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El clima noble, la variada flora con abundantes alimentos naturales desde frutas
hasta tubérculos que aún hoy forman parte de la dieta de los cubanos como
el boniato y la yuca así como la inexistencia de animales peligrosos, favorecían de
manera especial la vida de los pobladores originales del archipiélago. Entonces
sólo los huracanes ―cuyo paso desde luego era imposible de pronosticar―
constituían una amenaza a la vida, pero aún frente a ellos existía el amparo
protector de las cuevas.
Llegada de Colón
Artículo principal: Descubrimiento de Cuba.
Durante el primer viaje de Cristóbal Colón, la primera isla visitada y conocida por
los nativos como Guanahani fue bautizada con el nombre de San Salvador, la
segunda con el nombre de Santa María de la Concepción (Rum Cay), la tercera la
bautizó Fernandina (isla Long) en honor a Fernando II de Aragón por su gran
tamaño, y a la isla llamada Samaet por los nativos la bautizó como Isabela
(Crooked Island) en honor a Isabel I de Castilla. Es en esta última isla el 21 de
octubre de 1492 donde Colón escucha hablar a los nativos de la isla llamada Colba
(Cuba) y de Bohío (La Española). Colón se entusiasmó, pues estaba convencido
de que Colba era Cipango, incluso portaba cartas de los Reyes Católicos dirigidas
al Gran Khan, pues el objetivo del viaje era precisamente viajar a las tierras de
oriente en busca de perlas y oro.
Bajaron a tierra y encontraron dos casas que creyeron de pescadores, por las
redes de hilo de palma, cordeles y anzuelos así como aparejos de pesca. Se cree
que el lugar es actualmente la bahía Bariay, a la cual Colón bautizó como el «río y
puerto de San Salvador», navegando hacia el poniente encontró un pequeño río al
que bautizó con el nombre de «río de la Luna», poco después uno más grande al
que bautizó como el «río de los Mares» (puerto de Gibara, Bartolomé de las
Casas lo identificó como Baracoa), donde Colón se detuvo por dos semanas
manteniendo contacto con los nativos. El capitán de la Pinta comunicándose con
los nativos entendió que Cuba era una ciudad en tierra firme, y que al norte había
un rey que tenía guerra con el Gran Khan, pero lo que realmente intentaban
comunicar los nativos era que al norte existía una provincia llamada «Cubanacán».
Colón bautizó a la isla con el nombre de Juana ―en honor a Juan de Aragón y
Castilla quién aún vivía y era el heredero a la corona de los Reyes Católicos,
patrocinadores del viaje―. Frecuentemente se piensa que fue bautizada en honor
a Juana I de Castilla, lo que es un error, pues esta solo fue posteriormente la
heredera del trono tras las muertes del príncipe Juan (4 de octubre de 1497) y de
su hermana mayor Isabel de Aragón y Castilla (23 de agostode 1498). Su
insularidad fue probada luego de un bojeo llevado a cabo
entre 1509 y 1510 por Sebastián de Ocampo.
Años más tarde, el nombre de Fernandina fue trasladado a la isla de Cuba por su
gran tamaño en comparación a la isla Long, también se le pretendió asignar el
nombre de Santiago por la ciudad que fundó Diego Velázquez de Cuéllaren 1515.
Sin embargo la isla siempre fue referida con el nombre de Cuba, ya sea por
Cubanacán o por una derivación de Colba.
Conquista y colonización
En el caso de Cuba, la riqueza ―oro, plata, anhelados largamente por un
capitalismo europeo en despegue― casi no existía, lo cual hizo, entre otros
factores, que Cristóbal Colón priorizase a Santo Domingo a la hora de establecer
el primer asiento de españoles en América. Dicha decisión trajo consigo un relativo
desinterés de la monarquía por Cuba, que se mantendría durante quince años
más.
Junto al hecho del reparto de mercedes, el cual podía hacerse bajo distintas
formas, tales como estancias, y luego hatos y corrales, se hizo el reparto de los
indios que la trabajarían. Estos repartos, conocidos con el nombre de
encomiendas, vinculaban al indio a un español, no bajo la forma de la esclavitud
clásica, sino en un carácter similar al del siervo. Los aborígenes debían trabajar a
veces catorce horas diarias, desarraigados, completamente de su modo de vida
original. En sus comienzos, los indios encomendados se ocuparon del lavado de
las arenas de los ríos para la obtención de oro y, con posterioridad pasaron
masivamente a labores agrícolas, imprescindibles para la subsistencia de los
europeos.
Fray Bartolomé de las Casas. Llegado a Cuba en los momentos de su conquista fue
aquí donde comprendió la injusticia y el crimen que se estaba cometiendo con la
población aborigen. Por su defensa de éstos se le denominó «El protector de los
indios».
Los corsarios de las naciones enemigas de España, en sus depredaciones por las
Antillas, desembarcaron no pocas veces en Cuba.[1] En distintas épocas, Francis
Drake, Francisco Nau o Henry Morgan visitaron el territorio cubano, fuese para
arrasar determinada villa, o para «rescatar» (comerciar). Cuba resultaba presa fácil
para los ataques de corsarios y piratas, pues el despoblamiento, el abandono por
parte del Gobierno español, la indefinición de sus pobladores y su condición de Isla
los favorecía. Así, el primer ataque a las costas cubanas se llevó a cabo
en 1538 por corsarios franceses, los que aprovecharon la guerra entre Francia y
España, para atacar en dos ocasiones las naves procedentes de México que se
encontraban en el puerto de La Habana, Al año siguiente entraron en la población,
saquearon la iglesia, se apoderaron de todos los objetos de valor e incendiaron el
caserío. En ese mismo año, atacaron una nave española en el puerto de Santiago
de Cuba e intentaron atacar la población, pero se retiraron sin hacerlo.
Uno de los corsarios franceses más famosos y temidos de la época fue Jacques
de Sores.
(...) penetró en el puerto de Santiago de Cuba, se apoderó de la población, la ocupó
durante un mes, exigió fuertes rescates a los vecinos y después de haber abandonado la
idea de una expedición por tierra contra Bayamo, se retiró, no sin dejar asolado el lugar[2]
Desarrollo económico
Una vez culminado el proceso de conquista y colonización, y establecidos en su
forma inicial los mecanismos de poder españoles sobre la Isla, la evolución
económica de esta transcurrió de manera lenta, de acuerdo con la priorización que
España imponía a los nuevos territorios americanos. Sin reservas de oro o metales
preciosos, Cuba sufrió un despoblamiento inicial, en función de la conquista
de México y de expediciones, como la de Hernando de Soto a La Florida. Los
españoles que no abandonaron la Isla fueron adaptándose a ella con mayor
rapidez de lo que se hubiera podido esperar. A mediados del siglo XVI, una nueva
generación de pobladores, cuya mayoría era nacida en la gran Antilla, se hacía
notar en el naciente mundo colonial.
