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Moral del estoicismo

La moral del estoicismo se halla resumida y condensada en la siguiente


máxima: vivir y obrar conforme a la razón y la naturaleza. Como quiera que para los
estoicos el fondo de la naturaleza es la razón divina, obrar en conformidad con la
naturaleza equivale a [348] obrar conforme a la razón, y de aquí procede que algunos de
ellos explicaban y definían la virtud como conformidad con la naturaleza y otros como
conformidad con la razón. Este modo de vivir y obrar constituye la virtud, y la virtud es
el bien sumo y único del hombre: la fortuna, los honores, la salud, el dolor, el placer,
con todas las demás cosas que se llaman buenas o malas, son de suyo indiferentes, y
hasta puede decirse que son malas cuando son objeto directo de nuestras acciones y
deseos. Sola la virtud, la virtud practicada por la virtud misma y con absoluto
desinterés, constituye el bien, la perfección y la felicidad del hombre. La apatía perfecta,
la indiferencia absoluta, mediante las cuales el hombre se hace superior e indiferene a
todos los dolores y placeres, a todas las pasiones con sus objetos, a todas las
preocupaciones individuales y sociales, son los caracteres del sabio verdadero, del
hombre de la virtud. Las pasiones deben desarraigarse, porque son naturalmente malas;
la virtud es una necesariamente, porque nadie puede adquirir ni perder una virtud, sin
adquirir o perder simultáneamente todas las demás.

En vista de máximas y principios de moralidad tan elevada, cualquiera creería que


la moral del estoicismo se hallaba exenta de las grandes aberraciones que hemos
observado en otras escuelas filosóficas; y, sin embargo, sucede todo lo contrario. La
mentira provechosa, el suicidio, la sodomía, las uniones incestuosas, con otras
abominaciones análogas, autorizadas en la moral de los estoicos, demuestran que la
superioridad de ésta es más aparente que real, y que el orgullo sólo puede producir
doctrinas corruptoras, y que la razón [349] humana por sí sola es impotente para
descubrir y formular un sistema completo de moral {126}, o que nada contenga
contrario a la recta razón. [350]

La prudencia o sabiduría, la fortaleza, la templanza y la justicia, son las cuatro


virtudes cardinales. El hombre que posee con perfección estas cuatro virtudes, nada
tiene que pedir ni envidiar a la Divinidad; se hace igual a Dios, del cual sólo se
diferencia en la duración mayor o menor de su existencia (bonus ipse tempore tantum a
Deo differt, en expresión de uno de los principales representantes del estoicismo, o sea
porque no es absolutamente inmoral, como lo es Dios.

La virtud es la verdadera y única felicidad posible al hombre: ella sola puede


denominarse bien, en el sentido propio de la palabra, así como, por el contrario, el único
mal verdadero es el vicio. Toda las demás cosas son en realidad indiferentes. La
constancia, fijeza e inmutabilidad de la voluntad, representan el carácter más noble de la
virtud.

El sabio estoico, el hombre de la virtud, vive y obra con sujección absoluta a la


naturaleza, a la divinidad, a la ley inmutable y fatal de las cosas, y no [351] con miras
interesadas y de propia felicidad. Así es que la virtud se basta a sí misma, y no aspira ni
necesita otra vida, ni de la inmortalidad del alma, para ser feliz: virtus seipsa contenta
est, et propter se expetenda.
Tesis fundamental del estoicismo era también la igualdad de las faltas morales. Para
los estoicos, así como una verdad no es mayor que otra, ni un error más error que otro,
así también un pecado o falta moral no es mayor que otra. De aquí también la
correlación íntima, la conexión necesaria de las virtudes, no siendo posible poseer una
de éstas sin poseerlas todas.

Ya queda indicado que los estoicos consideraban las pasiones como movimientos
contrarios a la razón, y consiguientemente como malos en el orden moral. Por lo demás,
el estoicismo solía reducir las pasiones todas a cuatro géneros, que son:
la concupiscencia (libidinem, dice Cicerón) o deseo, la alegría, el temor y
la tristeza. Las dos primeras se refieren al bien como a su objeto propio; las últimas son
relativas al mal.

Además de los muchos y graves defectos de que adolece la moral del estoicismo, y
que se acaban de indicar, todavía entrañá y lleva en su seno otro principio que la vicia
en su mismo origen y en su esencia. Ya hemos visto que la libertad humana, el libre
albedrío individual en el sentido propio de la palabra, es incompatible con la teoría
metafísica y teológica del estoicismo, según el cual la naturaleza humana se halla
determinada en su naturaleza y en sus actos por la naturaleza universal, y la razón
individual por la razón divina. Ley universal de Dios, del hombre y del mundo, es la
fatalidad absoluta, significada por el Destino en el estoicismo y para el estoicismo.
Síguese de [352] aquí que cuando éste nos habla de vivir y obrar conforme a la
naturaleza y a la razón, no puede significar otra cosa que vivir y obrar conformándose
con el movimiento irresistible de la naturaleza universal, abandonándose al destino y a
la corriente fatalista de las cosas, y marchando impulsado por las corrientes de la vida,
que le arrastran hacia su fin, es decir, hacia el fin general del universo.

