CURSO 2015-2016
CUESTIONES PRELIMINARES
LECCIÓN 1ª. LA HISTORIA DEL DERECHO: CONCEPTO, OBJETO Y PROBLEMAS METODOLÓGICOS.
I. Historia y Derecho:
A) La Historia y el hecho histórico:
1.- La Historia como ciencia.
2.- El juicio del historiador.
B) El Derecho en el tiempo.
II. El objeto de la Historia del Derecho.
A) Delimitación material.
B) Delimitación espacial.
C) Delimitación cronológica.
III. La Historia del Derecho como ciencia:
A) La Historia del Derecho como ciencia histórica.
B) La Historia del Derecho como ciencia jurídica.
C) La polémica subsiguiente:
1.- La Historia jurídica como historia de textos.
2.- La interpretación sincrética y conceptualista.
3.- La Historia del Derecho como especialidad de la Historia.
4.- Historia del Derecho e Historia total.
5.- La Historia del Derecho como ciencia dual y mixta.
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LECCION 1ª
LA HISTORIA DEL DERECHO: CONCEPTO, OBJETO Y PROBLEMAS METODOLÓGICOS
Al hablar del hecho histórico nos referimos a los a los fenómenos sociales que los
acontecimientos originan o transforman.
Nos encontramos hoy con el afianzamiento de la historia social o integradora, en
la medida en que cualquier fenómeno histórico debe ser explicado desde los múltiples
condicionamientos que concurren en la vida real, así como con un proceso de revisión de sus
resultados y excesos, entre los que se cuenta el repudio indiscriminado a cuanto
significaba la llamada historia tradicional.
B) El Derecho en el tiempo.
Cualquier tipo de sociedad aparece regida y ordenada por determinadas normas: las
morales o de sentido religioso, las propiamente jurídicas y las normas o usos sociales.
La distinción de normas morales, jurídicas y usos sociales ha venido siendo objeto
de permanentes desacuerdos y probablemente, desde planteamientos teóricos y generales,
constituye un problema irresoluble.
En cualquier caso la distinción derecho-moral-usos sociales es muy escasa o casi
nula en las sociedades primitivas, operándose un proceso de clarificación en sus sucesivos
estadios de desarrollo.
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Derecho con los esquemas de lo jurídico vigente en una determinada época. Ello significa
que nuestra ciencia no puede ser entendida como el conjunto de antecedentes históricos del
Derecho actual.
A) Delimitación material.
B) Delimitación espacial.
C) Delimitación cronológica.
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El profesor Rafael Gibert inicia una ruta bien distinta. Según su interpretación,
existe una radical antinomia entre Historia y Derecho, cuya superación exige "ser
profundamente y hasta la raíz historiador: profundamente y hasta la raíz jurista".
Gibert patrocina una Historia del Derecho como historia de los libros jurídicos. Y
ello de tal modo que, cuando acontece, como en los siglos IX y X, que tales libros faltan o
no nos son conocidos, no duda en calificar a esas épocas como siglos mudos de la historia
jurídica.
Concepto
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La Historia del Derecho es historia por pura definición, como la historia de algo
es siempre historia. En consecuencia, la afirmación de que la Historia del Derecho es
Historia, resulta tan irrebatible como cualquier tautología. En cambio, la Historia del
Derecho no es derecho, pero la Historia del Derecho es también ciencia jurídica.
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LECCION 2ª
LA HISTORIOGRAFIA JURIDICA
La historiografía jurídica se refiere a las obras que versan sobre Historia del
Derecho y a quienes las han compuesto.
Tras un auge renacentista, la historia jurídica vive en el siglo XVIII una etapa
de honda transformación como consecuencia del uso del método histórico-crítico, que coloca
al historiador en una posición analítica y crítica ante los documentos. En el XIX la
Historia del Derecho es ya una ciencia nueva y autónoma, cuya puesta de largo coincide en
España con la figura de don Eduardo de Hinojosa, quien nos transmite esa ciencia tal como
de hecho se cultiva hoy.
A) Primeros testimonios
En el siglo XVIII los estudios históricos cobran dimensión distinta al compás del
proceso cultural de la Ilustración generando en la investigación histórica una
preocupación crítica por las fuentes mismas, es decir, por el hallazgo, análisis y discusión
de los documentos.
Comienza a hacerse uso de las ciencias auxiliares de la Historia y el método
histórico-crítico caracteriza a unas exposiciones que dejan de ser meramente narrativas y
se convierten en historia crítica.
Esta etapa da cabida en España a diversas figuras científicas, encabezadas por un
fraile agustino, Enrique Flórez, cuya Espaiia Sagrada constituye una monumental
colección de fuentes de historia eclesiástica. En la misma línea de eruditos y
coleccionistas de fuentes destacan el jesuita Andrés Marcos Burriel, quien dirigió la
organización e investigación del material de distintos archivos, y Rafael de Floranes,
autor de ciertos Apuntamientos sobre fuentes castellanas por él recopiladas.
Desde la perspectiva de una historia del derecho en cierto modo general, es de
reseñar la obra de Ignacio Jordán de Asso y Miguel de Manuel, Instituciones del Derecho
civil de Castilla, y algún trabajo de tono menor como la Historia del Derecho Real de
España, de Antonio Fernández Prieto y Sotelo, y el valenciano Gregario Mayáns y Síscar.
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La ilustración reformista fue alentada por el poder público, con las Reales
Academias Española y de la Historia, que tuvo entre sus figuras a estudiosos del derecho
histórico que ocasionalmente hicieron uso de él como base o apoyo de determinadas
posiciones políticas. Este fue el caso de Gaspar Melchor de Jovellanos, autor de un célebre
Informe sobre la ley agraria, preocupándose además de la policía de espectáculos y
teniendo mucho que ver con las reformas universitarias de su época.
Un aspecto concreto de ese reformismo político, lo concerniente al regalismo, fue
objeto de estudio por parte de Pedro Rodríguez Campomanes en su Tratado de la regalía de
España y Melchor Rafael de Macanaz autor de un Discurso jurídico, histórico y político
sobre las regalías de los señores reyes de Aragón.
A) Orígenes
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La Revista para la ciencia histórica del Derecho, nació en 1815 con el carácter de
órgano oficial de la Escuela, iniciando de esta forma su tarea, llevando en sí dos
corrientes científicas vinculadas respectivamente al romanismo y al germanismo.
- La corriente romanista representada por Savígny postulaba por la superación
universalista propia de la misma tradición europea, separándose del Ius commune, adoptó
el regreso a las fuentes jurídicas originales.
- Los germanistas asumieron la atención a cuanto significara el propio derecho del
pueblo, el folklore y la arqueología jurídica, a fin de formular los signos distintivos
del carácter nacional (corriente nacionalista de la Escuela).
A) Sociologismo y comparativismo.
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LA ESPAÑA PRIMITIVA
LECCIÓN 3ª. LA ESPAÑA PRERROMANA.
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LECCION 3ª
LA ESPAÑA PRERROMANA
Nos encontramos con un hombre fundamentalmente cazador, los útiles que emplea
tienen directa relación con ese ejercicio que constituye su principal medio de subsistencia.
Vivió en terrazas fluviales hasta que los intensos fríos de la última glaciación le
llevaron a preferir chozas y cuevas.
En la medida en que todos los componentes del grupo debieron estar obligados a
participar en la recolección de frutos, en la caza o en la pesca, es de suponer la existencia
de una acusada cohesión social, con la correspondiente división del trabajo dentro de las
hordas. Se daría también cierta diferenciación respecto a las mujeres, las cuales por la
gestación y crianza de los hijos no acompañarían a los cazadores, dedicándose en cambio a
recoger frutos, lo que probablemente les convirtió en factor clave de la estabilidad del
grupo. La coordinación de esfuerzos de unas y otras tareas hubo de requerir el respaldo
de rígidas normas que regularan la convivencia y el trabajo en aquel sistema de vida, cuyo
signo variaría según las estaciones.
La rudimentaria vida económica del Paleolítico superior tuvo que ver con los
medios y formas de lograr el alimento. Su base fue la recolección de frutos, la pesca y
sobre todo la caza, que nos es mejor conocida por la pintura rupestre y por los restos
conservados en yacimientos de la época.
La recolección vegetal constituye el antecedente del cultivo agrícola que entonces
todavía es desconocido, la pesca habría sido principalmente fluvial o limitada a las rocas
costeras y con el Paleolítico superior coincide la era llamada de la Gran Caza, posible
por la abundancia de herbívoros a los que el hombre atacaba utilizando las cuevas como
refugio
Se usó la red, las fosas y trampas de peso, los lazos sencillos y empalizadas, adonde el
hombre mantuvo grupos de animales como reserva de alimentación para el consumo posterior.
Cazaron bisontes, cabra montés, ciervo y corzo, el jabalí y conejos.
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Se percibe una honda preocupación por el más allá, patente en las creencias que
inspiraron al hombre cuaternario el culto a sus muertos. Estos eran a veces enterrados en
sepulturas individuales y otras en fosas comunes. Al lado del cadáver se colocaban objetos
de uso personal y diversas ofrendas mortuorias.
A) Vida económica.
B) Sociedad y cultura
La Península fue conocida como Iberia por los griegos, quienes llamaron en
principio iberos a sus habitantes, hasta que este calificativo se redujo a los de la zona
mediterránea.
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LECCION 4ª
FUENTES DEL DERECHO Y SOCIEDAD POLÍTICA
"Así entre los kántabroi es el hombre quién dota a la mujer, y son las mujeres las que heredan y
las que se preocupan de casar a sus hermanos; esto constituye una especie de gynaikokratia, régimen
que no es ciertamente civilizado" (Geografía, lll, 4, 18),
"... es cosa común entre ellos, la valentía, no sólo en los hombres, sino también en las mujeres. Estas
cultivan la tierra; apenas han dado a luz, ceden el lecho a sus maridos y los cuidan. Con frecuencia
paren en plena labor, y lavan al recién nacido inclinándose sobre la corriente de un arroyo,
envolviéndole luego" (Geografía, III, 4, 17).
Hay noticias que nos hablan de un derecho escrito en Tartessos. Refiriéndose a los
turdetanos, Estrabón observa que "tienen escritos de antigua memoria, poemas y leyes en
verso, que ellos dicen de seis mil años" (Geografía, III, 1, 6), es clara y explícita la
afirmación de un derecho legislado, además se ha constatado la existencia de otras en
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diversos pueblos del Mediterráneo oriental, con quienes precisamente los tartesios
mantuvieron intensas relaciones.
A) Gens y gentilidades.
No nos son conocidos los nombres con que los pueblos indígenas designaron a la
propia comunidad política. Esta fue llamada por los romanos tribu o gens.
Por otra parte nos encontramos con las llamadas gentilidades o parentelas. Es una
forma intermedia entre la tribu y las familias, sería así una especie de clan o grupo
suprafamiliar con significación en la vida pública.
Los derechos del individuo derivan de su pertenencia a tal o cual gentilidad, que
por otra parte interviene en acuerdos o pactos a través de quien la representa.
Gens, unidad de primer orden; gentilitas, unidad de segundo orden; familia, unidad
de tercer orden.
Al ser las gentilidades grupos cerrados dentro de una gens más amplia, y
fundamentar además la identidad jurídica del individuo, forman clanes cuya
insolidaridad y fuerza van en detrimento de la cohesión de la comunidad política
organizada que podemos entender como Estado.
Elemento corrector de ese fenómeno fue una institución conocida con el nombre de
hospicio u hospitalidad, que amplía la protección social y jurídica de una gentilidad a
miembros ajenos a ella. Así el extraño o huésped se acoge a la tutela del grupo social en
que ingresa, pasando a ser considerado gentil o miembro de esa nueva gentilidad, con los
mismos derechos que los restantes componentes de ella.
En otras ocasiones el pacto tiene lugar entre dos grupos gentilicios, con lo que se
produce la equiparación y reciprocidad jurídica de todos sus miembros. Los acuerdos quedan
fijados por escrito.
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El régimen político de los Estados prerromanos fue unas veces monárquico, regido
por personas que ostentan un supremo poder y lo transmiten por herencia, y otras
aristocrático, desempeñado por magistrados elegidos por un cierto tiempo.
Los escritores romanos llamaron con frecuencia rey al jefe de la comunidad política
de los pueblos primitivos, y reyezuelo (regulus) a quien estaba al frente de las
organizaciones aristocráticas de la ciudad, o bien era el simple caudillo de una clientela.
En el mundo celtíbero se habla con cierta frecuencia de régulos o reyezuelos,
El príncipe (prínceps) aparece a veces corno el hombre más importante de una tribu o ciudad,
y otras como un miembro más de la casta nobiliaria dominante.
El acceso al poder debió ser objeto de pugnas y enfrentamientos.
En Lusitania no debió darse la denominación de régulos y reyes, y en Tartessos
aparece perfectamente definida la institución monárquica.
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En la vida política de los Estados indígenas existió una asamblea popular formada
por todos los hombres libres (concilium) y otra aristocrática o senado que desempeñó un
papel rector de naturaleza no bien conocida.
Las colonias fenicias y griegas debieron regirse por un sistema análogo a las
metrópolis fundadoras.
Al responder a intereses fundamentalmente comerciales, las colonias fenicias
fueron tanto establecimientos oficiales (Cádiz) como meras delegaciones mercantiles de
naturaleza privada.
Unas y otras permanecían vinculadas a las ciudades promotoras por vínculos
religiosos de culto habiendo de corresponder las colonias con la décima parte de los
ingresos del erario público.
El doble carácter político y comercial fue también característico de los
establecimientos griegos, que aparecen así corno auténticas colonias oficiales
(cleruquías), o bien como simples factorías comerciales.
Las colonias griegas mantuvieron estrechas relaciones con sus metrópolis de origen,
previstas normalmente de antemano en un documento o carta (apoikia) que establecía cierta
situación de igualdad, con lo que los conflictos eran resueltos por medio del arbitraje.
Las colonias podían crear a su vez subcolonias o delegaciones dependientes, las
cuales pagaban un tributo a esas poleis o ciudades fundadoras.
La presencia cartaginesa en la Península desde mediados del siglo tercero a.C., de
cara a su enfrentamiento con Roma, impuso un dominio irregular sobre la base del poder
militar y de pactos de hospitalidad y clientela.
Sus jefes fueron elegidos por el ejército en el seno de una familia, los Barcas,
siendo aceptados con análogo carácter de autoridades militares por parte de los españoles.
La jefatura del Estado era desempeñada anualmente por dos magistrados (sufetes),
existiendo asimismo la asamblea popular, un senado de quinientos miembros y cierta cámara,
el tribunal de los ciento cuatro, que pudo tener funciones delegadas de carácter general
y otras más específicas sobre cuestiones civiles y mercantiles.
El centro político y militar de la España cartaginesa fue la ciudad de Cartago
Nova (Cartagena), fundada por Asdrúbal y organizada a semejanza de la propia Cartago.
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LA ESPAÑA ROMANA
LECCIÓN 5ª. EL PROCESO JURÍDICO DE LA ROMANIZACIÓN.
I. El régimen provincial:
A) Provincia y lex provinciae.
B) División provincial de Hispania.
C) Sistema de gobierno: Magistrados y Asambleas Provinciales.
II. El régimen municipal:
A) Clases de ciudades.
B) Las leyes de colonias y municipios.
C) El gobierno local: Magistrados y Curia Municipal.
I. La vida económica:
A) El sector agropecuario, industria, comercio y minería.
B) Explotaciones agrarias y origen del régimen señorial.
II. Estructura social:
A) Clases sociales.
B) La crisis del Bajo Imperio y sus repercusiones:
1.- La adscripción a los oficios.
2.- El patronato.
I. La administración de Justicia:
A) Jurisdicción ordinaria y jurisdicciones especiales.
B) Los distritos judiciales o conventi juridici.
II. La Hacienda hispanorromana:
A) Los órganos financieros.
B) Los ingresos de la Hacienda: impuestos y recaudación.
III. El ejército en Hispania.
IV. La organización eclesiástica.
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LECCION 5ª
EL PROCESO JURÍDICO DE LA ROMANIZACIÓN
La presencia romana en España se inicia en el 218 a.C., con el desembarco del ejército
romano en Ampurias. Desde esa fecha hasta el año 19 a.C., en que Augusto sometió
definitivamente a cántabros y astures, transcurren dos siglos de lenta conquista, entre
incesantes guerras y rebeliones, lo que determinará desde el principio el diverso grado de
romanización existente en unas y otras regiones.
Al fin la Península quedó convertida en provincia pacificada (provincia pacata).
La Iberia de los escritores griegos era ya conocida como Hispania por los romanos.
En términos generales hay que observar que Roma respetó la vida política de las
comunidades indígenas siempre que éstas aceptaran su hegemonía, sojuzgándolas en cambio
cuando ofrecieron resistencia armada.
A esas dos actitudes de los pueblos hispánicos correspondieron las dos formas
ordenadoras de la presencia romana: los tratados (foedera) en el primer caso, o la exigencia
de rendición incondicional (deditio) en el segundo.
El pacto o foedus supuso la sumisión pacífica y una cierta alianza entre los dos
pueblos, el romano y el indígena. Los acuerdos se presentaron bien en un marco de amistad
y cierta igualdad, el llamado "pacto equitativo" (foedus aequum), o bajo la fórmula de
sumisión sin ambages a la soberanía romana: "pacto inicuo" (foedus iniquum).
La alteración de las cláusulas del convenio o su violación por parte de los
indígenas, llevaron a los romanos a sentirse liberados del compromiso, exigiendo la
rendición sin condiciones.
La deditio constituye el desenlace de la resistencia armada de quienes se han
negado a capitular.
Las ciudades así vencidas quedan como ciudades dediticias, que unas veces subsisten
pagando un tributo a Roma (ciudades estipendiarías) y otras perecen arrasadas, pasando su
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territorio a ser dominio romano. Los habitantes pierden sus derechos y organización
política, y ocasional mente también la libertad convirtiéndose en esclavos a merced de los
conquistadores, si es que ellos mismos antes no optan por darse muerte.
Roma consideró a España territorio provincial y desde el 193 a.C. lo dividió en dos
provincias, Citerior y Ulterior, que dieron cabida durante el proceso colonizador tanto a
esas ciudades indígenas de diversa condición jurídica, como también a los establecimientos
romanos (colonias) donde rigió el derecho de la metrópoli.
Coexistieron así los ordenamientos jurídicos indígenas con el propio ordenamiento
romano, que a efectos de las personas integradas en el Imperio distinguió entre los propios
ciudadanos romanos, los latinos y los peregrinos. Fuera, más allá de las fronteras,
quedaban los bárbaros.
Los ciudadanos romanos (cives romani) forman parte del pueblo de Roma y ostentan
la plenitud de los derechos civiles y políticos. Estos ciudadanos son personas
jurídicamente capaces que intervienen en el gobierno de la civitas romana y de los
territorios a ella incorporados.
Los latinos constituyen una categoría inferior. Su origen se remonta a la situación
de los pueblos del Lacio confederados con Roma (latini prisci), convertida luego en una
cuasi-ciudadanía o ius latii aplicada a personas de las provincias que forman parte del
Imperio.
Quienes eran titulares de ese ius latii se regían por el derecho romano en lo
relativo a asuntos comerciales y patrimoniales (ius commercium), pero de ordinario no
podían usar de él en lo relativo a otras cuestiones civiles -el matrimonio con romanos (ius
connubii)- ni por supuesto en el ejercicio de los derechos estrictamente políticos: derecho
al voto (ius sufragii) o a ser elegidos para desempeñar cargos en Roma (ius honorum).
Los peregrinos son en general los extranjeros o no ciudadanos que viven en el
Imperio. Se considera peregrinos a los extranjeros que habitan en el mundo romano
conviviendo según las normas amplias del derecho de gentes.
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Ese específico derecho de los magistrados municipales, llamado minus Latium, fue
ampliado a comienzos del siglo II, durante el gobierno de Adriano, convirtiéndose en el
maius Latium, que prolongaba idéntico beneficio a la totalidad de los miembros del consejo
municipal.
Por otra parte la concesión del ius latii a una ciudad permitía que se organizara
de modo análogo a las colonias de ciudadanos romanos, disfrutando sus habitantes de una
condición similar a la de éstos.
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A) El derecho romano
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El rigor y las complejidades técnicas del derecho romano clásico excedieron las
posibilidades de asimilación de las gentes de un Imperio tan amplio como desigual en
cultura, con lo que en la vida cotidiana se dio paso a un proceso vulgarizador que marginó
las grandes distinciones conceptuales de aquel derecho clásico, eliminó sus más
significativas construcciones procesales y simplificó, en suma, el gran aparato teórico en
beneficio de una aplicación más realista y sencilla.
La expresión derecho romano vulgar aparece en 1880, en un trabajo de Brunner,
atribuida al derecho usado por los habitantes de las provincias en la etapa avanzada del
Imperio.
La vulgarización del derecho romano fue obra tanto de la masa popular como de
asesores jurídicos profesionales, quienes de cara a la vida práctica elaboraron
interpretaciones o resúmenes de códigos y escritos de juristas.
Max Kaser ha insistido en que el vulgarismo tuvo como causa la intromisión de
juristas legos al desaparecer la jurisprudencia clásica en el siglo III, y también más
tarde cuando las concepciones populistas fueron no ya sólo defendidas por esos
profesionales del derecho, sino que se abrieron paso en el espíritu de la legislación
imperial.
Desde el segundo tercio del siglo II al siglo III nos encontramos con la etapa
cuasiclásica (Levy) o epiclásica (Wieacker), en la que se llevan a cabo refundiciones de
obras jurídicas de tendencia clasicista donde, por su propia insuficiencia, hay ya signos
del proceso vulgarizador. Desde el siglo III el derecho vulgar es una realidad autónoma.
Constantino y sus consejeros, formados éstos en la retórica, rechazan en definitiva
la tradición clásica.
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LECCION 6ª
ORGANIZACIÓN PROVINCIAL Y MUNICIPAL DE HISPANIA.
Provincia fue en principio el conjunto de facultades del magistrado que había sido
nombrado para regir y dominar (pro vincere) la nueva demarcación, pasando luego a designar
el propio ámbito geográfico donde esas funciones eran ejercidas.
El territorio de la provincia fue considerado dominio público del pueblo romano
(ager publicus) y sus habitantes ostentaron la condición de peregrinos.
Tras la conquista militar y la sumisión consiguiente, Roma procedía a ordenar
jurídicamente el distrito mediante una Ley de la Provincia (lex provinciae), que
contemplaba tanto las atribuciones del magistrado encargado de su gobierno, como el status
legal del territorio y la organización de las ciudades correspondientes.
A tal efecto el Senado solía enviar una comisión de diez senadores, quienes de
acuerdo con la autoridad militar establecían mediante esa ley el régimen jurídico de la
circunscripción.
Por lo que respecta a España sabemos que al año siguiente de la rendición de
Numancia (133 a.C.), es decir, cuando se consideró que existía un aceptable grado de
pacificación, hicieron acto de presencia los diez senadores.
El texto de nuestra Lex provinciae no nos es conocido, pero cabe observar que por
esas fechas los territorios peninsulares no constituían ya una única provincia sino dos
(la Citerior y la Ulterior), con lo que es posible que la ley delimitara las fronteras de
una y otra, o bien incluso, según aventuró Schulten, que la comisión dictara leyes distintas
para esas dos provincias ya diferenciadas.
Probablemente desde comienzos del siglo segundo a.C., y más en concreto desde la
derrota cartaginesa en Ilipa el año 206, los romanos consideraron a la Península
territorio provincial, sujeto a los procónsules designados por el Senado.
Sin embargo, el desarrollo de la estrategia bélica en dos frentes diversos y con
ejércitos independientes, debió condicionar la decisión de Escipión de dividir esa única
circunscripción administrativa, formando en el 197 a.C. dos provincias sobre las respectivas
zonas militares: el valle del Ebro y la costa levantina, de un lado, y Andalucía de otro.
Las dos provincias recibieron los nombres de Citerior y Ulterior, tal vez en razón
de su mayor o menor cercanía a Roma. Los límites fueron establecidos por los pretores de
las respectivas circunscripciones. Ahora bien, si se tiene en cuenta que la historia de esas
dos provincias fue la historia misma de la conquista romana, es comprensible que ellas
fueran ampliándose progresivamente hasta incluir la Citerior la totalidad de la costa
mediterránea y el norte de España, mientras la Ulterior daba cabida a la parte meridional
y a los territorios de occidente.
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desigualdades eran sobre todo notorias en la provincia Ulterior, donde contrastaba una
zona andaluza ricamente romanizada, con la zona occidental mucho más pobre y también más
conflictiva.
La primera reforma de Augusto fue precisamente dividir esa provincia ulterior en
dos la Bética, proyectada sobre la actual Andalucía, y la Lusitania, que comprendía
amplios territorios de Portugal junto a otros extremeños y salmantinos.
La provincia Citerior se mantuvo con ese nombre, al que fue en seguida incorporado
el de Tarraconense (Hispania Citerior Tarraconensis) por tener su capital en Tarraco
(Tarragona).
Otra reforma acometida fue la división de todas las provincias del Imperio en dos
categorías: senatoriales o más pacificadas, que seguirían dependiendo del Senado según el
viejo sistema, y las llamadas imperiales, que por requerir mayor control y presencia de
tropas debido a su no total sumisión, pasaban a depender del emperador. Se trataba, por
otra parte, en este último caso, de una dependencia directa o inmediata, pues el mismo
emperador podía ejercer en virtud de sus poderes cierta facultad de vigilancia indirecta
de las provincias senatoriales.
La Bética fue desde entonces, a partir del 27 a.C. o de los años siguientes, una
provincia senatorial, mientras la Citerior y la Lusitania quedaron como imperiales.
Al concluir las guerras en el norte de la Península y lograrse la paz total, los
territorios de la cornisa cantábrica fueron adscritos a las provincias limítrofes de donde
procedían los ejércitos que allí habían actuado. De esta forma la provincia Citerior
incorporó a los cántabros, mientras astures y galaicos pasaron a depender de la Ulterior
o de la Lusitania.
Las fronteras entre las tres provincias, no muy precisas, sufrieron una nueva
remodelación entre los años 7 y 2 a.C. Entonces Augusto separó de la Lusitania los
territorios del norte del Duero, que pasaron a la Citerior, la cual también se acrecentó
con el distrito minero de Castulo (Linares) y otras regiones hasta entonces pertenecientes
a la Bética.
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A) Clases de ciudades
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Los ciudadanos de colonias y municipios se asemejaban más a los meramente latinos que a
los ciudadanos de Roma e Italia, por cuanto aquéllos, los colonos, pagaban salvo
excepciones el tributum solí, del cual estaban exentos los ciudadanos de Italia en tanto
titulares de la propiedad quiritaria.
Finalmente, como destaca el profesor Merchán Fernández, colonias y municipios
tendieron con el tiempo a la igualación de sus estatutos, resultando prácticamente
semejantes sus formas administrativas a la altura del siglo II.
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perpendiculares, de norte a sur y de este a oeste, cuya intersección sitúa el forum o plaza
central, con las correspondientes calles paralelas. Marcado asimismo el perímetro de la
ciudad, se procede al reparto de las parcelas cuadradas de terreno (centuriae) y, dentro de
ellas, de los lotes de tierras (sortes) para los colonos, según criterios que en el caso de
colonias militares tuvo probablemente que ver con el rango castrense de los futuros
habitantes.
Los campos que no eran propiedad del Estado quedaron como comunales para uso de
los vecinos.
La fundación de una colonia significó, en fin, trasplantar la imagen de la Roma-
ciudad al territorio provincial, según se aprecia tanto en el remedo de la propia
estructura urbanística del forum, cuanto en la recepción en la colonia del sistema jurídico
romano.
Los municipios aparecen como ciudades provinciales a las que se ha concedido el
régimen jurídico latino o romano, organizando su propia constitución de acuerdo con el
gobernador o las personas comisionadas al efecto.
En un principio, municipios fueron las ciudades itálicas relacionadas con Roma
pero carentes de derechos políticos (civitates sine suffragio), pero al adquirir más tarde
un reconocimiento plenario se habló de los munícipes, es decir de sus habitantes, corno
ciudadanos no nacidos en Roma.
Tras las reformas de César, Augusto potenció la conversión en municipios de muchas
ciudades indígenas del Imperio, y entre ellas de varias ciudades españolas situadas sobre
todo en la provincia Tarraconense.
Con la concesión de Vespasiano, todas las ciudades indígenas de la Península
pasaron a regirse por el derecho latino, quedando sus magistrados y familias convertidos
en ciudadanos. Tras el otorgamiento general de la ciudadanía por Caracalla, dejó de tener
sentido la diferencia entre colonias y municipios romanos y latinos.
Las leyes ordenadoras de colonias y municipios fueron leges datae, es decir, dadas
directamente por un magistrado autorizado a ello por los comicios en virtud de una ley
comicial.
Es posible la existencia de un modelo comun al que se ajustaron las leyes
municipales itálicas y las españolas.
En España existen dos leyes fundamentales. La primera, de carácter colonial, es la
ley de Urso. La segunda, municipal, es la Lex Flavia Municipalis, reproducida y adaptada
en tres textos principales (Ley de Salpensa, Ley de Málaga y Ley de Irni). El conocimiento
riguroso de esa legislación colonial y municipal se debe fundamentalmente a Alvaro d'Ors.
César decidió fundar en Osuna una colonia de ciudadanos, llamada Genetiva Iulia.
La ley reguladora de la colonia fue promulgada por Marco Antonio en el año 44 a.C.,
sufriendo después modificaciones diversas.
Esa Ley de Urso, Lex coloniae Genitivae Iuliae, se conserva en unas tablas halladas
en Osuna a fines del siglo XIX (bronces de Osuna) y en once fragmentos encontrados en El
Rubio (bronces de El Rubio) a principios del XX.
