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Comunidades aborígenes

Artículo principal: Aborígenes Cubanos.

Aborígenes cubanos (representación)

Los primeros habitantes de la isla de Cuba llegaron alrededor


del 10 000 a. n. e. En medio de muy diferentes condiciones climáticas, con mayor
cantidad de tierras emergidas en el área de Centroamérica que en la actualidad,
diversos grupos de indios de la Gran Isla de Bahamas, existente en el aquel
período, y, luego, del sur del Mississippi y la Florida, bajaron hacia Cuba,
asentándose en ella. Más tarde, oleadas procedentes de Venezuela, ya fuese vía
Nicaragua-Honduras, o a través del archipiélago antillano, arribaron a la Isla,
trayendo sus costumbres araucas originales.

Resulta bastante compleja la denominación asignada a cada grupo aborigen por


los estudiosos de diferentes épocas. En líneas generales, puede decirse que estos
han sido llamados guanahatabeyes, ciboneyes o taínos, según, algunos; taínos o
subtaínos, según otros; y cazadores, pescadores-recolectores, protoagricultores y
agricultores, en estudios más veraces y recientes, en función de su estadío de
desarrollo. Lo importante, en verdad, estriba en precisar que los primitivos
pobladores del archipiélago no llegaron a este de una vez por todas, sino que aún
continuaban asentándose en el mismo a fines del siglo XV, y la conquista y
colonización españolas paralizó su evolución cultural en Cuba.

Dichas culturas estuvieron muy lejos de alcanzar el grado de desarrollo y


complejidad observables en Tierra Firme. Ciertos grupos conocían de antiguo la
agricultura y la cerámica; todos utilizaban el fuego y se ocupaban de la caza, la
pesca y la recolección de alimentos. El maíz, el tabaco, y sobre todo, la yuca,
constituían parte fundamental de su producción agrícola. Los más avanzados
vivían en aldeas de pequeño tamaño, en casas construidas en lugares firmes, o a
orillas del mar y de los ríos.
Esqueleto misterioso, encontrado en el Sitio arqueológico de Chorro de Maíta, de un
hombre de dimensiones superiores.

Los historiadores estiman que a la llegada de Cristóbal Colón a Cuba, la isla


estuvo habitada por unos 300 mil indios. Estos grupos estaban llegando, en 1492,
a un grado superior de vida, anímica, con una superestructura que ya incluía
enterrar a sus muertos, y una incipiente división interna de las funciones dentro del
grupo, entre el jefe (cacique) y el resto de la población, de la cual se destacaba el
individuo encargado de las funciones religiosas, llamado behique. La elaboración
de pictografías y ciertos juegos (batos) y bailes (areitos) reflejan la complejidad
anímica que muy lentamente alcanzaba la sociedad aborigen de la región oriental
cubana a la llegada de los españoles. Cinco siglos después, la toponimia insular
debe mucho aún a estos primeros pobladores.

El clima noble, la variada flora con abundantes alimentos naturales desde frutas
hasta tubérculos que aún hoy forman parte de la dieta de los cubanos como
el boniato y la yuca así como la inexistencia de animales peligrosos, favorecían de
manera especial la vida de los pobladores originales del archipiélago. Entonces
sólo los huracanes ―cuyo paso desde luego era imposible de pronosticar―
constituían una amenaza a la vida, pero aún frente a ellos existía el amparo
protector de las cuevas.

Aunque la cultura aborigen fue prácticamente exterminada, se reconoce aún su


presencia en comidas típicamente criollas, como el ajiaco, un cocido
de carnes, tubérculos y vegetales; y el casabe, una especie de torta de yuca. Su
lengua se mantiene aún para denominar lugares de la ciudad de La Habana, como
Uyanó (en la actualidad Luyanó), nombre con el cual se designa un arroyo y un
barrio habanero; Guasabacoa, nombre de una de las ensenadas de la bahía
habanera; y Guanabacoa, territorio que en la lengua aborigen significa poblado
entre colinas y manantiales, y en donde quedan muy pocos de sus descendientes
mezclados con otras culturas posteriores.

Etapa colonial 1492-1898


Artículo principal: Capitanía General de Cuba.

Llegada de Colón
Artículo principal: Descubrimiento de Cuba.
Durante el primer viaje de Cristóbal Colón, la primera isla visitada y conocida por
los nativos como Guanahani fue bautizada con el nombre de San Salvador, la
segunda con el nombre de Santa María de la Concepción (Rum Cay), la tercera la
bautizó Fernandina (isla Long) en honor a Fernando II de Aragón por su gran
tamaño, y a la isla llamada Samaet por los nativos la bautizó como Isabela
(Crooked Island) en honor a Isabel I de Castilla. Es en esta última isla el 21 de
octubre de 1492 donde Colón escucha hablar a los nativos de la isla llamada Colba
(Cuba) y de Bohío (La Española). Colón se entusiasmó, pues estaba convencido
de que Colba era Cipango, incluso portaba cartas de los Reyes Católicos dirigidas
al Gran Khan, pues el objetivo del viaje era precisamente viajar a las tierras de
oriente en busca de perlas y oro.

Acompañado de diez nativos de Guanahani, el miércoles 24 de octubre partió de la


isla Isabela en busca de Cuba, después de cruzar unos bancos de arena (Banco
de Colón o Islas Brulle) en la tarde lluviosa del sábado 27 de
octubre de 1492 avistaron la isla. Al día siguiente navegaron por un río descrito
como «muy hermoso y sin peligro de bajas ni otros inconvenientes, con una boca
de doce brazas y bien ancha para barloventear», dijo el almirante:
...Que nunca tan hermosa cosa vido, lleno de árboles todo cercado el río, hermosos y
verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto cada uno de su manera. Aves
muchas y pajaritos que cantaban muy dulcemente; había gran cantidad de palmas de otra
manera que las de Guinea y de las nuestras, de una estatura mediana y los pies sin
aquella camisa y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas; la tierra muy
llana.
Diario de a bordo de Cristóbal Colón

Bajaron a tierra y encontraron dos casas que creyeron de pescadores, por las
redes de hilo de palma, cordeles y anzuelos así como aparejos de pesca. Se cree
que el lugar es actualmente la bahía Bariay, a la cual Colón bautizó como el «río y
puerto de San Salvador», navegando hacia el poniente encontró un pequeño río al
que bautizó con el nombre de «río de la Luna», poco después uno más grande al
que bautizó como el «río de los Mares» (puerto de Gibara, Bartolomé de las
Casas lo identificó como Baracoa), donde Colón se detuvo por dos semanas
manteniendo contacto con los nativos. El capitán de la Pinta comunicándose con
los nativos entendió que Cuba era una ciudad en tierra firme, y que al norte había
un rey que tenía guerra con el Gran Khan, pero lo que realmente intentaban
comunicar los nativos era que al norte existía una provincia llamada «Cubanacán».

Colón bautizó a la isla con el nombre de Juana ―en honor a Juan de Aragón y
Castilla quién aún vivía y era el heredero a la corona de los Reyes Católicos,
patrocinadores del viaje―. Frecuentemente se piensa que fue bautizada en honor
a Juana I de Castilla, lo que es un error, pues esta solo fue posteriormente la
heredera del trono tras las muertes del príncipe Juan (4 de octubre de 1497) y de
su hermana mayor Isabel de Aragón y Castilla (23 de agostode 1498). Su
insularidad fue probada luego de un bojeo llevado a cabo
entre 1509 y 1510 por Sebastián de Ocampo.

Años más tarde, el nombre de Fernandina fue trasladado a la isla de Cuba por su
gran tamaño en comparación a la isla Long, también se le pretendió asignar el
nombre de Santiago por la ciudad que fundó Diego Velázquez de Cuéllaren 1515.
Sin embargo la isla siempre fue referida con el nombre de Cuba, ya sea por
Cubanacán o por una derivación de Colba.
Conquista y colonización
En el caso de Cuba, la riqueza ―oro, plata, anhelados largamente por un
capitalismo europeo en despegue― casi no existía, lo cual hizo, entre otros
factores, que Cristóbal Colón priorizase a Santo Domingo a la hora de establecer
el primer asiento de españoles en América. Dicha decisión trajo consigo un relativo
desinterés de la monarquía por Cuba, que se mantendría durante quince años
más.

Ya en 1508, la preocupación del trono español tomó visos manifiestos al


transmitirle a Nicolás Ovando, gobernador de La Española, la disposición referente
a bojear (explorar por mar) la isla grande. Este bojeo fue realizado por Sebastián
de Ocampo, quien demostró la insularidad de Cuba. Poco después, en 1510, las
pugnas internas entre el trono de Castilla y Diego Colón, hijo del Almirante y nuevo
gobernador de La Española, hicieron que se prefiriese a Diego Velázquez, por
encima de Bartolomé Colón, para iniciar el proceso de conquista y colonización
insular.
Archivo:DiegoVelazquezCuellar.jpg
Diego Velázquez de Cuéllar.

Velázquez llegó a Cuba, procedente de La Española, por la región de Maisí. Sus


instrucciones ―incorporar a la mayor de las Antillas a la órbita de la Corona― no
eran difíciles de cumplimentar, dada la poca resistencia efectiva que los indios
cubanos podían ofrecer. El militar español fundó la primera villa de Cuba (Nuestra
Señora de la Asunción de Baracoa) entre fines de 1510 y principios de 1511, y con
rapidez organizó la expansión por el resto del territorio. Un bergantín por la costa
norte; una columna al mando de Pánfilo de Narváez, deudo de Velázquez, y quien
sustituyó a Francisco de Morales, que no lo era, por el centro-norte; y el propio
Velázquez, por el sur, iniciaron la penetración española por tierras cubanas. Este
proceso, si bien dificultado a veces por los débiles intentos de aborígenes de
resistencia, en particular la oposición del cacique quisqueyano Hatuey ―primera
víctima de los conquistadores en Cuba, quemado vivo en la hoguera―, fue
relativamente fácil de concluir.

Descontando la villa de Baracoa, entre 1512 y 1515 el territorio cubano fue


incorporado a los nacientes dominios españoles en el Nuevo Mundo mediante las
seis villas creadas: San Salvador de Bayamo, Trinidad, San Cristóbal de La
Habana, Sancti Spíritus, Santa María del Puerto del Príncipe y Santiago de Cuba.
Esta última desplazó a Baracoa, en 1515, como sede del Gobierno insular. Un
reacomodo de los sitios fundacionales trajo como consecuencia que La
Habana, Trinidad y Puerto Príncipe cambiasen de emplazamiento, hasta llegar
finalmente a su ubicación actual.

La concepción española traída por Velázquez a Cuba ―desarrollo de una colonia


por poblamiento― facilitaba la penetración en la Isla, pero, al mismo tiempo,
creaba las bases para enfrentamientos posteriores en el máximo órgano de
dirección local, el Cabildo, constituido por regidores que elegían de entre ellos a un
alcalde, y la propia monarquía, por medio de sus funcionarios. El cabildo, formado
por vecinos de cada villa, constituyó, con el paso de los años, una oligarquía cada
vez más cerrada, con intereses propios, específicos de cada región, que en
múltiples ocasiones chocaron con los intereses metropolitanos. Los funcionarios
españoles en Cuba, descontado al gobernador, eran, principalmente, el veedor
(factor), el contador y el tesorero. Además, fue creado el cargo de procurador, o
representante del Cabildo en la Corte. Paralelo a esta estructura, se sentía, de
manera enormemente fuerte, la presencia de la Iglesia Católica, ya que una (o la
más importante, según se decía) de las obligaciones de España era catequizar a
los aborígenes. Funcionarios reales, Cabildo e Iglesia constituyen así una tríada
sin la cual no puede entenderse la estructura inicial gubernativa aplicada en Cuba.

El interés fundamental de los conquistadores, la búsqueda de oro, no fue


satisfecho en Cuba. La Isla no poseía grandes yacimientos de ese metal; por el
contrario, su escasez era notoria. Solamente se pudo obtener un poco gracias al
lavado de arenas de los ríos, arduo trabajo, realizado por los indios y que no fue
más allá del año 1542, si bien desde mucho antes ya se había desplazado la
explotación aurífera por la cría de ganado vacuno, porcino y caballar, con vistas
tanto al consumo como a la exportación a los nuevos territorios del continente,
especialmente a la Nueva España. Traído de Europa, en condiciones boscosas del
clima tropical cubano, el ganado prosperó tremendamente y constituyó el renglón
fundamental, sustituto de la minería, la naciente y precaria economía insular. Junto
a esto, la necesidad de subsistir obligó a los españoles a adaptarse a consumir
plantas propias de la agricultura aborigen, tales como la yuca, con la cual se
elabora el casabe, torta que podía sustituir al pan; y el tabaco, que, lenta, pero
constantemente, aumentaría su importancia económica. Fuese para salarlo
en tasajo, o para utilizar sus cueros, el ganado fue la vía de escape productiva de
los españoles que no abandonaron la Isla para participar en la conquista de Tierra
Firme.

Estos españoles no vinieron a América para trabajar, en sentido estricto, sino a


enriquecerse para repatriarse, cuando lo hubiesen conseguido. Por eso Velázquez,
sin estar autorizado para ello, repartió la tierra conquistada a los indios a su hueste
guerrera conquistadora, lo que implicó desposeer a sus legítimos dueños. Este
otorgamiento no implicaba la propiedad jurídica sobre la tierra, sino el derecho a su
utilización, pagando a los monarcas y a la Iglesia los derechos correspondientes. A
largo plazo, dentro de la historia nacional, el proceso señalado traería, siglos
después, gravísimos problemas para el desarrollo del capitalismo en Cuba.

Junto al hecho del reparto de mercedes, el cual podía hacerse bajo distintas
formas, tales como estancias, y luego hatos y corrales, se hizo el reparto de los
indios que la trabajarían. Estos repartos, conocidos con el nombre de
encomiendas, vinculaban al indio a un español, no bajo la forma de la esclavitud
clásica, sino en un carácter similar al del siervo. Los aborígenes debían trabajar a
veces catorce horas diarias, desarraigados, completamente de su modo de vida
original. En sus comienzos, los indios encomendados se ocuparon del lavado de
las arenas de los ríos para la obtención de oro y, con posterioridad pasaron
masivamente a labores agrícolas, imprescindibles para la subsistencia de los
europeos.
Fray Bartolomé de las Casas. Llegado a Cuba en los momentos de su conquista fue
aquí donde comprendió la injusticia y el crimen que se estaba cometiendo con la
población aborigen. Por su defensa de éstos se le denominó «El protector de los
indios».

Mucho se ha escrito sobre la desaparición de los indios cubanos, debida a los


maltratos sufridos a manos de los encomendadores. Esto, históricamente, es
válido. Pero también lo es el hecho de que el sistema de trabajo en encomiendas
rompió el ciclo de reproducción natural aborigen, cuya natalidad disminuyó de
manera inconcebible. La ausencia de mujeres blancas provocó, desde la
arrancada de la colonización, un gran mestizaje de españoles nativos, que fueron
siendo absorbidos racialmente. A ello se unen las enfermedades llegadas de
Europa, desconocidas en América, las cuales mermaron grandemente a los
naturales, así como los suicidios de estos, incapaces, lógicamente, de adaptarse al
régimen de trabajo y a las características de la civilización española.

Para resolver los problemas de fuerza de trabajo, desde la primera década de la


colonización, los españoles introdujeron negros africanos, mucho más resistentes
que los indios a los rigores de la explotación. Primero, en pequeñas partidas
esporádicas, luego, más establemente, los negros llegaron a Cuba desde muy
temprano, incorporándose al proceso de mestizaje, que incluía, así, a indios,
blancos y negros. A la par, trajeron sus universos culturales (dada la
heterogeneidad de etnias que atravesaron el Atlántico), los cuales también
comenzaron a mezclarse con prontitud, en el mosaico español-aborigen. A
mediados de los años cincuenta del siglo XVI, ciertos rasgos futuros, definitorios
de la nacionalidad cubana, entre ellos el crisol racial, comenzaban a florecer
hermosamente.

Siglos XVI, XVII y XIII


Corsarios y piratas
Representación de un ataque pirata durante el siglo XVI

Los corsarios de las naciones enemigas de España, en sus depredaciones por las
Antillas, desembarcaron no pocas veces en Cuba.[1] En distintas épocas, Francis
Drake, Francisco Nau o Henry Morgan visitaron el territorio cubano, fuese para
arrasar determinada villa, o para «rescatar» (comerciar). Cuba resultaba presa fácil
para los ataques de corsarios y piratas, pues el despoblamiento, el abandono por
parte del Gobierno español, la indefinición de sus pobladores y su condición de Isla
los favorecía. Así, el primer ataque a las costas cubanas se llevó a cabo
en 1538 por corsarios franceses, los que aprovecharon la guerra entre Francia y
España, para atacar en dos ocasiones las naves procedentes de México que se
encontraban en el puerto de La Habana, Al año siguiente entraron en la población,
saquearon la iglesia, se apoderaron de todos los objetos de valor e incendiaron el
caserío. En ese mismo año, atacaron una nave española en el puerto de Santiago
de Cuba e intentaron atacar la población, pero se retiraron sin hacerlo.

Uno de los corsarios franceses más famosos y temidos de la época fue Jacques
de Sores.
(...) penetró en el puerto de Santiago de Cuba, se apoderó de la población, la ocupó
durante un mes, exigió fuertes rescates a los vecinos y después de haber abandonado la
idea de una expedición por tierra contra Bayamo, se retiró, no sin dejar asolado el lugar[2]

La cultura insular se benefició de esto. No solo los pobladores entraron en contacto


con otros pueblos y naciones, diferentes por supuesto a la civilización española,
sino que, del ataque del pirata Gilberto Girón a la región de Bayamo, en 1604,
donde tomó de rehén al obispo Juan de las Cabezas Altamirano, y de su rescate
por los habitantes de la villa surgió, en 1608, la primera gran composición poética
de tema cubano en la Isla, Espejo de paciencia, del canario Silvestre de Balboa,
buena muestra de ciertas inquietudes culturales ya presentes en la población. Si
bien la Paz de Ryswick, en 1697, no resolvió por completo para España el
problema del contrabando, si lo redujo a proporciones aceptables.

Desarrollo económico
Una vez culminado el proceso de conquista y colonización, y establecidos en su
forma inicial los mecanismos de poder españoles sobre la Isla, la evolución
económica de esta transcurrió de manera lenta, de acuerdo con la priorización que
España imponía a los nuevos territorios americanos. Sin reservas de oro o metales
preciosos, Cuba sufrió un despoblamiento inicial, en función de la conquista
de México y de expediciones, como la de Hernando de Soto a La Florida. Los
españoles que no abandonaron la Isla fueron adaptándose a ella con mayor
rapidez de lo que se hubiera podido esperar. A mediados del siglo XVI, una nueva
generación de pobladores, cuya mayoría era nacida en la gran Antilla, se hacía
notar en el naciente mundo colonial.

La importancia de la ganadería vacuna, tanto en su función económica hacia


dentro (alimento para población), como hacia afuera (exportación de cueros y
carne salada), se mantuvo a todo lo largo de los siglos XVI y XVII, y llegó, incluso,
a abarcar una buena parte de la primera mitad del siglo XVIII. Enormes haciendas
ganaderas, muchas de las cuales habían sido repartidas en forma de
hatos.[3] componían el panorama determinante de apropiación del territorio insular.
Sin embargo, muy pronto dichas haciendas comenzaron a sufrir la competencia de
la agricultura comercial, la cual llevaría a la gran disolución de una gran cantidad
de ellas.

El tabaco, sembrado en vegas a orillas de los ríos, constituía un cultivo


especializado que los españoles aprendieron rápidamente a producir, cosechar y
procesar en la forma elemental de los propios aborígenes, lo cual no demandaba
grandes extensiones de tierra ni un desembolso sustancial de capital. El
incremento de su consumo tanto en la Isla como en Europa, trajo un constante
aumento de su producción. Si a esto se suma el cultivo de plantas alimenticias
para los habitantes de las villas, sobre todo de La Habana, centro del comercio
español en las Indias, se comprende que la hacienda ganadera sufriese con
rapidez los embates de otras producciones de mayor rentabilidad. La estructura de
Gobierno español y, sobre todo, el Cabildo en cada villa, trataron de proteger a los
hacendados, quienes constituían, desde los primeros tiempos de la colonización, el
grupo social de mayor poder y capacidad de presión. Pero las necesidades
crecientes de la Corona, en lo referente a la alimentación de las tropas y marinos
reunidos en La Habana, durante meses, y la ganancia proporcionada por los
impuestos derivados de la exportación de productos relacionados con la agricultura
comercial, hicieron que la legislación colonial fuese muy irregular, y que los pleitos
entre hateros y agricultores sobre todo los vegueros, establecidos en el interior de
las haciendas ganaderas, llenasen todo un capítulo de la historia inicial de Cuba.

El monopolio comercial español, establecido desde el principio de la colonización a


través de la Casa de Contratación de Sevilla, se dejó sentir con especial fuerza en
Cuba, que, no siendo una región priorizada por España en la primera mitad del
XVI, no recibía apenas los productos europeos imprescindibles. Ya en 1566, con la
creación definitiva del sistema de Flotas para el comercio entre España e Indias,
estos comenzaron a reunirse en el puerto de La Habana, el cual se convirtió, así,
en el principal del continente. Si bien los galeones solo debían permanecer en la
rada habanera unas pocas semana, los atrasos habituales determinaban la
prolongación de la estancia por varios meses, lo que representó para la villa y para
la zona rural de los alrededores un aumento considerable de población y un
enorme estímulo para la producción de artículos diversos, que quienes esperaban
para marchar hacia Europa consumían ávidamente. Asimismo, el número de
posadas y tabernas citadinas creció de manera extraordinaria, al igual que
la prostitución, sobre todo de negras esclavas, autorizadas por sus dueños para
trabajar, «a ganar», según frase de la época.

La influencia del sistema de Flotas obligó a introducir algunas mejoras en las


condiciones urbanas de la capital. La edificación de la Iglesia Parroquial Mayor,
comenzada en 1550 y terminada en 1574, así como de los conventos de Santo
Domingo (construido inicialmente de tablas y guano) en 1578 y reconstruido
en 1587, y San Francisco, inicado en 1584, contribuyó a darle aires citadinos a La
Habana. La construcción de la Zanja Real en 1592, vale decir, del primer
acueducto, por Juan de Texeda, que desde el río Almendares hasta la actual Plaza
de la Catedral surtía de agua al vecindario y a la Flota, mejoró sustancialmente la
imagen urbana, al igual que el Real Decreto que la convertía en ciudad. En el
interior, la lenta ocupación poblacional del espacio geográfico se materializó en la
fundación de algunas parroquias rurales, esfuerzo eclesiástico evidente en las
visitas periódicas que hacían los obispos a diferentes regiones y, sobre todo, en la
fundación de las villas de Santa Clara, al centro de Cuba, y Matanzas, en la costa
norte, cerca de La Habana, a fines del siglo XVII.

La subida al trono español de la Dinastía Borbón a principios del siglo XVIII, trajo
aparejada una modernización de las concepciones mercantilistas que presidían el
comercio colonial. Lejos de debilitarse, el monopolio se diversificó y se dejó sentir
de diverso modo en la vida económica de las colonias.

En el caso cubano, ello condujo a la instauración del estanco del tabaco, destinado
a monopolizar en beneficio de la Corona la elaboración y comercio de la aromática
hoja, convertida ya en el más productivo renglón económico de la Isla. La medida
fue resistida por comerciantes y cultivadores, lo que dio lugar a protestas y
sublevaciones, la tercera de las cuales fue violentamente reprimida mediante la
ejecución de once vegueros en Santiago de las Vegas, población próxima a la
capital. Imposibilitados de vencer el monopolio, los más ricos habaneros decidieron
participar de sus beneficios. Asociados con comerciantes peninsulares, lograron
interesar al Rey y obtener su favor para constituir una Real Compañía de Comercio
de La Habana (1740), la cual monopolizó por más de dos décadas la actividad
mercantil de Cuba.

Fragmento de la Muralla de La Habana, parte del sistema de fortificaciones aplicado


en la Isla de Cuba por el Gobierno colonial español

Después del ataque de Jacques de Sores a La Habana, España ordenó la


fortificación de la ciudad, pero para hacerlo se necesitaba dinero y esclavos y la
Isla carecía de ambas cosas. Es por ello que la Corona ordenó que de
la plata de México se situaran, a la orden del gobernador de la Isla, diversas
sumas de dinero para edificar las fortalezas. Estas sumas fueron conocidas con el
nombre de «situados» y gran cantidad de negros esclavos africanos fueron
introducidos en Cuba con el fin de que trabajaran en las fortificaciones.
En la segunda mitad del siglo XVI, se construyó el Castillo de la Real Fuerza. En
sus bóvedas se guardaba el oro y la plata que traían flotas
desde México y Perú hasta que estas partían hacia España. Posteriormente, La
Fuerza de convirtió en residencia de los gobernadores de la Isla.

Pronto se vió la necesidad de fortificar los dos extremos de la entrada de la había,


por lo que en 1590 se iniciaron las obras del Castillo de los Tres Reyes (El Morro)
y la Fortaleza de La Punta, los cuales se terminaron 40 años después en 1630.
Para dirigir la construcción de las fortalezas de El Morro y La Punta fue llamado el
famoso ingeniero militar italiano Juan Bautista Antonelli. Después de construido El
Morro, los técnicos militares recomendaron la construcción de otra fortificación en
la loma llamada de La Cabaña; sin embargo, España no la autorizó en aquellos
momentos.

En La Habana fueron construidos torreones en La Chorrera, Cojímar y San Lázaro.


La construcción de las murallas duraron más de un siglo, desde 1674 hasta 1797,
cuando ya prácticamente la ciudad no cabia entre sus muros. Mientras,
en Santiago de Cuba se construyó el Castillo de San Pedro de la Roca.

La Isla, en su conjunto, no se benefició con el sistema de Flotas pues solo


representó un adelanto para La Habana. Las villas del interior, abandonadas a su
suerte y carentes de recursos elementales necesarios a sus pobladores,
desarrollaron con rapidez un comercio irregular, fuera de los moldes coloniales,
conocido con el nombre de comercio de contrabando o comercio de rescate. Este
se efectuaba utilizando los ríos y los múltiples accidentes costeros cubanos, con
corsarios y piratas ingleses, franceses y holandeses, cuyas naciones disputaban a
España el dominio del Mar Caribe. Entregando productos «de la tierra», los
habitantes de las villas cubanas recibían aquellas mercancías que el régimen
colonial no les suministraba. En este comercio participaban, por igual, el Cabildo
local, los vecinos y las autoridades españolas de la zona porque las necesidades
eran semenjantes para todos los grupos sociales.