De aquí se desprende que, a pesar de las apariencias en contrario, y a pesar de sus


pretensiones, la moral del Estoicismo, no sólo es sumamente imperfecta y viciosa, sino
que apenas merece semejante nombre, puesto que le falta una de las bases y condiciones
esenciales para la moralidad. Porque donde no hay libre albedrío, donde no hay
verdadera libertad humana, no hay ni puede haber verdadera moralidad para el hombre,
y los nombres de bien y de mal, de virtud y de vicio, carecen de sentido. Resultado y
aplicación lógica de este principio fatalista, es esa indiferencia o impasibilidad que
constituye la virtud, la perfección suprema del hombre para el Estoicismo, la
superioridad real del sabio estoico, superioridad y perfección que le pone en estado de
mirar como indiferentes y lícitas las abominaciones más grandes, los actos más
repugnantes e inmorales a que arriba hemos aludido.

a) Investiga los siguientes conceptos: (filosofía moral, epicureísmo, estoicismo, moral


cínica, moral escéptica, moral estoica, neoplatonismo)
 La filosofía moral, o ética, consiste en una reflexión filosófica acerca de los distintos
sistemas valorativos que orientan aquel trato recíproco entre los seres humanos. La
filosofía moral se convierte en una luz que permite discernir entre aquello que es
correcto y aquello que no lo es desde el punto de vista ético. Unos valores que no están
integrados en el contexto de una religión concreta sino en el contexto de la ley natural
que rige aquello que es conveniente para el ser humano de acuerdo a su dignidad y a su
naturaleza
 El epicureísmo es un movimiento filosófico que abarca la búsqueda de una vida feliz
mediante la búsqueda inteligente de placeres, la ataraxia (ausencia de turbación) y las
amistades entre sus correligionarios. Fue enseñada por Epicuro de Samos,
filósofo ateniense del siglo IV a. C. (341 a. C.) que fundó una escuela llamada Jardín y
cuyas ideas fueron seguidas por otros filósofos, llamados epicúreos.

 Moral cínica, los cínicos fueron famosos por sus excentricidades, de las cuales cuenta
muchas Diógenes Laercio, y por la composición de numerosas sátiras o diatribas contra
la corrupción de las costumbres y los vicios de la sociedad griega de su tiempo,
practicando una actitud muchas veces irreverente, la llamada anaideia. Ciertos aspectos
de la moral cínica influyeron en el estoicismo, pero, si bien la actitud de los cínicos es
crítica respecto a los males de la sociedad, la de los estoicos es de acción mediante la
virtud.

 Escepticismo es también el nombre de una corriente de pensamiento filosófico según


la cual debemos de dudar de todas las cosas, fenómenos y hechos, y que afirma que la
verdad no existe, pero que, de existir, el hombre sería incapaz de conocerla. Según esta
concepción el bien es todo aquello que nos ayuda a la conservación del ser; lo malo es
lo que conlleva al daño del ser. Para los estoicos el ser vivo debe vivir según su
naturaleza; y, la naturaleza del hombre es racional y su esencia es la razón. El hombre al
poner en práctica el principio de conservación está siendo racional.

 El término neoplatonismo es la denominación historiográfica de diferentes momentos


de la historia de la filosofía en que se produjo una revitalización
del platonismo (Platón, Academia de Atenas).

b) A partir de los conceptos investigados interpreta los siguientes postulados:

1. La posición en que tú colocarías a la filosofía moral, justifica.

La colocaría en una posición alta porque creo puede ser compartida por diversas
concepciones personalistas, religiosas y seculares.

2. Te colocarías en la misma posición de los epicúreos, ¿por qué?

Si porque meda un reflejo de mi pensar sobre la vida mí.

3. Tu opinión con respecto al planteamiento de los estoicos y la virtud

c). Responde las siguientes interrogantes:


1 ¿Apoyas tú el planteamiento de los escépticos?, justifica tu respuesta.
No porque se enfoca en un punto diferente al que yo me relaciono
2 ¿Te considera un Neoplatónico?, justifica

No porque no se hace denominación historiográfica

En el corto espacio de un año, ese español peregrino que es José Ferrater Mora,
agrupando materiales diversos, ha dado a las prensas hispanas tres volúmenes, uno El
ser y la muerte, glosado no ha mucho en estas columnas. La filosofía en el mundo de
hoy, aparecido inicialmente en inglés y ahora refundido, aunque recoge ensayos
diversos, es un auténtico libro: es decir, un todo coherente y sistemático, porque el tema
es único y los diversos capítulos son complementarios y apenas reiterativos. Hecho es
éste que hay que registrar con alborozo en un área cultural que, como la nuestra, apenas
conoce otro tipo de ensayo que el de la avanzadilla.