Trata de muy diversas cuestiones del régimen local: magistrados, funcionarios,
ingresos de la colonia, colegios sacerdotales de pontífices y augures, orden procesal, obras
públicas, policía interna, defensa militar, etc.
Los diversos capítulos de la redacción primitiva fueron objeto de interpolaciones
ulteriores.
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En fecha cercana y posterior al año 17 a.C., Augusto dio a los municipios de Italia
la lex Iulia municipalis.
Tras haber sido concedida la latinidad a España, el emperador Domiciano otorgó a los
municipios hispánicos hacia el año 90 esa ley de Augusto, reformada y adaptada, como Ley
Flavia Municipal.
La Ley Flavia sufrió a su vez algunas alteraciones al ser acogida por los distintos
municipios, dando lugar en la Bética a las tres leyes conocidas, copiadas todas ellas del
modelo principal.
Ley de Salpensa. Fue promulgada para la ciudad latina de Salpensa, junto a la
actual Utrera. La lex Salpensana, según la conocemos, hace referencia a la adquisición de
la ciudadanía por quienes desempeñan magistraturas municipales, y regula asimismo el
juramento y derecho de veto (intercessio) de esos magistrados, formas de manumisión, etc.
Ley de Málaga. Con un contenido semejante a la ley de Salpensa, el tratamiento de
los temas municipales aparece quizás con mayor orden y sistemática. La Lex Malacitana
refiere la mecánica global de accesos a las magistraturas (convocatoria de los comicios,
requisitos para ser elegido, proclamación de los candidatos, etc.), junto al régimen de
contratas y la administración de fondos públicos.
Ley de Irni. Se trata de la ley de un pequeño municipio, que debió llamarse Irni,
cuyo texto traducido ha sido dado a conocer por D'Ors en 1984. En lo que la conocemos, la
Ley Irnitana trata de las magistraturas municipales, administración, jurisdicción, edicto
local, nombramiento y competencia de jueces, comparecencia de litigantes, etc. Entre sus
particularidades cabe señalar que la propia ley menciona a las personas encargadas de
velar por su publicación en el municipio.
La ley de Irni reproduce en la práctica totalidad el texto de las leyes de Salpensa
y Málaga.
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El consejo municipal (curia, senatus), formado a imagen del Senado romano, era una
asamblea compuesta normal mente de cien personas (decuriones), que ostentaba los máximos
poderes legislativos, políticos, judiciales y militares en cada ciudad.
Como supremo organismo, sus resoluciones resultaron vinculantes para los dunviros.
Los decuriones disfrutaban de singular dignidad y reconocimiento: precedencias en
actos solemnes, uso de traje especial, exención de penas infamantes o ventajas en el reparto
de donativos públicos.
Eran elegidos cada cinco años mediante un procedimiento que tal vez dio cabida a
la cooptación. Se exigía en todo caso la ciudadanía municipal y una edad mínima de treinta
años, luego rebajada, junto a una solvente posición económica.
La designación fue vitalicia, si bien podían ser separados de la curia en algunos
supuestos de indignidad. De ordinario los exmagistrados pasaban automáticamente a formar
parte de la curia, con lo que en principio, como ha señalado Merchán, la voluntad popular
se reflejó tanto en la asamblea como en los agentes ejecutivos. Más tarde ese espíritu
democrático quedó cautivo de las oligarquías familiares.
Los acuerdos en el senado municipal fueron adoptados de ordinario por mayoría
simple, debiendo en ocasiones constar los votos por escrito y hasta excepcionalmente ser
reforzados por el juramento.
Era variable el número mínimo de decuriones requerido para celebrar las sesiones,
no exigiéndose número especial en los casos de urgencia por "tumulto". Los acuerdos
quedaban registrados en acta.
Con la crisis económica del Bajo Imperio, la misma curia fue encargada de la
recaudación de los tributos en el territorio municipal, con lo que ser decurión o curial se
convirtió de hecho en un cargo con enojosas responsabilidades financieras, agobiantes
incluso cuando, ante el impago de impuestos, los curiales fueron obligados ellos mismos a
responder solidariamente de la cantidad global que se debía obtener.
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LECCION 7ª
ESTRUCTURA ECONOMICA, SOCIAL Y ADMINISTRATIVA DE HISPANIA.
Fueron agudas las diferencias entre las zonas ricas de Andalucía o Levante y los
territorios más pobres del interior o del norte.
Esta heterogeneidad de formas económicas osciló a lo largo del proceso de
romanización. Cuatro etapas principales: una primera en que la producción estuvo en
función de las necesidades del ejército conquistador; la segunda de explotación
propiamente dicha; la tercera coincidente con una honda depresión económica, y la cuarta
a partir de la caída de Numancia, cuando el aprovechamiento fue intenso a fin de compensar
la menor producción de un Oriente helenístico sumido entonces en guerras.
La producción textil dio lugar a una industria floreciente que debió resultar
competitiva en el comercio mediterráneo. Los establecimientos y talleres alfareros
alcanzaron notoriedad imitando las creaciones itálicas y de las Galías. La industria naval
se desarrolló pujante en Cádiz y Cartagena, de donde sabemos procedían la jarcia y cordajes
de las naves armadas por César para invadir Britania. Aquellas ciudades fueron asimismo
grandes centros de la industria de salazón de pescados, actividad de origen fenicio que
ahora alcanzó un importante auge con múltiples factorías en las costas de Levante,
Andalucía y Portugal.
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Las vías y calzadas, los puentes y las obras públicas en general, aparecen como
realizaciones en las que brilla de modo singular el genio romano. Las rutas principales,
con los miliarios como sistema de orientación, formaron una red básica de comunicaciones
que habría de perdurar durante los siglos medievales y aun modernos. Las vías romanas se
ajustaron en principio a necesidades militares y comerciales.
Como es lógico, semejante red de comunicaciones facilitó el florecimiento del
comercio interior, tanto oficial como privado, con la consiguiente presencia de mercaderes
y negociantes. El intercambio de productos se vio favorecido por el uso de la moneda, tanto
del denario romano como de las acuñaciones autóctonas e incluso de las monedas griegas.
Debieron existir así cambistas y manifestarse en España esos fenómenos típicos del
capitalismo romano como el crédito, los préstamos y la usura.
La Península había entrado además en las grandes rutas mediterráneas del comercio
exterior, exportando productos textiles manufacturados, aceite, vinos, conservas pesqueras
y, sobre todo, la gran reserva de sus riquezas minerales.
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A) Clases sociales.
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La peor condición correspondió a siervos y esclavos, quienes por carecer del status
de personas no eran siquiera sujetos de derecho. Su precaria situación se hizo algo más
llevadera conforme penetró la influencia del estoicismo y, sobre todo, del espíritu
cristiano, que propiciaron un mejor trato e hicieron más frecuentes las manumisiones.
Los esclavos lo eran por nacimiento (hijos de padres siervos) y como consecuencia
del cautiverio en guerras, aunque a veces los romanos devolvieran a los prisioneros a sus
comunidades de origen.
Junto a esas causas principales existieron otras de menor entidad, como la
esclavitud por piratería, las autoventas de hombres libres como siervos y la reducción a
la esclavitud por pena.
Esclavitud por piratería. La captura de piratas fue una fuente del mercado de
esclavos, más abundante en períodos de paz, cuando no había lugar al aprovisionamiento
normal y característico de la guerra.
Esclavos por autoventa. El hombre libre se vende a sí mismo como esclavo (obnoxatio).
Fue motivado por puras necesidades de subsistencia, o para redimir con el trabajo en la
esclavitud las deudas contraídas como hombre libre.
Esclavitud por condena. El hombre libre se convierte en esclavo en virtud de
sentencia judicial. La reducción a la servidumbre por pena (damnatio) debió incluir a los
condenados en procesos de confiscación.
Esos esclavos, abundantes en la etapa final de la República y en los dos primeros
siglos de nuestra era, tuvieron origen diverso y parece que fueron más los extranjeros que
los indígenas. Hubo esclavos públicos y privados, con el consiguiente doble tipo de
libertos, ocupando los esclavos privados muy diversos puestos en la actividad productiva.
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2.- El patronato
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LECCION 8ª
LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA, LA HACIENDA, EL EJÉRCITO Y LA
IGLESIA.
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La división en conventos debió desaparecer a fines del siglo III, trastocados sus
límites por la reforma provincial de Diocleciano.
Los gastos del Estado romano fueron soportados de modo desigual por los
territorios de Italia y por las provincias. En éstas la aportación de las ciudades dependió
de su condición jurídica de federadas, libres o estipendiarías
Los ingresos provinciales estuvieron centralizados durante la República en una
caja, el Aerarium Saturni, cuya administración correspondió al Senado.
Al diferenciarse las provincias senatoriales e imperiales, los recursos procedentes
de aquéllas ingresaron como de costumbre en el erario, mientras para los de las imperiales
se habilitó otra caja distinta o fisco del emperador (Fiscus Caesaris), de origen y
naturaleza poco claros. No existe además acuerdo acerca de si era una caja pública, o bien,
una caja privada del emperador, de cuyo contenido en consecuencia podía él disponer a
título particular.
Con el Bajo Imperio, el Aerarium dejó progresivamente de allegar recursos, hasta
aparecer de hecho como una mera arca municipal de la ciudad de Roma. El creciente
intervencionismo imperial fortaleció en cambio al Fiscus Caesaris, convertido en caja única
de todos los ingresos provinciales y que desde Dioclecíano fue llamado Sacrum Aerarium.
Una ulterior reforma de Constantino puso al frente de esa caja central al "conde
de las sacras larguezas" (comes sacrarum argitionum), asistido por delegados en las
distintas diócesis.
La administración financiera provincial quedó en la época republicana bajo la
autoridad de un quaestor. Con el doble régimen de las provincias senatoriales e imperiales,
el quaestor siguió en aquéllas, mientras las cuestiones hacendísticas de éstas corrieron a
cargo de los procuratores Augusti.
En el Bajo Imperio distintos funcionarios cuidaron en las provincias de los
ingresos públicos y privados del soberano.
Los impuestos pagados por los provinciales a Roma fueron tanto directos como
indirectos. Entre aquéllos se dieron los de carácter territorial y los impuestos personales.
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El ejército fue una institución capital de la España romana. Y ello tanto por los
dos siglos que duró la conquista, con la presencia permanente y activa de huestes militares,
como por el destacado papel de ellas en el proceso romanizador y hasta por la propia
incorporación de los españoles a las tropas romanas en calidad de legionarios y auxiliares.
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El ejército romano se organizó en los primeros tiempos como una milicia ciudadana,
formada mediante el reclutamiento forzoso de los cives de pleno derecho.
La leva dejaba así fuera a los proletarii o gentes sin medios de fortuna, censados
en función del número de hijos. Los primeros soldados romanos fueron pues propietarios
territoriales.
La reforma militar de Mario en el año 107 a.C. invirtió el sistema, excluyendo a los
antiguos soldados e integrando a los proletarios en una milicia de carácter profesional.
El quehacer castrense facilitó entonces que el soldado consiguiera tras la licencia
tierras donde asentarse como propietario.
Al ejército de ciudadanos se incorporaron pronto como socios los aliados itálicos
y, más tarde, los soldados indígenas de las provincias romanizadas.
Los hispanos colaboraron unas veces como mercenarios, figurando otras alistados
obligatoriamente en tropas de no ciudadanos, sin perjuicio en cualquier caso de los pactos
suscritos por grupos indígenas para ayudar a los romanos en distintas campañas.
La prolongada duración del servicio militar en las provincias facilitó que muchos
soldados desearan instalarse en ellas, convirtiéndose en residentes que a menudo no
retornaron a Italia. El estimable volumen de las colonias de soldados asentadas en España,
más fuerte en la época de César, hizo de los militares y sus descendientes agentes claves
del proceso romanizador. Tal fenómeno fue especialmente notorio en aquellas provincias,
como la Bética, que disfrutaron de un acentuado influjo colonial.
Los plenos poderes obtenidos por Augusto incluían el imperio proconsular que le
daba el mando supremo del ejército. Establecidas las provincias imperiales, el ejército
operó en ellas con independencia de los gobernadores y bajo la dirección de los legati
Augusti. Tuvo lugar además una articulación definitiva de las milicias profesionales,
integrando en cuerpos distintos a ciudadanos e indígenas. Aquéllos formaron parte de las
legiones y éstos de las tropas auxiliares.
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LA ESPAÑA VISIGODA
LECCIÓN 9ª. LOS PUEBLOS GERMANOS. ESTRUCTURA ECONÓMICA Y SOCIAL DE LOS VISIGODOS.
I. La Administración Central:
A) El Oficio Palatino.
B) El Aula Regia.
II. La Administración Territorial:
A) Provincias y territorios visigodos.
B) Las autoridades: duques y condes.
III. La Administración Local: Curia municipal, funcionarios y asamblea de vecinos.
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LECCION 9ª
LOS PUEBLOS GERMANOS. ESTRUCTURA ECONÓMICA Y SOCIAL DE LOS
VISIGODOS.
La irrupción de pueblos bárbaros, gentes que vivían más allá de los límites del
Imperio, y su ulterior establecimiento en el mundo romano, constituyen un fenómeno de
larga duración y muy complejas causas.
Parece claro que esas invasiones bárbaras consistieron en la infiltración
progresiva y lenta de pueblos enteros, ocasionalmente aliados con los romanos para
defender al Imperio de la amenaza de otros pueblos extraños. Son así explicables en función
de factores muy diversos e interrelacionados: problemas geográficos, estructura
socioeconómica de los grupos que irrumpen, búsqueda de tierras con mejores condiciones
climáticas y posibilidades de cultivo, conflictos bélicos, etc.
La mayoría son germanos, se ha distinguido de ordinario a tres conjuntos distintos
de pueblos, nórdicos, germanos orientales y occidentales. Dos pueblos germánicos
occidentales, suevos y vándalos, junto a los alanos procedentes de oriente, aparecen en
España al despuntar el siglo V.
Los pueblos germánicos cruzan los Pirineos en el otoño del 409. Tras dos años de
incursiones por tierras peninsulares, se establecieron en la antigua provincia de
Lusitania, en la parte occidental de la Cartaginense., en la Gallaecia, y en la Bética.
Con estos asentamientos del año 411, los primeros invasores ocupan la Península a
excepción del sector oriental de la Cartaginense y la provincia Tarraconense, donde cuatro
años después penetran los visigodos bajo la dirección de Ataulfo.
Tras esa incursión en la provincia Tarraconense, de carácter episódico, un rey
político y negociador como Valia sucede a Ataulfo que había sido asesinado en Barcelona.
Valia pacta con los romanos en el año 418, recibiendo tierras en las Galias para asentarse,
a cambio de combatir como pueblo federado a los enemigos del Imperio. Se constituye así el
reino visigodo en el sur de Francia con capital en Tolosa.
A partir de mediados del siglo V, los visigodos penetran en España durante los
reinados de Teodorico II (453-466) y de Eurico (466-484), quien ocupa la Tarraconense y la
Lusitania.
Eurico aparece propiamente, desde la sede de Tolosa, como primer rey visigodo de
España, y al finalizar el siglo, durante el reinado siguiente de Alarico II (484-507),
importantes contingentes populares góticos se instalan de modo estable en territorios
hispánicos.
Tras un período de supremacía ostrogoda, seguido de años de anarquía, a mediados
del siglo VI Atanagildo traslada la capital del reino visigodo a Toledo. Desde entonces
el Estado de Toledo permanece como única entidad política hasta su derrumbamiento a
principios del siglo VIII.
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o para reclamar la composición económica (Wergeld) que habrá de ser distribuida entre sus
miembros.
Pertenecer a la Sippe facilita el auxilio procesal de que el juramento particular
se convierta en solidario y genealógico, por cuanto ese juramento es reforzado por el de
los restantes componentes, convertidos así en cojuradores.
Además el conjunto de derechos y deberes propios de la comunidad parental puede
hacerse extensivo a extraños mediante la llamada fraternidad artificial, formalizada por
el juramento y la mezcla simbólica de sangre de quienes oficialmente se hermanan:
comunidad militar y económica, compromiso a la venganza recíproca, hospitalidad y mutuo
auxilio, traducido a veces en procurarse sepultura decorosa, e incluso pactan a menudo la
comunidad de bienes.
En lo relativo a la condición de las personas, la población germana estuvo
compuesta de hombres libres, entre los que destaca la clase aristocrática dominante; de los
semilibres, que siendo sujetos de derecho prestan determinados servicios a su señor; y de
unos siervos situados en los estratos inferiores que pueden ser manumitidos de forma
ordinaria para convertirse en semilibres, o bien mediante otro procedimiento privilegiado
que les confiere la libertad plena. La composición económica o Wergeld del libre es doble
a la del semilibre.
Los hombres libres se agrupan con frecuencia en la clientela o séquito (Gefolge) de
señores poderosos, quienes mantienen o ayudan al cliente a cambio de la prestación de
determinados servicios.
Los propios reyes fueron cabeza de esas clientelas. Elegido el monarca como "rey
del ejército" (Heerkiinig), es decir del pueblo en armas, la realeza germánica tuvo muchas
veces su origen en esas comitivas o séquitos. La proliferación de los lazos privados
condicionó así el propio carácter público de la organización política.
En el orden económico fueron frecuentes las explotaciones agrícolas
características de un cierto tipo de aldeas (las Haufendiirfer), así como el reparto de la
tierra a los grupos parentales, seguido de sorteo para adjudicar a cada individuo su cuota
en los terrenos de la marca, mientras todos utilizan colectivamente los territorios de
bosques y prados comunes (Allmende). La casa, huerto y parte correspondiente a la marca
común, componen una unidad económica que los germanos llamaron Hufe.
El pueblo visigodo se instaló en las Galias, mediante el pacto o foedus del 418,
erigiendo allí el reino tolosano, para desplazarse luego a la Península y organizar el
reino de Toledo.
A cambio de los servicios y ayuda militar de pueblos extraños, Roma se vio obligada
a arbitrar un procedimiento para instalar adecuadamente a sus ejércitos. Tal
procedimiento consistió en la llamada "hospitalidad" (hospitalitas), institución descrita
en un texto del año 398 que figura en el Códido Teodosiano y en el de Justiniano: Según se
aprecia, la hospitalidad consiste en que, conservando el dueño dos terceras partes de su
propia casa, la que él escoja primero y la que quede tras la elección subsiguiente del
huésped, éste recibe para instalarse un tercio de la vivienda. Obviamente tal fórmula,
apropiada para el alojamiento de huestes militares, resultó insuficiente a la hora de
acoger a pueblos enteros. En esta coyuntura, propia de las invasiones bárbaras, hubo que
hacer frente a esas nuevas necesidades acudiendo a la instancia de repartir las tierras.
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Por el pacto del 418 entre Valia y el emperador romano Honorio los visigodos
quedaron establecidos en la Aquitania. Al no conservarse el texto del foedus la cuestión
global del reparto ha sido objeto de interpretaciones diversas.
¿Qué se repartió?
Según Torres fueron objeto del reparto toda clase de fundos, grandes y pequeños,
junto con las casas a las que por extensión analógica se aplicaron los principios de la
hospitalidad militar romana.
García-Gallo estima en cambio que sólo debieron dividirse los latifundios, habida
cuenta de que el reparto de las pequeñas propiedades hubiera dejado a unos y otros sin
medios adecuados de subsistencia.
Los fundos repartidos comprenderían las tierras laborables, pero también algunos
bosques y prados de propiedad particular (no los compascua, antes citados).
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A) Factores agropecuarios
En los aspectos fundamentales persistió cuanto había sido común en los años
postreros de la vida romana.
Destacó ahora la industria metalúrgica y más concretamente la orfebrería, y
aunque es probable que la extracción de minerales fuera en general más reducida, las minas
de oro gallegas ocuparon un lugar principal en el período siguiente. Por referencias de
leyes de la época, nos consta también la conservación de la industria de tejidos y de la
harinera. En las industrias agrícolas sobresalió la fabricación de aceite, producto básico
en el mercado de exportación.
Las diversas actividades exigirían cierto grado de especialización profesional,
con la consiguiente formación de aprendices junto a maestros en el seno de la tradición
artesana.
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En la Península negociaron los orientales, cuya significación fue tan notoria como
para merecer que el Líber Iudiciorum les dedicara un título completo (De transmarinis
negotiatoribus). Esos comerciantes disfrutaron de una jurisdicción especial, dirimiendo
sus pleitos ante los telonarii, funcionarios que juzgan conforme a los principios y usos
del derecho marítimo mediterráneo vigente entonces, y que probablemente intervienen
también como recaudadores de los derechos de aduana. Los comerciantes nativos que trafican
con esos negotiatores griegos y sirios, fueron principalmente judíos.
El comercio con Italia fue importante durante la etapa de influencia ostrogoda en
el siglo VI, coincidiendo luego en Mallorca la ruta del tráfico itálicolevantina con el
comercio de los bizantinos asentados en las islas. Las relaciones con Africa tuvieron en
Cartago un hito clave en lo referente a la actividad de los navegantes españoles. El
comercio con Francia tuvo lugar por vías marítimas y probablemente también por la
terrestre de las calzadas romanas que comunicaban la zona de la Cataluña mediterránea
con Narbona. Galicia mantuvo a su vez relaciones con las Islas Británicas y fue asimismo
tránsito obligado para los comerciantes orientales que allí se dirigían, tras bordear las
costas mediterránea y atlántica de la Península.
Soporte del comercio interior fue la red de vías y comunicaciones romanas, con un
tráfico de cuya regulación se ocupó Leovigildo, así como las rutas marítimas y fluviales
que probablemente ofrecían un margen mayor de seguridad.
En algunas localidades importantes la gente se reunía en el mercado (in conventu
mercantium) para negociar allí el tráfico de mercancías.
La economía visigoda fue preferentemente monetaria, sobre todo en los núcleos
urbanos, aunque la moneda resultara a veces desplazada en el pago de los tributos por
aportaciones en especie. La base del sistema fue el sueldo de oro, ampliamente difundido
en el Bajo Imperio a partir de Constantino. La libra y la onza (compuestas de 72 y 6 sueldos,
respectivamente), que aparecen en los textos jurídicos, son más unidades de peso que de
valor.
La moneda acuñada en el reino visigodo fue el tremís, tercera parte de un sueldo.
La siliqua de plata (1/24 del sueldo) y las monedas de bronce circularon como unidades
fraccionarias.
Las acuñaciones se llevaron a cabo en sitios diversos, llegándose a contar hasta
sesenta ciudades donde esa moneda visigoda fue fabricada. En los talleres y cecas se acuñó
el tremís o triente de oro, que desde Leovigildo aparece con su nombre a modo de moneda
nacional. Parece probable que los tremisses fueran acuñados con el oro obtenido en la
Península, lo que explicaría la proliferación de cecas en regiones como Galicia donde
abundaron yacimientos auríferos.
La ley de la moneda, relativamente estable durante un siglo, se degradó de forma
ostensible en los últimos reinados de Egica y Witiza, originándose un caótico panorama que
probablemente tuvo también que ver con la prohibición de que los judíos se dedicaran al
comercio.
La economía monetaria originó la correspondiente actividad de banqueros
(argentarii) y prestamistas. El interés legal de los préstamos fue fijado por Eurico en un
12,5% al año. Si el prestamista hubiera forzado la fijación de tipos mayores, la tasa
extralegal no deberá pagarse, como tampoco se abonarán los intereses no estipulados.
A) Godos y romanos.
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B) Estructura social.
l.- La aristocracia
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palaciegos son conocidos como "fieles del rey" (qui regis fideles erant), siendo también
designados con la voz franca de leudes. Con ellos, los comites o condes que rigen las
demarcaciones o distritos, constituyen una comitiva regia que acrecienta su patrimonio
mediante mercedes y beneficios del monarca, prefigurando así, según las investigaciones
de Sánchez Albornoz, algunos rasgos característicos del posterior mundo feudal.
A su vez los propios nobles cuentan con el concurso de clientelas de hombres libres,
que viven en la comunidad doméstica del magnate y reciben de él armas. Estos clientes,
llamados sayones, prestan diversos servicios como ejecutores de las órdenes del dueño, a
quien corresponde todo cuanto ellos ganan.
Los libres que viven en la ciudad proceden tanto de los antiguos curiales como de
la población artesana y comerciante integrada en las corporaciones profesionales.
La persistencia de los curiales es segura en esta época, aunque al formar un grupo
hereditario y cerrado su número va disminuyendo hasta desaparecer como fuerza social.
Los artesanos y gentes dedicadas al comercio, considerados como privates, se
agrupan por oficios, al igual que en la época anterior, en diversos collegia, lo que
contribuye a mantener entre los collegiati ciertos vínculos de cohesión social. Conservan
su independencia económica si bien, como los curiales, han de soportar algunas
restricciones a la libertad de enajenar sus bienes.
Los pequeños propietarios rurales, genéricamente calificados de possessores, son
labradores godos que accedieron a las tierras en virtud de los repartos, y sobre todo
gentes de origen hispanorromano. Pagan el impuesto territorial, han de soportar alguna
carga (facilitar caballos a la posta oficial) y pueden disponer de sus tierras siempre y
cuando la transmisión de las mismas recaiga en personas que no gocen de exención fiscal.
La teórica libertad de estos possessores resultó muchas veces comprometida en la práctica
debido a los abusos de la nobleza y de los potentes.
Por contraposición a los seniores de quienes dependen, los iuniores son gentes que
cultivau tierras ajenas conservando unas veces su libertad de movimiento, o quedando otras
adscritos a la tierra que no pueden abandonar.
Sin perder la teórica condición de hombres libres, estos cultivadores contraen a
menudo con su dueño unos vínculos personales que les convierten en "encomendados" o
"patrocinados".
Las razones de esta encomendación hay que buscarlas en el clima de indefensión
social heredado del Bajo Imperio romano, que obligó a las personas desasistidas a buscar
protección de los poderosos ante los atropellos de funcionarios o de otros oligarcas.
Aunque fue conveniencia recíproca, porque los mismos seniores necesitaban aumentar sus
clientes y defender o incrementar el poder adquirido.
A la encomendación se acogieron pequeños propietarios buscando protección a cambio
de pagar al dueño una cierta cantidad. Fueron en todo caso los iuniores, o gentes sin
tierras propias, quienes en mayor medida acudieron a los poderosos en solicitud de tierras
y defensa, ofreciendo a cambio sus servicios como patrocinados con armas o bucelarios.
Tal relación de patrocinio solía transmitirse de padres a hijos, si bien tanto los
bucelarios como los restantes patrocinados in obsequio de un señor, podían romperla
devolviendo al dueño lo recibido de él (tierras, armas, regalos) así como la mitad de lo
adquirido durante la etapa de dependencia.
La existencia de estos clientes armados en el seno de la encomendación, constituye
un síntoma del proceso estudiado por Sánchez Albornoz que condujo a la debilitación y
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La escala social inferior corresponde a los siervos, mencionados en los textos como
servi, ancillae, mancipia, etc. Dentro de la precariedad, su condición fue variable a tenor
de los diversos tipos de servidumbre característicos de la sociedad visigoda.
La esclavitud se produce por nacimiento, prisión en guerra, comisión de
determinados delitos, insolvencia en las deudas, etc. El nacimiento en el seno de familia
servil debió ser la forma habitual de ingresar en ese estrato social.
El grado superior lo ocupan los siervos del rey, quienes figuran incorporados a
oficios palatinos o administran posesiones del monarca, pudiendo incluso testimoniar en
juicio como los hombres libres y poseer sus propios esclavos. Estos siervos administradores
forman parte de los llamados serví idonei, especie de esclavos domésticos acreedores de
trato preferente.
En muy distinta situación se encuentran los serví inferiores, que integran la gran
mayoría del estamento servil, dedicados muchas veces a duros trabajos en el mundo rural.
No obstante, ese quehacer les mantuvo de hecho alejados del control de los dueños, lo que
tal vez mitigó el rigor de su estado facilitándoles ocasionalmente cierta actividad
semejante a la de los campesinos libres.
Una situación intermedia entre las dos anteriores fue la de los siervos
eclesiásticos, muy numerosos, quienes trabajaron en las tierras de las iglesias obteniendo
a veces una manumisión relativa que les confirió la calidad de libertos sub obsequium
ecclesíae.
Las fugas de esclavos representaron, por su número y frecuencia, un problema de
notables proporciones que la legislación visigoda pretendió atajar con múltiples
preceptos punitivos. Según King, sin descartar que algunos siervos domésticos pretendieran
escapar de la crueldad de sus amos, la mayor parte de los que huían eran esclavos del
campo, descendientes algunos de los antiguos colonos, que aprovecharon la crisis
demográfica producida por la peste en la segunda mitad del siglo VI y en el VII, para
abandonar su mísera condición y establecerse en otros lugares como trabajadores libres
(mercenarii) o arrendatarios.
La Iglesia visigoda admitió la esclavitud como hecho social y jurídico sin
pretender echar abajo una estructura social en la que ella estaba inmersa con sus propios
serví ecclesiae. Sí se esforzó en cambio por mejorar la condición de los siervos, estimulando
las manumisiones como actos loables y meritorios, lo que no fue óbice para que la liberación
de los siervos eclesiásticos resultara a veces más dificultosa que la de los esclavos laicos.
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LECCION 10ª
LAS FUENTES DEL DERECHO VISIGODO (I).
Al constituirse el reino visigodo, las fuentes del derecho romano siguen siendo
como en la época anterior las leges y los iura. Esos textos se estudian en las escuelas
jurídicas y son también utilizados en la práctica judicial cuando menos hasta fines del
siglo V.
Las leges habían sido recopiladas con carácter privado por los juristas Gregorio
y Hermogeniano. El Codex Gregorianus recogía constituciones imperiales desde Adriano
hasta fines del siglo III, y el Codex Hermogenianus daba cabida a las posteriores, de
principios del siglo IV. Más tarde se recibe en España el Codex Theodosianus, promulgado
para Occidente en el año 438, cuya mejor construcción sistemática, en dieciséis libros que
ordenan un copioso material legislativo, facilitará la amplia difusión de ese derecho
imperial tardío, luego completado con las leyes nuevas (novelas) de los emperadores
ulteriores.
