Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
http://www.descargarlibroscristianosgratisenpdf.online/
Contenido
Cubierta
Portada
Introducción
¿Quién es Jesús?
Su nacimiento
¿Por qué podemos creer en el nacimiento virginal de Jesús?
¿Cómo fue posible el nacimiento virginal?
¿De qué manera fue María el modelo para los creyentes, en su respuesta a las noticias de que ella
sería la madre del Hijo de Dios?
¿Por qué incluyeron Mateo y Lucas genealogías tan largas en sus Evangelios?
¿Por qué son diferentes las genealogías en Mateo y Lucas?
¿Por qué es significativo que Jesús naciera en Belén?
¿Qué sabemos acerca del lugar donde María y José se alojaron en Belén?
¿Por qué nos dice Lucas que María tenía a Jesús “envuelto en pañales” (Lc. 2:12)?
¿Dónde acostó María a su niño?
¿No es raro que los pastores fueran los primeros en enterarse del nacimiento de Jesús?
¿Cómo eran considerados los pastores en aquel tiempo y lugar?
¿Qué es lo significativo del anuncio del ángel: “Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un
Salvador que es CRISTO el Señor” (Lc. 2:11)?
Si el anuncio del ángel fue más significativo de lo que parece a primera vista, ¿cuál es el
significado pleno de las palabras de alabanza de las huestes celestiales: “¡Gloria a Dios en las
alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lc. 2:14)?
¿Qué es loable de la respuesta de los pastores a estas buenas noticias proclamadas desde los
cielos?
Cuando los magos llegaron al hogar de Jesús —un niño pequeño en ese momento—, llevaron
regalos como un acto de adoración. ¿Cuál es el significado del oro, el incienso y la mirra?
¿Por qué necesitaba ser circuncidado Jesús, el Hijo de Dios?
¿Por qué José y María presentaron a Jesús en el templo?
Su juventud
¿Qué sabemos sobre la infancia de Jesús?
¿Por qué tardaron tanto José y María en darse cuenta de que su hijo había desaparecido?
¿Qué estaba sucediendo en el templo cuando los padres de Jesús lo encontraron?
¿Qué sucedió cuando los padres de Jesús lo encontraron?
Dado que Jesús es Dios, ¿por qué tenía que aprender algo?
¿Por qué a veces vemos la omnisciencia de Jesús y otras no?
¿Por qué necesitaba Jesús nacer de una virgen?
Lucas 2 es un relato clave del nacimiento de Jesús, pero ¿qué enseña el libro de Hebreos sobre el
Dios-Hombre que nació en Belén?
¿Qué siete verdades sobre la preeminencia de Cristo se presentan en Hebreos 1:2-3?
¿Por qué es valioso leer Hebreos 1 conjuntamente con Lucas 2?
Jesús: Su pasión
Domingo de Ramos
Jesús entró en Jerusalén para celebrar la Pascua y, como Cordero de Dios, consumar su
ministerio al morir en favor de los pecadores. ¿Qué evidencia hay en la descripción de Marcos
11:1-11 de que la gente le daba la bienvenida como líder militar y rey?
La escena festiva del Domingo de Ramos, cuando Jesús entró en Jerusalén, no ofrece ninguna
pista sobre lo que le esperaba esa semana a quien la multitud saludaba con: “¡Hosanna!”. ¿Por
qué estaba la gente tan entusiasmada?
La purificación del templo
Ya en Jerusalén, Jesús fue al templo y lo purificó, como había hecho tres años antes. ¿Por qué es
importante este acto?
La última cena
Basada en la historia de la Pascua, ¿qué hay de significativo en esta particular celebración del
histórico evento?
Cuando Jesús y sus discípulos se reunieron para la comida pascual, ¿por qué lavó Jesús los pies
de ellos?
¿De qué manera apunta la última cena hacia la celebración de la Cena del Señor en la Iglesia?
Las oraciones de Jesús en Getsemaní
Cuando Jesús oró en Getsemaní y le pidió al Padre: “Si quieres, pasa de mí esta copa” (Lc.
22:42), ¿a qué se refería exactamente?
Jesús sabía que no podía evitar esa copa. ¿Por qué, pues, oró de esa manera en el jardín?
El arresto
¿Por qué fue tanta gente a Getsemaní para arrestar a Jesús?
¿Cómo supo la multitud qué hombre en el jardín era Jesús?
El arresto fue fácil, y era el momento de ir a juicio. ¿Qué dificultades encontraron los acusadores
de Jesús?
Los juicios
¿Trató el sanedrín a Jesús con justicia?
¿Por qué Jesús no dijo nada en su defensa?
Al tiempo que se celebraban esos juicios falsos, Pedro negó conocer a Jesús. ¿Por qué cayó
Pedro?
¿Cuál fue el momento decisivo en esos falsos juicios que afianzó la muerte para Jesús?
Jesús ante Pilato
Una vez que el sanedrín encontró a Jesús culpable de blasfemia, ¿por qué los rabinos judíos
tenían que ir a juicio ante las autoridades romanas, es decir, Pilato?
Pilato deseaba liberar a Jesús. ¿Por qué se opuso la multitud?
Pilato ordenó que Jesús fuera azotado antes de ser clavado en una cruz. ¿Qué implicaba la
flagelación?
La crucifixión
Cuando Jesús llegó al Gólgota, ¿por qué le ofrecieron algo para beber?
Jesús fue crucificado. ¿Qué implicaba realmente la muerte por crucifixión?
¿Es la muerte por crucifixión a menudo muerte por asfixia?
La justicia del Calvario
¿Fue la muerte de Jesús en el Calvario el peor error judicial de la historia humana?
La gente que crucificó a Jesús, ¿fueron inocentes peones de un plan divino?
¿Cómo pudo un Dios amoroso aprobar este plan, especialmente cuando implicaba la muerte de
su único Hijo?
Entonces, la crucifixión de Jesús —la muerte del Hijo— ¿fue parte del plan de Dios?
¿Qué significó para Jesús la crucifixión como un ser humano de carne y hueso?
Palabras finales de Jesús
Las Escrituras solo registran siete breves dichos del Salvador cuando colgaba de la cruz. ¿Cuál
es la importancia de cada uno de ellos?
Jesús: Su trascendencia
La muerte de Jesús
¿Por qué enfatiza el apóstol Pablo la muerte de Cristo en vez del triunfo de la resurrección?
Jesús murió un viernes, pero resucitó un domingo. ¿Cómo se cuentan los tres días?
¿Cuáles fueron algunos de los extraordinarios fenómenos sobrenaturales que acompañaron la
muerte de Jesús, y cuál fue la importancia de cada uno de ellos?
¿Por qué murió Jesús?
La resurrección
¿Cómo podemos estar seguros de que Jesús realmente resucitó?
¿Quién vio a Jesús resucitado?
¿Por qué ha sido catalogada la resurrección de Jesucristo como el más grande evento en la
historia del mundo?
La elección entre la vida y la muerte
¿Por qué es importante quién es Jesús?
¿Cuáles son las posibles consecuencias de lo que creemos sobre Dios?
¿Cuáles son algunas guías al considerar quién es Dios?
La gente del siglo XXI trata de no ofender a las personas que tienen diferentes creencias;
tolerancia y aceptación son la norma. Sin embargo, esa no parece ser la elección que Jesús
tomó. ¿Qué podemos aprender de Él?
Jesús como Salvador y Señor
¿Cuál es la conexión entre llamar a Jesús “Señor” y reconocerlo como “Salvador”?
¿Cómo es en la vida real tener fe en Jesús como Salvador?
¿Qué significa volverse a Jesús?
