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Manifiesto unilero por la paridad.

“Los dolores que quedan son las libertades que faltan” (Manifiesto liminar)

Este manifiesto pretende apuntar algunos elementos que conforman la

base argumentativa de la lucha de los y las estudiantes de la UNILA por una

universidad más democrática e integradora. Para transformar nuestra realidad

es preciso intervenir en ella ya que el cambio sólo es posible cuando los

actores involucrados poseen un verdadero poder de intervención en su medio.

Sería incorrecto suponer que la simple participación de los y las

estudiantes en las salas de aula, o puramente como espectadores en los

ámbitos de decisión, se establezcan como nuestros únicos mecanismos de

acción en el medio universitario. En ese sentido debe entenderse que la

democracia universitaria se ve garantizada sólo cuando las resoluciones

estratégicas de la Universidad son tomadas en el marco de una representación

equitativa de sus diversas categorías. Entender que todas y todos quienes

integran el ambiente universitario son esenciales para una construcción más

plural del mismo, es el inicio para la formación de un espacio realmente

autónomo, igualitario y democrático.

Se asume así que la defensa de las diversas herramientas que puedan

consolidar los espacios mencionados anteriormente, debe ser para los y las

estudiantes, el pilar de su lucha. Todo marco normativo debe fomentar el

mayor goce de derechos de sus actores y, cuando éstos no se vean

contemplados por las estructuras legales vigentes, no deben ser las libertades

las que se deben coartar sino que se torna necesario modificar la estructura.

La conquista de la paridad, no puede ser vista como la pérdida de poder

por parte del cuerpo docente, sino como un avance en la autodeterminación de

quienes integran la comunidad académica en el proceso de democratización de

la Universidad. Ésta es el fruto y la expresión de un régimen social

determinado, y en última instancia, cumplirá las funciones que las necesidades


culturales y técnicas de ese régimen le reclamen; no es posible concebir a la

Universidad como un elemento aislado de la sociedad, sino que por el contrario

debe comprenderse a la misma dentro de una estructura mayor.


El movimiento estudiantil no está invitado a ser espectador de los

cambios sociales; está convocado por su propia historia a ser partícipe y

protagonista de los cambios que se están forjando y se forjarán a favor

de la libertad. (ARISMENDI, R.)

Asimismo, se torna necesario que se comprenda a la lucha por la paridad

en un sentido más amplio, siendo un elemento que contribuye a la lucha

histórica por la democratización de la sociedad en un sentido general.


Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los

mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los

inválidos y -lo que es peor aún- el lugar en donde todas las formas de

tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las

universidades han llegado a ser así fiel reflejo de estas sociedades

decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una

inmovilidad senil.(MANIFIESTO LIMINAR)

Se vuelve importante reflexionar al respecto del carácter histórico que

tiene la lucha por la paridad, y para eso es importante entender al movimiento

estudiantil en un contexto que tiene sus orígenes, al igual que el resto de los

movimientos latinoamericanos, en la Reforma Universitaria de Córdoba de

1918.

Allí se entendía a la autonomía en sus aspectos (político, docente,

administrativo, económico y financiera) como un componente central para una

Universidad integradora, democrática y plural. En este sentido, no se puede

concebir una Universidad que siga atada al poder político de turno,

obedeciendo sus directrices administrativas y económicas, con resquemor de

la capacidad orientadora de todos sus miembros que son, en definitiva, los que

construyen día a día a dicha institución.

El ejercicio de la autonomía implica también que las tres categorías que

integran la Universidad, puedan elegir a sus cuerpos directivos, y a su vez, que


los diferentes sectores que integran la comunidad académica, ocupen en

igualdad de condiciones los múltiples órganos de gobierno.

Nuestras consignas no surgen como elementos nuevos de la voluntad de

este cuerpo estudiantil, son reivindicaciones que se han hecho eco en la voz de

tantos y tantas militantes de Latinoamérica que dedicaron más que su tiempo

a los principios que este manifiesto se afirma en defender. Son reflejo de los

procesos que atraviesa la sociedad en su conjunto.

La intelectualidad es una capa social que, en las sociedades actuales no

posee una ideología propia: o asume la ideología de la burguesía o asume la de

la clase obrera. Estas clases en conflicto pugnan, mediante la educación, por la

formación de dicha intelectualidad y es responsabilidad del movimiento

estudiantil organizado señalar los caminos y las posibilidades que se plantean

a la misma, defendiendo todas las expresiones que muestran su carácter

anticapitalista y antiimperialista.

Esas mismas expresiones organizadas contra los intereses capitalistas,

esa voz antiimperialista que se alza en las Universidades por parte de los

estudiantes, es lo que nos une a la clase obrera. Cuando hablamos de ésta no

sólo nos referimos a los trabajadores de las fábricas o de las industrias, sino

también al campesinado (sector de gran importancia en Latinoamérica) como a

docentes y técnicos de la Universidad, entre otros. Y esa unión se funda

además en el simple hecho de que como estudiantes hacemos parte de la

sociedad y del pueblo y por ende nos vemos influenciados y afectados por las

conquistas y las derrotas del movimiento popular. (Ver cuestión indígena)

A través de la colaboración cada día más estrecha con los sindicatos

obreros y potenciando la experiencia de combate contra las fuerzas

conservadoras, podremos emprender, como vanguardias universitarias, una

definida lucha ideológica.

