nada, no escuchaba. A los narradores omniscientes nos
silenciaron para los humanos. No podemos intervenir. De nada
nos sirve saberlo todo.

161
Adriana Rosas

Mario cierra el libro. No quiere que Olgui se despierte. Desde


hace dos meses duermen en cuartos separados, por sugerencia
de su amigo Juan. Al menos no pelearían en medio del sueño.

Para resumirte esta historia que se repite y se repite con


pocos cambios: En la misma tonalidad duraron Mario y Olgui
por tres años más. Ya hasta se habían acostumbrado a sus
frialdades y discusiones. Pero tranqui, no vino ningún Tsunami
y se llevó la casa frente al mar para cumplir el deseo de Mario y
convertirlo en un punto de sus aguas.

Como en las historias de princesas, Olgui conoció a su


príncipe azul en su agencia de viajes. Poco a poco dejó de pelear
con Mario. Él creía que de algo servía su mirada de bandera
blanca. Pero repetimos: el desamor es ciego.

Un día en la noche después de poner rojos sus ojos. Encontró


un carro no conocido en su garaje. Todas las luces encendidas.
Una música romántica. Y en el balcón que da al mar, una botella
de champaña sin destapar en una cubeta con hielo, velas
encendidas y tres sillas. Dos ocupadas y una vacía esperándolo.
Entonces, unas manos de tacto suave lo condujeron. Salió el
corcho y su ruido disparador. Las burbujas en la copa. Un brindis
entre tres. Y él sonreía. No sabía por qué. Cuatro cigarrillos
hacen su efecto. Y la sonrisa. Y otra copa más de champaña. Y
la cara de ese hombre que no conocía. Hasta que Olgui ya con
el efecto se le suelta la lengua y por fin: “Mario, te presento a
Gustavo. Queríamos saber si te gustaría firmar el papel del que
hemos hablado algunas veces, desde que todo esto empezó”.

Mario trata de cuadrar sus neuronas. Él sólo quería llegar a


casa a dormir. Y encuentra este teatro montado y no sabe qué
162
Frente a un hombre desnudo

responder. Mejor dicho, no entiende nada. Su mirada de perdido


como que hace que Olgui sea más explícita y quiera terminar
con esta pantomima de una vez por todas:
“Mira, Mario, estos son los papeles. Creo que así estaríamos
mejor. Sin peleas”.
Mario empieza a entender. Se queda mirando al hombre de
bigotes, al tal Gustavo del que no sabe nada. Pero al mirar su
risa de tonto, entiende que no es el abogado de su mujer, sino
su nuevo marido.

Entonces, se acomoda en su silla para sentarse con la


espalda recta. Y con una sonrisa amplia y sin querer ser más
nunca un punto en el mar, pide un bolígrafo.

163
Los dioses
Hay melancolía en sus palabras –dijo Güevain.
¡Es milenaria! –Gerard chasqueó los dedos como si fuera la
última revelación.
Quiere ser amada, pero no se deja –Una voz grave de dónde
no se sabe se escuchó.
Tiene miedo, le volvió el miedo –Exclamó una mujer con
ternura y preocupación.

Los dioses están reunidos, desde arriba miran a Hiromi


sentada en la mesa de la celebración del año nuevo. A su lado
izquierdo está Miyuki y a la derecha Naoto.
Hiromi mira a través de la ventana de su nuevo apartamento
en Barcelona. Los tres están borrachos. Naoto aprovecha para
abrazarla, ella se suelta. Miyuki ante su espejo detalla su
maquillaje bien puesto, debe estar preparada para las fotos que
subirán a la red.

Hiromi se levanta con pasos inseguros que la hacen


tambalear. La lentitud del alcohol. Va al baño. Las ganas de mear
son fuertes y las ganas de llorar también. El espejo de luces la
espera para ver correr un rímel, limpiarlo y hacer que aquí no
pasa nada, “debo aprovechar mi año para aprender español”.