La subida al trono español de la Dinastía Borbón a principios del siglo XVIII, trajo
aparejada una modernización de las concepciones mercantilistas que presidían el
comercio colonial. Lejos de debilitarse, el monopolio se diversificó y se dejó sentir
de diverso modo en la vida económica de las colonias.
En el caso cubano, ello condujo a la instauración del estanco del tabaco, destinado
a monopolizar en beneficio de la Corona la elaboración y comercio de la aromática
hoja, convertida ya en el más productivo renglón económico de la Isla. La medida
fue resistida por comerciantes y cultivadores, lo que dio lugar a protestas y
sublevaciones, la tercera de las cuales fue violentamente reprimida mediante la
ejecución de once vegueros en Santiago de las Vegas, población próxima a la
capital. Imposibilitados de vencer el monopolio, los más ricos habaneros decidieron
participar de sus beneficios. Asociados con comerciantes peninsulares, lograron
interesar al Rey y obtener su favor para constituir una Real Compañía de Comercio
de La Habana (1740), la cual monopolizó por más de dos décadas la actividad
mercantil de Cuba.
España hizo fuertes intentos por prohibir, vigilar y condenar el contrabando, con
muy poco éxito. Designado por el gobernador Don Pedro de Valdés, su asesor
Melchor Suárez de Poago trató de controlar la situación del contrabando
en Bayamo, a principios del siglo XVII, ya que dicha zona constituía el foco
principal de este comercio. Prevenidos, los vecinos (posiblemente ayudados por
los rescatadores extranjeros) hicieron imposible la prosecución del expediente
judicial iniciado, que al ventilarse en la Audencia de Santo Domingo, de la cual
Cuba dependía, fue suspendido. Este hecho constituye una muestra fehaciente de
las contradicionnes primarias que se veían entre los Gobiernos locales,
compuestos por insulares, y el Gobierno de la Metrópoli.
España trató de estructurar cierto control sobre los habitantes de la Isla que
impidiese la pérdida de riquezas por vía del contrabando, y al mismo tiempo
permitiese readecuar los mecanismos de dominación a la creciente importancia de
La Habana. En 1607, una Real Orden convalidaba algo que desde 1553 había
sucedido: el establecimiento de la capital insular en la propia ciudad, a la par que
dividía a Cuba en dos Gobiernos, el de La Habana y el de Santiago de Cuba, este
último subordinado al primero. El desconocimiento que de las realidades cubanas
tenía España, cien años después de la conquista, provocó un suceso simpático:
las villas de Trinidad, Remedios y Sancti Spíritus no fueron adscritas a ninguno de
los Gobiernos, con lo cual sus habitantes pudieron autogobernarse durante largos
años.
El siglo XVIII fue escenario de sucesivas guerras entre las principales potencias
europeas, que en el ámbito americano persiguieron un definido interés mercantil.
Todas ellas afectaron a Cuba de uno u otro modo, pero sin duda la más
trascendente fue la Guerra de los Siete Años (1756-1763), en el curso de la cual
La Habana fue tomada por un cuerpo expedicionario inglés. La ineficacia de las
máximas autoridades españolas en la defensa de la ciudad contrastó con la
disposición combativa de los criollos, expresada sobre todo en la figura de Pepe
Antonio, valeroso capitán de milicia de la cercana villa de Guanabacoa, muerto a
consecuencia de los combates. Durante los once meses que duró la ocupación
inglesa ―agosto de 1762 a julio de 1763―, La Habana fue teatro de una intensa
actividad mercantil que pondría de manifiesto las posibilidades de la economía
cubana, hasta ese momento aherrojada por el sistema colonial español.
Esclavitud
José Antonio Aponte dirigió la primera conspiración de carácter nacional que registra
la historia de Cuba
A partir de 1790, en sólo treinta años, fueron introducidos en Cuba más esclavos
africanos que en el siglo y medio anterior. Con una población que en 1841
superaba ya el millón y medio de habitantes, la Isla albergaba una sociedad
sumamente polarizada; entre una oligarquía de terratenientes criollos y grandes
comerciantes españoles y la gran masa esclava, subsistían las disímiles capas
medias, integradas por negros y mulatos libres y los blancos humildes del campo y
las ciudades, estos últimos cada vez más remisos a realizar trabajos manuales
considerados vejaminosos y propios de esclavos. La esclavitud constituyó una
importante fuente de inestabilidad social, no sólo por las frecuentes
manifestaciones de rebeldía de los esclavos ―tanto individuales como en
grupos― sino porque el repudio a dicha institución dio lugar a conspiraciones de
propósitos abolicionistas.
Entre estas se encuentran la encabezada por el negro libre José Antonio Aponte,
abortada en La Habana en 1812, y la conocida Conspiración de la Escalera (1844),
que originó una cruenta represión. En esta última perdieron la vida numerosos
esclavos, negros y mulatos libres, entre quienes figuraba el poeta Gabriel de la
Concepción Valdés (Plácido). El desarrollo de la colonia acentuó las diferencias de
intereses con la metrópoli. A las inequívocas manifestaciones de una nacionalidad
cubana emergente, plasmadas en la literatura y otras expresiones culturales
durante el último tercio del siglo XVIII, sucederían definidas tendencias políticas
que proponían disímiles y encontradas soluciones a los problemas de la Isla.
En esta última dirección encaminó sus esfuerzos Narciso López, general de origen
venezolano que, tras haber servido largos años en el ejército español, se involucró
en los trajines conspirativos anexionistas. López condujo a Cuba dos fracasadas
expediciones, y en la última fue capturado y ejecutado por las autoridades
coloniales en 1851. Otra corriente separatista más radical aspiraba a conquistar la
independencia de Cuba. De temprana aparición ―en 1810 se descubre la primera
conspiración independentista lidereada por Román de la Luz―, este separatismo
alcanza un momento de auge en los primeros años de la década de 1820. Bajo el
influjo coincidente de la gesta emancipadora en el continente y el trienio
constitucional en España, proliferaron en la Isla logias masónicas y sociedades
secretas. Dos importantes conspiraciones fueron abortadas en esta etapa, la de
los Soles y Rayos de Bolívar(1823), en la que participaba el poeta José María
Heredia―cumbre del romanticismo literario cubano― y más adelante la de la Gran
Legión del Aguila Negra alentada desde México.
