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LOUIS-VINCENT THOMAS
ANTROPOLOGÍA
DE LA MUERTE
Traducción de
M a rc o s L ara
FONDO DE C U LT U R A ECONÓMICA
M ÉXICO
imera edición en francés, 1975
imera edición en español, 1983
Título original:
Anthropologie de la mort
© 1975, Payot, París
ISBN 2-228 -11 4 83-9
; D. R. © 1 983, F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m i c a
•. Av. de la Universidad, 975 ; 03100 México, D. F.
felSBN 968-16-1494-1
I"
t) Impreso en México
¿P o r q u é un l ib r o s o b r e la m u e r t e ?
18C 52
8 PREFACIO
tamiento sexual, pero no los hay para enseñar el arte de bien morir);
los funerales y los ritos del duelo van siendo escamoteados;7 la acu
mulación de cadáveres se vuelve molesta, mientras que los cemente
rios plantean a los urbanistas problemas de la mayor complejidad. El
sabio, por su parte, subraya la insuficiencia del conjunto tradicional
de pruebas del deceso (paro del corazón y de la respiración) y otorga
prioridad a la ausencia total de actividad cerebral -confirmada por
un trazado llano en el electroencefalograma-, para demostrar una
falta completa de todo reflejo durante un “tiempo considerado sufi
ciente”. ¿Y qué pensar de la definición cristiana, la muerte es la sepa
ración del alma y el cuerpo? ¿Cómo interpretar, si no es en términos
simbólicos, la sentencia del Eclesiastés (X II, 7): “Y el polvo se torne a
la tierra, como era, y el espíritu se vuelva a Dios que lo dio”? Se
efectúan cambios, se presentan otras perspectivas, nos son prometi
das otras esperanzas: las pompas fúnebres se transforman en servi
cios tanatológicos; se crean complejos funerarios (athanées); una
deontología nueva se incorpora a la legislación (injertos, donaciones
de órganos, transporte de cadáveres); los tanatoprácticos limitan los
efectos degradantes de la tanatomorfosis y facilitan así el trabajo del
duelo; la Iglesia levanta sus prohibiciones con respecto a la crem a
ción y ya aparece en la lejanía hipotética la posibilidad de la criogeni-
zación y de la reanimación.
D e f e n s a d e u n a a n t r o p o t a n a t o l o g ía
. ...................................................................
12 PREFA CIO
11 En cuanto a esto, se podría afirmar que entre las especies animales vivas, la humana es la
única para quien la muerte está omnipresente en el transcurso de la vida (aunque no sea más
que en la fantasía); la única especie animal que rodea a la muerte de un ritual funerario
complejo y cargado de simbolismo; la única especie animal que ha podido creer, y que a me
nudo cree todavía, en la supervivencia y renacimiento de los difuntos; en suma, la única para la
cual la muerte biológica, hecho natural, se ve constantemente desbordada por la m uerte como
hecho de cultura.
12 J . Duvignaud, Le langage perdu, p u f , 1973, pp. 275-276.
13 M. Voyelle, Mourir autrefois, Gallimard-Julliard, 1974, distingue con razón entre la muerte
ocurrida, que corresponde a la demografía; la muerte vivida, propia de la experiencia individual;
y el discurso sobre la muerte, que constituye un documento histórico y revelador de las mentalida
des de una época.
14 No hay que engañarse en cuanto al sentido de la palabra “tradicional”. En algún caso,
denota sólo la idea de pureza, de autenticidad, de especificidad, situada™ varietur fuera de los
PREFACIO 13
7—71*WoC'Wa un , ,
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P r im e r a P a r t e
LA MUERTE ES EN PLURAL
La m u e rte f ís ic a
L
20 LA M UERTE ES EN PLURA L
3 St. Lupasco, Du reve, de la mathématique et de la mort, Ch. Bourgois, 1971, p. 166. Las cursi
vas son nuestras.
4 St. Lupasco, pp. 166-167.
M UERTE FÍSICA Y M U E R T E BIOLÓGICA 21
- 1.1 n 1 1 nii i b i
M U ERTE FÍSICA Y M U E R T E BIOLÓGICA 23
lo largo del .sistema cómo, al organizarse según los mismos fines y los mismos modos, la pose
sión/pasión del objeto es, digamos, una form a atemperada de la perversión sexual. En efecto, así
como la posesión ju eg a sobre el discontinuo de la serie (real o virtual) y sobre la elección de un
término privilegiado, la perversión sexual consiste en el hecho de no poder captar al otro como
objeto de deseo en su totalidad singular de persona, sino solamente en el discontinuo: el otro
se transforma en el paradigma de las diversas partes eróticas de su cuerpo, con cristalización
objetal sobre una de ellas. Esta mujer no es ya una mujer, sino sexo, senos, vientre, muslos, voz
y rostro: con preferencia alguno de ellos en particular.” J . Baudrillard, Le systeme des objets. La
consommation des signes, Denoél, Gonthier, 1968, p. 120; véase también p. 106 y ss.
14 Janheinz Ja h n , Muntu, Seuil, 1961, p. 195. En el mismo orden de ideas, L. V. Thom as, P.
Fougeyrollas, L'art africain et la société sénégalaise, Dakar, Fac. Lettres, 1967, p. 195 y ss. J . Du-
vignaud nos habla igualmente del museo “imaginario o real, donde se ordena el mundo
muerto, donde lo corrompido se convierte en hueso, se hace arqueología”, Le langage perdu,
m-\ 1973, p. 277.
15 J . Baudrillard, op. cit., 1968, p. 234. El autor precisa: “El consumo no es ni una práctica
material, ni una fenomenología de la ‘abundancia’; no se define ni por el alimento que se di
giere, ni por la vestimenta que se lleva, ni por el automóvil que se utiliza, ni por la sustancia
oral o visual de las imágenes y los mensajes, sino por la organización de todo esto en sustancia
significante. Es la totalidad virtual de todos los objetos y mensajes constituidos en un discurso más o
menos coherente. El consumo, por más que tenga un sentido, es una actividad de manipulación
sistemática de signos", p. 233.
M U ERTE FÍSIC A Y M U ERTE BIO LÓ G ICA 25
16 A. Gorz, Reforme et Révolution, Seuil, 1969, p. 146. Véase también J . Baudrillard, Le miroir
de la consommation, Casterman/Poche, 1973. Después de los trabajos de Vanee Packard (Uart du
gaspillage, Calmann-Lévy, 1962), los ejemplos de estas destrucciones costosas e inútiles son bien
conocidos: automóviles, aparatos domésticos, vestimentas, envases. He aquí un caso muy típico
referido por A. Gorz, p. 144, donde la alternativa entre beneficio máximo y valor de uso
máximo es particularmente llamativa: “El trust Philips, por ejemplo, comenzó a producir en
1938 la iluminación por tubos fluorescentes. L a vida útil de estos tubos era entonces de 10 mil
horas. Su producción habría permitido cu brir las necesidades a buen precio y en un plazo
relativamente corto; en cambio las amortizaciones tendrían que haber sido escalonadas durante
un largo periodo; la rotación del capital habría sido lenta, la duración de trabajo necesario
para cubrir las necesidades habría ido decreciendo. Entonces el trust invirtió nuevos* capitales
para fabricar tubos que duraran mil horas, a fin de acelerar de ese modo la rotación del capital
y realizar -al precio de perjuicios económicos considerables- una tasa de acumulación y de
beneficio mucho más elevada.” Lo mismo ocurrió con las fibras sintéticas (cuya fragilidad ha
ido en aumento para las medias especialmente), o para los vehículos automotores, dotados
deliberadamente de piezas de desgaste rápido (de igual costo que si fueran piezas de desgaste
mucho más lento).
26 LA M U E R T E ES EN PLURAL
20 Véase J . Mbiti, “ La eschatologie”, en: Pourune théologie africaine, Cié, Yaoundé, p. 231 y ss.
28 LA M U ERTE E S EN PLURAL
2S Véase R. Jaulin, L a mort sara, Pión, 1967. Lo simbólico, por el juego de correspondencias
que supone, por el sentido que le atribuye a las diferentes actividades sociales, resulta ser un
nivel determ inante para el análisis de una sociedad. El ejemplo sara nos muestra de manera
excelente un doble papel de mantenimiento y preservación de la sociedad (la violencia es canalizada,
incluso sublimada por lo simbólico; los antepasados saras “tragan” a los iniciados y después los
“vomitan” convertidos en adultos completos); y de superación de una contradicción (la muerte y el
renacimiento iniciático trascienden la antinomia nacimiento/muerte). El intercambio entre los
antepasados que reciben la ofrenda y los vivos que extraen su alimento de la T ierra atestigua
cómo la naturaleza culturalizada (la Tierra donde viven los difuntos) se alia a la cultura naturali
zada (los hombres del clan que cultivan, cazan, cocinan, etc.).
30 No se trata, evidentemente, de caer en el error del irenismo. El negro, privado de técnicas
eficaces, choca a veces dramáticamente con una naturaleza hostil -es conocida la vida penosa
de los bushmen perdidos en el desierto del Kalahari-, no siempre logran evitar la pobreza,
incluso el hambre. También el negro es capaz de depredaciones irreversibles, sobre lodo des
pués que conoció el efecto del colonialismo, que introdujo la primacía de la moneda y de las
culturas comerciales: incendios de la selva, pesca y caza excesivas.
M U E R T E F ÍS IC A Y MUERTE BIO LÓ G IC A 33
La m u e r te b io ló g ic a
al adolescente; y por último la muerte debido a l envejecimiento, cuya inexorabilidad es tanto más
evidente cuanto que los progresos de la medicina no la alcanzan, contrariamente a lo que
ocurre con las otras dos.
35 Las sociedades “arcaicas” se atienen en su mayoría a estos signos impresionistas: deteni
miento del corazón y de la respiración; luego, la aparición de la rigidez cadavérica. El último
aliento es interpretado con frecuencia como la partida del alma o del principio vital; a veces,
para facilitar este fenómeno, se arranca algunos cabellos de la cabeza.
36 Especialmente entre los abogados, los electrocutados, traumatizados o sujetos anestesiados
durante intervenciones quirúrgicas. Los signos de mantenimiento, incluso de “retorno a la
vida”, son a veces sorprendentes. Así, el doctor J . Roger, de la Sociedad de Tanatología, cita el
caso de un intoxicado por el talio, que permaneció más de tres años en ese estado; y aún más
extraordinario es el de un hom bre que quedó süperviviendo durante 17 años. Pero el ejemplo
más célebre es el del profesor soviético Lev Landau, premio Nobel de física en 1962, que
murió tres veces, “resucitó” las tres en el transcurso del mismo coma traumático y llegó a
retomar todas sus actividades. Murió en 1968. La guerra de Vietnam multiplicó los ejemplos
de G. I. “resucitados” gracias a las nuevas técnicas de reanimación. A la inversa, mediante la
transfusión y la respiración artificial (aparato de Engstróm), se logra m antener (en apariencia)
a ciertos heridos graves con vida; pero si se detiene la máquina, el corazón y los pulmones se
bloquean inmediatamente y de manera irreversible. Véase también Concilium 94, Mame, av.
1974, pp. 31-41, 137-144.
37 .Es sabido que el cabello, las uñas, la barba, pueden seguir creciendo durante un tiempo: a
veces hay que afeitar al difunto antes de ponerlo en el ataúd.
38 Si el sistema nervioso se destruye, el organismo, a pesar de ciertos signos de vida, no
puede considerarse vivo. En este caso, prolongar la vida no es otra cosa que prolongar la
agonía.
Actualmente hay dos postulados a tener en cuenta: la m uerte del cerebro equivale a la
f
M U ERTE FÍSICA Y MUERTE B IO L Ó G IC A 35
muerte; 1a alteración profunda del cerebro, atestiguada por dos electroencefalogramas llanos,
es irreversible. “El primer postulado parece sólido. Del ‘pienso, luego existo’ al ‘cerebro dueño
del hombre que lleva debajo’, el acuerdo es general. El segundo, en cambio, es menos seguro.
Si un día los datos que hoy se poseen para los seres inferiores pueden transponerse al hombre;
si las sustancias llamadas estimulinas son capaces de transform ar células conjuntivas indiferen-
ciadas en células cerebrales; si estas células nuevas pueden repoblar al cerebro deshabitado,
entonces el electroencefalograma se animará de nuevo, y con él las funciones del cerebro, la
vida. Entonces, las academias, las comisiones, los expertos, los legisladores y ministros, tendrán
que proponer una nueva definición de la muerte.” J . Bernard, “L’homme et sa mort”, en
Maitrisrr la vie, Desdée de Brouwer, 1972, p. 162.
:t” Veremos más adelante de qué manera los sistemas sodoc.uliuralcs han desarrollado este
lema de la “muerte en instancia” o de fa "muerte que se va produciendo".
40 Véase, por ejemplo, J . Hamburger, L a Puissance el la fragilité, Flamniarion, 1972.
41 Es lo que podría confirm ar el punto de vista de Bichat: “Se muere por el cerebro, el
corazón y el pulmón.”
36 LA M UERTE ES EN PLURAL
ción.42 Así, unos son negativos: abolición precoz de las funciones vi
tales (corazón-pulmones-cerebro): los otros positivos: atañen a todas
las modificaciones que desembocarán en el tejido cadavérico.
Por razones de conveniencia, diremos algunas palabras sobre los
signos precoces y semitardíos. Los primeros se explican por la pér
dida de las funciones cerebrales. De ahí la desaparición de las facul
tades instintivas e intelectuales, de la sensibilidad en todas sus for
mas, de la motricidad: el cuerpo queda en la situación que impone la
pesantez (“inmovilidad de la muerte”), es decir, “en decúbito dorsal,
miembros semiflexionados, la cabeza inclinada, la punta del pie
vuelta hacia fuera, el pulgar flexionado hacia el hueco de la mano, la
mandíbula inferior caída, la boca y los ojos abiertos”.43
Los signos semitardíos, en relación estrecha con los efectos físico-
químicos que provoca el detenimiento de las funciones vitales, ata
ñen más especialmente: al enfriamiento del cuerpo (acelerado en los
niños, los viejos, los accidentados, los ahogados, los operados; lento
entre los obesos y los crónicos); la deshidratación o pérdida de agua
(disminución sensible ddl peso en los recién nacidos, aparición de
placas apergaminadas en el cuerpo entre los adultos); la rigidez ca d a -■
vérica que sigue al relajamiento muscular (especialmente del mús
culo masticador y de los diversos esfínteres): entre algunos minutos y
algunas horas después de la muerte, la rigidez comienza por la cara,
la nuca, se extiende en seguida al tronco y a todo el cuerpo,44 luego
42 Volveremos sobre el problema del cadáver. Recordemos sin embargo que éste “se pulve
riza, se deseca o se licúa”. Una serie de insectos - “los trabajadores de la muerte”- facilitan la
acción m icrobiana. En promedio, y según la naturaleza del suelo, hacen falta de 4 a 6 años para
alcanzar .el estado de esqueleto. Sin embargo, señalemos que en un medio arcilloso se asiste a
una verdadera saponificación del cadáver, mientras que en terrenos arenosos o muy secos hay
deshidratación y excelente conservación: es conocido el “museo-convento” de los capuchinos
en Palermo, Sicilia, donde se puede ver, en medio de un decorado no desprovisto de teatrali
dad l idíenla, a cenieuas de esqueletos desecados. Véase R. Nicoli, Les ci metieres, sysíewe terminal de
l'anthropo.sphére, Bull. Soc. Tanate, 2, 1974, pp. 21-32.
43 Dr. S. Roger, íntroduction a une étude sur les criteres de mort somatique, Congreso f i a t - í f t a ,
íje ja , 1072. Véase igualmente J . Kd, Barhier, Thanatologie et Thanatojmixie, Tesis para el docto
rado de Medicina, Reims, 1969; Vitani, IJgislalion de la mort, Masson, 1962.
Se recuerda la celebre descripción de Hipócrates {De Morbi.s, Lib. II, secc. 5): “ Frente arru
gada y árida; ojo s cavernosos; nariz puntiaguda, bordeada de un color negruzco; sienes hun
didas, huecas y arrugadas; orejas blanduzcas en alto; labios pendientes; pómulos hundidos;
mentón arrugado y endurecido; piel reseca, lívida y plomiza; vellos de las narinas y de las
pestañas sembrados de una especie de polvo de un blanco apagado; rostro fuertem ente de
formado e irreconocible.”
44 La rigidez se extiende por todo el cuerpo y da lugar a una misma actitud corporal: man
díbulas apretadas, músculos masticadores tiesos, miembros superiores en flexión, los inferiores
en extensión, así como hiperexcretensión de la cabeza sobre el tronco. El corazón se ha endu
recido, la miosis deja lugar a la midriasis. Es un fenómeno constante, pero de una intensidad
M U ERTE FÍSICA Y M U E R T E BIO LÓ G ICA 37
variable según los individuos. Signo capital: no se reproduce jam ás, si ha sido roto.. Dr. J .
Roger, op. cit., 1972.
45 Ellas van desde el rojo claro al pardo oscuro o al azul: claros mínimos luego de grandes
hemorragias, rojo carmín si hubo asfixia al CO, rosa claro en los ahogados, oscuros en el caso
de asfixia, azul pizarra en ciertas intoxicaciones, amarillo verdoso en las infecciones hepáticas.
46 La rigidez fija al cadáver en esta actitud (rostro sin mirada, con el globo ocular vuelto
hacia arriba); de ahí el hábito de cerrar los ojos del difunto.
47 En Francia, el Ministerio de Salud Pública recomendó en su circular núm. 38 del 3 de
febrero de 1948 toda una serie de tests científicos para comprobar el diagnóstico de la muerte.
48 Existen comas que se deben a afecciones duraderas del sistema nervioso.
38 LA M U E R T E ES EN PLU RA L
49 La angustia de ser enterrado vivo era todavía tan intensa en el siglo s i n , que dio origen a
una legislación un tanto ridicula. En 1848, E. Bouchut debió escribir un libro resonante-que el
Instituto premió—para disipar estas fantasías.
Se lee en Crapouillot, núm 69, junio-julio de 1966, debido a la pluma de J . Delarue: “Si usted
despierta en su ataúd", el curioso dispositivo inventado por Krichbaum en 1882 permitía ob
servar la aparición de signos de vida en el interior del cajón y dar así la alarma (pp.40-45). En
una perspectiva diferente, señalemos el *uso de esos místicos japoneses que, después de absor
ber tanino en cantidad apreciable, se hacían enterrar vivos pero ya en estado de endureci
miento avanzado; cuando la campanilla que estaba cerca de ellos dejaba de sonar, era la señal
de que habían muerto. Volveremos a hablar de este punto.
50 Esta desgracia le ocurrió a una joven inglesa (Le Monde del 15 de abril de 1970), y más
cerca de nosotros a dos franceses para los que se habían expedido ya el permiso de inhumarlos.
M U E R T E FÍSICA Y M UERTE B IO L Ó G IC A 39
fi4 E. Morin, L'homme el la mort> Seuil 1970, p. 343. El autor agrega más adelante*. “O más
precisamente, es como un pasadizo barrido por las ráfagas de ametralladora de la muerte
cuántica, es la comunicación ADX-proteínas, la comunicación genotipo-fenotipo, es decir lo que
hace que viva el genotipo, que de otro modo sería simple ácido aminado, lo que mantiene la
vida del fenotipo, que de lo contrarío se degradaría inexorablemente. Dicho de otro modo,
donde surge la muerte es en esta circulación misma que constituye lo más íntimo de la vida. No
es en el funcionamiento de la vida, sino en el funcionamiento de este funcionamiento donde
recide su talón de Aquíles” (p. 344). Véase asimismo J . Monod, op.cit., p. 126.
65 H. H am burger nos habla, en efecto, de dos muertes del hombre: la muerte natural, “mo
mento normal de nuestro destino biológico”, tanto como lo es el crecimiento, la pubertad o la
menopausia, y la muerte accidental, “que provoca antes de tiempo un acontecimiento sobreagre-
gado”, esto es, la enfermedad. Es por cierto sobre la segunda, que la medicina puede actuar
(op. cit., 1972, pp. 115-117). Pero si la vejez, aunque esté predeterminada genéticamente, se
definiera (fenoménicamente) como enfermedad (natural) fuente de enfermedades (accidenta
les), sería entonces posible luchar contra el envejecimiento, viejo sueño desde Metchnikoff
(Essais optimistes, Maloine, 1914), B o g o m o le t{Comment prolonger lavie, fcdit. Sociales 1950), Me-
talnikov, Voronof. Véase, especialmente dr. J . J . Maynard Smith, Tapies in the hiology oj Aging, P.
L. Krohn ed., J . Wiley and Sons, Nueva York, 1966. Después del célebre suero de Bogomoletz,
se habla hoy de necro-hormonas, de sueros cito-tóxicos, de injertos de órganos; ¡a menos que
se prefiera la criogenización en espera del remedio milagroso!
M U ERTE F ÍS IC A Y M U ERTE BIO LÓ G IC A 45
1971, p. 170). En efecto, más allá de las actitudes del individuo, es preciso buscar las intencio
nes ocultas <lc la especie.
77 1\ de La Grange, Les animaux en-péril, Nathan, 1973. Se nos muestra cómo el instinto
mortífero -Júdico o com ercial- del hombre, destruye las especies animales. Uno de los casos
más dolorosos de hoy es el de la ballena exterm inada por los pescadores soviéticos y japoneses.
Véase también Le Sauvage, núm. 9, 1974: “Les animaux malades de Phomme”, pp. 36-51, y
sobre todo P. Gasear, L ’homme et ¡'animal, A. Michel, 1974.
78 De hecho todo ocurre quizás como si hubiera subordinación de la especie “al gran desig
nio misterioso de la Vida”, así como hay subordinación del individuo a la especie. Véase Conci-
lium 94, op. cit., pp. 43-47.
79 !,.es dcuy s o n r e í de la inórale et de la religión, Pl'i-', 1932.
í‘° Véase el a i pimío sobre la muerte y el animal. También en éste la muerte está programada
consecutivamente a la reproducción: de ahí la m uerte del macho después del acto sexual en la
abeja, <> la mantis religiosa . .. •
No cabe menos que admirarse ante la prodigalidad asombrosa de la naturaleza. La vida gasta
M U ERTE F ÍS IC A Y M U ERTE BIOLÓGICA 49
sin tasa ni medida para sobrevivir: una sola emisión de líquido seminal de un hombre contiene
300 millones de espermatozoides (equivale a la población de Europa occidental). Diez emisio
nes iy es toda la población del globo! Cuatrocientos mil óvulos en el ovario de una niña al
nacer, de lo.s cuales sólo 4 0 0 serán em itidos, a razón de uno todos los 2 8 días durante treinta
años de la vida genital de la mujer. Así, se invierten miles de millones de espermatozoides,
centenas de millares de óvulos, para que de una sola pareja haya algunas posibilidades de que
nazca uno, dos o tres niños (Dr. Marois).
81 Subordinación que aparece a dos niveles: sucesión de las generaciones, por cierto, pero
también regulación demográfica. Durante la hambruna de 1877 en Madras se asistió a una
reducción brutal de la población, fruto a la vez de una mortalidad aplastante y una baja de la
natalidad (de 29 a 4 por mil habitantes). L a guerra también podría analizarse desde este punto
de vista. “Se sabe que para el biólogo, la guerra es un fenómeno natural que oculta, tras mil
pretextos diferentes y episódicos, un estado permanente de agresividad entre los grupos hu
manos. La agresividad personal, otro fenóm en o seguramente innato e irracional, com o lo de
muestran su misma futilidad e inadecuación, es quizás también un instinto destinado a favore
cer la muerte, reguladora de las densidades humanas excesivas. En su Política, Aristóteles es
cribía ya que' la reproducción anárquica d e la especie humana favorecía la revolución y el
crim en” (J. Ilnmburger, op. cil., 1972, p. 133). Sin embargo, hay que admitir que esta regula
ción no tiene la eficacia que nos muestran los equilibrios bióticos naturales. Desde el año 0 de
nuestra era hasta el año 2000, la especie hum ana habrá pasado de 250 millones de personas a 8
mil millones.
82 **[ ••-]no olvidemos que un ser vivo, uno solo, pero él solo, ha logrado sobrevivir desde
hace dos mil millones de años, probando de ese modo que era capaz de escaparle a todos los
deterioros cuánticos. Y este ser viviente, el prim ero, está presente en cada uno de nosotros, en
todo ser viviente en el mundo. Hay que decir que esta amortalidad en nosotros de la primera célula se
debe a su evolución, al cambio a través de la multiplicación y la proliferación. Pero esto nos indica que
entre la miríada de mutaciones mortales, hay otras que, por el contrario, han salvado de la
muerte al ser originario, y asegurado, a través de su diáspora, sus desarrollos, sus metamorfosis
y sus progresos; su continuidad” (E. M orin, op. cit., 1970, p. 345). Por lo demás, se nos dice que
la tierra será habitable todavía durante 6 mil millones de años, de modo que la humanidad no
habría recorrido hasta ahora más que u n a pequeña parcela de su camino.
50 LA M U ERTE ES EN PLURA L
83 Así M. Mauss, al destacar la “tiranía” que ejerce el grupo sobre el individuo, nos habia de
muertes “causadas brutal, elementalm ente a numerosos individuos[. . . ] simplemente porque
ellos saben o creen (lo que viene a ser lo mismo) que van a m orir” (Sociologie et anlhropologie,
PUF, 1950, cuarta parte, pp. 313-330). J . G. Frazer {The f e a r o f the dead in primitive religión, 3
volúmenes, 1933-36) ha subrayado también cómo el temor a la muerte era poco pronunciado
en el “primitivo”. Es que “la participación del individuo en el cuerpo social es un dato inme
diato contenido en el sentim iento que él tiene de su propia existencia”. Véase también Levy-
Bruhl, Carnets, puf, 1949, pp. 106-107, y P. L. Landsberg, Es sai sur l’experience de la mort, Seuil,
1951, cap. ni.
84 L. V. Thomas, “Le pluralisme cohérente de la notion de personne en Afrique noire tradi-
tionnelle” en L a notion de personne en Afrique noire, cn rs, 1973, pp. 387-420.
85 Véase más adelante: De la corrupción a lo imaginario (cuarta parte).
M U ERTE FÍSICA Y M UERTE B IO LÓ G IC A 51
L A M U E R T E SOCIAL
Se puede considerar que hay muerte social (con o sin muerte bioló
gica efectiva) toda vez que una persona deja de pertenecer a un
grupo dado, ya sea por límite de edad y pérdida de funciones (de-
functus ydifunto se em parentan), ya que se asista a actos de degrada
ción, proscripción, destierro, o bien que estemos en presencia de un
proceso de abolición del recuerdo (desaparición sin dejar huellas, al
menos a nivel de la conciencia).
Habría seguramente que referirse a la resonancia política o social
de algunas muertes, directamente o por sus consecuencias: asesinatos
políticos (Luis XVI, duque de Enghien, drama de Sarajevo, muerte
del presidente Kennedy o de Vassilos Vassikilos-wase la película Z de
Costa Gavras); suicidios por impugnación o protesta: el de Yan Palach
contra las tropas soviéticas en Praga; el de los bonzos contra la gue
rra de Vietnam; muertes políticamente recuperadas: negros emigrados
intoxicados en Aubervilliers, asesinato de Overney ante las fábricas
Renault, diversos accidentes d e trabajo, etc.; sus exequias provienen
a veces del mitin político. En este sentido, la muerte de Cristo, por
sus consecuencias socioculturales, es el prototipo de m uerte social
entendida de esta manera.3
3 Véase N. N,L a Mort du Christ, L um iére et Vie, T . XX , 101, enero-m arzo de 1971.
4 Hay, por lo tanto, dos niveles a to m a r en consideración: pérdida individual y sobre todo
grupal del recuerdo; extinción del soporte físico-social del recuerdo; el individuo, el linaje, a la
postre el clan. Por lo demás, es conocido el anatema judío: "Malditos sean tu nombre y tu
memoria.”
54 LA M U ERTE ES EN PLURA L
5 En un sentido, es como si estas creencias tuviesen por finalidad luchar contra la inevitabili-
dad de la muerte escatológica, cuyo carácter culpabilizador para los sobrevivientes (si hay so
brevivientes) no requiere demostración, y que tiende a la permanencia, o mejor todavía, a la
reproducción del grupo considerado (clan, tribu, sociedad cristiana).
6 Esta imprensión de aniquilación definitiva, de vacío total, obsesiona a veces a los vivos.
“Nunca le había parecido la vida tan tonta y tan vana. ¿Qué quedaría de él, de los frutos de su
trabajo, de su obra, cuando hubiera dejado de vivir? ¿Quién pensaría en él, quién citaría su
M U ERTE SOCIAL 55
cena de años de los pedidos de misas por el descanso del alma del
“querido desaparecido” (una encuesta reciente 7 en la región pari
siense evalúa esa disminución en cerca del 70%) abona en el mismo
sentido. Inversamente, el amnésico (recuérdese la excelente pieza de
Anouilh, El viajero sin equipaje), más todavía que el que ha perdido
sus “papeles" (¡o el apatrida a quien se los niegan!), se convierte tam
bién en un muerto social: no tiene ni papel que desempeñar, ni esta
tuto, ni función. A veces hasta se ve obligado a andar a la búsqueda
-dolorosa- de su identidad.
Y si pasamos del individuo al grupo, sólo los muertos célebres
-desde los héroes políticos a los artistas de cine- logran escapar du
rante un tiempo -sobre todo si un monumento o el nombre de una
calle recuerda que existíerDn- a esta fuerza devastadora del olvido. Y
sin embargo, los medios de conservar las huellas de una vida son hoy
más numerosos y eficaces que nunca (fotografía, sonido, etc.), a tal
punto que la posibilidad de una “mnemoteca para el año 2000” no
debe desecharse.
En nuestros días, el progreso en el tratamiento de la información y
de la sistemática hace técnicamente posible y utilizable la memoriza
ción de todos los datos útiles concernientes a la antropología y la
tipología de cada difunto. La miniaturización de los documentos vi
suales o sonoros, mediante filmes, micro fichas, bandas magnéticas y
“memorias”, nos ofrece todos los medios para una conservación co
rrecta en volumen reducido. “El verdadero problema es el de la elec
ción de los datos y su normalización en vistas al tratamiento de estas
informaciones, por una parte en lo que se refiere a la investigación
analítica de las correlaciones dentro de una bi9 grafía personal y por
otra en lo relativo a la investigación estadísticá[. ..] Dado que es po
sible lograrlo, se debería prever y estudiar la constitución de mnemo-
tecas en las necrópolis del futuro, en función de la experiencia del
pasado, datos del presente y posibilidades del mañana. Más que las
estelas recordatorias corrientes, las mnemotecas serán verdaderos
monumentos psíquicos que compensarán ampliamente la necesaria
reducción de los mausoleos, reutilizándose lo que se economice en
éstos en una conservación del recuerdo más conforme con las ten
dencias de nuestra época y de nuestra civilización. Se advierte que
esta prospectiva se sitúa perfectamente en la línea tradicional puesto
nombre, quién recordaría su rostro, el sonido de su voz, el color de sus ojos? {Qué absurda ía
lucha que libró por los suyos, olvidándose de vivir él mismo!” T . Owen, Ceremonial noctume et
autres contes imolites, Marabout, 242, 1966, p. 30.
7 Entrevistas realizadas con sacerdotes por uno de nuestros estudiantes, a iniciativa nuestra.
La investigación prosigue todavía.
56 LA M U E R T E E S EN PLURAL
que reaviva el recuerdo del muerto al actualizar sin cesar las infor
maciones legadas por él; que perfecciona el diagnóstico de la muerte,
y por lo tanto el respeto por los restos corporales, en ciertos casos
con prolongación del don de la vida; y que, en fin, el hombre más
humilde figuraría en esa estela común junto al más notable, partici
pando los dos de la misma estructura, símbolo del cuerpo místico de
la humanidad.” 8
Muerte exclusión
La muerte exclusión aparece bajo una luz diferente según que vaya
acompañada de muerte biológica o no. Los condenados a muerte
parecen doblemente excluidos; primero por el hecho de su ejecu
ción, por cierto, pero también en cuanto se hace difícil rendirles
“cuito” porque, o bien su tumba permanece anónima (el sector de los
supliciados en el cementerio de Ivry), o simplemente porque se ha
tomado buen cuidado de dispersar las cenizas (caso de los jefes nazis
ahorcados después del proceso de Nuremberg). La práctica de la
tumba secreta es muy; conocida. El negro africano entierra clandesti
namente al que ha tenido una mala muerte (leproso, brujo, mujer
muerta de parto, iniciado que muere en el bosque sagrado); y más
recientem ente las autoridades checas han hecho desaparecer la
tumba de Yan Pallach, objeto de peregrinaje por parte de los que no
habían aceptado el fin de la primavera de Praga. A menos que, más
sencillamente, se prefiera enterrar al proscripto en un lugar inacce
sible (fue el caso de Pétain en el fuerte de la isla de Ré).
La prohibición en la Edad Media de sepultar al muerto en el ce
menterio de los “elegidos” (personas muertas a causa del cólera, de la
peste, o heréticos, cismáticos, brujos, bailarines v diversos artistas del
espectáculo), tanto como la negativa de conducir a Pétain a Douau-
mont, proceden de la misma mentalidad. Un caso curioso a señalar
es el decreto emitido por las autoridades de Gabón: el condenado a
muerte no es ejecutado, sino privado de todos sus papeles oficiales y
excluido de la comunidad; en este caso, la muerte social sustituye a la
muerte efectiva.9
“Es posible que el problema del envejecimiento vaya a ser uno de los
más difíciles de resolver en la sociedad del mañana. Es posible que la
longevidad aumente considerablemente, que el periodo de madurez
del hombre se prolongue y que esta madurez no encuentre aplica
ción útil.” 12 Más que cualquier otro entre los humanos, los viejos, al
1. La jubilación
general del que hemos tratado de definir sus etapas principales. Sin embargo, se nos podría
objetar que el vacío social que hemos llamado muerte, puesto que el sociólogo no puede captar
la muerte más que en hueco, por ‘ausencia’ (ausencia d e actividades sociales, etc.), no es de
hecho sino el reverso de la sabiduua, de una vida interior intensa que las herram ientas del
sociólogo no permiten aprehender. Sin embargo nos ha parecido a través de este estudio, que la
jubilación-jubilación no es una práctica que se vive con serenidad, sino que los interesados la
experimentan de una manera coniliaual, incluso dramát ica a veces. Para los que atraviesan por
ella, la jubilación-jubilación es un periodo d e crisis, enm arcado ¿*»tre la vida de trabajo y el
horizonte fijo de la m uerte” (A. M, Guiílermard.op. cit., 1 972, p. 23¿.) Véase Gerontologie 74,núrn.
14, abril de 1974.
16 No solamente disminuyen muy sensiblemente los recursos habituales (a los 65 años el
trabajador en Francia se jubila con una tasa de retiro del 40% por el régimen de base y de 20%
por los retiros complementarios), sino que muchos tienen apenas con qué subsistir: 2 300 000
jubilados tenían todavía, en 1972, menos de diez francos por día para vivir, lo que, como se
adivina fácilmente, incide sobre la alimentación (“se vengan en el pan” es una fórmula que se
escucha con frecuencia) y el vestido (se nota una disminución de ios gastos en este rubro que
van del 11 al 19%). A título indicativo, señalemos que en 1962, las jubilaciones representaban el
8.40% del pnb de Alemania, contra 4.96 en Francia; en 1967, las cifras eran, respectivamente,
9.2% y 6.52. A esto se le agrega el hecho de que las jubilaciones se perciben trimestralmente, lo
que nó aeja de tom ar desprevenidos a ios que eran pagados por hora, por semana, por quin
cena o por mes: “Esto requiere una adaptación sin precedentes, que obliga a una gimnástica
del espíritu para equilibrar de manera acrobática un presupuesto exiguo”, subraya H-. Reboul,
op. cit., 1973, pp. 96-97 (de ahí la costumbre de com prar el carbón en verano porque cuesta
más barato.
17 Según A. M. Guillemard (investigación sobre los subsidios de la caja de jubilaciones
inter-empresas), el 15% están aislados de toda relación; el 50% de los obreros rio tienen más
que tres contactos por semana. Según algunos investigadores del c n r s , el 8% de los adultos
ignoran si sus padres viven o están muertos.
60 LA M U E R T E ES EN PLURAL
2. E l asilo
Desde la perspectiva que nos interesa, el asilo es a la vez la conse
cuencia de la muerte social y su instrumento más perfeccionado.
Opera sobre un doble registro, puesto que al institucionalizar la alie
nación del viejo, libela de culpa a las familias que se desembarazan
así de padres que se» han vuelto molestos, dándoles buena concien
cia,20 y también a la sociedad que ha creado la institución de asisten
cia: de tal manera que se puede decir que el asilo absorbe con los
viejos la angustia y la culpabilidad del grupo.
Las motivaciones para entrar en el asilo de viejos,21 responden a
tres situaciones bien conocidas por los geriatras: la reducción de la
autonomía (corresponde a la disminución de los medios físicos e inte
lectuales, que la debilidad de las posibilidades económicas no permite
compensar con la adquisición de servicios); el aislamiento, donde con
18 J . P. Vignat, Le vieillard, l ’hospice et la mort, Masson, 1970, p. 58. El autor tiene razón
cuando agrega: “La jubilación representa literalmente que el sujeto retira su afectividad de
diferentes objetos en los que la había proyectado al construir su mundo social y profesional.
Tod a la economía psíquica va a tener que reorganizarse, movilizarse, y el sujeto tendrá que
constituir un nuevo equilibrio gracias a nuevas inversiones de su afectividad (en sentido f'reu-
diano). Una angustia muy importante se pondrá entonces en movimiento, y se puede manifes
tar toda una serie de perturbaciones más o menos graves ”
19 Los suicidios son más numerosos en los sectores extremos de la sociedad: las clases inuy
pobres (sobre todo por razones económicas) y entre los que ocupaban un puesto de comando o
de responsabilidad (éstos por razones psicosociológicas: sentimiento d e vacío, impotencia e inu
tilidad).
20 No hay más que analizar los argumentos invocados a menudo: “allí estará seguro”; “se
ocuparán de él”; “no tendrá Frío”, “se hará de amigos", “los niños no lo molestarán”, “iremos a
verlo una vez por mes”.
21 De hecho, nadie entra en el asilo: se lo mete en él. Véase: R. Fesneau, Le vieillard et sa morís a
l'hospice, Bu|l. Soc. Thanoto., 2, 1074, pp. 10-20; M. L. Llouquet, Les trois mort du vieillard en
hospice, ibid., 3, 1974, pp. 75-96: se trata sucesivamente del ingreso en el asilo o muerte cercana,
de la vida en el asilo o muerte sociopsicológica y por último de la muerte propiamente dicha.
M U E R T E SOCIAL 61
L a m u e r t e d e l o s h e c h o s s o c ia l e s
Como todo lo que existe, los hechos sociales están sometidos a la ley
del tiempo: nacen, se desarrollan, alcanzan su apogeo, se estancan,
periclitan y desaparecen, a veces sin dejar huella.
cadáver y establecer su identidad. En este artículo 81 del Códigci Civil no se habla tampoco de
la actitud del médico tratante, el que no ha sido designado especialmente para comprobar el
Fallecimiento.
El Código de Procedimiento Penal y su circular de aplicación se preocupan también de esta
comprobación del fallecimiento, o en todo caso deí descubrimiento de un cadáver. Se trata del
artículo 74, que establece que cuando se descubre un cadáver, si )a causa de la muerte es
desconocida o sospechosa, el procurador de la República puede trasladarse al lugar con una
persona capaz de asistirlo.
28 Véase Ch. Vitani, Législation de la Mort, Masson, 1962, cap. U. El autor recuerda la comple
jidad de los casos particulares: personas no identificadas; no establecimiento de la fecha del
deceso; fallecimiento a consecuencia de actos de violencia; condenados a muerte; fallecimientos
en viajes; personas muertas en el campo de batalla; m uertes producidas por un cataclismo;
presunción de fallecimiento y desaparición; tutores de incapaces; extranjeros; fetos y nacidos
muertos; pensionados; desaparecidos en caso de guerra; oficiales superiores y miembros de la
legión de honor, etc. Consúltese también Mort naturelle et mort violente. Suicide et sacrifke, informe
al 4o. Congreso de la Sociedad Francesa de Tanatología, Masson, 1972, primera parte: La
certificación del fallecimiento; y en la segunda parte, M. Margea y Dr. Ch. Gignoux: Suicidio y
seguro.
29 Véase J . Potel, Mort á voir, inort a vendre, Desclée, 1970.
64 LA M U ERTE ES EN PLURAL
30 Por ejemplo, “Muerte lenta de una religión”, titula Monde al tema del confucionismo
japonés (3 de ju lio de 1969); “La muerte de la Iglesia” se titula un reportaje át\Nouvel Observateur
(30 de ju n io y 6 de julio de 1969). “El suicidio de los pequeños comerciantes” es la expresión
elegida por e lN ouvel Observateur, núm. 471 (noviembre de 1973), para su carátula. Véase también
R. Hostie, “V ie et mort des ordres réligieux”, Concilium 97, Mame, 1974, pp. 21-30.
31 “¿Un destino ineluctable? La muerte de Venecia” es un artículo sensacionalista de Le
Monde (26 de julio de 1969). Véase J . Jacobs, The death and Ufe o f great cities, Random House,
Nueva York, 1961; E. A. Gutkind, Le crépuscule des villes, Stock, 1962; S. Salkoff, L'ltalie des
villes du silence. Mort d'une ville commune> 3er. ciclo, París-Sorbona, 1974; G. Beau, Vie ou mort du
Larzac, Solar, 1974.
32 C. Ju lien , Grasset 1972. Véase también R. Giraudon, Démence et mort du théátre, Casterman,
1971. H. Lésiré-Ogrel, en su libro Le syndicat dans l'entreprise, habla extensamente de la vida y la
muerte de los sindicatos.
53 D. Cooper, Seuil, 1972. Toda una colección de Calmann-Lévy está dedicada a “Naci
miento y M uerte”.
34 Véase A. T ouraine, Vie ou mort du Chili populaire, Seuil, 1973.
35 La desaparición de un semanario italiano fue anunciada de este modo: “La muerte de la
Fiera Letteraria”.
Por último, no olvidemos algunas expresiones corrientes como ''enterrar sus locuras de ju
ventud” o “en terrar sus ilusiones". Las actitudes en los dos casos son diferentes: fiestas y orgías
en la primera, tristeza o resignación en la segunda.
M U E R T E SOCIAL 65
116 Por más precisiones en estos temas, véase P. Pitot, Cinema de Mort, Edit. du Signe, París,
1972.
37 Seghers, p. 43.
66 LA M U ERTE ES EN PLU RA L
38 ¿No hablamos en el mismo sentido de la m uerte del cine, del teatro, de la música o al
menos de un determinado cine, de un determinado teatro, de una determinada música? Re
cuérdese también la declaración de J.L . Barrault en plena exaltación de mayo 1968: “ijean
Louis Barrault ha m uerto!”
39 Changer ou disparaitre. P lan pou rlasu n ñ e”, obra colectiva: Ed. Goldsmith, R. Alien, M. Allaby,
J . Davull, S. Lawrence, Fayard, Collection Ecologie, 1972.
40 R. Dumont, Seuil, 1973.
41 Oraisonsfuiiebres, Gallimard, 1960, pp. 57*58.
42 En ia página 60, Malraux concluye: “Resurrección gigante, ante la cual el Renacimiento
nos parecerá pronto un tímido esbozo. Por prim era vez, la humanidad ha descubierto un
lenguaje universal del arte. Nosotros experimentamos claramente su fuerza, aunque conozca
mos mal su naturaleza. Sin duda esta fuerza logra que este Tesoro del Arte, del que la huma
nidad toma conciencia por primera vez, nos conceda la más brillante victoria de las obras
humanas sobre la muerte. Al invencible ‘nunca más* que reina sobre la historia de las civiliza
ciones, este Tesoro sobreviviente opone su solemne enigma. Nada queda del poder que hizo
surgir a Egipto de la noche prehistórica; pero el poder que hizo surgir a los colosos hoy ame
nazados, las obras maestras del museo de El Cairo, nos habla con una voz tan alta com o la de
los maestros de Chartres, como la de Rembrandt. Con los autores de estas estatuas de granito,
no tenemos en común ni el sentimiento del amor, ni el de la muerte -n i siquiera quizás una
M U ERTE SO C IA L 67
manera de contemplar sus obras-; pero delante de ellas, el acento de las esculturas anónimas y
olvidadas durante dos milenios, nos parece tan invulnerable ante la sucesión de los imperios
como el acento del amor materno” (pp. 55-56).
43 G. Niangoran-Bouah, Le viilage aboure, Ch. Et. Afric., 2 de mayo de 1960, p. 86.
Toda sociedad conoce, en todo caso, “tiempos de muerte”, que se viven como “en cámara
lenta”: cuando fallece una persona importante en el África negra, el poblado puede “dejar de
vivir” durante una semana. Entre nosotros, durante las vacaciones, las ciudades se vacían y se
convierten en ciudades muertas. Sobre el tema vida-muerte-renacimiento, citemos una cos
tumbre cada vez más frecuente, propia de las sociedades comerciales que, para escaparle al
fisco, depositan su balance o dan quiebra para renacer después con otro nombre.
44 “ Las casas mueren al mismo tiempo que los que las construyeron y renacen -nuevas y en
el mismo lu g ar- para que vivan.quienes han de sucederlos. No solamente las casas, sino tam
bién los cementerios mueren en los Cárpatos”, escribe V. Gheorghiu en su destacada novela L a
maison de Petrodava, Plon, 1961.
68 LA M U ERTE ES EN PLU RA L
45 R. Mehl, Le vieillissement et la mort, p u f , 1956, pp. 61-62 “¿Es razonable pensar -se pre
gunta G. Steiner (La culture contre Vhornme, Seuil, 1973)- que cada civilización avanzada segrega
sus tensiones, sus impulsos suicidas? La unidad precaria de una cultura altamente diversifi
cada, turbulenta y timorata a la vez, ¿está condenada por definición a la inestabilidad y luego al
estallido”, como una estrella que, al alcanzar su masa crítica, se destruye proyectando “esa
llamarada que asociamos con las grandes culturas en su fase term inal”? véase cap. 11.
46 “Varias culturas primitivas desaparecen hoy a una velocidad acelerada en el mundo en
tero. Los tasmanios vieron llegar su fin. Los yahgans de la T ie rra de Fuego, que estudió Dar-
win, están virtualmente extinguidos, y hay cada año menos aruntas en Australia, y negritos en
las Filipinas, menos aleutianos en Alaska y ainús en el Jap ón , menos bosquimanos en África del
Sur y polinesios en Hawai. Aun cuando la paz se hiciera inmediatamente en Vietnam, la cultura
vietnamita está ya destruida p o r los mismos medios que em plearon los americanos para des
truir a las culturas indígenas: la violencia militar, el hambre, la enfermedad y la pacificación.”
M U E R T E SO C IA L 69
Ocurre a veces que el pueblo oprimido conserva su energía y lucha obstinadamente contra su
destrucción. Véase por ejem plo R. Mauries, Le Kurdistan ou la mort, R, Laffont, 1967.
Véase también Vilma Chiara, “Le processus d’exterm ination des Indies du Brésü”,¿¿5 Temps
Modemes, 270, diciembre de 1968, pp. 1072-1079.
50 Homer Aschman, The Central Desert o f B aja California: Denography and Ecology (Ibero-
Americana: 42), Berkeley, Univ. o f California Press y Cambridge Univ. Press, 1959. Véase
también Cl. Vanhecke, “La politíqueindigénisteau Brés\V\Le Monde, 28-29 de octubre de 1973; y
por último la obra colectiva Le peuple esquimau aujourd’hui et demain (Mouton, 1974) y el destacado
libro de P. Clastres, Chronique des Indiens Gmyaki (Plon, 1972).
Se cita el caso de un grupo de indios famélicos que recorrió 300 kilómetros a pie para llegar
a suplicarle en vano al “comisario” que se les permitiera cumplir sus ritos. La expoliación
reciente por el gobierno del Mato Grosso de tierras no delimitadas que no figuran en catastro
precipita a los bororo hacia una destrucción ineluctable.
M U ERTE SO CIA L 71
54 Op.ciL, p. 424. Por lo tanto, a nuestro juicio deja de haber mala conciencia.
M U ERTE SO CIA L 73
“Sobre el tema del fin del mundo, de la parusía apocalíptica, véase R. Kaufmann, Milléna-
risme et acculturaiion, Instituto de Sociología de la Universidad Libre de Bruselas, 1964; H.
Desroche, Sociología de la Vespérance, Calmann-Lévy, 1973; M. Gallo, “La fin du monde”, Express
del 13-19 de agosto de 1973; y la película E l planeta de los simios.
50 Tem a desarrollado a menudo por R. Dumont, especialmente en Nous aüons a la Famine,
Seuil, 1966; Paysanneries aux abois, Seuil, 1972. El hambre que azotó recientemente a la Sahel
africana hizo numerosas víctimas. En Etiopía sola, cerca de cien mil.
61 Abunda la literatura sobre este tema. A título indicativo citemos la colección Ecologíe,
publicada por Fayard, especialmente P. y A. Ehrlich, Population, ressources, environnement, 1972;
F. Fraser Daiing, Uabondance dévastatríce, 1971; “T h e ecologist”, changer ou disparaitre, 1972; y la
obra colectiva Halte a la croissance, que comprende un estudio de J . Delaunay, “Enquéte sur le
Club de Rome” y un estudio de D. H. y D. L. Meadows, J . Randers, W. W. Behresn, “ Rapport
sur les limites de la croissance”, 1972. Por otra parte es sabido que los trabajos del m i t (Massa-
chusetts) y del Club de Roma contienen algunos errores de programación y de cálculo que
invalidan algunas de sus conclusiones.
M U ERTE SO CIA L 75
S o c ia l iz a c ió n d e l a m u e r t e : l a i n s t i t u c i ó n y e l c ó d ig o
incorporar elementos positivos y para la cual cada conquista representa una victoria sobre la
muerte. Simplemente nos bastaría reconsiderar la filosofía de la historia que nos lia legado el siglo
s is y remplazar la idea de evolución progresiva por la de revolución, de ruptura, de m uerte
aparente. Entonces la historia retomaría para los hombres su virtud tonificante, entonces nuestra
conciencia de la muerte perdería su acuidad. Si puede encararse esta hipótesis, si la conciencia de
la muerte que hemos tenido hasta aquí permite todavía esta escapatoria, es porque todavía no
hemos encontrado una experiencia específica que nos muestre a la muerte ligada a todo proyecto
humano”. R. MehI. op. cit., 1956, pp.62-63.
,ui Véase Protection des droits de l’h&tnme, 8a mesa redonda del CIOMS, Ginebra, 1974.
M U E R T E SO C IA L 77
L a muerte y el código
Numerosas disposiciones jurídicas reglamentan los derechos de los
difuntos, así como los derechos y deberes de los sobrevivientes, ex
presando así la continuidad de la sociedad. Veamos algunos ejem
plos.
La protección de los derechos del individuo está garantizada en
Francia por la ley del 15 de noviembre de 1887, que estipula que
todo hombre en estado de testar puede reglamentar en vida las mo
dalidades de sus funerales y disponer de su cuerpo después de la
muerte, precisando su destino.70 La libertad de los funerales aparece
especialmente en los dos artículos que se trancriben:
A rtículo 2.-N o p od rán estab lecerse jam ás p rescrip cio n es p articu lares aplicables a
los funerales en razón d e su c a rá cte r civil o religioso ni siquiera por vía d e d e
creto .
A rtículo 3 .-T o d a p erso n a m ay o r, o m en o r em an cip ad a, en estado de testar, p u ed e
d isp oner las con dicion es d e sus fu n erales, esp ecialm en te en lo que atañe al c a r á c
ter civil o religioso a asig n arle, y al m odo de sep u ltu ra.
Esta ley tuvo por efecto hacer que im perara en Francia una mayor
decencia en ías actividades de las empresas funerarias.73
72 Las prescripciones religiosas son frecuentes en este dominio. El Islam, por ejem plo, exige
el respeto al cuerpo y al cadáver (Corán, S. X X X , versículo 30); por las mismas razones prohíbe
la mutilación o ablación y la incineración. Sólo muy recientem ente (Papa Juan X X III en 1964)
el cristianismo levantó la prohibición de la cremación, hasta ese momento “práctica pagana”.
73 Véase L ’organisation des funerailles en Frunce, folleto editado en Francia por iniciativa de la
Asociación europea de Empresas de Pompas Fúnebres, 1970. Los principales textos legislativos
o reglamentarios referentes a las pompas fúnebres en Francia, son los siguientes: ley del 15 ele
noviembre de 1887 sobre la libertad de los funerales; decreto del 27 de abril de 1889 que
80 LA M U E R T E ES EN PLURAL
De la institución-norma a la institución-edificio
La sociedad no previo sólo una normativa, a menudo compleja, a
veces minuciosa; también concibió instituciones-edificios: obituarios,
morgues (médicas o de enseñanza, hospitalarias, judiciales), cámaras
fun erarias, institutos médico-legales (destinados a recibir a las personas
tallecidas de muerte violenta,74 y que deben mantener relaciones es
trechas con las cátedras de medicina legal en las ciudades universita
rias), los athanees o formas modernas de “Casas de los Muertos”, que
facilitan una “transición indispensable entre el lugar del deceso y el
cementerio”; 75 los crematorios (Francia posee sólo once, pero están
proyectados dos más; mientras que el Reino Unido posee 204, Ale
mania Federal 65, Suecia 63); en fin los osunos y por último los cemen
terios, algunos de los cuales cuentan con fosa común y un sector
prestigioso reservado a los “muertos en la guerra”.
En fin, recordemos el lugar importante que se le concede a ciertos
monumentos, cuyo valor simbólico y poder evocador resultan induda
bles: monumentos a los muertos, arcos de triunfo, museos y catedra
les, recuerdos consagradas a los difuntos.76
contiene el reglamento de administración pública sobre las condiciones aplicables a los diferen
tes modos de sepultura; ley del 28 de diciembre de 1907, sobre abrogación de las leyes que
conferían a las fábricas de las Iglesias y a los consistorios, el monopolio de las inhumaciones; el
decreto núm. 5050 del 31 de diciembre de 1941, que codificó los textos relativos a las opera
ciones de inhumación, de incineración y de transporte del cuerpo (inhumación y transporte);
el decreto 68-28 del 2 de enero de 1968 (transporte hacia una cámara funeraria); por último,
el artículo 469 del Código de administración comunal y la competencia.
74 A título ilustrativo, se señalan a continuación las actividades del Instituto Médico legal de
Lyon:
1962 1963 1964 1965 1966 1967
L a protección civil
71 Recordemos aquí la excelente síntesis que nos dio F. Gabriel de esta institución. Cada
departamento se dividió en sectores de intervención que corresponden al principio de los dis
tritos. En cada sector, en provincia, se constituyó un grupo de intervención, cuyo je fe es el
subprefecto del distrito (salvo en París, donde ha entrado en funciones un servicio muy organi
zado). En cada g r u p o , cinco secciones corresponden a lo s cinco servicios o r s e c , El prefecto,
que dirige en su departamento este plan de defensa, está asistido por un estado mayor, y el
director departamental de la protección civil es el je fe de este estado mayor. Cada uno de los
servicios está dirigido p o r un responsable: el representante departamental de las transmisiones,
el comandante del grupo de gendarmería, el inspector departamental de los Servicios de I n
cendio, el inspector en je fe de Puentes y Calzadas. Luego del examen suscinto de estos medios,
veamos cuáles son sus fines. Se han inventariado los peligros. Son en prim er lugar los peligros
naturales: temblores de tierra, avalanchas, incendios de bosques, tempestades y tornados, m a
remotos, sequías, hambres, grandes epidemias, etc. Luego están los peligros engendrados p o r
el progreso: utilización del vapor y de la fuerza hidráulica, los desarrollos de la explotación
m inera, las usinas de gas, los ferrocarriles, las grandes industrias químicas, la electricidad, el
automovilismo, la aviación, los accidentes de montaña, los accidentes en las playas, en el m ar,
etc., y por último el peligro nuclear. Véase: Probl'emes de protection civile, Bul!. Soc. de Thanatolo
gie I, enero de 1970, F1-F9.
III. LA MUERTE, EL ANIMAL Y EL HOMBRE
Los D A TO S DE LA E TO L O G Í A
Mortalidad o am ortalidad?
f
LA M UERTE, EL ANIMAL Y EL H O M BR E 83
84 LA M U E R T E ES EN PLURAL
2. Hechos inquietantes
(
LA M U ERTE, EL A N IM A L Y E L HOMBRE 85
que no queda más que una- delante de las obreras que no intervie
nen; es por lo demás la única ocasión en que las reinas hacen uso de
su aguijón (para ultimar a las otras reinas), pues no se sirven de él ni
contra las obreras ni contra el hombre (las reinas pueden ser mani
puladas sin peligro).
Las hormigas parecen más crueles todavía, existen especies donde
la reina no puede fundar un nuevo hormiguero, pues necesita la
ayuda de otra especie, a veces totalmente diferente; entonces la joven
reina parásita se introduce en el hormiguero extranjero con el único
objetivo de buscar a la reina legítima: se desliza hasta donde se e n
cuentra ésta y la decapita. Luego de lo cual las obreras criarán las lar
vas de la usurpadora. Y cuando ellas mueran de vejez (puesto que ne
hay más reina para fabricar jóvenes) entonces la reina parásita que
dará libre para recomenzar en otra parte sü agresión siempre im
pune, dado que las obreras de la reina que ella va a matar no inter
vienen.
“Una vez más, concluye B. Chauvin, sería peligroso querer com pa
rar demasiado minuciosamente el comportamiento del hombre y el
de las hormigas, aunque la tentación suele parecer irresistible. Uno
se llega a preguntar si la vida en sociedades complejas no es insepa
rable de la crueldad y de la agresión contra su semejante. En todo
caso, tanto entre las hormigas como entre los hombres, para quien
ha faltado a las leyes de la colectividad (tan rígidas entre los insectos),
la huida no es excusa absolutoria.” 15 En esté aspecto, sería curioso
interrogarse sobre el sentido equívoco que la moral (humana) del
honor no deja de adoptar en ciertas circunstancias.
3. E l canibalismo animal
EÍ canibalismo animal, aunque poco frecuente (los lobos no se com en
entre ellos, dice la sabiduría popular), no deja de aparecer. Algunos
pájaros devoran sus huevos, especialmente las gallinas “comedoras
de huevos y arrancadoras de plumas”. El lucio, la anguila, la carpa,
se nutren de sus propios alevines; las truchas son golosas de sus pro
pios desoves; el pez acara del Brasil (que sin embargo cuida con
atención celosa de su descendencia, y favorece su eclosión agitando
sus aletas para aportarles una corriente de oxígeno necesaria para la
incubación) se traga ávidamente a sus pequeños cuando é sto s dejan el
nido.16
15 R. Chauvin, Le comportement social chez les animaux, Pin-, 1963. Sobre el animal que agrede
a! hombre, véase P. Gasear, op. cit., pp. 68-76.
16 Encontramos aquí el problema del infanticidio animal, que parece ser siempre d e esencia
caníbal. Ya Buffon citaba el caso de los paros, que perforan el cráneo de sus pequeños para
94 LA M U E R T E ES EN PLURAL
nutrirse con su cerebro (pueden existir casos de infanticidios caníbales en el hombre, como
veremos en btra parte). Véase L. Bertin, L a vie des animaux, Larousse, 2 vols., 1950.
17 Volveremos sobre el tema muerte/alimentación, ilustrado aquí por el relato poético del
pelícano.
18 “Infanticide et cannibalisme puerpéral”, en Psychiatrie anímale, op. cit., 1964, pp. 257-263.
LA M U ER TE, EL ANIMAL Y EL H O M BR E 95
1. Un problema difícil
E l ejemplo negro-africano
27 Desde el punto de vista mítico, en efecto, hay múltiples superposiciones entre los mundos
vegetal, animal y humano. Así, se ha escrito a propósito de los fali, del Camerún Norte: “En
el centro de la tierra destinada a los hombres, se plantó un papayo que engendró una primera
pareja de seres humanos de sexo opuesto, la cual trajo aJ mundo dos veces dos gemelos. Por su
lado, la tortuga y el sapo se unieron; la primera tuvo un cocodrilo, símbolo de las aguas que
corren, el segundo un varano, símbolo de la tierra inculta y ambos dieron nacimiento a dos
parejas de gemelos machos. Éstos, con las cuatro mujeres nacidas de los hijos del papayo,
constituyeron cuatro parejas que están en el origen del pueblo fali.” Véase Lebeuf, Le systeme
classificatoire des Fali, en African systerns o f thougkt, ¡Al, Londres, 1965, pp. 238-340.
Siempre a nivel mítico, recordemos que la mantis religiosa, a veces divinidad, a veces de-
LA M U ERTE, EL ANIM AL Y E L HOM BRE 101
miurgo, ocupa un lugar importante en los relatos sagrados de los bantúes del África d el Sur:
Kaggen o Kagu de los bushmen, Nava de los khun, Gamab de los heíkom y los bergdama, Hise
de los naron. Véase R. Caillois, Le mythe et l’homme, Gallimard, 1972, pp. 35-83. T em a que
recuerda ia analogía entre amamantamiento y copulación (Havelock Ellis) y que reaparece en
la obsesión de la vagina dentada. A propósito de la araña que devora a su macho, véase la
descripción lírica hecha por Michelet (L ’lnsecte).
28 Son bien conocidos los vigilantes cuidados -lo que no quiere decir racionales- de que
rodea el pastor africano a sus animales vacunos, especialmente entre los peul, los pedi y los
nuer. A propósito de éstos, por ejemplo, D. Paulme escribió [Les civilisations africaines, PUF,
1959, p. 73): “El propietario conoce a cada animal de su rebaño; se pasará horas dando masa
je s a la giba de uno de ellos, acariciándole los cuernos a otro, trenzándole un collar a un tercero
o celebrando sus méritos en un cántico de alabanzas [ . . .] Sí llega a morir un animal favorito, la
tristeza de su amo es extrem ada y hasta se ha sabido de casos de suicidios por esta causa.” E n el
mismo orden de ideas, Richard-Molard habla de la “bovomanía” de los peul. Pero en ningún
caso se debe confundir esta actitud con la adoración en el sentido religioso del término. Véase
también P. Quin, Foods and feedings habits o f the Pedi, Witwatersrand University, Johannesburg,
1959.
102 LA M UERTE ES EN PLURAL
:i'¿ Véase a este respecto el muy hermoso filme de J . Rouch, La ckasse au lion a l’arc, que aporta
una ilustración muy sugestiva de esta costumbre. E n tre los dogon (Mali), en el año que sigue a
la entronización de un sacerdote hogon, se degüella a un asno ante el altar del antepasado
mítico Lebe. Es la única ocasión en que se sacrifica un asno, pues según se dice él está “pró
ximo al hombre”. Dyanlulu, fundador y primer hogon (sacerdote) de los ogol, significa “asno”
en lenguaje corriente.
104 LA M U ERTE ES EN PLURAL
3. El animal y la muerte
Sin este espacio mediador que es la caja negra, “el ser huma
no pasaría sin transición de su vida-rapidez a la muerte-rapidez del cie
lo, y la noción de rapidez cubriría la confusión de la vida y de la
muerte”.40
40 D. Zahan, Religión, spiritualité et pensée afrkaines, Payot, 1971, p. 66. Véase también H.
Abrahamsson, The Origin o f Death, Studies in African Mythology, Studia Ethnographica Upsa-
liensia III, Upsala, 1951; L. V. Thom as y R. Luneau, Textes sacres d’Afrique noire, Dendel-
F'ayard, 1969.
C. Tastevin (Eludes missionnaires, 2, p. 85) nos recuerda que en el origen, según los serere
(Senegal), los hombres ignoraban la muerte. El primero en conocer este desenlace fue un
perro a quien se le hicieron solemnes exequias. Las mujeres danzaron, los hombres dispararon
numerosos tipos de fusil. El animal, envuelto en un paño, fue depositado en una termitera al
pie de un baobad. Lo cual fue visto por Dios (Koh), y éste sé irritó por todo lo que se hacía por
un perro, y entonces decidió que, de ahí en adelante, todos los hombres debían morir también.
Asimismo S. F. Madel (The Muba, Londres, 1947, p. 168) menciona un relato korongo, según el
108 LA M U ERTE ES EN PLURAL
cual, en el comiíMi/.o de las cosas, los hombros se multiplicaban sin morir. Un clía los hombres
efectuaron entierros caricaturescos: transportaron en procesión troncos de árboles al poblado y
después los enterraron con gran pompa. Esta parodia encolerizó a Dios; entonces, para casti
garlos, les envió a los hombres la enfermedad y la muerte. “En la condición humana actual, por
estar ligada a la distinción entre hombres y animales (mito serere): hombres enterrados, anima
les no enterrados, o entre hombres y árboles (mito korongo): hombres enterrados, árboles no
enterrados, la muerte está asociada a un aspecto que corrobora esta distinción, mientras que la
inmortalidad (‘imposible’ de alcanzar) corre pareja con la confusión de los hombres y los ani
males, los hombres y los árboles.” D. Zahan, op. cit., 1970, p. 74.
41 A la muerte del je fe de la magia (entre los namchi del Camerún Norte), la tribu efectúa
una caza ritual del león. Éste es muerto según las reglas. Se trasladan sus despojos a lugar
sagrado. El nuevo mago copula con su hija mayor delante de los iniciados, a la manera de los
monos. El señor de la fecundidad retira el esperma de la vagina de ia hija y lo recoge en una
pequeña calabaza. El je fe de la tierra (al mismo tiempo señor de la caza) implora al león que le
perdone, y después le corta la cabeza, la deposita sobre una piedra y procede a desollar al
animal con el cuchillo de los sacrificios. El cadáver del je fe de la magia, que ha sido decapitado,
es cosido dentro de la piel del león, en posición fetal. Se aplasta el cerebro del difunto gol
peándolo con piedras, y la pasta así obtenida se vierte en la calabaza que contiene el esperma.
