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DISCURSO GEOGRÁFICO Y DISCURSO IDEOLOGICO:

PERSPECTIVAS EPISTEMOLÓGICAS

Jean Bernard Racine

CONTENIDO

Un problema complejo, pero oportuno y actual


Los componentes "tradicionales" del problema
El nivel de las "palabras"
El nivel de las problemáticas
La búsqueda del orden
Formalización y análisis cuantitativo de las estructuras: la reducción
Del estructuralismo a las ambigúedades de la dialéctica
El "por qué" de la investigación: primera aproximación
La búsqueda de una problemática adecuada
El estudio sistémico de las totalidades sistémicas
La naturaleza de la totalidad sistémica: las "equivalencias conceptuales"
El estudio marxista de la totalidad marxista
Las leyes fundamentales de la "temática" marxista
Más allá del marxismo: por una problemática de lo aleatorio y de la
confrontación
La geografía a la búsqueda de una ética del espacio

Nota sobre el autor

Jean Bernard Racine nació en Neuchâtel (Suiza) en 1940. Efectuó sus estudios en
la universidad de Aix-en-Provence presentando su tesis doctoral de 3e Ciclo en
1965, sobre el tema L'appropriation du sol rural par les citadins dans le
Départament des Alpes Maritimes. Essai de géographie social (Pub. Annales de
la Faculté des Lettres, Aix-en Provence, La Pensée Universitaire, 1966, 256
págs.).

Desde 1965 ha sido profesor y luego director del Departamento de Geografía de


la Universidad de Sherbrooke (Canadá) y desde 1969 profesor de la universidad
de Ottawa. En 1973 fue nombrado profesor y director del Instituto de Geografía
de la Universidad de Lausanne (Suiza), puesto que desempeña en la actualidad.
Sus primeras investigaciones fueron sobre la organización del espacio rural y la
red urbana de la Francia meridional (Alpes marítimos y Côte d'Azur), pero desde
su llegada a Canadá se dedicó al estudio de problemas urbanos y métodos
cuantitativos. Desde 1967 ha publicado diversos trabajos sobre la aglomeración
de Montreal, culminando en su Tesis de Estado (Universidad de Niza, 1973)
sobre

-Un type nord-americain d´expansion metropolitaine: la couronne


urbaine du Grand Montreal (géographie factorielle expérimentale
d'un phénoméne suburbain), Départament de Géographie,
Université d'Ottawa, 1973, 1106 págs.
J. B. Racine es, sin duda, uno de los geógrafos de lengua francesa que más
importantes contribuciones ha realizado a la geografía cuantitativa. Entre sus
aportaciones destacan las realizadas en dos librosya clásicos sobre el tema,
-FRENCH, H. M. y RACINE, J.B. (Eds.): Quantitative and
Qualiative Geography: la necessité d´un dialogue, Travaux du
Départament de Géographie de l´Université d'Ottawa, n.º 1, 1-76,
216 págs.

-RACINE, J.B. y REYMOND H.: L'Analyse quantitative en


géographie, Paris, P.U.F., col. SUP, 1973, 316 págs.

Además de ello ha publicado diversos estudios sobre "ecologías factoriales" y ha


discutido la validez de ciertos métodos de análisis cuantitativo:
-Modéles graphiques et mathématiques en géographie
humaine, "Revue de Géographie de Montreal,vols. XXV, 3 (1971) y
XXVI, 1 y 3 (1972).

-De l'analyse mathématique à l'analyse cartographique: les outils


d´une logique opérationelle en géographie en RAVEAU, J.
(Ed.): Les méthodes de la cartographie urbaine,Université de
Sherbrooke, 1972, págs. 121-138.

-Ecologie factorielle et écosystèmes spatiaux, en BOURGOIGNIE,


G. E. (Ed.): Perspectives en écologie humaine, Paris, Editions
Universitaires, 1972, págs. 152-191.

-La centralité commerciale relative des municipalités du système


métropolitain rnontréalais: un éxemple d'utilisation des méthodes
d´analyse statistique en géographie, "L´Espace Géographique",
Paris 1973, n.º 4, págs. 275-289.
-Du quantitatif au qualitatif: présentation d´une géographie
factorielle du phénomène suburbain montréalais "Géoscope", vol.
IV n.º 2, 1973, págs. 31-55.

-Géographie factorille de la banlieu montréalaise au sud du Saint


Laurent "Revue de Géographie de Montréal" XXVII, n.º 3, (1973) y
XXVIII, n.º 1 y 3 (1974).

-Ecologie factorielle et attributs géographiques, (en col. Con M.


CAVALIER), "Cahiers de Géographie de Québec", vol. 16, n.º 38,
1972, págs. 213-242.

-L´analyse discriminatoire des correspondances typologiques dans


l´espace géographique (en col. Con G. LEMAY), "L´Espace
Géographique", Paris, vol. 1, 3, 1972, págs. 145-166.

Ha planteado también en algunos trabajos de alcance general la problemática del


modelo urbano norteamericano:
-L´évolution récente du phénomène périurbain nord-
américain, "revue de Géographie de Montréal", vol. XXIV, n.º 1 y
2, 1970.

-Le modèle urbain américain, "Annales de Géographie", Paris, n.º


440, julio, 1971, págs. 397-427.

Por último, ha realizado contribuciones teóricas sobre diversos aspectos de la


evolución reciente de la geografía.
-Nouvelle frontière pour la recherche géographique "Cahiers de
Géographie de Québec", n.º 29, 1969, págs. 135-168.

-La notion de paysage géographique dans la géographie


française, "Canadian Geographer", XVI, n.º 2, 1972, págs. 149-161.

-Le projet géographique et l´organisation de l´espace: les


implications scientifiques et idéologiques d´une géographie
nouvelle, en BEAUREGARD, L.: L´Avenir de l'histoire el de la
géographie, Quebec, 1976, págs. 106-125 y 52-59.
-De la géographie volontaire à la practique politique, en
ROBERGE, R. (Ed.): La crise urbaine Presses Université de
Ottawa, 1974, págs. 81-119 (en col. con J. P. FERRIER).

-Vers une "nouvelle géographie" au service de l'homme, "Les


Cahiers Protestantes", abril 1976, n.º 2, págs. 11-20.

El trabajo que hoy publicamos tiene su origen en el discurso pronunciado por J.


B. Racine en la reunión anual del Institute of British Geographers, celebrada en
Coventry en enero de 1976, y ha sido revisado y ampliado por el autor para su
publicación en "Geo-Crítica" (manuscrito entregado en julio de 1976). Forma
parte de esa línea de reflexión que se está abriendo en el campo de la geografía
para desarrollar una ciencia crítica. La personalidad de su autor da a este texto un
significado que los lectores sabrán, sin duda, apreciar.

DISCURSO GEOGRAFICO Y DISCURSO IDEOLOGICO:


PERSPECTIVAS EPISTEMOLOGICAS

"Es necesario desconfiar constantemente de la trampa de las palabras.


Algunos orientan el pensamiento de acuerdo con reflejos o categorías
caducas, de manera que el enfoque resulta falseado de antemano.
Determinada filosofía subyacente -tanto más entorpecedora cuanto
más implícita está- puede impedir la observación, ocultar cuestiones
que la contradirían, detener la investigación cuando resulta necesaria".
Marc Oraison (1975)

Un problema complejo, pero oportuno y actual

Nada hay más delicado para un geógrafo que emprender un discurso sobre el
discurso del geógrafo formulando explícitamente la hipótesis de que es posibte
relacionar el discurso geográfico con el discurso ideológico, y que esta relación
pone en duda la forma de conocimiento que propone nuestra disciplina en el
contexto de las ciencias actuales. El gran riesgo está en separar la teoría de la
práctica, en recrearse en las complicaciones: caer, en el peor de los casos, en la
palabrería o en la verborrea, o, en el mejor de ellos, en la metafísica, es decir,
colocarse de tal forma por encima de la realidad que alguien tenga la posibilidad
de preguntarse si la corriente de pensamiento que se sigue no defiende más una
opción ideológica que una epistemología geográfica. Una vieja reflexión del
filósofo marxista Louis Althusser no resulta demasiado alentadora al respecto.
¿No es él quien habla de estas "ilusiones ideológicas aplastantes de las que todo
el mundo es prisionero" y que haría falta por tanto clarificar y criticar a partir "de
conocimientos científicos nuevos"? (Althusser, 1964).

¿Cómo definir,sin embargo, los conocimientos científicos en el campo de la


geografía y de la epistemología? Si el concepto de ideología permanece por lo
menos multívoco, qué décir de la definición de nuestra disciplina, de su objeto,
de su método o métodos. Los epistemólogos, precisamente, no dicen nada al
respecto. Por ejemplo en vano buscaríamos referencias a la geografía en las obras
de los teóricos de la epistemología genética. Si se les pregunta el porqué, se
apoyan en el carácter pluridisciplinar de la actividad de los geógrafos; una
actividad que carece de unidad orgánica y que no se basa en ninguna teoría, ni en
ningún axioma. En estas condiciones, Jean Piaget s6lo puede negar la existencia
autónoma de nuestra disciplina.

Es necesario abordar de alguna manera el sistema de relaciones múltiples que


establece entre estos tres niveles de reflexión: geográfico, ideológico,
epistemológico, a pesar de que cada uno de ellos esté tan mal o tan pobremente
definido como sus respectivas competencias. Los primeros artículos de Yves
Lacoste (1973-1976), el éxito de "Hérodote", nos invitan a ello, con tal de que se
asegure una vía de reflexión crítica y coherente capaz de llevar a nuevas
proposiciones. Desde este punto de vista, creemos que nuestra experiencia y
conocimiento de la práctica de la geografía llamada nueva en América del Norte,
examinados a la luz de una primera formación de tipo clásico y al cabo de tres
años de haber descubierto de nuevo Europa, nos autorizan por lo menos a
exponer nuestro testimonio. Vale la pena recordar la actualidad de la polémica
sobre la ideología en geografía al otro lado del Atlántico y la expansión de la
"geografiá radical", de la cual la revista "Antipode" es un exponente, además de
la existencia de obras de mayor relieve firmadas incluso por los más reconocidos
teóricos de la "nueva geografía", como William Bunge y David Harvey, autores
respectivamente, primero, de una "geografía teórica" (Bunge, 1966) y de una
"explicación en geografía" (Harvey, 1969), y después, de una "geografía de una
revolución" (Bunge, 1971), así como de una obra sobre la "justicia social y la
ciudad" (Harvey, 1973). Al examinar los primeros números de "Hérodote" los
trabajos norteamericanos y el conjunto de debates publicados en la revista de la
Asociación de geógrafos norteamericanos, se evidencia que la cuestión de la
ideología incumbe a todos los geógrafos, tanto si trabajan con los instrumentos y
perspectiva de la geografía llamada "tradicional" -cualitativa, empírica e
inductiva-, como si lo hacen de acuerdo con los instrumentos y la perspectiva de
la llamada geografía "nueva" cuantitativa, teórica y deductiva. A pesar de sus
peligros es obligado, pues, empezar por la ideología.
Sin embargo, cómo abordarla, ¿por su definición? Nos hemos referido ya a la
dificultad que esta tarea supone en un campo como el de la geografía en que la
ideología es ante todo el "pensamiento de otro" y hace referencia a una noción a
la que no puede reconocérsele cualidad objetiva desde el momento que no existe
una adhesión explícita (Dumont, 1974). En efecto, cualquier reflexión sobre la
ideología se plantea ante todo como una réflexión crítica. Nadie se sorprenderá
de que las argumentaciones sobre la ideología sean hoy, en esencia de origen
marxista y de que las argumentaciones marxistas funcionen siempre, según
confesión de ideólogos marxistas (Lindemberg, 1975), "contra alguien" o "contra
alguna cosa". Admitimos asimismo con Fernand Dumont que "las ideologías
plantean, en principio, problemas porque compiten entre sí", y que es
precisamente la "confrontación que hace la ideología una realidad, pues en el
caso de que la situación admitiera una definición única sería como si no hubiera
ideología". En efecto, las ideologías son "multiformes y se ofrecen en un
mercado en el que compiten diversas lecturas y objetivos de la sociedad y de los
grupos"; esto se explica porque "quienquiera que hable de ideología lo hace ante
todo para desacreditarla utilizando, en principio, un pensamiento ajeno". ¿Es
razón suficiente para concluir que el concepto de ideología, escritoen singular, es
verdaderamente ideológico?

Tras la lectura de los debates que tienen lugar a propósito de la tilosofía marxista
una cosa queda en claro: la ideología se expresa de múltiples maneras y en
numerosos lugares, a través de distintas formas de comunicación y de
instituciones diversas. Pero no acaba de existir acuerdo sobre: su naturaleza
profunda; la cuestión de si es una o múltiple; la necesidad o posibilidad de
concebirla a nivel de la sociedad en general o en el de la sociedad de clases; si su
expresión está en determinados contenidos del saber o en las formas de su
apropiación, y si la relación entre ciencia e ideología tiene un carácter de ruptura
(Althusser) o de articulación (Rancière). Es comprensible que los marxistas se
sientan incómodos en esta situación. El Manifiestodel partido comunista, era
bastante claro en 1848, cuando decía que "las ideas dominantes son las ideas de
la clase dominante", cita muy frecuente en toda la literatura geográfica y
económica de la corriente "radical" norteamericana. Sin embargo, Henri Lefebvre
(1966) ha mostrado que para Marx el concepto de ideología tenía por lo menos
tres significados distintos: "representación ilusoria de lo real", "teoria que ignora
sus presupuestos", "teoría que generaliza el interés particular". Los especialistas
del pensainiento marxista no se han puesto de acuerdo aún en la interrelación de
estas tres definiciones. Por nuestra parte, nada podemos añadir al respecto.
Incluso en el marco relativamente restringido del concepto marxista de ideología,
son complejas las relac¡ones entre conocimiento e ideología. Adoptaremos por
ello el punto de vista del filósofo marxista Henri Lefebvre (1970), el cual -más
prudente que Louis Althusser, para quien la "ciencia" (revolucionaria) se
construye contra la ideología- admite que "si al intentar definir un criterio
riguroso de la cientificidad alguien afirma que la ciencia y la ideología se
excluyen, nada resiste, todo salta en pedazos y en primer lugar la cientificidad de
Marx. ¿Cuál es la serie de proposiciones que no contiene una huella o un germen
de ideología?". David Harvey lo formula explícitamente en la presentación de su
obra Social Justice and the city:"los capítulos de la segunda parte -dedicados a la
formulación socialista de los problemas urbanos- son ideológicos en el sentido
occidental del término, mientras que los de la primera parte -dedicados a las
formulaciones llamadas "liberales"- lo son en el sentido marxista" (Harvey,
1973).