Esta región, centro del poder español en Cuba, no contaba con un espacio
geográfico favorable al combate. Y la situación revolucionaria que en ella se fue
creando se vio obstaculizada por la avenencia solapada entre el integrismo
español, o sea, la intransigencia absoluta de los colonialistas beneficiados con la
explotación de Cuba, el capitán general, de filiación política monárquica, Francisco
Lersundi, y la burguesía esclavista occidental, supuestamente liberal, aterrada ante
un movimiento revolucionario que pusiese en crisis sus intereses de clase, si bien
esta supo convertirse en representante de los insurrectos, primero en La Habana,
y luego en la emigración. La consolidación de un alzamiento en Occidente no se
efectuaría en los diez años de lucha. La burguesía occidental desempeñó, en tanto
clase, un papel puramente antinacional.
Manuel de Quesada
Ocaso de la guerra
Para los revolucionarios cubanos era una tarea de primer orden la extensión de la
guerra al occidente insular, región aún no vinculada al combate nacional-liberador.
Sin embargo antes de que la pujanza revolucionaria se hiciese sentir en las zonas
cercanas a la plantación esclavista, transcurrieron no pocos hechos de singular
importancia, los cuales marcaron los derroteros futuros de la lucha. Entre ellos se
encuentran: la definitiva abolición de la esclavitud en diciembre de 1870; la
invasión de Guantánamo, llevada a cabo por Máximo Gómez, en 1871,; en el
propio año, el fusilamiento de los estudiantes de Medicina, que mostró la vesania
del régimen colonial; la deposición de Carlos Manuel de Céspedes de su cargo de
presidente, debida a las disensiones internas de la Revolución, en 1873, y
previamente, la muerte de Ignacio Agramonte en Jimaguayú; la muerte de
Céspedes en 1874, y, ese mismo año, la captura del general Calixto García, casi
agonizante; la realización, por Máximo Gómez, de batallas en la región
camagüeyana, tan importantes como: Naranjo, Mojacasabe y Las Guásimas. Sin
olvidar la situación política española continuaba dando muestras de una gran
inestabilidad, dada la sucesión vertiginosa de un régimen supuestamente
revolucionario, la monarquía del italiano Amadeo de Saboya, y, en 1873, una
ficción republicana, que desembocaría en la Restauración, en la persona
de Alfonso XII, en 1874, con Antonio Cánovas como poder tras el trono. Los
vaivenes políticos españoles en no poca medida, facilitaron el sostenimientos de
los mambises en los primeros años de la contienda.
Este militar, conocido en España como el Pacificador, por haber acabado con los
alzamientos carlistas y cantonalistas, comenzó rápidamente a implantar un nuevo
estilo de guerra, y sustituyó a los oficiales sanguinarios que anteriormente dirigían
las demarcaciones cubanas. El sobreseimiento de los bienes embargados; el
respeto a la vida de los mambises que se presentases a los españoles; la entrega
de un poco de dinero a los que así lo quisiesen; la eliminación de las
deportaciones; el reparto de raciones a mambises famélicos, y, sobre todo,
«peinar» exhaustivamente cada zona villareña para reducir al máximo la existencia
de insurrectos, un excelente resultado, en momento en que la Revolución
atravesaba un período de gran inestabilidad. Esta trató de ser resuelta por el
Gobierno insurrecto, quien designo al general Vicente García para hacerse cargo
del mando en Las Villas. Sin negarse, dicho militar demoró la ejecución de la
orden, y terminó por plasmar, en mayo de 1877, una nueva sedición, ahora
en Santa Rita, al regresar a territorio tunero. En estas circunstancias, el combate
en la región central casi desapareció, a lo cual debe unirse la crisis del ejecutivo,
provocada por la caída en manos españolas de su presidente, Estrada Palma.
Dispuesta la Cámara a cualquier cosa para salvar los restos de lucha, designó al
propio Vicente García como presidente, después de un breve tiempo de
interinatura de Francisco Javier de Céspedes.
Diversos factores se dieron así la la mano para llegar a la firma de una paz sin
independencia, el 10 de febrero de 1878, en el Zanjón. Al desgaste lógico de casi
diez años de combate, se sumaron el poco apoyo en recursos de guerra recibidos
en el exterior; la falta de unidad entre los combatientes; inoperante aparato de
dirección revolucionaria establecido que trabó, más que hacer viables, las
operaciones militares; la falta de un Ejército con un mando central fuerte; y ciertas
concepciones prevalecientes en el seno de algunas figuras importantes con
posibilidades de decisión, tanto civiles como militares. Todo esto fue
excelentemente aprovechado por Martínez Campos. El Pacto del Zanjón, que puso
fin a la Guerra de Diez Años, reconoció la libertad de los esclavos y colonos chinos
presentes en las filas mambisas, y declaró lo pactado como válido para todas las
regiones de Cuba.
Protesta de Baraguá.
Tampoco culminaron con éxito los intentos de expediciones aisladas de los años
ochenta, que pretendían traer desde fuera la ansiada libertad, por figuras de algún
relieve, como Carlos Agüero, Limbano Sánchez y Ramón Leocadio Bonachea. No
pudo triunfar siquiera el plan más sólido del período, conocido como Plan Gómez,
concebido entre los años 1884 y 1886. El independentismo no había aprendido
aún a hacer un estudio suficiente de las condiciones objetivas y subjetivas que
pueden impulsar o frenar una revolución, y mantenía gravísismos problemas de
falta de unidad entre sus componentes, lo que fue la tónica de la Revolución del
68. Correspondería a un hombre aún joven, no desgastado, en pugnas previas,
priorizar la unidad revolucionaria, establecer sobre nuevas bases la actuación
independentista, y dotar al movimiento de un cuerpo ideológico efectivamente
radical. Este hombre ―José Martí― conseguiría materializar el anhelo de casi
veinte años de los anticolonialistas antillanos: hacer viable una nueva revolución.
La labor conjunta de Martí y Gómez fue decisiva para lograr la unidad de las fuerzas
proindependentistas cubanas con vistas al reinicio de la lucha armada.
Tal reunión tuvo lugar el 5 de mayo de 1895, en la finca La Mejorana. Los criterios
sostenidos ―Martí y Gómez por un lado, Maceo por otro― versaron, en difícil
entrevista, sobre la organización civil futura de la Revolución y, posiblemente,
sobre un proyecto invasor. De allí salieron, los tres jefes dispuestos plenamente a
continuar dando a la lucha las formas «viables» que preconizara Martí.