La invitación de Jesús para ti
Bibliografía
Créditos
Editorial Portavoz
Introducción
El Hijo de Dios llegó a este mundo desde el cielo para habitar entre
nosotros. Su propósito final es gobernar y recibir adoración eternamente, pero
primero vino a “buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10); salvar
“a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21). En concreto, Él vino para morir a
fin de ofrecer su propia vida como un sacrificio para pecadores que no lo
merecían. Él “vino [no] para ser servido, sino para servir, y para dar su vida
en rescate por muchos” (Mt. 20:28).
Con este fin, Jesús vino a este mundo como un niño indefenso; vivió una
vida sin pecado de perfecta obediencia bajo las rigurosas demandas de la ley
de Moisés (Gá. 4:4), al tiempo que encarnaba todas las perfecciones de la
santidad divina. Aun cuando estaba sujeto a vulnerabilidades humanas
normales, como el hambre, la sed y el cansancio (He. 4:15), Jesús resistió
triunfalmente todas las tentaciones que experimentan los seres humanos (He.
2:18). Desestimando su gloria como el Señor soberano absoluto, se humilló a
sí mismo para hacerse esclavo de todos, sufriendo la más vergonzosa muerte
en una cruz; ejecutado como si fuera culpable de crímenes capitales (Fil. 2:6-
11).
Cuando parecía que tanto su vida como su ministerio habían fracasado por
completo, Jesús resucitó gloriosamente, demostrando su autoridad sobre la
vida y la muerte, y su poder sobre todas las fuerzas del infierno.
Jesús murió y resucitó por su pueblo elegido: aquellos que creerían en Él y
lo confesarían como Señor. Sobre aquella cruz, Él cargó la culpa y sufrió el
castigo que ellos merecían. Habiendo expiado sus pecados de manera total y
absoluta, Él, en su gracia, los cubrió con su perfecta justicia (2 Co. 5:21),
para que pudieran presentarse ante Dios completamente justificados. Él nos
concede la vida eterna de forma gratuita.
Ese es el mensaje del evangelio, la más grande historia jamás contada, y
culmina con la más sublime invitación alguna vez dada: “Y el que tiene sed,
venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Ap. 22:17).
En Jesucristo se manifiesta la plenitud de la gloria de Dios. El misterio y la
majestad de esa gloria resplandecen para aquellos que tienen ojos espirituales
para verla. Mi oración para ti es que, a medida que leas, Dios abra tus ojos
para ver, tu mente para comprender y tu corazón para aceptar la verdad sobre
el Señor Jesucristo. Sobre todo, oro para que ames al Salvador resucitado y
recibas su don de vida eterna.
Para el Maestro,
¿Quién es Jesús?
El Dios eterno y soberano vino a la tierra como ser humano para vivir una
vida recta entre su pueblo, y luego morir como un sacrificio perfecto para
liberar de la ira de Dios a todos los que se arrepienten y creen. Con esas
verdades en mente, no nos atrevemos a trivializar o darle un valor sentimental
a las personas y eventos que rodean el nacimiento de Cristo. El Dios
Todopoderoso del universo vino humildemente a la tierra en forma humana
para buscar y salvar lo que se había perdido (Mt. 18:11; Lc. 19:10; 5:32; Ro.
5:8).
Su nacimiento
¿Por qué podemos creer en el nacimiento virginal de Jesús?
En Lucas 1:34, María preguntó al ángel: “¿Cómo será esto? pues no conozco
varón”. La pregunta de María surgió de la sorpresa, no de la duda o la falta de
fe y, por tanto, el ángel no la reprende. Una vez que María lo comprendió
mejor, ofreció una canción de alabanza, conocida como el Magníficat. María
se refirió a Dios como “Salvador”, indicando que ella reconocía su propia
necesidad de un Salvador y que sabía que el Dios verdadero era su Salvador.
María no se consideraba a sí misma como sin pecado, ni confió en sus
propias buenas obras. Al contrario, ella empleó el típico lenguaje de alguien
cuya única esperanza para la salvación era la gracia divina. La cualidad de
María que sobresale en este pasaje es un profundo sentido de humildad.
¿Por qué nos dice Lucas que María tenía a Jesús “envuelto
en pañales” (Lc. 2:12)?
La antigua costumbre era envolver los brazos, piernas y cuerpo del bebé con
largas tiras de tela para darle calor y seguridad. Los padres de aquellos
tiempos creían también que envolver al niño ayudaba a que sus huesos
crecieran correctamente. Sin embargo, Lucas menciona este detalle para
demostrar que María trataba a Jesús de la misma manera que otras madres
trataban a los suyos. Físicamente, Jesús era como cualquier otro niño y sus
padres lo trataban como tal. Dios no le proporcionó vestiduras reales ni ropas
elegantes, simplemente guio a María y José a recibirlo como lo harían con
cualquier otro niño amado. (La ausencia de pañales era una señal de pobreza
o falta de cuidado paternal [Ez. 16:4]).
La preferencia del Señor por los humildes es clara desde el principio de los
Evangelios, reflejada por el hecho de que los ángeles llevaron las buenas
noticias del nacimiento del Salvador a los pastores, algunos de los
trabajadores más comunes y despreciados de la sociedad judía. Cuando Jesús
vino, no fue en primer lugar a toda la gente de prestigio, influencia y peso,
sino a los pobres y humildes, los mansos y afligidos —cualquiera que fuera
marginado—, y los pastores encajaban en esa categoría.
¿Cómo eran considerados los pastores en aquel tiempo y
lugar?
Nadie tuvo que empujar a los pastores para responder adecuadamente a las
palabras del ángel. Estuvieron de acuerdo en que nada los detendría de ir
inmediatamente a encontrar al recién llegado Salvador: “Pasemos, pues, hasta
Belén y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado”
(Lc. 2:15). Dado que Belén descansa sobre una colina, los pastores
probablemente tuvieron que ascender los 3 km que van desde el campo a la
ciudad. Por lo tanto, tan pronto como fue posible, salieron para “ver esto que
[había] sucedido”.
La palabra esto en este pasaje denota mucho más en griego de lo que lo
hace en español. El término significa literalmente “palabra” o “realidad”. Los
pastores comprendieron que ellos habían recibido una palabra de parte de
Dios, y la realidad de ello era que el Mesías había nacido aquel mismo día.
Ellos podían confirmar esta realidad tangiblemente, porque el ángel les dio
una señal por la que guiarse: un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre (Lc. 2:12). Los pastores habían visto y creído a los ángeles, que era
una verificación suficiente de lo que había ocurrido, pero quisieron obtener
una autentificación adicional al hallar al niño exactamente donde el primer
ángel les había anunciado que estaría. Eso afirmaría su afán de fe y probaría
que ellos eran partícipes de algo más que un simple acontecimiento terrenal.
Su juventud
¿Qué sabemos sobre la infancia de Jesús?
Esta es una singular imagen de Jesús, sentado entre los principales rabinos
de Israel, escuchándolos educadamente, haciendo preguntas y
sorprendiéndolos con su comprensión y discernimiento. Siendo todavía un
niño en todos los sentidos, Jesús ya era el más sorprendente estudiante que
ellos hubieran tenido el privilegio de enseñar. Al parecer, Él había mantenido
completamente ocupados a sus maestros por tres días y, cuando José y María
finalmente entraron en escena, la atención de Jesús todavía estaba tan
centrada en la lección que ni siquiera había pensado en buscarlos. Debido a
que todavía era un niño —el niño perfecto—, resulta razonable asumir que
Jesús mantenía el rol de un estudiante respetuoso.