No sólo el marxismo está en cuestión sino que el tema de la ideología se impone


también hoy, de grado o por fuerza, en todos los campos de las "humanidades" y
de las ciencias sociales. Hace ya trece años que H. Lefebvre calificó a la
"ideología estructuralista" de "pura y propiamente tecnocrática": sistema de ideas
que se inscribe en una estructura social y que juega un papel histórico en el seno
de determinada sociedad o "formación social", como por ejemplo en la Francia
de la década de los 60, la Francia gaullista. Sin embargo, Karl Mannheim mostró
más tárde la relación existente entre el medio social y las formas de pensamiento,
distinguiendo las ideologías de las utopías. Siguiendo a Marx y Weber, este
conocido especialista de la "sociología del conocimiento" sostiene que la
ideología refleja el orden social e intenta salvaguardarlo, mientras que la utopía
busca la transformación de! statuquo(Mannheim, 1965). La distinción de
Mannheim abre horizontes particularmente provechosos para la geografía. Pero
también parecen fecundos para la teología (Wackenheim, en su
obra Christianisme sans idéologie, 1974, ahoga por una utopía profética, la única
capaz, a su modo de ver, de asentar con autenticidad el evangelio en el futuro) y
para la economía de quienes propugnan "cambiar la vida" con el socialismo
(Attali y Guillaume, 1974). ¿No indica tal vez ésto que ya ha sonado la hora de
hacer un primer balance de contradicciones dentro de una perspectiva más amplia
que la que opone las formulaciones llamadas "liberales" las llamadas "radicales",
"marxistas" o "marxianas", aun cuando unas y otras se ocupen de la ideología?

El problema reside en saber si basta nuestra experiencia de la geografía para


efectuar este balance. Como hemos visto, la polémica rebasa ampliamente el
campo específico de la geografía suponiendo que este campo exista. En la
actualidad, la polémica incumbe no sólo al conjunto de las ciencias humanas -la
polémica sobre el "reduccionismo" y el "neopostivismo" que enfrente a Karl R.
Popper (Popper, 1959, 1973) a las críticas de la Escuela de Francfurt (Adorno,
1969; Habermas, 1968, 1973; Horkheimer, 1969, 1974)-, sino también al
problema del conocimiento como tal o al del conocimiento de los conocimientos;
afecta, en consecuencia, al conjunto de la epistemología, ya se trate de ciencias
físicas o sociales, de ciencias lógico-formales (matemáticas y geometría, lógica)
o de las llamadas factuales (las que poseen un contenido empírico, las disciplinas
que trabajan en base a datos factuales: geografía, antropología, física, historia,
biología...). En todo caso, tal es la conclusión tras la lectura de obras
como Logique et connaissance scientifique (dirigida por Piaget, 1969)
o L'explication dans les sciences (Apostel, Cellerier, Piaget y otros, 1973). Se
descubre entonces que el problema de la ideología no se puede reducir a una
dicotomía ciencia/ideología o conocimiento/ideología, que el conocimiento
científico es "revolucionario" porque es verdadero (Althusser, 1974), y que la
ideología no es más que un sistema de ilusiones necesarias a los sujetos
históricos para que funcione el todo social, representación mixtificada, falseada,
además de no científica, de este sistema social que se utiliza con objeto de que
los "individuos" ocupen el "lugar" que les corresponde en el sistema de
explotación de clases. Se descubre, asimismo, que el problema de la ideología no
está en absoluto, o al menos no únicamente, en escoger entre dos tipos de
formulaciones, o incluso problemáticas conceptuales, según el tipo de sociedad
que se prefiera: la liberal, que se acepta o se defiende por necesidad, y la
socialista, que se quiere instaurar en nuestros países occidentales, la cual no. se
identifica con la imagen que proporcionan los países en que se ha instaurado
nominalmente; éste es el caso particular de los geógrafos que han optado por esta
profunda voluntad de cambio (¿ideología o utopía?), los cuales sólo ven en
dichos países una caricatura más o menos trágica de las auténticas aspiraciones
del socialismo.

¿Puede generalizarse el problema de la ideología en estas condiciones? Una


forma concreta de hacerlo sería buscar las manifestaciones más evidentes. El
geógráfo se siente tentado inmediatamente por la cuestión de las formas de
organización del espacio, por ejemplo, el plano circular o radioconcéntrico de
una ciudad, opuesto a la división ortogonal (oposición de la idea de jerarquía a la
idea de igualdad individual... Aunque es cosa sabida que estas connotaciones son
tan relativas como todas las otras). Nos atendremos ahora al discurso del
geógrafo, sin olvidar, evidentemente, todo lo que en dicho discurso no pertenece
a la geografía como tal, pero sirve de base a sus análisis y representaciones.
Empezaremos por tratar sucintamente las ya bastante conocidas componentes
"tradicionales" de la ideología del discurso y seguiremos con aquello que
conocemos de forma más concreta: el discurso "nuevo" que comienza a
transformar, y lo seguirá haciendo durante mucho tiempo, las lecturas de los
nuevos maestros de la geografía.

Los componentes "tradicionales" del problema


Como es natura no entramos en la consideración de aquellos problemas ya
planteados por otros: el problema histórico de la relación entre geografía y poder
(Lacoste, 1976), entre geografía y guerra (Lacoste, 1976), así como la crítica de
una actitud determinista (la de Ratzel, pero también la de Louis Wirth, 1938,
mucho más sutil) que pone en relación mecánica, al menos de forma implícita,
cierta disposición espacial con determinado tipo de vida social (Remy y Voye,
1974; Berry, 1973), lo cual desvirtúa la explicación e indirectamente enmascara
las causas reales. Definida la ideología como "un contenido mental a partir del
cual es posible justificar la propia existencia y posición social", este contenido
mental "permite aceptar, comprender y, en consecuencia, estabilizar una
estructura social" (Remy y Voye, 1974), lo que parece ser el "efecto ideológico"
de la utilización de las problemáticas deterministas. Sin embargo, nos ha costado
mucho tiempo saberlo, incluso lo llegamos a olvidar cuando el "determinismo" se
disfraza de novedad; la forma arquitectural, la trama parcelaria o el plano urbano
en lugar de las formas de diferenciación de tramas naturales o físicas.

En este epígrafe empleamos el concepto de "tradición" en el sentido de


antigüedad del "mal", no en el de denuncia del mismo. Esta es muy reciente. En
realidad, en el campo de la geografía no toma cuerpo hasta 1970, en que se inicia
en Norteamérica (el primer número de Antípode es de finales de 1969; el
segundo, dedicado a la "metodologia radical", de 1970; el primer número
dedicado entera y explícitamente a la ideología. data de 1973). Luego se ha
extendido a medias en Francia con el artículo que Yves Lacoste dedica a la,
geografía en el volumen Philosophie des sciences sociales de 1860 à nos jours, y
en especial ha sido asumida del todo por François Chatelet en 1973 con la
aparición del primer número de Hérodote. Ignorando algunos de los proyectos
de Hérodote, emprendimos la redacción del presente articulo en el verano de
1975 con vistas al discurso inaugural del congreso anual del Instituto de
Geógrafos Británicos. ¿Cabe concluir de este hecho que estamos todos, unos con
independencia de otros, sometidos a la influencia del paradigma "crítico", el cual
significa, para los teóricos de las revoluciones científicas, una especie de "visión
del mundo", de modelo conceptual general que domina una época, es decir, una
especie de referencial básico o como diría Michel Foucault, una "episteme" que
impulsa a formular, a propósito de la realidad, unas cuestiones con preferencia a
otras? Tras el paradigma de la cientificidad estructuralista, parecía llegado el
momento de someter aquello que se presentaba cada vez con más claridad como
un resurgir del empirismo y del positivismo cientifista a la crítica de un
pensamiento que ha reconocido, con Marx en las Tesis sobre Feuerbach y
gracias a las investigaciones psicológicas y epistemológicas de Piaget, que el
pensamiento humano, en general, e implícitamente su aspecto particular, el
conocimiento científico, están en estrecha relación con la conducta humana y con
las acciones del hombre sobre el mundo. "El pensamiento científico, fin
último para el investigador, es sólo un medio para el grupo social y para la
humanidad entera", recuerda Lucien Goldmann al prolongar simultáneamente la
obra de Marx y de Piaget en su defensa del estructualismo genético (Goldmann,
1966). ¿Hacen falta argumentos más contundentes para legimitar la necesidad de
una crítica a la "razón instrumental"? Ya volveremos sobre ello más adelante.

El nivel de las "palabras"

La crítica, en efecto, puede comenzar en cuestiones previas a la "razón" que


sostiene un discurso ante todo, a nivel del lenguaje. Nadie pone en duda que la
ideología tenga por vehículo un lenguaje (Lefebvre, 1966) incluso si el lenguaje
no agota los medios de expresión de una ideología máxime cuando ésta es
"dominante", y, por tanto, hace intervenir hechos de poder. Pero ocurre que la
cita que encabeza este texto permite legitimar, por la misma evidencia de sus
afirmaciones, la necesidad de una crítica de los hechos de lenguaje. Las palabras
están henchidas de equívoco; así, la palabra "vida" para el biólogo moderno; o
también la de "espacio" o "región" para el geógrafo, en el sentido de que
provocan toda una serie de representaciones mentales, inconscientes o insidiosas,
según las cuales existiria en algún lugar una realidad que sería, para el diálogo,
"la vida en sí" de un modo escolarmente platónico, o que, para el geógrafo sería
"el espacio en sí" o la "región en si", con características unívocas,
independientemente de las prácticas sociales. Con estas nociones clave de la
biología y de la geografía ocurre lo mismo que con las de "lógica" o "sistema",
cuya existencia, en la mayoría de discursos teóricos, sean o no geográficos, se
presupone más que se postula, ya sea gratuitamente como hacen algunos, ya
justificando esa presuposición y ese postulado mediante consideraciones políticas
o filosóficas (la "totalidad", por ejemplo). Quizá fuera más útil descubrirlas y
mostrar su existencia a través de una investigación auténtica que dejara de lado
las representaciones previas, más o menos míticas, y que planteara los problemas
sin prever de antemano sus respuestas.

El vínculo entre la palabra, la representación y el método es precisamnnte una


cuestión de método que puede parecer esencial a algunos; buena prueba de ello
es el conjunto de la obra crítica de un Henri Lefebvre por ejemplo. Pero, ¿no es
ello mismo la expresión de una elección que, a su vez, no es ni neutra ni inocente
y que también supone, o se basa, en otro tipo de creencia? La cuestión merece
quedar elucidada. Mientras tanto, reconozcamos con Louis Althusser la
importancia de las batallas sobre las palabras. "Las realidades de la lucha de
clases, dice, son "representadas" por ideas, que son representadas por palabras".
En los razonamientos científicos y filosóficos, las palabras conceptos, categorías
son instrumentos del conocimiento. Pero, en la lucha política, ideológica y
filosófica, las palabras son también armas, explosivos o calmantes y venenos"
(Althusser, 1968). Un ejemplo, tomado en la intersección de la reflexión
geográfica y sociológica, mostrará fácilmente que, incluso como instrumento de
conocimiento, la elección de la "palabra" (considerada ciertamente en cuanto
concepto) es capital. Si, al querer tratar sobre la diferenciación interna
del espacio urbano, descubro la necesidad de hacer intervenir un análisis
del tiempo del hombre (o de los hombres, o de los grupos, o de las clases
sociales... lo que a su vez constituye otro problema en el que la "palabra" no es
indiferente), y utilizo el concepto de "tiempo lbre" y no el de "tiempo de
reproducción de la fuerza de trabajo"; es evidente que, a partir de un contenido
empírico que, para mí, puede ser idéntico en los dos casos, será diferente la
orientación de toda mi investigación, el conjunto de los conocimientos
producidos, y ello cualquiera que sea la opción metodológica que me imponga en
el tratamiento de la información de que dispongo. Como puede verse, el
problema semántico recubre el de la problemática metodológica.

En todo caso, no defenderemos aquí que la elección del segundo concepto sea
forzosamente superior a la del primero. Todo depende de lo que se quiera hacer
inteligible. Y, en primer lugar, tener conciencia de ello. ¿Quiere decir esto que
hay "palabras engañosas" que serían las palabras de la ideología burguesa, y
"palabras-exactas (ciertas)", las de la ciencia, o bien de "las ciencias", en
realidad, de la ciencia marxista-leninista? El que hoy se pueda plantear esta
cuestión sabiendo de antemano que habrá lectores que responderán de forma
afirmativa (por lo menos, los discípulos de Althusser), legitima que se la plantee
a la comunidad de geógrafos. Los estudiantes que ya han leído a sus "clásicos"
comienzan a plantear el problema no sólo interrumpiendo la explicación de tal o
cual profesor, sino también con la elección del tema de su memoria o de su tesis,
explicando que se basan en una "ciencia proletaria", ciencia de los dominados,
por oposición a una "ciencia burguesa", que sería la ciencia de los dominadores.
Deben ignorar ciertamente que, a la izquierda de Althusser, se impugna de modo
radical la problemática de la "desigualdad entre un saber y un no saber", así como
la dicotomía entre las "dos" ciencias. Para Jacques Rancière, por ejemplo, "no
hay una ciencia burguesa y una ciencia proletaria. Hay un saber burgués y un
saber proletario" (Rancière, 1974), ya que "la ciencia", tal como la piensa
Althusser en oposición a la ideología "representación de la relación imaginaria de
los individuos con sus condiciones reales de existencia" -en realidad el "discurso
marxista oficial", de la ciencia- se resuelve finalmente "en la doble justificación
del saber académico y de la autoridad del Comité Central". "La ciencia" se
convierte en consigna de la contrarrevolución ideológica. En último extremo, la
teoría de la ciencia que defiende Althusser permanece, según Jacques Rancière,
en el mismo plano que las ideologías que pretende combatir, "es decir, que, a su
manera, refleja la posición de clase del intelectual pequeño-burgués".

