Está en la página 1de 5

El derecho subjetivo

Hasta aquí hemos venido designando con el término “derecho” a la norma jurídica.
Lo hemos usado así en sentido objetivo, pero, según ya hemos visto en varias
ocasiones, como en el caso de los derechos humanos, este mismo término puede
usarse en sentido subjetivo cuando se refiere a las facultades que reconoce a una
persona una norma jurídica para exigir a otro que dé, haga o se abstenga de hacer
algo. Así, la norma, contiene una doble proyección, puesto que regula relaciones
interindividuales, ya que a la vez que otorga derechos impone obligaciones; éstas
son el otro extremo de la relación jurídica, la contrapartida necesaria de todo
derecho subjetivo.

Para explicar esta relación entre las normas jurídicas y los derechos que ellas
protegen, se han propuesto múltiples teorías y los juristas han sostenido largas
polémicas. No obstante, si se considera el problema desde el punto de vista
sociológico, el problema parece más sencillo. En el derecho consuetudinario esta
relación entre la norma, por una parte, y el derecho subjetivo y la obligación
correlativa, por la otra, puede apreciarse con toda claridad. En efecto, la norma
jurídica es una pauta de conducta que se distingue de las demás en que es
obligatoria y coercible. Como toda pauta, se deriva de la repetición de una conducta
colectiva, que al adquirir el carácter de norma jurídica implica derechos y
obligaciones, pero una vez constituida esa norma, es ésta la que protege tales
derechos e impone las consiguientes obligaciones. Como sabemos, la norma puede
ser modificada por el mismo procedimiento que le dio origen. Se da así entre la
norma y la conducta lo que bien puede denominarse una relación dialéctica o de
causalidad circular; el derecho objetivo es producto de la conducta de los sujetos y
la conducta de éstos es regulada por la norma. En estas condiciones el derecho
subjetivo no aparece simplemente como un atributo otorgado verticalmente por la
norma.

Por ello, al menos desde el punto de vista sociológico, no tiene mucho sentido
discutir cómo la norma confiere a los sujetos sus derechos o si éstos consisten en
un interés subjetivo que la norma protege. Estos problemas solamente se presentan
cuando se piensa que la norma tiene su origen exclusivamente en el Estado y es
éste el que la impone. Pero, en rigor, esto solamente sería cierto en un gobierno
autocrático como las constituciones o “cartas otorgadas” por los monarcas absolutos
porque en un régimen legislativo democrático, en el que la población se da a sí
misma las leyes a través de sus representantes, la norma y la conducta estarían, al
menos técnicamente, estrechamente relacionadas, de tal modo que no se explicara
la una sin la otra.

Si embargo, es útil la consideración del derecho, ya no solamente como un sistema


normativo, sino desde la perspectiva de los sujetos portadores de derechos y
obligaciones, porque la norma nace para garantizar, mediante una obligación
jurídica, el interés que tiene alguien en que otros adopten una determinada
conducta. Pero, desde luego, no todo interés subjetivo da origen a una obligación
jurídica. Puede darse el caso, de que alguien tenga interés en recibir un obsequio
o, peor aún, en apoderarse de un bien ajeno pero, por muy intenso que sea su
interés, este no se traducirá en una norma que imponga la obligación
correspondiente, si no existe al propio tiempo un interés social en que sea satisfecho
para preservar la convivencia, bien se trate de una contraprestación, del
acatamiento a un mandato legado de una autoridad o de algún otro motivo fundado.
La función del derecho objetivo se manifiesta mejor si se considera que el titular de
la obligación puede tener interés en no cumplir con ésta; el reconocimiento y
protección del derecho subjetivo consiste precisamente en obligarlo coercitivamente
a que cumpla con ella. Por eso, desde el punto de vista de los sujetos, de dice que
el derecho objetivo tiene por fin hacer compatibles intereses encontrados y, en
último caso, zanjar los conflictos que surjan por ese motivo.

Pero los derechos y obligaciones no siempre surgen de las normas jurídicas, sino
que en derecho privado son los particulares los que, mediante un acuerdo entre sí,
dan origen a éstos; son ellos mismos los que establecen las normas que deben regir
sus relaciones. Por esto el derecho objetivo en esta materia es un derecho
facultativo ya que solamente tiene efectos supletorios de la voluntad de las partes.
Incluso, de ellas depende la aplicación coercitiva de la norma ya que es también
optativo recurrir para ello al poder público para que la haga efectiva, utilizando la
fuerza de ser necesario. Como puede verse, depende de la voluntad del interesado
y no de la autoridad, que la coercitividad adquiera eficacia poniéndose al servicio de
un derecho subjetivo. Los contratos constituyen la mejor ilustración de esta situación
aunque, como sabemos, los derechos y obligaciones pueden originarse en varias
otras causas.

El hecho de que toda sociedad se involucre elevando una relación entre particulares
a la condición de vínculo jurídico se explica porque, si en un caso concreto las
obligaciones derivadas de ella no se cumplieran, resultaría afectada toda la
comunidad, ya que se perdería la certeza de que las obligaciones se harían
efectivas en todos los casos. Sin embargo, como vimos, ya que atañe sólo a
particulares se deja a éstos la facultad de exigir formalmente su cumplimiento,
puesto que si el interesado renuncia a su derecho la obligación se extingue y, por lo
mismo, no se altera el orden jurídico ni se produce ningún conflicto.

