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siglo veintiuno
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Prólogo
juego social que permite vivir como algo evidente el sentido objetivado en
las instituciones.
De manera que no se puede superar la antinomia aparente de los dos mo
dos de conocimiento e integrar sus logros, sino a condición de subordinar la
práctica científica a un conocimiento del “sujeto de conocimiento”, conoci
miento esencialmente crítico de los límites inherentes a todo conocimiento
teórico, tanto subjetivista como objetivista, que tendría todas las apariencias
de una teoría negativa, si los efectos propiamente científicos que produce no
obligaran a plantear las preguntas ocultadas por todo conocimiento docto
[savante]. La ciencia social no solamente debe, como lo pretende el objeti
vismo, romper con la experiencia indígena y la representación indígena de esa
experiencia; mediante una segunda ruptura, necesita además poner en cues
tión los presupuestos inherentes a la posición de observador “objetivo” que,
además de prácticas, tiende a importar en el objeto los principios de
su relación con el objeto, como lo testimonia por ejemplo el privilegio que
concede a las funciones de comunicación y de conocimiento y que lo inclina
a reducir las interacciones a puros intercambios simbólicos. El conocimiento
no depende solamente, como lo enseña un relativismo elemental, del punto
de vista particular que un observador “situado y fechado” adopta sobre el ob
jeto; es una alteración mucho más fundamental, y mucho más perniciosa
(puesto que, siendo constitutiva de la operación de conocimiento, está desti
nada a pasar inadvertida), que se le hace soportar a la práctica por el solo he
cho de tomar sobre ella un “punto de vista” y constituirla así en objeto (de ob
servación y de análisis). Se sobreentiende que ese punto de vista soberano
jamás se adopta tan fácilmente como desde las posiciones elevadas del espacio
social, desde las cuales el mundo social se ofrece como un espectáculo que se
comprende desde lejos y desde arriba, como una representación.
Esa reflexión crítica sobre los límites del entendimiento docto no tiene
como fin desacreditar el conocimiento docto bajo una u otra de sus formas
para oponerle, o para sustituirlo por, como con frecuencia se ha hecho, un co
nocimiento práctico más o menos idealizado; sino fundarlo completamente al
liberarlo de los sesgos que le imponen las condiciones epistemológicas y socia
les de su producción. Por completo ajena a la intención de rehabilitación, que
ha descarriado la mayor parte de los discursos sobre la práctica, tal reflexión
apunta solamente a echar luz sobre la teoría de la práctica que el conoci
miento docto comporta implícitamente y a hacer posible así un verdadero co
nocimiento docto de la práctica y del modo de conocimiento práctico.
El análisis de la lógica de la práctica sin duda sería más avanzado si la tradi
ción académica no hubiese planteado siempre la cuestión de las relaciones en-
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6 P. A. Samuelson, Economics, Nueva York, Londres, Mac Graw Hili Co., 1951,
pp. 6-10 (trad, francesa, París, Aiinand-Colin, 1972, p. 33) [Curso de econo
mía moderna, Madrid, Aguilar, 1973, pp. 12-13].
7 El productor de discurso sobre objetos del mundo social que omite objeti
var el punto de vista a parúr del cual él produce ese discurso tiene buenas
posibilidades de no ofrecer otra cosa que ese punto de vista; lo atestiguan
todos esos discursos sobre el “pueblo” que hablan menos del pueblo que de
la relación con el pueblo de aquel que los sostiene o, más sencillamente,
de la posición social a partir de la cual habla del pueblo.
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