Si no hay posibilidad de escapar a la contradicción por la izquierda, ¿será ello


posible por la derecha? Nada permite pensarlo así; y la victoria semántica del
marxismo es tan evidente hoy, y tan sorprendente que dan ganas de abandonar,
aunque sólo sea por evitar la caída en la facilidad, como decía Jean Daniel en su
editorial del Nouvel Observateur de 10 de mayo de 1976: "el vocabulario
marxista ha penetrado en las costumbres con la intensidad de un fervor religioso.
Nos encontramos en una era teológica: Igual que en los tiempos de la cábala, del
mandarinazgo, de Bizancio, o del Concilio de Trento. Cada cual enarbola sus
textos sagrados". Para convencerse de ello, basta hojear cualquier número
de Antipode.Basta también con esperar un poco -como se sabe, ya ha llegado el
momento- para ver aparecer la misma tendencia en la geografía francesa. Incluso
nosotros... Pero quizá constituya esto un momento indispensable en el
replanteamiento de una problemática. Necesitamos "conceptos" para poner un
poco de orden en nuestras construcciones". Los conceptos tradicionales no
sirven; esforcémonos por asegurar los y nuevos y véamos si los resultados
corresponden a los deseos. He aquí un punto de vista.

El nivel de las problemáticas

Pero hay algo más que las palabras y los conceptos. La "problemática", a su vez
queda cuestionada tanto a nivel de los objetivos de inteligibilidad como de los
métodos escogidos para alcanzarlos. La decodificación ideológica es tanto más
delicada de llevar cabo en este caso e igualmente ambigua en sus resultados. Para
el autor de este trabajo que considera como definitivamente adquirida la
revolución cuantitativa, existe el gran peligro de que un planteamiento tan
legítimo y esperado sobre lo que transmiten nuestros diferentes tipos de discurso,
desemboque en una empresa contrarrevolucionaria que nos haría retroceder
veinte años atrás. A diferencia de ciertos geógrafos marxistas o "marxianos"
franceses, los geógrafos "radicales" de América del Norte no lo desean en
absoluto. Para ellos, la "nueva geografía" ha roto afortunadamente con el
discurso tradicional, estrictamente descriptivo y consagrado únicamente al
descubrimiento de las individualidades, de las personalidades regionales,
discurso desarrollado según el modo inductivo que utiliza una formulación de
tipo verborreico-conceptual e histórico-literario, refugio de lo multívoco y de lo
implícito. Ya era hora, en efecto, de que la "nueva geografía" denunciara la
degeneración de la geografía tradicional en una especie de colección académica
de "sellos de correos", adicionando entre sí las descripciones locales, regionales o
territoriales, sin preocuparse en realidad de hacer progresar de manera
significativa el conocimiento de los procesos que hayan causado tal o cual
situación geográfica, tal o cual estructuración espacial. Nadie debería discutir hoy
que ya no es tiempo de un saber particularizado en términos de acumulación
repetitiva de una información descriptiva. Por otra parte, no parece que, a este
nivel, exista nadie que quiera volver atrás.

La duda aparece, sin embargo, cuando se ven proliferar los sacerdotes de la


cuantitatividad, que, con un enfoque orientado a la generalización, en términos de
hipótesis y de teorías cuya validez conviene verificar recurriendo a los modelos y
a la simulación, y, por tanto, al ordenador, creen haber encontrado no sólo el
medio de enlazar de nuevo con las "disciplinas de vanguardia" -en lo cual
estamos completamente de acuerdo- sino también el camino de la verdad, de toda
la verdad y de sólo la verdad. Bueno será que el "nuevo geógrafo" parta a la
búsqueda de las "leyes" o, más modestamente, a la búsqueda de "reglas" que
establezcan la diferenciación y la organización de nuestro espacio. ¿Cómo no
reconocer la validez de una toma de posición en favor de una geografía que ya no
se contenta con responder a cuestiones tales como el dónde y el qué, y que se
decide a estudiar el cómo y el por qué de las "estructuras espaciales", respetando
una serie de reglas -las del "método científico"? (cabe preguntarse si "universal"
o "marxista")- de una geografía que, asegurando la "transpararencia del enfoque,
y más allá de la experiencia y de la medida, consideradas indispensables en
cualquier conocimiento cientítico, permitiera llegar hasta la previsión y,
consiguientemente, a la acción, es decir, a la manipulación voluntaria de los
acontecimientos que experimentamos. En este discurso, el discurso tipo de la
nueva geogratía anglosajona (véase la obra enormemente significativa de H.
Abler, J. Adams y P. Gould, Spatial Organization, The Geographer´s View of the
World, 1974) ¿no parece sugestivo? En todo caso, es perfectamente
representativo de lo que los prácticos de la teoría crítica llaman neopositivismo
anglosajón, empírico e idealista. A este nivel, la crítica puede seguir vías
distintas. Permítasenos describir algunas de ellas, sin ánimo de ser exhaustivos,
pero sí partiendo de lo más general hasta llegar a lo particular.

La búsqueda del orden

Al fín parece que los matemáticos, empiezan a proponer de manera legible a las
ciencias humanas una serie de demostraciones sobre los límites de utilización de
sus herramientas, tal como J. Scott Amstrong del MIT (1967) que ha tratado de
los peligros que supone la utilización de los métodos de análisis factorial sin el
apoyo de un réferencial teórico para evaluar los resultados inducidos; y como H.
Le Bras, de la Escuela Politécnica francesa (1974), que ha indicado la debilidad
de los métodos de análisis multivariados en el descubrimiento de estructuras
todavía desconocidas. Mientras, la nueva geografía continúa a fondo en su
búsqueda del orden en los sistemas de datos que maneja. Se plantea entonces la
cuestión de saber cual es el valor de una investigación en la que se presupone, sin
ninguna demostración previa, un orden subyacente a una estructura, y en la que
seguidamente se trata de descubrir dicho orden como única conclusión lógica de
la investigación.

Es forzoso admitir actualmente que una cierta forma de investigación del orden
traduce de modo cuasi explícito la existencia en el espíritu del investigador, de
una intensa orientación ideológica. La nueva geografía anglosajona, tal como la
ilustra el que consideramos como el mejor y más útil de sus manuales, notable en
muchos sentidos (Abler, Adams, Gould, 1971), desorienta al lector que no esté
familiarizado con el modo de per$sar anglosajón. Sirvan como botón de muestra
los dos primeros capítulos del libro, cuyo objeto es explicitar la problemática de
base de una geografía que se pretende científica. Se puede estar de acuerdo con
los autores en que la función esencial de la investigación científica consiste en
ordenar nuestras experiencias del mundo, en modelarlas de forma que se las
pueda manipular, así como en evidenciar que en la naturaleza hay más orden de
lo que parece a condición de buscarlo. Aunque no habría que pretender encontrar
orden a toda costa, ni que se le creara allí donde claramente no existe, Y ello por
cuanto es legítimo plantearse cuestiones, en este sentido, que van mucho más allá
de los prejuicios de métódo: pues, si el descubrimiento de las regularidades entre
los fenómenos estudiados significa la existencia de un orden en el mundo, ¿no
tienden esas regularidades a convertirse, a su vez, en significaciones, con el
riesgo consiguiente de que éstas intenten justificar, naturalmente la existencia de
ese orden subyacente? Al no estar sometido a crítica, puesto que se le refiere a
una especie de "filosofía de la ciencia", el orden subyacente se convierte en orden
precisamente ideológico "desde el momento en que no es más que una
generalización a partir de experiencias anteriores, y se convierte en una verdad
absoluta, a la que se puede llegar a venerar (o a odiar), y en cualquier caso, hacer
objeto de superstición" (Maffesoli, 1975).

El lector comprenderá ahora, mejor, que, cuando hombres como Horkheimer,


Adorno y Habermas proponen su "teoría crítica" (Kritische Theorie) y lanzan la
"querella del positivismo" (Positivismusstrait), ello es, en primer lugar, para
mostrar que, a una racionalización desmesurada o, más precisamente, a la puesta
en acción de la "racionalidad en sí" a través de los procesos cognitivos"-,puede
asociarse, y, en efecto, se asocia la imposición, en nombre de la racionalidad, de
un tipo de dominación política determinada y no reconocida (Hirsch, 1975). La
crítica ideológica, tiene pues, un objetivo. Se convierte, explícitamente en
"política" en el sentido fuerte de término. Cuestiona el conjunto del discurso
científico moderno, pero, al final del análisis, lo que cuestionará serán los
vínculos, involuntarios y no conscientes la mayoría de las veces, establecidos con
una cierta forma de organización de la sociedad -en realidad, con el capitalismo
de organización. A veces, la acusación irá dirigida contra la función
ideológica explícita de un discurso que hace la apología de un cierto tipo de
sociedad. En el terreno de la geografía, ésta es la acusación de un David Harvey
(1973a, 1973b) o un Richard Peet lanzan contra hombres como Malthus,
evidentemente, pero también contra Brian Berry (uno de los padres "no
arrepentidos" de la nueva geografía) o Keith D. Harris, cuyos enfoques ligados a
una concepción de la sociedad llamada "liberal", sirven, voluntariamente o no, a
los intereses del capitalismo monopolista de Estado desde el momento que
orientan la investigación al estudio de las condiciones de control de los
problemas y no a su solución, y ello a pesar de los objetivos sociales que se fijan
estos expertos de la geografía. Lo que se impugna en este caso, es ciertamente
una geografía de tipo tecnocrático, orientada a la "ordenación" y al control, y por
tanto, al servicio de "la ley y el orden".

Formalización y análisis cuantitativo de las estructuras: la "reducción"

Este es un primer punto. Hay otros, pero de ellos apenas si se encuentra la más
mínima huella en la bibliografía y en los debates de los geógrafos. Sin embargo,
quisiéramos introducir aquí una crítica que, si bien se desprende, de las
observaciones que, en nombre del conjunto de las ciencias humanas, dirige un
Lucien Soldmann a un pensamiento teórico, al estructuralismo de Lévi-Strauss,
también concierne directamente a la geografía que, desde hace algunos años, se
pretende "estructuralista"" o, más exactamente, como veremos después,
"sistémica". Para Coldmann, el estructuralismo de Lévi-Strauss elimina, en su
propia estructura y por los métodos que elabora la teoría que le subyace, el
problema del sentido y el de la historia. Cuanto más lo haga, "menos necesitará
comprometerse explícitamente en la defensa del orden existente". Así, nos dice,
"el estructuralismo formalista es completamente ajeno a los problemas sociales y
políticos, situando las valorizaciones implícitas a nivel de la metodología". El
resultado es, evidentemente, el mantenimiento, sin discusión alguna, del
capitalismo de organización y, a través de las producciones de las ciencias
sociales, el desarrollo de la ideología dominante. La formalización estructuralista
de la noción de región que se puso de moda en Francia con los trabajos de Roger
Brunet (1969, 1972) y que supera hoy el problema de la región para abarcar
cualquier espacio geográfico que se pueda definir como organizado por un
"sisterna" (cf; Dollfus y Durand-Dastes, 1975), podría ser objeto de las mismas
críticas.

Yo he contribuido personalmente a introducir entre los geógrafos francófonos la


idea de que el espacio del geógrafo podría reducirse a un conjunto de elementos
(los lugares), y de atributos de esos elementos (relaciones entre los lugares, e
incluso disposición de los lugares recíprocamente entre sí), de lazos entre los
atributos (relaciones entre los hechos característicos de esos lugares), en fin, de
interdependencia entre esos elementos y esos atributos. Los trabajos de un Brian
Berry sobre la jerarquía de los lugares centrales (Berry, 1967) habían
popularizado, en efecto, esta concepción del "sistema espacial", que a pesar de
todo, era muy parcial, aunque también fuera práctica, puesto que era
directamente operativa para quien supiera utilizar los métodos del análisis
estadístico multivariado. Con ello, introducíamos, sin duda alguna, una mayor
coherencia en nuestras descripciones, con la posibilidad, además, de tratar un
mayor número de variables, de descubrir en el "sistema" de sus vínculos
recíprocos, correspondencias sobre el número, el sentido, la fuerza y sobre cuya
naturaleza, finalmente, podíamos pronunciarnos con una trasparencia y una
certidumbre infinitamente superiores a las que hubiéramos conseguido si no
hubiéramos podido beneficiarnos de esta problemática y de estos útiles
medotológicos (cf. Racine, 1975). Sin embargo, habíamos tenido la intuición de
una reducción, juzgada necesaria (cf. Racine y Reymond, 1973) e indispensable
para la inteligencia de las estructuras estudiadas. Pero tal reducción sólo la
entendíamos a nivel de la información, en realidad, a nivel de los "datos
estadísticos" que identificábamos con los "atributos" del "sistema". Ahora bien,
en la realidad de los hechos, ¿qué es lo que ponía entre paréntesis esta reducción?

En primer lugar, y la paradoja sólo es aparente, algo que recuerda la


argumentación de Yves Lacoste contra Vidal de la Blache: el hecho de privilegiar
ciertos niveles de análisis que corresponden a determinados tipos de espacio de
conceptualización (Lacoste, 1973); lo que suponía el peligro evidente de llegar
una vez más a desplazar el lugar de la explicación, así como también
a desgajarsubrepticiamente algunos factores del razonamiento que sólo podrían
ser aprehendidos convenientemente a otros niveles de análisis. El respeto ciego a
una cierta idea de la región, que corresponde a una cierta fase del desarrollo
capitalista -éste es el problema de la geografía tradicional-; la obediencia única a
la lógica de los modelos de investigación matemáticamente construidos; y la
atención exclusiva a la información homogénea de que se puede disponer, la que
proporciona un censo instrumento del poder, son otras tantas ocasiones que la
ideología tiene para penetrar en el discurso geográfico. Una vez superado el
entusiasmo de los neófitos, cada cual debe ser consciente del peligro que encierra
el recurrir a problemáticas o a una metodología que permiten -sin que ello
aparezca en el discurso, "y, por tanto, sin necesidad de justificación" (Lacoste,
1973)- que se dejen de lado las referencias a un gran número de factores físicos,
económicos, sociales y políticos cuyo papel no se puede estudiar en las
combinaciones geográficas más que situando el análisis a niveles diferentes de
aquél a que uno está obligado a limitarse recortando el espacio, como exige todo
tratamiento de una matriz de datos, en un cierto número de unidades de
observación y de atributos espaciales que caracterizan de forma numérica cada
una de nuestras unidades de observación. Y es que es muy fácil, y tentador a
veces, ocuparse únicamente de lo que sucede dentro de límites definidos, ya sea
por nuestro sesgo regional a priori, ya por las condiciones de utilización de
nuestro utillaje técnico, o incluso por la propia lógica interna de nuestros
procedimientos analíticos -que, evidentemente, no pueden proporcionarnos otra
cosa que una cierta visión de lo real.