No pensemos que Jesús estaba reprendiendo, desafiando o enseñando a
esos rabinos. En realidad, Lucas parece incluir esta breve anécdota sobre la
infancia de Jesús precisamente para enfatizar la completa humanidad de
Cristo; cómo “crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y
los hombres” (Lc. 2:52). Una vez más, Lucas está diciendo que cada aspecto
del desarrollo de Jesús (intelectual, físico, espiritual y social) era normal, no
extraordinario. Aun cuando Él era Dios encarnado, con todos los atributos de
Dios en su ser infinito, Jesús sometió completamente el uso de esos atributos
(como su divina omnisciencia) a la voluntad de su Padre. En consecuencia,
hubo momentos cuando la omnisciencia de Jesús se puso de manifiesto (Mt.
9:4; Jn. 2:24). Otras veces, sin embargo, su conocimiento fue velado por su
humanidad de acuerdo al propósito de su Padre (Mr. 13:32). En su
encarnación, como Lucas explicó aquí, Jesús experimentó el proceso humano
normal de crecimiento, incluyendo el desarrollo intelectual. Todo eso fue
parte del plan perfecto del Padre para su Hijo.
De acuerdo con Lucas, Jesús escuchaba y hacía preguntas, y, lo que
sorprendía a sus tutores, era su comprensión de la información que ellos le
daban, así como sus respuestas (Lc. 2:47). Por lo tanto, obviamente los
rabinos le hicieron preguntas y quedaron asombrados con su capacidad para
concentrarse y para percibir la verdad espiritual.
Las preguntas que Jesús les hacía a aquellos rabinos eran parte de su
proceso de aprendizaje, no una manera oculta de ponerles en evidencia. Él
realmente estaba aprendiendo de ellos y procesando lo que le enseñaban. Esta
experiencia seguramente proporcionó a nuestro Señor los primeros pasos para
entender cómo interpretaban las Escrituras y los detalles de su sistema
religioso que más adelante denunciaría.
Dado que Jesús es Dios, ¿por qué tenía que aprender algo?
Así como la mano de Dios fue clara en los milagros que rodearon el
nacimiento de Jesús —su concepción, su nacimiento en Belén, la aparición
del ángel y las huestes celestiales, los pastores como los primeros en conocer
la llegada del Mesías a este oscuro planeta—, el poder de Dios se hizo
evidente en las obras y palabras de Jesús a lo largo de su ministerio sobre la
tierra. Sin embargo, sus milagros y enseñanzas no solo generaron amor y
devoción, sino también odio y desprecio.
Preparación del camino
Dios envió a Juan el Bautista a preparar el camino para
Jesús. ¿Cuál fue el mensaje de Juan?
¿Por qué Jesús tuvo que ser bautizado por Juan (Mt. 3:13-
17)?
Según Mateo, “los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que
descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que
decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:16-17).
Aquí fueron claramente expresadas las tres personas de la Trinidad. La
declaración de amor del Padre por su Hijo, y el poder del Espíritu
inauguraron oficialmente el ministerio de Cristo.
Los milagros
La sanación del leproso
¿Qué tipo de tormenta calmó Jesús (Mt. 8:23; Mr. 4:35; Lc. 8:22)?
Jesús y sus discípulos estaban en la costa occidental del Mar de Galilea. En
busca de un breve respiro para escapar de las multitudes, Jesús quería ir a la
costa oriental, que no tenía grandes ciudades y, por lo tanto, menos gente.
Los vientos eran usuales en aquel lago que está unos 230 metros bajo el nivel
del mar y rodeado por colinas. La palabra griega para tempestad puede
también significar “torbellino”. En este caso, fue una tempestad tan severa
que tenía las características de un huracán.
¿Cuál fue la reacción de los discípulos a la tempestad y a la capacidad de
Jesús de calmarla?
Los mismos discípulos, que estaban acostumbrados a estar en el lago con
viento, pensaron que la tempestad los hundiría. Aun así, Jesús estaba tan
exhausto de sanar y predicar todo el día que, aun en medio de la tempestad,
no podían despertarlo. Las tempestades suelen aplacarse gradualmente, pero,
cuando el Creador dio la orden, los elementos naturales de esta tempestad
cesaron de inmediato. Al calmar la tempestad, Jesús demostró su poder
ilimitado sobre el mundo natural. En ese instante, los discípulos dejaron de
tener miedo de ser heridos por la tempestad, y respondieron con reverencia
ante el poder sobrenatural manifestado por Jesús. Lo único más aterrador que
tener una tempestad fuera de la barca era ¡tener a Dios en la barca!
Solo Juan relata la sanación de este paralítico por parte de Jesús (Jn.
5:1-15). ¿Por qué se incluye este relato en las Escrituras?
Si tenemos en cuenta todo el ministerio de Jesús, esta podría parecer una
sanación realmente insignificante. No la acompañó ningún sermón ni
discurso público. Jesús simplemente habló privada y muy brevemente con
este hombre enfermo en un contexto tan abarrotado de gente que pocos, si
acaso alguno, se dieron cuenta. No hubo un anuncio previo de la sanación, y
la descripción de Juan del incidente no nos da razón para pensar que la
sanación del hombre resultó en algún espectáculo público. Jesús había sanado
antes a un sinnúmero de personas y, por lo tanto, todo sobre este incidente
fue más o menos rutinario para el ministerio de Jesús, excepto por un detalle.
Juan acaba el versículo 9 remarcando: “Y era día de reposo aquel día” (para
una discusión más completa, véase la siguiente pregunta).
¿Por qué este detalle —“Y era día de reposo aquel día”— es importante?
A primera vista, esa afirmación puede parecer de poca importancia. Pero, en
realidad, es el punto de inflexión de la narrativa, provocando un conflicto que
marcaría otra escalada de hostilidad entre Jesús y los líderes religiosos
principales de Israel. Al final de ese día, su desprecio por Él se intensificó
hasta un nivel de puro odio y, a partir de ese momento, decidieron no
descansar —ni permitir que Él descansara— hasta eliminarlo completamente.
Recuerda que los asuntos relacionados con la observación del sábado eran
de suma importancia para los fariseos. Jesús sabía muy bien que eran
fanáticos sobre el tema. Habían inventado toda clase de restricciones para el
día de reposo, añadiendo a la ley de Moisés sus propias reglas muy estrictas
en nombre de la tradición. Consideraban sus costumbres hechas por hombres,
como leyes obligatorias, iguales en autoridad a la Palabra revelada de Dios.
Los fariseos hicieron lo mismo con todos los preceptos de la ley ceremonial,
yendo mucho más allá de lo que las Escrituras requerían. Hicieron cada ritual
tan elaborado y cada ordenanza tan restrictiva como era posible. Creían que
ese era el camino a una mayor santidad.
Cuando los amigos del paralítico lo bajaron a través del techo hasta los
pies de Jesús, este no comentó sobre lo obvio: el techo o la parálisis. ¿Por
qué Jesús abordó primero los pecados del hombre?
Cristo, en primer lugar, abordó la necesidad más grande del hombre:
“Hombre, tus pecados te son perdonados” (Lc. 5:20). Al hacer eso, Jesús hizo
algo que solo Dios podía hacer, y la sanación del paralítico era prueba de que
Él tenía la autoridad para perdonar pecados así como para sanar
enfermedades y dolencias físicas. La capacidad de Jesús para sanar a
cualquiera y a todos a voluntad —total e inmediatamente (Lc. 5:25)— era
una prueba indiscutible de su deidad. Como Dios, Jesús tenía toda la
autoridad para perdonar pecados. Este momento decisivo debería haber
terminado con la oposición de los fariseos de una vez y para siempre, pero
ellos trataron de desacreditar a Jesús acusándolo de violar las reglas del
sábado. Esta respuesta es curiosamente evasiva, no vacía de admiración y
asombro, pero, en última instancia, vacía de fe.