De este modo podemos constatar cómo el derecho objetivo, a la vez que surge de
los intereses particulares, se establece con carácter general y abstracto para
garantizar el desenvolvimiento ordenado de las relaciones sociales. Esta finalidad
se alcanza en la gran mayoría de los casos espontáneamente, sin que haya
necesidad de apelar expresamente a la norma y ésta tiene eficacia aun en la
hipótesis de que nunca sea necesaria aplicarla coercitivamente. Así, el sistema
normativo, por su mera existencia cumple una función social al brindar la seguridad
de que las obligaciones serán cumplidas.

Ocurre en muchas ocasiones que el titular de la obligación no aparece señalado de


modo directo, determinado concretamente, sino que tiene un carácter general, en el
sentido de que los derechos correspondientes valen frente a todos los demás e
implican, por lo mismo, una obligación de carácter universal. La obligación estriba,
en consecuencia, en no hacer nada que interfiera ni perturbe el ejercicio de ese
derecho. El mejor ejemplo es el derecho de propiedad. En el derecho privado, esta
clase de derechos es muy amplia porque los particulares tienen la libertad de hacer
todo menos aquello que esté expresamente prohibido por la ley. Sin embargo,
desde los tiempos más remotos se han querido proteger con mayor eficacia aquellos
derechos más valiosos para la persona y más necesarios para mantener la paz,
considerados ahora algunos de ellos como derechos humanos, tales como el
derecho a la vida, a la integridad física, a la propiedad, a la honra, etc., calificando
como delito su violación y asignando a ésta una severa sanción.

Naturalmente, estos derechos, por muy importantes que se les considere, no


pueden ser absolutos pues encuentran su límite necesario en los derechos y
libertades de los demás. La obligación, de respetar el derecho de los otros
encuentra su contrapartida en la obligación de éstos de respetar los suyos.
Precisamente la función de las normas es la de hacer compatibles los derechos de
todos los miembros de la sociedad definiéndolos y fijando sus límites.

En cambio, hay otras normas que, a diferencia de las puramente facultativas propias
del derecho privado, se denominan imperativas porque entrañan obligaciones
impuestas por la autoridad sin que se requiera de la voluntad expresa de los
afectados. Mientras aquellas son necesarias para evitar conflictos; entre
particulares, éstas se consideran de “interés público” porque la conducta que exigen
es indispensable para mantener la organización social y política. Son éstas las que
integran el derecho público.

No obstante, en el Estado democrático, al menos teóricamente, tales normas se


derivan también, aunque, indirectamente, de la voluntad de los sujetos de acuerdo
con la concepción contractualista del Estado y el sistema de representación popular.
Esto es lo que ocurre, por ejemplo, cuando el gobierno impone al contribuyente aun
en contra de su voluntad. Precisamente, la función original de los parlamentos, y la
principal que tienen o debieran tener actualmente, es la de determinar, a nombre de
sus representados, las contribuciones que éstos deben pagar. Sin embargo, el
derecho subjetivo no desaparece en estos casos porque la obligación de contribuir
implica el derecho de exigir al gobierno que cumpla, como contraprestación, con los
servicios inherentes a su función. Y si bien es cierto que el contribuyente no
manifiesta expresamente su voluntad de pagar impuestos, también lo es que, al
menos implícitamente, existe esa voluntad, desde el momento en que acepta que
al vivir en sociedad, tiene que aportar a los gastos colectivos. Otro tanto podría
decirse de las muchas otras obligaciones que imponen las leyes.

Existe otra categoría de derechos subjetivos que son considerados públicos y, por
consiguiente, imperativos, en el sentido de que no son facultativos ni renunciables.
Esta especial característica que los distingue de los demás derechos subjetivos, se
justifica porque se estima que nadie renunciaría voluntariamente a ellos y, por lo
tanto, la ley y la autoridad debe tutelarlos, este es el caso típico de los derechos
humanos, pero también de ciertos derechos laborales y algunos más como el
derecho a la educación y a la salud consagrados por la Constitución. Cuando se
trata de los actos debe desempeñar un funcionario público, suele decirse que son
al propio tiempo un derecho y una obligación, pero esto es un contrasentido, son
simplemente obligaciones frente a la comunidad, y su derecho consiste solamente
en la retribución que cobra por ello.

En resumen, el derecho subjetivo consiste en la facultad que les reconoce la norma


a las personas para desarrollar sus relaciones, en la sociedad, haciendo obligatorias
y coercibles aquéllas que se, consideran importantes para mantener la convivencia.
El derecho objetivo, aunque adquiere una existencia autónoma, tiene su origen en
la sociedad y encuentra su complemento necesario, y su destino en los derechos
subjetivos. Ambos son las dos caras de una misma, realidad.

Texto tomado del libro Sociología de Rosario Gil y Carlos Paiz.

También podría gustarte