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Caperucita y las Aves

Aquel invierno fue más crudo que de ordinario y el hambre se hacía sentir en la
comarca. Pero eran las avecillas quienes llevaban la peor parte, pues en el eterno
manto de nieve que cubría la tierra no podían hallar sustento.
Caperucita Roja, apiadada de los pequeños seres atrevidos y hambrientos, ponía
granos en su ventana y miguitas de pan, para que ellos pudieran alimentarse. Al fin,
perdiendo el temor, iban a posarse en los hombros de su protectora y compartían el
cálido refugio de su casita.
Un día los habitantes de un pueblo cercano, que también padecían escasez, cercaron
la aldea de Caperucita con la intención de robar sus ganados y su trigo.
-Son más que nosotros -dijeron los hombres-. Tendríamos que solicitar el envío de
tropas que nos defiendan.
-Pero es imposible atravesar las montañas nevadas; pereceríamos en el camino -
respondieron algunos.
Entonces Caperucita le habló a la paloma blanca, una de sus protegidas. El avecilla,
con sus ojitos fijos en la niña, parecía comprenderla. Caperucita Roja ató un mensaje
en una de sus patas, le indicó una dirección desde la ventana y lanzó hacia lo alto a
la paloma blanca.
Pasaron dos días. La niña, angustiada, se preguntaba si la palomita habría
sucumbido bajo el intenso frío. Pero, además, la situación de todos los vecinos de la
aldea no podía ser más grave: sus enemigos habían logrado entrar y se hallaban
dedicados a robar todas las provisiones.
De pronto, un grito de esperanza resonó por todas partes: un escuadrón de cosacos
envueltos en sus pellizas de pieles llegaba a la aldea, poniendo en fuga a los
atacantes.
Tras ellos llegó la paloma blanca, que había entregado el mensaje. Caperucita le
tendió las manos y el animalito, suavemente, se dejó caer en ellas, con sus últimas
fuerzas. Luego, sintiendo en el corazón el calor de la mejilla de la niña, abandonó
este mundo para siempre.

(Selecciona la respuesta correcta; pero, antes, debes poner el cronómetro en marcha)

1. ¿Qué querían robar de la aldea de Caperucita los habitantes del pueblo próximo?

El ganado y el trigo.

El trigo y el agua.

El ganado, el trigo y las herramientas.

2. ¿Con qué ropa se cubrían los cosacos?


Con unas chaquetas de cuero.

Con unas pellizas de pieles.

Con unos capotes.

3. ¿Cuántos días pasaron sin tener noticias de la paloma mensajera?

Uno.

Cinco.

Dos.

4. ¿Quién venía tras los cosacos?

Un caballo blanco.

El rey.

La paloma blanca.

5. ¿Quién ponía granos y miguitas de pan en la ventana?

Las hormigas.

Un hada.

Caperucita Roja.

6. ¿Quiénes llevaron la peor parte de aquel duro invierno?

Caperucita Roja.

Las avecillas.

El ganado.

7. ¿Quiénes cercaron la aldea de Caperucita Roja?

Un batallón de cosacos.

Los habitantes de un pueblo cercano.

Un escuadrón de cosacos.

8. ¿Quién llevó el mensaje de socorro en una de sus patas?


La paloma blanca.

Un ruiseñor.

El caballo blanco.

9. ¿En las manos de quién murió la paloma blanca mensajera?

De Caperucita Roja.

De un cosaco.

Del rey.

10. ¿Cuál de las siguientes frases está mal copiada?

Son menos que nosotros -dijeron los hombres-. Tendríamos que solicitar el envío de
tropas que nos defiendan.

Aquel invierno fue más crudo que de ordinario y el hambre se hacía sentir en la
comarca.

Sus enemigos habían logrado entrar y se hallaban dedicados a robar todas las
provisiones.

El gigante y el sastre

Érase una vez un sastre débil como un gusano y, al mismo tiempo, muy
fanfarrón. En todas partes se daba pisto, se jactaba de su fuerza y decía
que les podía a todos. Una vez, yendo en el tranvía, vio a un gigante
sentado. Era un gigante gordo y fuerte, con músculos como repollos y
una cabeza como un barril de cerveza. El trasero le ocupaba tres
asientos.

"Ahora verá" - pensó el sastre, colocándose a su lado.

Prohibido escupir en el suelo.

Prohibido ensuciar los cristales.


Prohibido fumar.

Prohibido molestar a los pasajeros.

En el tranvía todo estaba prohibido; por todas partes colgaban letreros


que decían:

Y el sastre escupió en el suelo, justamente delante del gigante.

"Madre mía, qué atrevido -pensó el gigante-. Como le pillen..."

A continuación, el sastre manchó el cristal con su sucia mano.

"Huy, huy, huy -pensó el gigante-. Yo no me hubiera atrevido. Este es


mas valiente que la policía".

Entonces, el sastre sacó un cigarrillo del bolsillo, lo encendió y echó el


humo directamente a la cara del gigante.