La literatura jurídica de los iura fue asimismo sistematizada en el siglo IV en
otras colecciones como los Fragmenta Vaticana y la Collatio legum Mosaicarum et
Romanarum. Ellas facilitaron en la centuria siguiente el conocimiento de las obras de los
grandes juristas, cuya alegación en juicio resultó controvertida hasta que la ley de citas
reconoció en el año 426 la autoridad de determinados autores: Papiniano, Paulo, Gayo,
Ulpiano y Modestino. La opinión mayoritaria de estos juristas, y en caso de igualdad la de
Papiniano, vinculó a los jueces a la hora de dictar sentencia.
Por otra parte, durante el período en que las regiones del sur de España
permanecieron incorporadas al Imperio de Bizancio (554-622), debió regir en ellas un
derecho romano distinto, el justinianeo, a través de las leyes imperiales recogidas en el
Código, de los textos de juristas reunidos en el Digesto, y de las Novelas. Tras la
integración de tales territorios en el reino visigodo, pudo seguir utilizándose allí ese
mismo derecho. Mediado el siglo VII, Recesvinto todavía permitió el estudio de las leyes
romanas, aunque prohibió su uso y aplicación.
Junto al derecho de leyes y códigos visigodos, que luego veremos, hay que tener en
cuenta las propias costumbres jurídicas. Ese derecho consuetudinario germánico debió
mezclarse con las prácticas de los hispanorromanos, no superando en todo caso elementales
niveles de simplicidad y arcaísmo.
A mediados del siglo XX, era "opinión común" que, entre unas primeras leyes dictadas
por Teodorico I y Teodorico II a mediados del siglo V, y un último gran código obra de
Recesvinto a mediados del VII, contábamos con tres importantes ordenamientos jurídicos: el
Código de Eurico, el Breviario de Alarico y el Código de Leovigildo. En el Estado
hispanogodo, el Código de Eurico se habría dictado sólo para los godos, llegando a nosotros
ese cuerpo legal tanto por un fragmento amplio como mediante ciertas leyes (las llamadas
antiguas) que, a través del Código de Leovigildo, aparecen luego en el código de Recesvinto
o Liber Iudiciorum. El Breviario de Alarico, cuyo texto conocemos, habría sido dirigido a
su vez a la población romana. Finalmente el Código de Leovigildo, asequible sólo a través
de su recepción fragmentaria en el citado Liber ludiciorum, tendría como destinatarios a
los godos, derogando en consecuencia la obra de Eurico. Existían ciertamente dudas sobre
algún otro texto, en concreto sobre los llamados Capítulos Gaudenzianos, pero lo relativo
al carácter y naturaleza de esos tres códigos visigodos de Eurico, Alarico y Leovigildo,
parecía quedar fuera de todo recelo crítico.
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En 1941 García-Gallo inicia las discrepancias al sostener que los tres códigos
antes mencionados habían regido con carácter territorial para godos y romanos, y no para
una sola de las dos comunidades del Estado visigodo, provocando con ello una polémica que
alcanza a nuestros días.
Tres lustros después, el profesor italiano Giulio Vismara reclama como visigodo
otro texto, el llamado Edicto de Teodorico, que él identifica con las leyes citadas de
Teodorico II, lo que asimismo da pie a una discusión todavía abierta hoy.
En 1960 publica D'Ors una edición crítica del Código de Eurico, lo que suscita
ulteriores problemas sobre su fecha, naturaleza y contenido, que de inmediato repercuten
en el Código de Leovigíldo.
A la ya dudosa condición de aquellos Capítulos Gaudenzianos, se añaden otras
varias opiniones discrepantes.
Así las cosas, otra monografía de García-Gallo en 1974 ha venido a cuestionar
algunos de los pocos y fundamentales pilares que seguían pareciendo firmes: que el Código
atribuido desde siempre a Eurico fuera en realidad de él, y la misma existencia del Código
de Leovigildo.
También en los años setenta, P.D. King afirma que Recesvinto se habría limitado en
realidad a revisar un código hecho por su padre Chindasvinto.
Las más antiguas leyes visigodas de que tenemos noticia corresponden a Teodorico
I (419-451) y a su hijo Teodorico II (453-466). Esas leyes teodoricianas fueron dictadas
cuando aún subsistía el Imperio romano de Occidente, si bien el primero de los monarcas
actuó en él de hecho como una especie de soberano autónomo.
La legislación teodoriciana trata fundamentalmente del reparto de tierras entre
visigodos e hispanorromanos a raíz del famoso foedus del 418. Su existencia, y más en
concreto la actividad legisladora de Teodorico 1, nos consta por una referencia explícita
de Eurico, quien al ocuparse en su Código de aquellas cuestiones de la división de tierras,
alude al quehacer legislador de su padre: sicut et bonae memoriae pater noster in alía
lege praecepit (cap. 277). Por otra parte Sidonio Apolinar, obispo de Clermont, menciona las
leyes de Teodorico II en cierta carta dirigida a su yerno, en la que critica la conducta de
un funcionario llamado Seronato que al parecer era propicio a los godos y contrario a los
romanos.
Hasta 1953 se daba por supuesto que el llamado Edictum Theodorici regís era obra
del rey ostrogodo Teodorico el Grande (493-526), por lo que lógicamente no procedía que
fuera tenido en cuenta en el catálogo de la legislación visigoda.
Piero Rasi, se aplicó a demostrar las contradicciones de esa paternidad, y dos años
después su compatriota Vismara identificaba el texto con las leyes dictadas por el rey
visigodo Teodorico II. Desde entonces se ha mantenido la duda sobre la naturaleza del
Edicto, que para algunos sigue siendo ostrogodo y para otros visigodo, sin que falten
quienes le atribuyen autorías diversas. Sin considerar definitivamente resuelta la
cuestión, y a título de muy probable fuente visigoda, nos referimos aquí al controvertido
Edicto.
El edicto consta de un prólogo, centenar y medio de capítulos y un epílogo. Su
contenido da a entender que se otorga en un territorio donde rige el derecho romano y
donde conviven romanos y bárbaros. Las fuentes que nutren el texto son asimismo romanas.
En el supuesto de aceptar como visigodo el Edictum Theodorici, ¿quién fue
concretamente su autor?. El tono imperativo de sus disposiciones da a entender que se trata
de un texto ordenancista o legislativo, pero ¿a quién corresponde?.
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Vismara identifica el Edicto con las leyes teodoricianas mencionadas según vimos
por Sidonio Apolinar. El nombre que aparece de Teodorico correspondería a Teodorico II,
resultando así congruente que esa obra romanizada pertenezca a un rey que precisamente,
a diferencia del nacionalista Teodorico I, practicó una política filorromana.
El historiador Paulo Merea reparó en cierta frase de un capítulo del Edicto, "sicut
príncipes voluerunt", la cual parece dar a entender que el autor no se considera príncipe
o rey y en consecuencia que quien habla no es Teodorico.
García-Gallo destacó asimismo la inexistencia de datos que prueben el conocimiento
o la utilización en España del Edictum Theodorici, lo que ciertamente no favorece nada su
hipotética condición de ley visigoda. Resulta asimismo extraño que un texto visigodo, si
lo es, utilice al referirse a los súbditos germánicos la palabra barbari (bárbaros) en lugar
de gothi (godos).
Sobre la base de que siendo propio de reyes dictar leyes, era asimismo propio de los
gobernadores provinciales dar edictos, D'Ors supone que el Edictum Theodorici fue obra de
un supergobernador o prefecto del pretorio de las Galias durante el reinado de Teodorico
II: Magno de Narbona.
B) El Código de Eurico.
Eurico nace hacia el año 440. Tras conspirar contra su hermano Teodorico II, que
resulta muerto, Eurico accede al trono en el 466 e inicia una política expansionista sin
contar ya con un Imperio romano que va a derrumbarse dos 1ustros después. El imperialismo
euricíano se proyecta por las Galias y penetra en tierras hispánicas. Al caer lo que ya era
un puro simulacro de la formidable estructura romana, Eurico se convierte en un rey
poderoso. La corte de Tolosa es entonces la primera potencia de Occidente.
En estrecha relación con tal pujanza política debe situarse la actividad
legisladora del monarca. Sidonio Apolinar, quien nos cuenta que Eurico domeñó a los
pueblos con las armas y a éstas con las leyes (ut populos sub annis, sicfrenat arma sub
legibus). Eurico será luego mencionado por San Isidoro como el primer rey bajo cuyo
gobierno los godos comenzaron a regirse por leyes y no por costumbres. Esto ha solido
interpretarse en el sentido de que Eurico fue, entre los visigodos, el primer rey legislador.
Al aparecer por otra parte cierto fragmento de un códice de leyes que podía serle
atribuido, se llegó fácilmente a considerar a Eurico como autor del código que lleva su
nombre.
Este cuerpo legal nos es conocido en parte por un códice o palimpsesto, y de forma
mediata y complementaria tanto por ciertas leyes recogidas en un texto extranjero (Lex
Baiavariorum) como por aquellas otras, más importantes para nosotros, que a través del
Código de Leovigildo pasaron como "antiguas" al Líber Iudiciorum. Estas últimas leyes
euricianas deben ser identificadas en el conjunto de las que el Líber califica
genéricamente de "antiguas", pues allí no existe referencia al autor y pueden corresponder
tanto a Eurico como a Leovigildo.
A mediados del siglo XVIII, los monjes maurinos de Saint Germain des Prés dieron
noticia del hallazgo en su biblioteca de un palimpsesto, hoy día conservado en la
Biblioteca Nacional de París.
En 1960, tras cuidadosa lectura, D'Ors editó y reconstruyó el texto del palimpsesto,
que tradujo al castellano con amplios comentarios. Tal versión del código es la comúnmente
aceptada en el mundo científico de hoy.
Exactamente contamos con 47 capítulos. Como el texto completo debió constar de unos
350, conservamos algo menos de la séptima parte del total. Si se considera además que muchas
cláusulas aparecen incompletas y otras ilegibles, pese a los intentos de reconstrucción en
base a leyes antiguas del Líber ludiciorum o mediante el cotejo de textos análogos de la
Lex Baiuvariorum, cabe afirmar que todavía el código nos es en su mayor parte desconocido.
El texto se basa fundamentalmente en el derecho romano. Numerosos especialistas
en la materia, y entre ellos buena parte de los españoles, insisten en ese romanismo del
código, obra que D'Ors considera un auténtico "monumento de derecho romano vulgar".
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Ciertos autores han mantenido la tesis del carácter híbrido, gótico-romano, de sus
normas, si bien otros encarecen en nuestros días que no se exagere la naturaleza romana de
este ordenamiento.
"l. Las parcelas góticas y la tercia de los romanos que no fueron revocadas en un plazo de cincuenta
años, no puedan ser en modo alguno reclamadas. 2. Asimismo, no sea lícito revocar a servidumbre a
los siervos fugitivos que no fueron hallados en un plazo de cincuenta años. 3. Ordenamos mantener
los antiguos linderos tal como ya mandó en otra ley nuestro padre de digna memoria. 4. Y todos los
otros litigios, justos o injustos, incluso los penales, que no fueron fallados en el plazo de treinta
años, o los esclavos que hubieran sido objeto de reclamación, o las deudas que no fueron cobradas,
de ningún modo sean ya reclamados. 5. Y si alguno intentara mover el litigio transcurrido este
plazo de los treinta años, opóngasele este plazo y pague una libra de oro a quien el rey ordenare.
6. No permitimos en absoluto remover los litigios, justos o injustos, que fueron concluidos reinando
nuestro padre de digna memoria, más los que los juzgaron rindan sus cuentas a Dios. 7. Ordenamos
que se nos refieran aquellos litigios en los que hay dos sentencias, a fin de que deba aprobarse
por nuestro mandato aquella que parezca emitida conforme a la ley".
Por dos capítulos del códice -uno de ellos éste, en sus números 3 y 6- resulta claro
que el autor es un rey cuyo padre también lo fue y además dictó leyes. Teniendo en cuenta
que el palimpsesto corresponde al siglo VI, el rey legislador debió vivir en ese siglo o en
el anterior y ser hijo de otro rey que también habría legislado.
Además en el capítulo 277 (nº 6) se prohíbe ver los pleitos incoados en tiempos del
padre del rey que legisla. Semejante referencia, fue relacionada por Zeumer con un texto
de la Lex Burgundionum, la cual formula la misma prohibición pero con respecto a una
fecha concreta. Según esta última ley, no deberán verse los pleitos interpuestos antes de
la batalla de los Campos Catalaúnícos, donde perdió la vida Teodorico I en el año 451. Si
como Zeumer cree, este precepto fue copiado del palimpsesto y ambos textos pretenden lo
mismo, la fecha del 451 debe sobreentenderse para la prohibición del capítulo 277 de
nuestro códice, por lo que obviamente el código tuvo que ser posterior a ese año.
Pero es que además la misma norma (nº 6) aparece como una excepción concreta a la
regla general fijada en el propio capítulo (nos 4 y 5) de que las demandas de los pleitos
prescriban a los treinta años. Para que aquella excepción tenga sentido al dictarse el
código no debían haber transcurrido treinta años desde el 451, en consecuencia, el cuerpo
legal tuvo que ser anterior al año 481.
Quedando así fijado el período de tiempo en que hubo de dictarse el Código, entre
los años 451 y 481, sólo tres reyes podían ser su autor: Turismundo (451-453), Teodorico II
(453-466) y Eurico (466-484), porque los tres fueron hijos de un monarca legislador (Teodorico
I). Como por otra parte San Isidoro había escrito que bajo Eurico los godos comenzaron a
regirse por leyes, la solución no resultó difícil: Eurico era el autor del código cuyos
fragmentos figuraban en el códice de París.
Nos encontrábamos en consecuencia ante el Código de Eurico.
Tesis de García-Gallo
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Aun admitiendo la posibilidad de que Eurico pudiera ser autor del código en
cuestión, García-Gallo se inclina a atribuirlo a su hermano Teodorico II. Entre otras
razones recuerda que el precepto que prohíbe revisar las causas falladas en el reinado
del padre del legislador, resulta más congruente cuanto más próximo se sitúe a la muerte
de Teodorico I el año 451. Teodorico II inicia su reinado dos años después, mientras que
Eurico tarda tres lustros en llegar al trono.
La tesis de García-Gallo resulta sumamente arriesgada. Y ello no sólo porque
quedaría comprometida, como su autor reconoció, si Teodorico II resultara ser el autor de
otros cuerpos legales, dada la improbabilidad de que un mismo rey hubiera dictado varios
y muy distintos ordenamientos jurídicos extensos.
Además según un conocido texto de San Isidoro Leovigildo corrigió leyes de Eurico,
añadió algunas nuevas y excluyó otras, cuya interpretación parece presuponer la
existencia de un código, soporte de tamaña labor revisora.
3.- La fecha.
C) El Breviario de Alarico.
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ambiguum), amenazando al conde con la muerte y pérdida de sus bienes si usa en el tribunal
otra obra distinta del Breviario. Esto último, como ha observado Alvarado, resultaría
inconciliable con ese carácter didascálico que D'Ors atribuye al texto.
Así se expresa el commonitorium:
"Te conviene así proveer que no se pretenda citar o recibir en tu tribunal ninguna otra ley ni
fórmula jurídica. Pues sí acaso se hiciere, será con riesgo de tu cabeza y con pérdida de los bienes
que se sepa te pertenecen".
D) El Código de Leovigildo.
A mediados del siglo VII, Chindasvinto (642-653) dicta un número abundante de leyes,
quizás con el proyecto de realizar una compilación.
King ha sostenido que Chindasvinto promulgó en el año segundo de su reinado el
gran código tradicionalmente atribuido a su sucesor Recesvinto, con lo que retornaría así
al padre la gloria, siempre reconocida al hijo, de haber sido el Justiniano visigodo.
En el año 654, tras haber sido revisada por el Concilio VIII de Toledo, el rey
Recesvinto promulga -o corrige, según King- la gran compilación de leyes para godos e
hispanorromanos que constituye el Liber Iudiciorum.
Tal vez a imitación del Código de Justiniano, el Liber se divide en doce libros, y
éstos en títulos y leyes. Por su ambicioso planteamiento, orden sistemático y riqueza de
contenido, el código de Recesvinto, llamado modernamente Lex Visighotorum, ha pasado a la
historia como la gran obra legal del reino visigodo.
El Liber Iudiciornm recoge de una parte el conjunto de leyes antiguas, a través,
según se ha creído, de la incorporación del Codex Revisus de Leovigildo. Estos preceptos
aparecen como en su día fueron promulgados (leyes simplemente antiquae), o bien en su caso
con las correcciones de reyes posteriores (antiquae emendatae).
Por otro lado da cabida a algunas leyes de Recaredo a Recesvinto, con indicación
de su autor y de si ellas han sido enmendadas.
El Código finalmente reitera la derogación de las leyes romanas, aunque autoriza
estudiarlas, “para buscar su utilidad". De no haber leyes aplicables, el juez debe acudir
al rey.
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Junto a esas revisiones oficiales, los propios juristas que manejan el Líber añaden
algunas disposiciones o corrigen otras. Se forma así la llamada redacción vulgata, cuyas
distintas variantes logran amplia difusión y uso en la etapa altomedieval
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LECCION 11ª
LAS FUENTES DEL DERECHO VISIGODO (II).
Decimos que las leyes o códigos tienen carácter personal cuando van destinados en
el seno de una comunidad plural a un determinado grupo de personas. La territorialidad
supone por el contrario que esas normas rigen en todo el territorio de la comunidad
política, aplicándose en consecuencia a cuantos forman parte de ella.
Habida cuenta de que el Estado visigodo se asentó fundamentalmente sobre un doble
componente étnico, de hispanorromanos y godos, la cuestión que en concreto se plantea es si
las leyes y códigos visigodos fueron dictados separadamente para unos y otros
(personalidad de la legislación), o bien rigieron para todos los ciudadanos, siendo en
consecuencia territoriales.
Precisemos un poco más. De los textos que hemos analizado, quedan fuera de este
problema el Edicto de Teodorico y los Capítulos Gaudenzianos, y ello tanto porque no nos
consta su carácter visigodo como porque los Capítulos mismos bien pudieron ser obra
privada, con lo que carece de sentido preguntarse sobre el ámbito de su vigencia oficial.
Quedan fuera también las leyes teodoricianas sobre reparto de tierras, de suyo
territoriales, pues obviamente afectaron a visigodos e hispanorromanos, así como el Líber
Iudiciorum, también territorial por ir dirigido expresamente a todos. Restan por
consiguiente el Código de Eurico, el Breviario de Alarico y el Código de Leovigildo como
textos a considerar en la cuestión que nos ocupa.
Sobre ello existió un consenso tradicional que dio por buena la personalidad de
estos ordenamientos, consenso roto cuando en 1941 García-Gallo defendió su tesis
territorialista.
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B) La tesis territorialista.
La tesis central de García-Gallo fue que esos tres códigos, de Eurico, A1arico y
Leovigildo, tuvieron vigencia territorial común para godos y romanos, y en consecuencia
se derogaron entre sí sucesivamente.
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C) Tesis mixta.
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LECCION 12ª
MONARQUÍA Y ASAMBLEAS POLÍTICAS VISIGODAS.
A raíz de las invasiones, con el asentamiento en las Galias tras el pacto entre
Valía y Honorio, la comunidad política visigoda se integra como un Estado de carácter
personal en el seno del Imperio romano. Al caer el Imperio, Eurico puede ya organizar ese
Estado sobre una base territorial definida, cuyo desplazamiento a España a mediados del
siglo VI da lugar al Estado hispano-godo de Toledo.
El Estado visigodo fue fruto del ideario germánico sobre la comunidad política,
característico de los pueblos invasores, el romano del Imperio al que los godos
inicialmente quedaron incorporados y el de la propia de la Iglesia que influirá de forma
decisiva desde la conversión de los visigodos al catolicismo.
El Estado visigodo, en suma, resultó moldeado por esos tres patrones ideológicos,
en razón de su respectiva influencia en las distintas épocas.
B) Teorías sobre la naturaleza del Estado visigodo: la cuestión del prefeudalismo visigodo.
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a) Los reyes no habrían sido autoridades públicas del territorio, sino más bien
dueños patrimoniales de las tierras sometidas a su jurisdicción, y la de los que insistieron
en que las múltiples relaciones privadas, producto del comitatus o séquito, sofocaron
cualquier vínculo público entre súbditos y rey. Entre estos últimos, Eichhom llegó a
sostener que los pueblos germánicos no habían sido otra cosa que una "enorme comitiva".
II. La Monarquía:
En las antiguas comunidades germánicas el rey era elegido por la asamblea de los
hombres libres.
Al puro carácter abierto de la elección se opuso el predominio de una determinada
estirpe, que acaparó los nombramientos regios, así como las luchas por el poder y el
fenómeno de la asociación al trono, mediante el cual un monarca intenta prejuzgar o
determina de hecho quién ha de ser su sucesor.
Desde principios del siglo V hasta Amalarico (510-531), los monarcas fueron elegidos
entre miembros de la estirpe de los Balthos. Durante toda su historia, salvo paréntesis
pacíficos, los príncipes visigodos se vieron amenazados por atentados y destronamientos,
tan frecuentes que llegarían a constituir un verdadero problema nacional. Además, la
posibilidad de convertir la monarquía electiva en hereditaria debió tentar ya a los
primeros reyes visigodos, bien fuera asegurando la elección cerrada dentro de la misma
familia, bien por el sistema de eliminar a pretendientes indeseados (caso de Sigerico al
dar muerte a los hijos de Ataulfo), o por el procedimiento mencionado de asociar a alguien
al trono.
Cabe preguntarse si esa monarquía visigoda fue realmente electiva. Tres
interpretaciones distintas.
Fue electiva de hecho. Para Torres López la monarquía hispanogoda fue electiva en
todo caso, y el predominio de los Balthos no tuvo que ver con la tendencia a convertirla
en hereditaria. Aunque existieran usurpaciones y asaltos al poder, la necesidad del
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Entre los antiguos germanos, a la elección del monarca seguía la ceremonia de que
los guerreros le alzaran sobre el escudo, en homenaje. Tal simbolismo dio paso
posteriormente a la elevación al trono.
El rey presta juramento de guardar la fe católica, proteger a la Iglesia, defender
el reino y gobernarlo justamente, A esas promesas generales se añadieron luego otras más
concretas, como reprimir a los judíos o respetar la distinción entre el patrimonio personal
del monarca y los bienes del fisco,
Tras el juramento del rey, el pueblo debía a su vez jurar fidelidad. Probablemente
los personajes palatinos lo hicieron directamente en el propio acto de la Ordinatio,
mientras el resto de los súbditos prometía lealtad en manos de unos mensajeros o
discussores iuramenti que visitaban el territorio.
En todo caso la fidelitas que prometen los súbditos, de carácter obligatorio, era
distinta a las fides facultativa de quienes se vinculaban de forma personal y espontánea
al monarca. El incumplimiento de aquélla fue objeto de severas penas,
Coronación y unción
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C) El poder real.
Los "fieles del rey" (fideles regís) se convertían en blanco persecutorio del nuevo
monarca y de su clientela. No fue así raro que los cánones conciliares se preocuparan por
aliviar la situación de quienes habían caído en desgracia, evitando la depredación y el
abuso de aquéllos que les reemplazan en el poder.
En la trama política la reina debió desempeñar también un papel singular, tanto
como orientadora ocasional de las directrices políticas de su marido, como a la hora de
destronamientos que concluían con la muerte del monarca.
En tales casos, dispusieron de un notable poder fáctico que, para quienes
contrajeran ulterior matrimonio con ellas, constituyó a buen seguro una auténtica oferta
política. De ahí la significación pública de esas segundas nupcias en la pugna por el poder
de la España visigoda.
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A) El Senado visigodo.
El Senatus fue una junta reducida de magnates para auxiliar y asesorar al rey en
las tareas de gobierno. Esa especie de Consejo del monarca debió reunirse, según Sánchez
Albornoz, durante los siglos V y VI. Desde entonces, el Senado fue sustituido por una nueva
asamblea: el Aula Regia. Hinojosa creyó en cambio en la coexistencia del Senatus y el Aula
Regia hasta la extinción de la monarquía goda. El Senatus visigodo nos es prácticamente
desconocido.
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garantías judiciales de magnates y eclesiásticos, y dictaron, en fin, las pautas a las que
había de ajustarse la marcha del Estado o la conducta de los monarcas.
La gran mayoría de los especialistas coincide, pese a lo llamativo de esas
atribuciones, en que los concilios toledanos no fueron asambleas políticas sino sólo
religiosas. Y ello porque no actuaron con poder recibido del rey sino en virtud de su
propia autoridad eclesiástica, limitando además la actividad estrictamente civil a pocas
cuestiones (García-Gallo), y por el hecho de que en última instancia tales concilios "ni
legislaron ni juzgaron" (Sánchez Albornoz).
En sentido contrario, el historiador catalán Ramón d'Abadal ha sostenido que los
concilios fueron también asambleas legislativas y órganos de control político, que sí
legislaron y sí juzgaron. Su naturaleza estatal se prueba, según él, por la convocatoria
efectuada por el rey y por aquel tomo regio que en cada concilio señala la tarea a
desarrollar. Se trataría en suma de unas asambleas de carácter mixto, aplicadas a asuntos
eclesiásticos o políticos según las circunstancias lo aconsejaran.
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LECCION 13ª
LA ADMINISTRACIÓN DE LA MONARQUIA VISIGODA.
A) El Oficio Palatino.
El Oficio Palatino está compuesto por el personal que dirige los distintos
servicios de la corte, así como por los oficiales subalternos que les ayudan en el desempeño
de sus funciones. Los jefes de la administración palaciega ostentan el título de condes de
la actividad a que se aplican. Son los siguientes:
- Conde de los tesoreros (Comes thesaurorum). Figura al mando de quienes custodian
los tesoros del rey y del reino. Es probable que tuviera encomendadas funciones más
amplias que la mera custodia del tesoro regio.
- Conde del patrimonio (Comes patrimonii). Está al frente de la administración fiscal
del Estado y de los dominios de la corona.
- Conde de los notarios (Comes notaríorum). Es el rector de la cancillería real y por
consiguiente quien responde del control de documentos, redactados bajo sus órdenes por
notarios y escribas.
- Conde de la guardia real (Comes spatariorum). Dirige a los hombres armados que
forman esa guardia personal del monarca.
- Conde de los servicios de la cámara regia (Comes cubículi). Está al frente de los
servidores del aposento real.
- Conde de los servicios de la mesa del rey (Comes scanciarum). Controla esa función
doméstica y tiene a sus órdenes a los escanciadores y cocineros del monarca.
- Conde de las caballerizas (Comes stabuli). Dirige a quienes cuidan las cuadras y
establos.
Junto a esos personajes, el Oficio Palatino integra también al gobernador y juez de
la ciudad regia de Toledo, el Comes cívitatis Toletanae, y quizás a un prelado de las sedes
sufragáneas, representadas así por turno en la corte. Finalmente quedarían incorporados
a la asamblea los jóvenes nobles educados en la corte junto a los hijos del monarca, según
práctica común también a la monarquía franca.
El Oficio Palatino fue una entidad sumamente numerosa y hay que destacar la
confusión de los cargos de carácter público y aquellos otros manifiestamente privados.
Parece probable que la formación del organismo tuviera lugar de forma progresiva.
B) El Aula Regia.
La gran asamblea llamada Aula Regia aparece como producto de una monarquía que,
reconoce e integra en el aparato de gobierno a las grandes fuerzas sociales y políticas
del Estado visigodo. Desplazó al antiguo Senatus, formaron parte de él las más poderosas
familias góticas, y como supremo cuerpo político, auxilia a los monarcas hispano-godos en
la gobernación del reino a lo largo del último siglo de su historia.
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l.- Composición
Desde ese núcleo del Oficio Palatino se gestó en un largo proceso la compleja
estructura del Aula Regia, consolidada ya a mediados del siglo VII. El Aula Regia integra
así, además del Oficio Palatino, a los siguientes grupos de nobles y seniores:
- Aquellos condes que por voluntad del rey residen en la corte sin ejercer en ella
una función palaciega o cargo concreto.
- Los comites a quienes se ha concedido un título palatino de carácter honorífico y
que carecen por tanto de función específica.
- Los magnates delegados por el monarca para el gobierno de las provincias. Son los
comites provinciae.
- Los comites civitatum. Se trata de los condes designados por el príncipe para regir
como jueces a las ciudades.
- Los comites exercitus o condes que estaban al frente de alguna unidad o servicio
militar.
- Algunos otros personajes que aparecen como proceres: miembros del consejo privado
de los reyes que eran también jueces de su tribunal.
- Finalmente los gardingos, quienes sin desempeñar ningún cargo palatino o de
gobernación del reino, disfrutan de la confianza y amistad del monarca. Estos gardingos
habían abandonado su condición inicial de jóvenes soldados en la comiti va armada del rey
para establecerse como beneficiarios de donaciones de tierras. Desde esa posición
mantendrían especiales relaciones de fidelidad con el rey, figurando por tanto en el Aula.
2.- Competencias
Diversos testimonios dan constancia de que los reyes consultaban con el Aula Regia
los asuntos más importantes de la vida del reino. El organismo ejerció por tanto una
función de alto asesoramiento cuando le fue requerido.
En concurrencia con los concilios toledanos, el Aula colaboró con el monarca en las
tareas legislativas.
Mucho más claras son sus atribuciones judiciales. El Aula Regia, o un grupo de altos
dignatarios de ella, actuó como supremo tribunal del monarca. Unas veces decidiendo
aquellos casos que se sometían a audiencia del rey. Otras, como única instancia para juzgar
a los altos magnates eclesiásticos y seculares, y también a los gardingos.