Esta calabaza se oculta en un agujero que se tapará con vasijas, hierbas y ramas, y por último
con tierra. La cabeza del león es entonces desollada y secada al sol. El cráneo (previamente
blanqueado), donde se considera que está retenida el “alma” del dios de la tribu y la del je fe de
la magia, irá a remplazar en la cabaña ritual a la del predecesor, que a su vez será transferido
al cementerio de los jefes. Véase J . Lantier, L a cité magique et magie en Afrique noire, Fayard, 1972,
p. 91.
42 Esto reposa en la creencia de que el animal puede desempeñar un papel en el más allá. Se
dice que los francos inmolaban un caballo en la fosa de sus caballeros muertos o lo enterraban
vivo para que le sirviera al difunto en sus cabalgatas de ultratumba. Del mismo modo, algunos
pueblos pastores del África negra depositan en la tumba un léto de bovino, que le permitirá
alimentarse al alma del muerto durante su gran viaje.
LA M U ERTE, E L ANIMAL Y EL H O M BRE 109
43 Rocordemos la explicación original que aporta St. Lupasco, op. cit., 1971, pp. 188-189. El
autor ve el origen de la metemsicosis “en este alcanzar el conocimiento confuso de las fuerzas
potenciales de la heterogeneidad biológica. Como si el ser vivo se sorprendiese, oscuramente y
a la manera simbólica del sueño, de las contradicciones oníricas metamorfoseantes, no sola
mente de la imposibilidad de morir rigurosamente, conform e a la naturaleza profunda de la
energía donde todo puede únicamente potencializarse, sino también de las innumerables po
tencialidades biológicas reunidas en las moléculas germinales, en el a d n mismo, q u e pueden
dar nacimiento, por sus actualizaciones en diversas condiciones propicias, tanto a determinado
virus o animal como a tal hombre”. En rigor, se puede hablar de metempsicosis cuando el
bacteriófago, “introduciendo su cola en una bacteria, hace penetrar en ella su a d n que, apode
rándose del a d n del h u é s p e d , se d e s a r r o lla en su l u g a r y t r a n s f o r m a a toda la población en
bactereófagos. Lo mismo en lo referente al anticuerpo, cuando triunfa sobre el microbio.
44 Véase por ejemplo “I-a chasse ou le droit de tuer”, en /> monde, 29-30 de octubre de 1972,
p. 18. Recordemos también la obra citada de P. Gasear, op. cit., pp. 9-15, 77-85, 166-171,
225-231.
110 LA M U ERTE F.S EN PLURAL
(es conocido el uso reciente del delfín en este campo), incluso el con
trabando; o es perseguido inexorablemente, y en lo posible destruido
(caza lúdica o deportiva y safari; necesidad de alimentación, por su
puesto, pero también de piel, de grasa, de marfil, etc.); o aun es
criado racionalmente (!!!) con o sin hormonas, para fines puramente
económicos: no se hace cuestión de venderlo o abatirlo como hacen
los peul (a pesar del “amor” del campesino por su ganado: “Yo tengo
dos hermosos bueyes en mi establo”, dice una vieja canción francesa).
En el mejor de los casos se los debe matar según ciertas reglas en los
mataderos industrializados, el papel de la s p a no es desdeñable en
este aspecto. De todos modos, los dos términos de la paradoja antes
citada: violencia/respeto, han desaparecido totalmente, mientras que
la idea de animal/víctima, intermediario privilegiado del rito, no con
serva ya la menor vigencia.45
' /
52 En el curioso filme de Me Cowan, caimanes, iguanas, sapos y lagartos se salían para masa
crar a los hombres. Se ve a una araña gigante momificar a su víctima, a un lagarto despedazar
¿i la suya.
5:$ Le tkem e de la morí dans la littérature scolaire fran ^ aise contem poraine, en “ E th no-
Psychologie”, 1, marzo de 1972, pp. 45-58. %
r>4 S. Molfo, p. 5 1.
114 LA M U ERTE ES EN PLURAL
¿Qué ocurre en el animal? Sin duda, durante los combates, las ra
tas no le abandonan jamás al enemigo los despojos de sus congéneres
(lo mismo sucede con las hormigas). Pero nada permite aseverar que
el animal discierne siempre entre el vivo y el muerto; y con más
razón, que se horrorice, o por lo menos se disguste, ante la visión del
cadáver en vías de putrefacción.
“Los monos no diferencian al muerto del vivo. El grupo se opone a
la eliminación del cadáver como si se tratara de un sujeto vivo. El
macho cuya hembra ha sido muerta en una lucha, conserva celosa
mente el cuerpo y la trata com o a un individuo vivo, pero completa
mente pasivo; hasta procura copular con ella, y sólo renuncia a ha
cerlo cuando advierte la falta de reacciones en su compañera. Enton
ces la abandona poco a poco, pero su interés por ella despierta ins
tantáneamente si otros machos se aproximan al cuerpo. Asimismo, el
lactante sigue aferrado a la piel de su madre muerta. Se resiste de
sesperadamente cuando se le separa de ella y gime hasta que se lo
vuelve a poner sobre la madre o sobre otro cadáver de babuino. Re
cíprocamente, la madre guardé contra ella a su pequeño muerto, lo
protege furiosamente, lo cuida como si estuviera vivo. Luego su
comportamiento se modifica ante la falta de reacciones del pequeño;
pero lo conserva siempre celosamente, a menudo lo lleva consigo o
bien lo ‘manipula’ con las manos y la boca. Cuando el cuerpo se des
compone, la madre arranca y a veces come algunos pedazos, y el
padre se comporta de igual manera. Este manejo puede durar unas
cinco semanas, hasta que el cuerpo queda reducido a unos pequeños
restos de sanie infecta al que se adhieren algunos pelos. Esta con
ducta se explica por la atracción que un pequeño objeto de piel
ejerce sobre los monos de los dos sexos. Y en efecto, éstos proceden
de la misma manera con el cuerpo de un pequeño mamífero o de un
pájaro, que acaso ellos mismos mataron, pero que luego manipulan y
conservan celosamente.”61
De hecho, se conoce poca cosa sobre la tristeza de los animales.
Seguramente sucede que ellos se sienten “bruscamente dañados en la
simbiosis que tenían con otros vivientes y de ese modo sienten la
naria multiplicidad de ritos, aparece sin embargo un punto común, que es el horror a la des
composición del cadáver. Todavía hoy entre nosotros, el espanto se liga cotí esa etapa en que el
cadáver no está todavía enteramente descompuesto, en que los huesos no se han liberado aún
de la carne en putrefacción; es !a fase del vampirismo, la fase del peligro, la fase del duelo,
donde el muerto es peligroso porque ni es todavía espectro ni está ya vivo”, op. cit.
61 R. Delaveleye, “Les conceptions de Zuckermann sur la vie sociale et sexuelle des singes”,
en A . Brion, H. F.y, Psychiatrie anímale, Declée de Brouwer, 1964, pp. 105-106. S. Zuckermann,
I ji vie sexuelle el sacíale des singes, Gallimard, 1937.
LA M U E R T E , EL ANIMAL Y E L HO M BRE 117
62 Se dice por ejemplo que el caballo del rey Nicomedes se dejó morir de hambre después de
que fuera muerto su amo. La tumba ele un perro en Edimburgo tiene la siguiente leyenda: “Este
es un tributo ofrecido a la afectuosa fidelidad de Greyfriars Bobby. En 1858, este perro fiel
acompañó a los restos de su amo hasta el cementerio de Greyfriars y permaneció cerca de su
tumba hasta su muerte en 1872.”
63 “Yo no creo que el animal, con su psiquismo de cortos alcances y variable, se pueda
plantear este problema (el de la resurrección), Su conocimiento ( . . .] es el de una alternativa
entre ia conciencia de la muerte y la conciencia de Ja vida, es d ecir del estado potencial tanto de
ésta como de aquélla, puesto que la conciencia es e l dato energético mismo, tísico o biológico,
en tanto que potencial. El animal no tiene la conciencia de la conciencia, la doble conciencia
[ . ] Dicho de otro modo, el animal no conoce m ejor la potenciación que la actualización, de la
que es sin embargo la sede y la operación sistematizadora”, St. Lupasco, op. cit., 1971, pp.
190-191.
118 LA M U ERTE ES EN PLURAL
64 Por esto definimos antes ai hombre como el animal que fabrica armas mortíferas. Véase
también F. Hacker, Agression et violence dans le monde moderm, Calmann-Lévy, 1972»
65 Se trata de F. Chatelet.
LA MUERTE, EL ANIMAL Y E L HOMBRE 119
1 Véase po.r ejemplo M. Genevoix, La mort de pres, Plon, 1972: “Ella [la muerte] ha sido
nuestra espantable compañera. Pero también uno se habitúa al espanto. Cuanto más golpeaba
a nuestro lado, más nos equivocábamos: se nos presentaba com o un espectáculo dramático y
perturbador ante el que reaccionábamos- violentamente con todas las fuerzas de nuestro cuerpo
vivo, y no podía ser de otra manera: nos imaginábamos a nosotros mismos en el lugar del
hombre caído, como si esto fuese posible. Pero no lo es: sólo lo podemos imaginar. Pero la
muerte venía a estrecharnos de cerca, a nosotros, más vivos qu e nunca, a engañarnos con una
trampa terrible, y esto era peor [ . ..] Es que esta vez, la m uerte me había obligado a verme
verdaderamente 'en su lugar’ pp. 151-152.
2 Lo que recuerda la expresión de Epicuro: “Si yo estoy allá, [la muerte] no es; y si ella es, yo no
soy más.”
3 Uno queda decepcionado con los relatos que se hacen sobre el más allá de la muerte. El
hijo muerto de Belline, que entró en comunicación con su padre, nos habla de “sonidos ,
“ondas”, “vibraciones”, “visitantes de luz”. Belline,La troisieme oreille. A l’ecoute de l’Au-dela, Laffont,
1972, pp. 133-137.
121
IV. HACER MORIR
C o m o si t e n e r q u e m o r ir n o f u e r a b a sta n te , h a y q u e to m a r e n c u e n ta
ta m b ié n el dejar morir y el hacer morir.
Primero, el dejar morir. De los 400 mil hombres, aproximadamente,
que se instalan cada noche en las aceras de Calcuta para echarse a
dormir por no tener siquiera un tugurio donde reposar, unos 30 mil
de ellos, achacosos, febriles, agonizantes, serán transportados por la
policía en la madrugada a algún “moridero” donde pasarán (¿decen
temente?) sus últimas horas. Nosotros tenemos en Occidente muchas
otras maneras de dejar morir, incluso de incitar a dejarse morir. Por
cierto, entre nosotros no hay peligro de hambruna, pero el tabaco, el
alcohol. El alcoholismo, por ejemplo, sigue siendo en Francia, de una
manera directa (cirrosis) o indirecta (traumatismos biológicos que
disminuyen la esperanza de vida, accidentes diversos ligados a la in
gestión abusiva de alcohol, incitaciones al asesinato, demencia), la
tercera causa de mortalidad después de los accidentes cardiovascula
res y el cáncer: 30 mil muertos anuales; 5 a 6 millones de personas
afectadas.
Ya el estadístico J. Bertillon 1 anunciaba a comienzos de siglo que
Francia podía desaparecer deshonrosamente: “la historia tendrá el
derecho a decir que Francia ha muerto de dos vicios innobles: ¡el
crimen de Onan y la embriaguez!” En cuanto a los riesgos mortales
del tabaco, no son menos graves, aunque no estén consignados esta
dísticamente: cánceres, enfermedades cardiacas, recuelas nerviosas.
Pero la publicidad favorece tanto el.consumo de alcohol como el de
tabaco. Y esto porque el alcohol y el tabaco son fuentes de ingresos.
¡Siempre la sacrosanta rentabilidad! ¿Pero se trata de un cálculo
acertado? Es legítimo dudarlo.2
Pero es quizás sobre el hacer morir que debemos insistir aquí. Las
víctimas del hombre mortífero son de naturaleza muy diferente;
tratemos de hacer un breve inventario.
1 L ’alcoolisme eí les moyens de le combatiré, Lecoffre, 1904, p. 229. En Francia, en 1963, ya se
registraban 20 722 personas muertas por alcoholismo; 1964; 19 976 (5 021 por alcoholismo
agudo, 14 955 por cirrosis). De cada 100 mil habitantes, 40 m ueren por alcoholismo agudo y 65
por cirrosis en Morbihan; 35 y 53 respectivamente en las costas del Norte; 30 y 40 en el
Finisterre.
2 En Francia, sólo en 1972, el alcoholismo le costó al país ¿30 mil millones de francos (25% de
gastos médicos). Las cargas directas o indirectas que resultan de ello se sitúan en 10 mil millo
nes. Pero los ingresos por el alcohol no alcanzan más que a mil 300 millones. El Estado pierde,
pero los comerciantes de vino ganan. ¿Quién podría negar que aquél está al servicio de éstos?
123
124 LA M U ERTE DADA, LA MUERTE VIVID A
E l h o m ic id io c o l e c t iv o
L a muerte y la guerra
cha entre los países ricos y los países pobres; el peligro del holocausto
atómico y de la carrera armamentista que se extiende hoy peligrosa
mente al T ercer Mundo, a pesar de los efectos favorables de la “dis
tensión”, podrían dar visos de verdad a estas siniestras previsiones. So
bre todo si se considera el accidente posible: una bomba atómica que
explota por error, un jefe de Estado paranoico que aprieta el botón
rojo. Desde comienzos de siglo, 90 personas de cada mil murieron en
la guerra o como consecuencia de la guerra, contra 15 en el siglo
pasado. Se estima en más de 3 mil millones y medio las pérdidas
humanas infligidas por los diferentes conflictos desde el nacimiento
de la humanidad. En fin, P. Sorokin, interesado en el volumen de la
guerra, es decir en el número de hombres que afecta, calculó un
índice del que aquí mostramos la significativa evolución solamente
para Europa: siglos x i i y xm, 0.2; siglo xiv, 0.68; siglo xv , 104; siglo
xvi, 1.86; siglo xvn, 2.1; siglo xvm, 1.8; siglo xix, 1.1; siglo xx, 8.12 (y
esta última cifra fue establecida antes de la guerra de 1939).
Es forzoso afirmar, pues, que la guerra es una institución social al
tamente mortífera, ejercida por órganos sociales diferenciados y que
persigue una finalidad plurivalente, cuyo aspecto primordial podría
ser la destrucción del patrimonio demográfico: crecimiento súbito de
la mortalidad; disminución de la natalidad; eliminación polarizada
de los hombres en pleno vigor, y de ahí la modificación de la pirá
mide de edades en favor de las personas mayores y de las mujeres.
Sin embargo, la guerra aérea -y con más razón la atómica-, así como
la movilización de las mujeres, atenúa en los conflictos modernos este
último rasgo; y es sabido que hoy, el vencedor puede tener más pér
didas que el vencido (la URSS tuvo 7 millones y medio, Alemania 3
millones).
En suma, la guerra juega, mutatis mutandi, “un papel próximo al de las
crisis económicas”; cuando éstas estallan, baja el valor de los productos,
los capitales merman. Como lo vio Carlos Marx, la crisis produce, entre
otros efectos, el de una contracción del capital circulante. De igual
modo, cuando la guerra estalla, el valor de la vida humana (que es
también un elemento constitutivo de la vida económica) disminuye;
el capital humano tiende a contraerse. Según la expresión popular, en
tiempos de guerra “la vida no vale nada”.21 Es como si una nación no
temiera reducir periódicamente y de manera sensible sus efectivos
demográficos, con tal de que las pérdidas del enemigo sean impor
tantes y siempre será posible masacrar a las fuerzas vencidas después
21 G. Bouthoul, Le phénoméne-gnerre, Payot, 1962, p. 116.
Sobre la “humanización de la guerra”, véanse las convenciones de La Haya (1899; 1907) y las
cuatro Convenciones de Ginebra de 1949.
HACER M O RIR 129
E l etnocidio y el genocidio
que no tenga ninguna relación con ella (y es el caso más frecuente), nos
lo aporta el par etnocidio/genocidio.
“Señalemos de manera inequívoca y definitiva: 1ro., que los dos
términos, genocidio y etnocidio, fueron forjados sobre el modelo de
homicidio, palabra en la cual se identifican dos sustantivos latinos:
homicida (concreto), el asesino, y homicidium (abstracto), el asesinato; y
podrían por lo tanto designar al mismo tiempo a los asesinatos colec
tivos perpetrados contra razas o etnias y sus culturas, y calificar a los
pueblos conquistadores que se han hecho culpables de tales actos;
2do., que si hay culpabilidad (y nosotros pensamos que sí, sin lo cual
no nos sentiríamos tocados por una preocupación humana al tiempo
que científica), puede tratarse sin embargo de genocidios o etnocidios
por itnprudencia, o por ignorancia; y por consiguiente es útil forjar los
adjetivos genocidas o etnocidas (a imitación del latín homicidas), para
calificar a ciertos actos o comportamientos que conducen de hecho al
genocidio o al etnocidio sin que los pueblos dominadores lo hayan
querido.
Y en la medida en que nosotros podamos sustituir la ignorancia
por el conocimiento estaremos contribuyendo a buscar los remedios
para estos males que podrían no ser, como el homicidio una vez
perpetrado, hechos consumados e irreparables.”2'’
En efecto, los odios múltiples entre etnias, razas, clases sociales,
Guerra de
Vietnam
Guerra de I Guerra II Guerra Guerra (desde
Secesión M undial Mundial de Corea 1961)
*
HACER M O RIR 131
26 Sin olvidar el exterminio de la élite polaca, la fosa común llena de oficiales asesinados en
Katyn. Véase S. Friedlaender, L’antisemitisme nazi, Seuil, 1971.
27 De los tres millones de indios que vivían en Brasil cuando su descubrimiento, no quedan
más que 70 u 80 mil hoy. La Guayana francesa cuenta con 1 500 indios milagrosamente sobre
vivientes, de los 15 mil que había en la época de la conquista.
28 Recordemos la novela de R. Meríe, La mort est mon méíier, donde se describen las técnicas
de R. Hess; el filme original de A. Resnais, Nuil el brouiüard, y la recopilación de testimonios de
L. Saurel, Les campa de la Mort, Rouff, 1967. Comidiese también a Y. Ternon, S. Helman, Le
massacre des alienes. Des Ihéoriciens nazis aux pracliciens, Casterman, 1971; Amnesty International,
Rapport sur la torture, Gallimard, 1974; A. Solyenitzin, El Archipiélago Gulag, Seuil, 1974; sin
olvidar la interesante novela de Amos Oz,Jusqu'a lu mort, Calmann-Lévy, 1974.
132 LA M UERTE DADA, LA M U ERTE VIVIDA
1,5 Véase H. H. Jackson, Un .siecle de déshonneur, 10/18, 1972; P. Clastres, Chroniqne des Indiem
Guayaki, Plon, 1972; B. Lelong, “Situation historíque des Indies de la forét péruvienne”, Temps
Modernes 316, noviembre de 1972, pp. 770-787; Darcy Ribeiro, L'enfantement des peuples, C erf,
1970.
El general Bandeira de Meló, presidente de la Fundación Nacional del Indio (FL'NAi) declaró
recientemente: “No sería tolerable que la ayuda a los indios obstruyera el desarrollo nacional’ .
¡Entonces todo está permitido!
134 LA M U ERTE DADA, LA MUERTE V IV ID A
36 Véase Colectivo, “Le livre blanc”, op. cit. La política de desgitanización realizada en Francia
procede igualmente de este tipo de etnocidio. Véase F. Botey, Le peuplegitan, Frivat, 1971; y la tesis
de E. Falque sobre Les Manoaches, Payot, 1971.
37 Según monseñor Valancia, arzobispo colombiano, 75 indios fueron vendidos por nego
ciantes de caucho en la región fronteriza entre Colombia y.Brasil, por una suma de 140 mil
francos, L e Monde, 6-7 de julio de 1969.
38 El turismo es “una de las empresas más nefastas y devastadoras de que puedan ser vícti
mas las poblaciones tribales. Sólo puede conducir a la destrucción, la mendicidad, la prostitu
ción. La explotación de un grupo primitivo, inconsciente del papel que se le hace jugar por
empresarios que los someten a la curiosidad de ricos ociosos, constituye una de las formas más
viles de explotación del hombre por el hombre”. J . Hurault,¿>faitp u blic, 16 de marzo de 1970.
HACER MORIR 135
El hombre mortífero
42 Sobre este punto resulta revelador el libro de R. Conquest, La grande terreur, Stock, 1970.
43 Op. cit., 1973.
44 R. W. Cooper, Leprocés de Nuremberg. L ’kistoire d’un critne Hachette, 1948; P. Papadatos, The
Eichman Trial, Stevens and Sons. Londres, 1964.
45 Véase E. Muller-Rappard, L’ordre supérieur militaire et la responsabililé pénale du subordonné,
Pedone, 1965.
46 H. V. Dickes, Le meurtres collectifs, Calmann-Lévy, 1973, p. 330. El autor agrega en pp.
335-336: "No es dudoso que las perturbaciones crecientes originadas en la complejidad y la
inseguridad económica, el desmembramiento de familias debido a la guerra y a las conmocio
nes sociales, pueden intensificar desmesuradamente la presión regresiva. Cuando los esfuerzos
personales racionales y la capacidad de controlar los acontecimientos parecen impotentes, vol
vemos a los remedios mágicos de una imaginación todopoderosa. Es entonces que los más
resueltos, los que han ido más lejos en los caminos fuera de la ley, pueden tomar el poder. Es
precisamente lo que quieren los ansiosos, losoprimidosy los que protestan en vano, para combatir
a sus opresores. El yugo del Padre odiado es la recompensa.” Véase también E. Enríquez, op. cit.,
1973.
HACER M O R IR 137
L a MUERTE P A R T IC U L A R
46 Ella exim e, pues, a los niños ciertamente, pero también a los objetos, que antes también
eran considerados culpables (se los destruía) y a los animales. La pena de muerte para los
animales cayó en desuso en el transcurso del siglo w u i. Pero el último caso del que se tiene
memoria es el de un perro juzgado y ejecutado por haber participado en un robo y un asesi
nato en Délémont, Suiza, en 1906.
En favor de la pena de muerte, se invocan tres tipos de motivos:
Argumentos prácticos:
-E s un castigo expeditivo: el criminal es eliminado definitivamente; no hay evasión posible ni
problemas carcelarios.
-E s un castigo espectacular, ejemplar.
Argumento lógico: castigar el crimen mediante el crim en (“ojo por ojo”).
Argumento moral: una sociedad bajo control policial, jerarquizada, tiene necesidad de sanciones
para mantener el orden que protege a los individuos. La pena de muerte es quizás necesaria para
asegurar un cierto equilibrio.
50 E. H. Sutherland, D. A. Cressey,op , cit,, 1966, p. 2 7 7 , nota 12. Fue Bernard Shaw quien
dijo: “El asesinato en el cadalso es la forma más execrable de asesinato porque está invertida de
la aprobación de la sociedad.”
51 Tam bién allí los medios de difusión han desempeñado un papel de primer orden. Eí libro de
A. Ivoestler, adaptado por A. Camus y aparecido en 1957 bajojel título Réjkxions sur la peine
capitale, tuvo gran resonancia. También algunos filmes: Nous sommes tous des assassins de A.
Cayatte; L a vie, l’arnour, la mort de C. Lelouch; y sobre todo La horca, de Nagisa Oshima, que
repudia a los tabúes religiosos y sociales de una manera dramática y caricaturesca a la vez.
52 Basta un solo ejemplo, el de la URSS. Abolida bajo el gobierno de K.erensky durante la
Revolución, la pena capital fue restaurada en 1919, abrogada en 1920, restablecida en 1922,
suprimida en 1947, readmitida eti 1950. Entre los países que practican todavía la pena de
muerte citemos: todos los Estados africanos, Afganistán, Australia, Birmania, Canadá, Cam-
boya, Ceylán, Chile, China, Cuba, España, Francia, Líbano, Polonia, U RSS. El mismo día en
que Francia condenaba a muerte a B u ffet y Bontems, la Suprema Corte de Washington decía- i.
raba inconstitucional e ilegal a la pena de muerte, y la rechazaba como “castigo cruel e insó
lito”.
5,1 En cambio, una encuesta más reciente, realizada, es cierto, en circunstancias particulares a
(caso Bontem s-Buffet), dio los resultados siguientes a propósito de una pregunta enunciada
así: '
De las dos opiniones siguientes, ¿cuál se aproxima más a la suya?
1) La ley que mantiene en Francia la pena de muerte y que le otorga al presidente de la
República el derecho de gracia es satisfactoria. (Obtuvo un 63%). j¡í
2) Es preciso abolir la pena de muerte en Francia (27%).
Señalemos que la propia manera de plantear la cuestión ya era sinuosa. Primero, no dejaba .y
'4 0 LA MUERTE DADA, LA M UERTE VIVIDA
A favor 33 34
E n co n tra 58 46
N o se pronuncian 9 20
100 10 0
lugar a los indecisos (no era posible la "no respuesta”). Pero también la formulación de las
preguntas dejaba mucho que desear. La prim era es sibilina: invoca al presidente de la Repú
blica, term ina en “satisfactoria”. La segunda en cambio es seca, lacónica. Quizás si hubiera
dicho. “Abolir la pena de muerte como en los otros países del Mercado Común sería satisfacto
rio”, las respuestas habrían sido diferentes y probablemente más justas.
54 Las autoridades penales francesas solicitaron un verdugo, se presentaron 53 0 candidatos.
Uno de los postulantes señaló como mérito en su curriculim vitae “su aptitud para degollar
perros y gatos”(!) P. Joffroy 20 tetes á couper, Fayard, 1973, p. 314.
55 Sin embargo, no basta comparar la criminalidad en un solo país antes y después de la
supresión de la pena de muerte, pues toda evolución depende casi siempre de una multitud de
factores, y la abolición no es más que uno en tre muchos. Véase E. W. Sutherland, op. cit., 1966
pp. 308-361.
H ACER M O R IR 141
ble; es, como se ha dicho, “el muro, el muro liso”. “Detesto el crimen,
esta expresión humana e imbécil de la desgracia. Una sociedad que
no fuera aberrante tendría que preocuparse sin descanso, tanto del
crimen como del cáncer o la tuberculosis. Pero se confunde el crimen
con los criminales. Se aprisiona a los criminales y hasta se los mata.
Pero el crimen no desaparece por ello; ni siquiera disminuye. En la
Edad Media se confinaba a los leprosos fuera de las ciudades, y se Ies
obligaba a llevar campanillas como si fueran ganado, para que se los
oyera venir y fuera posible apartarse de ellos a tiempo. Así, no había
leprosos visibles; pero la lepra seguía estando allí, muy viva, en la
sombra. En lo referente al crimen, esta lepra de nuestra sociedad,
seguimos en la Edad Media.” Así hablaba R. Badinter, el abogado de
Bontems.56
Además, hay derecho a inquietarse por la atmósfera en que se de
sarrollan los procesos criminales. Es un punto sobre el que el mismo
Badinter nos aporta un testimonio angustiado: “Lo que más pesaba
sobre mí en las semanas que duró el proceso, era la obsesión de ese
odio puesto al desnudo, y del que yo no me podía librar. El proceso
mismo, a medida que avanzaba en el tiempo, iba tomando en mi
espíritu un aspecto singular, caricaturesco, rechinante. Las audien
cias me parecían una especie de teatro donde se entrechocaban ma
rionetas de gestos descompuestos. Ante los ojos de un público a la
vez burlón y hostil, jueces, abogados, testigos, gendarmes, todos bai
loteaban allí, agitados, absurdos, hasta el momento en que la muerte
irrumpiera en escena e hiciera desaparecer a todo ese mundo como
tragado por una trampa del piso. Esta irrisión me ayudó, sin duda.
Pero nada podía cambiar el hecho de que habíamos afrontado el
odio, y que el odio nos había arrastrado.”57
Hay que decirlo claramente: la pen a de muerte es un crimen, el peor
de todos, porque adopta la vestidura hipócrita de la justicia. ¡Curiosa
manera de querer matar el crimen con el crimen!58
pena de muerte es inútil: la criminalidad no aumenta cuando se lo suprime (lo prueban las esta
dísticas). La pena de muerte constituye una carnicería brutal: castiga el crimen con el crimen, lo
que es ilógico; la pena, de muerte es un crimen más. La pena de muerte, por su carácter
definitivo, niega la dignidad humana; el criminal más infame lleva en sí la posibilidad de regene
rarse; y si se cree que el hombre es a la vez ángel y bestia, es en principio recuperable. La pena
de muerte la decide una organización judicial donde son posibles las fallas humanas, losjurados
son influibles, no tienen la lucidez absoluta y el conocimiento total de los hechos que haría falta
para juzgar. Nuestros criterios en materia de crímenes sonfluctuantes: un criminal político, un espía,
pueden ser considerados héroes; el crimen pasional es conmovedor;-ciertos actos graves como
el proxenetismo son menos castigados que el crimen. Reclamar la pena de muerte para un
criminal parece irrisorio en un mundo donde se mata cada día a millares de personas, por
bombardeos, hambre, etc. El mecanismo del crimen es complejo: alguien se convierte en criminal en
un cierto contexto familiar y social, y no en razón de determinados cromosomas. Entonces
¿cómo hablar de responsabilidad de un criminal? ¿Tenemos el derecho de castigarlo? En una palabra,
la pena de muerte es la conducta desesperada de una sociedad incapaz de educar a los individuos
que la componen. Pues es la sociedad quien fabrica a los criminales. Ella los suprime porque es
incapaz de asumirlos, de recuperarlos. ¡Es absurdo y odioso a la vez! “Un criminal puede
enmendarse. Es posible hacer de él un hombre honesto. En cambio yo siempre me pregunto
qué se puede hacer con un hombre sin cabeza.” E. Polliet, obrero. Véase: J . Egen, L ’ubattoir
, solennel, G. Authier, 1973.
59 Dr. M. Colin, op. cit., 1965, p. 151.
nminrifinnWwwwW
HACER MORIR 143
E l homicidio
6;{ Matar y ser muerto .se aproxima. Matar al otro es destruir la mala imagen de sí en él.
Matarse, destruir t'ti parte a! otro cu nosotros. Véase B. Ciasteis, l/i morí <(r ('nutre, Privat, 1971,
pp. 56, 62 y 166.
64 Se encontrará un curioso ejem plo de crímenes por venganza en una atmósfera altamente
mágica en H. de R etainora,¿^ ^ i¿x blens de la mort, Gailiera, 1972. Se relata allí la historia de la
vieja Mamuska, horrible pero de ojos extraordinarios, que persigue implacablemente y no sin
sadismo a los nazis que violaron y mataron a sus hijas. J . Moreau también encarnó el papel de
una mujer que no vive más que para exterminar a los que, involuntariamente, mataron a su
marido (La mariée était en noir).
65 Habría que recordar también el organised crime, es decir la red criminal particularmente
bien organizada que en los Estados Unidos es la heredera de los gangsters de comienzos de
siglo. Véase J . Susini, “La bureaucratisation du crime”, Rev. de Se. crim. et de droit pénal comparé,
1966, pp. 116-128, y el muy buen film de Rosi, L. Luciano. Véase también E. Jamarellos y C.
Kellens, Le crime et la criminologie, Marabout, y 0 . Guttmacher, La psychologie du meurtrier, plt,
1965, 2 tomos, 1970.
A falta de documentos válidos, no diremos nada del fratricidio. Si omitimos la muerte de un
hermano por accidente (durante juegos, por ejemplo), el fratricidio propiamente dicho parece
muy raro, por más que míticamente haya sido considerado como uno de los primeros crímenes
por celos en la humanidad (Caín matando a Abel).
66 Existe un verdadero “resurgimiento mítico y cultural de la m uerte”, para retomar la ex
presión de E. Le Roy-Ladurie a propósito de filmes de ultraviolencia: Contacto en Francia, Dirty
Harry, Naranja mecánica.
HACER M O R IR 145
E l infanticidio
*7 El culto del Dios Anou en Sumer incluía la m uerte de niños. Los fenicios, los cartagineses,
los canancos, los sefarditas, los mabitas, quemaban a sus primogénitos. Es conocido el texto
bíblico donde el Eterno le dice a Moisés: “Tú me consagrarás todos los primogénitos enere los
niños de Israel, tanto de los hombres como de los animales, pues ellos me pertenecen [ . . . ] T ú
conservarás para el Eterno tu primogénito.”
68 Por falta de espacio, no podemos hablar aquí del espinoso problema del aborto, donde se
mata antes del nacimiento.
’*9 Tanto la muerte de las niñas, como en la Arabia antiislámica, como la de los niños varo
nes, Es conocido el lugar que ocupaban los niños abandonados en los relatos antiguos (Moisés,
RómuJo, Ciro, Edipo). En numerosas regiones del África negra -y por razones religiosas, m á
gicas, económicas o biológicas que no es del caso m encionar aquí—se mataba con frecuencia a
uno de los dos mellizos; la niña, si eran niña y varón, o el que nacía en segundo lugar, o el m ás
débil de los dos. Cf. L . V. Thomas, Les Diola, Dakar, 1968.
ro Véase “Ogres d’archíves”, en Destins du cannibalisme, Nelle. Revue de Psychanalyse, 6, 1 97 2,
p. 249 y ss. Glaber nos dice, a propósito del pánico desafio mil, que no era raro, para paliar el
hambre, que se llamara a un niño, se lo atrajera co n el pretexto de ofrecerle una manzana, ¡y
entonces se lo matara para devorárselo!
71 Las mujeres abiponas (Paraguay) mataban a veces a sus hijos porque, al no poder ten er
relaciones sexuales con su esposo durante la lactancia, no querían ser engañadas.
72 Jovencitas burguesas que quedan encinta y que no se atreven a abortar ni a abandonar al
recién nacido a los organismos públicos de asistencia.
146 LA MUERTE DADA, LA M U E R T E VIVIDA
73 Se distingue el infanticidio directo (matar al niño); el indirecto o por omisión (dejarlo m orir
por falta de alimentos o de cuidados, o por abandono); y por último el deferido (se trata de la
guerra: aquí habría que hablar entonces de libericidio). Véase E. de Greeff, Introduction á la
criminologie, Vandenplas, Bruselas, 1946. P. Aubry, Les libéúcides, Archives de l’anthropologie
criminelle et des sciences pénales, 1891.
Los delitos contra la infancia siguen siendo todavía importantes. Así, en Inglaterra, en 1972,
la Sociedad de Prevención de la Crueldad contra los Niños (su existencia data de largo tiempo)
examinó l i4 614 casos y pasó a la justicia a 39 223 jefes de familia.
74 G. Pemissel, L'homicide allruiste des inélancoiiques et des persécutés, Fac. Med., París, 1923.
75 T . Harder, “T h e psychopathology o f infanticide”, Acta psychiatrica Scandinavici. Publica
ción de 1967, p. 43.
76 M. C. Dernaid, E. G. Winkler, Psychopathology o f infanticide, J . Clin, exp. psicopat. 1955, 16.
Sobre el infanticidio perpetrado por el niño, remítase al estudio de G. Sereny,Meurtri¿re áonze ans.
Le cas Mary Bell, Denoéi-Gonihier, 1974.
HACER M O RIR 147
tos. Si el paso hacia el acto concreto sólo ocurre rara vez, en cambio
la obsesión es frecuente y duradera.77
El parricidio y el matricidio
81 “En las fantasías, la rivalidad edípica puede plantearse en relación con el padre -con una
imagen de padre más o menos reabsorbida en la de la autoridad colectiva-, pero todo ocurre
como si el enfrentam iento directo con la imagen del padre hubiera sido imposible, o sin salida,
y entonces ella debió ser desplazada hacia otras imágenes para que se le encuentre una salida
viable. Querem os decir, una salida que permita al sujeto tomar un lugar de hombre en la
sociedad [ . . . ] y como la imagen paterna es inaccesible a la rivalidad, son los ‘hermanos’ los que
se constituyen en rivales.” M. C. Ortigues, Edipe africain, Plon, 1966, p. 126.
82 Sin em bargo, evitemos todo juicio sistemático. En páginas muy lúcidas, Foucault nos des
cribe cómo fue subyugado por el parricidio de ojos rojos (“Yo, Pierre Riviére, habiendo dego
llado a mi m adre, mi hermana y mi hermano. Un caso de parricidio en el siglo xi\, Gallimard,
1972). Este libro permite apreciar todo lo que separa los diferentes discursos: la memoria de P.
Riviére y el contenido de sus interrogarios, los testimonios recogidos por la autoridad judicial,
los diversos inform es médicos, las piezas jurídicas redactadas antes del fin del proceso. Fou
cault señala la existencia de “desplazamientos de sentido” y de contradicciones (p. 295 y ss).
83 Mme. Ochonisky, Contribution a l'étude des parricides, a propos de 12 observations cliniques.
Resumido en Dr. Bardonnel, "Considérations sur le parricide. Chronique de criminologie cli-
nique”, en Rev. Penitentiaire et de droit penal, 1963. En Francia, fueron juzgados 36 parricidas
entre 1952 y 1969, o sea 29 por cada mil criminales.
84 “¿Quién de nosotros no ha deseado la muerte de su padre?”, escribe Dostoievsky en Los
hermanos Karamazov.
85 Véase D. Bardonnel, op. cit., 1963, p. 254. El parricida del filme de C. Chabrol, Que la bete
meure, tenía 17 años.
HACER M O R IR 149
E l uxoricidio
E l regicidio
Hay que distinguir la muerte ritual del príncipe o del jefe, del regi
cidio propiamente dicho.93
En la región africana de los Grandes Lagos se reconoce la exis
tencia de la realeza mágica por el hecho de que el rey debe quedar
aparte del circuito de las alianzas matrimoniales, de la sociedad co
mún: el ritual de investidura lunda (Zaire) implica, por ejemplo, un
acoplamiento del jefe con su hermana, antes de que aquél reciba el
anillo que simboliza su poder. Pasa a pertenecer así, aun siendo un
hombre parcialmente divinizado, a la categoría de las cosas impuras,
de los excrementos; el soberano “asume la doble función de mante
ner el orden jurídico, a la vez que aparece como una peligrosa re
serva de fuerza dionisiaca.”94 Es por esto que hablamos de ambiva-
90 Con más razón si un seguro de vida ha sido contratado recientemente. Estos homicidios
utilitarios se encuntran a menudo en el campo, donde se trata de quedarse con la propiedad.
81 A condición de que no sea premeditado.
92 “Les meurtriéres de leur mari”, Rev. pénitentiaire et de droit penal”, 1953, pp. 64-81. Véase
también R. Herren, “Contribution a l’étude du meurtre de l’époux”, Rev. Int. de pólice criminelle,
1959, p. 244 yss.
93 ¡En cinco años, en los Estados Unidos fueron asesinados tres políticos de primer plano, de
; los cuales un presidente!
84 L. de Heusch, “Aspects de la sacralité du pouvoir en Afrique”, en L. de Heusch y otros,
L e pouvoir et le sacre, Inst. de sociol. Solvay, Bruselas, 1962, p. 157.
HACER MORIR 151
98 Véase por ejemplo J . Graven, “Le procés de l’euthanasie”, Rev. Pénale Suisse, 1964, p. 121 y
ss. M. Rateau, “L’euthanasie et sa réglementation pénale”, Rev. de droit pénal et de criminologie”,
1964-1965, p. 38 y ss. Por último, el núm. 643 del 27 de marzo de 1964 de Médecine et hygiene.
El problema importante es éste: “Todos se dan cuenta que por buscar una solución humana,
una solución razonable, es extremadamente peligroso, para decir lo menos, entreabrir esta
puerta” (p. 491). Léase también 1. B arrére, E t. Lalou, Le dossier conjídentiel de Veuthanasie (Stock,
1962) y la publicación colectiva ya citada del ciom s (Ginebra, 1974).
Una encuesta americana (1970) realizada entre 418 médicos del estado de Washington,
muestra que el 59% practicaría una “eutanasia pasiva” (por ausencia terapéutica) a pedido de
sus pacientes condenados o de sus familiares, si la ley reconociese la validez de tal pedido; el
40% espera una modificación de la actitud sociomédica a este respecto; el 31% desea también
una modificación legislativa que autorice la eutanasia activa con pacientes condenados; el 72%
declara que si ellos tuvieran la responsabilidad, “ejercerían una eutanasia pasiva absteniéndose
de utilizar los métodos de diálisis renal permanente (riñón artificial) entre los enfermos que
padecen uremia crónica”. El 51% desean la creación de Consejos Superiores de Salud, a los
cuales podrían someter sus casos de conciencia. El 90% de los médicos aprueban el aborto por
causas médicas (incluidas las causas genéticas). El 73% lo aprueban también por causas econó
micas o sociales {véase Le Monde, 2 abril de 1970).
HACER M O RIR 153
93 Es lo que subrayamos aquí. Sobre este punto, es casi milagroso que todavía no haya ocu
rrido lo peor. Véanse los ejemplos citados por R. Clarke.Lo course a la mort, Seuil, 1972, p. 36 y ss.
100 Se deberían contabilizar también los accidentes domésticos. Véase M. Backett, “Les acci
dentes domestiques”, Cahier de Santé publique, o m s , Ginebra, 1967.
101 Si se toma en cuenta la totalidad de las consecuencias y trastornos, se alcanza a 80 millo
nes de jornadas perdidas por año, o sea la actividad de 250 establecimientos que empleara cada
uno a mil asalariados.
154 LA MUERTE DADA, LA M U ERTE VIVIDA
102 Existe sobre todo el riesgo de caída. A greguem os también los pneumoconiosis (inhala-
don de polvo) y las dermatosis: el 80% de las enfermedades profesionales; el 60% se deben a
eczemas del cem ento (50% de las enfermedades profesionales reconocidas por la Seguridad
Social). Se estima en el 50% el número de “trabajadores del cemento” afectados por irritaciones
de la piel. Entre ellos, el 25% tiene una sensibilización de la piel después de cinco años de su
ingreso en el oficio, es decir una alergia instalada, y por último el 10% de éstos ven complicarse
su alergia con dermitis (infecciosa) residual, en la mayoría de los casos irreversible. En Francia,
el artículo 496 del Código de Seguridad Social ha trazado un cuadro de las manifestaciones
mórbidas de intoxicaciones agudas o crónicas (44 rubros) presentados por los trabajadores que
están expuestos de manera habitual a la acción de agentes nocivos de origen profesional; un
cuadro de las infecciones microbianas de origen profesional (11 rubros); y por último un cua
dro de las afecciones resultantes de un ambiente o de actitudes particulares que se requieren
para la ejecución de trabajos (7 rubros: cemento, aire comprimido, martillos neumáticos, rui
dos, a lt a tem peratura). Según la o m s , habría más de 100 mil muertes por año en el mundo,
como consecuencia de tales accidentes. Véase el número de julio-agosto de Santé du Monde
Ginebra, 1974.
103 VEsprit du temps, Grasset, 1962, p. 155. La o m s prevé una hecatombe anual para el
mundo entero de 250 mil muertos y 10 millones de heridos.
Es absolutamente ineludible leer la*excelente obra de J . Fabre y M. Machael, Stop! ou Vautomobile
enquestion, M ercure de France, 1973.
HACER MORIR 155
Carretera Ferrocarriles
H erid os M uertos M uertos
11,4 Si se calculan mil millones de unidades de tráfico (se entiende por unidad/kilómetro de
tráfico el transporte de un viajero o de una tonelada de m ercaderías en un kilómetro), se
obtiene el balance europeo comparado de los accidentes carreteros y ferroviarios.
Carreteras Ferrocarriles
He aquí otro indicador: años de vida perdidos por las 5 principales causas de fallecimiento
para personas de 20 a 29 años en los Estados Unidos, en 1955.
Causas de fallecimiento Número de decesos Años de vida perdidos
FUENTE: Estados Unidos, Department o f H ealth, Education and W elfare (1958), Accidental Injury Statis-
tics, Washington, Government Printíng O ffice.
156 LA M U ERTE DADA, LA M U ERTE VIVIDA
1()S “Una de las dificultades que se encuentran en el estudio de los accidentes carreteros
obedece a que, por numerosos que sean, resultan relativamente raros con relación al volumen
considerable de la circulación; lo que, desgraciadamente, tiende a justificar la actitud dema
siado extendida, y que poco favorece la seguridad, que se expresa a menudo en esta fórmula:
‘Es imposible que me toque a mí.’ El número de kilómetros que recorre en promedio un
conductor antes de sufrir algún daño por accidente es impresionante. Si se examina el compor
tamiento de los seres humanos en la carretera desde un punto de vista abstracto -p o r ejemplo,
para tratar de determinar qué mecanismo podría reemplazar ventajosamente al conductor-,
uno queda literalmente asombrado. Es así que en los Estados Unidos, en 1959, un conductor
recorría de promedio 600 mil kilómetros, aproximadamente, antes de tener un accidente lo
bastante grave como para acarrearle la muerte o una invalidez duradera. A. razón de cincuenta
kilómetros por hora, esto corresponde a doce mil horas conduciendo. Dado que el tiempo que
pone un accidente en ‘generarse’ es en promedio probablemente inferior a diez segundos, los
conductores aparentemente poseen un destacable poder de concentración.” L. G. Norman, Les
HACER M O R IR 157
v ....... .... • - - *
HACER MORIR 159
112 Particularmente la pérdida de la madre. El otro, que merced al proceso paranoico carga
imaginariamente con la culpa de esta pérdida, se convierte en el objeto a destruir.
1.3 Op. cit., 1973, p. 105.
1.4 Absurda de por sí, la guerra lo es también en otro sentido. De hecho, ella no tiende
únicamente a la destrucción de hombres (infanticidio diferido), sino que también se emparenta
con el derroche, con el sacrificio que G. Bataille definió como “nudo de muerte”, expresión
“del acuerdo íntimo de la muerte y de la vida”. En muchos aspectos, la carrera armamentista
recuerda alpotlatch, en el sentido de que obliga a cada una de las partes participantes a llegar lo
más lejos que pueda (ciclo de prodigalidad) con el fin d e intimidar al otro. Se ha dicho que se
trata “de un juego de muerte por agotamiento económico mutuo” o también de un ‘juego
donde no hay nada que ganar”: para que la partida prosiga, el ganador paga los gastos del
vencido, a riesgo de ser derrotado él, en caso contrario; e l vencedor de una guerra se preocupa
de socorrer al vencido, y a veces lo ayuda a levantarse tan bien, que puede darse el caso de que
el perdedor pase a hacerle la competencia (ejemplo: Estados Unidos y Japón).
V. E L M O RIR : DE LO R E P R E S E N T A D O
A LA R E P R E S E N T A C IÓ N
1 “Cuando se piensa en las enfermedades del hombre de nuestras civilizaciones, creo que sería
deelem ental corrección aceptardistincionesy no m eter en la misma bolsa lasque son consecuencia
de los mecanismos del progreso; por ejemplo el hecho de que, en razón del alargamiento de la vida
humana, surgen los problemas de los sujetos de edad y las afecciones cuya incubación es lenta o
cuya etiología es más lentamente acumulativa.
"Habría que aislar las enfermedades que el mundo moderno no ha creado, pero que sí revela:
por ejem plo, la adaptación difícil de ciertas constituciones genéticas o de ciertas disminuciones
frente a los modos de vida modernas, y separar estos hechos de las consecuencias estrictas de
nuestro modo de vida (las enfermedades profesionales o los accidentes {le auto) o de las conse
cuencias de hábitos que se encuentran asociados fortuitamente al desarrollo de nuestra civiliza
ción, pero que no son quizás estructuras constitutivas y podrían ser disociadas perfectamente,
como por ejemplo el consumo de tabaco.” H. Péquignot, “La science change-t-elle la vie?”, en
M aitm er la vie}, Desclée de Brouwer, 1972, p. 31.
160
DE LO REPRESENTADO A LA REPRESENTACIÓN 161
7 Se Vía dicho que la población corsa en el siglo xvn estaba estabilizada por el asesinato, con una
tasa de muertes por homicidio de 0.7% anual. Pero algunos barrios de Nueva York alcanzan en
nuestros días el 0.27%.
8 El control de los nacimientos, las prácticas abortivas, son medios bien conocidos paraasegurar
la estabilidad demográfica. Citemos también, para la China actual, la acción gubernamental:
casamientos tardíos, imposibilidad para los estudiantes de casarse mientras estén en la universi
dad, y prohibición a los miembros del partido de tener más de dos niños (al tercero reciben
condolencias, y al cuarto se los excluye).
La superpoblación amenaza con volver irrisorios todos los demás problemas en el transcurso de
una generación. En efecto, “los biólogos saben, por haberlo comprobado mediante el estudio de
innumerables especies animales, en condiciones naturales o experimentales, que la proliferación
excesiva provoca siempre la ruina de una población, debido al juego de factores estrictamente
biológicos. En esto el hombre no se diferencia fundamentalmente de los animales. Los factores
sociológicos y económicos llegarán a provocar una regresión brutal y cruel de nuestras poblacio
nes. Pero ellos tendrán un innegable aspecto biológico, como todos los frenos a la expansión
geométrica de una población animal.” J . Dorat, “La science change-t-elle la vie?”, enM aitriser la
viet, Desciée de Brouwer, 1972, p. 12.
u Se puede hablar también de un primer desplazamiento demográfico. A pesar de su crecimiento,
el Viejo Mundo ha dejado de ser el más poblado. Son Asia, luego América Latina y por último
África los que se benefician, si se puede decir así, de la carga de los humanos: de cada 100 niños
que nacen en el planeta, 85 lo hacen en el T ercer Mundo. Al final del siglo, si el ritmo actual se
mantiene, el T ercer Mundo concentrará al 75% de los seres humanos. De entre 120 países del
inundo, 00 deben repartirse un décimo de los recursos mundiales.
DE LO REPRESENTADO A LA REPRESENTACIÓN 165
10 “La persistencia de la tasa de crecimiento actual —que es delorden del 2% anual- nos llevaría a
partir del año 2050 -es decir que falta menos de un siglo- a una población mundial de 30 mil
millones, diez veces superior a la de 1960. Si se mantiene este mismo impulso, faltarían menos de
cuatro siglos para que el conjunto de las tierras del planeta estuvieran pobladas con una densidad
doble de la que se puede observar hoy en Manhattan, el barrio más poblado de Nueva York.. ¿Pero
por qué detener esta progresión en el 2400? T re s siglos más, y la población, mundial, si sigue
creciendo al ritmo actual, habrá tenido que utilizar y consumir toda la materia de nuestro globo
para poder subsistir: en el sentido estricto del término, el fin del mundo -de nuestro m undo-
ocurriría entonces hacia el ano 2700. Pero si seguimos sacando las consecuencias lógicas del actual
crecimiento, bastarían ocho siglos más para obtener —hacia el 3500—una población mundial cuya
masa sería igual a la de todo nuestro planeta (por más que éste ya estaría consumido); debemos
suponer que durante ese intervalo, el ingenio de nuestra especie le habrá permitido colonizar
muchos otros planetas y ejercitar su apetito sobre ellos. Y así sucesivamente el ineluctable creci
miento imaginario de la población podría seguir comiéndose un sistema solar tras otro y abar
cando barrios enteros de la galaxia. Y luego . . . Las tasas de crecimiento actuales de población
mundial constituyen un momento, una particularidad de nuestra historia. No pueden perdurar
por mucho tiempo sin conducirnos a alguna imposibilidad, a alguna catástrofe. Pero, contraria
mente a M althus, nos queda todavía el derecho a pensar que la catástrofe en sí misma no tiene nada
de inexorable y que una sorda sabiduría opera en la población humana y la lleva a adecuar grosso
modo su crecimiento a los recursos disponibles. Al menos hay políticas posibles que, conducidas
atinadamente, permiten favorecer este ajuste, y realizar sin demasiado retraso el necesario cambio
de régimen demográfico. Y sin duda este cambio es uno de los más grandiososque los hombres se
hayan asignado nunca: iniciar la evolución que en algunas décadas nos permita estabilizar la
población mundial.” J. M. Potirsin, Isi population mondiale, Seuil, 1971, pp. 126, 127.
166 LA MUERTE DADA, LA M UERTE VIVIDA
Hombres Mujeres
años años
50 60 70 80 50 60 70 80
Siglo
XVIII
sexos 1898-1903 1960-1964
reunidos Hombres Mujeres Hombres Mujeres
:(continuación)
30 años 4 382 6 765 7 007 9 469 9 652
40 años 3 694 6 164 6 458 9 234 9 525
50 años 2 971 5 382 5 839 8 738 9 251
60 años 2 136 4 320 4 944 7 579 8 676
70 años 1 177 2 747 3 40 5 5 462 7 39 4
80 años 347 877 1 27 9 2 502 4 523
85 años I 19 304 503 1 165 2 579
Categoría Valor
socioprofesional (%) Clasificación Clasificación
13 Al parecer, la expresión fue utilizada por primera vez, por L. Hersch, L ’inégalitédevant la mort
d'ajrr'es les slalutiques de la ville ile París, París, 1920. Véase CREDOC, l¿s inégalüés en France, París,
1974.
14 En el Senegal, un niño de cada dos no alcanza la edad de 5 años. En Dakar, la esperanza de
vida es de 60 años, contra 38 en la selva.
DE LO REPRESENTA DO A LA REPRESEN TA CIÓ N 169
(continuación)
M aestros (público) 4 0 .8 1 8 .6 57 2
Profesiones liberales
Cuadros su p erio res . 4 0 .3 18.1 555
Clero católico 3 9 .2 17.4 518
C uadros m edios (público) 38 .9 17.0 507
Técnicos (privad o) 3 9 .2 17.8 517
Cuadros m edios (privad o) 3 8 .4 17.2 490
O breros calificados (público) 3 8 .2 17.0 481
C apataces (p riv ad o ) 3 7 .6 16.3 459
A gricultores 3 7 .2 16.0 443
Em pleados d e o ficin a (privado) 3 7 .7 > 17.0 ' 465
C om erciantes, artesan os 3 7 .6 * 16.9 464
Em pleados d e o ficin a (público) 3 7 .3 16.4 450
O breros especializados (público) 3 6 .3 15.9 417
O breros calificados (privado) 3 5 .2 14.9 374
O breros especializados (privado) 34 .9 15.0 368
Asalariados ag ríco las 34 .9 14.9 366
O breros no especializados 33 .5 14.7 3 31
Conjunto d e la población masculina 3 6 .0 15.9 407
F u e n t e : G . D espian ques, A 35 ans ¿es institutuerurs onl encore 41 am avivre, íes manaeuvres 3 4 ans
seulemeni, Éco. et Statist., 49, 1973.
18 Se ha señalado que “el conjunto de las causas de fallecimiento en relación con el alcoholismo,
representa entre un tercio y un cuarto de las muertes para los cadros medios, técnicos, empleados
de oficina, pero que alcanzan o sobrepasan la mitad entre los asalariados agrícolas y los obreros no
especializados”. G. Caloty M. Febvay,“J_a mortalité differentielle suivant le milieu social”,Eludes et
Conjoncture, núm. 11, noviembre de 1965. En cuanto a las enfermedades de la “civilización” (tumores
malignos, sobre todo lesiones vasculares cerebrales, afecciones coronarias, trombosis), ignorados a
raros en África, golpean sin gran diferencia a todas las categorías profesionales, con un aumento
no desdeñable en los cuadros superiores (enfermedades de los PDG).
19 Esta desigualdad según los distritos parisienses ricos y pobres no datan de hoy:
Tasas de mortalidad
corregidas
t m l 0 0 0 hab. Porcentaje
-------------------------------- 1 de
1817 1850 descenso
Distritos
Acomodados (1ro., 2do.
3ro. y 4o.) 24.9 18.2 27%
Medios (5to., 6to., 7mo.,
10 y 11) 27.3 25.1 8
Pobres (8vo., 9no., y 12) 36,5 33.7 8
F l i-.\ l K: E. Vedrenne-Villeneuve, “L ’inégalité sociale devant la mort dans la p rem íete m oitiédu XIX siecle”,
"Population”, 1961-64.
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años
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masculina en el grupo
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sotppin$ COO)WCOCO^CO^^!£lO)‘fi^
Cocientes de mortalidad
0 )0 —
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174 LA M UERTE DADA, LA MUERTE VIVIDA
In d ustriales, cu ad ro s superiores,
p rofesionales intelectuales 23.1 13.0 44
P rofesiones liberales 19.1 13.3 30
C u ad ros m ed ios y técnicos 2 5 .7 14.3 44
M aestros 2 6 .3 14.5 45
C u adros m ed ios administrativos,
em p leados 3 0 .0 17.9 40
A rtesanos y com erciantes 3 5 .2 19.0 46
C u ltivad ores (independientes
y asalariados) 4 4 .9 25 .5 43
O breros 4 8 .7 2 4 .9 49
no especializados 6 1 .7 3 5 .2 43
m ineros 8 0 .4 3 4 .7 57
C onjunto 43.1 2 2 .4 48
Fuen i e. M. C rose, La mortalité infantil en Frailee selon lemilieu social, Congreso internacional de la
población, Ottawa, 21-26 de agosto de 1963, Lieja, 1964, pp. 263-286.
■W 'W" . .
DE LO REPRESENTADO A LA REPRESENTACIÓN 175
M u erte r epresen ta d a , m u e r t e e n r e p r e s e n t a c ió n
El examen del factor demográfico nos demuestra que hay que acor
darle un lugar preponderante al sistema sociocultural. De hecho, las
muertes de sí mismo y del otro, o las dos a un tiempo, a veces “fanta-
siadas”, a veces “representadas”, permanecen inseparables del con
texto sociocultural en que se expresan.
DE LO REPRESENTA DO A LA REPRESENTACIÓN 179
28 “La mort et les lois humaines”, en La moflet l'homme du XX siecle, Spes, 1965, p. 131.
29 “A travers laciviiisatioa”, Qni^essensdeíamorl, Echanges98, París, noviembre de 1970, p. 12.
180 LA M U E R T E DADA, LA MUERTE VIVID A
■t4 J . Stoetzel, La psychologie sociale, Flammarion, I'963, p. 95. El autor subraya muy acerta
damente que las emociones experimentadas durante el duelo en nuestra sociedad no se expli
can ni por una simple prescripción social, ni simplemente por un comportamiento humano
universal. Resultan de nuestra estructura social y cultural, actuando sobre nuestros sentimien-
182 LA M UERTE DADA, LA M UERTE VIVIDA
« in p ü p iif
DE 1.0 REPRESENTADO A LA REPRESEN TACIÓN 183
La muerte inteligida
La muerte en imágenes
Sin ninguna duda, el tema de la muerte, del que ya vimos qué lugar
tiene reservado en los medios de comunicación de masas se presta
muy especialmente para una historia de los “síntomas culturales”,
para retomar la expresión de Panofsky.39
De modos diferentes según los lugares y las épocas, la muerte ha
inspirado siempre a los artistas: muy especialmente a poetas, esculto
res, pintores40 y músicos, mientras que el cine o el teatro de hoy le
deben varias de sus obras maestras. Ya se trate de idealización (se ha
dicho que la obra de arte es un equilibrio fuera del tiempo), de puri
ficación (se trata de exorcizar sus pulsiones de muerte o de liberarse
de sus angustias), de presentificación (se busca hacer presentes en el
pensamiento de los hombres las catástrofes o la muerte de los hom
bres ilustres), o solamente del arte por el arte (bella muerte, bella
representación de la muerte), poco importa con tal de que la muerte
pueda expresarse bajo todas las formas de la armonía: poseída (bella,
solemne), buscada (sublime, dramática, trágica), perdida (cómica),
incluso negada (falsedad).
Hablando de la estética de la muerte en una tesis destacable, M.
Guiomar distinguió41 las categorías inmediatas o naturales que son “tri
butarias o traductoras de una simple conciencia más o menos pro
funda de una Muerte inevitable, reconocida como hecho biológico, o
a lo sumo como abstracción invisible, sin compromiso metafísico" (lo
Crepuscular, lo Fúnebre, lo Lúgubre, lo Insólito); las categorías fan tás
ticas del Más Allá donde “esta conciencia que» nos ha sido dada se
enriquece con imágenes de la Muerte o de sü dominio, cuando el
autor se proyecta hacia ese Otro Mundo o transforma en hecho artís
tico las fantasías, figurativas o no, de su visión de la Muerte y de su
dominio” (lo Macabro, lo Diabólico, Fantástico generalizado); en fin,
las catetorías metafísicas (u ontológicas) por las cuales “el autor traiciona
en su comportamiento de viviente una visión del mundo presionada
por lo que éste será, o al menos por su concepción del Más Allá o de
las relaciones entre la Vida y la Muerte” (lo Demoniaco, lo Infernal ,
lo Apocalíptico).
Insistamos sobre lo fúnebre y lo macabro. Lo Fúnebre traduce
probablemente .nuestra obsesión inconsciente de la muerte. “En lo
Fúnebre, la Muerte no es lo que rechaza la Diversión, ni la tentación
morbosa de lo Lúgubre, ni el misterio que inflama a lo Insólito, ni lo
horrible de la descomposición Macabra, ni aun una promesa apoca
líptica de eternidad. Es el retorno aceptado a la tierra-madre que, al
reintegrarnos al único dominio común a todo lo que vive, nos identi
fica con nuestra esencia.” El Momento pulvis es fúnebre, y no maca
bro, porque es testimonio de la obligación natural, lógica del retorno.
Lo Macabro difiere en este sentido porque “se considera no el reco
nocimiento de un ciclo continuo, sino por el contrario la expresión
de una hiato entre la perfección viviente y el cadáver o el esqueleto.
No recorre el ciclo; lo quiebra. La tumba Balbiani, en el Louvre,
mezcla en una misma obra “la ruptura de este ciclo en sus dos planos
donde se oponen lo viviente y el cadáver descarnado. No explica;
somete a nuestra razón ante "un inexorable absurdo”.42
En cuanto a lo Macabro, él aparece como personificación de la
Muerte. Sus modos de presencia son el crimen o acción macabra,
la disolución o descomposición del cadáver, la danza de los muertos, la
situación macabra o antagonismo de la Vida y la Muerte. Sin em
bargo, lo Macabro, en estrecha conexión con lo Maléfico, se percibe
en una doble dirección que expresa la afinidad femenina de la Pie
dra y de la Mujer. En suma, se trata de reunir y de seguir “algunos
sueños contemporáneos entre la imagen todavía consciente, despierta,
de una Muerte macabra, o las figuraciones repulsivas, venidas de las
edades y del Miedo colectivo hasta el enclaustramiento onírico en el
inconsciente personal de las transmutaciones y transferencias poéticas,
a través de una feminización que llamaríamos hipnagónica, para pre
cisar así que para definir una Muerte deseada, o una Muerte deseosa
del objeto mismo creado como Muerte que participa a la vez del
sepultamiento psicológico nocturno y del sueño despierto”.4'’
Así, la estética de la muerte nos introduce en pleno corazón de este
ámbito imaginario que, en una perspectiva diferente, el antropólogo
encontrará necesariamente; y al igual que la antropología, la estética
encuentra la dialéctica eterna de Tos intercambios Vicia-Muerte, ani-
La muerte en representación
La obra de arte, particularmente las artes plásticas, ofrecen la muerte
en espectáculo, ya sea con fines edificantes o de protesta,45 ya con
una finalidad lúdica. Pero son más especialmente los medios de co
municación de masas los que deben considerarse, teniendo en cuenta
la extensión de su poder.
La muerte espectáculo no es un hecho nuevo: desde las arenas
antiguas donde los cristianos padecían el martirio hasta los carreto
nes de la Revolución francesa o las ejecuciones capitales de hoy hechas
en público (Sudán, Irak), sin olvidar los actos de tauromaquia, los
hombres han gustado siempre de asomarse a la muerte de los otros.
La televisión permitió a millones de espectadores asistir al asesinato
de Kennedy. “Nosotros fuimos telepresentes. Hemos teleasistido a la
tragedia [ . ..] Hemos teleparticipado en ella. Este espectáculo no fue
solamente participación estética. El mundo político, o el mundo a
secas estuvo presente también, implicado y perturbado por el asesi
nato. Pero hubo otra cosa más, y el elemento que cronológicamente
apareció primero fue esta otra cosa: la muerte brutal de un pró
jimo.”46
44 Vextase matérielle, Gallimard, 1971, pp. 28-2 9 .
45 Se recuerdan los yacentes, cerca de 2 m i!, que aparecieron en el suelo, en París, una
mañana de mayo de 1971, so b re los escalones del Sacre-Coeur, a lo largo del Pére-Lachaíse, del
boulevard Blpnqui, o en la Butte aux Cailles; esas presencias debían evocar los fusilamientos,
los encierros, las masacres del pueblo francés durante la Comuna. “Se me había pedido que
compusiera una pintura sobre la Comuna para una exposición en Bruselas. Fue entonces que,
al estudiar el acontecimiento, descubrí su amplitud (la amplitud de posibilidades que revelaba y
la magnitud de la masacre), y entonces com prendí que una pintura-pintura, puesta en su
marco y en un lugar especializado, no podría expresar, por su naturaleza misma, esta explo
sión de vida, de muertes, sus ecos, su perm anencia hoy mismo. Necesitaba la calle. Así como
hubiera utilizado colores, utilicé la carga dramática de los lugares marcados por estos episodios
trágicos de la lucha de clases; la sensibilización de la conciencia pública en esta semana del
centenario de las masacres; en fin, la imagen de] cadáver es la imagen multiplicada de los
cadáveres (con su efecto realista, la gente andando por encima de ellos) reinserta en una reali
dad (el m etro Charonne o el boulevard Blanqui, el día del aniversario de la Comuna), que
gracias a una interacción entre todos los elem entos elegidos, daría la percepción, la visión
exacerbada de la inmensidad de la regresión”, declaró el autor E. Pignon-Ernest (Le Monde, 21
de diciembre de 1973).
El mismo pintor dedicó una exposición en el Grand-Palais, en 1972, durante 12 días, a la
memoria de ios muerios por accidentes de trabajo.