La muerte de José Martí en mayo de 1895 fue un duro golpe para el proceso
independentista cubano que perdió a su principal ideologo y figura encargada de unir a
todos los cubanos
De Jimaguayú a Occidente
La Asamblea, celebrada en el mes de septiembre en la zona camagüeyana
de Jimaguayú, acordó la Constitución de este nombre, no sin antes suscitar
profundar discusiones entre criterios tendentes a la priorización del factor militar, y
opiniones que abogaban por un equilibrio justo entre ambos poderes. En definitiva,
la experiencia histórica previa se puso de manifiesto, y la Constitución dejó
relativamente libre al aparato militar. Se estableció, como máximo cuerpo de
dirección revolucionaria, un Consejo de Gobierno compuesto por seis personas,
que aunaban funciones ejecutivas y legislativas. Como presidente del mismo fue
seleccionado Salvador Cisneros, con Bartolomé Masó como vice, y Máximo
Gómez y Antonio Maceo fueron ratificados en sus cargos por la Asamblea. Como
al importante debe señalarse que Tomás Estrada Palma, sustituo de Martí en la
delegación del PRC, fue designado ministro extraordinario y plenipotenciario del
Consejo de Gobierno en el exterior, con lo cual se abrió la posibilidad de una doble
actuación de esta figura, en función de sus conveniencias e intereses.
Para entender en toda su dimensión el fenómeno del 95, debe tenerse muy en
cuenta el tradicional interés de los Gobiernos estadounidenses hacia la isla de
Cuba. Como política habitual, en espera del momento preciso, los círculos de
poder estadounidense habían preferido la permanencia de Cuba en manos de
España, antes que una independencia antillana, la cual podía llevar a la antigua
colonia hacia la órbita de la influencia británica. Empero, la correlación de fuerzas
dentro del capitalismo mundial, expresado en las fuertes contradicciones
existentes en Europa entre los colonialismo del Viejo Mundo, desató las manos a
los Estados Unidos, en relación con el «problema cubano». Desde 1896, lenta,
constantemente, el Gobierno de Grover Cleveland comenzó a presionar a España
para que acabase la guerra de Cuba, en la seguridad de que esta no tenía como
hacerlo. Su sucesor, William McKinley, aumentó las exigencias a Madrid, ahora
con el pretexto de la inhumanidad representada por la reconcentración. La prensa
amarilla estadounidense, en impetuoso desarrollo, aprovechó la guerra anticolonial
cubana para aumentar sus tiradas, e inventó noticias de guerra, entrevistas y
partes militares jamás existentes, apoyándose en el lógico sentimiento de
solidaridad del pueblo estadounidense, muy favorable a la independencia nacional
cubana.
A esto debe sumarse que la delegación del PRC, encabezada por Estrada Palma,
hizo dejación de los principios fundamentales de dicho partido, y auspició el cese
de la lucha mediante una intervención militar estadounidense (o la compra de la
Isla) para garantizar los intereses de clase de la burguesía emigrada, aun cuando
semejante proceder trajese consigo la merma de las conquistas populares que el
ideario de la Revolución martiana implicaba. Aumentadas las presiones sobre
España, esta terminó, en apariencia, con la reconcentración, y sustituyó a Weyler
por Ramón Blanco, para que el nuevo capitán general aplicase un régimen de
Gobierno autonómico.
Poco duró el silencio. Las propias diferencias internas dentro de los diversos
grupos colonialistas hicieron que los integristas recalcitrantes, y los voluntarios con
ellos relacionados, recorriesen las calles de La Habana en demanda del cese del
nuevo régimen, y vitoreando a Weyler. Esta manifestación no hubiese tenido la
menor trascendencia, si no fuere por el interés de los Estados Unidos de resolver a
su favor la lucha nacional-liberadora antillana. El cónsul de dicha nación en La
Habana, cablegrafió a su Gobierno magnificando los acontecimientos y
expresando su temor «por las vidas» de los estadounidenses residentes en la
capital cubana. Los mismo españoles intransigentes facilitaron la intervención de
los Estados Unidos en la contienda cubano-española.
El acorazado Maine.
Mucho daño hizo al pueblo cubano el bloqueo naval implantado por los Estados
Unidos; y mucho daño hizo también el cese al fuego, firmado en agosto del 98; a
partir de este, toda la incautación de recursos alimenticios para las tropas
efectuado por los mambises pasaba a ser considerada como un robo. Mientras los
ocupantes, apoyando «al más débil contra el más fuerte», según rezaban las
instrucciones del Gobierno de Washington, repartirían alimentos entre los soldados
españoles. Los dirigentes cubanos, en cumplimiento de lo estipulado por
la Constitución de La Yaya, disolvieron el Consejo de Gobierno y convocaron a
elecciones en octubre, de las que salió un órgano, con plenos poderes
llamado Asamblea de Santa Cruz del Sur, que se trasladaría a Marianao, y luego
al Cerro, ya entrado el año 1899.
Atrás quedaba una historia plagada de tropiezos, tanteos, búsquedas del ser
nacional, y la hermosa y definitva floración de la nación cubana. Quedaba también
atrás una relación colonial de cuatro siglos que, en vez de impulsar el desarrollo
antillano, se había convertido en su freno; y, como herencia, una sociedad
diezmada, famélica, con una estructura socioeconómica deformada, caracterizada
por la mono producción, la monoexportación y el monomercado, cuya solución se
mantendría pendiente. La nueva etapa histórica tendría que darles adecuada
respuesta, deuda insoslayable con un mambisado heroico. Afortunadamente, un
hermoso legado histórico quedaría en pie: el fracaso de la plasmación concreta del
ideal nacional-liberador no implicó la desaparición de un cuerpo ideológico; por el
contrario, la incierta situación política nacional vendría a reforzarlo. El pueblo de
Cuba entraría en la primera intervención estadounidense, a partir de enero de
1899, con un patrimonio histórico e ideológico que impediría su absorción por los
ocupantes foráneos, a pesar de los denodados esfuerzos hechos por los
estadounidenses con tal fin.
Por otra parte, la legislación vigente seguía siendo la española con su perspectiva
colonia. Al mismo tiempo, numerosos emigrados que había laborado por la
independencia comenzarían a arribar a la patria una vez terminada la evacuación
de las tropas españolas, sin que muchos de ellos tuvieran medios de subsistencia.