Cuando Jesús volcó las mesas de los cambistas y tiró sus monedas al suelo,
hubo, seguramente, un gran tumulto alrededor. Pero en medio de todo eso,
Jesús parece estar sereno; fiero en su ira, quizá, pero resoluto, firme,
impasible y con absoluta tranquilidad. Jesús es un ejemplo claro del
autocontrol. (Él muestra una indignación justa en verdad, no un
temperamento violento e incontrolable). Los comerciantes y los cambistas,
por el contrario, se levantaron para pelear. La determinación y el poder de
Jesús eran impresionantes y, sin duda, increíblemente intimidantes. Su ira es
evidente; su celo es grande e imponente; y la fuerza de la autoridad divina en
sus palabras es inconfundible.
¿Por qué eran tan inflexibles los fariseos sobre cómo debía
ser observado el sábado?
Las enseñanzas
En Mateo 5:3-13, Jesús empezó su Sermón del Monte con
lo que llegaría a conocerse como las Bienaventuranzas. ¿De
qué tratan las Bienaventuranzas?
B
ienaventurados literalmente significa “feliz, afortunado, dichoso”. Aquí se
refiere a algo más que a una emoción superficial. Jesús describe el bienestar
divinamente otorgado solo a los fieles. Las Bienaventuranzas muestran el
camino a la bendición celestial. En otras palabras, las ocho Bienaventuranzas
del relato de Mateo describen juntas la verdadera naturaleza de la fe:
• Primero, “los pobres en espíritu” (Mt. 5:3) son aquellos que reconocen
que no tienen recursos espirituales propios.
• “Los que lloran” (Mt. 5:4) son los arrepentidos que están
verdaderamente tristes por su pecado.
• “Los mansos” (Mt. 5:5) son aquellos que realmente temen a Dios y
conocen su indignidad a la luz de la santidad de Dios.
• “Los que tienen hambre y sed de justicia” (Mt. 5:6) son los que,
habiendo dejado atrás su pecado, anhelan lo que Dios ama.
Estas cuatro Bienaventuranzas son cualidades internas de la fe auténtica y
describen el estado del corazón del creyente. Más específicamente, describen
cómo el creyente se ve a sí mismo delante de Dios: pobre, triste, manso y
hambriento.
Las cuatro Bienaventuranzas finales describen las manifestaciones externas
de aquellas cualidades. Se centran principalmente en el carácter moral del
creyente y describen cómo debe lucir un cristiano auténtico para un
observador objetivo:
• “Los misericordiosos” (Mt. 5:7) son los que, como beneficiarios de la
gracia de Dios, extienden gracia a otros.
• “Los de limpio corazón” (Mt. 5:8) describe a las personas cuyos
pensamientos y acciones están caracterizados por la santidad.
• “Los pacificadores” (Mt. 5:9) habla principalmente de quienes
difunden el mensaje de “paz para con Dios por medio de nuestro
Señor Jesucristo” (Ro. 5:1), la única paz verdadera y duradera.
• Y obviamente, “los que padecen persecución por causa de la justicia”
(Mt. 5:10) son los ciudadanos del reino de Cristo que sufren debido a
su afiliación con Él y su fidelidad a Él. El mundo los odia porque lo
odia a Él (Jn. 15:18; 1 Jn. 3:1, 13).
Cada una de estas ocho cualidades está radicalmente en desacuerdo con los
valores del mundo. El mundo estima el orgullo más que la humildad; ama la
alegría más que la tristeza; piensa que la asertividad agresiva es superior a la
verdadera mansedumbre; y prefiere satisfacer los placeres carnales antes que
la sed por la verdadera justicia. El mundo mira con total desprecio a la
santidad y pureza de corazón, desdeña todo motivo para hacer las paces con
Dios, y siempre persigue al verdaderamente justo. Jesús difícilmente podría
haber elaborado una lista de virtudes más en desacuerdo con su cultura… o
con la nuestra.
¿Por qué dijo Jesús una y otra vez en el Sermón del Monte:
“Oísteis que fue dicho a los antiguos… pero yo os digo”
(Mt. 5:21-22)?
Jesús, por ejemplo, presenta el tema de la regla del Antiguo Testamento “ojo
por ojo, diente por diente” (Éx. 21:24-25). Este principio fue designado para
penas limitadas, evaluadas en tribunales civiles o criminales. Nunca tuvo la
intención de autorizar represalias privadas por insultos menores e
infracciones personales. Fue un principio que mantenía el sistema legal bajo
control, no una regla designada para permitir que un vecino fuera contra otro
en una serie de ataques y contraataques recíprocos. Pero los fariseos lo habían
convertido en eso. La venganza personal envenenaba la atmósfera social en
Israel, y los líderes religiosos la justificaban apelando a la ley de Moisés.
Jesús dijo que eso era una mala interpretación y abuso total de la ley de
Moisés.
La ley misma demanda perfección (Lv. 19:2; 20:26; Dt. 18:13; 27:26; Stg.
2:10). Obviamente, Cristo estableció una norma inalcanzable. Si bien esta
norma es imposible de lograr para los pecadores caídos, Dios no podía
minimizarla sin comprometer su propia perfección. Él, que es perfecto, no
podía establecer una norma imperfecta de justicia. Dado que ningún pecador
puede alcanzar esa norma, dependemos de la gracia para la salvación.
Nuestra propia justicia nunca puede ser suficientemente buena (Fil. 3:4-9);
necesitamos desesperadamente la perfecta justicia de Jesucristo que Dios
imputa a aquellos que creen (Ro. 4:1-8). Esa es la maravillosa verdad del
evangelio: Cristo ha cumplido la norma en nuestro favor.
Los fariseos creían que su mejor esfuerzo sería suficiente para Dios, y, en
especial, si adornaban su religión con tantas ceremonias y rituales elaborados
con tanto cuidado como fuera posible. Allí descansaba toda su confianza y
toda su esperanza para ir al cielo. Por supuesto, ellos reconocían formalmente
que también eran imperfectos, pero minimizaban sus propias imperfecciones
y las cubrían con exhibiciones públicas de piedad. Estaban convencidos de
que eso sería suficiente para Dios, principalmente porque eso los hacía
parecer mucho mejor que los demás.
Aun así, cualquier fariseo que escuchaba el Sermón del Monte hubiera
comprendido el mensaje de Jesús con suficiente claridad: la justicia de ellos,
con todo su énfasis en la pompa y la circuncisión, simplemente no podía
cumplir la norma divina. En realidad, ellos no eran mejores que los
publicanos. Y Dios no aceptaría su justicia imperfecta. Jesús les comunicó
eso de manera clara.
Casi todo Mateo 6 continúa con una crítica tipo martilleo, punto por punto,
de las características más visibles del fariseísmo. Jesús contrastaba el
exhibicionismo religioso de los fariseos con la fe auténtica que Él había
descrito en las Bienaventuranzas. La fe tiene su impacto principal en el
corazón del creyente. La religión de los fariseos, por el contrario, era de
apariencias, “para ser vistos” por otros (Mt. 6:1). La verdadera fe salvadora
inevitablemente produce buenas obras, porque se expresa a sí misma en amor
(Gá. 5:6); pero las exhibiciones superficiales de “caridad” de la religión
basada en obras no son ni siquiera caritativas. Puesto que la religión farisaica
es motivada principalmente por la alabanza de los hombres, busca exhibirse y
se convierte en la antítesis de la auténtica caridad.