111 E. Morin, “Une lelé-lragédie américaine: I'assassinat du Présidcnt Kennedy”, Communica
tions, 3, p.77.
190 LA M U ERTE DADA, LA MUERTE V IV ID A
f »TiWiri>¥il f f t i i m . > 1
192 LA M UERTE DADA, LA M U ERTE VIVIDA
pone de manifiesto J. Potel: las muertes que se ven, se consumen casi siempre
colectivamente. “Las experiencias ricas y miserables de los hombres ante
la muerte, toda la gama de sentimientos y creencias humanas, se trans
forman en un espectáculo permanente y colectivo muy variado, pero
inofensivo.”60 Es natural que una civilización que teme a la muerte y la
dispensa con tanta facilidad, se alimente de ella de manera sadomaso-
quista (insistencia o catarsis), o la reduzca a una información que
produce en cada espectador una curiosa mezcla de indignación, de
satisfacción (se trata siempre de una muerte vivida o dada por po
der) y de blanda indiferencia.
Esta importancia atribuida al papel nada desdeñable que en ellos
juega la muerte, sirven por cierto para caracterizar a la civilización
occidental. No solamente las muertes espectáculo que se dan en el
Africa negra tradicional no son imaginadas, ni siquiera imaginizadas,
sino reales y por lo tanto de otro orden (muerte por sacrificio; teatrali
dad imitada; experiencia de los.funerales y ritos iniciáticos), sino que
provienen de otra intención o finalidad (retorno simbólico a la violencia
fundamental, técnicas para conjurar la tristeza o para negar la muerte
de las que hablaremos más adelante).
la muerte está domesticada, los difuntos son familiares, el hombre sigue siendo dueño de su
m uerte y ésta no interrumpe la continuidad del ser. Entre el siglo xu y el final del siglo xv
predomina el amor visceral por las cosas, la voluntad de más y más ser, el sentido de la biogra
fía, es la época de la muerte del sí. A partir del siglo xvi el difunto fascina, pero el cementerio
abandona el centro de tas ciudades, la muerte es a la vez próxima y lejana, ruptura y continuidad. La
muerte del otro, que se rechaza patéticamente (duelo aparatoso, cutio del cementerio), caracteriza
a l siglo XIX Hoy la muerte está invertida, negación clel duelo, rechazo de los diluntos, el hombre
ya no es dueño de su muerte y recurre a los profesionales (pompas fúnebres, servicios tanato-
lógicos) para organizar los diversos ritos (texto inédito).
VI. LOS ROSTROS DEL MORIR: MUERTE CONCEBIDA
Y MUERTE VIVIDA
A El hecho es sistemático si se trata de una mala muerte. Así, todo lo que tocó el leproso es
entregado a las llamas.
*’ Véase I>. Fedida, La relique et le travail du deuil, Nllc. Rev. de Psyehanalyse, 2, Gallimarcl,
1970.
6 Op. cit., 1964, pp. 140-141. E s t a m b i é n G. B r a s s e n s , c u a n d o c a n t a la n o s t a l g i a d e l h o m b r e
que se imagina cómo, después de muerto, su sucesor se pone sus pantuflas* fuma su pipa, se
desliza entre sus sábanas e n el lecho de su amada.
7 J . Baudrillard, Le systeme des objets, Denoél-Gonthier» 1968, pp. 116-117.
8 Entre los depresivos y ios melancólicos, la pérdida del objeto, que se siente frecuentemente
como una anulación del yo, equivale a una muerte. Véase por ejemplo el trabajo de S. Nacht y P.
C. Racamier, “ Les états depressifs, étude psychanalytique”, informe al 21 Congreso Int. de
LO S ROSTROS DEL M O R IR 197
L as fo r m a s d e l m o r ir
16 El problema del sentido del morir será tratado en la tercera pane. Véase 1. Lepp, La mort
el ses mysútres, Grasset, 1966, cap. v.
17 Kn una perspectiva algo diferente, es el caso ele J . 1\ Sari re: “Con mi muerte, la mirada
del otro me tija en el pasado, me transforma en objeto, me cosiílca de alguna manera. Por lo
tanto, vale más m orir solo.”
200 LA M U ERTE DADA, LA M U ERTE VIVIDA
18 Es sólo de una manera metafórica como podemos hablar de muerte tratándose de los
viejos del asilo, de los recluidos de por vida en las prisiones u hospicios, y con más razón de los
condenados a muerte que esperan su ejecución. Más bien habría que hablar aquí de muerte
por etapas o de muerte social.
19 El estudio del sueño en sus relaciones con la muerte (soñar con la muerte, sentido otor
gado por el grupo al soñar con muertos, sueño y premonición de la muerte) no se ha empren
dido jam ás de manera sistemática. D. Cooper (Mort de lafamille, Seuil, 1972) nos da un ejem
plo curioso: “Un hombre, médico de profesión, soñó que le explicaba la anatomía de la cabeza
a estudiantes de medicina. En el sueño, se cortó su propia cabeza, la colocó en el suelo, la cortó
en dos -las mucosidades caían de sus narinas. Entonces explicó minuciosamente la configura
ción de su cerebro (su espíritu), con una fascinación y una impresión de comprensión total.
Luego, con toda calma y como jugando, le pegó un puntapié a su cabeza y se sumergió más en
su muerte, volviendo a ver la totalidad de su vida ya consumada” (p. 131). Véase R. Caillois, G.
E. von Grunebaum, Le reve et les sociétés humaines, Gallimard 1967. Véase también B. Kilborne,
Symboles oniriques et modeles culturéis. Le reve et son interprétation au Maroc, 3er. ciclo, París, 1974.
20 J . Guillaumin “Origine et développement du sentiment de la mort”, en La mort et l’homme
du XX siecle, Spes, 1965, p. 76.
LOS ROSTRO S DEL M O R IR 201
32 Recordemos que para E. Durkheim (Le suicide, étude de sociologte, Alean, 1897), el suici
dio califica al acto por el cual un individuo se da muerte voluntariamente. El suicidio es lla
m ado altruista cuando el sujeto renuncia-a la vida por espíritu de entrega a la.colectividad; el
suicidio anómico resulta d e una desorganización parcial o un debilitamiento de las reglas colec
tivas; y en cuanto al suicidio egoísta, es aquel q u e implica el culto exagerado del yo. R ecordem os
que para Durkheim, la frecuen cia de los suicidios varía en razón inversa al grado de integra
ción de la sociedad religiosa, dom éstica y política. Es así qu e los protestantes se dan m uerte más
a m enudo que los católicos, los solteros que los casados, los m atrim onios sin niños que los qu e
los tienen.
33 M. D. Jeffreys, Samsonic-suicide, or suicide o f revenge am ong Africans”, Afñcan studks,
Londres, septiembre de 1967. En P. Bohannan (ed.), African homicide and suicide, Princeton
Univer. Press, 1960.
206 LA M U ERTE DADA, LA M U E R T E VIVIDA
31 Es lo que nosotros hemos llamado a falta de un término mejor, la muerte por instancias
(muerte-que-se-va-haciendo). Aparentemente, el h om bre afectado parece normal. Y sin em
bargo, quizás ya ha perdido una de sus almas, o un fragm ento de principio vital. A m enudo
lo sabe y es allí d on d e se sitúa el suicidio pasivo d e l que hem os hablado. Pero lo más corriente
es que no lo sepa. Entre los seres del Senegal, el konopaf (un vivo ya muerto) y h om bre con
plazo, pero que lo sabe, trata a m enudo de arrastra!- consigo a otras personas p o r celos, por
am or o p or venganza. Si fracasa, tiene que anticipar la hora del desenlace fatal, se suicida.
*
LOS R O ST R O S DEL M ORIR 207
extraño, casi siempre invisible, que por maleficio, mala suerte o bruje
ría (se dice que el brujo “devora” al doble, o principio vital, o alma:
es la fantasía de devoración de los psicoanalistas), o también por po
sesión (el espíritu que posee “m onta” a su víctima; en el Níger se dice
de las mujeres poseídas que son las “yeguas de Dios”), lo impulsa
inexorablemente a dejarse morir.
Dos motivos opuestos pueden señalarse para explicar la actitud del
agente destructor. Por una parte el odio, la venganza; así los gisu de
Uganda piensan que el suicidio es siempre provocado por los malos
espíritus que obligan a su víctima a darse muerte, mientras que en
casi toda c! África negra este comportamiento suicida está bajo la
dependencia de los brujos devoradores del a l m a . Pero Lambién
puede ser por amor; entre los wolof y los lebu del Senegal, se da el
caso de que el Rab (genio ancestral), cjue ama a tal o cual de sus
sucesores, “viene a habitarlo” y lo incita así a reunirse con él en el
más allá (que es a menudo otro acá-abajo). La persona poseída se
vuelve anoréxica, se niega a participar en la vida cotidiana y termina
aceptando dejar el mundo de los vivos.35
Pero aquí cabe preguntarse si esta actitud (patológica a los ojos de
los occidentales) debe incluirse en el rubro de los suicidios, de
acuerdo con la óptica específicamente negro-africana. Según que le
formulemos la pregunta a sujetos “tradicionales” o ya incorporadas a
la modernidad (aculturación de las ciudades), la respuesta puede ser
francamente negativa (primer caso) o positiva (segundo caso).
Lo que impresiona también al antropólogo africanista, si dejamos
de lado los suicidios sacrificios, es la debilidad de los índices de au-
toeliminación con respecto a las cifras europeas (desde 2,3 para el
Eire hasta 24/100.000 en Dinamarca, con un promedio de 17). Para
35 Encontram os aquí los fen óm en os de tanatomanía, de los que ya hem os hablado. M. Mauss
(Sociologie et Anthropologie, i’i.’K, 1950, p. 313 y ss. La tanatomanía recuerda, según dijimos, los
“ casos d e muerte provocada brutalmente, d e una manera elemental, en num erosos individuos,
muy sencillamente porque saben o creen (lo que es la misma cosa) que van a m o r i r [ ...] Sin
em bargo, es claro que si el individuo está enferm o y cree que va a m orir, aún si la enfermedad
es causada, según él, por brujería de otro o por un pecado p rop io (p or com isión o por omi
sión), se puede sostener qu e es la idea de la enferm edad la que constituye el medio-causa del
razonam iento consciente o subconsciente. Consideram os por lo tanto solam ente los casos en que
el sujeto que muere no se cree o no se sabe enferm o, y piensa sólo que está p róxim o a la muerte
por causas colectivas precisas. Este estado coincide generalmente con una ruptura de la comu
nión c o n las potencias y cosas sagradas, sea por magia, sea por pecado, cuya presencia nor
malmente lo sostiene. Entonces la conciencia es invadida enteramente p o r ¡deas y sentimientos
de orig e n colectivo, y que no traducen ninguna perturbación física. Ei análisis no llega a
aprehender ningún elemento de voluntad, de op ción , o aún de idealización voluntaria por
parte del paciente, ni siquiera de perturbación mental individual, fuera de la sugestión colec
tiva misma. Este individuo se cree encantado o se cree en falta, y m uere p o r esta razón.”
208 LA M U ERTE DADA, LA M UERTE VIVIDA
36 Esta adhesión al grupo explica p o r qué la mayoría de los suicidios tienen por causa el
hon or: deudas, impotencia sexual denunciada públicamente, ser injuriado delante de testigos,
ser encon trado en flagrante delito de m entira ante sus suegros. He aquí d os historias revelado
ras: una jo v e n casada se baña en el río. Se pone a conversar con un manatí, el príncipe de las
aguas, y no se da cuenta de que su suegra atraviesa el río en.piragua y la ve desnuda. Cuando
lo advierte, se suicida ahogándose. Un toucouleur que no tiene cóm o pagar al poeta-músico-
bru jo que públicamente canta sus alabanzas, se cuelga al instante; según otra versión, se corta
una oreja y se la ofrece a su acreedor, etcétera.
LOS ROSTROS D EL M O R IR 209
:i7 Véase sobre este punto M. Diop, P. Martino, H. C ollom b, SigniJ'icatíon et valmr de la persécu-
tioti dans les cultures africabies, Congreso de Psiquiatría y de Neurología en Lengua Francesa»
Marsella, 1964; H. Collomb y Xwingelstein, Psychiatrica in Africa, Clinical and social psychiatry
an d the problema o f mental health in Africa, Vancouver, 1964; Depressive states in an Afiican commu-
nity, First Pan African C on feren ce, Abeokuta (N igeria), 1964; M. C. y £d. Ortigues, Oedipe
afñcain, Plon, 1966.
38 L V. Thom as, R. L uneau.Les religions d'Afrique noire, Denoél, .Fayard, 1968; Anthropologie
des religions négro-africaines, Larousse, 1974.
39 La llegada del gobern a dor interrumpe la cerem onia ritual del viernes. Cuando e l gober
nador se marcha, el e m p era d o r vuelve a vestir sus ropas oficiales y reínicia la cerem onia en el
punto exacto donde la había dejado.
40 Esta falta de individuación no nos autoriza en absoluto a reducir la persona al personaje,
y con mayor razón a la máscara. El poseer un nombre secreto, que preserva la intimidad del yo
y protege una parte de su libertad, el carácter relativamente único de cada sujeto en la con
fluencia de un ju eg o co m p le jo de elementos (almas, dobles, principios vitales, nom bres), la
prom ición social codificada p o r la iniciación, la determ inación de las funciones y de los estatu
tos, la importancia del origen (étnico, de casta) hacen im pensable una reducción semejante.
210 LA M U ERTE DADA, LA M U ERTE VIVIDA
{
Imaginario stricto-sensu: apariencia, imagen sensible, fantasía individual;
Simbólico en sentido lacaniano: m u n d o del lenguaje y dei deseo ligado a la ley
del Padre;
Im aginal: ritual simbólico y op era torio, prop io del grupo con referencia a las
fantasías colectivas (mitos).
Volverem os in extenso sobre este punto en la cuarta parte.
43 A pesar d e ciertas reservas, véase el film e d e J. L. M agneron, Vandou. El “ cadáver” trans
portado en un sudario blanco no presenta en realidad ninguna rigidez cadavérica, c o m o lo
muestra el film e, está más bien desarticulado, lo qu e es norm al puesto que “ la m uerte” acaba
de producirse.
48 Véase H. Gravradn, “ Rites et vie en societe chez les Serer” , A frique Documents, Dakar 52,
1960. C on respecto a dar m uerte (ritual y simbólica) a los hijos en el K.uba del Zaire, consúltese
L. de Heusch. Le roí ivre <>u 1’origine de l'Etat, Gallimard, 1972, pp. 138-140.
También nosotros hemos descrito el caso de los diola del Senegal: L. V, Thom as, Cinq estáis
sur (a mort négro-africaine, Dakar, 1968. Entre los bedik (Senegal), el día de la iniciación, los
jóv en es se aprestan a m orir para renacer: cuando sean sepultados sim bólicamente, el cuello
que es una parte del cuerpo que contiene elementos importantes constitutivos de la persona,
será cortado y remplazado. La participación del cuerpo es extraordinaria a juzgar p or las
m odificaciones vegetativas. La iniciación se vive frecuenctemente c o m o una muerte, incluso
p o r el g ru p o, que llora al que no está más. En la escuela de la selva, el jo v e n iniciado volverá a
aprender los actos elementales de la existencia, puesto que acaba de nacer.
La enferm edad y la terapéutica son también muertes simbólicas y renacim ientos. El enferm o,
y particularmente el enferm o mental, es aquel que ha tenido el privilegio de conocer una
nueva existencia v que por esta experien cia se ha enriquecido hasta el punto de poseer un
nuevo saber v el poder terapéutico. M uchas técnicas terapéuticas tradicionales incluyen una
“ m uerte” del enferm o que es sepultado realmente (es el caso del n d o e p de los vvoloí y de los
lebu en Setiegal). Véase L. V. T hom as, Antliropologie religiease négro-africaine, Lamusse, 1974.
46 Véase L. V. Thomas. L ’etre et le paraítre , op. cit., 1973.
LO S ROSTROS DEL M ORIR 213
una reintegración más profundizada al g ru p o. En cuanto a ]a misa, ella nos conduce, con la
com u n ión , a )a fantasía de la incorporación canibálica, com o verem os más adelante.
51 0 . Guérin, G. Raimbault, “ M ort imaginaire et M ort sym bolique,‘ , en Psychologie medicóle et
Sciences humaines ajyplujuées a la sanie, 1970, T. 2, núm . 3, p. 64. S. Freud, “ Considérations
actuclles sur la guerre et sur la mort” , en Essais de Psychanalyse., Payot, 1948, p. 250.
52 G. Guérin, R. Raimbault, p. 61. J. Lacan, Ecrits, Seuil, 1966, p. 552.
53 G. Guérin, G. Raimbault, op. cit.r p. 63.
La muerte es terrible porque no se sabe, y porque no se sabe que se está muerto. J. Lacan,
op. cit., p. 552.
216 LA M UERTE DADA, LA MUERTE VIVIDA
a propósito del sueño del que ya hemos hablado,58 y más todavía del
uso de la droga. “ Un hombre que tomó l s d , pasó en el transcurso de
este ‘viaje’ por una experiencia completa de crucifixión. En un mo
mento, cayó atravesado sobre una silla con los brazos extendidos,
formando así la cruz sobre la que estaba clavado, como todos noso
tros. Su cara se fue volviendo azul, después negra, y él mismo ya no
estaba seguro de que su corazón siguiera latiendo. Pero volvió gra
dualmente a la vida en los brazos de la persona que lo acompañaba.
En el transcurso de esta experiencia de muerte, tuvo una visión total
de su vida: esterilidad radical, tanto en el futuro como en el pasado.
Dos años más tarde, hizo una exposición de pinturas que tuvo un
éxito enorme y que me pareció en contradicción perfecta con su
modo de vida anterior. Esta transformación sólo pudo ocurrir por
que tuvo un buen ‘compañero’ y porque ‘viajó’ demasiado lejos a
través del territorio asombrosamente presente de la muerte.” 59 Sin
negar el valor experimental de tales evasiones -provocadas- hacia lo
imaginario (stricto sensu), pero sin engañarnos sobre su importancia
científica, debemos admitir que hay allí una tentativa individual para
jugar con la muerte y extraer de ella una alegría autística que no
tiene nada que ver con las técnicas negro-africanas, donde la droga
se convierte en el medio de crear un estado con fines litúrgicos (deli
rio alucinatorio, rigidez cadavérica, cataplexia).
Así se puede estimar que toda civilización es, para retomar la e x
presión de G. Balandier, un “engaña-muerte” que persigue su pro
pia amortalidad (persistencia en el tiempo). Y esto lo puede hacer de
dos maneras: ya sea que organice las fuerzas colectivas que se opo
nen a la muerte (rito iniciático), o que oculte a la muerte (diversión),
o que juegue con ella (droga, juegos violentos), o que la proyecte
hacia las profundidades del inconsciente (muerte y palabra vacía). En
el primer caso (sociedad negro-africana), la muerte real es trascen
dida por el ritual simbólico; en el segundo (sociedad occidental), se
pasa de lo colectivo a lo individual, de lo simbólico a lo imaginario
\
«(-
LOS R O STR O S DEL MORIR 219
(1896), t. I, p p. 26-38, y t. II, pp. 337-369; Dr. Solíier y coi. “O bservations sur l’état mental des
m ourants” , Rev. Phtl. (1896), t. I, pp. 303-313; “ Une revue de la question” , p o r A. Binet, en
VAnnée Psychol. (1896), 3, p p. 629-635; Ch. Fere, “ L’ état mental des mourants” , Rev. Phil
(1898), t, I, p p. 296-302; y para una tentativa planteo general*del tema, M. Pradines, “ Traité
d e psychologie” , París, p u f , 1948, t. 3, sección 2.
63 En el seno del organism o se establece una renovación perm anente, con excepción de las
células cerebrales. Así, perdem os y recuperam os dos millones y m edio de glóbulos rojos por
segundo; bastan 8 días para que “ cam biem os de piel”; d os días para que el epitelio intestinal se
transform e integralmente.
64 Hay que ver una relación sim bólica entre esta m uerte en detalle y la desagregación que
hace e! perverso de la persona amada o solamente deseada, cuan do la reduce a una serie de
objetos fetiches: sexo, senos, muslos, vientre, cabello. “ A partir de aquí, ella se ha convertido en
un ‘objeto’ constituido por una serie, de la que el deseo registra los diferentes términos, y cuyo
significado real no es ya ei total de la persona amada, sino el p rop io sujeto en su subjetividad
narcisista coleccionándose-erotizándose él mismo, y haciendo de la relación amorosa un dis
curso sobre sí mismo” (J. Baudrillard, op. cit, 1968, p p. 120-121). Véase sobre este aspecto la
secuencia inicial de E l desprecio, filme de J . L. Godard, donde encontram os una vez más la
obsesión fragmetarizadora ya referida. {Véase M. Merlin, L'homme inversé, op. cit., 1973.)
65 En ei Á frica negra, una m ujer estéril es segregada dei grupo, está muerta socialm nk. El
casamiento d e prueba ba tenido con frecuencia la finalida'd de atestiguar la fecundidad de la
futura esposa, mientras que la esterilidad en las etnias que no practican este tipo de alianza
previa, se convierte en uno de los principales motivos de divorcio.
220 LA MUERTE DADA, LA M UERTE VIVIDA
73 Los bum a del Zaire hablan de la “ m uerte absoluta” (magpa ngpa ipe) o de la “segunda
muerte” , que soprende al que ha tom ado la form a de un animal salvaje y es abatido por un
cazador. Es “ la m uerte después de la cual n o queda más nada de él” .
74 “ L’etre humain devant la mort. Le chagrín et le deuir»£u¿¿. Soc. Thanatologie, I., abril de
1967.
— » ii HW l l WWf U f f 1111......
LOS R O STRO S DEL M O R IR 223
W W W ' .........
LOS ROSTROS D EL M O RIR 227
83 La muerte violenta del forjador, del brujo, del m ago y en general de todo personaje que
pasa por disfrutar de una afinidad particular con lo sagrado, se puede situar a mitad de ca
mino entre la violencia colectiva espontánea y el sacrificio ritual. De éste a aquél no hay solu
ción de continuidad en ninguna parte. Comprender, esta am bigüedad es penetrar en la inteli
gencia de la violencia fundacional, del sacrificio ritual y de la relación que une a estos dos
fenóm enos. Véase L. V .T hom as, R. Luneau, op. cit., 1974.
84 La muerte ritual de los dioses era conocida entre los antiguos: crucifixión (O rfeo, Baal,
Indra); descuartizamiento (Osiris); ahorcamiento (Attis). C on Astarté, el ritual evoluciona:
ahorcamiento, después crucifixión, p or último descuartizam iento. La muerte ritual del Cristo
se vincula de alguna manera co n este mismo ju e g o de creencias y actitudes simbólicas.
LOS R O ST R O S D EL MORIR 229
93 “ .. .Es el largo cam ino de Güinea/La m uerte te con d u cirá hasta él/Tus padres te aguardan
sin im paciencia” , escribe el poeta J. Roumain.
94 En las culturas antiguas, el cadáver ha sido m u y a menudo sinónimo de mancha. El latín
funestos significa “ m anchado” p or la presencia de la m uerte. La idea de una m ancha material
(sobre todo durante la tanatomorfosis) y más todavía moral, parece haber origin ado costum
bres tales c o m o el acicalamiento del cadáver (que a veces era quemado, expuesto al sol, aho
gado: de ahí el papel del fuego, del agua purificadora) y de diversos tabúes (objetos que hubie
ran pertenecido al difunto).
232 LA M U ERTE DADA, LA M U E R T E VIVIDA
haya hecho su expiación, podrá reunirse con éstos. Por último, el ser
fundam entalm ente malo, víctim a de una mala m u erte, como el
brujo, conocerá en el Kpam Lonum una vida definitivamente errante
en la que padecerá los peores sufrimientos.
Estas dos caras de la m uerte, una común, habitual (m uerte dulce y
buena), la otra anómica, excepcional, por lo tanto angustiante, con
cebida y vivida como una aniquilación, un ser-nada (mala muerte),
nos rem ite a la esencia misma de lo negro-africano, que sólo existe
en/por los otros, y participa en/del universo. Fuera del grupo, arran
cando de los demás, del universo cósmico, encerrado en su propia
soledad, el negro no es nada. De ahí la necesidad de m orir cerca de
los suyos, en el poblado, en arm onía con los antepasados. Por esto la
muerte súbita es con frecuencia temida, porque toma de improviso
no im porta a quién, ni cuándo ni dónde, privando de alguna manera
al h om b re de su m u e rte ;95 verem os más adelante que el viejo
negro-africano se esfuerza por conocer el día y la hora de su desapa
rición.
El m undo occidental cofioce también la oposición buena/mala
nuerte: P or ejemplo, según’ la tradición cristiana, la buena m uerte es
ante todo la muerte serena y acep tad a.96 Ella supone tres cosas. Antes
]iie nada, la creencia en el misterio pascual, misterio de m uerte y de
esurrección por excelencia, cimiento primero de la adhesión: “Si
Cristo no ha resucitado -p roclam ab a San Pablo- vana es nuestra fe.
Entonces comamos y bebamos!” Después, la total coherencia de la
/ida individual con las exigencias de la caridad,97 entonces se tiene
a certeza de morir en testimonio del Evangelio y en la firme esperanza
ie ver a Dios. Por último, el socorro de este último; en el Diálogo de
as carmelitas, G. Bernanos nos describe el drama de una joven reli
giosa que encuentra en la gracia divina la fuerza p ara superar el
niedo a la muerte que le desgarra las entrañas, nos dice que tiene
ugar “una transferencia mística de valor” entre ella y su com pañera.
£s que la buena m uerte supone también dignidad y desprendi
95 T . E . Law rence, en Los siete pilares de la sabiduría nos describe muy bien la preferencia de
ds árabes por la m uerte lenta, que le perm ite al hom bre habituar su espíritu y encontrar valor
’ resignación.
96 A. Cam us nos habla de La mort heurense (Gallimard, 1971): paz del corazón, independen-
ia financiera, dominio del tiempo, son sus condiciones mayores. Sobre la m uerte cristiana,
Jase Notre vie et notre mort, de R. Mehl, SCE, París, 1968.
97 “M uerte, yo seré tu m uerte, Muerte yo seré ¡tu victoria! Pero si en el térm ino de nuestra
ida lo damos todo, si no nos guardamos nada ante tu presencia, si todo lo qu e tenem os y todo
> que somos lo entregam os al circuito del intercam bio, de la participación, de la comunión,
ambién por nosotros la m uerte será derrotada. J . Cardonnel, Dieu est mort en Jésus-Christ, Du
ros, B urdeos, 1967.
LOS R O STR O S D E L M O R IR 233
101 “Me gustaría m orir en mi cam a, rodeada de todos los m íos llorando”, declaraba L. de
Vilmorin (Journal du Dimanche, 28-12-1969).
Para algunos, la buena o la bella muerte no es más que una ilusión: “[ . . .]no hay m uertes
lindas. Son todas espantables, aun cuando tengan una apariencia que consuela a los sobrevi
vientes. Ya sea que la vida se detenga en un inm undo gorgoteo o como una bujía que se
extingue después de una últim a sonrisa o una última mueca, la m uerte es en cualquier caso
una injusticia y todas las injusticias son fe a s [. . . ] Q ue mueran los que tengan ganas. Los otros
no debieran m orir”, J . Jean -C h arles, L a mort madame, Flam m arion, 1974, pp. 153-154.
102 France-Soir, 8 de febrero de 1967. El diario publicó una fotografía de la actriz “vestida de
rosa y de visón blanco”.
LOS R O S T R O S D E L M O R IR 235
10,1 Ph. A ries, L a mort inversée. Ijt cliangemenl des altitudes devant la mort dans les socielís occidenta
les, C erf, La Maison Dieu 101, 1er. trim ., pp. 6 0 y 63.
104 M uchos viejos están preparados para m orir: sus negocios están en orden, han pagado sus
exequias, el sudario espera en el arm ario, el nom bre ya eftá grabado en la tum ba con las dos
prim eras cifras d el año: 19 .
105 Ph. A ries, op. cit., 1970, pp, 61 y 6 5 .
36 LA M U E R T E DADA, LA M U E R T E V IV ID A
106 Ibid.
107 Sobre las muertes fecundas: profetas, mártires revolucionarios, véase A. Lanson, Mourir
m r le peuple, Cerf, 1970.
108 Cabe recordar la carátula de un sem anario de izquierda que presentaba dibujados cadá-
:res israelitas y egipcios, los zapatones de unos contra los de otros -sólo se veía a éstos, que
ir lo demás eran semejantes (la misma situación irrisoria e in ú til)-, rodeados de moscas, y se
ía en grandes letras: “Prim er balance. ¡Los muertos han perdido la guerra!” Charlie hebdo,
>2, 15 de octubre de 1973.
Sobre el tema de las revoluciones perdidas, de las mascaradas políticas, de los muertos para
ada, véase el canto de rebeldía y de am or de F. X en ak is,£í alors les morts, pleureront, Gallimard,
)74: “[Ella] les gritó que si no se lograba el cese del fuego pronto caerían lluvias de sangre y
Honces, señores, yo lo sé: los m uertos llorarán a los muertos” (p. 43). Véase también pp. 84,
8. “Él pensó tam bién[. . .] [que] iba a m orir antes de ver ese cese del fuego que también
irmaría parte de las cosas frustradas y que entonces no tenía verdaderam ente ninguna impor-
meia agregar una barrabasada más al rosario de barrabasadas que habían sido su vida”, pp.
13-1 15.
LOS R O ST R O S D E L M O R IR 237
111 E. Morin, L'homme et la mort dans l’histoire, C orrea, 1951, pp. 62-63. Véase también J . CI.
Hallé, F. Cevert, L a mort dans mon control, Flam m arion, 1974, pp. 221-223, 241-247.
LO S R O S T R O S D E L M ORIR 239
116 Véase más adelante lo que decimos del deicidio (Cuarta Parte).
117 “De ese triodo, él (el sacrificio) se vuelve muy a menudo una transferencia purificadora
t¡ue desplaza sobre otro (esclavo o animal) la necesidad de m orir. Puede tradu cir también la
preocupación obsesiva por escapar al talión, es decir al castigo que convocan de rechazo los
crímenes y las malas inclinaciones. En e fecto , la estructura íntima del talión exige que pague
mos con nuestra muerte, no sólo nuestros asesinatos reales, sino también nuestros deseos de
muerte. El sacrificio, que debe expiar la víctima en nuestro lugar, aporta el alivio de la expia
ción m isma. I.os chivos emisarios sacrificados en Israel o en Atenas durante las Thargelias, así
como las masacres, tenían por finalidad p u rifica r a la ciudad, atraer sobre la víctima la mácula
mortal. Verem os en otro momento que cu anto más angustia de m uerte op rim e al hombre, más
tendrá éste tendencia a descargarse de su m uerte sobre otro, a través de un crim en que será un
verdadero sacrificio inconsciente. Es fácil d escubrir la significación neurótica de estos asesina
tos sacrificiales, que tienden a liberar al asesino-sacrificador del influjo de la m uerte” (E. Mo
rin, op. cit., 1951, p. 107).
LOS R O ST R O S D EL M O R IR 241
124 “La culpabilidad está poco interiorizada o constituida como tal. -Más bien es com o si el
individuo no pudiese soportar verse a sí m ism o dividido interiormente, movilizado p o r deseos
contradictorios. La ‘maldad’ está siempre situada en el exterior del yo, pertenece al dom inio de
la fatalidad, de la suerte, de la voluntad de D ios.” M. C., Ortigues, Oedipe africain, Plon, 1966,
p. 128.
125 M. C „ O rtigues, op. d i , 1966, pp. 2 6 6 -2 6 7 .
126 M. Augé, L a vie en double, Doctorado d el Estado, Ciencias humanas, Sorbona, ju n io de
244 LA M U E R T E DADA, LA M U E R T E V IV ID A
1978. K! autor muestra cómo ei profeta eb ú rn eo A, Atcho, al d estruir los “fetiches”, perseguir
a los brujos, imponer la confesión, desestructuró la concepción tradicional de la personalidad,
provocando la búsqueda del beneficio individual, interiorizando la culpabilidad personal, desa
rrollando el sentido del pecado.
127 Véase R. H., “ La Mort: Les im errogations philosophiques”, Eucychfmedia Universalis, ojt.
cit., p. 3 5 9 y
r2H C h. Duquoc, “La mort dans le Christ. De la rupture a ía com m union”, en Lumiere et Vie,
68, X I I I , mayo-junio de 1964, pp. 73-74 .
129 He aquí una excelente definición d e la m uerte espiritual para el cristiano: “El hombre
vive su finitud natural como angustia y com o m uerte,.en la medida en que no la entiende como
m ediación de la gracia para una Inm ortalidad de Gloria. {L a m uerte] se reduce para él a un
puro arrancarse del mundo, convertido falazmente en su todo. Pero sólo Dios, y no el hombre, ni
siquiera el m undo y la hum anidad en tera, es capaz de colm ar al ser hum ano. Por lo tanto, si el
hom bre vive en el mundo rechazando a Dios, el final que lo arrebata de este mundo se con
vierte necesariamente» para él, en un puro desamparo. Por esto se puede decir que la muerte,
en el sentido propiamente espiritual de la palabra, no es otra cosa, en el fondo, que la finitud
del hom bre afectado por la anom alía del pecado y privado por éste de su prevista culminación
de g lo ria .” G. Martelet, “Mort et peché, m ort et résurrection” , en L a mort et Ihomme du XX
suele, pp. 216-217. Véase del mismo autor, “Victoire sur la m ort”, Chronique social de France,
I9f>2.
L O S R O ST R O S D E L M O R IR 245
, <4 L. V. Thom as, R. Luneau, Anthropolie religieuse d ’Afrique noire, op. cit., 1974.
135 El animista no “com e” la carne de su Dios, así como no “bebe" su sangre. El consume a
una víctima ofrendada, en quien la palabra del genio refuerza lo numinoso y la carga vitaliza-
dora. ■
Además, para el cristiano, habría que volver al problema de la gracia (habitual, santifica-
dora). La idea de pecado (y de m uerte como paga por el pecado) tiende a ser eliminada de los
nuevos rituales fúnebres protestantes y católicos, orientados ante todo -¡sign o de los tiem pos!—
a la tranquilización de los sobrevivientes.
136 Véase J . Baby, Un m onde m eilleur, M aspero, 1973. G. Mury, “L ’enterrem ent, un point d e
vue marxiste”, Concilium 3 2 , M am e, 1968, pp. 153-156. G. G irardi, op. cit., Cond/ium 9 4, Mam e,
1974, p p . 129-135.
248 LA M U E R T E DA D A, LA M U ERTE V IV ID A
,!7 Va se ira te de alienación colonial o de alienación obrera, se habla siem pre el lenguaje del
otro (del que aliena o domina), se piensa con sus ideas, se vive según norm as (m(frales) de
<oiiduUa.
LOS R O ST R O S D E L M O R IR 249
que esto no sería suficiente, pues el hom bre no haría más q u e conti
nuar de la misma manera. No m e alcanza en absoluto con ten er una
vejez interminable, una senilidad dichosa, la resurrección no es la in
mortalidad. En otros términos, no vamos hacia otro mundo, no hay
cielo, no hay más allá, no hay o tra cosa, sino la profundización total
de lo que somos. No otro m undo, sino un mundo otro. Llevar al
mundo hasta la radicalidad de ponerlo en común, acorralar al hom
bre privado m erced al advenimiento del hombre en com unidad, es
exactamente pasar de lo terreno a la gracia. ¡Es la Pascua!” 138
M u e r t e y perso n a
140 Este pluralismo no es único en absoluto. Véase A. Pollak-Eltz, E l concepto de múltiples almas
y algunos ritos fú n eb res entre los negros am ericanos , Caracas, 1974; M. H. Harner, Les ¿Unes des
Jivaros , en: Middleton, A nthropologie religieuse, Larousse, 1974, pp. 113-122.
LO S R O S T R O S DEL M O R IR 251
“gran som bra, sombra clara y lejana”, que sigue siempre al cuerpo,
incluso de noche cuando es invisible, y del Wesagu, “sombra opaca”,
el núcleo mismo de la sombra, m ensajero que anuncia a M awu (Dios)
la m uerte del hombre. Ye y W esagu, a menudo confundidos, vuelven
generalm ente hacia el Ser suprem o luego del fallecimiento, sin dejar
de vigilar estrecham ente a los vivientes.
E l alm a y la muerte, Sabemos que hay que hablar absolutamente de
almas en plural. Perder m om entáneam ente el alma ligera, a veces
con la apariencia de la sombra, no tiene nada de grave, puesto que
lal es el estado normal en el d o rm ir (seudomuerte), en el sueño
que lo acom paña o en el ensueño. Pero durante sus peregrinaciones, el
alma ligera corre el riesgo de toparse con el brujo o con múltiples
enemigos, los traumatismos de la pesadilla que expresan estos encuen- ,
tros, en ciertos casos pueden p ro vo car la muerte. También hay que
imputarle a la partida provisoria del alma ligera los desvanecimientos,
los síncopes, algunas locuras y los estados catalépticos tan corrientes en
los ritos de la muerte simbólica.
En cuanto al alma pesada, en la mayoría de los casos ella es la
única responsable de la m uerte en instancia o m uerte-que-se-va-
haciendo. Se presentan aquí varias posibilidades. Desde el comienzo
de la agonía, el lindon de los fon (Dahomey) abandona el cu erp o para
unirse al Dios Mawu, algunos días o algunas horas antes de la m uerte
efectiva. En el país dogon, tres años antes de la muerte física el alma
abandona su envoltura para em p ren d er un gran viaje, visita la casa
de las m ujeres que están con la m enstruación, erra por los bosques y
reposa sobre el árbol gobu (el prim ero creado y que servía de abrigo a
los hom bres antes de la invención de las chozas).
En cuanto a los pigmeos (Á frica central), ellos creen en la existen
cia de los Yate, almas viajeras que se desencarnan para apoderarse de
otras almas y someterlas; los cuerpos, privados del principio vital a
causa de sus maleficios, term inan por perecer en un plazo más o
menos largo. La muerte, pues, sólo se concibe como la separación del
alma pesada y del cuerpo -degollada aquélla por Amma (Dios), dicen
los d o go n - mientras que la disociación del lazo que unía a las almas
entre sí sólo interviene de m anera secundaria.
L a muerte y el principio vital. El principio vital, a veces no diferen
ciado del alma (ánima), basta p ara m antener la vida hum ana, parti
cularmente durante el periodo de la m uerte en instancia. Es com o si
la vejez coincidiera con el debilitamiento de este namá, m ientras que
la m uerte consiste en su ruptura con el cuerpo.
Encontram os aquí tres tipos de creencias. Para unos, el principio
vital es el prim ero en dejar el cu erp o del hombre (es el caso del hunde
254 LA M U E R T E DADA, LA M U E R T E V IV ID A
de Jos songhay del Níger)^ mientras que el alma sigue todavía alre
dedor del cadáver. Para otros, el alma se separa del cuerpo antes de
que el soplo vital se retire (dogon, serer, ba-illa, pigmeos). En fin,
última posibilidad, el alma y el principio vital abandonan simultá
neamente su envoltura carnal durante la m uerte efectiva {diola).
Aunque el principio vital sea con frecuencia único o más bien uni
ficado, él proviene de la unión de varias parcelas salidas de los en-
gendradores, también de los antepasados y del ser encarnado, de los
alimentos ingeridos, de las iniciaciones efectuadas. Pero la muerte
tiene por efecto provocar de nuevo una fragm entación seguida de
una dispersión y a m enudo de una redistribución en el interior del
clan. Dos ejemplos nos lo harán ver claro. El megbe o fuerza vital de
los pigmeos se dicotomiza: una parte se integra al animal totémico; la
otra es recogida por el hijo m ayor que se inclina sobre su padre, con
la boca abierta a fin de recibir su último suspiro (alma). En el país
ashanti, la fuerza vital que viene de la m adre se reencarna en línea
uterina y la que procede del padre en línea masculina. En cuanto al
soplo vital, que em ana de Dios, a él retorna.
E l cuerpo y la muerte. Es imposible no sorprenderse ante la situación
(relativamente) pasiva de la corporeidad en la escatología negro-
africana.141 En toda Á frica el cuerpo aparece un poco como un ele
m ento pasivo, él padece la m uerte puesto que ésta es el resultado de
la desaparición del principio vital que lo animaba, o del espíritu que
lo alentaba; también su nom bre, su divisa, su emblema desaparece
rán. Ya sea que el alma abandone al cuerpo por la boca, por los
cabellos, por las orejas o por las narinas, el buzima, como dicen los ban-
141 Hecho tanto más sorprend ente cuanto que el cuerpo es a menudo valorizado, como lo
hem os dicho, y que todo está orientado a asegurar un excelente esquema corporal.
Según la tradición, el cu erp o es de arena o arcilla. ¿En qué medida se puede hablar de su
destrucción en la m uerte? De una casa que se derrumba, quedan los m ateriales utilizados para
darle su combinación estructural global. Los materiales de esta casa, o más sencillamente “la
m ateria” de esta casa, es la tierra con que se la construido. Pero no es la tierra la que se
destruye en este derrum be, pues ella queda como sustancia que no parece. Y lo mismo en
cu anto a la sustancia de la m aterialidad corporal. Todo lo que es m aterial, parecería que se
origina y termina en la tierra, lo que equivale a decir que la m ateria se “sobrevive” al retornar a
la sustancia-tierra. En la putrefacción del cuerpo, se realiza la sustancialización de lo material,
condición necesaria para el restablecim iento imaginario del equilibrio post mortem. Pues cómo
explicar, si no, que un cuerpo absolutam ente desaparecido pueda pertenecer todavía a un
individuo transform ado en la o tra vida. Pensamos que, para responder a las nuevas exigen
cias de un estado espiritual o num inoso, correspondería en lo implícito d e la imaginación fon,
una sustancialización de la m ateria corporal, para lo que sirve su delicuescencia real. Esta sus
tancialización del cuerpo le co n fiere a la disolución real una significación positiva. B. T . Kos-
sou, Se et Bge, Dynamique de l’existence chez les Fon, tesis doctoral, París, 1971, mimeografiada, pp.
272 -273 .
LOS R O ST R O S D E L M O R IR 255
dad, para ios manes que no tienen más supervivientes para sacrifi-
ir -p o r esto es que no hay nada peor que no tener niños-, para
Icanzar el estado de antepasado. Pero en la mayoría de los casos, el
imbio significa tanto la perm anencia de la vida com o su extinción,
0 que subsiste del estado anterior en el estado nuevo no se lo con-
be de la misma m anera en todas las etnias (almas o fracción de
Ima, doble, espíritu, principio vital, etc.). Sin em bargo, el nuevo es
>n mucha frecuencia una repetición simbólica del anterior; la vida
n el más allá es idéntica a la vida acá abajo (los muertos comen,
eben, cultivan sus campos y a veces, por más que sea muy raro, en
iertas circunstancias hasta se reproducen); el recién nacido recuerda
>s rasgos del antepasado que reencarna (niño nit-ku-bon de los wolof
leí Senegal), el alma purificada y el cuerpo sublimado “recuerdan”
1 alma y al cuerpo del viviente, etcétera.
La reproducción integral (identidad entre los bantú), la afinidad
Mitológica (identidad parcial: diola, lebu, wolof), incluso simbólica
participación: por toda el África tradicional), o simplemente la per-
enencia, caracterizan esta cdntinuidad fundamental que se traduce
>ociahnente por llevarse el mismo nombre cuando hay reencarnación
reconocida. En un sentido, la evolución hacia lo “im ag in ar144 -co n
cepciones escatológicas descritas a veces con detalles y repeticiones
simbólicas rituales- com pensa la rigurosidad de la evidencia (des
composición, ausencia). “Los que han muerto no parten jam ás [. . .]
Los muertos no están bajo tierra [. . .] Los muertos no están muer-
os”, declama el poeta.
Nadie ha descrito y explicado mejor que Van d er Léeuw esta
;oncepción que parece tener que aplicarse a todas las religiones lla
madas arcaicas: “Hay más o menos lo mismo del muerto que del
'ivo; aquél no ha perdido ni lo efectivo ni la posibilidad. Su supervi
vencia está descontada, precisamente porque los ritos la garantizan
r . . .-] El entierro m arca así el comienzo de la vida nueva [ . . . ]
La m uerte no es un hecho sino un estado d iferente de la vida
[ . . .] La diferencia entre el estado anterior a la m uerte y la superviven
cia, no es más acusada que la que distingue a la edad adulta de la
existencia que precede a la iniciación a la pubertad [ . . . ] Pero esen
cialmente la muerte és un pasaje al igual que otros, y el difunto no es un
individuo privado de funciones [ . ..] A lo sumo es alguien que vuelve, y
por regla general alguien que está presente.”
Esquemáticamente, sé podrían discernir tres organizaciones fun
damentales de Ja evolución post mortem: un sistema cíclico con reen
144 Van der Leeuw,L a religión dans son essence et ses manifestations, Payot, 1955, pp. 206-207.
L O S R O S T R O S D E L M O R IR 257
145 Cada persona es, de hecho, una síntesis- original, casi única, de elementos. El llevar un (
nom bre secreto, las técnicas de promoción, la definición de la función, acrecientan la especifi
cidad del yo, como antes señalamos.
146 La separación existe, pero de manera aparente: los difuntos son los muy próximos, pue- (
den reencarnarse; el poblado de los muertos linda con el de los vivos.
147 L. Lévy-Bruhl lo señaló muy bien: "Se podría decir que el sentimiento que tiene el indi- ,
viduo de su propia existencia abarca el de una simbiosis cori los otros miembros del gru p o, a
condición de no en ten d er por esto una existencia en com ú n, como la de los animales inferiores
que viven en colonias, sino simplemente existencias que se sienten en una dependencia inevita- 1
ble, constante y recíproca, la cual por lo com ún 1 1 0 es sentida de modo formal, precisam ente
porque está presente de continuo, como la presión atm osférica.” El autor concluye: “ L a parti- ^
cipación del individuo en el cuerpo social es un dato inm ediato contenido en el sentim iento
que él tiene de su propia existencia” (Carnets, pp. 106 y 107)..
148 Si la persona, para el judeo-cristíano, es un compuesto alma/cuerpo, en el que aquélla (
domina a éste, la m uerte presenta múltiples aspectos: la separación de los dos principios, por
supuesto (muerte propiamente dicha); el debilitam iento del alma o su dominación por el f
cuerpo (m uerte esp iritual, pecado); la m utilación del cu erp o (m uerte parcial o pequeña
muerte, según los casos). Tendremos ocasión de volver sobre el lema del currpo (o del cadáver)
mutilado. Demos, de todas maneras, algunos rápidos,ejem plos. El niño asimila con frecuencia la (
herida, aunque sea leve, a una pequeña m uerte. Según Freud, el niño no tendría conciencia de
la m uerte hasta después de la fase edipiana: el miedo de m orir equivale entonces al miedo a (
perder el pene (angustia de castración). O tro punto im portante: la sexualidad. “El h o m bre es
un parecer, nos dice Groddeck, que recién llega a ser en su muerte: la eyaculación-castración
que lo expulsa de nuevo hacia el sexo, el pene. El hom bre alcanza la culminación del goce 1
el instante and rógin o- en la eyaculación; el ser y el parecer sólo coinciden para él e n la
1
¿.A / .lu iik ii- DA-üA, LA M U L R iE V IV ID A
m uerte; mientras que la m u jer alcanza la cim a del placer en el alum bramiento, es d ecir, al
térm ino de un largo proceso simbólico durante el cual la persona femenina se convierte en
individuo, es dualidad andrógina merced al niño falo en su matriz. Para la m ujer también la
culminación es sim ultáneam ente la m uerte: en el instante del parto ella es rechazada del ser
hacia el parecer". ¡Eyaculación y parto son, en muchos aspectos, mutilaciones!
149 Actitud que algunos ju zg arán represiva, y no sin razón.
150 Esta representación d e la m uerte como separación del alm a y el cuerpo es de un uso tan
natural desde los prim eros Padres de la Iglesia hasta el catecism o de Gasparri, por ejem plo:
“Que es preciso considerarlo, desde el punto de vista teológico, como la descripción clásica de
la m uerte. Ella form ula po r otra parte algo esencial a la m uerte. Evoca, prim ero, un hecho
innegable: el principio espiritual de vida, el alma, se sitúa m erced a la m uerte -p a ra decirlo
vagamente y con toda la reserva posible- en una relación d iferen te con respecto a lo que
acostumbramos llam ar el cu erp o . El alma no sustenta ya a la form a del cuerpo como realidad
independiente, opuesta al resto del universo, y que posee su ley íntima de desenvolvimiento.
El cuerpo no vive más y en este sentido podemos y debemos afirm ar que el alma se separa del
cuerpo. Por otra parte, es una verdad de fe (y hasta de metafísica) que el alma espiritual
personal tío desaparece cuando se disuelve la forma del cuerpo, pero conserva, aunque b ;jo
otra form a de ser, su vida espiritual y personal. Es así que la descripción de la m uerte com o
separación del cuerpo y el alm a expresa claram ente, a su m anera imaginada, este hecho
mismo, ya que la palabra “separación” evoca la subsistencia del elemento que está separado. Sin
ninguna duda, desde este doble punto de vista, esta descripción tradicional de la m uerte se
ju stifica plenamente.” K. R ah n er, Le chrétien et la mort, Foi vivant, 21, Desclée de Brouw er, 1966,
pp. 17-18.
LOS R O S T R O S D E L M O RIR 261
160 J. Baby, Un monde meilleur, “ R ech erch e marxiste” , Maspero, 1973, pp. 143-144.
161 J. Baby, p. 140. Véase G. M ury, op. cit.
Véttse también H. Lefebvre, Critique de la nie quutidienne, T . I, L ’A rch e, París, 1958. El am or
fustiga a la Iglesia por la terrible realidad d e la alienación humana: “ Desde hace tantos siglos,
tú, Santa Iglesia, arrastras hacia ti y atesoras todas las ilusiones, todas las ficciones, todas las
vanas esperanzas, todas las impotencias. C o m o la más preciosa de las mieses, tú las almacenas
en tus casas, y cada generación, cada época, cada edad del hombre aporta algo a tus graneros.
A q u í están, delante de mí, los terrores de la infancia humana y las inquietudes adolescentes;
aquí las esperanzas y las dudas de la m adu rez que comienza, y hasta los terrores y las desesperan
zas d e la vejez, pues no te cuesta nada decir q u e la noche del mundo se aproxim a y que el hombre
ya viejo m orirá; sin haberse cum plido!” pp. 231-232.
264 LA M U E R T E DADA, LA M U E R T E V IV ID A
el con den ado a muerte, privado de sepultura normal, está autorizado a legar sus ojos, sus
riñones, su corazón. Véase J. Egen, L ’abattoi-r solennel, G. Authier, 1973, p. 135 y ss.
" i9 Así, en Francia, el decreto d el 20 de octubre de 1947, que m odificó el d ecreto de 31 de
diciem bre d e 1941, instituye un procedim ien to de urgencia que le permite a los médicos jefes
de servicio d e los hospitales efectuar sin demora, después de com probada debidam énte la
muerte, las extracciones anatómicas, cuando estimen que así lo e x ig e el interés científico o
terapéutico, y si el hospital en cuestión está inscrito en una lista llevada p or la repartición
pertinente.
1711 T a l es la finalidad <le la ley Nro. 56-1327 del 29-12-956 en Francia: infracciones a las
leyes sobre inhumaciones, artículo 360 d el Código Penal: “ Será castigado con prisión de tres
meses a un año y con 500 N F a 1 800 N F d e multa, todo el que resulte culpable de violación de
una tumba o de una sepultura, sin perju icio de las penas que merezcan los crím enes o delitos
que se agreguen a la misma.” Hay que señalar sin em bargo que este artículo 360 resulta un
tanto impreciso, pues no d efin e qué es u n a sepultura, y por consiguiente dónde com ienza la
violación. Véase Ch. Vitani, Législación de la mort, oj>. cit., 1962, pp. 99-101.
266 LA M U E R T E D A D A , LA M U E R T E V IV ID A
171 L o que nos remite a una zona d e encuentro multi-disciplinario, d on de se cruza la teolo
gía y la filosofía, las ciencias biológicas y las médicas, la dem ografía y la estética, la psicología y
el derecho, la sociología y la an tropología (véase nuestro Prefacio).
LOS R O ST R O S D EL M O R IR 2G7
' Sein un Zrit, Halle, Niemeyer, 1927, p. 245. [May versión española d el rcK.]
2 Véase lo que dijimos a propósito del animal.
3 !Vf. G enevoix, Ui mort de pr'es, Plon, 1972, p. 60.
En todo caso, la muerte es referencia a uno mismo y al otro. El tema d e la muerte compartida
ha sido bien estudiado p or R.Jaulin ,G en s du s o i, g en s de l’autre, 10/18, 1973, p. 422 yus. El autor
plantea con claridad la disuasión: “ La m u erte se consuma en común cuando reagrupa a perso
nas d e identidades distintas -parientes y aliados—, venidos eventualmente de horizontes múlti-
p le s [. . . ] O , puesto que la muerte es antes que nada referencia a sí, ella transforma a los
aliados en parientes cuando su tratamiento reú n e a unos y otros! [ . . . ] O también ¿la muerte es
expulsada d e los conjuntos de aliados?”
268
L A E X PE R IEN C IA DE LA M U E R T E 269
Mi p r o p ia m u erte
4 A. Malraux, La voie royale, París, 1954, pp. 153-154. Véase S. Galupeau, A. M alraux et la
mort, Arch. Lettres mod. (2), 97, Minard, 1974.
5 La muerte social, que es la jubilación de la que antes hablábamos, se traduce e n un plazo
más o menos largo en una indiferencia completa, en una repliegu e autístico, y se la vive com o
un amargo anticipo de la m uerte propiamente dicha: “ Y o leo al Parisién, yo puedo en ten d erlo
al Parisién, me interesa un poco. Juego a las cartas. U n o se habitúa; al principio es el vacío,
pero después uno se acostumbra. Sobre todo, no hay que p e n s a r[. . . ] Y o no pienso. N o pienso
en el mañana. Y no hago más proyectos, no, ¿qué proyectos podría hacer?[. . . ] Entonces no
pienso en nada, hago los mandados o un poco de lim pieza en la casa, me hago la cama, doblo las
frazadas com o es debido, d e noche me meto dentro de ellas. N o estoy triste, señora, p e ro tampoco
alegre, ¿de qué podría estar contento, qu iere decirm e? Esto no significa que no m e aburra.
Cuando se ha trabajado siem pre, este cambio resulta muy duro; y aparte, cada vez más la
preocupación financiera: cuánto se va a cobrar y cóm o hacer para que alcance[. . . ] yo tengo un
hijo, sí, pero no está aquí. T ie n e niños, pero no los conozco. N o , todo eso pertenece al pasado,
terminó como todo lo demás. N a d a d e esto me dice ya nada. ¿Q u éq u iere usted?: soy un inútil, hace
tiem po que m e lo digo. ¿Q u é p u ed e hacer un inútil? ¡N a d a ! U n inútil no piensa, se d eja vivir, se
deja dormir.” (entrevista extraída d e L ’Age scandaleux d e A. Lauran, LesEditeurs Francais Reunis,
París, 1971, realizada con un e x repartidor de carbón).
6 Réflexions sur la vieillesse et la mort, Grasset, 1956, p. 120.
270 L A M U E R T E DADA, LA M U E R T E V IV ID A
7 El desprecio a la muerte puede ser sólo una “ defen sa institucionalizada por la sociedad
contra el propio m iedo a morir. De m odo que es difícil interpretar con certeza la actitud del
Spartiate o de todo o tro que se le parezca” , J, Guillaumin. Hay algunas frases célebres d e las
que no podem os saber su sinceridad: Más que tem er a la muerte, la deseo. Quisiera m o rir por
curiosidad” (G. Sand). “ Q u e se me deje.m orir; no tengo m iedo” (A . Gide). Recuérdese, en todo
caso, la fábula de L a Fontaine, L a muerte y el leñador.
8 Op. cit., 1968, p. 28.
9 “ Sí, todo estaría m u y bien si no existiese la angustia de la muerte” , habría dicho Lázaro
resucitado. Después d e esta leyenda ¿hay que sacar la conclusión de que después de la muerte
subsiste el miedo a m orir?
10 “ Los que pasaron p or experiencias de esta clase n o conservan más que esta im presión,
más o menos bien asumida, o la negrura de una amnesia total, lo que no deja de ser perturba
dor. ‘ N o me acuerdo d e nada desde el m om ento en que el automóvil surgió ante nosotros; y
recién recuperé la conciencia tres días después d el accidente, según me dijeron.’ Frase relati
vamente trivia l[. . . ] pues ¿qué quiere d ecir recu perar la conciencia? ¿Qué pasó mientras? N a
die lo sabe y nadie p u ede decir nada; pero en tod o caso lo que pasó no tiene nada que ver con
la muerte, puesto que, justamente, es un ‘mientras tanto’ . ¿Y qué puede significar, o aportar,
este hecho de que en circunstancias de este tipo sólo se recupera una conciencia qu e puede
reconocer su propia duración por el testimonio de otros?” M. Oraison, op. cit., 1968, pp. 31-32.
LA E X P E R IE N C IA DE LA M U E R T E 271
11 Op. cit., 1963, p. 14. Más adelante, agrega el autor: “Jamás había mirado a la muerte con
tanta desaprensión como en mi época feliz: vivir o morir me era entonces casi indiferente” , p.
154.
12 A lgu n os adultos no han logra d o superar estas angustias infantiles. Un síncope, o el ne
garse a que le extraigan sangre, son manifestaciones lervadas de esto, aún en adultos que en otros
aspectos son capaces de valor. A u n qu e hay diferencias de grado, en cambio no hay solución de
continuidad entre estas angustias infantiles y las grandes neurosis tanatofóbicas.
13 Véase p o r ejemplo la obra (decepcionante) de J. F. Devay, Trois m oispour mourir, “ La Table
ron de” , 1971, y el Lazare de A. Malraux, Gallimard, 1974.
,‘l G. Bernanos, ¿o nouvelle histoire de, Mouchette, Oeuvres romanesques, La Pléiade, 1961, p.
271. M encionemos también la obra poco conocida pero tan rica d e L. Atlan, M. Fugue ou le mal
de Ierre, d on d e se nos muestra a niños a quienes se les enseña a im aginar su vida futura y que,
convencidos de que han llegado a viejos, aceptan perfectamente morir. Es necesario, pues,
prever una educación del niño en este sentido. “ La vida y la muerte son los dos aspectos
opuestos e inseparables de la existencia humana. El niño, que es todo vida, no piensa en la
muerte; p ero (desde la edad d e siete años) tiene que aprender que todo ser viviente, y por lo
tanto tam bién él, está destinado a m orir; que esta perspectiva no tiene nada de espantable,
porque la vida sin la perspectiva d e la m uerte perdería su significación, su riqueza, dibido a la
LA M U E R T E DADA, LA M U E R T E V IV ID A
transformación incesante d el ser, en el tiem po limitado de que dispone para desarrollar sus
facultades y su actividad práctica. P or otra parte, y sobre todo, si bien cada individuo está
llam ado a desaparecer, la colectividad humana, de la que él no es más que un elemento, se
continúa a lo largo de innumerables generaciones, de manera qu e cuando alguien desaparece
en cuanto individuo, queda no obstante vivo gracias a su aporte a una comunidad que prosigue
la obra colectiva. Para fam iliarizar a los niños, no sólo con la idea d e la muerte, sino también
con su realidad, hemos considerado necesario ponerlos en contacto directo con adultos que
m u eren." J. Baby, op. cit., 1973, pp. 140-141.
15 S. de Beauvoir, L a forcé des choses, Gallimard, 1964, p. 685.
'* Recordemos los textos de los maestros Naud y Badinter, d e J. Egen, ya citados. R. Enrico,
en un corto metraje sorprendente, L a riviére du hibou, trata de mostrarnos lo que pasa por la
mente de un condenado a m uerte en el momento de su suplicio. Véase también V. Katcha,
Ijiisser mourír les autres, Julliard, 1973. Los testimonios de suicidas fracasados o salvados son
también muy vagos: o no se acuerdan de nada (al igual qu e los comatosos, tampoco ellos
estuvieron verdaderamente muertos), o sólo recuerdan los atroces sufrimientos que soporta
ron; algunos hasta confiesan haber tenido un terrible miedo a m o rir y haber luchado desespe
radam ente para sobrevivir. Y nada má§.
LA E X P E R IE N C IA DE LA M U ERTE 273
P e r o ta m b ié n u n o h a b itú a al e s p a n t o . C u a n d o ella g o lp e a b a c e r c a d e n o s o
tros, nos e q u iv o c á b a m o s : se nos p re s e n ta b a , sí, c o m o , un e s p e c tá c u lo d ra m á tic o v
r e m o v e d o r a n te el cual r e a c c io n á b a m o s c o n violen cia , con to d as las fu e rza s de
n u e s tro c u e r p o v ivie n te , c o m o n o p o d ía ser d e o tr a m a n era ; p e r o c r e ía m o s p o
n ern o s en e l lu g a r d e l h o m b re a b a tid o , c o m o si esto se p u d ie ra . P e r o n o se
p u e d e ; a p e n a s si es p osib le a m a g in a r lo .
L a m u e r le n os acosaba m u y d e c erc a , m ien tra s nos sen tía m o s e n t e r a m e n te v i
19 S. Ezratty, Kurosawa, “ Clásicos del cine” , Ed. Universitaria, 1964, p. 93. Tam bién resalta
muy significativo el caso de Cléo, la heroína desdichada y con m oved ora del hermoso filme de
A. Varda, Cléo ele cinco a siete. Cléo, que sabe que va a m orir de cáncer, de pronto se siente
h orrorizada, no por su muerte fatal, sino p o r su nulidad com o m ujer y com o cantante. T o m a
entonces conciencia de su vacío, trata de colm arlo y se salva. Véase J. Bourdin, Téle-ciné, núm.
106, ficha 408.
20 T a l es la lección que nos da uno de los héroes de l’E spoir, de A . Malraux, Gallimard, 1937,
p. 35: “ Para Jaime, que tenía veintiséis años, e¡ Frente Popular era la fraternidad en la vida y
en la muerte. En las organizaciones obreras en las que ponía tanto más esperanzas cuanto que,
en cambio, no ponía ninguna en quienes desde hacía siglos gobernaban su país, él conoció
sobre todo a esos militantes d e base anónimos, que servían para todo, que eran la devoción
misma a España; en ese gran sol y bajo las balas d e los falangistas, empujando esa enorm e viga
que llevaba hacia los. batientes de su com pañero muerto, él com batía con toda la plenitud de su
corazón .”
21 Se trata del filme de Sautet, Les choses de la vie , realizado sobre la notable novela de P.
G uim ard (igual título, Denoél, 1967). Asimismo, en Bergman, la muerte proyecta una nueva
luz sobre la vida pasada, a través d el sueño, del recuerdo, o d e una visión: “ ella surge en la
1,A E X P E R IE N C IA DE l.A M U E R T E
Para experim entar realmente la propia muerte, hay que estar por
lo tanto a punto de morir y saberlo, dos condiciones que no poseen
¡a repetíbilidad propia de los experim entos científicos. Este preten
dido “experim entador” que es el que va a morir, sólo rara vez -y
acaso ja m á s- se encuentra en las condiciones óptimas de receptividad
y lucidez.22 Por otra parte, toda experiencia supone una distancia
con respecto a lo que se vive, y la muerte es precisamente la abolición
de toda distancia, así como de toda vivencia. Sin duda es posible vivir
un cierto trayecto que conduce a la muerte, pero no la totalidad del
recorrido. Ya hemos señalado que la agonía psíquica no coincide ne
cesariamente con la muerte biológica, y el instante de ésta -si es que
se trata de un instante- escapa la mayoría de las veces a nuestras
investigaciones. Uno se topa aquí con una verdad trivial: yo sólo
puedo hablar de mi muerte si estoy vivo; y yo dejo de poder hablar
precisamente si muero. Mi m uerte es un acontecimiento de tipo par
ticular, posee un “antes” al cual se integra, pero no tiene “después” al
que incorporarse; lo que hace imposible todo discurso a su respecto:
"Yo no puedo hablar de un acontecimiento si consiste únicam ente en
una ruptura; yo podré hablar de él en la medida en que, a partir de
este acontecimiento, me sea posible reunir significaciones que que
den en pie.” 23
Hablar de este modo, es ya pasar de lo psicológico inmediato (vivir
o experim entar la muerte propia) .hacia lo metafísico (experim entar la
finitud ante la muerte). La experiencia alcanza entonces su sentido.
Si el hombre es el ser para la m uerte, como afirma Heidegger, vivir
es explorar los límites frágiles de lo existente; vivir con autenticidad
es negarse a huir ante la angustia. Si el hombre es criatura de Dios y
está destinado a unirse a él, como piensa el cristiano, la experiencia de
la m uerte es a la vez la del pecado y la de la redención. Esta m anera de
calma presente, hace surgir todas las aventuras vividas, introduce la duda en el umbral de la
conciencia, precipita la terrible pregunta: ¿‘Q u ién soy yo’?” Ficha: “ T élecin é” , 356, p. 5. Véase
especialmente E l séptimo sello y Las fresas silvestres.
22 Con frecuencia, el moribundo ignora qu é le pasa. “ Ella estaba allí, presente, consciente,
pero ignorando por completo el trance qu e estaba viviendo. Es normal no saber qu é pasa
dentro de nuestro cuerpo; pero ahora también el exterior de sil cuerpo se le escapaba: su
vientre herido, su fístula, las secreciones q u e ésta despedía, el color azul d e su epiderm is, el
líquido que supuraba de sus poros; y ni siquiera podía explorarlo con sus manos casi paraliza
das [ . . ,] T am poco pidió un espejo: su rostro d e moribunda no existió para ella. Descansaba y
soñaba, a una distancia infinita d e su carne que se corrompía, los oídos llenos del ru ido de
nuestras mentiras y toda ella concentrada en una esperanza apasionada: curarse.” S. d e Beau-
voir, Une mort tres douce, Gallimard, 1972, p. 109.