Las fuerzas patrióticas enfrentaban la nueva situación sin una estrategia coherente
y unida. El Partido Revolucionario Cubano (PRC) había desaparecido por decisión
de su delegado, Tomás Estrada Palma, según la «Circular a los Club, Cuerpos de
Consejo y Agentes del Partido Revolucionario Cubano», publicada el 21 de
diciembre de 1898 en Patria, en la que declaró «formal y solemnemente que
vuestra obra ha terminado porque la patria está redimida».[15] Por otra parte se
había constituido la Asamblea de Representantes, en cumplimiento de
la Constitución de La Yaya, que sesionaba en Santa Cruz y se trasladaría hacia La
Habana, pero que no había recibido reconocimiento alguno de las autoridades
estadounidenses. El Ejército Libertador, en medio de una vida de campamento en
condiciones extremadamente precarias, debilitaba su disciplina.
La Asamblea del Cerro buscó una vía para licenciar al Ejército y, al mismo tiempo,
lograr su reconocimiento, al negociar un empréstito con una casa bancaria de
Estados Unidos para pagar los haberes acumulados por los libertadores, mientras
el Presidente de aquel país ofrecía un donativo al General en Jefe. Esto enconó
las viejas disputas, ya que Máximo Gómez era opuesto a endeudar la República
un antes de su nacimiento y entendía más conveniente aceptar el donativo,
mientras la Asamblea insistía en el empréstito. En ese debate, el máximo órgano
representativo decidió la deposición de Gómez de su cargo, con lo que se
violentaron los ánimos pues se trataba del ídolo vivo del pueblo cubano. Tal hecho
dejó a la Asamblea sin autoridad alguna y terminó disolviéndose en marzo de
1899. Se produjo entonces el licenciamiento de los mambises con el donativo de
$3 000 000 de dólares, con lo que el independentismo quedó acéfalo. Muchos de
los antiguos integrantes del mambisado, especialmente su oficialidad que recibió
mayor compensación de acuerdo con su rango, marcharon a fomentar actividades
agrícolas.
El camino de la república
La celebración de elecciones municipales el 16 de junio de 1900 constituyó un
momento importante en el diseño cubano. La Ley Electoral fue muy polémica por
cuanto planteaba el sufragio restringido y no el sufragio universal, principio este
defendido por los más caracterizados independentistas en las reuniones de Wood
con representantes del mambisado, como Bartolomé Masó. Sin embargo, se
estableció que solo tendrían derecho al voto los varones, mayores de 21 años, que
supieran leer y escribir, tuvieran bienes por un valor mínimo de 250 pesos o
hubieran pertenecido al Ejército Libertador, por lo que solo votó el 14% de la
población en edad electoral. A pesar de la limitación que excluía del sufragio a los
sectores populares y del apoyo a las figuras menos radicales, el triunfo favoreció al
independentismo en todo el país, lo cual era una evidencia clara de la voluntad
nacional. Ese año se definió el futuro status de Cuba cuando se convocó a
elecciones para delegados a una Asamblea Constituyente.
I Que el Gobierno de Cuba nunca cederá con ningún Poder o Poderes extranjeros ningún
Tratado u otro convenio que pueda menoscabar o tienda a menoscabar la independencia
de Cuba ni en manera alguna autorice o permita a ningún Poder o Poderes extranjeros,
obtener por colonización o para propósitos militares o navales, o de otra manera, asiento
en o control sobre ninguna porción de dicha Isla.
III Que el Gobierno de Cuba consciente que los Estados Unidos pueden ejercitar el
derecho de intervenir para la conservación de la independencia cubana, el mantenimiento
de un Gobierno adecuado para la protección de vidas, propiedad y libertad individual y
para cumplir las obligaciones que, con respecto a Cuba, han sido impuestas a los Estados
Unidos por el Tratado de París y que deben ahora ser asumidas y cumplidas por el
Gobierno de Cuba.
IV Que todos los actos realizados por los Estados Unidos en Cuba durante su ocupación
militar sean tenidos válidos, ratificados y que todos los derechos legales adquiridos a virtud
de ellos, sean mantenidos y protegidos.
VI Que la Isla de Pinos será omitida de los límites de Cuba propuestos por la Constitución,
dejándose para un futuro arreglo por Tratado la propiedad de la misma
VII Que para poner en condiciones a los Estados Unidos de mantener la independencia de
Cuba y proteger al pueblo de la misma, así como para su propia defensa, el Gobierno de
Cuba venderá o arrendará a los Estados Unidos las tierras necesarias para carboneras o
estaciones navales en ciertos puntos determinados que se convendrán con el Presidente
de Estados Unidos.
Fragmentos del texto de la Enmienda Platt[22][23]
Juan Gualberto Gómezse destacó, junto a otras figuras provenientes del sector
independentista, en el combate contra la Enmienda Platt dentro de la Asamblea
Constituyente.
Reservarse a los Estados Unidos la facultad de decidir ellos cuándo está amenazada la
independencia, y cuándo, por lo tanto, deben intervenir para conservarla, equivale a
entregarle la llave de nuestra casa ara que puedan entrar en ella cuando les venga el
deseo, de día o de noche, con propósitos buenos o malos.
Juan Gualberto Gómez
El Gobierno estadounidense buscó negociar la aceptación ofreciendo el señuelo
del ansiado tratado comercial, lo que se conjugó con el «movimiento económico»
de las corporaciones burguesas como el Círculo de Hacendados, la Unión de
Fabricantes de Tabaco y el Centro General de Comerciantes e Industriales, a
quienes se unía otras instituciones como al Sociedad Económica de Amigos del
País. Sin embargo, la resistencia popular no cedía, lo que se expresaba en el seno
de la Asamblea, por lo que hubo que llegar a la disyuntiva definitiva: o República
con Enmienda o se mantenía la ocupación. Después de varias votaciones
adversas, el 12 de junio se aprobó la Enmienda, que se incorporaría como
apéndice a la Constitución, por dieciséis votos contra once. Se había cercenado la
soberanía cubana, habría República con Enmienda. Era el primer instrumento
jurídico-político para la estructuración de la neocolonia.[24]
La candidatura de Estrada Palma contaba con el apoyo del general Wood, pero
también del independentismo, en especial con el respaldo decisivo de Máximo
Gómez. Para las primeras era de esperar transparencia, sin embargo el Gobierno
interventor mostró parcialidad. Los representantes masoístas reclamaron
presencia en la Junta Central de Escrutinios, ya que al separarse Masó quedaban
sin representación. El reclamo no fue atendido. Esta y otras acciones de respaldo
oficial a Estrada Palma determinaron que la candidatura masoísta se retirara de la
campaña. El triunfo indisputado fue para la coalición nacional-republicana, con el
respaldo del 47% de los electores.