Toda la animosidad de los fariseos hacia Jesús estaba motivada por su miedo
a que, si Él llegara al poder como Mesías, ellos perderían su estatus, su medio
de riqueza y todas sus ventajas terrenales (Jn. 11:48). A pesar de sus
pretensiones piadosas, esas cosas significaban más para ellos que la justicia.
Por lo tanto, cuando Jesús dijo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y
su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33), estaba
enseñando otra verdad que atacaba directamente la ética moral de los
fariseos.
La gente “se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene
autoridad, y no como los escribas” (Mt. 7:28-29). Los fariseos no podían
enseñar sin citar a este o aquel rabino, y apoyarse sobre tradiciones de siglos.
Su religión era académica en casi todos los sentidos de la palabra. Y, para
muchos de ellos, la enseñanza era otra oportunidad más para buscar la
alabanza de los hombres al presumir de erudición. Los fariseos se
enorgullecían citando tantas fuentes como fuera posible, poniendo notas al
pie de sus sermones. Les importaba más lo que otros dijeran sobre la ley que
lo que la ley enseñaba realmente.
Por el contrario, la única autoridad que Jesús citaba era la Palabra de Dios.
Él daba su interpretación sin apoyar su punto de vista en interminables citas
de escritores anteriores. En caso de citar algún erudito religioso, lo hizo solo
para refutarlo. Jesús habló como quien tiene autoridad, porque la tiene. Él es
Dios, y sus palabras reflejaban eso. Estaban llenas de amor y ternura hacia los
pecadores arrepentidos, pero igualmente eran duras y ásperas para los
hipócritas y complacientes. Además, Jesús no estaba invitando a un
intercambio de opiniones, dando una presentación académica, o buscando
una causa común con los líderes religiosos del lugar. Él estaba declarando la
Palabra de Dios en contra de ellos.
Jesús habló de una grave blasfemia muy específica que era imperdonable.
Era el pecado de aquellos fariseos: cerrar el corazón a Cristo
permanentemente, aun después de que el Espíritu Santo haya traído una
completa convicción de la verdad.
En efecto, Jesús cerró la puerta del cielo contra esos fariseos que habían
cerrado sus corazones a Él de una forma tan completa y deliberada. ¿Por qué
caracterizó ese pecado como una blasfemia contra el Espíritu Santo? Porque
los milagros de Jesús se hicieron en el poder del Espíritu Santo. Hasta los
fariseos reconocían eso en sus corazones, y aun así decían que Él operaba en
el poder de Satanás. En efecto, estaban llamando diablo al Espíritu Santo y
dando al diablo el crédito por lo que había hecho el Espíritu de Dios.
Este pecado particular era imperdonable por la finalidad del mismo; era un
acto deliberado, una expresión de incredulidad insensible y determinada.
Esos fariseos habían visto de cerca más evidencia de la que jamás
necesitarían de que Jesús es Dios encarnado. Sus corazones ya estaban
decididos. Ellos nunca creerían, sin importar lo que Jesús pudiera decir o
hacer. Por lo tanto, su pecado era imperdonable.
En Mateo 23, Jesús pronunció ocho ayes contra los fariseos. Recuerda que el
Sermón del Monte comenzó con ocho Bienaventuranzas. Esos
pronunciamientos de ayes son el polo opuesto de aquellas, y contrastan
porque son maldiciones en vez de bendiciones. Incluso, aun en las
maldiciones, hay una angustia que refleja la tristeza de Jesús. Él no está
expresando una preferencia por la condenación de los fariseos, porque,
después de todo, Él vino a salvar, no a condenar (Jn. 3:17). Dios no se
complace en la destrucción del malvado (Ez. 18:32; 33:11). Por otro lado, la
profunda tristeza de Jesús motivada por los corazones insensibles y rebeldes
de los fariseos no hizo que Él suavizara sus palabras ni desestimara la
realidad de la calamidad espiritual que ellos habían traído sobre sí mismos.
En todo caso, esa fue la razón por la que Él les proclamó este mensaje final
con tal pasión y urgencia.
Otra característica que hace que este sermón se destaque es el abundante uso
de Jesús de calificativos despectivos. Quienes piensan que los insultos son
inherentemente contrarios al carácter cristiano, y siempre inapropiados,
pasarán un momento difícil analizando este sermón. Además de las ocho
veces que Jesús, enfáticamente, los llama “hipócritas”, también los llama
“guías ciegos” (Mt. 23:16, 24); “¡Necios [o Insensatos] y ciegos!” (Mt. 23:17,
19); “¡Fariseo ciego!” (Mt. 23:26); y “¡Serpientes, generación de víboras!”
(Mt. 23:33).
No debemos suponer que Nicodemo era tan ingenuo como para pensar que
Jesús le estaba diciendo que literalmente necesitaba renacer de manera física.
Nicodemo, sin duda, era un maestro habilidoso, o no hubiera llegado a la
posición que tenía. Su pregunta a Jesús no debe ser interpretada como una
referencia literal al nacimiento físico, así como no interpretamos literalmente
la observación original de Jesús. Su réplica a Jesús tan solo utilizó de nuevo
la misma imagen usada por Jesús.
Jesús sabía algo que los cristianos modernos a menudo olvidan: la verdad no
derrota al error con una campaña de relaciones públicas. La lucha entre la
verdad y el error es una batalla espiritual (Ef. 6:12), y la verdad no tiene
forma de derrotar a la falsedad, a menos que exponga y refute las mentiras y
las falsas enseñanzas. Eso implica franqueza y claridad, osadía y precisión y,
a veces, más severidad que simpatía.
Las parábolas
Además de su enseñanza más directa, Jesús también enseñó por medio de
parábolas. Él usó treinta y nueve parábolas: la mayoría en Mateo y Lucas,
unas pocas en Marcos, y ninguna en Juan.
Los persas expresaban la imposibilidad diciendo que sería más fácil pasar
un elefante por el ojo de una aguja. La expresión usada por Jesús era una
adaptación coloquial judía (el animal más grande en Palestina era el camello).
Jesús usó esta ilustración para decir explícitamente que la salvación mediante
el esfuerzo humano es imposible, y depende totalmente de la gracia de Dios.
Los judíos creían que con limosnas una persona compraba su salvación, por
lo tanto, cuanta más riqueza se tenía, más sacrificios y ofrendas la persona
podía ofrecer y, de esa manera, comprar la redención. Jesús enseñó que ni
siquiera los ricos podían comprar la salvación; era enteramente una obra de la
gracia y soberanía de Dios.
El trigo y la cizaña
El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero
mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y
cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña. Vinieron entonces los
siervos del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De
dónde, pues, tiene cizaña? Él les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron:
¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos? Él les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña,
arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al
tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para
quemarla; pero recoged el trigo en mi granero (Mt. 13:24-30).
Al enseñar sobre el reino de los cielos, Jesús lo comparó con las plantas de
mostaza de Palestina, grandes arbustos que a veces llegaban a más de cuatro
metros de altura, lo suficientemente grandes como para que los pájaros
hicieran sus nidos en ellos. También compara el reino con la levadura, que se
multiplica silenciosamente y permea todo lo que toca. Jesús describió
repetidas veces el reino como la influencia que impregna.
El hijo pródigo
Y cuando [su hijo] aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se
echó sobre su cuello, y le besó (Lc. 15:20).
