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La leyenda del perro de piedra

En una zona que no se encuentra demasiado lejos del castillo de San Jerónimo,
podemos ver una estructura hecha de coral que, para quienes no lo sepan, ha sido
punto de inspiración para
muchos relatos
puertorriqueños. A este
elemento se le conoce
comúnmente como el
perro de piedra. Cuenta
la leyenda que el castillo
era usado por los
soldados españoles
como fuerte para
protegerse de los
ataques de los piratas.

Generalmente
habían apostados ahí
varios soldados, ya que
los corsarios podían arribar en cualquier momento. Uno de los militares más jóvenes
era un chico de nombre Enrique, al que sus compañeros querían y respetaban, debido
a que su niñez había sido muy distinta a la de ellos. Me refiero a que la mayoría de los
militares, habían pasado gran parte de su adolescencia en colegios en donde se les
enseñaban estrategias de combate. Sin embargo, Enrique era un muchacho que había
labrado el campo hasta que decidió enlistarse en el ejército.

A menudo se le podía mirar solo, recargado en una zona del castillo, anhelando
encontrar a un compañero de aventuras. Una tarde mientras caminaba por las
estrechas calles de la capital puertorriqueña del Viejo San Juan, unos chillidos llamaron
poderosamente su atención. Desenvainó su espada y se enfiló hacia dónde se
encontraba un callejón oscuro. En el momento en el que estuvo lo suficientemente
cerca, pudo notar que los lamentos provenían de un perrito que se encontraba herido
de una pata.

– No te preocupes amiguito. Te llevaré a casa y pronto estarás como nuevo.

Así lo hizo y el can poco a poco fue recobrando su forma física. Luego de que se
curaron las heridas del cachorro, éste seguía fielmente a Enrique a donde quiera que
fuera. Lógicamente eso provocaba que algunos de sus compañeros se burlaran de él.
Inclusive, el general encargado de cuidar el castillo le cuestionó una vez:

– ¿Cómo se llama el perrito Enrique?

– Su nombre es Amigo, mi general.

Poco tiempo después, llegó una orden firmada por el rey de España en donde se
indicaba, que era necesario que se enviaran soldados a Cuba. Uno de ellos, fue
precisamente Enrique. Con lágrimas en los ojos se despidió de su amigo canino
diciéndole:

– No te preocupes. Me voy sólo por unos meses. Regresaré antes de que te lo


imagines. Mientras tanto, mis compañeros cuidarán de ti.

El barco del soldado zarpó y en ese instante el can se echó al agua y nadó hasta
llegar a un arrecife de coral en donde permaneció hasta que perdió de vista el navío.
Desafortunadamente, la nave en donde viajaba Enrique fue emboscada por unos
bucaneros y todos los tripulantes murieron. No se hablaba de otra cosa en el castillo de
San Jerónimo, que no fuera aquella tragedia.

Por más extraño que parezca, de algún modo Amigo entendió que su amo no
volvería nunca más a pisar tierras borinqueñas. Fue entonces cuando el perrito se echó
a nadar y regresó al arrecife de coral. Vale la pena destacar que permaneció ahí
vigilante hasta que murió, recordando la última vez que había visto a Enrique.

La sal de mar y otros elementos naturales comenzaron a cubrir el cuerpo del


can. Con el paso en los años, el coral también lo cubrió por completo, haciendo que su
silueta permaneciera intacta. Muy tristemente la silueta de coral actualmente ha
desaparecido por las inclemencias del tiempo.

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