23 P. Ricoeur, declaración a los periódicos universitarios de abril de 1966. Véase I. Lep p , op.
cit., 1966.
LA M U E R T E DADA, LA M U E R T E VIVID A
30 H ab ría que recordar aquí la excelente pieza de H. Basle y J. Lhotte, Les trois mort d ’Émile
Gauíhier. El héroe se encierra en su casa, enciende las velas, se viste de negro, y reposa en su
lecho com o un cadáver en el catafalco. Este ju e g o con la muerte le valdrá la hostilidad de todo
el poblado.
31 H ay algo de este espectáculo en la actitud de los viejos que preparan cuidadosamente sus
funerales o en los depresivos que im aginan con minucia la organización de su futuro suicidio,
antes d e escaparle, con la muerte, al te rro r que ésta les inspira inconscientemente.
32 M. Oraison.o/;. cit., 1968, p. 35.
278 LA M U E R T E DADA, LA M U E R T E V IV ID A
33 Véase J . Guillaumin, op. cit., p. 78. El autor precisa su pensam iento valiéndose de un
ejem p lo: “ La prim era transforma una experiencia familiar, que norm alm ente supone la espera
d el sueño y del regreso, en una experien cia última, que com o tal no tiene semejanza en el
recu erdo y p or 1o tanto es necesariamente misteriosa. Cuando no es más que un sueño, la
conciencia descubre la noción de un lím ite posible de la existencia, choca contra su propia
negación, encuentra el absurdo, el escándalo. Se constituye com o conciencia condenada a
m uerte, es decir condenada a p erd e r el mundo y a perderlo a pesar de ella. La segunda vía,
por el contrario, transforma una experien cia que habitualmente el sujeto no puede asumir por
entero, porque es heterogénea a la existencia, en otra que es conocida y tranquilizadora. En
este caso, la imaginación es reductora o asimiladora, y no fu n dadora o receptiva, de ahí que
posea un elem ento de mala fe e inautenticidad. El espíritu humano n o se muestra aquí abierto
a tos caracteres originarios de la experien cia d e la muerte. Más bien se cierra de manera artifi
cial sobre sí mismo. Si ¡a muerte es asimilada a un sueño, la vida volverá con la próxima aurora,
y entonces la angustia queda vencida” (pp. 79-80). No obstante, discrepamos con el autor
cuando éi ve en la primera el fundam ento de la experiencia verd ad era de la muerte, y cuando
sitúa en la segunda al mito consolador, que podía encerrar una carga simbólica de eficacia
innegable.
34 N o es siem pre fácil hacérselo en ten d er a un niño. S. Freud cita el caso de un pequeño de
cinco años que se acaba de enterar de la muerte de su padre. “ E ntien do que papá está muerto,
dice, pero ¿por qué no viene a cenar?” Véase B. Castets, La mort de l'autre. Essai sur l’agressivité
de l'efant et de l’adolescent, Privat, 1974.
LA E X PER IEN C IA DE LA M U E R T E 279
40 "A h ora sé lo que es un cem enterio, com o otros saben qué significan las placas que en las
calles cíe París, desde la ocupación, indican que un resistente fue abatido allí y encontraron de
él un rostro desfigurado por las balas, un charco de sangre, un cuerpo extendido.” A. Philipe,
p. 141.
41 “ Me sucede que me invaden los recuerdos, los convoco, les pido ayuda para vivir, vuelvo
hacia mí y busco en el pasado.” A. Philipe, p. 59.
“ Inútil luchar paso a paso; hay que hacer maniobras diversionistas, lo que se llama distraerse
y que habitualinente me horroriza. Y o salgo y camino, sin pensar en nada, huyendo de mí
misma. T e n g o necesidad d el aire en mi cara, d el suelo bien sólido bajo mis pies. O lvidarlo
todo, hacer el vacío” , ibid., pp. 132-133. Véase también Y. Baby, L ejo u r et la nuit, Grasset, 1974.
42 "A lgu n os días la realidad se me escapa. ¿Existieron aquella felicidad, aquella belleza?
¿Fueron nuestro alimento cotidiano? M i pensamiento entonces se niega a fijarse, sobrevuela
sobre el pasado, evita las asperezas, se vuelve desencarnado. N o poseo más que sueño y ceni
zas; lo que fue se me sustrae y descubro cómo comienza a nacer esta lamosa idealización, este
recuerdo complaciente que poco a poco esquematiza y remplaza a la verdad, esta traición
tanto más fácil cuanto que la presencia ya no está más para con tradecir la imagen suavizada
que se form a en el espíritu. L lego a la falsa serenidad, pero me alejo de la verdadera sabiduría,
que es ardor, inteligencia y lucidez. T e llamo y me sumerjo en el pasado para no perderte. Sola
en nuestra habitación me qu edo p o r largos momentos contem plando fijamente los lugares
donde tu preferías perm anecer y los objetos que te gustaba tocar, busco tu huella, te rescato de
la sombra y poco a poco retornas. Y o parto de un recuerdo preciso, esta mancha clara sobre la
pared.” A. Philipe, p. 121.
4:1 Las evocaciones espiritistas son un poco la caricatura ilusoria de esta actitud.
44 Op. cit., p. 59. La muerte del ser amado puede ser negada en el acto en casos extremos;
LA E X P E R IE N C IA DE LA M U ERTE 281
Véase por ejem plo G. Marcel, Homo Viator, A u bier, 1945, Villiers de l'Isle-Adam, V era, en Contes
cruels, O euvres, T.2 , 1922, pp. 19-34. Véase también G. Gargam, L ’am our et la mort, Seuil, 1959.
45 “ Cuando hablábamos de la muerte, pensábamos que lo peor era sobrevivir al otro; pero
ahora no lo sé, boy me hago la pregunta y la respuesta varía según los días. Cuando me siento
invadida por una bocanada de primavera, cuando contemplo vivir a nuestros niños, o cada vez
que apreso la belleza de la vida y durante un instante la disfruto sin pensar e n ti -p u e s tu
ausencia no d u ra más que un instante-, pienso que d e nosotros dos tú eres el m ás sacrificado.
Pero cuando estoy sumida en la pena, dism inuida p or ella, humillada, me digo q u e teníamos
razón y que m orir no es nada. Me contradigo sin cesar. Q uiero y no quiero su frir p or tu
ausencia. Cu ando el d olo r se me hace d em asiado inhumano y se me aparece sin térm in o posi
ble, yo quisiera que se mitigara, pero cada vez qu e me dejas un poco de rep o so , m e niego a
perder nuestro contacto, a dejar que se borren nuestros últimos días y nuestras últimas mira
das para alcanzar una cierta serenidad y un am or a la vida que m e posee d e n u e v o casi a mi
pesar. Y así, sin reposar jamás, sin detenerm e, oscilo d e un punto a otro antes de recu perar un
equilibrio am enazado sin cesar." A. Philipe, pp. 104-105.
46 L'experience de la mort, op. cit., p. 39.
47 El cadáver provocador y desafiante fue descrito de manera dramática y m aliciosa p or E.
lonesco en su pieza Amédée ou comment s'en débarrasser, Theatre I. Gallimard, 1954. El cadáver
(;un niño asesinado porque gritaba? ¿el amante d e la mujer, muerto por el m a rid o engañado?,
jamás se sabrá) se agranda sin cesar durante 15 años, ocupa todas las habitaciones d el depar
tamento, obliga a la familia espantada a vivir encerrada y termina por llegar hasta el cielo con
su verdugo/víctima. Nunca la fantasía d e l cuerpo-rechazado-que-se-venga había sido tan bien
explicitada com o aquí.
4,1 Esto recuerda la actitud d el amante fetichista, que rechaza la revelación d e la persona
total, separando su cuerpo en zonas erógenas.
282 LA M U E R T E DA D A , LA M U ERTE V IV ID A
54 Suele ocurrir que la muerte del otro incite al adolescente a buscar refugio en el acto
sexual. En el célebre film e Tante Zita, d e R. E nrico, la jovei\ estudiante huye de pronto de la
habitación lúgubre donde agoniza su tía. “ Ella va a pasar fuára una noche extraña, que term i
nará en esa sensualidad qu e es con frecuencia una protesta de la vida contra la guerra, contra
la muerte” (Cl. M. T rém ois, Télérama, 940, p. 58). Eros trata de vencer a Tanatos.
55 “ Yo estaba allí, sana y fuerte, vería el p ró xim o verano, vería crecer a nuestros hijos.
¿Cómo me com portaría yo frente a la muerte? En verdad, la única vez en mi vida que estuve
en peligro, no encontré que fuera algo abominable; pero no había sido más que una posibili
dad y por lo tanto yo habíaju gado un juego, lanzado una especie de apuesta, con momentos de
angustia, es cierto, pero nada más, nada de intolerable. ¿La muerte es más fácil d e asumir para
sí mismo que para los que uno ama? N o lo sé. Pero n o era nada comparable a lo de hoy.” A.
Philipe, pp. 107-108.
06 H e aquí un ejem plo d e muerte “ reconfortante” , citado por el doctor S. Delui, de la Socie
dad de Tan alología: “ Mamá volvió a la vida el miércoles d e noche, rodeada de L o d o s sus hijos.
N o fue en absoluto triste su último mensaje. Les d ijo adiós a todos los que dejaba .[ .. .] sin
olvidarse d e su bisnieto, nacido dos días antes [ . ..] Su rostro respiró la paz [ , . .] y se m archó a
ver a Dios frente a frente, con papá que la llam aba con tanta fuerza desde hacía seis meses.” El
héroe de Q u an d fin irá la Nuil? de A. M artinerie, no tuvo la alegría de esta madre de 11 hijos,
serena y confiada hasta el fin. “ Él sufría", y su mujer se preguntó: “ ¿Le he tobado a Juan su
Muerte?” La mentira que le dijo p or piedad, durante toda su dolorosa enferm edad, “ esta
muerte escamoteada” , qu ed ó com o un abismo de sombra; “ los meses granguiñolescos que la
precedieron me torturan siempre” , dice ella.
l.,h. .íiUé-K ¡ t i) A l t a . LA M U E R T E V IV ID A
No hay ninguna duda de que la muerte del otro, revelada como au
sencia para el mundo y p ara nosotros mismos, com o infidelidad a
nuestra “común vocación de vivientes en este m undo”, desempeña
un papel primordial en nuestra toma de conciencia del m orir y del
deber-m orir (el ejemplo de los ancianos en el asilo lo prueba de ma
nera expresa). Quizás constituye el modo más auténtico de penetrar
profundam ente en la m uerte: “Es en parte la m uerte del otro la que
nos hace vivir la amenaza de fuera hacia dentro; m erced al h orror
del silencio de los ausentes que no responden más, la m uerte del otro
penetra en mí como una lesión de nuestro ser com ún. La m uerte me
‘toca’ en la medida en que soy también otro para los otros y final
59 Por ejem plo, entre los pobres que no tienen fuerza para llorar, “ Matilde y Catalina no
lloraban; su vida cotidiana estaba hecha hasta tal punto de tristeza, que habían qu edado inmu
nizadas. Estábamos tranquilos, y yo c om p ren d í que el fin se aproxim aba. Ella iba a quedarse
pronto aquí, irremediablemente sola, m ientras que nosotros volveríam os a nuestros ejercicios
sobre la cuerda tensa de la vida” , O . Lewis, Une mort dans la jam ille Sánchez, Gallimard, 1969, p.
286 LA M U E R T E DADA, LA M U E R T E V IV ID A
mente para mí mismo extraño a todas las palabras de todos los hom
bres.” 60 Pero sólo de m anera abusiva se puede hablar a este propó
sito de experiencia de la muerte. Los testimonios que hemos recor
dado, de Anne Philipe (L e temps d ’un soupir) y de Simone de Beauvoir
(Une mort tres douce), por conm ovedores y sinceros que sean, parecen
ser (el segundo más que el prim ero) meditaciones sobre la muerte de
un ser querido (respectivam ente el esposo y la madre) más que la
aprehensión vivida del m orir del otro: allí aparecen el miedo, la re
beldía ante lo ineluctable, la angustia que provoca la agonía del que
m uere, el mismo sentimiento de impotencia, la misma conciencia de
la irreversibilidad del tiempo, el sentido nuevo que toman los obje
tos, el recuerdo del pasado vivido juntos.
Pueden manejarse distintos argumentos que limitan el alcance de
esa experiencia. Sin duda se puede m orir-de-la-m uerte-del-otro en
los casos más trágicos, ya sea por simpatía y desolación (especial
mente entre las viejas parejas muy unidas), ya por suicidio y desespe
ranza; pero no se muere el otro. Es que el otro m uere siempre solo
delante de mí y ante mí. La muerte del otro no puede ser para mí
más que “la experiencia -extrem adam ente com pleja y diversa- de un
cambio radical en mi relación con el otro, y por lo tanto, en cierta
medida y según las circunstancias, de un cambio de mí mismo. Es
que, en efecto, nosotros somos realmente en y por nuestras múltiples
relaciones con el otro. Y esta experiencia de sí, esencialmente rela-
cional, que es la existencia, resulta absolutamente incomunicable. Si
yo puedo tener alguna idea de la relación del otro conmigo, yo no
puedo de ninguna m anera tener la experiencia vivida por él. A veces
nos asalta la idea de que sólo su muerte permite al otro conocerme
por fin tal como soy, tal com o yo no llego a conocerm e perfecta
mente nunca. Hasta iba a decir que es preciso que el otro muera
para com prenderm e por fin”.61 Además, hay m uertes que me tocan
la del ser amado con el que he vivido en simbiosis, cuya desaparición
me mutila y me angustia; pero hay otras que me dejan totalmente
indiferente. Existe una anestesia por egoísmo y desgaste de senti
mientos. “En una familia que yo conocía muy bien, la abuela, des
pués de la muerte de su marido, esperó hasta la edad de noventa y
cuatro años a que sus tres hijos hubiesen m uerto uno después del
otro; ahora, tres años después, ella espera la m uerte de dos nietos, y
luego no le quedará más que un bisnieto para liquidar. Y puede to
davía esperar un tiempo más. D urante este tiempo, los demás miem
bros de la familia le prestan toda su atención, la mueven en su lecho
a cada ataque para evitarle las escaras, la lavan, la alimentan y se
lamentan continuam ente de lo difícil que es. Nadie la llorará y todos
pretenderán secretamente que no están contentos por el hecho de
que haya partido; dirán simplemente que están aliviados ‘por ella’." 82
También están los difuntos desconocidos, sin rostro, con los que
sólo se han tenido relaciones abstractas, a lo sumo, llegamos a deplo
rar lo que le ha ocurrido. Como están también los que me alegran, la
muerte del tirano, la del enemigo o la del verdugo.63
La patología del contacto con la m uerte del otro ofrece múltiples
aspectos. Está lo inquebrantable del héroe de G. B ern an os, M.
Ouine: en cerrad o en su soledad de acero, vacío de todo sentimiento,
no experim enta nada ni se entera de nada.64 Otro, a la m anera del
doctor Petiot o de los voyeurs de Auschwitz, reduce la m uerte del
extranjero a un espectáculo que se contem pla.65 Está también el es
quizofrénico cuyo vacío afectivo sin contenido real provoca una indi
ferencia total: “Y o hubiera preferido ser llevado a la policía por una
pequeñez”, es todo lo que dice un joven que ha matado a sus sue
gros. El impulsivo reduce al otro el estado de objeto, es capaz de
destruirlo fríam ente, gratuitam ente, com o esa mujer estim ada por
todos, que un buen día suprimió a su marido, a sus tres hijos y a su
único nieto, com o quien se desem baraza de un trasto inútil o mo
lesto,66 tal com o los “buenos frailes” de las leyendas teutonas hun
dían alegrem ente estacas afiladas en los corazones de las jóvenes acu
sadas de vampirismo “ya que de todos momios ellas no están vivas”.
El dem ente m ata sin saber que m ata, píues hay en él un descono
cimiento de la m uerte: “Sólo lo em pujó un poco”, dice Madame Y.,
que ha m atado a su marido a botellazos en medio de una borrachera
74 Ya señalamos el uso que J. Lacan hizo de este tema a propósito d e la muerte simbólica y
de la muerte imaginaria. En el Á fric a negra, la muerte del pad re resulta mucho más ambigua
por cuanto remite al antepasado y no es siempre vivida com o condición de la realización de sí
(en los sistemas matrilineales d on d e el padre social es el tío uterino). Verem os igualmente que,
en África, la muerte del abuelo con quien el nieto tiene lazos afectivos estrechos (principio de
las generaciones alternadas) es el p retexto para actos de truculencia (parentesco en broma).
75 La omnipresencia de los cadáveres - “ los cadáveres estaban p o r todas partes, uno hasta
hubiera podido sentárseles encim a", decía una deportada- tal es la primera lección de los
campos d e exterminio. Estos eran también e) dom inio del pus y d e la mugre. La señora X,
deportada a los 20 años, escribió: “ Vuelta a la vida norm al desde hace 25 años, conservo
intacto el deseo de m o r ir [. . . ] T o d a v ía paso mis noches en el cam po de concentración[. ..] Mis
pesadillas han adoptado ahora una variante: la dirección del cam po, p or razones de economía,
alim enta a los reclusos sobrevivientes con los cadáveres de los reclusos muertos.” (J. Dehu).
76 Le Western, 10/18, p. 59.
L A EX PE R IEN C IA DE LA M U E R T E 291
” En el Á frica negra, el hombre jamás m u ere solo, salvo, precisamente, en los casos de mala
muerte.
Jl< He aquí dos testimonios significativos cié S. d e Beauvoir, op. cit., )972:
- “O curre muy raramente que el amor, la amistad, la camaradería, .superan la soledad de la
muerte. A pesar de las apariencias, aun cuando yo sostenía entre mis manos las manos de mi
madre, no estaba con ella: le mentía. Precisamente porque ella estuvo siempre engañada,
esta suprema inistilicadón me resultaba odiosa. Y o m e liada cómplice del destino que la violen
taba. Sin em bargo, en cada célula de mi cuerpo, yo me unía a su redia/.o, a su rebeldía: es por
esto también que su derrota me ha abatido” (p. 150).
- “ Y aún si la muerte ganara, ¡siempre la odiosa mistificación! Mamá nos creía cerca d e ella:
pero nosotros estábamos ya al otro lado de su historia. Como un genio maligno omnisciente, vo
conocía el revés de las cartas, y ella se debatía muy lejos, en la soledad humana. Su em pecina
miento por curarse, su paciencia, su coraje, tod o estaba com o petrificado. No se le recom pen
saría por ninguno de sus sufrimientos’’ (p. 82).
,:i ¡. Delhomm e, Temps el destín, essai sur André M ahaux, París, 1955, p. !M.
202 LA M U E R T E DADA, LA M U E R T E V IV ID A
rio que creía haber hecho siempre el bien; y al saber que va a m orir,
un "relám pago” lo salva, descubre que su vida de “virtud” sólo había
sido un “absurdo conform ism o”. En E l amo y el senador, el mismo
autor nos muestra cóm o “el amo” , atrapado por una tormenta de
nieve, decide “cambiar su vida por completo” ; da prueba de una
“maravillosa debilidad”, le da ánimo a su servidor en quien súbita
m ente ve a un hombre cabal, y lo salva, perdiéndose é l.80
Tam bién ocurre que la m uerte transforma al difunto mismo a tra
vés del recuerdo, ya desvalorándolo sistemáticamente, o por el con
trario idealizándolo: “ ¡Dios mío, qué grande es!”, exclama Enrique
III después del asesinato de Enrique de Guisa. El ser amado se apa
rece entonces adornado de todas las virtudes; y más aún el héroe que
encarna “ritualmente” la potencia del grupo del que “personifica el
valor social fundamental”: 81 y la sociedad que se siente súbitamente
culpable de no haber m erecido un jefe tan prestigioso, lo sobrecom-
pensa adjudicándole virtudes que no tenía o simplemente exage
rando las que poseía.82
T al es quizás la verdad primordial que revela la doble “experiencia
de la m uerte”, la propia, ra del otro. Fuera de esto, la pluralidad de
situaciones, la disparidad de su sentido, no nos permiten extraer casi
ninguna enseñanza precisa. Es que después de todo, la experiencia
de nuestra muerte, así como la del otro, nos enseña muy poco sobre
la m uerte misma, com o no sea su considerable poder de perturba
80 E l ejemplo de Perken herido de m uerte es significativo (A. Malraux, L a voie royale, 1959,
pp. 153-154): “El creía más en la am enaza que en la m uerte: a la vez encadenado a su carne y
separado de ella, como esos hom bres a los que se los ahoga después de haberlos am arrado a
cadáveres. Era tan ajeno a esta m uerte qu e estaba al acecho en él, que se sentía de nuevo frente
a una batalla: pero la m irada de Claude lo volvió a lo realidad. Había en esta mirada una
complicidad intensa donde se en frentaban la conmovedora fraternidad del valor y de la com
pasión con la unión animal de los seres ante la carne condenada. Perken, por más que se
apegaba a Claude como nunca se había ligado antes a ningún otro ser, sentía su m uerte com o
si le hubiese venido de él. L a afirm ación imperiosa no estaba tanto en las palabras de los
m édicos como en los párpados que Claude acababa de bajar instintivam ente. La punzada de la
rodilla volvió, con un reflejo qu e co n trajo la pierna, se estableció un acuerdo entre el dolor y la
m uerte, como si aquél se hubiese hecho inevitable preparación de ésta. Después la ola de dolor
se retiró, llevándose con ella la voluntad que se le había opuesto, y sólo dejó el sufrim iento
adorm ecido, al acecho: por p rim era vez se levantaba en P erken algo más fuerte que él, contra
lo cual no podía prevalecer ninguna esperanza. Pero tam bién contra esto había que luchar.”
81 S. Czanowski, Le cuite des héros, París, 1919, p. 27.
82 Parece que la muerte del general de Gaulle “hubiera reactivado la dimensión carismática
del héroe y reavivado el carácter naturalm ente emocional de la entrega al je fe a quien el
pueblo invistió con toda su confianza. La adhesión reencontró su intensidad primitiva y las
cualidades personales del h éroe, su clarividencia, su autoridad, su integridad, aparecieron con
una dimensión extraordinaria. El peregrin aje fue la ocasión de re c re a r la comunidad emocional y
devolver la le primitiva”, E. Kaphacl, L e p'derinajre a Colombey, cis. i.v, 1973, p. 355.
LA E X P E R IE N C IA DE LA M U E R T E 29 3
85 Esto rige tanto para el occidental como para el negro-africano. No olvidemos, po r otra parte,
<jue cada muerto es único. P. Guimard (op. cit., 1967) nos describe, por ejemplo, la muerte verde de
su héroe (p. 162 y ss.)
8® Inform arse en M. Vovelle {op. cit-, 1974); J . Prieur (op. cit., 1972); P. Misraki, L'expérieme
de l'apr'es vie (L affo nt, 1974); P. Brunel, L ’evocation des morts et la descent aux enfers (Soc. d ’F.dit.
D’Ens. Sup. París, 1974); I. Lepp, op. cit., 1966).
T ercera Parte
1 Lo muestran con toda claridad los testimonios angustiados de los sobrevivientes d e los cam
pos de concentración; y también los condenados a muerte, que en su prisión sólo duerm en con
tranquilidad la noche del sábado al d om ingo, mientras que los demás días no descansan casi
hasta después que ha com enzado el día, es que sólo se ejecuta al alba y jam ás en domingo, el
día <lel Señor, y no del verdugo.
2 Los yacentes 1 1 0 son cadáveres, sitio m uertos que duerm en, que descansan. Kl gu¡<ín de un
film e, muy interesante por lo dem ás, fue rechazado porque versaba sobre fenómenos de tanato-
m orfosis.
295
VIII. LOS MUERTOS Y LOS MORIBUNDOS
A c t it u d e s f r e n t e al c a d á v e r
* La palabra cadáver, por ejem plo, no figura en el diccionario de la muerte de Ch. Sabatier.
3 Veremos más adelante las dificultades que le cre a el cadáver al urbanista de hoy: velatorio
del difunto, co rtejo en las calles, lugar en el cem enterio. El nuevo ritual funerario católico, y
sobre todo el protestante, tiende a escamotear al cadáver, ya sea que no se hable d e él, ya que
se disocien la inhum ación y el rito religioso (no se lleva el cadáver al templo), de m odo que el
difunto se reduce a la imagen del recuerdo.
4 G. Bataille, L ’erotisme, 10/18. 1957, p. 50.
LOS M U E R T O S Y L O S M O R IBU N D O S ‘2 99
5 A veces es solamente cuestión de hostilidad o falta de respeto. He aquí cómo nos describe
J . Egen (L'abaUoir solennel, G. A uthier, 1973, p. 143) el com portam iento con respecto al cuerpo
del guillotinado: “Los ayudantes, con sus uñas teñidas de sangre coagulada, toman el cuerpo
del supliciado y, sin librarlo siquiera de sus ligaduras infames, lo colocan boca arriba en 11 11
ataúd d e tablas separadas que recuerd a un ca jó n de huevos. Su je fe , el verdugo de cam isa azul
clara [ . ..] toma la cabeza m utilada y la coloca en sentido inverso al cuerpo, sobre el hombro
izquierdo, los ojos hacia el alba qu e llega. Nadie se ha preocupado de reconstruir una aparien
cia de cuerpo humano. Al mismo tiempo, el mecánico lanza sobre este rostro de ojos vacíos la
prim era palada de aserrín em bebida de sangre. Sumerge su pala en la canasta de m im bre que
el ayudante inclina para facilitar el vaciado. El ataúd se llena c o m o un tacho de basura. Todos
parecen com prender que los verdugos no sabrían qué hacer con estos montículos de aserrín ya
solidificados. Después de la carnicería, el descuartizam iento.”
6 G . Bataille, op. cit., 1957, p. 5 1 . El cadáver puede despertar también otros sentimientos. “La
satisfacción de contem plar un cadáver. Hay algo de tranquilizador, de dom inador, de regoci
ja n te . El vivo que mira a un m uerto, se siente superior. Y es cierto, porque así es.” (F. Dard,
Interview, Express).
7 E . Morin, op. cit., 1951, p. 17.
» í Á~. . ». i í .. í \ \ í iO \
" Véase especialmente O. Lewis, l ’iie mor/ dnus la famille Sánchez, CíalIii)iíircl. 197'i. tic aquí
un ejem plo: “Gaspar volvió borracho. En lugar de comprar cigarrillos, se gastó en alcohol el
peso que yo le había dado. La bebida lo había trastornado un poco. Al ver a las gentes orando
alrededor del alaúd, exclamó: ‘¿Q u é hacen aquí lodos éstos? Ven, salgam os’. Nadie puso aten
ción en él. ‘(¡aspar, por favor, un poco de respeto al cuerpo de mi tía’. ‘Sí, señor Roberto, tiene
usted razón’. Se calmó un m om ento y después empezó de nuevo. ‘Salgam os de aquí. ¿Que
quieren todos ustedes? Cuando ella estaba viva, nadie venía a verla y ahora todo el mundo
llora. ¡Canallas, hipócritas, largúense de una vez!” ‘No le hagan caso, dije yo. Está muy afec
tado por la m uerte de mi tía, no tanto com o yo, pero es que estuvo debiendo’. Al cabo de un
m om ento, la tomó contra mí”, p. 9 3 .
9 Dr. M. Colín, “L’anthropologue et la m ort” . Morí et folie. I’erspectives ¡isychiatriques, 26, 2, 1970,
p. 9 y .v.v.
LO S M U E R T O S Y LO S M O R IB U N D O S 301
11 Declaración que nos hizo un médico forense renom brado, el doctor Fesneau, de la Socie
dad de Tanatología.
12 Quizás se recuerda el caso de aquel cerra jero que en 1886 compareció ante el ju ez acu
sado de necrofilia: ‘'Q ué le vamos a hacer, cada uno tiene sus pasiones. ¡La mía es el cadáver!”
13 Véase por ejem plo A, Bastiani, Les maiwais lieu de Parts, A. Balland, 1968, pp. 43-54. M.
Dansel, Au Pere Lacha/se, Fayard, 1973, pp. 3-10.
N S. de Beauvoir, por más que anuncia que no quiere volver a ver a su m adre m uerta (p.
88), siente algunos rem ordim ientos: “Yo me reprochaba ‘por haber abandonado demasiado
apresuradam ente su cadáver. Ella decía, y mi herm ana también: ‘¡Un cadáver no es nada!’
Pero era su carn e, eran sus huesos y durante algún tiempo también su rostro’’, op . cit., p. 139.
LOS M U E R T O S Y LO S M O R IBU N D O S 303
17 A. Leroi-Gourhan, ibid.
"L o que testimonia la sepultura neanderthaliana no es solamente una irrupción de la
m uerte en la vida hum ana, sino también m odificaciones antropológicas que lian perdido y
provocado esta irrupción.” E. Morin, Le paradigme perdu: la nature humaine, Seuil, 1973, p. 110.
LOS M U E R T O S Y LO S M O RIBU N DOS 305
19 Rank m ostró que el abandono de los cadáveres a los buitres (India), a los p erros (Tíbet,
Siberia), a las hienas (África), es una transferencia del canibalismo de los funerales.
20 Como en tre los lcotoko del Tchad.
21 Los pueblos pastores africanos depositan también en la tumba un feto de bovino, que
crecerá y alim entará al difunto durante su largo viaje hacia el más allá.
22 X X I I I y X L IX .
Los dogon del Acantilado de Bandiagara en Malí depositan a sus m uertos en las anfractuosi
dades de la roca, los izan con una larga cuerda (véase el muy herm oso filme d e J . Rouch,
Cimeti'eres dan s la Falaise). Este cem enterio e n lo alto recuerda también los panteones del mundo
occidental.
306 L A S A C T IT U D E S F U N D A M E N T A L E S DE A YER Y HOY
relaciones con la muerte, el ejemplo más típico de los sara del Tchad
será exam inado más adelante.23
En cualquier caso, el tema de los m uertos que viven en las entrañas
de la tierra p arece ser universal; es la “ciudad de debajo de la tierra”,
de la que hablan los kenyanos. Es el Scheo.1 de los judíos (“¿H as lle
gado a las puertas del Scheol? ¿H as visto esas puertas negras y tene
brosas”,24 canta Jo b ). Sólo los más impuros no podían ser inhum a
dos, ellos “volverían a salir” a la tierra (brujos, leprosos, algunos cri
minales en Á frica negra).
La inmersión del cadáver o el retorno al agua fem enina por exce
lencia es una práctica muy antigua, cabe preguntarse si la prim era
piragua fabricada por el hombre no habrá sido un ataúd flotante, y
el prim er navegador un cadáver.25
El hindú deposita a sus muertos en un tronco de árbol ahuecado y
lo abandona en medio del Ganges. Algunos pigmeos desvían el lecho
de un brazo del río, entierran allí al difunto, después restablecen la
corriente en su recorrido inicial. Hasta no hace mucho los marinos
arrojaban por la borda a los cuerpos de los difuntos durante sus
largos viajes. En cuanto a los negro-africanos, es frecuente que
abandonen a sus recién nacidos en las aguas del río, para com probar
así su carácter cósmico (el simple hecho de que los venda de África
del sur hablen del bebé-agua resulta significativo).
Y sin em bargo, la muerte por ahogamiento (venganza del dios
Nommo, dicen los dogon), es siempre una mala muerte e im porta
entonces arran car al difunto de manos de los genios de los ríos o de
los lagos, a fin de darle sepultura conform e a la tradición.
Recurrir al fu e g o es quizás el aspecto más ambiguo de las técnicas
utilizadas. A veces proviene de un “indiscutible movimiento ascensío-
nal”, que proporciona la llama purificadora; y para numerosos pue
blos, la crem ación estaba reservada a los nobles o, para los menos, a
los ricos (hindúes), aunque tembién podía producirse el caso inverso
(en el Japón, sólo el em perador tenía derecho a ser inhumado).
Otras veces, por el contrario, es un medio rápido de evitar las “len
titudes insípidas del retorno al polvo”, y disponer más pronto “de
23 Véase la cuarta parte de esta obra. Léase igualm ente J . P. Bayard, L a symbolique du monde
souterrain, Payot, 1973.
21 Jo b , X X X V III, 17. Véase también M ircea Eliade, Forgerons et Alchimistes, op. cit., p. 4 2; Traite
d ’Histoire des religions, op. cit., p. 220.
25 Volvemos a en con trar aquí el tema de la barca fú n ebre de Caronte. Es probable que el
albatros cantado por S. T . Coleridge (The rime o f the ancient mariner) encarne a un gran m uerto,
espíritu del mar.
LOS M U E R T O S Y L O S M O R IBU N D O S 307
26 Esta noción de destrucción aparece en esta fórm ula de M. Schwob: “Quema cuidadosa
mente a los m uertos y expande sus cenizas a los cuatro vientos del cielo. Quema cuidadosa
mente las acciones pasadas y aplasta las cenizas.”
27 Dr. M. Colin, “La morí et les lois Inim aines", en L a mort el l'homme du XX si'ede, Spes, 1965, p.
120; L'homme du XX si'ede, Spes, 1965, p. 130.
La incineración fue utilizada sobre todo p o r los pueblos guerreros, que no peseían tierra
arable o aren a, o bien que deseaban transportar a su patria los restos de los soldados muertos.
Ene el c aso de los griegos, de los japon eses, de los mexicanos, de los rom anos y ios del Pacífico
sur. En G recia, la inliuniadón y la incineración eran practicadas por igual en el periodo prehe
lénico, pero a partir de la época hom érica se hizo habitual la incineración.
28 R. Hoess plantea en térm inos de rendim iento el problema de la “solución final” . Véase R.
IVÍerle, L a Mort est man métier, op. rít., 1972. A veces, las razones de la elección son más superfi
ciales. “ Un proletario de cierta edad me contó que cuando murió su m adre, la familia se reunió
para d ecidir si había que enterrarla o incinerarla (era en Inglaterra, en noviembre). Un pa
riente de indudable franqueza tomó finalm ente la decisión en estos térm inos: 'Si la enterramos,
correm os el riesgo de resfriarnos si tenem os que estar de pie alrededor de su tumba: ella no
habría querido eso. Si en cambio la incineram os, ¡al menos nos calentarem os!, y tuvieron ca
lor.” (D. C ooper, Mort de la fam ille, op. cit., 1972, p. 138.
AS A c i i l UDES F U N D A M EN TA L ES DE A YER Y H O Y
com o las mujeres adúlteras d e los últimos siglos; de pie, como algunos
militares o políticos (Clemenceau) o como los héroes del F ar West,
pistola en mano; la cabeza mutilada puesta en sentido inverso al cuerpo
(guillotinado); de espaldas, con la cabeza vuelta hacia la Meca (el
musulmán).
Se puede plantear nuevamente el problema de la evolución del
cadáver. Se presentan cuatro eventualidades que guardan relación
estrecha con la tanatom orfosis: abandono, conservación, destrucción,
idealización.
Puede ocu rrir que se abandone al difunto al sol, a las aves rapaces,
a los carniceros, a veces con fines de venganza o expiación, no sin
haber facilitado previamente su descomposición: cuerpos acuchilla
dos, cráneos aplastados con piedras (Tíbet). También es común que
se lo conserve en la tierra, e n el agua o en un recipiente cerca de la
casa. La mayoría de las veces se respeta su integridad (Islam); se
limitan entonces, al menos hoy, a retardar su tanatomorfosis (los téc
nicos de la tanatopraxia extraen a estos efectos líquidos y gases con
ayuda del trocar e inyectan p o r vía sanguínea un producto antisép
tico que no impide la deshidratación). Pero hay cadáveres a los que
se mutila:30 en nombre de la justicia (guillotinado); con fines científi
cos, judiciales o terapéuticos (autopsias, extracción de órganos para
transplantes); para impedirle al difunto reencarnarse (en el África
negra “el muerto, se dice, tiene demasiada vergüenza, no se atreverá
a volver”); o también para honrarlos mejor en varios lugares a la vez
(caso de los grandes hom bres; reliquias de santos distribuidas lite
ralmente).
También hay cadáveres que se reducen: el embalsamamiento tra
dicional implica una extracción total de las visceras seguida de re
ducción por deshidratación (momificación, cabezas reducidas de los
indios navajo).31
O bien se reduce el cadáver, tanto por incorporación canibálica32
com o por incineración. Se presentan entonces dos alternativas, o
bien que las cenizas reposen conservadas piadosamente en una urna,
o que se las disperse con sentido ritual -los hindúes las abandonan
30 Habría m ucho que d ecir sobre las fantasías suscitadas por la pérdida de un m iembro en
un accidente o com o consecuencia de una operación quirúrgica. Una parte del yo que está vivo,
puede así ser enterrado (o quem ado) en alguna parte.
31 Al menos tenemos para el em balsam ador egipcio la perspectiva de los siglos, que nos
perm ite apreciar la eficacia del procedim iento. El estado de conservación era tal, que una
radiografía pudo dem ostrar que T utankam ón murió de tuberculosis pulmonar. Perspectiva
que nos falta para juzgar a nuestras técnicas modernas.
32 Este tema será tocado en la cuarta parte.
310 L A S A C T IT U D E S FU N D A M EN TA L ES D E A Y E R Y HO Y
en los ríos sagrad os-,33 o con fines de sanción, para evitar que se las
honre, las cenizas de los ejecutados en N urem berg fueron arrojadas
desde un avión al fondo del Atlántico.
La cuarta m anera de encarar la evolución del cadáver no proviene
ya de la técnica, sino directamente de lo imaginario; es la creencia
en la existencia del cuerpo sublimado, revitalizado, rejuvenecido, de
la que nos hablan los negro-africanos; y es también el cuerpo glo
rioso del resucitado entre los cristianos, del que Cristo proporciona
la más bella im agen.34
^ El cadáver interviene pues de m anera directa en el rito. Sabemos
que en el África negra preside sus propios funerales; que es objeto
de un interrogatorio minucioso, y, si se trata de un viejo, no es exce
sivo afirm ar que él constituye el centro de la fiesta. Morir lejos se
convierte, en esta perspectiva, en una situación grave. Tal es quizás
la paradoja de la m uerte. “Sí bien la m uerte encarna el principio de
realidad en su crueldad absoluta, ella sólo puede ser significada por
medio de la fantasía. En efecto, el ‘cadáver’, tan difícil de nom brar
(el cuerpo, los despojos, los restos), no es más que un significativo
vacío, que funciona terriblemente pero sin sujeto fenoménico.” 35 Y
sin embargo, la Iglesia hace com parecer a este cuerpo en el templo,
cerca del altar. Hay allí una actitud a la vez tranquilizadora y gene
radora de angustia. Tranquilizadora porque el muerto está allí; an
gustiante, “en la medida en que este discurso de la ‘presencia’ m or
tuoria es totalmente otro y extraño, inasimilable, imposible, a la vez
que ineluctable, y que emplaza a la absoluta diferencia en una frial
dad mineral, si así puede decirse, pues a la m uerte no se opone nada,
al .menos nada que la haga inteligible. Pero el ‘cadáver’, significativo
de un discurso sin tema ni contenido, principalmente cuando se lo
33 El que conduce el duelo da siete veces la vuelta a la hoguera. Recoge las cenizas, las arroja
ai Ganges o al río sagrado más próximo. Todos los asistentes toman en seguida un baño purifi-
cador. Al tercer día, el sacerdote recoge los restos calcinados en un recipiente que le rem ite a
un miembro de la fam ilia. Éste lo arroja al río.
34 H. Reboul nos ha señalado que muchos ancianos se imaginan a su cuerpo después de la
m uerte como algo ligero, sutil, aéreo, lo que constituye una cierta m anera de sublimación. Una
anciana hizo todo lo necesario para d onar su cuerpo a la medicina después de su m uerte, y la
investigación reveló que ella no quería reposar en el cem enterio porque su marido había sido
quemado en un cam po de concentración nazi, la m utilación de su cadáver se correspondería
así con la de su m arido. En cuanto a la unión de los cuerpos después de la muerte, ella en cu en
tra su expresión más bella en el mito de Filemón y Baucis transform ados en un roble y un tilo
que mezclan íntim am ente sus follajes, símbolo de su am or eterno. En nuestra cu arta parte
abordaremos los problem as de la metempsicosis (encarnación en un cuerpo animal) y de la
reencarnación.
35 J- Y- Hameiine, Quelques incidentes psychologiqms de la sc'ene rituelle des funérailles, La Maison
Dieu 101, 1970, p. 90.
LO S M U E R T O S Y L O S M O R IBU N D O S 311
36 Ibid. p. 9 2 . El autor agrega: “Desde este pu nto de vista, no parece tem erario aventurar ia
hipótesis de que la cerem onia de tipo eclesiástico (‘ei entierro-en-la-Iglesia’, como suele de
cirse), mediante la transm utación simbólica fuertem ente culturalizada y muy m arcadora que
ella produce al integrar el significante-cadáver en un conjunto representativo (mítico) ritual
m ente enunciado, contribuye de alguna m anera a m atar al muerto -p a r a em plear la expresión,
rigurosa en su aparente rudeza, de D. Lagache ( 19 3 8 , pass)- en el memorial que se le dedica.
La m uerte ritual vendría de ese modo a asu m ir en sí la muerte real, y a su manera a puntuar
fuertem ente el duelo. Así se podría explicar el poder ‘catártico’ de la ceremonia fúnebre, y
paradójicam ente su poder de alivio y de ‘consolación’, p. 94.
i7 La colum na de la Bastilla fue primero u n cenotafio a la m em oria de los cam batientes de
1830. En la antigüedad se erigió un cenotafio célebre en Corinto, en honor de la bella corte
sana Lais, m uerta en Tesalia: representaba a u n a leona (Lais) que tenía entre sus patas delante
ras un carnero (los hom bres que ella había dom inado).
•rv ;./AÍvi<:.'v i á l í l S UL A i t H Y H O Y
e s n e c e s a r i o ' d a r v u e l t a ’ al m u e r t o p a r a q u e el lambamena lo e n v u e l v a
p o r c o m p l e t o . ” 38
Incontestablemente, el cadáver sigue formando parte de la per
sona: 39 de ahí la inviolabilidad de la sepultura, que antes era absolu
ta, y hoy está algo más matizada (límites que imponen la autopsia judi
cial, la recuperación de las cesiones en el cem enterio, la posibilidad
de transplantes). De aquí proviene también el respeto a la memoria
del desaparecido, si no siempre a su cuerpo (por las razones que
acabamos de enum erar) al menos a su prestigio. Tiene el mismo sen
tido la costumbre negro-africana de interrogar al cadáver para cono
ce r la causa de su fallecimiento y restablecer el orden que hubiera
podido quebrantar la falta com etida por el difunto: el cadáver está
todavía vivo, el difunto sigue lúcido, es preciso que todo Sea normali
zado para respetar su recuerdo y rendirle el culto que se le debe. No
podemos menos que reco rd ar la asombrosa complejidad del aparato
jurídico relativo al transporte (nacional o internacional) de cadáve
res, las condiciones de la inhumación o la exhumación (a título pri
vado, en vista de una eventual canonización, con fines jurídicos, o
simplemente cuando se trata de recuperar la concesión del lugar en
el cem enterio), las modalidades de la incineración, el problema de las
morgues o de las cámaras funerarias, el derecho a disponer del cadá
ver con fines terapéuticos o científicos.40
Sin embargo, hay un hecho que no deja de impresionar al antro
pólogo, a pesar de la desigualdad del destino que aguarda a los
diversos cadáveres, ya sean de ricos o de pobres, aceptados o rechaza
dos por el grupo (buena o mala muerte; sujetos socialrnente valora
dos o reprobados: herejes, com ediantes, condenados a m uerte),
siempre se impone la noción de unidad y de identidad del hombre
universal, especialmente si seguimos el escalpelo del médico forense:
“E l prim er ‘corte’ nos dice el doctor Fesneau, m uestra el mismo
músculo en todos los cadáveres; y el cerebro de un poeta, o el seno
38 R. Decary, La mort el les coulumes funéraires a M adagascar, Maisonneuve et Larose, 1962, pá
gina 77.
39 Muy a menudo en el Á frica negra, la placenta y el cordón umbilical form an parte inte
grante de la persona. El conjunto placenta, cordón y niño se com para con un árbol. La prim era
cum ple la función de raíz, puesto que es a través de ella qu e el feto arraiga en el seno
m aterno; el segundo recuerda el tallo por donde corre la savia, y el tercero se em parenta con el
fruto que, llegado a la madurez, se desprenderá del árbol (nacim iento). El cordón y la placenta
se entierran casi siempre en la selva, y constituyen la parte “naturaleza” del hombre (el cordón
es celeste y macho; la placenta terrestre y hembra), por oposición al hombre cultural que vive
en el poblado. Puede ocurrir que se le hagan ofrendas. La placenta tiene así, como connota
ción, la idea de gemelidad.
40 Nos remitimos a los destacados trabajos de R. Dierkens y Ch. Vitani ya citados.
i
LO S M U ERTO S Y LO S M O R IB U N D O S 313
44 No hay más qu e 3 o 4 cem enterios-parques en Francia. Sin em bargo, las niñeras llevan a
los pequeños al cem enterio de Montparnasse (único lugar sombreado y tranquilo del lugar). Se
ha dicho del Pére Lachaise que es, mucho más que un cem enterio, “un jard ín en suspenso
donde el eco del tiem p o resuena en el teclado del recuerd o del barroco y de lo insólito”. Con
sus 12 mil árboles, sería “el más vasto, el más histórico, el más religioso, el más rom ántico, el
más aereado, el más insólito y el más erótico de los paseos que dominan París”. M. Dansel, op.
cit., 1973, p. 3.
45 No diremos nad a de los necrófilos y sobre todo de los erotómanos que frecu entan los
cem enterios, persiguiendo a la vez a Eros y a Tanatos. “Para el observador advertido, el cem en
terio del Pére Lachaise se inscribe como el prim ero de los altos lugares del erotism o”, prostitu
tas, homosexuales, rom ánticos que ocultan sus am ores d entro de las iglesias, se cuentan, num e
rosos, entre sus visitantes. M. Dansel, op. cit., 1973, p. 32.
46 M. Dansel, op. cit., 1973, p. 7. “A mí me atraen grandem ente los cem enterios, me d escan
san, me melancolizan: yo los necesito.” G. de M aupassant, Les Tambales.
Tam bién hay los qu e detestan los cem enterios: “El cem enterio no es más que un cam p o de
batalla donde los cadáveres están mal enterrados y las tum bas son imposturas” (R. Ju d rin ). “ No
lleves en ti el cem en terio ”, recom ienda M. Schwob.
LOS M U E R T O S Y L O S M O RIBU N D O S 315
47 B . G utstaffon, “Les cimetiere: lieu de m editation”, en Morí el Prisence, Lumen vitae, Bru
selas, 1971, pp. 86-87. A la pregunta: “de u n a lista de 60 palabras elija las que a su juicio
caracterizan m ejo r al cementerio”, se obtuvo:
Muy im|x>riaiue 12 59
B ástam e im portante * 27
Sin op inió n # 11 8
Poca im portancia 55
N ingu na importancia 35 7
48 Los cadáveres de animales plantean tam bién problemas: “El Sindicato Intercom unal de
Vocaciones Múltiples, que agrupa a 18 com u nas de la región, acaba fie poner en funciona
miento una cám ara frigorílica en la que se podrán depositar los anim ales que hayan sacrificado
los veterinarios.
Las personas o veterinarios que tengan cadáveres de animales podrán depositarlos en la
Perrera Intercom unal de Poissy y los usuarios d eberán pagar un derecho que se eleva a:
- 8 francos por un gato
- 13 francos por un perro.
El Sindicato Intercomunal ha firm ado un conven io con un organismo especializado para la
elim inación d e los cadáveres de anim ales” (Le Cmirrier Républicain, Ivelines, 23 de enero de
1974).
49 L a Iglesia de los Inválidos fue abierta d u ra n te 8 días al público. Se dice que por lo menos
200 mil personas desfilaron por ella. A pesar d el frío riguroso se hizo la cola durante varias
h 3ras. No faltó la irrespetuosidad: “Es todo lo q u e nos devuelven del carbón que nos arrebata
ron”, d ijeron algunos franceses cuando los alem an es devolvieron las cenizas del Aiglon durante
la ocupación.
.VÍ!..N i ,\ ÍM S DE AVER \ h v f’i
80 Véase especialm ente F. Raphaél, Le P'elerinage a Colombey, C .l.S . LV, 1973, pp. 3 3 9 -3 5 6 . El
peregrinaje a Colombey y la fidelidad de los humildes “testim onian que la epopeya prevalece
sobre la política y qu e la leyenda transfigura al general De Gaulle en héroe providencial, cuya
estatura no es la del padre protector, sino más bien la del salvador casi divino. Su tum ba se ha
convertido para las m ultitudes en uno fie esos ‘tem plos al aire libre’, uno de osos eternos zarzas
ardientes celebrados por M. B arrés, cuya presencia inesperada infunde en el paisaje agrícola,
en la tierra entregada a los cuidados menudos de la vida práctica, un súbito soplo de m isterio y
de sólido orgullo" (p. 356). Véase M. Barres, La colline inspirée, I’arís, 1966, p. 275.
81 A. Fabre-I.uce, op. cit., 1966, p. 49.
52 J . Egen, op. cit., 1973, pp. 12-13.
53 Existen también supervivencias múltiples. Es así que en B éthune, la “C onfrérie des Chari-
tables de Saint-Eloi” asegura gratuitamente el transporte de los muertos a la iglesia y después al
cementerio. Esta práctica data de 1168, fruto de una prom esa de los habitantes con motivo de
LO S M U E R T O S Y LO S M O R IBU N D O S 317
una epidem ia. El busto del santo con m itra y cruz es llevado en procesión al menos una vez al
año, po r hom bres vestidos de negro, co n corbata blanca, tricornio y bastón ritual. Normandía
conserva todavía sus “C onfren es de C h a n té ” (un centenar), que se encargan de los entierros
(trabajos de M. Segalen).
54 Según ciertas informaciones recogidas entre los dogon (Malí), el m arido de una m ujer
que m u ere encinta debe abrir el cadáver todavía tibio para extraerle el feto, ya sea para salvar
al niño si todavía hay tiempo, ya para co n o cer su sexo, pero sobre todo para castigarlo por
hab er matado a su madre. En seguida debe abandonar el poblado com o un crim inal, y no
reaparecerá hasta treinta días después.
3 18 L A S A C T IT U D E S F U N D A M EN TA L ES D E A Y E R Y HOY
56 Ph. Aries, L a mort inversée, La Maison Dieu, 101, Cerf, 1970, pp. 73-74.
57 Un farm acéutico célebre, Alphonse Aliáis, im aginó en su libro Vive la vie, tratar el cadáver
mediante el ácido nítrico a fin de transform arlo en Fulm icotón*Se podrían fabricar así piezas
artificiales. J
58 La crem ación se hace en dos tiem pos: la cám ara crem atoria se calienta a 600 o 700 grados
antes de recibir el ataúd que se inflama desde q u e es introducido. Se activa entonces la com bus
tión m ediante una corriente de aire, calentado sobre un recuperador. La temperatura sube así
a 9 50 o 1100 grados C, y este periodo corresponde a la gasificación del cuerpo; en seguida la
tem peratura baja gradualmente y la combustión term ina. Una buena combustión debe hacerse
con el m ínim o de hum o y olor, para lo cual se agrega a la salida una cantidad de aire destinado
a favorecer la combustión de los vapores. Algunos hornos están equipados con cám ara de
combustión de gases. En B enares se queman 5 0 cadáveres revestidos de incienso y aceite, sin
interrupción durante las 24 horas.
■■»> Prevalece la voluntad del difunto; y si él n o lia precisado nada sobre la incineración, la
familia es libre de pedirla. No es así en Bélgica, si el difunto no lo ha prescrito explícitam ente,
¡a incineración no se puede efectuar. Por el co n trario en la Gran Bretaña, la última voluntad
del d ifunto no es imperativa (I'ious hopas) y la fam ilia puede decidir lo que quiera.
60 Hay en Francia 1 500 fallecimientos diarios. Cuando la población francesa alcance 60
m illones, habrá que hacer frente a 2 500 inhum aciones diarias. Pero los cementerios de las
grandes ciudades parecen estar sobresaturados. El crecim iento numérico de las ciudades por
una parte, y el acceso a la propiedad del suelo en los cem enterios (aum ento del núm ero de
titulares de las concesiones) por la otra, hacen q u e “los vivientes disputen a los muertos lugares
320 LAS A C T IT U D E S FU N D A M EN TA LES DE A Y E R Y HOY
q u e se han vuelto muy caros”, según la expresión de L. Sauret. Actualm ente, la ciudad de París
dispone de 6 00 hectáreas de cem enterios (un poco más de 2 m2 po r parisiense vivo). T enien do
e n cuenta las concesiones recuperadas, habría que prever un aum ento anual del 1%. En 1980,
! la capital tendría que diponer de mil hectáreas de cem enterios, o sea un poco más de 1/8 de su
superficie. Evidentemente no se puede contar con una disminución de la mortalidad: aunque
tod a la población se hiciera centenaria, la mortalidad pasaría solamente del 12 al 10%. T al es la
¡ situación. ¿Qué se puede hacer? ¿A grandar los cementerios? En medio de las grandes ciuda
des, el precio de los terrenos y las exigencias de la vida urbana se oponen a ello. ¿Prohibir las
concesiones a perpetuidad, limitarlas a 15 años como máximo y realizar una rotación de los
cu erpos sobre un promedio de 12 a 15 años? Habría que luchar contra la opinión pública para
llegar a esto, pero de todos modos, teniendo en cuenta el crecim iento demográfico, y particu-
; larm ente el crecim iento dem ográfico urbano, tampoco esto constituiría un remedio seguro.
Q uedan entonces otras dos soluciones: multiplicar los cem enterios-parques en provincia; favo-
^ rcc e r la cremación.
61 Las cenizas son recogidas en una urna sellada y herm ética que lleva grabada en una pieza
m etálica el núm ero del acta de fallecim iento. La masa de las cenizas se eleva a 1 kg 1/2 aproxi-
( Huidamente. Su destino es el mismo que para el cadáver: inhum ación en una sepultura; depó
sito en un columbario; incluso en una propiedad privada. Pero la reglamentación en m ateria
d e transporte de urnas es la m isma que para un cadáver. Por ejem plo, hay que alquilar un
vagón entero para hacer viajar una urna por ferrocarril, como es el caso para un cadáver
insalubre en ataúd. En Francia, a pesar de muy raros y discretos “jard in es del recuerdo”, no
( está permitido dispersar las cenizas, pues para el legislador ellas tienen las mismas característi
cas del cadáver. En cambio, en Gran B retaña es corriente que se las disperse, ya sea en el mar o
( en medio del campo.
Recordem os una fórm ula célebre, Marco Aurelio hizo grabar en la urna que debía contener
sus cenizas: “T ú contendrás a un hom bre que el Universo no ha podido contener.”
i 62 La Federación Nacional de Sociedades Francesas de Crem ación se fundó el Io de enero
de 1930 y quedó registrada el 21 d e febrero de 1930 con el núm ero 167 599. En Francia, los
C crem atistas (cinco mil personas, un diario con un título rico en símbolos y varias revistas regio
nales) no se reclutan únicamente en tre los “obsesionados por el m iedo a la muerte, el despertar
bajo tierra, el tem or a los osarios y sus siniestros horm igueros de gusanos’ (R. H. Hazemann,
(
LO S M U E R T O S Y L O S M O R IBU N D O S 321
presidente de la federación francesa de las sociedades crematistas), sino que agrupan tam bién a
“personas animadas p o r la preocupación d e no ser peligrosos después de su m uerte” (higiene y
salubridad) y no “colm ar inútilmente los cem en terio s”.
63 Francia cu enta co n 9 crematorios y 2 están en proyecto adelantado. Los crem atistas se
agrupan en 22 asociaciones, de las cuales unas diez fueron creadas recientem ente. L as crem a
ciones con relación a los fallecimientos se exp resan en Francia en . , . por mil. En el extran jero,
el Reino Unido, con sus 204 crematorios, se enorgullece de haber economizado teóricam ente
600 canchas de fútbol; la proporción de lo s incinerados con relación al número total de falle
cimientos era de 34.7% en 1960, contra 53.20 % en 1970. Noruega posee 32 crem atorios; Sue
cia, con 63, incinera al 30% de los fallecidos; Alem ania Federal mantiene 65 crem atorios; Di
namarca incinera al 36% de sus fallecidos en sus 2 6 crem atorios; Suiza el 30% de sus difuntos
en sus 29 crem atorios, y en Zurich la incineración gratuita está muy extendida, allí la asociación
local de crem atistas se disolvió por carecer de objeto.
64 Como en Francia, del siglo xv al x v n : los reyes, embalsamados, vestidos de púrpura
(como en su consagración), reposaban sobre un pom poso lecho. Hasta se tendían e n la cámara
del rey las mesas de un banquete.
322 LA S A C T IT U D E S FU N D A M E N T A L E S DE AYER Y HO Y
65 La preservación sobrepasa algunas sem anas, incluso algunos meses si el sujeto estaba sano
y si la operación se hizo a tiempo. Una verdadera proeza técnica se realizó con los restos de un
obispo ortodoxo australiano (1970). T ratado al cu arto día de su fallecim iento, fue expuesto al
undécimo día en la catedral, sentado en un tro n o , revestido de sus más hermosos ornam entos,
adornado con su tiara, la mano derecha levantada bendiciendo a la multitud; ésta venía a
prosternarse a sus pies, y muchos hasta le besaban la mano. Fue asombrosa la impresión de
naturalidad qu e logró la película de Blackwell (un documental sobre la cerem onia). Señalemos
que las prácticas tanatológicas no impiden la crem ación; a pesar de la excepción americana,
ésta debería ser su continuación lógica, lo qu e dem uestra que el procedim iento no persigue la
conservación definitiva, como el de los em balsam adores de antes. Véase F. W. Blackwell Pty
Ltd., Les obseques de l'Archeveque Sergei Ochotenko, prímat de l’Eglise Biélo-Russienne Autocéphalique
d ’Australie et d ’Outre-Mer, Bull. Liaison h a t - i k t a , París 1, 1974, pp. 17-20:
66 M ientras las operaciones tanatológicas (I. F. T .) están generalizadas en los Estados Uni
dos, o se practican en el 70 a 80% de los cadáveres en Suecia, su importancia sigue siendo muy
modesta en Francia (alrededor del 5% de los m uertos); pero su progresión d e c ie n te es nítida:
1964, 2 5 7 0 I. F. T .; 1968, 12 158; 1972, 20 2 7 0 ; 1974, más de 25 000. Ellas están localizadas
sobre todo en la región m editerránea-Córcega (9 600 en 1972), en Languedoc-Valle del Rhon
(6 900). En otros lugares, el número de I. F. T . es mucho menor: región lionesa, 5 2 ; oeste, 250.
En París, se registraron 2 560 I. F. T . en 1972 y 2 6 0 0 en 1973. El accidente de aviación que le
costó la vida a numerosos españoles en 1972, d uran te la huelga de los “guardaagujas del cielo",
dio lugar a que po r prim era vez en Francia, un prefecto (en el caso, el d e Nantes) hiciera
obligatorio el tratam iento de los cadáveres.
®7 Aun cuando a veces se cometen algunos excesos: se les reprocha con justicia a los americanos
^ e l que maquillen demasiado a sus muertos. “Las caras de vuestros cadáveres son tan artificiales
como las sonrisas de vuestras vendedoras.” Véase E. Waugh, The loved one, Chapm an and Hill,
1950. El costo de un I F T equivale al tercio del precio promedio de un ataúd.
LO S M U E R T O S Y LOS M O R IB U N D O S 323
68 “No hay que temerle a la muerte, no como consecuencia de una obligación moral que nos
imponga superar el miedo que ella provoca, sino porque es inevitable, y porque no existe ninguna
razón en qu e f undar ese m iedo. Sim plem ente 11 0 hay que pensar en ello y mucho menos hablar”
((¿mire essais de sociologíe contemf'araine, Perrin, 195 1).
“No es la muerte que se celebra en los salones de los Funeral Humes, sino la muerte
transform ada en casi viva por el arte de los manipuladores de muertos'' (La mort iiiiwsrr, La
Maison Dieux 101, Cerf, 1970, p. 82). O también: “La idea d e hacer del m uerto un vivo para
celebrarlo por última vez puede parecem os pueril y grotesca” (p. 83).
7I) Ph. Aries, op. cit., 1970, p. 82.
71 ]. Mitlbrd, The american way o f death, Simón and Schuster, Nueva York, 1963j recuerda el
hecho siguienie: “ Kcrienleineiue, un l'iinn al Director m e con tó el caso fie una m ujer que debió
su lrir un tratamiento psiquiátrico porque los funerales de su m arido se hicieron con un iyh/ií'í
(no se habla más de ataúd) cerrado, sin exposición ni recepción, y en otro estarlo, lejos de su
p resen cia[. ..] El psiquiatra le con Ció al Funeral Director qu e él había aprendido mucho con este
caso sobre las consecuencias de la falta de cerem onia en los funerales. La enferm a fue tratada,
se curó, pero ju ró no asistir nunca más a un memorial type Service (conmemoración rápida del
m uerto)."
,S .. v, i i i CDKS FU N D A M EN TA LES DE A YER Y H O Y
Creemos, pues, que dos actitudes caracterizan hoy al hom bre occi
dental. Por una parte, el culto de las tumbas (en Africa es el de los
antepasados) y por otra el soslayamiento de la muerte (ignorado por
el negro-africano, que la acepta para trascenderla mejor a través del
rito).
A veces esas dos actitudes se excluyen; por ejemplo, en Inglaterra la
incineración se ha difundido p o r razones de higiene, ciertam ente,
pero sobre todo porque se cree “ que ella destruye más acabadamente,
que uno queda menos apegado a los restos y menos tentado de visi
tarlos”; 74 pero es sabido que e n Inglaterra, el tabú de la m uerte se
acepta sin reservas.
Otras veces ambas actitudes coexisten y compiten entre sí. En tre los
franceses, por ejemplo, el culto de las tumbas, como dijimos, fuera
de la rutina del 2 de noviembre, ha ido perdiendo importancia (te
nemos los cem enterios más feos de Europa, pero también los peor
mantenidos). En cambio, el soslayamiento de la muerte va ganando
terreno, a pesar de la resistencia a la crem ación y a los progresos de
las prácticas tanatológicas; muchos franceses de hoy ignoran si sus
padres viven y casi no se ven niños en los funerales.75
7 3 ¿Dónde se encuentran estas reticencias? Antes que nada en los médicos de hospital, quie
nes temen que los cuerpos sean retirados rápid am en te por los tanatopracticantes, antes que
ellos hayan podido realizar las com probaciones anatom o-clínicas. Esta posibilidad no es rara y
esos temores podrían ju stificarse. Existe o tr o elem ento, y es que a los médicos n o les gusta
mucho que otros, no médicos, manipulen a los cu erpos. No pensamos que esta actitud sea
definitiva. Se encuentran detractores m ucho más feroces entre ciertos profesionales d e la
muerte que no ven casi perspectivas de fu tu ro para su profesión y siguen atados a su rutina.
Sin embargo, no hay ninguna verdadera especificidad profesional o social para estas reticen
cias: pero son naturales puesto que las prácticas tanatológicas adquieren una significación e n el
inconsciente colectivo.
74 Ph. Aries, “La vie et la mort chez les Fran^ais d'aujou rd ’hui”, Ethnopsychologie I, 1972, pá
gina 43.
7 5 En el África negra, a los niños se los enfrenta directam ente al espectáculo social d e la
A c t it u d e s f r e n t e a la m u e r t e
En cuanto al com portam iento frente al que m uere, hoy estamos más
que nunca en presencia de una pluralidad de actitudes muy difícil de
manejar. No solamente nos encontramos con variantes debidas a los
lugares, las épocas, las condiciones de vida,77 las ideologías -diferen
cia entre creyentes y ateos-, sino que también deben considerarse los
tipos de muertes: buena o mala, violenta o súbita, con o sin com a;78
así como la naturaleza de las relaciones que se tenían con el difunto:
si era un extraño, un amigo o un pariente; el ser amado, un sujeto
odiado o un simple cliente; y también los tipos de personalidad que
muerte y la muerte infam ante (ejecución capital) engendran indiferencia, desprecio, y a veces
también, aunque raram ente, piedad. La m uerte súbita o violenta suprime toda relación vivo-
muerto. Un coma que se prolonga por meses embota los sentim ientos, produce lasitud y hace
imposible la comunicación. El m oribundo consciente, que no term ina de m orir, atenúa la an
gustia que provoca, pero prolonga el estado de malestar.
LOS M U E R T O S Y L O S M O R IBU N D O S 327
7 9 Es toda la d iferen cia que separa a A. Philipe (dulzura, emoción, am or y altruismo, fineza)
guillotinado; los sacerdotes y los médicos, impulsados en parte por su vocación; los allegados, sobre
todo si se muere en la propia casa; los enfermeros y el personal de serx’icio cuando se m uere en el
hospital; los mirones en caso de accidente y antes qu e la policía recubra al muerto. Y por su
puesto los sádicos, que encuentran u n a alegría secreta (“¿Disfrutas?”, le gritó Bontem s en la
cara al procurador antes de subir al cadalso) y los experimentadores (le la muerte: adeptos a la
tortura (pretendidos), investigadores qu e se dedican a mutilaciones en vivo o dan inyecciones
para m edir la resistencia del hombre a la m uerte o las enfermedades: hay que morir con toda
seguridad, ¡pero lentam ente! (Véase las tesis de V. Naquet sobre la tortura).