La opinión predominante entre los escribas y los fariseos era que los
prójimos eran solo los justos. Según esos líderes religiosos, los malvados —
incluyendo los pecadores más escandalosos (como los publicanos y las
prostitutas), los gentiles y especialmente los samaritanos— debían ser
odiados porque eran enemigos de Dios. Sin embargo, el “odio hacia los
pecadores” de una persona verdaderamente justa está marcado por un corazón
quebrantado y afligido por la condición del pecador. Y, como enseñó Jesús,
también es templado por un amor genuino. Los fariseos habían elevado la
hostilidad hacia los malvados hasta la posición de una virtud, y así estaban
anulando el segundo gran mandamiento de amar al prójimo (Mt. 22:39). La
respuesta de Jesús a este intérprete de la ley demolió la excusa farisaica para
odiar a los enemigos.
Enseñanzas adicionales
¿Qué otras verdades enseñó Jesús sin usar una parábola?
Los cimientos de una casa
Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que
edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon
contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca (Mt. 7:24-25).
Que un rabino se prestara a fraternizar en una reunión con ese tipo de gente
era completamente repugnante para los fariseos. Eso era diametralmente
opuesto a todas sus doctrinas sobre la separación y la impureza ceremonial.
Este era otro tema preferido de los fariseos, y Jesús estaba violando
abiertamente sus normas, a sabiendas de que ellos lo estaban vigilando con
atención. Desde la perspectiva de ellos, parecía que Él estuviera exhibiendo
su desprecio por el sistema de ellos deliberadamente; y, de hecho, eso era lo
que estaba haciendo.
Para las multitudes, era absolutamente claro que Jesús hablaba por Dios,
porque no había ningún milagro que Él no realizara, ninguna enfermedad que
no curara, y ningún argumento de parte de los líderes judíos que no
respondiera.
Y la elite religiosa de Israel estaba desesperada: “Entonces los principales
sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: ¿Qué haremos?
Porque este hombre hace muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en
él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación”
(Jn. 11:47-48). Observa que ellos no discutían la legitimidad de la afirmación
de Jesús de que era el Mesías o la realidad de sus milagros. Tampoco tenían
argumentos genuinos para refutar su doctrina, solo tenían el hecho de que Él
representaba una seria amenaza para su poder.
En resumen, los principales sacerdotes y los fariseos temían más a los
romanos de lo que temían a Dios. Ellos querían conservar la influencia que
tenían, antes que brindar su honor y obediencia al legítimo Mesías de Israel.
Ellos amaban su propia piedad artificial más de lo que anhelaban la auténtica
justicia. Ellos estaban satisfechos con sus propios méritos y eran desdeñosos
con cualquiera que cuestionara su piedad, como Jesús había hecho pública y
en repetidas ocasiones. Desde el comienzo de su ministerio público, Jesús
había resistido resueltamente todo el sistema religioso de ellos, y lo odiaban
por eso.
Que Jesús llamara a Dios “mi Padre” (y, en especial, en un contexto donde
Él se comparaba a Dios) era sugerir que compartía la misma esencia de Dios
el Padre, “haciéndose igual a Dios” (Jn. 5:18). Jesús usó por primera vez esa
expresión en público cuando tenía 12 años y dijo a sus padres: “¿No sabíais
que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lc. 2:49). La
segunda vez que Jesús utilizó esas palabras fue durante la primera
purificación del templo: “No hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado”
(Jn. 2:16). Después de eso, Jesús se refirió con frecuencia a Dios como “mi
Padre”. Cuando los judíos supieron que había sanado a un hombre en sábado,
Jesús respondió con una revelación explícita y pública de la verdad de que Él
era el Hijo unigénito de Dios; que Él no era tan solo un profeta o un brillante
rabino, sino Dios completamente encarnado. Tan pronto como usó esa
expresión aquí, se desató el infierno sobre Él. La mayoría de los líderes
religiosos de Israel, que ya eran sus enemigos jurados, “aun más procuraban
matarle” (Jn. 5:18).
¿Por qué trató Jesús a sus oponentes con tanta dureza?
Si la vehemencia del trato de Jesús con los líderes judíos te asombra, ten en
cuenta que Él tenía la ventaja de conocer sus corazones, incluso más
perfectamente que ellos mismos.
También ten en cuenta que Jesús no estaba tratando de provocarlos tan solo
por deporte; Él tenía una razón misericordiosa para usar este tipo de discurso
duro que muchos hoy día irreflexivamente etiquetarían de descortés: “Mas
digo esto, para que vosotros seáis salvos” (Jn. 5:34). Los líderes religiosos de
Israel estaban perdidos y endureciendo más y más sus corazones contra Jesús.
Ellos necesitaban algunas palabras duras. Jesús no les permitiría que lo
ignoraran, o que ignoraran su verdad, bajo la apariencia de mostrarles el tipo
de deferencia y honor público que ellos anhelaban de parte de Él.
Además, la fricción constante de Jesús con los fariseos muestra que el
conflicto a veces es necesario. Las palabras duras no siempre son
inapropiadas. Las verdades desagradables e indeseables a veces necesitan ser
dichas. La religión falsa siempre necesita ser objetada. El amor puede cubrir
multitud de pecados (1 P. 4:8), pero la hipocresía flagrante de los falsos
maestros necesita desesperadamente ser revelada. De otro modo, nuestro
silencio facilita y perpetúa una ilusión condenatoria. La verdad no siempre es
“agradable”.
Jesucristo es el único individuo sin pecado que alguna vez haya vivido —el
hombre más virtuoso de todos los tiempos—. Él “no hizo pecado ni se halló
engaño en su boca” (1 P. 2:22). Él era “santo, inocente, sin mancha, apartado
de los pecadores” (He. 7:26). Y aun así, el tormento y castigo que sufrió en
su muerte fue infinitamente más atroz del que alguien alguna vez haya
sufrido. Él cargó todo el peso de la retribución por la maldad humana. Él
sufrió como si hubiera sido culpable de los peores delitos de la humanidad.
Sin embargo, no era culpable de nada.
Domingo de Ramos
Jesús entró en Jerusalén para celebrar la Pascua y, como
Cordero de Dios, consumar su ministerio al morir en favor
de los pecadores. ¿Qué evidencia hay en la descripción de
Marcos 11:1-11 de que la gente le daba la bienvenida como
líder militar y rey?
Para todo el mundo, parecía que Jesús sería llevado por una onda masiva de
apoyo público a la prominencia y el poder en algún rol político, y luego
inauguraría su reino prometido. Pero el entusiasmo del público por Cristo era
una ilusión. Su expectativa era por un Mesías que rápidamente liberaría a
Israel del dominio de Roma para luego establecer un reino político que, en
última instancia, gobernaría sobre el César. Jerusalén estaba feliz de tener un
hacedor de milagros y la esperanza de un rey conquistador como ese. Pero no
querían la dura predicación de Jesús. Estaban escandalizados porque Jesús
parecía más interesado en desafiar sus instituciones religiosas que en
conquistar a Roma y liberarlos de la opresión política. Les asombraba el trato
que Jesús daba a la élite religiosa de Israel, como si ellos fueran paganos.
Jesús dedicó más tiempo en llamar a Israel al arrepentimiento que en criticar
a sus opresores. Además, no entendían su rechazo de ser el Mesías que ellos
querían que fuera (Jn. 6:15). Antes de que la semana terminara, la misma
multitud que lo alababa diciendo “¡hosanna”! clamaría por su sangre.
Los panes sin levadura que se comían en la cena pascual simbolizaban el fin
de la antigua vida de los israelitas en Egipto. Representaban una separación
de la mundanalidad, el pecado y la religión falsa, y el comienzo de una nueva
vida de santidad y piedad. Desde aquel momento, en la Cena del Señor, el
pan simbolizaría el cuerpo de Cristo, que fue sacrificado para la salvación de
la humanidad, para nuestra liberación del pecado y nuestro nuevo nacimiento.