El Partido Conservador, en ocho años, había tenido fuerte deterioro, por lo cual
pactó con Alfredo Zayas para las elecciones en 1920. El triunfo zayista fue el
resultado de la alianza entre ele nuevo partido que había fundado, el Partido
Popular, con el Conservador, para formar la Liga Nacional, que utilizó los
mecanismos del poder para garantizarlo.
El deterioro republicano
La República surgida en 1902 mantenía múltiples contradicciones en su seno. Los
problemas sociales, lejos de resolverse, se iban acumulando. El fenómeno del
latifundio se había agravado con el proceso inversionista en la industria azucarera.
Grandes extensiones de tierra habían pasado a manos de empresas
estadounidenses, algunas de las cuales eran dueñas de más de diez mil
caballerías de tierra. En contraposición, se incrementaba el número de campesinos
sin tierra, quienes trabajaban para los latifundistas bajo distintas formas de
dependencia, a veces pre capitalistas. Parte de estos campesinos tenían que
vender su fuerza de trabajo temporalmente en busca de subsistencia.
La Protesta de los Trece, en 1923, encabezada por el joven poeta Rubén Martínez
Villena, marcó la irrupción de los jóvenes intelectuales en la lucha cívica. Aquel
gesto se continuó con la Falange de Acción Cubana y estuvo en el espíritu de
quienes integraron el Grupo Minorista.
El plan de obras públicas debía palear la caída de los salarios y el nivel del
desempleo. Por él se acometieron obras de carácter suntuario, con el Palacio del
Congreso o Capitolio, o la ampliación del Malecón habanero. También se
completaron los jardines de la Universidad de La Habana y se construyó su
Escalinata. Algunas de las obras fueron de utilidad como la pavimentación de las
calles, la construcción de acueductos y alcantarillados, y, especialmente,
la Carretera Central de indudable beneficio para la actividad económica del país.
Pero se recurrió al financiamiento externo, por lo que, en abril de 1933, la deuda
de la República ascendía a $170 762 320, de los cuáles $82 322 000
correspondían al financiamiento de las obras públicas. Agravada por la
malversación de esos fondos.
Esta oposición intentó actuar dentro de una legalidad que cada vez se hacía más
precaria. Estos intentos se intensificaron y buscaron soluciones conciliatorias en
ocasión de las elecciones parciales de 1930. Entonces aparecieron los llamados
del Diario de la Marina y las gestiones de García Menocal y otros, conectados con
la Embajada estadounidense. Se perseguía una solución electoral, sin resultado.
El fracaso de los intentos conciliatorios y de las apelaciones legales; las elecciones
parciales de 1930, celebradas bajo la Ley de Emergencia electoral de 1925; el
apoyo estadounidense a Machado; el recrudecimiento de la política represiva y la
intensificación de las acciones populares, irrumpieron violentamente en la lucha
revolucionaria, y los políticos tradicionales se enfrentaron al peligro de perder el
liderazgo del movimiento político.
El Gobierno presidido por Grau conocido como Gobierno de los Cien Días se
caracterizó internamente por una gran heterogeneidad ideológica, lo cual debilitó
sus posibilidades de acción y su capacidad de captar los sectores populares para
mantenerse en el poder. Aunque constituyó una ruptura del dominio político por
parte del bloque oligárquico, fueron sectores de las capas medias,
fundamentalmente estudiantes y profesionales, quienes arribaron al poder,
constituyendo un grupo minoritario. Internamente, se vio presionado por ejército,
en un proceso que Batista capitalizó para crear su liderazgo político. Aunque en su
seno tuvo un aliento revolucionario, donde descolló la figura de Antonio Guiteras
como Secretario de Gobernación, Guerra y Marina, sus contradicciones hicieron
crecer la oposición de las organizaciones revolucionarias excluidas del poder.
La obra del Gobierno provisional de Grau incluyó, en apenas 127 días, medidas de
justicia social, de desarticulación del aparato político-militar existente y de defensa
de la soberanía nacional, pero no se logró armar una política coherente sobre la
base de un programa común, consistente, pues el Gobierno se debatía entre la
reforma y la revolución. Entre las más sobresalientes medidas decretadas se
encuentra: disolución de los partidos políticos existentes para confiar a una
asamblea constituyente la definición de la nueva forma política del estado; la
creación de los Tribunales de Sanción para juzgar los delitos de los miembros del
Gobierno machadista; el otorgamiento a la mujer del derecho a votar y ser elegida;
jornada laboral máxima de ocho horas; creación de la Secretaría del Trabajo;
nacionalización del trabajo, que establecía la obligación de tener en la
empleomanía un mínimo de 50% de trabajadores nativos; rebaja de las tarifas de
electricidad y gas, servicios monopolizados por empresas estadounidenses;
suspensión temporal del pago de la deuda al Chase National Bank y la
intervención a la Compañía Cubana de Electricidad de propiedad estadounidense.
El equipo presidido por Grau también tuvo que enfrentar la hostilidad abierta de los
Estados Unidos. La administración que estrenaba la buena vecindad no reconoció
al Gobierno cubano y lo aisló diplomáticamente, rodeó a Cuba de 29 buques de
guerra y ejerció múltiples presiones para barrer al Gobierno de Grau. La embajada
de Estados Unidos, en las condiciones anormales de mantener su personal sin
tener las relaciones oficiales con las autoridades cubanas, se convirtió en el centro
de la conspiración que culminó con el Golpe de Estado del 15 de enero de 1934.
Así sucumbió aquel Gobierno, contradictorio internamente, pero que había abierto
una brecha en el dominio de los sectores oligárquicos. La reacción retomaba el
poder.
Las fuerzas motrices del proceso revolucionario continuaron las luchas mediante
múltiples vías: huelgas, manifestaciones callejeras, proyectos insurrecionales, y
otras. Entre 1934 y 1935 fue ganando terreno la idea de que la unidad constituía
un elemento indispensable para alcanzar la meta revolucionaria. En manifiestos y
programas se expresó el propósito de constituir un frente unido antimperialista,
síntoma de la maduración de estas fuerzas. En diciembre de 1934, Antonio
Guiteras, ya al frente de la organización Joven Cuba, evaluaba que:
Quizás por primera vez en Cuba se unan elementos y grupos que dentro de una misma
ideología representan matices distintos, en un verdadero frente único de lucha. Esa
desunión existente hasta ahora ahora, había sido una de las causas principales de las
izquierdas en nuestro país.