Y ésto es justamente lo que puede convertirse en problema en nuestra práctica,


"tradicional" a su vez, de la geografía cuantitativa Todos sabemos que no
aportamos sino una cierta visión de lo real: todavía no sabemos ntuy bien cuál y
por qué. ¿Cómo escapar entonces al peligro de una fantástica mistificación tanto
científica como política, fundada en el uso parcial de algunos elementos de
cientificidad técnica más que de la propia ciencia, mistificación de la que
seríamos instrumentos inconscientes porque nosotros mismos estaríamos
mistificados? ¿Cuales son las consecuencias de un sesgo, de una parcelación o de
un desmembramiento de la totalidad social tal como se mide a través de los
atributos espaciales, siendo así que, por no poder captarlos en un mismo
procedimiento analítico, se excluyen los movimientos de la dinámica social?
Reducir la realidad social a un conjunto de variables aisladas e incoherentes,
desprovistas de cualquier factor dinámico, quizá sea en la mayoría de los casos la
condición misma de la utilización de la información numérica en nuestros
modelos multivariados. Incluso, o porque esté mediatizada por la ideología, la
relación entre el hombre y lo real hace intervenir a una concepción del mundo, y,
por consiguiente, a una ideología. Lo cual constituye todo un tema de reflexión,
de análisis e incluso de experimentación, sobre el que importa llamar la atencion
conjunta de los geógrafos y matemáticos que deben abordar juntos el trabajo
crítico.

Si a Henri Lefebvre se le preguntara sobre lo que esta reducción pone entre


paréntesis, respondería sin nigún género de duda: "Mucho. La complejidad
concreta de la praxis, la del hombre y la del mundo. La dialéctica. Lo trágico. La
emoción y la ocasión. Lo individual, desde luego, y quizá también una gran parte
de lo social. La historia, en fin. Todo ello pasa en lo residual, que debe
empequeñecerse ante la tecnicidad mundializada, y desaparecer" (Lefebvre,
1963).

Así se ve como se crean los lazos entre una cierta problemática, una metodología,
un útil, una ideología, y, finalmente, lo que hemos hecho pasar al lado de lo
verdadero, de la vida, o, al menos, de la actividad humana productora y creadora
(la praxis), generadora del devenir, constitutiva, como dice Lefebvre, aunque
también destructora de las estructuras. Lo que, en definitiva, equivale a plantear
el problema de la dialéctica, la dialéctica de las contradicciones.

Del estructuralismo a las ambigüedades de la dialéctica

El ejemplo a estudiar, pues, es evidente: el empleo tan común, durante largo


tiempo de una problemática dualista en el estudio tanto económico como
geográfico del "subdesarrollo". Los trabajos suscitados por la tesis dualista han
permitido, sin duda alguna, describir mejor ciertas situaciones de subdesarrollo.
Pero debido a su propio hilo conductor, impiden que se plantee la verdadera
cuestión del "subdesarrollo", de su génesis histórica, que, tanto a escala mundial
como a escala regional, no aparece sino a partir del momento en que se descubre,
con Samir Amin por una parte (1971) y, con Hildebert Isnard (Isnard, 1971), por
otra, que no existe juxtaposición de dos sociedades, desarrollada una y
subdesarrollada otra, sino una única pieza de una máquina también única, de un
sistema global, en cuyo seno las sociedades y las regiones subdesarrolladas
ocupan un lugar particular y desempeñan funciones definidas. Así es como se
capta particularmente bien, a partir de los ejemplos argelinos que propone Isnard,
la "dialéctica de profundización de las disparidades regionales propias de la
colonización: no es ninguna exageración decir que el enriquecimiento de las
regiones colonizadas y el empobrecimiento de las regiones tradicionales son
fenómenos estructurales de un mismo proceso económico" (p. 93). En a
perspectiva de los modelos "centro-periferia" ligados a la teoría de la
dominación, la impugnación del subdesarrollo, o del marginalismo de las
regiopes tradicionales, cambia de objeto entonces, y se orienta, una vez más,
contra un objetivo preciso, "la economía capitalista mundial", que hasta entonces
había quedado recubierto por la masa de hechos y apariencias descritas por el
método empírico-positivista, cuya función ideológica queda perfectamente clara.

¿Quiere esto decir que este tipo de enfoque nos asegura la "verdad"?

¿Una verdad por encima de las ideologías? La "ciencia" situada a la "izquierda",


ya sea marxista o marxiana, no se pone de acuerdo sobre este particular. Téngase
muy en cuenta, en primer lugar, -y sobre ello habrá que volver de nuevo- que la
pureza ideológica de los investigadores no les asegura la pertinencia de un
discursn frente a algunos colegas. El marxismo estructuralista; y hasta riguroso,
de un Althusser no es más que un "producto de descomposición del
dogmatismo", del mismo modo que los "compromisos" de un Roger Garaudy.
Esto es al menos lo que piensa Henri Lefebvre en su crítica del "nuevo
eleatismo", a propósito de Claude Lévi-Strauss (Lefebvre, 1966). En cuanto al
"estructualismo genético" de Lucien Goldmann, en ningún caso podría
corresponder, según el mismo autor (Lefebvre, 1963), a lo que Marx habría
podido indicar respecto a la conjunción de las condiciones de estructura formal y
de devenir dialéctico: "no se refiere más que a estructuras mentales" a
"concepciones del mundo". Abusa del concepto de totalidad tomado en sí. Corre
el peligro de no ser ni genético ni estructural. Lo mismo ocurre más o menos con
lo que se acepta de los modelos "centro-periferia", cuyo eco ha sido tan grande
incluso fuera de los medios marxistas. Ha sido Yves Lacoste quien ha planteado
una cuestión muy simple, la del carácter necesariamente multívoco de una
representación del mundo en la que, con connotaciones diferentes, se utilizan las
dos formulaciones (países subdesarrollados-periferia) atribuyendo a cada una de
ellas el sentido de la otra.

"¿Dónde está, pues, la periferia? ¿Dónde se localizan, en un mapa del mundo los
países subdesarrollados?" Por otra parte, "la formulación geográfica según la
cual un país (dominante) ejercería un rol sobre otro país (dominado) ¿no sería
ambigúa?" (Lacoste 1976c). Se vuelve, pues, a las palabras y al simple dónde y
qué de la geografía tradicional. Esta imposibilidad de separar la problemática
tanto del método como del lenguaje pone de manifiesto la importancia de la
cuestión, así como la dificultad de la objetividad, la dificultad de pensar el saber
científico como un saber verdadero que se opondría al saber de la ideología, y en
particular de la ideología dominante. ¿A partir de cuándo nos ponemos al
servicio de esta última, aunque sea quizás de una manera inconsciente? En último
extremo, y quedándonos únicamente en el plano de lo cualitativo, para quien
acepte el postulado de la naturaleza dialéctica de todos los fenómenos que se
inscriben en el espacio y en el tiempo, todo discurso que no integre la
problemática del materialismo histórico y dialéctico es científicamente falso si se
postula que la dialéctica es "en primer lugar el movimiento real de una unidad
que se está haciendo, y no el estudio simplemente, siquiera funcional y dinámico,
de una unidad ya hecha" (Sartre, 1960). Científicamente falso porque pasa al lado
de lo verdadero. Por eso se dirá que la geografía ha de ser dialéctica, porque las
situaciones que estudia son situaciones dialécticas. Tal es la posición de un Pierre
George (1970), aunque también lo es de geógrafos que han pasado por lo
cuantitativo, como David Harvey (1973a, 1973b), Bernard Marchand (1974) y yo
mismo. Ideológicamente sospechoso -lo cual es todavía más fácil de concebir-
porque un discurso no dialéctico sólo ofrece una imagen parcial de las
contradicciones, un solo aspecto de una realidad cuya existencia es multiforme.

¿ No consiste la actitud dialéctica en abarcar, de un solo movimiento, el bien y el


mal de los teólogos, el propietario y el no-propietario, el explotador y el
explotado, el capital y el trabajo, el centro y la periferia, la naturaleza y la
cultura, lo cercano y lo lejano, la muchedumbre y la soledad que estudian los
especialistas de las ciencias económicas y sociales, y que no existen sino en una
relación mútua, en función unos de otros? La propia distancia, como ha
observado Bernard Marchand, y, a través de ella, la mayoría de los
comportamientos espaciales de que se ocupa el geógrafo, puede, y debería, ser
considerada como una "relación dialéctica" (Marchand, 1974).

Todo es sistema, todo es movimiento, todo es también contradicción.


Admitamos esta lección fundamental del materialismo marxista, ya sea histórico
(científico) o dialéctico (filosófico). Convengamos también con Lucien
Goldmann, y a pesar de Henri Lefebvre, en que el marxismo se presenta en forma
de un estructuralismo genético generalizado (Goldmann, 1969). ¿Se puede tomar
nota de ello y continuar por las vías abiertas de la "nueva geografía" de una
geografía llamada "científica"? Los problemas empiezan a aparecer de inmediato.
A primera vista, parecen insolubles. En la obra realizada bajo la dirección de
Jean Piaget y consagrada a las relaciones entre Lógica y conocimiento
científico, se empieza por decir que no existe solución a la formulación en
términos de lógica clásica de los procesos dialécticos (Apostel, 1969) y que, por
consiguiente, añade Georges Nicolás-Obadia, es igualmente imposible dar una
forma operatoria matemática o estadística a las interacciónes en el sentido en que
lo entienden los marxistas (Nicolás-Obadia, 1976). ¿Qué hacer entonces?
¿Inventar un nuevo tipo de discurso? Y ello ¿debe hacerse aunque nadie sepa
muy bien todavía a qué puede corresponder, en concreto, la práctica del discurso
dialéctico en esta otra práctica que es el análisis espacial? Porque no basta con
decir que ciertos conceptos están dialécticamente ligados para tener la seguridad
del carácter dialéctico de un estudio. El debate iniciado por Jean-Paul Sartre
dentro del mundo marxista con su Crítica de la razón dialéctica (1960)
demuestra que no nos vamos a poner de acuerdo por ahora sobre el particular, a
pesar de que incluso Joël de Rosnay en su presentación de Macroscope, y, con él,
los matemáticos que manejan ecuaciones "diferenciales" (dependientes del
tiempo) e "integrales" (independientes del tiempo), parece que puedan reconciliar
la invarianzay la dialéctica (Rosnay, 1976). Rosnay define en sus sistemas
"grandes invariantes", ligados dialécticamente por pares, tales como la energía y
la información, la entropía y la neg-entropia, el equilibrio de fuerzas y el
equilibrio de flujos, la permanencia y la evolución, los stocks y los flujos, los
"bucles" de retroacción positivos y los negativos; todos los cuales constituyen
leyes constantes, desde lo biológico a lo social, pero que, al mismo tiempo,
permiten integrar y comprender el cambio, la dinámica, la duración, la
evolución...

¿Quiere ello decir que se encontrará el medio de superar las contradicciones que
nos hemos visto obligados a subrayar hasta aquí, mediante una problemática
sistémica? Muchos investigadores lo piensan, sean o no marxistas.

Pero antes de ponerse a investigar qué problemática puede considerarse


realmente adecuada vale la pena subrayar una última distinción. Que concierne
al por qué y al cómo de la investigación, y que nos servirá, por tanto, de balance-
perspectiva para sacar conclusiones sobre estos problemas que actualmente se
han convertido en "tradicionales".
El "por qué" de la investigación: primera aproximación

En su obra sobre Urbanismo y desigualdad social, David Harvey denuncia la


geografía del "statu quo". Por ejemplo, el conjunto de investigaciones sobre los
modelos de estructura urbana que siguieron a los primeros trabajos de la escuela
de ecología urbana de Chicago. Ni el progresivo refinamiento de estas
investigaciones ni siquiera los descubrimientos "factoriales" sobre el caracter
aditivo de los modelos (Racine, 1971) podían ayudar a resolver el problema de
los ghettos. La problemática de un Engels que examinaba las estructuras urbanas
de Manchester hace más de un siglo, dentro de su estudio sobre la situación de
las clases trabajadoras en Inglaterra; problemática explicativa y no descriptiva,
llegaba mucho más lejos en la denuncia radical del sistema capitalista aunque, en
realidad, fuera una de las primeras -(Engels, 1844). Y, sin embargo, ni los
especialistas de las áreas sociales, ni Brian Berry y su equipo más tarde, ni
tampoco el autor de este artículo, aluden en sus trabajos a Engels.

Se comprende, pues, que al hablar de una geografía del "statu quo" que no
cambia nada, David Harvey demuestre, incluso de una forma implícita, que la
querella metodológica no afecta únicamente a los métodos ni tampoco a las
cuestiones de epistemología. Si hay una visión del mundo, esta visión implica su
devenir. Y uno se da cuenta hoy de que la discrepancia en las ciencias sociales
alcanza también -y sobre todo- a las intenciones prácticas del enfoque teórico.
¿Vamos a traer a colación aquí la querella de la geografía "aplicada", que ya está
superada? Se podrían leer de nuevo los debates que han agitado la geografía
francesa durante los últimos veinte años a la luz de los instrumentos críticos de
que disponemos en la actualidad. Pero los términos del debate original nos
parecen superados por completo y ya no conciernen sólo a la disciplina
geográfica. Más que de aplicación, o de acción directa más o menos tecnocrática,
de lo que se trata ahora no es de cuestionar el qué y el cómo de la actividad
científica, sino el por qué.