El autor se propone ofrecer un panorama de las corrientes filosóficas todavía vivas y


que han estado más o menos en boga a lo largo del último cuarto de siglo. El cuadro
resultante es abigarrado y complejo. Ferrater Mora enumera setenta y cinco «ismos» o
tendencias, de las cuales sólo estudia sucintamente veintinueve. Comienza con el
idealismo, que aunque «desgarrado sigue en la brecha», y concluye con el marxismo.
Los dos apartados más interesantes son el consagrado al existencialismo (al que
acertadamente acusa de estilísticamente indigesto y de fraccionado hasta la
volatilización) y el dedicado al positivismo lógico del Círculo de Viena, cuya
desembocadura es un formalismo extremado: indiferencia casi absoluta hacia la realidad
y reducción de la filosofía a una actividad, concretamente, a una sintaxis del lenguaje
científico.

Esta visión por escuelas la completa el autor con un esquema geográfico quizá
simplista, pero de gran valor pedagógico. A su juicio, la coyuntura actual recuerda por
muchos conceptos a la del siglo XIII. Entonces se repartían el globo filosófico los
cristianos, los árabes y los judíos; hoy lo hacen los europeos, los angloamericanos, y los
rusos. Cada grupo tiene un modo peculiar de enfrentarse con el problema: los soviéticos
son más sociales, los europeos más humanistas y los sajones más científicos.
Consecuentemente sus posiciones son respectiva y predominantemente políticas,
subjetivas y realistas.

Al final de su periplo, Ferrater Mora reconoce que las posibilidades de acuerdo entre
los tres grandes sectores son prácticamente nulas, y concluye qua el observador actual
se encuentra ante un «mosaico bizantino», ante una pulverización de los sistemas que,
en último término, arranca de una falta de acuerdo,. sobre lo que la filosofía sea. Así es
como el autor pasa del plano narrativo al analítico, es decir, de la descripción de las
escuelas y de los movimientos a la fijación de un concepto de la disciplina. Pero
también aquí impera el desconcierto y la discrepancia. Para unos la filosofía es una
confesión personal, casi un empeño poético; para otros es una doctrina universal y
objetiva, casi una ciencia exacta. Entre ambos polos se escalonan infinidad de
posiciones difícilmente reductibles.

Acaso para evitar que la moraleja de este panorama sea angustioso y pesimista, el
autor interviene en el debate aportando una posición propia, una idea personal de la
filosofía. Según Ferrater Mora, la filosofía no tiene un objeto exclusivo, es una actitud
ante la realidad, un modo de ver y de hablar, «un punto de vista» que consiste en
«mostrar cómo los mundos descritos por la ciencia se hallan entretejidos en el mismo
mundo». Y pide a los metafísicos claridad, rigor y objetividad. Por eso, cuando analiza
las relaciones de la filosofía con el arte, la religión y la ciencia, todas sus simpatías van
hacia esta última.

La descripción del horizonte filosófico es concisa, erudita y salpicada de


observaciones críticas. Pero no están suficientemente sopesados los distintos elementos.
Hay una marcada preferencia por el pensamiento anglosajón, cuya importancia y
alcance se supervalora. Además, no es justo dedicar, por ejemplo, tres veces más
espacio al marxismo qua a la escolástica, sobre todo cuando se reconoce que las
manifestaciones actuales del primero, las soviéticas, no constituyen una filosofía, sino
una ideología social y política. Tampoco me parece recomendable una exposición
sucesiva e inconexa de los diferentes «ismos»; hubiera sido mucho más convincente y
profundo un tratamiento genealógico y arborescente de las diversas tendencias.
Respecto a la idea de la filosofía, la solución de Ferrater Mora es abstracta y
conciliadora; pero imprecisa. Si con la tesis de que la filosofía es un punto de vista se
quiere decir que los saberes se especifican por su objeto formal. Ferrater Mora no hace
más que repetir una viejísima verdad escolástica, en cuyo caso, habría que precisar
inmediatamente qué es lo que distingue a la filosofía de otros saberes, o sea, la
peculiaridad formal del enfoque filosófico (el ente «en cuanto ente» se repite desde
Aristóteles). Y si lo que se quiere decir es otra cosa, estamos ante un vago
perspectivismo.