España hizo fuertes intentos por prohibir, vigilar y condenar el contrabando, con
muy poco éxito. Designado por el gobernador Don Pedro de Valdés, su asesor
Melchor Suárez de Poago trató de controlar la situación del contrabando
en Bayamo, a principios del siglo XVII, ya que dicha zona constituía el foco
principal de este comercio. Prevenidos, los vecinos (posiblemente ayudados por
los rescatadores extranjeros) hicieron imposible la prosecución del expediente
judicial iniciado, que al ventilarse en la Audencia de Santo Domingo, de la cual
Cuba dependía, fue suspendido. Este hecho constituye una muestra fehaciente de
las contradicionnes primarias que se veían entre los Gobiernos locales,
compuestos por insulares, y el Gobierno de la Metrópoli.

España trató de estructurar cierto control sobre los habitantes de la Isla que
impidiese la pérdida de riquezas por vía del contrabando, y al mismo tiempo
permitiese readecuar los mecanismos de dominación a la creciente importancia de
La Habana. En 1607, una Real Orden convalidaba algo que desde 1553 había
sucedido: el establecimiento de la capital insular en la propia ciudad, a la par que
dividía a Cuba en dos Gobiernos, el de La Habana y el de Santiago de Cuba, este
último subordinado al primero. El desconocimiento que de las realidades cubanas
tenía España, cien años después de la conquista, provocó un suceso simpático:
las villas de Trinidad, Remedios y Sancti Spíritus no fueron adscritas a ninguno de
los Gobiernos, con lo cual sus habitantes pudieron autogobernarse durante largos
años.

Representación de la toma de La Habana por los británicos en 1762.

El siglo XVIII fue escenario de sucesivas guerras entre las principales potencias
europeas, que en el ámbito americano persiguieron un definido interés mercantil.
Todas ellas afectaron a Cuba de uno u otro modo, pero sin duda la más
trascendente fue la Guerra de los Siete Años (1756-1763), en el curso de la cual
La Habana fue tomada por un cuerpo expedicionario inglés. La ineficacia de las
máximas autoridades españolas en la defensa de la ciudad contrastó con la
disposición combativa de los criollos, expresada sobre todo en la figura de Pepe
Antonio, valeroso capitán de milicia de la cercana villa de Guanabacoa, muerto a
consecuencia de los combates. Durante los once meses que duró la ocupación
inglesa ―agosto de 1762 a julio de 1763―, La Habana fue teatro de una intensa
actividad mercantil que pondría de manifiesto las posibilidades de la economía
cubana, hasta ese momento aherrojada por el sistema colonial español.

Al restablecerse el dominio hispano sobre la parte occidental de la Isla, el


Rey Carlos III y sus ministros «ilustrados» adoptaron una sucesión de medidas que
favorecerían el progreso del país. La primera de ellas fue el fortalecimiento de sus
defensas, de lo cual sería máxima expresión la construcción de la imponente y
costosísima fortaleza de San Carlos de La Cabaña en La Habana; a esta se
sumarían numerosas construcciones civiles, como el Palacio de los Capitanes
Generales (de Gobierno) y religiosas, como la Catedral, devenidas símbolos del
paisaje habanero.

El comercio exterior de la Isla se amplió, a la vez que se mejoraron las


comunicaciones interiores y se fomentaron nuevos poblados como Pinar del
Río y Jaruco. Otras medidas estuvieron encaminadas a renovar la gestión
gubernativa, particularmente con la creación de la Intendencia y de la
Administración de Rentas.

En este contexto se efectuó el primer censo de población (1774) que arrojó la


existencia en Cuba de 171 620 habitantes.

Otra serie de acontecimientos internacionales contribuyeron a la prosperidad de la


Isla. El primero de ellos, la guerra de independencia de las Trece Colonias inglesas
de Norteamérica, durante la cual España ―partícipe del conflicto― aprobó el
comercio entre Cuba y los colonos sublevados. La importancia de este cercano
mercado se pondría de manifiesto pocos años después, durante las guerras de
la Revolución Francesa y el Imperio napoleónico, en las cuales España se vio
involucrada con grave perjuicio para sus comunicaciones coloniales.

En esas circunstancias se autorizó el comercio con los «neutrales» ―Estados


Unidos― y la economía de la Isla creció vertiginosamente, apoyada en la favorable
coyuntura que para los precios del azúcar y el café creó la revolución de los
esclavos en la vecina Haití. Los hacendados criollos se enriquecieron y su
flamante poder se materializó en instituciones que, como la Sociedad Económica
de Amigos del País y el Real Consulado, canalizaron su influencia en el Gobierno
colonial. Lidereados por Francisco de Arango y Parreño, estos potentados criollos
supieron sacar buen partido de la inestable situación política y, una vez restaurada
la dinastía borbónica en 1814, obtuvieron importantes concesiones como la
libertad del comercio, el desestanco del tabaco y la posibilidad de afianzar
legalmente sus posesiones agrarias. Pero tan notable progreso material se basaba
en el horroroso incremento de la esclavitud.

Esclavitud

José Antonio Aponte dirigió la primera conspiración de carácter nacional que registra
la historia de Cuba

A partir de 1790, en sólo treinta años, fueron introducidos en Cuba más esclavos
africanos que en el siglo y medio anterior. Con una población que en 1841
superaba ya el millón y medio de habitantes, la Isla albergaba una sociedad
sumamente polarizada; entre una oligarquía de terratenientes criollos y grandes
comerciantes españoles y la gran masa esclava, subsistían las disímiles capas
medias, integradas por negros y mulatos libres y los blancos humildes del campo y
las ciudades, estos últimos cada vez más remisos a realizar trabajos manuales
considerados vejaminosos y propios de esclavos. La esclavitud constituyó una
importante fuente de inestabilidad social, no sólo por las frecuentes
manifestaciones de rebeldía de los esclavos ―tanto individuales como en
grupos― sino porque el repudio a dicha institución dio lugar a conspiraciones de
propósitos abolicionistas.

Entre estas se encuentran la encabezada por el negro libre José Antonio Aponte,
abortada en La Habana en 1812, y la conocida Conspiración de la Escalera (1844),
que originó una cruenta represión. En esta última perdieron la vida numerosos
esclavos, negros y mulatos libres, entre quienes figuraba el poeta Gabriel de la
Concepción Valdés (Plácido). El desarrollo de la colonia acentuó las diferencias de
intereses con la metrópoli. A las inequívocas manifestaciones de una nacionalidad
cubana emergente, plasmadas en la literatura y otras expresiones culturales
durante el último tercio del siglo XVIII, sucederían definidas tendencias políticas
que proponían disímiles y encontradas soluciones a los problemas de la Isla.

Movimientos reformistas y anexionistas


El cauto reformismo promovido por Arango y los criollos acaudalados encontró
continuidad en un liberalismo de corte igualmente reformista encarnado por José
Antonio Saco, José de la Luz y Caballero y otros prestigiosos intelectuales
vinculados al sector cubano de los grandes hacendados. La rapaz y discriminatoria
política colonial de España en Cuba tras la pérdida de sus posesiones en el
Continente, habría de frustrar en reiteradas ocasiones las expectativas reformistas.
Esto favoreció el desarrollo de otra corriente política que cifraba sus esperanzas de
solución de los problemas cubanos en la anexión a Estados Unidos. En esta
actitud convergía tanto un sector de los hacendados esclavistas que veía en la
incorporación de Cuba a Estados Unidos una garantía para la supervivencia de la
esclavitud ―dado el apoyo que encontrarían en los estados sureños―, como
individuos animados por las posibilidades que ofrecía la democracia
estadounidense en comparación con el despotismo hispano. Los primeros,
agrupados en el «Club de La Habana» favorecieron las gestiones de compra de la
Isla por parte del Gobierno de Washington, así como las posibilidades de una
invasión «liberadora» encabezada por algún general estadounidense.

Narciso López era partidario de la anexión de Cuba a EE.UU. Encargó el diseño de


la Bandera y el Escudo Nacional de Cuba.

En esta última dirección encaminó sus esfuerzos Narciso López, general de origen
venezolano que, tras haber servido largos años en el ejército español, se involucró
en los trajines conspirativos anexionistas. López condujo a Cuba dos fracasadas
expediciones, y en la última fue capturado y ejecutado por las autoridades
coloniales en 1851. Otra corriente separatista más radical aspiraba a conquistar la
independencia de Cuba. De temprana aparición ―en 1810 se descubre la primera
conspiración independentista lidereada por Román de la Luz―, este separatismo
alcanza un momento de auge en los primeros años de la década de 1820. Bajo el
influjo coincidente de la gesta emancipadora en el continente y el trienio
constitucional en España, proliferaron en la Isla logias masónicas y sociedades
secretas. Dos importantes conspiraciones fueron abortadas en esta etapa, la de
los Soles y Rayos de Bolívar(1823), en la que participaba el poeta José María
Heredia―cumbre del romanticismo literario cubano― y más adelante la de la Gran
Legión del Aguila Negra alentada desde México.

También por estos años, el independentismo encontraba su plena fundamentación


ideológica en la obra del presbítero Félix Varela. Profesor de filosofía en
el Seminario San Carlos en La Habana, Varela fue electo diputado a Cortes
en 1821 y tuvo que huir de España cuando la invasión de los «cien mil hijos de
San Luis» restauró el absolutismo. Radicado en Estados Unidos, comenzó a
publicar allí el periódico El Habanero, dedicado a la divulgación del ideario
independentista. Su esfuerzo, sin embargo, tardaría largos años en fructificar pues
las circunstancias, tanto internas como externas, no resultaban favorables al
independentismo cubano.

En los años posteriores, la situación económica cubana experimentó cambios


significativos. La producción cafetalera se derrumbó abatida por la torpe política
arancelaria española, la competencia del grano brasileño y la superior rentabilidad
de la caña.

La propia producción azucarera se vio impelida a la modernización de sus


manufacturas ante el empuje mercantil del azúcar de remolacha europeo. Cada
vez más dependiente de un solo producto ―el azúcar― y del mercado
estadounidense, Cuba estaba urgida de profundas transformaciones
socioeconómicas a las cuales la esclavitud y la expoliación colonial española
interponían grandes obstáculos.

El fracaso de la Junta de Información convocada en 1867 por el Gobierno


metropolitano para revisar su política colonial en Cuba, supuso un golpe
demoledor para las esperanzas reformistas frustradas en reiteradas ocasiones.
Tales circunstancias favorecieron el independentismo latente entre los sectores
más avanzados de la sociedad cubana, propiciando la articulación de un vasto
movimiento conspirativo en las regiones centro orientales del país.

Luchas por la independencia


Artículos principales: Guerra de los Diez Años y Guerra del 95.

Guerra de los Diez Años (1868-1878)


Causas e inicio
El surgimiento del movimiento de liberación nacional cubano, tuvo profundas
causas de carácter interno y también externo, que lo enmarcaron, visibilizaron y le
imprimieron no pocas de sus especificaciones. Factores de tipo interno tales como
el creciente grado de explotación colonialista que España ejercía sobre Cuba; la
imperiosa necesidad histórica de abolir la esclavitud, y la madurez patriótica
alcanzada por ciertos grupos terratenientes centro-orientales, que les permitió
echar a andar una revolución anticolonial, se hacen presentes en la hora crucial de
efectuar un levantamiento armado. Junto a ellos, hay algunos factores externos a
la realidad socioeconómica cubana, que influyen poderosamente en la decisión
revolucionaria. Entre esos destacan: la existencia de la Revolución de
Septiembre en España, es decir, el clima de inestabilidad política insular; las
declaraciones de Ulysses S. Grant, futuro presidente estadounidense, no muy
favorables a Madrid, por el apoyo prestado a los secesionistas sureños durante
la guerra civil de 1861-1865; la atmósfera antiespañola que late en las naciones
hermanas del continente por la invasión francesa a México, apoyada por España;
la anexión de Santo Domingo, en los años sesenta; la guerra
contra Chile y Perú;[4] y la proclamación por los puertorriqueños, mediante el Grito
de Lares, de la independencia de la isla, si bien esto fue sofocado con celeridad.
Dichos factores, dándose la mano, hicieron que los independentistas cubanos
considerasen llegado el momento de hacer, usando una frase martiana, «la Patria
libre».

El proceso conspirativo antiespañol, desarrollado a partir de 1867, tuvo espacio en


la región del centro-oriente cubano, con especial fuerza en Bayamo, Manzanillo y
el Camagüey. La dirección estuvo a cargo del sector terrateniente no vinculado de
manera directa con la plantación esclavista, cuyos propietarios no se convirtieron
en promotores de un movimiento nacional-liberador. Las capas intermedias de la
población insular y, de manera abrumadora, el campesinado, fueron las clases
sociales que constituyeron la base social de la Revolución, apoyadas también, en
planos de dirección, por una intelectualidad muy comprometida con los destinos
del país. Los esclavos, liberados con esa finalidad, engrosaron el futuro Ejército
Libertador y lograron alcanzar dentro de él ciertas posiciones relevantes. Los
obreros, en su inmensa mayoría ubicados en la región occidental y muy pocos en
número, no tuvieron dentro del movimiento el peso que de ellos podía esperarse.

Francisco Vicente Aguilera, Pedro (Perucho) Figueredo, Carlos Manuel de


Céspedes, Vicente García, Salvador Cisneros y Miguel Jerónimo Gutiérrez,
ejemplifican a este grupo de terrateniente revolucionarios, empeñados en expulsar
a España de Cuba. Reunidos en sus pueblos originales, fueron vertebrando la
conspiración anticolonial a través de logias masónicas y en sesiones
supuestamente culturales, entrando en contacto los comprometidos de cada región
cubana, particularmente orientales y camagüeyanos, un poco más rezagados los
villareños. Sin que lograran en un principio un acuerdo general sobre la fecha de
alzamiento, finalmente, el día aceptado sufrió varias modificaciones dada la
premura y la radicalidad ideológica del grupo manzanillero liderado por Céspedes.
Dicho grupo adelantó, por diversas razones, el inicio del combate para el 10 de
octubre de 1868. Este brillante día los cubanos inauguraron la vía de la lucha
armada para resolver las contradicciones imperantes en la sociedad colonial en
que vivían.

Grito de independencia y primeras acciones

Ilustración de los sucesos del Diez de Octubre en la Demajagua

Devenido Céspedes en jefe de la Revolución, en la fecha señalada, dio el grito de


independencia en su ingenio La Demajagua, e hizo dos cosas de amplia
trascendencia: liberó a sus esclavos y dio a conocer un documento, llamado en la
historia nacional Manifiesto del Diez de Octubre. En el mismo se explicaban las
razones de los cubanos para separarse de España y, entre otros elementos de
interés, se planteaba un deseo de abolición gradual de la esclavitud, con
indemnización al propietario, expresión cabal de la poca fuerza con que aún
contaba el naciente movimiento; se centraban las operaciones civiles y militares en
una sola persona (el propio Céspedes), inaugurándose así una forma de Gobierno,
el mando único, tremendamente debatida dentro del movimiento de liberación
nacional.

A pasos acelerados, la Revolución ampliaría su escenario en la zona oriental.


Miles de negros, blancos y mulatos libres se incorporaron a la lucha en los días
siguientes al 10 de octubre. Las bisoñas tropas mambisas, que comenzaban a ser
entrenadas por militares dominicanos radicados de antaño en la región suroriental
y entre los cuales descollaría Máximo Gómez, comenzaron a demostrar la validez
del machete en función de la independencia. La toma de Bayamo en el propio mes
de octubre, dio una capital a la naciente Revolución; la primera carga al
machete ocurrida en Pino de Baire en noviembre de 1868, la creación del periódico
mambí El Cubano Libre, la divulgación de la letra del Himno Nacional, son hechos
que hablan de la fuerza inicial del movimiento. Poco después, el 4 de noviembre
de 1868, los camagüeyanos se levantarían en armas en Las Clavellinas, y si bien
no apoyaron el Gobierno de Céspedes, ampliaron considerablemente el teatro de
operaciones militares. Dentro de esa región, el grupo reformista representado por
el partido de Caonao era muy fuerte, y fue necesaria la viril actitud del
joven Ignacio Agramonte para desenmascarlo y separarlo de la dirección
revolucionaria. Los camagüeyanos adoptaron un Gobierno donde las funciones
militares estaban separadas de las civiles y estas divididas internamente. Meses
después, la zona villareña se asumiría al combate, el 6 de febrero de 1869, en
el alzamiento de San Gil. Solo faltaba ya la incorporación de Occidente.

Esta región, centro del poder español en Cuba, no contaba con un espacio
geográfico favorable al combate. Y la situación revolucionaria que en ella se fue
creando se vio obstaculizada por la avenencia solapada entre el integrismo
español, o sea, la intransigencia absoluta de los colonialistas beneficiados con la
explotación de Cuba, el capitán general, de filiación política monárquica, Francisco
Lersundi, y la burguesía esclavista occidental, supuestamente liberal, aterrada ante
un movimiento revolucionario que pusiese en crisis sus intereses de clase, si bien
esta supo convertirse en representante de los insurrectos, primero en La Habana,
y luego en la emigración. La consolidación de un alzamiento en Occidente no se
efectuaría en los diez años de lucha. La burguesía occidental desempeñó, en tanto
clase, un papel puramente antinacional.

Búsqueda de la unidad: Asamblea de Guáimaro


En rápida sucesión, se desenvolvieron diferentes acontecimientos de importancia:
la sustittución del capitán general Lersunci por Domingo Dulce; la revitalización del
cuerpo de voluntarios, que llenó de sangre y terror las principales poblaciones de
Cuba; el decreto de embargo de bienes a «infidentes», que traspasó buena parte
de la riqueza cubana a manos españolas,; los intentos de Dulce por lograr una
avenencia reformista con los revolucionarios, fallidos todos; la toma
de Bayamo por los españoles y su incendio por los mambises; la creciente
oposición a la dirección unificada representada por Céspedes y el traslado de los
combatientes villareños, desposeídos de recursos elementales, a la región oriental.
Todo esto apuntaba a una necesidad capital dentro del sector revolucionario: el
establecimiento de un Estado nacional insurrecto, que aportaba la necesaria
unidad dentro de las filas insurrectas. A lograr tal fin se convocó, los días 10 y 11
de abril de 1869, la Asamblea de Guáimaro.

La Asamblea de Guáimaro se realizó con el objetivo de lograr la unidad revolucionaria


entre los patriotas alzados en Oriente, Camagüey y Las Villas además de redactar la
primera constitución de la naciente República de Cuba en Armas.

Los delegados a la reunión acordaron la primera Constitución que establecía la


existencia de una República en Armas, la cual dividía el mando civil del militar y
estructuraba los poderes, con un ejecutivo maniatado, fiscalizado por un aparato
legislativo todopoderoso, la Cámara de Representantes, a cuyas disposiciones se
sometían los otros poderes. El Ejército quedó con un general en jefe al frente,
Manuel de Quesada, mientras Céspedes asumía la presidencia de la República
y Salvador Cisneros Betancourt la de la Cámara. Constitución democrático-
burguesa acorde con los intereses de Cuba en aquellos momentos, la Carta de
Guáimaro, dio un paso fundamental en la abolición de la esclavitud: en su artículo
24 se estableció la libertad de todos los habitantes de la Isla. Poco después, sin
embargo, los temores presentes aún en ciertos representantes determinaron que
la Cámara acordase, a la hora de hacer realidad la abolición, un Reglamento de
Libertos, que cortaba la verdadera libertad del negro esclavo, hecho muy debatido
entra los sectores más progresistas del mambisado, y que obtuvo el veto del
presidente Céspedes. La integración de la Cámara, así como la de los cuatro
secretarios de despacho, refleja la heterogeneidad clasista presente en el campo
revolucionario, y sería fuente de graves trastornos en el desursar de una
Revolución nacional-liberadora, ya que el aparato civil quedó exacerbado en sus
funciones, por miedo a una hipotética dictadura, en detrimento del sector militar, a
todas luces decisivo, en momentos en que lo más importante era expulsar a
España de la Perla de las Antillas.

Emigración y apoyo desde el extranjero


La división entre los bandos aldamistas y quesadistas no permitió la unidad
entre la emigración cubana en Estados Unidos
Miguel Aldama

Manuel de Quesada

Entre los poderes ejecutivo y legislativo, las relaciones, necesariamente correctas,


quedaron muy agrietadas a raíz de la deposición del jefe del Ejército, Manuel de
Quesada, en diciembre de 1869. Quesada, cuñado del Presidente, fue depuesto
por la Cámara al pedir este mayores libertades para el aparato militar, y su cargo,
por los temores del legislativo a una dictadura militar, no fue jamás cubierto. Cada
general dirigía el combate en su región, y tomaría las medidas necesarias de la
forma en que le pareciese mejor, cuya consecuencia sería el desarrollo de un
regionalismo fuerte y de un caudillismo mayor, que el mando civil cameral no
estuvo en condiciones de controlar.

La emigración en los Estados Unidos, que debió convertirse en sólido baluarte de


los mambises en Cuba, no cumplió sus funciones, desangrada por pugnas
internas, recrudecidas por la llegada a Nueva York de Manuel de Quesada,
envidado allá con un misión personal del presidente. Dividida la emigración entre
«aldamistas», o seguidores de Miguel Aldama, y «quesadistas», amigos del ex
general en jefe, esta no apoyó a sus combatientes en Cuba, obstaculizándose una
facción a la otra, en lamentable querella por el poder, que no pudo resolver ni
siquiera el arribo a los Estados Unidos de Francisco Vicente Aguilera,
vicepresidente cubano. Las masas emigradas vieron frenados sus deseos de
cooperar activamente con las liberación de la Patria, debido a las pugnas que
separaban a los sectores dirigentes de la emigración.

Por medio de sus respectivos Gobiernos, no pocas naciones latinoamericanas


expresaron su solidaridad con la República de Cuba en Armas, si bien debe
tenerse en cuenta, en algunos casos, la lejanía geográfica de Cuba, y en todos, el
grado de desarrollo de las fuerzas productivas, por lo cual, el apoyo en armas y
recursos bélicos de Latinoamérica fue francamente muy bajo. De manera
individual, cientos de latinoamericanos jóvenes, entusiasmados con la idea de
expulsar definitivamente al colonialismo español de la Patria común, arribaron a
costas cubanas, y no pocos de ellos se convirtieron en grandes figuras de
epopeya. Juan Ríus Rivera (1848-1924), de Puerto Rico y José Rogelio
Castillo (1845-1925), colombiano, quienes alcanzaron los grados de general,
ejemplifican la participación continental en la lucha por la independencia antillana.

Contrariamente a la actitud asumida por la gran mayoría de los Gobiernos


latinoamericanos, el ejecutivo estadounidense, a través de su encargado, Ulises
Grant, no solo no reconoció ni la independencia ni tan siquiera el estado de
beligerancia de Cuba, sino que obstaculizó todos los intentos revolucionarios
cubanos allí emigrados para ayudar a la Patria. Diferentes mensajes y proclamas
del ejecutivos estadounidense, dirigidas tanto al Congreso como a la población del
país, condenaron el apoyo a la liberación cubana, y la utilización del territorio
estadounidense para realizar actos antiespañoles. Paralelo a esto, a Madrid se le
vendían armas, medicinas y recursos varios, necesarios para la guerra, y, sobre
todo, se le pasaba información sobre los movimientos anticolonialistas de los
emigrados. El Gobierno de Grant, vinculado mediante el secretario Hamilton
Fish con la legación española en Washington, llevó al fracaso un hermoso plan
colombiano en 1874, consistente en obtener, entro todas las naciones de América,
la independencia de Cuba. Mantener la Isla en manos fue la tónica de la
administración estadounidense a lo largo de aquella década de lucha.

Ocaso de la guerra
Para los revolucionarios cubanos era una tarea de primer orden la extensión de la
guerra al occidente insular, región aún no vinculada al combate nacional-liberador.
Sin embargo antes de que la pujanza revolucionaria se hiciese sentir en las zonas
cercanas a la plantación esclavista, transcurrieron no pocos hechos de singular
importancia, los cuales marcaron los derroteros futuros de la lucha. Entre ellos se
encuentran: la definitiva abolición de la esclavitud en diciembre de 1870; la
invasión de Guantánamo, llevada a cabo por Máximo Gómez, en 1871,; en el
propio año, el fusilamiento de los estudiantes de Medicina, que mostró la vesania
del régimen colonial; la deposición de Carlos Manuel de Céspedes de su cargo de
presidente, debida a las disensiones internas de la Revolución, en 1873, y
previamente, la muerte de Ignacio Agramonte en Jimaguayú; la muerte de
Céspedes en 1874, y, ese mismo año, la captura del general Calixto García, casi
agonizante; la realización, por Máximo Gómez, de batallas en la región
camagüeyana, tan importantes como: Naranjo, Mojacasabe y Las Guásimas. Sin
olvidar la situación política española continuaba dando muestras de una gran
inestabilidad, dada la sucesión vertiginosa de un régimen supuestamente
revolucionario, la monarquía del italiano Amadeo de Saboya, y, en 1873, una
ficción republicana, que desembocaría en la Restauración, en la persona
de Alfonso XII, en 1874, con Antonio Cánovas como poder tras el trono. Los
vaivenes políticos españoles en no poca medida, facilitaron el sostenimientos de
los mambises en los primeros años de la contienda.

Ya comenzando 1875, Máximo Gómez logró, al fin, en su calidad de jefe del


Camagüey y Las Villas, iniciar la campaña invasora. Los mambises atravesaron
la trocha de Júcaro a Morón y comenzaron con celeridad a combatir en territorio
villareño. Con la tea destruyeron una gran cantidad de ingenios y fincas, y
avanzaron sin cesar hacia el límite con la región matancera. A pesar de la
implacable persecución española, y la falta de recursos bélicos y de alimentos, los
insurrectos lograron hacer tambalear el dominio español en la Isla. Sin embargo,
tal hazaña no pudo ser completada. Desde dentro de la Revolución, la invasión
sufriría un golpe demoledor.

Antes de comenzar la campaña invasora, Máximo Gómez había pedido refuerzos


a la Cámara y a Cisneros, como nuevo presidente de la República en sustitución
de Céspedes. Cuando los mismos debieron concretarse, las tropas orientales
seleccionadas para pasar a Las Villas se reunieron en Lagunas de Varona,
Oriente, convocadas por figuras muy cercanas al mayor general de Las
Tunas, Vicente García. Allí, juntos los amigos de García, los soldados que no
querían abandonar su terruño natal, y los deudos de Céspedes, elevaron un pliego
a la dirección civil revolucionaria donde se demandaba la salida de Cisneros de la
presidencia, la convocatoria a elecciones, la modificación de la Constitución y
diversas otras medidas. Estas pueden o no haber sido válidas; de hecho, algunas
lo eran. Lo no pertinente viene dado por el momento en que las demandas se
hicieron, y la forma sediciosa asumida por el movimiento. El poder ejecutivo, al
igual que el legislativo, mostró su debilidad interna al no adoptar una solución
radical ante tamaño problema. Y, para resolver la situación creada, no encontró
mejor recursos que solicitar de Gómez se entrevistase con el general García. En
definitiva, esto se hizo, y Juan Bautista Spotorno sustituyó a Cisneros, de manera
interina. Después se encargó de la presidencia Tomás Estrada Palma, ya en 1876.
Lo que si no se resolvió fue la terrible quiebra de la unidad revolucionaria
representada por Lagunas de Varona, y la parálisis de la invasión, pues al regreso
de Gómez a Las Villas la situación de la zona había cambiado por completo.