Mario Hirsch (1975) ha intentado reducir a una fórmula las divergencias entre el
positivismo y la Escuela de Frankfurt: "por un lado la constitución y la medida de
sistemas sociales funcionales artificiales, que se afirma que son calculables en
sus movimientos propios; por otro lado, la intención científica motivada por la
liberación del hombre frente a tales limitaciones impuestas por sistemas, que le
hace capaz de reducirlas de manera auto-reflexiva a sus energías creativas
originales, gracias a un estudio dialéctico que tenga en cuenta el conjunto de los
procesos sociales, cuyo carácter es histórico y procesual". Es evidente que, desde
esta perspectiva, una geografía "revolucionaria" ya no es una geografía
"aplicada", sino más bien una "geografía crítica", orientada por la voluntad
explícita de cambiar el mundo y no por el deseo de describirlo y comprenderlo
simplemente. De ahí la necesidad de buscar el por qué de las cosas, los
mecanismos rectores de naturaleza histórica y dialéctica. De ahí también el
descubrimiento del carácter irrisorio de la estadística inferencial y de sus tests de
la hipótesis nula en el marco de una lógica puramente aristotélica según la cual
las cosas son verdaderas o falsas de una vez para siempre.

¿Puede servir el marxismo de relevo científico? Para un Karl Popper, el


marxismo se sitúa fuera de la ciencia en la medida en que se le pueda aplicar un
criterio cualquiera que permita evaluar y, en su caso, refutar la cientificidad de
sus proposiciones. Y, para Popper, la teoría científica válida es la que se puede
refutar y no ha sido refutada. Ello, según el principio fundamental de la
falsabilidad que establece que las certidumbres científicas son siempre, en último
análisis, negativas y no positivas, ya que el edificio teórico se construye
exclusivamente gracias a un proceso de selección negativa, de rechazo (Popper,
1973). Con dicha proposición, Popper responde por adelantado a la crítica del
neopositivismo, pero no a la afirmación de Horkheimer (1969) en su Teoría
críticaa, de que "el valor de una teoría está determinado por su ligazón con las
tareas que se emprendan en el momento histórico preciso por las clases
progresistas". Sin duda, pensaría que tal enfoque sería definitivamente
"ideológico". Sin embargo parece que tal sea la posición de cuantos, desde la
geografía radical norteamericana o la sociología marxista francesa, denuncian la
función ideológica del discurso liberal e idealista
El positivismo construye sus conceptos y sus categorías a partir de la realidad
existente, con todos sus defectos. Los que elabora el marxismo, o el
neomarxismo, son instrumentos de lucha cuyo alcance se verificará en la praxis.
En ambos casos, el empeño tiene un alcance ideológico que, en el primero está
impícito, y en el segundo explicitado. Pero ¿por qué no reconocer que ello no
tiene nada de sorprendente, que tal constatación no hace más que redescubrir una
realidad epistemológica fundamental, ya mencionada, puesta de manifiesto hace
mucho tiempo por Jean Piaget, a saber: que el pensamiento humano, en general,
e, implícitamente el conocimiento científico que constituye un aspecto particular
de ese pensamiento, están estrechamente vinculados a las conductas humanas y a
las acciones del hombre sobre el medio ambiente? Si el pensamiento científico no
es más que un medio para el grupo social y para la humanidad toda, nunca
escapará a las ideologías, y la impugnación de la ideología no puede ser otra cosa
que otra ideología determinada.

Una vez admitido ésto, ¿puede intentarse una superación de las contradicciones
desveladas desde el doble plano del rigor científico y de la transparencia
ideológica? Nos parece que es hoy posible y necesario aproximar diversos
órdenes de conocimiento: el que nos viene evidentemente de los datos, y los
diferentes tratamientos que somos capaces de aplicarles (un necesario
neopositivismo); y el que también nos vendría de nuestra comprensión de la
naturaleza de las estructuras que estudiamos. A este nivel, el dilema quizá sea
capital. Intentaremos formularlo y superarlo dialécticamente.

La búsqueda de una problemática adecuada

Parece que la investigación geográfica en los próximos años estará dominada por
dos tipos de discursos: el de Brian Berry que propone un nuevo "paradigma" para
la geografía moderna en el trabajo colectivo Directions in Geography (Chorley,
1973), o el de un David Harvey (1973a) o un William Bunge (1973, 1974, 1975),
que buscan un "método para asegurar la supervivencia", una "geografía de la
supervivencia", o incluso una "geografía de la alternativa". Tanto de un lado
como de otro, se está muy lejos de la vieja geografía tradicional, inductiva,
empírica y cualitativa, que tantas veces ha sido denunciada. Sin embargo, y más
allá de la revolución de los años 60, "los jóvenes de la nueva frontera" de la
geografía de entonces se enfrentan hoy en los términos más violentos. Los
epítetos son otros tantos golpes bajos entre los "ex" de la revolución cuantitativa.
"Idiota" es una palabra muy empleada; también lo es la de "racista", o la mucho
más significativa de "gran brujo tecnocrático", "nuevo mandarín" ("del mismo
tipo que aquellos cuyos análisis han llevado al desastre de Vietnam" y, en la
misma línea de pensamiento, "Mc Namara de la geografía", cuya influencia
puede llegar a ser tan "devastadora" como la del Mc Namara original. Todo ésto
es Brian Berry a los ojos de David Harvey, y el trabajo del primero sobre
las Consecuencias humanas de la urbanización (1973) revela a Harvey, autor
de Social Justice and the City, que el "maestro" oficial no tiene nada interesante
que decir sobre un tema en el que se considera experto (Harvey, 1975, recensión
de la obra de Berry en el número 1, 1975, de Annals of the Assotiation of
American Geographers: p. 99-103).

Elevemos el debate partiendo no solamente de la constatación de la paradoja de


la guerra que hacen gente formada con los mismos métodos y que han luchado en
la misma guerra para conseguir la renovación científica de la disciplina, sino
también del carácter paradójico de una oposición dentro de dos problemáticas
conceptuales aparentemente idénticas en el sentido de que ambas se refieren al
concepto de "sistema". En efecto, a este título una y otra se
pretenden totalizantes (y hasta "dialécticas"). Aquí se determina el parecido, y
para explicar el hiato, hay que recurrir una vez más, a la influencia marxista.

Si, por comodidad de lenguaje, se califica al enfoque de Briar Berry de


"dialéctico-funcionalsta" y al de David Harvey de "dialéctico-marxista", se podrá
decir, parafraseando a André Gunder Frank (1969) que la totalización
funcionalista, o sistémica del primero, y la totalización marxista, y dialéctica del
segundo, difieren entre sí en tres aspectos elementales, aunque fundamentales:
"en primer lugar, por su enfoque de la totalidad; en segundo lugar, por las
cuestiones que plantean respecto de la totalidad; y, en tercer lugar, por lo que se
refiere a la totalidad cuyo estudio escogen". Un libro como Social Justice and the
City constituye una prueba de ello, y la presentación de Brian Berry hace de su
nuevo paradigma lo confirma, por si fuera poco.

El estudio sistémico de las totalidades sistémicas

La totalidad sistémica se presenta bajo una forma aparentemente neutra, referida


simplemente al postulado de la necesidad de un enfoque "global". La definición
más completa del sistema parece que es hoy la siguiente: "un sistema es un
conjunto de elementos en interacción dinámica, organizados en función de un
objeto" (Rosnay, 1975). La introducción de una "finalidad" no es sorprendente: el
objetivo puede no expresar ningún proyecto, y ser simplemente constatado a
posteriori mantener los equilibrios y hacer posible el desarrollo de la vida en la
célula, por ejemplo. De forma que la teoría sistémica es completamente diferente
de lo que el enfoque estructuralista de la noción de sistema nos había aportado
hasta ahora. Para el estructuralismo, un sistema es una estructura cerrada que no
puede evolucionar sino a través de una desorganización total y de una
reorganización, mientras que, desde una perspectiva sistémica, un sistema es por
lo general un sistema abierto, que recibe energía e información y la transforma en
entropía (en desorden), contra la que ha de luchar para crear "negentropía".
Parece, pues, que coexiten dos grupos de características en un sistema: las que se
refieren a su aspecto estructural, y las que le permiten ser funcional. El aspecto
estructural define la organización en el espacio de los componentes o de los
"elementos" de un sistema, lo que Joël de Rosnay define como su "organización
espacial". El aspecto funcional se refiere al proceso, es decir, a los fenómenos
que dependen del tiempo (intercambio, transferencia, flujo, crecimiento,
evolución, etc.): es la "organización temporal". En este sentido, nos propone ante
todo concebir una "metageografía de los procesos" (progreso importante éste que
supone pasar del estudio único de las estructuras, incluso longitudinales, a los
procesos) en la que la explicación geográfica se consideraría en términos más
complejos y relativos que en el empirismo de la nueva geografía que actualmente
está superada (el descubrimiento de una cadena causal de acontecimientos
deferenciados por su localización y que dan cuenta de la puesta en marcha de la
estrtuctura), de manera realmente sistémica, y hasta cibernética. Júzguese sobre
ello.

La metageografía de los procesos supone que la "explicación geográfica se


comprenda en cuanto se ocupa de los antecedentes y consecuencias de un
conjunto de tomas de decisión en un contexto de entorno y localización, en cuyo
seno el hombre, como actor principal, se considera como una máquina
cibernética de decisión a través del tratamiento de la información, máquina
cibernética cuyos sistemas de valor se basan en bucles de retroacción que la
relacionan con su medio". La traducción es muy aproximada y exagera, si ello es
posible, los efectos de la jerga habitual del "engineering". En realidad, si en todo
sistema se lleva a cabo una transformación, habrá entradas y salidas; si las
entradas resultan de la influencia del entorno, los "bucles de retroacción"
expresarán el hecho de que las informaciones sobre los resultados de una
transformación o de una acción se remiten a la entrada del sistema en forma de
datos. Estos son tratados por la máquina cibernética. Cuando contribuyen a
faclitar y a acelerar la transformación en el mismo sentido que los resultados
precedentes, se dirá que el bucle es positivo, siendo sus efectos acumulativos. Por
el contrario, cuando los nuevos datos actúen en sentido opuesto a los resultados
anteriores, se tratará de un bucle negativo. En tal caso, sus efectos estabilizan el
sistema cuyo equilibrio se mantiene, contrariamente a lo que ocurre en el primer
caso en el que se registra un crecimiento (o un decrecimiento) de tipo
exponencial. Berry asimila al individuo a una máquina de este tipo, como sistema
en el seno de un entorno de sistemas. Diez años antes, Berry nos decía que la
ciudad era un sistema dentro de un sistema de ciudades. Este tipo de postulado ha
tenido un impacto evidente sobre la investigación. ¿Ocurrirá lo mismo con el
nuevo?
La naturaleza de la totalidad sistémica: las "equivalencias conceptuales"

Está claro que la presentación de Brian Berry representa un progreso


considerable con respecto al paradigma mecanicista y positivista que durante
tanto tiempo prevaleció en la geografía anglosajona. También es evidente que su
problemática pretende ser ahora profundamente relativista Todas las tomas de
decisión que imagina Berry las considera inscritas en un contexto localizacional
y en un medio definido como un "ecosistema", un sistema de interacciones
funcionales entre organismos vivos (entre los cuales figura el hombre) y sus
diferentes medios físicos, biológicos, culturales, siendo el propio ecosistema
producto de procesos naturales y culturales en interacción. Un largo bucle de
retroacción muestra incluso que tanto los procesos naturales como los culturales
se ven afectados, a su vez, por procesos espaciales ligados a secuencias de tomas
de decisión anteriores en el interior de cada uno de los medios correspondientes y
derivados de la combinación de necesidades biológicas (la supervivencia, la
conservación, la reproducción) y culturales,

-ligadas asimismo a todo un sistema de creencias y de percepción, de esperanzas


y de aspiraciones, de experiencias que condicionan las voluntades de cambio a
través de los diferentes modos de planificación. La acumulación de las acciones
individuales se traduce finalmente en procesos espaciales de tres tipos; los que
aseguran la simple conservacióndel sistema, eliminando las crisis disfuncionales;
los que lo hacen evolucionarmediante el crecimiento y el cambio progresivo que
amplifican los bucles de retroacción positivos; y, en fin, los que
son revolucionariosy ven cómo el sistema se transforma por la redefinición de
sus miembros, de sus límites, de la naturaleza y estilo de las interacciones que lo
estructuran. Estos diferentes procesos espaciales modifican los procesos naturales
y culturales cuya interacción define el ecosistema global. El bucle se cierra de
nuevo y vuelta a empezar.

Más profundamente todavía, Brian Berry intenta considerar al mundo como un


conjunto jerarquizado de sistemas abiertos; de estructuras que se mantienen y
repiten según una cierta invarianza, incluso cuando la materia, la energía y la
información están en movimiento continuo a través de ellas, estructuras que -
añade- pueden transformarse bruscamente de acuerdo con un proceso llamado de
"reestructuración jerárquica". Los hechos humanos se integran en la misma
problemática en la medida en que se organizan igualmente en sistemas. Sin
embargo, tales hechos manifiestan un comportamiento intencional, que le da
sentido al cambio y que permite la búsqueda consciente de objetivos colectivos
que se juzgan como deseables. Parece, pues, que se haya superado la etapa en
que se hacía referencia, sin pensar en su naturaleza, a estructuras y a sistemas
cuya existencia se postulaba, y a los que se prestaba una autonomía
completamente artificial, debido a una necesidad metodológica, olvidando
discretamente la inadecuación fundamental de la herramienta de análisis (la
estadística multivariada de tipo lineal para la que el todo no es más que
la suma de las partes) a la definición conceptual del objeto estudiado, el sistema,
definido éste como un todo cuya suma es superior a la suma de las partes.
Evidentemente se trata ahora de encontrar el todo social, "trazo de unión y
significante de lo particular". El problema consiste en saber si se le encontrará.

La problemática de Brian Berry es apasionante y estimulante a la vez. Pero, al


hacerla derivar de lo que se podría llamar la "ley" de la interacción universal, ¿no
propone una construcción racional que presenta al espíritu el equivalente
conceptual de lo que la naturaleza ha realizado a lo largo del tiempo? Parece que
Brian Berry haya renunciado en definitiva a este "método cientítico" que se
proclamaba universalizante y unificador, ignorando la realidad social, dinámica y
compleja. Pero, por el contrario, Brian Rerry introduce en su problemática la
imagen de una jerarquización del Universo que corre peligro de convertirse en el
modelo natural (¿y obligado?) de una jerarquización de las relaciones sociales y
de los espacios que áquel las crean proyectándose sobre el suelo. ¿No debería
denunciarse entonces los peligros de una representación del mundo como
estructura o sistema en el que la información, utilizada en un modelo de
organización circularia necesariamente de arriba abajo, desde el centro a la
periferia, en un sólo sentido?