El primero, presido por Carlos Mendieta Montefur, llegó al poder en 1934 y tuvo
que acometer la tarea de estabilizar al país, o lo que era lo mismo, restaurar el
poder oligárquico. En esto hubo una participación decisiva de los Estados Unidos,
cuando la administración Rooselvelt desarrollaba la política reformista del nuevo
trato (New Deal) y la «buena voluntad». Como parte de la aplicación de los nuevos
mecanismos, los Estados Unidos firmaron con Cuba un nuevo Tratado de
Reciprocidad Comercial, en 1934, al tiempo que sustituían la protección
arancelaria por el sistema de cuotas azucareras mediante la Ley Costigan Jones.
La cuota azucarera, aprobada en mayo de 1934, fue bien recibida por la burguesía
cubana. La cuota básica asignada a Cuba era inferior a su participación histórica
en aquel mercado, pero representaba un aumento en relación con las ventas del
año precedente ―era el 29,40% del consumo de ese país― y detenía el rápido
desplazamiento que venía sufriendo el producto cubano luego de la Tarifa Hawley
Smoot. La industria cubana quedaba condenada al estancamiento y a producir por
debajo de su potencial, poco después se firmaba el tratado comercial que
ampliaba las ventajas a los productos de los Estados Unidos.
Los Estados Unidos se avinieron a firmar un nuevo Tratado Permanente en 1934,
el cual eliminaba algunos artículos de la Enmienda Platt, especialmente el cual
otorgaba el derecho de intervenir, aunque dejaba otros en pie, como el de las
bases navales. De todas formas, era un logro de las fuerzas nacionales.
Bajo la presidencia de Laredo Bru se dieron los pasos que faltaban para completar
el proceso. Aunque el auge del fascismo en Europa, crearon nuevas
condicionantes. De acuerdo con la políticas del Gobierno roosveltiano, el Gobierno
cubano inició una apertura democrática que incluyó la legalización de todos los
partidos en 1938. Así, el partido marxista-leninista tuvo existencia legal con el
nombre de Unión Revolucionaria Comunista ―en 1944, Partido Socialista
Popular (PSP)―. El movimiento obrero se reorganizó y en 1939 nació
la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), dirigida por el comunista Lázaro
Peña, en ese mismo año se celebró el 3er Congreso Nacional de Mujeres. Eran
fuerzas organizadas para presentar sus demandas inmediatas. Pero el proceso de
institucionalización debía completarse.
Gobiernos auténticos
La alianza auténtico-republicana ganó las primeras elecciones con voto directo.
Alcanzó un 1 401 822 votos. La opción auténtica asumía el poder en medio del
júbilo y esperanza. El período grausista se inició todavía bajo el signo de la guerra
y de las ventas globales de la zafra. A partir de 1945, el Gobierno empezó a
negociar con los Estados Unidos algunas modificaciones respecto a los precios
fijos, lo cual redundó en una elevación de los mismos para los años siguientes, y
permitió un mayor volumen de ventas. La representación obrera en esas
negociaciones constituyó una novedad y dio mayor fuerza a la posición cubana.
El Partido Auténtico se había convertido en uno más de entre los partidos políticos
burgueses. Su propósito de actuar dentro del sistema llevó a que el sistema lo
ahogara. Los desprendimientos sufridos por el partido fueron síntomas claros de
ese deterioro. Aunque hubo varios, el de mayor significación fue la separación
de Eduardo Chibás, en 1947, para crear el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos).
El asalto al Moncada significó un salto cuántico en la situación del país. Surgía una
nueva fuerza, con una dirección nueva, portadora de una estrategia y un proyecto
revolucionario en condiciones de atraer a las fuerzas nacionales en pos de su
propia solución. Se abría una nueva etapa de lucha revolucionaria.
La posición del Gobierno se fue debilitando, al punto que en marzo de 1958, los
Estados Unidos cesaron oficialmente los suministros militares a Batista, aunque se
mantuvieron mediante terceros países. Los intentos mediadores no lograban éxito
y se cerraban sus caminos. Las gestiones del Bloque Cubano de Prensa, la
Comisión Interparlamentaria, las corporaciones económicas, la alta jerarquía de la
Iglesia Católica en Cuba y las instituciones cívicas entre 1957 y 1958, más la
convocatoria a elecciones generales en 1958 no pudieron detener el desarrollo de
la situación revolucionaria. Empezaron, entonces, a discutirse alternativas de
solución, que se movieron básicamente entre la promoción de una junta cívico-
militar y la búsqueda de una tercera fuerza para evitar la toma del poder del M-26-
7. Las instancias de toma de decisiones dentro del Gobierno de Estados Unidos,
incluyendo al propio presidente Dwight Eisenhower, se movían en esa dirección,
según avanzaba el año 1958.
A pesar del fracaso de la huelga del 9 de abril de 1958, convocada por el M-26-7, y
de la ofensiva militar subsiguiente lanzada por el Gobierno ―prevista por Fidel
Castro según se demuestra en la reunión de la Dirección Nacional en Altos de
Mompié el 3 de mayo―, Batista no pudo sostener su posición. El Ejército Rebelde,
luego de resistir la acción enemiga, inició una contraofensiva transformada en
ofensiva general a partir de noviembre del propio año. Las columnas rebeldes
ponían un cerco elástico a Santiago de Cuba, focos guerrilleros operaban en las
distintas provincias, y las columnas invasoras, al mando de Ernesto Che
Guevara y Camilo Cienfuegos, operaban ya en Las Villas. Guevara, junto a las
fuerzas del Directorio Revolucionario ―con las que había firmado el Pacto del
Predero― y del PSP que combatían en la zona, libraba la batalla de Santa Clara
en los últimos días de 1958.
Destruidas las maniobras golpistas promovidas por los Estados Unidos, las cuales
pretendieron impedir el triunfo de la Revolución, se produjo la entrada triunfal del
Ejército Rebelde en pueblos y ciudades, apoyada por las milicias del Movimiento
26 de Julio y demás fuerzas revolucionarias que habían combatido a la tiranía. En
su mensaje al pueblo, el primero de enero de 1959, Fidel Castro señalaba:
Al parecer se ha producido un golpe de estado en la capital. Las condiciones en que ese
golpe se produjo son ignoradas por el Ejército Rebelde. El pueblo debe estar muy alerta y
atender sólo las instrucciones de la Comandancia General. La dictadura se ha derrumbado
como consecuencia de las derrotas sufridas en las últimas semanas; pero eso no quiere
decir que sea ya el triunfo de la Revolución[34]
Período Revolucionario
Artículo principal: Revolución cubana.