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quedaron subordinados a la autoridad condal y sin conexión, por tanto, con los restos del
régimen municipal.
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Desde tiempos antiguos fue costumbre visigoda celebrar en las aldeas reuniones públicas
de vecinos para tratar los temas domésticos de interés común, dando lugar a una institución
de más fuste jurídico, el conventus publicus vicinorum, asamblea rural aludida con cierto
detalle en algunas leyes del Líber Iudíciorum.
Objeto de esas reuniones de vecinos fueron las cuestiones agrarias, económicas y de
orden interno de la comunidad, reglamentándose en ellas el cultivo y la delimitación
adecuada de las propiedades rurales, así como el aprovechamiento comunal de prados y
bosques. Se ocuparon asimismo de la explotación ganadera y de arbitrar los frecuentes
conflictos surgidos por la confusión de rebaños. El conventus publicus vicinorum fue
además la corporación que entendió de cuantos hechos revestían interés general, y ante
ella se aplicaron incluso determinadas penas corporales a delincuentes y malhechores.
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LECCION 14ª
LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA, DE LA HACIENDA Y DEL EJÉRCITO.
ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA.
A) Caracteres generales
B) La jurisdiccion ordinaria
El monarca es el juez supremo del reino. Asistido por el Aula Regia, donde figuran
hombres versados en derecho, aparece como última instancia de cualquier clase de
conflictos. Custodio máximo de la justicia, se reserva el derecho de gracia que elude o
mitiga el rigor de la aplicación de la ley.
El rey actúa como primera instancia judicial en diversos casos, y concretamente a
la hora de enjuiciar los crímenes de personas de alto rango.
Algunos preceptos legales remiten al monarca como competente para precisar quién
debe percibir la composición económica procedente de un castigo, quién es el beneficiario
de la reducción a esclavitud de algunos culpables, o qué procede hacer con la persona y
bienes de un determinado delincuente. El monarca debía ser notificado de las multas
correspondientes a delitos militares, correspondiéndole en ocasiones confirmar las
decisiones de los obispos respecto a cuestiones testamentarias. El mismo, en persona,
finalmente, examina a los hijos de judíos conversos para decidir si se les concede el derecho
a testificar.
El tribunal real del Aula (audientia regís) no fue un organismo estático, asentado
siempre en la residencia cortesana. Por el contrario, el monarca y la asamblea recorren con
frecuencia los territorios para administrar allí justicia y fiscalizar además la actuación
de los diversos jueces.
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La jurisdicción especial para delitos militares queda reservada a los jefes de las
diversas unidades. En orden de importancia, ellos son el thiufadus, el quingentenarius y
el centenarius, oficiales castrenses que estaban al frente de grupos compuestos de mil,
quinientos y cien hombres, respectivamente.
Halban sostuvo que el thiufadus fue el juez ordinario de los godos, mientras el
llamado en los textos iudex habría sido el juez para los romanos. Convertido más tarde
este iudex en juez único y general, el thiufadus quedaría relegado a sus competencias
estrictamente militares.
García Moreno sugiere un cierto paralelismo entre el dux y el thiufadus, pues
ambos, partiendo de sus específicas competencias administrativas o castrenses, adquieren
luego otras judiciales. El thiufado habría sido así en principio un mero oficial del
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B) Los impuestos
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Con respecto al impuesto territorial se ha discutido hasta qué punto fue pagado
por los godos. Se trata así concretamente de saber si las sortes gothicae resultaron
gravadas por la capitación fundiaria.
La generalidad de los autores admitió que los dos tercios de tierras godas
quedaron en principio exentas del impuesto territorial. Se creyó asimismo que esa
discriminación entre godos y romanos desaparecería con el transcurso del tiempo, al
consolidarse el proceso de fusión social.
Así para Dahn los visigodos comenzaron a pagar la capitatio terrena a mediados
del siglo VI.
Para Sánchez Albornoz mantuvieron la inmunidad fiscal de sus tierras hasta la
desaparición del reino. Tal situación beneficiosa pudo alcanzar, según él, a los nobles
poderosos, aun en el caso de ser romanos.
Torres López mantuvo que no era "tan evidente" que los godos fueran exonerados en
un principio del impuesto territorial y que semejante beneficio, de existir, se perdió luego.
La inmunidad inicial fue considerada posible, pero no segura, por D'Ors.
Recientemente Orlandis ha hecho suya la tesis de Sánchez Albornoz. Por el contrario, King,
al referirse a la exoneración tributaria de los godos, al menos en los primeros años,
comenta escuetamente: ''Puede que fuera así, pero las fuentes no lo dicen".
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La prestación del servicio militar fue entre los primitivos germanos un deber
fundamental de todo hombre libre. El ejército, como hemos dicho ya, no era otra cosa que el
pueblo en armas. Bajo la advocación de sus dioses entra en campaña, y en nombre de ellos se
mantiene la disciplina o se castigan los delitos militares. El rey aparece como caudillo
de unos súbditos que en potencia son soldados, mientras las relaciones privadas de
acompañamiento y séquito entre el monarca y los hombres libres armados fortalecen el
clima guerrero de la vida pú blica.
El Estado visigodo heredó algunos aspectos de semejan te concepción, matizó otros
y creó algunos nuevos.
Los reyes siguieron siendo caudillos militares y jefes supremos del ejército. Como
tales convocaron la hueste, aunque en casos de rebelión o extremada urgencia esa facultad
pudo ser asumida por sus oficiales. Como tales también, acudían personalmente a la guerra
sin perjuicio de encomendar el mando de las unidades a duques y nobles.
Sin embargo, en el Estado visigodo el ejército no pudo ser ya sólo el pueblo libre
en pie de guerra, y hubieron de arbitrarse unos principios más precisos de reclutamiento
y organización, donde se dejan sentir las huellas romanas. Al concurrir a la guerra los
grandes latifundistas con sus siervos y clientes, entró en crisis, en fin, el carácter público
de la obligación militar que parece a menudo fundamentarse en vínculos de naturaleza
privada.
B) El servicio militar
La prestación del servicio militar obligó a todos los súbditos del reino, si bien no
conocemos con seguridad desde cuándo los romanos formaron parte del ejército visigodo y
en qué condiciones lo hicieron. Del llamamiento quedaron excluidos los monjes y libertos
reales. El clero permaneció exento hasta el reinado de Wamba.
La incorporación a la milicia tuvo lugar por llamamiento real a través de unos
agentes (compulsares exercitus) que efectuaban el reclutamiento. Semejante tarea no
resulto fácil, porque fue cada vez más frecuente que los llamados a filas intentaran
eludir el servicio mediante el ocultamiento y la evasión. El problema se agudizó a lo largo
del siglo VII y dio lugar a que en el año 673, Wamba dictara una severa ley militar
disponiendo que los duques, condes, thiufados, gardingos, obispos, clero y aquellos súbditos
que vivieran en la zona atacada o en un área de cien kilómetros, acudiesen inmediatamente
al llamamiento e incluso tomaran las armas -aun sin convocatoria alguna- cuando hubiese
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noticia del ataque enemigo. Los seglares que desoyeran tal obligación serían castigados
con confiscación de bienes, aplicándose la pena de destierro a los obispos, sacerdotes o
diáconos carentes de bienes para contribuir. El clero inferior y los laicos resultaban
sancionados además con la pérdida del derecho a testificar. Si alguien, en fin, se
encontraba enfermo, debía enviar sus tropas y presentar un testigo que probara la
dolencia.
Ervigio promulgó a su vez otra ley militar que, mitigaba algo determinadas
prescripciones y establecía una nueva de penas, excluyendo la pérdida de la capacidad
testifical. Las personas notables eran sancionadas con la confiscación de bienes y el
destierro; las inferiores sufrían pena de decalvación, multa y doscientos latigazos.
El llamamiento a filas en raras ocasiones significó una movilización general. Fue
más frecuente que, junto a los personajes del séquito regío, fueran sólo convocados los
habitantes de la región amenazada, o de la zona elegida para acometer la empresa bélica.
Sabemos con certeza que desde la segunda mitad del siglo VII godos y romanos
concurrieron al ejército en pie de igualdad, cumpliendo así una obligación militar común.
No existe acuerdo sin embargo sobre si los romanos formaron parte desde el principio de
la milicia visigoda, o se incorporaron a ella en fechas tardías.
Dahn sostuvo que los romanos acudieron al ejército desde la constitución del reino
de Tolosa.
Sánchez Albornoz sin embargo la califica de incierta la tesis de Dahn, expresa sus
dudas, y prefiere atenerse a lo estrictamente comprobado: en el último tercio del siglo VI
todavía los romanos no formaban parte de la milicia.
García Moreno defiende la temprana participación hispano-romana en el ejército
visigodo, y aporta pruebas que testimonian cómo los grandes propietarios acudían con sus
esclavos a las contiendas bélicas; la presencia de romanos en altas responsabilidades
militares, etc.
Por debajo del rey, cabeza del ejército, los cuerpos militares se estructuran
mediante un sistema decimal (aunque no es seguro un régimen decimal estricto) cuya unidad
mayor es la thiupha, dirigida por un jefe o thiuphadus (que se corresponde con el llamado
millenarius). Constando probablemente de mil hombres, la thiupha está compuesta por diez
grupos de otra unidad básica, la centena, mandada a su vez por el centenarius. Como
autoridad intermed ia figura el quingentenarius, qui en al frente de quinientos hombres
auxilia al thiuphadus. El centenario se ve asimismo asistido por un jefe inferior, el
decanus, a quien corresponde el mando directo del grupo de diez hombres.
Buena parte de los historiadores patrocinaron el abolengo germánico del
ordenamiento castrense visigodo, manteniendo la división decimal de su ejército. Por el
contrario es bastante probable el origen romano tardío de la organización militar
visigoda.
A excepción de los suevos, el resto de los pueblos germánicos que invadieron las
tierras hispánicas en el siglo V profesaba la fe cristiana de Arrío (arrianismo). Más tarde,
al proyectarse sobre los hispanorromanos, el Estado visigodo dio cabida a dos grupos
étnicos y religiosos diferenciados: godos-arrianos e hispanorromanos-católicos. Ahora bien,
conforme ese Estado pretendió una unificación efectiva, la "fe gótica" debía dejar de ser
sólo de los godos y convertirse en la confesión religiosa de todos. Tal planteamiento
originó las consiguientes discordias civiles.
En el reinado siguiente, con Recaredo, se alcanza esa unidad religiosa pero con
signo distinto. El rey se convierte al catolicismo y además convierte a su pueblo.
La separación de la Iglesia católica y el Estado, característica de la etapa
anterior, da paso ahora a una compenetración íntima y estable. Tras el Concilio III de
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Toledo, donde el pueblo visigodo acoge la nueva fe, y una vez resueltos ciertos problemas
canónicos como el de los obispos arrianos conversos o los propios de cuestiones litúrgicas,
la monarquía visigoda adopta hacia el futuro rasgos teocráticos.
La Iglesia dicta normas para ilustrar la convivencia política, el comportamiento
del monarca y las leyes seculares. El rey por su parte tutela a la Iglesia, castiga la
herejía e incluso nombra a los obispos. Es éste un estricto Estado confesional donde, en
frase de Menéndez Pidal, "el sacerdote no gobierna, pero guía y ampara tanto al que
gobierna como al gobernado".
En un panorama de vida rural donde predominan los grandes latifundios, sus dueños
edifican iglesias a las que de alguna forma consideran como propias, pretendiendo así
sustraerlas de la jurisdicción y vigilancia episcopal. Ya en la etapa arriana de la
monarquía visigoda consta esta práctica, que adquirirá notorio auge en los siglos
siguientes. La relativa exención que disfrutaban los monasterios respecto a la autoridad
del obispo, llevó también a los particulares a procurar la consagración como tales
monasterios de las iglesias, subterfugio prohibido durante el reinado de Teudis por el
Concilio de Lérida del año 546.
Los problemas derivados del control de estas iglesias, con el consiguiente forcejeo
entre la autoridad episcopal y el dueño señorial, merecieron la atención de los Concilios
de Toledo. La pretensión del titular de la iglesia propia de nombrar al clérigo que ha de
servirla, quedó en un reconocimiento del derecho de presentación sancionado por el
Concilio IX (canon 2), mientras otro precepto del Concilio X condenó los abusos e intentos
de apropiación e intervención en el quehacer eclesiástico (canon 3: De non permitendo laicis
imperare religiosis). En tales preceptos se ha visto la génesis del sistema de iglesias
propias, producto en fin de la aplicación a lo religioso de las concepciones señoriales.
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LA ESPAÑA MUSULMANA
LECCIÓN 15ª. DERECHO, SOCIEDAD, ECONOMÍA Y ADMINISTRACIÓN EN AL- ANDALUS.
I. De Hispania a Al-Andalus.
II. El Derecho y sus fuentes:
A) Caracteres generales: Corán, Sunnah, Hadit, Iyma'a.
B) La ciencia del fiqh.
III. Estructura social y económica.
IV. El Estado Musulmán.
V. La Administración:
A) La Administración central.
B) La Administración Territorial y local.
VI. Organización judicial.
VII. La Hacienda.
VIII. La organización militar.
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LECCION 15ª
DERECHO, SOCIEDAD, ECONOMÍA Y ADMINISTRACIÓN EN EL AL-ANDALUS
A) La "perdida de España"
En febrero del año 710 muere Vitiza, penúltimo rey visigodo. Los nobles adictos que
habían formado parte de su séquito de "fieles", pretendieron repartir el reino entre los
hijos del monarca. Sin embargo la asamblea visigoda que entendía de la sucesión al trono,
compuesta en buena parte por facciones hostiles al clan vitizano, se negó a legalizar
semejante novedad. En su lugar, el Senatus elige como monarca a Rodrigo, duque entonces de
la Bética, quien accede al trono cuando ya los partidarios e hijos de Vitiza se habían
adueñado de él.
A instancias del Senado, según un texto del Anónimo Mozárabe, don Rodrigo tuvo que
ocupar el reino por la fuerza (Roderico, hortante Senatu, tumultuase regnum invadit). Se
inicia así una guerra civil en la que los vitizanos, para defender sus pretensiones, apelan
a la ayuda de los musulmanes. Como intermediario de la solicitud, interviene un personaje
misterioso llamado Julián -convertido luego en conde por la leyenda- quien gestionó con
Muza el apoyo extranjero. Tras una expedición exploratoria al mando de Tarif, el cual dio
su nombre a la futura Tarifa, Muza envía a Tariq con un ejército que desembarca en España
en abril del 711.
Las tropas de Tarik y las de don Rodrigo se encontraron en un lugar de localización
discutida, tal vez el río Barbate o quizás el Guadalete.
Traicionado el rey visigodo por los propios hermanos de Vitiza, quienes parecer
mandaban unidades de su ejército, don Rodrigo perdió en el combate, el trono y la vida. Los
musulmanes, lejos de reponer a los hijos de prosiguieron la conquista en provecho propio
y con sorprendente facilidad produjo el derrumbamiento de la monarquía visigoda.
Ocupado así todo territorio peninsular, ese Islam español fue designado con el
nombre de Al-Andalus.
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tal sistema, rebajó la cuota del jefe a un quinto (jums) y dispuso además que habría de
corresponderle a él por entero cuanto se adquiriese sin necesidad de hacer uso de la fuerza.
A su vez, según establecía el Corán, la quinta parte del botín de guerra debía distribuirse
entre Alá, el profeta y sus parientes, los huérfanos, pobres y peregrinos. Las propiedades
rústicas no fueron consideradas en la etapa primitiva como objeto de botín, dato congruente
con el carácter nómada de las tribus, y ello originó que Mahoma mismo -según unos autores-
o las autoridades árabes de los siglos siguientes -según otros- hubieran de arbitrar un
régimen respecto a las tierras de los pueblos vencidos, que ahora sí debían ser tenidas en
cuenta en el despliegue del imperio islámico.
El régimen jurídico de la conquista fue distinto según la acogida dispensada a los
musulmanes, lo que se tradujo en un doble tipo de pactos.
De un lado el acuerdo de capitulación (suhl), consecuencia de la guerra y que
significaba el sometimiento absoluto a las autoridades del Islam. Las heredades de los
así sojuzgados dejaron normalmente de pertenecer a sus propietarios y se convirtieron en
bienes de la comunidad musulmana (fai), si bien siguieron siendo cultivadas por sus
antiguos poseedores, quienes incluso pudieron transmitir hereditariamente el derecho al
cultivo.
El tratado de paz (ahd), suscrito con pueblos aliados que en condición de protegidos,
respetó en cambio la autonomía política, la propiedad de las tierras y la libertad
religiosa, y llevó consigo, en una cierta salvaguardia de las personas (amán). Convenios de
esta naturaleza fueron acordados con algunos cristianos del Norte..
Los hispanogodos quedaron en ambos casos sujetos al pago de los puestos personal
(chizya) y territorial (jarach).
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a menudo a los clanes conflictivos de sus compatriotas, así como por las tentativas de
extender a las Galias el dominio del Islam.
b) Emirato omeya de Córdoba. Se inicia con Abd al-Rahman I, quien las tres décadas
de su reinado consolida un emirato independiente en lo político, aunque subordinado en lo
religioso al califa de Damasco. El Estado se organiza conforme al modelo sirio, hasta que
Abd al-Rahman II lo transforma imitando el ejemplo de la monarquía abbasí. La etapa del
emirato (756-912) contempla el auge creciente de su capital, Córdoba.
c) Califato de Córdoba. En el año 929, Abd al-Rahman III adopta el titulo de califa
y príncipe de los creyentes, convirtiéndose por tanto en una suprema autoridad política y
religiosa a la que incluso ciertos reyes cristianos pagan tributo o rinden vasallaje. Abd
al-Rahman III extiende su dominio al Magreb, donde organiza un cierto protectorado omeya.
Córdoba llega a ser la ciudad más importante de Occidente y aparece como centro de un rico
mundo cultural, tutelado y potenciado luego por al-Hakam II sucesor del primer califa y
espíritu de vastas inquietudes.
Los últimos años del siglo X contemplan las hazañas bélicas de Almanzor ante una
Cristiandad amedrentada por la caída de Compos te la en manos del caudillo musulmán. La
centuria siguiente se inicia con graves discordias intestinas entre las varias facciones
que luchan por el poder, precipitándose así la disgregación del califato cuyo último
titular fue Hisam III, príncipe incapaz con el que concluye la dinastía omeya.
Aunque precisamente haya sido el derecho, por su carácter religioso, uno de los
productos de la cultura musulmana que menos huellas dejó en la española, conviene
destacar la excepcional importancia de la presencia islámica en la Península. En primer
lugar, porque confiere a la historia española su peculiaridad, respecto a la de los otros
pueblos de Europa, por los siglos de convivencia con los musulmanes, y en segundo lugar
porque durante centurias existió un Islam español cuyas manifestaciones artísticas,
literarias y lingüísticas forman parte la cultura genuinamente nacional.
Además la Reconquista fue un complejísimo proceso donde, junto a lo religioso como
factor aglutinante de los cristianos contra los musulmanes, se dierón cita otros multiples
intereses de distinto signo que hizo posible que a veces reyes cristianos se aliaran con
las fuerzas del Islam para combatir a otros monarcas cristianos.
Hay que considerar, por último, que la convivencia entre cristianos y musulmanes
desde la primera reacción de aquéllos en Asturias -año 718- hasta la expulsión de éstos de
Granada -año 1492-, duró ocho siglos en el llamado proceso de la Reconquista.
Las diversas razas que convivieron en Al-Andalus hicieron que en él se hablaran
varias lenguas: árabe, berberisco, latín y romance, más el llamado aljamía, idioma mixto
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usado por el pueblo. El árabe fue la lengua oficial y en él los musulmanes escribieron la
mayor parte de sus obras literarias, singularmente valiosas en el género poético. La vida
científica floreció asimismo en el Islam español, especialmente en los reinados de los Abd
al-Rahman (II y III) y en el de al-Hakam II. Prueba de ello fueron las traducciones del
árabe al latín de textos matemáticos y astronómicos. Entre sus logros cabe destacar la
introducción de la brújula en la navegación hacia el siglo IX, el uso del cuadrante
astronómico y la redacción del primer tratado conocido de trigonometría esférica. En la
filosofía sobresale el genio de Averroes. La práctica de ciencias como la química, que tanto
tuvo de saber intelectual como de técnica esotérica a través de las escuelas de alquimistas
tuvo como centro Madrid. La arquitectura árabe dejó en España su gran legado al mundo
cultural de Occidente. El esplendor califal y los movimientos científicos y literarios
convirtieron a Córdoba en el centro de Europa.
Los reinos cristianos fueron receptores de esa magnífica civilización, mientras sus
gentes incorporaban al vocabulario romance una multitud de términos musulmanes. Por la
Escuela de Traductores de Toledo conocería Europa buena parte de la cultura oriental, y
aun de la griega a través de autores árabes.
En el Islam sólo hay en rigor una fuente del derecho: la voluntad divina
transmitida por revelación a Mahoma. Según su carácter, cabe distinguir diversas
manifestaciones del mensaje religioso, de donde a su vez proceden los principios y normas
jurídicas.
En primer lugar, la revelación directa contenida en el Corán, libro que recoge la
recitación o lectura de aquello que Alá inspiró a Mahoma, fijado por escrito por diversos
oyentes del Profeta. Ceñido fundamentalmente a temas de ética social e individual, sólo
una décima parte del texto coránico trata de cuestiones jurídicas.
En segundo lugar, la revelación indirecta deducida de la conducta del propio
Mahoma. Esa conducta o sunnah comprende lo que el Profeta ocasionalmente dijo, sin figurar
en el libro revelado; lo que hizo y constituye por tanto un ejemplo a seguir por la
comunidad creyente, e incluso aquello que mereció su aprobación tácita, es decir, las
costumbres o hechos que le fueron conocidos y sobre los cuales no pronunció desautorización
alguna. La sunnah se transmite por tradición oral (hadit). Es por ello necesario fijar un
sistema que garantice la autenticidad de esa transmisión, y permita en consecuencia
interpretar adecuadamente el comportamiento y actitudes de Mahoma. Surge así la ciencia
del hadit.
Finalmente la revelación genérica o tácita de Alá a los creyentes, manifiesta en el
unánime asentimiento de la comunidad musulmana sobre ciertas cuestiones (iyma'a). Su
fundamento es una presunta asistencia divina al pueblo, que confiere cierto grado de
infalibilidad al sentir común.
Por otra parte esos tres mensajes -principios del Corán, de la sunnah y aquellos
derivados del consenso comunitario-- requieren una elaboración y desarrollo. Esta es la
tarea propia de los alfaquíes o juristas, quienes con ello construyen la ciencia jurídica
musulmana o fiqh.
En su aplicación a la vida práctica, finalmente hay que contar con el peso de la
jurisprudencia de los tribunales, así como con la posible alegación de la doctrina de los
juristas (fatwas).
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desajustes e incluso contradicciones entre ellas. Al haber vivido el Profeta sus últimos
años en Medina, las leyendas orales de esta ciudad adquieren singular crédito.
La ciencia del hadit consiste en someter a crítica rigurosa la autenticidad del
mensaje transmitido por tradición. Para ello hay que probar el encadenamiento lógico de
las personas que hacen de receptoras y transmisoras de la conducta de Mahoma. Se arranca
así del testigo directo de cualquier hecho o dicho, para seguir el mensaje a través de los
sucesivos depositarios hasta quien lo narra en un momento dado. Si la concatenación de
personas en el transcurso del tiempo se rompe, es decir, si se prueba que alguien no conoció
a aquél de quien asegura haber escuchado algo, el hadit queda sin fundamento y es
considerado apócrifo.
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aumentó algo en el siglo VIII y mucho más en las dos centurias siguientes, cuando Córdoba
llegó a tener casi un millón de habitantes. En el progreso demográfico influiría el
desarrollo de la agricultura y otras fuentes de riqueza, y a buen seguro también la
práctica de la poligamia. Las regiones más pobladas fueron sin duda las zonas orientales
de Murcia y Levante, así como las cuencas sublitorales del Ebro y sobre todo del
Guadalquivir.
A) Los vencedores
B) Los vencidos
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C) Clases sociales
La sociedad del Islam español estuvo compuesta por hombres libres, libertos y
esclavos.
Entre los hombres libres existió una aristocracia dominante (jassa), que ocupó altos
cargos en la administración de la monarquía omeya, donde luego se vio desplazada por
libertos y eslavos. Esa nobleza árabe figuró asimismo al frente del gobierno de las
circunscripciones territoriales, lo que habría de convertirla en propietarios
latifundistas y dueños de grandes riquezas. La clase media burguesa se dedicó al comercio
en los barrios y zocos de las ciudades, y alcanzó de hecho cierto peso en la vida ciudadana,
sin que ello llevara consigo ningún reconocimiento de tipo oficial. El pueblo bajo, o amma
propiamente dicha, estuvo compuesto por artesanos menores y jornaleros bereberes, muladíes
y libertos, elementos todos de una plebe urbana inquieta y levantisca. Junto a ella, el
proletariado rural trabajó en los grandes dominios califales o de la nobleza
terrateniente, cultivando a veces como quinteros la quinta parte o jums del monarca. Hubo
también pequeños propietarios rústicos, convertidos en Córdoba según LéviProvençal en
"hombres de ley o de estudio".
Entre los siervos destacaron los eslavos, establecidos en la corte o en las
residencias señoriales, llamados saqaliba. La esclavitud debió ser más abundante en el
campo, donde esos siervos vivieron en condiciones precarias, cultivando las tierras de sus
dueños.
El estado de servidumbre, al que se llegaba por nacimiento o cautiverio en guerras,
resultó en todo caso más tolerable que el conocido en España en etapas anteriores, y ello
porque el esclavo no tuvo en el mundo musulmán la condición jurídica de una cosa, sino la
de un hombre con ciertos derechos. Muchos esclavos fueron beneficiados con la manumisión,
otorgada por sus dueños tanto en vida como mediante disposiciones testamentarias. Se
convirtieron así en libertos, acogiéndose buena parte de ellos a una relación de patronato
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(wala) que les ligó a sus antiguos señores. Ese vínculo entre amos y libertos admitidos en
patrocinio (mawlas), fue vitalicio y se transmitió incluso a sus respectivos descendientes.
A) Agricultura y ganadería
A) Caracteres generales
B) El soberano
obtuvieron la dignidad regia. Pese a las luchas civiles, los musulmanes granadinos
mantuvieron hacia sus soberanos una notable fidelidad.
Tras la proclamación del emir o califa, o también a raíz de la designación del futuro
heredero al trono, tiene lugar el solemne juramento de fidelidad. La alta aristocracia lo
presta directamente en el palacio real. A continuación, diversos delegados del monarca
acuden a las mezquitas de la corte o de las ciudades más importantes, donde en su nombre
reciben la obediencia del pueblo. Siguiendo ritos orientales, quien jura coloca su mano
sobre la del receptor y pronuncia unas palabras cargadas de sentido religioso, alabando
a Alá y a Mahoma, y evocando en algunos casos la lealtad y obediencia que dispensaron al
Profeta sus propios compañeros.
V.- La Administración:
Abd al-Rahman II fue el gran organizador del Estado musulmán, de acusado corte
centralista al estilo de las monarquías orientales abbasí y bizantina. La administración
quedó reglada bajo principios rígidamente jerárquicos, con un gran número de funcionarios
elegidos o depuestos al mero arbitrio del soberano. Emires y califas en los primeros siglos,
o reyezuelos de taifas en los siguientes, encabezaron una compleja estructura
administrativa, dirigida por ellos mismos o por el primer ministro cuando lo hubo y
disfrutó de cierta delegacion del poder.
A) La Administración central.
mediados del siglo X sus atribuciones fueron numerosas. Abd al-Rahman III desdobló esa
única dependencia, creando dos oficinas de la cancillería con sus oportunos servicios de
inspección. Desde entonces cuatro visires se repartieron los asuntos de la Cancillería o
Secretaría de Estado (kitaba). Dos de ellos tenían a su cargo el despacho de la
correspondencia oficial -de los funcionarios de provincias y de los delegados de zonas
fronterizas o puertos-, mientras el tercero velaba por la aplicación de los decretos del
soberano y decisiones administrativas y el cuarto atendía las reclamaciones de los
súbditos. La relativa complejidad de esa cancillería omeya, donde proliferaron otros
varios secretarios y personal subalterno, muchos de ellos judíos o mozárabes, debió
simplificarse notoriamente en los reinos de taifas.
Bajo la presidencia del soberano o del hachib, los diversos visires con funciones
en la corte y la administración componen un Consejo de gobierno (maswar), que probablemente
coordinó el conjunto de la acción político-administrativa del Estado.
El servicio doméstico de la casa real quedó en manos de distintos oficiales
palatinos, dirigidos por unos jefes seleccionados entre los eslavos que trabajaban en la
corte. Los más importantes oficiales domésticos (fatas) se ocuparon del buen orden de la
residencia regia, de su aprovisionamiento, de los talleres de orfebrería, depósitos de
armas, etc.
poderes destaca la función de policía y vigilancia del orden público. Bajo su mandato, una
serie de guardias custodian el pacífico desenvolvimiento de la vida diaria en el marco
habitual de la urbe: el barrio central con la mezquita mayor, las grandes vías de acceso y
el dédalo de callejuelas (zuqaq) donde se practica el comercio y que a su vez tienen como
centro otras mezquitas menores.
Importante autoridad ciudadana era también el inspector del mercado o zabazoque
(sahib al-suq), quien actuaba con notable autonomía aunque teóricamente dependiera del
prefecto o del juez de la ciudad. El zabazoque controlaba el correcto uso de pesos y medidas,
la adecuada calidad de las mercancías y sus precios, así como el buen estado de las
mezquitas y vías urbanas. Podía imponer multas, expulsar o azotar a delincuentes, e incluso
dictar sentencia en el escenario del crimen.
de su competencia. A partir del siglo X, ese "señor del zoco" llamado ya almotacén (al-
muhtasib), se convertirá en un personaje clave de la vida urbana islámica de la Baja Edad
Media.