8 1 Ya no hay en Occidente m uerte en público. A hora quien rodea al muerto es la familia
restringida. En el barrio, una m uerte es un acontecim iento sólo para los vecinos inmediatos y
los comerciantes más próximos. “Sin em bargo, se han creado otras solidaridades que la m uerte
lleva a establecer: solidaridades profesionales, co n la clásica delegación del taller o de la oficina;
solidaridades propiam ente sociales: todos ¡os g ru p os de los que form aba parte el difunto o a
XAS A C T IT U D E S FU N D A M EN TA LES DE A Y E R Y HOY
los que pertenecen sus fam iliares, desde la entidad deportiva hasta la sección de ex com batien
tes, que vendrá completa con sus banderas.” J . Folliet, “ Phénom énologie du deuil”, p. 180, en
L a mort el l’homme du XX si'ecle, Spes, 1965. Véase también A. Philipe, Ici, la-has., ailleurs, Galli-
m ard, 1974.
82 “Yo me tendí cerca de ti y fingí dorm ir mientras tú leías. Vivía cara a cara con el monstruo.
¿Cómo es un cáncer? Una masa dura. Yo hacía un esfuerzo por acordarme de películas cientí
ficas que había visto. Se m e representaba la vida intensa de las células, su proliferación inexo-
ra b le f. . .] Ellas ganaban todas las batallas. Y todo esto ocurría delante de mis ojos, al abrigo de
tu piel lisa e inocente. E n el silencio de la noche, me parecía escuchar esta actividad de term i
tas, la usina innoble que trabaja las veinticuatro horas del día, y lo hace mejor y más rápido
porque el terreno es propicio y jov en . Sin que tú lo supieras, sin qu e yo pudiera nada, mientras
te miraba tu m uerte se tejía sin ruido.” A. Philippe, op. cit., 1963, pp. 97-98.
83 “Hoy estás vivo. Es un día ganado. ¿Cómo llegará la m uerte? ¿Cuál será la señal? Y o la
acechaba, pero entraba en un universo que ignoraba. ¿Sabría leerlo? T ú eras mi esfinge”, ibid,
p. 8 8 .
8 4 A. Philippe, p. 74.
8 5 "L a dulzura del aire me hace pensar en lo que fue, y en lo que sería si tú estuvieras aquí.
Yo sé que este pensamiento es sólo una ineptitud para vivir el presente. Me dejo arrastrar por
esta corriente sin m irar dem asiado lejos o demasiado a fondo. Espero el momento en que
recupere mi fuerza. Ya llegará. Sé que la vida me apasiona todavía. Quiero salvarme, pero no
librarme de ti.” A. Philipe, op. cit., 1963, p. 191. Véase tam bién p. 80.
8 6 “Ella iba a morir; lo ignoraba, pero yo lo sabía, y en su nom bre no me resignaba. Ella nos
había hecho prometerle que la ayudaríamos a bien m orir; pero por ahora lo que quiere es que
se le ayude a curarse.” S. de Beauvoir, op. cit., 1964, pp. 129-130.
“El médico ha dicho la verdad: por lo tanto yo em pecé a m entir. Ensayaba delante de ti,
que estabas inconsciente, la com edia que te iba a representar. T e traicionaba con una m irada
clara que mentía por prim era vez. T e conducía al borde del abismo y me felicitaba. Diez veces
por día me acercaba a ti para decirte la verdad; ¿por qué, con qué derecho ocultarte lo que te
concernía? ¿Por qué llevarte traicionado-hasta donde podrías llegar valientem ente?!. . . ] Pero
callaba, y me imaginaba lo que podrían ser esos segundos si yo hablara. Hubiera querido tener
LOS M U E R T O S Y L O S M O R IBU N D O S 329
*
el don de la ignoracia. Entre la ignorancia y el conocim iento, siempre habría elegid o este
último. Por lo tanto no estaba de acuerdo conm igo misma. Yo pedía que se actuara de cierta
manera frente a mí, pero actuaba de modo d iferen te frente a ti. Destruía nuestra igualdad. Me
volvía protectora, es cierto, te quería feliz y esto era más fuerte que todo.” A. Philipe, op. cit.,
1963, pp. 49 y 108. Véase también pp. 23 y 4 7 -4 8 .
87 Roland “siente que la muerte lo ocupa todo”; T ristan “sintió que su vida se perdía, com
prendió que iba a m orir”. “La muerte está allí”, responde brutalmente el cam pesino de Tolstoi
a la buena m u jer qu e le pedía noticias. A si co m o nada era más temible que una m u erte que
sorprendía de improviso, nada peor en esta época qu e una muerte para la cual no se estaba
preparado. Es po r ello que esta muerte co n ocid a y consentida tenía que ser pública.
88 V. Jank elevitch , en M édeán ede Franee, 1966» núm . 177, pp. 3-16. Véase del m ism o autor, La
mort, Flam m arion, 1966.
8<J Se en contrará un excelente estudio sobre “El sentido de la muerte en el niño —Etapas de la
orgnización afectiva y el desarrollo nocional” (artículo de A. Portz), en la obra colectiva Mort et
présence, estudios de psicología presentados por A. Godin, Cah. de psych. relig. 5, Lum en vitae,
Bruselas, 1971, pp. 143-160. Véase también M. J . C honibart de Lauwe, Un monde autre: l*en-
fan ce, de ses représenlations a son mythe, Payot, 1972, pp. 389-395; J . de Ajuriaguerra, M anuel de
psychiatrie de l ’en fan t, Masson, 1970, pp. 5 4 -5 9 , 5 4 3 -5 8 9 , 840-844; B. Castets, además de la obra
ya citada (La Mort de Vautre, Privat, 1974), véase La loi, l'enfant et la mort, Fleurus, 1971; R. J .
Glasser, op. cit., Grasset, 1974.
90 “T h e ch ild ’s theories concerning d eath”, J . Genetic Psychol., 1948, núm 73, p p . ¿-21.
330 LAS A C T IT U D E S FU N D A M E N T A L E S DE A YER Y H O Y
E l moribundo y el médico 95
conciencia. Así, el niño que m uere es utilizado p o rcad a uno según su carencia. En cuanto al
niño, como todo m uiiente, se prepara para algo <|tie para él no tendrá lugar: la partida, la
soledad. Convenido en lugar del Otro, él sabe que los que quedan no salten nada. L os deja
enfrentados a su falta”, pp. 105-106. Véase también J . H assoun¡Entre la mort et laJ'amiUe: l'espace
cr'eche, Maspero, 1973, pp. 3 2-34, pp. 49-50.
93 R .Jaccard , L a pulsión de mort chez Mélanie Klein, L’A ge d'hom m e, 1971, especialm ente capí
tulos, ni, v. Véase tam bién F. Dolto, “Angoisse de m ort et angoisse de castration”, en Psyckana-
lyse el pédiatrie, op. cit., 1971.
I '1 R. Dattmal, citado por R. Mctiahein, op. cit., 1973, pp. 45-46.
■
95 Véase especialm ente el núm ero 3, t. 2, 1970, de la revista Psychologie médicale, q u e resum e
los trabajos del coloquio de Paques 1970 en Lyon. Véanse en particular los artículos: “ M édecin,
malade et mort” por J . Guyotat; “Le médecin face au m olirant” por H. Porot;.“L e médecin
devant la mort violente” por G. Pascales; “Problémes psychologiques éthiques poses au médecin
par les conduites suicidaires”, po r L. Crocq.
-A S i íi i' UN D AM EN TALES DE A\E R Y HOY
como veremos.
10 0 Véase lo que dijimos sobre el certificad o de defunción.
1 0 1 A veces habrá que recurrir a la autopsia: ésta es casi sistemática en países como Suecia,
muy frecuente en los Estados Unidos e Inglaterra, excepcional en los países latinos. Para el
médico forense, la m uerte es ante todo e l cadáver, inerte y perturbador, pero al cual la socie
dad le confiere un estatuto jurídico del q u e lo menos que se puede decir es que resulta equí
voco. Si por un lado las prescripciones d e l código civil protegen indiscutiblem ente a una ver-
334 L A S A C T IT U D E S FU N D A M EN TA L ES DE A Y E R Y HOY
en la súplica del en ferm o : Doctor, haga algo por mí’. Cuando a pesar de todo sobreviene la
muerte, se la considera com o una ofensa personal del paciente: ‘¡Cómo pudo hacerme esto! ¡Es
que no debió seguir puntualm ente mis prescripciones!’ ” R. Menahem, La morí apprivuisée, lülit.
Univ., 1973, p. 6 3 .
LOS M U E R T O S Y L O S M ORIBUNDOS 335
desde hace tiempo, hablan sin ninguna traba de su cán cer com o de un viejo conocido. Y se
descubre entonces que todo el m undo estaba en lo mismo. Todo el mundo sabía. Nadie se
había atrevido a em plear la palabra ‘cáncer’ y las cosas se habían ido acomodando a ello (p.
202). "Además, en las salas com unes, cuando se acerca el último momento, se rodea con un
biombo el lecho del m oribundo; y éste ya ha visto antes ese biombo en otros lechos , que al día
siguiente aparecieron vacíos: por lo tanto, sabe." S. de Beauvoir, op. cit., 1964, pp. 135-136.
L O S M U ERTOS Y L O S M O R IBU N D O S 337
sentim iento de una infidelidad, trágica de su parte, así corno hay una experiencia de la muerte en
el resentimiento d e la infidelidad. “Y o estoy m uerto para él, él está m uerto para mí.” (Landsberg,
E ssai sur l ’expérience de la mort, op. cit. 1951, p. 39).
1 1 2 Véase especialmente, además de la Némésis médical de Ulich (o. c.):
salvo en la carencia grave que presenta la atención, a menudo rudim entaria. Se encuentra allí
con frecuencia la soledad, el estado de dependencia, además de una mortalidad importante. La
m uerte del anciano “aunque consid erad a natural, señala la im potencia del personal a su
cargo, e incita a éste a adoptar u n a cierta conducta funeraria con respecto al futuro ¡corporal
de los pensionistas, a quienes les su giere qu e capitalicen un pequeño fondo de recursos para su
en tierro”. H. Reboul, Conduitesfuneraires du vieillard a l’hospice, op. cit., 1971, p. 455. Volveremos
sobre el tema.
LO S M U E R T O S Y LOS M O R IB U N D O S 339
vergonzoso hablar de) sexo y de sus placeres. Cuando alguien se aparta de nosotros porgue
estamos de duelo, o se las arregla para evitar la menor alusión a la pérdida que acabamos de
padecer, o para reducir a algunas palabras ráp id as las inevitables condolencias, no es por falta
de sentim ientos, o porque no esté em ocion ad o ; al contrario, es porque está conmovido, y
cuanto más conm ovido esté, más ocultará sus sentimientos y parecerá más frío e indiferente",
Ph, Aries, op. cit., 1972, p. 43.
'344 LAS A C T IT U D E S F U N D A M EN TA L ES DE A YER Y HOY
tre su cen tro. Nada más morboso que la actitud del que encuentra
morboso hablar de la muerte (como ayer del sexo). Así com o los
niños no nacen de los repollos y las niñas de las rosas, los difuntos no
se van de viaje ni reposan en el Edén junto a un cantero de flores. A
fuerza de olvidar a los muertos se term ina por hacer un flaco favor a
los vivos.123 Tocam os aquí una nueva debilidad de la sociedad de
consumo.
Por último, otro punto im portante, ¿hay que decirle al hombre
condenado toda la verdad? Pero ¿es esta verdad absoluta? ¿No con
vendrá esp erar el descubrimiento científico que aportará, sino la cu
ración, al menos el alivio? Este argum ento, repetido a menudo para
prohibir la eutanasia, no deja de ser justo. Sin embargo, el estado de
adelanto del mal es tal, que la eventualidad de un retroceso de la
situación parece más que improbable por múltiples circunstancias.
Por otra parte, las razones que se invocan para decir la verdad o
callarla no son siempre desinteresadas: aumentar la gravedad del
mal y acelerar el proceso de m uerte “para term inar”, incitar al mori
bundo a h acer testamento que se espera favorable en el prim er caso;
no perturbar el orden,'com o en el ejemplo americano antes citado,
en el segundo. Pero las razones pueden también ser generosas, gra
cias a Dios. Hay que decir la verdad por respeto al que va a m orir, a
fin de que pueda prepararse con toda lucidez, y para ayudarlo a
morir con el m enor daño posible. Pero se le ocultará la verdad para
ahorrarle la angustia, si es una persona demasiado frágil, o si no es
bueno p erturbar su intimidad: “¿De qué derecho me habla? ¿Quién
le ha dado el derecho a m atarm e?”, respondía Freud al médico que
le reveló su mal fatal, él lo había adivinado ya, pero no quería que se le
dijese explícitamente ni darse p or enterado ante los demás. Opera un reflejo
de defensa en estas diversas actitudes, no sólo de parte del médico o
del pariente, sino también del enferm o; por ejemplo, un hom bre que
conocía su mal y su gravedad, no dijo nada porque no quiso perjudi
car su carre ra (es el caso de ese can tor americano que un día reveló
que había tenido un cáncer), y también para no desesperar a su fami
lia, lo que hacía su situación aún más intolerable.
No olvidemos, además, que el enferm o duda de su estado mucho
más de lo que se imagina, mientras que, inversamente, puede suce
der que aparente creer lo peor, a fin de impulsar a los otros a deve
lar im prudentem ente la verdad. Es que ocultar no es siempre fácil;
uno está a m erced de un error, de una torpeza, de una indiscreción
vitae, Bruselas, 1971, pp. 2 5 1-252. “La m uerte es espantable para C icerón , deseable para Catón,
ind iferente para Sócrates”, señalaba ya M ontaigne.
2 L. V. Tilom as, Mort tabou et tabous de la mort, Bull. So t. T h an at, 1975.
346
E L H O M BRE A N T E LA M U E R T E 347
3 S. Freud señalaba, por ejemplo, en Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte, que "la
P a r a u n a n u e v a a p r o x im a c ió n a l a s a c t it u d e s
Las diferentes actitudes del hombre ante la m uerte nos permiten es
pecificar un cierto núm ero de “tipos” o “ form as”, que se agregan a
los aspectos de la m uerte “vivida” o “inteligida”, analizadas anterior
mente en esta obra.
E l condenado a muerte
7 Véase Cli. Dclacam pngnc, Antipsychiatrir, I s s vnies du sacre, Grasset, 1974; R. D. Lain g, Soi et
lippe en esos momentos sobrepasa todo lo que un abogado puede poner al servicio de su de
fensa. Im pidió que llegara el horror, apartó de B ontem s el miedo, la angustia, lo protegió
contra tanta.ignom inia com o una madre a su hijo. Y B ontem s, magnetizado por esta ternura,
por esta fuerza que Philippe vertía sobre él, pudo segu ir sonriendo.” R. Badinter,o/>. cit., 1973,
p. 216.
350 LA S A C T IT U D E S FU N D A M EN TA L ES DE A YER Y HOY
9 “El instinto de m uerte poseía a B u ffet, lo arrastraba, lo llevaba hacia la guillotina. Esta
ejercía sobre él una fascinación evidente. B u ffet siem pre había degollado a sus víctimas. La
alianza simbólica del cuchillo y de la m uerte se había impreso en lo más profundo de sí [ . . . ]
Después de la navaja, del puñal con que había matado, el gran cuchillo iba a su vez a degollarlo
a él de un golpe seco. E ra la apoteosis secreta y esperada” (Bad inter, op. cit., 1973, p. 89).
10 Véase el conm ovedor relato de S. G roussard, op. cit., Plon, 1974, pp. 323-329, 331-337,
341, 3 8 0 y ss.
11 Pr. M. Colin, op. cit., 1965, p. 142. Aparece un cam bio revelador en-la imagen que el
grupo se hace del condenado, durante el juicio se habla fácilm ente de “actitud bestial”, de
“m onstruo”. Después del veredicto, el hom bre se aureola de prestigio; tiene un papel a desem-
KL H O M BRE A N T E LA M U E R T E
Sigue entonces una tercera etapa, muy corta, muy penosa: la gra
cia presidencial resulta aleatoria; la idea de suicidio se hace obsesiva;
los c o n d e n a d o s pasan por fases de exaltación, pronto seguidas por
una desesperación profunda (“Yo atravieso por un periodo de depre
sión terrible”, le escribe uno de ellos a Devoyod. “Cómo terminará
[ . . .] Ayer me puse a sollozar [ . . . ] en suma, estoy pagando”). Mu
chos escriben, buscando deliberadamente el efecto literario (com o si
se hiciesen “funerales poéticos”): “La nada me ofrece su misterio, me
induce a m editar [ . . .] Camino por mi celda, el ruido de mis cadenas
al golpear en el enlosado resuena dentro de mi corazón”; o bien dan
pruebas de una sinceridad em ocionante: “Ha llegado el gran día. Le
ruego que no se preocupen. He sufrido ya bastante en la tierra y en
el fondo estoy contento.” 12
En fin, una m añana siniestra, al alba, el condenado es despertado
brutalmente, se le comunica la horrible noticia. La mayoría se com
porta como si fueran autómatas, grave pero mecánicamente. Otros
dan muestras de un coraje asombroso, de una dignidad que obliga a
la adm iración.13 Algunos experim entan miedos atroces; se callan,
por cierto, pero los traicionan 14 sus tics; aunque están también los
que, presas de un furor súbito, se debaten como dementes 15 o pro
fieren gritos y lamentaciones inhumanas y grotescas.16
penar, se convierte en “un detenido destacado”, “debo mostrarme valeroso”, “yo pasé a ser
otro, un personaje social”.
12 Carta de Bontem s a sus padres, del 28 de noviembre de 1970.
13 “O cu rre en tonces una cosa increíble. En lugar de desm oronarse, el apático, el inconsis
tente Jacqu es Fresch se yergue, deja de lado la desesperación^ se aparta del abismo. Ayudado
por su abogado y p o r un amigo religioso, em pren d e una l^nta, d ura, prodigiosa ascensión.
Algunas semanas antes de su muerte, alcanza lo que los místicos llaman el gozo. Rechaza el
régimen especial de los condenados a m uerte, el vino, los cigarrillos y todo lo que podría
suavizar algo su suerte. Avisado de su ejecución veinte horas antes, él pasa su noche d e Geth-
seinaní escribiéndole a los que ama” (J. Egen, op. cit., 197$, p. 154). “ Habiendo velado y orado
loda la noche, Jacq u es eslá de pie cuando los m ensajeros de la m uerte penetran en su celda. Su
rostro no expresa la felicidad [ . ..] Está [. ..] como descolorido por el sufrimiento. Jacques
abraza a su abogado sin decir palabra. Com ulga con él. Después, siem pre silencioso, siempre
doloroso, se deja atar, conducir y decapitar” (p . 155).
14 J . Egen nos habla de un hom bre que em pezó a castañetear los dientes cuando se le re
cortó el cuello de la camisa. “Un castañeteo atroz, que se fue intensificando segundo a segundo
hasta alcanzar una violencia insoportable d urante la marcha al cadalso. Sólo la cuchilla lo inte
rrum pió” (op. cit., 1973, p. 117).
15 “Sobreexcitado, el desdichado se arrojó so bre el procurador que pidió su cabeza, y trans
form ó la oficina de la prisión en un campo d e batalla”; hubo que sujetarlo contra el suelo y
maniatarlo, hasta que el furioso pudo ser llevado por fin bajo la cuchilla ([. Egen, pp. 139-140).
IB T a l fue la actitud de la viuda de Ducourneau. Se la exhorta a tener valor. “Ella contesta
con un aullido. Se arroja al fondo de su celda. Guardianes y guardianas se ven obligados a
arrastrarla hasta el despacho oficial. La m u jer grita y llora sin cesar, lanza juram entos. El
352 LAS A C T IT U D E S FU N D A M EN TA LES DE A Y E R Y HOY
capellán logra calmarla un poco, y ella oye misa gimiendo, derru m bada en una silla entre dos
! m ujeres que la sostienen [ . . . ] En el momento de hacérsele el arreglo, se debate con todas sus
fuerzas. Su camisa y su vestido se rom pen en varias partes. Los guardias deben ayudarnos a
ponerle sus ligaduras. D [ . ..] le co rta los cabellos en la nuca, y le recorta el vestido para dejarle
libre el cuello. La mujer aúlla sin cesar. Aúlla todavía la cabeza colocada ya en la guillotina. Después
se oye el choque sordo que no se parece a ningún otro, y en seguida el silencio. No he conocido
í jam ás un silencio tan im presionante.” Recuerdos de G. Martin, ayudante del verdugo.
“Cuando ve a todos estos hom bres de negro a su alrededor, el desdichado com prende. Su
( mirada se llena de espanto. Después, una inmensa desolación. Su boca no emite ningún sonido.
Son sus ojos los que gritan [ . . .] Al ser arrastrado, pierde una alpargata. Veo su pie encogerse
sobre la baldosa helada [ . ..] Pues es un hombre delicado de salud [ . . . ] Se resfría de nada
( [ •••] Entonces parece perder la cabeza [ . . . ] La vida que le van a quitar está tan presente en él,
lan violentamente presente, qu e dice esta cosa enorme: ‘¡No quiero tom ar (río! ¡No quiero
I tom ar frío!' Se vuelve, me dirige una m irada extraviada por encim a del hom bro de sus guar
dianes: ‘Mi zapatilla, doctor, dígales que me den mi zapatilla . . . ’ El abogado recoge la alpargata
perdida y la vuelve a poner a los pies del m uerto viviente. Algunos in tan tes después [ . . .] todo
( el frío del mundo entraba en é l” (J. Egen, pp. 117-118).
1B “Detesto a las víctimas qu e respetan a sus verdugos”, hacía decir, oportunam ente, J . P.
j- Sari re a uno de los héroes de su pieza Les sequeslrés d'Altana.
{
E L HOM BRE A N T E LA M U E R T E 353
24 L. V . T hom as, Cinq essais . . op. cit., 1968, sobre todo su primeva parte.
25 H. Feifel, Older persons look at death, Geriatrics, 1956, II, pp. 127-130. The meaning o f
death, McGraw Hill, Nueva York, 1959. L a referencia a la magia es inevitable para explicar
algunas actitudes. “El miedo a la m uerte se m anifiesta clínicamente de m anera invariable como
la expresión de deseos de muerte reprim idos contra los objetos de amor. Como los temas de la
m uerte y de la castración (o retiro equivalente del objeto amado) están estrecham ente asocia
dos, una angustia relativa a una supervivencia indefinida de la personalidad expresa constan
temente el miedo a la impotencia como castigo [ . . . ] Tam bién es posible preguntarse si la
facilidad con la que algunos sabios afirm an , por ejemplo, que después de la nuierio no hay
nada, no se explicará por móviles análogos, eventualm ente inversos, pero también conform es a
los del pensam iento mágico.” R. L aforgue, “ La pensée magique dans la religión” , Rev. franc/úse
de psychanalyse, 1934, VII, I, pp. 24-30.
26 “[ . . .} parece pues que el sentim iento de la muerte se constituye hoy precozmente en el
niño, en ocasión de la angustia prim era que representa el miedo a p erd er a la madre; que esa
angustia se experim enta en ei momento en que, al dorm irse, ei niño parte hacia ese descono
cido del que se pregunta si volverá alguna vez. Pero con excepción de casos particulares, esta
idea no es sin em bargo actual en el niño y éste ju eg a con ella en toda circunstancia, no sin
provocar la reprobación del mundo de los adultos” ( j. Duché).
li En los Essais de Psychanalyse (capítulo: De nuestra actitud con respecto a la muerte), Freud
subraya que nos es absolutamente imposible representarnos nuestra propia m uerte; toda las veces
que lo intentam os, nos damos cuerna de que asistimos a ella como espectadores. Es esto loque lleva
a d eclarar a la escuela psicoanalílica que nadie cree en su propia m uerte y que cada uno en su
inconsciente está convencido de su propia inm ortalidad.
E L H O M BR E ANTE LA M U E R T E 355
:j:l Gallimard, 1963. Véase tam bién, I. Lepp, op. cit., Grasset, 1965, cap. n.
E L H O M BR E A N T E LA M U ERTE 357
a5 Documentos sum inistrados por el doctor J . Dehu. Véase también J . Ocluí, L a mort el la
fo lie, Bul!. Soc. T h an a to . 1, 1966, pp. 31-54.
EL HO M BRE A N T E l.A M U ERTE 359
36 En la antigua Grecia, los fantasmas tenían d erech o a tres días de presencia en la ciudad.
Periodo consid erad o nefasto. Todo el mundo se sentía mal en esos días. Al tercero, se invitaba
a todos los espíritus a entrar en las casas, se les servía entonces una comida preparada a propó
sito; después, cuando se consideraba que su apetito estaba saciado, se les decía con firmeza:
“Espíritus am ados, ya habéis comido y bebido; ah o ra marcharos.”
37 En N ueva Guinea, los viudos sólo salen si van provistos d j lina sólida maza para defen
derse de la So m bra de la desaparecida. Se han descubierto nuinjerosos esqueletos antiguos cjue
estaban encogidos com o si hubiesen sido am arrad os. En Queesland, a los muertos se les rom
pían los huesos a garrotazos, después se les ataba las rodillas junto al m entón; y para term inar
se le llenaba el estómago de piedrecitas. Es siem pre el mismo miedo el que ha incitado a
algunos pueblos a colocar grandes bloques de piedra sobre el pecho de los cadáveres, a clau
surar herm éticam ente con pesadas losas las cavernas, a cerrar también de ese modo las urnas
\ los sepulcros. Véase J . Susini, L'etre humain devanl la mtirl le chagrín et ¡e deuii", Bull. Soc.
Thanato. I, 1967 y L. V. Thomas, op. cit., 1968.
De ahí el uso de procedimientos muy especiales antes del com bate, para co n ju ra r los
d ecio s de esa (orina ele muerte. En la antigua China el je fe de la g u erra vestía las ropas
funerarias (para protegerse <le los vivos). Salía entonces de la ciudad por una brecha abierta en
la puerta del N orlc, tal como salían del T em p lo ele los Antepasados los despojos de uit muerto.
Entre ios bainbara (Malí), el rey llevaba un vestido-m ortaja, tejido con el mismo género del que
se hacían los sudarios, lo (¡Lie debía prevenirlo co n tra el acontecimiento mortal. M ediante esta
cerem onia de "vocación de la muerte" es el g ru p o entero, por intermedio del ¡ele caristnático,
el que tom a la m uerte a su cargo. Una m uerte violenta, “prevista”, “organizada” de ese modo,
no desencadenaba la irrupción de lo num inoso y apaciguaba la cólera de la víctima (Susini).
39 En la antigua Grecia se les cortaba la m ano derecha. S e pensaba qu e su voluntad de m orir
delataba sil odio a la vida y a los vivos. H im m ler se hizo eco de este miedo arcaico, cuando
tim ante la g u erra hizo enterrar con las m anos atadas a los soldados que se habían suicidado.
360 LAS A C T IT U D E S FU N D A M EN TA LES DE A Y E R Y HOY
F ., ab u elo
a lco h ó lico
su icid io a lós 6 0 añ os
Un h i j o h i j a , se ñ o ra M.
su icid io a los 2 0 añ o s (casad a co n M ., .alco h ó lico )
j. p : ‘ 1M. L.
19 años 15 añ os
estu d ian te e s c o la r
44 G. B ernanos, Diálogo de los carmelitas, Seuil, 1969, pp. 44-51, 56, 64, 75-7 6 , 137-1B8, 142,
155, 188,200-203.
362 LAS A C T IT U D E S FU N D A M EN TA L ES DE A Y E R Y HO Y
45 Véase Bull. Soc. Thanato. 1, 1968, pp. 31-54 . Léase también: R. Crevel, La mort diffin le, J. }.
Pauvert, i 974.
EL H O M BRE ANTE LA M U E R T E 363
4R "L ’inconscient: une ctude psychanaltique”, en L'inconsáet; París, D. D. B., 1966, p . ///.
Véase también J . Laplanche, J. B. Pontalis, Vocabulaire de ¡a Psychanaly.se, iri-, 4a. edición, 1973.
Si por un lado, algunos amili.sías han defendido esle concepto (P. Hcimann, “Notes su r la
théorie des pulsions de vieet des pulsions de mort” , cnDéxi, de lapsychanalyse, k t , 1966; M. K lein,
I j i psyrhanalyst'desenfmils, w T, J 9 6 0 ;i>éase también Ja notable obritn de R. Jaaard ,/ .a pulsión d e mort
diez Niélame Klein, L’age d’homme, 1971; J . Laplanche, Vie et mort en Psychaualy.se, Klammarion,
1970), otros Ja admiten con muchas reservas*o Ja rechazan, especialm ente: O. Fenicheí (La théorie
psychanalytique desnévroses, 1TF, 1 9 5 3 ),H. H artm an n.R . Loewenstein (“Notes sur le sur moi’Y/ki'.
fran(\ psych,, 1964, 28, 5-6, pp. 639-678), S. Nacht (La théorie psychanalytique, v i Y, 1969).
47 J^r - J- Favez-Boutonier, L e problhne de la mort et les sciences humaines, texto inédito.
i C .' .v .- íA ii .i' i IA jlE S Ju i. A i t R Y HOtf
53 Sobre todo cuando la madre se queja del com portam iento del niño, llega decirle: “T ú me
matas", "M e partes el corazón”, “¿Quieres m atarm e?”, etc. Véase B. Castets, op. cit., 1971 y
1974.
54 M anuel de psychiatrie de l’enfant, Masson, 1970, p. 483 . Véase también L. B en d er, Agression
hustility and anxiety in children, Ch. Thom as, Sp ringfield , 111, 1953; Children and adolescents who
EL H O M BR E A N T E LA M U ERTE H67
liave killed, Americ. J . Psychiat., 1959, 116, pp. 5 1 0 -5 1 4 ; Z. Syzmanska y S. Zelazowska, Suicides
et teutatives de suicide des enfants et adolescente, R ev. Neuro psychiat. infant., 1964, 12 pp. 7 15-740;
J . Duche, Les tentalives de suicide diez l'enfanl el ladolescm L P.sycbiat. K níani 1964, 7, 1-1 M; A.
Haim, Les suicides d ’adolescents, Payot, 1964.
55 En 'efecto, el adolescente está en !a edad de los “siempre”, de Jos “para toda la vida”, de
ios “ja m á s ”; es también la edad de la invocación al destino como ordalía, prueba jud icial en la
cual el sospechado de culpa, si era inocente, d ebía salir indemne d e la prueba peligrosa a*la que
se lo som etía.
368 LAS A C T IT U D E S FU N D A M EN TA LES DE A Y E R Y HOY
A u r e s si* necesita muy poco para m odificar las actitudes. El Werther de Goethe, \&Anato
mía de la melancolía de R. Burton (análisis d el siglo x v i i ) , causaron*en su época un verdadero
recrudecimiento de suicidios.
,l” Se recuerda c! caso del Samsonic-suicidio ya citado. “ Ustedes sabrán ahora cuánto los odio a
lodos”, escribe una jo v en antes de matarse. “ Mi m uerte los perseguirá hasta la tum ba” , dice un
muchacho en la misma circunstancia.
M. Oraison ha ilum inado con lucidez esta idea {op. cit., 1968, p. 52): “No m e parece
paradójico decir que, psicológicamente hablando, es com o si el sujeto que se suicida no tuviera
más que un medio negativo de afirm ar que e x is te [ . . . ] Siente su vida negada hasta tal punto, o
desconocida en planos y p o r razones‘infinitam ente d iferen tes, que ya no puede afirm ar su ‘yo’
si no es demostrando por su suicidio hasta dónde llega su dom inio de él. Demuestra qu e puede
matarse; es decir, que existe hasta allí." ■
370 LA S A C T IT U D E S FU N D A M EN TA LES D E A Y E R Y HOY
muerios en fiestas o porque comamos calaveras tic azúcar o porque juguemos con esqueletos en
miniatura, la m uerte es para nosotros algo fam iliar, l’uc-de ser. que la antigua generación tuviera (
una filosofía que consistiera en no atribuirle gran im portancia a la muerte; pero según m e parece,
esto era sólo el resultado tic la represión impuesta por la Iglesia. La Iglesia los con d en aba ante sus ^
propios o j o s , haciéndoles creer que n o eran nada y qu e n o llegarían a nada en este m u n d o , y que
sólo tendrían su recom pensa en la eternidad. Así, ellos tenían el espíritu completamente aplastado
y carecían de tocia esperanza y de toda ilusión. Es d ecir que eran muertos vivientes” (op. rit., 1973, I
pp. 76-77).
í
LAS A C T IT U D E S FU N D A M EN TA LES D E A Y E R Y HO Y
fi7 Nada más penoso ni degradante que algunas situaciones envilecedoras donde los hom
bres, locos de angustia, m uriendo de sed y de fatiga, son presa súbitamente del deseo de
m atar: “ lo (|uc ocurrió ante mí es inimaginable. El hijo salta sobre el cuerpo de su padre. El
miedo me paralizó. A mi alrededor otros se baten, se degüellan, pero yo sólo veo esta escena
terrible. El hijo se inclina sobre el padre. Llora. Su cuchillo se hunde en el cuerpo, desgarra las
carnes. El vientre se abre. El hijo se encarniza. Hunde sus dos m anos en las entrañas . . . las
arranca . . . se cubre con ellas . . . se coloca alrededor del cuello los intestinos. Yo me doy vuelta.
Siento que esta locura se apodera de mí. T en g o la impresión de vivir mis últimos momen
tos! ■•■] Lloro, ruego, me asfixio. T en g o sed. El hierro me quema. Y este ruido, siempre estos
gritos. Estos golpes[ .. .] Hay que m antenerse de pie. Si me agacho, si me tiendo, soy hombre
m uerto. F.n este instante una botella estalla sobre mi cabeza, mi sien d erecíia ha sido abierta.
Una herida larga, ancha, profunda. Un río de sangre corre por mi c a r a [ . . .] Caigo de rodillas.
F.s la negrura completa.” (Ch. B ernad ac, Le Trnin de la Mort, France-Em pire, 1970, pp. 124-
125. Véase también pp. 135-136, 149-150, 153, 181-182, 193-194, 2 0 2 -2 1 0 , 240-241.
c8 L e livre du ra, Gallimard, 1967; L a m aladie, l ’art et le symbole, G allim ard, 1969.
,i!f La amenaza divina “Parirás con d olor” hizo que la iglesia se opusiera durante mucho
tiem po al parto sin dolor. Pero ;n o se vive la muerte como una sanción?
■HOM BRE A N T E LA M U E R T E 3 73
D e ALGUN OS T E M A S IM P O R T A N T E S
Sin querer agotar una realidad de rara complejidad, que tanto atañe
a los grupos como a los individuos, y que opera por igual en el plano
de las fantasías, los discursos, los impulsos inconscientes, y en el de las
actitudes, intentaremos ahora una aproxim ación a una tipología, va
liéndonos de relatos literarios, docum entos de archivo, respuestas ob
tenidas en encuestas,71 aproximación necesariam ente grosera, pero
1. L a muerte irrecuperable
71 “En la historia, como en la naturaleza, escribía Marx, la podredum bre es el laboratorio <!e
la vida." Recordem os la hermosa fórm ula de Montesquieu: “¿Pensáis que mi cuerpo, conver
tido en espiga de Migo, en gusano, en hierba, se volverá por eso una obra ele la naturaleza
menos digna de ella?”
75 Seános permitido recordar eí uso que hicieron los nazis de los cadáveres de sus prisione
ros (cabellos y tejidos, cuerpos grasos y jabones, pantallas de piel).
76 “El nom bre de mártir sólo se le da al qu e m uere en su le pensando en el luturo" (liallan-
che). “Q ue sepan mis amigos que he perm anecido fiel al ideal de mi vida; que mis compatriotas
sepan que voy a morir por Francia. Quiero prep arar para muy pronto el futuro que habrá de
can tar” (G. Peri).
77 S. Mollo, l.'école dans la societé —psychosociologit des modeles éducutifs, Dunod, 1 9 7 0, pp. 79,
‘¿ 71 y ss.
í :H f .' . l í -M Ni A i - t s U L A YER Y HOY
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EL H O M BRE A N T E LA M U E R T E 377
causa de esto y yo podría pensar en mí sin ninguna vergüenza. Yo tengo vergüenza de mí porque
lo m até . . . después. Y ustedes me piden que tenga más vergüenza y que decida que lo m até por
nada. O lga, lo que yo pensaba de la política de H oederer, sigo pensándolo. Guando estuve en
la cárcel, creí que ustedes estaban de acuerdo conmigo y esto me sostenía. Ahora sé que estoy
solo en mi posición, pero esto no me hará cam biar de parecer [ . . .] Ustedes han hecho de
H o ed erer un gran hombre. Pero yo lo quería com o ustedes no lo querrán nunca. Si yo reniego
de este acto, él se convertirá en un cadáver anónim o, en un desecho del partido. (El auto se
detiene.) M uerto por azar. Muerto por una m ujer [ . . .] Pero un tipo com o H oederer no muere
por azar: m uere por sus ideas, por su política; es responsable de su m uerte. Si yo reivindico mi
crim en ante todos, si reclamo mi nom bre de R askolnikoff y acepto pagar el precio necesario,
entonces él tendrá la muerte que le co rrespon de.” Hugo se niega a huir m ientras tiene tiempo.
Ya se aproxim an sus verdugos; él abre la puerta de un puntapié y se entrega a ellos gritando:
“¡No recuperable!” (Gallimard, 1948, cuadro 7, pp. 258-260).
84 La m uerte comercial lúdica se consum a de dos maneras: según la modalidad del espanto
y la de la sonrisa. Es fácil desplazarse del miedo al espanto, como lo han ilustrado numerosos
film es: L a danza de los vampiros, El enterrarlo vivo, Orgía macabra, E l cementerio de los muertos
vivientes, L a tumba de Ligeria, La violación del vampiro, L a venganza de la momia, la serie de Drácula
y Blackula, E l bebé de Rosmary, L a noche de los muertos vivientes, Los olvidados, L a máscara de la
muerte roja. La lista sería interm inable. Sexualidad, erotismo, violencia, fantasía, saclomaso-
quismo, son la moneda corriente en este tipo de representaciones.
En cuanto a la “sonrisa”, basta record ar la emisión, que tanto dio que hablar, de J . Cli.
Averty (Au risque de x>ous plaire, mayo de 1969), el realizador reglam entó cuidadosamente su
en tierro y lo discutió con las pompas fúnebres, mientras su m ujer, com ediante y cantante,
mima su duelo con la sonrisa más maliciosa. Hasta hubo ju eg o s y concursos, donde el que era
capaz de responder acertadamente a las pregu ntas (¿cuántos muertos hubo en la carretera este
fin de1sem ana? ¿cuántos muertos de cán cer este mes?) recibía de premio una osamenta, et
cétera.
85 Así, se ha calculado el espacio concedido por algunos diarios a la necrología (avisos fúne
bres, misas), a los asesinatos y crím enes, a los variados accidentes m ortales, a las ejecuciones
capitales, a la guerra y al genocidio, a Los suicidios, a las catástrofes y a las amenazas de muerte
■ (cáncer, bom ba), sin olvidar los lugares y ubicaciones de estas inform aciones. El análisis semioló-
gico de los avisos fúnebres en la prensa y de las participaciones, se está efectuando en este
m om ento. Las diferencias según las clases sociales, el estatuto del difunto, su edad y sexo,
resultan muy reveladoras. Tam bién se ha investigado la importancia relativa de ios filmes
donde se trata de la m uerte: westerns, policiales, de guerra o de resistencia, de espionaje, de
horror y de espanto. En París, en 1968, sobre los 400 filmes presentados, 26 2 (el 65.6%) habla
ban de m uerte (sobre todo violenta) o m ostraban muertos.
86 El disfrute complacido que provoca el espectáculo de la muerte quedó de manifiesto en el
bosque de Ermenonville en ocasión del accidente del DC 1 0 turco.
EL H O M BR E ANTE L A M U E R T E 379
1,7 El comercio de las reliquias, al igual que el de la indulgencia, fue muy próspero en la
Antigüedad y en la Iglesia primitiva. He aquí algunos hechos más recientes. Por ejem plo, se
acusa al verdugo Sansón de haber vendido jirones d e trajes y botones de camisa pertenecientes
a Luis X V I. En 1683, el Parlamento de París cond enó a una limosna severa y a una repi-oba-
ción pública a los hijos del sepulturero, de St. Sulpice, acusados de haber vendido cadáveres a
un médico. Hacia, 1752, C. Regnault, sepulturero, fu e condenado a la “deshonra” “a la picota”,
á galeras, por haber vendido sudarios y objetos pertenecientes a difuntos. Antes, los verdugos,
que se hacían llam ar “Doctores” (en el estado de W urtem berg especialmente), se dedicaban a
un negocio sorprendente: cuerdas de ahorcado (con tra la mala suerte), sangre de condenados
(para los supersticiosos), raspadura de cráneos hum anos (contra el reumatismo), grasa de
ahorcados (contra la epilepsia), etcétera.
* Hombre de una empresa com ercial francesa, D idon-Bottin, que edita anuarios com erciales
donde anuncia diversas mercaderías. [T.]
“8 “El m ejor comercio del m undo”, 69, ju n io -ju lio de 1966 (dedicado a las pompas fúne
bres). Véanse también dos artículos de J . P. Clerc: “L as exequias, comercio o servicip público”, Le
Monde, 21, 22 de octubre de 1970, y la obra, no siem pre de buen gusto, de L. Doucet ,¡ m fui re aux
¿admires, Denoel, 1974. No dejem os de señalar qu e en nuestra época donde lodo se asegura, el
I. j, .. 1 A LES DE A Y E R V iiO V
í hom bre especula con la m uerte com o con los riesgos de incendio.
No nos resistimos al plácemele reproducir los ejemplos que siguen. Jessica Mitford indica que
I en América se ha escuchado esto, con tonada de negro espiritual:
Los ataúdes C ham bers son simplemente m agníficos.
Están hechos de m adera de sándalo y de pino.
Si el ser que usted am a debe marcharse,
Llame a Colum bus 690.
( Si el ser que usted am a está pronto para pasar ai otro mundo,
Hágalo pasar por lo de Chambers.
Todos los clientes de Chambers cantan en coro:
“Muerte, oh M uerte, ¿dónde está tu aguijón?”
"E n la industria del entierro, se ha producido un gran núm ero de cam bios revolucionarios
' e n los últimos veinte años. Se han efectuado más progresos en este periodo que en los dos mil
años anteriores [. ..] Hoy estam os en una era de desarrollo sin precedentes de nuestra indus-
/ tria, gracias a la utilización de m étodos y materiales que representan grandes progresos, y
gracias a las técnicas de educación” ( Cnncept: The Jou rn al o f Creative Ideas f o r Ceinenteries, citado por
Jessica Mitford).
En los Estados Unidos, una em presa de Los Ángeles ofrece dispersar a los vientos del Pací
fico las cenizas del difunto desde lo alto de una avioneta, por sólo 25 dólares. Pagando un
i pequeño suplemento, el piloto dirá una oración y proporcionará un certificado indicando las
coordenadas de este “lanzamiento al m ar” (fecha, hora, altitud, latitud, longitud).
Un prospecto de la Com pañía Universal de Mortajas Religiosas fechado en 1862, llevaba
'■ las indicaciones siguientes: “Depósito general, calle Sainte-M arguem e-Saint-G erm ain, ,'?(), París
(patente S. G. 1). G. en Francia y en el extranjero). Sudarios para todas las edades, para todas
( las fortunas, para todos los tam años. Precio: de 6.50 F a 25 F en adelante. La m ortaja religiosa
es una vestidura fúnebre destinada a rem plazar al paño o sudario en que se envuelve a los
difuntos. Este nuevo modo de am ortajar, más acorde con la dignidad hum ana y el respeto que
les debemos a los que hemos am ado, suprime esta triste costum bre [ . . . ] ” Y la publicidad
continuaba así: “Para pedidos, escríbase con algunos días de anticipación”.
E L H O M B R E A N TE LA M U ERTE 381
90 H e aquí un texto interesante sobre e l oficio de verdugo (Le charivari, 29 abril de 1879).
“Me parece absolutam ente odioso que sem ejantes funciones se paguen, y que se obtengan
beneficios con el arte d e ‘co rtar cuellos. Desde el m omento en que la sociedad cree e je rce r un
derecho y cumplir con un deber al aplicar la pena de m uerte, el'encargado d é la ejecución no
debería hacer un oficio de este sacerdocio.’ Me parece que sería una de las raras ocasiones en
que se podría utilizar la ociosidad de los m o n jes.”
91 En los Estados U nidos, m ueren cad a año 1 700 0 0 0 personas. Hay 25 mil em presas de
pompas fúnebres. Cada entierro cuesta, d e promedio, 1 5 0 0 dólares (7 500 F ). En total, la cifra
de negocios del com ercio funerario alcanza a dos mil millones 550 mil dólares (más de 1 200
m illones de francos viejos). Según una en cu esta del IN S E E , aparecida en 1 9 6 8 , Francia
contaba en 1966 con 1 191 empresas d e pompas fúnebres, que agrupaban a lred ed o r de
6 695 asalariados; 234 em presas ocupaban de 3 a 5 asalariados y 129 de 6 a 3. A título indica-
382 LA S A C T IT U D E S F U N D A M EN TA L ES DE A Y E R Y HOY
99 Numerosos autores han protestado violentamente contra sem ejante triunfo de la muerte:
H. Barbusse, L. F. Céline, G. Chevalier y también J . Guéhenno (Jou rn al d’un homme de 40 ans),
así com o H. de Montherlant (L a relave d a matin).
100 Citemos por ejemplo a L. B echstein interpretando los cuadros d e Holbein; o también la
célebre danza m acabra (le G uyot-M archant (1485). Véase Giacometti, I.i’ rene, le sjihinx el la mort,
Labyrinthe, 1946.
101 Convertido en leproso después de su visita al reino de los m uertos, y de haber prometido
a sus súbditos “renacer en un nuevo nacim iento", el em perador declara: “Yo pertenezco a la
M u elle, debo retornar a la Madre. /Cuál es ahora mi lugar entre vosotros? He descendido
hasta el fondo mismo, que es la raíz de toda firmeza, la base que está por encim a del cimiento;
y ahora retomo mi bastón de viajero, para llegar hasta los altos Cielos” (Mercure de France,
1973, p. 126).
102 Desde el siglo \n al W in florecieron las representaciones de la danza macabra. Los
grandes de este mundo se codeaban con esqueletos gesticulantes, sarcásticos, y llevaban todavía
girones de piel adheridos a los huesos e iban cubiertos de gusanos, acechando a los vivos, l’ara
quedarnos únicamente en Francia, citem os: París (Santos Inocentes), Amiens (Catedral), Dijon
EL H O M B R E A N TE LA M U E R T E 385
presidido por un esqueleto que lleva ceñida una diadema real y que
va sentado en un trono resplandeciente de pedrerías. Este espectá
culo repulsivo, mezcla odiosa de duelo y alegría, desconocido hasta
entonces [ . ..] sólo tuvo por testigos casi únicos a soldados extran je
ros [los ingleses] y a algunos desdichados que escaparon a todos los
flagelos reunidos y que habían visto descender a todos sus parientes
y amigos al sepulcro, que se despojaban entonces de sus osamentas.”
Tales com portam ientos tenían una función catártica innegable.103
El triunfo de la muerte toma a veces una apariencia obsesiva, todos
lo relacionan todo con la muerte. Esta omnipresencia caracteriza a
personas delicadas y frágiles, al borde de la patología. Es así que la
muerte habita de modo persistente en las sensaciones, sueños y pen
samientos de Baudelaire: “Mi alma es una tum ba” , “Yo soy un ce
menterio”. 104 Resulta de ello un sentimiento permanente d e angus
tia, particularmente la de la corrupción de los cuerpos, de las cosas,
de la vida: el choque de una m adera contra el pavimento de un patio
basta para evocarle un cortejo de imágenes siniestras, el ataúd, el
cadalso, el derrum be de una torre sitiada.105 El mundo n o ofrece
ningún refugio, está asediado por el fantasma fatal de la m uerte,
necesaria, brutal:
E n el s u d a rio d e las n u b es
D esc u b ro un c a d á v e r q u e r id o
Y s o b re las o rilla s celestes
C o n s tru y o in m e n s o s s a r c ó fa g o s .108
(Capilla ducal). Estrasburgo (Convento de los Dominicos), Lisieux (Santa María de los In g le
ses), St. Om er (Abacial). Rúen (St. Maclou), Angers (St. M aurice), etcétera.
1":l Recordem os que todos los oficios estaban representados en estas danzas macabras.
104 Le miiuvais moine, 9; Spleen, 76.
105 Chanl d'automme, 56.
106 Akhimie de lad ou leu r, 81.
107 L ’ennemi, 10. De ahí la búsqueda de la belleza, fría, im personal, inmutable: “Odio el
movimiento que deform a las líneas”, sem ejante a un "su eño de piedra". Lo que es o tra m anera
de figurar la m uerte, el reposo es la m uerte, decían los estoicos y Pascal.
,VH Une charogne.
" >!l En Viaje a Citerea, el ahorcado es Baudelaire con sus faltas y sufrimientos.
386 L A S A C T IT U D E S F U N D A M E N T A L E S DE A Y E R Y HOY
la m uerte term ina por librarnos del horror a la muerte; 110 tal es la
paradoja, la anulación total recu erd a al sueño perfecto (“sueño tan
dulce com o la m uerte”). ¿Y si la m uerte liberadora no fuera más que
un engaño? ¿Si la vida en el más allá fuera peor que la de aquí
abajo? 111 Entonces hay que resolverse a vivir con la m uerte: “La
muerte que consuela, y que hace vivir.” 112
1. Ig n orar la muerte
1.5 R. Mehl, op. cit., 1956, p. 4 2 . Véase especialmente M. Eliade, Le mythe de l'éternel retour,
París, 1949, pp. 227 y ss.
1.6 “Canta y cam ina”, nos dice San Agustín en su sermón núm . 252. “Canta. La vida es dura,
difícil, las cosas no son com placientes con nosotros y quizás muy raram ente encontrarás un
com pañero capaz de com prend erte. Canta y cam ina. Camina, porque la cita es en o tra parte.
Los que llamamos los muertos han alcanzado antes que nosotros la línea del horizonte; nues
tros ojos no los ven más, pero ellos han sido acogidos en el seno eterno de Dios.”
117 San Pablo, en la epístola a los Corintios: “Se siembra corrupción, pero el cuerpo resucita
en la incorruptibilidad; se siem bra ignominia, pero resucita en la gloria; se siembra debilidad,
pero resucita en la fuerza; se siem bra cuerpo animal, y resucita com o cuerpo espiritual.”
118 Recordem os el ejemplo de R . Garaudy en su artículo “L ’eternité pour un m atérialiste” :
“Eí problema de la muerte es d oble, según se trate de nuestra propia muerte o d e la m uerte
del otro. La m uerte tiene una significación pedadógica, impide limitar el horizonte hum ano al
individualismo y el egoísmo; nos recuerd a qué es el amor en su form a más alta, e l am or no
puede cumplirse sólo en la relación de yo a tú, sino en la relación del yo con el todo. Leyendo
L a Divina Comedia siempre me impresionó ver qu e no es una historia de muertos, sino un ju icio
que trata de la vida. Si tenem os una concepción adulta del infierno, del más allá o de la
m uerte, esto significa que debem os buscar su significación en esta vida y no en lo q u e sería su
prolongación, mítica en un castigo o una recom pensa. Nuestra vida tiene la dimensión de la
eternidad en la medida en que tenem os ia certidum bre de que sólo nos definimos plenam ente
como hom bres en nuestra relación con el otro hom bre, con todos los hombres en la totalidad
de su historia.”
390 LA S A C T IT U D E S F U N D A M E N T A L E S DE A YER Y HOY
B rel (L a mort, Tango fúnebre, Dernier repas M oribond: “Yo quiero que
se ría, quiero que se baile, quiero que todos se diviertan como locos,
Q uiero que se ría, quiero que se baile cuando me metan en el agu
je r o .”)
Pero el humor negro, chirriante o afable según los casos, ha sido
ilustrado particularmente por el cine, donde “se ríe a expensas de los
otros que mueren en la ficción” , al decir de J . Potel.122 Caricatura de
los ritos funerarios y de la muerte comercializada (Lecher disparu),
acum ulación de cadáveres que caen como marionetas o como bolos (Les
tontons flingueurs, Bonnie an d Clyde, Noblesse oblige), desfuncionalización
de los objetos que simen p a r a los ritos funerarios (E l cisco, Dynamite Jim ,
donde ataúdes y carrozas fúnebres sirven para esconder gangsters o
el botín de un robo); reencuentro mecánico de señes independientes (en el
mismo piso, un padre casa a su hija, el otro entierra a su madre; el
banquete de bodas será envenenado por el cadáver; se irán a las
manos en plenos funerales); situaciones incongruentes: tema del cadá
ver que estorba (Arsénico y encaje, Amedée o cómo desembarazarse de él;
asimismo el filme La main nos pone en presencia de un cadáver que
se quiere ocultar dentro de un cofre, la mano sobresale, se la corta:
cóm o hacer para desembarazarse de él directam ente); o el tema de
conductas fallidas (en Une ve-uve en or, una mujer casada sólo puede
h ered ar si enviuda; entonces contrata para lograrlo a un asesino a
sueldo, que multiplica e rro res, cadáveres, torpezas); tales son los
principales procedimientos utilizados. v
L a técnica (medicina, criogenización) y el humor constituyen los dos
procedimientos prácticos por oposición a los procedimientos intelec
tuales (creencias) o religiosos (ritos) que ayudan a luchar contra la
m uerte. Veremos que algunos funerales negro-africanos incluyen ac
tos de humor o de truculencia, pero en este caso se sitúan en el
corazón de la muerte verdadera, que ellos convierten en irrisión,
mientras que en los ejemplos antes citados no elejamos nunca el do
minio del espectáculo. “El humor negro ¿no es a veces una actitud
e x te rio r, una especie de pirueta ante el espesor humano de la
m uerte? El juego de la m uerte y de la risa ¿no es un recurso para
disfrazar el miedo a la m uerte y la desesperación que inspira?” 123
Véase L. V. T h o m as, Cinq essais. . . , op. cit., 1 9 68 . Montaigne defiende una posición id én
tica: "La m uerte asume modalidades más fáciles que otras, y adopta diversas cualidades según
la fantasía de cada cual. Entre las modalidades naturales la que proviene de debilitam iento y
pesadez me parece suave y dulce. Entre las violentas, me perturba más un precipicio que una
ruina que me abrum a, y un golpe cortante de una espada más que un arcabuzazo; y bebería
más fácilmente el brebaje de Sócrates, antes que golpearm e como C a tó n [...] T a n estúp id a
mente nuestro m ied o m ira más al medio qu e al efecto . Sólo es un instante; pero me pesa tanto
que daría gustosam ente varios días de mi vida con tal de vivirlo a mi manera/’
V2H "Se m uere cuand o se acepta la muerte, conscientem ente o no. Es el ser el q u e ced e, el
que renuncia. Los valientes y los que luchan por la libertad y la libre determ inación de sí
mismos no deben ced er” , dice un personaje de J e u x de M assacre (Ionesco, Gallimard, 1970, p.
83). "Usted m erece ser condenado a m uerte. Y puesto que está resignado a m orir, se le puede
dar muerte”, replica otro (p. 84).
129 Las presuntas técnicas del rechazo de la muerte sólo son medios de diferirla.(ensañam iento
terapéutico, co ntrario de algún modo a la eutanasia; m edios de sobrevivir; injertos), o de lim i
tar sus efectos a corto plazo (tanaiopraxis) o a largo plazo (embalsamamiento). Ú nicam ente la
irioftcnización supone la esperan/.» en la am ortalidad posible.
394 LAS A CTI TUDES KUNDAM KN'TALES DE AYER Y HOY
130 Fétes et civilizations, Weber, 1973, p. 197. Véase también: “La féte, besoin social”, en Apres
demain 157, octubre de 1973.
Según D. Lagache, la identificación con el muerto resuelve el conflicto con el super-yo,
transfiriéndolo al difunto. Es también “una tentativa por aplacar la culpa de vivir m ediante la
destrucción d e una autoridad moral que es obstáculo a la vida" (R. M enahem, p. 133).
132 Sobre la tipología psiquiátrica de los duelos patológicos (tipos m aniaco, histérico, obse
sivo, m elancólico), véase M. Hanus, Les deuils patlhologiques, tesis para el doctorado en medicina,
París, 1969. Sobre el miedo a la m uerte, véase más especialmente: I. SarnotT y S. M. Corwin,
Castratfon anxiety and th efea r o f death, J . o f Personaütv 27, 3, 1959, pp. -374-385; R. L. Williams,
S. Colé, Religioúty, gejieralized anxiety an d apprehension concerning Death, J . o f Social Psychology 75,
1968, pp. 111-117; G. Zilboorg, F'ear o f Death, T h e Psychoanalytic Q uarterly, 12, 1943, pp.
4 65 -475 .
!■:(. I f O M K K K A N 'I ' K ¡.A M U F . R T K
nado con la profesión del marido. Ella abruma a su esposo con re
criminaciones; la m enor contrariedad provoca las crisis. La señora se
refugia en la cama y se niega a ocuparse de su familia. El cuadro es
trivial. La paciente enuncia secamente su curriculum vitae, el de una
joven y mujer feliz. Ella relata casi al pasar un simple incidente (que
nosotros no recogimos): una hija retardada profunda murió a los 15
años, pronto hará 10 años, cuando la m adre acababa de resignarse a
internarla. La señora F. asocia rápidam ente este episodio con sus
desdichas presentes; el nuevo departamento es confortable, pero ella
no se resigna a dejar su hermosa casa. Tiene que mediar un largo
aislamiento y un incidente casual pai'a que se desencadene la crisis
emotiva: una pequeña retardada pasa por el patio y grita bajo la
ventana de nuestra enferm a. Estimulada por el episodio, ia señora F.
describe entonces las largas horas que pasó alimentando a su hija, sus
años dedicados inútilmente a educar a esta pequeña criatura an o r
mal, y la culpabilidad que sintió al morir la niña “cambiada de casa” .
N'o es la m uerte de su madre, sino la herencia, lo que provoca un
acceso maniaco en la señora M. Ella dice, desafiante: “Ahora la vida
es bella; por fin podré com prarm e una casa rodante”; pero pronto se
desmorona. Todo ese dinero que le había sido negado cuando ella
tenía tanta necesidad de él, ahora le quema las manos: “Yo no sé qué
hacer con t^ regalo, es a ti quien quiero”, parece decirle a su m adre.
Pero “las pertenencias del Muerto” forman parte integrante de él. La
señora M. no puede rehusar esta herencia (es decir su madre) sin
culpabilidad, ni aceptarla (puesto que ésta le ha negado su am or).
Sólo las payasadas de la manía le permiten *exteriorizar estos senti
mientos ambivalentes. Esta explosión dura “más de una hora. Esta
sintomatoiogía maniaca, bufonesca, es sólo un “lenguaje cóm odo”.
La señora M. no vuelve a la consulta siguiente, consciente de haber
dicho demasiado, pero aliviada por haber podido exteriorizar su an
gustia.
Habría que m atizar estas descripciones tratando de establecer qué
diferencias aparecen según que se trate de la m uerte de un niño, de
ün padre o de una m adre, de un cónyuge o de un amigo querido.
Muy probablemente encontrarem os siempre dos componentes prin
cipales: el dolor de la separación y un profundo sentimiento de
culpa.133
I i'i Los duelos complicados o patológicos les sobrevienen siempre a las p e r s o n a l i d a d e s clínica
o fenomenológicaniente particulares: debilidad del yo, inmadurez y avíele/ afectiva; en una
óptica psicopatológica y analítica: yo narcisista, relación de ‘objeto preexistente al.duelo, prege-
nital y afectado por una ambivalencia excesiva. Y Denicker y Hanus concluyen: "T o d o duelo es
una separación. El duelo sólo puede ser vivido norm alm ente en la medida en <jue todas las
LAS AC'l I l UUES F U N D A M EN TA L ES DE AVER Y HOY
primeras separaciones objétales (orales, anales, edípicas) pudieron ser sobrellevadas correcta
mente.”
1:14 K1 a d o r suele vivir su muerte como si actuara sobre las tablas. La señorita Rancourt
(1825) anunció, al m orir, que representaría lo m ejo r posible su última escena. B ord ier, actor de
variedades, al llegar al pie del cadalso se volvió hacia el verdugo y le dijo sonriendo el parla
mento que decía en el teatro: "¿Subiré o no subiré?” Por último, se le atribuyen al actor
Mounet-Sully estas últimas palabras: “M orir es difícil cuando no hay público.” Por su parte, el
gran músico Ai ih u r R nbinsuin quiere m orir escuchando el adagio del O uinleto de ( aierdas en
do mayor de Schuberi (véase el filme de F. Keichenbach, L'awour fie la vie).
EL H O M B R E A N TE LA M UERTE 397
que yo no les niego, y a la prim era que se ofrece tocada con un lustre
d e h o n or precipitarse fu era de toda apariencia, con un hambre
aguda y ardiente [ . . .] De incluir aquí una gran lista de aquellos de
todos sexos y condiciones y de todas las sectas en siglos más felices,
que han esperado la m uerte constantemente, la han buscado volun
tariam ente, y la buscaron no sólo para huir de los males de esta vida,
sino algunos para huir simplemente de la saciedad de vivir, y otros
por la esperanza de alcanzar una condición m ejor; por lo demás, yo
no lo habría hecho nunca”, nos dice Montaigne.
Asumir su muerte es también arriesgar su vida (m uerte ofrecida)
en el sacrificio de sí, libremente aceptado o propuesto,135 o más senci
llamente consentir en m orir cuando se ha llegado a la ancianidad, y
se está saciado de vida (según el ideal que proponía Metchnikof en
una perspectiva que él creía ciertam ente científica). A este efecto to
memos el ejemplo que nos describe R. Gessain en su libro Ammasalik
ou la civilisation obligatoire:136 “ Un cazador esquimal entrado en años,
considerando que ya había hecho todo lo que había que hacer en la
vida, un día que estaba en la tienda, entre los suyos, les dice: ‘¿Mi
vida no ha sido lo bastante larga? ¿Mis hijos no poseen focas en nú
m ero suficiente?’ T odo el m undo comprendió que deseaba partir
f . ..] Habló larga, lentam ente de su vida, de lo que había hecho bien,
de lo que había hecho mal; después subió en su kayak, con la ayuda
de uno de sus hijos, se alejó d e la orilla y voluntariamente se vuelve y
no regresa más. Una mujer se arrojará al mar desde lo alto de una
roca.”
Tam bién África nos presenta, como tendremos ocasión de ver,
muertos no menos conm ovedores: el sacrificio de su vida, particu
larm ente en el anciano, coincide también con la preocupación de
reencontrar a los antepasados, y con el deseo de reencarnar. Asumir
su m uerte es también acep tar “partir”, cuando se tiene verdadera
mente la impresión de haber desempeñado su papel, de haber con
tribuido a la felicidad del hom bre. “En la medida en que el niño, y
más tarde el adulto se siente integrado a una form ación humana que
com parte su trabajo y sus proyectos, donde él encuentra todos los
l3''' En ¡m condición humana, A. M alraux nos describe la actitud de los revolucionarios conde
nados a ser ([neniados vivos. Para librarse del suplicio, Kyo ingiere cianuro. Pero Katow, apia
dado por sus camaradas, reparte su dosis entre ellos. Morir es pasividad, dice Kyo, pero ma
tarse es un acto.” Los dos han arriesgado su vida por una causa ju sta. Los dos asumen su
m uerte; la actitud de Kyo, sin em bargo, se em parenta con el suicidio, m ientras que la de Katow
es incontestablem ente un sacrificio.
KiB Flamm arion, 1969, cap. 3. Reproducido parcialmente con el título “ La vie et la mort chez
les Kskimo", F.lhiwlisycliologie I, 1972, p. 129.
398 LAS A C T IT U D E S FU N D A M EN TA LES DE A YER Y H O Y
146 Pp. 42-43, El autor precisa así su punto d e vista: “[ . . .]cuando la fantasía en la ensoñación, se
constituye como realización del deseo en la nostalgia el deseo tiende de manera repetitiva a ía
actualización do una fantansía que no conduce jamás a su realización”, p. 49.
147 Hay, pues, una m uerte padecida, una m uerte aceptada, una m uerte elegida o querida: re
nunciam iento al mundo, sacrificio, suicidio.
402 LAS A C T IT U D E S FU N D A M E N T A L E S DE A Y E R Y H O Y
148 Es el conflicto que opone a los partidarios de las tesis biológico-médicas y a los d e las tesis
sociológicas. U na cosa es verdadera, irrefutable: los porcentajes de suicidios no se distribuyen
al azar, y las variables socioculturales del suicidio parecen indiscutibles. Véase D. Cooper, op. cit.,
1972, p. 138.
140 A. Álvarez, Le Dieu sauvage. Essai sur le suicide, Mercure de France, 1962, pp. 150-151.
En cuanto a su lógica, el suicidio presenta tres aspectos (R. M enahem, op. cit., 1973, pp.
118-119). El suicidio lógico (especialmente en el anciano solitario y sufriente, en quien resulta de
un razonam iento “que no supone ni e rro r deductivo ni error semántico”); el suicidio paleológico,
que adopta un modo delirante o alucinatorio (sobre todo en los psicóticos) y que reposa sobre
un razonam iento falso del tipo: “La m uerte es sufrim iento; yo sufro, por lo tanto debo m orir”.
Por últim o, el suicidio catalógico, que corresponde a un pensamiento dicotómico. En este suici
dio sem ántico, e l suicida se desdobla en un “yo” que se mata (actor) y un “yo” que asiste a su
desaparición (espectador). Su razonam iento es d el tipo: “quien se mata, llam a la atención; yo
voy a m atarme, por lo tanto, se me prestará atención”. Véase P. L. Landsberg, op. cit., pp. 111-153.
E L H O M BRE A N T E LA M U E R T E 403
í
L a muerte aséptica
( r
(
EL H O M BR E A N T E LA M U E R T E 405
Se aprecia así, sin que haya que insistir en ello, la profunda ambiva
lencia de la muerte y las reacciones que suscita. T riunfante o ven
cida, elegida o padecida, ignorada o superada, negada, exorcizada o
aceptada, término o mediación, la muerte es considerada en la m a
yoría de los casos como un obstáculo a la felicidad, como un fracaso y
como el reconocimiento de n u estra finitud o de nuestra vanidad.
