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y abràzame...
No sàbes què hermosa està la tarde.
Sòlo por coqueterìa, le he prendido dos amapolas en el cabello.
Rojas. Y libres.
Que ahora danzan.
Digo que, mientras te quiero, la tarde te quiere. Y la brisa frìa del otoño, avanzada en su gravidez
de hojas ocre.
Y el àrbol, ensimismado y calculando el tamaño de sus pies para la pròxima lluvia.
Todo lo que amo, te pertenece: mi afàn por ver lo bello de cada cosa.
La almohada crespa de abrazos.
El mar de alguna vez.
El martes, antes de ser mièrcoles.
La boca ardiente de la estufa ya encendida.
De vivir en las afueras de mì, aprendì a convivir con la palomas de la ciudad y a estar conmigo.
De no fumar los veinte cigarrillos diarios, a entender los mensajes del ùnico que me visita y que se
prende con alfileres en la solapa de la despedida, de malos modos...
De lo que està lejos, a mirar las manzanas y el malvòn, con otros ojos.
No sàbes què hermosa està la tarde.
Hay como un rubor en ella.
No sè.
Digo que, mientras te quiero, es de dìa.
Y las nubes me ceden el paso.
Y un presentimiento de fiesta, toma asiento, entre mis cejas.
Cuando la luna llame a la puerta, la invitarè a un cafè.
Nos besaremos en el margen de una pàgina garabateada y sin vuelta de hoja.
Con la mirada.
Con las manos.
Con el quèdate a mi lado, de las pisadas hasta la ventana.
Y las de la ventana, al dormitorio.
Sè, que hasta tu corazòn, hay una distancia como de veinte besos o veintidòs...
Una vez estuve allì.
Me guiò un silencio disfrazado de estrella, entre los retratos de nadie.
Y ardìamos de risa los dos...
No puedo màs con este amor.
Deja los claveles sobre la mesa...Y abràzame.
Como la lluvia...
Siento que llueve y que el àrbol se enjuaga la melena, mientras zarandea el invierno de las ramas.
Que algunas de las ventanas se van en làgrimas y otras, en suspiros.
Que el agua al caer huele a tango de Piazzola, en la radio.
Siento que llueve y que se muestran abiertas a una confidencia, las lavandas.
Que es del tamaño de un dedal, mi desazòn en la pared.
Que la gota erotiza la hoja de una cala y que, de pronto, descubre el frenesì.
Que naufragan en un charco del patio, un par de besos que no hicieron verano.
Siento que llueve y que la melancolìa se sirve en pocillos de cafè.
Que el telèfono se reserva el derecho de admisiòn.
Y que resbala tu risa sobre las baldosas flojas de la memoria.
Que soy anoche, anteanoche y otra noche màs, en la cornisa, a punto de suicidarse.
Siento que llueve y se desbordan los zapatos del malvòn y el ùltimo benteveo encabeza una
peregrinaciòn de paraguas olvidados.
Que te busco entonces en los rincones menos probables de mì, y asomàs chorreando y con las
manos extendidas.
Y me abrazàs.
Y me empapàs de vos.
Y llueve entre los dos, finito y claro, hasta el amanecer.
Hasta que me duermo.
Con vos.
Sin vos.
Y con vos.
No obstante los truenos.
El pasado de las nubes grises.
Y las goteras del alma.
Desde que somos dos tormentas, hay algo que empieza y que luego termina, y que luego empieza,
entre nosotros.
Infinito.
Como la lluvia.
Como el amor.