El dictar sentencia sobre cuestiones militares, finalmente, correspondió como de
costumbre a una autoridad distinta. En este caso a un cadí especial, competente en esos
conflictos castrenses.
VII.- La Hacienda.
I. Caracteres generales.
II. Las áreas de Fueros:
A) La Castilla condal.
B) Fueros del reino de León.
C) El Fuero de Logroño.
D) Fueros de Toledo.
E) La Extremadura castellano-leonesa: El Fuero de Sepúlveda y el Fuero de Cuenca.
F) Castilla La Vieja: El Libro de los Fueros de Castilla y el Fuero Viejo de Castilla.
I. Cataluña:
A) Capitulares francos y cartas pueblas.
B) El siglo XIII: Las consuetuts de Barcelona. Las Consuetudines Ilerdenses. Las
Costums de Tortosa. Las Consuetudines de Gerona.
II. Mallorca: Cartas de población. Siglos XIII a XV. Orden de prelación de fuentes.
III. Valencia: Cartas pueblas. La Costum. Los Furs.
I. La Administración Territorial:
A) El régimen condal primitivo.
B) El sistema a partir del siglo XII:
1.- Castilla y Navarra: tenencias, merindades y adelantamientos.
2.- Corona de Aragón: juntas, veguerías, baylías y justiciazgos.
II. La Administración Local:
A) Orígenes del municipio medieval.
B) La organización municipal.
1.- Castilla. El Regimiento y la fiscalización del Monarca: Corregidores,
Asistentes y Gobernadores.
2.- Cataluña, Valencia y Mallorca: los Consells.
3.- Aragón y Navarra.
I. La Administración de Justicia:
A) La jurisdicción ordinaria en Castilla:
1.- Etapa altomedieval: curia y concilium.
2.- Institucionalización de la justicia y Tribunal de la Corte.
3.- Chancillerías y Audiencias.
B) La jurisdicción ordinaria en la Corona de Aragón: Jueces locales, Tribunal de la
Corte y el Justicia Mayor.
C) La jurisdicción ordinaria en Navarra.
D) Las jurisdicciones especiales, la jurisdicción señorial, la jurisdicción
eclesiástica y la jurisdicción mercantil.
II. La Iglesia y el Estado:
A) Diócesis, Iglesias propias y Monasterios.
B) Conciliarismo y conflictos de jurisdicción.
I. La Hacienda:
A) Patrimonio del príncipe y Hacienda del Estado.
B) Órganos de la Administración financiera.
C) Caracteres generales del sistema impositivo.
D) Los ingresos ordinarios y extraordinarios. La recaudación de los impuestos.
II. El Ejército y su organización:
A) Fonsado y apellido.
B) Milicias señoriales y concejiles.
C) Las Órdenes Militares.
LECCION 16ª
RECONQUISTA, REPOBLACIÓN, RÉGIMEN SEÑORIAL Y ESTRUCTURA ECONÓMICA
EN LA ESPAÑA MEDIEVAL.
Gascuña al otro lado del Pirineo; se extiende hacia occidente por Vascongadas y logra en
fin el gobierno de Castilla. El poderoso imperio Navarro se desintegrará con el reparto
de la herencia del monarca, y el reino de Pamplona seguirá en las centurias posteriores
una trayectoria peculiar marcada durante tiempo por el signo francés de sus reyes y por
complejas luchas dinásticas.
En el siglo XIII la España cristiana es la España de los cinco reinos: León, Castilla,
Aragón-Cataluña, Navarra y Portugal.
En el tramo final de la Reconquista, la España de los cinco reinos cristáliza en la
España de las dos coronas. Unidos León y Castilla, y operando al margen Portugal que
llegará a constituir un Estado autónomo, las coronas de Castilla y Aragón asumen el
liderazgo peninsular en las postrimerías de la Edad Media. Con el reinado de los Reyes
Católicos, ambas coronas se unen, tiene lugar la incorporación de Navarra y concluye la
Reconquista con la rendición del último reíno musulmán de Granada. La Península queda
como un territorio binacíonal.
A) Despoblación y repoblación
B) Clases de repoblación
La amplia franja del norte quedó devastada por las incursiones y campañas
militares de musulmanes y cristianos. En ese inmenso yermo creció el reino asturleonés,
repoblándose por el occidente la baja Galicia y el norte de Portugal, y por el oriente las
comarcas de la Rioja y Burgos donde tuvo lugar el nacimiento de Castilla. El Duero es en
el siglo X la frontera con Al-Andalus, y la acción colonizadora se proyecta sobre la ribera
superior en tierras de Toro, Zamora y Sahagún.
REPOBLACIÓN OFICIAL
La repoblación oficial fue dirigida por el propio monarca o por los condes que
estaban al frente de los distritos territoriales. En todo caso se efectuó por orden del rey
(per iussionem regis), mediante cierta planificación de la tarea colonizadora y el
acompañamiento de determinadas solemnidades y ceremonias.
Dirigidos por quienes estuvieran al frente de la expedición, los repobladores
llegaban a su destino y ocupaban los campos, mientras era alzado el estandarte regio como
símbolo de la nueva autoridad. Con el reparto de tierras y el señalamiento o fortificación
de los límites, queda acotado el lugar, cuya ordenación jurídica se plasma en una carta
puebla o carta de población, texto que recoge el derecho, privilegios y exenciones de los
nuevos pobladores.
REPOBLACIÓN PRIVADA
amplios, cuyo otorgamiento resulta también un poderoso reclamo para quienes allí quieran
instalarse. Las tierras del alfoz se dividen a veces en seis partes, sesmos, y cada una de
ellas en lotes de tierras llamados veintenas, de cuya adjudicación se encargan los
funcionarios concejiles del mismo nombre, sesmeros y veintenarios.
Las Ordenes Militares, nacidas en el siglo XII, cuidaron de la defensa del
territorio comprendido entre el Tajo y el Guadiana, convirtiéndose asimismo en factores
decisivos del proceso colonizador. Sus grandes posesiones o "maestrazgos" fueron poblados
por colonos en un régimen de naturaleza señorial, cuya expansión a Andalucía repercutió
en la ulterior estructura latifundista de las tierras del sur.
LOS REPARTIMIENTOS
les eran donadas, junto con muchas otras de presuras que nada tuvieron que ver con
autorizaciones o convalidaciones del monarca.
En Cataluña y Galicia fue más frecuente hacer uso de otro sistema, la precaria
oblata, por la que el pequeño propietario cedía al señor la propiedad de su tierra y se
reservaba el usufructo; o de la forma mixta que aparece con el nombre de precaria
remuneratoria. Responde ésta a la costumbre de que los señores cedan tierras a los
cultivadores a cambio de que ellos les transmitan la propiedad de las suyas, recuperadas
luego por el donante pero ya como tierras señoriales. La precaria remuneratoria comporta
pues que el pequeño propietario deje de serlo, laborando un conjunto de ajenas -las
originarias del señor y las que antes fueron suyas-, lo que le impide cambiar de dueño por
cuanto carece de tierras propias ofrecer.
Tuvo lugar, en suma, un proceso de sometimiento progresivo a los se ñores en función
de los modos de cultivo de la tierra, que se concentró más y más en los dominios realengos,
abadengos y solariegos. El signo de la estructura agraria varió con todo a partir del
siglo XI, permitiéndose una mayor libertad de movimientos e incluso el abandono y venta
de la heredad siempre que el cultivador encuentre quien le sustituya.
Los cultivadores de tierras pagaban al señor la renta o censo, canon anual llamado
accapitum en Cataluña e infurción o pectum en Castilla, junto a partes alícuotas de las
cosechas. En Castilla la renta, a menudo en especie, solía ser satisfecha en el mes de marzo
o en el día de San Martín, por lo que se denominó marzadga o martiniega. En Cataluña el
canon anual era casi simbólico (una gallína, un haz de leña, etc.), pero el derivado de las
cosechas llegó a veces a representar el tercio o incluso la mitad de ellas.
Junto a esa renta señorial existieron múltiples prestaciones, que pueden ser
sistematizadas en tres grupos principales, según tengan que ver con la utilización de lo
que era monopolio del señor o uso de sus dominios, afecten al trabajo directo y personal
de los cultivadores, o incidan finalmente en el patrimonio de ellos por otras diversas
causas.
1.- Gabelas por los monopolios del señor o el uso de sus dominios
Sólo el señor puede construir molinos, hornos y fraguas. Su utilización por los
colonos le reporta una serie de beneficios: las maquilas, o parte del trigo que ellos llevan
a moler; el fornatico, por el pan cocido en el horno; y un gravamen, llamado en Cataluña
llosol, por el uso de la fragua para reparar aperos y utensilios. A su vez, el
aprovechamiento de montes y prados, con la consiguiente obtención de leña para uso
doméstico y yerba para el ganado, sólo puede hacerse en el señorío si se abonan a su dueño
las gabelas respectivas: montazgo y herbazgo.
Son de muy diversa naturaleza y varían según los territorios. Con carácter general
fueron llamadas sernas los trabajos agrícolas que el cultivador ha de realizar
determinados días al año en la reserva señorial. Junto a ellas, las prestaciones personales
reciben el nombre de la actividad a que se aplican. Así la fazendera y la castellaria, u
obligación de trabajar en la reparación de los caminos y castillos o fortalezas del señorío.
La anubda, o deber de formar parte de los turnos de vigilancia en los límites y fronteras
del dominio, sustituido a veces por una aportación económica para mantener a la persona
encargada con carácter habitual de tales funciones. También la mandadería, que exige a
los hombres del señorío prestar servicio como mensajeros. Finalmente el yantar y hospedaje,
que obligan a los pobladores a sustentar o alojar al señor y comitiva en sus
desplazamientos por el dominio señorial, con la carga adicional de alimentar a los
caballos, perros y aves de caza que ellos lleven consigo.
En el primer caso figuran las ossas, gravamen que ha sido identificado con el regalo que
entrega al señor el campesino por su matrimonio o el de sus hijos (Sobrequés), o más
comunmente con la cantidad que deben pagar las mujeres al señor para que les autorice a
casarse. Tal gabela se convertirá luego en la multa que han de satisfacer quienes
contraigan matrimonio sin esa autorización.
El nuncio es una contribución aneja a la transmisión hereditaria de los bienes, que
en el occidente peninsular recibió también el nombre de luctuosa. La cesión a los hijos del
derecho de cultivo al predio, fue acompañada así de una aportación en bienes muebles o
cabezas de ganado. En Cataluña se debía entregar la mejor manta de la casa (flassada de
cap de casa), si bien más que la gabela en sí misma llama la atención la brutalidad del
procedimiento utilizado a veces para obtenerla, pues se llegó incluso a impedir la
sepultura del payés hasta que reci biera el señor dicha prenda.
Cuando el cultivador del señorío muere sin descendencia (como hombre mañero o
estéril), el predio que cultiva y los bienes que recibió de su señor, deben volver a éste en
virtud de un derecho de reversión llamado mañería. Con el tiempo la mañería se convirtió
en el gravamen que el hombre estéril ha de satisfacer si quiere transmitir a sus parientes
u otras personas ese derecho a cultivar la heredad o el uso de los bienes correspondientes.
De cuanto llevamos dicho cabe imaginar una no precisamente cómoda vida en quienes
poblaron los señoríos medievales. La situación, sin embargo, se agravó hasta límites
extremos desde mediados del siglo XIV a mediados del XV, produciéndose en los últimos años
de esta centuria una paulatina y creciente mejoría.
b) La intestia. Es el derecho del señor a una parte de los bienes del vasallo que
muere sin hacer testamento. Tal derecho alcanza al tercio de los mismos si el vasallo deja
hijos, o a la mitad si carece de ellos. El fund mento de este mal uso estriba en castigar la
negligencia de quien no dispone de sus bienes, lo que puede originar querellas y desórdenes
ulteriores perjudicando en suma los intereses económicos del señor.
f) La firma de spoli (del catalán spoli, esponsalicio) constituye una gabela que el
señor percibe del payés por autorizar que éste hipoteque todas o parte de las tierras
señoriales que cultiva, como garantía de la dote y esponsalicio de su mujer. La firma de
spoli fue calificada de forsada o violenta, pues siendo un uso potestativo del payés,
muchos señores la convirtieron en obligatoria.
En relación con estos seis malos usos suele considerarse también el llamado ius
primae noctis, o presunto "derecho" del señor a yacer con la mujer del payés la noche de
bodas, precedido de la ceremonia de pasar por encima de ella, estando ésta en la cama, "en
senyal de senyoría". En realidad el ius primae noctis no fue un derecho, ni un uso con el
correlativo reconoci miento judicial, y ni siquiera un abuso general.
En la segunda mitad del siglo XV tan oscuro panorama mejora en todas partes. En
Castilla una pragmática de los Reyes Católicos, dictada en Medina del Campo el 28 de
octubre de 1480, pone fin a las ataduras de los vasallos permitiéndoles trasladarse de
unos sitios a otros sin mengua de sus bienes.
En Aragón el ius maletractandi no fue abolido y subsistió durante los siglos
siguientes. No obstante, las protestas contra abusos esporádicos hacen presumir que la
situación general debió ser más llevadera.
El proceso emancipador de los remensas catalanes se inicia a fines de] siglo XIV. A
mediados del siglo XV, con el alzamiento de 1462, tiene lugar la primera guerra remensa.
La Diputación del General publica entonces un Proyecto de Concordia, cuyo capítulo tercero
aborda la reivindicación de suprimir los malos usos, y cuyo capítulo octavo se ocupa del
ius primae noctis.
La prosecución del conflicto y las tensiones ulteriores concluyen por fin cuando
Fernando el Católico dicta en abril de 1486 la Sentencia arbitral de Guadalupe, en la que
el monarca actúa como árbitro de señores y vasallos. Con ella tiene lugar la abolición de
los malos usos y anula asimismo el ius maletractandi y extingue otros diversos abusos,
como el que las mujeres de los payeses sean obligatoriamente nodrizas de los hijos del
señor, o el propio ius primae noctis.
LECCION 17ª
ESTRUCTURA ECONÓMICA.
Las cartas pueblas y fueros agrarios dictados por los nobles y señores eclesiásticos
para las tierras sujetas a su jurisdicción, refieren la entrega de ellas en préstamo o
prestimonio. Tales documentos, juzgados por Hinojosa como contratos agrarios colectivos,
fueron en realidad declaraciones unilaterales del señor. Con independencia de forcejeos o
avenencias previas, los textos mismos no recogen un acuerdo entre partes, sino el explícito
testimonio de una de ellas que explica qué concede y a qué se obliga.
El prestimonio es una concesión de tierras en la que el dueño retiene la propiedad,
y quien las recibe adquiere un derecho al cultivo a cambio de determinadas prestaciones.
Tal concesión implica que se laboren las tierras, si bien no existe siempre una obligación
expresa al respecto. El prestatario debe reconocer como señor al dueño, a quien ha de servir
(hacer fuero) y guardar fidelidad. A cambio de lo recibido, debe pagar un canon anual y
prestar las sernas o trabajos personales en la reserva señorial.
El Concejo estaba compuesto por los hermanos de la Mesta, dueños de rebaños que
contribuían económicamente mediante el llamado "servicio de ganado". Cualquiera que
pagase el servicio era hermano, con independencia del número de reses que poseyera. Por
ello el Concejo estuvo mayoritariamente integrado por pequeños y medianos ganaderos,
destacando en consecuencia como una institución de cierto carácter democrático, aunque el
control del comercio de la lana quedara luego en manos de los grandes señores castellanos.
Los miembros de la hermandad -alrededor de tres mil, a fines del siglo XV-podían
concurrir a las asambleas generales. Estas se celebraron durante la Baja Edad Media tres
veces al año, reduciéndose a dos en el siglo XVI y a una en la centuria siguiente. Las
reuniones tenían lugar en una iglesia o en el campo. El quorum minímo quedó fijado en
cuarenta hermanos, soliendo asistir de doscientos a trescientos, lo que signíficaba
aproximadamente el diez por ciento del total. Las mujeres propietarias de ganados
disfrutaron de voz y voto como los varones.
Las decisiones del Concejo, relativas en principio a rebaños trashumantes y desde
Alfonso XI también a los estantes o de residencia fija, se adoptaban en el seno de los cuatro
grandes grupos o cuadrillas, correspondientes a Soria, Segovia, Cuenca y León.
La máxima autoridad de la Mesta fue el presidente o alcalde entregador mayor,
quien dirige la adminístración interna, interviene en las relaciones de alto nivel entre
agricultores y pastores, y representa en fin al organismo ante el gobierno del reino. Por
debajo de él se encontraban los alcaldes entregadores, que debían vigilar y proteger a la
institución, multando a aquellos que violaran sus privilegios. En un plano más próximo a
la vida cotidiana figuran alcaldes de la Mesta o alcaldes de cuadrilla, quienes dirimen
los conflictos y pleitos entre las cabañas, desempeñando según Klein un relevante papel.
Se elegían dos o más por cuadrilla por espacio de cuatro años. Solían ser personas
experimentadas y de intachable reputación, escogidos no por el número de sus rebaños, sino
por sus condiciones personales. Les estaba confiado el cumplimiento de las leyes de la
Mesta por los propios miembros, pero su misión principal era la guardia, custodia y
administración de las reses mestefias o descarriadas. Su gestión era recurrible ante el
Consejo de alcaldes de apelación, que funcionaba en todas las Juntas de la Mesta.
El aparato administrativo corrió a cargo de un cuerpo de contadores y receptores,
cuyas rentas eran revisadas anualmente por el presidente. Los intereses del Concejo eran
defendidos además por diversos tipos de procuradores: los procuradores de puertos, que
percibían los derechos de la Mesta en los puertos reales; losprocuradores de dehesas,
representantes de la institución en el arriendo de pastos, y los procuradores de Corte o de
Chancillerías, quienes actuaban en nombre de esa causa ganadera ante los tribunales de
justicia.
hace surgir una clase social -los burgueses- dedicada a la actividad mercantil; el fomento
de los intercambios comerciales en ferias y mercados; la transformación de la mentalidad,
en fin, impregnada en los años bajomedievales de un espíritu de empresa propicio a la
explotación del dinero y a las diversas formas de préstamos y créditos características del
mundo capitaista.
Los mercaderes fueron en principio gente errante que, con el transcurso del tiempo,
se acogió a la protección de los burgos y pequeñas ciudades. Establecidos así en las afueras
de los núcleos urbanos, construyeron junto al burgo antiguo otro nuevo, un "burgo de las
afueras" o "arrabal", donde se practicaban las transacciones mercantiles y cuyo género de
vida difería del de quienes habitaban en el interior. Tales aglomeraciones de mercaderes
provocaron a su vez las de artesanos, con lo que la actividad profesional de éstos -y en
concreto la fabricación de paños- dejó de realizarse en el campo para tener lugar allí
donde el producto podía venderse.
Mercaderes y artesanos formaron en consecuencia una clase de "hombres nuevos". De
talante emprendedor y aventurero, acuden a ferias y mercados, adquieren grandes fortunas
por la explotación y préstamo del dinero, y promueven empresas y sociedades de tráfico
marítimo.
La ciudad es el centro de esa expansión económica. Los burgueses logran en ella una
atmósfera proteccionista que les permite el control del comercio, y defienden sus intereses
mediante agrupaciones corporativas y gremios. Tal es el sentido de la economía urbana que
marcará el tránsito a los tiempos modernos.
B) Ferias y mercados
en beneficiario de los ingresos del tráfico. Los fueros municipales dieron cabida al
establecimiento de mercados, autorizados otras veces mediante documentos específicos.
La protección jurídica de esas reuniones de mercaderes se asegura mediante la
llamada paz del mercado, que salvaguarda no sólo el lugar donde se realiza, sino también
el acceso y retorno (conductus) de los comerciantes que allí acuden. El coto regio establece
así una composición o multa especialmente grave para quienes perturben la pacífica
celebración de estos encuentros mercantiles. Las autoridades municipales asumieron el
control de los mercados urbanos.
No parece admisible hoy una rígida sucesión de tres fases en la historia económica,
arrancando de la economía de intercambio o "natural" (Naturalwirtschaft ), a la que
seguiría una "economía monetaria" ( Geldwirtschaft) para concluir, en fin, en la "economía
de crédito" ( Kreditwirtschaft ), por cuanto entre otras razones esta última se da de forma
más o menos intensa en épocas muy distintas. Cierto es, sin embargo, que el esplendor del
comercio medieval coincide con un verdadero estallido de las operaciones crediticias y de
explotación del dinero, fenómeno al que coadyuvan la introducción de procedimientos de
pago que reemplazan el uso de la moneda, la aparición del seguro marítimo, la frecuencia
de los préstamos y el alza de su tipo de interés, la transformación de los primitivos
cambistas en prósperos banqueros, y la constitución, en fin, de auténticas sociedades
mercantiles con ánimo de lucro.
quienes obtuvieron con ello pingües ganancias. No faltaron sin embargo cristianos
dedicados a esos negocios. Para evitar la fijación formal de intereses crecidos que
acarrearan sanciones espirituales o jurídicas, se idearon ingeniosos sistemas de
encubrimiento. Uno de ellos fue entregar cierta cantidad inferior a la estipulada en el
contrato de préstamo, con lo que sin figurar interés ninguno o bien simplemente el legal,
el prestamista se beneficiaba de la diferencia entre la suma cedida y aquella otra, mayor,
que debía devolverle el prestatario.
El contrato de seguro marítimo más antiguo que conocemos fue celebrado en Génova
el 18-II-1343, y cubría el riesgo del transporte de diez balas de paños entre Porto Pisano
y Sicilia. En España los de fecha más temprana se sitúan en Mallorca entre los años 1357-
1358, y en Barcelona el 2-VI-1377. Existieron también antiguos contratos de reaseguro (en
los que el asegurador, mediante el pago de una prima, transfiere a otro asegurador el
riesgo que él había garantizado con el asegurado), de los que el más antiguo en España es
de 31 de agosto de 1428. Hubo también otros más complejos de retrocesión (reaseguro del
reaseguro), del que ese mismo autor publicó un ejemplo barcelonés de 22-XI-1497.
3.- Fuentes del derecho marítimo: los "Rolesde Oleron" y el Libro del Consulado del Mar
LECCION 18ª
ESTRUCTURA SOCIAL.
La posición más destacada del orden social la ocupan los nobles (nobiles). El
nacimiento constituye en principio la única vía de acceso a la nobleza medieval, (ortus
parentibus nobilibus), lo que plantea marginalmente el problema de la transmisión por
hombre o mujer del status nobiliario. En la transmisión de los títulos nobiliarios rige el
principio de preferencía masculina, si bien se dieron ciertos privilegios de transmisión
por vía femenina.
Fue por otra parte común diferenciar diversos grados en la condición del noble.
Las personas aparecen calificadas en los textos de "muy noble", de "entre los más nobles",
"de igual nobleza" o "de pequeña noblez”. Tal disparidad refleja la desigual función
histórica y el origen de las distintas familias. Se ha distinguido en consecuencia en la
España medieval una doble condición nobiliaria: la nobleza de origen burocrático, que
desde el reino astur colaboró con el monarca, y aquella otra de segundo orden, formada por
los descendientes empobrecidos de los antiguos linajes visigodos, o bien la aristocracia
primitiva -nobleza vieja- que quedará marginada ante el empuje y dinamismo desplegados
en la Reconquista por una nobleza nueva.
El auge y predominio de la nobleza se debieron a muy distintas razones. De un lado
a la actividad bélica, en un marco social que convirtió a la caballería en el orden
representativo de los ideales guerreros de la comunidad. De otro, a las recompensas regias
que en contraprestación a esos servicios transformaron a los nobles en grandes
propietarios territoriales. Finalmente a la señorialización de las estructuras rurales,
que facilitó la influencia de esas gentes más allá de los límites del propio dominio, y al
aseguramiento en las ciudades de una poderosa y creciente nobleza que habría de trocarse
en auténticas oligarquías urbanas.
artesanos del País Vasco y Asturias, que desde tiempo atrás no contribuían al fisco. A la
postre, no faltaron hidalgos carentes de medios de subsistencia, conformando con el tiempo
ese tipo de hidalgo castellano sobrado de dignidad social y de estrechez económica, cuyas
huellas en los siglos modernos registrará con tan ta brillantez la literatura hispana.
medio de promoción social. Tal fenómeno fue sancionado en el año 974, cuando el conde García
Fernández concedió la infanzonía a los caballeros villanos de Castrojeriz.
Razones militares estimularon así la creación de una caballería villana o
"caballería popular". El hecho de disponer de patrimonio, caballo y equipo de guerra,
facilitó el ascenso de esos caballeros villanos que se vieron integrados en la baja nobleza.
En un clima carente de seguridad y orden, propio del mundo rural que vive fuera
del control de la autoridad pública, los más débiles hubieron de buscar siempre la
protección de los poderosos. Esa necesidad de amparo generó diversas formas de
encomendación o patrocinio, fundamentalmente reductibles a dos tipos. Quienes, por un lado,
carecían de bienes raíces, hubieron de entrar en el servicio de los potentes y establecer
con ellos vínculos de carácter personal. En cambio, los que poseían heredades y solicitaban
amparo, basaron en ellas el precio de la protección, cediéndolas total o parcialmente, o
entregando parte de sus frutos. Surgieron y se desarrollaron así dos clases de
encomendación: personal y territorial. Esta última fue pues la característica de los
pequeños propietarios rurales y la más usual por el predominio de éstos.
Los hombres de benefactoría aparecen en los textos a partir del siglo XIII como
hombres de behetría. Se ha producido una evolución del término que sigue respondiendo al
mismo contenido de encomendación territorial.
Ahora bien, en tanto en cuanto el hombre de behetría lo es por poseer unas tierras
con cuya renta paga la protección del poderoso, las tierras mismas son tierras de behetría
Las Devysas que an los sennores en sus vasallos es una pequeña colección, compuesta
por 36 capítulos, donde se recogen los derechos y prestaciones que esos deviseros o señores
de behetría pueden exigir de sus protegidos. El texto fue escrito en el siglo XIII por un
autor desconocido, quien no debió limitarse a recopilar los usos vigentes en alguna
comarca, sino que pretendió en cierto modo reunir la costumbre general castellana sobre
estas cuestiones, haciendo referencia a las variantes apreciadas en los diversos
territorios y fijando por escrito la correcta práctica de las prestaciones.
Cofradías y gremios
En los niveles más bajos de la estructura social figuran colonos y siervos. Aquéllos
eran en principio hombres libres que cultivaban tierras ajenas, mientras los siervos,
teóricamente carentes de libertad, vivían en su mayoría diseminados por los grandes
dominios rurales. De hecho tuvo lugar un proceso de acercamiento e indiferenciación entre
ambos, por cuanto los colonos quedaron a menudo en situación muy precaria, adscritos a la
tierra, mientras a su vez crecía la emancipación de los siervos agrarios, con lo que éstos
alcanzaron una situación similar a la de los colones pseudolibres.
Parece probable que esos colonos fuesen gentes que se sumaron a la repoblación en
fecha tardía, y bien por no tener a mano tierras vacantes para apropiárselas por presura,
o por actuar al amparo de los poderosos, el caso es que pasaron a cultivar como hombres
libres tierras que no eran suyas.
En Galicia y León aparecen como campesinos los "mozos" o IUNIORES. Para Sánchez
Albornoz descendían de colonos adscritos al predio rústico, figurando en consecuencia unos
"iuniores por heredad" (iuniores per hereditatem), con cierta autonomía y capacidad de
movimiento, y desde el siglo XIII otros "iuniores de cabeza" (iuniores ex capite), los cuales,
al margen de esas relaciones propias del cultivo de la tierra, quedaban sujetos al señor
por vínculos de naturaleza personal. Para García-Gallo, en cambio, fueron campesinos
libres y pequeños propietarios de alguna heredad, que además cultivan otras tierras
recibidas del señor en prestimonio. Junto a esos "iuniores por heredad", el "iunior de cabeza"
es un patrocinado personal que queda vinculado al señor. Los iuniores son, en fin, gentes
libres, con una libertad restringida de hecho.
NACIMIENTO. Los hijos de padres siervos lo son también, siguiendo esa misma condición
los descendientes de modo indefinido. En los matrimonios mixtos entre siervos y libres, los
hijos quedarán como siervos. La heredabilidad de la servidumbre fue así un dato riguroso
e inexorable en el reino asturleonés.
CAUTIVERIO. El apresamiento en guerra convirtió a veces a los vencidos en esclavos.
La gran mayoría fueron musulmanes, pero hay que contar también con cristianos libres
sometidos a servidumbre por otros cristianos. Y ello tanto a causa de guerras civiles, como
debido a la participación de cristianos a sueldo en tropas musulmanas que fueron
derrotadas y apresadas.
DEUDAS. Por una parte, los préstamos usurarios o renovos redujeron a veces a
servidumbre a quien no devolvía lo estipulado. Por otra, los delincuentes incapaces de
pagar la multa o composición, podían asimismo convertirse en siervos de la parte agraviada
o del juez. La servidumbre no procedió pues del crimen mismo, sino de la insolvencia
económica a la hora de afrontar sus consecuencias.
ENTREGA VOLUNTARIA. Determinados contratos eran reforzados con la cláusula de
reducción a servidumbre del posible incumplidor. La autoventa del hombre libre como
esclavo (obnoxatio), teóricamente conocida, no ha sido constatada en los documentos de la
monarquía asturleonesa.
Clases de siervos
Hasta el siglo XIII se diferenció con nitidez a los siervos rurales, adscritos al
predio que cultivaban, de los personales que trabajan en el servicio doméstico de sus
dueños. Aquéllos debieron ser la gran mayoría, mientras como siervos personales aparecen
de ordinario cautivos musulmanes y, más raramente, gentes cristianas. Los siervos
personales viven en las casas, e incluso en la corte, dedicados a tareas diversas. En lugar
de la adscripción a la tierra, ellos se encuentran vinculados a determinados servicios.