Fuente profunda de desasosiego, incluso de angustia, se procura no.
pensar en ella, hacer “como si” n o existiera; al menos que se la desa
fíe para hacerla menos cruel -a u n q u e el hecho es ra ro -, o que se la
afronte para convertirla en irrisión por los mismos motivos.
Pero la muerte existe y hay q u e contar absolutamente con ella. Por
esto una sociedad pragmática n o podía no especular sobre la muerte
rechazándola, de ahí el tem a d e la recuperación de la m uerte, de los
m uertos, incluso de los cadáveres (como nos lo muestra el filme Soleil
x’ert).
corte de pelo decente, el automóvil que se lustra, los biclorurizantes, el enzima glotón que
devora la suciedad por usted (y digo bien ‘lo devora’: se lo com e por usted), enzim a coprófilo
emisario, el blanco puro (J. R. Dos Santos, N otes pou r le scénsario d ’un drame, París, 1972).
158 Les probli'tnes de la mort, Inform e de u n grupo de expertos, Ministerio d e Salud Pública,
abril ele 1973. Las cursivas son nuestras.
406 LA S A C T IT U D E S F U N D A M EN TA L ES DE A Y E R Y HOY
15S Si tomamos com o 100 el índice de seguros de vida en 1958, él alcanzó a 189,5 en 1963,
Seguridad financiera, ciertam ente, en especial para los sobrevivientes; pero tam bién seguridad
para sí mismo contra la muerte: “Sobre todo cuando se refiere a la persona, el acto de asegu
rarse, cumplido lúcidamente, pone al ser en disponibilidad, le confiere un cierto desprendi
miento propicio a la creación, al enfrentam iento con el verdadero riesgo” (F. Gentile, “Riesgo y
seguro”, Esprit, enero de 1965).
X. LOS GRANDES LINEAMIENTOS
DE UNA EVOLUCIÓN
D e s a c r a l iz a c ió n
1 Tam bién África ha entrado en ia era de las transform aciones aceleradas; el doble empuje
del cristianismo y sobre todo del islam, la industrialización, la occidentalización y la urbaniza
ción, alteran sensiblemente las actitudes tradicionales. No podemos extendernos sobre este
punto, pero no es exagerado afirm ar que se asiste a una occidentalización de la muerte afri
cana. Véase L. V. Thom as, R. Litneau, Anlhropologie rnligku.se, op. cil., 1974.
2 Actitud ambivalente, si la hay. “En el plano psicológico, nuestra época parece qu erer re
prim ir la idea de la muerde; pero en el plano ontológico la tom a m uy en serio, ¿No será
precisam ente por esto mismo p o r lo que se em peña de ese modo en reprim irla?" O, Schoonen-
berg, “J e crois a la vie étern elle”, en Concüium núm. 4 1 , p. 89.
Sobre las antiguas costum bres francesas, véase M. B outeiller, “La mort et les funerailles", en
L a Frunce et les Franqais, Enciclopedia de la Pléiade, Gallimard, 1972, pp. 95-100.
407
408 LA S A C T IT U D E S FU N D A M EN TA L ES DE A YER Y H O Y
pompas fúnebres, con “el reco rrid o por la ciudad” que efectúa el
cortejo, el que a veces incluye u n a orquesta ambulante(13 niños po
bres = 12 apóstoles + Ju d as; a veces 26 = 13 muchachos -t- 13 jo-
vencitas), mientras las campanas se ponen a doblar durante la inhu
mación. Es también la época de las “elecciones de sepultura” (elec
ción de una tumba en un convento, en la iglesia parroquial, cerca del
altar de un santo, mediante dinero, por supuesto, a fin de benefi
ciarse de un raudal de indulgencias o de gracias que otorgaba seme
jante proximidad. Es, en fin, el periodo en que se multiplican, como
lo revelan los testamentos,7 los legados o donaciones devotas, los pe
didos de misas por el reposo del alma del difunto, las invocaciones a
la Virgen, las ofrendas de cirios.
A propósito de la m uerte social, ya señalamos cóm o se impuso una
doble corriente de racionalización y de laicización de la m uerte, a veces
escudada en la preocupación por la higiene y la explicación racional,
a veces por el deseo de quitarle a la Iglesia sus num erosos privilegios
en m ateria de funerales.
Así, Vovelle ha mostrado que a partir de los años 1750, se produjo
en Provenza un importante movimiento de descristianización:8 la so
cialización religiosa y clerical de la muerte sufrió un rudo golpe. “La
elección de sepultura” tuvo un claro retroceso,9 que hay que impu
a los altares por donde corre el raudal de las indulgencias. El argum ento, válido en este punto,
gana todavía más fuerza cuando se trata del cerem onial de la m uerte, la acentuada declinación de
las pompas fúnebres barrocas, un rasgo im portante de la antigua civilización provenzal, supone la
valorización antagónica de la aspiración a la simplicidad, y el rechazo de toda vanidad m undana,
¿no es esto un progreso más que un retroceso?” M. Vovelle, p. 612.
10 M. Vovelle, p. 614.
11 Recordem os las pompas republicanas (muerte de V íctor Hugo en 1885), la transferencia de
la piedad de la Iglesia hacia las necrópolis (osario de Douaum ont), la mayor severidad del duelo
entre las m ujeres (velo grande, 6 m eses; velo pequeño 6 m eses; crespón, 1 año y aún más; más
adelante el uso del gris o del violeta en lugar del negro; prohibición de relaciones sexuales durante
dos a tres años).
12 Sobre los resultados d e esta encuesta internacional (que abarcó a diez países europeos)
relativa a la creencia en el más allá, Véase P. Delooz, “Qui cro it a 1’au-delá”, en Mort et Présence,
Estudios de psicología, Lum en Vitae (“Cahiers de Psychologie religieuse”, Bruselas, 1971, pp.
17-38). El autor concluye en que desde hace veinte años, el núm ero de personas que dicen cre e r en
una vida después de la m uerte ha venido decreciendo hasta situarse probablemente en la mitad de
la población adulta, aproximadamente. E l descrecimiento en este dominio ha cundido de modo
L O S GRA N DES LIN E A M IE N T O S D E UNA EVOLUCIÓN 411
desigual, pero ha cundido en todos los países, e n todos los sectores religiosos, en todas las edades, !
en todas las profesiones, al parecer hasta en la de pastor. Véase también Sondages, 1-2, 1 9 69, pp.
109-110. A propósito de la importancia de la variable “ Religión” (creencia-incredulidad) só brelas f
actitudes frente a la muerte del otro, las n o cion esd eeternid ad .d e inmortalidad, de supervivencia,
y sobre el efecto, en la vida presente de las creencias en el más allá, etc., véase P. Danblon, A . Godin,
“Commenc parle-t-on de la m ort? Soixan te en tretiens avec des croyants et des incroyan ts” , en Mort 1
et Présence, op. cit., pp. 39-42.
13 “La propia Iglesia, por razones demasiado evidentes, ha debido modificar sus usos en las
grandes ciudades, y el sacerdote ya no puede acom pañar al difunto al cem enterio. Por una
suerte de división del trabajo, las últimas oraciones ante la fosa le corresponden a un sacerdote
especializado, generalm ente viejo o enferm o; o si se conserva el cortejo y el sacerdote forma '
pane de él, es un co n ejo motorizado, sometido a la doble ley de la velocidad y de la circula
ción, que sólo puede transportar a un pequeño núm ero de personas, los parientes m ás próxi- ^
mos. Debido a num erosas influencias, el ritual d el duelo se ha acortado y sim plificado; los
signos exteriores se reducen con frecuencia a un símbolo, como el crespón que los hombres
llevan en su saco, mientras que las mujeres h an renunciado a los grandes velos tan molestos en (
los transportes colectivos. Los cementerios tienden a separarse de los centros urbanizados y a
hacerse gigantescos, como las propias ciudades de las que son apéndice." J . Follet, “ Phénomé- j
nologie du deuil” , en L a Mort et l’Homme du XX si'ecle, Spes; 1965, pp. 179-180. ,
14 S. Acquaviva, L'éclipse du sacre dans la cixnlisalion industrielle, Mame, 1967, p. 17. Véase Ch.
Delacampagne, op. cit., 1974, cap. XI y xii . (
i
412 LA S A C T IT U D E S FU N D A M E N T A L E S DE AYER Y H O Y
C REF. USTED . . .
Sí 39 54 43 ■5 4 50 43 60 85
No 52 27 42 31 41 42 20 11
No se p r o 9 19 15 15 9 15 20 4
nuncian ----- ----- ----- ----- ----- ----- -----
En la nida des 100 100 100 100 100 100 10 0 100
pués de l a muerli'
Sí 35 ' 38 41 50 50 38 54 73
No 53 35 45 35 41 47 25 19
N o se p r o 12 27 14 15 9 15 21 8
n uncian —— ----- ----- ----- ----- ---- -----
100 100 100 10 0 100 100 100 100
En la reencar
nación:
Sí 23 18 25 10 - 12 14 20
No 62 52 54 55 - 72 57 64
N o se p r o 15 30 21 35 - 16 29 16
nuncian ----- ----- ----- ----- ----- -----
100 100 100 100 - 100 100 100
En el infierno:
Sí 22 23 25 28 25 17 36 65
No 70 58 62 61 67 71 45 29
N o se p r o 8 19 13 11 8 12 19 6
nuncian ---- -— ----- ----- ---- ----- -----
100 100 100 100 100 100 100 100
En el diablo:
Sí 17 21 25 29 35 21 38 60
No 76 60 62 57 59 68 44 35
N o se p r o 7 19 13 14 6 11 18 5
nuncian —— -— ----- ----- ----- ■----- -----
100 100 100 100 100 1 00 100 100
* Es posible que el empleo en Francia del término Paraíso, más preciso que el término Cielo
(.Heaven) que se utiliza en otros países, haya contribuido a la singularidad de los resultados
franceses en este punto.
UiÍA i\iJiLc> L 1 N L A íVí í ü í \ iv_>6 JJlL l i \ A íl V O L U C íUN 4i5
más que nunca como un térm ino, un final, a lo sumo como un viaje
(tan bien expresado en el magnifico ballet E l viaje, de Maurice Bé-
jart); si a través de los medios de comunicación de masas la muerte se
reduce a un espectáculo, a una suma de informaciones que liquida lo
tremendum para conservar sólo lo “fascinante”, aparece sin embargo
una cierta transposición de lo sagrado, si hemos de creerle a J. Potel:
“los mass-media, por el hecho de favorecer una vida mítica alrededor
de personas desaparecidas, crean una zona sagrada” ; gracias a ellos,
“los m uertos que estarían en tercera persona, es decir desconocidos,
anónimos, abstractos, se vuelven muertos en segunda persona, hom
bres más próximos, a los cuales se les ha prestado atención. Ciertas
esperas durante las agonías de personas notorias, como Ju an X X III,
el cardenal P. Veuillot, Eisenhow er, introducen una nota sagrada al
red ed or de la muerte”. 15
Los funerales solemnes de De Gaulle, los conm ovedores de Ken
nedy, los desgarradores de Nasser, donde millares de hombres sollo
zaban y abrazaban el atúd, podrían vincularse en cierto sentido con
lo sagrado, así como diversas representaciones artísticas.16 ¿Pero al
canza esto para afirmar que los medios de comunicación operan por
ello una “hierofanía y un desplazamiento de lo sagrado”?17 No lo
creem os. A menos que reduzcam os lo sagrado a una atmósfera de
superabundancia afectiva en que se expresa habitualmente; pero
habría mucho que decir sobre la personificación de los difuntos ilus
tres: si están más en segunda persona que en tercera, ello es así, en la
medida en que mueren en lugar de nosotros, o más simplemente
todavía, que generan en nosotros un escalofrío de m uerte. Pero esto
no tiene nada de metafísico.
En su notable estudio D em ieres demeures, 18 el conocido arquitecto-
urbanista R. Auzelle se pregunta también sobre un posible retorno a
lo sagrado. “Es importante lograr que el cem enterio, este pedazo de
tierra donde, según la etimología, se duerme, no sea ‘profano’ o con
siderado com o tal; en cuyo caso es simplemente un depósito, un lu
gar de eliminación de una categoría particular de lo nocivo.” Por el
D e s o c ia l iz a c ió n
19 R. Auzelle, Les cimetieres intercommunaux et le retour au sacré, Bull. Soc. Thatanologie, 2, 1973,
p. 25.
LO S G RAN DES L IN E A M IE N T O S DE UNA EV O LU CIÓ N 415
20 Auzelle, p. 27.
21 Ph. Aries, op. cit., 1970, p. 64. E l autor precisa: “El hombre de la segunda Edad M edia y
del Renacim iento (por oposición al hombre d e la primera Edad Media, de Roland, que sobre
vive en los campesinos de Tolstoi) buscaba participar en su propia m uerte, porque veía en ella
un momento excepcional donde su individualidad recibía su form a definitiva; y sólo era dueño
de su vida en la medida en que era dueño de su muerte. Su muerte le pertenecía a él solo. Pero
a partir del siglo xvn, dejó de ejercer su soberanía sobre su vida, y por consiguiente sobre su
muerte. La com partió con su familia. A ntes, su familia estaba descartada de las decisiones
graves, que él debía adoptar ante su muerte, y que adoptaba solo.
Es el caso de los testamentos. Desde el siglo xiv hasta comienzos del xvm , el testamento era
para cada uno un medio espontáneo de expresarse, y era al mismo tiempo una seña! de des
confianza - o de falta de confianza- en su fam ilia. También el testamento perdió su carácter de
necesidad m oral y de testimonio personal y cálido, cuando en el siglo xvm el efecto familiar
triunfaba sobre la desconfianza tradicional d el testador con respecto a sus herederos. Y esta
desconfianza fue entonces sustituida por u n a confianza absoluta, que por lo tanto ya no tuvo
necesidad de textos escritos. Mucho más tard e , las últimas voluntades orales se hicieron sagra
das para los sobrevivientes, que se sintieron com prom etidos a respetarlas al pie de la letra. Por
su parte, el m uriente quedó convencido de que podía descansar sin temores en cuanto a la
palabra de sus próximos. Esta confianza, nacid a en el siglo xvn y en el xvm , y desarrollada en
el siglo xix, se ha convertido en el \x en u n a verdadera alienación.
22 M. Vovelle, op. cit., p. 612.
416 i : A>> 11 i i O t a i A LES «Jfc A Y E R Y HOY
23 P. Chaunu, “La m ort rehabilitée?”, en Les Informations, núm . 1393, 17-1-1972, p. 84. En
cam bio, no estamos de acuerdo con el autor cuando opone a “la m uerte llana” individual, o a lo
sumo familiar de hoy, “la m uerte epidém ica que socializa” (en Marsella, en 1720, mil falleci
m ientos por día en una ciudad de 95 mil habitantes). El mundo de hoy nos ha habituado
demasiado a los muertos en serie, guerras, genocidios, catástrofes diversas.
24 Durante el interregno en tre el rey m uerto y el nuevo rey, el tiem po quedaba como sus
pendido, todas las licencias estaban permitidas (uno puede pensar que ello correspondería al
tiempo de descomposición del cadáver real), los pobres tom aban por un momento el lugar de
los ricos y los esclavos el de los amos, ¡Era propiamente ei caos original!
25 “El exceso no se limita a acom pañar a la fiesta de una m anera constante; no es un simple
epifenóm eno de la agitación que ésta genera. Por eí contrario, es indispensable para el éxito de
las ceremonias celebradas, participa de su virtud santa y contribuye como ellas a renovar la
naturaleza o la sociedad. T a l parece ser en efecto la finalidad de las fiestas. El tiempo agota,
extenúa. Hay que envejecer, que encam inarse hacía la m uerte, ío que desgasta; es precisa
m ente el sentido de la raíz d e donde se extraen en griego y en iraní las palabras que lo d esig
nan. Cada año la vegetación se renueva y la vida social, al igual que la naturaleza, inaugura un
nuevo ciclo. Todo lo que existe debe ser rejuvenecido. Hay que recom enzar la creación del
m undo." R. Caillois, L ’homme et le sacré, Gallimard, 1949, p. 128.
LO S GRAN DES L IN E A M IE N T O S DE UNA EV O LU CIÓ N 417
26 “Desde que una efigie sustituye a la víctim a hum ana, dice R. Caillois, el rito tiende a
perder su valor expiatorio y fecundante”. Se en cu en tran todavía supervivencias de esto en cier
tas m uertes célebres de hoy, especialmente la de Sadi-Carnot. La ciudad de Lyon vivió en esa
ocasión, durante 48 horas, una verdadera fiesta-tum ulto. Véase M. Berthenod, L. R och e, L ’as-
sassinal du Président C am ot, Rev. Lyonnaise de M éd ecine, Bilmillénario de Lyon, 1958.
27 W. Frighoff, “Fetes inavouables”, en Apr'es dem ain, núm. 157, octubre de 1973, p. 31. En
efecto, la fiesta “o p on e a la perspectiva angustiante d e la ruptura que llegará, no se sabe qué
día ni a qué hora, la afirmación triunfante d e la vida presente. La alegría de “estar ju n to s
ahora” disipa el m iedo de estar separados, co m o si este instante privilegiado de com unión y d e
regocijo hubiera detenido el curso normal de la historia del mundo. En todo caso, se puede
admitir que la fiesta, conjuración inmediata d el m ied o a m orir, es fundamentalmente el sueño
de un universo d ond e la m uerte -coercitiva p o r e x ce len cia - queda desterrada”. D. L ég e r, “La
féte et la m ort", en Échanges, “Le séns”, núm. 9 8 , 1970, pp. 14-15.
418 LAS A C T IT U D E S FU N D A M EN TA L ES DE A Y E R Y HOY
M u e r t e y r e n t a b il id a d
28 D. Leger, op. cit., 16. Puesto qu e la fiesta -ya sea que constituya celebración de la vida, del
m iedo o de la muerte, ya implique distanciam iento, participación o identificación es ante todo
reconocim iento y liberación de la angustia de la muerte, ¿qué papel podría desem peñar en una
sociedad mercantil donde todo está organizado para ocultar la m uerte, y donde ésta es auténti
cam ente inconfesable? Véase sobre este punto W. Frighoff, op. cit. Véase también A. Villardary,
Fete et v ie quotidienne, Ed. O uvriéres, 1958.
29 J . C. Polack, La médecine du capital, Maspero, 1972, p. 38.
LO S G R A N D ES L1N EA M IEN TO S DE UNA EVO LU CIÓ N 419
M u e r t e y c ie n c ia
Antes la m uerte era una interrupción del destino, contra la cual re
sultaba imposible e impensable rebelarse. A lo sumo se procuraba
conocer de antem ano el plazo, a través de las adivinaciones36 o de la
consulta a los oráculos. Sin duda la magia podía intervenir en ciertos
casos de un modo favorable, mientras que las oraciones y los sacrifi
cios podían provocar el milagro tan esperado. Llegado el momento
fatal, no había más que una salida: favorecer la separación del alma y
del cuerpo.37 Si era natural luchar contra el sufrimiento, luchar con-
34 Y qué decir de los “m ercaderes de la m u erte”, los que extraen el máximo de beneficios
vendiendo armas m ortíferas. Inglaterra acaba de equipar un “navio exposición", donde se
exponen las armas más m odernas, de tamaño natural o en miniatura, y que recorre los países
del T ercer Mundo. Al parecer, ¡las ventas au m entaron un tercio en un año! Véase tam bién: L a
France trafiquant d ’armes, Maspero, 1974.
35 Op. cit., p. 47.
36 Por ejem plo, se colocará “en el agua d e ciertas fuentes sagradas una cruz hecha de pe
queñas ramas ele sauce. Si la cruz Rota, la m u erte no tardará en llegar; si por el co ntrario se
hunde, el final todavía está lejos: tanto más, cu an d o más rápido co rra la cruz” (A. L e Bras).
37 Poner una piedra sobre la cabeza del en ferm o , cum plir un peregrinaje para apresurar el
fin del m oribundo. O , com o en África, a rran car algunos cabellos del cráneo. Algunas pobla
ciones malgaches colocan un tronco de m andioca en medio del fuego que arde en la casa
m ortuoria; el alma del m oribundo se escapa cuando el tronco estalla. Le Bras relata las pala
bras de un m oribundo: “Se han olvidado de a b rir la ventana, ¡mi alma no puede p artir!” Es lo
que se podría llamar la muerte ayudada.
i
422 L A S A C T IT U D E S FU N D A M E N T A L E S DE A Y E R Y HOY
U R B A N IZ A C IÓ N Y C E M E N T E R IO S
43 1j ' hasard et la necessité, op. cit., Senil, 1970, especialmente capítulos !, M, vil.
44 I.a utilización del plástico corno revestimiento de los ataúdes plantea un problem a, etilen-
tece el ritmo de la tanatomorfosis, lo que difiere la posibilidad de recuperar el terreno.
45 Véase R. Panabiére, Le problem e des cimetieres en Frunce, l ’actualilé et ses difjicullés, Bull. Soc.
T hanato., 3 d e ju lio de 1970, C 1 -C I0 .
46 En casi todas partes los m uertos desaparecen ante los vivos: en Villeneuve-le-Roi, un campo
de deportes sustituyó al cem enterio previsto; el ensanche del de V incennes desapareció en la zup
de Fontenay; Saint-M ichel-sur-Orge optó por la construcción d e viviendas; la autorruta A 86 se
devoró la ampliación prevista del cem enterio de Choisy-le-Roi, y Rosny-sous-Bois prefirió con-
tru ir un hospital, etcétera.
L O S G RA N D ES L IN E A M IE N T Q S D E UNA EVOLU CIÓN 425
un d ecreto municipal que le aplicaba un impuesto a modelos de tumbas que dicho gremio
consideró demasiado simples y discretos.
52 Se le llama “la catedral d el silencio” . Marsella posee también su “ H. L. M. de los muertos”
(7 pisos de galerías; 6 mil com partim ientos). Niza prefirió una “necrópolis colmena”: altos
m uros de cem ento que contienen tO mil nichos, rodean toda una colina.
53 L. Sauret, Les cimetieres-parcs. Bul!. Soc. Thariato., 3 de ju lio d e 1970, E1-E7.
LOS G R A N D E S LIN E A M IE N T O S D E U N A E V O L U C IÓ N 427
Hombres % Mujeres %
54 A. Delmas, “Le don du corps et des organes. Solution contem poraine au probléme de
m atériel anatomique”, en Bull. Assoc. Anatomistes, 52. reunión, Paris-Orsay, 2-6 abril 1967, pá
ginas 1-7Ü.
55 “ La última visión que se tendrá del difunto será la de un rostro calmo, no alterado por el
sufrim iento, no def ormado por ladeshidratad ón . Será el rostro que se le ha conocido siem pre y no
el rostro espantable de la m uerte. La estética m ortuoria desdramatiza la situación. Permite que la
melancolía del duelo se instale con un mínimo de angustia y repugnancia.” Dr. B arbier, op. cit.,
página 6.
LOS G RA N DES L IN E A M IE N T O S DE U N A EVOLUCION 429
ss “Algo puede y debe advenir: que la muerte próxima mate para siempre, en un instante d e conciencia
histórica y colectiva única, el instinto de muerte qu e la engendra, y recíprocamente Muerte a la muerte, la
última palabra de la F ilosofía'' M. S e rre s,“L aT h an ato cratie”,C’rií^ «^ 298,É d ic. d eM inu it, m arzo de
1972, p. 227.
57 Citado por G. Rattray T aylor, L a révolution biologique, L affont, 1969, p. 161.
J
P l u r a l id a d d e s it u a c io n e s
ción u na anciana que estaba acostada, enferma, en una ham aca, de
masiado enferma como para hablar. Le pregunté al jefe del poblado
qué se iba a hacer con ella, y él m e remitió a su marido, quien me
dijo que se la dejaría m o rir[. ..] Al día siguiente todo el poblado
había partido sin siquiera decirle ad ió sf. . . ] T res semanas más tar-
d e [ . . .] encontré la hamaca y los restos de la enferm a.”
Cuando las condiciones de existencia se presentan menos desfavo
rables, los ancianos que poseen un saber religioso o mágico necesario
(imaginariamente) para la supervivencia del grupo, son respetados
mientras sigan estando válidos y sanos de espíritu. Pero en el mo
mento en que sus fuerzas declinan, y no bien comienzan a dar mues
tras de senilidad, se pone térm ino a su existencia, ya despojándolos
del alimento que les estaba destinado, ya abandonándolos en lugar
desierto sin su consentimiento, si es que no se los sacrifica ritual-
mente por haberse vuelto inútiles.
Así, entre los indios ojibwa del lago Winnipeg, se da una gran
fiesta acompañada de danzas y cantos (mortuorios); no sin ostenta
ción se intercambia la pipa de la paz, hasta que de pronto el hijo
sacrifica a su padre de un golpe d e tomahawk.
Si las circunstancias se presentan favorables, ya se trate de subsis
tencia o de seguridad, la suerte de los ancianos se vuelve más lleva
d era. Hasta conservan un verdadero poder; no sólo transmiten
oralm ente las técnicas, y aseguran la continuidad del ritual y la per
m anencia de las costumbres, sino que siguen siendo los intercesores
indispensables entre los vivientes y los antepasados. A menudo hasta
llegan a ser temidos. Entre los aranda de Australia, “el saber de los
más ancianos coincide con la posesión de jún poder mágico: uno y
otro aumenta con la edad. Convertidos en Yenkon, casi impotentes,
alcanzan su apogeo. Son capaces de hacer enferm ar a vastos grupos
de individuos, por eso se les tem e. No están ya obligados a acatar los
tabúes alimentarios. Es que están de alguna m anera más allá de la
condición humana e inmunizados contra los peligros sobrenaturales
que amenazan a ésta. Lo que le está prohibido al hombre normal -en
su propio interés y en el de la com unidad- no les está vedado a ellos.
Su condición excepcional los llam a a desempeñar un papel religioso.
El que por su edad está más próxim o al más allá es el mejor inter
mediario entre este mundo y el otro. Son los hombres de edad los
que dirigen la vida religiosa, y ésta impregna toda la vida social, filos
poseen los objetos sagrados utilizados en las cerem onias[. . . ] se les
manifiesta una gran diferencia: en el transcurso de estas fiestas, los
jóvenes sólo hablan si los ancianos les dirigen la palabra.”'*
■’ vS. d e B c a u v o í r , La xneiitesse, , I Í J 7 0 , |>. 7 0 .
432 LAS A C T IT U D E S F U N D A M EN TA L ES DE AYER Y HO Y
fí Véase especialmente, aparte de las obras citadas en la prim era parte: J . Philibert, L'écheite
des ages, París, Editions du Seuil, 1968; A. Sauvy, “La societé et les faibles”, en: núm ero especial
de la revista Esprit, Le Seuil (Vejez y envejecim iento), mayo de 1963; E. C um ingy W. E. Henry,
Growing oíd, The process o f Disengagement, N ueva York, Basic Books, 1961; Le troisieme age, en
Rev. Int. se. soc., Unesco, París X V , 3, 1963, pp. 353-544; Les personnes ágees en Europe, c ,¡ g s ,
París, 1972; Gérantologie, 71, 7 2 , 7 3, 74, París; J . R. Treanton, “Les réactjons á la retraite, en
Rev. fse . de Travail, octubre y diciem bre de 1958; R. J . Havighurst, “Flexibility and social roles
o f the aged”, en American Jo u r n a l o f Sociology, Vol. I, IX, núm. 4, en ero de 1954; M. Bour y M.
A um ont, Le troisieme age: prospectwe de la vie, París, m i-, 1969; Ralph N ader, Study group report on
nursing hornes, Oíd age, the last Segregatien, Pantain Books, Nueva York, 1967; E. Gofman, Asiles,
Editions de Minuit, 1968.
7 Ph. Aries, Histoire des populations franc/aises, Seuil, 1971, pp. 375-376.
8 Ibid. p. 375.
434 LAS A C T IT U D E S F U N D A M EN TA L ES DE A Y E R Y HOY
9 Ibid, p. 379.
10 Los viejos no aceptan voluntariam ente esta separación. E uropa nos ha dado algunos tris
tes ejem plos en los últimos años. E xcepto Churchill, no se ha visto el caso de un je fe “histórico”
que cediera su lugar motu propio por causa de su edad, a sus seguidores inmediatos. Adenauer
debió alejarse a los ochenta años bajo la presión expresa de los integrantes de su propio par
tido. La ,sil tuición se ha hecho caricaturesca en el Africa actual. K1 problema se plantea también
en la Iglesia, a pesar de un reciente decreto pontillcio. Es cierto qu e el Papa mismo se olvidó de
dar el ejem plo. Recordemos tam bién a la institución universitaria, que otorga el retiro a los 70
años (a veces con posibilidad de prolon gar la actividad) en una época en que el saber evolu
ciona tan pronto.
11 Se dice que tenemos la edad de nuestras arterias, pero habría que decir m ejor que es la
de nuestras esperanzas. ¿No suele decirse de una m ujer que ya no es más deseada, que “está
EL ANCIANO Y L A M U E R T E 435
pasada" o "term inada”? Puede haber ilustres excepciones, al menos en el plano literario se
recuerda a la heroína de L a mandarine •y sobre tod o el caso de Maude
1
en el célebre filme de H.
Ashby (H arold y Maude). Véase J . Ghiani, “A pro pos d’H arold et Maude . . en Géronlologie, 74,
pp. 37-42,
Apenas si se les llega a confiar, como era frecuente antes, el cuidado de los niños. En una
época en que el. día del padre y el día de la m adre han remplazado al culto cotidiano de los
antepasados del que nos habla F. de Coulanges, no se tem e expulsarlos de sus viviendas (véase
las operaciones de m odernización en París, ¡cuántos decesos de ancianos lian provocado!), o
abandonarlos en el asilo. Después de la m uerte en la profesión (jubilación), la m uerte en la
familia y en las costum bres. Las dos van seguidas frecuentem ente de la muerte física o psíquica
(reblandecimiento cerebral, senilidad). Ju n to con el sentim iento de inutilidad y el m iedo al
mañana, si son económ icam ente débiles, es quizas su situación de rechazo y de soledad la ¿pie
constituye el drama de los viejos retirados y uno de los escándalos, entre tantos otros, de
nuestra sociedad capitalista.
hl problema debe plantearse, por sup uesto, en té rm in o s <!e rlam . Son los re p re se n t m iles de
las clases superiores los qu e más sufren la ansiedad del retiro de la actividad (pérdida de su
(unción de responsabilidad). Pero son los proletarios, con sus “retiros” notoriam ente insufi
cientes, los que van a p arar al asilo.
13 Véase J . P. Vignat, op. cit., 1970.
14 “Entonces, levantando mis antiparras, m e estregué los párpados y me encontré sentado
436 LAS A C T IT U D E S FU N D A M EN TA LES DE A Y E R Y HOY
en la cama, voluntariamente rpducido al presente, con este coágulo de vino agrio en mi vientre
y la mrba de cuervos que me ¿[esgarraba de nuevo la garganta en medio de graznidos; sim ple
mente allí, sin deseos, sin recuerdos, sin'pensamientos d e ninguna clase, perdido para siempre
en medio del m undo." S. y A. Schwarz-Bart, Un plat de p orc aux bananes vertes, Seuil, 1967, pá
gina 36.
,s Véanse las muy hermosas páginas de R. Mehl (op. cit., i’i f, 1956, pp. 128-132), dedicadas a la
dignidad, la serenidad, la utilidad del anciano, donde tam poco se olvida de denunciar la terque
dad y la separación que él hace entre la novedad y la decisión. E n todo caso, esto consuela de la
asociación habitual vejez-fealdad, por oposición la pareja juventud-belleza, que caracteriza al
mundo occidental de hoy. Léase también C. Alzon, L a mort de Pygmalion. Essai sur l'immaturité de la
jeunesse, Maspero, 1974.
16 M. Philibert, en L ’echelle des ages, op. cit., 1968, caracteriza a la sociedad capitalista, con
respecto a las sociedades primitivas, por lo que él llam a “el trastocamiento de la escala de
edades”. La escala de edades es “toda periodización, cualquiera que sea su número de etapas, que
las ordena como etapas sucesivas de una progresión. H ablar de escala es considerar un orden
dado, irreversible de su sucesión, como equivalente a un orden de valorización creciente, o que
al menos le ofrece al individuo que lo recorre la ocasión de una m ejora constante”.
17 La situación que acabam os de evocar (viejo desatendido porque ya no es productivo, y
tampoco consumidor) se basa también en un fundam ento psicológico que la sociedad capita
lista refuerza incesantem ente, mientras que lo imaginario africano lo reduce. El viejo sólo es
tranquilizador en apariencia, nos dice J . P. Vignat (op. cit., 1970, p. 15) “En realidad, la piedad
que inspira tiene raíces muy com plejas, que pone en ju e g o imágenes, afectos y proyecciones
que pertenecen al mismo tiempo al porvenir y al pasado lejano de cada uno: al porvenir, al
devenir, es decir la visualización, la materialización de los temores y angustias de la en ferm e
dad, el envejecim iento y la m uerte con sus defensas correspondientes; al pasado, es decir las
relaciones del niño con sus padres, en particular toda la dialéctica de la agresividad y de la
angustia con respecto al padre, que constituye la fase edipiana; este padre viejo, imposibilitado,
reducido a nada, casi m uerto, pero que por eso mismo impide seguir siendo niño, y obliga a
asumir la condición de adulto. De ah í la ambivalencia que caracteriza loda relación con el viejo.
Op. di., J 966, pp. 98-99.
EL A N C IA N O Y LA M U E R T E 437
E l a n c i a n o y l a m u e r t e e n l a s o c i e d a d n e g r o -a f r i c a n a
aristocrática o dem ocrática incluía siempre un consejo (la boulé) cuyos miembros eran “en su
mayor parte hom bres de edad”. Véase G. Glotz, pp. 5 4-58, 83-84. Hermes, el de la barba tu
pida, m ensajero d e Zeus, con sus sandalias aladas, simbolizaba la fuerza de elevación del pen
samiento, Para los ancianos, en efecto, la vejez era sinónimo de sabiduría. “El hom bre alcan
zaba entonces ía madurez m oral y espiritual. Finalizaba su carrera, pero no desertaba del
mundo, pasaba a reposar. La m uerte que llegaba hasta él era su muerte. Él caía en el más allá
como el fruto m aduro se desprende del árbol. La m uerte se aparecía entonces com o la co n so
cuencia de la m aduración interior.” Ch. Duquoc, L a mort dans le Chrisl, Lumiere el Vie, núm.
68, dedicado a la m uerte, p. 67.
Las fábulas de La Fontaine están henchidas de verdades referentes a la significación de la
vejez: Le vieillard et l’Ane (V I, 8), L e vieillard et les troisjeunes gens (V I, 8),.Le vieillard et des enfants,
(V I, 38), L a vieille et les deux sentantes (V, 6), Le vieux chai et la jeune souris (X II, 5).
20 J . Roum eguére-Eberhardt, Pensée et socielé africaine, Mouton, París y La Haya, 1963, p. 31.
No se debe sacar la conclusión de que el viejo siem pre era privilegiado. Entre los fang de
Gabón, pueblo que ha tenido una historia dram ática, los viejos sin descendencia llevaban una
existencia desoladora; y entre los tonga de África del sur, el anciano arrugado, reseco, debili
tado, pobre, sin m ujer ni hijos, es sólo “un desecho y un fardo qu e se soporta de m ala gana.
Son raros aquellos a quienes sus hijos Ies m anifiestan alguna devoción. En conjunto, su condi
ción es muy desdichada y los ancianos se quejan de ella”, S. de Beauvoir, op. cit., 1970, pp.
57-58.
21 Ake Loba, Kocoumbo, l’étudiant noir, París, Flam m arion, 1960, pp. 25-26.
22 Jo m o Kenyatta, Au pied du moni KenyaT edic. M aspero, París, 1960.
Zi El tema de las prem oniciones nos recuerda los hechos de tanatomanía citados por Mauss
{Sociologie et Anthropologie, p u f , 1950, cuarta parte).
E L ANCIANO Y I.A M U ERTE 439
24 Véase también la m uerte del padre de la G rande Royale relatado por el maestro T hiern o:
cf. Ch. Hamidou Hane, L'aventure ambigué, Ju lliard , 1961, pp. 40-42.
25 La anciana puede llegar a alcanzar el nivel del hom bre. Entre tos lemba, por ejem plo, se
ha dicho que “después de la menopausia una m u je re s admitida con frecuencia en el circuito
m asculino, y que entonces, liberada ya de los num erosos tabúes femeninos, puede desem peñar
140 L A S A C T IT U D E S F U N D A M EN TA L ES DE A YER Y HOY
un papel ju n to a los hom bres en los asuntos de la tribu, y a menudo se sitúa en la cabaña a la
derecha, lugar que les está prohibido a las m ujeres jóv en es en edad de procrear, pues sólo le
está reservado a los hom bres”. J . R oum eguére-Eberhardt, op. cit., p. 73. Véase tam bién Birago
Diop, Les Nouveaitx Cantes d'Amadou Koumba, Présence africaine, 1958, pp. 109-122, 177-188.
26 Costumbre que también se encuentra en Europa: sudario que se guarda en el arm ario,
tumba que se prepara, a veces hasta con el nombre inscrito dejando sólo la fecha en blanco,
funerales pagados, sin olvidar el seguro p o r fallecim iento.
27 Lo que no impide ni los chistes, ni las conductas insólitas provenientes del parentesco en
broma (véa\r nu estra cuarta ¡jarte).
28 L. V. T hom as, Cinq essais sur la mort africaine, Dakar, 1968.
E L A N C IA N O Y LA M U ERTE 441
29 P. Kolbe, Reise zum Vorgebirge der guíen H offnung, citado por I. Schapera.
:l° l. Schapera, The Klwisan Peoples o f South Africa, Routlege and Kegan Paul, 1960, p. 162,
N osotros hemos descrito hechos parecidos referentes a los diola del Senegal (Les Diola,
HAN, 1958, t. I).
31 W inwood-Reade, The slory o f the Ashanti Campaign, citado por R. S. Rattray, 1959, pp.
106-107.
32 R . S. Rattray, Religión and Art in Ashanti, Londres, 1959, p. 107.
33 A. Le Hérissé, L'ancien royanme du Dahomey, Larose, París, 1911, p. 100, n. 1.
34 T . E. Bowdich, A mission frnrn C ape cnast castle to Áshanti, Londres, 1819, citado por R. S.
Rattray, 1959, p. 106.
442 LAS A C T IT U D E S F U N D A M E N T A L E S DE A Y E R Y HOY
•n M. Dougias, De la Souühtre, Maspero, 1971, p. 188. R. G. Lienhardt, op. cit., p. 298, m ues
tra que el entierro ritual “está mezclado a través de toda una serie de asociaciones co n un
triu n fo súchil sobre la m uerte y los elementos qu e la ¡> iiv r iic n .
38 M. Dougias, ibid. Prosigue el autor, p. 189: “Cuando el viejo Maestro de la Lanza da la
señal de que hay que darle m uerte, cumple un acto ritual rígido. No tiene nada d e la e x u b e
rancia de un San Francisco de Asís, que se revuelca desnudo en la basura y le brinda una bu e
na acogida a su ‘herm ana Muerte’. Pero uno y otro rozan los mismos misterios. Sí hay personas
que todavía creen que la m uerte y el sufrim iento no form an parte integrante de la naturaleza,
tales actos les abren los ojos. Si algunos se sienten indignados a considerar el ritual com o una
lám para mágica a la que basta frotar para ad quirir bienes y poderes ilimitados, el ritual les
m uestra su otro aspecto. Si la je ra rq u ía de los valores se hallaba vilmente materializada, aquí
aparece socavada de m anera dramática por la paradoja y la contradicción.”
LAS A C T IT U D E S FU N D A M EN TA L ES DE A YER Y H O Y
Con frecuencia 1 3 .3 52
A l g u n a vez 5 5.8 36
Raram ente 21.9 11
Ja m á s 9 1
1. L as transformaciones socioculturales
M u erte e s p e ra d a 26 0
M u erte a ce p ta d a 42 -2 1
M u erte te m id a 33 ■+21
El A NCIANO Y LA M U E R T E EN O C C ID E N T E
48 - L ’im age de la mort et le vieillissement, doctorado del 3er. ciclo, París, 1971.
- Vieillesse et approche de la Morí, “L’In fo rm . psychiat.”, septiem bre de 1970, p p . 671-S79.
- Propos sur la relatim vieillese-mort, c.lSl., 1971, pp. 127-132.
- Candiales funéraires du vieillard a l’hospice, Rev. Epidém. Méd. Soc. et Santé P ub., 1971, t. 19,
núm. 5, pp, 435-450.
- Le discours du vieillard sur la mort. M éthodologie et résultat. “L ’Inf'or. psychol.” 44, 3pr. trim.,
1971, pp. 75-90.
- Vieillir, Projet pour vivre, Le Chalet, Lyon, 1973.
4a “¿La vida termina a los sesenta años?”, se preguntaba Alfred Métraux en el C o m o de la
Unesco (abril de 1963, año X V I, pp. 20-23), cuando en razón de esta edad se le negaron los recur
sos necesarios para proseguir sus investigaciones etnográficas en tre los am erindios de la Amé
rica Latina.
Son num erosos los derechos que se le quisieran negar al anciano. Si se viste a la moda o si se
454 LA S A C T IT U D E S F U N D A M EN TA L ES D E A YER Y HOY
por abolir el gusto por el pasado: ‘V Por qué todas las mañanas, al
despertarm e, tenía la certidumbre irracional de que toda mi vida se
me ha ido en morir lentamente en tre las paredes inmensas y frías
que nos rod ean ?”, nos confiesa la anciana mulata de Schw arz-Bart.53
Ante la m uerte del otro, especialm ente de sus com pañeros de
asilo, el anciano reacciona de m anera bastante uniforme; es una cu
riosa mezcla de pena, de tristeza cuya sinceridad es indudable (a ve
ces se hace una colecta para “enviarle un ramo”), de cólera (sobre
todo si el moribundo ha sufrido), de alivio (si la agonía fue ruidosa,
si el que m urió estuvo perturbando p o r mucho tiempo la asistencia
del establecimiento), incluso de satisfacción fatalista (“al menos yo
sigo estando, el difunto “va a gozar p o r fin de un.reposo bien m ere
cido”). Pero es indiscutible que la m uerte del otro se convierte para
el anciano en el punto de partida de fantasías referentes a sus m uer
tes posibles; a partir de las im ágenes recibidas, desestructuradas y
reestructuradas según sus propias fantasías, el anciano “se prepara
para su proceso de ser-para-la-m uerte”. Así es como hay que explicar
su curiosidad en la materia; quiere sab er cómo vivieron la m uerte sus
com pañeros; sobre todo saber si sufrieron, si fallecieron dignamente.
En cuanto a esto, es lícito preguntarse si es oportuno aislar al m ori
bundo en una pieza aparte, com o se hace en el asilo. No sólo el qae
va a m orir comprende demasiado el sentido de esa separación, no
solamente experimenta un súbito desasosiego, que amenaza con au
m entar su angustia si está consciente, sino que también la medida
peijudica a los sobrevivientes que se sienten frustrados, no pudieron
asistir a su vecino o amigo, se han visto privados de una información
que los ayuda a prepararse para bien morir. Tral es quizás el único
consuelo del asilo, por lo menos allí no se muere solo. Pues el an
ciano siente la certidumbre de que va a morir desde el momento en
que franquea las rejas de la institución, penetrar en este universo
nuevo significa para él el fin de su existencia normal, la ruptura con
todo lo que le había dado un sentido a su vida.
Por o tra parte, desde el ingreso mismo “la posibilidad de la muerte
es encarada oficialmente; en efecto, el informe administrativo que se
elabora en ese momento, y que incluye datos personales del intere
sado, se completa con un rubro titulado ‘el fiador’ (esta terminología
m ayor medida que los hom bres,59 aspiran a descansar junto a su cón
yuge (y ellas mantienen las tumbas mejor que los hombres, como
un modo de perpetuar su papel doméstico); y por último son más
bien las mujeres las que aceptan hacerse en terrar en el cementerio
de la com una donde se encuentra el asilo: “prever el lugar de sepul
tura en un panteón familiar satisface la esperanza de encontrar un
sustituto de comunidad hum ana, familiar o social, de superar así la
soledad tan dolorosa de la vida, para reencontrar a los suyos más allá
de la m uerte. El deseo de tener su tumba bien situada en el cemente
rio (las avenidas centrales son las más frecuentadas), ¿no es quizás
reclam ar el calor afectivo de los suyos y la diferencia de los sobrevi
vientes, lo ha mostrado Philippe Hériat en L a fa m ilia Boussardel? De
hecho, todas estas conductas, estos deseos, estas previsiones para
después de la muerte, traducen al mismo tiempo un deseo de no
m orir definitivamente y realizan una proyección del impulso vital
más allá de la m uerte.”60
Se com prueba también que si el anciano internado habla con natu
ralidad de su m uerte, por enfrentarse frecuentem ente al falleci
miento de los otros,61 y llega hasta afirm ar que él no la teme, incluso
que la desea, esto no ocurre así con el viejo que vive en su casa; éste
habla más bien de la m uerte con palabras encubiertas: “descanso”,
“viaje”, “partida”. H. Reboul ha analizado muy bien los principales
procedimientos oratorios utilizados por los ancianos, y que son otros
tantos modos de darse seguridad: la generalización, el empleo de
perífrasis, la utilización de clisés, la personificación de la m uerte.62
La generalización reposa en la comprobación de la inevitabilidad
de la m uerte para todos; ello satisface varios objetos: “Empleada
63 La perífrasis proviene en parte del tabú: “Al no nom brar al muerto como tal, no se lo
toca”; y la perífrasis perm ite “atribuirle un nombre a la m uerte”, así como en el África negra se
le cambia el patroním ico al difunto a fin de p o d er evocarlo, ya que el tabú sólo afecta al
vocablo anterior.
64 Ij's memoires intérieurs, Flamm arion, 1966, p. 3 6 . Es curioso, subraya H. Reboul, que tres
460 LAS A C 'i'IT U D tS i'L,»\i/A M tN 'lA LES 1)£ A ii-.K i ín iY
años después Mauriac se fracturara el hom bro y no se repusiera nunca. Lo cierto es que en el
Fígaro Littéraire del 15 de noviemhre d e 1969, él retomará la misma imagen, esta vez po r su
propia cuenta.
E L ANCIANO Y L A M U E R T E 461
morboso. Los hechos clínicos dem uestran que, como ocurre con los
otros neuróticos, la obsesión de la m uerte tiene sus raíces en la infan
cia y adolescencia. Con frecuencia se vincula con sentimientos de
culpa; si el sujeto es creyente, se imagina con terror que va ser arro
jado al infierno.”68
Este miedo a la m uerte puede significar dos cosas, a veces coincide
con un am or ardiente a la vida, sobre todo en los viejos dinámicos en
perfecta posesión de sus medios, o que encuentran súbitamente un
sentido a su existencia -v éase sobre este punto el excelente filme de
R. Allio, L a vieille dame indigne-;™ pero otras veces, por el contrario,
el miedo a la m uerte, prolonga el miedo de vivir: “Al igual que los
padres, no son los esposos ansiosos los que aman más, sino los que
experimentan una carencia en lo central de sus sentimientos; las gen
tes que no están bien consigo mismas son los que rumian más asi
duamente su m uerte. Y no hay que cre e r que los que la llaman .a
gritos, com o Lam artine, la desean verdaderam ente; al hablar de ella
sin cesar, lo que revelan es cuánto los obsesiona.” 70
En los dos casos, y sobre todo en el segundo, es el miedo a m orir el
que parece imponerse sobre todo, mucho más sin duda que el miedo
a la m uerte. Y muy especialmente, com o ya dijimos, la obsesión de
morir solo, miedo a ser dejado sin cuidados, a no ser atendido a
tiempo (m uerte prem atura), tem or de ser encontrado -sob re todo
entre las m u jeres-71 en estado avanzado de descomposición (mal re
cuerdo que se le deja a los otros). De ahí la existencia de un código 72
destinado al vecindario (ventana cerrada, trapo en el balcón, esco
68 Ibid, p. 469.
69 Este filme utiliza el mismo título de la obra de B rech t (en Histoire d'Almanach, París, 1961).
La sociedad qu erría que el anciano desapareciese lentam ente en una noche de invierno, en la
soledad de su cama. La heroína que debía ir al cine esa noche, muere sentada en su sofá cerca
de su jov en amiga, m ientras que miraba por la ventana lo que pasaba en la calle.
70 S. de Beauvoir, p. 469.
Véase también L a mort et le buche ron de La Fontaine. Igualmente, un tío en nuestra familia
acaba de cum plir 81 años; desde la edad de 6 0 nos habla de su “m uerte-liberación”; dice que la
espera ‘‘con impaciencia” pues “la vida no vale la pena de ser vivida”. Y sin em bargo lo ator
menta el miedo a m orir, como lo prueba al prim er resfrío.
La m uerte desesperada de la superiora que nos describe Bernanos (Diálogo de las carmelitas):
“He m editado en la m uerte a cada hora de mi vida, ¡y ahora no me sirve para n a d a ![. . .] Yo
sólo puedo d ar ahora mi muerte, una muy pobre m uerte” (op. cit., V, 1961, pp. 5 6 -6 0) nos
demuestra que aún el cristiano convencido puede ser tomado desapercibido cuando se pre
senta la m uerte.
71 Estar bella en la m uerte es un frecuente ideal fem enino. De ahí, por ejem plo, la elección
de un vestido que se deja aparte con esc fin.
7í Código de eficacia relativa (en el caso de brusca hem orragia cerebral, por ejem p lo), pero
cuya existencia basta para tranquilizar.
EL ANCIANO Y L A M U E R T E 463
74 La prensa parisiense relató ei caso de un viejo que fue descubierto en la cama varios
meses después de su m uerte, en su casa ele los alrededores. Se descubrió su desaparición el día
en que, j>or estar vacía su cuenta haucaria, no pudieron efectuarse ios descuentos automáticos.
-101 I.AS A C T IT U D E S FU N DA M EN TA LES DE A V ER Y HOY
liberación”, “cuando tengo ideas negras, pienso en la m uerte”, “más vale m orir que sufrir", “ se
vive para m orir”, “algunos piensan en la muerte, pero a mí no m e impresiona”, “yo no pienso;
estamos aquí para dejarle el lugar a otros”; “yo ya me com pré una tumba”, “sabemos que se
d ebe m orir”; “yo pienso en la m uerte a menudo: para mí sería una liberación”; “yo no pienso
en ello; todos mueren”; “así es la vida: la muerte es la continuación de la vida. Se piensa en ella
cuando estamos deprimidos” ; “no hay que saber cuándo se va a m orir”; “ya llegará el día”; “yo
pienso en la muerte desde q u e estoy aquí; en la ciudad pensaba menos. Yo no quisiera que se
prolongara, no quisiera su frir”; “yo pienso a menudo”; “ricos o pobres, a todos nos llega: así es
la vida”; “la muerte entristece. Hay personas que murieron en esta casa y eran más jóvenes que
yo”; “no hay más remedio qu e afron tarla”. “¿En qué medida estas respuestas son sinceras? El
sujeto puede mentir por pudor, o para ocultarse a sí mismo su ansiedad, o para dar una buena
imagen. Pero su coincidencia es significativa. La muerte parece preferible al sufrimiento. Se la
evoca cuando se está deprim ido: no parece que sea la d epresión la que lo provoca, sino más
E L ANCIANO Y L A M U E R T E 465
dolor extrem os . Con toda justicia han sido condenados al oprobio los
campos de concentración de los Estados totalitarios. Pero hay un
‘cam po’ perm anente, el de los postrados. Ellos no están en condicio
nes de defenderse ni tienen quien los represente. Debemos pensar
por ellos.”76
"4 “Desde 1960 se ha op erado un bloqueo, y con él una reivindicación de lo esencial. Las
máquinas que hacen rápidam ente las operaciones simples del pensam iento no modifican nada
en cuanto a lo esencial, los progresos de la física compensan m al el retroceso de la metafísica.
Ninguna sociedad puede hacer la econom ía de un discurso coheren te sobre lo que otorga su
dimensión a la vida, entiéndase la m uerte”, op. cit., 1972, p. 87.
1.5 “Con relación al espacio diferencial, el espacio hom ogéneo especificado (visual, fálico) no
es otro que el espacio de muerte. Reducción m ortal de las fuerzas productivas. Marcha atrás de la
práctica social. Destrucción de la naturaleza mientras que la urbanidad se dispersa en un espa
cio seudonatural. Destrucción de las fuerzas productivas. Repetición de todo lo que es anterior,
presentado como ‘neo’. Autodestrucción nuclear. Autodestrucción de la vida social en beneficio
de los poderes políticos (estratégicos). Este espacio es acum ulativo: causas de m uerte. Y sin
em bargo he aquí ‘lo real’ de los realistas. El espacio visual-fálico decreta la m uerte del cuerpo
después de la del hombre, de la historia, de dios. ¿Llegará hasta la ejecución de su sentencia,
aunque sea significada?” H. L efeb v re, Espace et polüique. L e droit a la ville, II, Anthropos, 1972, p.
140.
1.6 Véase P. Bensoussan, Qui sont les drogues?, Laffont, 1973.
C uarta P arte
DE LA CORRUPCIÓN CORPORAL
A LO IMAGINARIO
1 ‘Las leyes d e la rem em oración y del reconocim iento simbólico, en efecto, son d iferen tes e»
su esencia y en su m anifestación a las leyes d e la rem iniscencia imaginaria, es decir d el eco del
sentimiento o de la huella (Pragung ) instintiva, aun si las primeras como significantes son to
madas del m aterial al cua! dan satisfacción las segundas." J . Lacan, Écríts I, Seuil, 1966, p. 243.
? G. Durand, Les s tru c tu res a n th r o p o lo g iq u e s d e l'im a g in a ir e , Bordas, 1969, p. 38.
471
X II. LA MUERTE Y EL LENGUAJE: INTRODUCCIÓN
A UNA TANATOSEMIOLOGÍA
1 Sin o l v i d a r la o p o s i c i ó n d e s p i l f a r r o (d e la s p o t e n c i a l i d a d e s ) / e c o n o m í a ( d e lo s m e d i o s ) , e l-
e r r o r c u á n t ic o d e tr a d u c c ió n a l n iv e l adn -a r n y a c it a d o s .
473
474 D E LA CO RRU PCIÓ N C O R P O R A L A LO IM AGIN ARIO
2 Para 1 1 0 ch o ca r con los lingüistas, debemos reco n o cer qué hemos introducido una distor
sión: los dos prim eros térm inos, lenguaje y leng u a, están vistos de una m anera m etafórica,
mientras que el tercero, la palabra, lo está en el plano real.
3 Mencionemos dos niveles: hablarle al muerto e n ocasión de su fallecimiento (véase A. Phi
lipe); dialogar con los m uertos en el más allá (véase J . Prieur).
LA M U E R T E Y EL LEN G U A JE 475
L a m u e r t e y e l l e n g u a je e n e l Á f r ic a n e g r a
4 “Sem iología”, Le langage, Pléiade, Gallim ard, 1 968, p. 94. Véase también A. Schafi, Inlroduc-
tion á la sémantique, Anthropos, 1968; G . Mounin, Introduction á la sémiologie, Editiohs de Min uit,
1970.
5 Sobre la m uerte en la literatura o ral negro africana, citemos: H. Abrahamson, The origin
/
DE LA C O R R U P C IÓ N C O R PO R A L A LO IM A G IN A RIO
tre los dogon (Malí), al igual que en otras regiones y entre muchos
otros pueblos, el nom bre individual expresa el alma (K ikinu-say),
mientras que la divisa provoca la fuerza vital (n am á), “evoca un pa
sado, com prueba un p resen te[. ..] convoca a un acto futuro” (S. de
Ganay). La palabra es a la vez el principio del ser y el medio de la
acción. La religión negro-africana tradicional podría definirse como
la conducta del. Verbo. Pero se puede ir más lejos. No sólo la enferm e
dad -m ental o n o - “des-fuerza”, destruye el equilibrio de las poten
cias —y por lo tanto la arm onía social—, sino que también es insepa-
rada e inseparable del lenguaje simbólico. Nosotros ya señalamos en
otro estudio6 que entre los lebu del Senegal es suficiente identificar
el R ab (antepasado que posee al enferm o), nombrarlo, para que la
perturbación psíquica desaparezca. El acto de nom brar hace en trar al
R ab desconocido en un sistema simbólico preciso, socialmente regla
mentado, donde se lo sitúa en su lugar y gracias al cual el individuo
se encuentra a sí mismo inserto en el orden social y cultural.
Por otro lado, se conoce también el papel de los ritmos y de las
diferentes “sustituciones simbólicas” en la técnica terapéutica del
N ’dop, o danza de posfesión que practican los lebu; lo que es normal,
puesto que en varios aspectos la enferm edad mental corresponde a
un “defecto de simbolización”, a una “falla que se opone a las bases
de la estructura edipiana” , según la fórmula de Lacan. Y puesto que
el nombre no sólo se limita a nombrar, sino que constituye -parcial-
m en te- al ser, actúa sobre el alma, la provoca, la obliga a una acción,
la confina en un estado, no tiene nada de sorprendente que la p ér
dida del nombre acarree profundas pertubaciones en el equilibrio de
la persona.
Si es exacto que el hecho de confesar sus faltas facilita la erradica
os Death, Studia Ethnografica Upsaliensa III, Upsala, 1951; D. Zahan, Religión, spiritualité et
pensée ufricmnes, Payot, 1971, cap. m ; L. V. T hom as, Cinq essais sur la mort africaine, Dakar,
1968, cap. in; L. V. Thom as, R. Luneau, Les Religions d ’Afrique noire, T extos y tradiciones
sagrada s, Denoel-Fayard, 1969; J. F. Vincent, Morts, revenants, sordera d'apres les primeries beti du Sud
Camrromi. Cali. Et. A lric. .‘M, IX , 1969. Vretar también G. Moore, The inuígery o f deat/i in A friam
poetry, Africa, X X X V III, I, 1968.
6 Anthrapologie religieuse d ’Afrique noire, Larousse, 1974. Como antes dijimos, todo es lenguaje
para el negro africano: el hom bre se vuelve el locutor privilegiado en un mundo que es un
tejid o de sig n ifica cio n e s; los an im ales pueden e n tr a r en el cam p o de las re la c io n e s
significantes-significado, ya sea que su com portam iento permite interpretar un hecho pasado
ignorado o mal conocido (entre los iro de Boum Le G rand en el T chad, el hecho de que una
hiena hurgue por la noche en una tum ba, indica que el difunto llevó una vida reprensible), o
bien que anuncie un.gran peligro (una lechuza que chilla, para los diola del Senegal; cam aleo
nes sorprendidos acoplándose, para los mosi del Alto Volta, significan que la m uerte está ron
dando el poblado). No es exagerado afirm ar que el negro está en estado de “diálogo perm a
nente con la naturaleza”.
LA M U E R T E Y E L LEN G UA JE 477
11 Les noms individuéis chez le Mosi, ifa n , D akar, 1963, pp. 24-25.
12 H, W ebster, Le Tabou, Payot, 1952, p. 184. Véase S. F reud, Tótem y tabú, Payot, 1965, p. 70.
LA M U E R T E Y E L LEN G U A JE 481
3. L a p alabra catártica
13 Debemos esta información a nuestro amigo y colaborador R. Luneau, quien prepara una
obra sobre el m atrim onio entre los bam bara. Señalemos que el moden thon, o brom as dürante el
fallecim iento del abuelo, no existe si se trata de un bisabuelo. Aquí no tiene lugar la familiari
dad, el bisabuelo tiene con respecto a su bisnieto la m isma actitud qu e observa co n respecto a
su propio hijo, lo que excluye toda brom a. ¿Se debe esto a que el hijo anuncia necesariam ente,
con su venida al mundo, la m uerte p ró xim a del viejo? Lo cierto es qu e la m uerte de un bisa
buelo no da lugar a ningún regocijo. Los agni de Costa de Marfil proceden de igual modo.
482 DE LA C O R RU PC IÓ N C O R P O R A L A L O IM AG IN ARIO
nietos prosiguen: “Cada día X [el difunto] dice que hace frío. Hoy es
así.” La alusión es clara, nadie es capaz de ofuscarse y la atm ósfera es
de fiesta. En un nuevo desplazamiento hacia las choza m ortuoria,
ellos entonan: “En, hijos de los m uertos, el agujero es también para
ustedes. L a tum ba no tiene un solo propietario. Hay lodo en los bor
des de la tumba, y ésta es ancha, es larga.” Si se trata de una mujer,
en el m om ento de la cuarta visita a la sepultura del difunto, se canta:
“Dientes, dientes, los dientes de X , sus dientes se parecen a los de la
hiena. P or duro que sea el hueso, X lo tritura entero con sus dientes
de hiena”, esto es una sátira al viejo que pasa su tiempo royendo; a la
larga, nada resiste a sus dientes, parecidos a los de lá hiena. Las jó
venes entran en la choza del muerto', ríen y lloran: “T enem os el
lomo quebrado” (la mujer que acaba de perder a un hijo dice tam
bién que se h a roto la espalda, pues el niño era su lom o, su descen
dencia), m ientras que fuera, en medio de tiros de fusil, los jóvenes
cantan por última vez. “M adre, Dios ha quebrado mi apoyo, y esto
me da risa.” En su concisión, este canto no deja de sorprender, el
abuelo era el amigo de su nieto, el más próximo a él. Pero hay que
reír y no tom ar su muerte en serio. Todos los jóvenes entran enton
ces en la cám ara mortuoria, ríen groseram ente, hacen bromas y chis
tes; es que im porta que el último encuentro de los nietos con su
abuelo14 sea una fiesta a imagen de las relaciones felices y familiares
que ellos tenían con él cuando estaba vivo.
Por último, al salir de la choza m ortuoria, muchachas y chicas se
dirigen a la casa del jefe del poblado y entonces se burlan a veces con
ferocidad de los parientes de la familia que vinieron a anunciar el
fallecimiento, pues “sus regalos son insuficientes”. Sin ninguna duda,
tal actitud tiene una función catártica innegable, que no deja de re
cordar la multiplicidad de térm inos del argot con que el occidental
designa a la m uerte, y las visitas repetidas al café que hace de regreso
del cem enterio. Esta “purgación” en el sentido aristotélico del tér
mino es tanto más significativa cuanto que según el principio de las
generaciones alternadas, el abuelo y el nieto no constituyen sino uno
solo. B urlarse de la muerte del abuelo significa en definitiva tomar
distancia con respecto a su propia m uerte, y por lo tanto darse segu
ridad, con el apoyo benevolente del g ru p o.15
14 Dos generaciones seguidas tienen buenas razones para ser antagónicas; p ero dos genera
ciones alternadas form an sólo una. Así, un je f e d e poblado tiene en su nieto a su representante
calificado, co n exclusión formal de su propio hijo. D urante un sacrificio en bien del poblado, si
se ve im pedido d e estar presente, será sustituido por su nieto.
15 ¿Q u é p en sar del lenguaje ejem plarizante de la ejecución-espectáculo, a la vez “intimidato-
rio” (?) y catártico? Hoy los ejemplos se m ultiplicán, desde el Sudán hasta N igeria. Así, recien-
LA M U E R T E Y E L L EN G U A JE 48 3
17 Véase H. Baum ann, Schopfung und Urzeit der M enschen im Mythos der afrikanischen V’ó lker,
B erlín, 1936; H. A braham son, The o r ig in o / Death, Studia Ethnographica Upsaliensia, I I I , Up-
sala.
lH M. Fortes, Ot’dipns an d /oh, Cambridge Univ. Press, 1959.
i LA M U E R T E Y E L LEN G UA JE 485
1. E l interrogatorio al cadáver
111 Véase V. Gorog-Karady, Noirs et blanca. ¡J'urs rnppnrts á traners la littérature órale africaine,
T esis ücr. ( irlo, i riii-, 1973, [>|>. 438 y .v.v.
20 Aquí la señal continúa al indicio. “ La señal puede ser definida com o un indicio artificial,
es decir com o un hecho (perceptible) q u e suministra una indicación y qu e ha sido producida
expresam ente para esto” (L. J . Prieto, M essages et signaux, puf, 1966, p. 15).
El interrogatorio al cadáver es bien co n ocid o de los lobi, los baule, los kisi. Véase L. V . T h o
mas, Une coutume africaine: l'interrogation du cadmire, Bull. Soc. T hanatologie, I, ju n io de 1972,
1.0-25.C .
486 DE LA C O R R U P C IÓ N C O R PO R A L A LO IM A G IN A RIO
21 Si el que ha provocado la m uerte es un Boekiin ofendido, los parientes del m uerto debe
rán implorar su perdón m ediante ofrendas y sacrificios. Si el culpable es un hom bre, se pondrá
en movimiento el m ecanism o habitual de la justicia.
22 "Com m ent il parle” , en L e Monde Noir, Prés. A fric, núms. 8-9, Seuil, París, 1950, pp.
62-63.
LA M U E R T E Y E L L E N G U A JE 487
3. E l silencio 27
1. Oposiciones culturales-topológicas
• B ajo (residencia de los antiguos vivos) ¡alto (dominio de los vivientes actua
les); adelanteItrás; derecha/izquierda, que especifican, por ejemplo, al
habitat del Betammaribe (o Somba) del Dahomey.29
• Cementerio-selva (naturaleza) ¡chozas-poblados (cultura): la selva, do
minio d e lo desconocido, es también la de los bebés-agua, como dicen
los venda de Rodesia (bebés cósmicos) y a veces de los antepasados;
mientras que el poblado o naturaleza domesticada (es decir, cultura) es
28 D. Zahan, Religión, spiritualité et pensée africaines, Payot, 1970, p. 185.
29 Véase especialmente P. M ercier, L ’habitation a étage dans l'Atacora, E t. Dahom éennes, X I,
Porto N ovo, 1954.