Arsenio Martínez Campos, conocido como El Pacificador, fue el hombre enviado


desde España para lograr la paz en Cuba y el fin de la Guerra

Desde mucho tiempo atrás, el regionalismo había prendido en importantes


sectores de los combatientes villareños, a extremos tales que estos, en octubre de
1876, cuando la situación bélica era altamente compleja y Henry Reeve,
el Inglesito, había muerto en la vanguardia de Yaguaramas, le pidieron a Gómez,
por intermedio de Carlos Roloff, polaco radicado en la zona, que abandonase la
dirección de la lucha por su condición de extranjero. El expulsado jefe regresó al
Camagüey abatidado anímicamente, y casi convencido de la imposibilidad de
continuar de aquella manera el combate nacional-liberador. Máxime cuando los
momentos coincidían con reforzamiento de la política española en la Isla, merced
al nuevo capitán general, Arsenio Martínez Campos.

Este militar, conocido en España como el Pacificador, por haber acabado con los
alzamientos carlistas y cantonalistas, comenzó rápidamente a implantar un nuevo
estilo de guerra, y sustituyó a los oficiales sanguinarios que anteriormente dirigían
las demarcaciones cubanas. El sobreseimiento de los bienes embargados; el
respeto a la vida de los mambises que se presentases a los españoles; la entrega
de un poco de dinero a los que así lo quisiesen; la eliminación de las
deportaciones; el reparto de raciones a mambises famélicos, y, sobre todo,
«peinar» exhaustivamente cada zona villareña para reducir al máximo la existencia
de insurrectos, un excelente resultado, en momento en que la Revolución
atravesaba un período de gran inestabilidad. Esta trató de ser resuelta por el
Gobierno insurrecto, quien designo al general Vicente García para hacerse cargo
del mando en Las Villas. Sin negarse, dicho militar demoró la ejecución de la
orden, y terminó por plasmar, en mayo de 1877, una nueva sedición, ahora
en Santa Rita, al regresar a territorio tunero. En estas circunstancias, el combate
en la región central casi desapareció, a lo cual debe unirse la crisis del ejecutivo,
provocada por la caída en manos españolas de su presidente, Estrada Palma.
Dispuesta la Cámara a cualquier cosa para salvar los restos de lucha, designó al
propio Vicente García como presidente, después de un breve tiempo de
interinatura de Francisco Javier de Céspedes.

Diversos factores se dieron así la la mano para llegar a la firma de una paz sin
independencia, el 10 de febrero de 1878, en el Zanjón. Al desgaste lógico de casi
diez años de combate, se sumaron el poco apoyo en recursos de guerra recibidos
en el exterior; la falta de unidad entre los combatientes; inoperante aparato de
dirección revolucionaria establecido que trabó, más que hacer viables, las
operaciones militares; la falta de un Ejército con un mando central fuerte; y ciertas
concepciones prevalecientes en el seno de algunas figuras importantes con
posibilidades de decisión, tanto civiles como militares. Todo esto fue
excelentemente aprovechado por Martínez Campos. El Pacto del Zanjón, que puso
fin a la Guerra de Diez Años, reconoció la libertad de los esclavos y colonos chinos
presentes en las filas mambisas, y declaró lo pactado como válido para todas las
regiones de Cuba.

Protesta de Baraguá.

En esto se equivocó el general español. En la zona oriental, los mambises,


capitaneados por Antonio Maceo, general mulato de amplísimo prestigio a fines de
la guerra, se negaron a aceptar el convenio. En memorable entrevista efectuada
en Mangos de Baraguá, en la provincia de Oriente, en marzo de 1878, declararon
al jefe ibérico su decisión de continuar el combate, lo cual hicieron poco después.
Habiendo establecido un nuevo aparato de Gobierno y una nueva Constitución
revolucionaria, los protestantes de Baraguá, aunque no pudieron sostenerse, pues
España concentró sobre ellos todas las tropas que antes estaban muy dislocadas,
y las condiciones para la guerra no les eran propicias, dieron un hermoso ejemplo
de intransigencia de una nación negada a volver a la dependencia. Libertad y
abolición pasaron así a ser ardientes símbolos del pueblo cubano, y la figura de
Antonio Maceo devino en la máxima representación de la nación considerada en
su conjunto. A mediados de 1878, se cerraba la primera etapa del movimiento de
liberación nacional, excelente experiencia acumulada a los largo de diez años.
Pocos mambises se radicaron en Cuba, volviendo a sus hogares. Una buena
mayoría se trasladó a la emigración, en donde centrarían ahora los desvelos por
independizar a Cuba.

El período interguerras (1878-1895)


Artículo principal: Tregua Fecunda.

En la década de 1880, la Isla atravesaría por un proceso de grandes cambios


económicos y sociales. La esclavitud, muy quebrantada ya por la Revolución de
1868, fue finalmente abolida por España en 1886. Ello estuvo acompañado por
notables transformaciones en la organización de la producción azucarera, la cual
alcanzaba definitivamente una etapa industrial. La dependencia comercial cubana
respecto a Estados Unidos se haría prácticamente absoluta, y los capitales
estadounidenses comenzaron a invertirse de manera creciente en diversos
sectores de la economía.

La burguesía insular, alejada de aspiraciones independentistas, había dado lugar a


dos formaciones políticas: el partido Liberal, más adelante denominado
Autonomista, que retomaba la vieja tendencia de conseguir reformas del sistema
colonial español hasta alcanzar fórmulas de autoGobierno; y el partido Unión
Constitucional, expresión reaccionaria de los sectores interesados en la plena
integración de Cuba a España.

Los independentistas cubanos no descansaron durante el período. Poco después


de terminada la Guerra de los Diez años, empezó a organizarse lo que vendría a
llamarse Guerra Chiquita (1879-1880), siguiendo pautas similares a las del
movimiento anterior. Por medio de clubes no vertebrados horizontalmente, con un
centro superior en Nueva Yorkdirigido por el general Calixto García, y con
alzamientos no coordinados en la Isla, la nueva guerra se desgastó por la falta de
recursos, el agotamiento del país y las contradicciones que animaron a sus
principales jefes, Calixto García y Antonio Maceo. A pesar de que muchos
hombres se fueron a la manigua, el apoyo dado a España por el Partido
Autonomista, propalando la falacia de que la guerra era en verdad un movimiento
de negros contra blancos, a más de las desavenencias internas, pero representó
un gran paso de avance dentro del movimiento nacional-liberador: en él estrenó su
futuro liderazgo José Martí.

Tampoco culminaron con éxito los intentos de expediciones aisladas de los años
ochenta, que pretendían traer desde fuera la ansiada libertad, por figuras de algún
relieve, como Carlos Agüero, Limbano Sánchez y Ramón Leocadio Bonachea. No
pudo triunfar siquiera el plan más sólido del período, conocido como Plan Gómez,
concebido entre los años 1884 y 1886. El independentismo no había aprendido
aún a hacer un estudio suficiente de las condiciones objetivas y subjetivas que
pueden impulsar o frenar una revolución, y mantenía gravísismos problemas de
falta de unidad entre sus componentes, lo que fue la tónica de la Revolución del
68. Correspondería a un hombre aún joven, no desgastado, en pugnas previas,
priorizar la unidad revolucionaria, establecer sobre nuevas bases la actuación
independentista, y dotar al movimiento de un cuerpo ideológico efectivamente
radical. Este hombre ―José Martí― conseguiría materializar el anhelo de casi
veinte años de los anticolonialistas antillanos: hacer viable una nueva revolución.

La Guerra Necesaria (1895-1898)


Artículo principal: Guerra del 95.

José Martí y la preparación de la lucha


La nueva etapa del movimiento de liberación nacional cubano partió de dos
diferencias capitales, en relación con momentos anteriores: un sustancial
programa de transformaciones socioeconómicas que subvirtieran el régimen
colonial, y dieran paso a un desarrollo nacional autóctono; y un proceso de
organización de varios años. El programa revolucionario, estructurado y animado
por Martí, tomó cuerpo en la creación, dentro de los emigrados, del Partido
Revolucionario Cubano (PRC), proclamado el 10 de abril de 1892. Por medio del
mismo, y del periódico Patria, Martí desplegó una extraordinaria labor de
divulgación de los contenidos del cambio social que se pretendía; a su vez, usaba
ambos para restablecer y afianzar la unidad revolucionaria en torno al proyecto
independentista que él, en su calidad de Delegado del PRC, centraba.

La labor conjunta de Martí y Gómez fue decisiva para lograr la unidad de las fuerzas
proindependentistas cubanas con vistas al reinicio de la lucha armada.

Septiembre de 1892 marcó un hito en el procesos de creación de la unidad dentro


de los futuros insurrectos; este mes, en Santo Domingo, Martí visitó a Máximo
Gómez, y obtuvo del viejo general, «sin temor de negativa», la aceptación del
cargo de general en jefe del Ejército Libertador de Cuba. De acuerdo ambos, la
organización revolucionaria marcharía con firmeza hacia la unidad definitiva. Poco
a poco, figuras imprescindibles de la lucha anticolonial se irían sumando al
proyecto martiano, tales como los generales Antonio y José Maceo, y Flor
Crombet, quienes se sumarían a los ya integrados desde mucho tiempo atrás,
como Serafín Sánchez, Carlos Roloff y José Rogelio Castillo. Las concepciones
martianas no representan la reedición de un civismo estilo «68», por lo contrario,
José Martí y su proyecto constituyen la superación histórica de los elementos de
corte civil o militar que tanto daño le hicieron al independentismo antillano; la
proyección de un ideario de corte latinoamericanista, que superara las barreras
nacionales, concebido en función de las masas trabajadoras (aunque no
excluyeses a otros sectores sociales) y pretendiese encontrar fórmulas propias
para resolver los múltiples problemas continentales; que se plantease una
Revolución efectiva dentro de las estructuras socioeconómicas cubanas; y que
hubiese previsto, y consecuentemente combatido, el naciente imperialismo
estadounidense y sus ansias de expansión «por sobre nuestras tierras de
América».[5] Es, en tanto proyecto, la eliminación definitiva de un civismo y de un
militarismo obsoletos históricamente.

De haber podido lograrse, la Revolución hubiese arrancada en el segundo


semestre de 1894, pero diversos factores lo impidieron. La misma comenzó el 24
de febrero de 1895, con diferentes alzamientos fundamentalmente en la zona
oriental del país, y sus principales jefes, en los inicios, fueron los
generales Guillermón Moncada y Bartolomé Masó. Previamente, la concepción de
Martí (el Plan de Fernandina), consistente en la conjunción de factores internos
(alzamientos provinciales), sumados a factores externos (expediciones que los
apoyaran, tres en total), no había podido materializarse, dada la indiscreción de un
militar mambí, que trajo como consecuencia la incautación de las expediciones por
las autoridades estadounidenses. El Delegado del PRC, con lúcida valoración del
minuto que se vivía, cursó la orden de alzamiento y se trasladó a Santo
Domingo para reunirse con el General en Jefe.

Ambos firmaron, el 25 de marzo de 1895, el Manifiesto de Montecristi,[6] documento


importantísimo para entender la Revolución. Después de esfuerzos agónicos,
lograron desembarcar en Cuba, en abril, por Playitas de Cojobabo.[7]Previamente,
el general Antonio Maceo, quien había salido de Costa Rica en la expedición
encabezada por Flor Crombet, había desembarcado por Duaba, Oriente, y
asumido el mando de la región oriental, hasta entonces dirigida por Bartolomé
Masó, debido a la muerte por enfermedad de Guillermo Moncada. Una vez en
territorio cubanos los jefes principales, estos comenzaron a emitir disposiciones
normadoras de la vida y el combate en la manigua; de entre ellas, vale señalar la
prohibición de la molienda azucarera y el otorgamiento a Martí de los grados de
mayor general. Para empeños superiores futuros, se imponía una reunión
coordinadora entre José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo.

Tal reunión tuvo lugar el 5 de mayo de 1895, en la finca La Mejorana. Los criterios
sostenidos ―Martí y Gómez por un lado, Maceo por otro― versaron, en difícil
entrevista, sobre la organización civil futura de la Revolución y, posiblemente,
sobre un proyecto invasor. De allí salieron, los tres jefes dispuestos plenamente a
continuar dando a la lucha las formas «viables» que preconizara Martí.
La muerte de José Martí en mayo de 1895 fue un duro golpe para el proceso
independentista cubano que perdió a su principal ideologo y figura encargada de unir a
todos los cubanos

Sin embargo, pocos días después, el 19 de mayo, la lucha anticolonial sufriría un


golpe demoledor: José Martí caería en su primera carga, en la zona de Dos Ríos.
Con él desaparecía del escenario militar el más grande ideólogo popular del
siglo XIX en Latinoamérica. Y Gómez y Maceo, de mutuo acuerdo, se crecerían
ante tal adversidad. El segundo se encargaría de poner en pie de guerra a todo
Oriente, librando los importantes combates de Jobito, Peralejo y Sao del Indio,
mientras Gómez pasaría al Camagüey, región donde apenas había lazados, a
reafirmar allí la lucha liberadora. Apoyado por el viejo mambí Salvador Cisneros,
Gómez desplegó su campaña circular en torno a la cabecera provincial, fogueando
a los jóvenes que se incorporaban y preparándolos para empeños superiores.
Pocas semanas después, la expedición por el sur de Las Villas, consolidaba, al
decir del jefe máximo, la lucha liberadora. La próxima tarea de envergadura sería
entonces la creación civil en la manigua.

De Jimaguayú a Occidente
La Asamblea, celebrada en el mes de septiembre en la zona camagüeyana
de Jimaguayú, acordó la Constitución de este nombre, no sin antes suscitar
profundar discusiones entre criterios tendentes a la priorización del factor militar, y
opiniones que abogaban por un equilibrio justo entre ambos poderes. En definitiva,
la experiencia histórica previa se puso de manifiesto, y la Constitución dejó
relativamente libre al aparato militar. Se estableció, como máximo cuerpo de
dirección revolucionaria, un Consejo de Gobierno compuesto por seis personas,
que aunaban funciones ejecutivas y legislativas. Como presidente del mismo fue
seleccionado Salvador Cisneros, con Bartolomé Masó como vice, y Máximo
Gómez y Antonio Maceo fueron ratificados en sus cargos por la Asamblea. Como
al importante debe señalarse que Tomás Estrada Palma, sustituo de Martí en la
delegación del PRC, fue designado ministro extraordinario y plenipotenciario del
Consejo de Gobierno en el exterior, con lo cual se abrió la posibilidad de una doble
actuación de esta figura, en función de sus conveniencias e intereses.

Ya creada oficialmente la República de Cuba en Armas, el próximo paso fue


acelerar los preparativos de la invasión a Occidente que comenzaría por Mangos
de Baraguá en Oriente, de manera simbólica. Máximo Gómez operaría como jefe
supremo, con Maceo de segundo. La invasión constituyó una de las campañas
militares más brillantes que se hayan dado en América. Unos cuantos cientos de
mambises mal armados y peor alimentados se enfrentaron, en un reducidísimo
espacio geográfico, a un Ejército con elevada capacidad combativa, bien provisto;
en solo tres meses, los insurrectos cubanos recorrieron más de mil kilómetros, en
agotadoras marchas, a veces de ochenta kilómetros en un día. Iguará, Mal
Tiempo, Coliseo, Calimete, el Lazo de la Invasión, marcan jalones de victorias
mambisas. Los cubanos llegaron a la provincia de La Habana en enero de 1896, y
los jefes de supremos decidieron que Maceo culminase la campaña, invadiendo
Pinar del Río, mientras Gómez distraía tropas enemigas en la provincia de la
capital. El 22 de enero se firmaba en Mantua, en el extremo occidente cubano, el
acta de culminación de la esforzada empresa.

La política genocida de Reconcentraciónaplicada por Valeriano Weyler ocasionaría


―por culpa de la desnutrición y las malas condiciones de vida―, la muerte de
aproximadamente 200 000 personas.

España, mediante su capitán general Martínez Campos, comprendió que la guerra


podía perderse velozmente si no se aplicaban medidas extremas. Para ello se
sustituyó al antiguo Pacificador, y sus funciones las asumió Valeriano Weyler y
Nicolau, sanguinario militar que ya había estado en Cuba en la guerra anterior.
Representante de los más retrógrados intereses españoles, Weyler aplicó una
política genocida llamada «de reconcentración»,[8] con la pretensión de eliminar el
apoyo del campesinado a los mambises, concentrando a los habitantes rurales en
zonas urbanas. De más está decir que estos campesinos carecieron, en los
lugares donde fueron reunidos, de las cosas más elementales; solo se les repartía
un poco de alimento una vez al día, conocido como «sopa», gracias a la caridad de
las autoridades locales. La mortalidad general, y la infantil, llegaron a cifras
pavorosas en el bienio 1896-1897. Datos extremos hacen ascender las muertes a
la cifra de 200 000personas; otros la sitúan alrededor de 150 000.[9] A pesar de
esto, la guerra no se detuvo. La decisión de hacer la Patria libre se impuso a la
política de la reconcentración.

Es incuestionable que la culminación de la campaña, y no ceder ante la política


weyleriana, deben ser considerados como grandes victorias del mambisado, pero
estas no se lograron de manera sencilla; muchos hombres entregaron sus vidas
por hacerlas realidad. Aparte de la gran masa de combatientes desaparecidos, la
Revolución perdió, entre 1895 y 1896, descontando a Martí, una buena parte de
sus mejores generales. Entre ellos se encuentran: Guillermo Moncada, Flor
Crombet, Paquito Borrero, Juan Bruno Zayas, José María Aguirre, José Maceo, y
dos figuras de excepción, Serafín Sánchez, y el lugarteniente general Antonio
Maceo, caída en San Pedro, en diciembre de 1896. Tal mutilación en su
oficialidad, cuya antigüedad combativa alcanzada en la mayoría de ellos más de
dos décadas, hizo exclamar a Máximo Gómez: «¡Me he quedado solo!». Y lo
obligaría a crecerse para demostrar la pujanza de la Revolución. La lucha facilitó el
desarrollo, en algunos casos, y el surgimiento, en otros, de nuevas figuras
capaces, militarmente hablando, de sustituir a los caídos. Tal fue el caso de los
generales José Miguel Gómez, Mario García Menocal y Gerardo Machado y
Morales, de competencia militar probada, y sin embargo, devenidos en testaferros
del imperialismo estadounidense en el siglo XX.

Dentro de la Revolución se presentaron graves desavenencias entre el Consejo de


Gobierno y el General en Jefe. El órgano civil no era homogéneo en su
composición, y diversos intereses de clase se hallaban presentes en su actuación
cotidiana. Con el decursar de los meses, el Consejo de Gobierno comenzó a tratar
de intervenir en las operaciones militares; a otorgar grados sin que estos hubiesen
sido propuestos en la forma y por la autoridad debida; a autorizar el comercio con
el enemigo, y, sobre todo, a permitir la molienda de algunos centrales en
cumplimiento de ciertos compromisos adquiridos por Estrada Palma con la
burguesía azucarera emigrada. Todo esto provocó graves fricciones con Máximo
Gómez, acusado por el aparato civil de interferir el «normal» desarrollo de la
República en Armas. El General en Jefe se encontraba dispuesto a presentar su
renuncia, para lo cual se trasladó a la zona central, donde radicaba el aparato civil.
Encrespadas al máximo las relaciones, tanto el Consejo como el Generalísimo
tuvieron la estatura patriótica de deponer actitudes extremas en aras de unidad
revolucionaria, en cuanto se conoció la noticia de la caída de Maceo, y de la
muerte, junto a él, del hijo de Gómez, Panchito. Suavizadas las tensiones, no
desaparecidas, ambos poderes, milita y civil, pudieron operar de manera
mancomunada. Sin embargo, ciertos elementos procedentes del sector
autonomista, aprovechando la campaña invasora ya terminada, con sus éxitos
consiguientes, continuaron introduciéndose en las filas de la Revolución y la
permearon de sus ideas, en consonancia con una estrategia de supervivencia
clasista que a la larga daría buenos resultados.
Tras la muerte en combate de Antonio Maceo en diciembre de 1896, Calixto
García asumiría las funciones de Lugarteniente General del Ejército Libertador.

Muerto Maceo, Calixto García, jefe de Oriente, ascendió a lugarteniente general


del Ejército Libertador. Sus campañas en la región señalada y su capacidad militar
en la utilización de la artillería lo harían famosos. Máximo Gómez, decidido a rendir
a España (a desgastarla, como él decía), ubicó su campamento en la zona de La
Reforma, entre Las Villas y Camagüey, y se echó encima cuarenta mil soldados
españoles, que perseguirían durante el caluroso día cubano a un soldado mambí
siempre huidizo, que no los dejaba dormir de noche, tiroteando sus campamentos.
Esta guerra de desgaste, al cabo de varias semanas, rindió sus frutos: decenas de
miles de soldados ibéricos debieron ser hospitalizados, abandonando la lucha. Los
meses de junio, julio y agosto, según el viejo General en Jefe de los mambises,
serían «sus mejores generales».

La intromisión de los Estados Unidos


Bajo la administración de William McKinley, los Estados Unidos aceleraron sus planes
de intromisión dentro del proceso independentista cubano.

Para entender en toda su dimensión el fenómeno del 95, debe tenerse muy en
cuenta el tradicional interés de los Gobiernos estadounidenses hacia la isla de
Cuba. Como política habitual, en espera del momento preciso, los círculos de
poder estadounidense habían preferido la permanencia de Cuba en manos de
España, antes que una independencia antillana, la cual podía llevar a la antigua
colonia hacia la órbita de la influencia británica. Empero, la correlación de fuerzas
dentro del capitalismo mundial, expresado en las fuertes contradicciones
existentes en Europa entre los colonialismo del Viejo Mundo, desató las manos a
los Estados Unidos, en relación con el «problema cubano». Desde 1896, lenta,
constantemente, el Gobierno de Grover Cleveland comenzó a presionar a España
para que acabase la guerra de Cuba, en la seguridad de que esta no tenía como
hacerlo. Su sucesor, William McKinley, aumentó las exigencias a Madrid, ahora
con el pretexto de la inhumanidad representada por la reconcentración. La prensa
amarilla estadounidense, en impetuoso desarrollo, aprovechó la guerra anticolonial
cubana para aumentar sus tiradas, e inventó noticias de guerra, entrevistas y
partes militares jamás existentes, apoyándose en el lógico sentimiento de
solidaridad del pueblo estadounidense, muy favorable a la independencia nacional
cubana.

A esto debe sumarse que la delegación del PRC, encabezada por Estrada Palma,
hizo dejación de los principios fundamentales de dicho partido, y auspició el cese
de la lucha mediante una intervención militar estadounidense (o la compra de la
Isla) para garantizar los intereses de clase de la burguesía emigrada, aun cuando
semejante proceder trajese consigo la merma de las conquistas populares que el
ideario de la Revolución martiana implicaba. Aumentadas las presiones sobre
España, esta terminó, en apariencia, con la reconcentración, y sustituyó a Weyler
por Ramón Blanco, para que el nuevo capitán general aplicase un régimen de
Gobierno autonómico.

En las condiciones históricas de 1897-1898, la aplicación de la autonomía no


presentaba una solución efectiva a los problemas socioeconómicos cubanos. El
mismo Partido Liberal, si bien se sumó a la idea, tuvo fuertes discusiones en su
interior, por lo menguado de las funciones autonómicas. Los combatientes
mambises, como era de esperar, la repudiaron de manera mayoritaria. El General
en Jefe declaró que seguiría la lucha y con él todos sus altos oficiales. La
autonomía se hizo realidad en 1898, al tomar posesión de sus cargos los siete
funcionarios electos según el Real Decreto de noviembre del año anterior.
Oportunamente, en marzo, habría elecciones para el Parlamento que se
establecía, compuesto por dos Cámaras. Si en épocas normales España no
permitía la interferencia de cubanos en la toma de decisiones sobre la gobernación
de la colonia, puede comprenderse que, en medio de una cruenta guerra, la
autonomía operaba como una mera ficción. Una ventaja iniciar sí tuvo para Madrid:
silenciar durante algunos días al Gobierno estadounidense.

Poco duró el silencio. Las propias diferencias internas dentro de los diversos
grupos colonialistas hicieron que los integristas recalcitrantes, y los voluntarios con
ellos relacionados, recorriesen las calles de La Habana en demanda del cese del
nuevo régimen, y vitoreando a Weyler. Esta manifestación no hubiese tenido la
menor trascendencia, si no fuere por el interés de los Estados Unidos de resolver a
su favor la lucha nacional-liberadora antillana. El cónsul de dicha nación en La
Habana, cablegrafió a su Gobierno magnificando los acontecimientos y
expresando su temor «por las vidas» de los estadounidenses residentes en la
capital cubana. Los mismo españoles intransigentes facilitaron la intervención de
los Estados Unidos en la contienda cubano-española.

El acorazado Maine.

El Gobierno del Norte envió a La Habana al acorazado Maine, según las


sugerencias del cónsul. De manera muy discutida aún hoy, el Maine explotó en la
había habanera en febrero del 98, sin que los Gobiernos implicados se pusieran de
acuerdo sobre la causa de la explosión. Venganza española, dirían los
estadounidenses; pretexto para intervenir, sería la versión ibérica. Ante la
campaña feroz de demostrar a España quiénes eran los Estados Unidos, con las
manos expeditas ya, McKinley solicitó del Congreso el permiso necesario para
declarar la guerra, sin antes reeditar un intento fallido de compra, en cabildeos
diplomáticos. Después de múltiples gestiones de todo tipo, en las que los
representantes cubanos en el exterior no fueron ajenos, tanto la Cámara de
Representantes como el Senado aprobaron, el 20 de abril de 1898, la Resolución
Conjunta, importante documento que reconocía la independencia de Cuba y
declara al mundo que los Estados Unidos, una vez pacificada, devolverían la Isla a
sus legítimos dueños, los cubanos, sin interés de anexionársela. Para el futuro
mediato, tal Resolución serviría de valladar a los intereses expansionistas de los
Estados Unidos. Pero en su momento demostró las contradicciones internas del
Congreso norteño, y la labor corrupta de la delegación cubana en Nueva York,
muy lejana ya de los honestos principios de la Revolución martiana.

