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Don de Ciencia.

La ciencia se define como un conocimiento cierto adquirido por el


razonamiento; pero en Dios está sin razonamiento y por una simple visión
de los objetos.
El don de ciencia - que es una participación de la ciencia de Dios-, es
una luz del Espíritu Santo que ilumina el alma para hacerla conocer las
cosas humanas y dar sobre ellas un juicio exacto, en relación a Dios y en
cuanto son ellas

El don de ciencia ayuda al de inteligencia a descubrir las verdades


oscuras, y al de sabiduría a poseerlas.
La sabiduría y la ciencia tienen algo de común. Ambas a dos hacen
conocer a Dios y a las criaturas. Pero cuando se conoce a Dios por las
criaturas, elevándose del conocimiento de las causas segundas a la
causa primera y universal, es un acto del don de ciencia. Y cuando se
conocen las causas humanas por el gusto que se tiene de Dios,
juzgando a los seres creados por el conocimiento del primer Ser, es un
acto del don de sabiduría.
El discernimiento de espíritus pertenece al uno y al otro: pero la sabiduría
lo tiene por la vía del gusto y de la experiencia - que es una manera de
conocer más elevada, y la ciencia por puro conocimiento.
El don de ciencia nos hace ver pronta y ciertamente todo lo que mira a
nuestra conducta y a la de las criaturas.

Primero, lo que debemos creer o no creer, hacer o no hacer; el término


medio que es imprescindible guardar entre los dos extremos en los que
se puede caer en el ejercicio de las virtudes; el orden que hay que
guardar en el estudio que se debe hacer; cuánto tiempo hay que dar a
cada cosa en particular. Mas todo esto en general, ya que en lo que
concierne a casos particulares: ocasiones en que uno se encuentra, o
cuando quiere uno determinarse a obrar, pertenece al don de consejo
prescribir lo que debe hacerse.

Segundo, el estado de nuestra alma, nuestros actos interiores y los


movimientos secretos de nuestro corazón, sus cualidades, su bondad, su
malicia, sus principios, sus motivos, su fines y sus intenciones, sus efectos y
sus consecuencias, sus méritos y deméritos.
Tercero, el concepto que debemos tener de las criaturas y su uso
debido de la vida interior y sobrenatural; cuán vanas, frágiles y poco
duraderas son; incapaces de hacernos felices; nocivas y peligrosas para
la salvación.

Cuarto, la manera de tratar y conversar con el prójimo, en relación al fin


sobrenatural de nuestra creación. Un predicador conoce por este don,
lo que debe decir u su auditorio y lo que puede exigirles; un director de
almas se da cuenta del estado de las que tiene bajo su dirección: sus
necesidades espirituales, los remedios para sus defecto, los obstáculos
que ponen a su perfección, el camino más corto y seguro para
conducirlas bien; cuánto se las debe consolar o mortificar; lo que Dios
obra en ellas y lo que debe poner de su parte para cooperar con Dios y
llenar sus designios. Un superior conoce cómo debe gobernar a sus
inferiores.
Los que más participan del don de ciencia, son los más iluminados en
todos estos conocimientos. Ven maravillas en la práctica de la virtud.
Descubren grados de perfección que los demás desconocen. Ven
rápidamente las acciones que son inspiradas por Dios y conformes con
sus deseos; enseguida se dan cuenta si se separan un poco de los
caminos de Dios. Señalan imperfecciones donde los otros no alcanzan a
ver; no están expuestos a equivocarse en sus sentimientos ni a dejarse
sorprender por las ilusiones que llenan el mundo. Si un alma escrupulosa
se dirige a ellos, sabrán decirle lo necesario para curar sus escrúpulos. Si
tienen que hacer una exhortación a religiosos o a religiosas, tendrán
para ellos ideas conformes a las necesidades espirituales de estos
religiosos y al espíritu de su orden. Si les plantean dificultades de
conciencia, las resuelven admirablemente. Si les preguntáis la razón de
sus respuestas, no os contestarán ni una palabra porque las conocen sin
ninguna razón y sólo por una luz superior a toda razón.

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