La UNILA, como proyecto de integración, consigue reunir aquí la

experiencias de sus diferentes pueblos y es en esta unión que se constituye


esta batalla histórica por una Universidad con y para sus hijos.

Paridad como camino hacia la democracia universitaria

La efectiva participación de estudiantes en los espacios de decisión

fomenta el envolvimiento de quienes hacen parte de la comunidad académica

con respecto a la Universidad y, de esa forma, contribuye a la conformación de

sujetos críticos y comprometidos con la sociedad, lo cual es uno de los fines de

nuestra institución.

Asimismo, la representación paritaria de las categorías garantiza que

ninguna de estas por sí sola tenga el control de los órganos de conducción,

inhibiendo de ese modo, que se puedan dar expresiones corporativistas;

además promueve el diálogo como forma abordar el funcionamiento de la

Universidad, reforzando el principio de la gestión democrática.

En otro sentido, el proyecto innovador de la UNILA se propone actuar sobre la

realidad para transformarla y para eso los órganos de decisión no pueden ser

espacios sin la amplia participación de las tres categorías. Por ello, la más

amplia participación de los sectores que conforman la comunidad académica

de la UNILA en los procesos de decisión, viene a reafirmar la vocación

innovadora y transformadora de la institución. En la materialización de esta

lucha histórica no somos los y las estudiantes de la UNILA que ganamos, son

los pueblos latinoamericanos en la búsqueda de su autodeterminación.

Resaltamos que la defensa de la autonomía universitaria y del

cogobierno, son dos principios muy sensibles al movimiento estudiantil

latinoamericano y caribeño. Nosotros, en cuanto estudiantes de la región, no

somos ni podríamos ser ajenos a esos principios. Conscientes de la

responsabilidad histórica a la cual nos enfrentamos, asumimos con coraje y

orgullo el compromiso de defender estas dos banderas, siendo fruto de ello

nuestro Reglamento General, que establece la representación paritaria de las

categorías en los ámbitos deliberativos.


La defensa de estos principios radica en nuestra práctica militante y

también en su trasfondo teórico que se desprende no sólo de la experiencia

sino que tiene su epicentro en algunas convicciones que refuerzan nuestros

principios.

Entendemos que las categorías tienen sus particularidades y sus pautas

concretas y eso nutre el propio proceso democrático. Consideramos además

que el derecho de tener voz y voto en los espacios en donde son adoptadas

resoluciones que afectan a la comunidad académica en su conjunto, no puede

estar condicionado al grado de preparación técnica, ya que con ello se estaría

promoviendo modelos tecnocráticos que se sustentan en concepciones de

democracia que son ciertamente restringidas y que nada tienen que ver con

concepciones de democracia avanzada. Vale la pena reforzar que la formación

ostentada por los y las docentes radica en áreas específicas del conocimiento y

no necesariamente a la participación o gestión democrática de espacios

internos de la Universidad.

Es necesario reforzar que debe promoverse el diálogo y el debate como

forma de conducir los espacios democráticos y, en ese sentido, cabe a la fuerza

de la argumentación atribuirse el delineado de los caminos a seguir- y no

forzado por el autoritarismo delegado a una u otra categoría- no siendo estos

caminos perennes y estando en flujo constante de transformación.

Por otra parte, suele escucharse el argumento de que los y las

estudiantes permanecen en la universidad tan sólo cuatro o cinco años y luego

se marchan. Eso es cierto si se considera su permanencia individual, lo cual

desconoce que la participación de los mismos en los espacios deliberativos se

da en calidad de representantes de toda la categoría estudiantil como síntesis

de su proceso histórico de acumulación política, la cual sí es continua y

permanente. Incluso, pensando en un nivel más general, podría surgir la

siguiente pregunta: ¿a un anciano se le ocurriría demandar que su voto en las

elecciones valga doble por haber permanecido mayor tiempo en este mundo?
En relación a quienes invocan la legislación brasileña como fundamento

para perpetuar el monopolio docente sobre los órganos de decisión, decimos:

la ley 9394/96 que establece que los órganos colegiados deben ser compuestos

en un 70% por docentes, es una ley que tiene su origen en la dictadura militar

brasileña, que fue refrendada y actualizada durante el gobierno de Fernando

Henrique Cardoso y que perseguía objetivos tan poco progresistas como frenar

los ímpetus transformadores de las universidades brasileñas, las cuales a

influjo de la lucha estudiantil, se estaban transformando en agentes de cambio.

Aún contando con la existencia de esta ley retrógrada y antidemocrática,

la Constitución de la República Federativa del Brasil de 1988, que se encuentra

por encima de cualquier ley, en su artículo 207 otorga autonomía

administrativa, financiera, y didáctico-pedagógica a la Universidad.

