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Los cuatro elementos clásicos griegos tierra, agua, fuego y aire datan de los tiempos
presocráticos (siglos vii-iv a.C.) y perduraron a través de la Edad Media hasta el Renacimiento
(siglos xv-xvi). Los indios y los japoneses tenían esos mismos cuatro elementos, más un quinto
elemento invisible, el éter. Los cinco grandes elementos del hinduismo eran la tierra, el agua,
el fuego, el aire y el éter, y para los chinos eran la tierra, el agua, el fuego, el metal y la madera,
excluyendo al aire. Todos ellos consideraban, en general, que esos elementos se combinaban
para formar el resto de las sustancias que forman la naturaleza. Desde entonces se ha pasado
de estos cuatro o cinco elementos tradicionales a los 114 elementos confirmados, registrados
actualmente en la tabla periódica, considerando en la actualidad a un elemento como un tipo
de materia constituida por átomos con el mismo número de protones en el núcleo, o una
materia que no se puede descomponer en otra más sencilla. En la prehistoria se conocían poco
más de una docena de elementos: el carbono, el azufre, el hierro, el cobre, el cinc, el arsénico,
la plata, el estaño, el antimonio, el oro, el mercurio, el plomo y el bismuto. Estos elementos
fueron utilizados por nuestros antepasados prehistóricos para fabricar instrumentos de caza,
decoración, tintes, pinturas… Antes del siglo xix solo se descubrieron 21 elementos más. En ese
siglo fueron 50, de los cuales 26 elementos se descubrieron gracias a la espectroscopia. En el
siglo xx se descubrieron 30 más, (los de número atómico mayor de 98 por técnicas de
bombardeo). El elemento 114, Flerovio (1999) y el elemento 116, Livermorio (2000), recibieron
nombre en junio de 2012.[1] En este siglo el Joint Institute for Nuclear Research en Dubna y el
Laboratorio Nacional Lawrence Livermore parecen haber descubierto cuatro elementos más,
que por el momento se identifican con un nombre sistemático que hace referencia a su
número atómico, aunque la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada, IUPAC, considera
que no hay pruebas concluyentes de su descubrimiento. Los científicos, siguiendo el esquema
de actuación del método científico, tienden a una ordenación de los datos en tablas o a una
representación de los mismos en gráficas cuando se intenta encontrar una relación entre dos
magnitudes. Por tanto, conforme aumentaba el número de elementos descubiertos se hacía
necesaria una ordenación de los mismos, en este caso, en una tabla.
- Names and symbols of the elements with atomic numbers 114 and 116 (IUPAC
Recommendations 2012) Pure Appl. Chem. 2012, Vol 84, 7, 1669–1672.
- http://es.wikipedia.org/wiki/Descubrimiento_de_los_elementos_químicos
METALES
Los primeros metales debieron de encontrarse en forma de pepitas. Y con seguridad fueron
trozos de cobre o de oro, ya que éstos son de los pocos metales que se hallan libres en la
naturaleza. El color rojizo del cobre y el tono amarillo del oro debieron de llamar la atención, y
el brillo metálico, mucho más hermoso y sobrecogedor que el del suelo circundante,
incomparablemente distinto al de las piedras corrientes, impulsaban a tomarlos.
Indudablemente, el primer uso que se dio a los metales fue el ornamental, fin para el que
servía casi cualquier cosa que se encontrara: piedrecillas coloreadas, perlas marinas…
Sin embargo, los metales presentan una ventaja sobre los demás objetos llamativos: son
maleables, es decir, que pueden aplanarse sin que se rompan —la piedra, en cambio, se
pulveriza, y la madera y el hueso se astillan y se parten—. Esta propiedad fue descubierta por
casualidad, indudablemente, pero no debió pasar mucho tiempo entre el momento del
hallazgo y aquel en que un cierto sentido artístico llevó al hombre a golpear el material para
darle formas nuevas que pusieran más de relieve su atractivo.
Los artífices del cobre se dieron cuenta de que a este metal se le podía dotar de un filo
cortante como el de los instrumentos de piedra, y que el filo obtenido se mantenía en
condiciones en las que los instrumentos de piedra se mellaban.
El cobre se hizo más abundante cuando se descubrió que podía obtenerse a partir de unas
piedras azuladas. Cómo se hizo este descubrimiento, o dónde o cuándo, es algo que no
sabemos y que probablemente no sabremos jamás.
Podemos suponer que el descubrimiento se hizo al encender un fuego de leña sobre un lecho
de piedras donde había algunos trozos de mineral. Después, entre las cenizas, destacarían
pequeñas gotas de cobre brillante. Quizá esto ocurrió muchas veces antes de que alguien
observara que si se encontraban piedras azules y se calentaban en un fuego de leña, se
producía cobre. El descubrimiento final de este hecho pudo haber ocurrido hacia el 4000 a.C.
en la península del Sinaí, al este de Egipto, o en la zona montañosa situada al este de Sumeria
—hoy Irán—. O quizá ocurriera simultáneamente en ambos lugares.
En cualquier caso, el cobre fue lo suficientemente abundante como para que se utilizara en la
confección de herramientas en los centros más avanzados de la civilización.
A la aleación —término que designa la mezcla de dos metales— de cobre y estaño se le llamó
bronce, y hacia el 2000 a.C. ya era lo bastante común como para ser utilizado en la confección
de armas y corazas.
La suerte iba a favorecer de nuevo al hombre de la Edad del Bronce, que descubrió un metal
aún más duro: el hierro. Por desgracia era demasiado escaso y precioso como para poder
usarlo en gran cantidad en la confección de armaduras. En efecto, en un principio las únicas
fuentes de hierro eran los trozos de meteoritos, naturalmente muy escasos. Además, no
parecía haber ningún procedimiento para extraer hierro de las piedras.
El problema radica en que el hierro está unido mucho más firmemente, formando mineral, de
lo que estaba el cobre. Se requiere un calor más intenso para fundir el hierro que para fundir el
cobre. El fuego de leña no bastaba para este propósito, y se hizo necesario utilizar el fuego de
carbón vegetal, más intenso, pero que sólo arde en condiciones de buena ventilación.
- https://es.calameo.com/read/003033761963474257d43