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RECONCILIACIÓN SOCIAL HOY: UNA APUESTA MÁS ALLÁ DE RETOS Y DESAFÍOS

Edwin Murillo Amaris, PhD1

El momento actual que vive Colombia contiene una serie de elementos interpretativos
que, a primera vista, aparece como un tiempo de posibilidades y oportunidades
marcadas fundamentalmente por la firma de los Acuerdos de Paz entre el Gobierno
Nacional y la guerrilla de las FARC-EP. Estas ventajas se pueden sintetizar en el cese al
fuego que vive la sociedad colombiana, el inicio del proceso de implementación de los
contenidos de los Acuerdos y la reducción del número de hombres y mujeres en armas
en contra de la institucionalidad (se afirma que solo está en espera los avances del
proceso de diálogo con el ELN y quedarían los armados que no están incluidos en esta
perspectiva: las llamadas BACRIM y lo que se visualiza como disidencia).

Sin embargo, ¿realmente hay tranquilidad en el fondo de una sociedad que se


acostumbró a levantarse cada día con noticias de tomas de poblaciones, secuestros
masivos, asesinatos, ataques a la institucionalidad, etc.? ¿Qué es lo que realmente está
viviendo la sociedad colombiana desde el segundo semestre del pasado año de 2016?
Ante las “valiosas posibilidades y oportunidades” que se ha transmitido por parte de
algunos sectores sociales, obviamente liderados por el gobierno, han surgido voces
contrarias de insatisfacción, contrariedad, reacción e, incluso, manipulación de
información para dejar una “estela de dudas” sobre el proceso vivido con las FARC-EP
y el contenido de los Acuerdos de Paz de La Habana.

El citado texto del Acuerdo se titula “Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y
la Construcción de una Paz Estable y Duradera”. En el extenso texto se va señalando lo
que cada una de las parte y, en suma, las dos partes acordaron para pactar ese
búsqueda de la tan anhelada y esquiva paz para el país. Pero, la paz contiene una suma
de insumos que me atrevo a resaltar al iniciar esta reflexión: es un derecho de
obligatorio cumplimiento, está sustentada en normativa internacional y nacional,
conlleva un compromiso del Estado y de todos los sectores sociales para construirla o
lograrla, va ligada a transformaciones estructurales que causaron que estuviera
ausente durante tantos años y, por supuesto, se liga a la reconciliación nacional. Esta
interrelación entre “paz y reconciliación nacional” (prefiero llamarla reconciliación
social) devela como metas “la construcción de un nuevo paradigma de desarrollo y
bienestar territorial para beneficio de amplios sectores de la población hasta ahora

1 Doctor en Gobierno y Administración Pública. Actualmente se desempaña como Asesor de la


Dirección de la Organización de Estados Iberoamericanos en las Áreas de Democracia, Administración
Pública y Construcción de Paz. Docente Investigador de las Universidad Santiago de Cali, en Cali
(Facultad de Derecho, en los Programas de Maestría en Derecho, Maestría en Derecho Penal y Justicia
Transicional, y en la Maestría en Gestión Pública) y en la Universidad de Santander, en Bucaramanga
(Maestría en Gestión Pública y Gobierno). Ha tenido una amplia experiencia de trabajo de campo en
zonas de conflicto armado: Tierralta (Córdoba), Barrancabermeja (Santander) y San Pablo (Sur de
Bolívar). Autor del libro: La Reconciliación Social como Política Pública: Sudáfrica, El Salvador,
Nicaragua y Colombia (2017) Bogotá, D.C. Editorial Javeriana.
víctima de la exclusión y la desesperanza” (Pág. 2 del Acuerdo de La Habana) y en su
búsqueda demandará un “Gran Acuerdo Política Nacional” (Pág. 5 del Acuerdo de La
Habana).

En este orden, todo proceso de diálogo entre partes enfrentadas y conducentes a la


búsqueda de la paz contiene elementos fundantes, estructurales y procedimentales. La
reconciliación social es un componente fundante de toda iniciativa que busca
recomponer sociedades que han vivido largo proceso de conflicto armado y, de esta
manera, le da sostén a lo estructural que, posteriormente, debe permear los procesos
y dinámicas que de él se deriven. Cabe resaltar que la firma de este tipo de acuerdos
no garantiza que la paz está a la vuelta de la esquina y que la reconciliación en
perspectiva de reconstrucción ya es un modus vivendi. Por el contrario, los retos y
desafíos son los que configuran los llamados procesos “postacuerdos y posconflicto”.

Con estos primeros datos he pretendido sentar las bases de lo que propongo en estas
jornadas reflexionar y analizar críticamente. La Colombia de hoy se ha quedado en
sumar retos y desafíos, en medio de una “maraña” de lecturas interpretativas, tomas
de posición ideológicas, lucha por liderazgos de todos los colores, politización del
mismo proceso y, por ende, un cúmulo de desinformación que debe conducir al
planteamiento que “la reconciliación social hoy es una apuesta más allá de retos y
desafíos”.

Reconciliación social hoy

La reconciliación social (o Nacional como ha sido denominada a lo largo de tantas


experiencias de búsqueda alternativa al conflicto en diferentes regiones del mundo) es
un concepto bastante complejo y difuso. Ningún autor la define con exactitud. Más
bien hablamos de enfoques o perspectivas desde donde se podría abordar. De allí que
es ligero comenzar a utilizar el “opinadero”, tan característico de nuestra cultura
colombiana, para afirmar con vehemencia que sabemos qué es y que por eso no
estamos de acuerdo con X o Y decisión del Acuerdo porque en eso se “está vendiendo
el país”. Un primer trabajo que se debería hacer como compromiso ciudadano es
indagar y conocer de qué se habla cuando se expresa algo, especialmente en asuntos
que conciernen con la construcción de lo público.