El gigante empezó a toser, miró de reojo al sastre y se encogió de


hombros.

"En fin -pensó-. Que no le pase nada. Hace falta tener mucho valor para
cometer tantas infracciones a la vez. Le pueden caer tranquilamente tres
meses de cárcel".

¿Y que más hizo el sastre? Pues, en lugar de apagar la colilla del cigarro,
se la metió al gigante en el bolsillo izquierdo de arriba de la chaqueta,
donde se suele llevar un pañuelo de adorno.

En seguida empezó a arder y a echar humo y a oler mal y, por si fuera


poco, el sastre se puso a molestar al gigante:

-¡Eh, oiga usted!-dijo- ¡Esto es el colmo! ¡Anda por ahí echando humo y
apestando! ¡Me pienso quejar, ya lo creo que sí!

El gigante, a pesar de ser un gigante fuerte, era también un poco


ingenuo; así es que pensó:

"Si se comporta así, no será un vulgar pelagatos."

Y tenía ganas de librarse del sastre. En esto llegó el revisor. Como el


sastre no llevaba billete, el revisor lo echó. Entonces, el gigante se
alegró y vio por la ventanilla cómo el fresco del sastre corría detrás del
tranvía.
Janosch cuenta los cuentos de Grimm
Ed. Anaya

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como mala.

1. ¿Cuántos asientos ocupaba el trasero del gigante?

2. El letrero del tranvía decía que estaba prohibido


molestar a los...

3. ¿Quién echó el humo del cigarrillo en la cara del


gigante?

4. ¿A qué se parecía la cabeza del gigante?

5. ¿Delante de quién escupió el sastre en el suelo?

6. ¿Cuánto tiempo de cárcel le podía caer al gigante?

7. ¿Quién echó al sastre del tranvía?

8. ¡Quién dijo: "Me pienso quejar, ya lo creo que sí"!

9. ¿Qué metió el sastre en el bolsillo izquierdo de la


chaqueta del gigante?

10. ¿Cómo era de débil el sastre?


El galleguito

Había en Cádiz un galleguito muy pobre, que quería ir al Puerto para ver a
un hermano suyo que era allí mandadero, pero quería ir de balde.

Púsose en la puerta del muelle a ver si algún patrón que fuese al Puerto lo
quería llevar. Pasó un patrón, que le dijo:

- Galleguiño, ¿te vienes al Puerto?

- Eu, non teño diñeiriño ( Yo no tengo dinero); si me llevara de balde,


patrón, iría.

-Yo, no- contestó este-; pero estate ahí, que detrás de mí viene el patrón
Lechuga, que lleva a la gente de balde.

A poco pasó el patrón Lechuga y el galleguito le dijo que si le quería llevar


al Puerto de balde, y el patrón le dijo que no.

-Patrón Lechuga- dijo el galleguito- y si le canto a usted una copliña que le


guste, ¿me llevará?

-Sí pero si no me gusta ninguna de las que cantes, me tienes que pagar el
pasaje.

El galleguito estuvo de acuerdo y se hicieron a la vela.

Cuando llegaron a la barra, esto es, a la entrada del río, empezó el patrón a
cobrar el pasaje a los que venían en el barco; y cuando llegó al galleguito,
le dijo este:

- Patrón Lechuga, allá va una copliña.

Y empezó a cantar:

Si foras a miña terra Si fueras a mi tierra


e preguntaren por min, y preguntaran por mi,
ti dices que estou en tú dices que estoy en
Cádiz, Cádiz,
vendendo auga e anís. vendiendo agua y anís.
-¿Ha gustado, patrón?- preguntó en seguida.

-No - respondió el patrón.

-Pues, patrón, allá va otra:

Patrón Lechuga,
Patrón Lechuga, por Dios,
por Dios,
gústele algunha
gústele alguna copliña,
copliña,
porque aos
porque a mis dineros
meus cartos
entráronle a
les entró la tristeza.
morriña.

-¿Ha gustado, patrón?

-No.

-Pues allá va otra:

Galleguiño, galleguiño, Galleguiño, galleguiño,


non seas mais retracheiro, no seas más tacaño,
mete a man na bolsa mete la mano en la bolsa
e paga ó patrón o seu diñeiro. y paga al patrón su dinero.

-¿Ha gustado, patrón?

-Esa sí.

-Pues non pago- dijo alegre el galleguito. Y se fue sin pagar.

Fernán Caballero
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1. ¿Qué vendía el galleguito en Cádiz?

2. ¿Qué profesión tiene el hermano del


galleguito?

3. ¿Qué quiere decir: "llegar a la barra"?

4. ¿Cuántas coplas le cantó el galleguito al


Capitán Lechugas?

5. ¿Cuántos patrones recibieron la petición de


del galleguito de llevarlo de balde a Cádiz?

6. ¿Qué le entró a los dineros del galleguito?

7. ¿Engañó el galleguito al Capitán Lechugas en


la tercera copla?