Los dioses desde arriba miran el baño a través de un hueco


en el techo.
164
Frente a un hombre desnudo

Las intimidades corporales de los humanos no les afectan.


Hiromi tiene el estómago revuelto. Se sienta en el inodoro. Abre
su chorro anal con olores que tampoco le llegan a los dioses en
su olimpo de otra dimensión.
Hiromi tira de la cadena. Coge la ducha y la lleva al inodoro
para lavarse y quedar perfumada antes de salir a la noche
de discotecas en el fin de año. Aromatizar sus sentimientos,
adormecerlos para que no salgan.
Se encontrarán con otros amigos. Salen a la calle. El frío les
pega. “Este frío está que pela”: dice Hiromi mientras se sube
la bufanda hasta la nariz. Sus pelos negros lisos les cubren las
orejas y un viento se los quita por momentos para que se las
hiele, se pongan rojas y dentro de la discoteca cojan un calor
intenso.

El encuentro: Gritos agudos. Abrazos. Dos besos en las


mejillas. Risitas sin profundidades. Algo dentro del corazón de
Hiromi se achica. Es casi físico, no es poético. Siente la falta.
Hacen cola de media hora y por fin logran entrar después
de pagar treinta euros de cover por ser las fiestas de fin de año.
El cambio les favorece. Hiromi sube su ánimo con las luces, las
nubes del hielo seco, la música electrónica y una copa de cava.
Naoto la vuelve encontrar con la mirada allá al final del pasillo.
Se acerca, chocan sus copas, Hiromi fuerza su sonrisa. Naoto no
lo percibe. El amor es ciego, lo saben los dioses que los miran
desde arriba.

Otra copa para Hiromi. Bailan en una rueda grande.


Movimientos de música ligera. Noato está a su lado. La abraza
fuerte. Le baja su mano a la cintura, la aprieta suave. Ella gira su
cabeza, lo mira y se ríe con ternura en medio de lo que el alcohol
165
Adriana Rosas

le deja. Poco a poco los dos se alejan del grupo. Se miran a los
ojos. Naoto roza sus dedos sobre el rostro suave de Hiromi. Se
le acerca al oído y le recuerda lo que ya tantas veces le ha dicho:
“Te amo”. Ella, esta vez no lo hace callar: “Repítelo”. Y él no se lo
cree, su corazón bombea sangre rápida. Él se lo repite.

Los dioses miran desde arriba y saben que pasará lo que


tiene que pasar.
Discúlpame por romperte la escena anterior, pero es obvio
lo que vendrá: besos, caricias, caminar hasta el piso de Hiromi,
besarse en la calle, tocarse por algunas partes y luego: se abre la
puerta de su cuarto: pasión. ropas en el suelo. calefacción alta.
un condón puesto. unos gritos. caer dormidos. olor a alcohol, a
sexo.
En la mañana un estoy desnuda. y quién es este. qué he
hecho.
Una voz que escuchan los dioses que volvieron a abrir otro
hueco en el techo:
–Naoto, despierta. Seguimos siendo sólo amigos. Tengo que
salir a comer con Jordi.
Naoto pasa su brazo para acariciarla y ella no se deja, se
desliza con delicadeza de la cama. Abre la puerta del baño y
se escucha la ducha. Naoto empieza a vestirse. Su mirada está
perdida en el suelo. Los pantalones suben por sus piernas y se
queda mirando la cama.

Los dos bajan con rapidez las escaleras. Ella lo despide con
un beso rápido en la mejilla: “Te llamaré para estudiar español
esta semana”. Naoto reacciona con una sonrisa forzada que
oculta lo que lleva por dentro.
Los dioses no entienden. Güevain y Gerard se miran tratando
de encontrar respuestas.
166
Frente a un hombre desnudo

Hiromi camina las diez calles con pasos rápidos. Verifica la


hora en su reloj. Se sienta en una mesa que da a la calle. Le traen
la carta y sabe que Jordi no llegará. No habían quedado para
comer en este restaurante ni en ningún otro. Jordi no existe.
Naoto ya dejó de existir para ella. Jey es el único que realmente
estuvo, pero ella no existió para él.