La guerra hispano-estadounidense, desarrollada entre un colonialismo moribundo


y un potente neocolonialismo emergente, tuvo lugar entre mayo y agosto de 1898.
España, por sus contradicciones internas, se vio obligada a aceptarla, para evitar
una terrible crisis gubernamental. En otro orden de cosas, el orgullo español,
prefería rendirse ante los Estados Unidos y no ante los revolucionarios cubanos.
Estados Unidos, por el contrario, jugaba con todas las posibilidades a su favor.
Con el final conocidos de antemano, la escuadra estadounidense hundió, en lo que
se ha dado en llamar Batalla Naval de Santiago de Cuba, los restos de lo que
muchas décadas atrás fuera la gloriosa Marina española. Esta batalla decidió los
acontecimientos y permitió a los Estados Unidos obtener la isla de Cuba, la Puerto
Rico, y el asiático archipiélago de Filipinas.

Tradicional política estadounidense, los órganos de dirección del pueblo cubano, el


Consejo de Gobierno y el Ejército Libertador fueron ignorados desde antes del
desembarco. El Gobierno del Norte no quiso comprometerse con un
reconocimiento que podía serle adverso en el futuro. El General en Jefe de los
mambises fue marginado de los acontecimientos. Pero el Consejo de Gobierno
―presidido ahora por Bartolomé Masó después de las elecciones de noviembre de
1897, a raíz de la promulgación de la nueva Constiticuión, llamada de La Yaya―
orientó con viveza a los generales que operaban en Oriente no abandonar el teatro
de operaciones y mantenerse junto a los estadounidenses, lo cual permitió a los
combatientes mambises seguir batallando por la independencia nacional hasta los
últimos momentos. Calixto García, de capacidad militar poco común, fue el factor
principar en la organización, preparación y toma de la ciudad de Santiago de Cuba,
a pesar de los criterios adversos de los militares estadounidenses, quienes no
estimaban posiblemente un hecho bélico de tal naturaleza. La experiencia
guerrillera de Calixto sustituyó la carencia de un efectivo fogueo militar por parte de
la tropa invasora. Como premio, recibió una vejación extraordinaria: el Gobierno
estadounidense orientó al mando destacado en Cuba, impedir la entrada en
Santiago de los triunfadores combatientes cubanos, con ofensivos pretextos, lo
que motivó una dignísima carta del genera García. Rápidamente, había
comenzada el naciente imperialismo a demostrar sus verdaderos intereses en
relación con Cuba.

Mucho daño hizo al pueblo cubano el bloqueo naval implantado por los Estados
Unidos; y mucho daño hizo también el cese al fuego, firmado en agosto del 98; a
partir de este, toda la incautación de recursos alimenticios para las tropas
efectuado por los mambises pasaba a ser considerada como un robo. Mientras los
ocupantes, apoyando «al más débil contra el más fuerte», según rezaban las
instrucciones del Gobierno de Washington, repartirían alimentos entre los soldados
españoles. Los dirigentes cubanos, en cumplimiento de lo estipulado por
la Constitución de La Yaya, disolvieron el Consejo de Gobierno y convocaron a
elecciones en octubre, de las que salió un órgano, con plenos poderes
llamado Asamblea de Santa Cruz del Sur, que se trasladaría a Marianao, y luego
al Cerro, ya entrado el año 1899.

Sin la presencia de los representantes del pueblo de Cuba, el 10 de


diciembre de 1898, se firmó en París el Tratado de Paz entre España y los Estados
Unidos, el cual ponía fin a la guerra. Comenzaba un incierto período de la historia
nacional, sin que la Isla fuese, al decir del generalísimo Máximo Gómez, «ni libre ni
independiente todavía». El peligro real de la anexión y la posible pérdida de la
identidad nacional, eran de todo punto evidentes.
Artículo I: España renuncia todo derecho de soberanía y propiedades sobre Cuba. En
atención a que dicha Isla va a ser ocupada por los Estados Unidos, los Estados Unidos,
mientras dure su ocupación, tomarán sobre sí y cumplirán las obligaciones que por el
hecho de ocuparlas, les impone el Derecho Internacional, para la protección de vidas y
haciendas.
Artículo VIII: En cumplimiento de lo convenido en los artículos I, II, III de este Tratado,
España renuncia en Cuba y cede en Puerto Rico y en las otras islas de la Indias
Occidentales, en la Isla de Guam y en el Archipiélago de las Filipinas, todos los edificios,
muelles, cuartales, fortalezas, establecimientos, vías públicas y demás bienes inmuebles
que con arreglo a derecho son del dominio público, y como tal corresponden a la Corona
de España.
Tratado de París (fragmentos)[10]

Atrás quedaba una historia plagada de tropiezos, tanteos, búsquedas del ser
nacional, y la hermosa y definitva floración de la nación cubana. Quedaba también
atrás una relación colonial de cuatro siglos que, en vez de impulsar el desarrollo
antillano, se había convertido en su freno; y, como herencia, una sociedad
diezmada, famélica, con una estructura socioeconómica deformada, caracterizada
por la mono producción, la monoexportación y el monomercado, cuya solución se
mantendría pendiente. La nueva etapa histórica tendría que darles adecuada
respuesta, deuda insoslayable con un mambisado heroico. Afortunadamente, un
hermoso legado histórico quedaría en pie: el fracaso de la plasmación concreta del
ideal nacional-liberador no implicó la desaparición de un cuerpo ideológico; por el
contrario, la incierta situación política nacional vendría a reforzarlo. El pueblo de
Cuba entraría en la primera intervención estadounidense, a partir de enero de
1899, con un patrimonio histórico e ideológico que impediría su absorción por los
ocupantes foráneos, a pesar de los denodados esfuerzos hechos por los
estadounidenses con tal fin.

Ocupación militar 1899-1902

.Entrega del Gobierno de Cuba de manos españolas a manos estadounidenses.


El 1 de enero de 1899 se arriba la bandera española y se izaba la estadounidense. Se
establecía un Gobierno militar, que gobernaría por medio de órdenes militares, en un
país que había derrotado a la vieja metrópoli, pero no había ganado la revolución.

El 1 de enero de 1899 comenzó oficialmente la ocupación militar de Cuba por los


Estados Unidos. El status legal de Cuba había quedado establecido en el Tratado
de Paz suscrito entre Estados Unidos y España en París el 10 de diciembre de
1898. Como establecía el texto del Tratado, España cedía la soberanía de un
grupo de territorios a Estados Unidos, pero no era el caso de Cuba, cuya
soberanía se «renunciaba» y quedaba ocupada por el imperio triunfante sin que se
precisara tiempo ni condiciones. Se abría un momento de gran incertidumbre para
el pueblo cubano que no podía vislumbrar con claridad su futuro inmediato.

Ese día se arriaba la bandera española y se izaba la estadounidense, al tiempo


que partían de la Isla los últimos funcionarios y soldados españoles y tomaba
posición del Gobierno de Cuba John R. Brooke o, quien estaría en ese cargo hasta
diciembre de 899, cuando fue sustituido por Leonard Wood. Se establecía un
Gobierno militar, que gobernaría por medio de Órdenes Militares, en un país que
había derrotado a la vieja metrópoli, pero no había ganado la revolución.

La Cuba que transitó de la soberanía española a la ocupación militar


estadounidense salía de una cruenta guerra, que se había extendido a todo el
territorio insular gracias a la invasión desplegada por el Ejército Libertador. Quiere
decir, todo el país había sufrido las consecuencias de la confrontación bélica y de
la política de guerra aplicada por el mando español, especialmente la genocida
reconcentración. Esto asoló las zonas rurales y, consecuentemente, las
producciones agrícolas quedaron abandonadas con la concentración forzosa de
sus habitantes en las zonas urbanas. A este drama humano se sumó en la última
etapa el bloqueo naval estadounidense, una vez iniciada su intervención en la
guerra, y el bombardeo de estas fuerzas a ciudades costeras. Era una sociedad
que vivía los traumatismos derivados de esta situación.

Un índice ilustrativo de los efectos de la guerra se encuentra en la disminución del


número de habitantes. El censo de 1887 arrojaba una cifra total de 1 638 687
habitantes, mientras que de 1899 daba la cifra de 1 572 797, lo cual indicaba un
descenso bruto al que habría que añadir el aumento natural de la población, cuya
tasa media anual de decrecimiento había sido de 8 a 12% en el decenio
anterior.[11] Por tanto, no es posible determinar el monto real de pérdidas humanas,
por lo que los demógrafos dan cifran que oscilan entre más de 200 000 y cerca de
400 000.
(...) Le escribo también con profunda tristeza, pues aún recorren nuestras calles inocentes
niños hambrientos espectros de todas las edades (...) Se continúa haciendo esfuerzos
sobrehumanos para salvar a las víctimas del pueblo y del campo, pues el Ejército
Libertados desde que se firmó la paz no ha tenido otra protección inmediata que la del
pueblo (...) tenemos los hospitales del campo lleno de enfermos, todos o casi todos de
Hidroemias, es decir de hambre (...)
Carta dirigida a Marta Abreu (fragmentos) [12]

El general John Brooke, primer gobernador militar de Cuba durante la ocupación


estadounidense sobre Cuba

Los efectos de la guerra y la dislocación de la población también habían afectado


sensiblemente las actividades económicas, especialmente en el agro cubano. La
zona occidental, que concentraba el grueso de la industria azucarera, había sufrido
de manera más profunda los embates de la guerra, por lo que este emporio salía
del conflicto con su actividad mermada. En 1899 solo 217 centrales conservaban
su capacidad activa, de los cerca de 500 que trabajaban en la zafra de 1895, [13] y
su producción total acusaba un descenso del 75%. El proceso de concentración y
centralización en la industria azucarera, iniciado en las dos últimas décadas,
recibía un impulso mayor como resultado de la destrucción de la guerra. La
situación de la industria del dulce tenía especial impacto en el país por su peso
decisivo en la economía insular, aunque el resto de los sectores también sufrieron
importantes afectaciones como es el caso del tabaco, que descendió en un 80%, y
la ganadería que en algunas zonas desapareció. esto se reflejaba también en el
comercio exterior, ya que la capacidad exportadora se había deprimido, de ahí que
en 1899 el balance comercial fuera desfavorable en 21 716 200 pesos, situación
que solo pudo revertirse en 1902.[14]

Dentro de las condiciones sociales prevalecientes al final del dominio español, ha


que sumar los problemas educacionales, ya que Cuba heredaba un analfabetismo
con 690 565 personas mayores de 10 años que no sabía leer ni escribir, los
problemas sanitarios reflejados en la alta mortalidad ―98,19 por mil en 1898― y la
carencia de empleos debido a la contracción de las actividades económicas.

Por otra parte, la legislación vigente seguía siendo la española con su perspectiva
colonia. Al mismo tiempo, numerosos emigrados que había laborado por la
independencia comenzarían a arribar a la patria una vez terminada la evacuación
de las tropas españolas, sin que muchos de ellos tuvieran medios de subsistencia.

De este cuadro se desprende la necesidad de recuperación del país para la cual


se necesitaba una política de reconstruccion, mientras que la población también se
debatía en medio de una situación política incierta, sin que hubiera precisiones
para el futuro inmediato acerca de la duración de la ocupación estadounidense y
los propósitos que la animaban.

Las fuerzas patrióticas enfrentaban la nueva situación sin una estrategia coherente
y unida. El Partido Revolucionario Cubano (PRC) había desaparecido por decisión
de su delegado, Tomás Estrada Palma, según la «Circular a los Club, Cuerpos de
Consejo y Agentes del Partido Revolucionario Cubano», publicada el 21 de
diciembre de 1898 en Patria, en la que declaró «formal y solemnemente que
vuestra obra ha terminado porque la patria está redimida».[15] Por otra parte se
había constituido la Asamblea de Representantes, en cumplimiento de
la Constitución de La Yaya, que sesionaba en Santa Cruz y se trasladaría hacia La
Habana, pero que no había recibido reconocimiento alguno de las autoridades
estadounidenses. El Ejército Libertador, en medio de una vida de campamento en
condiciones extremadamente precarias, debilitaba su disciplina.

El 5 de diciembre de 1899, el presidente William McKinley expresó, en su mensaje


anual ante el Congreso, que la nueva Cuba que surgiría de las cenizas del pasado
debía quedar ligada a Estados Unidos «por lazos de singular intimidad y fuerza» si
quería asegurarse su durable prosperidad. La determinación de si esos lazos
serían «orgánicos o convencionales» se decidiría en el futuro, de acuerdo con la
maduración de lo hechos, pero sí afirmaba que los destinos de Cuba estaban «de
manera irrevocable» ligados con los de aquel país.[16]

En el seno de la sociedad estadounidense, y en especial en sus grupos de poder,


existía un fuerte debate en torno a la política a seguir con la Isla. Diversos
intereses se movían en torno al tema, ya que había grupos que aspiraban a la
anexión reeditando viejas formas de denominación, otros buscaban vías en
correspondencia con las características de la era del imperialismo mientras había
quienes rechazaban cualquier forma de vínculo íntimo por afectación que podía
significar a sus intereses sectoriales o regionales. También existían grupos
solidarios con la independencia de Cuba, pero sus voces no llegaban a los círculos
de poder. Entre quienes buscaban la ventaja de la incorporación de Cuba, pero
sus voces no llegaban a los círculos de poder. Entre quienes buscaban la ventaja
de la incorporación de Cuba a Estados Unidos, se destaca el Trust del Azúcar, que
desde fines de siglo controlaba la compra de los crudos cubanos en Estados
Unidos para sus refinerías. Los intereses específicos se mostraban en el debate,
pero el peso decisivo estaría en el valor estratégico de Cuba. De acuerdo con el
nivel de definición que se iba alcanzando, se fue articulando una política que
permitiera asegurar la estabilidad de la Isla, su recuperación y la vinculación cada
vez más estrecha con Estados Unidos.

A partir de estas premisas, se desarrolló una labor de impacto en la población y


protección a los intereses estadounidenses así como de sus ciudadanos y tropas
destacadas en Cuba. En ello se destacada el trabajo de saneamiento acometido
por el Gobierno interventor. La ampliación de hospitales, la creación de las
primeras escuelas de enfermería en Cuba,[17] el incremento de los servicios de
salud, las obras de pavimentación de las calles y de alcantarillado, las medidas de
lucha contra la fiebre amarilla y la creación de nuevos organismos en esta esfera,
entre otras disposiciones, permitieron mejorar rápidamente el estado de salud,
disminuyendo el índice de mortalidad a 17,7 por mil en 1900.

El general Leonard Wood, segundo gobernador militar de Cuba durante la ocupación


estadounidense sobre Cuba.

La presencia interventora abrió caminos a inversiones y construcciones que


ampliaban una visión de modernización en la vida cubana. En esto se inscribe la
construcción de puentes de acero y hormigón que sustituían a los viejos de
madera, el primer tramo del malecón habanero, la red de tranvías eléctricos que se
inauguró en 1901 ―antes que en Nueva York― y otras, como las urbanizaciones
que se desarrollaban en los llamados bateyes aledaños a los centrales nuevos que
comenzaron a fomentarse en esta etapa, así como la elevación de la eficiencia del
servicio ferroviario con la unificación y rebaja de las tarifas y la construcción del
ferrocarril que uniría a Santa Clara con San Luis, en Oriente, con grandes capitales
estadounidenses.[18]

Un aspecto importante para el desempeño de la intervención era la estabilización


de la presencia estadounidense en Cuba, en lo cual tuvo un lugar destacado el
desarme de la población y el licenciamiento del Ejército Libertador con lo que se
eliminaba un potencial peligro. En el ejercicio del Gobierno se abrió un espacio
para atraer a figuras cubanas provenientes de las diversas tendencias políticas,
especialmente del autonomismo y el independentismo, con la presencia
predominante de figuras representativas del conservadurismo. Se dividió la Isla en
siete departamentos, que respetaba la división provincial española de la que solo
se separaba la ciudad de La Habana como séptimo departamento. Al frente de
cada uno se nombró a un general estadounidense.

El Gobierno central quedaba en manos de un general, primero John Brooke y


luego Leonard Wood, auxiliado de un Gabinete civil con cuatro cubanos de
distintas tendencias y filiaciones aunque coincidían en su carácter moderado o
conservador. También se nombraron cubanos como gobernadores civiles para las
provincias, en lo cual se tuvo en cuenta la autoridad de las figuras procedentes del
independentismo en la población, lo que garantizaba el acatamiento y la
estabilidad. Especial atención se prestó a la reestructuración de los Gobiernos
municipales, que inicialmente fueron los organismos básicos para la labor del
Gobierno interventor. En los municipios también se inició la organización de
cuerpos militares para la protección del orden, que fueron la base para la
estructuración del cuerpo llamado Guardia Rural, cuya dirección se puso en manos
de oficiales procedentes del Ejército Libertador. La ventaja de estas designaciones
las enumeró el coronel Carpenter, jefe del departamento de Puerto Príncipe:
Como la Guardia Rural se compone de cubanos escogidos, resultan sus integrantes
inmunes a los efectos del sol, y, además, están acostumbrados a vivir por sí mismos a
campo abierto, y conocen el idioma y a la gente. Saben también de quienes sospechar, sin
posibilidad de error, como les ha sucedido a los soldados estadounidenses. Aportan los
caballos de reducida talla, a los que no hace más nada que los ricos pastos del país, y no
ha sido menester distribuirles granos. Se les dan sus raciones correspondientes en dinero,
a razón de 30 centavos diarios, dejándoseles obtener lo que quieran como alimento. En
consecuencia no ha hecho falta mover todo un sistema de transporte para avituallarlos, o
proporcionar forraje a los animales.
Coronel Carpenter, jefe del departamento de Puerto Príncipe[19]

Desde el 13 de diciembre de 1898, y luego en junio de 1900, se hicieron cambios


en el arancel cubano que mantenían la concepción colonial española de favorecer
las importaciones, aunque con la diferencia de privilegiar las rebajas arancelarias a
los productos de Estados Unidos. Los aranceles estadounidenses para los
productos cubanos no se modificaron, lo que se convertía en una meta a alcanzar
por los productores isleños. La otra línea serían las inversiones en distintos
sectores económicos cubanos.

El 7 de febrero de 1902 la Orden Militar n.º 34 ―o Ley de Ferrocarriles―


aseguraba todas las facilidades para la construcción del Ferrocarril Central que
uniría a Santa Clara con San Luis, en Oriente (actual provincia de Santiago de
Cuba), por la Cuba Co., empresa dirigida por William Van Horne con capital
estadounidense, y el 5 de marzo de 1902 se emitía la orden n.º 62 «Sobre el
deslinde y división de haciendas, hatos y corrales», que establecía los
mecanismos para que empresas norteñas se apoderaran de importantes
extensiones de tierra que se dedicarían a la industria azucarera. Los inversionistas
buscaron los sectores que podían ofrecer mayores beneficios y, en esto,
«azucareros y tabacaleros fueron los primeros en adquirir posiciones en el futuro, y
ello era, hasta cierto punto natural, ya que los años de la intervención son los del
crecimiento de los trust del azúcar y el tábaco en los Estados Unidos (...)».[20] Cuba
se afirmaba como receptora del capital estadounidense, abastecedora de materia
prima ―especialmente azúcar crudo y en menor escala tabaco en rama― y
mercado para los productos manufacturados de Estados Unidos.

La situación creada por la ocupación militar constituía un desafío para los


independentistas cubanos, esta era confusa y los mecanismos de dominación de
la nueva época no estaban claros aún. Las fuerzas actuantes en la sociedad
cubana, por otra parte, se expresaron de diversas maneras ante el futuro de la Isla
y su relación con Estados Unidos. El primer problema radicaba en los órganos de
dirección de la Revolución. Como se ha expresado, Estrada Palma disolvió el
Partido Revolucionario Cubano (PRC), pero quedaban en pie la Asamblea de
Representantes ―que se trasladó a Marianao, en la capital, y de ahí al Cerro― y
el Ejército Libertador sin contar con el reconocimiento de las nuevas autoridades
de ocupación.

El dilema estaba planteado en función de lograr ese reconocimiento y atender la


situación del mambisado, ni derrotado ni triunfante, en campamentos donde
subsistían penosamente con la ayuda de los clubes patrióticos que se
constituyeron en distintas localidades. Muchos integrantes del Ejército Libertador,
inactivos, regresaban a sus hogares donde sus familias sufrían la difícil situación
emanada de la guerra. Se producía un relajamiento de la disciplina que el General
en Jefe no podía impedir aunque trataba de tomar medidas preventivas.

En tales circunstancias, la acción del Gobierno estadounidense incentivó las


discordias internas para debilitar la posible acción del independentismo. El tema
central fue el licenciamiento del Ejército Libertador. Desde el fin de las hostilidades,
algunos comenzaron a plantear su desmovilización o licenciamiento buscando la
forma en que haría, pues deban por sentado que aquel había cumplido su función.
Con el inicio de la ocupación militar esto tomo mayor fuerza, solo voces
excepcionales llamaron a la permanencia organizada. Las condiciones tan
precarias en que subsistía robustecían la percepción de su desaparición como
fuerza estructurada, además de la anomalía de coexistir con un ejército que se
suponía aliado. En este contexto llegó la acción estadounidense.

La Asamblea del Cerro buscó una vía para licenciar al Ejército y, al mismo tiempo,
lograr su reconocimiento, al negociar un empréstito con una casa bancaria de
Estados Unidos para pagar los haberes acumulados por los libertadores, mientras
el Presidente de aquel país ofrecía un donativo al General en Jefe. Esto enconó
las viejas disputas, ya que Máximo Gómez era opuesto a endeudar la República
un antes de su nacimiento y entendía más conveniente aceptar el donativo,
mientras la Asamblea insistía en el empréstito. En ese debate, el máximo órgano
representativo decidió la deposición de Gómez de su cargo, con lo que se
violentaron los ánimos pues se trataba del ídolo vivo del pueblo cubano. Tal hecho
dejó a la Asamblea sin autoridad alguna y terminó disolviéndose en marzo de
1899. Se produjo entonces el licenciamiento de los mambises con el donativo de
$3 000 000 de dólares, con lo que el independentismo quedó acéfalo. Muchos de
los antiguos integrantes del mambisado, especialmente su oficialidad que recibió
mayor compensación de acuerdo con su rango, marcharon a fomentar actividades
agrícolas.

El camino de la república
La celebración de elecciones municipales el 16 de junio de 1900 constituyó un
momento importante en el diseño cubano. La Ley Electoral fue muy polémica por
cuanto planteaba el sufragio restringido y no el sufragio universal, principio este
defendido por los más caracterizados independentistas en las reuniones de Wood
con representantes del mambisado, como Bartolomé Masó. Sin embargo, se
estableció que solo tendrían derecho al voto los varones, mayores de 21 años, que
supieran leer y escribir, tuvieran bienes por un valor mínimo de 250 pesos o
hubieran pertenecido al Ejército Libertador, por lo que solo votó el 14% de la
población en edad electoral. A pesar de la limitación que excluía del sufragio a los
sectores populares y del apoyo a las figuras menos radicales, el triunfo favoreció al
independentismo en todo el país, lo cual era una evidencia clara de la voluntad
nacional. Ese año se definió el futuro status de Cuba cuando se convocó a
elecciones para delegados a una Asamblea Constituyente.

El 25 de julio de 1900 se publicó la convocatoria para elegir a 31 delegados a una


Asamblea Constituyente cuyas funciones serían redactar y aprobar una
Constitución para Cuba, y como parte de ella, «proveer y acordar con el Gobierno
de los Estados Unidos en lo que respecta a las relaciones que habrán de existir
entre aquel Gobierno y el Gobierno de Cuba».[21] Las elecciones cubanas debían
celebrarse el 15 de septiembre bajo el método de voto restringido al que se
adicionó la representación de la minoría. Con vistas a ello, los partidos políticos
comenzaron a prepararse para nominar sus candidaturas. En definitiva se crearon
dos bloques electorales: la alianza republicana-democrática frente al Partido
Nacional Cubano.

El 5 de noviembre de 1900 la Constituyente inició sus labores ―un día antes de


las elecciones en Estados Unidos― y el 21 de febrero de 1901 quedaba aprobada
la Constitución, caracterizada por su inspiración liberal, tras enconados debates en
los que se enfrentaron concepciones liberales radicales y conservadoras como
puntos extremos. Se aprobó un texto que recogía los principios generales del
liberalismo de la época, con la formula republicano-democrática, representativa y
la clásica división de poderes:ejecutivo, legislativo y judicial. Bajo un sentido
presidencialista, el poder legislativo estructuró, de acuerdo con el modelo
estadounidense, en dos cuerpos: Senado y Cámara de Representantes. Se
establecía un Estado laico al separar la Iglesia del Estado y se recogían los
derechos individuales, dejando expreso el pleno respecto a la propiedad privada.
La Constitución creaba la República, pero no plasmaba la revolución anticolonial.

La composición de amplia mayoría independentista de la Asamblea hacía esperar


que la decisión preservara la soberanía nacional y en este sentido se movió la
discusión. Estados Unidos comenzó a presionar rápidamente. La resistencia
cubana hizo que el problema se decidiera en el poder legislativo del Norte. Primero
fue la comunicación del secretario de la Guerra, Elihu Root, a Wood, planteando
los términos que debía recoger el documento y, después, fue el Congreso. En la
discusión de la Ley de Créditos del Ejército, el senador Orville H. Platt presentó
el 25 de febrero una enmienda a la Ley de Créditos del Ejército relativa a las
relaciones bilaterales cuyo articulado ―que asumía lo planteado por Root―
constituía el mecanismo legal para la dependencia cubana. El Senado la aprobó el
27, el 1ro de marzo lo hacía la Cámara. El 2 de marzo de 1901 el Presidente
estadounidense sancionó la ley con la enmienda.
(...) el Presidente por la presente, queda autorizado para dejar el Gobierno y control de
dicha Isla a su pueblo, tan pronto como se haya establecido en la Isla un Gobierno bajo
una Constitución, en la cual, como parte de la misma, o en una ordenanza agregada a ella
se definan las futuras relaciones entre Cuba y los Estados Unidos sustancialmente, como
sigue:

I Que el Gobierno de Cuba nunca cederá con ningún Poder o Poderes extranjeros ningún
Tratado u otro convenio que pueda menoscabar o tienda a menoscabar la independencia
de Cuba ni en manera alguna autorice o permita a ningún Poder o Poderes extranjeros,
obtener por colonización o para propósitos militares o navales, o de otra manera, asiento
en o control sobre ninguna porción de dicha Isla.

III Que el Gobierno de Cuba consciente que los Estados Unidos pueden ejercitar el
derecho de intervenir para la conservación de la independencia cubana, el mantenimiento
de un Gobierno adecuado para la protección de vidas, propiedad y libertad individual y
para cumplir las obligaciones que, con respecto a Cuba, han sido impuestas a los Estados
Unidos por el Tratado de París y que deben ahora ser asumidas y cumplidas por el
Gobierno de Cuba.

