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Carta a Bogotá

Mi ciudad es maravillosa, y no es solo una gran ciudad de cemento, como algunos


se refieren a ella. Por diversas razones, muchos arquitectos han continuado con la
tradición de esas fachadas en ladrillo rojo, que encanta a los extranjeros y llena de
vida a la ciudad, que está muy lejos del mar, y no solo más cerca de las estrellas,
sino de las nubes y nubarrones que me acompañan desde niño, y que siempre
aparecen en semana santa y en pleno Halloween, haciendo particularmente
divertida la tradición de pedir dulces y llegar a casa a tomar agua de panela para
evitar una gripe.
Ser bogotano es una identidad única, de personas más tradicionales, que las del
resto del país, porque somos de los pocos que vivimos a más de dos mil metros
de altura, y no debemos gritar por la brisa del mar.

Nos encanta el sonido de la lluvia, y su olor ligero a menta, que esconde a los
copetones con las mirlas, y que hace brotar más dientes de león en los prados de
nuestros parques.

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