Parece que Brian Berry haga derivar su problemática desde un terreno particular,
el de la física, y su modo de formalización del que nos propone la cibernética. Ya
no es el "método científico" lo que se plantea como un a priori concebido para
conformar la naturaleza a su imagen y semejanza, salvar sus postulados teóricos
al precio de una mutilación de la realidad, sino que son las exigencias de una
realidad las que se han planteado, en primer termino. Sería necesario, sin
embargo, poder asegurar que la hipótesis de un isomorfismo entre estructuras
ligadas a procesos naturales y estructuras como expresiones de prácticas sociales
históricamente determinadas, es plausible por una parte, y que por otra, no
presenta peligros, es decir, que sea refutable.

Pero, ¿se trata de una hipótesis o de un postulado? Si es un postulado, si en el


plano operatorio no es posible refutarlo, puede establecerse entonces la hipótesis
de que lleva a cerrar el camino de la explicación de la realidad que nos interesa.
El peligro ha sido señalado muchas veces por los especialistas de la Escuela de
Frankfurt: "peligro de producir conceptos que imponen un enfoque no social a las
ciencias sociales" (Hirsch, 1975). Otra vez aparece la ideología. Ya sea con el
nombre de funcionalismo, de sistemismo, de conductismo o de estructuralismo,
el paradigma dominante en la actualidad es, para los críticos de la Escuela de
Frankturt, un paradigma restrictivo y reduccionista a la vez, porque desde el
principio ignora la naturaleza de los procesos sociales y de las estructu ras que
les corresponden. En otras palabras, los conceptos utilizados a través de
eseparadigma pueden ser ideológicamente utilizados (como cualquier
representación ilusoriade la realidad, como toda representación de una relación
imaginaria de los sujetos con relaciones reales) para justificar, al término del
análisis, lo que los teóricos estiman deseable.

Pero no es ésta, sin duda, la intención de un Brian Berry. Hacerle esta crítica
equivaldría de todas maneras un proceso de intención. Por nuestra parte,
preferimos situar su aportación en otros términos diciendo que su adopción de los
modelos físicos se debe a que toda interacción pone en acción una energía; que
esta energía es, en sentido propio, una capacidad de interacción y que sus
distintos niveles de la realidad corresponden a magnitudes diferentes de la
energía de interacción puesta en juego. Si éste fuera el pensamiento de Brian
Berry, parece que la analogía sería útil para toda la reflexión geográfica, a
condición, en todo caso, de que en el momento de llevarla hasta las actividades
sociales, la analogía no sirviera más que a título de modelo, de guía de reflexión,
para poder plantear hipótesis refutables. En caso contrario, y si se aplicara sin
precauciones al estudio de los resultados de las prácticas sociales, ese tipo de
discurso tomado de los dominios de la naturaleza, puede presentar el peligro de
tener un efecto social específico para quien no sepa decodificarlo, es decir, para
la mayoría de la gente: permitir que la clase
dominante naturalice y universalice las contradicciones sociales estructurales y
la crisis que se derivan de ellas.

En otro trabajo hemos dicho que este peligro debe quedar señalado entre los
geógrafos (Racine, 1976). Tanto nuestros estudios urbanos como las geografías
económicas están llenas hoy de resultados empíricamente (y matemáticamente)
sanos, pero cuyo efecto es siempre el mismo: autorizarnos a dejar en suspenso las
cuestiones, a "no ver un poco más lejos, ni con mayor profundidad tampoco, más
allá de las propias narices". Baste un ejemplo, el de nuestros modelos de
crecimiento de las densidades urbanas Las llamamos alométricas, por referencia
a la ciencia de las relaciones entre las evoluciones de forma y de tamaño, y nos
sentimos orgullosos de ello. Se las ha verificado en casi todos los sitios. El
problema aparece cuando, al cruzar las curvas temporales y las espaciales,
descubrimos la existencia de un umbral crítico que ligamos a la aparición de
desequilibrios sociales, observables empíricamente desde luego, pero que no
serían sinola expresión de los desequilibrios biológicos en las relaciones
interpersonales. El descenso de las densidades que se constata, quedaría ligado
entonces a la aparición de una agresividad ligada asimismo al hacinamiento de
las poblaciones, cuya ley se conoce y ha sido "comprobada experimentalmente".
¿Entre las ratas? , pregunta Manuel Castells. Eficaz en su contenido social, el
discurso puede ser falso en su contenido científico, al menos con respecto al
objetivo apuntado (Castells, 1975). Sin embargo ese es el discurso de algunas de
las mejores escuelas norteamericanas, sobre todo, de los futurólogos.

Que nosotros sepamos, ningún geógrafo se ha aventurado tan lejos más allá de la
constatación de la correlación entre el umbral de densidad y la aparición de
trastornos sociales. Lo que ocurre es que algunos de ellos se plantean en el
estudio de los hechos sociales la cuestión siguiente: ¿existe de verdad una
diferencia significativa entre la utilización de los conceptos tomados de la
historia de la materia, y nuestro viejo determinismo funcionalista, que en su
forma moderna sugiere que "el marco de vida determina el contenido de la vida"
o bien que "las formas espaciales determinan las relaciones sociales"? Lo que
toda esta problemática parece olvidar y, en efecto, olvida, es que las formas
espaciales, desde el punto de vista del hombre, pueden concebirse igualmente
como una "relación social, y que para esta dialéctica social se han de forjar
conceptos nuevos (Castells, 1969). Esta es precisamente la tarea que se han
propuesto, después de su relectura de Marx, el filósofro Louis Althusser y tos
investigadores de la Escuela Normal Superior (Althusser, 1965; 1974; Althusser
y Balibar, 1968; Badiou, 1961), y, más tarde, todo el equipo de sociólogos
neomarxistas del Centro de Sociología Urbana de París, cuyos trabajos no sólo
renuevan la problemática urbana sino también el pensamiento marxista. Las
obras de Manuel Castells (1973), André Lipietz (1974), Ch. Topalov (1974), J.
Lojkine (1972), Castells y Godard (1974) y E. Preteceille (1973, 1975) son
ejemplares en este sentido. Por una parte, proponen una crítica radical de la
función ideológica do un cierto tipo de discurso aparetemente científico -pero
que no lo es- y, por otra, anuncian en la sociología francesa una verdadera
revolución, siendo así que en Francia el marxismo, o más bien, los "marxismos",
habían adquirido carta de naturaleza, sobro todo después de la Liberación,
aunque -según un comentario de Yves Lacoste a propósito del marxismo de los
geógrafos- a través esencialmente "de vagas peticiones de principio que apenas si
han hecho avanzar la investigación cuando se ha tratado de precisar el objeto de
estudio y más exactamente de formular una hipótesis" (Lacoste, 1976a). Las
cosas son muy distintas en la actualidad en todos los terrenos del saber, y, desde
este mismo año, incluso en geografía. Lo cual nos autoriza a volver a otra
totalidad", la que propone el marxismo.

El estudio marxista de la totalidad marxista

Sólo plantearemos algunos puntos críticos, ya que la geografía teórica no existe


todavía, si no es en el sentido de tomas de posición de principio. Por otra parte,
no es éste lugar apropiado para presentar una problemática "ortodoxa" de la
geografía en el campo de batalla ideológico, ni tampoco para pronunciarnos al
respecto. La defensa de la ortodoxia no nos corresponde. Hay otros, más
autorizados, que lo intentan (Levy, 1976; Poncet, 1976) y que, después de haber
constatado el carácter "naturalista, reaccionario y empírico" de nuestra disciplina,
se esfuerzan por establecer los principios de una ciencia geográfica, igual que ha
hecho el marxismo con la economía política y la historia en la misma perspectica
"la única que permite" "el conocimiento de la estructura de las formaciones
sociales", de su historia, y también de su espacio. Se trata, en efecto, de construir
a partir de los conceptos marxistas y del materialismo histórico aplicado a la
economta política y a la historia, una ciencia del espacio, pero en relación con la
concepción materialista de la dimensión espacial de la realidad. Al igual que el
tiempo, el espacio no es más que una forma de existencia de la materia, el modo
de realización necesario de los fenómenos de la materia, el rondo de realización
necesario de las relaciones sociales. Apoyándose en la aportación principal de la
"ciencia marxista", por ejemplo. el descubrimiento de la unidad dialéctica entre el
espacio-tiempo y la realidad objetiva de la materia, o la de que en cada estadio de
la historia se encuentran dados un resultado material, una suma de tuerzas
productivas, una relación con la naturaleza y entre los individuos creados
históricamente, relaciones que se derivan de la división del trabajo y que pasan
necesariamente por el sistema de las relaciones de producción que caracterizan
en última instancia la organización de la sociedad, la geografía marxista puede
presentarse como la ciencia que, habiendo renunciado al fetichismo del espacio
(de un "espacio en sí" que sustituiría a los hombres del mismo modo que la
mercancía los reemplaza en la economía política burguesa), estudia las "formas
espaciales especificadas por los modos de producción en sus relaciones y en su
evolucion".

A este nivel, es interesante constatar que, mientras que para algunos, la


constitución de esta ciencia pasa por la construcción de una teoría del espacio
social y, más particularmente, de una teoría del espacio social en el estadio de la
crisis del capitalismo monopolista de Estado, para otros, que se sitúan dentro del
mismo marxismo oficial, tal proyecto está fuera de las posibilidades existentés y
puede crear el peligro de alejar de los comunistas a los geógrafos, sean éstos de
derechas o de izquierdas. ¿No se resucita así el debate entre "antiguos" y
"modernos", el debate de la "cientificidad" inductiva o deductiva? Para Jacques
Levy, la "ciencia nueva" debe tender a producir las leyes del desarrollo del
espacio social. Y exige previamente una "profundización" teórica -aunque tuviera
que pasar por la filosofía- que no es "un rodeo, sino un atajo, puesto que, en
definitiva, se vuelve a encontrar lo "concreto" revestido de conceptos y de leyes.
Y por ello es por lo que "hacer teoría" trabajando "para la ciencia", equivale a
servir a la "práctica revolucionaria". Para Jean Poncet, sin embargo, "ni la
geografía teórica ni ninguna ciencia de la tierra o de la sociedad serían capaces de
producir leyes que no hacemos más que aprender a dominar y a utilizar", y cuyo
conocomiento seguiría siendo "relativo a nuestro nivel de desarrollo social" y,
progresando al mismo tiempo que él. Los términos del viejo debate se
transforman, pues, en la medida en que se les inscribe en una historia de las
prácticas sociales, de las que la ciencia no es más que un aspecto. Ello quiere
decir que los marxistas se podrán ahorrar veinte años de enfrentamientos en un
debate estéril -puesto que la cuestión no es ésta- entre las perspectivas
"ideográficas" (investigación, definición y explicitación de lo particular) y las
perspectivas "nomotéticas" (investigación, definición y explicitación de las leyes
generales). En último término, ello equivaldría a volver al debate sobre el
excepcionalismo; o sea, a recusar toda la aportación, no sólo del pensamiento
estructuralista, sino también del pensamiento dialéctico en sus atributos más
evidentes, relativos a la consideración de una totalidad racional.

En términos marxistas, sin embargo, la totalidad tiene una connotación muy


diferente de la que tendría en términos sistémicos. Hasta el punto de que para un
"purista" como Althusser, cuando se trata de utilizar este concepto para definir la
naturaleza de una formación social, es preciso adoptar todo tipo de precauciones.

Ahora bien, no es la teoría de los sistemas lo único que se cuestiona. El propio


Hegel no tenía la misma idea que Marx sobre la naturaleza de una formación
social. Y, por esta razón, piensa Althusser que mejor valdría dejarle a Hegel la
categoría de totalidad, y reivindicar para Marx la categoría de todo, pues Marx
piensa en la sociedad como un todo complejo, estructurado, con dominante,
mientras que en el meollo de la vieja totalidad acecharía la tentación de descubrir
en ella un centro que seria su esencia, igual que en un círculo o en una esfera. Por
el contrario, Marx sustituye la metáfora del círculo por la del edificio, que remite
a la distinción entre infraestructura y superestructura (Althusser, 1976). El
edificio comporta unos cimientos (infraestructura o base
económica", "unidad" de las fuerzas productivas y de las relaciones de
producción) y una superestructura, que, a su vez, comporta dos niveles o
"instancias": lo jurídicopolítico (el derecho y el Estado) y lo ideológico (las
diferentes ideologías, religiosas, morales, jurídicas, políticas, etc...). Louis
Althusser ha mostrado lo que sugiere esta "metáfora espacial", este "tópico" que
representa en un espacio definido los lugaresrespectivos ocupados por tal o cual
realidad: los pisos superiores no se podrían sostener (en el aire) por sí mismos si
no se apoyaran precisamente sobre su base, lo económico, que es la
"determinación" en última instancia" (Althusser, 1965, 1970). En el orden de las
determinaciones no existe una proporción igual entre la base y la superestructura,
los diferentes elementos y atributos del sistema -para hablar con el lenguaje
sistémico- no pueden considerarse en el mismo plano; "la desigualdad con
dominante es constitutiva de la unidad del todo". Y esta desigualdad es lo que
permite pensar que pueda ocurrirle algo real a una formación social, y que ello
incida, por la lucha política de clase, en la historia real. Esto, por lo menos, es lo
que defendía Althusser delante de su jurado en Amiens.

Las leyes fundamentales de la "temática" marxista

A través de su "temática", Marx propone, pues, un cierto número de leyes


fundamentales que rigen las interacciones sociales: "he aquí lo que es
determinante en última instancia", "he aquí el lugar que ocupas" "he aquí hasta
donde debes desplazarte para cambiar las cosas" (Aíthusser, 1976). Del conjunto
de la crítica althusseriana del Capital ¿qué podemos retener que pueda guiamos
directamente en nuestros estudios geográficos "de las formas espaciales
especificadas por los modos de producción"? Creemos que estas leyes se pueden
reducir a lo que vamos a definir, con prudencia, como dos axiomas
fundamentales, dos artículos de fe del marxismo, que nuestros estudios han
ignorado en su gran mayoría. La primera ley (o ¿principio? o ¿axioma?) enuncia
que "el modo de producción de la vida material, domina en general el desarrollo
de la vida social, política e intelectual" (Marx, Crítica de la economía
política, 1859).