8. ¿Qué quiere decir: "Eu, non teño diñeiriño"?

9. ¿Qué pagaría el galleguito al Capitán


Lechuga, si no le gustaba ninguna copliña?

10. ¿Cuántos hermanos tenía el galleguito?

Ricitos de Oro

Una tarde se fue Ricitos de


Oro al bosque y se puso a
recoger flores. Cerca de allí
había una cabaña muy
linda, y como Ricitos de Oro
era una niña muy curiosa,
se acercó paso a paso hasta
la puerta de la casita. Y
empujó.

La puerta estaba abierta. Y


vio una mesa.

Encima de la mesa había


tres tazones con leche y
miel. Uno, grande; otro,
mediano; y otro, pequeñito.
Ricitos de Oro tenía hambre
y probó la leche del tazón
mayor. ¡Uf! ¡Está muy
caliente!

Luego probó del tazón


mediano. ¡Uf! ¡Está muy
caliente! Después probó del
tazón pequeñito y le supo
tan rica que se la tomó
toda, toda.

Había también en la casita


tres sillas azules: una silla
era grande, otra silla era
mediana y otra silla era
pequeñita. Ricitos de Oro
fue a sentarse en la silla
grande, pero ésta era muy
alta. Luego fue a sentarse
en la silla mediana, pero era
muy ancha. Entonces se
sentó en la silla pequeña,
pero se dejó caer con tanta
fuerza que la rompió.

Entró en un cuarto que


tenía tres camas. Una era
grande; otra era mediana; y
otra, pequeñita.

La niña se acostó en la
cama grande, pero la
encontró muy dura. Luego
se acostó en la cama
mediana, pero también le
pereció dura.

Después se acostó en la
cama pequeña. Y ésta la
encontró tan de su gusto,
que Ricitos de Oro se quedó
dormida.

Estando dormida Ricitos de


Oro, llegaron los dueños de
la casita, que era una
familia de Osos, y venían de
dar su diario paseo por el
bosque mientras se enfriaba
la leche.

Uno de los Osos era muy


grande, y usaba sombrero,
porque era el padre. Otro
era mediano y usaba cofia,
porque era la madre. El otro
era un Osito pequeño y
usaba gorrito: un gorrito
pequeñín. El Oso grande
gritó muy fuerte:

-¡Alguien ha probado mi
leche!

El Oso mediano gruñó un


poco menos fuerte:

-¡Alguien ha probado mi
leche!

El Osito pequeño dijo


llorando y con voz suave:

-¡Se han tomado toda mi


leche!

Los tres Osos se miraron


unos a otros y no sabían
qué pensar. Pero el Osito
pequeño lloraba tanto que
su papá quiso distraerle.
Para conseguirlo, le dijo
que no hiciera caso, porque
ahora iban a sentarse en las
tres sillitas de color azul
que tenían, una para cada
uno.

Se levantaron de la mesa y
fueron a la salita donde
estaban las sillas.

¿Que ocurrió entonces?

El Oso grande grito muy


fuerte:
-¡Alguien ha tocado mi silla!

El Oso mediano gruñó un


poco menos fuerte:

-¡Alguien ha tocado mi silla!

El Osito pequeño dijo


llorando con voz suave:

-¡Se han sentado en mi silla


y la han roto!

Siguieron buscando por la


casa y entraron en el cuarto
de dormir. El Oso grande
dijo:

-¡Alguien se ha acostado en
mi cama!

El Oso mediano dijo:

-¡Alguien se ha acostado en
mi cama!

Al mirar la cama pequeñita,


vieron en ella a Ricitos de
Oro, y el Osito pequeño
dijo:

-¡Alguien está durmiendo en


mi cama!

Se despertó entonces la
niña, y al ver a los tres Osos
tan enfadados, se asustó
tanto que dio un brinco y
salió de la cama.

Como estaba abierta una


ventana de la casita, saltó
por ella Ricitos de Oro, y
corrió sin parar por el
bosque hasta que encontró
el camino de su casa.
Anónimo

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diario por el bosque?

El ratoncito Pérez

Había una vez una ostra que estaba muy triste porque había perdido su perla.

La ostra le contó su desgracia a un pulpo que se arrastraba por el fondo del mar.

- ¿Cómo era la perla? - Blanca, dura, pequeña, y brillante.

El pulpo le prometió que le ayudaría y se fue. Se lo contó a una tortuga que estaba jugando
con las olas. Ésta le dijo al pulpo que ayudaría a la ostra y se marchó a contárselo a un
ratón que estaba merodeando por la playa. El ratón se apellidaba Pérez.

- Tiene que ser algo blanco, pequeño, duro y brillante.

El ratón fue a buscar por ahí, pero no encontró nada que sirviera.
• Encontró un botón que era blanco, brillante y pequeño, pero no era duro, pues lo podía
roer con facilidad con sus dientecillos.
• Encontró una piedrecita blanca, pequeña y dura, pero no era brillante.
• Encontró una moneda de plata blanca, dura y brillante, pero no era pequeña...