IV Que todos los actos realizados por los Estados Unidos en Cuba durante su ocupación
militar sean tenidos válidos, ratificados y que todos los derechos legales adquiridos a virtud
de ellos, sean mantenidos y protegidos.

VI Que la Isla de Pinos será omitida de los límites de Cuba propuestos por la Constitución,
dejándose para un futuro arreglo por Tratado la propiedad de la misma

VII Que para poner en condiciones a los Estados Unidos de mantener la independencia de
Cuba y proteger al pueblo de la misma, así como para su propia defensa, el Gobierno de
Cuba venderá o arrendará a los Estados Unidos las tierras necesarias para carboneras o
estaciones navales en ciertos puntos determinados que se convendrán con el Presidente
de Estados Unidos.
Fragmentos del texto de la Enmienda Platt[22][23]

La reacción cubana fue explosiva. Los delegados a la Constituyente resistieron


durante tres meses, con el respaldo popular espontáneo ya que el pueblo se lanzó
a las calles en todo el país a protestar contra aquel atropello y se concentró ante
el teatro Martí (antiguo Irijoa) lugar de sesiones de la Asamblea. La tensión creció
y Estados Unidos tuvo que aplicar la imposición.

Juan Gualberto Gómezse destacó, junto a otras figuras provenientes del sector
independentista, en el combate contra la Enmienda Platt dentro de la Asamblea
Constituyente.
Reservarse a los Estados Unidos la facultad de decidir ellos cuándo está amenazada la
independencia, y cuándo, por lo tanto, deben intervenir para conservarla, equivale a
entregarle la llave de nuestra casa ara que puedan entrar en ella cuando les venga el
deseo, de día o de noche, con propósitos buenos o malos.
Juan Gualberto Gómez
El Gobierno estadounidense buscó negociar la aceptación ofreciendo el señuelo
del ansiado tratado comercial, lo que se conjugó con el «movimiento económico»
de las corporaciones burguesas como el Círculo de Hacendados, la Unión de
Fabricantes de Tabaco y el Centro General de Comerciantes e Industriales, a
quienes se unía otras instituciones como al Sociedad Económica de Amigos del
País. Sin embargo, la resistencia popular no cedía, lo que se expresaba en el seno
de la Asamblea, por lo que hubo que llegar a la disyuntiva definitiva: o República
con Enmienda o se mantenía la ocupación. Después de varias votaciones
adversas, el 12 de junio se aprobó la Enmienda, que se incorporaría como
apéndice a la Constitución, por dieciséis votos contra once. Se había cercenado la
soberanía cubana, habría República con Enmienda. Era el primer instrumento
jurídico-político para la estructuración de la neocolonia.[24]

Una vez resuelto el tema de la Constitución y su apéndice, procedía hacer la


convocatoria a elecciones generales. previamente, en junio de 1901, se celebraron
nuevos comicios para elegir autoridades municipales, esta vez con la adhesión de
reservar un 40% de los espacios a la minoría, lo que limitaba el número de
candidatos por los que podía votar el electorado y abría espacios a los
representantes del conservadurismo, minoritario en la intención de voto. Los
comicios arpa elegir los Gobiernos provinciales, representantes y compromisarios
sería el 31 de diciembre de 1901 y el 24 de febrero de 1902 los compromisarios
designarían a Senadores, Vicepresidente y Presidente. De nuevo los partidos
políticos entraban en campaña.

El centro de atención ciudadana estaba en la designación de los candidatos


presidenciales. Hubo quienes, como Máximo Gómez, pretendieron armar una
candidatura independentista con Tomás Estrada Palma y Bartolomé Masópara
Presidente y Vicepresidente respectivamente, pero aunque pareció posible
inicialmente, esto no prosperó y ambos se enfrentaron como aspirantes
presidenciales. A partir de las nominaciones se armaron las agrupaciones esta vez
con una coalición nacional-republicana que apoyaba al binomio Estrada Palma-
Luis Estévez Romero, mientras que Unión Democrática y otros pequeños
postulaban a Masó-Eusebio Hernández.

La candidatura de Estrada Palma contaba con el apoyo del general Wood, pero
también del independentismo, en especial con el respaldo decisivo de Máximo
Gómez. Para las primeras era de esperar transparencia, sin embargo el Gobierno
interventor mostró parcialidad. Los representantes masoístas reclamaron
presencia en la Junta Central de Escrutinios, ya que al separarse Masó quedaban
sin representación. El reclamo no fue atendido. Esta y otras acciones de respaldo
oficial a Estrada Palma determinaron que la candidatura masoísta se retirara de la
campaña. El triunfo indisputado fue para la coalición nacional-republicana, con el
respaldo del 47% de los electores.

Los cubanos recibieron con júbilo el traspaso de poderes el 20 de mayo de 1902.


Se había alcanzado el objetivo inmediato: poner fin a la ocupación militar, aunque
quedaron tropas estadounidenses en la Isla por dos años más, y se proclamaba la
República de Cuba sobre la Enmienda Platt proyecta a su sombra.

Etapa neocolonial (1902-1958)


El Gobierno de Estrada Palma (1902-1906)
Tomás Estrada Palma, primer presidente de la República Neocolonial

El Gobierno presidido por Estrada Palma debía iniciar el primer período


republicano en Cuba, y por tanto, enfrentar sus retos. Sin embargo, no elaboró una
política económica de fomento del país y de creación de fuentes de empleo y
privilegió el ahorro de las recaudaciones del Estado. Entre sus primeras
prioridades estuvo el cumplimiento de la Enmienda Platt, en cuanto a los tratados
que debían firmarse, y la atención al reclamo de un tratado comercial con Estados
Unidos proveniente de las corporaciones burguesas. Sin duda, la firma de los
varios tratados bilaterales con el país del Norte marcó con fuerza la gestión
estradista, además de la conformación de su Gabinete en el que tuvieron
preeminencia figuras connotadamente conservadoras, la mayoría procedentes del
autonomismo.

El 22 de mayo de 1903 se firmó el Tratado Permanente determinando las


Relaciones entre la República de Cuba y los Estados Unidos, que recogía el
artículo de la Enmienda Platt tal como establecía su artículo octavo. El 2 de julio
del mismo año se firmó el Convenio de Arrendamiento para Estaciones Navales,
asunto que tenía alta prioridad para Estados Unidos, más aun cuando las
comunicaciones dependían del transporte marítimo y el dominio del Caribe
permitía controla la zona canalera. Inicialmente había la aspiración de obtener
territorio para cuatro bases: Nipe, Guantánamo, Cienfuegos y Bahía Honda. Las
negociaciones llevaron a reducir a dos las bases contempladas en el convenio y,
cuestión muy importante, el territorio se arrenda, no se vendía. Finalmente solo se
abrió la base de Guantánamo.[25]

En 19004 se firmaba el Tratado sobre Isla de Pinos que reconocía la soberanía


cubana sobre ese territorio, como compensación por las concesiones cubanas en
cuanto a las estaciones navales y carboneras. No obstante, no entró en vigor hasta
1925 pues el Senado estadounidense no lo ratificó hasta esa fecha.
Los convenios firmados hacían más sólidos los mecanismos político-jurídicos
creados por la Enmienda Platt para la dependencia, pero había que asumir otros
mecanismos económicos también fundamentales. En ese sentido tenía primera
prioridad el tema comercial. Este asunto se había planteado insistentemente por la
parte cubana y había sido objeto de debate en Estados Unidos por los intereses
contrapuestos que se movían allí. Esta vez las negociaciones fueron bastante
complicadas pues la parte estadounidense se mostró inflexible en sus posiciones.
El 11 de diciembre de 1902 fueron firmado por ambas partes y ratificado en 1903.
La discusión en el Senado cubano mostró la posición dependiente de los
representantes de la burguesía doméstica frente a la defensa nacional minoritaria
en aquel cuerpo, encarnada en Manuel Sanguily con muy pocos acompañantes
como Salvador Cisneros, Eudaldo Tamayo y Tomás Recio.
(...) de donde ha resuelto que los Estados Unidos, en cuando las circunstancias actuales lo
consienten, se han subrogado nuestra antigua metrópoli española; han reducido nuestra
condición general, bajo el aspecto de la hacienda y el comercio, a aquellas misma
relaciones sustanciales en que se encontraba Cuba respecto de España, cuando España
dominaba en Cuba; han convertido, por tanto, nuestra nación en una colonia mercantil y a
los Estado Unidos en metrópoli.
Discurso de Manuel Sanguily en el Senado cubano contra el Tratado de Reciprocidad
Comercial.[26]

El Tratado de Reciprocidad Comercial se convertía en un instrumento clava para la


dependencia. La burguesía doméstica había sacrificado el posible desarrollo
interno a la seguridad del mercado estadounidense, que entraría como materia
prima, en forma de crudos, para las refinerías del Norte. Esta posición dependiente
se había puesto de manifiesto en las negociaciones frente a la intransigencia
norteña, que impuso sus condiciones. La preservación de aquel mercado fue
determinante para la aceptación de los términos del convenio. Los sectores
oligárquicos de la burguesía cubana formaban así parte orgánica del modelo
neocolonial desde una posición subordinada.

Los intentos de abrir posibilidades comerciales en otros mercados se frustraron por


la presión estadounidense. El caso más representativo fue el de Gran Bretaña, que
negociaba un acuerdo comercial bilateral desde 1902 que tomó forma en 1905. a
pesar de que el texto, respetaba las concesiones hechas a Estados Unidos, el
Gobierno de ese país movilizó a su representante en La Habana, Hebert Squiers, y
a los principales socios del dominio neocolonial en Cuba para impedir la
cristalización del propósito. El Reino Unido era el segundo abastecedor del
mercado cubano (alrededor del 14%) y los norteños no querían correr riesgos, de
ahí que el Senado cubano no ratificara el convenio.[27]

El cuadro de dependencia se completaba con la concertación de empréstitos por


casas bancarias de Estados Unidos, Estrada Palma inauguró esta práctica con la
casa bancaria Speyer de Nueva York por 35 millones de dólares para pagar
al Ejército Libertador.

El aparato político-administrativo-militar se pondría en funcionamiento con el


Gobierno de Estrada, durante el cual se fundó el Partido Moderado como partido
de Gobierno. Dicho partido impulsó la reelección estradista en 1905, frente a la
candidatura liberal de José Miguel Gómez y Alfredo Zayas. Ante la imposición
moderada, los liberales acudieron a la violencia, en la llamada Guerrita de Agosto,
en 1906.
Segunda ocupación militar
Artículo principal: Segunda ocupación militar de Estados Unidos en Cuba.

Humor cubano contra la Segunda Intervención. En la caricatura, Liboriopregunta si los


yanquis se irán algún día. Magoon responde: «Cuando la rana críe pelos».

Los sucesos de 1906 pusieron en evidencia la endeblez de las instituciones


creadas. Las partes en pugna actuaron con la misma intransigencia, pero
coincidieron en buscar la solución en los Estados Unidos. Se produjo entonces la
segunda intervención estadounidense. El Gobierno interventor debía perfeccionar
y completar los mecanismos institucionales para lograr la necesaria estabilidad. De
ahí la abundante obra desplegada por la Comisión Consultiva creada al efecto y
que emitió un conjunto de leyes complementarias de la Constitución. Estas
regulaban el funcionamiento de las instancias de Gobierno a todos los niveles y de
los distintos poderes. También completó la organización de los cuerpos represivos
al crear el Ejército permanente.

El Gobierno de Charles Magoon trató de resolver los conflictos políticos mediante


concesiones a cargo del tesoro público y organizó nuevas elecciones. El triunfo fue
para los liberales José Miguel Gómez y Alfredo Zayas, frente a los
conservadores Mario García Menocal y Rafael Montoro. Comenzaba entonces una
segunda etapa republicana, que debía el trabajo de estabilización iniciado.

Una República restaurada pero vigilada


La administración miguelista debía procurar el funcionamiento bipartidista, pero
actuaba en condiciones muy especiales: se sabía que cualquier problema podía
llevar a la aplicación del artículo tercero de la Enmienda Platt y, luego de la
segunda intervención, el peligro de la pérdida definitiva del nivel de soberanía
alcanzado actuaría como amenaza perenne y elemento paralizador. A pesar de
ello, el Gobierno liberal debió enfrentar agitaciones sociales de cierta envergadura,
a las cuales respondió con una política represiva que cerro el camino a una posible
reelección. La corrupción político-administrativa ―convirtió al general José Miguel
Gómez en Tiburón en el imaginario popular―, los conflictos con los veteranos y
con el Partido de los Independientes de Color y la cruenta represión, además del
pobre desempeño programático, enajenaron al partido Liberal el apoyo de buena
parte de sus antiguos electores. En 1913 comenzaría una administración
conservadora al frente de la cual estaría el Mayor General Mario García Menocal.
Mario García Menocal, tercer presidente de la República de Cuba. Conocido como El
Mayoral por su etapa como administrador del Central Chaparra

El Gobierno menocalista continuó la corrupción político-administrativa, para


enriquecimiento de propios y tralización política, con la malversación de fondos del
tesoro público y el uso de la «botella» como práctica ya acuñada. El Mayoral, como
se le decía a Menocal por sus vínculos con la industria azucarera y,
especialmente, con los intereses estadounidenses en el sector, gobernó en la
coyuntura de la Primera Guerra Mundial, la cual brindó un notable impulso al
crecimiento azucarero de Cuba. Así, la política de guerra marcó con mayor fuerza
su gestión, más allá de las obras públicas o la Ley de la Moneda, que creó la
moneda nacional en 1914.

En los años de guerra, lo más importante era mantener la tranquilidad interna y


garantizar la producción azucarera; por ello, cuando Menocal impulsó su
reelección, contó con el respaldo de la Legación de los Estados Unidos. Los
liberales, una vez más, recurrieron al alzamiento, pero el llamado Alzamiento de la
Chambelona, en 1917, llegó en mal momento, cuando los Estados Unidos
necesitaban tranquilidad en su «traspatio» para concentrarse en el conflicto
europeo: el Gobierno estadounidense declaró ilegal la acción libera., De esta forma
los belicosos liberales se rindieron y se consumó la reelección. Una vez más se
había demostrado la inestabilidad de la República, por lo que se tomaron nuevas
medidas estabilizadoras esta vez en cuanto a la ley electoral. El Departamento de
Estado de los Estados Unidos envió al general Enoch Crowder, quien había estado
en Cuba como funcionario durante la primera ocupación militar y había presidido la
Comisión Consultiva durante el Gobierno de Charles Magoon. En agosto de 1919,
se aprobó el nuevo código electoral, conocido como Código Crowder.

El 16 de abril de 1917, los Estados Unidos entraron en la Primera Guerra Mundial,


un día después lo hizo Cuba. La Isla vendería entonces sus zafras completas a los
Estados Unidos a precios de sacrificio, de esa manera se vendieron las zafras de
1917/19718 y 1918/19. Era su contribución a la guerra. Para garantizar el orden
interno, se combinó la política de concesiones con la represión, incluyó la
suspensión de garantías constitucionales. Durante este Gobierno, se vivió el
período de la «danza de los millones», que tuvo su punto alto en 1920, pero
terminó en medio de la crisis de posguerra, de 1920 a 1921.

El Partido Conservador, en ocho años, había tenido fuerte deterioro, por lo cual
pactó con Alfredo Zayas para las elecciones en 1920. El triunfo zayista fue el
resultado de la alianza entre ele nuevo partido que había fundado, el Partido
Popular, con el Conservador, para formar la Liga Nacional, que utilizó los
mecanismos del poder para garantizarlo.

El deterioro republicano
La República surgida en 1902 mantenía múltiples contradicciones en su seno. Los
problemas sociales, lejos de resolverse, se iban acumulando. El fenómeno del
latifundio se había agravado con el proceso inversionista en la industria azucarera.
Grandes extensiones de tierra habían pasado a manos de empresas
estadounidenses, algunas de las cuales eran dueñas de más de diez mil
caballerías de tierra. En contraposición, se incrementaba el número de campesinos
sin tierra, quienes trabajaban para los latifundistas bajo distintas formas de
dependencia, a veces pre capitalistas. Parte de estos campesinos tenían que
vender su fuerza de trabajo temporalmente en busca de subsistencia.

La acumulación de estos y otros problemas daría lugar a luchas sociales,


especialmente dentro de la clase obrera, mediante huelgas como método principal,
encabezadas por organizaciones aún débiles. Los intentos de crear un partido
obrero en 1899 y 1900 estaban todavía muy alejados de las posibilidades de la
clase obrera cubana en aquel momento. Aunque surgieron organizaciones
sindicales o gremiales que agrupaban a los obreros en estructuras nacionales,
tanto partidistas como sindicales, pero no fructificaron dentro de una clase
numéricamente pequeña y muy fraccionada. También actuaba ele elemento
paralizador de la Enmienda Platt. No era una clase aún preparada para sumir sus
propias metas clasistas y las metas nacionales.

Otro sector marginado, el femenino, empezó a organizarse para reclamar sus


derechos de género. Ya en 1912, surgió el Partido Nacional Feminista, y, en 1913,
el Partido Sufragista; ambos dieron al Partido Nacional Sufragista. En 1918 se
fundó el Club Femenino de Cuba, de amplia y prolongada trayectoria. Las mujeres
planteaban sus metas de género, pero incluían también los problemas generales
de la sociedad, insertándose en los debates de la época.

La rapidez del deterioro republicano y la acción injerencista estadounidense,


presente por medio de sus ministros en Cuba, la segunda intervención o los
desembarcos de marines ante alteraciones internas, provocaron reacciones que
abrirían un nuevo camino. En estas condiciones, la crisis económica de 1920 a
1921 y el Gobierno de Zayas marcarían un momento importante en el desgaste
republicano.

El deterioro de las instituciones republicanas, con la escandalosa corrupción


político-administrativa; la acumulación de problemas sociales; la irritante política
estadounidense; la crisis económica de 1920-1921, con sus secuelas; y la
maduración de la conciencia nacional en las nuevas condiciones, fueron factores
condicionantes de los movimientos de protesta y rebeldía desarrollados en el
primer lustro de la década del veinte. La conciencia del desastre republicano tomó
fuerza. Prácticamente todos los sectores sociales entraron en ebullición. Había
distintos tipos de cuestionamientos y crecía el antinjerencismo, la protesta cívica y,
en algunos casos, se llegaba al antimperialismo.

Julio Antonio Mella. Fundador de la Liga Antimperialista de Cuba, de la FEU y del


primer Partido Comunista de Cuba, entre otras organizaciones, también pertenecía a
la nueva generación de intelectuales que emergió en la década del veinte.

El movimiento obrero cubano experimentaba avances organizativos importantes,


entre 1920 y 1925, los cuales culminaron con la creación de la Confederación
Nacional Obrera de Cuba (CNOC). Aunque aún no se planteaba el problema
nacional ni su inserción en la lucha política, sí impulsó la lucha de clases con
mayor coherencia. La presencia del marxismo estaba limitada todavía a pequeños
grupos en La Habana y otras localidades, pero en 1918 surgió la Agrupación
Socialista de La Habana, que inició un proceso por el cual, en 1925, se celebró el
Congreso de Agrupaciones Comunistas (que entonces eran nueve), fundador
del Partido Comunista. Las figuras de mayor relevancia en aquella dirección fueron
el obrero Carlos Baliño y el estudiante Julio Antonio Mella. El nuevo partido obrero
sobre bases revolucionarias, que incluían el planteamiento antimperialista.

La Protesta de los Trece, en 1923, encabezada por el joven poeta Rubén Martínez
Villena, marcó la irrupción de los jóvenes intelectuales en la lucha cívica. Aquel
gesto se continuó con la Falange de Acción Cubana y estuvo en el espíritu de
quienes integraron el Grupo Minorista.

La Universidad de La Habana fue escenario de la beligerancia estudiantil. El


movimiento por la reforma universitaria de fines de 1922 y del año 1923, influido
por movimiento similares en el continente, proyectó a los estudiantes dentro de la
vida nacional, teniendo en su centro a un líder estudiantil carismático, aglutinador,
de rápida maduración revolucionaria: Julio Antonio Mella. Aquel movimiento
alcanzó su momento culminante con el Congreso Nacional Revolucionario de
Estudiantes, celebrado en octubre de 1923 donde hubo planteamientos
francamente antimperialistas. El movimiento estudiantil, encabezado por Mella,
calaba en lo profundo del problema cubano. Su fruto más inmediato fue
la Universidad Popular José Martí, fundada en 1923, donde estudiantes y jóvenes
profesionales se convirtieron en profesores de obreros.

Más allá de los logros universitarios de la reforma, su mayor trascendencia estuvo


en la entrada de la masa estudiantil en el combate político, su fuerte repercusión
nacional, la creación de la Federación Estudiantil Universitaria en 1922, y el
nacimiento de Mella como reconocido dirigente estudiantil con resonancia en todo
el país. Aquel estudiante de veinte años, por sus vínculos con la joven
intelectualidad y con el movimiento obrero, se convirtió en la figura revolucionaria
de mayores potencialidades movilizativas.

Rubén Martínez Villena.

Uno de los movimientos de mayor amplitud fue el de Veteranos y Patriotas, que


nació como un movimiento de protesta cívica por parte de los veteranos de la
guerra independentista. El movimiento creció y dio origen a la Asociación de
Veteranos y Patriotas (1923-1924). De composición e ideología heterogéneas, el
movimiento buscaba reformas rectificadoras, y en su seno surgió una corriente
insurrecionalista en la cual descollaron los jóvenes de la Falange de Acción
Cubana, encabezados por Rubén Martínez Villena. Aunque la insurrección
de Federico Laredo Bru, en 1924, terminó en un gran fiasco, esta experiencia
aportó mucho a la maduración revolucionaria de Rubén, la que se completó con su
acercamiento al movimiento obrero a través de la Universidad Popular José Martí y
el estrecho vínculo con Mella.

El movimiento feminista también alcanzó un punto importante en su desarrollo, con


la celebración del Primer Congreso Nacional de Mujeres, en 1923. A pesar de la
existencia de divisiones en cuanto a sus metas de género, la mujer se insertaba en
el movimiento cívico desatado. Otro hecho significativo del año 1923, fue el
manifiesto de la Junta de Renovación Nacional, presidida por Fernando Ortiz,
firmado por representantes de organizaciones, corporaciones económicas,
instituciones profesionales y otras. En él se abogaba por la renovación de la vida
pública para consolidar la República y terminar la obra de la Revolución.
El descontento cunde y comprende a todos los elementos que integran nuestra Sociedad,
y sólo un pequeño grupo, que vive y medra en la decadencia nacional, se mantiene
empeñado en negar la intensa realidad de nuestros males, o, cuando menos, en
desconocer su transcendencia, ocultándose al pueblo la horrible verdad.
«Manifiesto a los cubanos», de la Junta Cubana de Renovación Nacional (fragmento)[28]

De Machado a la Revolución del 30


Para las elecciones generales de 1924, el Partido Liberal llevó la candidatura
de Gerardo Machado, quien presentó un programa electoral que constituyó una
propuesta de reformulación de algunos aspectos del sistema; se trataba de
superar sus deficiencias y sostenerlo. Este programa fue promovido por grupos
oligárquicos ―en alianza con los grupos más poderosos y determinantes del
imperio estadounidense―, por lo que, al responder a estos intereses se movía
dentro del marco de relaciones determinado por la dependencia neocolonial.
Dichas propuestas se dirigían a salvaguardar el sistema en su conjunto, aunque
las vías concretas se movían a favor de los grupos vinculados a Machado. Frente
a la candidatura de Menocal, Machado ganó cinco de las seis provincias. El 20 de
mayo de 1925comenzaba su gestión de Gobierno.

El dictador Gerardo Machado

El proyecto machadista se articuló en un proyecto de Gobierno coherente. Cuya


concepción básica en el aspecto económico era la búsqueda de la diversificación
de la producción agrícola e industrial para el mercado interno, y se
complementaba, en el plano político, con la creación de un frente común de la
representación política oligárquica y la participación o atracción de las
cooperaciones burguesas y de todos los sectores sociales posibles, con lo cual se
abrió un espacio de participación a grupos de la burguesía no oligárquicas. Fue la
primera respuesta de los grupos de poder ante las manifestaciones de la crisis del
sistema neocolonial en Cuba.

La búsqueda de soluciones de los problemas cubanos condujo, necesariamente, a


procurar algunos reajustes en las relaciones con Estados Unidos. Especialmente
en los términos del Tratado de Reciprocidad y el Tratado Permanente; pero no se
encontró aceptación en este país, y la burguesía cubana reacción supeditando sus
aspiraciones a las relaciones dependientes.

El Gobierno de Machado desarrolló su programa básicamente, entre 1925y 1927,


cuando estableció los pilares fundamentales: las restricción azucarera, el plan de
obras públicas y la reforma arancelaria. Con la restricción de la producción de
azúcar, se trataba de mantener los precios del dulce a partir de una política de
restricción estatal, pero no alcanzó a invertir la tendencia al estancamiento.
Tampoco detuvieron la baja de precios los mecanismos para negociar
centralizadamente la venta de azúcar o los intentos de la concertación
internacional. La restricción azucarera aparecía por primera vez en Cuba, era la
evidencia clara de que se trataba de un sector que había llegado al final de su
crecimiento.

El plan de obras públicas debía palear la caída de los salarios y el nivel del
desempleo. Por él se acometieron obras de carácter suntuario, con el Palacio del
Congreso o Capitolio, o la ampliación del Malecón habanero. También se
completaron los jardines de la Universidad de La Habana y se construyó su
Escalinata. Algunas de las obras fueron de utilidad como la pavimentación de las
calles, la construcción de acueductos y alcantarillados, y, especialmente,
la Carretera Central de indudable beneficio para la actividad económica del país.
Pero se recurrió al financiamiento externo, por lo que, en abril de 1933, la deuda
de la República ascendía a $170 762 320, de los cuáles $82 322 000
correspondían al financiamiento de las obras públicas. Agravada por la
malversación de esos fondos.

Como parte de un ambicioso plan de obras públicas, en 1929 quedó inaugurado


el Capitolio Nacional, como sede del Congreso de la República.

El proyecto machadista de soluciones comprendió la neutralización de la rebeldía


nacional y la necesaria estabilidad política. Surgió así la fórmula del
cooperativismo, la cual, con la atracción de los partidos de oposición, pretendían
gobernar a nombre de los partidos oligárquicos, eliminar toda forma de oposición y
suprimir las pugnas y contradicciones por el poder. Se logró la participación
del Partido Conservador, único de oposición, pues el Popular había con Machado
para las elecciones, y también la cooperación de las cooperaciones burguesas.
Además de atraer a otras fuerzas por medio del halago, las concepciones y las
presiones.
La alternativa política al cooperativismo fue la represión contra los que se negaran
a colaborar o expresaran alguna forma de oposición. Fue una represión selectiva y
diferenciada, dirigida contra quienes representaba un mayor peligro, como fue el
caso del movimiento obrero y estudiantil, aunque con métodos diferentes de
acuerdo con las características de estas fuerzas, sin excluir por ello a ninguna
manifestación de oposición.