Como un ejercicio de aproximación, se podrían mencionar los acercamientos de


investigadores como Carlos Martín Beristaín, Reyes Mate, Juan Pablo Lederach, entre
muchos otros; aún más, se podría hacer un acercamiento a los lineamientos que han
dado los Organismos Internacionales estilo Naciones Unidas (un concepto muy unido
a la llamada Agenda para la Paz), la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo
Internacional – USAID, la misma Cruz Roja Internacional, la Comisión Internacional de
Justicia Transicional, etc. De todo esto hay material a disposición.
Para dejar solo unas líneas “sobre la mesa”, sin señalar la última palabra sobre el
concepto, se podría señalar que la reconciliación social es “el conjunto de procesos
dinámicos y paulatinos que surgen en una sociedad que ha vivido largos procesos de
conflicto y violencia. Es la apuesta común por la reconstrucción social integral. Esta
procesualidad parte desde el inicio de los diálogos entre las partes enfrentadas y la
participación de todos los sectores sociales, con miras a una construcción mínima de
consenso que ofrezca insumos estructurales que permitan la coexistencia y la
convivencia pacíficas”.

Se hace referencia a un conjunto de procesos dinámicos y paulatinos porque la


reconciliación social no es una meta que se alcanza con unos objetivos y que puede ser
medida con variables. Ella en sí misma se va logrando y va permeando todos los
esfuerzos sociales que se gestan e implementan para superar los enfrentamientos y
choques. Desde la fase exploratoria, pasando por la firma de Acuerdos e
implementación de los mismos, hasta llegar a espacios en los que es posible coexistir y
convivir, aún con el excombatiente, es reconstrucción del tejido social. Eso es
reconciliación.

Teniendo presente el conflicto es constitutivo de la naturaleza humano, más no el ser


violentos, se agrega a lo anterior que todos los intentos sociales para salir
alternativamente a las dinámicas conflictivas, permiten que se fragüe el horizonte de
la reconciliación social. No en vano se habla de experiencias comunitarias de
reconciliación, por ejemplo, comunidades campesinas, indígenas, afros, etc.; un
ejercicio grupal de reconocer factores generadores del conflicto, las dinámicas que
han tomado los choques y buscar alternativas, es una buena disposición para ir hacia
la reconstrucción. Por ello, la reconciliación social contiene la resolución de conflictos
(más técnicas: negociación, mediación, conciliación, arbitraje, etc.).

La procesualidad está contenida dentro de la misma complejidad que es la realidad


humana, tanto individual como social, y, por supuesto, la gran cantidad de vectores
que contiene una situación de conflicto, aún más si ha llegado a la violencia. Por
supuesto, a esto se añade la lucha de intereses que están detrás y enmarcan la
conflictividad, pues el interés siempre será un factor determinante en por qué nos
obsesionamos por lograr algo y hasta dónde llegamos con tal de obtenerlo. Así las
cosas, el hecho de sentarse a dialogar ante un choque de intereses ya contiene una
dinámica lenta que irá a “pasos de acuerdo a la disposición y voluntad de las partes”.
Solo como un ejercicio de observación para ver comparativamente cómo se expresa
esto de lo procesual en experiencias similares a la de Colombia (largos períodos de
conflicto), dejemos que la siguiente gráfica hable por sí sola. Cada país en su historia
ha asumido procesos en búsqueda de alternativas al conflicto y la violencia. Las
circunstancias han sido particulares a contextos y tiempos de los procesos, el número
de involucrados ha variado, pero el factor de procesos y tiempos entre
“enfrentamiento y proceso hacia la paz” es una constante que ha tomado años y
dinámicas en cada caso.
PAIS TIEMPO PROCESO CONFLICTO VÍCTIMAS

Irlanda del Norte 21 1987-2008 30 anos 3.524

Angola 14 1988-2022 26 anos 1.550.000

Guatemala 11 1985-1996 36 anos 200.000

El Salvador 10 1984-1994 13 anos 630.000

Burundí 10 1998-2008 25 anos 300.000

Sierra Leona 8 1992-2002 11 anos 75.000

Sur del Sudan 7 1998-2005 22 anos (desde 6.000.000


1983)
Sudafrica 5 1989-1994 44 anos (Apartheid) 20.000 (18.000
aprox.)
Tayikistan 5 1992-1997 5 anos 50.000

Indonesia (ACEH) 5 200-2005 29 anos 15.000


Colombia 4 2012 - Hoy 68 anos 8.405.265
(Informe Basta Ya!
En 2012: 220.00
Víctimas)
Junto a los elementos que hemos descrito, el involucrar al mayor sector poblacional en
el proceso es un elemento integrador, pues ofrece insumos para el llamado “sentido de
pertenencia y pertinencia”. Aunque este tipo de procesos demande una fase “secreta o
exploratoria”, no se puede dejar de lado la participación de todos los sectores sociales,
especialmente los más afectados por el conflicto y por las decisiones que se vayan a
tomar, reestructurando ámbitos claves de la vida en común. Construir consenso no es
fácil, pues el consenso absoluto no existe, porque la misma diversidad y diferenciación
que nos constituye hace que este ejercicio contenga serios obstáculos que solo se
vencen con constancia, perseverancia, voluntad y entender que “siempre se debe
ceder algo, para que todos ganemos”.