La segunda ley (o ¿principio? o ¿axioma?) establece que "la esencia del hombre
no es una abstracción inherente al individuo aislado; en su realidad, es el
conjuhto de las relaciones sociales" (Marx, Sexta tesis sobre Feuerbach, 1845).
Estos dos principios han inspirado todos los ataques contra los estudios llamados
"racionalistas liberales" que proyectan la imagen de una sociedad formada por
una amalgama de individuos, que mantienen relaciones competitivas y
conflictivas. "Individualismo, libertad económica e igualdad jurídico-política,
estos elementos del pensamiento metafísico occidental –según Piaget- devienen
la ciencia de un universo naturalizado de cosas y de individuos". Para el
antropólogo Gerald Berthoud "esta visión liberal del capitalismo deja aparecer
una imagen atomizada de la sociedad, reducida a estrategias individuales, o
incluso a opciones y decisiones. Esta lectura de lo social tiene, entre otras
ventajas, la de eludir toda idea de lucha de clases, en provecho de una
"pulverización" del conflicto, que lo reduce a su sola dimensión individual.
Ahistórico por excelencia, el sociocentrismo liberal se base en el postulado de
una identidad exclusiva de la naturaleza humana, no sólo en sus invariantes
biológicas, sino también en los comportamientos individuales".

Los estudios geográficos no se libran de la crítica, ya se inscriban en un


paradigma de origen económico (tales como los que han proseguido los trabajos
de Walter Christaller y de August Lösch sobre los lugares centrales, o los
dedicados a los modelos de utilización del espacio urbano), ya en un paradigma
sociológico (como nuestros análisis factoriales y nuestros estudios del espacio
social metropolitano), o bien en un paradigma de los comportamientos (llamado
"behaviorista" o conductista), centrados en el problema de la movilidad
residencial, o que se apoyan en la práctica de los juegos urbanos, y que incluso se
presentan como una problemática general de los comportamientos económicos en
el espacio, tal como la geografía propuesta por un Eliot Hurts, que sin embargo,
se califica de "radical". La crítica ya no se dirige, en efecto, contra el enfoque,
sino contra los contenidos teóricos. Todos estos trabajos hacen abstracción,
directa o indirectamente, de la problemática de las clases, abstracción que queda
reforzada por la utilización de herramientas intelectuales y técnicas que no
pueden hacer otra cosa que evacuar esa problemática. El concepto de "middle-
class", en efecto, evacúa la contradicción capital-trabajo en la medida en que, al
ser concebida como eje central de los procesos sociales, se convierte en el lugar
donde se disolvería la lucha de clases (Poulantzas, 1974).

Del mismo modo, cuando el ecólogo factorial, o incluso cuando hasta el mismo
especialista radical de la geografía del comportamiento, consideran que la esfera
del consumo, y consiguientemente del comportamiento, se compone de familias
cuyo conjunto, relativamente homogéneo, está únicamente "estratificado" de
acuerdo con diferencias demográficas, geográficas, socioprofesionales, de rentas,
de nivel de educación, de prácticas culturales, etc.... y que el estudio del consumo
se agota en múltiples investigaciones de correlación lo más ajustadas posible
eistadísticamente a cada tipo particular de consumo (Preteceille, 1975), el efecto
teórico principal, a pesar del interés empírico de tales trabajos consiste en poner
de relieve ese continuum de categorías. Esto es precisamente lo que hacen los
"factors scores" (peso local de los factores) del componente principal del espacio
social, tradicionalmente descubierto, y que los ecólogos factoriales han bautizado
con el nombre de "status socioeconómico". Si no se lleva cuidado, es decir, si se
trabaja sin un soporte teórico preciso con el que confrontar los resultados
empíricos, la consideración del continuum de los "scores" puede conducir,
"inductívamente", a un razonamiento que, en razón de la misma lógica que
preside su descubrimiento, niegue prácticamente la existencia de clases sociales
no sólamente opuestas sino ni tan siquiera definidas y delimitadas. Una vez más,
la contradicción capital-trabajo queda escamoteada, y ya sólo se hablará de
desigualdades entre categorías sociales, entre las favorecidas (ésta será la
categoría de los cuadros superiores y de las profesiones liberales, y no la de la
acumulación de capital) y las "desfavorecidas" (pero no "explotadas").

Los continuums factoriales, en este caso, son las equivalencias de lo que


representan las distinciones introducidas por Colin Clark entre los sectores
primario, secundario y terciario, o, como ya hemos visto, de lo que representa el
concepto de "middle class" en Norteamérica. Idéntica crítica se hace, asimismo, a
la conceptualización liberal de la noción de sistema urbano; una buena muestra
de tal crítica la constituye la obra de Manuel Castells, La cuestión urbana(1973),
uno de los títulos fundamentales de la nueva escuela de sociología urbana.

Para Castells, ya no se trata de criticar el enfoque sistémíco en nombre de la


irreductibilidad del hombre, sino más bien de rechazar "como única perspectiva
el análisis de un sistema social cuyas normas han sido establecidas por valores
culturalmente definidos, de acuerdo con un proceso inexplicable en el marco del
sistema". De ahí que, para M. Castells y sus camaradas, surja la necesidad de
producir nuevas herramientas de conocimiento, y en primer lugar, de proponer
una nueva definición de los elementos estructurales y de las relaciones que
determinan el estado del sistema urbano. Estas relaciones se describen en el
marco de una problemática para la cual el estado del sistema depende asimismo
de la matriz general del modo de producción.

Pero por "modo de producción" no se entiende lo económico, sino, según dice


Castells (1969), "una forma específica de articulación de los elementos
(instancias) fundamentales de una estructura social, a saber, "sistema económico,
político-jurídico, ideológico", sin que sea limitativa la lista de los "sistemas"
posibles. Sin embargo, "en todo modo de producción existe un
sistema dominante,variable, cuyo lugar en la estructura caracteriza al modo de
producción en cuestión. En todo modo de producción hay un
sistema determinanteen última instancia, que es invariante; y que siempre se trata
del económico". El "sistema urbano" se define entonces corno la "articulación
espacialmente específica de los elementos fundamentales del sistema económico"
(Castells, 1969) o, más precisamente, como "la articulación específica de las
instancias de una estructura social en el seno de una unidad (espacial) de
reproducción de la fierza de trabajo" (Castells, 1973). El sistema urbano es la
"estructura de las relaciones entre proceso de produccióny proceso de consumoen
un conjunto espacial dado, a través de un proceso de intercambioy de un proceso
de gestiónde las relaciones" (Castells, 1969). De ahí la importancia del papel del
aparato de Estado, y de la planificación. Y esta idea fundamental en el
pensamiento de Manuel Castells: "la planificación urbana es, en general, la
intervención del sistema político en el sistema económico, a nivel de un conjunto
socio-espacial específico, a fin de regular el proceso de reproducción de la tuerza
de trabajo (consumo) y de reproducción de los medios de producción
(producción) superando las contradicciones aparecidas en el interés general de la
formación social cuya subsistencia se asegura así (Castells, 1969). Puesto que
esta intervención determina una configuración particular de los actores sociales,
estos actores no existen por sí mismos: "son el estado de las relaciones sociales a
nivel del sistema urbano. El sistema de actores urbanosresulta del reparto de los
agentes sociales (individuos o grupos) en los diferentes elementos y
subelementos del sistema urbano". El comportamiento de estos actores no se
puede considerar, pues, como expresión de un juego de influencias sino como
efecto necesario de las relaciones que los elementos estructurales mantienen entre
sí. Lo cual quiere decir que tales actores actúan de acuerdo con los "intereses"
inscritos en la definición de que son objeto, y que la articulación de dichos
intereses manifiesta las leyes de la coyuntura de la formación social en cuestión.
El problema consiste entonces en determinar esas leyes y considerar la manera
cómo el conjunto de la estructura determina al sistema urbano y al sistema de los
actores" (Castells, 1969, p. 24).

Estamos, pues, cerca y lejos a la vez de la problemática de Brian Berry. El


recurso al principio determinante de la existencia del modo de producción
dominante, así como al principio de una esencia del hombre que no seria otra
cosa que el conjunto de las relaciones sociales; el hecho, en fin, de que no se
conciba el conjunto de los condicionamientos sociales sino bajo la forma de un
movimiento dialéctico (contradicciones, superación, totalización), desemboca
naturalmente en el rechazo de todo análisis que considere a los actores como
sujetos autónomos sin referencia alguna al contenido social que expresan. Tales
análisis son rechazados a priori por idealistas e ingenuamente empiristas Se dirá
que su problemática se basa en un postulado filosófico, que es una cuestión de
creencia pero no de ciencia, a saber, "la existencia de un sujeto racional capaz de
determinarse individual y libremente, independientemente de sus
determinaciones sociales". En este sentido, la proposición de un Ludwig Von
Bertalanffy (1968) de que "el mandamiento último" de la teoría de los sistemas es
que "el hombre no es solamente un animal político, sino ante todo, y, por encima
de todo, un individuo", es calificada de enormemente ideológica.

Por el contrario, arrancar del concepto de modo de producción es, para el


marxista, la única manera de enfrentarse con la realidad concreta de las
relaciones sociales. Y no se trata de una mera cuestión de vocabulario; sino que
traduce la elección de una nueva problemática que exige nuevos conceptos. La
producción es producción del consumo. La reproducción del modo de producción
implica fundamentalmente la reproducción de la fuerza de trabajo como fuerza
de trabajo especificada, adecuada a ese modo de producción por el número, la
cualificación, la localización. La conceptualización del espacio cambia entonces
por completo, de la misma manera que el modo de explicación de su
diferenciación, que se hace a la vez estructuralista y genética. El espacio que
vamos a estudiar no existe independientemente de las prácticas sociales: es el
espacio de la reproducción de las relaciones de producción, teniendo en cuenta
que el concepto de reproducción es un concepto dialéctico que engloba el aspecto
estático y el aspecto dinámico, y que toda reproducción supone una cierta
transformación. El desarrollo de las contradicciones se convierte entonces en un
elemento central de la transformación en la reproducción (Preteceille, 1975).
Evidentemente, tales perspectivas son de orden sociológico y su traducción en
términos geográficos debería tener en cuenta las propiedades del espacio que
escapan a los procesos de producción social. Que tales propiedades existen
parece suponerlo la reflexión actual sobre el enfoque sistémico con la suficiente
fuerza como para que no renunciemos a buscarlas en principio. En particular,
habría que plantearse si en un sistema "espacial" existen esas invariantessobre
cuya naturaleza cabría pronunciarse, y si existen leyes constantes, que van desde
lo biológico a lo social, y que hay que tener en cuenta si se quiere construir otros
sistemas, una alternativa cualquiera al sistema impugnado. Baste con un ejemplo
por ahora: el conjunto de los descubrimientos que se han hecho sobre la
estructuración jerárquica de las ciudades y de las redes urbanas ¿corresponden a
un saber teóricamente fundado, científico, que traduzca el principio fundamental
de la energía mínima,o a un saber ideológico en sí, que sólo sería empírico y que
tendría por función el hacernos aceptar como necesarias unas políticas de
estructuración jerárquica del espacio nacional o del espacio urbano en provecho
de la burguesía, del capital ligado al aparato de Estado, o incluso de las empresas
multinacionales? ¿Qué se puede decir, por otra parte, de todo lo que la teoría de
la información nos permite comprender en el espacio de nuestras prácticas
sociales? ¿Qué decir de los fundamentos de la interacción espacial tal como
empezamos a descubrirlos gracias a la teoría de la comunicación? En todos estos
campos la investigación no ha llegado aún a resultados definitivos.

Más allá del marxismo: por una problemática de lo aleatorio y la


confrontación

En espera de poder opinar sobre datos concretos, hagamos notar que este tipo de
reflexión no es forzosamente determinista, aunque incluso el marxismo se haya
podido confundir y haya sido confundido con un esquematismo positivista. Pues
en la formulación concerniente al modo de producción, el "en general" tendería a
relativizar el "dominio", haciendo la formulación más probabilista que
determinista. Como ha puesto de relieve Michel Maffessoli (1975), el texto de
Marx citado más arriba continúa de este tenor: "Pero hay también las formas
jurídicas, políticas, religiosas, en las que los hombres toman conciencia de este
conflicto y lo llevan hasta el fin". En el pensamiento de Marx hay lugar para algo
más que un determinismo económico simplista, pues el mundo social no se puede
reducir al mundo de la producción y al del intercambio. Los geógrafos marxistas
deberían tenerlo pn cuenta. También ellos, incluso desde una perspectiva
marxiana, correrían peligro de ocultar una parte de la realidad. Si la geografía
marxista consiste en un enfoque puramente económico -y hasta economicista- de
lo social, es decir, en una explicación del conjunto a partir únicamente del
análisis de los medios de que una sociedad se dota para asegurar su
supervivencia, se trataría entonces de una problemática análoga a la de un
Christaller, aunque arrancara de premisas muy diferentes. En realidad, creemos
que las cosas pueden ser muy distintas, aunque todos podamos reconocer el peso
determinante del modo de producción.

Se puede admitir, en efecto, como postulado, de acuerdo con el filósofo Jean-


Paul Sartre, que la proposición de Marx sea "una evidencia insuperable mientras
las transformaciones de las relaciones sociales y los progresos de la técnica no
hayan liberado al hombre del yugo de la escasez", pero que "tan pronto como
exista para todos un margen de libertad real más allá de la producción de la vida,
el marxismo desaparecerá; y, en su lugar, nacerá una filosofía de la libertad".
Pero, por el momento, "no tenemos ningún medio, ningún instrumento intelectual
ni ninguna experiencia concreta que nos permita concebir esa libertad y esa
filosofía" (Sartre, 1960). Tal es la posición de la crítica marxista, o, al menos, su
punto de origen, "el lugar desde donde habla".