El ratón se fue a su casa triste y decepcionado porque no había encontrado nada. La casa
del ratón estaba en un hueco de la pared de la habitación de un niño. El niño había dejado
un diente que se le había caído encima de su mesita de noche; el ratón lo vio, se acercó y
comprobó que era blanco, pequeño, duro y brillante.

Así que cogió el diente de leche y a cambio le dejó al niño la moneda de plata. Luego volvió
corriendo a la playa y le dio el diente a la tortuga. La tortuga al pulpo, y el pulpo a la ostra,
que se puso contentísima, pues aquel diente de leche era del mismo tamaño que la perla
que había perdido. Así que lo puso en el sitio de la perla, lo recubrió con un poco de nácar, y
nadie podía notar la diferencia.

Por eso, desde entonces, cuando a un niño se le cae un diente de leche, lo pone debajo de
la almohada y por la noche el ratoncito Pérez se lo lleva y le deja a cambio un regalo,
aunque no siempre es una moneda de plata.

Luego el ratón lleva el diente a la playa y se lo da a una tortuga que se lo da a un pulpo,


para que se lo lleve a una ostra que ha perdido su perla.

Cuento Popular

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1. ¿Quién dejó el diente encima


de su mesita de noche?

2. ¿Quién le contó al ratón el


problema que tenía la ostra en
su perla?

3. La moneda de plata se
distinguía de la perla, en que no
era...

4. ¿En dónde estaba la casa del


ratón?

5. ¿A quién le da la tortuga los


dientes de leche que se le caen
a los niños?

6. ¿Qué encontró el ratón en la


playa que no era duro?

7. ¿Quién jugaba con las olas?


8. ¿El ratoncito Pérez siempre
deja una moneda de plata como
regalo?

9. ¿Con qué recubre el diente la


ostra?

10. ¿Por dónde se arrastraba el


pulpo?

El honrado leñador
Había una vez un pobre leñador que regresaba a su casa después de una jornada de
duro trabajo. Al cruzar un puentecillo sobre el río, se le cayó el hacha al agua. Entonces
empezó a lamentarse tristemente: ¿Cómo me ganaré el sustento ahora que no tengo
hacha?
Al instante ¡oh, maravilla! Una bella ninfa aparecía sobre las aguas y dijo al leñador:
Espera, buen hombre: traeré tu hacha.
Se hundió en la corriente y poco después reaparecía con un hacha de oro entre las
manos. El leñador dijo que aquella no era la suya. Por segunda vez se sumergió la ninfa,
para reaparecer después con otra hacha de plata.
Tampoco es la mía dijo el afligido leñador.
Por tercera vez la ninfa buscó bajo el agua. Al reaparecer llevaba un hacha de hierro.
¡Oh gracias, gracias! ¡Esa es la mía!
Pero, por tu honradez, yo te regalo las otras dos. Has preferido la pobreza a la mentira
y te mereces un premio.

(Selecciona la respuesta correcta; pero, antes, debes poner el cronómetro en marcha)

1. ¿De qué era el hacha que sacó la segunda ninfa del agua? .

De plata.

De bronce.

De hierro.

2. ¿A quién se le cayó el hacha al agua?

A la ninfa.

Al leñador.

Al duende.

3. ¿Quién le recuperó el hacha al leñador?

El hombre-rana.

La rana.
La ninfa.

4. ¿De qué material estaba construida la primera hacha que sacó la ninfa del agua?

De plata.

De cobre.

De oro.

5. ¿Qué lugar estaba cruzando el leñador cuando se le cayó el hacha al agua?

Un tunel.

Un viaducto.

Un puentecillo.

6. ¿De qué material estaba construida la tercera hacha que sacó la ninfa del agua?

De madera.

De acero.

De hierro.

7. El leñador prefirió la pobreza a la ...

Recompensa.

A la mentira.

A la verdad.

8. ¿Cuántas hachas le regaló la ninfa al leñador?

Dos.

Una.

Tres.

9. ¿De dónde regresaba el leñador cuando perdió el hacha?

De una jornada de duro trabajo.

De unas vacaciones.
De una excursión.

10. ¿Quién dijo :"Cómo me ganaré el sustento ahora que no tengo hacha"?

El leñador.

La ninfa.

El guarda.

Caperucita Roja

Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa
roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la
llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía
al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el
camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba
acechando por allí el lobo.

Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La


niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la abuelita, pero
no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos:
los pájaros, las ardillas...

De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.

- ¿A dónde vas, niña? - le preguntó el lobo con su voz ronca.

- A casa de mi abuelita - le dijo Caperucita.

- No está lejos - pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.

Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El


lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy
contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los
pasteles.

Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la abuelita, llamó suavemente a la


puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que
pasaba por allí había observado la llegada del lobo.

El lobo devoró a la abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se


metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues
Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta. La niña se acercó a la
cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!

- Son para verte mejor - dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.

- abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!

- Son para oírte mejor - siguió diciendo el lobo.

- abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!

- Son para... ¡comerte mejoooor! - y diciendo esto, el lobo malvado se


abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la
abuelita.

Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo


adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si
todo iba bien en la casa de la abuelita. Pidió ayuda a un serrador y los dos
juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo
tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.

El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La abuelita y


Caperucita estaban allí, ¡vivas!

Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego


lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió
muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las
piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.

En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto,


pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su abuelita no
hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora
en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su abuelita y de su
Mamá.

El alforfón

Si después de una
tormenta pasan junto a un
campo de alforfón, lo verán
a menudo ennegrecido y
como chamuscado; se diría
que sobre él ha pasado una
llama, y el labrador
observa:

-Esto es de un rayo-.

Pero, ¿cómo sucedió?


Les voy a contar, pues yo
lo sé por un gorrioncillo, al
cual, a su vez, se lo reveló
un viejo sauce que crece
junto a un campo de
alforfón. Es un sauce
corpulento y venerable
pero muy viejo y
contrahecho, con una
hendidura en el tronco, de
la cual salen hierbajos y
zarzamoras. El árbol está
muy encorvado, y las
ramas cuelgan hasta casi
tocar el suelo, como una
larga cabellera verde.

En todos los campos de


aquellos contornos crecían
cereales, tanto centeno
como cebada y avena, esa
magnífica avena que,
cuando está en sazón,
ofrece el aspecto de una
fila de diminutos canarios
amarillos posados en una
rama. Todo aquel grano era
una bendición, y cuando
más llenas estaban las
espigas, tanto más se
inclinaban, como en gesto
de piadosa humildad.

Pero había también un


campo sembrado de
alforfón, frente al viejo
sauce. Sus espigas no se
inclinaban como las de las
restantes mieses, sino que
permanecían enhiestas y
altivas.

-Indudablemente, soy tan


rico como la espiga de
trigo -decía-, y además soy
mucho más bonito; mis
flores son bellas como las
del manzano; deleita los
ojos mirarnos, a mí y a los
míos. ¿Has visto algo más
espléndido, viejo sauce?

El árbol hizo un gesto con


la cabeza, como
significando: «¡Qué cosas
dices!». Pero el alforfón,
pavoneándose de puro
orgullo, exclamó:

-¡Tonto de árbol! De puro


viejo, la hierba le crece en
el cuerpo.

Pero he aquí que estalló


una espantosa tormenta;
todas las flores del campo
recogieron sus hojas y
bajaron la cabeza mientras
la tempestad pasaba sobre
ellas; sólo el alforfón
seguía tan engreído y
altivo.

-¡Baja la cabeza como


nosotras! -le advirtieron
las flores.

- ¡Para qué! -replicó el


alforfón.

-¡Agacha la cabeza como


nosotros! -gritó el trigo-.
Mira que se acerca el ángel
de la tempestad. Sus alas
alcanzan desde las nubes
al suelo, y puede pegarte
un aletazo antes de que
tengas tiempo de pedirle
gracia.

-¡Que venga! No tengo por


qué humillarme - respondió
el alforfón.

-¡Cierra tus flores y baja


tus hojas! -le aconsejó, a
su vez, el viejo sauce-. No
levantes la mirada al rayo
cuando desgarre la nube;
ni siquiera los hombres
pueden hacerlo, pues a
través del rayo se ve el
cielo de Dios, y esta visión
ciega al propio hombre.
¡Qué no nos ocurriría a
nosotras, pobres plantas
de la tierra, que somos
mucho menos que él!

-¿Menos que él? -protestó


el alforfón-. ¡Pues ahora
miraré cara a cara al cielo
de Dios!

Y así lo hizo, cegado por su


soberbia. Y tal fue el
resplandor, que no pareció
sino que todo el mundo
fuera una inmensa
llamarada.

Pasada ya la tormenta, las


flores y las mieses se
abrieron y levantaron de
nuevo en medio del aire
puro y en calma,
vivificados por la lluvia;
pero el alforfón aparecía
negro como carbón,
quemado por el rayo; no
era más que un hierbajo
muerto en el campo.

El viejo sauce mecía sus


ramas al impulso del
viento, y de sus hojas
verdes caían gruesas gotas
de agua, como si el árbol
llorase, y los gorriones le
preguntaron:
-¿Por qué lloras? ¡Si todo
esto es una bendición! Mira
cómo brilla el sol, y cómo
desfilan las nubes. ¿No
respiras el aroma de las
flores y zarzas? ¿Por qué
lloras, pues, viejo sauce?

Hans Christian Andersen


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palabras precisas. Cuida la ortografía y las tildes para validar
las respuestas. Cualquier error de este tipo te dará la respuesta
como mala.

1. ¿Qué sale de la hendidura del


viejo sauce?

2. ¿Desde dónde y hasta dónde


alcanzan las alas del ángel de la
tempestad?