Daniel Innerarity tiene un artículo de opinión en prensa que tituló: “La importancia de
ponerse de acuerdo”. En ese texto expresa algo que es urgente que tengamos presente
hoy en día en Colombia: “una democracia, más que un régimen de acuerdos, es un
sistema para convivir en condiciones de profundo y persistente desacuerdo” 2. Añade
este pensador español que la manera de transformar lo social es a través de
concesiones mutuas. El problema es que a ninguno le gusta ceder. Por ende, cómo no
tener en cuenta que con más fuerza esto es de tiempos y procesos paulatinos. Incluso,
yo llego a afirmar que este tipo de reconstrucciones demanda a las sociedades que se
piensen en “inmediato, corto, mediano, largo plazo”. No en vano se habla que una
firma de Acuerdos hacia la paz e implementación tiene un período de prueba de 10
años.

Sumado a lo anterior, el binomio “paz-reconciliación nacional”, tal como lo plantea el


texto de los Acuerdos de La Habana, solo se alcanzará siempre y cuando las reformas
estructurales se gestionen con los mejores estándares de efectividad. Un conflicto, aún
más si degenera en violencia, se inicia por un simple “porque sí”. Para Colombia no es
desconocimiento que estos largos años de conflicto y violencia contienen bases de
causas estructurales: el problema agrario jamás resulto, la desigualdad e inequidad, la
corrupción, el clientelismo, etc. Precisamente, el caso colombiano ha dado pie a
ingentes estudios sobre la violencia, el conflicto, las búsquedas de paz, etc. Me atrevo a
clasificar en: violentólogos, conflictólogos y pazólogos, los diferentes esfuerzos
académicos por explicar este enfrentamiento de 68 años (inicio el análisis con la
muerte de Gaitán, en 1948).

Al respecto, el investigador Fernán González González (apoyado en los trabajos del


CINEP, a través de ODECOFI) publicó en el año 2014 un texto en el que concluye que
“los fenómenos violentos tienen una explicación interactiva y multiescalar, actuales y
anteriores, mediante la interrelación entre factores estructurales y subjetivos
(González, 2014, p. 27) y que relaciono en mi libro (Murillo, 2017. La Reconciliación
Social como Política Pública):

 Los elementos estructurales serían:

2 http://elpais.com/elpais/2012/10/05/opinion/1349432879_125789.html.
a. La configuración social de las regiones, su poblamiento y cohesión
interna, ligados a un programa agrario nunca resuelto;

b. La integración territorial y política de las regiones y sus pobladores


mediante el sistema político bipartidista; 


c. Las tensiones y contradicciones sociales que se derivan de los dos


procesos an- teriores, frente a la incapacidad del régimen para
tramitarlas adecuadamente. 


 Los factores subjetivos serían:

a. Las interpretaciones que personas y grupos sociales hacen de esas


tensiones, 


b. Sus valoraciones de las mismas tiene que ver con sus hábitos de
pensamiento, 


c. Sus preconcepciones y marcos ideológicos, que nalmente arrojan


opciones 
 y decisiones voluntarias frente a la situación así
diagnosticada (González, 2014, p. 27). 


Para avanzar en la reflexión respecto a lo que hay en este momento en Colombia que,
a su vez, implica lo que sucedió desde la “victoria del NO!, en las urnas” el 2 de Octubre
del pasado año de 2016, es importante tener presente que la reconciliación social no
es amnistía, no es indulto, no es perdón y olvido, no es re-victimización frente a las
“ventajas de los excombatientes”. No se puede perder de vista lo importante del ceder
mutuo. En este sentido, la propuesta del concepto que planteo lleva los elementos de
buscar garantizar que la reconstrucción social permita la coexistencia y convivencia
pacíficas. ¿No es obvio esto? ¿No se supone que se debe llegar a esto? No! No es tan
simple.

En mi libro (La Reconciliación Social como Política Pública, 2017) Diferencio los dos
términos para abrir las posibilidades en el tipo de relaciones que todo proceso de
reconstrucción social contiene. Desde esta perspectiva, la coexistencia conlleva la
creación de espacios donde los miembros de un grupo humano pueden “estar y
encontrarse”, pero no se implican mutuamente; es un “tener que estar en los mismos
contextos”. Desde principios y valores se podría hacer referencia a lo que la tolerancia
ofrece (nos toleramos, pero no nos implicamos). La reconciliación social, por su
misma esencia conduce al “implicarnos” en la vida de los otros, es vivir con otros en
un nuevo rol común. En términos de principios y valores es la “comprensión y
solidaridad” con los otros (popularmente es el “ponerme en los zapatos del otro”).
Obviamente, la procesualidad para llegar a esto no se mide simplemente con acuerdos
o pactos, pues conlleva más elementos integrales. Pero los dos términos pueden estar
presentes en una dinámica de reconstrucción a través de políticas de reconciliación
social.

Descrito el concepto y los elementos a que hace referencia, es importante dar un


vistazo a lo que está viviendo el país en este tiempo, sobretodo desde el cierre del
proceso de diálogos, la participación ciudadanos a través de las urnas frente al aceptar
o no los Acuerdos y, por ultimo, la estrategia política del gobierno de Juan Manuel
Santos para iniciar la implementación, aún con el país polarizado.

Factores de duda frente a la paz propuesta con las FARC-EP (por consiguiente
frente al ELN) y la reconciliación social

El 2 de Octubre de 2016 Colombia le reveló al mundo que la firma de acuerdos de paz


entre partes enfrentadas durante tiempo no garantiza el entretejido de la paz. El
gobierno nacional, sectores de izquierda e, incluso la comunidad internacional, junto a
otros sectores colombianos, auguraban un SÍ rotundo a lo que se anhelaba con tanta
ansiedad. Sin embargo, otros sectores poblacionales (sin creérselo incluso)
contemplaron cómo los resultados en el conteo de votos aumentaba rápidamente
dándole un estrecho margen de victoria al NO, en las condiciones pactadas. Esa misma
noche, el presidente Juan Manuel Santos convocó a un diálogo nacional entre todos los
sectores para ajustar lo que se consideraba como un “gran logro”.