167
¿A dónde va la basura que no se traga el mar?

¿ A dónde va tu amor no recibido por mí?


¿Dónde encontrarnos para realizar nuestro amor, nuestro
diferente amor?

Jugamos a decirnos nuestros otros amores,


a entreverarnos en celos ocultos,
los provocamos para huir, para esquivarnos, para evitarnos
para decir al final que no nos amamos.

Y abajo, abajo ese teatro de máscaras descascaradas sin reflejos


de ojos.

Tan rápido dejamos de amarnos


tal vez no fue amor
tal vez no fue nada, mi amor. Tal vez sólo un destello de nuestras
miradas a la vez tiernas a la vez eróticas.

Tal vez la suerte que andaba volando aburrida sin saber a quién
tocar, nos acarició por pocos días
apenas un roce
luego se arrepintió, nos dejó
Y yo, yo negándolo,
inmune a la suerte ida, que se olvidó de los dos juntos sin
168
Frente a un hombre desnudo

habernos estremecido, sin habernos dicho con un susurro al


oído que éramos los dos, que ahora sí éramos los dos.

Quedó aplazado nuestro encuentro en el mar.


Quedó para un después nuestro amor nunca recibido, nunca
dado, nunca sentido.

169
II

¿H asta dónde decir


Si se alarga la pita?
¿Fantasías
Juegos de palabras
o Algarabías del corazón?

El silencio habla con engaños


Dice y desdice
Se intuye Se contradice después.

Foto de hotel en Grande Ciudad: Tráfico Pitos Puteadas Risas


falsas Envidias
Tina, albornoz: disfrutar con él.

En el cuarto, un afiche de una palenquera está bocabajo.


En el Tarot, un Colgado:
Actuar. Ir al futuro. Fluir sin importar opinión de otros.

En el favor de los tiempos: Coexisten lo sensual y lo espiritual

Se sana al amanecer
Desaparece el hedor.

170
Frente a un hombre desnudo

– Con sucursales, pero con respeto: Alberto lo dice con amor


enfático.

– Las relaciones me aburren Y quiero salir pronto de ellas:


Margarita alarga un bostezo.
– Algún trauma debe tener la muchachita: La abuelita que teje.

– ¿Quieres ser mi novia?


– Niño grande, quijote tierno.

El atragantamiento acartona corazones.

La mujer no es compleja, sino complicada: dicho popular.


Más bien: compleja.

171
La droga de las cucarachas es el jabón

Las cucarachas trepan el bordillo. Vienen de tres en tres.


Quieren Atacar el tablero de ajedrez que hace de piso: baldosas
blancas y negras.

La droga de las cucarachas es el jabón. Como no lo tienen casi


nunca, cuando comen con sus tenazas que se alargan ante el
vicio: comen en exceso, se revientan y desangran.

Soy el caimán que escapó del criadero de babillas desbordado por


la inundación. Ahora nadamos en estas aguas rotas del Dique. El
agua cubre las vacas, llega al techo de las casas. Nosotros felices
en libertad nadando aguas abajo, antes que nos cacen y nos
quiten la vida como a los tigres que antes había por aquí.

Voy nadando en Taganga. Me interno en sus aguas, al lado de


una amistad amorosa.
El atardecer: sol rojo en el fondo: espuma colorada de brazadas
en el agua.
Nos internamos en la bahía. Adentro ya y con el rojo del sol que
colorea lo que deja ver el agua: nuestras caras y hombros se
vuelven resbalosos, nuestros labios se juntan, nuestras manos
se bajan, rodean las espaldas. La cercanía.
Nuestros cuerpos se atraen. La fuerza de sus manos. Sus brazos
172
Frente a un hombre desnudo

largos que me abrazan. Mis senos reposan en su pecho. Corre


más suave la piel debajo del agua. Mi humedad se confunde con
el eterno mojado del mar. No hay promesas. No hay eternidades.
Está el momento. Estamos los dos.