3. ¿Qué cereal ofrece el aspecto


de una fila de diminutos
canarios amarillos posados en
una rama?

4. ¿Quienes le contaron al viejo


sauce la historia del alforfón?

5. El alforfón eran tan rico como


la...

6. ¿Quién quemó al alforfón?

7. ¿Quién le dijo al alforfón que


se acercaba el ángel de la
tempestad?

8. El campo que estaba situado


frente al viejo sauce estaba
sembrado de...

9. ¿A qué árbol se refería el


alforfón cuando decía que la
hierba le crecía en el cuerpo?

10. Pasada la tormenta, ¿qué se


abrieron y levantaron de nuevo
en medio del aire puro?

Fara y el viejo cocodrilo

Érase una vez dos hermanas,


Rapela y Fara, que vivían en
Madagascar y gustaban de
jugar a la orilla del río. Tan
sólo de vez en cuando la
madre les daba permiso,
pues muchos cocodrilos
rondaban por aquellos
parajes. Un día, tanto le
suplicaron Rapela y Fara, que
no supo la buena madre
negarles el permiso;
accediendo a sus preces, así
las amonestó:

-Vayan, pero guárdense de


burlarse de
Ikakinidriaholomamba. El
viejo cocodrilo -añadió la
madre- tiene muy mal talante
y el peor de los genios; si se
mofan él, las devorará.

Las dos hermanitas


prometieron obedecer, y se
fueron alegres para jugar con
las piedras del río.

Muy pronto
Ikakinidriaholomamba asomó
entre los cañaverales para
distraer su ocio con el juego
de las niñas; éstas lo vieron y
como, en verdad, el viejo
cocodrilo era enormemente
feo, Fara, que había olvidado
los consejos de su madre,
exclamó:

¡Oh, oh, qué viejo está padre


Cocodrilo!
¡Y qué cabeza tan hundida!
¡Y qué ojos tan hinchados!
¡Y qué vientre tan lleno de
arrugas!
¡Y cuántas escamas tiene en
su cuerpo!

Por lo que
Ikakinidriaholomamba,
enfurecido, trepó hasta la
orilla para alcanzarlas; mas
ellas corrieron, ligeras como
galgos, llegando salvas al
hogar.

-Bien, hijitas, bien -preguntó


la madre- fueron prudentes y
cautas, ¿no es cierto?

-¡Oh, mamá! -contestó


Rapela-. ¡El viejo Cocodrilo
intentó zamparse a Fara!

-¡Ah! -exclamó la madre


moviendo la cabeza-. ¡Fara se
habrá burlado de él! ¡Es
menester saber moderar la
lengua, hijitas mías!

A la mañana siguiente, las


hermanas retornaron al río y
nuevamente emprendieron
sus juegos con las
piedrecillas de la orilla.

Rapela se divertía mucho, sin


cuitas de ningún género; mas
Fara, intranquila con el
recuerdo de las burlas del día
anterior, contemplaba a
Ikakinidriaholomamba que,
ojos cerrados, permanecía
tumbado a lo largo de un
tronco de árbol.

Era horriblemente feo, y


Fara, sin poderse contener,
se dijo de nuevo entre
dientes:

¡Oh, qué viejo está padre


Cocodrilo!
¡Y qué cabeza tan hundida!
¡Y qué ojos tan hinchados!
¡Y qué vientre tan lleno de
arrugas!
¡Y cuántas escamas tienen en
su cuerpo!

Mas esta vez fue la vencida,


ya que el Cocodrilo le echó el
diente y la engulló.

En vano la desventurada
Rapela imploró al monstruo
para que le devolviese a su
hermana; aquél se había
sumergido ya en la corriente,
dejándola triste y sin
consuelo.

Los padres de Fara corrieron


a la orilla y, llegados al lugar,
la madre así imploró al viejo
Cocodrilo:

-¡Oh, Mamba, devuélvenos a


Fara! ¡En verdad ella fue muy
mala, pero es tanta nuestra
angustia que bien podrías
devolvérnosla!

A lo que
Ikakinidriaholomamba
respondió, imitando la voz de
Fara:

-Sí, sí, buena señora. Acudan


en busca de su Fara. Pero
Fara tiene la lengua muy
larga.

Busquen a Fara. ¡Y qué


cabeza tan hundida!
Busquen a Fara. ¡Y qué ojos
tan hinchados!
Busquen a Fara. ¡Y qué
vientre tan lleno de arrugas!
Busquen a Fara. ¡Y cuántas
escamas tiene en el cuerpo!

"Así hablaba la niña, ¿no es


cierto?"

La pobre madre quedó


abatida ante tal réplica y,
dirigiéndose a su marido, le
dijo:

-¡Háblale tú al Cocodrilo, a
ver si lo convences!

Entonces el padre de Fara


gritó:
-¡Oh, Mamba, devuélvenos a
Fara! ¡En verdad, ella fue
muy mala, pero es tanta
nuestra desdicha que bien
podrías compadecerte y
devolvérnosla!