Primeros años
Apenas instalado en el poder, el Gobierno revolucionario inició el
desmantelamiento del sistema político neocolonial. Se disolvieron los cuerpos
represivos y se garantizó a los ciudadanos, por primera vez en largos años, el
ejercicio pleno de sus derechos. La administración pública fue saneada y se
confiscaron los bienes malversados. Los criminales de guerra batistianos fueron
juzgados y sancionados, se barrió a la corrompida y probatistiana dirección del
movimiento obrero y se disolvieron los partidos políticos que habían servido a la
tiranía. La designación de Fidel Castro como Primer Ministro en el mes de febrero,
imprimiría un ritmo acelerado a las medidas de beneficio popular.
Sin embargo, la medida más radical de esta etapa fue la primera Ley de Reforma
Agraria, dictada el 17 de mayo de 1959. A diferencia de las anteriores, esta ley si
alteraba la estructura de la propiedad y de las clases existentes en el país. La ley
fijó el máximo de tierra a poseer en treinta caballerías (cuatrocientos dos
hectáreas) a toda persona natural o jurídica. Este límite podía extenderse hasta
cien caballerías, en aquellos casos en los cuales el rendimiento agrícola de
algunos productos seleccionados estuviese por encima del promedio nacional. Por
otro lado, la Ley otorgó el derecho de propiedad sobre la tierra a quien la trabajase.
De este modo, se proscribía el arrendamiento, la aparcería y la precariedad sobre
la tierra, lo cual permitió convertir en dueños legítimos de sus tierras a más de cien
mil familias campesinas. La Ley permitió transferir a propiedad del Estado el 40%
de las tierras cultivables, las cuales fueron convertidas en granjas estatales.
Desde sus inicios, la Revolución tuvo a la cultura como uno de sus principales
objetivos, es por ello que en el mismo año 1959 son fundadas tres instituciones
que marcan la nueva política cultural revolucionaria, en este caso el Instituto
Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), fundado el 24 de marzo; la
Imprenta Nacional, fundada el 31 de marzo;[35] y la Casa de las Américas, el 28 de
abril.
Transición al socialismo
En el año 1961 Cuba fue declarado como Territorio Libre del Analfabetismo
Medidas adoptadas:[36]
Durante los años del Período Especial en Cuba, el transporte fue uno de los sectores
más afectados por la situación
Batalla de Ideas
Artículo principal: Batalla de Ideas.
Otro de los objetivos durante la etapa fue el impulso de una campaña internacional
a favor de la liberación de los cinco cubanos (Antonio Guerrero, Fernando
González, Ramón Labañino, Gerardo Hernández y René González) presos en los
Estados Unidos.
Actualidad
El 31 de julio de 2006, el entonces presidente cubano, Fidel Castro, dio a conocer
una proclama al pueblo de Cuba en que hacía entrega temporal de sus
responsabilidades por razones de salud, ya que llegó un momento ―según sus
propias palabras― «en que debido a su enfermedad (...) no podía seguir al frente
del Gobierno».[40] En concordancia con lo dispuesto en la Constitución, su
hermano Raúl Castro, entonces primer vicepresidente de los Consejos de Estado y
de Ministros, asumió la presidencia de la nación de carácter interino.
Posteriormente, el 24 de febrero de 2008, Raúl asumiría de manera oficial la
presidencia de los Consejos de Estado y de Ministros. En su primer discurso como
presidente expresó:
Estoy consciente de la responsabilidad que entraña ante el pueblo la tarea que se me
encarga, y a la vez convencido de contar, como hasta hoy, con el apoyo de quienes
desempeñan responsabilidades de dirección a los diferentes niveles y más importante aún,
con el de mis compatriotas, sin el cual no hay éxito posible en una sociedad como la
nuestra.
Raúl Castro, 24 de febrero de 2008[41]
Raúl Castro presidiendo una de las reuniones del Consejo de Ministros cubano.
Desde un mismo inicio Raúl definió que uno de los ejes fundamentales de su
política de Gobierno sería el perfeccionamiento de la economía, definiendo como
ejes principales a la agricultura, la exportación, la inversión extranjera y el
nacimiento de nuevas formas de empleos, en este caso el cuentapropismo, que
durante su Gobierno tuvo un reimpulso.En agosto de 2010 fue aprobada por la
Asamblea Nacional la Ley modificativa de la División Político Administrativa que
marcó el nacimiento de las provincias de Artemisa y Mayabeque.
En abril de 2011 tuvo lugar el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, el cual
aprobaron los Lineamientos de la Política Económica y Social,[42] punta de la lanza
de la nueva estrategia del Gobierno y el Partido para lograr los objetivos trazados.
Tras ello se pondría en marcha un profundo proceso de aprobación de medidas
que darían cumplimiento a los esfuerzos de actualizar la política económica-social
cubana.
En enero de 2014, Cuba fue sede de la II Cumbre de la CELAC, la cual contó con
la presencia de la gran mayoría de los jefes de estado y de Gobierno de la región.
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Cabildo a particulares para la cría de
ganado mayor con una extensión de dos
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incrementó los intentos de reconquista de
sus antiguas posesiones en América, lo
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nuevas repúblicas.
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29. Volver arriba↑ Se hacía alusión al inciso K
de la Ley de Ampliación Tributaria que
destinaba fondos a la educación. Por este
concepto se financio a los grupos
pandilleros y a la dirección mujalista. Fue
una vía millonaria de malversación
30. Volver arriba↑ Ante la pérdida de respaldo
electoral, Carlos Prío anunció este cambio
de política para las elecciones parciales,
que contemplaba la inclusión de ministros
más técnicos en el Gabinete y la ruptura
con Ramón Grau San Martín
31. Volver arriba↑ Rojas, Marta. "Revolución
no: zarpazo". Publicado
en Cubaperiodistas
32. Volver arriba↑ Mencía, Mario: El grito del
Moncada. La Habana: Editorial Política,
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33. Volver arriba↑ Castro, Fidel: La Historia
me absorverá. Ediciones políticas, La
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42. Volver arriba↑ Lineamientos de la Política
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46. Volver arriba↑ Ramonet: Cumbre de la
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47. Volver arriba↑ Elegido Miguel Díaz-Canel
presidente del Consejo de Estado y del
Consejo de Ministros. Disponible
en:Cubadebate. Consultado el 19 de abril
de 2018
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