Desde ese día hasta hoy, Colombia ha estado inmersa en un alto grado de polarización,
han surgido diversas dinámicas de interpretación del contenido de los Acuerdos, se
han dejado oír voces en pro y en contra de avanzar en los intentos de lograr el tiempo
de no más enfrentamientos. El gobierno nacional asumió todos los medios posibles
para abrir el tiempo de la implementación, aún en contra de los opositores. Se
tuvieron rondas de diálogos nuevamente para hacer los ajustes respectivos, aunque
algunos sectores del NO! continúan insatisfechos con el contenido, las decisiones y la
manera como se ha procedido para avanzar (ha sido un duro el golpe el llamado fast
track).

En ese contexto, ¿qué tenemos en Colombia hoy?

 Una sociedad altamente polarizada.


 Dos liderazgos políticos bastante opuestos y en clara confrontación, auspiciada
por quienes los acompañan y tienen la lealtad en su máxima expresión.
 Un alto grado de politización de toda la dinámica de diálogos, firma de
Acuerdos, proceso del plebiscito, dinámicas del fast track y, por supuesto, los
retos, desafíos e inconvenientes de la llamada implementación.
 Una sociedad que expresa las consecuencias de 68 años de confrontación en
expresiones de desconfianza, inseguridad, agresión, indiferencia, mermada por
los canales de tergiversación de la información, etc.
 Una sociedad que no toma conciencia a fondo de los problemas estructurales
que aquejan al país y que todo se enfocaba en echarle la culpa a alguien: la
guerrilla, los capos del narcotráfico, el narcotráfico, los paramilitares, los
narcoterroristas, las BACRIM, etc.
 Una sociedad que espera que el problema lo resuelva quienes “creemos” que
pueden. Recordemos que a finales de la década de los 80`s y comienzos de los
90`s ya vivimos varios procesos de diálogos, negociación y firma de Acuerdos
con grupos al margen de la ley: M-19, MRT, EPL, Quintín Lame, entre otros. En
ese tiempo no se consultó a nadie, se les dio garantías (amnistías, indultos,
casa, capital semilla, estudio, formaron partidos políticos y movimientos
sociales, etc.), pero el país se lanzó a una de las décadas más sangrientas. No
olvidemos las masacres de los paramilitares (en la página siguiente se
comparte un cuadro síntesis que puede ayudar a visualizar la situación
gráficamente).
 Si releemos nuestra historia (sobretodo esta de los últimos 68 años)
entendemos, más no comprenderemos, porqué hay odio, rencor, rabia,
repugnancia, entre otros sentimientos, en millones y millones de hombres y
mujeres en Colombia. Obviamente eso salta a primera vista en un tiempo en el
que se interpreta el proceso como “haberle vendido el país a las FARC”
(seguramente así se leerá cuando se acuerde algo con el ELN).
 A todo lo anterior, es posible sumarle la costumbre que se tiene en este país de
“dilatar y acomodar a intereses particulares” todo los procesos en lo que lo
público están en juego. Recordemos la cantidad de errores que se suman en la
implementación de los Acuerdos. El 31 de enero fueron llegando los diferentes
grupos de las FARC a los territorios definidos para las llamas “zonas de
concentración” y se comenzaron a contar los 180 días. ¿En qué va eso? ¿Cuánta
dificultad no ha habido y que ha sido visibilizada por los mismos medios de
comunicación?
 En similar sentido, la misma fragilidad social que conduce a la desconfianza es
la que previene a muchos sectores frente a las “verdaderas intenciones de las
FARC” (“hay algo debajo de la mesa”) No se creía que llegarían a las zonas, no
se les cree que no tienen el número de niños que tienen, no se les cree que
vayan a entregar las armas, no se les cree que se vayan a reinsertar todos. Y, es
normal que se experimenten estas cosas. Después de tanta inseguridad, no es
para menos. Pero, ¿quién cede a todo y agacha la cabeza después que ha hecho
algo que no ha sido correcto y lo colocan contra la espada y la pared? ¿Quién va
a aceptar entregarse ante la iniciativa de “venga deme sus armas y todo, pero
yo le doy 40 años de cárcel? No se pretende justificar el accionar de cada grupo,
pero sí es tomar conciencia de las realidades más hondas que acompañan este
tipo de dinámicas.
GOBIERNO TIEMPO RESULTADOS PRODUCTOS

Belisario Betancur 1982 - 1986 FARC – Cese de hostilidades.

Virgilio Barco 1986 - 1990 Acercamientos - Dialogos

Cesar Gaviria 1990 - 1994 1991 – 1992. Dialogos en Tlaxcala y Constitucion Política 1991.
Caracas (Coordinadora Guerrillera Programas y Proyectos con
Simon Bolívar). cada grupo
Desmovilizacion M- 19, EPL, MRT, (¿asistencialismo?)
MAQL.
1992. Comando Ernesto Rojas (CER).
1994. Corriente de Renovacion
Socialista.
1994. Milicias Populares de Medellín.
1994. Frente Francisco Garnica.

Andres Pastrana 1998 - 2002 “Zona de distension”. Polarizacion del país.