El desarrollo de la vida urbana y las relaciones comerciales atrajeron desde
aquella centuria mano de obra servil a las ciudades. Las clases burguesas se hacen dueñas
de siervos, a quienes muchas veces desde temprana edad adiestran en los oficios para
obtener con ello una mano de obra más barata.
Los libertos
LECCION 19ª
FEUDALISMO Y DERECHO FEUDAL
A) El feudalismo clásico.
Tal teoría ponía en relación la multiplicación de los contratos de feudo con las
necesidades sentidas en Francia de organizar un ejército de caballería para enfrentarse
a los musulmanes.
Según Brunner, las tropas invasoras que penetraron en Francia estaban
fundamentalmente compuestas por jinetes, mientras el ejército franco lo era de guerreros
a pie. Carlos Martel con su victoria sobre las tropas musulmanas en Poitiers, con una
nutrida infantería, quedo persuadido de que cualquier triunfo sería efímero mientras no
lograse disponer de una fuerte caballería que pudiera sojuzgar a la caballería árabe.
La creación de un ejército de jinetes, no era fácil, habida cuenta del coste económico
que para cualquier particular suponía la adquisición y mantenimiento de un caballo con
que acudir a la guerra. Se ideó así entregar tierras en préstamo a los súbditos, a cambio
de su servicio a caballo en las lides bélicas.
La solución fue pues confiscar a la Iglesia sus tierras, dándolas a los particulares
para que con ellas pudieran comprar el caballo y el equipo de guerra, reconociendo a la
Iglesia la propiedad de lo que le había sido incautado, pero esas tierras sólo fueron
cedidas a aquéllos que eran o se convertían en vasallos.
A) El vasallaje.
La primordial obligación del señor es hacer bien a los vasallos, lo que comporta
una afección moral y se traduce en el deber de protección y de facilitar sustento u otros
medios de vida. Las Partidas contemplan tanto el compromiso ético del señor con los
vasallos, como esas otras obligaciones pragmáticas y concretas. En Castilla no se establecía
el vasallaje sin el previo acuerdo sobre lo que el señor debía dar a quien pasaba a
depender de él. Fue así frecuente fijar la entrega en tenencia de tierras o castillos. Cuando
el señor era el rey mismo, solía donar heredades, a veces determinadas funciones públicas
que el vasallo tendió a asumir con carácter vitalicio. El señor proveía a menudo a sus
protegidos con caballo y equipo de guerra, les prestaba amparo en trances difíciles y se
responsabilizaba de los daños que ellos hubieran causado por seguir sus órdenes.
El vasallo por su parte debía ser fiel al señor y facilitarle consilium y auxilium.
La lealtad se tradujo así en un conjunto de obligaciones específicas, entre las que por su
especial dignidad destaca el compromiso de dar consejo al señor cuando éste lo requiera, y
por su importancia práctica el deber de acudir a la expedición militar o hueste. Los
vasallos actúan de juradores solidarios en los pleitos de sus amos, intervienen como
testamentarios, ejecutan comisiones de diversa índole, trabajan como mensajeros del señor
y le acompañan en sus desplazamientos y peregrinaciones. Sin su permiso, los vasallos no
pueden auxiliar a otros señores.
B) El beneficio.
transmitieron por herencia sus propios condados. Reconociendo primero la autoridad de los
reyes francos, y más tarde como territorios políticamente independientes, entre esos
condados se alza con la primacía el de Barcelona, cuyo titular aparece como "príncipe" del
país catalán.
Situado así en la cúspide de la jerarquía feudal y siendo juez supremo en Cataluña,
el princeps ocupa un lugar preferente en ese primer rango de los condes, a los que siguen
sus vasallos los vizcondes, y a éstos los comitores y vasvessores, a tenor de la estructura
recogida en una de las fuentes jurídicas, los Usatges.
A principios del siglo IX los habitantes de la Marca Hispánica, los llamados
hispani, se acogían ya a la protección de los condes y recibían de ellos beneficios con la
consiguiente aparición de feudos. Desde el siglo XI el feudalismo catalán se encuentra
consolidado, no existiendo esa disimilitud entre régimen señorial y feudal que antes
advertimos en Castilla.
Desde la aparición del sistema feudal, fue normal en Europa conceder los oficios y
funciones públicas a gentes ligadas al monarca por vínculos de vasallaje. Esos cargos
públicos adoptaron así el carácter de beneficios, con lo que sus titulares equipararon las
ventajas y retribución económica del oficio a las rentas que obtenían los favorecidos con
beneficios territoriales. Y del mismo modo que éstos pugnaban por poder ceder a sus hijos
las tierras beneficiales, aquéllos trataron de convertir los oficios en un patrimonio
hereditario.
Partiendo de esa consideración del oficio público como beneficio feudal, las
pretensiones de sus titulares por transformarlos en hereditarios triunfaron a fines del
siglo IX, durante el reinado de Carlos el Calvo. Ello significó que los condados catalanes
se convirtieran en algo propio de determinadas familias.
En Castilla se da también la atribución de condados y señoríos en propiedad.
Denominador común de todo este proceso fue la privatización del vínculo de los condes y
oficiales públicos con el rey, así como el hecho de que el monarca perdiera la facultad de
nombrar a los oficiales inferiores, dependientes de aquéllos que habían logrado la
propiedad de sus cargos.
Los llamados "Libros de los feudos" (Libri Feudorum) constituyen una colección de
carácter privado formada en Lombardía por cierto jurista desconocido, quien reunió un
conjunto de decisiones judiciales relativas a feudos. A mediados del siglo XII esa colección
fue completada con algunas cartas sobre la misma materia que el cónsul de Milán, Oberto
de Orto, había dirigido a su hijo, lo que dio lugar a la que es conocida como redacción
obertina. En el siglo XIII, el jurista Jacobo de Ardizone incorporó nuevas fuentes,
sistematizando el texto anterior que aparece ahora en su redacción ardizoniana. Una últi
ma revisión dio lugar a la redacción vulgata, también llamada accursiana por haber sido
utilizada por Accursio.
B) El Derecho Catalán.
Al margen del quehacer oficial, algunos juristas recogieron con carácter privado
las costumbres feudales.
Las Costumes o Costumas son una pequeña compilación redactada originariamente en
latín y traducida luego. Su nombre deriva de que buena parte de los diecisiete artículos
que la componen, comienza con la frase: "Es costumbre de Cataluña”.
Las Commemoracions fueron obra del canónigo barcelonés Pere Albert y quizás
intervinieron también otras personas. Constan de dos textos diferentes. El primero, donde
el autor pone de relieve las peculiaridades del feudalismo catalán, se titula Costumas de
Cathalunya. El segundo explica los nueve casos que justifican la pérdida del feudo
recibido por el vasallo del señor.
LECCION 20ª
EL DERECHO MEDIEVAL
A) La tesis germanista.
Hasta los años cincuenta fue común la creencia en el carácter germánico del derecho
medieval español. En resumidas cuentas, esa tesis general podría ser recapitulada de la
siguiente forma. Durante los siglos V, VI y VII, con independencia de la legislación
romanizada, los visigodos mantuvieron en España sus propias costumbres de origen
germánico. Aquélla habría sido un ordenamiento teórico de escasa aplicación, dándose de
hecho con éstas un derecho consuetudinario de reconocido arraigo. Tras la fractura de la
conquista musulmana, y la consiguiente formación de los núcleos cristianos, reapareció ese
derecho germánico que vino a sentar las bases del derecho altomedieval.
El germanismo del derecho hispano, sugerido por Muñoz y Romero, el alemán Ficker
y por Hinojosa. Parten de la observación de un sistema jurídico medieval extraño a la
legislación visigoda del último gran código, el Líber Iudiciorum, ciertamente muy
romanizado. Tal desemejanza contrasta con la similitud entre ese derecho medieval y el
derecho germánico (Hinojosa) o más propiamente el nórdico (Ficker), lo que les lleva a la
conclusión de que aquél procede de las costumbres jurídicas de visigodos y suevos, vigentes
desde el siglo V.
Semejante interpretación fue corroborada por Menéndez Pidal. El viejo derecho
germánico, vigente de hecho en la época visigoda, hubo de florecer más tarde en los textos
y fueros altomedievales. Ese derecho germánico se manifestará en una serie de costumbres
que aparecen por doquier en los núcleos cristianos de la Reconquista (la venganza de la
sangre, el duelo judicial que sirve para dirimir un conflicto, etc), instituciones
constatables en la Alta Edad Media y también entre los primitivos germanos, que no
aparecen en cambio en la legislación visigoda, la explicación pareció clara y fue aceptada
sin reservas: el derecho de la Reconquista había sido fruto del derecho consuetudinario
germánico que los godos transmitieron.
B) La revisión crítica.
crítica de D'Ors como, con mayor detenimiento, el conjunto de observaciones expuestas por
García-Gallo.
Procede en consecuencia evitar cualquier generalización a la hora de valorar la
naturaleza del derecho de la Alta Edad Media, hasta la recepción clara del derecho romano.
Existen posiblemente vestigios germánicos, visigodos o francos. Existen también, en
determinados territorios e instituciones, huellas prerromanas. Y a todo ello hay que
agregar la persistencia romanizante del Líber visigótico.
La España de los pri meros siglos de la Reconquista conoce, según los territorios,
tres tipos fundamentales de sistema jurídico. Hay zonas de mayor influencia del Líber
Iudíciorum visigodo. Otras, en que, a falta de ordenamiento formulado, la sociedad vive
conforme a normas consuetudinarias que en último término son reconocidas y sancionadas
mediante las sentencias judiciales. Unas terceras caracterizadas por la primacía de
ordenamientos jurídicos de nueva creación o fueros, acordes con las necesidades de la
repoblación o con el ulterior y más complejo desarrollo de la vida social.
A) El régimen visigodo.
1.- Cataluña
2.- León
La presencia del Liber Iudiciorum en León es más tardía. En la primera mitad del
siglo IX, Alfonso II había restaurado el orden visigótico, pero la vigencia del código sólo
se afirma en la centuria siguiente con la inmigración masiva de mozárabes. El Liber se
impondrá sucesivamente al derecho consuetudinario de la etapa inicial y a los fueros
locales de la siguiente. Desde el siglo X es un texto de aceptación general, al que las
partes voluntariamente acuden para dirimir sus pleitos. Tiene l ugar así el llamado juicio
del Libro, sustanciado conforme a sus prescripciones, cuyos orígenes resultan un tanto
confusos.
3.- Toledo
Al ser recuperada la antigua capital visigótica a fines del siglo XI, existe allí
un importante contingente mozárabe cuyo derecho secular es el del Liber. Pero a Toledo se
incorporan con la conquista pobladores francos y castellanos que, por diversas razones,
abandonan progresivamente su derecho y se ven inmersos en una corriente de
homogeneización jurídica de raíz visigótica o mozárabe. Se pasa en consecuencia de un
sistema donde coexistían diversos ordenamientos -el fuero de los mozárabes, el de los
francos y el de los castellanos-, perceptible en los primeros años del siglo XII, a una
uniformidad presidida por la lex gothica. Acaece en fin esa unificación de los fueros que,
al parecer, no supuso necesariamente la correlativa unidad de las jurisdicciones o
tribunales.
B) El régimen de fazañas.
Los fueros constituyen la fuente por excelencia del derecho medieval español.
El término fuero deriva del latín forum, palabra que entre otras cosas hace
referencia al tribunal, a su jurisdicción y al modo de actuar del tribunal mismo. En la
época romana forum habría adquirido ya un sentido de derecho o privilegio, con el que
aparecerá siglos después en la vida altomedieval. García-Gallo, destacó que en el mismo
mundo romano tardío o postclásico, la forma de actuación de un tribunal resultó
equiparada a las propias fuentes del Derecho, lo que vendrá a explicar la evolución
ulterior y el concepto medieval del fuero.
Respondiendo las fazañas a casos concretos y determinados, las colecciones que se
hicieron de ellas fueron eliminando lo episódico para conservar la norma orientadora de
carácter general. Dicho con palabras de Galo Sánchez, de la sentencia se extrajo el precepto
jurídico abstracto, con lo que "la fazaña se convierte en fuero ", lo cual significará que
fuero pase a ser sinónimo de norma jurídica.
Hubo fazañas y en consecuencia fueros en razón justamente inversa a la vigencia
del Líber. A más Líber menos fueros, y viceversa.
Al proceder de la costumbre fijada por los jueces, el fuero no fue en principio algo
escrito. Cuando en los siglos XI y XII reyes y señores otorgan un ordenamiento jurídico a
ciertos lugares, el derecho concedido a una determinada localidad es su fuero, pero un
fenómeno de expansión semántica hace que fuero sea en fin el propio documento que recoge
ese derecho otorgado. Por ello hablamos de fueros de uno u otro lugar, en el sentido de
textos jurídicos concretos, que por lo mismo son susceptibles de ser editados e integrados
en una colección. De otra parte, ante las oleadas de un derecho nuevo, el romano-canónico,
que hace acto de presencia en la Baja Edad Media, el derecho de los fueros aparecerá como
un derecho genuino y tradicional, frente al uniforrnisrno extraño del llamado derecho
común.
LECCION 21ª
LA RECEPCION DEL DERECHO COMUN
Junto al ius civile, el ius canonicum representa el otro gran pilar del
ordenamiento jurídico medieval. Su elaboración doctrinal a partir del siglo XII fue en
buena parte posible a las reformas de Gregorio VII, consistentes sustancialmente en la
afirmación de un derecho canónico universal, reglado desde Roma, superador de las rea
lizaciones particularistas propias de los distintos países.
A la luz de esos principios de integración, un monje llamado Graciano, maestro de
teología en Bolonia, realiza una monumental obra titulada Concordia discordantium
canonum, conocida normalmente con el nombre de Decretum.
Graciano intenta ofrecer una versión conciliadora de las distintas fuentes: textos
bíblicos, patrísticos, cánones conciliares, etc., el sabio monje procede a agrupar esas
diversas autoridades (auctoritates) y añade un comentario (díctum) que en su caso pretende
concordar, como el título da a entender, los preceptos que disienten, y ofrecer así una
versión global y armónica del sistema eclesiástico.
La obra representa, pese a su carácter privado, un hito angular de la historia
canónica, y genera una escuela de exégetas, los decretistas, que vienen a realizar con el
Decreto una tarea paralela a la que los glosadores habían llevado a cabo con el Corpus
iuris.
Graciano se muestra como el primero de los juristas-canonistas, lo que le ha valido
ser considerado como el verdadero "padre del derecho canónico". Separa la teología del
derecho canónico, pero concilia ambas instancias en una magna interpretación.
El Decreto significa el punto de partida de la etapa clásica del ordenamiento
canónico.
El sistema elaborado por los glosadores apuntó desde el principio a una finalidad
práctica, por cuanto para ellos el Corpus iuris era algo merecedor no sólo de un interés
teórico o de estudio, sino además una obra jurídica perfecta que debía ser aplicada. Sus
sucesores, los postglosadores o comentaristas, acentuaron esa preocupación pragmática, con
lo que hubieron de compaginar el derecho justinianeo con el canónico, el feudal y el
estatutario que regía en los municipios italianos.
Tal tarea fue emprendida haciendo uso del instrumental metodológico de la
escolástica en boga, configurando una dogmática jurídica con proyección y arraigo real. La
mayor libertad interpretativa de los comentaristas significó que crearan una verdadera
técnica en la elaboración del derecho.
Los "comentarios" de estos comentaristas no se l imitaron en consecuencia a la glosa
de los preceptos, sino que integraron además los derechos locales y un rico casuismo, es
decir, todo aquello que por contraposición al derecho común (ius commune) era derecho
particular o propio (ius proprium). Surgió así un "derecho nuevo" (ius novum) que en cierto
sentido relegó a segundo plano al derecho justinianeo, para destacar más la opinión de los
doctores y los comentarios de los juristas de la época, por ello este "derecho nuevo" fue
propiamente un derecho de juristas, y por haber surgido en Italia fue conocido como mos
italicus.
LECCION 22ª
EL DERECHO EN LEON Y CASTILLA EN LA EDAD MEDIA
A) La Castilla condal.
El texto más antiguo del condado castellano son los llamados Fueros de Brañosera,
carta de población que concedió el conde Munio Núñez a cinco pobladores y a sus
descendientes en el año 824. Los Fueros de Melgar de Suso, confirmado por García Fernández
a fines del siglo X, concedió a esa localidad la jurisdicción sobre otras doce, otorgando al
tiempo una serie de privilegios. El Fuero de Castrojeriz fue concedido por García Fernández
en el año 974, otorgó a los pobladores la condición de infanzones.
Cuando Femán González unifica bajo su poder los tres condados orientales del reino
astur -Castilla, Asturias y Alava-, los dos primeros seproyectan sobre una buena parte de
la actual provincia de Santander. Ello da lugar a que los condes castellanos concedan
cartas de inmunidad y privilegios en la zona de Santillana. Figuran así en esos documentos
García Femández, quien además de a Castrojeriz ordenó otorgar fuero a Salas de los
Infantes, y Sancho Garcés, conocido luego como el "conde de los buenos fueros".
El 28 de julio de 1017, el rey Alfonso V promulgó con su curia reunida en León una
serie de capítulos o decretos regulando el gobierno del reino y la condición de las
personas. Esos decretos, revisados y ampliados en el mismo año o en el 1020, contienen las
primeras leyes territoriales de la España medieval y han sido tradicionalmente
identificados con el Fuero de León.
Para García-Gallo el Fuero de León es resultado de un proceso mucho más complejo.
Durante esa misma centuria se concedieron a la ciudad una serie de privilegios y fueros
de muy diversa naturaleza -cierta carta de población, un fuero, una constitución real,
ordenanzas municipales, etc.-, textos que fueron sometidos a una primera refundición, a la
que siguen otras cuatro que completan o modifican las anteriores. Se concluye así el Fuero
de León.
El Fuero de León es copiado y adaptado por diversas localidades de la región,
tomando como base alguna de las cinco redacciones citadas, junto a privilegios propios
(Villavicencio, Pajares, Castrocalbón, Benavente y Rabanal).
Mantuvo un notable prestigio hasta bien avanzado el siglo XIII. Su divulgación
quedó asegurada al figurar a veces como apéndice del Líber Iudiciorum en algunos códices,
o en otros de la versión romanceada del Fuero Juzgo, siendo además objeto de numerosas
confirmaciones regias.
En el último tercio de ese siglo, sin embargo, el fuero pierde importancia y
progresivamente deja de aplicarse. A tal decadencia contribuyeron tres factores: el arraigo
del propio Fuero Juzgo como libro a aplicar en los tribunales, lo que originó la
marginación del fuero leonés; en segundo lugar, la abusiva imposición de la jurisdicción
del obispo y cabildo, recortando la esfera de competencias propias del concejo; finalmente,
la proliferación de cartas y privilegios reales, las cuales indirectamente convierten al
Fuero de León en un texto más y más anticuado que, al fin, cae en desuso.
C) El Fuero de Logroño.
Los primeros textos riojanos de la época navarra son meros fueros de carácter
agrario, calificados de cartas vecinales, en razón del tipo de comunidad a la que iban di
rigidos, y para diferenciarlos de los fueros que reciben las villas con autonomía y
autoridades propias.
La más antigua de las cartas fue dada a la aldea de Cirueña el 972. Esa y otras
regulan las prestaciones de los vecinos a sus señores, bien a través del trabajo personal o
mediante rentas en dinero o especie.
Conservamos una serie de fueros locales, de red ucida extensión, entre los que cabe destacar
los de Nájera y Logroño, dados ambos por Alfonso VI a fines del siglo XL Sin referirnos
especialmente a ellos, son asimismo dignos de mención otros dos concedidos por Alfonso VIII
cien años más tarde: el Fuero de Ocón, de redacción original, y el de Haro, acusadamente
defensor de la autonom ía municipal.
El Fuero de Nájera recoge el antiguo derecho navarro. Alfonso VI es reconocido rey
por los riojanos y promete que la ciudad seguirá rigiéndose por los mismos fueros. Se
procede entonces a fijarlos por escrito, siendo confirmados el año 1076. Este fuero contiene
destacados privilegios de orden penal y procesal, pero en cambio descuida la organización
municipal, que aparece endeble y arcaica.
El Fuero de Logroño articula ya un derecho nuevo: el de los francos que acuden a
repoblar la zona. Otorgado por Alfonso VI el año 1095, el texto de Logroño se con vertirá
en el más prestigioso de los fueros riojanos, logrando una difusión extraordinaria no sólo
en la propia región, sino además en territorios de Navarra, Burgos, Santander y
Vascongadas, y además en lo cronológico.
D) Fueros de Toledo.
que quedan exentos de la jurisdicción secular, dependiendo del obispo y rigiéndose por el
derecho canónico.
Los moros y judíos toledanos conservaron su derecho y siguieron constituyendo
comunidades dirigidas por autoridades propias. El fuero de moros y judíos debió ser
respetado de hecho, pero probablemente no quedó fijado por escrito.
La población mozárabe, compuesta mayoritariamente por quienes vivían en Toledo y
de modo residual por otros que vinieron de fuera, recibió un estatuto que fijaba o afirmaba
(carta firmitatís) su condición jurídica. Ese texto no supuso un régimen privilegiado, salvo
en lo relativo a la posibilidad de regirse por el Liber ludiciorum en las cuestiones pri
vadas y en los litigios de idéntica naturaleza surgidos entre ellos m ismos. En cambio, la
esfera penal y los pleitos entre mozárabes y castellanos, cayeron bajo la regulación del
derecho concedido a éstos.
Para atraer a los castellanos, procedentes de la región del Duero, Alfonso VI les
concedió a fines del siglo XI una Carta castellanorum, que establece jurisdicción propia
y les reconoce numerosos privilegios.
el casuisrno anterior de las fazañas, fue seguido por el derecho propio de los fueros
municipales.
Éstos, redactados para determinadas localidades, se extendieron luego a otras
muchas, con lo que sus prescripciones adquieren una más dilatada vigencia. Las costumbres
originarias de un lugar fueron asumidas asimismo por otros varios, mientras los pri
vilegios que antes ten ían u nos destinatarios concretos, al ser incluidos en el fuero pasan
a beneficiar a nuevas gentes.
Todo conduce, en suma, a la existencia de una masa informe y dispersa de derecho
territorial, el cual desde mediados del siglo XIII comienza a ser fijado por escrito. El
más antiguo de ellos son las Devysas que an los sennores en sus vasallos. Otras redacciones
tempranas y breves, se han perdido, pero sabemos de su existencia a través de dos importan
tes colecciones posteriores de derecho terri torial: el Libro de los Fueros de Castilla y
el llamado Fuero Viejo.
Esta obra, que excede de trescientos capítulos, constituye la más primitiva de las
redacciones extensas de derecho territorial castellano. De autor desconocido, el texto
tiene como base una colección que inicia todas sus rúbricas con la frase "esto es por fuero".
Contiene además preceptos de derecho local, tomados de los fueros de esa zona, así corno
una importante colección de fazañas, procedentes del rey y de diversas autoridades segla-
res y eclesiásticas.
Según Galo Sánchez la obra se formó sobre la base de una antigua fuente -la
redacción X- que también habrá de ser utilizada en la elaboración del Fuero Viejo.
A mediados del siglo XIV, otro jurista anónimo lleva a cabo la redacción sistemática
de un texto llamado Fuero Viejo. Consta de cinco libros, relativos a derecho público, penal,
civil, organización judicial y procedimiento, los cuales contienen diversas prescripciones
características de derecho nobiliario.
Tal como lo conocemos, el Fuero Viejo sistemático de 1356 fue elaborado sobre una
primera redacción llamada Fuero Viejo asistemático, texto que a su vez se formó sobre ese
modelo común citado antes -la redacción X- y sobre otra obra, Pseudo Ordenamiento I de
Nájera, colección cuyo nombre deriva de haber sido atribuida por su autor a unas cortes
celebradas en esa ciudad.
Esta genealogía del Fuero Viejo resulta compleja, pues se sabe de la forma
asistemática por el prólogo del texto sistemático de 1356, y el Fuero Viejo asistemático,
llega a nosotros sólo a través de tres extractos: el llamado Pseudo Ordenamiento II de
Nájera, el Pseudo Ordenamiento de León y finalmente del Fuero Antiguo de Castilla.
LECCION 23ª
LA CONSOLIDACION DEL DERECHO CASTELLANO
A) Introducción.
2.- Alfonso X el Sabio. El rey y las grandes obras jurídicas: revisión polémica
Alfonso X fue proclamado a los treinta años rey de León y Castilla, gobernando ese
ya único reino entre 1252 y 1284. Junto a otras varias empresas culturales, se atribuyen
al monarca en el mundo jurídico una serie de obras de notable calidad y envergadura. De
una parte la conclusión del llamado Setenario, tratado doctrinal iniciado por su padre.
De otra, el Espéculo, texto del que conservamos cinco libros, y el Fuero Real que consta de
cuatro. Finalmente, las Partidas, código modélico en la historia de nuestro derecho.
Procede reflexionar sobre cuál fue el sentido de esa actividad desbordante,
compatible además con el otorgamiento del Fuero Juzgo a diversas ciudades, y cuál fue en
suma el hilo conductor que orientó la elaboración de tantas y tan destacadas obras
jurídicas.
Hoy en día, cumplido el séptimo centenario de la muerte del monarca (1284-1984), el
estado sumario de la cuestión es el síguíente. Existen de una parte dos obras, el Fuero
Real y el Espéculo, sobre las que hay acuerdo respecto a su atribuc ión a Alfonso X, y
serias discrepancias en lo relativo a su naturaleza y exacta ubicación cronológica. De
otro lado, las Partidas, donde persiste la divergencia entre la concepción tradicional, que
las adjudica al célebre rey, quien habría dispuesto su redacción por razones que también
se discuten, y la tesis de García-Gallo defendiendo la existencia de una serie de
redacciones sucesivas que habrían concluido, muerto el monarca, sosteniendo además que el
Fuero Real, Espéculo y Partidas responden a reelaboraciones de un mismo texto.
B) El Fuero Real.
Juzgo y de otros fueros castellanos. Este carácter legal es ostensible por la abundancia
de expresiones de tono imperativo ("mandamos", "establescemos", etc.). Redactado en
castellano, y traducido también al portugués, el Fuero Real se aplicó en el tribunal del
rey e influyó en la formación de otros varios cuerpos jurídicos.
Las razones de la promulgación de la obra se explican en el prólogo. Se trata de
remediar la carencia de fueros y textos escritos, evitando el juicio de albedrío y "otros
usos desaguisados" de los que, según allí se afirma, "nascien muchos males e muchos daños a
los pueblos y a los homes".
Sabemos que en marzo y abril de 1255, las villas de Aguilar de Campoo y Sahagún
recibieron un texto llamado Fuero del Libro, el cual se otorgó en la década siguiente a
varias localidades, y entre ellas a Valladolid en 1265. Ese Fuero del Libro ha sido
identificado tradicionalmente con el Fuero Real.
El propósito del rey había sido formar un código que rigiera en todo el reino, si
bien el apego de las ciudades a sus propios fueros le obligó a desistir de tal propósito,
con lo que hubo de optar por otorgarlo sucesivamente como fuero local.
Para García-Gallo aquel Fuero del Libro dado a los concejos castellanos desde 1255
no era el Fuero Real, sino otra obra distinta: el Espéculo. Según esta interpretación,
Alfonso X ordenó elaborar el Espéculo como obra legal, siendo entonces objeto de las
concesiones citadas. Por dificultades de política legislativa, el Espéculo entró en crisis,
redactándose entonces, probablemente en 1268, el Fuero Real, a modo de compendio de aquella
obra. El Fuero Real, en fin, fue otorgado de forma más bien selectiva y excepcional a partir
de esa fecha.
C) El Espéculo.
E) Las Partidas
Las Siete Partidas constituyen el código más importante de la historia del derecho
español, y represen tan el apogeo de la recepción en Castilla del derecho común.
Como su nombre da a entender, el código consta de siete partidas o libros. La
división se hace eco de las excelencias atribuidas a ese número por antiguas tradiciones
paganas y cristianas.
La primera partida trata de las fuentes del derecho y del ordenamiento
eclesiástico. La segunda, del derecho público: familia real, sucesión al trono, oficios
palatinos, etc. La tercera se ocupa de la organización judicial y del proceso, incluyendo
un sumario de fórmulas notariales. Las partidas cuarta a sexta recogen derecho privado:
matrimonial, contratos y derecho sucesorio. La séptima, en fin, da cabida al derecho penal,
con referencias al estatuto jurídico de musulmanes y judíos, y a los delitos de carácter
religioso.
Ocupan un lugar central las fuentes romano-canónicas del derecho común: el Corpus
luris, las Decretales y los glosadores y comentaristas, así como las feudales de los Libri
feudorum. Junto a ellas se hace uso de textos castellanos como la Margarita de los pleitos,
de Martínez de Zamora, o las obras del maestro Jacobo, el Doctrinal de los juicios y las
Flores del Derecho.
Fueron traducidas al catalán, al portugués, al gallego e incluso al inglés, por
cuanto el código se aplicó en territorios norteamericanos que antes habían pertenecido a
España. Las Partidas rigieron pues algún tiempo en los Estados Unidos, cuyo tribunal
supremo (Supreme Court) acudió a ellas para dirimir conflictos entre Estados, o para
entender de los recursos y apelaciones presentados por algunos de ellos.
aquél que de alguna forma era conocido en los países a los que aspiraba gobernar como
emperador, y no precisamente el derecho peculiar castellano. El derecho común sería así el
denominador jurídico común de la empresa imperial.
