El vocablo griego mystikós derivó en el latín mystĭcus, que llegó al castellano
como místico. El término tiene varios usos de acuerdo al contexto. Lo místico es aquello vinculado a lo divino o a lo espiritual. En este sentido, el concepto resulta opuesto a lo terrenal o a lo racional. Por ejemplo: “Mientras pasábamos la noche en la montaña tuve una experiencia mística”, “Mi abuelo asegura que vivió varios sucesos místicos a lo largo de su vida”, “Siéntate y escucha con atención, que tengo algo importante para contarte: ayer se produjo un hecho místico en esta casa…”. Las creencias místicas, por lo tanto, se relacionan con lo sobrenatural y están asociadas a la fe. Una persona que, cuando le diagnostican una enfermedad, comienza a rezar para curarse, está apelando a lo místico. Este individuo cree que, al comunicarse mentalmente con Dios o acudir a la iglesia, se producirá una transformación orgánica que le permitirá dejar atrás el inconveniente de salud. Para la ciencia, en cambio, la posibilidad de curación no está dada por lo místico, sino por la labor de un médico con estudios académicos y experiencia en la práctica. Por supuesto, lo místico y lo científico pueden convivir: mientras el enfermo siga acudiendo al médico, rezar no le hará daño. La idea de místico, por otra parte, puede usarse para aludir a un barco costanero de dos o tres palos que presenta velas de tipo latino. Estas embarcaciones se utilizaban en la zona del Mediterráneo. Cuando se lo equipaba con cañones, los místicos eran empleados como buques de guerra o como guardacostas. Estas naves eran habituales en la costa de Cataluña.