Mas Ikakinidriaholomamba le
respondió:

" -Sí, sí, mi viejo. Acudan en


busca de su Fara. Pero Fara
tiene la lengua muy larga.

Busquen a Fara. ¡Y qué


cabeza tan hundida!
Busquen a Fara. ¡Y qué ojos
tan hinchados!
Busquen a Fara. ¡Y qué
vientre tan lleno de arrugas!
Busquen a Fara. ¡Y cuántas
escamas tiene en el cuerpo!

"Así hablaba la niña, ¿no es


cierto?"

Los desventurados padres


estaban descorazonados,
cuando la madre propuso:

-¿Y si le ofreciéramos algo a


cambio de Fara?

-Ofrezcámosle un buey -dijo


el padre. Y la madre voceó:

-¡Oh, Mamba! Un buey te


daremos por Fara.

Ikakinidriaholomamba se
dirigió a su prisionera y le
dijo:

-Contesta a tu madre, que


estoy muy cansado.

Y Fara gritó:

-¡Madre, mi buena madre,


Mamba no quiere aceptar!

Entonces el padre,
mejorando la oferta, clamó:

-¡Oh, Mamba, diez bueyes te


daremos por Fara!

Y Fara, nuevamente, gritó:

-¡Padre, querido padre,


Mamba no quiere aceptar!

Rapela contempla a sus


padres y ofrece:

-¡Oh, Mamba, veinte bueyes


te daremos, si me devuelves
la hermana!

Y Fara también esta vez


contestó:

-¡Rapela, mi dulce hermana,


Mamba no quiere, no!

Entonces la madre,
desesperada, clamó
fuertemente:

-¡Oh, Mamba, cien bueyes te


daremos por nuestra Fara!

El viejo Cocodrilo, que era


muy glotón, pensó que cien
bueyes bien valían el rescate
de una niña, y murmuró:

-Bien, bien; me place la


oferta; preparen los cien
bueyes.

Y Fara, llena de contento,


desde el vientre del Cocodrilo
contestó:

-¡Madre, oh madre, Mamba


aceptó ya!
Rapela y sus padres corrieron
a la villa con harta turbación,
porque ellos tan sólo poseían
veinte bueyes. Fueron al
encuentro de parientes y
amigos, y éstos, para que no
se menoscabara el rescate de
Fara, les prestaron cuantos
bueyes hubieron menester
para completar la oferta.

Los aldeanos reunieron los


cien bueyes y se dirigieron
hacia la ribera.

Así que el viejo Cocodrilo


divisó al rebaño soltó a Fara
para aproximarse a la orilla,
pero los labriegos habían
colocado a la cabeza del
rebaño al toro más poderoso
y feroz; éste se lanzó sobre
Ikakinidriaholomamba y con
sus enormes cuernos le vació
los ojos; cundió el ejemplo y
los demás bueyes lo
pisotearon hasta darle
muerte cruel.

Así el viejo Cocodrilo halló un


muy desgraciado fin,
quedándose sin un solo buey
por haber apetecido muchos.

Cuando Fara, se vio


nuevamente bajo el techo del
hogar, se hizo el propósito
firme de no hablar más de la
cuenta en lo futuro y de
medir las palabras en el resto
de sus días.

Fara y el viejo cocodrilo


Anónimo

Escribe siempre con letra minúscula para contestar. Utiliza las


palabras precisas. Cuida la ortografía y las tildes para validar
las respuestas. Cualquier error de este tipo te dará la respuesta
como mala.

1. ¿Cuántas veces se metió Fara con el viejo cocodrilo?

2. ¿Cómo tenía los ojos el viejo cocodrilo?

3. ¿Qué le imploró Rapela al viejo cocodrilo?

4. ¿Cuántos bueyes le ofreció el padre de Fara a Mamba en la


segunda propuesta?

5. ¿Cómo decía el viejo cocodrilo que tenía la lengua Fara?

6. ¿Cuántos bueyes ofreció Rapela por la liberación de Fara?

7. ¿Quiénes reunieron los cien bueyes del acuerdo con el viejo


cocodrilo para liberar a Fara?

8. ¿A quién colocaron los labriegos al frente del rebaño?

9. ¿Con qué parte de su cuerpo le vació los ojos el toro al


cocodrilo?

10. ¿Qué propósito se hizo Fara para el resto de sus días?

Cómo la sabiduría se esparció por el mundo

En Taubilandia vivía en tiempos remotos, remotísimos, un hombre que


poseía toda la sabiduría del mundo. Se llamaba este hombre Padre Ananzi,
y la fama de su sabiduría se había extendido por todo el país, hasta los más
apartados rincones, y así sucedía que de todos los ámbitos acudían a
visitarlo las gentes para pedirle consejo y aprender de él.

Pero he aquí que aquellas gentes se comportaron indebidamente y Ananzi


se enfadó con ellos. Entonces pensó en la manera de castigarlos.