LA M U E R T E Y EL L E N G U A JE 491
30 Por regla general el cadáver es enterrado, este retorno a la tierra madre (lugar de resi
dencia de los antepasados) proveedora de alimento, com o dicen los sara del Tchad, ad opta
form as diversas que no podem os mencionar aquí. Sin em bargo se evita el contacto inm ediato
con la tierra (se utiliza un sudario, el cadáver se deposita en una tinaja o en un nicho cuya
entrada se cierra, o bien se lo deja recostado so bre los restos de una termitera). Los kikuyu
(Kenia), por el contrario, exponen a sus muertos a las hienas, com o hacían los antiguos persas
con los perros. A fin de evitar toda contaminación (nadie qu erría a un muerto en su cam po) y
la intervención de las hienas, los dogon de la m eseta (Malí) depositan los cadáveres e n los
orificios de los acantilados. Los diola (Senegal), q u e quem an a los leprosos, abandonan e n el
bosque a los “malos” m uertos; los buma del Zaire entierran a los “buenos” en la Sabana y a los
“malvados” en la selva, etcétera.
31 C. Pairault, Boum Le Grand, ViUage d’Iro, París, Instituto de Etnología, 1966, pp. 321-322.
DE LA C O R R U P C IÓ N CO RPO RA L A LO IM A G IN A RIO
2. Oposiciones no topológicas
:S2 Más adelante nos referim os expresam ente (en el capítulo sobre el símbolo) a la oposición
Tierra no cultivada-joven virgen-alimento erado (Tierra cultivada-mujer encinta (o ya madre)-alimento
cocinado.
Xi Primera parte, capítulo m.
■t4 Capúulo i\.
Primera p an e, capítulo tv, y cuarta parle, capítulo m il
38 Niño anormal, poseído por el espíritu de un antepasado. Véase Z. Zempleni, J . Rabain,
“ L’cnfant Nit Ku Ron. Un tablean psychopatbologique traditionne! che/ les W olof et les Lebou
du S énégar, Psychojmthologie, a/n cain e, 1, 3, 1965, pp. 329-342.
LA M U E R T E Y E L LEN G U A JE 493
37 La religión dans son essence et ses manifestasions, Payot, 1955, pp. 207-208.
494 D E LA C O R R U P C IÓ N C O R P O R A L A LO IM A G IN A RIO
LA M U E R T E Y E L LEN G U A JE 495
L a M U E R T E Y E L L E N G U A JE EN LA S SO CIED A D ES O C C ID E N T A LE S
En esta llamada, el autor enum era alred edor de treinta térm inos y expresiones del habla
popular francesa, que significan “m orir” y “matar”. Algunas no tienen traducción castellana.
In clu im os, po r vía de ejem plo, la traducción literal de las que pueden darnos una idea aproxi
mada. M orir: deshelarse, quem arse, brincar, estirarse o atiesarse, levantar la sesión, beberse el
caldo de las once, tragarse la mascada (d e tabaco) o el acta de nacimiento, m asticar tierra,
encogerse, hacerse polvo, cortar el chiflid o; etcétera.
“La expresión ‘romper su pipa’ aparecía ya en los libelos co ntra Mazarino: ‘rom per el tubo (o
el caño)’. Sin embargo, se ha dicho que esa expresión se originó cuando, al m orir el matemático
Euler, se le rompió la pipa que tenía en l a boca. Según otra versión, la expresión proviene de
que el actor Mercier, mientras rep resen taba el papel de Jea n B a rt, llevaba una soberbia pipa en
la boca, y m urió en escena, padeciendo l a doble desdicha de rom p er su pipa y d e m orir.” R.
S.ibatier, Dictionmnn' de la mort, A. M ichel, 1967, p. 470.
Para m atar se dirá tam bién: reducir, sulfatar, desoldar, destituir, hacer rodar, jeringuear,
congelar, etcétera.
49 8 D E LA C O R R U P C IÓ N C O R PO R A L A LO IM A G IN A R IO
Y o: M ich e l, tu m a d re m e p r e g u n ta a m e n u d o p o r q u é m e d io s se e sta b le ce n
n u e stra s c o m u n ic a c io n e s .
M ic h e l: D ile a m am á q u e tú e m ite s o n d a s y yo las p e r c ib o .
Yo: ¿ H a y p o r lo ta n to u n a lo n g itu d d e o n d a ?
M ic h el: A sí es.
Y o: ;N o es só lo m i d e s e o d e c o m u n ic a rm e c o n tig o el q u e c r e a estas resp u esta s?
M ic h el: E l d e se o c r e a la “ lo n g itu d d e o n d a ” . T ú h a s e n c o n tr a d o la lo n g itu d de
o n d a . Y o soy tú y tú e r e s y o ; to d a s m is re sp u e sta s d e p e n d e n d e tu s p re g u n ta s.
Yo: ¿ D e p e n d e n ?
M ic h el: S ó lo p u e d o d e c ir te lo q u e tú e re s ca p a z d e t r a n s c r ib ir .
44 Véase por ejem plo M. Ébon, Dialogues anee les morts?, Fayard, 1971.
45 M. É bon ,op. cit,, 1971, cap. i, “L a sé a n c e d e l’évéque Pike". Véase P. M israk iy J. Prieur,op.cit.
48 Belline, L a troisieme oreille, R. L affon t, 1972, pp. 133-136. H abría que recordar también el
LA M U E R T E Y EL L E N G U A JE 499
O los de P. de La T o u r Du Pin:
49 Sin em bargo, parece que los holandeses soportan de muy mala gana los pocos m inutos de
silencio en m em oria de sus 2 0 0 mil muertos de la última guerra, en la víspera de su fiesta
nacional.
500 DE LA C O R R U P C IÓ N C O R PO R A L A LO IM A G IN A RIO
50 Se puede decir que para el occidental, el continente (tumba, panteón) termina por p re
dom inar sobre el contenido.
LA M U E R T E Y E L LEN G U AJE 501
52 En Á frica, adopta la form a del lenguaje específicam ente oral del mito-relato o del saber
que los viejos sabios poseen, maestros del saber profundo que revelan en las iniciaciones.
53 Ya hemos hablado de los manuales escolares y de su m anera de presentar la muerte del
hom bre y la del anima) (primera parte, capítulo m).
54 El lengu aje lúdico propio de la m uerte es muy reducido en África, es el dominio de los
cuentos o de las fábulas, de las adivinanzas o d e los enigmas, de ios proverbios. En cuanto a la
m uerte-espectáculo, ya sabemos que ella tiene valor de ritual (iniciación, catarsis de los funera
les).
55 Rabelais habría dicho al morir: “Bajen el telón, la farsa ha term inado." Con más seriedad
habría agregad o luego: “V oy a buscar un gran quizás.'
56 Grimod de la Reyniére envía a sus am igos la participación que anunciaba su propia
m uerte. El día de los funerales, los amigos se en con traron con un ataúd recubierto de un paño
negro en una habitación adornada con colgaduras fúnebres. Entonces un valet anunció: “Los
señores están servidos.” Y e n un com edor transform ado en capilla ardiente, Grimod en actitud
brom ista los aguardaba, sentado a la mesa. A l principio rieron de la ocurrencia, pero se dice
que la com ida fue lúgubre,
57 Sería interesante analizar las participaciones, form ato y dimensiones, estilo y presenta
ción, redacción y contenido del texto, ectcétera.
DE LA CO RRU PCIÓ N C O R PO R A L A LO IM A G IN A RIO
60 Esto aparece con mayor frecuencia e n las cerem onias de aniversario: “Para el [equis]
aniversario de la muerte de [ . ..] se les pide un pensamiento am istoso a todos los qu e lo cono
cieron y am aron” ; “un pensam iento piadoso se pide el [ . . .] para el [equis] aniversario de
[ . . .] ”, etcétera.
61 El lenguaje de las flores m erecería u n largo análisis (“el don de vivir ha pasado a las
flo tes”, escribió Valéry en el Cimetiére M arin.) Flores blancas para los jóvenes, flores de color
(rojas o malvas sobre todo) para los adultos. Se ha dicho.que la escabiosa de flores violeta
oscuro es la flor de las viudas. Es sabido el lugar que ocupan en las coronas fúnebres el clavel,
la rosa, el iris y el crisantemo. En el África no hay flores para los m uertos (salvo en los medios
urbanos aculturizados).
506 DE LA C O R R U P C IÓ N C O R PO R A L A LO IM A G IN A R IO
64 Recuérdese la frase de Bossuet: lo que queda del vivo cuando muere “no tiene no m bre en
ninguna lengua” . El em pleo de la perífrasis en Á frica sólo tiene lugar si se trata del falleci
miento de un rey o en caso de mala m uerte.
65 Sabemos que se evita hablarle de muerte a un m oribundo y a su sobreviviente. E n el
nuevo ritual fun erario protestante, la muerte es solam en te "señalada", el difunto “record ado",
la liturgia “psicologizadora y aseguradora”. El m édico, p o r su parte, se refugia en un lenguaje
altamente técnico. E n nuestras iglesias, siempre los serm ones sobre la muerte han sido ra ro s e
insípidos. ¡Se puede hablar aquí de lenguaje perdido \
66 Hay por cierto desigualdades en el África n egra, no de origen económico (salvo en las
ciudades), sino culturales. Tales desigualdades están ligadas al m orir (buena y mala m uerte), al
estatuto social (m uerte del niño o del viejo; muerte de una persona común o muerte del rey), y
al desigual acceso a la ancestralidad (los difuntos desprovistos de progenitura o privados de
funerales se convertirán en espectros y desaparecerán.)
508 DE LA C O R R U P C IÓ N C O R PO R A L A LO IM A G IN A RIO
67 Véase nuestra segunda parte, cap. II. Sin embargo recordem os algunos datos significativos.
“ La reabsorción de la desigualdad ante la enfermedad y la m uerte, cualesquiera que sean las
medidas compensatorias que adopte el Estado (la Seguridad Social francesa está considerada
com o un modelo), hoy está todavía en sus comienzos. L a esperanza de vida en 1955 iba desde
los 60/62 años para los peones hasta 72/74 para la profesiones liberales, pasando por la je r a r
quía social más explícita: mineros (58/61), obreros (63/65), comerciantes (65/67), em pleados
(68/70). La mortalidad infantil entre los peones es tres veces superior a la de las'profesiones
liberales. De una m anera general, la mortalidad de los once primeros meses es cinco veces
m ayor entre los hijos de peones, y siete veces más m arcada entre los mineros, que en tre los
hijos de integrantes de profesiones liberales.” La desigualdad social puede también trasladarse
al plano geográfico, el norte y el Paso de Calais tienen una “supermortalidad” destacable; la
región parisiense, el porcentaje más débil de Francia. Interviene toda una serie de (actores en
la determinación de esta dem ografía de la desigualdad. La implantación de métodos de trata
miento (materiales y hum anos) es sin duda un elem ento fundam ental de una estrategia “libe
ral” del homicidio involuntario perpetrado por laclase d om inante. Véase J . C. Polack,op.cit., 1971,
p. 33 y ss.
68 Op. cit., 1966, pp. 41-42.
69 G. Mauco, Le Monde, 23 de marzo de 1973.
Cuando mueren cinco negros africanos el 4 de enero de 1970 en el incendio de un cam pa
m ento de casuchas en Aubervilliers, toda la opinión se estrem ece. Pero sólo irán a despedirlos
bajo la nieve algunos cientos de sus compatriotas a n L e s d e que fueran conducidos al Instituto
M édico-Forense. Durante el entierro, la multitud tuvo la misma excitación cuando la cerem o
nia se desarrolló según los ritos musulmanes: formas veladas de blanco, llevadas por cu atro
LA M U E R T E Y E L LEN G U A JE 509
hombres, lo que puso de manifiesto toda la reticencia de la sociedad francesa p ara aceptar una
imagen de la m uerte que no esté de acu erd o con la suya, aún en las circunstancias más abru
madoras. Véase M. Marie, Par-delá le miroír. On croit p arler des immigrés alors qu'en f a i t .. . tesis de
doctorado del 3er. ciclo, e p h e , 1 9 7 4 : “L o s cinco negros muertos asfixiados en u n tugurio de
Aubervilliers, com o tres años después lo s ocho árabes muertos en Marsella, recu erd an que al
margen de la lógica reconocida del aparato de producción, irrumpen en el orden social aconte
cimientos brutales (que llevan consigo un contenid o salvaje), y entonces ese ord en social genera
de apuro toda una serie de emplastos p a ra tratar de cubrir las brechas. Del lado gubernam en
tal: después de Aubervilliers, se pone en m archa la política de eliminar los barrio s miserables:
discursos y ‘visitas’ del señor Chaban-Delmas, creación del g i p , disponibilidad d e fondos espe
ciales [ . ..] después de los asesinatos de M arsella, el presidente de la República, señ or Pompi-
dou, envía un m ensaje de simpatía al de A rgelia, señ o r Boum edienne. Pero tam bién se ve algo
parecido en las organizaciones de izquierda: alertan a la opinión pública [ . ..] y reclam an la
aplicación inm ediata por los poderes públicos de la ley del 1 de julio de 1 9 7 2 q u e sanciona las
incitaciones y la difam ación dirigidas c o n tra los trabajadores inmigrados (sic), y en tonces orga
nizan una jo rn a d a nacional de solidaridad, pues ‘el racismo divide, el racismo m a ta ’. ’
70 El caso de una portuguesa casi arru in ad a po r el entierro de su m arido, m uerto en el
hospital, fue referid o en mayo de 1970 p o r un diputado del Val d’Oise. Esta em isión televisiva
tuvo gran resonancia.
71 J . P. C lerc, “Las exequias, com ercio o servicio público”, he Monde, 23 de octu bre de 1970,
página 26.
Igualm ente los hindúes carentes de fo rtu n a no pueden aspirar a la incineración, y entonces
sus cadáveres son abandonados a los anim ales o arrojados al río. Entre nosotros, existen desde
el humilde ataúd de pino hasta el féretro de roble co n agarraderas y crucifijo d e gran precio.
510 DE LA CORRUPCIÓN C O R P O R A L A LO IM AG IN A RIO
72 Tam bién se encuentran los cementerios de precio único (Thiais, Bagneux, Ivry), prolonga
ción délos HLM, por oposición a los cem enterios d e tres categorías o Samaritaine de Lujo (M ontpar-
nasse, Pére Lachaise, Montmartre); L. Doucet, 1974, p. 128.
73 G. B astid e, “Le sens de la mort”, en É changes, 9 8, París 1970, pp. 11-13.
LA M U E R T E Y EL LEN G U A JE 511
74 Véase M. Herr, “La nouvelle im m ortalite’, L e Pélerin du 20e. suele, 15-6-í 969 : “Podemos
im aginar, dice, lo que sería nuestra religión católica si la televisión hubiera existido cuando
Cristo estuvo en la tierra.”
75 Razones religiosas (falta o transgresión, castigo del pecado) razones biológicas (teorías del
envejecim iento), razones psicológicas (instinto de m uerte en Freud). El marxismo no está tan
lejos del psicoanálisis como se podría cre er, puesto que se trata d e las fuerzas de destf-ucción
que no son derivadas: no relaciones de producción que se subvierten; unas serían tan primiti
vas y fundam entales como las otras. Véase D. Domarchi, op. cit.
78 El tema de la muerte injustificada e injustificable aparece claram ente en Cavanna (“No lo
lie leído, no lo he visto, pero he oído hablar de é l”, Chatlíe Hebdo, 4 0 , 23 de agosto de 1971):
“ Nacer para m orir, ¡qué porquería! Así es, no lo dudes; toda la gente ha pasado por eso desde
512 DE LA CO RRU PCIÓ N C O R P O R A L A LO IM AG IN A RIO
vida y ritualizada acap ara más bien el segundo. También aquí ocu
pará nuestra atención la com paración en tre la actitud negro-africana
y la posición del occidental.2
La SIM B Ó L IC A N E G R O -A FR IC A N A 3
/ r'
1. Connotación simbólica
8 Se puede asegurar, sin tem or a incurrir en herejía, que el símbolo religioso expresa el
esfuerzo por rom per las fronteras estrechas de ese “ fragm ento” que es el hombre, con el fin de
ligarlo con algo que lo sobrepase, particularm ente las potencias numinosas. El térm ino símbolo
¿no evoca la idea de reunificación'í En un sentido - y haberlo subrayado es el mérito de Lévi-
Strauss-, la sociedad en tera es simbólica y el pasaje de la naturaleza a la cultura supone necesa
riamente la aptitud p ara el m anejo del símbolo, sin el cual no podría haber sociedad. Sin
embargo, la insuficiencia del estructuralismo en relación con nuestro tema, es que se interesa
sólo por las reglas de circulación de los símbolos: intercam bio de m ujeres en la alianza m atri
monial; de «bjcios y bienes en las relaciones económicas -¿ q u é hay más simbólico que la “m o
neda”?-; d e las palabras y las frases en el lenguaje. Hay qu e ir más lejos si se quiere ten er
alguna posibilidad de en co n trar la significación -con cebid a o vivida- de la acción sim bólica.
518 DE LA C O R R U P C IÓ N C O R PO R A L A LO IM A G IN A R IO
9 A los difuntos kotoko (Tchad ) se los depositaba en otro tiem po, acurrucados, en una
vasija de tierra cocida, cuyo fon do estaba cubierto de cenizas provenientes de los sacrificios; se
cubría la vasija con otro recipiente sellado, en posición contraria al primero, cuello co n tra
cuello. El sexo del difunto se indicaba en la jarra inferior: para las mujeres, se representaban
los senos mediante dos protuberancias, y el sexo p o r una luna creciente. T re s protuberancias
permitían reconocer el cadáver de un hombre. P o r otra parte, las cifras mágicas son dos p ara
representar a la m ujer y tres para representar al hom bre.
:0 Tum bas de reyes, de je fe s , cor. frecuencia en terrados en lugares especiales.
11 Estatuillas funerarias, ataúdes de los antepasados (fang del Gabón), diversos relicarios
(iba-teke, ba-kota). Entre los bum a del Zaire, se elegía una bifurcación para las mujeres después del
parto; y allí enterraban la placenta de los gemelos. E sta bifurcación (m afum a) simboliza la posición
de parto. La tierra m adre acogía de ese modo a los gemelos difuntos. Sobre una term itera, las.
m ujeres hundían varitas a las que estaba adherida una cinta de tejido rojo. Allí serán plantados
m aníes, que cualquier pasante podrá cosechar. Para d ejar indicado el lugar, a veces invadido por
las malezas, se depositan bloques de term itera. Recordem os también el pape! del árbol: en los mitos
(el del balanza de los bam bara en Malí, que fecundaba a las m ujeres y las rejuvenecía y evitaba la
m uerte nutriéndolas con sangre hum ana); en los ritos (el tronco hueco de los baobas servía de
sepultura a los poetas-m úsicos-brujos serer en el Senegal).
12 P. Erny, L ’enfant el son milieu en Afrique noire, Payot, 1972, p. 230.
DE LA C O R R U P C IÓ N CO RPO RA L A L O IM A G IN A RIO
i
LA M U E R T E Y LO S SÍM B O L O S 521
14 Hertz, Contribution a une étude sur la représentation collective de la mort. A nnée sociologique,
X, 1 9 05 -1 9 06, p. 124. Véase también en Sociologie religieuse et folklore, p u f , 1970, pp. 1-83,
15 Los malgaches tenían un rito muy interesante. EÍ tromba, nacido en país sakalava, es un
culto de posesión en el que la persona de los reyes o d e los antepasados ilustres se reencarna en
tal o cual m iem bro de la comunidad, con excepción de su propia familia, y p o r este medio
transmite los oráculos, dicta remedios, am onesta a los contraventores y recibe las ofrendas d e
todos. Anim a a este rito la necesidad de com unicarse con los antepasados y el cuidado de
realizar m ejo ría vicia terrestre, rito que no solam ente ha sobrevivido ala desaparición d élo s reyes
sakalava, sino que se ha expandido por lod o Madagascar.
522 DE LA C O R R U PC IÓ N C O R PO R A L A LO IM AG IN ARIO
16 E n tre los dogon, se entierra al m uerto envuelto con bandas, menos el índice derecho, que
se lo d eja libre para d ar la impresión de que está vivo y para que señale al enventual responsa
ble de su m uerte.
17 Se encuentra una actitud parecida en tre algunos m algaches. “Reubiquemos el cad áver en
su ascendencia. El grupo de los descendientes se construye sobre la ficción de la presencia d e los
Antepasados que mediatizan todas las relaciones entre los padres. El cadáver se vuelve ese
m ediador personalizado, de modo que sólo se puede com prend er lo que pasa refiriéndolo a la
coherencia de esta presencia ficticia. Ella se construye sobre la negación de la ruptura introdu
cida po r la m uerte, la negación de la separación de este miembro del grupo fam iliar con los
suyos. Este rechazo d e la ruptura introducida por la m u erte produce la perpetuación d e la
condición de descendientes, la ficción que está en la base de la comunicación interna del linaje
se construye en torno a esta condición com ún, en la cual se encuentran integrados vivos y m u er
tos. A parece entonces com o un error hacer poseedores de la autoridad absoluta a los antepa
sados de los padres, pues tienen una posición de descendientes. Si ocupan un lugar privile
giado en la relación con la divinidad, verdadera dueña d el poder, es en esta condición. E n ella
se conserva el lazo en tre los vivos y los m uertos; el linaje sólo puede existir por esta p erpetu a
ción más allá de la m uerte del personaje d el descendiente. El entierro tiene por objeto asegurar
esta perpetuación. Se coloca al m uerto en la situación de procreación de donde em erg e el
descendiente; a través de este nuevo nacim iento, su existencia se va a perpetuar y será d e la
misma naturaleza que la que tenía en su vida terrestre. Así, la muerte es superada a través de
un nacim iento nuevo, y la condición de descendiente, qu e se conserva, permite la perpetuación
del lazo en tre los vivientes y este m uerto. Y así se hace posible la existencia misma del lin aje.”
G. A lthabe, Oppression et libe'ration dans 1‘imaginaire, M aspero, 1969, pp. 142-143.
LA M U E R T E Y LO S SÍM B O L O S 52 3
sus defectos físicos, y lleve eventualm ente su caña o su lanza; los hijos
del difunto lo llamarán “padre”, las esposas “marido”. Los yoruba
(Nigeria, Dahomey) conservan una práctica en la cual 'un hombre
enmascarado simboliza al m uerto, tranquiliza a los sobrevivientes so
bre su nuevo estado y les prom ete una abundante progenitura.
Hay procedimientos simbólicos de negación o de incorporación,
que protegen contra la extinción de la personalidad, pues la muerte,
no lo olvidemos, se adhiere siempre al individuo. Esos ritos le permi
ten al grupo recobrar su unidad y su estabilidad, por un instante
perturbadas.
Los cultos de las reliquias (la parte simboliza al todo) obedecen a
esa misma finalidad, se trata frecuentem ente, ya de objetos que p er
tenecieron al difunto, en especial las armas; ya de símbolos aptos
para “provocar una presencia”; ya de osamentas, particularmente los
cráneos, y en medida m enor las tibias; de ahí el cuidado vigilante con
que los ba-teke y los ba-tongo (Congo y Zaire) conservan “el cesto de los
antepasados” .
Asimismo las poblaciones del Gabón utilizan relicarios de corteza o
de fibra (cajas de byeri de los fang, ngondo de los mitsogo del Gabón)
las más grandes de las cuales quedan en la casa, mientras las más
pequeñas pueden transportarse. Tam bién en las cabañas de reliquias
(las igondja de los mpongwe del Gabón), se depositan los cráneos, a
veces teñidos de rojo, sobre un lecho de gala, recubierto de esteras
de rafia violeta oscuro; y se encuentran igualmente altares iniciáticos,
especialmente los del bwiti, que guardan los cráneos de los antepasa
dos. i
O tra técnica em parentada con la presentificación de los muertos uti
liza las máscaras. Éstas aparecen pintadas generalmente de blanco,18
color de los difuntos (por esto es que a los europeos19 y a los albinos
se los considera a veces antepasados reencarnados); o bien adoptan
una form a animal (la máscara de aspecto animal “no representa a un
animal m u e rto [. ..] representa el antirrostro de un antepasado”).20
También pueden .reproducir rasgos humanos, donde el parecido con
el modelo no tiene ninguna importancia (al contrario, la sugestión
simbólica predomina sobre el parecido fiel, por lo demás hipotético
cuando se trata de un antepasado lejano). Más exactam ente, la más
cara tiene mayor potencia evocadora si el sacerdote o el artista le dan
un nom bre (poder de encantamiento del verbo), que si la lleva un
danzante.
Todo africano “es plenamente consciente de que hay un ser hu
mano debajo de su máscara. La mayoría de los espectadores hasta
pueden reconocer su modo de andar, su complexión. Pero se cree
posible hacer que el espíritu del m uerto se encarne mientras dura la
danza, poseyendo al bailarín enm ascarado”.21
A veces no se trata de^ m áscaras, sino de estatuillas. Lós mina del
T ogo y de Dohomey pfesentifican a sus difuntos bajo la form a
de figuritas de m adera, a las que se viste y se baña, y se les ofrece de
beber y de com er, como si se tratase de vivientes auténticos.
Por último, los ritos de conjuración de la tristeza adoptan a veces
una form a inesperada, cuyo fin principal es el dotar de progenitura
al m uerto. Entre los nuer (Sudán), numerosos bantús y algunas po
blaciones del Alto' Volta y de Dahomey, si el difunto no tenía hijos,
un miembro de su familia, con preferencia su herm ano, copula con
la viuda (casamiento fantasma), y los hijos que nazcan de esta unión
pertenecerán efectivamente al difunto (pater, pero no progenitor); y
ellos proseguirán la existencia de aquél aquí abajo y le darán seguri
dad en su vida futura. Lo mismo si la que muere es una mujer, su
esposo tendrá relaciones sexuales con la herm ana de la difunta; y los
hijos que vengan al mundo tendrán a la m uerta como m adre (mater),
mientras que la generadora real se limitará a su función de tía ma
terna. En ningún caso se trata de un casamiento efectivo, como ocu
rre en el levirato y el sororato.
13 Un relato bien conocido en el Zaire relata cómo los primeros europeos fueron honrados
con el nom bre de héroes tribales recientem ente desaparecidos. Además, el cadáver que queda
en el agua se vuelve blanquecino: de ahí la asimilación frecuente del blanco europeo con un
espíritu acuático, como en tre los pigmeos. E n tre los bangala del Zaire, el dios Ilianza vive en el
agua. Por eso es bastante natural que lo imaginario local ¡isocie a los blancos, que “han salido
del agua”, con ciertos atributos de la divinidad.
20 J . Ja h n , Muntu, Seuil, 1961, p. 194.
21 U. B eier, The Egu cult in N igeria, Lagos, 1956.
LA M U E R T E Y LOS SÍM B O L O S 525
22 L. V. T hom as, “L’ethnologue devant la m ort", en M ort naturelle et mort violente. Suicide ¿t
sacrifice, op. cit., 1972, pp. 157-185.
El recurrir a los antepasados sigue estando presente en las técnicas de curación de hoy. “La
presencia viva del espíritu de los antepasados, al legitim ar la ciencia de los psicoterapeutas
modernos o tradicionales y su poder, les co n fiere esta humildad de qu e tienen necesidad los
impulsos inhibidos del en ferm o para mostrarse, llegado e l gran día de las confesiones.” M.
Makaug Ma Mbog, “C onfiance e t résistances dans le traitem ent des malades en psychopatholo-
gie africaine”, en Psychopathologie africaine, V III, 3, Dakar, 1972, p. 424.
23 R. Jaulin, I.a m orí a a r a , P lon, 1967, p. 26.
24 L. V. Thom as, Les D iola, 2 t., Ifan, Dakar, 1958. Véase también “Introduction a lEthno-
thanatologie”, en Ethno-psyehologie, I, marzo de 1972, pp. 103 -123.
526 DE LA C O R R U PC IÓ N C O R P O R A L A LO IM A G IN A R IO
R it o s d e d u e l o y m u e r t e s im b ó l ic a
E l álgebra ritual del duelo: ritos bantús. Con mucha profundidad E. Or
tigues se ha dedicado, en un texto inédito,26 al estudio estructural de
los ritos m ortuorios bantú. Reproducirem os solamente lo esencial de
esos trabajos.
Nos dice antes que nada que la form a general de estos ritos giran
en torno a una oposición central; la clase de los vivientes y la clase de
los muertos (o más exactam ente, el tiempo de los vivos y el tiempo de
los m uertos). Luego hace el inventario de otras elecciones de valores
concretos utilizados por el rito. Así vemos que estas elecciones se ex
presan mediante una serie de prohibiciones o de tabúes que atañen a
25 Se trata solamente de los parientes próxim os del difunto. Las m ujeres y los niños del
pohlado participan efectivamente en los cantos y d a n z a s .
26 Ortigues, ¿ a notion d'inconsáent et la pensée moderne, mim eografiado inédito, Dakar, 1962.
LA M U E R T E Y L O S SÍM B O LO S 527
27 En un plano bastante próxim o, véase J . Lemoini, "In itiatio n du m o rt’, Lhom m e, ju lio-
septiem bre ele tí)72, pp. 8 4-1 1 0 (se ttata de los m eo vietnamitas).
LA M U E R T E Y L O S S ÍM B O L O S 529'
cer escuchar ruidos lúgubres, tal es el precio que hay que pagar para
renacer a la vida verdadera: “ P en etraren el vientre del m on stru o-o ser
simbólicamente ‘enterrado’, o encerrado en la cabaña iniciática—equi
vale a una regresión a lo indistinto primordial, a la noche cósmica. Salir
del vientre o de la cabaña tenebrosa, o de la ‘tumba’ iniciática, equi
vale a una cosm ogonía. La m uerte iniciática reitera el retorno ejem
plar al Caos, de m anera de hacer posible la repetición de la cosmo
gonía?, y p rep arar el nuevo nacim iento.”29
Los símbolos del renacimiento (muerte trascendida). Citemos antes que
nada la desnudez. Al entrar en el recinto sagrado, los neófitos aban
donan sus vestiduras; quedan desnudos, como los niños que acaban
de nacer, pero también como los prim eros hombres en el “naci
miento de la hum anidad”.30 “Mediante las vestiduras de hojas y de
fibras que se colocan en seguida, reproducen otro estadio de la evolu
ción de la cultura primitiva, significando con ello que son hijos del
mundo salvaje, de la selva, por lo tanto del otro mundo.”31
R. Jaulin ve en la piel de cabrito, vestimenta tradicional de los sara
(T ch ad ), que se usa también d u ran te el Yondo (iniciación), una
prueba de la voluntad de inadaptación de éstos al contexto moderno.
Además, el nacimiento ritual no es individual. “Nacidos colectiva
mente, los neófitos son todos herm anos gemelos; salidos al mismo
tiempo de las entrañas de la tierra ancestral, ya no son los hijos de
una pareja, sino del grupo ciánico o étnico entero. La desnudez sim
boliza la fraternidad que liga de ahora en adelante a todos los que
pertenecen a una misma clase de edad; indica que ya no puede ha
ber secretos entre ellos, ninguna vergüenza, que nada los separa y
que están dispuestos a exponerse y entregarse sin ninguna resisten
cia a la influencia de sus com pañeros, al renunciar entre ellos a esta
barrera, a esta protección física y social que constituye el vestido. La
desnudez evoca también los baños y las purificaciones a los que fue
ron sometidos regularm ente durante su periodo preparatorio. Re
presenta a la vez la asexualidad, la inocencia del niño, y la vida se
xual a la que introduce la madurez social.”32
Por último, en el momento de volver a salir, y luego de haber
20 Mircea Eliade, Le sacre et le profane, Gallimard, 1965, p. 166. Véase también G. D urand, Les
structures antliropologiques de l’im aginaire, Bordas, 1969, pp. 129-134.
30 “Estar desnudo es estar sin hablar”, declaraba O gotem m éli a Griaule (Dieu d'eau, 2a. ed.
Fayard, 1966, p. 77). “E l paño se ciñe b ie n [. . . ] p ara que no se vea el sexo de la m ujer. Pero a
todos les da ganas de ver lo que hay debajo. Y ello debido a la palabra que el nommo ha puesto
en el tejido. Esta palabra es el secreto de cada m u jer."
31 Veremos que la desnudez puede ser tam bién simbolizar el duelo. P. Erny, op. cit-, 1972, pá
gina 238.
32 P. Erny, ibid., p. 238.
LA M U E R T E Y LO S SÍM B O L O S 531
1. E l desorden
¿La m uerte no aparece como la form a más dramática del desorden?
¿la que ataca no importa a quién, ni dónde ni cuándo? ¿la que des
truye la unidad del grupo y separa a los que se aman? ¿la que pone
un térm ino a lo que hay de más precioso, la Vida? Ciertam ente, el
desorden de la muerte sería escandaloso si no aportara algún benefi
cio: renovar a los vivientes,35 aum entar el número de antepasados
protectores. Y puesto que el mal existe, hic et nunc, hay que fundarlo
metafísica o míticamente (lo que viene a ser lo mismo), y por lo tanto
justificarlo, generalizándolo. A ceptarlo o expresarlo, ¿no es ya supe
rarlo un poco? Lo cierto es que el desorden ontológico que repre
senta la m uerte, se traduce por un desarreglo social (separación, do
lor y duelo), siígerido por el sorprendente y sistemático desorden
que caracteriza a los funerales, o por la anomia generalizada que se
instala por un tiempo después de la muerte de un rey.
Insistamos en este punto, ju n to al desorden de expresión (o de con
firmación) que alude a la fuerza desorganizadora de la m uerte, se
sitúa el desorden de superación, o al menos de recuperación. En efecto,
el desorden de la muerte sería irremediablemente pernicioso si el
grupo no propusiera alguna salida. A fin de que la m uerte pierda su
fuerza destructiva, se presentan diversas posibilidades en que el sím
bolo encuen tra su eficacia. Es lo que se podría llamar la teatralidad
simbólica.
L a burla. Ya hemos mencionado este procedimiento. Muy a me
nudo, durante los funerales, se rem eda a la muerte ritualm ente:
comportamientos aberrantes, conductas bromistas u obscenas, disfra
ces ridículos,36 conversaciones incoherentes. La intensidad dramática
de tales actitudes cumple una función catártica innegable.
35 lisio puede hacerse de diversas m aneras. Por .sustitución: es el lema de la sucesión de las
generaciones. Por reencarnación: el difunto puede renacer, en efecto -seg ú n reglas que no po
demos explicar aqu í-, en su nieto o nieta, ya sea total o parcialmente, ontológica o simbólica
m ente. Por reorganización: los elementos constitutivos de la persona después de la separación que
es la m uerte, son suceptibles de agregarse de otro modo y participar así d e varias nuevas
entidades personificadas.
36 Algunas poblaciones malgaches (norte de Tam atave), durante los funerales, llaman a un
LA M U E R T E Y LOS SÍM BO LO S 533
bufón (bzkeza). Éste se disfraza de fantasm a, de animal (se viste y se cu bre con pieles de vaca),
danza, ríe, llora, minia y relata la vida del difunto, bromea con él, lo invita a despertar, pues
"d u erm e desde hace mucho tiem po”, y a co m er carne. Hace todo esto agitando una especie de
castañuelas de bambú. En sus cantos, hace una descripción im aginaria del sexo del difunto
(hom bre o mujer). En ningún m om ento d eja de comer, y sólo se detiene para fustigar a los
co n cu rren tes si no lloran o ríen. Se conjugan aquí el sexo, el alim ento, la presentificación del
d ifunto, el escarnio de la m uerte. Véase. F. Fanony, Fasina. Tradition religieuse et changement social
dans u n e com m unauté villngoeise m algache , tesis del 3er. ciclo, P arís-Sorbona, 1974.
■I7 U na m ujer de duelo se viste con cuerdas (ovay-mmdjindje) y hojas (onay-misim begpa). Lleva
ún icam en le un taparrabo (mitndjina). El aspecto de una m ujer ele duelo no tiene nada de eró
tico. A los ojos de los buma, las cuerdas y las hojas no cuentan como vestim enta. Dicen que esta
persona se ha convertido en un anim al salvaje (rao. nsir). Hojas y cuerdas (nervaduras de lianas)
son el signo de su transform ación en natunile/.a. 1.a m ujer rueda por tierra para tratar de
unirse a ésta. Si está de pie, se arroja polvo sobre la espalda. El insulto que una mujer que
d isputa con un hombre le hace a éste desnudándose delante de él, está considerado como
grave. En los hechos, la sola am enaza fie este gesto extrem o basta para que el hombre aludido
se escape antes de que la am enaza se realice (M. Hochegger, Normes et pratiques sociales chez les
Bum a, tesis de doctorado, París, 1973, p. 173).
:,B Véase M. D. W. Jeffrey s, Funeral Inversions in Africa, A rch. f. Volkerdkde, 4, 1949, pp.
2 9 -3 7 . Se encuentran prácticas sem ejantes en los Estados Unidos, donde las vestimentas y los
calzados que se venden para m uertos se colocan o se abotonan al revés (véase CrapouUlot, 69,
534 DE LA C O R R U P C IÓ N CO RPO RA L A L O IM A G IN A RIO
ría, del mismo modo que los egipcios desarreglan sus muebles. Asi
mismo,. para subrayar lo arbitrario de la m uerte, numerosas pobla
ciones de Dahomey efectúan sus danzas funerarias en sentido in
verso a !.as danzas habituales. Por último, no olvidemos que los ritua
les de inversión de papeles (el esclavo se convierte en rey, el hombre
obedece a la mujer), con liberación anémica de los impulsos, rechazo
de los controles sociales, supresión de las reglas y suspensión del
tiempo, aparecen durante los interregnos entre los reyes de África
occidental y central.39
ju n io -ju lio de 1966, p. 57 y ss.). La inversión puede subrayar también la ambigüedad de algu
nos personajes. “Cuando m uere el H ogon (sacerdote) y se celebra su danta (levantamiento del
duelo), se produce una especie de inversión de los papeles en tre los sexos. Se dice que ese día
las m ujeres son consideradas hom bres y los hombres m ujeres. Al no regir ninguna prohibición,
las m ujeres jóvenes y las viejas de los poblados de los dos O gol y de líarou, ejecutan una
curiosa parodia de danzas enm ascaradas, de las que los hom bres son espectadores divertidos.
Por no poder usar las verdaderas máscaras, ellas se conform an con imitarlas por medio de
accesorios improvisados. Así, dos varas sostenidas por trapo alred edor de la cabeza simulan los
cuernos de un antílope o las orejas de una libre. Un largo tallo de mijo es el sirige, casa en
varios planos. La máscara ‘j o v e n cita ’ es evocada por su peinado (cabellos con trenzas adornados
de perlas) y un hermoso paño. El ladrón ritualyo-na lleva un trapo azul alrededor de ia cabeza,
un bastón y un sable tom ados a los hom bres. Para Figurar al jo b i ¡'m uchacho peul’), un paño
desgarrado por la mitad (que se coserá en seguida, según precisa el informante), se mete por la
cabeza como una túnica de jo v en y la m ujer que hace la imitación se m onta sobre un bastón
com o si fuera un caballo, e t c [ . . . ] La interpretación que se da es la siguiente: no puede haber
m áscaras en los funerales del Hogon; p o r un lado, porque se considera que él sigue estando
vivo, y por el otro debido a su fem inidad, que es la de la T ie rra . Los simulacros que cum plen
las m ujeres, en relación con la ‘alianza catártica’ con el d ifun to, son necesarios para recordar
que e ra a la vez hom bre (antes de su entronización) y m ujer. El Hogon tiene la ambigüedad de
la m u jer y de la tierra: es a la vez pura c o m o la tierra cultivada y la m adre fecunda, impura
com o el campo estéril y la m u jer menstruada, El hecho de que sea a su muerte cuando las
m ujeres tienen el derecho a burlarse de las máscaras y tam bién, a través de ellas, de la m uerte,
nos parece significativo” (G. Calam e-G riaule, Ethnologie et langage, L a parole chez les Dogon, G a
llim ard, 1965, pp. 299-300).
39 Cuando muere un rey, se produce un desorden sistemático e institucionalizado, con alte
ración de las jerarquías y retorn o al caos primitivo, desorden que cesa recién al finalizar el
interregno. Se subraya así cóm o la m uerte del je fe introduce la del reino, y ello hace posible
una liberación catártica de los impulsos (función de equilibrio), lo que le permite al grupo
«vitalizarse. Se trata en este caso, por supuesto, de un desorden perfectam ente controlado. J .
Goody subraya que entre los gonjas (norte de Gana), cuand o m uere el je fe , el mercado de
Salaga (centro comercial muy im portante) “se convierte en un verdadero manicomio. Lo inva
den turbas de jóvenes, que revuelven los escaparates de los m ercaderes y roban sus productos.
Durante tres días el desorden continúa, demostrando de m anera dram ática las consecuencias
de la ausencia prolongada d el rey y del rein ad o f. . . ] lo qu e tam bién perm ite que se exprese
públicamente el resentim iento inevitable que la autoridad ha provocado entre los que queda
ron excluidos de los puestos de responsabilidad” (The Over Kingdom o f G onja, p. 179). J . Lom -
bard recuerda que en el antiguo reino de Dahomey, el interregn o era siempre marcado p o r
varios días de anarquía salvaje. Las m ujeres de! rey se m ataban entre sí para acompañar a su
m arido a ia tumba; los sujetos ordinarios eran libres de en tregarse a todos los delitos imagina-
LA M U E R T E Y LOS S ÍM B O L O S 53 5
42 M. W ilson, Rituals and Kinship am ong the Nyakusa, Londres, 1957, p. 53.
43 M. Douglas, De la Souillure, op. cit., pp. 188-189.
44 A veces sólo se podía tener acceso a una sociedad secreta con la condición de entregar un
cierto núm ero de cabezas cortadas; el crán eo tiene así, por lo tanto, un papel iniciático (caso de
los Salam pasu del Kasai en Zaire, se wtilizalia una máscara especial para celebrar esta promo
ción, el Sahuibuku).
LA M U E R T E Y LOS S ÍM B O L O S 537
Transm ite a los participantes algo de las fuerzas naturales y genérales que estuvieron en el
origen de la creación del hombre y de su perpetuación: se trata de alguna manera de un acto de
propiación; o m ejor de una misa negra donde el pan y el vino serían efectivam ente la carne y
la sangre (H . G astaut.L * crane objet de cuite, objet d’art, Marsella, 1972, p. 54).
48 L a mort sara, op. cit., 1967, pp. 144-146. —
LA M U ERTE Y LOS SÍM B O L O S 539
bio de las cuales se aseguran el alimento los vivos. Entre los sara, el
momento más solemme y conmovedor de la iniciación es precisa
mente la comida en com ún de una porción de alimento, símbolo del
triunfo de la vida sobre la muerte.
Vampirismo y licantropía. Lo imaginario colectivo recurre también a
los temas del canibalismo, el vampirismo y la licantropía. Aparte de
los hechos reales de necrofagia -se ingiere, en parte o en su totali
dad, crudo o cocido, al enemigo a la vez odiado/amado (o admirado)
para destruirlo e incorporárselo-, el canibalism o,49 como ya lo hemos
indicado, se confunde con la creencia en la brujería o fantasía de
devoración por excelencia, cuyo papel de regulador social no es n e
cesario dem ostrar.50 Aparte de la necrofagia ritual, de las creencias
en la brujería, los impulsos caníbales se expresan a menudo de una
manera derivada en la literatura oral.51 Insistamos más particular
mente en el vampirismo y la licantropía.
4. Eros y Tanatos
54 Véase, po r ejem p lo: J. H .J unod, Moeurs et coutumes des Bantous, Payot, 1936, t . 2, p. 290 y ss ; M .
Quatrefages, “C royance et superstitions d es H ottentots et des Boshimans”, en Jo u r n a l des savants,
1936, p. 283 ; C. M e in h o f, A nchivfür Religions-wissenschaft, X X V III, 1930, p. 313 y « .; “ Description
du Cap de B o n n e Espérance tirée des m ém oires de M. Pierre Kolbe”, Amsterdam , 1 542, p. 209 y
Consúltense notas de la primera parte, ca p . m .
55 Cabe p regu n tarse si la mantis, al d ecap itar a su compañero macho antes del acopla
miento, “no tend rá po r finalidad obtener, m ediante la ablación de los cen tros inh ibidores del
cerebro, una m e jo r y más larga ejecución de los movimientos espasmódicos del co ito . Por más
que en últim o análisis, sería el principio d el placer el que le dictaría la muerte d e su am ante,
del que adem ás com ienza a absorber su cu e rp o durante el propio acto de amor”, R . Caillois, Le
mythe et l’h omine, Gallim ard, 1972, p. 53.
56 Véase L. V. T hom as, " L ’étre et le p a ra ítre” , en Fantasme et Formation. Inconscient et culture ,
Dunod, 1973,p p . 103-139; B. Bettelheim , L es blessures symboliques, Gallimard, 1971.
57 H. H o ch egg er, op. cit., p. 165.
58 S. Freu d, E l yo y el ello, cap. 12 .E ssais de Psychanalyse, París, 1929, pp. 2 1 5 -2 1 6 .
542 D E L A C O R R U P C IÓ N C O R P O R A L A LO IM A G IN A R IO
59 La alianza de Eros y Tánatos se expresa a veces de manera curiosa. Así, J . P. C lerc (“Les
rencontres d 'Eros e t de Thanatos ou Ies tom beaux vezo de Madagascar”, en VA frique littéraire et
artistique, 1, 1968, p. 32 y ss escribió: “Al revés de los primeros personajes que se ven en el
recinto fu n erario, ningún velo importuno cu bre a estos otros. Parecen ig no rar la castidad; o
que ella fuera, más bien, objeto de pecado. Los personajes que el escultor ha dejado solos para
que afronten la eternidad, hasta parecen afirm ar, por sus gestos despojados de ambigüedad,
que ‘sólo el am or, y el placer que éste produce, son las únicas cosas serias de este mundo'
(Stendhal). Las m ujeres parecen ofrecer sus pechos desnudos a quien qu iera tom arlos; los
hombres sostienen en la mano su sexo d esm esurado, monstruoso, aun cuando está sin vigor.
Las parejas se en tregan a la fiesta de los sentidos, en poses simples o lascivas, las más Fantasio
sas de las cuales co n fin an con la acrobacia. U n hom bre vestido de un simple som brero, m anera
burlesca en esa circunstancia, se apresta a d esflo rar a una m ujer que se m antiene en equilibrio
sobre la cabeza. E n tre estas parejas hum anas, parecen haber venido a posarse grandes pájaros
de m adera, especies de ibis cuyo nom bre local es mijoa. Algunas de estas aves están solas, pero
la mayoría aparecen acopladas, more hominum, a la m anera de los hum anos, com o quiere la
leyenda. Un grupo de tres mijoas solidarios se ven ju n to a una extraña fiesta triangular, cuyos
protagonistas son una m ujer y dos hom bres. Es el único ejemplo en el cem enterio de Soase-
rana. El espíritu d e este lugar, en efecto, es incom parablem ente más una exaltación de la
fecundación, ejercid a sin monotonía, que del vicio."
80 R. Caiilois, op. cit. 1970, p. 185.
L A M U E R I E Y L O S S ÍM B O L O S 543
5. Recuperación y regeneración
Los ritos funerarios celebran de hecho a la vida, puesto que se es
fuerzan p or restituir lo que la m uerte ha hecho desaparecer. De ahí
las técnicas de presentificación de las que ya hablamos (se trata en el
fondo de recu p erar el objeto perdido); de ahí la costumbre todavía
frecuente de en terrar al'cadáver con reservas de alimento y un feto
de bovino para asegurarle su supervivencia, o al menos para alimen
tarlo durante su largo viaje.
“Los viudos buscan a través de su dolor su propia regeneración.
Han sido golpeados; por eso se ocultan más, para evitar nuevos gol
pes. Quizás se equivocan en lo que les pasa. En todo caso, no es
necesario que desaparezcan ellos también para que supervivan sus
hijos y los otros miembros de su familia. No se trata de una negación
de la muerte, sino de su aceptación com o condición de la regen era
ción.”
Estamos aquí en presencia de una doble integración, reintegración
de los dolientes al grupo, integración del difunto en la gran familia
de los m uertos convertidos después en antepasados. Es por esto que
se han podido com parar los funerales al casamiento (integración con
la esposa), con sus cantos y danzas, sus regocijos y llantos, su copiosa
comida final; sus funciones terapéuticas se muestran desde ese mo
mento indiscutibles; consisten sim ultáneam ente “en situ ar a la
muerte en su verdadero lugar” y en reconocer al difunto tal como
es, con sus cualidades y defectos. Es por esto que se le hace un festín
de despedida, a fin de que los antepasados puedan acogerlo en su
sociedad. En sum a, la muerte y la vida “quedan así ubicadas en el
6:í No olvidemos que las relaciones en broma desem peñan a este respecto un papel com pen
satorio: la familiaridad en tre los abuelos y ios nietos desdramatiza, en efecto, la coacción
padre-hijo, hijo m ayor-hijo menor.
,¡4 Director de la clínica neuropsiquiátrica de Fann-D akar.
L A M U E R T E Y L O S S ÍM B O L O S 545
65 Makang Ma M.bog, “Les funerailles africaines comme psychotherapie des deuils patholo-
giqnes”, Psychopothologie africaine 2, Dakar, 1 9 7 2 , pp. 201-215.
60 Así com o las máscaras de la sociedad secreta Nokpwe de los bangwa representaban simbó
licamente las cabezas de enemigos que cada g u errero debía o frecer necesariam ente p ara poder
ingresar en la sociedad.
5 46 D E L A C O R R U P C IÓ N C O R P O R A L A L O IM A G IN A R IO
S7 T a! es el caso que antes describimos, del célebre rito real del Incw ala de los sivazi en
Ngwane (ex Swaziland), qu e supone un asesinato simbólico del rey por interm edio de una vaca
que lo sustituye: luego el anim al es súbitam ente m uerto a golpes de puño por los guerrero s, en
una curiosa atm ósfera de violencia colectiva.
68 Esta m uerte violenta “puede situarse a mitad de cam ino entre la violencia colectiva espon
tánea y el sacrificio ritual. De aquélla a ésta no hay ninguna solución de continuidad. Com
p render esta am bigüedad es penetrar en la inteligencia de la violencia fundacional, del sacri
ficio ritual y de la relación que une a estos dos fenóm enos”, R. Girard, L a violence et le sacre,
Grasset, 1972, p. 3 63.
6a Véase R. Bastide, “T ro is exemples de dieux assassinés en Afrique”, en La mort du Christ.
Lum iére e t vie, 101, t. X X , enero-m arzo de 1971, pp. 78-88.
70 Antliropologie religieuse africaine, Larousse, 1974.
LA M U E R T E Y L O S S ÍM B O L O S 547
Esta unión es tan estrecha que en Kenya, por ejem plo, como ya
dijimos, ei “poblado-de-abajo-de-la-tierra” (habitat de los muertos)
reproduce las desigualdades sociales propias del “poblado-sobre-la-
tierra” (el mundo de los vivos).
En suma, lo que surge de todo esto es la extrema valorización de la
vida y el deseó constante, no de negar la muerte, sino d e ponerla en su
lugar, lo que es mejor que trascenderla. Queda por saber si esta acti
tud podrá mantenerse, cuando menos en su espíritu, ya que no en su
letra, a 1 co n tacto con la m odernidad.
Lo que impresiona en este optimismo y este humanismo negro-
africano es el que el símbolo, y más especialmente la sim bólica ritual, do
minan todopoderosos. Algunos considerarán irrisorio el procedi
miento,71 e incluso alienante en la medida en que se nutre de fantasías
y vuelve la espalda al procedim iento objetivo del sabio. Sin em
bargo, desde el punto de vista psicológico, el procedimiento se mues
tra eficaz, puesto que le permite al grupo reproducirse y al individuo
esperar (y escaparle así a la angustia de la muerte).
Pero si son palpables los beneficios de tal proceder, en cambio el
pensam iento negro africano se m uestra incapaz de darnos sus razo
nes. Y las explicaciones que propone proceden totalmente de lo ima
ginario del m ito. No obstante, desde el punto de vista pragmático, a
ellos les basta con repetir la operación para satisfacerse. Según su
concepción, sólo hay dos salidas, la simbolización o la muerte. “Es
preciso que el ser humano extraiga de su carne atorm entada el sím
bolo, sin el cual no podría vivir. T al es, en la humanidad, la dura ley
de los Padres: el símbolo o la M uerte, Habla oí m uere.” 72
E l SÍM B O L O Y LA M U E R T E EN O C C ID E N T E
71 Algunos autores son escépticos en cuanto a la eficacia de este procedim iento. "En defini
tiva la m uerte queda oculta. Oculta por el co n ju n to de signos que se oponen a la destrucción de
lo social. Esto constituye probablem ente un círculo vicioso. Pero el simbolismo mismo es un
círculo vicioso, pues nos remite a lo que trata de superar, y supera a lo que quiere reencon
trar.” J . Duvignaud, La mort, et apr'es, a s i , 1. 1 9 71 , p. 293.
72 O rtigues, L a pensée fragmentaire, texto inédito, 1971.
El sim bolism o concebido de este modo representa la exaltación de las fuerzas mismas de la
vida, o más bien es la expresión de “esta lucha gigantesca en la cual la vida y la muerte enfren
tadas, constituyen el fundamento dialéctico d e la existencia. Y esta lucha es sólo un preludio
que precede a la victoria: la victoria de la Vida sobre la Muerte. Es acertado decir que la
548 D E LA C O R R U P C IÓ N C O R P O R A L A L O IM A G IN A R IO
L a expresión simbólica
1. E l símbolo representado
Existe una importante iconografía relacionada con la muerte, de la
que hemos hablado varias veces. En todo caso, es interesante com
p robar que la célebre calavera con las dos tibias cruzadas se ha con
vertido en el símbolo del peligro para todos los hombres urbanizados
de h o y :74 esto traduce muy bien un género de fantasías o de preocu
paciones a la que nos hemos referido con frecuencia en este estudio.
L a iconografía relativa a la muerte consiste con frecuencia en ale
gorías frías e impersonales, que loman de la imaginería popular o de
la mitología sus significantes principales. Insensiblemente se “pasa”
del símbolo al signo de valor puramente informativo.
sim bólica le indica al hombre quiénes son sus aliados y sus adversarios e n el mundo. Pero hace
más que esto, entona la gran epopeya de nuestro destino total. Llam a a la lucha, canta la
victoria; es peán; pero es también, y sobre todo, epicinio” (E. M’Veng, L ’art d ’Afrique noire,
M am e, 1964, p. 70).
73 Habría que recordar los m ecanism os de sustitución. En el plano del relato, por ejemplo.
Así, S. Prou (La Terrasse des Bernardini, Calmann-Lévy, 1973) nos describe de qué manera (ho
rrible) T eresa y Laura (que al p arecer han matado a un hom bre) sacrifican a un conejo que las
había mordido. El relato de esta m uerte animal sustituye al del hom icidio (p. 242 y ss.).
74 Se trata de inspirar prudencia o de atemorizar. Recuérdese en igual sentido la bandera de
los piratas. En la actualidad, los soldados del “17o de lanceros” de Gran B retaña (llamados "los
niños de la muerte o de la gloria”) llevan todavía un estandarte donde aparece una cabeza de
m uerto sobre la fórmula “o la gloria”.
L A M U E R T E Y LO S S ÍM B O L O S 549
75 Sobre la m uerte com o cesu ra en la serie de las im ágenes taróticas (13a lámina d el tarot) o
como primera casa del horóscopo en astrología, véase el Dictionnaire de symboles, Segh ers, 1 9 7 4 ,
n á pie, pp. 2 4 1 - 2 4 2 .
76 “Examinemos prim ero la semática tan im portante del caballo ctónico. Es la m on tu ra de
Hades y de Poseidón. Este últim o, bajo form a de sem ental, se acopla con Gaia la M adre T ierra,
Demeter Erinia, y engendra a las Erinias, dos potros dem onios de la muerte. En o tra versión
de la leyenda, es el m iem bro viril de Uranos, cortado po r Cronos, el tiempo, el que procrea a
los dos demonios hipom orfos. Y vemos perfilarse, detrás del padrillo infernal, una significa
ción sexual y terrorífica a la vez. El símbolo parece m ultiplicarse a sí mismo voluntariamente en
la leyenda: es en un precipicio consagrado a las Erinias d ond e desaparece Erion, el caballo de
Adrasto. De igual modo, Brim o, la diosa ferania de la m uerte, figura en ciertas m onedas m on
tada a caballo. O tras culturas vinculan también de m anera más explícita al caballo co n el Mal y
la Muerte. En el Apocalipsis, la Muerte cabalga en un caballo macilento; A hrim an, com o los
diablos irlandeses, se lleva a sus víctimas en caballos; tan to entre los griegos modernos como en
tiempos de Kyjuilo, la m uerte tiene por montura a un negro corcel. KJ folklore y las tradídone#
populares germ ánicas y anglosajonas han co n certad o esta significación nefasta y rnacaf/ra d e i
caballo: soñar con un caballo es signo de muerte próxima.” G. Durand, Les structures anthropologi-
ques de l’imaginaire, Bordas, 1969, p. 79. Un curioso y perturbador ejemplo de m anifestación de
la muerte nos es dada en el film e de R. Powel, The Asphyx, 1973, (mancha misteriosa sobre las
fotos).
77 Descripción de Grecia, 10, 28-31.
“l’rzyluski estableció de m odo destacable la correlación lingüística que podía e x istir en tre
Kali y Kala, divinidad de la M u erte, y Kála p o r una parte, que significa ‘tiempo, d estino’, kálaka
por la otra, derivado de kála y qu e significa ‘m anchado, m aculado’, tanto en lo físico co m o en lo
moral. La m isma fam ilia de palabras sánscritas dan po r otra parte kalka, suciedad, falta, pe
cado, y kalusa, sucio, im puro, perturbación. Además kali significa la ‘desgracia’, la ca ra del dado
que no tiene ningún punto. Es así que la raíz prearia kal, negro, oscuro, se divide filológica
mente en sus com puestos nictom orfos. Por una vez concuerdan la semiología y la sem ántica,
550 D E L A C O R R U P C IÓ N C O R P O R A L A L O IM A G IN A R IO
87 Las tres citas incluidas a propósito d el simbolismo del aire están tom adas de G. Bachelard,
L ’a ir et les songes, J . Corti, 1943, pp. 19-20. Véase también La poetique de l’Espace, p u f , 1957. La
sim bólica de la ascensión ha sido bien estudiada tam bién por M. E liade, op. cit., 1952, pp.
5 9-64 .
8,1 G. Durand, op. cit., 1969, pp. 3 3 7-338. Sobre el vínculo entre la luna y el agua, véase M.
Eliade, op. cit., 1952, pp. 164 y ss. Sobre el bestiario de la luna, véase G . Durand, pp. 359-369.
554 D E L A C O R R U P C IÓ N C O R P O R A L A L O IM A G IN A R IO
2. E l símbolo y el rito
Ló que a nuestro entender es el procedimiento simbólico principal
en el África negra, tan fundam ental como eficaz, la “simbólica ri
tual”, ¿aparece también en Occidente? ¿Tiene en éste el mismo sen
tido? ¿Persigue las mismas finalidades (acceso a lo numinoso, resolu
ción de las tensiones)?
Debemos decir, en prim er térm ino, que no conocemos nada en
nuestro mundo occidental que se corresponda ni de cerca con ese
rito tan rico, tan intensamente dramático, tan poderoso contra la
m uerte, como es la iniciación, dominio de lo “imaginal” por excelen
cia.89 ¡Hasta hemos suprimido lo que podía pasar por una iniciación
(sin m uerte figurada, p o r supuesto): la “p rim era com unión so
lem ne”! Quedan únicamente dos aspectos rituales, el duelo y los fu
nerales.
Sabemos que el duelo traduce a la vez la inadaptación de los indi
viduos a la m uerte, y el proceso social de readaptación que les per
m ite a los supervivientes cicatrizar sus heridas. Las sociedades
negro-africanas han hecho de ello una institución, con un juego
complejo de reglas, interdicciones, actitudes simbólicas; y algo seme
jan te se encontraba en Occidente antes de la revolución industrial.
Especialmente la reclusión persigue (o perseguía, según los casos)
una doble función, poner el dolor de los allegados “al abrigo del
m undo”; permitirles “aguai'dar, com o el enferm o en reposo, a que se
suavicen sus penas”. Además, y esto parece todavía más im portante,
“impedirles a los supervivientes olvidar demasiado pronto al desapa
recido”; y para ello se los excluye durante un periodo de penitencia
de las relaciones sociales y de los placeres de la vida profana.90 Poco
89 Quizás con una excepción muy relativa referen te a la francm asonería. El noviciado para
ingresar en las grandes escuelas, en el ejército o en algunos clubes m undanos, no es más que
una parodia de iniciación.
90 Ph. A ries, op. cit., 1970, pp. 77-78.
L A M U E R T E Y L O S S ÍM B O L O S 555
importa que esta reclusión sea física (en África, en Occidente antes
del siglo xix) o solamente moral, ella no se dirige tanto a proteger a
los muertos del olvido, como a afirm ar “la imposibilidad de los vivos
de olvidarlos y de vivir como antes de su partida”.91
Fue especialmente G. Gorer, en un artículo que alcanzó gran reso
nancia,92 quien subrayó el cambio radical de actitud del doliente; ¡y
ello en menos de una generación! A partir de entonces se hizo im
propio dem ostrar la pena, incluso dejar entrever que se la exp eri
mentaba: “No se llora más que en privado —dice el autor-, com o nos
desvestimos o descansamos sólo en privado.” Al igual que la m astur
bación (as i f it were analogue o f m asturbation), la tristeza es un acto
vergonzoso al cual hay que entregarse únicamente en el secreto de la
alcoba. Y si hoy algunos justifican públicamente la masturbación, en
cambio ninguna voz se levanta para reivindicar el duelo: “El supervi
viente desdichado debe ocultar su pena, renunciar a retirarse a una
soledad que lo traicionaría, y continuar sin interrupciones su vida de
relación, de trabajo y de entretenimientos. De otro modo se vería
excluido, y esta exclusión tendría una consecuencia totalmente dife
rente que la reclusión ritual del duelo tradicional. Este era aceptado
por todos como una transición necesaria y suponía com portamientos
igualmente rituales, como las visitas obligatorias de condolencias, las
‘cartas de consuelo’, los ‘socorros’ de la religión. Hoy tiene el carácter
de una sanción semejante a la que castiga a los desclasados, a los
enfermos contagiosos, a los maniacos sexuales. Se sitúa a los afligidos
impenitentes ju n to a los asocíales.”93
Ciertamente, com o ya dijimos, el negro-africano puede también
prohibir los llantos; pero en cambio concibe mecanismos simbólicos
de compensación, que entre nosotros han desaparecido totalm ente.
A lo sumo, el culto de las tumbas -q u e en Occidente destrona a veces
al culto de los m u erto s, sustitución ig n o rad a por los n e g r o -
africanos-94 conserva en ciertos medios una importancia p rim o r
dial.95
subsiste, sobre todo en los medios populares, así como en las clases medias no demasiado
intelectualizadas. Todavía se gasta d in ero en panteones y monumentos funerarios. Las visitas
son siem pre frecuentes, las tumbas tienen siem pre flores.” Ph. Aries, op. cit., 1972, pp. 40-41.
96 A veces grupos enteros se sienten afectados p o r la muerte del héroe: G agarin, De Gaulle o
Churchill, Ju a n X X III, Edith Piaff.
97 Para convencerse, basta con leer el cu adro que nos pinta P. Rozenberg del duelo y de sus
fantasías en L e romantisme anglais. El desafío de los vulnerables, Larousse, 1973 caps, m y v.
L A M U E R T E Y L O S S ÍM B O L O S 55?
J . Y. Hamelme, ibid., pp. 95-96. Véase las juiciosas preguntas d e J. Potel,Les funérailles. Une
je te ? , Cerf, 1973.
102 Un caso particularm ente interesante de asociación simbólica nos lo aporta la sociedad
A le-A re de la isla Malaita (Islas Salomón). Véase D. De Coppet, L ’homme, vol. 8, cuaderno 2,
1966; vol. 10, cuad. 1, 1970. Las nueve prim eras unidades de m oneda (hay 24 en total) asegu
ran la comunicación vivientes-difuntos; son intermediarios simbólicos, y esto en virtud de una
apreciación rigurosa. Las unidades 9 y 7, por ejem plo, resuelven los conflictos generados por el
crim en. Si “a”, del Clan A, mata a “b” del clan B, un miembro del clan A remite el cadáver a un
miembro del clan B quien, a cam bio, le da una cierta cantidad de m onedas (sitúa); el ofensor se
beneficia m onetariam ente y el ofendido en prestigio. Para ser resuelto el conflicto, se lo plan
tea en el piano político-simbólico, pues había engendrado un desacuerdo profundo entre los
vivos, luego entre los vivos y los m uertos. Para restablecer el consenso simbólico, importa cuan-
tificar la actitud de los antepasados hasta que se vuelva favorable cuando se utilizan las unida-
560 D E L A C O R R U P C IÓ N C O R P O R A L A L O IM A G IN A R IO
104 “£ n suma> tenem os la edad que nos co n fiere nuestro espíritu, nuestro corazón ; sucede
que los cabellos grises son a veces una inconsecuen cia más real que el correctivo q u e se despre
cia. Por eso en su caso, señor, se tiene d erech o a recuperar el color natural de sus cabellos”, le
hace decir T h o m as Mann al peluquero q u e reju venece al héroe de La muerte en Venecia (Fa-
yard, 1971, p. 169), el poeta enamorado A schenbach. “Maravillado, transportado p o r su sueño,
perturbado y tem eroso,” Aschenbach accede. Al día siguiente muere. Véase también e l maravilloso
filme que L. Visconti realizó sobre este texto.