Como parte de este proyecto se intento la permanencia del mismo equipo de


Gobierno en el poder, por medio de una reforma constitucional que permitiera
prorrogar el mandato de todos los cargos electivos y suprimiera la reelección
presidencial, lo cual había sido una promesa electoral. En definitiva, hubo reforma
violatoria de los procedimientos constitucionales por la cual Machado se reeligió
por un período prorrogado por seis años, en unas elecciones celebradas bajo la
Ley de Emergencia Electoral de 1925, que prohibía la reorganización de partidos y
la inscripción de otros nuevos. Sin embargo, cuando Machado tomó posesión en
su segundo mandato en 1929, comenzó la quiebra de su régimen.

La violación de los mecanismos de la democracia burguesa generó


contradicciones en el seno de los partidos políticos que se movían en la lucha por
el poder, y afecto sensiblemente al seno del cooperativismo, mientras las masas
populares iban madurando y estaban en condiciones de insertarse en un primer
plano de la lucha política. Por otra parte se evidenciaba la insuficiencia del
programa económico de Machado para resolver la situación cubana lo cual se
agravó dramáticamente con los efectos de la crisis mundial en 1929. Dicha crisis
aceleró el descenso de todos los índices económicos, aunque estos venían
bajando desde los años precedentes.

El cooperativismo y la represión combinadas habían logrado funcionar durante los


primeros años del Gobierno de Machado, acallando la oposición y desarticulando
al movimiento popular, por eso pudo realizarse el proceso de prorrogas de poder y
reelección sin que se articulara un movimiento de oposición popular aunque hubo
contradicciones en el camino.

Desde su génesis, el cooperativismo tuvo divisiones internas, pues los liberales y


populares rechazaban la idea de compartir el poder con los conservadores. Se
quería disfrutar del triunfo, es decir, de los cargos públicos. A pesar de ello, se
alcanzó un importante consenso. Sin embargo en el camino de las prorrogas y las
reelección fueron apareciendo opositores saliendo de las filas de los partidos
cooperativistas, quienes estructuraron organizaciones y grupos de oposición cuyo
objetivo era impedir la reforma constitucional y mantener el funcionamiento político
anterior a la ley de emergencia electoral de 1925. Surgió así Unión Nacionalista,
con políticos de distintas procedencias nucleados alrededor de Carlos Mendieta,
desplazado por Machado de la candidatura liberal. Algunos se agruparon alrededor
de Miguel Mariano Gómez, hijo del expresidente Jóse Miguel, ya fallecido en 1921,
constituyendo el grupo de los marianistas. En el Congreso apareció el grupo de los
conservadores ortodoxos, y Mario García Menocal definió su oposición en 1930;
pero ninguno ofrecía programa alternativo al de Machado para resolver la crisis
cubana; tampoco articularon un movimiento de oposición capaz de impedir el
continuismo, aunque algunos tenían cierta influencia no desdeñable.

Esta oposición intentó actuar dentro de una legalidad que cada vez se hacía más
precaria. Estos intentos se intensificaron y buscaron soluciones conciliatorias en
ocasión de las elecciones parciales de 1930. Entonces aparecieron los llamados
del Diario de la Marina y las gestiones de García Menocal y otros, conectados con
la Embajada estadounidense. Se perseguía una solución electoral, sin resultado.
El fracaso de los intentos conciliatorios y de las apelaciones legales; las elecciones
parciales de 1930, celebradas bajo la Ley de Emergencia electoral de 1925; el
apoyo estadounidense a Machado; el recrudecimiento de la política represiva y la
intensificación de las acciones populares, irrumpieron violentamente en la lucha
revolucionaria, y los políticos tradicionales se enfrentaron al peligro de perder el
liderazgo del movimiento político.

La circunstancia apuntaba, más al cierre de toda posibilidad de ejercicio de


oposición, precipitó a los políticos tradicionales de oposición a un movimiento
insurreccional que estalló en agosto de 1931. Aquel movimiento era un extremo
heterogéneo, por la cantidad y calidad de fuerzas que arrastró. Los alzamientos
mostraron las posibilidad es combativas existentes en el país, y destacaron
a Antonio Guiteras como luchador revolucionario, pero terminaron en una
bochornosa rendición de sus líderes, Menocal y Mendieta, y la pasividad de Miguel
Mariano, lo cual afectó sensiblemente al liderazgo político nacional.

La oposición salida de sectores burgueses se fue nutriendo con gran celeridad de


nuevas fuerzas y figuras. Hasta ese momento, ni los grupos de oposición ni las
cooperaciones burguesas habían elaborado proyectos alternativos. Los debates
sobre política económica, ocurridos en 1929 y 1930, solo apuntaban a soluciones
muy específicas, no a un proyecto general. En este contexto cobra importancia la
aparición, en 1931, de la organización ABC. Esta organización se asentaba,
fundamentalmente, en grupos de las capas medias y alcanzó una influencia
bastante amplia por su intensa actividad terrorista. Pero su programa de 1932
aportó un elemento nuevo al debate político. De corte reformista, proyectaba un
Estado cooperativo y ofrecía un programa alternativo de soluciones, aunque dentro
de la concepción del fatalismo geográfico en relación con los Estados Unidos. Era
la primera propuesta alternativa, coherente y abarcadora, emanada de la oposición
de los sectores burgueses.

El movimiento popular tampoco tenía un verdadero proyecto cuando Machado


asumió el poder. Ni siquiera el Partido Comunista, recién surgido, estaba en
condiciones de presentar un programa de tal naturaleza. Hacia 1929-1930 se
planeó como objetivo el logro de la independencia nacional y la necesidad de
enarbolar un programa propio. En 1931, este período dio a conocer su programa
inmediato de lucha, donde recogía básicamente las tareas de la Revolución agraria
y antimperialista.

El movimiento estudiantil había mostrado combatividad frente al proceso


continuista. En 1927 había organizado el Directorio Estudiantil contra la prorroga
de poderes, pero sus dirigentes fueron expulsados de la Universidad, por lo cual
quedó desintegrado. La represión machadista había asesinado a obreros o los
había expulsado del país, pero con los estudiantes se utilizaban otros métodos. Sin
embargo, Mella fue objeto de persecución bien tempranamente. En el propio año
de 1925 fue expulsado de la Universidad y encarcelado sin derecho a fianza, lo
que desencadenó la huelga de hambre del joven. La intensa movilización popular
logró su salida de la cárcel, pero debía abandonar el país, pues estaba condenado
a muerte. Desde el exterior, en México, Mella organizó un movimiento que planteó,
quizás, el proyecto revolucionario más importante concebido en aquellos años.
Julio Antonio Mella fundó la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios
Cubanos (ANERC), en 1928 su programa contemplaba un conjunto de medidas de
carácter democrático y de liberación nacional capaz de atraer a diversas fuerzas.
Mella, con su capacidad de generar una amplia unidad, concibió una acción
amarga que derrocara a la tiranía y abriera el camino a las transformaciones
políticos y sociales, en la cual debían participar todas las fuerzas emancipadoras y
revolucionarias. Fue una concepción sobre la base de un frente amplio. El
asesinato de Mella en México, en enero de 1929, por orden de Machado, quien
hizo abortar aquel intento.

Rafael Trejo, primer mártir estudiantil

En 1930 se produjeron los primeros grandes movimientos de masas en las luchas


revolucionarias del siglo XX. La Huelga general de 24 horas, de marzo de 1930,
las acciones del Primero de Mayo, como movilizaciones obreras, y la
manifestación estudiantil del 30 de septiembre, que costó la vida al
estudiante Rafael Trejo, marcaron el inicio de la generalización de la lucha a toda
la sociedad. El proceso revolucionario de los años 30 mostró que las fuerzas
nacionales iban madurando y asumían un ascendente papel protágonico en las
luchas políticas, no se encontró el camino de la acción conjunta. La
insubordinación de las masas, quienes actuaron en distintas organizaciones con
diversas proyecciones ideológicas, aportó programas de diferentes signos, como
los del Directorio Estudiantil Universitario(DEU), el Ala Izquierda Estudiantil, el
programa de Guiteras, las Bases Programáticas del Partido Comunista y la CNOC,
entre otros. Estos combates pusieron en crisis a Machado pero no pudieron
imponer una solución revolucionaria.

En marzo de 1933 tomó posesión el nuevo Gobierno estadounidense, presidido


por Franklin Delano Roosevelt, lo que significó un cambio hacia el reformismo para
superar los efectos de la crisis y restaurar las deterioradas relaciones con el
continente, donde había una peligrosa insurgencia. La fórmula de continental del
«Buen Vecino» planteó para Cuba la política de «mediación», que debía aplicar su
nuevo embajador, Benjamin Sumner Welles, y la oposición burguesa decidió
participar en las negociaciones. En ella se incluyó el ABC. Las organizaciones
populares mantuvieron la lucha contra la huelga nacional de agosto de 1933,
precipitaron la caída de Machado pero el mediador buscó una salida para impedir
a las fuerzas revolucionarias el acceso al poder.

La sustitución de Machado por Carlos Manuel de Céspedes y Quesada en la


presidencia no pudo detener la situación revolucionaria que permeó hasta los
cuerpos armados, por el contrario, se entraba en su momento más alto. De allí
salió el movimiento militar, encabezado por un grupo de sargentos, devenido golpe
de Estado el 4 de septiembre de 1933. Fulgencio Batista asumía la dirección militar
y entraba en escena.

Después del golpe del 4 de septiembre de 1933 se instauró un Gobierno colegiado


de cinco miembros, conocido como Pentarquía, que fue sustituido por un Gobierno
presidencialista, con Ramón Grau San Martín al frente, este combate de ideas
continuó con más fuerza aún.

El Gobierno presidido por Grau conocido como Gobierno de los Cien Días se
caracterizó internamente por una gran heterogeneidad ideológica, lo cual debilitó
sus posibilidades de acción y su capacidad de captar los sectores populares para
mantenerse en el poder. Aunque constituyó una ruptura del dominio político por
parte del bloque oligárquico, fueron sectores de las capas medias,
fundamentalmente estudiantes y profesionales, quienes arribaron al poder,
constituyendo un grupo minoritario. Internamente, se vio presionado por ejército,
en un proceso que Batista capitalizó para crear su liderazgo político. Aunque en su
seno tuvo un aliento revolucionario, donde descolló la figura de Antonio Guiteras
como Secretario de Gobernación, Guerra y Marina, sus contradicciones hicieron
crecer la oposición de las organizaciones revolucionarias excluidas del poder.

Antonio Guiteras durante la intervención de la empresa de propiedad


yanqui Compañía Cubana de Electricidad.

La obra del Gobierno provisional de Grau incluyó, en apenas 127 días, medidas de
justicia social, de desarticulación del aparato político-militar existente y de defensa
de la soberanía nacional, pero no se logró armar una política coherente sobre la
base de un programa común, consistente, pues el Gobierno se debatía entre la
reforma y la revolución. Entre las más sobresalientes medidas decretadas se
encuentra: disolución de los partidos políticos existentes para confiar a una
asamblea constituyente la definición de la nueva forma política del estado; la
creación de los Tribunales de Sanción para juzgar los delitos de los miembros del
Gobierno machadista; el otorgamiento a la mujer del derecho a votar y ser elegida;
jornada laboral máxima de ocho horas; creación de la Secretaría del Trabajo;
nacionalización del trabajo, que establecía la obligación de tener en la
empleomanía un mínimo de 50% de trabajadores nativos; rebaja de las tarifas de
electricidad y gas, servicios monopolizados por empresas estadounidenses;
suspensión temporal del pago de la deuda al Chase National Bank y la
intervención a la Compañía Cubana de Electricidad de propiedad estadounidense.

El equipo presidido por Grau también tuvo que enfrentar la hostilidad abierta de los
Estados Unidos. La administración que estrenaba la buena vecindad no reconoció
al Gobierno cubano y lo aisló diplomáticamente, rodeó a Cuba de 29 buques de
guerra y ejerció múltiples presiones para barrer al Gobierno de Grau. La embajada
de Estados Unidos, en las condiciones anormales de mantener su personal sin
tener las relaciones oficiales con las autoridades cubanas, se convirtió en el centro
de la conspiración que culminó con el Golpe de Estado del 15 de enero de 1934.

Así sucumbió aquel Gobierno, contradictorio internamente, pero que había abierto
una brecha en el dominio de los sectores oligárquicos. La reacción retomaba el
poder.

Producto del Golpe de Estado de enero de 1934 se instauró un llamado Gobierno


«de concentración nacional» presidido por Carlos Mendieta. Por el papel que
tuvieron en aquella gestión el nuevo embajador de los Estados Unidos, Jefferson
Caffery, y el Jefe de Ejército, Fulgencio Batista, se le ha identificado como
Gobierno Caffery-Batista-Mendieta. Este Gobierno acometería de restaurar el
control oligárquico en el contexto de un proceso revolucionario aún inconcluso. Se
abría, entonces, una etapa de combate entre la defensiva revolucionaria, la cual
trató de retomar la iniciativa aunque manteniendo su heterogeneidad ideológica.

Las fuerzas motrices del proceso revolucionario continuaron las luchas mediante
múltiples vías: huelgas, manifestaciones callejeras, proyectos insurrecionales, y
otras. Entre 1934 y 1935 fue ganando terreno la idea de que la unidad constituía
un elemento indispensable para alcanzar la meta revolucionaria. En manifiestos y
programas se expresó el propósito de constituir un frente unido antimperialista,
síntoma de la maduración de estas fuerzas. En diciembre de 1934, Antonio
Guiteras, ya al frente de la organización Joven Cuba, evaluaba que:
Quizás por primera vez en Cuba se unan elementos y grupos que dentro de una misma
ideología representan matices distintos, en un verdadero frente único de lucha. Esa
desunión existente hasta ahora ahora, había sido una de las causas principales de las
izquierdas en nuestro país.

Aunque no se había concretado la unidad, existía avances en ese camino al llegar


a 1935. En este nuevo contexto, cobró especial importancia el acercamiento que
se fue operando entre el Partido Comunista y Antonio Guiteras. El ex ministro de
Grau había definido claramente su visión ideológica en el programa de Joven
Cuba, el cual formulaba las tareas propias de la primera etapa de la Revolución, es
decir, la solución de los principales problemas de la sociedad cubana, con lo que
se alcanzaría la liberación nacional. Por otra parte, el Partido Comunista había
iniciado un viraje en sus posiciones ante las fuerzas que debían participar en la
revolución y a favor del frente popular antimperialista. Esto permitió estrechar
relaciones alrededor del proyecto insurrecional concebido por Guiteras.

Simultáneamente, se venía desarrollando un movimiento huelguístico que


involucró a amplios sectores obreros y a los estudiantes y sectores profesionales,
lo que fue estructurando un amplio frente de lucha. Los acontecimientos apuntaban
a una posible huelga general. Guiteras la consideró un error, pues no estaban
preparadas las condiciones para hacerla culminar en una insurreción triunfante, y
por eso fracasaría. El Partido Comunista también consideraba necesario que la
huelga culminara en una insurrección armada, lo cual no era posible porque no se
habían realizado los preparativos pertinentes. A pesar de estos criterios, se impuso
el movimiento hacia la huelga. En marzo estalló la huelga general. Fue el último
gran acto de masas del proceso revolucionario de los años treinta.

La represión de las fuerzas armadas, reorganizadas por Batista, y la movilización


de las cooperaciones económicas y de los políticos tradicionales, permitieron al
Gobierno ahogar la huelga que, ya imparable, había tenido apoyo del Partido
Comunista y de Guiteras. Fue una sangrienta derrota.

Luego del fracaso de la huelga, se aceleraron los preparativos insurrecionales.


Guiteras debía partir hacia México con el revolucionario de origen
venezolano, Carlos Aponte y un pequeño grupo de los compañeros más recibidos.
De ahí regresarían en una expedición para iniciar la insurrección en Oriente. El 8
de mayo de 1935, cuando se disponían a salir fueron emboscados. En la acción
murieron Guiteras y Aponte. Se había cerrado el ciclo revolucionario.

El proceso revolucionario de los años treinta no aportó la solución revolucionaria a


la crisis cubana, como el proyecto machadista no había logrado ser la solución
oligárquica. La crisis seguía en pie, por lo quedaba planteada la necesidad
histórica de encontrar otras vías para responder a esta situación.

Crisis, dictadura y Revolución (1935-1959)


A partir de 1934, luego del golpe de Estado de enero y la caída del Gobierno de los
Cien Días, comenzarían a presentarse y aplicarse diversos Gobiernos y planes
para encontrar una situación de crisis y conflictos internos. Desde su condición de
jefe del Ejército, Fulgencio Batista tendría gran influencia dentro de cada uno de
los Gobiernos que se sucederían.

El primero, presido por Carlos Mendieta Montefur, llegó al poder en 1934 y tuvo
que acometer la tarea de estabilizar al país, o lo que era lo mismo, restaurar el
poder oligárquico. En esto hubo una participación decisiva de los Estados Unidos,
cuando la administración Rooselvelt desarrollaba la política reformista del nuevo
trato (New Deal) y la «buena voluntad». Como parte de la aplicación de los nuevos
mecanismos, los Estados Unidos firmaron con Cuba un nuevo Tratado de
Reciprocidad Comercial, en 1934, al tiempo que sustituían la protección
arancelaria por el sistema de cuotas azucareras mediante la Ley Costigan Jones.

La cuota azucarera, aprobada en mayo de 1934, fue bien recibida por la burguesía
cubana. La cuota básica asignada a Cuba era inferior a su participación histórica
en aquel mercado, pero representaba un aumento en relación con las ventas del
año precedente ―era el 29,40% del consumo de ese país― y detenía el rápido
desplazamiento que venía sufriendo el producto cubano luego de la Tarifa Hawley
Smoot. La industria cubana quedaba condenada al estancamiento y a producir por
debajo de su potencial, poco después se firmaba el tratado comercial que
ampliaba las ventajas a los productos de los Estados Unidos.
Los Estados Unidos se avinieron a firmar un nuevo Tratado Permanente en 1934,
el cual eliminaba algunos artículos de la Enmienda Platt, especialmente el cual
otorgaba el derecho de intervenir, aunque dejaba otros en pie, como el de las
bases navales. De todas formas, era un logro de las fuerzas nacionales.

Las masas populares habían alcanzado un protagonismo incuestionable, y el


aparto estatal había sufrido serios quebrantos, por lo que era necesario atender
este problema. Se utilizó entonces el militarismo como instrumento de garantizar la
estabilidad interna. Este fenómeno apareció en varios países del área y permitió
utilizar a las fuerzas armadas en funciones de aseguramiento político. En Cuba,
Batista, como Jefe del Ejército, había creado las condiciones necesarias, el cuerpo
militar fue reorganizado y empezó a asumir funciones que le daban el verdadero
poder político. De hecho, existían dos poderes paralelos: el del Jefe del Ejército y
del Presidente de la República. Batista construía un liderazgo dentro del cuerpo
armado, que se imponía a los funcionarios civiles y, además, encabezaba la
represión con el fin de aplastar la rebeldía popular.

Conjuntamente con la política represiva y el fortalecimiento del fuero militar, se


buscaba una estabilización política que legalizara al Gobierno y permitiera transitar
hacia el funcionamiento de los mecanismos democráticos burgueses. Lo primero
fue armar un Gobierno de «concentración nacional», donde estaban representados
todos los que había participado en la mediación y en la oposición a Grau. Aunque
tuvo serias crisis internas, por la oposición civilismo-militarismo y las pugnas por
controlar todo el poder, se mantuvo el intento unitario. Con la quiebra del aparato
estatal después de la caída de Machado, la legalidad solo estaba amparada por
los estatutos del Gobierno provisional del 14 de septiembre de 1933. El nuevo
gabinete promulgó entonces la Ley Constitucional de la República, el 3 de febrero
de 1934, la cual regulaba el funcionamiento del Estado en las nuevas condiciones.
La ley daba funciones ejecutivas y legislativas al gabinete, y mantenía,
significativamente, el derecho a la mujer al voto. Luego de la huelga de marzo de
1935 se promulgó una segunda Ley Constitucional. En esta ley se implantaban
nuevos mecanismos represivos para aplastar la beligerancia popular.

El nuevo Gobierno recibió el reconocimiento inmediato de los Estados Unidos y el


respaldo de las cooperaciones económicas y figuras políticas; sin embargo los
partidos políticos tradicionales habían perdido su hegemonía. El bipartidismo había
terminado y comenzaba una reconstrucción diferente, en la cual predominó la
multiplicidad de partidos y las coaliciones o alianzas electorales con continuas
divisiones, fusiones y disoluciones, que mostraban su propia debilidad. El Partido
Auténtico surgió en 1934, a partir de un comité gestor, compuesto
fundamentalmente por antiguos miembros del DEU. Pronto llamaron a sus filas a
Grau, quien se convirtió en el «gran Mesías». Con su programa de corte nacional
reformista, se convirtió en una nueva opción para el electorado y alcanzó notable
fuerza. La entrada de Eduardo Chibás lo reformó aún más, aunque también
recurrieron a las alianzas electorales.

Las elecciones generales de 1936 marcaron el regreso a la normalidad política,


aunque de los nuevos partidos se abstuvieron de concurrir. Miguel Mariano
Gómez ganó con la Coalición Tipartita; pero pronto entró en contradicción con
Batista. La embajada estadounidense manifestó su preocupación por la posible
ilegalidad del proceso, pero se salvó de la manera legal: el Senado depuso al
presidente, y el vicepresidente Federico Laredo Bru ocupó su lugar.
El entonces presidente cubano Federico Laredo Bru junto al Jefe del Ejército Fulgencio
Batista

Bajo la presidencia de Laredo Bru se dieron los pasos que faltaban para completar
el proceso. Aunque el auge del fascismo en Europa, crearon nuevas
condicionantes. De acuerdo con la políticas del Gobierno roosveltiano, el Gobierno
cubano inició una apertura democrática que incluyó la legalización de todos los
partidos en 1938. Así, el partido marxista-leninista tuvo existencia legal con el
nombre de Unión Revolucionaria Comunista ―en 1944, Partido Socialista
Popular (PSP)―. El movimiento obrero se reorganizó y en 1939 nació
la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), dirigida por el comunista Lázaro
Peña, en ese mismo año se celebró el 3er Congreso Nacional de Mujeres. Eran
fuerzas organizadas para presentar sus demandas inmediatas. Pero el proceso de
institucionalización debía completarse.

En 1940 se elaboró una nueva constitución, que introdujo el cargo de primer


ministro y recogió el resultado del proceso anterior y de las nuevas circunstancias.
Fue una «transacción entre las distintas clases sociales y fuerzas políticas» que
pudieron imponer sus proyectos en la etapa precedente. Se establecían las bases
mínimas de una modernización estatal donde estaban presentes las reinvenciones
de los trabajadores y las demandas burguesas.

A continuación se celebraron los últimos comicios por el viejo sistema electoral.


Batista llegaba a la presidencia bajos las circunstancias de la Segunda Guerra
Mundial, la cual incorporó al continente bajo la egida de los Estados Unidos y
fomentó mecanismos de control de la economía. Por la guerra se firmaron dos
acuerdos comerciales suplementarios (en 1939 y en 1941) y se suspendió el
sistema de cuotas en Estados Unidos. Cuba vendería las zafras globales de 1942
a 1947 al país norteño como contribución de guerra. El conflicto permitió el
crecimiento de algunas producciones, pero sin alterar el modos intereses. También
esta coyuntura llevó a una coalición en la que estaban Batista y el partido Unión
Revolucionaria Comunista. Aunque para la dirección del partido era impulsar la
lucha antifascista y la política de guerra de la jornada de los aliados, esto afectó su
imagen ante quienes no comprendieron tal decisión o no compartiera los cambios
de táctica en aquel momento.

Batista terminaba su mandato en la fase final de la Guerra. No había realizado la


legislación complementaria de la constitución ni había resuelto la crisis, pero si
había devuelto el ritmo institucional a la República tras una década de dominio.

Gobiernos auténticos
La alianza auténtico-republicana ganó las primeras elecciones con voto directo.
Alcanzó un 1 401 822 votos. La opción auténtica asumía el poder en medio del
júbilo y esperanza. El período grausista se inició todavía bajo el signo de la guerra
y de las ventas globales de la zafra. A partir de 1945, el Gobierno empezó a
negociar con los Estados Unidos algunas modificaciones respecto a los precios
fijos, lo cual redundó en una elevación de los mismos para los años siguientes, y
permitió un mayor volumen de ventas. La representación obrera en esas
negociaciones constituyó una novedad y dio mayor fuerza a la posición cubana.

Al término de la contienda bélica en 1945, se impuso la política de guerra fría, que


en Cuba se tradujo en una ofensiva contra el movimiento comunista y obrero. El V
Congreso de la CTC, celebrado en 1947, marcó la intervención oficial que
desplazó, por decreto, a la dirección comunista, e impuso a un oficialista,
generadora del fenómeno llamado «mujalismo», por el dominio de Eusebio Mujal.
La CTC surgida entonces era conocida como CTK.[29] A esto siguió el asesinato de
líderes obreros de gran arraigo como Aracelio Iglesias y Jesús Menéndez, y otras
maneras de represión. Se creó el Grupo Represivo de Actividades
Subversivas (GRAS) y se aplicó la censura, con el llamado Decreto Mordaza. Los
Gobiernos de Grau y de su sucesor, Carlos Prío, se alinearon en este reajuste
también en los organismos internacionales. Cuba fue firmante del Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y, como miembro no permanente
del Consejo de Seguridad de la ONU, apoyó la posición estadounidense respecto
a China y durante el conflicto en Corea.

En el Gobierno de Prío, los auténticos acometieron la legislación complementaria


de la Constitución. Se creó entonces el Banco Nacional de Cuba y el Banco de
Fomento Agrícola e Industrial de Cuba (BANFAIC); se emitió la Ley sobre contrato
y arrendamiento de fincas rústicas y aparecería, la Ley Orgánica de los
presupuestos, la de creación del Tribunal de Garantías Constitucionales y
Sociales, la del Tribunal de Cuentas y la ley de los municipios y provincias. Se
materializaba, en alguna medida, el espíritu modernizador de la Constitución, pero
su efectividad fue muy relativa. Hubo un aliento muy moderado, y los nuevos
mecanismos no lesionaban los intereses oligárquico-imperialistas, como tampoco
se alteró la corrupción política-administrativa.