Las cucarachas caen en el baño con su hocico lleno de espuma.

El caimán está abierto por la mitad: un corte lo atraviesa a lo


largo.

Los dos bañistas flotan boca arriba.


Sus manos están unidas.
Descansan del ajetreo. Se preparan para la orilla.

173
AMOR

175
Voy a cruzar la calle y escucho una voz gruesa de hombre
que dice:
“Oye, Julio”
Mientras espero que la calle se limpie de carros en
movimiento, de pitos; me viene la canción: “Julio, abre el ojo, el
cachaco se conoce a tu mujer”.

Del otro lado de la calle pasa una bicicleta amarilla, de


manubrios grandes como los cachos de una vaca de la India. La
pedalea un payaso de puntiagudo sombrero rojo.

Comienzo a cruzar la calle y escucho lo que silba el payaso


de la bicicleta. Es la canción que me había acordado. Pongo
más atención a mi oído (persiste la incredulidad). Y se repite el
mismo estribillo en silbidos.

Me siento en el café abierto a la calle. Una mujer lleva


cargado un niño grande de diez años. Camina rápido, con
determinación. (El amor de haberlo llevado dentro, llevar su
peso. Él tiene algo en su pierna).
La mitad del cuerpo del niño reposa en la mujer. Él va con
sus dos brazos y su cara mirando hacia atrás. No mira el cielo,
no mira el pavimento. Va leyendo una revista, feliz, entretenido,
sus labios se mueven en su lectura al compás del caminar de
su madre, hacia un lado, hacia el otro, arriba, abajo. Siguen
caminando hasta que desaparecen de mi visión. Y la sonrisa
176
Frente a un hombre desnudo

tierna llega a mi cara. La ternura que me acerca por instantes al


roce de alas.

Pasa el tiempo. Vienen de regreso caminando el niño y


la madre. Escucho en mis recuerdos la canción silbada por el
payaso de puntiagudo sombrero rojo en su bicicleta amarilla.
Ahora el niño tiene movimientos que lo inclinan hacia la
derecha. Con una mano come su manzana. Sus ojos ríen, hay
deleite en su comer. Su madre lo lleva por la otra mano. Él cojea.
Bajo con disimulo mi mirada: es su pie derecho hacia dentro,
casi queriendo mirar hacia atrás. Su ojo derecho también gravita
hacia la izquierda. El centro perdió su eje. Su cara, de niño aún,
es felicidad. Por arriba del bolso de su madre la revista se alcanza
a ver. Van cogidos de la mano. La energía de la complicidad corre
entre sus manos unidas.

177
La vida

La vida con arte, la vida con amor.


Amar sin recelo. Amar sin abstinencia.
La borrachera del amor podría provocarme un guayabo de
orgasmos continuos: Querer y tener miedo en dos instantes
seguidos.

Me abro al amor sin continencias.


Viene… le acaricio sus patillas de hombre.
Siento su olor y su verga tiesa de macho,
Su fuerza, músculos, vellos y voz gruesa.
Un hombre. No sólo de amante, no sólo de amor.
Viene ese hombruno tierno.
Aguardo sus besos, sus caricias sobre mis pezones,
dentro de mi vagina.
Un succionador de mis tetas, de mi coño.
Mi hombre macho sabe hacerme llegar, sabe acariciar lentamente
mi cuerpo,
comérselo por trozos pequeños y hacerme correr.
Rozar mi piel: suave, fuerte, arrecho, rápido.
Penetrarme mientras acaricia mi cabello y mira mis ojos.
Subir con sus manos mi cadera y sentirlo más adentro.
Mi hombre macho sabe hacerme llegar varias veces en pocos
minutos ante sus ojos.
178
Frente a un hombre desnudo

Mi hombre no es sólo un macho.


