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Otra vez tú...

7 de diciembre de 2010 a las 20:40


Otra vez tú...
derramándote
sobre mi piel,
en besos,
en dientes,
en semen.
Amanecer
de grillos
tras la noche
calurosa.
A quererte
en llamas,
a quererte
desde el primero
al último gemido.
Amor que tiras
las palabras
al aire,
y luego
las encuentras,
mientras me miras,
y tus ojos
desvisten en gris,
gris de luna,
gris de nube
cinco minutos antes
que empiece
el temporal,
gris del agua
entre las piedras,
con tu cara
y la mía
entre las varas
de la orilla...
Te amo en el rumbo
de los cinco sentidos,
en el sabor
a cerezas,
de tu lengua
en mi boca,
en el deambular
de las manos
por la entrepierna,
en pos
de las amapolas...
Somos el sueño
hasta las últimas
consecuencias,
el barco
hacia la isla
que nos pertenece,
la ola que no respetará
las gaviotas...
Otra vez, tú,
y ya mis pechos
a presentir
tu saliva,
cálida
y dorada,
ya la cintura
enarcándose
entre los trigales.
Tómame entera
de deseos,
de fragancias,
de violines
con un cielo
atravesado
entre las cuerdas,
de borbotones
de azúcar
en el centro
de las caderas.
Vivamos
el orgasmo
de todos
los orgasmos
que no fueron
nuestros,
el de los
caracoles
al calor
de la playa,
y el de las primaveras
seducidas
por la sombra
de los álamos,
en atardeceres
que nos
presentíamos
a distancia.
Otra vez, tú,
escapándote
del traje oscuro,
a permitir
que se desmayen
las estrellas
en mi espalda,
a prenderme
brazalates
de risa
y madreselvas,
a borrar
las noches
sola,
iluminada
apenas
por el candil
del silencio,
y a despertarme
con besos.
No sabès cuànto necesito
que el viento
sea como vos.
Que despierte
a los crisantemos,
por la mañana,
y desordene mi cabello.
Que llegue o no llegue,
a la hora precisa,
yo sepa que està,
que merodea
tras la nube
en las copas de cristal.
Que como vos encontrarà
el significado
de la respiraciòn,
y me alzarà
en vuelo.
Nada tan parecido
al viento,
como un abrazo tuyo...
Restaurador de los retratos
al òleo,
de las magnolias
y el alba;
incitador a la violencia
de las olas
del deseo.
Viento que, cuando no haya
mas que viento
alrededor,
golpee en las ventanas
de mì,
con fuerza,
hasta asustarme,
que desenganche,
una por una,
las estrellas dormidas
sobre el cieloraso,
y entre la alfombra
y las cenizas,
me desvista,
y me quiera,
sin explicaciones
al hombro,
hasta que nazca el sol
y, como vos,
pase,
sobre los escombros...

y abràzame...
No sàbes què hermosa està la tarde.
Sòlo por coqueterìa, le he prendido dos amapolas en el cabello.
Rojas. Y libres.
Que ahora danzan.
Digo que, mientras te quiero, la tarde te quiere. Y la brisa frìa del otoño, avanzada en su gravidez
de hojas ocre.
Y el àrbol, ensimismado y calculando el tamaño de sus pies para la pròxima lluvia.
Todo lo que amo, te pertenece: mi afàn por ver lo bello de cada cosa.
La almohada crespa de abrazos.
El mar de alguna vez.
El martes, antes de ser mièrcoles.
La boca ardiente de la estufa ya encendida.
De vivir en las afueras de mì, aprendì a convivir con la palomas de la ciudad y a estar conmigo.
De no fumar los veinte cigarrillos diarios, a entender los mensajes del ùnico que me visita y que se
prende con alfileres en la solapa de la despedida, de malos modos...
De lo que està lejos, a mirar las manzanas y el malvòn, con otros ojos.
No sàbes què hermosa està la tarde.
Hay como un rubor en ella.
No sè.
Digo que, mientras te quiero, es de dìa.
Y las nubes me ceden el paso.
Y un presentimiento de fiesta, toma asiento, entre mis cejas.
Cuando la luna llame a la puerta, la invitarè a un cafè.
Nos besaremos en el margen de una pàgina garabateada y sin vuelta de hoja.
Con la mirada.
Con las manos.
Con el quèdate a mi lado, de las pisadas hasta la ventana.
Y las de la ventana, al dormitorio.
Sè, que hasta tu corazòn, hay una distancia como de veinte besos o veintidòs...
Una vez estuve allì.
Me guiò un silencio disfrazado de estrella, entre los retratos de nadie.
Y ardìamos de risa los dos...
No puedo màs con este amor.
Deja los claveles sobre la mesa...Y abràzame.

Como la lluvia...
Siento que llueve y que el àrbol se enjuaga la melena, mientras zarandea el invierno de las ramas.
Que algunas de las ventanas se van en làgrimas y otras, en suspiros.
Que el agua al caer huele a tango de Piazzola, en la radio.
Siento que llueve y que se muestran abiertas a una confidencia, las lavandas.
Que es del tamaño de un dedal, mi desazòn en la pared.
Que la gota erotiza la hoja de una cala y que, de pronto, descubre el frenesì.
Que naufragan en un charco del patio, un par de besos que no hicieron verano.
Siento que llueve y que la melancolìa se sirve en pocillos de cafè.
Que el telèfono se reserva el derecho de admisiòn.
Y que resbala tu risa sobre las baldosas flojas de la memoria.
Que soy anoche, anteanoche y otra noche màs, en la cornisa, a punto de suicidarse.
Siento que llueve y se desbordan los zapatos del malvòn y el ùltimo benteveo encabeza una
peregrinaciòn de paraguas olvidados.
Que te busco entonces en los rincones menos probables de mì, y asomàs chorreando y con las
manos extendidas.
Y me abrazàs.
Y me empapàs de vos.
Y llueve entre los dos, finito y claro, hasta el amanecer.
Hasta que me duermo.
Con vos.
Sin vos.
Y con vos.
No obstante los truenos.
El pasado de las nubes grises.
Y las goteras del alma.
Desde que somos dos tormentas, hay algo que empieza y que luego termina, y que luego empieza,
entre nosotros.
Infinito.
Como la lluvia.
Como el amor.

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