García-Gallo le ha formulado, al menos, dos objeciones muy concretas: en determi
nados aspectos se admite una cierta superioridad de los reyes sobre el Emperador, lo que
resultaría impropio de una obra patrocinada por el aspirante al Imperio. Si las Partidas
estaban ligadas al fecho del Imperio y tenían esos objeti vos universalistas, resulta
incomprensible que fueran redactadas en castellano y no en latín, idioma que ciertamente
podía ser conocido por los futuros súbditos y que en cualquier caso era la lengua uni
versal por excelencia.
Además ¿Cómo unas Partidas hechas para regir en Europa contienen referencias a la
organización territorial castellana?. En resumen, a la vista del idioma en que fueron
escritas y de estas otras consideraciones, no parece aceptable la fundamentación del código
en el fecho del Imperio.
La interpretación de García-Gallo
Durante los últimos años del siglo XIII y en la primera mitad del XIV, la
aplicación del derecho se desenvolvió en Castilla en un clima problemático. La reacción
popular y lo acordado en las Cortes de Zamora de 1274, con la consiguiente distinción entre
"pleitos foreros" y "pleitos del rey" no supuso un nítido deslinde en las respectivas órbitas
del derecho viejo y del nuevo, por cuanto las lagunas de los fueros municipales hicieron
intervenir a los monarcas, que interpretaron discrecionalmente esos textos y además
resultaba incontenible la filtración del derecho común romano-canónico por la actividad
de los juristas, o por el prestigio de una obra como las Partidas. Todas estas circunstancias
acarrearon abundante confusión a la hora de aplicar las normas oportunas.
En el reinado de Alfonso XI, las Cortes de Alcalá de 1348 promulgan un libro
jurídico, el llamado Ordenamiento de Alcalá, cuyo título 28 establece en su ley primera el
orden general de prelación de fuentes. Haciendo referencia a la necesidad de que existan
"leyes ciertas" en las contiendas y pleitos.
Queda así sancionada la aplicación en primer lugar del propio Ordenamiento de
Alcalá, y en su defecto de los fueros municipales en cuanto no fueren contra Dios, la razón
y las leyes; y hecha la salvedad de que el monarca no los mejore o enmiende. En tercer lugar,
si leyes y fueros carecen de norma adecuada, debe hacerse uso de las Partidas.
Lo dispuesto en Alcalá tuvo enorme trascendencia, sobre todo por su dilatadísima
vigencia, habida cuenta que el orden fijado en esa ley, recogida luego por las
recopilaciones de la Edad Moderna, se mantuvo vigente hasta la promulgación del Código
Civil en las postrimerías del siglo XIX.
El Ordenamiento de Alcalá significa además algo muy importante: el reconocimiento
de las Partidas como texto legal y vigente en determinados supuestos. Tanto el
Ordenamiento como cualquier fuero municipal resultaron ser textos de corto alcance ante
las monumentales Partidas, previsoras de casi todo y cuyo rigor en técnica jurídica era
incomparable. No fue así difícil que las Partidas se aplicaran, máxime teniendo en cuenta
que a esas alturas del siglo XIV concurrían a los tribunales juristas formados en el mismo
derecho común recogido en ellas.
Desde la promulgación del Ordenamiento de Alcalá, la recepción del derecho romano-
canónico en Castilla quedó asegurada.
Cuando en 1181 el rey navarro Sancho el Sabio funda la "nova Vitoria" sobre una
antigua aldea, la ciudad recibe su propio fuero. Este Fuero de Vitoria es producto de una
refundición actualizada de los de Logroño y Laguardia.
Tras la incorporación de Alava a Castilla en el año 1200, Alfonso X concede el Fuero
Real a Vitoria, villa realenga, lo que no excluye el mantenimiento del texto de 1181,
expresamen te confirmado en el siglo XIV. Por otra, las dos villas alavesas de Treviño y
Salvatierra, pertenecientes también al señorío del rey, reciben sus propios fueros que
rigen en esas localidades y en las aldeas próximas.
A mediados del siglo XIII, sin embargo, casi la mitad del territorio de la actual
provincia de Alava tiene un régi men jurídico propio, en base a la llamada Cofradía de
Arriaga, que cambia en 1332 cuando esas tierras pasan a integrarse en el señorío del rey
castellano. Desde entonces toda Alava es realengo, sucediéndose las concesiones del Fuero
Real a pequeños núcleos urbanos, hasta que el Ordenamiento de Alcalá introduce el régimen
de prelación de fuentes propio de Castilla.
En la zona cantábrica de la tierra de Ayala predomina el derecho consuetudinario,
existiendo excepcionalmente algunos fueros breves influidos por el de Logroño. Avanzado
el siglo XIV, el señor de la tierra, Fernán Pérez de Ayala, dará su aprobación a la redacción
escrita del derecho. Se forma así el Fuero de Ayala, estrictamente dependiente del Fuero
Real. Incorporada a la Hermandad de Alava a mediados del siglo XV, la tierra de Ayala
mantiene su organización y régimen jurídico hasta 1487.
escrito. El derecho de las villas, es decir, el propio derecho de los fueros municipales, se
nutrió fundamentalmen te del Fuero de Logroño.
Las Juntas generales en 1452 constituyen una comisión y fruto de su trabajo es un
libro de doscientos artículos, el llamado Fuero Viejo de Vizcaya, que habrá de regir tanto
en la tierra como en las villas. Los reyes castellanos tuvieron que jurar ese Fuero viejo
para ser reconocidos como señores de Vizcaya.
Pese a la teórica imposición del Fuero Viejo en las villas, las discrepancias entre
su ordenamiento jurídico y el derecho de la tierra llana se agudizan a lo largo del siglo
XV. Finalmente, con el acuerdo de los representantes de las villas, el corregidor dicta las
llamadas Ordenanzas de Chinchilla, que fueron confirmadas en 1489. Estas Ordenanzas
fortalecen la jurisdicción del monarca y refuerzan además, como el profesor Monreal ha
destacado, el dualismo jurídico entre la tierra llana y las villas.
LECCION 24ª
EL DERECHO EN ARAGON Y NAVARRA
Los territorios pirenaicos fueron reconquistados a los musulmanes por los reyes
francos, presumiendose una dependencia, así como el influjo franco en aquel primitivo
derecho navarro-aragonés, presente en las costumbres de los diversos valles y comarcas. No
se conoce ni maneja el Líber Iudiciorum, pero la tradición jurídica visigoda persiste
fragmentariamente con el uso de formuarios y documentos de aplicación.
Las sentencias judiciales, llamadas en Aragón iuditia, no hacen referencia en el
siglo X a ningún tipo de ordenamiento. Cabe en suma decir, por lo que sabemos y por lo que
ignoramos, que ese derecho altopirenaico debió ser rudimentario y costumbrista.
B) El fuero de Jaca
El año 1063 Sancho Ramírez concedió un fuero a la villa de Jaca, con el propósito
de atraer población, facilitando un derecho igualitario y un clima de libertad. Jaca queda
convertida en ciudad, sus habitantes son relevados de los "malos fueros" hasta entonces en
uso, y reciben en cambio otros "buenos" que fundamentalmente garantizan la propiedad
privada, limitan las obligaciones militares y reconocen amplias facultades en el
aprovechamiento y disfrute de los pastos.
El texto introdujo en España la adquisición de la propiedad por la posesión de un
año y un día, limitó el duelo judicial como medio de prueba al no ser imperativo que el
jacetano lo pracicara con los de fuera sin acuerdo de los vecinos, nadie podía ser detenido
si aportaba fiadores idóneos, fue tolerante en el castigo de los delitos sexuales, y
estableció, en fin, múltiples garantías de carácter procesal. Como denominador común,
seguridad jurídica.
El Fuero de Jaca propició el asentamiento de importantes contingentes de artesanos
y mercaderes extranjeros, ocasionando una revolución en la estructura económica y social
del reino.
El Fuero de Jaca fue así modelo para el otorgamiento de otros muchos textos
locales, en esta etapa y en la siguiente, con lo que su predominio sirvió para
territorializar el derecho en la zona subpirenaica. En los primeros años del siglo XII fue
dado a Sangüesa y a los habitantes del "burgo nuevo" de San Cernin en Pamplona.
La extremad ura aragonesa aparece constituida por las comarcas más meridionales
que en el siglo XII figuran como avanzadilla "inextremo" sarracenorum.
También a esos territorios se pretendió extender el derecho nobiliario
altoaragonés, aunque sin embargo inadecuado, porque ciertamente mal podía servir como
ordenamiento jurídico de esta zona, agobiada por necesidades militares, un derecho como el
de los infanzones que prácticamente eximía del deber de tomar las armas.
Existiendo ya el modelo en Castilla, se favoreció la proyección de su derecho
concejil a las localidades de la cuenca baja del Ebro. Los fueros de la extremadura
aragonesa tuvieron un fondo común -tal vez el Fuero de Soria-, reelaborado inicialmente
en el Fuero de Calatayud, existiendo luego un texto revisado y más completo que sirve de
modelo a los fueros de Daroca, Alfambra y Teruel.
tradicional del Alto Aragón adecuado a las exigencias y circunstancias del siglo XIII.
Los Fueros de Aragón quedan como único cuerpo legal vigente, siendo prohibida la
alegación de cualquier otro ordenamiento ante los tribunales. A tal efecto, y para un
adecuado conocimiento general, la versión latina sancionada por la asamblea oscense es
traducida al romance.
Tradicionalmente se ha supuesto que el obispo de Huesca, Vidal de Canellas llevo
a cabo la compilación de los Fueros de Aragón. También el prelado oscense fue autor de una
importante obra complementaria de los Fueros de Aragón. Se trata de otra compilación de
nueve libros, conocida por el título latino de sus primeras palabras, In excelsis Dei
thesauris, o más sencillamente con el nombre de Vidal Mayor.
El Vidal Mayor debió ser redactado para interpretar y aclarar los preceptos de
los Fueros de Aragón. Estos recogían un derecho antiguo y tradicional, prácticamente
limitado a las cuestiones propias de los pleitos entre particulares, y señalaban que en su
defecto se acudiese al sentido natural o a la equidad. En principio, pues, quedaba cerrado
el paso a la utilización del derecho romano-canónico.
Sin embargo, la apelación a la equidad como fuente supletoria del ordenamiento
aragonés, abría la posibilidad de remitirse a las fórmulas arbitradas por ese derecho más
culto, asi el Vidal Mayor pudo facilitar la penetración del ius commune marginado en la
atmósfera nacionalista de las Cortes de Huesca.
Tras realizarse la compilación oficial, los fueros del Código de Huesca no quedaron
como cuerpo jurídico cerrado y rígido. Desde su promulgación le fueron incorporados otros
fueros o leyes dictadas en Cortes, así como las disposiciones de gobierno (actos de Corte)
acordadas en esas asambleas. Con ello los Fueros de Aragón adquieren al término de la
Edad Media una estructura definitiva en doce libros. Los ocho primeros se corresponden
con el propio Código de Huesca, más ciertas adiciones hechas al libro octavo de textos de
la segunda mitad del siglo XIII. Los cuatro últ mos recogen esos fueros y actos de Corte
desde principios del XIV.
La característica esencial de la normativa posterior es el logro de un régimen
jurídico pactísta, es decir, de algo no impuesto unilateralmente por el rey, sino convenido
o pactado entre él y los aragoneses. Ello fue posible debido al tenaz enfrentamiento de la
nobleza con el monarca en los últimos años del reinado del propio Jaime I y en la etapa
siguiente.
Así, consagran la figura del Justicia Mayor, quien asume la jurisdicción tran-
saccional entre rey y reino, o propiamente entonces entre rey y nobles. Por el Privilegio
General el monarca se compromete a observar y respetar las costumbres, privilegios y fueros
del reino, con lo que resulta vinculado por un auténtico pacto que él por sí solo no puede
romper. Se considera, pues, de cara al futuro, un sistema jurídico que permite el control
del poder real y evita sus excesos. Al garantizarse además el régimen procesal con jueces
de Aragón, en cuyo territorio deben sustanciarse las apelaciones.
D) Las Observancias.
III.- El desarrollo del Derecho navarro: Del localismo jurídico al Fuero General
de Navarra.
A comienzos del siglo XII, Alfonso el Batallador concedió a los vecinos de Funes,
Marcilla y Peñalén que en premio a su lealtad pudieran regirse por un fuero de Calahorra,
para nosotros desconocido. Posteriormente se redactó una recopilación privada de textos,
el Fuero de Viguera y Val de Funes, atribuidos al mismo monarca, cuya naturaleza y origen
resultan confusos.
Se trata de un amplio ordenamiento de casi quinientos capítulos. Recoge tanto el
derecho civil y penal de los villanos, como un derecho privilegiado relativo a infanzones.
Los Fueros de la Novenera son los de cinco localidades navarras: Artajona, Larraga,
Berbinzana, Mendigorría y Miranda. Formados en la segunda mitad del siglo XII, se
caracterizan por el otorgamiento de privilegios de carácter fiscal, político y militar,
entre los que destaca la exención del pago de la novena parte (de aquí su nombre) de los
frutos que los labradores debían al rey, una vez descontado el diezmo eclesiástico.
Sus 317 capítulos se dirigen a gente del campo, bajo la forma de un ordenamiento
prolijo y detallado, no exento de caracteres de primiti vismo y rudeza.
LECCION 25ª
EL DERECHO EN CATALUÑA, MALLORCA Y VALENCIA
I.- Cataluña
B) El siglo XIII: Las consuetuts de Barcelona. Las Consuetudines Ilerdenses. Las Costums
de Tortosa. Las Consuetudines de Gerona.
En segundo lugar, no existe una organización política central fuerte. Por lo que
la legislación de las Cortes sólo aborda muy limitadas cuestiones, lo que favorece el
predominio de los derechos locales.
En tercer lugar, en Cataluña no existe como en Castilla un código de proyección
general donde se vierta la recepción del ius commune. La consecuencia es la misma: se
propicia la fijación del ordenamiento jurídico de cada ciudad.
Todo concurre, en suma, al fortalecimiento de los derechos locales, cuyas
redacciones reciben el nombre de consuetudines o costums. Esos textos suelen estar
impregnados de ius commune, con lo que el derecho romano- canónico surte efecto ahora en
Cataluña a través de los ordenamientos ciudadanos.
A lo largo del siglo XIV, diversos juristas gerundenses llevaron a cabo una serie
de redacciones de la costumbre, dando cabida a prácticas feudales, pero también en buena
medida al derecho romano. Se formaron así distintas colecciones anónimas, refundidas en
1439 por Tomás Mieres.
La obra de este autor tuvo una finalidad eminentemente práctica, dándosele uso en
los tribunales, aunque careció de reconocimiento oficial.
II.- Mallorca: Cartas de población. Siglos XIII a XV. Orden de prelación de fuentes.
En los siete años transcurridos desde 1229 a 1235, Jaime I conquista las islas de
Mallorca, Menorca e Ibiza, acudiendo allí pobladores catalanes. Los condicionamientos
geográficos, impiden la formación del derecho local propíamente dicho, prevaleciendo en
cambio un derecho insular, de cada isla por separado. Además, la inexistencia allí de una
tradición jurídica cristiana facilita la introducción del derecho catalán propio de los
conquistadores.
Conforme a las cartas de población catalana, Jaime I concede a Mallorca la suya en
1231, donde en ciertos casos se contempla la vigencia de los Usatges de Barcelona. Otras
islas, como Ibiza y Formentera, reciben textos análogos, fortalecidos luego todos ellos por
distintos privilegios y exenciones.
de origen, por lo que al margen de las cartas de población, siguieron en uso las costumbres
propias.
B) La "Costum" de Valencia
Los Furs fueron concedidos como ordenamiento local a muy diversas villas. Al
jurarlos Jaime I en 1261, quedó consagrada su vigencia común. Los Furs fueron desde
entonces el derecho oficial del reino de Valencia lo que no impidió la ulterior concesión
de cartas pueblas a imitación de las catalanas o bien a fuero de Zaragoza.
Así pues, entrada la segunda mitad del siglo XIII, el sistema jurídico es el
siguiente: l. Los Furs rigen como derecho general del reino; 2. Los Furs son además el derecho
local propio y específico de algunas villas; 3. Otros pueblos tienen como ordenamiento
local el derecho catalán, castellano o aragonés.
La oligarquía aragonesa, asociada en la Unión, hace frente al monarca y le exige
la aplicación de ese derecho suyo conforme al cual se habían repoblado tantos lugares. Lo
que pretenden es que se les entreguen tierras valencianas como feudos.
Jaime I en las Cortes de mayo de 1329 ofrece prerrogativas jurisdiccionales a todos
aquellos que en un plazo de tres meses renuncien a ese Fuero de Aragón. La medida surtió
efecto y los Furs se imponen hacia el futuro como único derecho del reíno.
Respecto al uso de las fuentes, los Furs establecen que el los mismos habrán de ser
aplicados en primer lugar, para en su defecto acudir a la razón natural y a la equidad.
Esto último faclita la frecuente alegación de textos romanos pese a las prohibiciones de
los reyes, quienes a fin de impedirlo insisten en la interpretación estricta y literal del
código valenciano.
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Los Furs de otra parte, habían sido un derecho pactado entre el rey y las Cortes en
su conjunto, existiendo además las actes de Cort aprobadas por el monarca y uno o dos
brazos de esa asamblea. Consecuencia del carácter pactista de las normas es que su
alteración requiere el asenti mien to de quienes las acordaron. Ello significa en concreto
que los Furs puedan ser y sean de hecho modificados por la legislación de Cortes, cuando
éstas con el rey promulgan fueros nuevos.
LECCION 26ª
LA MONARQUIA MEDIEVAL
García-Gallo puso en claro las líneas directrices que reglaron el acceso al trono
en la CORONA ARAGONESA.
- Al formarse la Corona, cuando unos reinos son heredados y otros ganados, esos reinos
suelen ser repartidos entre los distintos hijos. Consolidada luego la unidad patrimonial
de la Corona, se fija la indivisibilidad de la herencia con la consiguiente institución de
un heredero universal.
- La primogenitura es de hecho un princi pioconstante del régimen aragonés, el cual
reconoce además los derechos del nasciturus.
- El "derecho de representación" es por lo general admitido, salvo en el paréntesis
comprendido entre fines del siglo XIII y mediados del XIV.
- Quedan excluidos los hijos no legítimos, las hembras y los religiosos.
- En defecto de hijos y sus descendientes, heredan los hermanos del difunto. Si tampoco los
hubiere, se adoptan soluciones diversas.
El sistema sucesorio de la MONARQUÍA NAVARRA inspirador, en buena parte, del de
Castilla y Aragón. El primogénito hereda la totalidad del reino, pudiendo recibir otros
hijos en tenencia los territorios adquiridos que forman la honor regalis. El acceso al
trono aparece aquí regulado por el Fuero General de Navarra, texto que, acogiendo el
"derecho de representación", dispone que herede el primogénito y en su defecto los demás y
los hermanos del causante. En ausencia de todos ellos los magnates del reino eligen nuevo
rey.
El comitatus CATALÁN, encarnado en el Conde de Barcelona como primer señor o
prínceps, se transmite por línea masculina en favor de los hijos, y en defecto de ellos pasa
a los parientes colaterales. De hecho, fueron frecuentes los casos de corregencia de
hermanos en un mismo condado. Las hijas pueden suceder a su padre, sí bien en este caso, de
conformidad con los principios feudales, el marido ejerce de hecho el gobierno.
C) El imperio castellano-leonés.
La constitución del Imperio leonés y el hecho de que sus reyes se titularan emperadores,
han sido explicados en base a los motivos siguientes:
- Afirmación de la supremacía intrapeninsular. Los reyes de León se autodesignan
emperadores para hacer ostensible su cond ición de herederos de la tradición visigoda, y
poder dirigir así la restauración de la unidad política y religiosa. Al poner de manifiesto
su superioridad sobre los restantes reyes peninsulares, justificarían el liderazgo de la
lucha común frente al Islam.
- Contraposición al Imperio carolingio. El imperio leonés surgió como contraposición
hispánica al Imperio carolingio ultrapirenaico.
- Réplica al Emirato de Córdoba. Según Lévy-Provemçal la dialéctica de la Reconquista
llevó a los reyes de León a titularse emperadores, a fin de ostentar una mayor dignidad
ante el creciente aparato formal y político de los emires cordobeses.
- Oposición a la Santa Sede. Para hacer frente a las pretensiones romanas sobre España, y
como muestra de oposición al Papado, aparece el Imperio leonés.
LECCION 27ª
LA MONARQUIA MEDIEVAL
A) Su origen
Desde el siglo IX los reyes asturleoneses reconocen en los documentos que lo son
"por la gracia de Dios" (gratia Dei), fórmula que con algunas variantes se repite a lo largo
de la Edad Media. Pese a que según Barrau- Dihigo esta expresión fue empleada de modo
trivial, sin implicar "ninguna orgullosa doctrina de derecho divino", lo cierto es que el
poder en su origen se remite siempre a Dios, y que los diplomas medievales expresan de muy
diversas maneras ese fundamento sobrenatural que en última instancia justifica.
La tesis de que el poder, originario de Dios, llega al rey por medio de la comunidad
(omnis potestas a Deo per populum) fue explícitamente formulada por Santo Tomás de Aquino
en el siglo XIII y sentó las bases de una concepción democrática del orden político, por
cuanto si el pueblo confía a una persona el poder, está legitimado también para retirárselo
o para ejercer un adecuado control.
Si, en cambio, el monarca recibe el poder temporal del papa, vicario divino, aquél
queda subordinado a éste y en términos generales el poder temporal depende del pontificio.
Si el rey recibe el poder directamente de Dios, no sólo cabe justificar su
independencia respecto a los súbditos, sino incluso también, en determinados supuestos, la
legitimidad del enfrentamiento al papa.
A) El derecho de resistencia.
El rey debe proteger la fe, gobernar con justicia y mantener la paz. Para ello
dispone de la fuerza de las leyes, pero debe adecuar también su comportamiento a esos fines
y aparecer en suma como un monarca ejemplar.
La doctrina de San Isidoro, según la cual sólo es rey quien gobierna rectamente,
que atemperó el absolutismo político visigodo, orienta también ahora el medieval. No
obstante, sí un buen monarca es el premio que Dios concede al pueblo, el malo y despótico
es por lo mismo un castigo divino que la comunidad, por sus pecados, ha de soportar.
Ese mal rey en principio no es un tirano, calificativo que se reserva al usurpador
que se ha hecho con el poder y gobierna sin justo título. Sólo en el siglo XII los textos
atribuyen la condición de tirano al rey legítimo que usa del poder con exceso y gobierna
no rectamente,
El poder real aparece en teoría limitado por su propio carácter divino lo que exige
que se ejerza con templanza en bien de los súbditos, También por el juramento del monarca,
el cual hace explícito su compromiso de defender la fe, guardar el reino y hacer cumplir
las leyes. Más problemático resulta que esas leyes le vinculen a él mismo, por cuanto el
derecho romano facilitó una interpretación según la cual el príncipe estaba exento de la
ley (solutus a lege).
Como es lógico los monarcas intentaron hacer prevalecer esa condición soberana,
que les sitúa por encima del propio ordenamiento jurídico, excepcionalmente reconocida
por la Cortes de Olmedo de 1445. Lo normal sin embargo es que las propias Cortes traten de
sujetar al monarca al cumplimiento de la ley, lo que ciertamente se consigue cuando
triunfan las concepciones pactistas. En cualquier caso, fuera mayor o menor la vinculación
del príncipe a las leyes y fueros, suele reconocérsele la facultad, o derecho de gracia, de
dispensar excepcionalmente a los súbditos de los efectos consiguientes a su aplicación,
Las tensiones derivadas de los abusos de poder no llevaron en la España medieval
a una formulación teórica del derecho de resistencia. Una cosa fue que determinados excesos
-reales o supuestos- fueran contestados por la fuerza, y otra que se legitimara en
abstracto la resistencia al rey injusto. Las Partidas condenaron la tiranía, contemplando
la posibilidad de amonestar al tirano, pero no justificaron su deposición.
B) La concepción pactista.
La sujeción del rey al ordenamiento jurídico significa que las normas o actos que
lo quebranten, sean considerados como agravios o contrafueros (en Cataluña, greuges), lo
que exige la consiguiente reparación. El agravio o contrafuero es sobre todo la actuación
del monarca contra el derecho o fuero, pero en un sentido extensivo el agravio puede
proceder también de la conducta abusiva de otras muchas autoridades.
Entre los agravios hay que destacar el caso frecuente de las llamadas cartas
desaforadas, o actos escritos del monarca que vulneran el ordena miento jurídico vigente
tanto si son disposiciones de carácter general, como si tratan de situaciones individuales,
y sea cualesquiera su objeto: provisión de oficios, imposición de cargas fiscales, régimen
comercial, asuntos de justicia, etc. Revistieron especial importancia cuando atentaban
contra los derechos municipales o los ordenamientos hechos en Cortes. La reacción frente a
los excesos regios llega a arbitrar una fórmula -el obedézcase pero no se cumpla- de la
que a contin uación trataremos.
La reparación de agravios fue planteada por tanto al rey con ocasión de reunirse
las Cortes. En ellas los estamen tos piden al monarca que restablezca el derecho lesionado
y rectifique los contrafueros, mientras éste solicita el otorgamiento del subsidio o ayuda
económica. De la fuerza de las Cortes en ese juego político montado sobre una cierta
contraprestación, dependió la posibilidad efectiva de exigir que los agravios fueran
reparados. En tanto tal fuerza resultó notable en Aragón y escasa en Castilla, la corrección
de los desafueros regios aparece en el primer caso como una realidad efectiva y como algo
problemático en el segundo.
La ley se dicta obviamente para ser cumplida. Puede darse sin embargo un vicio
intrínseco de legitimidad que aconseje no aplicarla, o bien un desajuste insalvable entre
la norma teóricamente justa y una realidad que por diversas circunstancias no permite de
hecho que aquélla sea llevada a la práctica. En ambos casos la ley ha de ser acatada, en
razón de su autoridad, pero no cumplida. Este es el sentido de la fórmula obedézcase pero
no se cumpla, presente en el mundo peninsular primero y en el americano después.
De las dos causas determinantes de este fenómeno, nos interesa ahora la primera. La
segunda tendrá especialmente que ver con las Indias.
Tal solución de compromiso aparece de forma explícita en las respuestas de Juan I
a las peticiones que las Cortes castellanas presentaron contra las cartas desaforadas.
Ante las Cortes de Burgos de 1379, el monarca había declaradó que las cartas dictadas
contra derecho "sean obedeçibles e non cumplidas fasta que nos seamos requeridos dello".
Que las disposiciones reales sean en esos supuestos acatadas pero no cumplidas, no
constituye en consecuencia una corruptela anárquica, sino algo previsto y dispuesto. La
fórmula obedézcase, pero no se cumpla significa en suma una verdadera legalización de la
inobservancia,
Entre otros varios, plantea un par de problemas:
- García-Gallo se refirió (obedecido y no cumplido) a las leyes mismas, es decir, a las leyes
ilegítimas o injustas. Para Lalinde, en cambio, la fórmula sólo debe entenderse aplicada a
las meras disposiciones de gobierno. Bermejo, apoyándose en el propio sentido etimológico
de las expresiones contrafuero y carta desaforada, valora como tales cualquier disposición
que contravenga el ordenamiento jurídico. Creemos en fin nosotros que la fórmula del
obedézcase pero no se cumpla no puede ser referida a leyes dictadas por el monarca con las
Cortes, porque en ese caso se consagraría el puro inmovilismo jurídico, pero sí desde luego
a esas pseudo-leyes que son las pragmáticas, hipotética y unilateral amenaza del rey al
ordenamiento vigente, y por supuesto a cualq uier provi- sión de gobierno que atente al
mismo.
- Esas cartas impugnadas son para el rey nulas, o simplemente se pospone su ejecución hasta
que él las ratifique o revoque. Unas veces prevalece la primera interpretación y otras la
segunda, no siendo posible en consecuencia resolver en Castilla tal disyuntiva -nulidad o
aplazamiento de su entrada en vigor- de forma clara y unívoca. El acusado carácter
pactista propio de Aragón llevó consigo un mayor compromiso por parte del monarca de
respetar leyes y fueros, pudiéndose entender que las disposiciones sujetas a la fórmula de
la obediencia e incumplimiento eran nulas de pleno derecho. En cuanto a Navarra, la espe-
cial preocupación por evitar cualquier tipo de contrafueros, dio lugar a un estrecho
mecanismo de control de la actividad regia. Estamos así ante el precedente del llamado
derecho de sobrecarta.
c) La Junta de Obanos. Esta asamblea navarra es la primera que con propio carácter
político aparece en la Península. Formada durante el gobierno de Sancho VII (1194-1234)
con la finalidad de asegurar el orden frente a violencias y tropelías. La Junta estaba
formada por los infanzones de cinco comarcas, presididos por sobrejunteros en número
variable. Ya en la Baja Edad Media, aparece en Navarra la Hermandad del reino. Según
advierte Orella, las Cortes de Olite de 1450 realizan una petición a fin de "que los Estados
puedan formar una Hermandad para perseguir a los delincuentes" y "para paz, utílidad y
provecho del reino". Esa Hermandad debió articularse por merindades.
LECCION 28ª
LAS CORTES MEDIEVALES
A) Las Cortes como órgano asesor o como órgano de control del poder real.
Las Cortes castellanas pudieron limitar el poder regio tanto por sus atribuciones
jurídicas como, al margen de ellas, por el juego real de los acontecimientos y tensiones
políticas entonces acaecidas. Las Cortes, a través de las peticiones y quejas de los
estamentos, fiscalizaron la actuación de los monarcas y legislaron también con ellos, sin
que los reyes pudieran derogar por sí solos las leyes, fueros y ordenamientos, ni tampoco
exigir unos tributos extraordinarios que la asamblea debía en todo caso aprobar.
Las Cortes fueron una mera asamblea consultiva, cuyos miembros prestan consejo
como respuesta a un requerimiento regio que obliga a todos los súbditos.