Arremetida paramilitar (masacres) Ausentismo de Estado.
Alvaro Uribe 2002 - 2010 Desmovilizacion AUC (2002 – 2005) Ley de Justicia y Paz.
Dialogos exploratorios con el ELN ACR (DDR)
(fracasaron en el ano 2007) CNR (Víctimas)
“Recuperacion del territorio
nacional de los grupos al
margen de la ley”.
Al hacer un estudio comparado de la cantidad de conflictos armados a lo largo y ancho
del mundo, con sus particularidades, se pueden corroborar variables de coincidencia
que dejan manifiesta la complejidad de estas iniciativas y la cantidad de elementos
vulnerables que quedan en la realidad. Ya lo afirmamos, las investigaciones señalan
que son mínimo 10 años de prueba para corroborar si la sociedad pasó a la
reconstrucción efectiva (para nuestro sistema político son 2 ½ presidentes más). Así
mismo, estos períodos de “postacuerdo” y, luego, posconflicto, vienen cargados del
surgimiento de nuevos conflictos sociales que estaban opacados por la centralidad en
el tema del conflicto armado; la disidencia no estará ausente, pues no todos se van a
desarmar e, incluso, pasaran a los grupos que están activos al margen de la ley; el
costo humano, económico y ético es alto (cuántas personas le apuesta a que sí es
posible, mientras las que no creen se opondrán y eso será “leña para más fuego”; ya se
ha ido manifestando lo que valdrá económicamente la apuesta ante las reformas y los
mecanismos de garantías que los excombatientes necesitan; y, con más fuerza, ¿hasta
dónde cada persona en Colombia está dispuesta a apostarle a acoger al otro?) Estos
elementos no se resuelven en un texto de Acuerdo o en programa y proyecto que se
diseñen e implementen.

En este orden, la reconciliación social en Colombia debe ir más allá de los retos y
desafíos que un proceso tal contiene. Indudablemente serán importantes mecanismos
de implementación, verificación, reformas, adaptaciones de instituciones, procesos y
territorios a las nuevas circunstancias, pero sin una sincera, honesta y transparente
voluntad de reconstruir el país no será posible avanzar. Es decir, sin la disposición de
la persona como ciudadano, del gremio como grupo parte del conglomerado más
amplio, de los sectores políticos con una visión de país, el recurso quedará en un
intento más, tal como los intentos de los procesos anteriores. En Sudáfrica, Mandela y
el Arzobispo Tutu lo lograron con la construcción de nación (Nation Building) y todo
un trabajo de reconocimiento de la humanidad del otro (un énfasis bastante
espiritual); en Irlanda fue trabajo mancomunado de comprender que los otros, con
creencia distinta y expresiones rituales diversas, también cabían en el territorio donde
se podían encontrar.

En Centroamérica hay un cúmulo de fallos y errores que permiten reconocer los


inconvenientes: manipulación política de procesos postacuerdos, ocultamiento de la
verdad, impunidad, etc. Hoy día se comprueba el retorno a la violencia en El Salvador
(Las Maras), el problema indígena continúa en Guatemala y Nicaragua está enfrascada
en el círculo vicioso de una revolución que logró el acceso al poder, pero replicó los
errores que tanto señaló en los sectores políticos que ostentaban el poder y que la
llevó a la toma de armas. Se logró el cese de hostilidades, cayeron los regímenes
totalitarios y autoritarios, pero los problemas sociales de estructura continúan
quebrando a los grupos humanos. Una vez más, la reconciliación social será garantía
de paz cuando vaya más de los retos y desafíos.
La reconciliación social más allá de los retos y desafíos

Con esta suma de elementos de análisis se podría pensar que todo está perdido y que
el horizonte de aprender a vivir juntos en un mismo territorio está aún lejano o es casi
imposible. Sin embargo, allí está la esencia de ser hombres y mujeres sociopolíticos:
mantenerse en la constante búsqueda del consenso, aunque el absoluto consenso no
exista. Retomando a Daniel Innerarity, en el artículo citado con anterioridad, se puede
señalar en este momento: “deberíamos valorar a las personas (o a los partidos,
sindicatos e instituciones) no por sus ideales, sino por sus compromisos, es decir, por
lo que estamos dispuestos a aceptar como suficiente por nuestra segunda mejor
opción. Nuestros ideales dicen algo acerca de lo que queremos ser, pero nuestros
compromisos revelan quiénes somos”.

En un contexto como el colombiano, la reconciliación social no puede ser simplemente


la suma de decisiones que el gobierno toma, junto a los programas y proyectos que
implementa, pensando en que ya pasará y el otro año hay elecciones y ojalá llegue un
partido o persona que “ponga freno de mano a tanta vagabundería”. En una realidad
como la de este país, la reconciliación se debe configurar en una política pública
cohesionada y cohesionadora que, en su desarrollo, se constituya en política de
Estado. Pero, como soporte de esta dinámica, también tiene un elemento subjetivo en
la medida en que las decisiones deben permear la vida social en todos los sectores y,
por supuesto, promover la “hospitalidad” como factor determinante del aprender a
coexistir y convivir.

En primera instancia, la reconciliación social debe configurarse en política pública,


con apertura a ser política de Estado. Este componente estructural que se debe
concretar en política pública demanda un diseño previo de los elementos
configuradores de la misma y que se pueden sintetizar en el siguiente gráfico:
El eje articulador de este entramado de variables es lo dialógico/deliberativo, como
un ejercicio continuo y dinámica de construcción de consenso. Pero, se fijan los
componentes de diálogo como estructuradores de núcleos donde se converse,
comuniquen, con miras a “colocar sobre la mesa” las diferentes visiones y
perspectivas que cada grupo humano tiene de su experiencia en el conflicto, de
acuerdo a circunstancias y contextos. Indudablemente es un mecanismo que demanda
estrategias metodológicas para incentivar la participación del mayor número de
pobladores o interesados en los ideales grupales (por ejemplo, comunidades
campesinas, indígenas, afro, LGBTI, agremiaciones, población en general, etc.).