La cuestión que se plantea entonces es la siguiente ¿es esta crítica también


ideológica? Sí y no. No, cuando propone el punto de partida posible de una nueva
problemática conceptual cuya eficacia para dar cuenta del conjunto de los
fenómenos observados habrá que verificar. Sí, cuando en lugar de utilizar el
marxismo para aportar un cierto número de directrices, de tareas a emprender, de
problemas a resolver, un conjunto de proposiciones susceptibles de numerosas
interpretaciones -que es lo que Sartre reclama-, se le convierte en un saber, en un
conjunto de postulados y de axiomas de los que se pueda
deducir todo conocimiento. Aquí, es preciso citar una crítica al discurso marxista,
hecha en 1960:
"Nadie duda de que el marxismo permita situar un discurso... Pero ¿qué es situar? Si me remito a los trabajos
de los marxistas contemporáneos veo que intentan determinar el lugar real del objeto considerado en el
proceso total: se establecerán las condiciones materiales de su existencia, la clase que lo ha producido, los
intereses de esa clase (o de una fracción de esa clase), su movimiento, las formas de su lucha contra las otras
clases, la relación de fuerzas en presencia, el embite, etc... El discurso, el voto, la acción política o el libro
(podríamos sustituir estos términos por los diferentes construidos a los que se aplica la reflexión geográfica)
aparecerá entonces en su realidad objetiva como un cierto momento de aquel conflicto: se le definirá a partir
de los factores de que depende y por la acción real que ejerce; así, se le presentará como una manifestación
ejemplar en la universalidad de la ideología o de la política, consideradas ambas como superestructuras. Este
método no nos satisface: es un método a priori; no obtiene sus conceptos de la experiencia -o, al menos, de la
experiencia que pretende interpretar- sino que los ha formado previamente, y está seguro de su certeza, y les
asigna el papel de esquemas constitutivos: su único objetivo consiste en hacer encajar los acontecimientos, las
personas o los actos considerados en moldes prefabricados. El formalismo marxista es una tentativa de
eliminación. El método se identifica con el Terror por su negativa inflexible a diferenciar; su objetivo es la
asimilación total al menor coste posible. Hay que rechazar el apriorismo pura y simplemente: unicamente el
examen sin prejuicios del objeto histórico permitirá determinar en cada caso si la acción o la obra reflejan los
móviles superestructurales de grupos o de individuos formados por ciertos condicionamientos de base, o bien
si no se les puede explicar más que refiriéndose inmediatamente a las contradicciones económicas y a los
conflictos de intereses materiales".

Y el autor de la cita añade:

"Valéry es un intelectual pequeñoburgués sin vuelta de hoja. Pero no todo


intelectual pequeñoburqués es Valéry. La insuficiencia heurística del marxismo
contemporáneo se resume en esas dos frases" ¿Quién es el autor de la cita? Un
hombre poco sospechoso de transmitir en su discurso una ideología de derechas y
liberal, uno de los más grandes filósofos de nuestro tiempo, Jean-Paul Sartre.

Al término de este análisis ¿puede esperarse que a un lado y otro de las fronteras
ideológicas se haya comprendido la lección dada por el autor de la Crítica de la
razón dialéctica en sus "cuestiones de método"? Una vez criticado el hecho de
que algunos geógrafos en posesión de lo que ellos creen ser la mathesis
universalis, apliquen su método indistintamente a objetos de estudio naturales y
sociales en primer lugar, y, en segundo lugar, indistintamente a cualquier tipo de
fenómeno social sin que se hayan tomado el trabajo de demostrar la
correspondencia ontológica entre categorías científicas y estructuras de la
realidad -lo que evidentemente puede desembocar en aberraciones- nos queda
todavía por definir la naturaleza de esos procesos sociales y, por consiguiente,
recurrir a una teoría de la sociedad. ¿Puede derivarse esa teoría de la imagen del
mundo que nos da, por ejemplo, la física cuántica, por isomorfismo? En esta
dirección parece que se orienta actualmente un Brian Berry. ¿Podría derivarse
esta teoría de la problemática marxista? Esto es lo que intentan los geógrafos del
movimiento radical en Norteamérica, y lo que está empezando a conseguir en
Francia la nueva escuela de sociología urbana. Me parece que la opción entre
ambas posiciones es todavía asunto de fe, con la salvedad de que la segunda
postura puede parecer más conforme a una lógica concreta en la medida en que
es específicamente social.

Pero, al margen de demostraciones futuras, ello no es razón para rechazar a priori


la aportación positivista y neopositivista, ni, sobre todo, para negar la
problemática conceptual y metodológica llamada sistémica, aún cuando sus
conceptos deriven de la física. En este punto me parece muy importante hacer
dos observaciones. La primera es de Jean Ullmo que, en su epistemología de la
física (1969), recuerda que cada concepto adquirido por el método científico es
un trampolín para el pensamiento y que "la conservación de la materia, de la
energía, han servido de guía para explorar los nuevos sectores de la realidad, a
condición en todo caso de intentar definirlos y medirlos". Precisamente, las
investigaciones de un Roger Brunet en Francia (1969,1972,1973, 1975) son muy
esperanzadoras desde el punto de vista porque los conceptos sistémicos en que
basa su problemática de la región están explícitamente definidos y se pueden
medir. ¿Por qué no aceptar como hipótesis de trabajo al menos otra observación
de Jean UIlmo: "parece que más allá del campo operatorio propio de tal o cual
orden de fenómenos, la naturaleza desvela a veces una intuición fundamental que
revela mecanismos esenciales". Negarlo seria ideológico. Más todavía. Edgar
Morin, sociólogo y antropólogo, recuerda -y ésta será nuestra seginda
observación- a propósito de su libro L'Esprit du temps 2 (Morin, 1975) que "el
hombre es el trílogo o la tríada de los tres órdenes que son el individuo, la
especie, la sociedad". Y si el hombre no es ese "gran todo" que envuelve la
sociedad y "disimula la especie entre sus pliegues, sino un conjunto de tres
términos complementarios y antagonistas" se puede completar la definición de
Marx sobre el hombre "conjunto de sus relaciones sociales", el conjunto de las
interrelaciones sociales diciendo: "físicas, biológicas y sociales"sin que ninguno
de los tres términos quede privilegiado: (entrevista concedida a Sauvage, nº25,
1976). No se está muy lejos de Marx, pero tampoco se queda reducido a él.

En nuestra opinión, es ideológico cualquier discurso que sea unívoco, es decir,


que se remita siempre a un mismo referencial, nacido ya sea de una problemática
positivista basada en la idea de que se puede tormar parte de un sistema y
juzgarlo, ya de una inspiración dialéctica o freudomarxista, llamésele como se
quiera. Tomar precauciones respecto a las ideologías no es construir un nuevo
tipo de discurso científico, que seria "neo-científico", con el pretexto de que la
ciencia se construye contra las ideologías. Tomar precauciones es descubrir que
el positivismo y el reduccionismo que pretenden la objetividad, andan sueltos por
ahí, a derecha e izquierda, en mi y fuera de mi, y que, como arma ideológica, lo
utilizan tanto el conservadurismo como la contestación siempre que se trate de
justificar a posteriori una opción primordial que nada tiene que ver con la ciencia.
Sobre este tipo de comportamiento "científico", Roger Garaudy ha escrito
páginas admirables (Garaudy, 1975). Tomar precauciones con respecto a la
ideología quizá no sea otra cosa que proponerse referenciales distintos. Si bien
esta confrontación no es posible en, y a través de, un investigador aislado, hay
que admitirla a nivel de un trabajo de equipo, llevado conjuntamente y, si ello es
posible, en un marco interdisciplinario.

Parece que una experiencia de este tipo se ha llevado a cabo en Ginebra bajo la
dirección de Jean Piaget que, a lo largo de su carrera, ha sabido hacer trabajar de
modo notablemente creador a marxistas y no marxistas. En el sentido
epistemológico del término (SUSTEMA, es decir, las cosas que van juntas... a
pesar de todo), el sistema propuesto a nuestra reflexión y a nuestra práctica
científica derivarán sin duda de ese estructualismo y esa epistemología genética
cuyo fundador y teórico ha sido Piaget, y que quizá hagan posible que un día los
geógrafos dialecticen su utilización del enfoque sistémico tradicional, tarea que,
me parece, es prioritaria. Hablando del positivismo lógico Piaget denunciaba un
error central que deseo no cometan los geógrafos liberales o radicales, en los
siguientes términos: "transformar el método en doctrina", "codificar el análisis
formalizante hasta hacerlo solidario del dogmatismo, del más peligroso
dogmatismo en ciertos aspectos, el de las tradiciones positivistas que querrían
encerrar la ciencia dentro de fronteras definitivas en lugar de dejarla libre de
practicar las aberturas que su dialéctica interna le lleva incesantemente a
imaginar y a ensanchar" (Piaget, 1969).

Con esta óptica, ¿qué dirección podemos imprimir a nuestro trabajo de geógrafo?
¿Cuál puede ser el objetivo de una geografía activa? William Bunge, uno de los
padres de la "nueva geografía" teórica, deductiva, cuantitativa, nomotética, y
también el más "radicalmente" comprometido de los geógrafos norteamericanos,
escribe en el trabajo colectivo Directions in Geography (Chorley ed., 1973), al
final de un artículo titulado "Etica y lógica en geografía", una respuesta
admirable a la pregunta que formulábamos: "que la tierra esté llena de regiones
felices". Quedándonos más acá de la utopía ¿podríamos formular un nuevo
proyecto para una ciencia del espacio que estuviera al servicio del hombre? En
este sentido, permítasenos unas cuantas consideraciones a título personal.

La geografía a la búsqueda de una ética del espacio

No se trata aquí de rechazar la aportación de la "nueva geografía" en la que nos


basamos. Nuestra disciplina debe dotarse actualmente de los medios formales y
técnicos, de un enfoque científico, todo lo cual supone una remodelación de los
programas de formación de los geógrafos. De lo contrario, el discurso que la
geografía ofrezca quedará, antes o después, completamente desplazado de la
formación de los adolescentes porque la geografía de los adultos habrá
desaparecido. Y ello sería tamentable. Puesto que si la geografía aprendiese a no
caer en la trampa racionalista y cientifista del neopositivismo, para el que la
realidad social se podría reducir a un conjunto de variables aisladas e
incoherentes que se estudian en el mismo plano, quizá entonces pudiera ofrecer
un discurso vital para nuestro tiempo. Para ello no basta con buscar,
matemáticamente y de una manera casi siempre sincrónica (simultánea), un
orden, una serie de regularidades, entre los fenómenos estudiados, para que dicho
orden o esas regularidades permitan, consciente o inconscientemente, justificar la
existencia de un orden en el mundo, un mundo justificado naturalmente a partir
de una especie de filosofía de la evidencia que legitime el statu quo, el de una
ideología de conservación de las posiciones adquiridas. Para quienes redescubran
hoy, siguiendo a Marx, que las malas relaciones que los hombres mantienen entre
sí, e incluso para todos aquellos que redescubren a través de la revelación bíblica
que existe una relación de dependencia entre la naturaleza de nuestra relación con
Dios y la de nuestras relaciones con los hombres y su creación, para todos los que
rechacen las determinaciones positivistas, para todos ellos ha llegado el momento
de elaborar una nueva geografía crítica orientada por la voluntad explícita de
cambiar el mundo y no sólo de comprenderlo.

Ante la coyuntura ecológica, técnica, económica, social y política, todos los


geógrafos definidos por su rechazo del statu quo, han intentado plantearse el
valor de las organizaciones que describen y explica. su valor ecológico,
económico, social, político. Evidentemente, entre estos términos se producen
distorsiones y antinomias considerables. Así, pues, el resultado del análisis
geográfico puede ser la presentación dinámica de un cierto número de opciones
(dinámica opcional) que, en cada caso, presentaría virtualidades múltiples
(George, 1973). Cada una de esas virtualidades transmite una cierta significación
ecológica, económica, social, política (por ejemplo, la posibilidad de un control
democrático sobre la organización y la producción de cualquier espacio). Según
el sentido que se le dé, aparecerán una serie de consecuencias, positivas o
negativas, para los individuos pertenecientes a clases, grupos de edad o de status
diferentes, según que se privilegie a tal o cual componente de la coyuntura. El
geógrafo que no quiera "mojarse" debería, según Pierre George, detenerse en este
tipo de presentacion.

Pero el espacio que intenta producir el aparato de Estado, que es producido por
tal o cual modo de producción, por tal o cual clase social, no es forzosamente el
espacio en que desearía vivir la mayoría. Lo cual es suficiente para que algunos
geógrafos se pregunten cómo ejercer un control sobre la producción de nuestro
espacio, es decir, el lugar de nuestra ética (ethos: estancia y modo de vivir, a la
vez, según recuerda Bernard Rordorf en La transformation de l'espace
habité, "Bull, du Centre protestant d´Etudes", julio 1975), cuyo destino parece
estar en manos de los poderes dominantes y egoístas de nuestra sociedad.

Frente al discurso del economista o del ingeniero que prevalece actualmente, y


cuya función, muchas veces inconsciente, quizá consista en reforzar y hacer
aceptar la ideología dominante, el geógrafo puede asumir la función de
desarrollar el discurso de la alternativa posible, dando forma a la reflexión del
hombre habitante y del hombre trabajador que, viviendo en su sociedad local,
inmerso en su etno-cultura, ve cómo se produce todos los días un espacio al que
no sólo no reconoce sino cuyo equilibrio ecológico se ve tan amenazado como el
equilibrio social que se inscribe en él. Si bien, durante largo tiempo, el discurso
sobre el espacio respondía, al menos parcialmente, a una voluntad de control de
dicho espacio por quienes lo ordenaban en provecho propio, ¿por qué no
imaginar la posibilidad de un discurso que permita que los hombres aprendan a
leer las diversas manifestaciones de la producción de su espacio, que les de
capacidad para analizar, para "saber pensar el espacio", condición de un espíritu
crítico que incite a reclamar el control democrático de la producción de
las formas de organización del espacio, condición de un verdadero progreso de
nuestra libertad frente a los marcos de vida, a los lugares que se nos imponen y a
las contradicciones que sufrimos todos en nuestra vida cotidiana? En este mundo
económico y técnico, podría elevarse una voz nueva, una voz que fuera realmente
popular, arraigada en el saber y en las prácticas populares, un discurso que
apuntara al objetivo que se había propuesto Marx: realizar la teoría científica
cuya experiencia cotidiana tenían las masas. Si tal fuera el objetivo del discurso
geográfico, todavía habría que inventarlo y darle forma.

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