Las Cortes castellanas fueron una asamblea cuya justificación radicó a menudo en
legitimar con su consenso las decisiones unilaterales del monarca, pero que por fuerza de
las circunstancias políticas y de la necesaria concordia social -acuerdo sobre los
impuestos, leyes, etc.- se convirtió de hecho en un órgano que, con más o menos fuerza, según
épocas, limitó y moderó el absolutismo regio.
Las Cortes representan al reino. Ello significa que si varios reinos u otras
unidades territoriales de distinta naturaleza jurídica se integran en las Coronas, cada
uno conservará en ellas su propia asamblea.
Las Cortes entendieron de los asuntos de interés general, pero sus competencias
concretas no fueron nunca reconocidas de modo explícito. Al margen de atribuciones
genéricas y difusas, como aconsejar al monarca, defender la justicia y la paz, o reunirse
con ocasión del juramento del rey y del heredero, su ámbito de acción se proyectó en lo fun-
damental a tres puntos: concesión del subsidio económico extraordinario o servicio,
reparación de agravios e intervención en la actividad legislativa.
El OTORGAMIENTO DE LAS AYUDAS FINANCIERAS solicitadas por el rey y el acuerdo sobre
nuevos tributos, fueron cuestiones de exclusiva competencia de las Cortes, o su función
esencial según Sánchez Albornoz. Ahora bien, así como en Castilla resultó usual que se
aprobara el servícío antes de que el monarca contestase a las peticiones de los
procuradores o reparara los agravios, en Aragón, según ha solido afirmarse, el
procedimiento fue inverso, lo que debíó sígníficar que la concesión de subsidios quedara
condicionada a la previa reparación del desafuero regio. En las aragonesas se da a veces
una tan rotunda negativa a otorgar el subsidio, que el rey opta por marcharse sin
El tercer brazo estuvo compuesto por los procuradores de las ciudades y villas, si
bien no de todas, sino sólo de aquéllas convocadas por el rey entre las de territorios de
realengo. Las villas de señorío fueron representadas por los respectivos señores seglares
o eclesiásticos. El número de ciudades con voto en Cortes sufrió muchas oscilaciones.
Los representantes de las ciudades reciben el nombre de procuradores en Castilla
y de síndicos en la Corona de Aragón. Cada ciudad nombra uno o varios, los cuales en todo
caso disponen de un único voto. En la etapa inicial, los procuradores fueron elegidos por
los cabezas de familia de las distintas villas. Más tarde, desde mediados del siglo XIV, el
consejo municipal asume esa tarea y procede a la designación directa o a través de sorteo.
En el primer caso, los concejos quedaron un tanto a merced de la presión regia, que
requería a veces el nombramiento de determinadas personas. En el segundo, con el sistema
llamado de insaculación, la arbitrariedad de los ayuntamientos o las pretensiones de los
monarcas se hicieron más difíciles, aunque siempre fue posible hacer entrar en sorteo a
las personas adictas.
Tras su designación, los delegados ciudadanos reciben poderes para actuar en
Cortes, constituyéndose en portavoces de la opinión de las ciudades sobre los asuntos
propuestos en la convocatoria. De ordinario se ha afirmado que los procuradores y síndicos
carecieron de autonomía, debiendo limitarse a transmitir lo que la ciudad hubiera
acordado. El poder del procurador representaba así un mandato imperativo. Si surgen
nuevas cuestiones, el procurador recabará nuevos poderes, debiendo mantener por tanto una
estrecha relación con la ciudad a la que representa.
En su asistencia a las Cortes, los síndicos fueron provistos en la Corona de Aragón
de un salvoconducto (guiatge) que preservaba su inmunidad. Cierta inmunidad
parlamentaria será asimismo reconocida por Pedro I a los procuradores castellanos en las
Cortes de Valladolid de 1351.
D) La Diputación de Cortes.
Las Cortes votan unos determinados subsidios y adoptan ciertos acuerdos. A fin de
velar por la correcta exacción y administración de aquéllos y por el buen cumplimiento de
éstos, aparece un órgano, la Diputación, cuya gestión se proyecta desde el término de unas
Cortes hasta el inicio de las siguientes.
Surgida como institución provisional y de finalidad muy específica, adquiere con
el tiempo una notable importancia, asumiendo carácter representativo y otras múltiples
funciones.
LECCION 29ª
ADMINISTRACION CENTRAL EN LA ESPAÑA MEDIEVAL
A) Acceso al oficio
B) El control de la gestión
C) Extinción de la relacion
La relación entre el rey provisor del oficio y el titular del mismo concluye por
causas diversas. Son de mencionar entre ellas, la muerte de uno u otro, el transcurso del
plazo en los oficios temporales, la revocación del nombramiento, y la renuncia y
enajenación del cargo.
La muerte del oficial extingue esa relación, aunque ella pueda prolongarse
automáticamente en los cargos convertidos en hereditarios. Más problemático resulta saber
si el fallecimiento del monarca otorgante implicó de por sí el cese de quienes había
nombrado, supuesto harto probable habida cuenta de las confirmaciones que solía llevar
a cabo el sucesor. Respecto a la duración del oficio, distinguimos los concedidos a término
o por un período determinado de tiempo, generalmente un año, que naturalmente se agotan
con la conclusión del plazo, de aquellos otros dados por vida e incluso por juro de heredad,
a extinguir los unos con su titular y transmisibles los otros a los herederos. Los oficios
de duración indeterminada y discrecional, ad beneplacitum regis, fueron a menudo
considerados como perpetuos. La renuncia y enajenación dan fin a la relación a instancias
del beneficiario. En sentido inverso, puede el rey revocar el oficio concedido.
Alfonso II restauró el orden gótico palaciego en la Asturias del siglo IX, pero la
compleja organización del Aula Regia visigoda sólo reaparece en Oviedo, y más tarde en
León, de forma sencilla y esquemática. Su núcleo, el Palatium, fue también ahora eje de la
Administración Central.
Del Palatium forman parte, junto a los miembros de la familia del rey y su séquito
(magnati palatii y obispos), el mayordomo real, los notarios encargados de la redacción de
documentos, el primiclerus que preside la real capilla, los caballerizos y camareros, y
desde el siglo X el armiger o jefe de la guardia regia. También están presentes el sayón
del palacio, el copero real, y otras personas ocasionalmente ligadas al monarca por víncu-
los personales como "fieles" suyos. Por último, Sánchez Albornoz supone integrados en las
asambleas palatinas a los magnates y prelados que por causas distintas se encontraran en
la Corte.
Los miembros del Palatíum viven con el rey y le acompañan en sus desplazamientos.
En el seno de ese pequeño Consejo intervienen a menudo sobre los asuntos de administración
y gobierno, asesoran al monarca sobre cualquier tipo de cuestiones, y constituyen, en fin,
el tribunal regio.
También en la Cataluña condal se dio esta institución.
El Palatium es designado desde el siglo XI como Curia, Corte o Cort, términos éstos
que hacen referencia a la sede que alberga los servicios públicos y privados del monarca.
Desde la época altomedieval, el más importante de los oficiales públicos fue el
alférez, es decir, aquel armiger regis que ya formaba parte del Palatium como jefe de la
guardia real. Sus funciones fueron fundamentalmente militares; guiando en nombre del rey
las tropas en el combate o portando junto a él la enseña regia; y quizás también judiciales,
al dirimir conflictos por delegación expresa del monarca. En la Baja Edad Media el oficio
de alférez pierde importancia y se vacía de contenido.
Las funciones del alférez son heredadas en Castilla por el condestable y en
Navarra por el mariscal. A fines del siglo XIV los reyes fueran ya más cortesanos que
guerreros, y más gobernantes políticos que jefes castrenses, lo que hizo necesaria esa
suprema autoridad militar que contó con el auxilio de dos mariscales nombrados
directamente por el rey. A su vez en el siglo XIV, el mariscal de Navarra desplaza en este
reino al alférez, dirigiendo a las gentes de armas con el concurso de otros mariscales de
inferior categoría.
Tanto en Castílla como en la Corona de Aragón, la suprema dirección de las fuerzas
navales correspondió al almirante. El almirantazgo proyecta sus competencias a cuanto
tiene que ver con los fechos de la mar. El titular ostenta así un poder genérico sobre el
mar, ríos navegables y personas que allí desarrollan su actividad, correspondiéndole la
jurisdicción civil y criminal, la designación de oficiales y la percepción de determinados
derechos y rentas.
La casa del rey la componen los oficiales que él nombra o destituye libremente. El
aumento del número y funciones de los oficiales de la casa fue debido principalmente a la
tendencia de los grandes oficios a convertirse en honoríficos. Los altos dignatarios serán
nombrados más por la confianza que merecen al rey que por su propia idoneidad personal,
resultando de ordinario fundamental su pertenencia a los sectores nobiliarios. No parece
darse una jerarquía definida y estable entre los diversos oficios, con lo que suele
predominar la personalidad del individuo sobre la estructura funcional.
El mayordomo del rey (maiordomus regis) es el jefe de la casa del monarca y la
primera autoridad de los servicios palatinos de carácter doméstico. Inicialmente debió
ostentar múltiples facultades como personaje principal de palacio (primus palatii), pero
luego recortó su protagonismo al único ámbito de la actividad financiera de carácter
general, teniendo bajo su control tanto a los responsables del servicio doméstico
propiamente dicho, como a los tesoreros que custodiaban el tesoro regio.
En la Corona de Aragón existió asimismo el mayordomo como jefe de la casa del rey,
puesto desempeñado en Cataluña por un oficial llamado senescal.
El mayordomo regio tuvo en Castilla bajo sus órdenes a numerosos oficiales. Hay
que mencionar entre ellos al camarero, que custodia la cámara del monarca; al repostero
encargado de los objetos de uso personal y al despensero, quien debe "espender los dineros"
para el aprovisionamiento cotidiano. Junto a estos funcionarios palatinos figuran también
los porteros, el aposentador real, los médicos, el halconero, los monteros, el capellán, los
limosneros, etc.
Desde finales del siglo XIII debió diferenciarse en la Curia aragonesa una junta
consultiva de carácter estable, competente en los asuntos de gobierno y administración, y
que con el tiempo logró asimismo atribuciones judiciales. A mediados de la centuria
siguiente, bajo el gobierno de Pedro IV (1336-1387), existe un Consejo presidido por el
canciller y del que forman parte los tres mayordomos de Aragón, Cataluña y Valencia; el
camarero, el maestre racional, el vicecanciller, el tesorero, los auditores y los
procuradores. Ese Consejo Real no es sin embargo otra cosa que un precedente del propio
Consejo de Aragón, fundado por Fernando el Católico mediante pragmática de 19 de
noviembre de 1494.
La misma naturaleza consultiva tuvo en sus orígenes el Consejo de Navarra, órgano
que auxiliará luego al monarca en las tareas de gobierno y judiciales. El Consejo da cabida,
junto a los doce ricoshombres, a una serie de dignidades palatinas e importantes prelados,
integrando además a funcionarios de la administración y a otros consejeros discrecional-
mente elegidos.
La Cancillería aparece de forma precaria en los primeros años del siglo XII, y es
reordenada en la centuria siguiente por Alfonso X
A partir de una estructura muy simple, jerarquizada en el canciller, notarios y
escribanos, y en base a unas facultades precisas de redactar los documentos, autenticarlos
y custodiar el sello real, la organización de la cancillería castellana se tornó más
intrincada, multiplicando su burocracia y funciones.
Al frente de esta oficina palatina figura el canciller o canciller mayor. Junto a
él actúa el llamado canciller de la paridad, a quien compete legalizar con el sello de la
paridad o secreto las cartas de la misma naturaleza.
Dependientes del canciller se encuentran los notarios mayores, con atribuciones de
carácter burocrático aplicadas a supervisar los documentos, autenticarlos mediante el
sello que ellos custodian, y registrarlos luego. La base de la estructura cancilleresca la
forman los escribanos, a quienes propiamente corresponde la redacción material de los
textos.
LECCION 30ª
LA ADMINISTRACION TERRITORIAL Y LOCAL
A mediados del siglo XII, Alfonso X pone al frente de los territorios andaluces,
recientemente reconquistados, a un adelantado de la frontera. En los años siguientes, un
nuevo oficial, el adelantado mayor, sustituye a los merinos mayores en las grandes
circunscripciones de Castilla, León, Murcia y Galicia, e incluso episódicamente en Alava y
Guipúzcoa.
Los adelantados mayores fueron delegados del rey que rigieron los distritos con
amplias competencias gubernativas, judiciales y militares. Ahora bien, esos personajes no
reemplazaron siempre a los merinos mayores.
Los adelantados son jueces que entienden en apelación de causas ya falladas, y
directamente, por delegación, de los casos graves reservados al monarca. Los merinos, en
cambio, desempeñan principalmente funciones de policía gubernativa, ejecutando la
justicia y persiguiendo a los delincuentes. Sánchez-Arcilla aventura una hipótesis que
explica la presencia de adelantados en aquellos territorios alejados o fronterizos, en
función de la habitual ausencia del rey, debido a que las circunstancias exigían jueces
con amplias facultades y que pudieran actuar con rapidez y autonomía. A su vez la
sustitución de los merinos por adelantados pudo deberse, en opinión del mismo autor, a
criterios de ahorro público en un panorama de crisis económica.
En el reino de Navarra la administración territorial se articula principalmente
en merindades y valles.
Las ciudades del Occidente medieval aparecen por lo común como núcleos cerrados,
con un cerco o muralla que separa la aglomeración urbana del campo circundante. Divididas
En los siglos altomedievales los núcleos poblados debieron ser meros conglomerados
humanos carentes de organización jurídica, sujetos a las autoridades del territorio donde
están situados. A partir del siglo XI surge en cambio en Occidente la ciudad propiamente
dicha, que consta ya de un núcleo urbano de apreciable envergadura, donde conviven gentes
con un estatuto que les diferencia de quienes viven dispersos en los territorios rurales.
Esta ciudad adopta la forma jurídico-pública del municipio, con un sistema de
jurisdicción autónoma, propias autoridades, organización y competencias precisas, lo que
de hecho confiere al municipio el carácter de órgano de la administración en el nivel
local.
Los historiadores europeos han debatido largamente el cómo y por qé surgió el
municipio medieval, ofreciendo desde el siglo XIX dos grandes explicaciones de conjunto:
la llamada tesis romanista que hace heredero al municipio medieval del romano, y la
germanista, que en base a muy diversas teorías coincide en admitir su condición de
institución nueva y autóctona.
En la aparición del municipio hispano concurrieron desde luego numerosos factores,
tanto de índole doméstica, producto de la pugna con los musulmanes, como otros
homologables con lo que sucedió en las ciudades ultrapirenaicas. Nuestro concilium
altomedieval, dependiente de las autoridades territoriales, sirvió de base a la creación
de esa conciencia urbana de creciente desarrollo. Tal base institucional se fortaleció,
entre otras causas, por la concesión de fueros y franquicias, apareciendo así el municipio
como forma jurídico-pública, elemental al principio y más compleja desde el siglo XII.
B) La organización municipal.
En las grandes urbes el Consell es una asamblea muy numerosa. En Barcelona las
reformas de Jaime I, conducen al establecimiento del llamado "Consejo de Ciento" (Consell
de Cent), nombre derivado del número de sus componentes, el cual llegará incluso a ser una
asamblea más amplia en el siglo XIV. Dando cabida a cierta representación de los diversos
estamentos sociales, se renueva por mitad cada año y suele actuar a través de una amplia
comisión de treinta y dos miembros llamada "Trentenario" (Trentenari). En esta última etapa
bajomedieval, los magistrados o consellers son cinco, presididos por el conseller en cap.
El Consell valenciano procede del estatuto concedido por el mismo monarca en 1245.
Compuesto por casi centenar y medio de personas, este Consejo asesora también la actuación
de los magistrados locales o jurats.
En Mallorca existe el llamado Gran i General Consell, organismo cuyo origen es en
el mismo privilegio de constitución de los magistrados locales, los jurats de la ciutat i
regne, otorgado en 1249. Junto a ese gran Consejo, los forenses o campesinos de los términos
municipales formaron otro compuesto por sus representantes, así como diversos consells
parroquials a los que acuden los jurados de cada villa con el bayle correspondiente.
LECCION 31ª
LA ADMINISTRACION DE JUSTICIA. RELACIONES CON LA IGLESIA
El rey y su curia forman un supremo tribunal de justicia que entiende tanto de los
asuntos que le son sometidos directamente, como de la apelación de aquellos otros ya
resueltos por jueces inferiores, y siempre de los litigios y conflictos surgidos entre
nobles. Reunida la curia con el monarca, éste solía designar a algunos magnates nobles o
eclesiásticos como "jueces palatinos" (iudices palatii), a fin de que establecieran las
pruebas a practicar en el pleito y pronunciaran en su nombre el veredicto.
Con independencia de este tribunal palaciego, la justicia fue administrada en los
diversos territorios por el concilium o asamblea compuesta de los hombres libres. En unos
u otros lugares del reíno asturleonés figura el conde, o alguien distinto, presidiendo los
tribunales de distrito, así como numerosos concilia locales correspondientes a pequeñas
zonas y agrupaciones urbanas, celebrándose sin fecha fija ni periodicidad determinada, en
función solamente de las necesidades o asuntos que aconsejaban reunirlas.
El conde o la autoridad correspondiente designaba asimismo unos jueces (iudices)
que establecían las pruebas a practicar por las partes, asistían a ellas y, a tenor del
resultado, publicaban luego el desenlace del pleito.
En el régimen judicial asturleonés las partes no siempre concurren a estos juicios,
haciéndose representar a veces por unos adsertores que en su nombre litigaban en la
asamblea del conde o en el tribunal del rey. Tras la alegación verbal, se acudía a la prueba
de testigos, a la documental o, con más frecuencia, al testimonio de los cojuradores. El
interesado o su adsertor juraba que decía verdad, juramento suscrito por un número
variable de cojuradores o juradores solidarios. Entre las ordalías o medíos
extraordinarios de prueba, gozó de especial predicamento la del agua caliente o prueba
caldaria, practicada de ordinario cuando las otras habían resultado insatisfactorias.
El proceso concluía con la sentencia o, de modo más habitual, con el reconocimiento
(agnitio) de la razón del contrario por la parte a la que la ordalía había resultado
adversa. La agnitio se tradujo en un pacto firmado por los litigantes, cuyo cumplimiento
solía ser asegurado mediante la designación de fiadores.
La Cort o curia del monarca es el supremo tribunal ordinario del reino, compuesto
en la Baja Edad Media por cuatro alcaldes, cuatro notarios y una serie de agentes
subalternos, los porteros de Cort, encargados de recaudar las multas y ejecutar tareas
menores. La dirección efectiva y directa de la Cort corresponde al canciller.
En los diversos territorios figuran los alcaldes municipales y los alcaldes
mayores o de mercado. Aquéllos están al frente de las villas o de los valles, y de sus
sentencias se puede apelar a los alcaldes mayores que residen en las ciudades principales,
siendo en cualquier caso la Cort última instancia tanto en asuntos civiles como penales.
Agentes con funciones judiciales fueron también los almirantes, prebostes,
justicias, merinos y submerinos, quienes ejercen su quehacer en los barrios de populosas
ciuda-des, en pequeñas villas o en las demarcaciones y distritos.
El procurador general o fiscal es el defensor de los intereses regios, desempeñando
además en Navarra el importante papel de valedor de los intereses generales del reino
frente al exterior. De ordinario es un eclesiástico, que forma parte del Consejo Real y plei
tea en nombre del monarca frente a concejos y particulares.
tienen una doble vertiente religiosa y civil. Por razón de las personas, en virtud del
llamado "privilegio del fuero" (privílegium fori), esos tribunales juzgan las causas civiles
y criminales de los eclesiásticos y sus familiares.
El juez ordinario es el obispo -o su sustituto el arcediano (archidiaconus)- de cuyas
sentencias se puede apelar al arzobispo; de las de éste al metropolitano y, en última
instancia, al papa.
Además de esa jurisdicción diocesana, los problemas generales de la herejía en
Europa dieron lugar al establecimiento de la Inquisición, institución de ámbito
internacional controlada por el papado, que se mostró especial mente activa en los países
occidentales. Se llamó así porque los jueces (los obispos) "inquirían" o investigaban por sí
mismos la herejía, ejerciendo en el proceso la doble y anómala función de "inquisidores" o
acusadores y de jueces propiamente dichos. Esa Inquisición papal penetró en Aragón, para
luego caer en desuso, y fue absolutamente desconocida en Castilla.
Desde mediados del siglo XIII aparece en los territorios mediterráneos una
jurisdicción especial para asuntos mercantiles, distinta de la ordinaria del bayle y
veguer. En los años finales de esa centuria y en los centrales de la siguiente, surgen en
Valencia, Barcelona y Mallorca unos tribunales mercantiles, los Consulados, que confían
la resolución de los litigios comerciales a sus propios jueces, llamados "cónsules de
mercaderes" (consules mercatorum).
En principio la jurisdicción consular amparaba a los profesionales de las empresas
marítimas, con el tiempo alcanzó igualmente a quienes entablaron relaciones comerciales,
es decir, a los mercaderes en general. Con ello el derecho marítimo se encadenó con el
mercantil, tanto en lo sustantivo como en lo procesal. Jalón importante en tal proceso fue
cierto privilegio otorgado por Martín el Humano en 1401, que concedió a los jueces del
Consulado del Mar facultades para conocer no sólo de los conflictos marítimos, sino ade-
más de los pleitos mercantiles suscitados por cualquier clase de personas.
Característica del procedimiento mercantil fue su urgencia y brevedad. De las
sentencias de los cónsules cabe recurrir a un "juez de apelaciones", ante quien comparecen
las partes y el juez que antes ha dirimido el pleito.
Los monasterios familiares eran monasterios privados erigidos por gentes -un
particular, varios parientes de sangre, etc.- que actúan a merced de sus propios impulsos
religiosos y cuyo porvenir con el tiempo resulta sumamente variado. Al gunos de esos
monasterios domésticos dieron origen a los monasterios dúplices, compuestos por dos comuni-
dades, de varones y mujeres, que viven separados bajo una misma autoridad y regla, y que
no deben ser confundidos con el abuso excepcional de los cenobios mixtos, prohibidos por
la Iglesia. Junto a esa raíz del monaquismo familiar, los monasterios dúplices surgieron
también a causa de la asistencia o tuitio de los cenobios de varones sobre las comunidades
religiosas femeninas.
En la Baja Edad Media los papas ven disputada su primacía en el seno de la propia
Iglesia como consecuencia de las doctrinas conciliaristas, defensoras de la suprema
autoridad del Concilio general o ecuménico. Con la gran crisis del Cisma de Occidente, las
tesis conciliaristas triunfan en 1415 al aprobarse el decreto Sacrosancta, el cual
declaraba que el Concilio reunido en Constanza recibía el poder directamente de Cristo,
quedando el ponífice subordinado a él, posición reiterada en el Concilio de Basilea (1431-
1449) que llega a elegir un antipapa, cuya deposición significa el término del movimiento
cismático y el consiguiente aseguramiento de la primacía del pontífice.
La jurisdicción papal entró a su vez en conflicto con la de los reyes, quienes a
menudo prohibían la publicación de las bulas que consideraban atentatorias a sus
derechos. Roma y los monarcas pugnaron asimismo por la designación de los obispos, elegidos
en principio por los cabildos, y que desde el siglo XIII en Castilla y Aragón fueron
nombrados por el papa a propuesta del rey.
LECCION 32ª
LA ADMINISTRACION DE HACIENDA Y EL EJERCITO
I.- La Hacienda
La alta gestión financiera que hasta fines del siglo XIII había correspondido en
Aragón al mayordomo y al procurador regio, pasó desde entonces a un alto oficial llamado
maestre racional, junto a él, el tesorero y el escribano de ración forman la base de la
estructura hacendística de la Corona
Se ocupa de fiscalizar la gestión de los oficiales reales, o de cualquier persona sí
ello afecta a los derechos del rey y su patrimonio, A tal fin puede requerir a los
funcionarios a que muestren las cuentas y gastos, anotando él en sus libros la situación y
marcha de los negocios. Como consejero regio informa al monarca del estado financiero ge-
neral y le asesora cuando es requerido,
Del maestro racional depende el tesorero, quien guarda el tesoro, se hace cargo de
los ingresos y libra los pagos, rindiendo cuentas ante él cada seis meses, El escribano de
ración distribuye las "raciones" o salarios de oficiales, percibiendo una renta que se
aplica al sostenimiento del cargo,
En Aragón uno de los tributos más antiguos fue el de la peyta o pecha. Fue un
impuesto globalmente evaluado para cada localidad, cuyo importe se dividía luego entre
los vecinos. También existió en Navarra, donde la pecta o peita debía ser satisfecha por
todos los labradores no hidalgos. En este reino se diferenció la pecha tasada, donde como
en el caso anterior el pueblo paga cada año una cantidad fija al rey, de la pecha no tasada,
que supone una estimación de lo que personalmente ha de satisfacer al año cada vecino, con
lo que el monto global de cuanto el monarca percibe de las diversas villas y lugares oscila
de acuerdo con las variaciones del censo.
Como medida excepcional para allegar recursos, surgió primero en Aragón y luego
en Castilla un impuesto indirecto llamado sisa. En sus orígenes este tributo aparece con
cierto aire de picaresca, y consiste en que el vendedor de artículos de común necesidad
merma el sistema de medidas y pesos, para entregar al comprador por el precio fijado una
menor cantidad de género. Con ello obtiene un beneficio adicional que luego reintegra al
fisco.
El tributo extraordinario por excelencia fue el servicio o pedido (petitum), que el
rey solicitaba o "pedía" a los procuradores reunidos en Cortes. El servicio se convirtió en
una práctica generalizada y hasta cierto punto en un tributo usual y ordinario, aunque
requiriera siempre la aprobación de las Cortes.
En algunos momentos de agobio los reyes hubieron de acudir a solicitar préstamos
de concejos, comunidades religiosas, judíos, gentes acaudaladas, entidades mercantiles o
asociaciones como La Mesta. Las formas de amortización fueron la simple devolución a corto
plazo sin intereses, la efectuada a largo plazo con el recargo de ellos, y la entrega de
juros, esto es, la enajenación de las rentas reales que quedaban gravadas por un censo
anual en favor del prestamista, y que en ocasiones fueron juros de heredad o transmisibles
por herencia.
Cargo parejo a aquél fue en Navarra el recibidor, quien sustituyó al merino en los
menesteres fiscales a principios del siglo XIV. Los recibidores navarros debían presentar
cada año sus cuentas al tesorero y a la Cámara de Comptos.
Tanto en Castilla como en Navarra estos agentes allegaban los recursos, pero
también atendían los gastos, y así el recibidor solía retener el superávit anual para
incorporarlo a los ingresos del ejercicio siguiente. Sólo al término de su gestión rendía
cuentas definitivas y, de no poder hacerlo, veía embargados sus bienes.
La recaudación por intermediarios se llevó a cabo mediante el arrendamiento de
los impuestos a personas o grupos, según precio global fijado en subasta, obteniendo el
arrendatario el beneficio de la diferencia entre ese precio y la cantidad total
-lógicamente mayor- de lo que procedía recaudar. El arrendatario estaba obligado a
presentar fiadores y cumplidos todos los trámites recibía la carta de recudimiento, o
documento con poderes oficiales para proceder al cobro.
Para recaudar los servicios votados en Cortes se acudió en principio al sistema de
derrama, con lo que la cantidad total quedaba repartida por localidades, dividiendo éstas
su cupo entre los habitantes pecheros. Ello originó graves quebrantos a los lugares con
problemas de despoblación. Desde comienzos del siglo XIV los pechos fueron recaudados en
Castilla por algunos "hombres buenos" de las propias villas, en base a la relación de
vecinos empadronados en ellas.
A) Fonsado y apellido.
Fue obligación de todos los hombres libres participar en la defensa del reino ante
el acoso musulmán, o bien pasando a la ofensiva para adquirir o reconquistar nuevos
territorios, y en consecuencia formar parte del ejército.
Se tradujo de un lado en colaborar en servicios de vigilancia o reconocimiento
(anubda en Castilla; mirall en Cataluña), y en acudir a la operación defensiva en caso de
emergencia (apellido); o de otro, en participar en expediciones militares de índole ofensiva
(fonsado o hueste).
El fonsado es la expedición de ataque convocada principalmente por el rey, pero
también por el conde, señor, merino o concejo. Su primitivo nombre de fossatum pudo derivar
de la costumbre de cavar trincheras (fossae), o de la acepción latina postclásica de
"campamento". Así de ir al fossatum o campamento, se habría pasado a entender el ir al
fossatum en el sentido de ir a la guerra.
El apellido (de appellare, llamar) es el "llamamiento de gente para la defensa",
como lo define el Fuero de Sepúlveda. Practicado ya en el período asturleonés, se
popularizó luego en Castilla en sus diversas formas, según quien fuera la autoridad
convocante. Dos especies de apellido, correspondientes al realizado en tiempos de paz o de
guerra. Aquél supone repeler la irrupción de quienes intentan saquear tierras y robar
frutos o ganados. Este lleva consigo el reclutamiento perentorio de gentes armadas.
A las tropas reclutadas por el rey se unen las movilizadas por los señores en sus
dominios y las milicias concejiles, que combaten a menudo con su propia organización y
enseñas, sin fundirse con la hueste real. No obstante, algunos fueros andaluces preceptúan
que si las tropas de los concejos acuden a las órdenes del monarca, deben hacerlo únicamente
bajo su estandarte. En ocasiones las milicias urbanas abandonaron la hueste real cuando
consideraban transcurrido su tiempo de servicio.
Pese a la colaboración de las milicias señoriales y municipales las crecientes
necesidades bélicas y las numerosas personas que por unas u otras razones quedaban
exentas de prestar servicio, determinaron el recurso a tropas mercenarias de carácter