Goza mi cuerpo, vino para quedarse, llora con una historia triste
Y Ríe a carcajadas mientras hacemos el amor
Mi hombre macho lava, cocina, juguetea con mi ombligo,
introduce movimientos mágicos a mi barriga
y acaricia mis tetas crecidas.
Sabe amarme, sabe hacerme gozar, sabe cómo soy.

Mi hombre apoya lo que tengo dentro


Está cano y aún estamos juntos
Aún estamos juntos mi hombre macho, nuestros hijos mágicos
y yo.
Él recoge su mano en la mía, recoge su ternura y me sostiene
Está aquí a mi lado y guarda en sus ojos lo que siente por mí
No busca por fuera.
Me ayuda a llegar arriba.
Mi hombre macho y yo, juntos nos exigimos reír, llorar,
amarnos y entrar en años.

179
Movimientos

Van llegando. Poco a poco se cubren los cuadrados del


tablero de ajedrez. Margarita no lo pidió, Margarita los va
llenando.

Se acerca, interrumpe, cree que volverá a ser como antes,


cree que volverá a desplazarle una pareja. El nuevo amor de
Margarita se incomoda, reacciona rápido, la detiene y Enriqueta
queda en desconcierto. Ficha ganada para Margarita. Enriqueta
es barrida y absorbida por la aspiradora del tablero.

Enriqueta se pavonea. Cree que por haber compartido algo


más allá con un anterior de Margarita, le da cierto desdén a
mirarla como si valiera menos.
El nuevo amor de Margarita le da besos tiernos que atraen
con suavidad sus cuerpos. Nada a propósito. Enriqueta la mira,
desearía estar en su puesto despertando la ternura del amor.

Ficha vuelta a correr. Enriqueta cae y Margarita ocupa el


puesto.
Margarita se pregunta cuál será la nueva jugada. Toca
esperar sin esperar. Poco a poco ellas van apareciendo sin
pedirlas. Poco a poco los cuadrados los va llenando Margarita.

180
VIII

Llegar a tiempo a los istmos de la vida.


Arriban los puntos suspensivos por el tiempo dilatado.
Los personajes predestinados hacen su aparición sin ocultarse
detrás del palo de matarratón.
El telón del teatro se sube mientras suenan los aplausos.

Acciones-Hábitos-Carácter-Destino: Lao Tzu


Hábito: Aristóteles

El hábito de llegar tarde, ¿en cuánto tiempo se vuelve carácter?


¿Cómo se deshace el hábito?
Destino: Suena a Grave, a Irreversible.

En Ceremonia de Tao se cambia el propio destino. Lo escrito.


¿Destino no sería irreversible si se cambia hábito y el carácter se
devuelve a su estado de equilibrio? ¿Y si la ceremonia?

El equilibrio de juntar las piezas y no caer del tablao flamenco


El zapateo en su ritmo del Kathak
Armonía con el click clack
181
Adriana Rosas

Romper el cristal de la tardía rebeldía después de la represión


Tintineo de cristales sobre la ventana, por la lluvia de época.

182
AUSENCIA

183
Afuera en el deseo de repetir el círculo alrededor del árbol.
Si dentro por mucho tiempo el ritmo gana la monotonía, la
repetición.

La costumbre cansa La distancia añora


¿Dónde el término medio?
¿Dónde cantar con las mismas fuerzas los estribillos de
infancia?
¿Dónde la natilla de Guille, el único whisky del año del
abuelito, el cabello blanco de las abuelas, las maletas alrededor
de la cuadra, los abrazos con los vecinos?

Ahora, las nuevas voces, las nuevas manitas, las nuevas


risas
Y sin embargo se extrañan los viejos que ya no están,
con su amor me salvaron todavía no sé de qué, no sé de qué
aquellos que comenzaron a desaparecer de uno en uno
Los que si juntos son grandes huecos en el pesebre, que
fueron pocos en aquella nuestra casa.
Nuestra casa que ahora son varias y una sola en la noche de
abrazos, de besos, de entregas, de miradas
donde reunimos fuerzas para un año.
Volver a estar juntos.