Pero, en un perspectiva de reconstrucción, estos diálogos deberían contener una


perspectiva de deliberación, colaboración en el diseño de las diferentes decisiones que
se tomen en región. No se puede desconocer que en sus primeras fases, estos procesos
tienen elementos de discreción y prudencia que, llamados fase exploratoria, por lo
general, se trabaja en secreto y en sitios neutrales. Pero, al iniciarse la fase pública de
diálogos entre las partes enfrentadas es de vital importancia para el proceso motivar
estos espacios. En el caso del proceso con las FARC se intentó, pero lo fueron 100%
efectivos, pues hay afirmaciones de sectorizaciones, quedaron grupos al margen y el
sentido de pertenencia no permeo el proceso.

Ubicado el eje central, aparecen cuatro elementos transversales de toda la dinámica


hacia la reconciliación social. Los recursos políticos, económicos, legales y cognitivos,
junto a las interrelaciones entre actores, sientan las bases de lo procesual (lo
temporal) como un factor que coloca el punto álgido en las decisiones que deben
aislarse de presiones políticas, períodos gubernamentales, ideologías de todo tipo,
rigideces de las normas, polarización social, entre otros “peligros”. Décadas de
enfrentamientos no solo han fragmentado la vida social y estatal, sino que han minado
las redes de confianza, dignidad, respeto, etc. Diseñar la dinámica en tiempos de
“inmediato”, corto, mediano y largo plazo es una estrategia idónea para reconstruir a
fondo realmente una sociedad. Por ejemplo, las medidas de “inmediato tiempo”
tendrán que ver con el “día después de la firma de acuerdos” (concentración de
excombatientes, desarme, identificación de todos los miembros de los grupos
desmovilizados, etc.) y, desde allí, se inicia la fase de acogerlos e insertarlos en las
pautas acordadas respecto a acceso a la justicia o a programas definidos, retorno a
comunidades, etc.

Respecto a las víctimas, toda la labor de informarles los procesos a seguir para que
sean reconocidas, respetar su dignidad, acompañar, garantizarles seguridad,
escucharlas, brindarles medidas para reparación y restitución, etc. Son las
dimensiones sociales de la Buena Gobernanza. No en vano, Mauricio Merino (2008)
señala que “toda política pública supone, siempre e invariablemente, una selección de
problemas públicos y una elección entre alternativas de solución más o menos afines,
o más o menos contrarias. Y e ahí que ninguna política pueda aspirar a la neutralidad
ética. Por el contrario: al seleccionar problemas y elegir cauces para la acción pública,
toda política es también afirmación de valores”.

Sumado al elemento procesual que, a su vez, marca la urgente necesidad de apropiar


lo cualitativo o intersubjetivo del proceso, se hacen patentes las variables de la
creación de una institucionalidad idónea para este tipo de dinámicas, centrando la
atención en el elemento de la justicia como eje vertebral de toda la apuesta. Lo
institucional está marcado por la creación de redes sociales que tejan el sentido social,
comprendiendo en esto las reformas organizacionales que se deben gestar,
especialmente en el sector público y en interrelación con el sector privado y el tercer
sector. Este punto va desde la creación de una dependencia estatal que lidere el
proceso (por ejemplo, un ministerio para la reconciliación social) hasta el
reconocimiento de nuevas fuerzas sociales que surjan del mismo trabajo (por ejemplo,
asociaciones de víctimas, comisión de la verdad, etc.). Este punto se puede corroborar
claramente en los 4 casos traídos a colación.

La justicia es un “principio rector”, pero en su perspectiva normativa (creación de


leyes al respecto y acogida a tipos de justicia estilo restaurativa y/o transicional,
según el caso) y en su ámbito de justicia social. En procesos de transición se apoya en
los instrumentos de la verdad, la reparación, la restitución, la reintegración
(individual y comunitaria). A su vez, la creación de programas, proyectos y apuestas
sociales, soportan benéficamente la reconfiguración de lo público, pues la sensación
de “bienestar” de la población en general, sobretodo, la victimizada y el retorno de los
que delinquieron, puede ser sobrellevada por la seguridad en las mínimas condiciones
vitales. En este orden, junto a la justicia, la verdad y la memoria, forman una especie
de “trípode” garante de lo justo y lo efectivo de este tipo de procesos.“La garantía del
derecho a la verdad se busca, fundamentalmente, a través de la garantía y el respeto
del derecho a la justicia o, en una dirección distinta, se invoca expresamente el
derecho a la verdad en aras de garantizar el derecho a la justicia” (Rincón, 2010, p,
53). Justicia – verdad son narración de un tiempo (procesual), pero es narración de
hechos que violentaron la vida, fragmentaron lo común y desestabilizaron la
coexistencia.

De ahí que la memoria, aunque no se catalogue como derecho, si es fundamento del


derecho a la verdad y, por ende, a la justicia. Aún más, la memoria pública garantizará
la reparación individual y colectiva. El derecho a la verdad es “el derecho a saber lo
que ocurrió. Extendiéndolo a sus raíces en la historia, al contexto en el que ocurre y en
el que se hace posible” (Rincón, 2010, p, 54). Siguiendo el Conjunto de Principios
contra la impunidad, Tatiana Rincón (2010), destaca dos que pueden considerarse en
este momento de la investigación: “1) El deber de recordar que incumbe al Estado y
que implica, entre otros, un deber de preservar los archivos y otras pruebas relativas a
las violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario, y
un deber de garantizar a la sociedad en su conjunto el conocimiento de tales
violaciones; y 2) El sentido de las medidas que el Estado está obligado a adoptar para
cumplir con esos deberes, que es el de estar encaminadas a preservar del olvido la
memoria colectiva y, en particular, a evitar que surjan tesis revisionistas y
negacionistas” (Rincón, 2010 p, 54). Justicia, Verdad y Memoria, ya ofrecen el tiempo y
el espacio de la reparación que, en sí, es de más hondura hacia la reconstrucción
social.