Tras largas y profundas meditaciones decidió privarles de la sabiduría,


escondiéndola en un lugar tan hondo e insospechado que nadie pudiera
encontrarla.

Pero él ya había prodigado sus consejos y ellos contenían parte de la


sabiduría que, ante todo, debía recuperar. Y lo consiguió; al menos así lo
pensaba nuestro Ananzi.

Ahora debía buscar un lugarcito donde esconder el cacharro de la


sabiduría; y, sí, también él sabía un lugar. Y se dispuso a llevar hasta allí su
preciado tesoro.

Pero... Padre Ananzi tenía un hijo que tampoco tenía un pelo de tonto; se
llamaba Kweku Tsjin. Y cuando éste vio a su padre andar tan
misteriosamente y con tanta cautela de un lado a otro con su pote, pensó
para sus adentros:

-¡Cosa de gran importancia debe ser ésa!

Y como listo que era, se puso ojo avizor, para vigilar lo que Padre Ananzi se
proponía.

Como suponía, lo oyó muy temprano por la mañana, cuando se levantaba.


Kweku prestó mucha atención a todo cuanto su padre hacía, sin que éste lo
advirtiera. Y cuando poco después Ananzi se alejaba rápida y
sigilosamente, saltó de un brinco de la cama y se dispuso a seguir a su
padre por donde quiera que éste fuese, con la precaución de que no se
diera cuenta de ello.

Kweku vio pronto que Ananzi llevaba una gran jarra, y le aguijoneaba la
curiosidad de saber lo que en ella había.

Ananzi atravesó el poblado; era tan de mañana que todo el mundo dormía
aún; luego se internó profundamente en el bosque.

Cuando llegó a un macizo de palmeras altas como el cielo, buscó la más


esbelta de todas y empezó a trepar con la jarra o pote de la sabiduría
pendiendo de un cordel que llevaba atado por la parte delantera del cuello.

Indudablemente, quería esconder el Jarro de la Sabiduría en lo más alto de


la copa del árbol, donde seguramente ningún mortal había de acudir a
buscarlo... Pero era difícil y pesada la ascensión; con todo, seguía trepando
y mirando hacia abajo. No obstante la altura, no se asustó, sino que seguía
sube que te sube.

El jarro que contenía toda la sabiduría del mundo oscilaba de un lado a


otro, ya a derecha ya a izquierda, igual que un péndulo, y otras veces entre
su pecho y el tronco del árbol. ¡La subida era ardua, pero Ananzi era muy
tozudo! No cesó de trepar hasta que Kweku Tsjin, que desde su puesto de
observatorio se moría de curiosidad, ya no lo podía distinguir.

-Padre -le gritó- ¿por qué no llevas colgado de la espalda ese jarro
preciado? ¡Tal como te lo propones, la ascensión a la más alta copa te será
empresa difícil y arriesgada!

Apenas había oído Ananzi estas palabras, se inclinó para mirar a la tierra
que tenía a sus pies.

-Escucha -gritó a todo pulmón- yo creía haber metido toda la sabiduría del
mundo en este jarro, y ahora descubro, de repente, que mi propio hijo me
da lección de sabiduría. Yo no me había percatado de la mejor manera de
subir este jarro sin incidente y con relativa comodidad hasta la copa de
este árbol. Pero mi hijito ha sabido lo bastante para decírmelo.

Su decepción era tan grande que, con todas sus fuerzas, tiró el Jarro de la
Sabiduría todo lo lejos que pudo. El jarro chocó contra una piedra y se
rompió en mil pedazos.

Y como es de suponer, toda la sabiduría del mundo que allí dentro estaba
encerrada se derramó, esparciéndose por todos los ámbitos de la tierra.

Anónimo

Escribe siempre con letra minúscula para contestar. Utiliza las


palabras precisas. Cuida la ortografía y las tildes para validar
las respuestas. Cualquier error de este tipo te dará la respuesta
como mala.

1. ¿Cómo se comportaron la gente de Taubilandia?


2. ¿De que pensó privarle Pedro Ananzi a toda la gente de
Taubilandia por su mal comportamiento?

3. ¿Qué llevaba Pedro Ananzi la mañana que Kweku lo vio


salir temprano de la casa?

4. ¿De dónde llevaba atado Pedro Ananzi la cuerda de donde


pendía la Jarra de la Sabiduría?

5. ¿Qué árbol era donde Pedro Ananzi quiso esconder la Jarra


de la Sabiduría?

6. ¿De dónde le recomendó el hijo de Pedro Ananzi a su padre


que llevara colgada la Jarra de la Sabiduría?

7. ¿Cuántos pedazos se hicieron de la Jarra de la Sabiduría al


chocar contra una piedra?

8. ¿Por dónde se esparció la sabiduría que estaba metida en


la Jarra?

9. ¿Tenía Pedro Aninza que no tenía un pelo de tonto?

10. ¿Es verdad que Kweku le dio a su padre una lección de


sabiduría?

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