El derramamiento de sangre en un sacrificio siempre fue el requerimiento de
Dios al establecer cualquier pacto. El derramamiento de sangre también había
protegido de la muerte al pueblo de Israel en la primera Pascua en Egipto.
Aquí, la sangre de Cristo necesitaba derramarse para la remisión de los
pecados, para evitar una separación permanente de Dios, es decir, la muerte
eterna.
Jesús sabía que no podía evitar esa copa. ¿Por qué, pues,
oró de esa manera en el jardín?
El plan de salvación fue determinado por Dios hace mucho tiempo, antes de
la creación del mundo. En ese plan eterno, Dios el Hijo aceptó convertirse en
un hombre y morir para pagar el castigo por el pecado. Por supuesto, Jesús
sabía que no podía evitar la copa de la muerte y la separación de Dios, pero
su oración de “pase de mí esta copa” fue una expresión honesta de pasión
humana, del temor que estaba sintiendo en aquel momento. En realidad, Él no
esperaba ser librado del rol de cargar el pecado, y esto queda muy claro por el
resto de su oración: “pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt. 26:39).
Observa la segunda vez que Jesús oró: “Padre mío, si no puede pasar de mí
esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mt. 26:42). A medida que
la intensidad de la agonía crece, también crece el sentido de determinación de
Jesús de hacer la voluntad de su Padre. La oración revela la completa
rendición de Jesús de las pasiones humanas a la voluntad divina.
Lo que motiva la oración de Cristo aquí no es una debilidad pecaminosa,
sino debilidad humana normal, como el hambre, la sed o la fatiga.
Ciertamente, Cristo no tenía un amor masoquista por el sufrimiento. Si Jesús
no mirara hacia la cruz con una profunda intranquilidad y temor de lo que
estaba por venir, pensaríamos que había algo inhumano en Él. Pero su temor
no es cobarde; es el mismo horror y presagio que cualquiera de nosotros
sentiría si supiéramos que vamos a experimentar algo extremadamente
doloroso. En el caso de Jesús, sin embargo, la agonía era infinitamente
magnificada por la naturaleza de lo que enfrentó.
El arresto
¿Por qué fue tanta gente a Getsemaní para arrestar a Jesús?
Judas fue el discípulo que traicionó a Jesús, y él les había dicho a los
soldados: “Al que yo besare, ese es; prendedle” (Mt. 26:48). El beso en
aquella cultura era un signo de respeto y homenaje, así como de afecto. Los
esclavos besaban los pies de sus amos como el máximo signo de respeto. Los
discípulos a veces besaban el pliegue de la ropa de su maestro como una
señal de reverencia y profunda devoción. Era común besar a alguien en la
mano como un gesto de respeto y honor. Pero un beso en la cara,
especialmente con un abrazo, significaba amistad y afecto personal. Y, como
si no fuera suficiente que Judas traicionara a Jesús, al hacerlo fingió la
máxima muestra de afecto, haciendo que su acción fuera aún más
despreciable.
Encontrar testigos para testificar contra este hombre inocente no fue fácil.
Mucha gente que deseaba presentar falso testimonio se acercó, pero ninguno
resultó ser lo suficiente creíble para sostener una acusación contra Jesús. Al
final, dos testigos falsos se presentaron. Había discrepancias obvias en sus
testimonios, por lo que debieron ser automáticamente rechazados y el caso
contra Jesús desestimado. Pero el sanedrín no estaba dispuesto a hacer eso.
En cambio, había suficientes similitudes en lo que dijeron los testigos falsos
para dar a sus testimonios una apariencia de credibilidad. Y el testimonio
podía ser torcido para sugerir que Jesús buscaba el derrocamiento total de la
religión judía (al reemplazar el templo existente por otro). Además, el
sanedrín podía acusar a Jesús de alta blasfemia por reclamar que Él podía
reconstruir el templo —que fue edificado en cuarenta y seis años (Jn. 2:20)—
por medios milagrosos (“sin mano”, Mr. 14:58).
Los juicios
¿Trató el sanedrín a Jesús con justicia?
No. El sanedrín —el más alto tribunal en Israel— llevó rápidamente a Jesús
a un veredicto de culpabilidad que ya había sido arreglado y acordado de
antemano. En realidad, en vez de gobernar con justicia, el sanedrín a menudo
era motivado en sus decisiones por ambiciones políticas, codicia y egoísmo.
Considera las tradiciones y garantías de justicia que ellos violaron en el caso
de Jesús: todo un día de ayuno tenía que ser guardado por el concilio entre la
declaración de sentencia y la ejecución del criminal. El concilio únicamente
podía tratar casos donde una tercera parte había presentado las acusaciones.
Si algún miembro del concilio las había presentado, todo el concilio quedaba
descalificado para tratar el caso. El testimonio de todos los testigos tenía que
concordar en cuanto a la fecha, la hora y el lugar del suceso sobre el que
daban testimonio. El acusado se consideraba inocente hasta que se alcanzaba
el veredicto de culpabilidad oficial. Y los juicios penales no debían celebrarse
por la noche.
Jesús tuvo dos juicios, uno judío y religioso, y otro romano y secular. Roma
se reservaba el derecho de la ejecución en casos capitales, así que Jesús debía
ser entregado a las autoridades romanas para su ejecución. El sanedrín llevó a
Cristo ante Pilato; luego Jesús fue enviado a Herodes para otra audiencia (Lc.
23:6-12), y luego lo llevaron de nuevo ante Pilato para la audiencia final y la
sentencia (Lc. 23:13-25).
La crucifixión
Cuando Jesús llegó al Gólgota, ¿por qué le ofrecieron algo para beber?
Los soldados “le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; pero [Jesús]
después de haberlo probado, no quiso beberlo” (Mt. 27:34). Aparentemente,
justo antes de clavarlo en la cruz, los soldados le ofrecieron este trago
amargo: el agregado de la hiel profundiza el amargor del vinagre. Marcos
15:23 dice que la sustancia era mirra, que actúa como un narcótico suave. Por
lo tanto, los soldados pudieron haberle ofrecido esa bebida por su efecto
soporífero justo antes de traspasar los clavos su carne. Cuando Jesús probó lo
que era, lo escupió. Él no quería tener sus sentidos adormecidos; tenía que
pasar por la cruz para cargar con los pecados, y quería sentir todos los efectos
del pecado que cargaba y soportar toda la medida de su dolor. El Padre le
había dado una copa para beber que era más amarga que la hiel de mirra, pero
sin los efectos soporíferos. Su corazón estaba aun con resolución decidida a
llevar a cabo la voluntad del Padre, y haría exactamente eso.
Jesús fue clavado en la cruz mientras esta descansaba sobre la tierra. Los
clavos eran puntas de hierro, similares a los modernos clavos de ferrocarril,
pero mucho más afilados. Los clavos se pasaban por las muñecas (no las
palmas de las manos), porque los tendones y la estructura de los huesos de la
mano no soportarían el peso del cuerpo y se desgarraría la carne entre los
dedos. Los clavos en las muñecas usualmente rompían los huesos carpianos y
desgarraban los ligamentos carpianos, pero aun así la estructura de la muñeca
era lo suficientemente fuerte como para soportar el peso del cuerpo. Cuando
el clavo atravesaba la muñeca, acostumbraba causar un daño severo en el
nervio sensomotor medio, provocando un intenso dolor en ambos brazos.
Finalmente, se introducía un solo clavo en ambos pies, a veces a través de los
tendones de Aquiles. Ninguna de las heridas producidas por los clavos era
mortal, pero sí causaría un dolor intenso y creciente a medida que se
prolongaba el tiempo de la víctima en la cruz.