Y por ahora, la novedad por la anterior ausencia.

184
Los abuelos

Los abuelos cuentan las historias de otra forma.


El aguacatero baila, sus maracas incorporadas con las brisas me
traen la Barranquilla de las navidades.

Se escucha una tranquilidad: no hay gritos, no hay reproches,


no hay tensiones.

Los abuelos están callados.

Ya no están los abuelos.

185
La brisa que mece el patio

La casa de la infancia quedó allí


Regreso a ella, a su patio.

La batea llena de agua con mi cabeza dentro


Simulo nadar en su mar. Las olas mueven mis cabellos
ondulantes.

El árbol de mango y sus muchos años. Sus brazos entremezclan


sombras de hojas y luz sobre los libros que leo sentada en la
mecedora, cerca de su gordo tronco.

Ya no están los dos palos de guayaba. Ya no están los perros


cuidadores de los patios. Ya no están las babosas del palo de
limón. Ya no está el palo de icaco con sus frutos rosados.

Mi payaso hecho a mano por la antigua dueña de la casa Ya no


está.
La antigua dueña, su pelo liso, su baja estatura, su mirarme con
ternura.
Su antigua casa que era bien cuidada por mis padres Ya no sigue
bien cuidada.
Llegaron los otros. Pelearon con sus árboles.
Mataron sus gigantes ventanas de madera.
186
Frente a un hombre desnudo

Mataron sus árboles para construir en ese espacio de mi infancia.


En ese patio de ver subir el agua de lluvia desde la ventana de
mi cuarto.
En ese patio de moverse las sombras de sus árboles, en las
noches oscuras de miedo de mi infancia.

Querer cambiar de casa. Insistir que la vendieran, que otra


construyeran.
En esa otra de no patios de arena, de no árboles.

Entonces, arrepentirme.
Cambió la casa, cambiaron nuestras vidas.
La adolescencia tiene deseos intranquilos, influenciados.
La madurez reacomoda, decanta o aumenta la nostalgia.

187
Mi tía

Mi tía: la de las vacaciones, la de los puentes, la de


estadías sin permanencias: Llega con su risa loca, trae el aire de
pies descalzos, su pelo desordenado y un aliento a alcohol en la
madrugada.

Ella no pretende en los sentimientos. Pasa, Vive.


Desconfía del amor. Le pone cordeles, sin embargo: cae. Le
estremece volver a creer y vuelve a disfrutarlo. Vuela, mi tía
vuela. Mi tía intenta la libertad. Corta las cuerdas, sale a pasear
y nos deja para saber de su regreso. Marchará de nuevo. Volverá
y así: así.
Vuelve-volverá.

Mi tía llega a la playa. Se mete en el mar. Nada de una línea a la


otra. Saca sus acalambrados pensamientos. Flota boca arriba. Se
traga las montañas que la miran. Las aguas que ruedan abajo le
susurran pequeños secretos. La corriente fría se la lleva. Ella se
deja para no pensar y despierta en medio de la basura que no
se traga el mar.
Mi tía mira el cielo rojo en atardecer. Patalea para no hundirse.
Flota en vertical. Y si algún día los de blanco le dicen de la
muerte, caería con un gran peso en la mitad de este mar. Y si
algún día dejo de recordar a mi tía por la culpabilidad, volvería
a este mar a pedir su perdón.
188
Mi abuela y sus gafas alargadas de actriz de cine

Las imágenes no se han detenido, yo sí. Me traslado para


verlos desde arriba y el teatro de abajo tiene una historia que
tal vez podría interesar. Yo sé de ellos Yo estuve entre ellos Sigo
estándolo a mi acomodo.

Ella grita, siempre ha gritado. De niña eran las peleas. Él


también gritaba, se le estallaba la garganta y botaba su bufido
de olores de entrañas podridas. Ahora él se ha calmado.

