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Tenía razón mi alumno en que el homicidio, o la violación, o la mayor parte de los delitos carecen
de todo color político, o más bien los tienen todos, pues su grave lesividad pertenece al
patrimonio ético común. Y también en que los modos de castigar están constitucionalmente
delimitados, comenzando por la proscripción de la pena de muerte, de las penas corporales, de
los trabajos forzados, de las penas desproporcionadas. Pero, como demuestran las amplias
reformas del Código Penal de 2010 (PSOE) y de 2015 (PP), el ámbito que queda para la política
penal trasciende en mucho a los meros detalles, en los que, como se sabe, puede estar algún
diablo. Lo que en realidad está en juego es nada menos que el tamaño del infierno. De los
infiernos que construyen el delito y la cárcel.