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Pero Iván también sabía que eso no podía continuar así. Hasta que un día tuvo una idea:
fabricar con su imaginación una armadura como la de los caballeros del rey Arturo para que
esas sombras ya no lo hirieran.
–Esta idea no está resultando –decía Iván. Volvió a su cuarto, que era su centro de
operaciones, y se le ocurrió una idea mejor.
Fabricó con sus lápices de colores y una cartulina la máscara de la felicidad y le quedaba
perfecta, por eso nadie se daba cuenta de si estaba triste o estaba llorando por las cosas que
las sombras tenebrosas le hacían en la noche. Pero a la larga Iván se iba sintiendo más solo y
triste.
Hasta que una tarde, su perro Tragón empezó a devorar el cómic del Capitán Sorprendente.
Solo logró recuperar las páginas donde el Capitán Sorprendente diseñaba la nueva capa del
valor.
–Eso es –dijo Iván. –Gracias amigo Tragón. El perrito lo miraba con asombro.
Al rato Iván salió con una capa y fue directamente donde su mamá y su abuelita a contarle
todo lo que esas sombras tenebrosas le habían lastimado.
Les contó también que esas sombras misteriosas le habían amenazado para que guardara el
secreto. Y su mamá y su abuelita le creyeron todo.
Iván entendió que su mejor decisión fue haber confiado en su familia para contar lo que las
sombras tenebrosas le hacían.