El perdón lanza la reflexión hacia dinámicas subjetivas o intra-persona, con injerencia


en lo interpersonal. El perdón no se decreta. Una ley no puede legislar la actitud y
disponibilidad hacia el perdón. Es uno de los ámbitos, por no decir que el más, que
crea dificultad en este tipo de apuestas. Pero, no por eso se va a colocar como algo que
imposibilita la reconciliación social. Sudáfrica lo trabajó muy bien en perspectiva de lo
trascendental. El caso de Colombia permite corroborar cómo para muchas víctimas la
referencia a lo trascendental (Dios, en términos de religiosidad popular), contiene esta
variable que no puede ser desconocida y, más bien, podría ser mejor aprovechada.
Igualmente, en los casos de El Salvador y Nicaragua, el papel de la Iglesia Católica fue
importante y crucial al momento de buscar salidas concretas.

Perdonar no es categoría normativa que se legisla y promulga. Es actitud de


disposición interior que permea lo colectivo en la medida en que cada sujeto
implicado la vivencia y la oferta. Es algo que se podría llamar significación común, es
decir, cuando cada víctima la logra percibir en su vida, con las condiciones sociales y
políticas que la favorecen, el otro, los otros, la van compartiendo y se va creando una
red de intersubjetividades que no olvida, pero si se abre a la perspectiva del futuro en
otra dimensión más de pos-conflicto. Obviamente, no todas las personas la vivirán al
mismo ritmo y, mucho menos, de la misma manera, pero que cada individuo que lo
logre lo comparta y exprese ya crea una dinámica del perdón que, en últimas, podría
configurar el perdón público. Así mismo, los excombatientes tienen una dimensión de
perdón que deben trabajar y dejarse acompañar para que su reintegración no sea solo
de dineros o programas, sino de reconfiguraciones internas. La política pública, con
esta red de variables, debe garantizar la creación de condiciones que favorezcan el
camino hacia el perdón, sin desconocer el arduo trabajo respecto al “perdón de lo
imperdonable”, siguiendo a Derridá (2003) en su estudio respecto a la propuesta de
Jankélevich.

Como se mencionó, la memoria va de la mano de la Justicia, la verdad y, por


consiguiente, la garantía de no repetición. Este es otro elemento que no se puede
legislar más allá de garantizar el recuento de los hechos y la conservación de todo tipo
de archivos o información que pueda permitir el esclarecimiento de hechos, junto al
conservar que esa historia no se debe repetir, pero es la misma condición humana la
que en el recuento puede configurar una espacio público en el que confluye el pasado,
con el dolor/sufrimiento presente, y la mirada de un futuro que quiere recomponer y
no repetir. Esperar forma parte de la actitud individual y colectiva de una sociedad en
la que solo se aspira a rearmar, desde allí la espera es derecho y deber.

Un cultura ha de vérselas con sus muertos y sus descendientes si no


quiere que se le hagan presentes de forma espectral. La detención del
presente fijado en sí mismo desencadena el miedo que es propio de
toda carencia de memoria y previsión. De este presente
desmemoriado se apodera un miedo difuso, pues no recuerda nada
similar ni ha previsto cómo afrontar lo imprevisible. El miedo es la
sensación habitual de quien no tiene experiencia ni confianza, es
decir, pasado y futuro. La concentración en el presente torna
amenazante cualquier dimensión que haga valer otros aspectos de la
temporalidad humana (Innerarity, 2008, p, 97).

Finalmente, como toda política pública o proceso de gestión de lo público, la


integridad debe ser un marco que se configura como deber y como derecho. Como
deber, atañe a los principios éticos de lo individual y lo colectivo, marcando la esfera
de lo mínimos principios que posibilitan que la convivencia y la coexistencia sean
efectivos. Como derecho marca una pauta de la preeminencia de la norma en la
constitución de lo común y, por ende, es el soporte para que la individualidad no
reafirme la destrucción que la violencia hizo a lo largo del tiempo. En esta propuesta
se asume desde “la búsqueda de la verdad a través del debate y el discurso” (Villoria,
2012, p, 108). En última, el network planteado vuelve a su dinámica: lo dialógico
suscita el intercambio con miras a buscar consenso en medio del disenso. La
institucionalidad lo gestiona, fundada en principios de justicia, verdad y contexto
hacia el perdón, todo dentro de dinámica de tiempo procesual más allá de períodos
preestablecidos.

La integridad que podría cohesionar esta dinámicas hacia la reconciliación tiene que
ver con las actividades cooperativas que son prácticas de convivencia y coexistencia,
como lo cita Villoria desde MacIntyre, es decir, la acción colectiva que suscita la PP
hacia la reconstrucción y, esa misma práctica, le da sustento al proceso que se
gestiona desde la misma PP. Aunque la integridad se asume desde la perspectiva del
comportamiento ético de los funcionarios públicos, en materia de reconfiguración de
lo público se puede asumir su espíritu y esencia en perspectiva de crear una dinámica
procedimental y práctica de permanente evaluación de los procesos que se suscitan
desde una política pública abierta a ser política de Estado, pero de reconstruir lo que
brindará la opción de la convivencia y la coexistencia. La opción de Jeremy Pope, tal
como la cita Villoria, se puede asumir desde la perspectiva de OCDE, por cuanto la
organización o la red de organizaciones que asuman los procesos en dinámicas de
reconciliación social son las que van a objetivar real y efectivamente la integridad del
proceso.