Después de clavar a la víctima en la cruz, varios soldados levantaban
lentamente la parte superior de la cruz e introducían el pie de la misma en un
hoyo profundo. La cruz caía con un golpe fuerte al fondo del hoyo, causando
que todo el peso del cuerpo de la víctima fuera soportado por los clavos en
las muñecas y los pies. Eso provocaba un dolor de huesos desgarrador por
todo el cuerpo, porque las coyunturas más importantes salían de repente de su
posición original. A eso quizá se refiera el Salmo 22, un salmo sobre la
crucifixión, al profetizar sobre Cristo: “He sido derramado como aguas, y
todos mis huesos se descoyuntaron” (Sal. 22:14).
Así es. Fue una acción malvada perpetrada por hombres malvados. Pero esa
no es toda la historia. La crucifixión de Cristo también fue el más grande acto
de justicia divina alguna vez realizado. Se hizo conforme al “determinado
consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hch. 2:23) y con el propósito
más sublime: la muerte de Cristo aseguró la salvación de incontables
personas y abrió el camino para que Dios perdonara el pecado sin
comprometer sus propias normas de santidad.
Cuando Cristo colgaba de la cruz, no fue una simple víctima de hombres
injustos. Si bien fue asesinado de manera injusta e ilegal por hombres cuyas
intenciones eran únicamente malvadas, Cristo murió voluntariamente,
convirtiéndose en una expiación por los pecados de los mismos que lo
mataron. La cruz fue el derramamiento del juicio divino contra la persona de
Cristo, no porque Él lo mereciera, sino porque cargó con ese juicio en favor
de aquellos a quienes Él redimiría. Fue el más grande sacrificio alguna vez
hecho; el más puro acto de amor alguna vez llevado a cabo; y, en última
instancia, un infinitamente más alto acto de justicia que toda la injusticia
humana que ese acto representó.
Sin duda, da qué pensar que Dios ordenara el asesinato de Jesús. O, para
ponerlo en los claros términos de Isaías 53:10, de que “él quiso
quebrantarlo”. Dios el Padre se complació de la muerte de su Hijo solo
porque le agradó la redención que la muerte y resurrección de Jesús logró.
Dios el Padre estaba complacido de que su plan eterno de salvación fuera
cumplido, el sacrificio de su Hijo, que murió para que otros pudieran tener
vida eterna. Él estaba complacido en exhibir su justa ira contra el pecado de
una manera tan gráfica y en demostrar su amor por los pecadores mediante su
majestuoso sacrificio.
Mientras Cristo colgaba allí, Él estaba cargando los pecados del mundo, y
Dios estaba castigando a su propio Hijo como si Él hubiera cometido cada
acción malvada llevada a cabo por cada pecador que alguna vez creería. Y
Dios lo hizo para poder perdonar y tratar a aquellos redimidos como si ellos
hubieran vivido la vida perfecta y justa de Cristo (2 Co. 5:21). Era la propia
ira de Dios contra el pecado, la propia justicia de Dios y el propio sentido de
justicia que Cristo satisfizo en la cruz. Los dolores físicos de la crucifixión —
tan tremendos como fueron— no son nada comparados con la ira del Padre
contra Él. En aquel terrible y sagrado momento, fue como si el Padre lo
hubiera abandonado. Aunque seguramente no hubo ninguna interrupción del
amor del Padre por Él como el Hijo, Dios de todos modos se apartó de Él y lo
abandonó como nuestro Sustituto.
Un ruego de ayuda
Tengo sed (Jn. 19:28).
Cuando el fin de acercaba, Cristo pronunció una petición final para el alivio
físico. Antes Él había escupido el vinagre mezclado con un calmante que le
habían ofrecido. Ahora, Él pidió poder calmar la terrible sed producto de la
deshidratación, y solo le dieron una esponja saturada con vinagre puro (Jn.
19:29). En su sed podemos ver la verdadera humanidad de Cristo. Aunque
era Dios encarnado, en su cuerpo físico Él sufrió de una forma tal como
pocos han sufrido alguna vez.
Una proclamación de victoria
“Consumado es” (Jn. 19:30) fue un grito de triunfo. La obra que el Padre le
había dado a Jesús la había completado. La obra expiatoria de Cristo fue
terminada; la redención de los pecadores completa; y Él había conquistado al
pecado y a la muerte. Cristo había cumplido, en el nombre de los pecadores,
todo lo que la ley de Dios les requería. La expiación total fue hecha. Se logró
todo lo que la ley ceremonial había anunciado. La justicia de Dios se
satisfizo. El rescate por el pecado se pagó en su totalidad y para siempre.
Solo quedaba que Cristo muriera, para que pudiera resucitar.
Una oración de consumación
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” expresaba la sumisión sin
reservas que había en el corazón de Jesús desde el principio (Lc. 23:46). En
un sentido, Cristo fue asesinado por hombres malvados (Hch. 2:23). En otro
sentido, fue el Padre quien lo envió a la cruz, y al Padre le agradó hacerlo (Is.
53:10). Aun en otro sentido, nadie tomó la vida de Cristo: Él la dio
voluntariamente por aquellos a quienes amaba (Jn. 10:17-18). Cuando Jesús
al final expiró en la cruz, no fue con una desgarradora lucha contra sus
enemigos. Él no exhibió una atroz angustia. Su pasaje final hacia la muerte
—como todo otro aspecto del drama de la crucifixión— fue un acto
deliberado de su voluntad soberana. Juan dice: “Habiendo inclinado la
cabeza, entregó el espíritu” (Jn. 19:30). Mostrando tranquilidad y sumisión,
Él simplemente entregó su vida.
[1] “The Crucifixion of Jesus: The Passion of Christ from a Medical Point of View”; Arizona Medicine, vol. 22, n.°3
(marzo de 1965), 183-87.
[2] J. C. Ryle, Expository Thoughts on the Gospels: Luke, vol. 2 (Nueva York: Robert Carter, 1879), 467.
Jesús: Su trascendencia
La resurrección
¿Cómo podemos estar seguros de que Jesús realmente
resucitó?
Título del original: The Jesus Answer Book © 2014 por John MacArthur, y publicado por Thomas Nelson, Nashville,
Tennessee. Thomas Nelson es una marca registrada de HarperCollins Christian Publishing, Inc. Traducido con permiso.
Edición en castellano: Jesús: Preguntas y respuestas © 2016 por Editorial Portavoz, filial de Kregel, Inc., Grand
Rapids, Michigan 49505. Todos los derechos reservados.
Traducción: Juan Terranova
Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos, o
transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o cualquier otro,
sin el permiso escrito previo de los editores, con la excepción de citas breves o reseñas.
A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la versión Reina-Valera © 1960
Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Reina-
Valera 1960™ es una marca registrada de American Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia.
El texto bíblico indicado con “NVI” ha sido tomado de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional®, copyright ©
1999 por Biblica, Inc.® Todos los derechos reservados.
El texto bíblico indicado con “NTV” ha sido tomado de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House
Foundation, 2010. Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188,
Estados Unidos de América. Todos los derechos reservados.
Las cursivas en el texto bíblico son énfasis del autor.
Realización ePub: produccioneditorial.com
EDITORIAL PORTAVOZ
2450 Oak Industrial Drive NE
Grand Rapids, MI 49505 USA
Visítenos en: www.portavoz.com
ISBN 978-0-8254-5667-1 (rústica)
ISBN 978-0-8254-6501-7 (Kindle)
ISBN 978-0-8254-8649-4 (epub)
1 2 3 4 5 edición / año 25 24 23 22 21 20 19 18 17 16
Libros de la serie “Preguntas y respuestas”
El cielo
Jesús
Profecía