En medio de una actuación muy contradictoria, la gestión auténtica incidió en la


crisis de las instituciones del Estado burgués. La corrupción político-administrativa,
la proliferación de bandas pandilleras, el nepotismo y la represión aceleraron el
deterioro de ese partido. Prío intentó un rescate con la proclamación de la política
de «nuevos rumbos» en 1950, fue inútil.[30]
Archivo:Eduardo-chibás-discurso.jpg
Desde su discurso y su imagen Eduardo Chibás se convirtió en un severo crítico de la
administración auténtica y de la imperante corrupción

El Partido Auténtico se había convertido en uno más de entre los partidos políticos
burgueses. Su propósito de actuar dentro del sistema llevó a que el sistema lo
ahogara. Los desprendimientos sufridos por el partido fueron síntomas claros de
ese deterioro. Aunque hubo varios, el de mayor significación fue la separación
de Eduardo Chibás, en 1947, para crear el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos).

Eduardo Chibás se convirtió en un severo crítico de la corrupción político-


administrativa auténtica y, con su programa de reformas, sus campañas contra los
«pulpos estadounidenses» de la electricidad, los teléfonos y otros y su lema de
«Vergüenza contra dinero», generó un movimiento cívico de amplio respaldo
popular. La ortodoxia aunque con contradicciones internas, alcanzó una alta
capacidad de movilización, que la perfiló como la mayor fuerza política del país. A
pesar del suicido de Chibás, en agosto de 1951, se avizoraba como el gran
vencedor en las elecciones de 1952 para la cual se presentaban las candidaturas
ortodoxa, de la Séxtuple Alianza ―organizada desde el Gobierno― y el Partido
Acción Unitaria (PAU), creado por Batista en 1949. Pero las elecciones no se
celebraron, porque el 10 de marzo de 1952 Fulgencio Batista encabezó un golpe
de Estado Militar.

Dictadura y lucha rebelde (1952-1959)


Artículos principales: Dictadura batistiana (1952-1959) y Guerra de Liberación
Nacional de Cuba.

El golpe de estado agudizó la crisis política, pero no hubo una resistencia


organizada inmediata. Ni la presentaron los partidos políticos burgueses ―ni aún
los que fueron desplazados del poder― ni el movimiento obrero bajo la dirección
mujalista. El Partido Socialista Popular emitió declaraciones contra el golpe, pero
su aislamiento político le impedía encabezar la movilización popular. Los
estudiantes realizaron actos de protesta en distintas ciudades y la FEU pretendió
ofrecer una resistencia armada, infructuosamente, pues las armas prometidas por
Prío no llegaron nunca. El presidente depuesto abandonó el cargo y el país, sin
intentar la defensa de la Constitución.

Fulgencio Batista tras consumar el Golpe de Estado del 10 de marzo

Sin embargo, hubo intentos de la oposición que fueron destacando a algunas


fuerzas y figuras. La FEU organizó mítines, manifestaciones y hasta el entierro de
la Constitución en rechazo a los Estatutos Constitucionales promulgados por
Batista. El PSP denunciaba el carácter antinacional y proimperialista del golpe y su
función de impulsar la aplicación del Plan Truslow, y planteaba un programa de
lucha por la Constitución, los derechos democráticos, la reforma agraria, la unidad
obrera y la formación del Frente Democrático Popular. Dentro de las filas
auténticas y ortodoxas se perfilaron grupos insurrecionalistas frente al quietismo y
el electoralismo de otros.

Simultáneamente, surgieron nuevas organizaciones que intentaban el


enfrentamiento al régimen, como Acción Revolucionaria Oriental, encabezada
por Frank País, o el Movimiento Nacional Revolucionario, de Rafael García
Bárcena, que preparó una conspiración en la capital para atacar la primera
fortaleza de la dictadura, el cuartel Columbia, pero esta fue abortada en 1953. En
La Habana, el joven abogado Fidel Castro establecía una denuncia contra Batista
ante el Tribunal de Urgencia y publicaba el manifiesto «Revolución no, Zarpazo»,
en donde expresó:
Patriotas no: liberticidas, usurpadores retrógrados, aventureros sedientos de oro y de
poder; no fue un cuartelazo contra Prío (el 10 de marzo), fue un cuartelazo contra el
pueblo (…) No llame Revolución a ese ultraje, a ese golpe perturbador e inoportuno, a esa
puñalada que acaba de clavar en la espalda de la República. ¡Sé que su garantía a la vida
será la tortura y el palmacristi! (…) Hay tirano otra vez, pero habrá otra vez Mellas, Trejos y
Guiteras (…) La hora es de sacrificio y de lucha! Si se pierde la vida, nada se pierde. ¡Vivir
en cadenas es vivir en oprobio y afrenta sumidos, morir por la Patria es vivir! [31]

Otro joven, Abel Santamaría, miembro de la Juventud Ortodoxa, en un carta


pública con fecha 17 de marzo de 1952 dirigida al periodista José Pardo Llada, uno
de los líderes del Partido Ortodoxo, expresaba:
Basta ya de pronunciamientos estériles, sin objetivo determinado. Una revolución no se
hace en un día, pero se comienza en un segundo.[32]

Fidel Castro se fue convirtiendo en el centro de un grupo de jóvenes, muchos


también salidos de la ortodoxia, identificados como Juventud del Centenario de
Martí, quienes estructuraron un movimiento armando que utilizaría la vía armada.
Se concibió, entonces, el ataque al segundo cuartel militar de Cuba: el Guillermo
Moncada, de Santiago de Cuba, con otras operaciones de apoyo en Santiago y en
el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo. Esta acción debía convocar a
la movilización popular y permitir armar al pueblo para la insurrección que
culminara en una huelga general revolucionaria. El ataque se produjo el 26 de julio
de 1953. El Manifiesto del Moncada establecería los objetivos de la lucha y la
orientación ideológica martiana.

Vista del Cuartel Moncada impactado por las balas.


El cuartel no pudo tomarse. En los combates del día 26 los asaltantes tuvieron
alrededor de ocho bajas, de ellos tres muertos, pero al producirse las detenciones
fueron asesinados ochenta combatientes, incluyendo a Abel Santamaría, segundo
jefe del Movimiento, nombre por el cual designaban a la organización. Durante el
proceso judicial seguido a los «moncadistas», Fidel Castro asumió su propia
defensa y, en su alegato, definió los objetivos que perseguían, así como el
programa inmediato, que resumió asi:
El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el
problema del desempleo, el problema de la educación y el problema del pueblo; he ahí
concentrados los 6 puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente
nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia
política.[33]

El asalto al Moncada significó un salto cuántico en la situación del país. Surgía una
nueva fuerza, con una dirección nueva, portadora de una estrategia y un proyecto
revolucionario en condiciones de atraer a las fuerzas nacionales en pos de su
propia solución. Se abría una nueva etapa de lucha revolucionaria.

En un proceso iniciado desde la prisión, entre mayo y junio de 1955, surgió el


Movimiento Revolucionario 26 de Julio (M-26-7), a partir de los moncadistas, al
que confluyeron figuras procedentes de otras organizaciones. La salida de los
moncadistas de la prisión había sido un logro del pueblo, movilizado en torno a la
amnistía. El logro del pueblo, movilizado en torno a la amnistía. El régimen había
decretado una amnistía parcial para crear un ambiente favorable en el propósito de
legitimarse por medio de las elecciones generales de 1954, sin embargo los
moncadistas no estaban incluidos, de ahí que la movilización popular tuviera un
papel de primer orden para lograr la liberación ―que al fin se obtuvo en 1955―,
además de servir para divulgar el programa de lucha de la nueva fuerza
revolucionaria. La represión que siguió obligó al exilio, donde se prepararía el inicio
de la guerra revolucionaria.

El movimiento estudiantil también entró en combate, fundamentalmente después


de la elección de José Antonio Echevarría como presidente de la FEU en 1953. En
diciembre de 1955, se planteó la creación de una organización de carácter
clandestino, que sería su brazo armado: el Directorio Revolucionario. Los actos
públicos y manifestaciones de protesta estudiantil contra la dictadura aumentaron a
partir de entonces.
José Antonio, Fidel Castro y René Anillotras firmar la Carta de México, acuerdo de
entendimiento entre el Directorio Revolucionario y el Movimiento 26 de Julio.

Las nuevas organizaciones revolucionarias, por su parte, darían un paso muy


importante en el camino de la unidad en la lucha: el 31 de agosto de 1956, Fidel
Castro por el M-26-7, y José Antonio Echevarría, por la FEU, firmaron lo que se
conoce como la Carta de México. En este documento se recogía el propósito
unitario, la opción insurrecional secundada por una huelga general, el llamado a
todos los sectores sociales y la solución revolucionaria, aunque cada organización
desarrollaría sus planes de acuerdo con sus concepciones estratégicas.

El 2 de diciembre de 1956 se produjo el desembarco de ochenta y dos


expedicionarios, procedentes de México, en el yate Granma al mando de Fidel
Castro. Tras el desembarco, se inicia la guerra revolucionaria en la Sierra Maestra,
en la provincia de Oriente, la cual duraría dos años. El Ejército Rebelde, surgido
entonces, sería el eje central de la lucha y crisol de la unidad popular desde la
base.

El combate creció en la Sierra y en las ciudades. El Directorio Revolucionario, de


acuerdo con sus planes, asaltó el Palacio Presidencial, en La Habana, el 13 de
marzo de 1957. No logró ajusticiar al tirano, pero conmovió a la opinión pública.
Entre los combatientes que murieron aquel día estaba José Antonio Echevarría. En
las ciudades se desarrollaron acciones combativas y el Ejército Rebelde ampliaba
sus columnas y sus zonas de operaciones. En 1957 surgieron grupos guerrilleros
en la provincia de Las Villas, fortalecidos con el desembarco de Faure Chomón,
dirigente del Directorio Revolucionario, el 8 de febrero de 1958. Al mismo tiempo,
la guerra llegaba a toda la provincia de Oriente.
El comandante Ernesto Che Guevara junto al comandante en jefe Fidel Castro en
la Sierra Maestra.

La posición del Gobierno se fue debilitando, al punto que en marzo de 1958, los
Estados Unidos cesaron oficialmente los suministros militares a Batista, aunque se
mantuvieron mediante terceros países. Los intentos mediadores no lograban éxito
y se cerraban sus caminos. Las gestiones del Bloque Cubano de Prensa, la
Comisión Interparlamentaria, las corporaciones económicas, la alta jerarquía de la
Iglesia Católica en Cuba y las instituciones cívicas entre 1957 y 1958, más la
convocatoria a elecciones generales en 1958 no pudieron detener el desarrollo de
la situación revolucionaria. Empezaron, entonces, a discutirse alternativas de
solución, que se movieron básicamente entre la promoción de una junta cívico-
militar y la búsqueda de una tercera fuerza para evitar la toma del poder del M-26-
7. Las instancias de toma de decisiones dentro del Gobierno de Estados Unidos,
incluyendo al propio presidente Dwight Eisenhower, se movían en esa dirección,
según avanzaba el año 1958.

A pesar del fracaso de la huelga del 9 de abril de 1958, convocada por el M-26-7, y
de la ofensiva militar subsiguiente lanzada por el Gobierno ―prevista por Fidel
Castro según se demuestra en la reunión de la Dirección Nacional en Altos de
Mompié el 3 de mayo―, Batista no pudo sostener su posición. El Ejército Rebelde,
luego de resistir la acción enemiga, inició una contraofensiva transformada en
ofensiva general a partir de noviembre del propio año. Las columnas rebeldes
ponían un cerco elástico a Santiago de Cuba, focos guerrilleros operaban en las
distintas provincias, y las columnas invasoras, al mando de Ernesto Che
Guevara y Camilo Cienfuegos, operaban ya en Las Villas. Guevara, junto a las
fuerzas del Directorio Revolucionario ―con las que había firmado el Pacto del
Predero― y del PSP que combatían en la zona, libraba la batalla de Santa Clara
en los últimos días de 1958.

En las maniobras finales para impedir el triunfo revolucionario, se intentaron


gestiones mediadoras de último momento, se celebraron las elecciones de
noviembre de 1958 para ganar tiempo y se utilizó al general Eulogio Cantillo para
buscar un acuerdo con Fidel Castro que detuviera la ofensiva rebelde. El 31 de
diciembre de 1958, a las 4 pm, se celebraba una conferencia en Washington con
representantes de los departamentos de Estado y Defensa, del Estado Mayor
Conjunto, de la CIA y del presidente, cuyo tema era Cuba. Allí se habló de posibles
acciones por medio de la OEA y de la necesidad de una tercera fuerza para
derrotar políticamente a Castro. En medio de la discusión, llegó la información de
su embajador en Cuba sobre la próxima salida de Batista, quien dejaría el
Gobierno en una Junta.
Al amanecer del primero de enero de 1959, la ciudad de Santa Clara era tomada
por los rebeldes. Esa misma madrugada, Batista había huido para dar paso a una
Junta Cívico-Militar. Fidel Castro ordenó a Camilo Cienfuegos y Ernesto Che
Guevara marchar hacia la capital con sus tropas; se dirigió él con sus
combatientes a Santiago de Cuba y llamó al pueblo a prepararse para una huelga
general, que comenzó el 2 de enero de 1959.

Destruidas las maniobras golpistas promovidas por los Estados Unidos, las cuales
pretendieron impedir el triunfo de la Revolución, se produjo la entrada triunfal del
Ejército Rebelde en pueblos y ciudades, apoyada por las milicias del Movimiento
26 de Julio y demás fuerzas revolucionarias que habían combatido a la tiranía. En
su mensaje al pueblo, el primero de enero de 1959, Fidel Castro señalaba:
Al parecer se ha producido un golpe de estado en la capital. Las condiciones en que ese
golpe se produjo son ignoradas por el Ejército Rebelde. El pueblo debe estar muy alerta y
atender sólo las instrucciones de la Comandancia General. La dictadura se ha derrumbado
como consecuencia de las derrotas sufridas en las últimas semanas; pero eso no quiere
decir que sea ya el triunfo de la Revolución[34]

Período Revolucionario
Artículo principal: Revolución cubana.

Primeros años
Apenas instalado en el poder, el Gobierno revolucionario inició el
desmantelamiento del sistema político neocolonial. Se disolvieron los cuerpos
represivos y se garantizó a los ciudadanos, por primera vez en largos años, el
ejercicio pleno de sus derechos. La administración pública fue saneada y se
confiscaron los bienes malversados. Los criminales de guerra batistianos fueron
juzgados y sancionados, se barrió a la corrompida y probatistiana dirección del
movimiento obrero y se disolvieron los partidos políticos que habían servido a la
tiranía. La designación de Fidel Castro como Primer Ministro en el mes de febrero,
imprimiría un ritmo acelerado a las medidas de beneficio popular.

El 3 de marzo de 1959, se intervenía la Compañía Cubana de Teléfonos. El 6 del


propio mes se dictaba una ley, mediante la cual se rebajaba en un 50% los
alquileres, lo cual encontró un estricto respaldo popular. El 21 de abril se declaraba
el uso público de las playas. El 20 de agosto se rebajaban las tarifas eléctricas,
medida de alto beneficio popular. A la vez, se crearon miles de empleos para
elevar el poder adquisitivo de la población. En el sector educacional, se crearon
miles de plazas y de aulas. Un gran plan de obras públicas sirvió para emplear a
miles de desocupados existentes.
Fidel, durante la firma de la Ley de Reforma Agraria, en mayo de 1959

Sin embargo, la medida más radical de esta etapa fue la primera Ley de Reforma
Agraria, dictada el 17 de mayo de 1959. A diferencia de las anteriores, esta ley si
alteraba la estructura de la propiedad y de las clases existentes en el país. La ley
fijó el máximo de tierra a poseer en treinta caballerías (cuatrocientos dos
hectáreas) a toda persona natural o jurídica. Este límite podía extenderse hasta
cien caballerías, en aquellos casos en los cuales el rendimiento agrícola de
algunos productos seleccionados estuviese por encima del promedio nacional. Por
otro lado, la Ley otorgó el derecho de propiedad sobre la tierra a quien la trabajase.
De este modo, se proscribía el arrendamiento, la aparcería y la precariedad sobre
la tierra, lo cual permitió convertir en dueños legítimos de sus tierras a más de cien
mil familias campesinas. La Ley permitió transferir a propiedad del Estado el 40%
de las tierras cultivables, las cuales fueron convertidas en granjas estatales.

Desde sus inicios, la Revolución tuvo a la cultura como uno de sus principales
objetivos, es por ello que en el mismo año 1959 son fundadas tres instituciones
que marcan la nueva política cultural revolucionaria, en este caso el Instituto
Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), fundado el 24 de marzo; la
Imprenta Nacional, fundada el 31 de marzo;[35] y la Casa de las Américas, el 28 de
abril.

El Gobierno de Estados Unidos no había ocultado su disgusto por el Triunfo de la


Revolución Cubana y, tras promover una malintencionada campaña de prensa,
adoptó una política de hostigamiento sistemático contra Cuba, alentando y
apoyando a movimientos contrarrevolucionarios con el propósito de desestabilizar
el país. Los obstáculos interpuestos por el presidente Manuel Urrutia a las
transformaciones revolucionarias provocaron en julio la renuncia de Fidel Castro al
premierato, cargo al que retornaría días después en medio de multitudinarias
manifestaciones de apoyo que determinaron la renuncia del presidente y su
sustitución por Osvaldo Dorticós. En octubre aborta una sedición militar en
Camagüey orquestada por el jefe de esa plaza, el comandante Hubert Matos, en
abierto contubernio con latifundistas y otros elementos contrarrevolucionarios de la
localidad. Entretanto, los crecientes actos de sabotaje y el terrorismo comenzaron
a cobrar víctimas inocentes. Para enfrentar la oleada contrarrevolucionaria, se
crean las Milicias Nacionales Revolucionarias y los Comités de Defensa de la
Revolución, organizaciones que, junto a la Federación de Mujeres Cubanas,
la Asociación de Jóvenes Rebeldes y otras constituidas con posterioridad,
posibilitaron una participación más amplia del pueblo en la defensa.

La permanente hostilidad estadounidense se materializa en sucesivas medidas


encaminadas a desestabilizar la economía cubana y aislar el país del resto de la
comunidad internacional. A ello la Revolución responde con una dinámica política
exterior que amplía las relaciones y establece convenios con otros países
―incluidos los socialistas― en una prueba de su firme decisión de romper la
tradicional dependencia comercial. En julio de 1960, tras conocer la supresión de
la cuota azucarera cubana por el Gobierno de Washington, Fidel Castro anuncia la
nacionalización de todas las propiedades estadounidenses en la Isla. A esta
medida seguiría, pocos meses después, la decisión de nacionalizar las empresas
de la burguesía cubana que, definitivamente alineada junto a Estados Unidos y los
sectores oligárquicos, se había entregado a sistemáticas maniobras de
descapitalización y sabotaje económico. Pero las agresiones estadounidenses no
se limitaron al terreno de la economía. Mientras fomentaba la creación de
organizaciones y bandas contrarrevolucionarias de alzados en distintas regiones
del país, a las que suministraba armamento y otros abastecimientos, la
administración Dwigth Eisenhower ―que rompe relaciones con Cuba en enero de
1961― había iniciado la preparación de una brigada mercenaria con el propósito
de invadir la Isla.

La invasión se iniciaría el 17 de abril por la zona de Playa Girón, tras un


bombardeo sorpresivo a las bases aéreas cubanas. En el sepelio de las víctimas
de este ataque, Fidel Castro proclamó el carácter socialista de la Revolución, algo
que se percibía ya a partir de las medidas tomadas en los meses finales de 1960.

Bastaron menos de 72 horas para que el pueblo aplastase a la brigada mercenaria


que la

Fidel durante las jornadas de Playa Girón

Agencia Central de Inteligencia (CIA) había tardado meses en adiestrar. Pese a


esta histórica derrota, Estados Unidos no cejó en su propósito de aplastar a la
Revolución Cubana.

Mediante el Plan Mangosta se dispuso una sucesión de operaciones de agresión


que no descartaban la intervención militar directa. Ello conduciría a una grave
crisis internacional en el mes de octubre de 1962, al conocerse la instalación de
cohetes soviéticos en la Isla. Los compromisos mediante los cuales se dio solución
a la crisis, no pusieron fin a las prácticas de agresión del imperialismo. Asimismo,
la acción decidida de nuestro pueblo, organizado en las Milicias Nacionales
Revolucionarias y también en las Fuerzas Armadas, enfrentó a las bandas
armadas contrarrevolucionarias.

El bandidaje se liquidó definitivamente en 1965, cuando la última banda


organizada que actuó en el país, la de Juan Alberto Martínez Andrades, fue
capturada el 4 de julio. Otros bandidos dispersos que trataban de huir de la justicia
revolucionaria fueron capturados durante los meses siguientes. Así llegó a su fin la
guerra sucia impuesta al pueblo cubano por el imperialismo y las clases
reaccionarias, enfrentamiento armado que se extendió durante casi seis años y
afectó a todas las provincias del país. En esta guerra sucia impuesta por Estados
Unidos, entre 1959 y 1965, actuaron en todo el territorio nacional 299 bandas con
un total de 3 995 efectivos. Entre los combatientes de las tropas regulares y
milicianas que participaron en las operaciones, más las víctimas de los crímenes
de los bandidos, perdieron la vida 549 personas y muchas otras personas
quedaron incapacitadas. El país tuvo que gastar alrededor de mil millones de
pesos en esos difíciles años para la economía nacional.
La combinación de las acciones militares con las de carácter político e ideológico
desempeñaron un papel decisivo en la victoria sobre los bandidos. La derrota del
bandidismo en Cuba demostró la imposibilidad de obtener la victoria en una guerra
de guerrillas contra un pueblo armado cuando este protagoniza una Revolución.

En el ámbito internacional, Estados Unidos conseguía separar a Cuba de


la Organización de Estados Americanos(OEA) y la mayor parte de las naciones
latinoamericanas, salvo la honrosa excepción de México, rompieran relaciones con
Cuba. No obstante, la Revolución Cubana fortalecía sus vínculos con el campo
socialista y los países del Tercer Mundo, participa en la constitución
del Movimiento de Países No Alineados y desarrolla una activa política de
solidaridad hacia los movimientos de liberación nacional y de apoyo a los mismos.
La nación que resistiera decididamente todo tipo de agresiones armadas debía
sobrevivir también al férreo cerco económico. Estados Unidos había suprimido
todo comercio con la Isla y se esforzaba por sumar a otros estados a tan criminal
bloqueo. Cuba se veía así privada de suministros vitales para su agricultura y su
industria. Pero la activa solidaridad de la Unión Soviética y otros países socialistas,
unida al tenaz esfuerzo laboral y la inventiva del pueblo, posibilitaron que la
economía nacional no sólo se mantuviera funcionando, sino que también creciese.

Transición al socialismo

En el año 1961 Cuba fue declarado como Territorio Libre del Analfabetismo

En medio de notables dificultades económicas, se logró eliminar el desempleo y


garantizar a la población la satisfacción de sus necesidades fundamentales. Una
vasta campaña de alfabetización en 1961, suprimía la vieja lacra del
analfabetismo. Pese al éxodo de profesionales y técnicos alentado desde Estados
Unidos, particularmente sensible en el área de la salud, la creación de un servicio
médico rural permitía llevar la asistencia médica a los más apartados rincones del
país. El sistema educacional alcanza también por primera vez una completa
cobertura nacional y un extenso programa de becas pone la educación media y
superior al alcance de toda la población.

La calidad de vida se vio enriquecida gracias a una amplia labor de difusión


cultural, que se materializó en ediciones regulares ―y generalmente masivas― de
obras literarias, la creación y sustento de múltiples conjuntos artísticos, la
promoción del movimiento de aficionados, y una amplia producción y exhibición
cinematográfica. En el mismo sentido influye la generalización de la práctica de
deportes, la cual sustentaría una creciente y destacada participación de deportistas
cubanos en lides deportivas internacionales.

Tan considerable esfuerzo popular no hubiera podido materializarse sin una


apropiada conducción política. Desde el primer año de la Revolución, en las bases
y direcciones de las organizaciones revolucionarias comienza una integración que
no estaría exenta de dificultades. En marzo de 1962, poco después de que Fidel
Castro denunciara la existencia de deformaciones sectarias en el proceso de
creación de las organizaciones revolucionarias, se comienza la construcción de lo
que sería el Partido Unido de la Revolución Socialista. Este adopta como
fundamento la selección de su militancia sobre la base de la ejemplaridad de
trabajadores elegidos en el seno de sus colectivos laborales. Un hito decisivo en la
materialización de la unidad será la constitución del Comité Central del Partido
Comunista de Cuba en 1965, como máxima instancia de dirección de la
Revolución.

En 1963 se había adoptado una estrategia de desarrollo económico que, tomando


en consideración las características de la economía cubana y las perspectivas
comerciales con la URSS y otros países socialistas, tenía como pivote la
agricultura, en la que se planteaba producir 10 millones de toneladas de azúcar
para 1970. Este era sin duda un formidable reto, si se tiene en cuenta las
condiciones organizativas, técnicas y materiales del país. Al enfrentar este reto se
produjeron distorsiones. El fracaso de la Zafra de los 10 millones daría paso a una
revisión de esa política.

Inmersa en el desarrollo y perfeccionamiento de esta obra se encontraba la


Revolución cuando se produce el derrumbe del campo socialista y la
desintegración de la Unión Soviética. Estos hechos se reflejaron dramáticamente
en la sociedad cubana, puesto que la economía del país estaba integrada a esa
comunidad. Tal integración estaba condicionada aun más por el bloqueo que
Estados Unidos mantiene sobre Cuba desde los primeros años de la Revolución, y
que por añadidura siempre limitó extraordinariamente la posibilidad de relaciones
con el mundo capitalista.

En 1989, Cuba concentraba el 85% de sus relaciones comerciales con la URSS y


el resto del campo socialista. En este intercambio se establecieron precios justos
que evadían el intercambio desigual, característico de las relaciones con países
capitalistas desarrollados. Al propio tiempo, se aseguraba el suministro de
tecnologías y la obtención de créditos en términos satisfactorios de plazos e
intereses. Al producirse el derrumbe del socialismo en Europa y la desintegración
de la URSS, en un período muy corto, Cuba disminuyó su capacidad de compra de
8 139 millones de pesos en 1989, a 2 000 millones en 1993.
Período Especial
Desde julio de 1989, Fidel Castro alertó acerca de la posibilidad de la desaparición
del campo socialista e incluso acerca de la desintegración de la URSS, y ya
en octubre de 1990, elaboró las directivas para enfrentar el Período especial en
tiempo de paz.