105 Jeh a n n e Je a n Charles, op. cit., Flam m aríon, 1974, p. 161 yw, 128 yss.
562 D E L A C O R R U P C IÓ N C O R P O R A L A L O IM A G IN A R IO
106 R. M enahem , op. cit., 1973, p. 99. El autor dice también en la p. 98: “El fundam ento de
todo poder es el m iedo a la m uerte. Estar del lado del poder es estar del lado de la vida, pues
disponer de la vida de otro tiene por corolario la esperanza insensata e informulable de esca
par uno mismo a la m uerte, precipitando la del o tro .” Véase tam bién: “Pouvoirs”, AW/é’, revu ede
Psychanalyse,. 8, oto ñ o, 1973.
107 Le sjiort, la mort, leí violence, Edit, Universitaires, 1972, p. 201. El carácter sagrado del
deporte - e n vías d e desaparición por su profesionalización, su introducción en el circuito eco
nómico (rentabilidad, publicidad), la fabricación artificial de los atletas mediante horm on as-
aparece todavía en la solem nidad de las ceremonias a que da lugar (transmisión de la antorcha
olímpica, himnos nacionales, banderas que se izan, sesiones nocturnas). Tam bién se encuen
tran en el d eporte: secuelas de totemización (en rugby, los canguros designan a los australianos,
los Kiwi a los neozelandeses, los franceses son los gallos); supervivencias de tabúes (prohibición
de tocar la pelota con las m anos en el fútbol); objetos fetiches cuidadosamente vigilados (garro
chas, pelotas, raquetas).
108 Uso de anfetam inas, de esferoides anabolizantes (horm onas masculinas sintéticas); resul
tado conocido y am añado de antem ano.
LA M U E R T E Y L O S S ÍM B O L O S 563
1,111 B .J e u , p. 110.
Ibid. p. 111.
Subraya también el am or que es interesante mencionar en Diógenes Laercio una anécdota a
propósito de Chilon. Chilon m urió “en Pisa, después de haber abrazado a su hijo, vencedor en
los ju e g o s olímpicos en el pugilato. Murió, d ice, en un acceso de alegría, que su debilidad y su
mucha edad no le permitieron soportar. T o d o s los asistentes á ¡os ju eg o s lo condujeron a la
tumba con grandes honores”. Esta repetición del tema revela que, más allá del personaje cele
brado, existe una asociación natural en tre la m uerte y los juegos. “M orir asistiendo a los ju e g o s
es benéfico, porque los ju e g o s representan a la muerte, y en esta circunstancia la realidad
coincide con el símbolo.”
Los ju eg o s de niños m erecerían ser analizados bajo esta misma luz, especialm ente los de los
varones: ju eg o s violentos, pero reglam entados, sustitudvos de la violencia real, juegos donde
aparece a menudo la muerte (“Estás m uerto!”, “¡T e he matado!”); lo que es casi inexistente
en tre las niños.
564 D E L A C O R R U P C IÓ N C O R P O R A L A L O IM A G IN A R IO
lismo, sólo puede ser parcial: comerse la boca, las uñas, ciertos frag
mentos de piel. Según M artchenko,122 en los campos de concentra
ción siberianos, algunos detenidos llegaban a arrancarse tiras de
carne y se las comían. En cierto sentido, la úlcera traduce somática
mente un deseo inconsciente de devorarse a sí mismo. Pero la oposi
ción más típica es la que separa al canibalismo real del canibalismo
imaginario.
El canibalismo sólo existe de m anera “salvaje” y notoriamente epi
sódica en nuestras sociedades,12:i y su sentido simbólico es práctica
mente nulo.
El caso de canibalism o patológico se manifiesta en tres formas. La
primera proviene de la necrofilia (necrofagia acompañada a m enudo
de relaciones sexuales, más particularmente en los cementerios, de lo
que hablaremos más adelante); la segunda se emparenta con los
com portam ientos autom utiladores, eventualm ente autófagos, que
aparecen en ciertos estados psicóticos y que merecen apenas la de
nominación de caníbales; la tercera se observa -o más bien es obser
vaba, pues no se posee casi ejemplos inm ediatos- en sujetos débiles,
con mayor razón si viven situaciones sociales precarias.1'24
El canibalismo de excepción se encuentra en los ejemplos de cani
balismo de penuria, se trata de paliar la insuficiencia de alimento.125
Durante las ham brunas de antes, tales hechos han debido producirse
muchas veces. R. Glaber, en su Crónica del añ o 1000, ya citada, relata
que en el m ercado de Tournus, un hom bre exponía para vender
carne humana “com o si se tratara de un alimento de producción lo
cal”.126
p. 50. El niño come aquí a su m adre pero no la mata; en el infanticidio canibálico, la m adre
m ata al niño para com érselo.
122 Citado por R. D aoun, “Du cannibalisme comrne stade suprém e du stalinisme1’, en Destín
du cannibalisme, pp. 2 6 9-272.
123 En África, e¡ canibalismo salvaje o de penuria es prácticam ente inexistente. En cam bio, el
canibalismo reglamentado tiene más importancia. A veces proviene de la magia (tal es el caso del
Kusanga ya citado), otras constituye un procedimiento religioso em parentado con el culto de los
antepasados, incluso con el culto d e los cráneos.
124 Se encuentran algunos ejemplos con el título “Ogres dárchives”, en Destins du cannibalisme,
op. cit., 1972, pp. 2 4 9 -2 6 7 .
125 Las formas de canibalism o que existieron en el paleolítico no son imputables a carencias
nutritivas: lo prueba la presencia de osamentas de anim ales qu e aparecen ju n io a los esqueletos
humanos; se trataba más bien de prácticas rituales. En el estado actual de nuestros conocim ien
tos no se puede d ecir más.
126 No faltan los ejem plos de canibalismo de penuria en la literatura antropológica.
- R, Gessain, Xa vie et la mort chez les Eskimo, op. cit., 1972, p. 131. “Pero a veces com ienza el
ham bre, escasea la grasa para las lámparas. Se resuelven entonces a matar a los perros. U na
correa Fijada a la pared, un nudo corredizo, y de una brusca sacudida se les quiebra la nuca, y
LA M UERTE V L O S SÍM B O L O S 567
quedan co n las (los palas traseras estiradas. U n hom bre parle hacia la casa más próxim a para
hacer saber que hay hambre y para pedir c a r n e y grasa; varios días a pie por l;i nieve y no
regresa. Com ienza la extenuación, algunos están lan débiles que no pueden levantarse. Mue
ren los prim eros. No sin temor, y después de alg u n os gestos propiciatorios, se com en al primer
muerto, después al segundo y a los siguientes. A veces no quedan sobrevivientes. Se sabe de
ejemplos, antes de 1865, de caseríos enteros desaparecidos, y los cuerpos quedaban allí donde
la muerte los había sorprendido; no había n in g ú n pariente próximo para inhum arlos.y llevar
los al m ar.”
“E ntre las tribus australianas, la madre am a a sus hijos, pero eso no le impide alim entarse de
ellos en caso de escasez, o si tiene gemelos, h a ce que uno aproveche del otro; de tal modo, nada
se pierde y todo queda en familia. Estos p u eblos, así como los chavantes de) Uruguay, los
tasmanianos, etc., al decir de Buffon, Elíseo, R eclu s, Rippert y otros, están convencidos de que
el espíritu del niño así incorporado, se rein teg ra al cuerpo de sus progenitores, y que es para la
madre e! medio m ejo r para recuperar la fu erza y el vigor perdidos durante el embarazo.”
Witkowsky, citado p o r P. R. Lafitte, “D éten ninism e de la placenlaphagie", en ¡jr progrés vétrri-
naire, 1905, 18, I, pp, 11-15.
El canibalism o de penuria puede co m p o n erse de prácticas rituales de incorporación del
otro-devorado. T a l fue el caso, en el siglo x v i, de los indios tupinambas del Brasil; “ Aquí llego,
yo, tu alim ento fu tu ro”, se declaraba ritualm ente cuando traían a un prisionero. Éste era adop
tado, se le ciaban armas y mujer; pero un día se lo mataba para devorarlo. En ciertos casos,
como en tre los yanomanis, no se consumía su carne, sino los huesos pulverizados y mezclados
con puré d e plátano.
127 Consúltese el conmovedor testimonio ele P. P. Read, Is s sum nants, Orasset, 1974. Es tam
bién célebre el caso de los pasajeros de la balsa de la Medusa.
128 Al ap rop iarse de lodo poder, el tiran o se lo coloca por encima de las leyes, borrando toda
distancia en tre los dioses y las liestias. E xclu id o así de la comunidad, puede com eter impune
mente adulterio, parricidio: endocanibalism o. Llevado al extremo, todo poder es canibálico: ‘‘el
tirano d evora, se nutre de la carne de sus súbditos”, “le chupa la sangre al pueblo”.
129 M on témoignage, Seuil, 1970, p. 1 4 1 -1 4 2 .
DE LA C O R RU PC IÓ N C O R PO R A L A LO IM A G IN A RIO
133 Sherid an Le Fanu, Carmüla, (Denoél, 1972); P. Féval, Le chevalier térúbre, seguido de La
vük-vam pire (M arabout, 1970); Les drames d e la mort (ibid., 1969); R. Vadim, Histoires de vampires
(Laffont, 1971); Nouvelles histoires de vampires (Lafí'ont, 1972) etc. Véase también la publicación
parisiense titulada Vampirella.
i;r‘* Citemos también Vampyr de C . Th. D rey er; I Cannibali de L. Cavani; Contes immorattx de V.
liorowczyk (baño (le sangre hum ana reg en erad or);.W «7 Veri de R. Kreischer (ancianos asesinados
y transform ados en alimento).
135 En la pintura se encuentran sustitutos del vampirismo y del canibalismo. Recuérdese la
predilección de Soutine por sus “vacas d esolladas” (Amsterdam, Grenoble, B u ffalo): le entre
gaban carcasas enteras, palpitantes, que ro ciaba con sangre cuando empezaban a descompo
nerse. Después de Rembrandt, Goya y G ericau l, él pintaba ‘así “la fosforescencia de la muerte
en el seno misino (le la vida" (no olvidemos que Pitágoras asimilaba com er carne de vaca con
un sacrilegio tan grave como el de comer a su prójim o). Más cerca de nosotros, e l canadiense
57 0 DE LA C O R R U P C IÓ N C O R P O R A L A LO IM A G IN A RIO
142 El sexo y la m uerte no dejan de evocar al árbol. Es por dem ás conocido el símbolo fálico del
árbol-padre (V. Hugo en L a U g en d e des síteles nos habla del ‘‘celo religioso del gran cedro cín ico”).
El ártxjl, en todo caso, se asocia a menudo con el cem enterio. En Israel se plantaron cerca de
Jerusalcn 6 millones de árboles, que corresponden a los 6 m illones de judíos muertos d urante la
guerra.
LA M U E R T E Y L O S SÍM B O L O S 573
3. L a sexualidad de reproducción
satisfacción sexual total se parece a la m uerte, y que entre los animales inferiores el acto genésico
coincide con la muerte (Essais de Psychanalyse, tercera parte, Payot, 1972, p. 186 y ss.
146 M. Oraison, op. cit., 1968, p. 85, El autor señala tam bién: “El instinto de muerte sería
entonces com o una instancia del 'yo' en su lucha contra el tiem po, que-le hace precisamente
‘m orir’; es d ecir padecer su m uerte. Por el contrario, los ‘instintos de vida’ están ligados lógica
mente a la sexualidad en el sentido freudiano de constitución dinámica sexuada de la realidad
humana."
147 Esto plantea de nuevo el problem a del tiem po: “Si el tiem po concuerda con la m uerte, es
porque la m uerte misma, com o el tiempo concuerda con la libertad”, declaraba J . Hersch en sus
Entreteniens sur le temps (París, 1967). Se introduce un vínculo dialéctico entre la existencia
irreversible instaurada desde el nacimiento que, com o sabemos, es la ruptura con la madre, y el
deseo de retorno hacia atrás (es decir hacia la existencia indistinta en el seno m aterno). Éste es a
la vez fuertem ente deseado y no m enos fuertem ente rechazado en la lucha instintiva con
tra la angustia. T od a nuestra existencia se desarrolla entre dos rupturas: la del nacimiento y la de
la m uerte. En este intervalo es donde se pone de manifiesto el principio de repetición, para bien o
para mal.
148 “Sin em bargo, la vida no es sólo una negación de la muerte. E s su condena, su exclusión. Esta
reacción es la más fuerte en la especie humana, y el horror a la m uerte no está ligado solamente a la
destrucción del ser, sino a la descomposición qu e devuelve las carnes muertas a la ferm entación
general de la vida.” G. Bataille, L'erotisme, 10/18, 1957, p. 62.
L A M U E R T E Y L O S SÍ M BOLOS 575
4. La sexualidad de placer
Estado clasista
=* R e p re s ió n sexual
Ni
1'‘'“p o sición a la rebeld ía
In h ib ic ió n m o ra l
N e c e s id a d d e a lim en to s N e c e s id a d e s sexuales
(
LA M U E R T E Y LO S SÍM BO LO S 577
153 ¿D ebe verse en esta práctica la supervivencia de una antigua costum bre: la d el embrión
ofrecido en holocausto a una divinidad todopoderosa?
154 W. R eich, Lxi révolution s ex u elle, Ploti, 1968; La lutte sex u elle des j e u n e s , M aspero, 1972; H.
Marcuse, Éros et Civilisation, Edit. de Minuit, 1971. Ch. Delacampagne, op. cit., 1974, caps, vy vi.
155 Véase A.. Bastiani, Les mauvais lieux d e París, Balland, 1968, pp. 43-5 5 ; M. Dansel, Áu pere
Lachaise, Fayard, 1973, pp. 37-39. L a necrofilia ha tenido sus procesos célebres. Ya mencionamos
el caso d el sargento Bertrand (1848), que violaba a los cadáveres que desenterraba en e l Cemente
rio de M ontparnasse. O también, ju sto antes de la guerra de 1914, el caso de un empleado de la
morgue de un hospital parisién que les brin daba sus “favores” a difuntos todavía tibios com o se
com portó heroicam ente durante la gu erra, fue reintegrado a su puesto, pero ahora se instaló una
cámara f rigorífica. Tam bién recordamos la existencia de varias historietas publicadas por Elvi-
france. En el “Cofre de los Macabeos” se asiste a la “limpieza" de cadáveres fem eninos: se revienta
578 DE LA CO R RU PC IÓ N C O R P O R A L A LO IM AG IN A RIO
¿1 vientre inflado de una muerta, y al inflam arse el ch orro de “gas mefítico”, se simboliza de ese
modo la partida de su alma. Peor aún, la colección de “Ultratumba”, en uno de sus números,
presenta a m ujeres desnudas y en celo, cabalgando a los cadáveres, de los que elegían los más
poderosos virilm ente y los más atiesados por la m uerte. ¿Catarisis? ¿Satisfacción de deseos
sadomasoquistas reprimidos?
156 Es un poco lo qu e pasa en el Vudú negro-africano y negro-am ericano (Antillas, Brasil).
157 E n tales circunstancias, no son raras las violaciones de mujeres o los actos de automutilacio-
nes sexuales. Es el precio que hay que pagar por la violencia. Esto aparece bien señalado en el filme
de Arrabal (Viva la Muerte). Allí se ve, en la cabeza de un niño, el sexo del padre torturado y luego
asesinado en una cárcel política durante la g uerra de España. Sim bólicam ente arrancado a un
toro, el cuerpo es paseado, sanguinolento, ante las multitudes fascinadas. Véase también la
perturbadora H istoire d'O, de P. Réage (J. J . Pauverte, 1973).
LA M U E R T E Y LO S SÍM B O L O S 579
163 Dr. M. C olín, op. cit., en La mort et l’homme du XXe. Siecle, Spes, 1965, p. 148.
164 Frente al yo, fuerza vital vinculadora, la pulsión de muerte es el último avatar teórico por
venir, que designa un logos que sería necesariam ente mudo si se redujese a su estado-límite, al
puro movimiento predicativo que hace pasar, a través de la cópula, toda la sustancia de un término
al término vecino. Esto supone que el conflicto del yo y de la pulsión, de la prohibición y de la
fantasía del d eseo, n o es ni la única ni la última form a de la oposición entre vínculo y desvincula-
ción. En el plano inconsciente, en la fantasía -si se la quiere representar de otro m odo que como
“pura” energía libre—, hay que encontrar otra polaridad más fundamental: pulsión de vida y
pulsión de m uerte, prohibición y deseo.
La muerte, ausencia de todo inconsciente, com o de todo ramo la rosa, encuentra quizás en él su
lógica más radical, p ero también la más estéril. P ero es la vida la que cristaliza los prim eros objetos
adonde se afin ca el deseo, antes de que se a ferre a ella el “pensamiento”. (J. Laplanche, Vie et morí
en psychanalyse, Flam m arion, 1970. pp. 2 15-216). Consúltese también B. Castets (op. cit., 1 9 7 4 ,p .8 7 y
ss.) sobre la inseparabilidad del deseo de am or y del deseo de muerte. Recordem os el excelente
filme de L. Cavani, Portier de nuit (1974).
i»5 “ L o s poetas han tenido con frecuencia la intuición de un parentesco secreto e n tre el amor y
la muerte; a veces han identificado el cum plim iento del am or perfecto con la m uerte. En el relato
de Tristan e Isolda, el am or, de prueba en pru eba, se encamina hacia su cum plim iento y este
cumplimiento es también una pasión, una muerte en definitiva. La perfección del am or es morir de
amor. Este tem a del romanticismo eterno no exp resa en realidad nada arbitrario: pu es el am or es
la form a suprem a de mi reencuentro con otro. Al mismo tiem po debe ser necesariam ente la forma
de relación d ond e descubrim os lo que hay de im posible en nuestro proyecto de reen con trar al
otro. Y ello porqu e el am or supone, para ser auténtico, el reconocimiento absoluto d e la alteridad
del otro, sin ninguna tentativa hipócrita de dism inuirla. Amar a alguien es am arlo en su subjetivi-
LA M U E R T E Y LOS SÍMBOLOS 581
o que sólo existe más allá de la muerte, podría sin embargo tener
una resonancia más general: “E l momento del eros convoca al mo
mento de la muerte, y los am ores wagnerianos reflejan el drama uni-
\ersal en la vida de seres particulares”, escribe por ejemplo E. Mo
rin .166 Pero no es menos cierto que el acto de am or tiene también un
aiom a de muerte. Nadie com o G. Bataille com prendió esta asocia
ción íntima de Eros y Tánatos, particularmente en el orgasmo: “Ella
me m ira, y yo sé que su m irada viene de lo imposible, y veo en su
fondo una fijeza vertiginosa. En su raíz, la afluencia que la inunda se
d erram a en lágrimas y las lágrim as ruedan de sus ojos. El amor está
m uerto en esos ojos, un frío de aurora emana de ellos, una transpa
rencia donde yo puedo distinguir la muerte. Y todo está anudado en
esta m irada de sueño: los cuerpos desnudos, los dedos abriendo la
carne, mi angustia y el recu erd o de la saliva cayendo de los labios,
todo contribuye a este deslizamiento ciego hacia la m uerte.”167
De ese modo, la sexualidad-placer realiza con la muerte el juego
más sutil que se pueda concebir. Ricos y numerosos relatos reposan
justam ente en esta colusión del am or y la m uerte: el mito de Persé-
fona, los misterios de Eleusis, el Arlecchino de la commedia del Varíe
italiana, al que las mujeres llamaban en el momento de morir para
que las desposase.168
Los vínculos entre Eros y T ánatos aparecen así en el plano de la
experiencia (placer y g o ce :169 orgasm o y pequeña m uerte, coito eró-
dad radica!, que amenaza a cada instante con ser la negación de la mía, o con significar mi
destrucción. Amar a alguien es tam bién d arse a él; ¿pero no llega un m om ento en que el don de sí
puede significar la muerte? Es en el cam in o del encuentro con el o tro donde la muerte puede
hacer su aparición. La muerte es de un-m odo muy real el trasfondo am enazador del descubri
m iento d e la alteridad de las personas.” R. M ehí, Le i'iñltissement eí la mort, op. cit., ¡’l'F, 1956, pp.
2 8 -2 9 . Véase también I. Lepp, op. cit., 1 9 6 6 , pp. 166-197.
166 Op. cit., 1970, p. 313.
187 M adame Edwarda, 10/18, 1973, p. 34. En L a mort (ibid.,) G. B a t a i l l e n o s muestra a una m ujer
qu e después del deceso de su esposo se en treg a a las peores orgías del sexo y del alcohol. Hasta que
s e d a m uerte para reencontrar a su m arido m uerto. “Para llegar hasta el final del éxtasis donde nos
p erd em os’en el goce, debemos siem pre situarlo en el límite inm ediato: el h o rro r. No sólo el dolor
d e los otros o el mío propio me ap ro xim an al momento en que el h o rro r me asqueará y puede
hacerm e alcanzar el estado de goce que llega hasta el delirio, sino qu e no hay ninguna form a de
repugnancia donde yo no discierna la afinidad con el deseo.
No es que el horror se confunda ja m á s con la atracción; pero si ésta no llega a inhibirlo, a
d estruirlo, el horror refuerza la atracción. Llegamos al éxtasis, aunque sea lejanam ente, sólo en la
perspectiva de la muerte” (La maison d ’E dw arda).
<«" M acClelland, al estudiar el co m p lejo de Arlequín, mostró que las m ujeres que en el hospital
saben qu e van a m orir tienen más preocupaciones eróticas que las qu e no. Véase R. Menahem, op.
cit., 1973, p. 39, y Arlequín, l’am our et la mort, lopiqu e, o/>. cit., 1973, pp. 229-236.
169 L a distinción no es siempre nítida. Como escribió R. B arthes, L e plaisir du texie: placer/
goce: desde el punto de vista term inológico la distinción resulta vacilante, tropiezo en ella, me
5 82 DE LA C O R R U P C IÓ N C O R PO R A L A L O IM AG IN A RIO
171 Tal es el caso de Cristo, “ese muerto viviente”, vencedor de la m uerte, convertido en
Godspel, Jesu c risto superstar. Véase sobre este tema la interesante obra de M. O raison, /«ús-
Christ, ce mort vivanl, Graset, 1973.
i n T ranscribim os un testimonio d e esta op osición entre el rito africano (en este caso afroa
mericano) y el rito occidental, más esquem ático: “A pesar de la similitud de los com portam ien
tos europeos y africanos, la carga sem ántica contenida en el gesto africano es infinitamente
más rica, m ás profundam ente hum ana q u e la del entierro europeo: el gesto eu rop eo remite a
un cuerpo in erte a la tierra inerte, pobo q u e va a juntarse con el polvo. Por el contrario, el
gesto africano sigue fiel hasta último m om ento a la grandeza del hom bre: el cu erpo, aunque
separado ah o ra de su espíritu, es todavía alg o diferente a todas las otras cosas del universo, una
parcela de m ateria inerte que fue portadora d e una conciencia humana. Los tam bores golpean
sin cesar. Estallan estados de posesión alred ed o r del ataúd- Finalmente, el cuerpo de Joáo es
remitido a los Eguns y el ataúd desciende lentam ente a su lugar, ia parcela de tierra del cemen
terio, convertido, gracias a la invocación ferv ien te, en tierra de Ikur, lugar de los espíritus. Una
segunda serie ritual que se desarrolla en el um bral del cem enterio civil de los blancos procede
de la misma convicción, que exige que una p arcela de tierra que acoge a un cuerpo hum ano no
se parezca a ninguna otra parcela conocida: se llama ago, la cerem onia del ‘perm iso’. Mediante
cantos y ru eg os múltiples, los iniciados invocan a sus Orixa respectivos. Les piden permiso para
poder e n tra r ‘en la tierra de \osEguns’,’’J . Z ieg ler, “ La mort á Gomeia. .Éléments el’une théorie de
la mort dans les th éo cratiesd elad iasp oraafricain ed u Brésil”,L'homme et la societé, 2 3 ,1 9 7 2 , p. 165.
Orixa = divinidades; Egun — espíritu d e lo s muertos.
1,3 “U na cierta ideología del cuerpo testim on ia una acción colectiva contra la angustia fun
damental que suscita !á problemática inconsciente de la castración. Los temas, objetos y pala
bras, fetiches de uso universal propuestos por la sociedad industrial (burguesía o socialismo
burocrático) funcionan como signos iterativos privilegiados de la negación mencionada por
Freud: dispuestos como otras tantas tentacion es, soluciones o instrum entos para este meca
nismo conceptuado hasta ahora ‘morboso’ e individual, estos signos fetiches sugieren la posibili
dad de una negación colectiva, socialm ente explotable. La transmisión del código tiene sus
canales privilegiados, sobre todo cuando l a ‘ciencia’ le otorga una garantía poco discutible. La
moda se deja descifrar, transige y se p lieg a, sigue el curso de los caprichos y los intereses. Por
Jo-i DE LA CO RRU PCIÓ N C O R P O R A L A LO IM AG IN A RIO
el contrario, la m edicina, por interm edio de una práctica que supone necesariam ente una pe
dagogía, sustenta un sistema de representaciones del cuerpo compatible con !a m archa de la
econom ía, del O rden y de los valores de la clase dom inante. El cuerpo es fuerza de trabajo y
mercancía.
K1 fetichism o de la mercancía, núcleo ideológico del discurso de la clase burguesa es la
estructura de lenguaje que oculta a la plusvalía. El fetichismo del cuerpo oculta la castración. La
medicina conlleva esta doble representación, donde se disimulan a la vez las señales de una
explotación social y los efectos inconscientes d e una carencia. J. C. Polack, op. cil., pp. 60-61.
174 Jésus-Christ, ce mort vivant, op. cit., 1973, p. 176.
LA M U E R T E Y LO S S ÍM B O L O S 585
C r e e n c ia s , s i s t e m a s d e p e n s a m ie n t o
1. M uerte-apariencia y muerte-renacimiento
3. Desdramatización de la muerte
La desdramatización de la m uerte, actitud filosófica, ciertam ente,
pero que no deja de plasmar en el comportamiento concreto, apa-
1 “Como la muerte es el verdadero fin y término de nuestra vida, desde hace algunos años
me he estado familiarizando tan bien con esta verdadera y m ejor amiga del hombre, que su
imagen no sólo no me espanta, sino que me tranquiliza y ¡me conforta! La muerte es la llave
que nos franquea al acceso a la verdadera dicha (última carta de Mo/.art a su padre, 4-1 V-
1972).
* (litado por [. C horon, La mort el la pensé? occidentale, Payot, 1969, p. 49.
3 Mort et im.morta.liU', p. 551.
C R EE N C IA S Y A C T IT U D E S T R A N Q U ILIZ A D O R A S 589
Como sólo por excepción se vio la m uerte como destrucción total del
ser, la creencia en la perdurabilidad de la persona (o más bien de sus
constituyentes privilegiados) aparece muy extendida. E sta amortali
dad que Frazer entiende com o “la prolongación de la vida por un
periodo indefinido, pero no necesariamente eterno” , casi siempre es
concebida por las poblaciones sin maquinismo sobre la base del m o
delo de vida presente. Los m uertos en el más allá com en, beben, tie
nen sentimientos, son capaces de pasiones y hasta se reproducen. Es
que —record em os- la m uerte se define com o un pasaje, com o una
transición, una especie de vida que prolonga de una m anera u otra la
vida individual. Según esta perspectiva, la muerte no es una idea,
sino “una imagen -com o diría Bachelard—, una m etáfora de la vida,
un mito si se quiere”.6
Esta creencia se encuentra muy particularmente en el Á frica negra
animista: almas o fragmentos de almas, principios vitales, dobles, son
susceptibles de amortalidad, se conservan según modalidades extre-
4 Platón, Apología de Sócrates,
5 En M. Hadas, The State f*hiio$ophy o f Seneca, Dojibleday, 1958, carta 102.
6 E. M orin, op. cit., 1970, p. 22.
590 DE LA C O R R U P C IÓ N CO RPO RA L A LO IM A G IN A R IO
extrem a impotencia del hom bre” y “la más alta acción del hom
b re” . n El pecado ha introducido la m uerte, pero la Redención
(muerte vencida por excelencia) permite trascenderla, y la muerte se
vuelve ¡a transición necesaria para alcanzar la salvación auténtica,
que es la visión de Dios.
El tema de la resurrección de los cuerpos que serán acompañados
de los ruh o “soplos sutiles”, constituye también una idea rectora del
islam. También aquí el retorno (m a’a d ) supondrá en el juicio final la
rendición de cuentas (hisab) y la valoración (m izan) de las acciones
humanas: “Quien haya realizado el bien en medida equivalente al
peso de un átomo, lo verá; quien haya realizado el peso de un átomo
de mal, lo verá” (Corán, 9 9 , 7-8). Creyente e incrédulos deberán pa
sar por el puente del Sirat, “ fino com o un cabello y cortante como un
sable” (,hadith) que está tendido sobre la parte superior del infierno:
Dios ayudará a los justos, pero los reprobados caerán en el tormento.
Contrariam ente al cristianismo, no hay redención en el islam, y la
visión de Dios (ru’y at Allah) no parece constituir, salvo excepciones, la
esencia de la beatitud e te rn a .12
6. L a fu n ció n en el Uno-Todo
Las tesis fundamentales del brahmanismo podrían resumirse así:
identidad del yo profundo (atm an) y del principio fundamental del
universo (’b rahm an); transm igración de las almas (samsara), en refe
rencia directa con los actos de las existencias anteriores (harman); ia
salvación (moksha) reside en la liberación del karman, puesto que el
perpetuo recomenzar de la existencia es un perpetuo recomienzo del
sufrimiento. Así, más allá de este mundo de apariencias y de existen
cias individualizadoras, se ha d e alcanzar el absoluto verdadero: el
atman-brahman, pues “lo que está en el fondo del hombre y lo que
está en el sol son una sola y mismo cosa”. Para alcanzar la inmortali
dad (en el Brahm a), hay que destruir en sí toda posibilidad de deseo.
Dicen los Upanishad: “Así como Jos ríos se funden en el Océano y,
perdiendo su nombre y su form a se convierten en el Océano mismo,
de ese modo el sabio, liberado de su nombre y de su form a, se
pierde en la esencia radiante del Espíritu, más allá del Más Allá. El
que conoce a Brahmán, el Ser Superior, se convierte en Brahm án él
mismo.”
11 K. Rahner, citado por F. Gaboriau, e n Interview sur la mort, Lethielleux, 1967, p. 102.
,;1 L. Gardet, L'Islam, religión et communauté, Declée de Brouwer, 1970, pp. 95-107. Véase
también J . P., “ L’espérance religieuse m ort et résurrection”, en el artículo “Muerte , Encyclo-
paedia Universalis.
594 DE LA C O R R U PC IÓ N C O R P O R A L A LO IM A G IN A RIO
E l Occidente hoy
Casi en todas partes del mundo se considera que los difuntos son
capaces de manifestar su presencia (o su cólera) mediante fenóme
nos cósmicos: eclipses, tem pestades, huracanes, sequías,21 ya se ve
hasta qué punto el hombre se siente apto para valerse de cualquier cir
cunstancia, y para atenerse a la m enor coincidencia.22 Las fantasías
juegan también en el plano alucinatorio: se oyen voces, gritos, ruidos
y crujidos; se perciben soplos y perfumes; se ven luces, siluetas vagas
(calificadas entonces de ectoplasmas). Sentimiento de una presencia,
diálogo consigo (o más bien con una parte ignorada de sí mismo,
asimilada al otro desaparecido) y también, según se dice, diálogo con
el propio m uerto,23 directam ente o a través de la intervención de un
médium (se le llama “com unicador” a la persona que se manifiesta
21 Transcribim os algunos testim onios: “La m anera como se trata a un muerto no deja de
ten er relación con lo que ocu rre en la naturaleza: Táámksá Kóa, bendecido imprudentemente
por un tío uterino, puede ocasionar una perturbación en la salud biológica del pueblo, así
com o la m ala orientación de un yacente en su tumba amenaza con acarrear desórdenes meteo
rológicos. Un d esa rreg lo n atu ra} e s p o r lo ta n to suceptible de co rrespon der a determinada
brecha abierta en el orden cultural, estatuyendo el lugar de los difuntos en el seno de la
sociedad (o lo que viene a ser lo m ismo, la actitud de los vivos con respecto a los difuntos). En
cierta ocasión nosotros mismos observamos la. relación entre una anom alía de la naturaleza y
una m uerte provocada por la violencia, se trata d e l eclipse del 2 de octubre de 1959, a propósito del
cual se ru m oreó en Boum K abir qué había coincidido con ei asesinato d e cuarenta negros en
D arfour. A la inversa, una lluvia benéfica pu ede significar para los vivos la satisfacción de un
m uerto enterrado hace diez años.” C. Pairault, Boum Le Grnnd, Inst. d’E tn o., París, 1966, p. 342.
- “El viernes 19 de marzo a las 16 horas, J o á o entregó su alm a a Dios en la Clínica de San
Pablo. E n el mismo momento, una tem pestad estalló en Caxias, el trueno retumbó sobre el
M irili y los relámpagos desgarraron el cielo e n Gomeia. El hecho fue atestiguado por numero
sos habitantes de Caxias. Pero algunos kilóm etros más lejos, en Río d e Janeiro , donde nos
encontrábam os ese mismo día, el cielo estaba perfectamente claro y radiante. Iansan se mani
festó por segunda vez algunos días más tard e: durante el en tierro civil del cuerpo de Jaáo,
estalló una tempestad en el cem enterio de C axias; la multitud cayó de rodillas y saludó con
gritos de alegría el gesto de Iansan a través d e l cielo abierto.” J . Ziégler, “La mort a Goméía",
L ’Homme et la societé, 23, 1972, p. 161.
22 Así se explican los objetos escondidos y reencontrados que se les atribuye a los muertos; así
tam bién la interpretación de las previsiones y los mensajes. Véase M. Ebon, passim.
23 “Más particularmente, todo ser qu erido al que nos ligó una gran intimidad, nos impregna,
nos transform a. Una parte de nuestro ser mental está constituido p o r sus aportes, por sus
ideas, por su manera de razonar y de reaccionar. Se concibe así con facilidad que un cerebro
particularm ente sensible, bajo el efecto de u n a gran conm oción em ocional, sea capaz de op erar
una especie de dicotomía, que aísla por u n momento del co n ju n to cerebral a esta parte im
pregnada, formada por la otra; y que ésta se separe hasta el punto de que las dos partes
puedan dialogar como dos espíritus distintos, de tal m anera que el otro revive en la parte así
separada, y no solamente se expresa como lo hizo antes, sino com o lo haría realm ente en las
nuevas condiciones que im aginam os para é l. De manera que el diálogo es mucho más que un
diálogo ilusorio de uno con uno mismo; es un diálogo verdadero de mí con el otro, en tanto
que el ser amado sigue viviendo de esta m anera y prosigue en nosotros su vida individual, su
vida intelectual y sensible, y hasta se sigue desarrollando po r su propia cuenta. Es real y objeti-
598 DE LA C O R R U P C IÓ N C O R PO R A L A LO IM A G IN A RIO
vam entesu espíritu el que hacemos sobrevivir en nosotros después de su desaparición.” Vercors,
en Belline, op. cit., 1972, pp. 294-295.
24 “Cuántas veces he interrogado a mi padre y escuchado su voz inolvidable dándome conse
jo s que a menudo contrariaban mis deseos, pero que yo sabía bien que eran los que su sabiduría
le dictarían a mi imprudencia en tales circunstancias. En este m omento no era yo el que me
respondía a mí mismo, sino él a través de mí, y era su espíritu el que vivía en el mío. No había nada
de sobrenatural en esta supervivencia. Por supuesto -y desgraciadam ente- esto se ha espaciado
con la ed ad.” Vercors, ibid., p. 295.
Se les atribuye con frecuencia a los difuntos la revelación de acontecimientos pasados (pos
cognición) o futuros (precognición).
25 Ya hemos descrito todas estas manifestaciones en nuestros Cinq essais. .., op. cit., p. 968.
26 De ahí los hechos de clarividencia y tic- dariaudición.
27 La expresión "tercer oído” recogida por Belline perlenece al lantrism o libelano. Véase el
“Boardo Thodol”, ya citado.
28 M. Choisy, en Belline, op. cit., 1972, pp. 189-190. Véase también R. Brown, E n communica-
tion avec l ’Au-delá, J ’ai lu, 1971. Se trata en este caso de relaciones muy personificadas: l.iszt,
Chopin, Berlioz, Monteverdi, Schubert, “eligieron” al autor para transm itirle algunas piezas
musicales que deseaban hacerles llegar a los vivos. En realidad, ei inconsciente de R. Brown le
inspiró pasajes que son muy afines con los compositores citados. “Mi única esperanza es que el
m undo en tero, un día, reconozca esta música como una verdadera 'com unicación’, y esto con el
C R EEN C IA S Y A C T IT U D E S T R A N Q U ILIZ A D O R A S 599
tendida) revelación del mundo en sí. L o que no excluye los com p or
tamientos que de alguna manera se apoyan en la ciencia: explicación
de la telepatía por fenómenos electromagnéticos, efectos fisiológicos
de la mediación a través del hipotálam o, etcétera.
Neurólogos, psiquiatras, electrónicos, han logrado hacer reconocer
y subvencionar en los Estados Unidos y en la URSS sus investigacio
nes sobre lo “paranorm al” (telepatía = percepción extrasensorial de
la psiquis o del comportamiento de o tro ; metagnomia = percepción
extrasensorial de objetos, de acontecimientos; psicokinesis = acción
que afecta a los objetos -desplazam ientos, por ejem plo- o a los vivos,
debida a una influencia psíquica, e tc.). Y toda una controversia se ha
desatado ya a propósito de las ondas alfa, que favorecerían la comu
nicación no verbal.29 No es una de las menores características de lo
imaginario, la de sentir con frecuencia la necesidad de justificación,
ya sea que la cree directamente (m ito) o que utilice lo que ya existe
(ciencia).
De una cierta m anera, el psicoanálisis ha actualizado la vieja no
ción de inmortalidad, haciendo de ella una exigencia fundamental
del inconsciente. El doctor Dayan,30 inspirándose en los pensamien
tos más controvertidos de Freud y dejando de considerarlos excén
tricos con respecto al psicoanálisis racional (o “científico”), hace de
ellos el cen tro problemático al cual Freud se aproximó lentamente y
desde el que irradió la iluminación sobre todo el resto: a saber, el
inconsciente y el deseo codeterminados mutuamente por su común
origen pulsional; las instancias del aparato psíquico, cuya diferencia
ción progresiva es correlativa a la prueba del, renunciamiento y de la
institución de la Cultura; el desplacer, la realidad y la fantasía, con
relación a los cuales se determ ina la actividad del sujeto en su con
junto. En este centro problemático se sitúa la muerte psíquica, cuya
lili (le que el trabajo de estos compositores n o haya sido hecho en vatio” (¡>. 188). Hay que
señalar que R . Brown sólo tenía una form ación musical muy mediocre.
Los hechos de xenoglosia (hablar una lengua extran jera sin haberla aprendido) procederían de
una fuente idéntica.
29 El psiquiatra Nils O ’J acobson efectuó u n a excelente síntesis de todos los trabajos de este
tipo: 1.a vie a p r h l/i morl, ú¡>. cit., H>73.
....... Mort et imtnortalité dans l'apparcil p.syt liiquc”, en ¡’erspniivt's ¡isyrliiatriijufs, núm. 28.
Mor et lolie, 2do, trim. 1970, pp. 81-89. lil a u to r subraya que el psicoanálisis no descubrió ni al
inconsciente ni al deseo: “los unió de tal m a n era que ya no se puede concebir al uno sin el otro.
Tam poco el psicoanálisis reveló la muerte y la locura; pero permitió co m prend er que la pri
mera, erigida en principio, está en el origen del proceso que conduce a la secund a; y también
que el sinsentido postula a la vez la m uerte y la inmortalidad. En un caso y en otro, una
relación nueva transfigura los términos a los que la psicología y la metafísica se habían aten
dido hasta entonces'’.
6 00 DE LA C O R R U P C IÓ N C O R PO R A L A LO IM A G IN A R IO
148-150).
32 La expresión es de J . Susini, op. cü.
602 DE LA C O R R U PC IÓ N C O R PO R A L A L O IM AG IN A RIO
33 El tema ha sido muy bien analizado por G. M endel y C. Guedeney, L ’angoisse atomique et les
centrales necléaires, Payot, 1973: “Ninguna imagen explica m ejor la fantasía central que el hongo
atómico de Hiroshima o de Nagasaki, gigantesco falo m aterno venenoso, volatilizando en algu
nos segundos ciudades enteras, creadas por la m ano del hom bre. El producto más acabado de
la ciencia destruye a la naturaleza, a la vida, al hom bre mismo. Detrás del Padre ‘sabio’ de la
filosofía cientista de fines del siglo xix, se perfilaba la imagen arcaica y todopoderosa de la
Madre ‘buena’ - e l ‘hada eléctrica’; detrás del Padre ‘sabio’ de nuestra época se oculta la M adre
‘malvada’ arcaica.”
34 Apoyándose en C. J . Ducasse, Nils O ’J acobson distingue cinco formas posibles de supervi
vencia; pero su descripción carece por lo menos de claridad {op. ril., 1973, p. 274).
35 Salvo que p refiera inclinarse por la imagen del reposo, del sueño. Véase cóm o t . Zola
describía el despertar de - Lázaro en una obra poco conocida: “E ra tan benéfico, al principio,
este gran sueño negro, este gran dorm ir sin su e ñ o [. ..] ¡oh ! Maestro, ¿por qué me has d esp er
tado? Yo tenía miles y miles de años para dorm ir. R e su cita r[. . .] ¿No he pagado ya con su fri
miento mi espantable deuda d e viviente?" Cuando se le pregunta qué ha visto, Lázaro res
ponde: “Nada, nada, nada. Sólo he dorm ido. La inm ensjdad negra, el infinito del silencio.
Pero si usted supiera qué bueno era no ser, ¡d orm ir en la nada de todo!” Jesús entonces hace
volver a Lázaro a su d orm ir “feliz para siempre por toda la eternidad”. Citado po r M. Schu-
mann, en La mort née de leur propre vie, Fayard, 1974, pp. 147-148.
CREEN CIAS Y A C T IT U D E S T RA N Q U ILIZ A D O R A S 603
char sonidos que se emitieron en el comienzo del mundo.’' Lo mismo
ocurre con el espíritu. En cuanto a la resurrección, ella no tiene nada
que ver con una reproducción total de un cuerpo que va a comer,
digerir, a m orir de nuevo. “Pero esta armonía extraordinaria que es
un cuerpo humano, es el símbolo de una sociedad que debe llegar a
polarizarse hacia su deseo, que es el deseo de que la palabra tenga un
sentido total. La resurrección es esto; y la prueba de que Cristo resu
citó es que todavía hoy hablamos d e él: sólo se puede hablar de lo
que es.”:i<!
Prolongación indefinida de nuestra existencia -tem a retom ado a
menudo por la ciencia-ficción-;37 posibilidad de resucitar a los m uer
tos, cuidadosamente conservados en/por el frío;38 supervivencia en
otras personas por medio de transplantes; inmortalidad de nuestro
“ser-palabra”; existencia en alguna parte después de nuestra muerte
en form a de onda, de radiación, de energía, de sustancia psíquica,
tales son las principales fantasías tranquilizadoras que lo imaginario
fie hoy le agrega (y con lo que a veces sustituye) a lo imaginario de
ayer.:!!* Y está también lo que hacen los más sabios: satisfacerse con
una vida terrestre colmada, puesta al servicio de la humanidad, y
A c t it u d e s y r it o s
!
> Sólo muy rápidam ente podemos hablar de uno de los arquetipos más
ricos del inconsciente colectivo: el dar m uerte ritual a Dios, que
( cumple una función de primer orden en los misterios de las religio
nes antiguas, que aparecen también en num erosos mitos africanos y
( que sirve de basamento al cristianismo (Redención y Resurrección).
En efecto el tem a del Dios salvador que m uere, es vengado y des-
( pués resucita, es viejo como el mundo. Osiris, divinidad egipcia bien
conocida, muere en una emboscada que le tiende Seth (o Tifón),
pero su esposa Isis y su hijo Horus juntan sus restos dispersos y lo
devuelven a la vida. Su equivalente griego Dionisibs-Zagreus es ase-
i sinado, cortado en pedazos por los Titanes por orden de H era (pues
provenía de una unión ilegítima de Zeus), pero también aquí Apolo
(o Atenea) reagrupa las partes separadas del cuerpo del joven dios y
lo resucita. Hay cantidad de ejemplos parecidos.
^ En el África n eg ra tradicional se conocen varios. En el mito dogon
(Malí), el dios A m m a sacrifica a uno de los gemelos Nommo, arroja
(
CREEN C IA S Y A C T IT U D E S T RA N Q U ILIZ A D O R A S 605
Las diversas prácticas a las que vamos a pasar revista suponen evi
dentem ente que los difuntos no son aniquilados, sino que subsisten
de alguna manera 44 y que es legítimo en diversas circunstancias en
trar en contacto con ellos.
Sin duda, no todos los m uertos están en el mismo caso: hay, como
ya dijimos, los buenos y los malos muertos, los que velan por los vivos
y los que tratan de vengarse de ellos; los que tuvieron derecho a
Funerales completos y los que no los tuvieron jam ás, los muertos ilus
tres y los del común, los anónimos.
Estas diferencias condicionan, como ya lo mostramos, una plurali
dad de actitudes. Tom em os el caso de los edo de Nigeria.45 “Hay que
hacer una primera división entre los que yo llamaría los muertos ‘no
43 Véase Ch. Duquoc, “T héologie breve de la m ort du C h rist”, en L a morí du Chrisl, op cit.,
1971, p. 118 y ss. Consúltese tam bién P. G relot, op. cit., Cerf., 1971. J . Hadot, “Les théologies de
la m ort de Dieu”, en J . Préaux, Problemes d’histoire du Christianisme, 2, Bruselas, 1971-1972; J .
B . T rem el, “L ’agonie du Christ”, Lum iére et vie, 68, 1964, pp. 7 9 -1 0 4 ; M. Oraison, Jésus-Ckrist,
ce mort vivanl, Grasset, 1973.
44 E n esta creencia entra una bu ena dosis de rechazo de la m uerte, creencia que encuentra
su fuente en el desasosiego afectivo por la pérdida del ser am ado. “Es preciso que otras ma
dres, que otros padres experim entad os com o lo somos nosotros, sepan en qué medida están
próximos y vivos aquéllos de quienes una cruel sabiduría dice que ya no eslán. Están para
siem pre." B elline,op. cit., 1972, p. 19. “¿Q uién puede decir m uerto para siem pre'”, escribía Proust.
45 R. E. Bradbury, “ Los padres, los mayores y los espíritus de los muertos en la religión
ed o ”, en Essais d'aníropologie religieuse, Gallimard, 1972, pp. 157-158.
La literatura nos permite asistir a veces al encuentro en tre m uertos y vivos; muerto que
regresa a la tierra para vengarse, reencuentros en el más allá de amantes separados. Véase, por
ejem p lo, T h . Owen, op. cit., 1972. T am bién; Les jeux son fa it s (J. P. Sartre) y el filme de J .
H ough, L a maison des damnés.
C R E E N C IA S Y A C T IT U D E S T R A N Q U ILIZ A D O R A S 607
(
(
C R EE N C IA S Y A C T IT U D E S T R A N Q U IL IZ A D O R A S 609
50 Desde el siglo xv en Baviera, y todavía muy recientem ente en el Salzkam m ergut, en Aus
tria, cada 15 años se abrían las tumbas d el pequeñ o cem enterio de Hallstatt, y entonces se
quitaban y limpiaban los cráneos, y las otras piezas del esqueleto se acumulaban en una cripta.
Los cráneos eran entonces decorados: una cruz, un libro de plegarias, gusanos (vanidad de las
cosas), una rosa para una jo v en , etc. Después se inscribía en el cráneo el nom bre de la persona,
la fecha de su nacim iento y muerte; así preparados, se los exponía por un tiem po en la iglesia.
Véase H. Gastaut, op. cit., pp. 7-8. El culto de los cráneos subsistía también en B retaña hasta
hace unos cuarenta años.
51 “El propio desaparecido seguirá estando asociado a la vida familiar, puesto que se dirá
por él una serie de misas, primero después del deceso, bajo forma de novenas (Países Vascos),
de treintena (Loire Atlántica), de cuarentena (Vosgos); luego ‘al cabo del añ o ’ y por último
cada año, en los aniversarios. Desde el siglo xm tienen lugar las misas de aniversario, y en el \n
el servicio de aniversario del Señor figura a título de censo feudal (Berry especialm ente). Rogar
por la salvación del fallecido «vita además, si se cree en las supersticiones, qu e el m uerto re
grese a atorm en tar a sus herederos y arro je m aleficio sobre ellos cuando se p rolon ga su per
m anencia en el Purgatorio. A veces también se aparecía en sueños para p ed ir qu e se efectuara
un p eregrinaje que había prometido y qu e no había podido cumplir. Por últim o, su presencia
se perpetúa por interpósita persona, puesto que su nom bre de pila ha sido ya transm itido - o lo
CREEN CIA S Y A C T IT U D E S T R A N Q U ILIZ A D O R A S 611
se rá - a algún descendiente.” M. Bouteillier, “ La mort et ¡es funérailles”, Pléiade: La Fraru eet les
Frunzáis, Gallimard, 1972, p. 99.
62 Y a hemos mencionado este tem a de la venganza mediante la m uerte a propósito del
samsonic-suicide. Se dice que antes, los chinos se colgaban a la puerta de la casa de su enemigo, y
que en la India, un braman no dudaba en arrojarse a un pozo para provocarle graves dificul
tades a su vecino.
A parte del filme de Rom ero ya citado (L a nuil des vwrt vivants), hay otro que tiene también
por tema la venganza de un m uerto, L ’abom in abk Docteur Phibes, de R. Fuest. El protagonista
persigue a diez.personas (las 10 plagas d e Egipto), a los que considera responsables de la
m uerte de su m ujer, y elige para vengarse el castigo bíblico: las ratas, las langostas, las tinieblas,
el hierro.
53 En nuestros días se efectúan un com ercio clandestino de cráneos entre la Costa de Marfil
y Gana, este país los utiliza en los ritos m ágicos. Antes, las trepanaciones perseguían distintas
finalidades: obtener amuletos, cu ra r a los poseídos, devorar el cerebro . I
54 “Tam bién se ha utilizado el miedo q u e engendra la visión de la muerte violenta como
arm a de guerra. Así, en la China feudal, se enviaba a ‘valientes sacrificados a la muerte’ para ^
intensificar de alguna manera el com bate: al entrar en contacto con el enemigo, estos héroes se
cortaban la garganta profiriendo un trem end o grito. De este suicidio colectivo, surgían almas
furiosas que se adherían com o un destino nefasto al enemigo aterrorizado.” J . Susini, op. cit. (
55 L'aulel des morís, Stock, 1974.
se H. Jam es, p. 21.
612 DE LA C O R R U P C IÓ N C O R PO R A L A LO IM A G IN A R IO
60 C reen cia que se encuentra también en tre algunos occidentales que dicen poder recordar
una vida anterior. Véase especialm ente I. Stevenson M. D. Twenty cases suggestive o f reincamalion,
T he A m erican Society for Psychical R esearch , Nueva York, 1974.
61 M. C. y Ed. Ortigues, op. cit., 1966, p p . 88-89.
82 E n nuestro Cinq essais. .. , op. cit., 1966, pudimos m ostrar cuatro tipos principales de
creencias en la reencarnación, en el Á frica negra: 1) la reencarnación propiam ente dicha, que
es una reproducción del difunto; 2) la reencarnación participativa, que es una participación
ontológica del vivo en la sangre, en el alm a (o en un fragmento de alm a, o en una de las almas),
C R EE N C IA S Y A C T IT U D E S T R A N Q U IL IZ A D O R A S 61 5
en la sombra (o en una parte de la sombra), e n el principio vital (o en una porción del principio
vital), incluso en una sum a de todos estos elem entos que hayan pertenecido al d ifu n to o a
varios difuntos, del mismo sexo o de sexo d iferen te ; 3) la reencarnación nom inal, que puede
acompañar a las otras form as o existir sola; 4) la reencarnación simbólica preferencial (aproxi
mación de un vivo y de un m uerto, como e n tr e los sara) o global (todo individuo es entonces
un complejo de fuerzas vitales emanadas d el grupo).
DE LA CORRU PCIÓN C O R P O R A L A LO IM A G IN A RIO
85 Posfacio al libro de M. Schum ann, La mort née de leurpro/jre vie. T re s ensayos sobre Péguy-
Sim one W eil-Gandhi, Fayard, 1974, p. 174. Aquí es el tema de la oblación el que se celebra.
“Vivo actualmente las últimas sem anas, los últimos días de^mi vida. ¡Ah! esta vida, ¡cómo que
rría que sirviese para algo! ¡Cómo quisiera poder ofrendarla!", declaraba Gandhi a M. Schu
m ann (p. 125).
®® R eligiom africaines et slructures de civilisation, Prés, afric., núm. 6 6, 1968, pp. 102-107. El
psicoanálisis ha aclarado el papel d e las imágenes, materna o paterna, que obsesionan siempre
al individuo y que determinan su conducta, mucho más segura y automáticamente que los
egun exteriorizados de los yoruba. El padre af que hemos matado, la m adre a la que deseamos
incestuosamente, a veces el herm ano o la hermana, constituyen la imago que extraen de las
profundidades de nuestro yo los resortes —de nuestros gestos- estos gestos que em pero cree
mos libres; lo que hace que nuestro com portam iento sea expresión, no tanto de nuestra volun
tad, com o de los Muertos que están en nosotros, ocultos no ya bajo máscaras de madera o
vestidos d e paja, sino en los repliegues de nuestro ser ignorado. Diríamos que si la estructura
de las civilizaciones africanas es la del diálogo, la estructura de la sociedad occidental es la del
m onólogo, pero del monólogo de los Muertos. Freud vio acertadam ente las analogías entre los
fenóm en os religiosos y los fenóm enos pulsionales que él describió en sus pacientes neuróticos.
Pero él extrajo equivocadamente la conclusión de que la religión nace de la obsesión; que es la
form a en que ésta se exterioriza o institucionaliza. Hay que invertir los términos-y decir que
porque el Occidente ha abandonado el cu lto de los Muertos, exterio r e institucionalizado, los
m uertos se han convertido en form as obsesivas de nuestro inconsciente.
620 DE LA C O R R U PC IÓ N C O R P O R A L A LO IM A G IN A R IO
87 En las sociedades antiguas, los m uertos poseían tal importancia que n o había muerto ni
historia pasada, o poco menos. “En una estabilidad completa, o bien en el curso de lentas
transform aciones, los muertos vivían de la vida de los vivos, m antenidos p o r los ritos. Los vivos
no se separaban de sus muertos. La perennidad del pasado, presente en el seno de la comuni-
i dad de los vivos de cien maneras -cu lto s, sacrificios, monumentos, gestos rituales, proverbios,
recu erd os-, no excluían el acontecim iento pero atenuaba su alcance al inh ibir la conciencia del
pasado com o tal , y por consiguiente su confrontación con lo actual. Lo inm em orial obstáculo
* / . a b a la m em oria. E s t a vida de los m uertos no ha dejado de acortarse en el curso de la historia,
com o si hubiera una proporción inversa en tre esta alienación de los vivos p o r el orden cósmico,
( la nada y la muerte, y la* historicidad real, y más nítidamente todavía en tre esta ‘vida’ y la
historia percibida como tal. No olvidemos nunca hasta qué punto la juventud del mundo hu
m ano, mezclada a los ritmos de la initurale/a siem pre renovada, fue a la ve/, inocente e ingenua,
1 brillante y privada de juventud. Hoy encontram os una inversión com pleta: lo ‘vivido’ desapa
rece de la escena no bien se exp erim en ta; desciende a la historia y se sum erge en ella. Lo
j histórico asedia a Ja juventud y la op rim e. Ésta reacciona cuestionando lo histórico, pero no
escapa a él, sin embargo. Como antes, p ero en sentido inverso, la historia se oscurece y se
vuelve problem a." H. Lefebvre, Introduction a la modernité, £d it. de M inuit, 1962, p. 276. Ya
í indicamos de qué manera el filme I m nuil, des mort vivants sintetiza todas las fantasías que pro
voca el m iedo a los muertos.
( 88 Ya citam os Ljis moscas de J . P. Sartre y E l descanso del séptimo día de P. Claudel.
fl9 “ F.n la celebración del Día de los M uertos, uno de los elementos esenciales de la creencia
popular en la vecindad, era que el alma de los difuntos, la de los niños prim ero, después la de
^ los adultos, retornaba a su familia respectivam ente los días 1 y 2 de noviem bre. Ksta creencia
está difundida sobre todo entre los pobres, m ientras que a medida que se asciende en la escala
( social y económica, tienden a predom inar las creencias católicas más ortodoxas. Este hecho es
fácilm ente comprobable por medio de un estudio comparativo en tre la vecindad de los pana-
í
C R E E N C IA S Y A C T IT U D E S T R A N Q U IL IZ A D O R A S 621
deros donde vivía G uadalupe y la Casa Grande de los hijos de Sánchez. En los pan ad eros, el
91% de los je fe s de fam ilia creían en el retorno de los m uertos, contra 34% en la C asa G rande.
Sin embargo, ninguna de las dos vecindades estaban de acuerdo sobre la naturaleza del ánim a
que regresa, .sobre la m anera cóm o vuelve, sobre su hora de llegada y de partida. En los
pueblos mexicanos tradicionales donde es preponderante la d iilucncia indígena, s e presentan
cinco ofrendas al ánim a esperada el Día de los M uertos: un cirio para iluminarle el camino',
agua para saciar su sed, flo res para honrarla, alim ento para aplacar su hambre e incienso para
guiarla hasta su antiguo hogar. Un porcentaje mucho más elevado de familias resp etaba esta
tradición en la vecindad de los Panaderos que en la de la Casa Grande. Por otra parte, parece
haber un orden de desaparición de las ofrendas a m edida que se asciende en la escala social. El
primero en desaparecer es el incienso, después el alim ento, luego las (lores. Las ofrendas de
agua y de cirios eran las m ás persistentes ” O. Lewis,-op. cit., Gallimard, 1973, pp. 33-34.
70 Sin em bargo, se asiste actualmente a un recrudecim iento de las preguntas sobre el des
pués de la m uerte. “¿Q ué hay detrás de esta ansiedad creciente? Parecería q u e en nuestra
época de abundancia, la agitación religiosa, los conflictos raciales, la inestabilidad d e los go
biernos y el en frentam ien to entre el nihilismo y el dogm atism o, agudizaran el interés po r esta
cuestión.” M. Ebon, op. cit., 1971, pp. 7-8.
71 “La m ort a-t-elle changé?”. En Mort et Présence, op. cit., 1971, p. 246.
622 DE LA C O R R U P C IÓ N C O R P O R A L A LO IM A G IN A R IO
(
624 DE LA C O R R U P C IÓ N C O R PO R A L A LO IM A G IN A R IO
78 Payot, 1973. Véase R. Dadoun,“U n e v isió n n o u v elled e\i*c\ence" .Politique H ebdo, núm. 112,
7-1-1974.
I
L O Q U E H E M O S DICH O
626
¿SE P U E D E LLEGAR A C O N C LU SIO N ES? 627
1 Véase L. V. Thom as, R . Luneau, Les religions d ’Afrique noire, Denoél, Fayard, 1 9 6 8 ; Anthropo-
logie religieuse africaine, Larousse, ¡974.
2 Recordem os el excelente estudio de M. Serres ya citado, “La Thanatocratie” , Critique, 298,
marzo de 1972. “Lo irracional delirante invade el saber, que ha perdido su propio autocontrol.
Entonces el instinto de m uerte circula librem ente” (p. 213); “L a cuestión ahora es la de dom i
nar el dominio y no ya la naturaleza. La desgracia es que los amos son siempre los mismos. Los
de hace poco, los de antes, los d e siempre. Y ellos están allí gracias a fa muerte v para ella” (pp.
217-218).
D E LA C O R RU PC IÓ N C O R P O R A L A LO IM AG IN A RIO
C iv iliz a c ió n C iv iliz a c ió n
T e m á t ic a n e g r o -a fr ic a n a o c c id e n ta l
I d o . F il o s o fía d e l a v i d a y d e
’a m u erte.
Actitud frente a la vida. Promoción de la vida bajo Desprecio por la vida: so
todas sus fo rm a s (b ioló ciedad m ortífera (m ata o
gica, sexual, espiritual). hace morir).
-Vctitud frente a los difun- Im portancia del d uelo y Duelo escam otead o. Nin
os y los sobrevivientes. de los ritos. N u m e ro so s gún tabú.
tabúes.
3 En principio, el socialismo condujo a una sociedad de acum ulación de hom bres. Sin em
bargo, es indiscutible que la U R S S, y en u n grado menor China, entran en eí circuito producti-
vista y alientan el mito de la producción.
4 Lo que no excluye el proceso de recuperación por el sistema. Ciertam ente, co n la contra
concepción, que suprime el em barazo com o sanción por la “falta” y que separa la sexualidad de
la reproducción, la idea^del pecado sexual ha perdido su verosimilitud. Pero en cam bio el sexo
“se vende bien” (revistas eróticas o pornográficas, filmes del mismo género) y, utilizando como
recurso publicitario, ¡hace vender! Se ha dicho aju sto título qu e la sociedad de beneficio y de
consum o extrae ventajas del sexo liberado. En cuanto a la m u erte, ella no ha esperado la
supresión del tabú para en trar en el circuito comercial.
5 Q uedaría por saber si Jas sociedades europeas de ayer todavía no industrializadas, eran o
no sociedades de acumulación de hombres.
630 DE LA C O R R U P C IÓ N CORPORAL A L O IM A G IN A R IO
¿Q ué h acer?
abrazo antes de su separación definitiva. Y en el m om ento de este abrazo, que los biólogos
denominan crossing-over, de este entrecruz.amiento, un fragmento de un crom osom a pasa al
otro y recíprocam ente; de manera que desde ese m om ento son diferentes para siem pre. Cada
uno lleva un recuerdo del otro. Existen decenas de millares de posibilidades de intercam bios.
En teoría, 10 millories de tipos de espermatozoides diferentes pueden nacer de un testículo, y
10 millones d e óvulos de un ovario, En realidad, el núm ero total de óvulos de un ovario es de
700 mil.” M. Marois, ibid., p. 54.
12 Por esto hemos repetido a menudo que la m uerte no es el fracaso absoluto; por el co ntra
rio, la m uerte encuentra su lugar en la “econom ía de la vida, porque et drama d e la vida es el
divorcio en tre la superabundancia de las potencialidades y la penuria de los m edios; la vida
recupera to d o [.. .] En esta economía de escasez, la reconversión es la regla”. M. M arois, op. cit.,
p. 53. Apreciamos aquí el doble error de los paladines de la inmortalidad terrestre; su ignoran
cia de las leyes biológicas, la negación psicótica de la m uerté. En una perspectiva existencia, I.
Lepp (op. cit., 1966, pp. 112-114) insiste e n el papel capital del amor a la vida para saber aceptar
dignamente la muerte.
634 DE LA C O R R U P C IÓ N C O R PO R A L A LO IM A G IN A R IO
(
636 DE LA C O R R U P C IÓ N C O R P O R A L A LO IM A G IN A RIO
( 16 Véase también R. M en ah em ,op. cit., 1973.J . M. D om enach insiste en el necesario retorn o alo
trágico ignorado de los imperios {Le R etou rau Tragique, Seuil, 1973).
/ • 17 Esta doble lucha por un mismo ideal de liberación, no solam ente no es fácil, sino que
corre el riesgo de no dejarse recu p erar en el contexto actual: “los que reivindican la propiedad
de los muertos de la Com una, de los m uertos de Kronstadt, de los muertos del 36, de los
{ muertos del 68, que los conservan bien, y sobre todo que los separen de los m uertos por
accidentes de trabajo, de los m uertos en carretera, de los m uertos de vejez, pues ellos están más
muertos que estos otros, se han vuelto signos, no símbolos de la m uerte del sistema, sino signos
positivos'de la acción revolucionaria que ju eg an el ju e g o del esquem a cultural que hace de la
m uerte la interdicción fundam ental”. Uíojñe, “Q u e lit la m ort ces jou rs-ci?’ , 1er. trim ., 1972,
f pp. 26-27. En efecto, existe un modo de apropiación de los m uertos, de sus m uertos, que
introduce un corte peligroso entre vivos y difuntos (o más bien entre una clase de vivos y una
^ clase de difuntos), donde éstos sólo son objetos que sirven de {falaces) pretextos para valorizar a
aq uéllos.
i
ÍNDICE
Prefacio...................................................................................................................... 7
¿Por qué un libro sobre la m uerte?....................................... .... 7
Defensa de una antropotanatología..................................................... 10
Primera Parte
L a m u e r t e e s en p l u r a l
La muerte biológica.............................................................................. 33
Los signos de la m uerte y su im portancia, 3 3; Para una aproxim ación a la m uerte:
algunas dicotomías significativas, 4 0
Segunda Parte
L a MUERTE DADA, LA MUERTE VIVIDA
VI. Los rostros del morir: muerte concebida y muerte vivida . . . 195
Los hombres, los objetos y la m u e rte ................................................ 195
Las formas del m orir............................................................................... 199
V erd ad era m uerte o seudom uerte, 1 9 9 ; La m uerte dada y la m uerte que se da,
2 0 2 ; M uerte real o m uerte im aginaria, 2 1 0 ; Muerte en un punto y m uerte progre
siva, 2 1 8 ; M uerte suave y m uerte violenta, 225; Buena y mala m uerte, 2 2 9 ; Muerte
fecun da y m uerte estéril, 2 3 6 ; M u erte física y muerte espiritual, 241
Tercera Parte
L A S ACTITUDES FUNDAMENTALES DE AYER Y DE HOY
Cuarta Parte
De l a c o r r u p c ió n c o r p o r a l a l o im a g in a r io