La complejidad de contextos pos-acuerdos y pos-conflictivos, demanda un marco de


integridad en el que se puedan diseñar, implementar y evaluar instrumentos que
creen un contexto de eficacia y eficiencia en procedimientos, mecanismos y creación
de programas, proyectos y actos de atención, acompañamiento y asesoría de los
distintos grupos humanos involucrados, en gestión de red (no trabajos aislados y,
mucho menos, búsqueda de liderazgos individuales u organizacionales). Y, por otro
lado, la definición y establecimiento de mecanismos de interrelación con el entorno
desde donde surge la necesidad de este tipo de políticas, pero también el rediseño que
se desea hacer de la misma. Siguiendo a Villoria (2012, p, 112), es la gestión de
integridad del marco y del contexto. La construcción de la herramienta queda como
tarea del paso siguiente a este ejercicio que se ha hecho, el diseño.

Queda así establecida la urgente necesidad de plantear este modelo ideal (no por
idealista, sino por el deber ser) buscando una gestión efectiva y eficaz de los procesos
de pos-acuerdos y pos-conflictos, lejos de la tendencia humana a politizar lo que no
debe ser politizado: la coexistencia y la convivencia. Que lo político permee lo humano
no quiere decir que la politización de la reconfiguración de lo público es algo normal.
Por el contrario, en temas de reconstrucción social, es urgente diseñar una política
pública que, en últimas debe convertirse en política de Estado que no solo propende
por construir vivienda, ofrecer subsidios, mejorar malla vial, entre tantas necesidades
sociales, si no que en tocar las honduras estructurales que ofrecen oportunidades para
que se repliquen los actos violentos.

Elemento subjetivo de la reconciliación social

Este último factor de reflexión y análisis es ubicado como subjetivo porque involucra
la apuesta humana que cada miembro de la sociedad fragmentada,
independientemente del lado en que esté, le aporta a la dinámica de reconstrucción.
En la mayoría de casos alrededor del mundo, este elemento ha sido aportado por
variables religiosas o espirituales; por ejemplo, Irlanda, Sudáfrica, Centroamérica, etc.
Para ampliar más el espectro del sentido último de esta dimensión y no circunscribirlo
a lo religioso/espiritual (evitando crear incomodidades en algunos sectores, pero
reconociendo el papel fundamental que he tenido en muchos procesos de búsqueda
alternativa al conflicto y la violencia), se puede afirmar que es un asunto de mínimos
principios y valores, es decir, es ético.
Daniel Innerarity (2008) propone la llamada “Ética de la hospitalidad” desde el uso de
la metáfora de cómo se desarrolla una visita. Parte desde los preparativos, invitación,
respuesta de los huéspedes, presencia de los ausentes, hasta la despedida y cierre del
rito de la hospitalidad. Pero, esto lo hace desde la fundamentación en la que “todos
somos huéspedes unos de otros. Lo que significa que nuestra instalación en el mundo
tiene la estructura de la recepción y el encuentro”. Parafraseándolo, la vida es un
domiciliarnos en la libertad de dar y recibir, más allá de los imperativos de la
reciprocidad (P. 17).

Este ejercicio reflexivo que hace Innerarity surge de la primera forma de humanidad
general: el intercambio hospitalario. Por ende, la misma condición conflictiva de los
humanos abrió las perspectivas de búsquedas alternativas y mantenimiento de la
perspectiva del poder estar con los otros diversos y diferentes. El ser humano ha
generado la destrucción y él mismo lucha por la reconstrucción. En palabras de
Innerarity, “el hombre se absolutiza, sí, pero también se hace máximamente culpable
(…) Cuanto más se declara el hombre competente para mejorar la realidad, más
responsable se hace de la realidad no mejorada” (Inneararity, 2008, p, 42).

Pero, esta configuración de elementos que salen de la esfera de lo estructural y del


diseño de programas para la reincorporación, reparación, etc., está afincada en lo que
cada persona es capaz de apostarle. Obviamente requiere tiempo, paciencia, espera,
proceso. Por ello es subjetivo. En mucho ayuda si se perciben que las decisiones y
reformas están siendo efectivas y eficaces, pero realmente está en la capacidad de
acoger y de acogerse mutuamente el trabajo hondo de la reconciliación social.
En el texto de la tragedia de Antígona se encuentra una frase que apunta directamente
a este análisis que se ha realizado en estas líneas:
interp
( en ). Cabe recalcar en este cierre que por más procesos de diálogos
y negociaciones que se hagan entre partes enfrentadas; por más diseño de políticas,
programas y proyectos; por más subsidios y mecanismos de ayuda a poblaciones
vulneradas y vulnerables; sin la voluntad explícita y expresa de cada persona, los
intentos seguirán siendo eso, intentos. La reconstrucción social contiene elementos
estructurales y subjetivos que deben ser tenidos en cuenta al momento de plantearnos
el fin de estar juntos: aprender a vivir como seres humanos.

Que un texto de Avishai Margalit deje abiertas las perspectivas de análisis:

UNA SOCIEDAD DECENTE Es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas. Y


distingo entre una sociedad decente y una civilizada. Una sociedad civilizada es aquella
cuyos miembros no se humillan unos a otros, mientras que una sociedad decente es
aquella cuyas instituciones no humillan a las personas.
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