“Los años calman”, escuchaba en mi infancia en la cocina


de mi abuela mientras esperaba el cucayo que me servirían. El
cucayo de la casa de mi abuela ya no está. Ella tampoco. Las
baldosas blancas de cuatro líneas negras para unirse en un
punto dejaron de existir para mí. Debería pasar por esa casa,
pedir permiso para entrar, recorrerla y acordarme de mi abuela
sentada en su mecedora de líneas verdes plásticas.

Mi abuela grande ya no está. Mi abuela grande y los dos


bolsillos en sus vestidos de luto. Los Bolsillos De una peinilla
De una cajetilla de Piel Roja sin filtro Del monedero que nos
llevaba a la tienda a comprar galletas de limón. Los bolsillos de
la nostalgia. La nostalgia que llevaba mi abuela en su mirada
de grandes ojos color miel. Bellos los ojos de mi abuela. Bello
189
Adriana Rosas

su mirar a la calle, mientras el rito de sacar con suavidad un


cigarrillo de la cajetilla, encender con determinación un fósforo
y soltar el humo con melancolía, con su mirada hacia allá, hacia
la calle, hacia donde tal vez podría haber estado y nunca estaría.
El hijo del que nunca me habló. Su muerte alguna vez alguien
me la contó como en un secreto, como que de eso no se habla.

Los gritos de su hija que no fue mi tía, ahora tienen voz


tierna. Antes, en la silla de la cocina mientras esperaba mi cucayo,
mis piernas colgaban, se movían; mi vista se iba a la puerta del
patio para ver si había algún níspero tirado en el suelo. El palo
que tumbaron para ampliar el negocio. Tumbaron mi árbol y
no me pidieron disculpas No le preguntaron si ya quería dejar
de vivir No nos preguntaron si estábamos de acuerdo con su
muerte antes de tiempo No se dieron cuenta que nos llevarían
en la vida sin su dulce sabor No se dieron cuenta que ya no nos
veríamos y no me dijeron a tiempo para irme a despedir de él
No se dieron cuenta No se dan cuenta de tantas cosas No se dan
cuenta de tantos gritos desperdiciados para qué.

“Alegría… Alegría con coco y anís”, escuchábamos. Salíamos


corriendo para ver a la calle, gritarle a mi abuela que la alegría
venía, y ella con su calma y su sonrisa Se metía la mano en el
bolsillo Sacaba su monedero Se levantaba de su mecedor con
su gran cuerpo Y gritaba: “Negri, ven, que estos niños quieren
alegría”. Alegría con coco y anís. Alegría sería volver a estar
allí. Volver para verte con tus gafas negras alargadas de actriz
de cine. Para llevarte cogida de mi mano y hacerte entrar en mi
cumpleaños mientras todos reunidos. Para que no te escondieras
mi abuelita Para que yo hubiera podido entender a tiempo qué
ocurría Por qué no estabas con nosotros mientras rompía la
190
Frente a un hombre desnudo

piñata Por qué no estabas para las fotos Por qué tu altura grande
estaba prohibida en nuestras reuniones familiares.

Porque yo debí imponerme a tiempo, a pesar de mis años y


hacer que te dejaran entrar Que no te escondieras en un cuarto
de servicio la vez que él llegó en la tarde sin avisar. Mi abuela
grande era como una niña cogida en su travesura y se reía y te
acompañé un rato en ese cuarto oscuro a esperar que él se fuera
Dos niñas aguardando la salida del colegio Tú y tu cabecita a la
que nunca pude entrar.

Si él era tierno Si él me cargaba en sus piernas Si él me


contaba historias de cocodrilos en el río Si él… Si él. Entonces,
por qué esconderse y no verse y no encontrarse.

Si ya no están ustedes, si ya no está la casa grande, si ya


todo es una obra de teatro sin final sin resolverse, repitiéndose
en ese cada tanto que mi mente lo permite.

191
© 2014 Adriana Rosas
© 2014 Collage Editores SAS
Impresión y encuadernación: Editorial Kimpres SAS
Bogotá, Colombia

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