Desde hace siglos en diversas universidades del mundo entero se lucha

por la autonomía universitaria como forma de garantizar que la misma no

quede a merced de las voluntades de los gobiernos de turno. En nuestra

región, la historia reciente de los movimientos autonomistas ha demostrado

que la defensa de la autonomía universitaria tiene un carácter antioligárquico y

democratizador.

Igualmente, como ya nos decían los y las estudiantes cordobeses en

1918: “¿Que en nuestro país una ley [...] se opone a nuestros anhelos? Pues a

reformar la ley, que nuestra salud moral lo está exigiendo”.(MANIFIESTO

LIMINAR,1918)

En ese sentido afirmamos que si el problema es que la ley no permite la

composición paritaria de los ámbitos deliberativos, si defiende un modelo que

es contrario al principio de la gestión democrática, entonces es esa ley la que

debe cambiarse y en ese marco, la UNILA puede configurarse como un ejemplo

que demuestra que nuevos modelos no solo son posibles, sino necesarios.

Por otra parte, la lucha por la paridad y la democratización de la

universidad ya ha tenido sus frutos en diversos casos, entre ellos está el de la


Universidad Federal Rural de Amazonas (UFRA), la cual establece la

representación paritaria de las categorías en su Consejo Universitario.

Asimismo siendo integrantes de una Universidad con vocación

latinoamericanista, no podemos ser ajenos a los procesos que se dan en la

región; contamos en América Latina con el ejemplo de las universidades

bolivianas que establecen la integración paritaria de sus consejos universitarios

entre docentes y estudiantes, pese a que es incompleta, pues no contempla la

participación de las trabajadoras y los trabajadores técnicos. Asimismo, en

Uruguay, la Universidad de la República establece en su Consejo Directivo

Central la representación paritaria de las categorías, siendo en este caso

docentes, estudiantes y egresados.

Concepción de la Universidad

Esta lucha no es para nosotros un esfuerzo que pueda ser enmarcable

tan solo en reivindicaciones concretas. Detrás de nuestros compromisos, de

nuestras proclamas, se halla una concepción sobre la Universidad que

queremos, una idea definida sobre el rumbo que la misma debe tomar. La

Universidad que queremos ha de dejar atrás el modelo iluminista del dominio

exclusivo del conocimiento, que crea elites de intelectuales disociadas de su

realidad y sin vinculación social; la universidad que queremos es

emancipadora, no sólo del espíritu y el intelecto, sino de la realidad material de

sus integrantes, haciendo fiel homenaje al espíritu revolucionario de sus

pueblos; la universidad que queremos desconoce de disociaciones entre la

investigación, la educación y la extensión, sino que las comprende como un

trípode que juntas sostienen su estructura y también la expanden por todas las

áreas del conocimiento y su actuar social; asimismo la interdisciplinariedad

debe ser un elemento indisoluble al proyecto universitario ya que, sólo con la

suma y el complemento de todos los saberes, es posible generar cambios


reales tanto en el ámbito académico, como en el social, provocando la

superación de este sistema injusto, excluyente y desigual en el que estamos

inmersos.

Queremos una Universidad que se base en su soberano, su “demos”,

queremos decir, su comunidad académica compuesta por técnicos, estudiantes

y profesores. De tal modo, las definiciones centrales que pautan el quehacer

universitario, deben de ser el resultado de la voluntad de la misma. El rol que

nos compete como estudiantes es mucho mayor que el de ser inanimados

receptores de la información que los llamados especialistas nos brindan: como

sujetos críticos, activos y comprometidos con nuestra realidad, tenemos tanto

para aprender de los demás como cuanto tenemos para aportar.

Nuestro compromiso es con la educación de nuestros pueblos, para ello

es que el movimiento estudiantil respira. Pero la educación la entendemos en

su compromiso político, en su lugar como formadora de sujetos, como

educadora de sus hijos. Así es que repudiamos toda lógica que pretenda ser

excluyente y tecnocrática, que busque generar aristocracias oligárquicas que

se sientan en la potestad y en la autoridad de ser quienes dirijan nuestras

vidas. Repudiamos todo sistema que fomente la desigualdad y la injusticia,

elementos que son hoy los principales generadores de violencia, no sólo en

nuestro continente, sino en el mundo entero.

Nuestro compromiso es con nuestra Latinoamérica ya que para ella

trabajamos, para ella estudiamos y para ella vivimos. Como diría un joven

Ernesto Guevara, nosotros también creemos “que la división de América en

nacionalidades inciertas e ilusorias es completamente ficticia” y que somos tan

patriotas de nuestros respectivos países como de cualquier otro que exija

nuestros oficios.

Así, este manifiesto, saluda a todos nuestros compañeros que en cada

rincón de América Latina luchan por derribar sus dolores para conquistar sus

libertades, como abraza fraternalmente a todos aquellos que pelean por una
sociedad más justa.

La Universidad que queremos es la casa de las y los trabajadores, de los


explotados y las explotadas, de las y los que han carecido de oportunidades. En
fin, la Universidad que queremos ha de ser la casa de nuestros pueblos.

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