En éste, como en sus libros anteriores, Ferrater Mora no sólo hace gala de una
abundante erudición científica, sino que se esfuerza en ser objetivo, neutral y realista,
exalta constantemente la metodología de las ciencias exactas y no oculta su recelo hacia
los patetismos y lirismos que empañan una buena parte de la especulación filosófica
actual. Esta saludable y universitaria posición inicial resulta, sin embargo, poco
compatible con su «regocijo» ante la anarquía metafísica de nuestro tiempo, ante el caos
de escuelas, ante el personalismo que revisten las filosofías. Todo el pensamiento
humano se apoya sobre el principio de contradicción, lo cual significa que de dos
proposiciones contrarias, una, al menos, es necesariamente falsa. El atomizado paisaje
filosófico que nos ofrece Ferrater Mora es tan tremendamente caótico que conducirá a
muchos lectores a conclusiones escépticas, porque la historia de la filosofía sólo debe
hacerse o de una manera puramente informativa y acrítica o apoyada en un sistema que
se acepta como verdadero y que sirve de magnitud valorativa. Y Ferrater Mora oscila
entre uno y otro extremo sin que a la postre sepamos si predomina en él la condición de
narrador o la de pensador, la de espectador o la de doctrinario, la de testigo o la de juez.
Esta es la deficiencia básica de un serio y documentado libro que, por lo demás, resulta
muy instructivo como introducción al pensamiento actual y especialmente útil para
quienes desde esta orilla del Atlántico siguen sin la suficiente atención el desarrollo de
la filosofía en los Estados Unidos.

DEFINICIÓN DE

EPICUREÍSMO

El epicureísmo es una doctrina desarrollada por Epicuro que considera al placer como
principio de la existencia del ser humano. De acuerdo a este filósofo griego (341 a.C. –
270 a.C.), la búsqueda del bienestar de la mente y del cuerpo debe ser el objetivo de las
personas.

Epicureísmo

El origen etimológico de este término podemos establecer que está en el griego y que es
fruto de la suma de dos componentes diferenciados: el nombre del citado filósofo,
Epicuro, y el sufijo “-ismo”, que se usa para indicar “doctrina”.

Según el epicureísmo, los placeres deben ser tanto espirituales como físicos. Esta
felicidad también se asocia a la ausencia de turbaciones y de dolor: de este modo, se
alcanza un equilibrio entre cuerpo y mente que brinda paz.

Un epicúreo es quien sigue los preceptos del epicureísmo. Los epicúreos se orientan a la
autosuficiencia, aunque también defienden el valor de la amistad. A diferencia de los
hedonistas, que se centraban en el cuerpo, pretenden alcanzar la plenitud física,
intelectual y emocional.

A lo largo de la historia son muchos los famosos seguidores que ha tenido el


epicureísmo. Buena muestra de eso son los pensadores y escritores Virgilio y Horacio,
por ejemplo.
Epicuro vinculaba el placer y el sufrimiento a la satisfacción, o no, de los apetitos. Para
el padre del epicureísmo hay tres tipos de apetitos: los naturales y necesarios (que son
fáciles de satisfacer, como comer y abrigarse); los naturales pero no necesarios (como
mantener una charla interesante o alcanzar el goce sexual); y los que no son naturales ni
necesarios (ser famoso, acumular poder).

Es importante tener en cuenta que la búsqueda de placer, en el epicureísmo, es racional.


Los epicúreos consideran que, en ocasiones, hay que aceptar un dolor ya que luego es
seguido por un placer mayor. Y que, a la inversa, se debe rechazar un placer que en el
futuro puede traer un dolor mayor. Al asociar la felicidad a la razón, el epicureísmo
persigue la ataraxia (un estado de serenidad donde no hay perturbaciones).

No obstante, el epicureísmo habla de otros tipos más de placer entre los que están los
placeres del alma; los placeres del cuerpo, que son los más importantes; los placeres
estables, que son los que se llegan a sentir cuando no se tiene ningún tipo de dolor; y los
placeres móviles, que pueden ser tanto físicos como mentales y que vienen a suponer
alguna clase de cambio. Entre estos últimos se puede encontrar, por ejemplo, el placer
de la alegría.

Además de todo lo expuesto, no podemos pasar por alto tampoco lo que se conoce
como tetrafármaco. Bajo este término se viene a incluir un resumen de varias de las
doctrinas del epicureísmo, que fueron recogidas por Diógenes Laercio en uno de sus
trabajos y que las definió como “Máximas capitales”.

En concreto, el tetrafármaco viene a indicar las cuatro doctrinas primeras: no temas a


los dioses, no temas a la muerte, lo que es bueno es fácil de conseguir y lo que es
terrible es fácil de soportar.

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