En 1991, se efectúa el IV Congreso del PCC en el que se analiza la situación a la


que se exponía el país. En este congreso se tomaron importantes acuerdos
relativos a las modificaciones a la Constitución, los estatutos del Partido y se
sentaron las bases de la estrategia para «resistir y comenzar la recuperación». En
la estrategia trazada se pusieron en práctica una serie de medidas encaminadas a
lograr la elevación de la eficiencia económica y la competitividad, el saneamiento
financiero interno, soluciones al endeudamiento interno; la reinserción en la
economía internacional, incentivar la inversión de capital extranjero, el
fortalecimiento de la empresa estatal cubana, condición esta necesaria y sin la cual
no puede haber socialismo.

Medidas adoptadas:[36]

 Las primeras medidas adoptadas para


enfrentar dicha situación fueron, en primer
lugar, abrir la economía a las inversiones con
capital extranjero, fundamentalmente por
medio de la creación de empresas mixtas con
control mayoritario de la parte cubana.
 En julio de 1992, la Asamblea Nacional
aprobó una serie de cambios a la Constitución
a fin de poder avanzar en el proceso de
transformaciones. Entre otras cuestiones se
reconoció la posibilidad de desincorporar
bienes del Estado a favor de empresas mixtas
y se aprobó esa forma de propiedad. También
se eliminó el monopolio del Estado en la
realización de operaciones de comercio
exterior, todo lo cual brindó un mayor
basamento legal al desarrollo de las empresas
mixtas.

 La autorización del envío de remesas desde el


exterior y el aumento en los viajes para visitas
familiares de cubanos residentes en el
extranjero.

 Despenalización de la tenencia de divisas


(Decreto Ley 140). Las divisas que posean los
ciudadanos como resultado de remesas del
exterior, propinas, vínculos con entidades
extranjeras y otras causas pueden ser
utilizadas libremente. Se habilitó una red de
establecimientos destinados a la captación de
estos ingresos mediante la venta de
mercancías y servicios.

 Promulgación del Decreto Ley 142, «Sobre las


Unidades Básicas de Producción
Cooperativa». Transformación de un gran
número de empresas estatales en
cooperativas. Los trabajadores reciben en
usufructo gratuito las tierras, pueden adquirir
los medios de que disponía la empresa
recibiendo créditos para ello, asumen la
responsabilidad por la operación y los
resultados y son dueños de la producción.

 Promulgación del Decreto Ley 141, «Sobre el


ejercicio del trabajo por cuenta propia».
Concebido para liberar al sector estatal de
una carga en la producción de bienes y
servicios que no puede ejecutar
eficientemente, y como alternativa de empleo,
con lo cual se buscaba un estímulo a la
producción en las condiciones adversas de
recursos que enfrentaba el país, en las cuales
la iniciativa del trabajador juega un papel
acrecentado.

 Congelamiento de los salarios al inicio de la


crisis, con el objetivo de impedir la bajada de
estos y que se profundizara así el efecto de la
crisis sobre los trabajadores.

Durante los años del Período Especial en Cuba, el transporte fue uno de los sectores
más afectados por la situación

 Se adopta un Acuerdo del Comité Ejecutivo


sobre elevación de precios y tarifas de
productos y servicios seleccionados. Los
incrementos de precios y tarifas, en lo
fundamental, estuvieron dirigidos a aquellos
consumos no considerados como de primera
necesidad, o como en el caso de la tarifa
eléctrica, se fijaron con un criterio progresivo a
fin de afectar lo menos posible a los núcleos
familiares de menores ingresos. Los
renglones que tuvieron incrementos de precio
fueron cigarros y tabacos; rones y cerveza;
combustible automotor; electricidad;
transporte aéreo, ferroviario, marítimo y por
ómnibus extraurbano; servicios de acueducto
y alcantarillado; tarifas postales y telegráficas;
y la alimentación en comedores obreros.

 Se adopta un Acuerdo sobre la eliminación de


un conjunto de gratuidades, ello incluyó la
entrada a eventos deportivos, cursos
especializados de idioma, almuerzo escolar y
otras de carácter no esencial, ya que se
mantiene el principio del acceso universal y
gratuito a los servicios de educación y de
salud.

 La Asamblea Nacional aprobó una Ley del


Sistema Tributario que estableció los
principios generales y tributos sobre los
cuales se sostendría el sistema impositivo. En
la Ley del Sistema Tributario se establecieron
11 impuestos, 3 tasas y una contribución, de
los cuales sólo una parte (ciertos impuestos
sobre ingresos personales y documentos,
tasas por servicio de aeropuerto y propaganda
comercial) comenzaron a aplicarse en octubre
de 1994; en tanto que el resto quedó
pendiente de implementación en 1995
(impuestos sobre ingresos personales de
trabajadores por cuenta propia y sobre
ingresos en divisas; impuesto sobre las
ganancias y la fuerza de trabajo; sobre
herencias y la propiedad; e incrementos al
transporte terrestre y tasas de peaje en vías
seleccionadas asociadas al turismo).

 Aprueba el Decreto Ley 149 sobre la


confiscación de bienes e ingresos obtenidos
mediante enriquecimiento indebido.

 En el ámbito fiscal, en el año 1994, se


aplicaron un conjunto importante de medidas
destinadas a reducir el subsidio a las
empresas y los gastos presupuestados, e
incrementar los ingresos tributarios. A estos
fines se establecieron compromisos de
reducción de las pérdidas con los organismos
involucrados y se realizó un análisis
sistemático de los ingresos y gastos del
Presupuesto a nivel de provincias y
municipios.

 Decreto Ley 191 «Sobre el Mercado


Agropecuario». Su objetivo es incrementar las
producciones agropecuarias con destino al
consumo de la población. Funciona sobre la
base de la autogestión económica y
financiera. Se organiza localmente y al mismo
concurren empresas estatales, cooperativas y
productores privados; pueden comercializar
productos agropecuarios naturales o
elaborados, con las excepciones que se
estipulen por las autoridades competentes.

 Decreto Ley «Sobre el Mercado de Artículos


Industriales y Artesanales». Su objetivo es
incrementar la producción de artículos
industriales y artesanales empleando el
potencial de las diferentes fuerzas productivas
del país, brindando para ello a todos los
productores la posibilidad de concurrir a un
mercado más amplio, con precios liberados.
Funciona sobre la base de la autogestión
comercial y financiera, organizado localmente
aprovechando las redes existentes de tiendas
minoristas, la realización de ferias, así como
la venta en lugares públicos y locales
destinados al efecto.

 Decreto Ley 147 Sobre la «Reorganización de


los Organismos de la Administración Central
del Estado». De un total de 40 organismos
(21 ministerios, 9 comités y 15 institutos) se
reducen a 27 ministerios y 5 institutos. Que
abarcó fundamentalmente a los de carácter
económico, y que reflejó el propósito de
adaptar la estructura estatal a las nuevas
condiciones económicas. En conjunto se
eliminaron 15 Ministerios e Instituciones con
carácter de organismo central, y quedaron un
total de 32.

 Entrega de tierras ociosas en usufructo a


familias que las solicitan o a colectivos de
trabajadores que a esos fines se organicen en
cooperativas. En el primer caso de entregas
individuales, que ha sido la modalidad más
extendida, se trata en general de pequeñas
extensiones.
 Desarrollo de sistemas de estímulo material al
cumplimiento y sobrecumplimiento de la
producción, los cuales han sido organizados
con recursos a partir de áreas de
autoconsumo de que disponen los organismos
y empresas, y otras fuentes.

 Adopción de medidas para acelerar las


exportaciones de productos de biotecnología
e industria farmacéutica e incrementar la
construcción y el aprovechamiento de las
instalaciones para el turismo internacional.

 Implantación en 1994 de un nuevo signo


monetario convertible de circulación paralela,
el CUC.

 Se aprueba la Ley de Minas por la Asamblea


Nacional del Poder Popular, la que establece
el basamento para regular tanto a los
productores nacionales como a los
extranjeros, de acuerdo con las más
modernas doctrinas jurídicas en esta materia,
lo que favorecerá el desarrollo de la minería
cubana, preservando la soberanía sobre los
recursos minerales, a la vez que se sientan
nuevas bases organizativas a partir del
reconocimiento de la figura jurídica de la
concesión.

En medio de la coyuntura díficil tanto en lo económico como en lo político, el


Gobierno de los Estados Unidos, presionado por los grupos opositores a la
Revolución radicados en Miami, incrementó las acciones para difamar a la
Revolución, desestabilizarla y arreciar aún más el bloqueo económico. Así, a
mediados de 1992, el Gobierno estadounidense aprueba la Ley Torricelli que,
entre otras cosas, otorga al Presidente de Estados Unidos la potestad de aplicar
sanciones económicas a países que mantengan relaciones comerciales con Cuba
y prohíbe el comercio de subsidiarias de empresas estadounidenses radicadas en
terceros países con la Isla. Sin embargo, a pesar de dicha ley, Cuba comienza a
expandir su comercio, obtiene algún financiamiento para determinadas actividades
económicas y empresas de varias naciones comienzan a realizar inversiones y
establecer vínculos económicos con el país. Por otra parte, en febrero de 1993,
año más agudo de la crisis, se realizan elecciones, cuyos resultados demuestran
fehacientemente el apoyo popular a la Revolución: el 99,7 por ciento de los
electores emiten su voto y sólo el 7,3 por ciento lo hace en blanco o anula la
boleta. No obstante, Estados Unidos recurre otra vez al intento de generar la
subversión interna, actos terroristas, sabotajes, infiltración de agentes de la CIA, e
intensifican la propaganda contra y hacia Cuba. Más de mil horas de radio se
dirigen a la Isla. También priorizan la estimulación de las salidas ilegales del país,
preferentemente mediante el robo de embarcaciones e incluso de aviones.
Esto último dio lugar, en julio de 1994, al incremento del robo de embarcaciones
por parte de personas presionadas fundamentalmente por la situación económica,
aunque hubo casos de asesinatos. En estas circunstancias se efectuaron los
sucesos del remolcador Trece de Marzo, que fue abordado por más de
60 personas con la idea de viajar hacia Estados Unidos. A pesar de las
advertencias sobre el mal estado de la embarcación, iniciaron la fuga perseguidos
por otros remolcadores, uno de los cuales chocó con el perseguido y se produjo un
accidente. Todas las embarcaciones que llegaron al lugar hicieron grandes
esfuerzos de rescate, pero no pudieron impedir que perecieran unas 32 personas,
entre ellos mujeres y niños. Ante estos hechos, el Gobierno cubano decidió no
impedir las salidas ilegales, lo que obligó a el Gobierno estadounidense a sentarse
a la mesa de negociaciones y firmar el 9 de septiembre de 1994 un acuerdo
migratorio con Cuba.

Posteriormente los esfuerzos de derrumbe y desestabilización, volvieron a la


carga, ahora con la Ley Helms-Burton. Esta ley estableció un bloqueo económico
total, absoluto e internacional. También pretende impedir la inversión extranjera y
cortar todo tipo de financiamiento y suministro desde el exterior del país. Establece
diversas sanciones a las empresas y empresarios que mantengan relaciones
económicas con Cuba. Además legaliza el apoyo de Estados Unidos a los grupos
contrarrevolucionarios de la Isla y establece el derecho de ese país a determinar
qué tipo de Gobierno, de sociedad y de relaciones deberá tener Cuba después de
derrocada la Revolución.

Juan Pablo II y Fidel Castro.

Después de aprobada la ley en el Congreso de Estados Unidos, los grupos de


ultraderecha aprovechan el incidente provocado por la organización
contrarrevolucionaria de Miami Hermanos al Rescate cuando el 24 de
febrero de 1996 se derriban dos avionetas que en diversas ocasiones habían
violado el espacio aéreo cubano ―lo que había provocado varias advertencias al
Gobierno de Estados Unidos― para presionar a la Administración estadounidense
a que firmara la ley, que entró en vigor en agosto de ese mismo año. Ella no sólo
ha concitado el rechazo de todo el pueblo cubano, sino de prácticamente la
totalidad de los pueblos y Gobiernos del mundo, así como de las organizaciones e
instituciones internacionales. Pruebas de ello son, entre otros, las votaciones
contra el bloqueo en la ONU, el acuerdo de la OEA en rechazo a la Ley Helms-
Burton, las posiciones de México y Canadá, de la Unión Europea y del Grupo de
Río.
En enero de 1998 llega a La Habana el jefe de Estado del Vaticano, el papa Juan
Pablo II, en visita pastoral a Cuba, cumpliendo una invitación del Estado y de la
Iglesia cubana. Durante su estancia realizó cuatro misas (homilías) en las ciudades
de Santa Clara, Camagüey, Santiago de Cuba y La Habana. También sostiene
encuentros con el presidente cubano Fidel Castro. Fue la primera visita de un
Sumo Pontífice a la Isla.

Batalla de Ideas
Artículo principal: Batalla de Ideas.

El 5 de diciembre de 1999, el Gobierno revolucionario convocó a un acto para


reclamar la devolución a Cuba del niño Elián González, ilegalmente retenido en
los Estados Unidos. Ese momento y la lucha por el regreso de Elián se considera
como el inicio de una nueva etapa en la historia nacional definida por Fidel Castro
como «una batalla de ideas, de opinión pública nacional e internacional, de
principios legales, éticos y humanos, entre Cuba y el imperio, que en nuestra patria
es apoyada por una de las más grandes y combativas movilizaciones que ha
tenido lugar a lo largo de nuestra historia».[37][38]

Tras la presión nacional e internacional, el 29 de junio del 2000 el niño regresó a


Cuba acompañado de su padre.[39]

Durante la Batalla de Ideas, el Gobierno cubano desplegó una serie de proyectos y


programas de alcance cultural y educacional, entre los que se encontraron la
reparación de escuelas y centros médicos, la ampliación del acceso desde zonas
apartadas a las tecnologías, especialmente la televisión, la creación de nuevos
canales de televisión (Canal Educativo y Canal Educativo 2), el desarrollo de un
programa de trabajadores sociales a fin ampliar la atención social y la entrega de
varios equipos domésticos gracias a un crédito otorgado por el Gobierno chino.
Uno de los símbolos más grandes de la etapa, es la fundación, en septiembre del
año 2003, de la Universidad de las Ciencias Informáticas, uno de los pilares del
llamado Proyecto Futuro, una estrategia encaminada a impulsar la informática en
Cuba.

Otro de los objetivos durante la etapa fue el impulso de una campaña internacional
a favor de la liberación de los cinco cubanos (Antonio Guerrero, Fernando
González, Ramón Labañino, Gerardo Hernández y René González) presos en los
Estados Unidos.

Actualidad
El 31 de julio de 2006, el entonces presidente cubano, Fidel Castro, dio a conocer
una proclama al pueblo de Cuba en que hacía entrega temporal de sus
responsabilidades por razones de salud, ya que llegó un momento ―según sus
propias palabras― «en que debido a su enfermedad (...) no podía seguir al frente
del Gobierno».[40] En concordancia con lo dispuesto en la Constitución, su
hermano Raúl Castro, entonces primer vicepresidente de los Consejos de Estado y
de Ministros, asumió la presidencia de la nación de carácter interino.
Posteriormente, el 24 de febrero de 2008, Raúl asumiría de manera oficial la
presidencia de los Consejos de Estado y de Ministros. En su primer discurso como
presidente expresó:
Estoy consciente de la responsabilidad que entraña ante el pueblo la tarea que se me
encarga, y a la vez convencido de contar, como hasta hoy, con el apoyo de quienes
desempeñan responsabilidades de dirección a los diferentes niveles y más importante aún,
con el de mis compatriotas, sin el cual no hay éxito posible en una sociedad como la
nuestra.
Raúl Castro, 24 de febrero de 2008[41]

Raúl Castro presidiendo una de las reuniones del Consejo de Ministros cubano.

Desde un mismo inicio Raúl definió que uno de los ejes fundamentales de su
política de Gobierno sería el perfeccionamiento de la economía, definiendo como
ejes principales a la agricultura, la exportación, la inversión extranjera y el
nacimiento de nuevas formas de empleos, en este caso el cuentapropismo, que
durante su Gobierno tuvo un reimpulso.En agosto de 2010 fue aprobada por la
Asamblea Nacional la Ley modificativa de la División Político Administrativa que
marcó el nacimiento de las provincias de Artemisa y Mayabeque.

En abril de 2011 tuvo lugar el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, el cual
aprobaron los Lineamientos de la Política Económica y Social,[42] punta de la lanza
de la nueva estrategia del Gobierno y el Partido para lograr los objetivos trazados.
Tras ello se pondría en marcha un profundo proceso de aprobación de medidas
que darían cumplimiento a los esfuerzos de actualizar la política económica-social
cubana.

Entre el 26 y el 28 de marzo de 2012, Benedicto XVI se convirtió en el segundo


papa de la Iglesia católica en visitar Cuba. Durante su visita, que coincidió en
medio de las celebraciones por el 400 aniversario del hallazgo de la imagen de la
Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, Benedicto XVI ofició dos misas,
una en la ciudad de Santiago de Cuba y La Habana. Además sostuvo encuentros
con el presidente Raúl Castro[43] y con su hermano, el expresidente Fidel Castro.[44]

Entre 2013 y 2014, Cuba presidió la Comunidad de Estados Latinoamericanos y


Caribeños (CELAC), hecho que se considera como «una victoria de la diplomacia
cubana».[45][46]

En enero de 2014, Cuba fue sede de la II Cumbre de la CELAC, la cual contó con
la presencia de la gran mayoría de los jefes de estado y de Gobierno de la región.

En la Sesión Constitutiva de la IX Legislatura, celebrada el 18 de abril de 2018 en


el Palacio de Convenciones de La Habana, ocurré un hecho histórico tras se
elegido como Presidente del Consejo de Estado y de Ministros de la República de
Cuba, el compañero Miguel Mario Díaz - Canel Bermúdez, un dirigente político
nacido después del triunfo revolucionario de 1959.[47].
Véase también
 Mitos de una confrontación histórica entre
Estados Unidos y Cuba: Serie de
argumentos que desbancan los mitos que, en
torno al conflicto entre Estados Unidos y
Cuba, pretendieron convertirse en verdades
establecidas. Se presentan y analizan ocho de
ellos, por considerarse los más importantes en
cuanto a su recurrente mención en los
círculos académicos foráneos.

Bibliografía
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Habana: Editorial Ciencias Sociales, 1974
 Alienes Urosa, Julián: Características
fundamentales de la economía cubana. La
Habana: Instituto Cubano del Libro (ICL).
 Armas, Ramón de: Los partidos políticos
burgueses en Cuba neocolonial (1898-1952).
La Habana: Editorial Ciencias Sociales, 1985.
 Castro Ruz, Fidel: Informe Central al Primer
Congreso del Partido Comunista de Cuba. La
Habana: Editora Política, 1986.
 Colectivo de autores: Cuba y su Historia. La
Habana: Editora Gente Nueva, 2005. ISBN
959-08-0728-3.
 Colectivo de Autores: Historia de Cuba. La
Habana: Editorial Pueblo y Educación, 2001.
ISBN 978-959-13-0751-4.
 Domenech Nieves, Silva: Cuba: Economía en
Período Especial. La Habana: Editoria
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 Fernández Ríos, Olga: Formación y desarrollo
del estado socialista en Cuba. La Habana:
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 Fung Riverón, Thalía: En torno a las
regularidades y particularidades de la
revolución socialista en Cuba. La Habana:
Editorial de Ciencias Sociales, 1982.
 Guevara, Ernesto: Obras escogidas.
La Habana: Editorial Casa de las Américas,
1970.
 Instituto de Historia de Cuba: Historia de
Cuba. La Colonia. La Habana: Editoria
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 Le Riverend, Julio: Historia económica de
Cuba, La Habana: Editorial Revolucionaria,
1971.
 López Civeira, Francisca: La crisis de los
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1958), La Habana: Editorial Félix Varela,
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 Loyola Vega, Óscar: Cuba: la Revolución de
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 Marrero, Leví: Cuba: economía y sociedad.
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 Martí, José: Obras completas. La Habana:
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 Pichardo, Hortensia: Documentos para la
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 Portuondo, Fernando: Historia de Cuba (1492-
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 Soto, Lionel: La Revolución del 33. La
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 Torres-Cueva, Eduardo; y Loyola Vega,
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Habana: Editorial Pueblo y Educación, 2001,
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Fuentes
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Caribe», artículo en el sitio web Historia
Cuba Educa.
2. Volver arriba↑ Guerra, Ramiro: Manual de
Historia de Cuba. La Habana: Habana
Cultural, 1938.
3. Volver arriba↑ El hato era una cantidad de
tierra, de forma circular, que otorgaba el
Cabildo a particulares para la cría de
ganado mayor con una extensión de dos
leguas a la redonda
4. Volver arriba↑ En estos años España
incrementó los intentos de reconquista de
sus antiguas posesiones en América, lo
que provocó diversos conflictos en las
nuevas repúblicas.
5. Volver arriba↑ Referencia a la Carta
inconclusa de José Martí a Manuel
Mercado.
6. Volver arriba↑ Manifiesto de Montecristi.
Publicado en Portal José Martí.
Consultado el 21 de junio de 2013
7. Volver arriba↑ «El desembarco que marcó
el reinicio», artículo publicado en el sitio
web Cuba.cu (La Habana). Consultado el
21 de junio de 2013.
8. Volver arriba↑ Apocalipsis de la
Reconcentración
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colonial», artículo publicado en el sitio web
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10. Volver arriba↑ López Civeria, Francisca:
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y 1959. Editorial Félix Varela. La Habana.
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11. Volver arriba↑ Pérez de la Riva, Juan: El
Barracón y otros ensayos. La Habana:
Editorial de Ciencias Sociales, 1975,
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12. Volver arriba↑ Pérez Guzmán,
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13. Volver arriba↑ Iglesias, Fe: Del Ingenio al
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Habana, 1999.
14. Volver arriba↑ Zanetti, Oscar: Los cautivos
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Ciencias Sociales, La Habana, 2003,
Tabla I
15. Volver arriba↑ Patria. 21 de diciembre de
1898, Año VI, No. 519.
16. Volver arriba↑ USA. Dept. of State: Paper
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Washington, Goverment Printing Office,
1904, p. XXIX
17. Volver arriba↑ Amaro Cano, María del
Carmen: Historia de la enfermería.
Editorial Ciencias Médicas, La Habana,
2004.
18. Volver arriba↑ Zanneti, Óscar y García,
Alejandro: Caminos del azúcar. Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana, 1987.
19. Volver arriba↑ Uralde, Marilú: «La Guardia
Rural: un instrumento de dominación
neocolonial (1898-1902)», en Cuadernos
Cubanos de Historia 2. Instituto de Historia
de Cuba, La Habana, 2003, p.26
20. Volver arriba↑ Portell Vilá,
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relaciones con los Estados Unidos y
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La Habana, 1941, p. 123.
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23. Volver arriba↑ «Enmienda Platt», artículo
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24. Volver arriba↑ Rolando Rodríguez. Solo
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horrorosa. Disponible en La Jiribilla.
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25. Volver arriba↑ Pichardo, Hortensia:
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Tomo II, Editorial Ciencias Sociales, La
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26. Volver arriba↑ López Civeria, Francisca:
Cuba. Seis décadas de historia entre 1899
y 1959. Editorial Félix Varela. La Habana.
2009. p 24.
27. Volver arriba↑ Zanetti, Oscar: Comercio y
poder... cit. cap.6
28. Volver arriba↑ López Civeria, Francisca
(2009): Cuba. Seis décadas de historia
entre 1899 y 1959 (pág. 61). La Habana:
Félix Varela, 2009.
29. Volver arriba↑ Se hacía alusión al inciso K
de la Ley de Ampliación Tributaria que
destinaba fondos a la educación. Por este
concepto se financio a los grupos
pandilleros y a la dirección mujalista. Fue
una vía millonaria de malversación
30. Volver arriba↑ Ante la pérdida de respaldo
electoral, Carlos Prío anunció este cambio
de política para las elecciones parciales,
que contemplaba la inclusión de ministros
más técnicos en el Gabinete y la ruptura
con Ramón Grau San Martín
31. Volver arriba↑ Rojas, Marta. "Revolución
no: zarpazo". Publicado
en Cubaperiodistas
32. Volver arriba↑ Mencía, Mario: El grito del
Moncada. La Habana: Editorial Política,
1986, vol 1, pág. 136.
33. Volver arriba↑ Castro, Fidel: La Historia
me absorverá. Ediciones políticas, La
Habana, 1967, p. 29
34. Volver arriba↑ Academia de las FAR: «La
Revolución cubana (1953-1980)»,
en Selección de lecturas, tomo I, pág. 243.
La Habana, 1983.
35. Volver arriba↑ «El Gobierno revolucionario
dispone mediante la Ley 187 la creación
de la Imprenta Nacional de Cuba», artículo
publicado en el sitio web Habana Radio
(La Habana). Consultado el 14 de abril de
2014.
36. Volver arriba↑ «Medidas adoptadas
durante el período especial», artículo
publicado en el sitio web Revolución
Cubana (La Habana). Tomado de Centro
de Información para la Prensa. Consultado
el 14 de abril de 2014
37. Volver arriba↑ «¡Salvemos a Elián!»,
discurso pronunciado por el presidente de
los Consejos de Estado y de Ministros de
la República de Cuba el 23 de diciembre
de 1999. Consultado el 16 de marzo de
2012.
38. Volver arriba↑ Elián González en
Cubadebate
39. Volver arriba↑ «Elián vuelve a Cuba tras
rechazar el Supremo el último recurso»,
artículo del 29 de junio de 2000 en el
diario El Mundo (Madrid). Disponible en El
Mundo.es Consultado el 16 de marzo de
2012.
40. Volver arriba↑ Proclama del Comandante
en Jefe Fidel Castro al pueblo de Cuba
41. Volver arriba↑ Discurso en la sesión
constitutiva de la VII Legislatura de la
Asamblea Nacional del Poder Popular
42. Volver arriba↑ Lineamientos de la Política
Económica y Social del VI Congreso del
PCC
43. Volver arriba↑ «Muy positiva la visita del
papa a Cuba», artículo del 28 de marzo de
2012 en el diario Juventud Rebelde.
Consultado el 28 de marzo de 2012.
44. Volver arriba↑ «Fidel se reunió con el
papa, anuncia el Vaticano», artículo del 28
de marzo de 2012 en el sitio
web Cuba Debate (La Habana).
Consultado el 30 de marzo de 2012.
45. Volver arriba↑ Celac, el éxito de Cuba
contra el aislacionismo. Disponible en El
Tiempo (Colombia). Consultado el 16 de
abril de 2014
46. Volver arriba↑ Ramonet: Cumbre de la
Celac en La Habana es una victoria
diplomática para Cuba. Disponible en
AVN. Consultado el 16 de abril de 2014
47. Volver arriba↑ Elegido Miguel Díaz-Canel
presidente del Consejo de Estado y del
Consejo de Ministros. Disponible
en:Cubadebate. Consultado el 19 de abril
de 2018
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